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Reedición por Ediciones Imaginarias. Invierno 2018

Piratea, copia y difunde como contribución a la gue-


rra en curso. Ningún derecho reservado. Que las
ideas no se vean limitadas por los muros de la lega-
lidad.

“Las palabras son de quien las utiliza hasta que


otro las vuelva a robar”

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El problema de la cabeza
y otros textos

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4
Índice

El problema de la cabeza /7
Tres consignas / 13
Ir a las masas en vez de partir de sí / 15
Para ser totalmente claros / 17
Las momias / 19
Las razones para la operación y aquellas
de la derrota / 20
La vanguardia como sujeto y
representación / 23
La vanguardia como reacción / 27
La «oscura intimidad del hueco del zapato» / 31
La cuestión del cómo / 33
El mundo-ya-no-mundo / 35
¡Trata de estar presente! / 37
La museificación del mundo / 39
Realización de la vanguardia / 41
Epilogo / 43

¿Cómo hacer? / 47

Ma noi ci saremo / 71
Tesis (como una canción infantil) / 75

Notas sobre lo local / 91

Última advertencia para el Partido Imaginario


concerniente al espacio público / 97

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El problema de la
cabeza*

* En junio de 2000, el museo de Bassano del Grappa (Venecia)


organizaba una especie de retrospectiva histérica de todo lo que la
segunda mitad del siglo XX había podido contar como vanguar-
dismo confuso, desde la poesía nuclear hasta Luther Blissett, pa-
sando por el letrismo y Fluxus. Un coloquio previo, sibilinamente
titulado "Facticidad del arte", debía dar a esta manifiestación una
manera de justificación ideológica. Una joven mujer hizo entonces
noticia, leyendo anónimamente el texto aquí reproducido. En me-
dio de la lectura, dos viejos vanguardistas italianos intentaron pro-
testar contra tamaña insolencia lanzada en la cara del museo como
en la suya, para finalmente salir con un gran alboroto, anunciando
que retirarían sus obras de esta inconcebible exposición.
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La democracia reposa sobre una neutraliza-
ción de antagonismos relativamente débiles y li-
bres; excluye toda condensación explosiva. […] La
única sociedad repleta de vida y de fuerza, la única
sociedad libre, es la sociedad bi o policéfala, que
ofrece a los antagonismos fundamentales de la vida
una salida explosiva constante, pero limitada a las
formas más ricas. La dualidad o la multiplicidad
de las cabezas tiende a realizar en un mismo movi-
miento el carácter acéfalo de la existencia, porque
el mismo principio de la cabeza es reducción a la
unidad, reducción del mundo a Dios.
Acéphale, n° 2-3, enero de 1937

Considero toda la gesta de las «vanguardias», en su


supuesta sucesión. De ésta se desprende un mandato, un
mandamiento. Un mandamiento que pide comprenderlas.
Las «vanguardias» exigen ser tratadas de una cierta manera;
y no creo que hayan sido nunca algo más, a final de cuen-
tas, que esta exigencia, y la sumisión a esta exigencia.
Escucho la historia de las Brigadas Rojas, de la Inter-
nacional Situacionista, del futurismo, del bolchevismo o
del surrealismo. Rechazo comprenderlas cerebralmente, y
levanto mi dedo en búsqueda de un contacto: no siento
nada. O más bien, sufro algo: la sensación de una intensidad
vacía.
Observo el desfile de las vanguardias: nunca dejaron
de agotarse en la tensión consigo mismas. Las hazañas, las
purgas, las grandes fechas, las rupturas estrepitosas, los de-

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bates de orientación, las campañas de agitación y las esci-
siones son los puntos de referencia que llevan a su fracaso.
Desgarrada entre el estado presente del mundo y su estado
final hacia el cual la vanguardia debe conducir al rebaño
humano, descuartizada en la sofocante tensión entre lo que
es y lo que debería ser, extraviada en la autoteatrilización or-
ganizacional de sí, en la contemplación verbal de su propia
potencia proyectada en el cielo de las masas y la Historia,
fallando constantemente para no vivir nada, si no es por la
mediación de la representación siempre-ya histórica de cada
uno de sus movimientos, la vanguardia gira alrededor de la
ignorancia de sí que la consume. Hasta que se colapsa, por
debajo de todo nacimiento, sin siquiera haber alcanzado su
propio comienzo. La pregunta más ingenua sobre las van-
guardias —la de saber a la vanguardia de qué, exactamente,
se considerarían— encuentra aquí su respuesta: las van-
guardias están primero que nada a la vanguardia de sí mis-
mas, persiguiéndose.
Hablo aquí como quien participa dentro del caos que
se desarrolla actualmente alrededor de Tiqqun. No diré «no-
sotros», ya que nadie podría, sin usurpación, hablar en
nombre de una aventura colectiva. Lo mejor que yo puedo
hacer es hablar anónimamente, no de sino en la experiencia
que hago. La vanguardia, en cualquier caso, no será tratada
como un demonio exterior del cual habría siempre que cui-
darse.
Existe, entonces, una comprensión vanguardista de
las «vanguardias», una gesta de las «vanguardias» que no es
en ningún momento distinta de la vanguardia misma. No
se explicaría, sin esto, que los artículos, estudios, ensayos y
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hagiografías de los que siguen siendo objeto puedan inva-
riablemente dejar la misma impresión de trabajo de se-
gunda mano, de especulación supletoria. Se trata entonces
de que se escribe sólo la historia de una historia, de que so-
bre aquello que se discurre es en este caso ya un discurso.
Cualquiera que haya sido seducido un día por una de
las vanguardias, cualquiera que haya sido colmado por su
leyenda autárquica, no ha dejado de experimentar, al con-
tacto de este o aquel profano, este vértigo: el grado de indi-
ferencia de la masa de los hombres con su sitio, el carácter
impenetrable de esta indiferencia y por debajo de todo esa
insolente felicidad que los no-iniciados osan, a pesar de
todo, manifestar en su ignorancia. Así, el vértigo del que
hablo no es lo que separa dos consciencias divergentes de
la realidad, sino dos estructuras distintas de la presencia —
una que reposa en sí misma, y otra que se encuentra como
suspendida en una infinita proyección más allá de sí.
Aquí se comprende que la vanguardia es un régimen
de subjetivación, y de ningún modo una realidad sustan-
cial.
Es inútil precisar que para caracterizar este régimen
de subjetivación, será necesario previamente extraerlo; y
que aquel que consienta con este desvío se expone a la pér-
dida de un gran número de encantamientos, y raramente
en ser parte de una melancolía sin retorno. Visto desde este
ángulo, en efecto, el universo brillante y virtuoso de las van-
guardias ofrece más bien el aspecto de una idealidad espec-
tral, de un montón maloliente de anteformas arrugadas.

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El que quiera encontrar algo aceptable en esta visión
deberá entonces colocarse en una especie de calculada in-
genuidad, bien hecha para disipar tan compactas brumas
de nada. A esta comprensión sensible de las vanguardias res-
ponde un abrupto sentimiento de nuestra común terrenali-
dad.

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Tres consignas

En todos los dominios, el régimen de subjetivación


vanguardista se señala por el recurso a una «consigna». La
consigna es el enunciado cuyo tema es la vanguardia.
«Transformar el mundo», «cambiar la vida» y «crear situa-
ciones» forman una trinidad, la trinidad más popular de en-
tre las consignas soltadas por la vanguardia durante más de
un siglo. Se podría remarcar con cierta mala voluntad que,
en el mismo intervalo, nadie más ha transformado el
mundo, cambiado la vida o creado situaciones nuevas
como la dominación mercantil en su devenir-imperial, es
decir, el enemigo declarado de las vanguardias; y que esto,
esta revolución permanente, el Imperio la ha llevado a cabo
la mayoría de las veces sin rodeos; pero descansando en eso,
uno se equivocaría de blanco. Lo que hay que observar es
más bien el inigualable poder de inhibición de estas consig-
nas, su terrible poder de sideración. En cada una de ellas, el
efecto dinámico esperado da vueltas de acuerdo con un
principio idéntico. La vanguardia exhorta al hombre-masa,
al Bloom, a tomar por objeto algo que siempre-ya le com-
prende —la situación, la vida, el mundo—, a colocar ante
sí lo que por esencia está alrededor de él, a afirmarse en
cuanto sujeto frente a lo que precisamente no es ni sujeto ni
objeto, sino más bien la indiscernibilidad de uno y otro. Es
curioso que la vanguardia nunca haya hecho sonar el man-
dato de ser un sujeto tan violentamente como entre los años
10 y 70 del siglo, es decir, en el momento histórico en que
las condiciones materiales de la ilusión del sujeto tendían a
13
desaparecer lo más drásticamente. Al mismo tiempo, esto
enseña bastante sobre el carácter reactivo de la vanguardia.
Es así que este mandato paradójico no debía, de ningún
modo, tener por efecto arrojar al hombre occidental hacia
el asalto de las Bastillas difusas del Imperio, sino más bien
obtener en él una escisión, un atrincheramiento, un aplas-
tamiento esquizoide del yo en un confín del yo mismo; un
confín donde el mundo, la vida y las situaciones, en resu-
men, su propia existencia, sería en adelante aprehendida
como ajena, como puramente objetiva. Esta constitución
precisa del sujeto, reducido a contemplarse él mismo en
medio de lo que le rodea, puede ser caracterizada como es-
tética, en el sentido en que el advenimiento del Bloom co-
rresponde también a una estetización generalizada de la ex-
periencia.

