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Víctor Hugo Espinoza Trejo. Plaza Cosei-UAM Azcapotzalco. 19 de septiembre de 2018.

13:16

Reporte de campo
La realización de un mega simulacro a nivel nacional era conocida desde unas semanas
previas. ¿El motivo? La conmemoración de dos terremotos ocurridos el mismo día, pero de
diferentes años; el primero en 1985, el segundo hace apenas un año.

Alrededor de las 13:10 de ese día, me encontraba saliendo de la oficina donde pretendía
hacer el trámite para la emisión de mi credencial, ubicada en el edificio T. Al salir, me
percate de una considerable cantidad de alumnos que se encontraban en la plaza principal
de la Unidad Azcapotzalco. Todos parecían adelantarse a lo que ya sabían que ocurriría.

Pasadas las 13:16 hrs el sonido de la alerta sísmica comenzó y los compañeros que ya se
encontraban en la plaza permanecieron ahí sin atender las medidas de protección civil:
algunos sentados, otros de pie, pero donde NO deberían, unos cuantos más al centro de la
misma e incluso una cantidad de alumnos nada despreciable, continuaron formados en la
fila de la cafetería, dándole prioridad a su lugar en la fila antes que al ejercicio de simulación.

Durante la alerta la plaza continuó llenándose con la gente que iba saliendo de los edificios
que están a la redonda pero que, a su vez, se ubicaba en los espacios no designados para
un evento de ese tipo.

La alerta paró y con ello vino la primera indicación de Protección Civil. La indicación era clara
e invitaba a la comunidad a permanecer en los puntos de reunión y esperar las próximas
indicaciones, las autoridades se encontraban haciendo una revisión de las instalaciones de
la universidad. No obstante, parecía que para la mayoría la instrucción era resguardarse del
sol bajo algún árbol o bajo la sombra de un edificio o, en el peor de los casos, ver la manera
de burlar a los brigadistas de Protección Civil para continuar caminando entre los edificios
como si nada pasará.

El tiempo pasó y con él la segunda indicación que solicitaba básicamente lo mismo que la
anterior: permanecer en los puntos de reunión y esperar indicaciones. Lo anterior sin duda
motivó la desesperación entre la comunidad que le estaba dando poca seriedad al
simulacro.

Para este punto, el brigadista de PC que yo tenía identificado se había desplazado hacia la
otra plaza, situación que fue aprovechada por los compañeros que buscaban seguir con sus
actividades. A lo lejos, una persona que al parecer era del servicio médico les solicitaba que
respetaran las indicaciones lo que a su vez motivó a una mujer de aproximadamente 40
años a “ponerse la camiseta” y comenzar a recordar a los alumnos que nos encontrábamos
en un simulacro y que se tenía que seguir el protocolo. Sin duda, la mejor parte de la
actividad.
La tercera indicación llegó, invitándonos a todos a continuar con las actividades normales
puesto que la revisión había concluido y se había determinado que era seguro regresar a
las instalaciones.
Al final, desde mi punto de vista, los resultados del simulacro no fueron positivos. El hecho
de saber que se trataba de un ejercicio de simulación más que ser tomado como una
oportunidad para mejorar nuestra capacidad de reacción, fue tomado como una actividad
a la que prácticamente estábamos obligados y que, para algunos, se tornó tediosa. Aunado
a lo anterior, la evidente deficiencia en la comunicación de las brigadas de PC complicó
hasta cierto punto la asertividad de dicho ejercicio.

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