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¿Que las tres religiones monoteístas tienen el mismo Dios? ¡¡¡No!!!

01/08/18 1:49 AMpor SÍ SÍ NO NO


No es la primera vez que el papa Bergoglio, recibiendo a grupos de varias confesiones
o asociaciones, como, por ejemplo, los representantes de la Cruz Verde, el sábado 27
de enero, se niega a impartir la bendición católica pronunciando en cambio una
especie de bendición sincretista, no ciertamente en el nombre de Dios “Padre, Hijo y
Espíritu Santo” sino en el nombre de un solo Dios “Padre de todos los hombres y de
todas las confesiones religiosas”. Que Dios sea padre de todos los hombres,
entendidos como creaturas suyas en sentido amplio podría incluso aceptarse, pero
que todas las confesiones religiosas crean en un solo mismo Dios es completamente
falso, más aún, es la plena negación de una de las verdades más importantes de
nuestra fe: la filiación divina que se obtiene solamente con el Sacramento del
Bautismo, sello de Dios para sus hijos.
Se ha hecho eco también de esta especie de bendición “urbi et orbi” L’Osservatore
Romano, el 31 de enero de 2018, que, en la página 7, dice así: “Una sola casa para tres
religiones según el proyecto House of One, que se propone reunir en un único templo
las tres religiones monoteístas”. Este proyecto no es sino un sincretismo de las tres
religiones así llamadas “monoteístas” para que se realice la “religión universal”
proyectada desde hace siglos por la gnosis esotérica y por el “Nuevo Orden Mundial”
masónico.
A este proyecto de destrucción de la fe cristiana, que anula en la práctica los dogmas,
la doctrina y, en última o en primera instancia, todo el cristianismo, eliminando al
mismo Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, se oponen con fuerza, no sólo los
católicos, sino también todos los cristianos que no se reconocen en absoluto en esta
especie de “globalización del espíritu” y no tienen ninguna intención de orar al mismo
tiempo junto a un musulmán, por ejemplo, ni junto a un judío. Junto al primero porque
un abismo de diferencias nos distingue del Islam, que no distingue en absoluto entre
orden civil y religioso, sólo por citar una diferencia esencial; y junto al segundo, el
judío, porque no ha reconocido todavía en Jesucristo al Hijo de Dios, único Salvador del
mundo, negándole a Él y todo el Nuevo Testamento.
Como respuesta, aportamos el así llamado “Pensierino della sera” [“Breve
pensamiento de la tarde”, ndt] de don Ferdinando Rancan, fallecido en olor de
santidad el pasado año, es decir, frases bien examinadas y extrapoladas de algunos
libros suyos, elegidas como respuesta al tema que se quiere tratar.
“Dios no ha dejado a los hombres en la ignorancia ni tampoco en la confusión y en la
incertidumbre respecto a la verdad primaria y fundamental de nuestra vida. No nos ha
dejado a merced de un Dios vago y genérico que apague los deseos de todos. Dios ha
querido ir más allá de la naturaleza y con la Revelación nos ha abierto los horizontes
ilimitados de su realidad divina y las maravillas realizadas por su amor. Esta Revelación
nos hace conocer las dos Verdades fundamentales de nuestra fe: la Unidad y Trinidad
de Dios; la Encarnación, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de nuestro Señor
Jesucristo. Esta es la fe cristiana. Una fe que no sólo ilumina nuestra inteligencia, sino
que establece entre nosotros y el único Dios verdadero una relación nueva,
sobrenatural, divina y humana, en la Persona del Hijo de Dios: Jesús”. Tomado de “Il
senso del vivere”.
Esta Revelación divina cristiana no es algo opcional a lo cual adherirse o no, sino que es
firmemente vinculante para quien ha tenido la fortuna de conocer y abrazar la fe
cristiana, la cual debe defenderse con todas las fuerzas a costa del martirio.
Recordemos recientemente a la heroica mujer Asia Bibi, paquistaní, en una cárcel
durísima sin ventanas desde hace nueve años solamente por haber declarado a unas
vecinas musulmanas su fe en Jesús. Condenada a morir ahorcada, pero más tarde
conmutada la condena por otra a una cárcel durísima. Debemos advertir que dos
defensores suyos paquistaníes fueron asesinados precisamente por haber osado
defender a una cristiana, y los asesinos fueron protegidos y alabados con motivo de
esta su “ideología religiosa”, que los hace ciegos y que nada tiene que ver con el único
Dios verdadero. Esto es el Islam, no el extremista, sino el común, oficial, reconocido
legalmente. ¿Y tendremos que orar junto a ellos al mismo tiempo? Pero aquí, más aún
que perder la dignidad y el bien de la inteligencia, nos estamos jugando el alma para
toda la eternidad. El cristiano reconoce ante todo como verdadero Dios y verdadero
hombre a Jesucristo, único Salvador, y para conservar y dar testimonio de esta fe en el
único Dios verdadero, que es “Padre, Hijo y Espíritu Santo” por Revelación divina, debe
estar dispuesto a todo, incluso a la muerte. De otro modo ¿para qué ha servido el
sacrificio de la vida de millones de cristianos en todo el mundo que se han negado a
abrazar otros “dioses”? Esta vida nuestra en la tierra pasa deprisa… después viene la
Vida Eterna, o sea, la felicidad para siempre.