14
Ir a las masas en vez
de partir de sí

En junio de 1935, el surrealismo llegó a los últimos


límites soportables de su proyecto de formar la vanguardia
total. Después de ocho años dedicados a tratar de mante-
nerse bajo el servicio del Partido Comunista Francés, una
lluvia demasiado gruesa de agravios le hizo tomar nota de
su desacuerdo definitivo con el estalinismo. Un discurso es-
crito por Breton, aunque leído por Eluard en el «Congreso
de los Escritores en defensa de la Cultura» debía entonces
marcar el último contacto de importancia entre el surrea-
lismo y el PCF, entre la vanguardia artística y la vanguardia
política. Su conclusión ha permanecido famosa: «“Trans-
formar el mundo”, dijo Marx; “cambiar la vida”, dijo Rim-
baud: para nosotros estas dos consignas son una sola». Bre-
ton no sólo formulaba la frustrada esperanza de un acerca-
miento, sino que también expresaba el hecho de la íntima
conexión entre el vanguardismo artístico y el vanguar-
dismo político, su común naturaleza estética. Así, de la
misma manera en que el surrealismo tendió hacia el PCF,
el PCF tendió hacia el proletario. En Los militantes, escrito
en 1949, Arthur Koestler proporciona un testimonio pre-
cioso de esta forma de esquizofrenia, de ventriloquia de
clase, que es tan notable en el discurso surrealista, pero con
menos frecuencia reconocido en el delicuescente KPD de
comienzos de los años 30: «Un rasgo particular de la vida
de Partido, en esta época, era el “culto al proletario” y el
desprecio a los intelectuales. Ésta era la aflicción y obsesión
15
de todos los intelectuales comunistas que provenían de las
clases medias. Se nos toleraba en el Movimiento, pero en
él no teníamos derechos completos: se nos convencía de
esto día y noche. […] Un intelectual nunca podría conver-
tirse en un verdadero proletario, pero su deber era serlo
tanto como fuera posible. Algunos intentaban renunciar a
las corbatas, vistiendo chalecos de proletario y mante-
niendo las uñas negras. Pero tal impostura esnob no fue ofi-
cialmente fomentada». Y añade por su propia cuenta: «Y
mientras que no había hecho otra cosa que sufrir de ham-
bre, me consideraba a mí mismo como un retoño provisio-
nalmente desclasificado de la burguesía. Pero cuando en
1931 me aseguré finalmente una situación satisfactoria,
sentí que había llegado el momento de agrandar las filas del
proletariado». Si hay pues una consigna, ciertamente infor-
mulada, y que la vanguardia jamás ha conseguido, ésta
es: ir a las masas en vez de partir de sí. Es también frecuente
que el hombre de vanguardia, después de haber ido a las
masas por una vida entera sin nunca haberlas encontrado
—ahí, al menos, donde él las esperaba— consagra su vejez
a ridiculizarlas. El hombre de vanguardia podrá de esta ma-
nera, avanzando en los años, tomar la pose ventajosa del
hombre de Antiguo Régimen y hacer de su rencor un nego-
cio rentable. De esta manera, vivirá bajo latitudes ideológi-
cas en efecto cambiantes, pero siempre a la sombra de las
masas que se había inventado.

16
Para ser totalmente claros

Nuestro tiempo es una batalla. Esto comienza a sa-


berse. Su puesta en juego es la superación de la metafísica,
o más exactamente la Verwindung1 de ésta, una superación
que sería en primer lugar un permanecer-junto. El Imperio
designa al conjunto de fuerzas que trabajan para conjurar
esta Verwindung, para prorrogar indefinidamente la suspen-
sión epocal. La estrategia más retorcida puesta al servicio
de este proyecto, aquella de la que hay que sospechar por
todos lados en que sea una cuestión de «posmodernidad»,
consiste en impulsar una así llamada superación estética de la
metafísica. Naturalmente, el que sabe a qué metafísica apo-
rética la lógica de la superación querría traernos, y que por
tanto percibe de qué manera solapada la estética puede ser-
vir en adelante como refugio a la misma metafísica, la me-
tafísica «moderna» de la subjetividad imaginará sin pena a
qué se quiere exactamente llegar, con esta maniobra. Pero,
¿cuál es esta amenaza, esta Verwindung que el Imperio con-
centra tantos dispositivos para conjurar? Esta Verwin-
dung no es otra cosa que la presunción ética de la metafísica, y
por ello también de la estética, en cuanto forma última de
ésta. La vanguardia sobrevive precisamente en este punto,
como centro de confusión. Por un lado, la vanguardia as-
pira a producir la ilusión de una posible superación estética
de la metafísica, pero por el otro hay siempre, en la van-
guardia, algo que la excede y que es de orden ético, que
tiende entonces a la configuración de un mundo, a la cons-
titución en ethos de una vida compartida. Este elemento es

17
lo reprimido esencial de la vanguardia, y mide toda la dis-
tancia que, en el primer surrealismo por ejemplo, separa a
la rue Fontaine de la rue du Château. Es así que desde la
muerte de Breton, los que no renunciaron a reivindicarse
del surrealismo tienden a definirlo como una «civilización»
(Bounoure) o más sobriamente como un «estilo», a la ma-
nera del barroco, el clasicismo o el romanticismo. La pala-
bra constelación podría ser más apropiada. Y de hecho, es
incontestable que el surrealismo no ha dejado de vivir,
tanto que estaba vivo, de la represión de su propensión a
volverse mundo, a darse una positividad.

18
Las momias

Desde el comienzo de siglo, no se puede dejar de re-


conocer en Francia, especialmente en París, un rico terreno
de estudio en materia de autosugestión vanguardista. Cada
generación parece dar a luz a nuevos prestidigitadores que
esperan que sus juegos de manos les hagan creer en la ma-
gia. Pero naturalmente, de generación en generación, los
candidatos al papel de Gran Simulador sólo terminan em-
pañando su reputación, cubriéndose asimismo cada tempo-
rada con nuevas capas de polvo y palidez; perseverando en
imitar a los mimos. Se me ocurrió, a mí y a mis amigos,
cruzar caminos con esas personas que se distinguen a sí
mismas en el mercado literario como los pretendientes más
risibles al vanguardismo. En verdad, ya no tratábamos con
cuerpos: eran ya espectros, momias. En ese momento, es-
taban preparando lanzar un Manifiesto por una revolución li-
teraria; el cual sólo fue juicioso: su cerebro —todas las van-
guardias tienen su cerebro— publicaba su primera novela.
La novela se titulaba Mi cabeza en libertad. Era muy mala.
Comenzaba con estas palabras: «Quieren saber dónde puse
mi cuerpo». Diremos que el problema de la vanguardia es el
problema de la cabeza.

19
Las razones para la operación y
aquellas de la derrota

Con el fin de la Guerra de los Cien Años se planteó


la cuestión de fundar una moderna teoría del Estado, una
teoría de la conciliación de los derechos civiles y la sobera-
nía real. Lord Fortescue fue uno de los primeros pensadores
en intentar tal fundación, especialmente en su De laudibus
legum anglie. El famoso capítulo XIII de este tratado discute
la definición agustiniana del pueblo —populus est cetus homi-
num iurus consensu et utilitatis communione sociatus: un pueblo
es un cuerpo hecho de hombres que reúne el consenti-
miento a las leyes y la comunidad de intereses—: «Tal pue-
blo no merece ser llamado un cuerpo ya que es acéfalo, es
decir, sin cabeza. Porque, al igual que en los cuerpos natu-
rales lo que queda después de una decapitación no es un
cuerpo, sino eso que llamamos un tronco, también en los
cuerpos políticos una comunidad sin cabeza no es en nin-
gún caso un cuerpo». La cabeza, a partir de Fortescue, es el
rey. El problema de la cabeza es el problema de la represen-
tación, el problema de la existencia de un cuerpo que repre-
senta a la sociedad en cuanto cuerpo, de un sujeto que repre-
senta a la sociedad en cuanto sujeto (no hay necesidad, aquí,
de distinguir entre la representación existencial que lleva a
cabo el monarca o el líder fascista y la representación for-
mal del presidente electo «democráticamente»). La van-
guardia, entonces, no sólo viene a resaltar la crisis artística
de la representación —rechazando que «la imagen sea la
apariencia de otra cosa a la que representa en su ausencia»
20
(Juan de Torquemada), sino que ciertamente es en sí
misma una cosa—, ya que viene también a precipitar la cri-
sis de la representación política instituida, que pone en pro-
ceso en nombre de la representación instituyente, vanguar-
dista de las masas. Al hacerlo, la vanguardia supera efecti-
vamente la política o la estética clásicas, pero las supera so-
bre su propio terreno. La relación exclusiva de negación en la
cual se coloca cara a cara de la representación es eso mismo
que la retiene en el redil de esta última. Todas las corrientes
que reclaman la democracia directa, el vanguardismo con-
sejista especialmente, toman de ella su tropiezo esencial:
oponerse a la representación y por esta oposición misma
colocar en su corazón la representación, ya no como prin-
cipio sino esta vez como problema. Mandato imperativo, de-
legados revocables en cualquier instante, asambleas autó-
nomas, etc., hay todo un formalismo consejista que resulta
del hecho de que se trata aún de la pregunta clásica del me-
jor gobierno que quiere responder, y de este modo al pro-
blema de la cabeza. A favor de circunstancias históricas ex-
cepcionales se podrá siempre que estas corrientes lleguen a
coronar su anemia congénita; y esto será entonces para re-
presentar la salida de la representación. Después de todo, la po-
lítica también tiene derecho a sus Meninas. En todas las co-
sas, es en la operación que realiza que se reconocerá a la
vanguardia: colocando su cuerpo bien lejos, de cara a ella,
para después intentar, vanamente, reunirlo. Cuando las
vanguardias van a las masas o se dignan a mezclarse en los
asuntos de su tiempo, es siempre teniendo el cuidado, pre-
viamente, de distinguirse de ambos. Así ha bastado que los
situacionistas comenzaran a tener una apariencia de lo que

21
llamaban «una práctica», en Estrasburgo, en el contexto es-
tudiantil, en 1966, para que cayeran brutalmente en el obre-
rismo, treinta años después del derrumbamiento histórico
del movimiento obrero.

22
La vanguardia como sujeto y como
representación

Es curioso, pero en general muy natural, que aquellos


que llevan a cabo la profesión de glosar sobre la vanguar-
dia, y que nunca les falta alguna anécdota sobre el menor
gesto de aquellos que, en Occidente, han vivido por ellos (y
aquí me refiero al delgado puñado de vanguardistas de este
siglo); es curioso, pues, que esa gente se aferre tanto al des-
tino de la vanguardia en Rusia de entreguerras, es decir a la
única realización histórica de la vanguardia. La fábula dice
que después de un período de tolerancia embarazosa, en los
años 20, los bolcheviques se habían metamorfoseado en te-
rribles estalinistas, la vanguardia política había liquidado la
proliferación libertaria y creativa de la vanguardia artística,
y tiránicamente impuso la doctrina reaccionaria y retró-
grada, a decir verdad vulgar, del «realismo socialista». Na-
turalmente esto es un poco corto. Así que reanudemos. En
1914 la hipótesis liberal se derrumbó en cuanto respuesta al
problema de la cabeza. En cuanto a la hipótesis cibernética,
será necesario esperar hasta el fin de la Segunda Guerra
Mundial para que se imponga por completo. Este inter-
regno, que se extiende entonces de 1914 a 1945, será la
edad de oro de la vanguardia, de la vanguardia en cuanto
proyecto para responder de otro modo al problema de la ca-
beza. Este proyecto será el de la recreación total del mundo
por el artista de vanguardia; lo que se ha llamado más mo-
destamente, a partir de entonces, la «realización del arte».

