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PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA

Clemente no nació en Egipto como muchos han creído, sino en Atenas según narra el historiador
Epifanio Escolástico (historiador del siglo VI) hacia el año 150. Tal información parece reforzada
al constatar que Clemente contaba con una habilidad avanzada para escribir en griego clásico.
Según los historiadores, los padres de Clemente de Alejandría eran paganos adinerados, de clase
social alta. Clemente recibió una buena educación como se nota por el hecho de que a menudo
hace referencia a poetas y filósofos griegos en sus obras. Viajó por Grecia, Italia, Palestina y
finalmente Egipto, en busca de maestros cristianos. Al final llegó a Alejandría, la «ciudad
símbolo» de ese cruce de diferentes culturas que se da en el helenismo.

Clemente fue alumno de Panteno —en quien reconocería haber encontrado el mejor de sus
maestros—, administrador de la escuela catequística de Alejandría. Cuando Panteno murió,
Clemente fue su sucesor y por lo tanto tomó las riendas de dicha escuela. Uno de los estudiantes
más famosos al cual educó Clemente fue Orígenes. Numerosas fuentes atestiguan que fue
ordenado presbítero. Durante la persecución de Septimio Severo, en 202-203, Clemente
abandona Alejandría y tuvo que buscar refugio en Cesarea junto al obispo Alejandro, quien era
obispo de Flaviada en Capadocia (Alejandro se convertiría luego en el obispo de Jerusalén).
Clemente murió poco antes del 215 (vivió en Capadocia esos últimos años).

La amplia cultura pagana de Clemente no fue borrada por su encuentro con el cristianismo. Los
filósofos gentiles, Platón en especial, se hallaban según él en el camino recto para encontrar a
Dios; aunque la plenitud del conocimiento y por tanto de la salvación la ha traído el Logos,
Jesucristo, que llama a todos para que le sigan. Éste es el tema del primero de sus escritos, el
Protréptico o «exhortación», una invitación a la conversión.

A los que se deciden a seguir a Cristo, Clemente dedica la segunda de sus obras, el Pedagogo, el
«preceptor». Trata de la obra educadora y de situaciones de la vida ordinaria en Alejandría. Esta
misma idea aparecerá en su tratado Quis dives salvetur, «quién es el rico que se salvará», una
homilía que comenta la escena evangélica del joven rico.

Escribió también unos Stromata, o «tapices», donde va tratando temas variados con los que
Clemente quiere crear inquietudes religiosas en el gentil.

ORÍGENES DE ALEJANDRÍA

Hijo de Leónidas de Alejandría, nació en Alejandría y fue discípulo de Clemente de Alejandría y


de Ammonio Saccas. Orígenes enseñó el cristianismo a paganos y cristianos. Viajó a Palestina en
el año 216, tras ser invitado a dar conferencias sobre las escrituras, pues se caracterizaba por su
gran erudición, llegando a ser un gran exégeta.

Nombrado profesor de catecúmenos y director de la escuela teológica de Alejandría, disfrutó de


un periodo de creatividad hasta su enfrentamiento con el obispo local, Demetrio, que lo llevó a
exiliarse a Cesarea de Palestina. Según Eusebio y Focio, la causa de este enfrentamiento fue la
ordenación sacerdotal que Orígenes recibió en Cesarea, sin conocimiento de Demetrio, por
parte de Teoctisto de Cesarea y Alejandro de Jerusalén.

Hay que tener en cuenta que, según las ideas de la época, Orígenes no podía recibir las órdenes
por ser eunuco, ya que se castró él mismo en su juventud, en un arrebato de ascetismo.
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En el año 248 escribió ocho libros Contra Celso para refutar las tesis del filósofo griego. En el año
250 fue encarcelado durante las persecuciones emprendidas por el emperador Decio. Fue
sometido a tortura durante un año y murió cuatro años después como consecuencia del
maltrato sufrido.

AGUSTÍN DE HIPONA

San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste en la actual Souk Ahras Argelia, pequeña
ciudad de Numidia en el norte de África, que por entonces integraba el Imperio romano. Su
padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano y su madre, la futura Santa Mónica,
es puesta por la Iglesia como ejemplo de mujer cristiana, de piedad y bondad probadas, madre
abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún bajo las circunstancias más
adversas. Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo
el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en
medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo "el hijo de las
lágrimas de su madre". En Tagaste, Agustín comenzó sus estudios básicos, posteriormente su
padre lo envió a Madaura a realizar estudios de gramática.

