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El 28 de julio de 1914, una guerra irrumpió en Europa. Sus dimensiones eclipsaron todo
antes de esta. Muchos adventistas vieron el estallido de la “Gran Guerra” como una señal
del fin del mundo. Antes de esta, varios adventistas habían prestado servicio militar, pero se
negaron a llevar a cabo sus deberes en Sábado, con el riesgo de sufrir penas severas. Ahora,
el hecho de negarse a tomar armas o participar en el programa de inmunización militar es
considerado por otros adventistas como parte de la preparación del regreso inminente de
Jesús.
Hoy, admitimos y reconocemos que durante estas disputas, nuestros Padres no actuaron con
el espíritu de amor y reconciliación demostrado por Jesús. Debido a la preocupación por la
supervivencia de la denominación en Alemania, se dio un consejo que contradijo la Palabra
de Dios y condujo a una división y herida profunda. También reconocemos que la antigua
dirigencia adventista no cumplió adecuadamente con su responsabilidad con las
congregaciones. Acusaron injustamente a los miembros que los contradijeron de haber
“caído” de la verdad, e incluso en algunos casos individuales los hicieron perseguir de las
autoridades.
Durante las negociaciones con el Movimiento de Reforma llevadas a cabo del 21-23 de
junio, de 1920, en Friedensau, Alemania, el Pastor Arthur G. Daniells, entonces Presidente
de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, se opuso a la
declaración de la dirigencia de la Iglesia Alemana con respecto al servicio militar y
enfatizó, “No deberíamos haber hecho tal declaración”. En la reunión convocada por dicho
Pastor, realizada inmediatamente después de las negociaciones en Friedensau, aquellos
responsables por los documentos revocaron sus declaraciones como “erróneas”. El 2 de
enero de 1923, expresaron nuevamente su arrepentimiento y manifestaron “que dichos
documentos nunca habían sido publicados”.
Aunque ninguno de los involucrados se encuentra con vida, pedimos perdón por nuestros
fracasos a los descendientes y familiares de los dos grupos aún existentes del Movimiento
de Reforma. A partir de estas experiencias dolorosas hemos aprendido que los hijos de Dios
son llamados a ser pacificadores y a rechazar todo tipo de violencia contra el inocente.
Creemos que los discípulos de Jesús son fieles a las afirmaciones de las Santas Escrituras
cuando actúan como embajadores de paz y de reconciliación.