23
Se llevará a cabo especialmente, y de una manera cada vez
más mística, por las sucesivas corrientes de la vanguardia
rusa de los años 20, desde el LEF2 hasta el OPOJAZ3,
desde el suprematismo hasta el produccionismo, pasando
por el constructivismo. Se trata entonces, por la modifica-
ción radical de las condiciones de existencia, de forjar una
nueva humanidad, la «humanidad blanca» de la que habló
Malévich. Pero la vanguardia, estando unida por una rela-
ción de negación de la cultura tradicional y por lo tanto al
pasado, no podía realizar este programa. Como Moisés,
podía llevar adelante su sueño, pero no lograrlo. El rol de
«arquitecto de la nueva vida», de «ingeniero del alma hu-
mana», nunca debía regresarle, precisamente a causa de lo
que le ataba, aunque sea por rechazo, al arte antiguo. Su
proyecto, que sólo el Partido podía realizar y cuya vanguar-
dia nunca dejó de reclamar que lo pusiera a trabajar, pro-
yecto que iba a utilizar e iba a estar al servicio de la cons-
trucción de la nueva sociedad socialista. Maiakovski exigía
sin malicia que «la pluma sea asimilada a la bayoneta y que
el escritor sea capaz, como en cualquier otra empresa so-
viética, de rendir cuentas con el Partido aumentando “los
cien tomos de los informes del Partido”». Nada impactante,
desde entonces, que la resolución del Comité Central del
Partido del 23 de abril de 1932, que pronunciaba la disolu-
ción de todas las agrupaciones artísticas, fuera saludada por
una gran parte de los vanguardistas rusos. El Partido, en
este primer plan quinquenal, ¿acaso no tomaba, con su con-
signa «transformación de toda la vida», el proyecto estético
máximo de la vanguardia? Consintiendo para reprimir y así

24
reconocer las actividades y desviaciones estéticas de la van-
guardia como políticas, ¿el Partido acaso no avalaba el rol de
artista colectivo, para el cual el país entero no sería en ade-
lante más que la materia en la cual impondría la forma de
su plan general de organización? En realidad, lo que uno
interpreta a menudo como la liquidación autoritaria de la
vanguardia, y lo que uno debería considerar más exacta-
mente como su suicidio, fue más bien el comienzo de la
realización de su programa. «La estetización de la política
era sólo, para la dirección del Partido, una reacción a la
politización de la estética por la vanguardia» (Boris
Groys, Obra de arte total Stalin). Así, con esta resolución, el
Partido se volvía explícitamente la cabeza, la cabeza que a
falta de un cuerpo vendría ella misma a formarse uno
nuevo, ex nihilo. La circularidad inmanente de la causali-
dad marxista, que quiere que las condiciones de existencia
determinen la conciencia de los hombres y que los hombres
formen ellos mismos, aunque inconscientemente, sus con-
diciones de existencia, sólo dejaba al Partido, para justificar
su pretensión demiúrgica de una reconstrucción total de la
realidad, el punto de vista del Creador soberano, del sujeto
estético absoluto. El realismo socialista, en el cual se pre-
tende ver un retorno a la figuración folclórica, al clasicismo
en materia artística, y más generalmente a «la cultura esta-
linista —observa Groys— si la consideramos en la perspec-
tiva de una reflexión teórica de la vanguardia sobre sí
misma, aparece más bien como su radicalización y como
su superación formal». El recurso a elementos clásicos, de-
nostados por la vanguardia, sólo marca la soberanía de esta
superación, de este gran salto en el tiempo poshistórico,

25
donde todos los elementos estéticos del pasado pueden ser
igualmente prestados, aprovechados, para el agrado de la
utilidad que encuentra aquí una sociedad totalmente iné-
dita, sin atadura, y de este modo sin odio hacia la historia
pasada. Todo el vanguardismo posterior no renunciará ja-
más a esta perspectiva prometeica, a este proyecto de una
reelaboración total del mundo; y de este modo a conside-
rarse a sí mismo como un sujeto soberano, a la vez contem-
poráneo con su tiempo y alejado de él por una necesaria
distancia estética. Lo cómico creciente del asunto era cier-
tamente que los aspirantes vanguardistas no percibían, a
partir de 1945, que la hipótesis cibernética, decapitando a
la hipótesis liberal, había suprimido el problema de la ca-
beza, y que era por tanto cada día más vano vanagloriarse
por responder. Las últimas intrigas de la vanguardia fueron
así igualmente golpeadas con el mismo sello de grotesca
inactualidad, de fallido remake. Esto es sin duda lo que que-
rían decir los autores de la única crítica interna de la IS que
apareció en sus tiempos, El único y su propiedad, cuando es-
cribían: «Todas las vanguardias son dependientes del viejo
mundo, al que enmascaran la decrepitud bajo su ilusoria
juventud. […] La Internacional Situacionista es la conjun-
ción de las vanguardias en el vanguardismo. Ha confun-
dido la amalgama de todas las vanguardias con la síntesis y
la reanudación de todas las corrientes radicales del pa-
sado». El folleto, publicado en Estrasburgo en 1967, tenía
el subtítulo de Para una crítica del vanguardismo. Denunciaba
la ideología de la coherencia, la comunicación, la democra-

26
cia interna y la transparencia, por lo que un grupúsculo es-
pectralizado se mantuvo sobreviviendo artificialmente, a
fuerza de voluntarismo.

La vanguardia como
reacción

No hay duda de que el futurismo contribuyó de ma-


nera considerable a la definición contemporánea de la van-
guardia. No es entonces malo retomar la lectura hasta el
punto en que la vanguardia ya no pueda ser más que un
objeto de burla o nostalgia: «Nosotros dictamos nuestras
primeras voluntades a todos los hombres vivos de la tierra:
[…] La poesía debe ser concebida como un violento asalto
contra las fuerzas desconocidas, para reducirlas a postrarse
ante el hombre. ¡Estamos sobre el promontorio extremo de
los siglos!… ¿Por qué deberíamos cuidarnos las espaldas, si
queremos derribar las misteriosas puertas de lo Imposible?
El Tiempo y el Espacio murieron ayer. Vivimos ya en lo
absoluto, porque hemos creado ya la eterna velocidad om-
nipresente. Queremos glorificar la guerra —única higiene
del mundo—, el militarismo, el patriotismo, el gesto des-
tructivo de los anarquistas, las bellas ideas por las que se
muere y el desprecio de la mujer. […] Cantaremos a las
grandes muchedumbres agitadas del trabajo, el placer o la
revuelta». Aquí no intentamos en absoluto ironizar, mu-
chos menos moralizar, sino solamente comprender. Com-
prender, en este caso, que la vanguardia nació como reac-

27
ción masculina al carácter inhabitable del mundo que la Má-
quina Imperial comienza a acondicionar, como voluntad
de reapropiarse el no-mundo de la técnica autónoma. La
vanguardia nació como reacción al hecho de que toda de-
terminación ha devenido una burla en el seno de la fungi-
bilidad mercantil universal. Para la intolerable marginali-
dad humana en el Espectáculo, la vanguardia responde con
la proclamación, la proclamación de sí como centro; procla-
mación que además sólo abole ilusoriamente su carácter
periférico. De allí que la concurrencia desenfrenada, el sín-
drome de la superación crónica y el fetichismo tragicómico
de la pequeña diferencia, que agitan al minúsculo universo
de las vanguardias, ofrezcan finalmente un espectáculo tan
penoso; como lo son las terribles discusiones entre vaga-
bundos, en la noche, a la hora del último metro. Que la
vanguardia haya sido esencialmente un asunto de hombres
debe ser comprendido en estrecha relación a esto. Cierta-
mente, el movimiento de la vanguardia es ampliamente ne-
gativo, es la fuga anticipada, la marcha forzada de la virili-
dad clásica en peligro hacia la ceguera definitiva, hacia una
ignorancia de sí aún más sofisticada que aquella que por
tanto tiempo había distinguido al hombre occidental. La
necesidad de mediar su relación a sí con una representación
—aquella de su lugar en la Historia política o del arte, en el
“movimiento revolucionario”, o más comúnmente en el
grupo vanguardista mismo— corresponde únicamente a la
incapacidad del hombre de vanguardia de HABITAR LA
DETERMINACIÓN, a su acosmismo real. En él la afir-
mación vacía de sí y la profesión de originalidad personal

28
sustituyen ventajosamente a la suposición de su singulari-
dad irrisoria. Por singularidad, entiendo aquí una presencia
que no se relaciona solamente al espacio y el tiempo, sino
a una constelación significante y al acontecimiento en su
corazón. Y esto es así porque no encuentra en ninguna
parte acceso a su propia determinación, a su cuerpo, que la
vanguardia pretende tener la más exacta y magistral repre-
sentación de la vida, es decir que pretende acuñar, absurda-
mente, su nombre en ella (así, uno tiene el derecho a inte-
rrogarse, fuera de la hipótesis gerencial de un ejercicio co-
lectivo de autopersuasión, sobre el sentido de la observa-
ción situacionista «Nuestras ideas están en todas las cabe-
zas»: ¿en qué medida una idea que está en todas las cabezas
puede realmente estar en cualquiera? Pero afortunada-
mente para nosotros, el número 7 de Internacional Situacio-
nista tiene la última palabra sobre este enigma: «Nosotros
somos los representantes de la idea-fuerza de la inmensa
mayoría»). Todo esto se adapta admirablemente, como sa-
bemos, a un hegelianismo que no es más que la expresión
engreída de la ineptitud para asumir su propia singularidad
en su carácter cualquiera —recordaremos oportunamente,
en este asunto, el comienzo de la Fenomenología del Espíritu,
cuyo gesto inaugural (verdadero truco de malabarista
manco) consiste en descalificar la determinidad: «Lo uni-
versal es, pues, lo verdadero de la certeza sensible; […] ya
que al decir yo digo este yo singular, digo en general todos
los yo». Que la implosión y la disolución de la IS coincidan
exactamente con la posibilidad histórica de perderse en su
tiempo, de participar en él de manera determinante, es el
destino previsible de los que se apresuraron a escribir sobre

29
el mayo de 1968: «Los situacionistas […] habían previsto
muy exactamente desde hace muchos años la explosión ac-
tual y sus consecuencias. […] La teoría radical fue confir-
mada» (Enragés y situacionistas en el movimiento de las ocupa-
ciones). Como vemos: la utopía vanguardista nunca ha sido
otra cosa que la anulación final de la vida en el discurso, de
la apropiación del acontecimiento por su representación.
Si, entonces, hacía falta caracterizar el régimen de subjeti-
vación vanguardista, se podría decir que es aquel de la pro-
clamación petrificante, aquel de la impotencia agitada.