***
Judíos, Cristianos y Musulmanes: ¿son todos hijos del mismo Dios? Absolutamente
¡NO! Veamos por qué.
El Dios del Islam
La gente está convencida de que el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam derivan del
único Patriarca Abrahán, al cual Dios confió la promesa por medio de dos hijos: Isaac,
hijo de su mujer Sara, e Ismael, hijo de la esclava Agar, porque Dios habría dado a
ambos su bendición haciéndoles jefes de numerosas Naciones. En realidad las
bendiciones son múltiples y por varias circunstancias, pero la mesiánica es una sola,
para una sola persona, un “elegido”, en cierto sentido, y Dios la dio a Abrahán, el cual
la transmitió sólo a Isaac, por mandato de Dios, el cual la transmitió a su hijo Jacob,
siempre por voluntad de Dios, y no a Esaú, no obstante fuera éste el primogénito. El
mismo Jacob, más tarde, transmitió la bendición mesiánica a uno solo de sus doce
hijos (aun amándolos a todos indistintamente), no al primogénito Rubén, ni tampoco
al muy conocido José, que llevó al pueblo a Egipto, sino sólo a Judá, por inspiración
directa de Dios, para que se cumpliera la Escritura según la cual de esa descendencia
habría venido el Rey David y después Jesucristo.
Se trata, en efecto, de bendiciones particulares, casi una Investidura divina, como las
Unciones para los Reyes, que en aquellos tiempos tenían un significado muy especial
vinculado también a un mandato muy preciso de proveniencia divina, el mesiánico
precisamente. En todos los casos, si consideramos la sucesión desde el punto de vista
étnico, esto es, de la descendencia carnal, la genealógica, decimos, los descendientes
de Isaac, hijo de la promesa que Dios hizo a Abrahán, son los Judíos, pero los
descendientes del otro hijo de Abrahán, Ismael, hijo de la esclava Agar, al cual, sin
embargo, Dios prometió protección y larga descendencia, ¿quiénes son?
Los descendientes de Ismael según la sangre son las diferentes etnias árabes que
tenían elementos de religión judía y pagana, mientras que los musulmanes descienden
de Mahoma, el fundador del Islam (alrededor del año 570), que creó una fractura
irreparable con la religión judía y cristiana presente en aquellos tiempos en Arabia; un
guerrero violento y pasional que, con la intención de reconducir a idólatras y paganos
al Dios del Islam, Alá, hizo en realidad de su “misión” una guerra continua, una
verdadera carnicería, jactándose de haber degollado a las puertas de Medina a más de
700 judíos que se negaban a convertirse, y obligando a sus secuaces a hacer lo mismo
por medio de la así llamada “Yihad”, “la guerra santa”, que él mismo quiso
estigmatizar en el Corán como indiscutible voluntad de Dios. El mismo Mahoma se
jactaba de haber obtenido de Dios el permiso de tener veinte mujeres, mientras que
los fieles pueden tener como mucho cuatro. Estos “detalles” y otros semejantes no
deben infravalorarse si queremos hacernos una idea del Islam y de Mahoma [i].
El mensaje del Islam es transmitido por el Corán, subdividido en 114 capítulos o suras,
y por la Sunna, que, junto a los dichos y narraciones de Mahoma, constituyen
la sharia islámica, que es la ley, esto es, la constitución de los musulmanes, la única
fuente del derecho islámico, religioso, civil, político legislativo; todo lo que se opone a
ella es nulo y quien la osa contradecir merece la muerte[ii].
El “Dios” de los Musulmanes, del nombre árabe “musliman”, musulmán, esto es,
miembro del Islam (Islam a su vez significa sometido) es un “monarca-absoluto”,
inaccesible y solitario que exige castigos terribles para quien infringe la ley y tributos
de sangre para todos los infieles, un “Dios” que premia a sus creyentes con
sensualidad y diversiones de todo tipo en un hipotético paraíso de gozos perennes que
sólo la fantasía de Mahoma podía inventar[iii].
Por lo tanto, el Dios islámico no es en absoluto el mismo Dios del padre Abrahán.