Agustín se destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura,
especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron como
escenario Madaura y Cartago, donde se especializó en gramática y retórica. Durante sus años
de estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo,
gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos
primeros años de su juventud. Durante su estancia en Cartago mostró su genio retórico y
sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar por sus
pasiones, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó sus estudios,
especialmente los de filosofía. Años después, el mismo Agustín hizo una fuerte crítica sobre esta
etapa de su juventud en su libro Confesiones.

A los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente de Agustín el


espíritu de especulación y así se dedicó de lleno al estudio de la filosofía, ciencia en la que
sobresalió. Durante esta época el joven Agustín conoció a una mujer con la que mantuvo una
relación estable de catorce años y con la cual tuvo un hijo: Adeodato.

En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasó de una escuela


filosófica a otra sin que encontrara en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes.
Finalmente abrazó el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según
el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente, decepcionado, la
abandonó al considerar que era una doctrina simplista que apoyaba la pasividad del bien ante
el mal.

CONCILIIO DE NICEA

El concilio de Nicea I (o Primer concilio de Nicea) fue un sínodo de obispos cristianos que tuvo
lugar entre el 20 de mayo y el 19 de junio de 325 en la ciudad de Nicea de Bitinia en el Imperio
romano. Esta ciudad hoy es llamada en turco İznik y forma parte de la provincia de Bursa en
Turquía. Fue convocado por el emperador romano Constantino I y es considerado el primer
concilio ecuménico por las Iglesias que se reconocen católicas y por algunas Iglesias
protestantes. Se supone que fue presidido por el obispo Osio de Córdoba, de quien se cree que
era uno de los legados del papa.
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Sus principales logros fueron el arreglo de la cuestión cristológica de la naturaleza del Hijo de
Dios y su relación con Dios Padre, la construcción de la primera parte del Símbolo niceno
(primera doctrina cristiana uniforme), el establecimiento del cumplimiento uniforme de la fecha
de la Pascua, y la promulgación del primer derecho canónico.

Uno de los propósitos del concilio fue resolver los desacuerdos surgidos dentro de la Iglesia de
Alejandría sobre la naturaleza del Hijo en su relación con el Padre: en particular, si el Hijo había
sido "engendrado" por el Padre desde su propio ser, y por lo tanto no tenía principio, o bien
creado de la nada, y por lo tanto tenía un principio. Alejandro de Alejandría y su discípulo y
sucesor Atanasio de Alejandría tomaron la primera posición, mientras que el popular presbítero
Arrio, de quien procede el término arrianismo, tomó la segunda. En aquellos momentos esa era
la cuestión principal que dividía a los cristianos. Alejandro y Atanasio defendían que Jesús tenía
una doble naturaleza, humana y divina, y que por tanto Cristo era verdadero Dios y verdadero
hombre; en cambio, Arrio y el obispo Eusebio de Nicomedia afirmaban que Cristo había sido la
primera creación de Dios antes del inicio de los tiempos, pero que, habiendo sido creado, no era
Dios mismo.

CONCILIO DE CONSTANTINOPLA

Tras la celebración en 325 del Concilio de Nicea en el que se condenó como herético el
arrianismo, doctrina que negaba la divinidad de Jesucristo, este resurgió con fuerza en la propia
Constantinopla gracias al apoyo de su obispo, Eusebio de Nicomedia, quien logró convencer a
los sucesores del emperador Constantino para que apoyaran el arrianismo y rechazaran la línea
ortodoxa aprobada en Nicea y sustituyeran a los obispos nicenos por obispos arrianos en las
sedes episcopales de Oriente.

Además había surgido una nueva doctrina defendida por Macedonio de Constantinopla que,
aunque afirmaba la divinidad de Jesucristo, se la negaba al Espíritu Santo y que es conocida
como herejía Macedonia o Pneumatómaca.