30
La «Oscura intimidad del hueco del
zapato»
(Martin Heidegger, Holzwege)

El 1 de septiembre de 1957, es decir un poco antes de


la fundación de la Internacional Situacionista, Guy Debord
envió una carta a Asger Jorn, su alter ego favorito en esos
días, en la que afirmaba la necesidad de forjar en torno a
esta agrupación una «nueva leyenda». La «vanguardia»
nunca designa una determinada positividad, sino siempre
el hecho que una positividad pretende: 1- mantenerse dura-
deramente en la negatividad, 2- otorgarse ella misma su
propio carácter de negatividad, de «radicalidad», su esencia
revolucionaria. De esta manera, la vanguardia nunca ha te-
nido un enemigo sustancial, a pesar de hacer gran alarde de
enemistades diversas con respecto a esto o aquello; la van-
guardia sólo se proclama el enemigo de esto o aquello. Tal
es la proyección que ella opera más allá de sí misma para
hacerse un lugar, el lugar que espera en el sistema de repre-
sentación. Naturalmente, hace falta para esto que la van-
guardia comience a espectralizarse ella misma, es decir, a
representarse en todos sus aspectos, desalentando así al
enemigo a hacerlo. Su modo de ser positiva es, entonces,
siempre una pura negatividad paranoica, a merced de cual-
quier apreciación trivial sobre su cuenta, de la curiosidad
del primer imbécil en llegar; de un Bourseiller, por ejemplo.
Es por esto que las vanguardias dan tan a menudo ese sen-
timiento de un fallido encuentro, de ensamblaje inestable,

31
torpe, de mónadas esperando a descubrir, a través de este o
aquel choque, su poca afinidad, su íntimo desamparo. Y es
por eso que en toda vanguardia el único momento de ver-
dad es aquel de su disolución. Siempre hay, en el fondo de
las relaciones vanguardistas, ese sustrato de recelo, de im-
penetrable hostilidad que caracteriza a la comunidad terri-
ble. El suicidio de Crevel, la carta de dimisión de Vanei-
gem, la circular de autodisolución de Socialisme ou Barbarie,
el fin de las Brigadas Rojas: siempre el mismo enredo de
desgracia helada. En el mandato, en el «hay que…» escar-
lata, en el manifiesto, resuena idénticamente la esperanza
de que una pura negación pueda dar nacimiento a una de-
terminación, de que un discurso, milagrosamente, haga un
mundo. Pero el gesto de la vanguardia no es el bueno. Nadie
puede nunca tender hacia «la práctica», «la vida» o «la co-
munidad» por la sencilla razón de que cada una está siem-
pre-ya, y de que sólo se trata de asumir cuál práctica, cuál
vida, cuál comunidad está ahí; y de hacerse el portador de
las técnicas apropiadas para modificarlas. Pero lo que está
allí es precisamente, en el régimen de subjetivación van-
guardista, lo inasumible.

32
La cuestión del Cómo

Desde el famoso «La poesía debe ser hecha por todos.


No por uno.» de Lautréamont, hasta la interpretación que
su ala «creativa» da del movimiento del 77 —la «vanguar-
dia de masas»—, todo prueba la curiosa propensión del ar-
tista de vanguardia a reconocer en la O.S. a su semejante,
su hermano, su verdadero destinatario. La constancia de
esta propensión es tanto más curiosa que casi nunca ha sido
pagada de vuelta. Como si esta constancia expresara sólo
aquella de una mala conciencia, de la «cabeza» para su su-
puesto cuerpo por ejemplo. Sucede que hay efectivamente
una solidaridad entre la existencia del arte en cuanto esfera
separada del resto de la actividad social, y la inauguración
del trabajo como destino común de la humanidad. La in-
vención moderna del trabajo como trabajo abstracto, sin ro-
deo, como indeferenciación de todas las actividades bajo
esta categoría, se efectúa de acuerdo a un mito: aquel del
puro acto, del acto sin cómo, que desaparecería completa-
mente en su resultado, y cuyo cumplimiento agotaría toda
la significación. Aún hoy en día, allí donde el término con-
tinúa empleado, el «trabajo» designa todo lo que es vivido
en la degeneración imperativa del cómo. En todas partes la
cuestión del cómo de los gestos, las cosas, las palabras, es
suspendido, desrealizado, desplazado, y allí es trabajo.
Ahora bien, hay también una invención moderna del arte,
simultánea y simétrica a la del trabajo. Una invención del
arte en cuanto actividad especial, productora de obras y no

33
de simple mercancías. Y es en este sector que se concen-
trará en adelante toda la atención en otra parte denegada
al cómo, que será como una recolección de toda la significa-
ción perdida de los gestos productivos. El arte será esa ac-
tividad que, al contrario del trabajo, nunca se agotará en su
propio cumplimiento. Esto será la esfera del gesto encantado,
donde la personalidad excepcional del artista aportará al
resto de los hombres, bajo forma de espectáculo, el ejem-
plo de las formas-de-vida, que en adelante tienen prohibido
asumir. Al Arte será así confiado, a cambio de su silencio
y su complicidad, el monopolio del cómo de los actos. La inau-
guración de una esfera autónoma donde el cómo de cada
gesto es interminablemente pesado, analizado, comentado,
desde entonces no ha dejado de enriquecer la proscripción
en el resto de las relaciones sociales alienadas de toda evo-
cación al cómo de la existencia. Allí, en la vida cotidiana,
productiva, «normal», no debe haber más que actos puros,
sin cómo, sin otra realidad que su resultado bruto. El mundo
en su desolación sólo debe ser poblado por objetos que re-
fieran sólo a sí mismos, que lleguen a la presencia sólo
como productos, que no configuren otra constelación de la
presencia que la del reino que les ha manufacturado. Para
que el cómo de ciertos actos devenga artístico, ha hecho así
falta que el cómo de todos los otros actos deje de ser real; y
viceversa. La figura del artista de vanguardia y la de la O.S.
son las figuras polares, así como fantasmagóricas en cuanto
solidarias, de la alienación moderna. El retorno ofensivo de
la cuestión del cómo las encuentra frente a sí como aquello
de lo cual debe igualmente protegerse.

34
El mundo-ya-no-mundo

La parte innata del fracaso que determina una em-


presa colectiva como vanguardia, es su incapacidad
para hacer un mundo. Todos los esplendores, todas las accio-
nes, todos los discursos de la vanguardia incesantemente
fracasan en darle cuerpo; todo sucede en la cabeza de unos
pocos, donde la unidad, la organicidad del conjunto sobre-
viene, pero sólo para la intelección, es decir, exteriormente.
Lugares comunes, armas, una temporalidad propia, una ela-
boración compartida de la vida cotidiana, todo tipo de co-
sas determinadas son necesarias para que un mundo ad-
venga. Es por tanto justicia si todas las manifestaciones de
las vanguardias terminan en el museo, porque ya estaban
en uno antes de ser expuestas como tales. Su pretensión ex-
perimental no designa otra cosa: el hecho de que un con-
junto de gestos, prácticas, relaciones —por más transgreso-
res que puedan ser— no hacen un mundo; el Wiener Aktio-
nismus lo sabía ligeramente. El museo es la forma más im-
presionante del mundo-ya-no-mundo. Todos lo que perma-
nece en un museo resulta del desgarramiento de un frag-
mento, de un detalle en un medio orgánico. Debería suge-
rirlo, pero ya no es capaz —aquello en lo cual Heidegger
estaba fuertemente engañado en El origen de la obra de arte al
colocar la obra de arte en el origen de sí misma: ser-obra no
significa «instalar un mundo», sino más bien llorar su
muerte—; la obra, a diferencia de la cosa, no es más que el
melancólico residuo de algo que una vez vivió. Pero el mu-
seo no tiene otra actividad que la de recoger «obras de arte»
35
—y se ve aquí de qué manera la «obra de arte» es de golpe
la muerte del arte: una cosa de golpe producida como obra
lleva consigo su falta de mundo, y de este modo su insigni-
ficancia destinal—, y pretende también, a través de la his-
toria del arte, reconstruirles una casa abstracta, hacerles un
mundo apropiado para ellas, donde se encontrarían en
buena compañía del mismo modo en que los nuevos ricos
se encuentran en sus clubs los viernes por la noche, entre
personas exitosas. Pero entre estas «obras de arte» no hay
nada, nada más que el discurso pedante de la más frígida
de las filosofías de la historia: la historia del arte. Digo frí-
gida porque es en todos los aspectos idéntica a la valoriza-
ción capitalista.

36
¡Trata de estar presente!

