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Índice General
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Cinco años más tarde en la Conferencia de Río, la Agenda 21 en el primer párrafo
de su preámbulo extendía el concepto de desarrollo sostenible al de calidad de
vida:
«[...] una mayor atención a la integración del medio natural y de las
preocupaciones sobre el desarrollo conducirá a la satisfacción de las necesidades
básicas, a unos mejores estándares de vida para todos, a unos ecosistemas mejor
protegidos y gestionados, y a un futuro más seguro y próspero...» (UNITED
NATIONS, 1992).
Pocos años después, se reconocía sin ambages la necesidad de explicar el
desarrollo sostenible contemplando tres ópticas: la económica, la social y la medio
ambiental:
«Estamos profundamente convencidos de que el desarrollo social, el desarrollo
económico y la protección ambiental son interdependientes y refuerzan
mutuamente los componentes del desarrollo sostenible. Creemos que la
capacitación de los pobres para utilizar los recursos naturales de forma sostenible
es un fundamento necesario para lograr un desarrollo social equitativo y un
desarrollo sostenible. También reconocemos que un crecimiento económico
sostenido y de amplio espectro en el contexto del desarrollo sostenible es
necesario para sostener el desarrollo y la justicia social» (WSSD, 1995).
Desde entonces, es práctica habitual entre los organismos multinacionales
plantear el desarrollo sostenible desde un enfoque integral:
«El desarrollo sostenible no se refiere únicamente al medio ambiente, sino que
trata de conciliar los objetivos económicos, sociales y medio ambientales, y
encontrar un equilibrio entre sus diferentes dimensiones» (OCDE, 2001).
A pesar de estas sucesivas precisiones y refinamientos, el término desarrollo
sostenible sigue estando rodeado de excesiva ambigüedad, lo cual da lugar, en
muchas ocasiones, a un uso simple y llanamente equivocado, mientras que en
otras circunstancias se produce una utilización bastarda a favor de intereses
ajenos a la filosofía que emana del concepto de sostenibilidad. A esta ceremonia
de confusión contribuye la elevada complejidad de nuestra sociedad
contemporánea, en la cual se entrecruzan intrincados y dispares intereses
sectoriales que dificultan la interpretación, aplicación y transmisión del término
desarrollo sostenible.
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Si nos centramos primero en el campo social, percibiremos contradicciones entre
el concepto de calidad de vida y el de sostenibilidad. Entre sus muchas
acepciones[3], calidad de vida se entiende como una medida de desarrollo que
incorpora directamente las consideraciones relativas a la mejora de la vida y del
bienestar humano. De acuerdo con este significado, es natural que toda
comunidad trate de mejorar la calidad de vida de sus habitantes, a ser posible, de
forma equitativa. Y es aquí donde surge la gran contradicción: hoy por hoy, todo
incremento en la calidad de vida está inexorablemente unido al aumento de la
huella ecológica[4]. En otras palabras, si deseamos elevar la calidad de vida de los
países más pobres, acercándola a la de los países más prósperos, entonces
incrementaremos el consumo de recursos naturales hasta límites insostenibles.
Este es un dilema crucial. ¿Con qué fuerza moral vamos a obligar a los países
menos desarrollados a respetar su medio natural cuando están inmersos en unos
niveles de pobreza y de precariedad económica inaceptables para los países más
avanzados? ¿Estaremos las sociedades más opulentas dispuestas a ceder parte
de nuestros beneficios sociales y económicos a favor de los países menos
desarrollados para preservar la integridad de los recursos naturales del planeta?
Me temo que no. Yo creo que en un contexto de extrema exclusión social lo que se
requiere es hablar de equidad social y no de sostenibilidad que puede conllevar el
reconocimiento de un status quo social inaceptable.
Si nos referimos ahora al ámbito económico, observaremos que el término
sostenibilidad no es congruente con los criterios de eficiencia y competitividad que
rigen el comportamiento de las empresas y de la economía en general. En un
mercado abierto y competitivo, las empresas más dotadas sólo logran un
posicionamiento sostenible[5] a costa de desplegar una fuerte capacidad de
cambio y crecimiento, mientras que las menos dotadas simplemente tienden a
desaparecer. En otras palabras, se entiende que una economía urbana es
sostenible a largo plazo cuando sus empresas son tan competitivas como para
garantizar su supervivencia en el mercado. En este tipo de entorno, resulta
confuso y contradictorio hablar de sostenibilidad tal y como se entiende en
ciencias ambientales, cuando lo que prima es el dinamismo, el crecimiento y la
competencia.