Esta situación era la que se encontró Teodosio I cuando, en 379, subió al trono del Imperio
Romano de Oriente (solo desde el 15 de mayo de 392 será emperador también del Occidente).
Teodosio decidió entonces convocar el primero de los concilios que habrían de celebrarse en
Constantinopla para solucionar las controversias doctrinales que amenazaban la unidad de la
Iglesia.

El concilio se inició bajo la presidencia del obispo Melecio de Antioquía y con la asistencia de 150
obispos de las diócesis orientales, ya que el concilio era sólo del Imperio de Oriente y así no se
convocó a los obispos occidentales, entre ellos al papa Dámaso I. Entre sus principales
participantes destacaron algunos de los llamados "Padres Capadocios": Gregorio Niseno y
Gregorio Nacianceno. Este último fue designado por el propio concilio como obispo de
Constantinopla y, tras la muerte de Melecio, pasó a presidir el mismo hasta su dimisión y
sustitución por Nectario.

La gran medida adoptada por el Primer Concilio de Constantinopla fue la revisión del Credo
niceno, también añadiendo otros artículos. El nuevo credo pasó a denominarse Credo niceno-
constantinopolitano.
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Se declaró la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo: (Creemos ... en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe
una misma adoración y gloria, que habló por los profetas).

Con este añadido, se fijaba la ortodoxia de la Iglesia afirmando la divinidad tanto del Hijo (contra
los arrianos) como del Espíritu Santo (contra los pneumatómacos).

CONCILIO DE HIPONA

El Concilio de Hipona fue un concilio de la Iglesia Católica reunido en el año 383, en el que ésta
decidió el canon o lista oficial de los libros que integran la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento),
según la lista que había sido propuesta en el Sínodo de Laodicea (363) y por el Papa Dámaso I
en el año 382.

La Biblia cristiana tenía 73 libros: 46 en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo Testamento,


que quedaron reafirmados en el concilio debido a las dudas generadas en el siglo III debido a la
inclusión de los así llamados "deuterocanónicos". Las causas fueron las discusiones con los judíos
que sólo utilizaban los libros proto-canónicos. Algunos Padres de la Iglesia hicieron notar estas
dudas en sus escritos —por ejemplo Atanasio (373), Cirilo de Jerusalén (386), Gregorio
Nacianceno (389)—, mientras otros mantuvieron como inspirados también los
deuterocanónicos —por ejemplo Basilio (379), Agustín (430) y León Magno (461).

El Concilio de Hipona en 393 reafirmó el canon establecido por el Papa Dámaso I.

Canon 36, 393 d.de C. Concilio de Hipona. "Se ha decidido que fuera de las Escrituras canónicas,
nada se lea en la Iglesia bajo el nombre de Escrituras divinas. Ahora bien, las Escrituras canónicas
son: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, hijo de Nun, Jueces, Rut, cuatro
libros de los Reyes (I Samuel, II Samuel, I Reyes, II Reyes), dos libros de los Paralipómenos (I
Crónicas, II Crónicas), Job, Salmos de David, cinco libros de Salomón (Proverbios, Eclesiastés,
Cantar de los Cantares, Sabiduría, Libro del Eclesiástico), doce libros de los profetas,1 Isaías,
Jeremías,2 Daniel, Ezequiel, Libro de Tobías, Judit, Ester, dos libros de Esdras, dos libros de los
Macabeos (I Macabeos, II Macabeos). (Canon 36, 393 d. de C.)

Aproximadamente en este tiempo, San Jerónimo comenzó a utilizar el texto hebreo para su
traducción del Antiguo Testamento a la Vulgata en Latín.

LA EDAD MEDIA

La Edad Media, Medievo o Medioevo es el período histórico de la civilización occidental


comprendido entre el siglo v y el xv. Convencionalmente, su inicio es situado en el año 476 con
la caída del Imperio romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América, o
en 1453 con la caída del Imperio bizantino, fecha que tiene la singularidad de coincidir con la
invención de la imprenta —publicación de la Biblia de Gutenberg— y con el fin de la guerra de
los Cien Años.