SE ha acostumbrado, desde hace varios años, llevar a


cabo quejas hacia la vanguardia acompañadas de una no-
toria complicidad con la «modernidad»; SE le reprocha
compartir con esta modernidad una idea un poco corta de
la historicidad, un culto de lo nuevo que en el fondo sería
una fe en el Progreso. Y es cierto, en efecto, que la vanguar-
dia es, en su esencia, teleocrática (que se haya podido re-
presentar la historia sinóptica de los diferentes movimien-
tos artísticos y la de los grupúsculos políticos radicales con
el mismo tipo de gráficas, es aquí más impresionante que
tal o cual absurda manía hegeliana común de la muerte del
arte o del fin de la Historia). Pero es ante todo por el modo
de ser sensible que determina, por la manera de vivirse
como siempre-ya póstumo, que el historicismo de las van-
guardias se condena él mismo. Se asiste así periódicamente
a este curioso fenómeno: una vanguardia ocupa en su pro-
pio tiempo una posición más que marginal, incluso si la
ocupa con la pretensión de formar el centro de la historia;
su tiempo pasa, toda la actualidad de éste se retira; y es en-
tonces que la vanguardia viene al descubierto, emerge de su
época como su sustrato más puro. Y se opera entonces una
especie de resurrección de la vanguardia —Debord y los si-
tuacionistas ofrecen una ilustración de esto casi demasiado
ejemplar, y muy previsible—, que la hace pasar por el cora-
zón, la llave de su época, y a veces por su propia época. En
la base del régimen de subjetivación vanguardista, hay por

37
tanto esta confusión entre la historia y la filosofía de la his-
toria, confusión que le permite tomarse por la historia
misma. En efecto, todo sucede como si la vanguardia hu-
biera, al suprimirse de su tiempo, invertido una suma, y se
viera enseguida, poshumanamente, remunerada en térmi-
nos de consideración historicista.

38
La museificación del mundo

En 1931 en El trabajador, Jünger señalaba: «Vivimos


en un mundo que por un lado se parece completamente a
un taller y por el otro completamente a un museo». Una
docena de años más tarde, Heidegger expone en su curso
sobre Nietzsche la hipótesis del acabamiento de la metafí-
sica: «El fin de la metafísica que se trata de pensar aquí es
sólo el comienzo de su «resurrección» bajo formas modifi-
cadas: éstas dejarán a la historia en sentido propio, a la his-
toria ya pasada de las posiciones metafísicas fundamentales
sólo el papel económico de proporcionar los materiales con
los que, correspondientemente transformados, se cons-
truirá de nuevo el mundo del «saber». […] Lo verosímil es
que se llegue a un cómputo de las diferentes posiciones me-
tafísicas fundamentales, de sus elementos y sus conceptos
doctrinales.» Nuestro tiempo es el de la recapitulación ge-
neral de toda la historia pasada. El proyecto imperial que
plantea terminar con la historia toma así la forma de
una puesta en historia de todos los acontecimientos pasados,
y de este modo los neutraliza. La institución museística no
hace más que realizar sectorialmente el proyecto de una
museificación general del mundo. Todos los intentos de la
vanguardia se han mostrado en este teatro a la vez real e
imaginario. Pero esta recapitulación es también la disipa-
ción de la ilusión historicista de la cual la vanguardia vivía,
con su pretensión a la novedad, a la primera vez, a la origi-
nalidad sin réplica. En un movimiento así, en que el ele-
mento del tiempo es absorbido en el elemento de sentido,

39
en que toda historia pasada se reúne en una topología de
posiciones entre las cuales nos hace falta aprender a orien-
tarnos ya que no podemos penetrarlas todas, asistimos a la
acreción progresiva de constelaciones. Hombres como Aby
Warburg, con sus tablas de dibujo, o Georges Duthuit, en
su Museo inimaginable, han comenzado a esbozar tales cons-
telaciones, a liberar cada estética de su contenido ético. Los
que en nuestros días se acercan, incluso con insolencia, al
punk de algunos círculos paraexistencialistas de los años de
posguerra, y luego los de la efervescencia gnóstica de los
primeros siglos de nuestra era, no hacen otra cosa, ellos
también. Más allá de la distancia temporal que separa los
puntos de surgimiento, cada una de estas constelaciones
comprende gestos, ritornelos, enunciados, usos, artes de
hacer, formas-de-vida determinadas, en resumen: un Stim-
mung propio. Reúne por atracción todos los detalles de un
mundo, que exige ser animado, ser habitado. En el contexto
en que las vanguardias se encuentran afirmadas y a fortiori
hoy en día, la cuestión ya no es desde hace mucho tiempo
la de hacer una novedad, sino la de hacer un mundo. Cada
cosa y cada ser que viene a la presencia aporta consigo una
economía dada de la presencia, configura un mundo. Par-
tiendo de ahí, se trata únicamente de habitar la determini-
dad de la constelación en la cual se despliega siempre-ya
nuestra presencia, de seguir nuestro gusto irrisorio, conti-
gente y finito. Toda revuelta que parte de sí, del hic et
nunc en que reposa, de las inclinaciones que la atraviesan,
avanza en este sentido. El movimiento del 77 en Italia sigue
siendo por esto mismo un fracaso prometedor.

40
Realización de la vanguardia

Uno de los libros más débiles sobre las vanguardias


de la segunda mitad del siglo XX constataba, en 1980, La
autodisolución de las vanguardias. El autor, René Lourau, el
fundador del muy gaguesco «análisis institucional», omitía,
desde luego, lo esencial: decir en qué se han disuelto las van-
guardias. Los más recientes progresos de la neurosis occi-
dental lo han confirmado desde entonces: la vanguardia se
ha disuelto en la totalidad de las relaciones sociales. La caracte-
rización, a partir de ahora banal, de nuestro tiempo como
«posmoderno» no evoca otra cosa, incluso si es aún otra
manera de purgar a la modernidad de toda su lentejuela
para salvar el gesto fundamental: aquel de la superación —
no es fortuito, en esto, que el término mismo de «posmo-
dernismo» haya hecho su primera aparición en 1934 en los
círculos vanguardistas españoles. Asimismo, la mejor defini-
ción que Debord dio al Espectáculo —«una relación social
entre personas, mediatizada por imágenes»—, y que define
hoy en día a la relación social dominante, sólo toma nota de
la generalización del modo de ser vanguardista. El Bloom
es así aquel del que todas las relaciones, tanto consigo
como con los otros, están completamente mediatizadas por
representaciones autónomas. Es el branché que organiza su
autopromoción permanente, el cínico que amenaza a cada
instante con dejarse absorber por una de sus excrecencias
discursivas o con desaparecer en un abismo de ironía bato-
mológica4. La paranoia de la vanguardia también se ha di-
fundido, con esta forma difusa de colocarse en la excepción
41
de sí misma en cada instante de la vida; con esa disposición
general de construirse su pequeña leyenda personal teleco-
mandada. Enzensberger estaba completamente en lo cierto
al ver en el Bild-Zeitung la realización acabada de la van-
guardia, tanto desde el punto de vista de la transgresión for-
mal como de la elaboración colectiva. Una cierta dosis de
situacionismo parece incluso exigida por todo el empleo de-
centemente remunerado, actualmente. El tono particular,
propiamente agobiante, de esta intervención encuentra aquí
su contenido: se trataba solamente de despejar la significa-
ción ética de la vanguardia.

42
Epílogo

Como epílogo a todo esto, no parece superfluo evocar un


punto de vuelco de la vanguardia. Acéphale, símbolo de la muche-
dumbre sin líder, nombra uno de estos puntos extremos. Acéphale
intentó liberarse del problema del cabeza. Toda la agitación, toda
la gesticulación de la vanguardia, ya sea artística o política, Acép-
hale quiso borrarla, borrándose, renunciando a una forma de ac-
ción «que no es más que el aplazamiento de la existencia». Acéphale
quiso ser esa sociedad secreta existencial, esa comunidad electiva
que concentraría a «los individuos verdaderamente decididos a em-
prender la lucha, en la escala ínfima que sea requerida, pero en el
camino eficaz en que su tentativa corra el riesgo de devenir epidé-
mica , [a fin de] medirse con la sociedad sobre su propio terreno y
atacarla con sus propias armas, es decir, constituyéndose ellos mis-
mos en comunidad, más aún, dejando de formar valores que de-
fiendan la exclusividad de los rebeldes e insurgentes, considerándo-
los al contrario como los valores primeros de la sociedad que quie-
ren ver que se instaure y como los más sociales de todos, siendo un
poco implacables. […] A la constitución en grupo preside el deseo
de combatir la sociedad en cuanto sociedad, el plan de afrontarla
como la estructura más densa y sólida que intenta instalarse como
un cáncer en el seno de una estructura más frágil y vil, aunque
incomparablemente más voluminosa» (Caillois, “El viento de in-
vierno”). Los papeles de Henri Dussat, miembro de Acéphale,
conservan una nota fechada el 25 de marzo de 1938: «Tender a la
ética, es allí la resolución de lo que reconoce, o de lo que se está mal
en reconocer, a lo cristiano como valor supremo. Otra cosa es mo-
verse en la ética». Buscando explícitamente el constituirse en

43
mundo, Acéphale no sólo rompía con la vanguardia, sino que tam-
bién recuperaba lo que, en la vanguardia, había sido otra cosa que
la vanguardia, es decir, precisamente el deseo que había abortado
allí: «Desde el fin del período dadá, el proyecto de una sociedad
secreta encargada de dar una especie de realidad efectiva a las as-
piraciones que se han definido, en parte, bajo el nombre de surrea-
lismo, ha permanecido siempre como un objeto de preocupación,
al menos en el fondo», recordó Bataille en la conferencia del 19 de
marzo de 1938 en el Colegio de Sociología. Acéphale, sin embargo,
no llegaría a existir más que para contaminar. A pesar de estar
llena de ritos, costumbres, textos sagrados y ceremonias, la política
proclamatoria que, exteriormente, había desparecido, permanecía
interiormente; tanto que la consigna de comunidad, de sociedad
secreta, finalmente absorbía la realidad de estos términos. Se sabía
que no se pueden dar lugares comunes, ni se puede salir de una
figura, clásica, de la virilidad que ignora en gran medida la dul-
zura de la nuda vida. Acéphale fue casi exclusivamente (y más sen-
siblemente, por ejemplo, que el surrealismo) un asunto de hombres.
Acéphale no conocía, para colmo, la forma de prescindir de una
cabeza ni cómo debía ser, de un extremo a otro, más que la comu-
nidad de Bataille a solas: como él solo escribió la genealogía, la
«revista interna», que dio a luz a Acéphale, como él solo definió los
ritos de esta Orden, acabó solo, implorando a sus pálidos compa-
ñeros que lo sacrificaran al pie de su árbol sagrado. «Fue muy her-
moso. Pero todos teníamos el sentimiento de estar participando en
algo que sucedía en la obra de Bataille, en la cabeza de Bataille»
(Klossowski).