Partiendo de estas consideraciones y haciendo una interpretación purista del
término, un desarrollo socioeconómico sostenible implicaría prácticamente la
estabilización del crecimiento económico y social de una localidad o un territorio
con el fin de no violentar su medio físico. Todos somos conscientes de que este
sería un planteamiento loable, pero absolutamente utópico e inaceptable para
muchos grupos sociales, sobre todo para los más desfavorecidos.
En suma, no deja de ser una paradoja hablar de desarrollo económico y social
sostenible en la sociedad capitalista de principios del siglo XXI, en la que rigen un
orden económico y unos estilos de vida ajenos, por no decir opuestos, al modelo
de sostenibilidad. Probablemente haya que plantear e implantar modelos
alternativos a los actuales, pero mientras se lleva a cabo semejante revolución,
que entiendo debe ser pacífica y democrática, habrá que seguir trabajando con los
instrumentos y procesos disponibles en el momento presente para reconducir los
problemas urbanos y territoriales. Con el ánimo de avanzar constructivamente en
la aplicación del paradigma de sostenibilidad en el ámbito urbano, propongo un
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esfuerzo dirigido, primero, a clarificar conceptos y, después, a formular estrategias
de actuación.
4
aumento progresivo de la huella ecológica y búsqueda de la sostenibilidad en
los nuevos desarrollos urbanos.
A pesar de afectar al mismo marco físico, los tres tipos de retos son abordados
con estrategias muy diferentes que responden a las necesidades específicas de
cada ámbito. Así, los retos económicos suelen afrontarse con una mejora de la
competitividad del tejido productivo, los retos sociales con la búsqueda de una
mayor equidad y los retos ambientales con el logro de la sostenibilidad del
ecosistema natural. Discutamos por un momento estas tres estrategias básicas
para entender sus contenidos y darnos cuenta de la disparidad de sus posiciones.
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competitivas de la base productiva local sin agravar las desigualdades sociales
o los impactos ambientales.
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Lámina 3. Dinámica urbana sin gobernabilidad
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estrategia de desarrollo pueda predominar sobre las otras, pero sin crear
excesivos desequilibrios. Así, contemplemos de nuevo tres casos en los que se
escenifican los efectos de la buena gobernabilidad.
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En cualquiera de estos tres escenarios, la gobernabilidad actúa como instrumento
corrector y equilibrador de perniciosas desviaciones sectoriales que pongan en
peligro la armonía del sistema urbano. En otras palabras, en ninguno de los tres
escenarios se perciben situaciones negativas o de grave retroceso en alguno de
los tres vectores principales. De esta forma, una buena gobernabilidad nos
permitirá no sólo garantizar la sostenibilidad del desarrollo urbano, sino también
lograr la competitividad del tejido productivo y la equidad en el tejido social, y, por
lo tanto, alcanzar un desarrollo social y económico sostenible y equilibrado.
De acuerdo con este sistema funcional, para lograr una adecuada gobernabilidad
urbana deben ponerse en marcha actuaciones coordinadas sobre cada uno de los
seis elementos descritos:
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1. Fomentar la reflexión estratégica. Desde hace quince años, son numerosas
las ciudades españolas que han acometido procesos de planificación
estratégica con diverso grado de éxito. Muchos planes estratégicos han
surgido como una necesidad para cubrir y complementar áreas que los
instrumentos tradicionales de planeamiento no atendían satisfactoriamente
(FERNÁNDEZ GÜELL, 1997). Concretamente, los planes estratégicos analizan la
ciudad desde una óptica intersectorial, identifican tendencias de cambio,
proporcionan una visión a largo plazo, formulan estrategias y promueven una
fuerte involucración de los agentes sociales y económicos locales. En mi
opinión, una adecuada gobernabilidad requiere de procesos de reflexión, ya
sea a través de los planes estratégicos u otros instrumentos como las Agendas
21, para legitimar política y socialmente las decisiones y actuaciones urbanas.
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así como tramitar licencias y expedientes urbanísticos por vía electrónica.
Asimismo, los Sistemas de Información Geográfica constituyen una potente
herramienta para abordar la ejecución y gestión urbanística. Estas
innovaciones pueden acortar los tiempos de tramitación y, quizás algo más
importante, ayudar a introducir transparencia en las decisiones urbanísticas.