A día de hoy, los historiadores del período prefieren matizar esta ruptura entre Antigüedad y
Edad Media de manera que entre los siglos iii y viii se suele hablar de Antigüedad Tardía, que
habría sido una gran etapa de transición en todos los ámbitos: en lo económico, para la
sustitución del modo de producción esclavista por el modo de producción feudal; en lo social,
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para la desaparición del concepto de ciudadanía romana y la definición de los estamentos


medievales, en lo político para la descomposición de las estructuras centralizadas del Imperio
romano que dio paso a una dispersión del poder; y en lo ideológico y cultural para la absorción
y sustitución de la cultura clásica por las teocéntricas culturas cristiana o islámica (cada una en
su espacio).

Suele dividirse en dos grandes períodos: Temprana o Alta Edad Media (ss. v-x, sin una clara
diferenciación con la Antigüedad Tardía); y Baja Edad Media (ss. xi-xv), que a su vez puede
dividirse en un periodo de plenitud, la Plena Edad Media (ss. xi-xiii), y los dos últimos siglos que
presenciaron la crisis del siglo xiv.

Aunque hay algunos ejemplos de utilización el concepto de Edad Media nació como la segunda
edad de la división tradicional del tiempo histórico debida a Cristóbal Cellarius quien la
consideraba un tiempo intermedio, sin apenas valor por sí mismo, entre la Edad Antigua
identificada con el arte y la cultura de la civilización grecorromana de la Antigüedad clásica y la
renovación cultural de la Edad Moderna que comienza con el Renacimiento y el Humanismo. La
popularización de este esquema ha perpetuado un preconcepto erróneo: el de considerar a la
Edad Media como una época oscura, sumida en el retroceso intelectual y cultural, y un
aletargamiento social y económico secular (que a su vez se asocia con el feudalismo en sus
rasgos más oscurantistas, tal como se definió por los revolucionarios que combatieron el Antiguo
Régimen). Sería un periodo dominado por el aislamiento, la ignorancia, la teocracia, la
superstición y el miedo milenarista alimentado por la inseguridad endémica, la violencia y la
brutalidad de guerras e invasiones constantes y epidemias apocalípticas.

Sin embargo, en este largo período de mil años hubo todo tipo de hechos y procesos muy
diferentes entre sí, diferenciados temporal y geográficamente, respondiendo tanto a influencias
mutuas con otras civilizaciones y espacios como a dinámicas internas. Muchos de ellos tuvieron
una gran proyección hacia el futuro, entre otros los que sentaron las bases del desarrollo de la
posterior expansión europea, y el desarrollo de los agentes sociales que desarrollaron una
sociedad estamental de base predominantemente rural pero que presenció el nacimiento de
una incipiente vida urbana y una burguesía que con el tiempo desarrollarán el capitalismo. Lejos
de ser una época inmovilista, la Edad Media, que había comenzado con migraciones de pueblos
enteros, y continuado con grandes procesos repobladores (Repoblación en la Península Ibérica,
Ostsiedlung en Europa Oriental) vio cómo en sus últimos siglos los antiguos caminos (muchos de
ellos vías romanas decaídas) se reparaban y modernizaban con airosos puentes, y se llenaban
de toda clase de viajeros (guerreros, peregrinos, mercaderes, estudiantes, goliardos, etc.)
encarnando la metáfora espiritual de la vida como un viaje (homo viator).

También surgieron en la Edad Media formas políticas nuevas, que van desde el califato islámico
a los poderes universales de la cristiandad latina (Pontificado e Imperio) o el Imperio bizantino
y los reinos eslavos integrados en la cristiandad oriental (aculturación y evangelización de Cirilo
y Metodio); y en menor escala, todo tipo de ciudades estado, desde las pequeñas ciudades
episcopales alemanas hasta repúblicas que mantuvieron imperios marítimos como Venecia;
dejando en la mitad de la escala a la que tuvo mayor proyección futura: las monarquías feudales,
que transformadas en monarquías autoritarias prefiguran el estado moderno.

De hecho, todos los conceptos asociados a lo que se ha venido en llamar modernidad aparecen
en la Edad Media, en sus aspectos intelectuales con la misma crisis de la escolástica. Ninguno de
ellos sería entendible sin el propio feudalismo, se entienda este como modo de producción
(basado en las relaciones sociales de producción en torno a la tierra del feudo) o como sistema
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político (basado en las relaciones personales de poder en torno a la institución del vasallaje),
según las distintas interpretaciones historiográficas.