No parece oportuno arrojar una conclusión, y mucho menos


un programa, de lo que acaba de ser dicho.

44
Después de lo que sé, una cierta relación debe poder ser esta-
blecida con el Comité Invisible; aunque sólo sea en el sentido de
una generalización de la insinuación.

Dicho sea de paso: no hay un problema de la cabeza, sólo hay


una parálisis de los cuerpos, del gesto.

45
46
¿Cómo hacer?*

*Este texto fue escrito para una publicación, en la primavera de


2001.
47
48
Don't know what I want,
but I know how to get it.
Sex Pistols, Anarchy in the UK

I
VEINTE AÑOS. Veinte años de contrarrevolución. De contra-
rrevolución preventiva.
En Italia.
Y fuera de Italia.
Veinte años de un sueño espinoso con cercas. De un
sueño de los cuerpos,
impuesto por el toque de queda.
Veinte años. El pasado no pasa. Porque la guerra continúa.
Se ramifica. Se prolonga.
En una reticulación mundial de dispositivos locales. En
una calibración inédita de las
subjetividades. En una nueva paz superficial.
Una paz armada
hecha de manera perfecta para cubrir el desenvolvimiento
de una imperceptible
guerra civil.

Hace veinte años, fue


el punk, el movimiento del 77, el área de la Autonomía,
los Indios metropolitanos y la guerrilla difusa.
De un golpe surgía,
como nacido de alguna región subterránea de la civiliza-
ción,
todo un contramundo de subjetividades
que ya no querían consumir, que ya no querían producir,

49
que ya ni siquiera querían ser subjetividades.
La revolución era molecular, y la contrarrevolución no lo
fue menos.
SE preparó ofensivamente,
y después duraderamente,
toda una máquina compleja para neutralizar aquello que
fuera portador de intensidad. Una máquina para desactivar
todo aquello que pudiera explotar.
Todos los dividuos de riesgo,
los cuerpos indóciles,
las agregaciones humanas autónomas.
Luego fueron veinte años de estupidez, vulgaridad, aisla-
miento y desolación.
¿Cómo hacer?

Levantarse. Levantar la cabeza. Por elección o por necesi-


dad. Poco importa, en verdad, a partir de ahora.
Mirarse a los ojos y decir que volvemos a empezar. Que
todo el mundo lo sepa, lo más rápido posible.
Volvemos a empezar.
Se acabó la resistencia pasiva, el exilio interior, el conflicto
por sustracción, la supervivencia. Volvemos a empezar. En
veinte años hemos tenido tiempo para ver. Hemos com-
prendido. La demokracia para todos, la lucha “antiterro-
rista”, las masacres de Estado, la reestructuración capita-
lista y su Gran Obra de depuración social,
mediante selección,
mediante precarización,
mediante normalización,
mediante “modernización”.
Hemos visto, hemos comprendido. Los métodos y los ob-
jetivos. El destino que SE nos reserva. Y el que SE nos
niega. El estado de excepción. Las leyes que ponen a la po-
licía, la administración y la magistratura por encima de las

50
leyes. La judicialización, la psiquiatrización, la medicaliza-
ción de todo aquello que se sale del cuadro. De todo aque-
llo que se fuga.
Hemos visto. Hemos comprendido. Los métodos y los ob-
jetivos.

Cuando el poder establece en tiempo real su propia legiti-


midad,
cuando su violencia deviene preventiva
y su derecho es un “derecho de injerencia”,
entonces ya no sirve de nada tener razón. Tener razón con-
tra él.
Hay que ser más fuerte, o más astuto. Es por esto
también
que volvemos a empezar.

Volver a empezar jamás es volver a empezar algo. Ni reto-


mar un asunto en el punto en que lo habíamos dejado. Lo
que volvemos a empezar es siempre otra cosa. Es siempre
inaudito. Porque no es el pasado lo que nos empuja, sino
precisamente aquello que en él
no ha
advenido.
Y porque somos también nosotros mismos, entonces, quienes
volvemos a empezar.
Volver a empezar quiere decir: salir de la suspensión. Res-
tablecer el contacto entre nuestros devenires.
Partir,
de nuevo,
desde donde estamos,
ahora.

Por ejemplo, hay golpes


que ya no SE nos darán.

51
El golpe de la “sociedad”. Por transformar. Por destruir.
Por volver mejor.
El golpe del pacto social. Que unos quebrarían mientras
que otros son capaces de fingir
“restaurarlo”.
Estos golpes, ya no SE nos darán.
Hace falta ser un elemento militante de la pequeña burgue-
sía planetaria,
un ciudadano verdaderamente,
para no ver que ella ya no existe,
la sociedad.
Que ella ha implosionado. Que ya no es más que un argu-
mento para el terror de los que dicen re/presentarla.
A ella que se encuentra ausente.

Todo lo que es social se nos ha vuelto extraño.


Nos consideramos absolutamente desvinculados de toda
obligación, de toda prerrogativa, de toda pertenencia
social.
“La sociedad”
es el nombre que ha recibido a menudo lo Irreparable,
entre aquellos que querrían que también fuera
lo Inasumible.
Quien rechaza ese señuelo tendrá que dar
un paso de distancia.
Operar
un ligero desplazamiento
con respecto de la lógica común
del Imperio y de su contestación,
la de la movilización,
con respecto de su temporalidad común,
la de la emergencia.

52
Volver a empezar quiere decir: habitar esa distancia. Asu-
mir la esquizofrenia capitalista en el sentido de una facultad
creciente de desubjetivación.
Desertar pero guardando las armas.
Fugarse, imperceptiblemente.
Volver a empezar quiere decir: concentrar la secesión so-
cial, en la opacidad, entrar
en desmovilización,
sustrayendo hoy a tal o cual red imperial de producción-
consumo los
medios de vivir y luchar para, en el momento elegido,
sabotearla.

Hablamos de una nueva guerra,


de una nueva guerra de partisanos. Sin frente ni uniforme,
sin ejército ni batalla
decisiva.
Una guerra cuyos focos se despliegan a distancia de los flu-
jos mercantiles aunque conectados entre ellos.
Hablamos de una guerra totalmente en latencia. Que tiene
el tiempo.
De una guerra de posición.
Que se libra ahí en donde estamos.
En nombre de nadie.
En nombre de la existencia misma,
que no tiene nombre.

Operar ese ligero desplazamiento.


Ya no temer a su tiempo.
“No temer a su tiempo es una cuestión de espacio”.
En la okupa. En la orgía. En el motín. En el tren o el pueblo
ocupado. En búsqueda, en medio de desconocidos, de
una free party inencontrable. Hago la experiencia de ese li-
gero desplazamiento. La experiencia
de mi desubjetivación. Devengo
53
una singularidad cualquiera. Un juego se insinúa entre mi
presencia y todo el aparato de cualidades que me son ordi-
nariamente vinculadas.
En los ojos de un ser que, presente, quiere estimarme por lo
que yo soy, saboreo la decepción, su decepción al ver que he
devenido tan común, tan perfectamente
accesible. En los gestos de otro, una inesperada complicidad.
Todo lo que me aísla como sujeto, como cuerpo dotado de
una configuración pública de atributos, siento que se de-
rrite. Los cuerpos se deshacen en su límite. En su límite, se
indistinguen. Barrio tras barrio, lo cualquiera arruina la
equivalencia. Y yo alcanzo
una desnudez nueva,
una desnudez impropia, como vestida de amor.
¿Se evade uno alguna vez por sí solo de la prisión del Yo?

En la okupa. En la orgía. En el motín. En el tren o el pueblo


ocupado. Nos volvemos a encontrar.
Nos volvemos a encontrar
como singularidades cualesquiera. Es decir,
no sobre la base de una común pertenencia,
sino de una común presencia.
Esto es
nuestra necesidad de comunismo. La necesidad de espacios de
noche, en los cuales seamos capaces de
volvernos a encontrar
más allá
de nuestros predicados.
Más allá de la tiranía del reconocimiento. Que impone el
re/conocimiento como distancia final entre los cuerpos.
Como ineluctable separación.
Todo aquello que UNO —el novio, la familia, el medio, la
empresa, el Estado, la opinión— me reconoce, es ahí en
donde UNO cree tenerme.

54
Por el recuerdo constante de lo que soy, de mis cualida-
des, UNO querría abstraerme de cada situación. UNO me
querría arrebatar en toda circunstancia una fidelidad con-
migo mismo que es una fidelidad con mis predicados.
SE espera de mí que me comporte como hombre, em-
pleado, desempleado, madre, militante o filósofo.
SE quiere contener entre los bordes de una identidad el
curso imprevisible de mis devenires.
SE me quiere convertir a la religión de una coherencia
que SE ha escogido para mí.

Cuanto más soy reconocida, más mis gestos se encuentran


entrabados, interiormente entrabados. Heme aquí capturada
en la malla ultraceñida del nuevo poder. En las redes im-
palpables de la nueva policía: LA POLICÍA IMPERIAL DE LAS
CUALIDADES.
Existe toda una red de dispositivos en los que me hundo
para “integrarme”, y que esas cualidades me incorporan.
Todo un pequeño sistema de fichaje, identificación y poli-
ciaje mutuos.
Toda una prescripción difusa de la ausencia.
Todo un aparato de control comporta/mental, que apunta
al panoptismo, a la privatización transparencial, a la atomi-
zación.
Y dentro del cual forcejeo.

Necesito devenir anónima. Para estar presente.


Cuanto más anónima soy, más estoy presente.
Necesito zonas de indistinción
para acceder a lo Común.
Para no reconocerme ya en mi nombre. Para no escuchar en
mi nombre más que la voz que lo llama.
Para hacer consistir el cómo de los seres, no lo que son,
sino cómo son lo que son. Su forma-de-vida.
Necesito zonas de opacidad en las que los atributos,
55
incluso criminales, incluso geniales,
ya no separen a los cuerpos.