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Si asumimos que la gobernabilidad es un requisito clave para lograr la
sostenibilidad en el ámbito urbano, entonces surge una cuestión obvia: ¿están las
ciudades españolas realizando un esfuerzo por mejorarla? El análisis de las
Buenas Prácticas correspondientes a las áreas temáticas de Vivienda, Desarrollo
Territorial y Urbano Sostenible, Transporte y Accesibilidad, premiadas en el V
Concurso de 2004, manifiesta que los esfuerzos actuales, aunque parezcan cortos
en su alcance y lentos en el tiempo, se encaminan en la buena dirección. Veamos
los resultados de este análisis, agrupando las prácticas premiadas en tres grandes
grupos temáticos.
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En Agüimes, Gran Canaria, la recuperación del casco histórico se ha apoyado en
diversos instrumentos: Plan Especial de Protección, Plan General de Ordenación,
Política Medioambiental Municipal, Ordenanza sobre colores e instalación de
carteles publicitarios. A medida que el proyecto avanza, se ha producido un
incremento de la participación vecinal, propiciado por el efecto demostración.
En Ourense, se ha formulado una estrategia integral que aborda conjuntamente
los problemas físicos, sociales y económicos de la ciudad histórica.
Concretamente en el ámbito económico, se han otorgado ayudas a 100
establecimientos comerciales y se han creado las denominadas «calles de la
artesanía», frenándose así la desaparición masiva del tejido económico. También
se ha vinculado la rehabilitación del centro histórico a la creación de primera
vivienda para jóvenes y centros para mayores. El proceso de revitalización y
rehabilitación es irreversible, en él participan todos los sectores sociales,
económicos, administraciones públicas y colectivos profesionales, que han
apostado claramente por el corazón de la ciudad. En Ourense, se ha constituido la
Oficina Municipal de Rehabilitación que por un lado aglutina y centraliza todos los
procedimientos que regulan la intervención urbanística en la ciudad histórica y, por
otro lado, actúa de ventanilla única para el desarrollo, tramitación y gestión de
todos los programas de rehabilitación y desarrollo socioeconómico de la ciudad
histórica.
En Alquézar se ha apostado decididamente por una estrategia que combina la
restauración integral del núcleo medieval con el desarrollo del turismo cultural. Así,
han florecido nuevas actividades vinculadas al sector servicios y se han mantenido
actividades tradicionales como reclamo turístico. El éxito del proyecto suscita una
reflexión en los dirigentes de Alquézar sobre el riesgo futuro de que el desarrollo
turístico aumente la presión urbanística y degrade el entorno urbano.
En Ávila, se propuso la recuperación de la muralla con un triple objetivo: explotar
un atractivo turístico para impulsar la actividad económica, recuperar el entorno
urbano de la muralla con criterios ambientales y lograr la identificación de los
abulenses con un elemento clave de su ciudad. En este caso han intervenido el
Ayuntamiento, la Junta de Castilla y León, el Ministerio de Fomento, la Fundación
Cajamadrid, las PYME abulenses y las asociaciones de vecinos y culturales. A
partir de la actuación pública, se ha logrado la participación ciudadana, tanto
particular como a través de asociaciones, fortaleciendo así el sentimiento de
pertenencia de los abulenses a la comunidad. La Administración Local ha
comprobado la importancia de divulgar e informar para conseguir una elevada
implicación de la población.
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5. Ordenación urbanística y sostenibilidad medioambiental para 10.000 viviendas
subvencionadas. Ecociudad Valdespartera, Zaragoza.
Los retos ambientales, sociales y económicos que presentaban estos casos se
han afrontado con enfoques integrados por una mezcla variada de estrategias:
ampliar la oferta de viviendas sociales, reducir la contaminación ambiental,
mejorar la eficiencia energética del parque de viviendas, potenciar la integración
social a través del diseño urbano, mejorar la integración ambiental de la ciudad
con su entorno natural, equilibrar el desarrollo de nuevos barrios con la
rehabilitación de zonas degradadas, evitar el abandono de zonas consolidadas de
la ciudad en favor de las periferias y establecer una política de realojo durante el
proceso de renovación urbana.
En el caso de Vía Trajana, Barcelona, se buscó el concurso de diversos agentes:
Ministerio de Fomento, Generalitat de Catalunya, Ayuntamiento de Barcelona,
asociaciones de vecinos, Servicios Sociales del Ayuntamiento de Barcelona y de
Sant Adrià del Besòs, el Institut Cátala del Sòl y diversas empresas privadas. El
proyecto contemplaba un programa de fomento de la participación vecinal a través
de la formación de grupos de trabajo y la dotación de espacios para las reuniones
de las entidades sociales. La presencia de un equipo de gestión en el barrio
permitió conocer problemáticas sociales y canalizar su solución. La coordinación
con los servicios comunitarios impulsó el proceso de remodelación y garantizó una
normalización en la continuidad de los servicios una vez terminado el realojo. Se
creó un modelo de gestión mixto, público-privado, que prestaba servicios
especializados a los afectados por la renovación e incorporaba los criterios de
interés público y la agilidad de gestión de la empresa privada.