El choque de civilizaciones entre cristianismo e islamismo, manifestado en la ruptura de la


unidad del Mediterráneo, la Reconquista española y las Cruzadas; tuvo también su parte de fértil
intercambio cultural (escuela de Traductores de Toledo, Escuela Médica Salernitana) que amplió
los horizontes intelectuales de Europa, hasta entonces limitada a los restos de la cultura clásica
salvados por el monacato altomedieval y adaptados al cristianismo.

LA MODERNIDAD

La Modernidad es una categoría que hace referencia a los procesos sociales e históricos que
tienen sus orígenes en Europa Occidental a partir de la emergencia ocasionada desde el
Renacimiento. El movimiento propone que cada ciudadano tenga sus metas según su propia
voluntad. Esta se alcanza de una manera lógica y racional, es decir, sistemáticamente dándole
sentido a la vida. Por cuestiones de manejo político y de poder se trata de imponer la lógica y la
razón, negándose a la práctica los valores tradicionales o impuestos por la autoridad.

La Modernidad es un periodo que principalmente antepone la razón sobre la religión. Se crean


instituciones estatales que buscan que el control social esté limitado por una constitución y la
vez se garantizan y protegen las libertades y derechos de todos como ciudadanos. Surgen nuevas
clases sociales que permiten la prosperidad de cierto grupo poblacional y de la marginalidad de
otro. Se industrializa la producción para aumentar la productividad y su economía; y, finalmente,
es una etapa de actualización y cambio permanente.

La Modernidad es similar al concepto kantiano de Ilustración (la «mayoría de edad» del


individuo, que ejerce su razón de forma autónoma: el Sapere aude), y antes que éste al
antropocentrismo humanista del Renacimiento. Fue muy significativo, para entender la
diferente concepción de lo nuevo entre la Edad Media y la Edad Moderna, y el debate de los
antiguos y los modernos.

La modernidad es un cambio ontológico del modo de regulación de la reproducción social


basado en una transformación del sentido temporal de la legitimidad. En la modernidad el
porvenir reemplaza al pasado y racionaliza el juicio de la acción asociada a los hombres. La
modernidad es la posibilidad política reflexiva de cambiar las reglas del juego de la vida social.
La modernidad es también el conjunto de las condiciones históricas materiales que permiten
pensar la emancipación conjunta de las tradiciones, las doctrinas o las ideologías heredadas, y
no problematizadas por una cultura tradicional.

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La Revolución Industrial o Primera Revolución Industrial es el proceso de transformación


económica, social y tecnológica que se inició en la segunda mitad del siglo XVIII en el Reino de
Gran Bretaña, que se extendió unas décadas después a gran parte de Europa occidental y
Norteamérica, y que concluyó entre 1820 y 1840. Durante este periodo se vivió el mayor
conjunto de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales de la historia de la
humanidad desde el Neolítico, que vio el paso desde una economía rural basada
fundamentalmente en la agricultura y el comercio a una economía de carácter urbano,
industrializada y mecanizada.
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La Revolución Industrial marca un punto de inflexión en la historia, modificando e influenciando


todos los aspectos de la vida cotidiana de una u otra manera. La producción tanto agrícola como
de la naciente industria se multiplicó a la vez que disminuía el tiempo de producción. A partir de
1800 la riqueza y la renta per cápita se multiplicó como no lo había hecho nunca en la historia,
pues hasta entonces el PIB per cápita se había mantenido prácticamente estancado durante
siglos.

A partir de este momento se inició una transición que acabaría con siglos de una mano de obra
basada en el trabajo manual y el uso de la tracción animal siendo estos sustituidos por
maquinaria para la fabricación industrial y el transporte de mercancías y pasajeros. Esta
transición se inició a finales del siglo XVIII en la industria textil y la extracción y utilización de
carbón. La expansión del comercio fue posible gracias al desarrollo de las comunicaciones con
la construcción de vías férreas, canales o carreteras. El paso de una economía
fundamentalmente agrícola a una economía industrial influyó sobremanera en la población, que
experimentó un rápido crecimiento sobre todo en el ámbito urbano. La introducción de la
máquina de vapor de James Watt en las distintas industrias fue el paso definitivo en el éxito de
esta revolución, pues su uso significó un aumento espectacular de la capacidad de producción.
Más tarde el desarrollo de los barcos y ferrocarriles a vapor así como el desarrollo en la segunda
mitad del XIX del motor de combustión interna y la energía eléctrica supusieron un progreso
tecnológico sin precedentes. Como consecuencia del desarrollo industrial nacieron nuevos
grupos o clases sociales encabezadas por el proletariado —los trabajadores industriales y
campesinos pobres— y la burguesía, dueña de los medios de producción y poseedora de la
mayor parte de la renta y el capital. Esta nueva división social dio pie al desarrollo de problemas
sociales y laborales, protestas populares y nuevas ideologías que propugnaban y demandaban
una mejora de las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas, por la vía del
sindicalismo, el socialismo, el anarquismo, o el comunismo.