Devenir cualquiera. Devenir una singularidad cualquiera no


está dado.
Siempre posible, pero nunca dado.
Existe una política de la singularidad cualquiera.
Que consiste en arrancar al Imperio
las condiciones y los medios,
incluso intersticiales,
para experimentarse como tal.
Es una política, porque supone una capacidad de enfrenta-
miento,
y porque una nueva agregación humana
le corresponde.
Política de la singularidad cualquiera: despejar esos espa-
cios en los que ningún acto es ya asignable a ningún cuerpo
dado.
En los que los cuerpos vuelven a encontrar la aptitud
al gesto que la sabia distribución de los dispositivos metro-
politanos —computadoras, automóviles, escuelas, cáma-
ras, teléfonos portátiles, gimnasios, hospitales, televisiones,
cines, etc.— les había hurtado.
Reconociéndolos.
Inmovilizándolos.
Haciendo que giren en el vacío.
Haciendo existir la cabeza separadamente del cuerpo.

Política de la singularidad cualquiera.


Un devenir-cualquiera es más revolucionario que todo ser-
cualquiera.
Liberar espacios nos libera cien veces más que todo “espa-
cio liberado”.
Más que poner en acto un poder, yo gozo de la puesta en
circulación de mi potencia.

56
La política de la singularidad cualquiera reside en la ofen-
siva. En las circunstancias, los momentos y los lugares en
que serán arrancados
las circunstancias, los momentos y los lugares
de un anonimato tal,
de una parada momentánea en un estado de simplicidad,
la ocasión de extraer de todas nuestras formas la pura ade-
cuación a la presencia,
la ocasión de estar, finalmente,
ahí.

II
¿CÓMO HACER? No ¿Qué hacer? ¿Cómo hacer? La cuestión
de los medios.
No la de los fines, de los objetivos,
de lo que hay que hacer, estratégicamente, en absoluto.
La cuestión de lo que podemos hacer, tácticamente, en situa-
ción,
y de la adquisición de esa potencia.
¿Cómo hacer? ¿Cómo desertar? ¿Cómo funciona? ¿Cómo
conjugar mis heridas y el comunismo? ¿Cómo permanecer
en guerra sin perder la ternura?
La cuestión es técnica. No un problema. Los problemas son
rentables.
Alimentan a los expertos.
Una pregunta.
Técnica. Que se duplica como cuestión de las técnicas
de transmisión de esas técnicas.
¿Cómo hacer? El resultado contradice siempre al fin. Por-
que plantear un fin
es todavía un medio,
otro medio.

57
¿Qué hacer? Babeuf, Chernishevski, Lenin. La virilidad clá-
sica reclama un analgésico, un espejismo, cualquier cosa.
Un medio para ignorarse todavía un poco. En cuanto pre-
sencia.
En cuanto forma-de-vida. En cuanto ser en situación, do-
tado de inclinaciones.
De inclinaciones determinadas.
¿Qué hacer? El voluntarismo como último nihilismo.
Como nihilismo propio
de la virilidad clásica.
¿Qué hacer? La respuesta es simple: someterse una vez más
a la lógica de la movilización, a la temporalidad de la emer-
gencia. Bajo pretexto de rebelión. Plantear fines, palabras.
Tender hacia su cumplimiento. Hacia el cumplimiento de
las palabras. Mientras tanto, dejar la existencia para más
tarde. Ponerse entre paréntesis. Alojarse en la excepción de
sí. A distancia del tiempo. Que pase. Que no pase. Que se
pare. Hasta… Hasta el próximo. Fin.

¿Qué hacer? Dicho de otra manera: vivir es inútil. Todo lo


que no has vivido, la Historia te lo devolverá.
¿Qué hacer? Es el olvido de sí que se proyecta sobre el
mundo.
Como olvido del mundo.

¿Cómo hacer? La cuestión del cómo. No de aquello que un


ser, un gesto o una cosa es, sino de cómo es lo que es. De
cómo sus predicados se relacionan con él.
Y él con ellos.
Dejar ser. Dejar ser la hiancia entre el sujeto y sus predica-
dos. El abismo de la presencia.
Un hombre no es “un hombre”. “Caballo blanco” no es
“caballo”.
La cuestión del cómo. La atención al cómo. La atención a la
manera en que una
58
mujer es, y no es,
una mujer — hacen falta dispositivos para hacer de un ser
de sexo femenino “una mujer”,
o de un hombre con la piel negra “un Negro”.
La atención a la diferencia ética. Al elemento ético. A las irre-
ductibilidades que lo atraviesan. Lo que pasa entre los cuer-
pos en una okupación es más interesante
que la okupación misma.
¿Cómo hacer? quiere decir que el enfrentamiento militar con
el Imperio debe estar subordinado a la intensificación de las
relaciones en el interior de nuestro partido. Que lo político
no es más que un cierto grado de intensidad en el seno del
elemento ético. Que la guerra revolucionaria no debe ser ya
confundida con su representación: el movimiento bruto del
combate.

La cuestión del cómo. Volverse atento al tener-lugar de las


cosas, de los seres. A su acontecimiento. A la obstinada y
silenciosa prominencia de su temporalidad propia
bajo el aplastamiento planetario de todas las temporalida-
des
por aquella de la emergencia.
El ¿Qué hacer? como ignorancia programática de esto.
Como fórmula inaugural
del desamor atareado.

El ¿Qué hacer? regresa. Desde hace varios años. Desde mi-


tad de los años 90, más que desde Seattle. Una recupera-
ción de la crítica hace como si se enfrentara al Imperio
con los eslóganes, las recetas de los años 60. Salvo que esta
vez se simula.
Se simula la inocencia, la indignación, la buena conciencia
y la necesidad de sociedad. Se vuelve a poner en circulación
toda la vieja gama de afectos socialdemócratas. De afec-
tos cristianos.
59
Y de nuevo, las manifestaciones. Las manifestaciones
mata-deseos. Donde no pasa nada.
Y que ya no manifiestan
más que la ausencia colectiva.
Para siempre.

Para los que tienen nostalgia de Woodstock, de la ganja, de


mayo del 68 y del militantismo, están las contracum-
bres. SE ha vuelto a constituir el decorado, menos lo posible.
Esto es lo que ordena el ¿Qué hacer? hoy en día: ir hasta la
otra parte del mundo a protestar contra
la mercancía global
para volver, tras un gran baño de unanimismo y separación
mediatizada,
a someterse a la mercancía local.
De regreso, está la foto en el periódico… ¡Todos a solas
juntos!… Había una vez…
¡Vaya juventud!…
Lástima por esos cuantos cuerpos vivos extraviados allí,
buscando en vano un espacio
para su deseo.
Regresan un poco más fastidiados. Un poco más vaciados.
Reducidos.
De contracumbre en contracumbre, acabarán por fin de
comprender. O no.

No se protesta contra el Imperio por su gestión. No critica-


mos al Imperio.
Nos oponemos a sus fuerzas.
Ahí en donde estamos.
Decir lo que a uno le parece tal o cual alternativa, ir a
donde SE nos llame, todo esto ya no tiene sentido. No hay
proyecto global alternativo al proyecto global del Imperio.
Pues no hay proyecto global del Imperio. Hay una gestión

60
imperial. Toda gestión es mala. Los que reclaman otra so-
ciedad harían mejor comenzando por ver que ya no la hay.
Y tal vez dejarían entonces de ser aprendices de gestor.
Ciudadanos. Ciudadanos indignados.

El orden global no puede ser tomado por enemigo. Direc-


tamente.
Pues el orden global no tiene lugar. Al contrario. Es más
bien el orden de los no-lugares.
Su perfección no consiste en ser global, sino en ser global-
mente local. El orden global es la conjuración de todo acon-
tecimiento puesto que es la ocupación acabada, autoritaria,
de lo local.
Uno se opone al orden global sólo localmente. Por la exten-
sión de las zonas de sombra sobre los mapas del Imperio.
Por su puesta en contacto progresiva.
Subterránea.

La política que viene. Política de la insurrección local con-


tra la gestión global. De la presencia recobrada sobre la au-
sencia de sí. Sobre la extranjería ciudadana, imperial.
Recobrada mediante el robo, el fraude, el crimen, la amis-
tad, la enemistad, la conspiración.
Mediante la elaboración de modos de vida que sean también
modos de lucha.
Política del tener-lugar.
El Imperio no tiene lugar. Administra la ausencia haciendo
planear por todas partes la amenaza palpable de la inter-
vención policial. Quien busca en el Imperio a un adversario
con el cual medirse encontrará el aniquilamiento preven-
tivo.
Ser percibido es, a partir de ahora, ser vencido.

Aprender a devenir indiscernibles. A confundirnos. Volver


a tener gusto
61
por el anonimato,
por la promiscuidad.
Renunciar a la distinción.
Y para desarticular la represión:
componer en el enfrentamiento las condiciones más favo-
rables.
Devenir astutos. Devenir despiadados. Y para esto
devenir cualesquiera.

¿Cómo hacer? es la cuestión de los niños perdidos. Aquellos


a los que no se ha recordado. Aquellos que tienen los gestos
mal asegurados. A quienes nada ha sido dado. Cuya criatu-
ralidad, errancia, no deja de traicionarse.
La revuelta que viene es la revuelta de los niños perdidos.
El hilo de la transmisión histórica ha sido roto. Incluso la
tradición revolucionaria nos deja huérfanos. El movi-
miento obrero sobre todo. El movimiento obrero que se ha
vuelto instrumento de una integración superior al Proceso.
Al nuevo Proceso, cibernético, de valorización social.
En 1978, es en su nombre que el PCI, el “partido de las
manos limpias”, lanzaba
la caza de la Autonomía.
En nombre de su concepción clasista del proletariado, de
su mística de la sociedad,
del respeto al trabajo, lo útil y la decencia.
En nombre de la defensa de los “avances democráticos” y
el Estado de derecho.
El movimiento obrero que sobrevivirá en el operaísmo.
Única crítica existente del capitalismo desde el punto de vista
de la Movilización Total.
Doctrina temible y paradójica,
que salvará el objetivismo marxista al hablar sólo de “sub-
jetividad”.
Que conducirá a un refinamiento inédito la denegación
del cómo.