Cuando en el Corán se habla de un Dios misericordioso, no tiene nada que ver con la
misericordia del Evangelio, la misericordia de un padre que ama a su hijo mucho más
allá de sus méritos; incluso cuando peca, lo perdona y espera su vuelta. La misericordia
de Alá es la de un emperador que levanta el pulgar en vez de bajarlo para salvar de la
muerte al gladiador herido. Todos aplauden su “misericordia”, pero estamos en otro
planeta. El Corán, prácticamente incomprensible, es en cambio clarísimo respecto a la
guerra que los musulmanes deben librar contra los infieles y presenta como excepción
extraordinaria una gran consideración a María, o mejor, a su pureza absoluta, como
madre del profeta Jesús, obviamente, y no como Madre de Dios. Se piensa que esta
tradición oral haya sido transmitida a Mahoma por los cristianos presentes en aquel
tiempo en Arabia y que pueda constituir, como decía recientemente el Obispo de
Beirut, un “elemento de unidad” casi milagroso sobre el cual apoyarse para impetrar
de ambas partes el auxilio de la Virgen, sobre todo en la dificilísima empresa del
diálogo y de la convivencia pacífica.
El Dios de los judíos
Visto que nosotros cristianos bebemos todos del Antiguo Testamento, ¿podemos decir
que tenemos al menos con los Judíos el mismo Dios de la Alianza? Veámoslo
brevemente.
Al pueblo judío, el pueblo de la promesa que vivía en ambientes idólatras, Dios se
reveló, por medio de Abrahán, Moisés y los Profetas, proclamándose el Único Dios
verdadero, “YO SOY”, y mientras que por un lado le demostraba su predilección
protegiéndolo contra sus numerosos enemigos, al mismo tiempo exigía de su pueblo
adoración y obediencia, con el fin de una misión especialísima a la cual había sido
llamado por voluntad de Dios: ¡la venida del Salvador del mundo, un Judío, hijo de
Judíos, de la descendencia de David!
Sabemos por la Historia Sagrada cómo el “pueblo en un tiempo elegido” fue, sin
embargo, castigado muchas veces también por el mismo Dios, sobre todo cuando se
manchaba del pecado de idolatría, tanto es así que, por motivo de la idolatría, los
Judíos sufrieron el castigo más terrible: la deportación a Babilonia, de la cual fueron
liberados gracias al rey Ciro. Vueltos a Jerusalén, reconstruyeron el templo y las
murallas, a la espera de la realización de la “gran promesa”, esto es, la venida del
Mesías, pero no quisieron reconocerlo en Jesús de Nazaret.
En el Evangelio, Jesucristo confirma la bondad de todo el Antiguo Testamento con sus
palabras y con su misma vida, citando varias veces a Abrahán, Moisés y los Profetas
ante los Fariseos incrédulos, incluso apareciendo ante los Apóstoles en la
transfiguración junto a Moisés y Elías, como signo de continuidad con el pasado del
pueblo judío. “No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a
abolir sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17). Sin embargo, Jesucristo, al confirmar la
continuidad, pone también de relieve con firmeza la distinción, dada por la “novedad
absoluta” constituida por su Presencia Divina como Hijo de Dios, totalmente uno con el
Padre, de cuyo amor promana el Espíritu Santo: ¡la Santísima Trinidad, esto es, un solo
Dios en Tres Personas divinas! Revelación verdaderamente asombrosa y vinculante
para la salvación eterna. Antes de subir al cielo, Jesús dijo a los apóstoles: “Me ha sido
dado todo poder en el cielo y en la tierra. ¡Id, pues, y haced discípulos míos a todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo!” (Mt 28,
16). Desde ese momento, los Judíos tendrán que adorar al único Dios en Tres Personas
porque el Dios del Antiguo Testamento se ha revelado en Cristo y ha hablado de Sí
mismo, proclamando su plena unidad con el Padre y el Espíritu Santo: “Yo y el Padre
somos uno, el Padre está en mí y yo estoy en el Padre” (Jn 10, 30).
Y cuando los Judíos, incrédulos, para desafiar a Jesús, le recuerdan que ellos
descienden de Abrahán y tienen a Dios como padre, Jesús les responde: “Si Dios fuera
vuestro Padre me amaríais, porque de Dios he salido y vengo. (…) Porque no podéis
escuchar mis palabras VOSOTROS QUE TENÉIS POR PADRE AL DIABLO y queréis cumplir
los deseos de vuestro padre. (…) Abrahán, vuestro padre, exultó en la esperanza de ver
mi día, lo vio y se alegró”. Le dijeron entonces los Judíos: “No tienes todavía cincuenta
años y ¿has visto a Abrahán?” Les respondió Jesús: “En verdad, en verdad os digo,
antes de que Abrahán existiera, yo soy” (Jn 8, 31-59).