RERUM NOVARUM

Rerum novarum (latín: «De las cosas nuevas» o «De los cambios políticos») es la primera
encíclica social de la Iglesia católica. Fue promulgada por el papa Leon XIII el viernes 15 de mayo
de 1891. Fue una carta abierta dirigida a todos los obispos y catedráticos, que versaba sobre las
condiciones de las clases trabajadoras. En ella, el papa dejaba patente su apoyo al derecho
laboral de «formar uniones o sindicatos», pero también se reafirmaba en su apoyo al derecho
de la propiedad privada. Además discutía sobre las relaciones entre el gobierno, las empresas,
los trabajadores y la Iglesia, proponiendo una organización socioeconómica que más tarde se
llamaría distributismo.

Aun cuando se ha debatido sobre sus posiciones o declaraciones particulares, es claro que este
trabajo fue notable como resumen de muchos asuntos planteados por la Revolución Industrial,
por el creciente problema obrero y las sociedades democráticas modernas. Con esta encíclica la
Iglesia pretendió, entre otras cosas, paralizar la «descristianización» de las masas trabajadoras,
en un período en el cual la credibilidad de la Iglesia se veía disminuida debido a que los sectores
populares de la cristiandad e incluso del clero, se inclinaban por las ideas revolucionarias o que
las soluciones vendrían de las acciones conjuntas de la Iglesia, del estado, el patrón y los
trabajadores. Precisó los principios para buscar la justicia social en la economía y la industria. Se
acepta generalmente que la encíclica Rerum Novarum es la carta de fundación de la democracia
cristiana y una pieza clave de la doctrina social de la Iglesia.

La Encíclica que defendió a los trabajadores


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El 15 de mayo de 1891, el Papa León XIII lanzaba una encíclica con el nombre de “Rerum
Novarum”. Ante la terrible explotación laboral de los obreros, la Iglesia no podía quedarse
parada. Su respuesta fue un documento en donde explicaba cómo estaba la situación obrera, y
defendiendo la justicia y a los trabajadores. La solución que daba, pasaba por que el Estado, la
Iglesia, el trabajador y el empresario tenían que trabajar juntos. “La Carta Magna del Trabajo”
tuvo una gran influencia

Una encíclica es una carta que dirige el Papa a obispos o fieles en donde expone la doctrina de
la Iglesia en puntos concretos. Y una de las más importantes de la Historia es la que comienza
con las palabras Rerum Novarum, lanzada por el Papa León XIII el 15 de mayo de 1891. ¿Dónde
reside su importancia?

Antes de nada, situémonos en la época. Estamos en plena Revolución Industrial, lo que supuso
un cambio brutal en la sociedad, sobre todo para los trabajadores. La cuestión obrera fue un
drama muy doloroso debido a que la tecnología relegó al trabajador a la categoría de máquina.
El más fuerte ganaba, a costa siempre del débil. Al final la clase trabajadora sufrió una
explotación muy grande, y claro, terminó protestando y creando malestar social.

La Iglesia no podía hacer oídos sordos ante unos derechos humanos que estaban siendo
pisoteados. Al principio, su postura ante este problema se limitó sobre todo a las ayudas
caritativas. Pero el Papa León XIII decidió mojarse con la encíclica Rerum novarum. Ya no se
trataba sólo de caridad, sino de justicia. “Es inhumano abusar de los hombres, como si fueran
cosas, para sacar provecho de ellos”, dice.