Ferrol, A Coruña, es el caso por excelencia en donde se ha desplegado un amplio
proceso de reflexión y participación a través de la elaboración de un plan
estratégico. La Fundación Ferrol Metrópoli es una entidad sin ánimo de lucro,
creada para la revitalización del Ferrol Metropolitano. Está compuesta por
representantes del sector público y privado y actúa como el elemento catalizador e
integrador de las actuaciones de distintos agentes urbanos. La Fundación tiene
cinco líneas de trabajo --innovación y competitividad, cooperación,
internacionalización, creación de empleo, cultura y ocio-- que han puesto en
marcha diversas actuaciones urbanas.
En Getafe, Madrid, el soterramiento de la vía de ferrocarril ha propiciado la
regeneración de una parte importante de la ciudad. Gracias a esta operación, se
han transformado tejidos industriales obsoletos en áreas residenciales, se han
creado nuevos equipamientos, se ha reorganizado la trama viaria, se han
peatonalizado partes del casco urbano y se ha superado el efecto barrera entre
barrios producido por el ferrocarril.
En el caso del Frente Litoral del Besós, Barcelona, el propósito central ha sido
crear una nueva área de centralidad socioeconómica con criterios ambientales en
el punto más degradado del área metropolitana de Barcelona. Como motor de esta
transformación, se ha aprovechado la celebración del Fórum Universal de las
Culturas. Este evento ha brindado la oportunidad de comprometer al máximo
número de instituciones públicas y privadas en el proyecto, de otorgar criterios de
sostenibilidad ambiental a toda la operación y garantizar el uso posterior de las
instalaciones en beneficio económico y social de la ciudad. En este caso, se ha
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creado una sociedad municipal para gestionar las propiedades públicas, dirigir los
proyectos y coordinar las obras. El impulso público del proyecto ha actuado como
multiplicador de inversiones privadas.
El caso de Zaragoza busca dar respuesta al acuciante problema de la vivienda en
la capital aragonesa, mientras que persigue una mejor relación entre vivienda y
medio ambiente. El acuerdo de tres Administraciones (Ministerio de Defensa,
Gobierno de Aragón y Ayuntamiento de Zaragoza) ha facilitado la urbanización de
242 Ha para la construcción de casi 10.000 viviendas subvencionadas. Asimismo,
el acuerdo entre estas tres Administraciones ha posibilitado la promoción de una
amplia área urbana diseñada según los criterios de la arquitectura y del urbanismo
bioclimático.
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Respecto a los procesos operativos, se percibe, sobre todo en los casos más
complejos, una mayor concienciación sobre la necesidad de abordar un esfuerzo
de planeamiento y de gestión continuada en el tiempo para alcanzar los objetivos
propuestos. En ningún caso se hace mención explícita de observatorios urbanos ni
de instrumentos específicos de vigilancia del fenómeno urbano.
En cuanto a las competencias organizativas, hay indicios claros del esfuerzo
modernizador llevado a cabo por las administraciones locales españolas en los
últimos años. Así, en varias de las prácticas presentadas se constata cómo se han
creado estructuras organizativas ex-novo altamente participativas con el fin de
abordar con garantías de éxito proyectos particularmente complejos. Esta voluntad
modernizadora queda reforzada cuando existe un liderazgo político comprometido
con el esfuerzo a largo plazo por encima de los resultados cortoplacistas. Todo
parece indicar que las administraciones locales se están dando cuenta de que
deben explotar al máximo sus capacidades para liderar proyectos intersectoriales
y difundir ampliamente sus actuaciones.
El cuarto elemento de gobernabilidad --la tecnología-- no es mencionado
explícitamente como instrumento de apoyo a los procesos de planificación y
gestión urbana en ninguno de los casos tratados. La falta de atención a este
elemento pueda explicarse, quizás, por la ausencia de presión para ganar agilidad
en los procesos administrativos. El progresivo e imparable avance de la
administración electrónica promete ir llenando este vacío.