Fuerte y terrible este fragmento de Juan, en el que Jesús aparece en toda su
majestuosidad, autoridad y poder. Aun siendo él mismo judío, sin embargo no duda en
definir a sus connacionales “hijos del diablo” y no hijos de Abrahán, ¿por qué? Porque
con la venida de Jesucristo y sobre todo con su Muerte y Resurrección, el “Dios de
Abrahán” está ahora solamente en la fe en Cristo y, por lo tanto, cualquier parentesco
o descendencia es sólo de orden espiritual. Se pueden definir como “hijos de Abrahán”
sólo aquellos que nacen a la fe en Cristo, por lo tanto también los paganos que se
convierten a Cristo, cancelando definitivamente el valor de la sucesión carnal, étnica,
para privilegiar sólo la de la fe en Él, abierta a todos los hombres de todas las razas.
“Abrahán vio mi día y se alegró”, afirmó Jesús. ¿Cómo es posible si Abrahán vivió
alrededor de dos mil años antes de Cristo? Santo Tomás da esta respuesta: “Era
necesario que el misterio de la Encarnación de Cristo de algún modo fuera creído por
todos, de manera distinta, según los tiempos y las personas…” (Santo Tomás de
Aquino, Summa Theologiae, II, q. 2-7). Por tanto, también Abrahán, Moisés, David y los
Profetas del Antiguo Testamento se salvaron, no por las obras de la Ley, ni tan siquiera
por la fe en un único Dios, SINO POR LA FE EN CRISTO, que debía venir, esto es, por la
fe en el Dios Trinitario. Por lo tanto, aun teniendo las mismas raíces y el mismo Antiguo
Testamento, lo que crea la diferencia es el acto de fe en Jesucristo, verdadero Dios y
verdadero Hombre, que los Judíos no han realizado todavía como pueblo, sino sólo
singularmente como individuos o pequeños grupos desde los tiempos de Cristo hasta
hoy.
El Dios de los Cristianos: “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Un solo Dios en Tres
Personas.
A la luz de lo dicho se sigue que para los cristianos el único Dios verdadero es Aquél
que se manifestó en Jesucristo, Hijo de Dios, alrededor de dos mil años después de
Abrahán, y que reveló la esencia más íntima y peculiar de la naturaleza divina: Tres
Personas en una sola Naturaleza: Padre, Hijo y Espíritu Santo, esto es, la Santísima
Trinidad, inconcebible para los Judíos, blasfemada por los musulmanes.
Aquel Jesucristo que se encarnó en el seno de la Virgen María, que dio pruebas de su
divinidad, que habló de Dios como Padre, que lo dio a conocer como Amor,
identificándose con el Hijo hasta tal punto que también el Hijo vino a la tierra por
Amor, y sólo por Amor dio su vida por los hombres. Aquel Cristo que resucitó y que
prometió también para nosotros la resurrección de entre los muertos es un hecho
histórico, real, maravilloso, cuanto menos asombroso, que exige de cada uno de
nosotros un preciso y consciente acto de fe, ya que no estamos ante un sistema
religioso entre otros que prevé verdades en las que creer y ritos que celebrar, sino que
nos encontramos ante una Persona Divina, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero
Hombre.
Por ello, quien adora a Jesucristo adora también a Dios y quien no adora a Jesucristo
no adora a Dios en absoluto.
¡He aquí por qué manipular la figura de Cristo es un “deicidio”, un grave pecado contra
el Espíritu Santo, que podría tener consecuencias terribles para toda la humanidad! Si
se excluye a Jesucristo, o si se le considera sólo un Profeta, o se confunde con otras
divinidades, se hace vana la misma Redención, todo el Nuevo Testamento, el Amor
divino, el Espíritu Santo, la Santísima Trinidad, se excluye la Iglesia por Él querida, el
Sacerdocio, los Sacramentos, en resumen, se excluye al mismo Dios. Y sin Dios el
hombre se pierde a sí mismo.
Para concluir tomemos como punto de referencia el “Prólogo del Evangelio de San
Juan” cap. 1, 9-14, que reproduzco: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo
hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el
mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo
recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no
han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido
de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…” Se evidencia claramente
que son hijos de Dos sólo aquellos que “han nacido de Dios” y no de la carne. ¿Cómo?
Por medio del Bautismo. ¡¡¡Clarísimo!!!
Ps
____
[i] Robert Spencer, Guida all’Islam e alle crociate. Tutto ciò que sapete sull’Islam e
le crociate è falso. Ed. Lindau, 2008.
[ii] Stanley L. Jaki, Gesù, Islam, Scienza, Ed. Fede & Cultura, 2009.
[iii] Para ulteriores profundizaciones es útil el opúsculo “Islam e Cristianesimo” de la
Conferencia episcopal de Emilia Romagna (Italia), ed. Dehoniane, Bologna.
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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