Este texto describe en 42 puntos en qué condiciones vivían los sufridos trabajadores, defiende
el derecho a la propiedad privada y rebate las, para ellos falsas, teorías del socialismo
(recordemos: sólo existe la clase trabajadora, un gobierno basado en la igualdad absoluta...).

¿Cuál es el remedio que propone el Papa? Dice que la Iglesia, el Estado, el empresario y el
trabajador tienen que trabajar juntos. La Iglesia debe interesarse por los aspectos religiosos y
morales; el Estado tiene que intervenir para que haya Justicia; y los trabajadores y empresarios
deben organizar asociaciones que les protejan (sindicatos). Y todo esto lo expone la Encíclica
con mucho detalle. Han dicho que es el mejor documento escrito sobre el tema.

CENTESIMUS ANNUS

Cien años después de la encíclica Rerum Novarum y tras la conclusión, con el ocaso del
marxismo, de un ciclo en la historia de Europa y del mundo, Juan Pablo II es testigo de las
amenazas de guerra, de la pobreza creciente, de los regionalismos y los bloques de naciones.
Los políticos y analistas cristianos se preocupan por el poco cambio moral en un siglo.

Veían el crecimiento de los problemas antiguos, pero también se añadían unos nuevos
provenientes de las cosas nuevas que emergen en el umbral del tercer milenio. En los últimos
años se creía que el mercado libre bastaría por sí solo para fundar una civilización digna del
hombre. Se preguntaban, pues sobre qué modelo seguir, ¿Qué diría la Iglesia?

La Iglesia no tiene un modelo económico que proponer. Pero ofrece, como orientación ideal e
indispensable, la propia doctrina social, la cual (...) reconoce la positividad del mercado y de la
empresa, pero al mismo tiempo indica que éstos han de estar orientados hacia el bien común.

El hombre mismo es el principal factor de la producción: en él se funda la riqueza de las naciones


más que en los recursos naturales. También se afirma de un modo nuevo que la contribución
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auténtica de la Iglesia en el campo social se realiza en el corazón del hombre. Es así como la
Iglesia promueve los comportamientos humanos que favorecen la cultura de la paz, del
desarrollo y de la solidaridad. Se señala que para construir una sociedad más justa y digna del
hombre es necesario un compromiso de servicio en los órdenes político, económico, social y
cultural.

El compromiso decisivo debe provenir del mismo corazón del hombre, de la intimidad de su
conciencia.

Sólo así podrá el hombre cambiarse a sí mismo y contribuir a la mejora de toda la sociedad. Da
una mirada retrospectiva hacia la Rerum Novarum , las cosas nuevas que hoy nos rodean, y mira
al futuro hacia el tercer milenio de la era cristiana.

Esto se nota con un gozo que se va dando en diálogo con la pobreza, la desigualdad social, y los
conflictos.

Un ejemplo de éxito de la voluntad de negociación y del espíritu evangélico contra un adversario


decidido a no dejarse condicionar por principios morales. Esto es, a la vez, una amonestación
para cuantos, en nombre del realismo político, quieren eliminar del ruedo de la política, el
derecho y la moral. La causa primordial del hundimiento del comunismo fue el vacío espiritual
provocado por el ateísmo, que finalmente destruyó toda esperanza en el sistema. El marxismo
había prometido desenraizar del corazón humano la necesidad de Dios; pero los resultados han
demostrado que no es posible lograrlo sin trastocar ese mismo corazón.

La lectura de Centessimus Annus hace 13 años no nos ofrece un modelo a seguir que justifique
los modelos liberales y sociales de hoy. No esperamos que la Iglesia nos de recetas para curar
todos los males del mundo actual. Nosotros somos quienes debemos actuar para inyectar en la
empresa y en la sociedad el respeto a la dignidad de la persona. Los empresarios, por el lugar
privilegiado que poseen, tienen mayor obligación de mirar por aquellos que menos tienen,
fomentar más espacios de trabajo digno, cooperar con el Estado y sociedades intermedias para
la construcción de una sociedad más justa.

También hoy está vigente la exhortación a vivir una unidad de vida, a ser hombres y mujeres
íntegros, a ser valientes con una sólida formación intelectual y espiritual, que sepan dar ejemplo
de caridad, justicia, respeto, pero sobre todo de unidad, para combatir el vacío espiritual que ha
provocado el ateísmo práctico de hoy.

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