En quinto lugar, los recursos jurídicos, técnicos y económicos siguen siendo
insuficientes a la hora de abordar proyectos sostenibles. El elevado coste y
complejidad de los proyectos de renovación urbana hace que sean las
Administraciones Públicas las encargadas de liderarlos técnica y
económicamente. Sin embargo, la endémica escasez de medios de los
Ayuntamientos obliga a buscar el concurso de niveles superiores de la
Administración y de entidades privadas, que aportan recursos financieros y, en
ocasiones, apoyo técnico. En el ámbito jurídico cabe resaltar la ausencia de
instrumentos específicos para gestionar el suelo urbano consolidado. Esta desidia
jurídica hacia el suelo urbano propicia el declive y abandono de muchos centros
antiguos.
Finalmente, en todos los casos premiados se reconoce, aunque con diferentes
intensidades, la valía del capital social para impulsar y cimentar los proyectos de
sostenibilidad urbana. En los casos más complejos se han establecido fórmulas de
participación ciudadana y de colaboración de los agentes socioeconómicos que
han permitido obtener un amplio respaldo a las acciones acometidas. A pesar de
este progreso, surgen dudas sobre la continuidad en el tiempo de muchas
fórmulas participativas y asociativas, dado el carácter efímero de las mismas. Se
echa en falta el desarrollo de estructuras más permanentes en el tiempo, que sean
capaces de alejarse progresivamente de la tutela municipal.
En suma, respecto a convocatorias pasadas se percibe una cierta consolidación y
madurez en las prácticas presentadas en el área de desarrollo urbano, lo cual
puede interpretarse como la aceptación generalizada de los principios de
sostenibilidad difundidos desde este foro de Buenas Prácticas. No obstante, como
crítica de carácter general puede apuntarse que las prácticas premiadas son
todavía tímidamente innovadoras en cuanto a modelos de gobernabilidad. En este
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sentido, hay todavía mucho camino que recorrer y numerosas barreras que
superar. En cualquier caso, soy optimista porque los indicadores observados
marcan la buena dirección. Estoy convencido de que los avances en el ámbito de
la gobernabilidad se producirán a medio plazo y serán la prueba innegable de una
sociedad urbana más concienciada y comprometida con los objetivos de la
sostenibilidad.
Referencias bibliográficas
Notas:
[1]: Doctor Arquitecto-Urbanista Profesor Titular de Urbanismo de la Universidad
Politécnica de Madrid
[2]: Algunas fuentes sugieren que el concepto de desarrollo sostenible fue utilizado
por primera vez en 1972 en una Conferencia de las Naciones Unidas sobre el
Entorno Humano.
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[3]: Según SETIÉN (1993), calidad de vida es un concepto universal, emparentado
con el desarrollo y en proceso continuo de evolución.
[4]: Según REES Y WACKERNAGEL (1996), huella ecológica es el área de territorio
productivo o ecosistema acuático necesario para producir los recursos utilizados y
para asimilar los residuos producidos por una población definida con un nivel de
vida específico, donde sea que se encuentre esta área.
[5]: En el campo de la estrategia empresarial se utiliza el término ventaja
competitiva sostenible cuando una empresa posee alguna característica que sus
competidores no pueden igualar a medio o largo plazo.
[6]: Calidad de vida puede definirse como el grado en que una sociedad posibilita
la satisfacción de sus necesidades materiales y no materiales de los miembros
que la componen.
[7]: El concepto de calidad de vida es más elusivo, abstracto y complejo que el de
equidad. De hecho, puede resultar más sencillo medir la equidad que evaluar
cuantitativamente la calidad de vida.
[8]: Ver KOOIMAN (1990). Según esta definición, una sociedad es gobernable
cuando no hay mucha diferencia entre las necesidades (problemas) y las
capacidades (soluciones).
[9]: Ver LEFÈVRE (2003). Esta definición implica que la gobernabilidad no sólo se
preocupa por la resolución de problemas urbano-espaciales, como son el
transporte, la vivienda y la degradación ambiental, sino que también apoya el
desarrollo, lo cual significa que la gobernabilidad está orientada al futuro y al
crecimiento.
[10]: Esta afirmación es el fruto de la experiencia profesional del autor durante más
de quince años en el ámbito de la consultoría del sector público.
[11]: Según CAMAGNI (2003), capital social es el conjunto de normas y valores que
rigen la interacción entre las personas, las instituciones a las que las personas
están incorporadas, las redes de relaciones que se establecen entre los diferentes
agentes sociales y la cohesión global de la sociedad.
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