62
La reabsorción del gesto en su producto.
La urticaria del futuro anterior.
De lo que toda cosa habrá sido.

La crítica se ha vuelto vana. La crítica se ha vuelto vana


porque equivale a una ausencia. En cuanto al orden domi-
nante, todo el mundo sabe a qué atenerse. Nosotros ya no
necesitamos ninguna teoría crítica. Ya no necesitamos nin-
gunos profesores. La crítica gira a favor de la dominación,
a partir de ahora. Incluso la crítica de la dominación.
Reproduce la ausencia. Nos habla desde donde no estamos.
Nos propulsa a otra parte. Nos consume. Es cobarde. Y
permanece refugiada
cuando nos envía a la masacre.
Secretamente enamorada de su objeto, no deja de mentir-
nos.
De ahí los idilios tan cortos entre proletarios e intelectuales
comprometidos.
Esos matrimonios de razón donde no se tiene la misma idea
ni del placer ni de la libertad.

Más que nuevas críticas, son nuevas cartografías


lo que necesitamos.
Cartografías no del Imperio, sino de las líneas de fuga fuera
de él.
¿Cómo hacer? Necesitamos mapas. No mapas de lo que
está fuera del mapa.
Sino mapas de navegación. Mapas marítimos. Herramien-
tas de orientación. Que no buscan decir, representar, lo que
hay al interior de los diferentes archipiélagos de la deser-
ción, sino que nos indican cómo llegar a ellos.
Portulanos.

63
III
ES MARTES 17 de septiembre de 1996, poco antes del alba.
El ROS (Reagrupamiento Operacional eSpecial) coordina
en toda la península el arresto
de 70 anarquistas italianos.
Se trata de poner término a 15 años de investigaciones in-
fructuosas de los anarquistas insurreccionalistas.
La técnica es conocida: fabricar a un “arrepentido”, y ha-
cerle denunciar la existencia de una vasta organización sub-
versiva jerarquizada.
Después acusar sobre la base de esta creación quimérica a
todos aquellos a los que se quiere neutralizar por formar
parte de ella.
Una vez más, secar el mar para tomar los peces.
Incluso cuando no se trata más que de un estanque mi-
núsculo.
Y de algunos gobios.

Una “nota informativa de servicio” escapó del ROS


en relación a este asunto.
Expone su estrategia.
Fundada en los principios del general Dalla Chiesa, el ROS
es el servicio imperial ejemplar de contrainsurrección.
Trabaja sobre la población.
En donde una intensidad se ha producido, en donde algo
ha pasado, él es el french doctor de la situación. Aquel que
pone,
bajo el disfraz de profilaxis,
los cordones sanitarios cuyo objeto es aislar
su contagio.
Aquello que teme, lo dice. En este documento, lo escribe.
Aquello que teme es “el pantano del anonimato político”.
El Imperio tiene miedo.
64
El Imperio tiene miedo a que devengamos cualesquiera.
Un medio delimitado,
una organización combatiente. No les teme. Pero una cons-
telación expansiva de okupas, granjas autogestionadas, vi-
viendas colectivas, concentraciones fine a se stesso, radios,
técnicas e ideas. El conjunto reunido por una intensa circu-
lación de los cuerpos y los afectos entre los cuerpos. Ése es
otro asunto.

La conspiración de los cuerpos. No de los espíritus críticos,


sino de las corporeidades críticas. He ahí lo que el Imperio
teme. He ahí lo que lentamente adviene,
con el incremento de los flujos,
de la defección social.
Hay una opacidad inherente al contacto de los cuerpos. Y
que no es compatible con el reino imperial de una luz que
ya no ilumina las cosas
más que para desintegrarlas.
Las Zonas de Opacidad Ofensiva no están
por ser creadas.
Están ya ahí, en todas las relaciones en que sobreviene una
verdadera
puesta en juego de los cuerpos.
Lo que hace falta es asumir que formamos parte de esa opa-
cidad. Y dotarse de los medios
para extenderla,
para defenderla.
Por todas partes en que se llegan a desarticular los disposi-
tivos imperiales, a arruinar todo el trabajo cotidiano del
Biopoder y el Espectáculo para exceptuar de la población
una fracción de ciudadanos. Para aislar nuevos untorelli. En
esa indistinción reconquistada
se forma espontáneamente
un tejido ético autónomo,
un plano de consistencia
65
secesionista.
Los cuerpos se agregan. Recuperan el aliento. Conspiran.
Que tales zonas estén condenadas al aplastamiento militar
importa poco. Lo que importa,
es en cada caso
componer una vía de retirada bastante segura. Para vol-
verse a agregar en otra parte.
Más tarde.
Lo que sustentaba el problema del ¿Qué hacer? era el mito de
la huelga general.
Lo que responde a la cuestión ¿Cómo hacer? es la práctica de
la HUELGA HUMANA.
La huelga general permitía interpretar que había una explo-
tación limitada
en el tiempo y en el espacio,
una alienación parcelaria, debida a un enemigo reconoci-
ble, y por tanto derrotable.
La huelga humana responde a una época en que los límites
entre el trabajo y la vida acaban por difuminarse.
En que consumir y sobrevivir,
producir “textos subversivos” y precaverse de los efectos
más nocivos de la civilización industrial,
hacer deporte, el amor, ser padre o tomar Prozac.
Todo es trabajo.
Porque el Imperio gestiona, digiere, absorbe y reintegra
todo lo que vive.
Incluso “lo que soy”, la subjetivación que no desmiento hic
et nunc,
todo es productivo.
El Imperio ha puesto todo a trabajar.
Idealmente, mi perfil profesional coincidirá con mi propia
cara.
Incluso si ésta no sonríe.
Las muecas del rebelde se venden muy bien, después de
todo.
66
Imperio, es decir que los medios de producción se han
vuelto medios de control al mismo tiempo que lo contrario
se verificaba.
Imperio significa que de ahora en adelante el momento po-
lítico domina
al momento económico.
Y contra esto, la huelga general ya no puede nada.
Lo que hay que oponer al Imperio es la huelga humana.
Que nunca ataca las relaciones de producción sin atacar al
mismo tiempo
las relaciones afectivas que las sostienen.
Que socava la economía libidinal inconfesable,
que restituye el elemento ético —el cómo— reprimido en
cada contacto entre los cuerpos neutralizados.
La huelga humana es la huelga que, en el punto en
que SE esperaba
tal o cual reacción previsible,
tal o cual tono apenado o indignado,
PREFIERE NO.
Se oculta del dispositivo. Lo satura, o lo estalla.
Se recobra, prefiriendo
otra cosa.
Otra cosa que no esté circunscrita en los posibles autoriza-
dos por el dispositivo.
En la ventanilla de tal o cual servicio social, en las cajas de
tal o cual supermercado, en una conversación educada, en
una intervención de la poli,
según la relación de fuerzas,
la huelga humana hace consistir el espacio entre los cuer-
pos,
pulveriza el double bind en que están capturados,
los conduce a la presencia.
Hay todo un ludismo por ser inventado, un ludismo de los
engranajes humanos
67
que hacen girar el Capital.

En Italia, el feminismo radical ha sido una forma embrio-


naria de la huelga humana.
“¡Basta de madres, mujeres e hijas, destruyamos las familias!” era
una invitación al gesto de romper los encadenamientos pre-
vistos,
de liberar los posibles comprimidos.
Era un atentado a los comercios afectivos fracasados, a la
prostitución ordinaria.
Era un llamamiento a la superación de la pareja, como uni-
dad elemental de gestión
de la alienación.
Llamamiento a una complicidad, entonces.
Práctica insostenible sin circulación, sin contagio.
La huelga de las mujeres llamaba implícitamente a la de los
hombres y los niños, llamaba a vaciar las fábricas, las es-
cuelas, las oficinas y las prisiones,
a reinventar para cada situación otra manera de ser,
otro cómo.
La Italia de los años 70 era una gigantesca zona de huelga
humana.
Las autorreducciones, los atracos, los barrios okupados, las
manifestaciones armadas, las radios libres, los innumera-
bles casos de “síndrome de Estocolmo”,
incluso las famosas cartas de Moro detenido, hacia el final,
eran
prácticas de huelga humana.
Los estalinistas hablaban entonces de “irracionalidad di-
fusa”, y esto lo dice todo.

Existen también autores


en cuya obra se encuentra todo el tiempo
la huelga humana.
En Kafka, en Walser,

68
o en Michaux,
por ejemplo.

Adquirir colectivamente esa facultad de sacudir


las familiaridades.
Ese arte de frecuentar en sí mismo
al huésped más inquietante.

En la guerra presente,
en la que el reformismo de emergencia del Capital tiene que
tomar los hábitos del revolucionario para hacerse entender,
en la que los combates más demókratas, aquellos de las
contracumbres,
recurren a la acción directa,
un papel nos está reservado.
El de mártires del orden demokrático,
que golpea preventivamente todo cuerpo que pudiera gol-
pear.
Debería dejarme inmovilizar ante una computadora mien-
tras las centrales nucleares explotan, mientras que SEjuega
con mis hormonas o a envenenarme.
Debería entonar la retórica de la víctima. Ya que, es sabido,
todo el mundo es víctima, incluso los opresores mismos.
Y saborear que una discreta circulación del masoquismo
reencante la situación.

La huelga humana, hoy en día, consiste en


rechazar desempeñar el papel de la víctima.
Atacarlo.
Reapropiarse la violencia.
Arrogarse la impunidad.
Hacer comprender a los ciudadanos pasmados
que si no entran en la guerra están de todas formas en ella.
Que en donde SE nos dice que es tal cosa o morir, es siem-
pre

69
en realidad
tal cosa y morir.

Así,
de huelga humana
en huelga humana, propagar
la insurrección,
donde ya sólo hay,
y donde somos todos,
singularidades
cualesquiera.

70
Ma noi ci saremo

71
72
La Cámara Internacional de Comercio reconoce
hasta qué grado la sociedad ha cambiado, con los ciu-
dadanos expresando sus profundas preocupaciones. Sin
embargo, la emergencia de grupos de activis-
tas arriesga con debilitar el orden público, las institu-
ciones legales y el proceso democrático. Estas organiza-
ciones activistas deberían legitimarse a sí mismas, me-
jorando su democracia interna y su transparencia. De-
berían asumir plenamente sus responsabilidad en lo
que respecta a las consecuencias de sus actividades. Si
tal no es el caso, habría que considerar las reglas que
establecen sus derechos y responsabilidades. El
mundo de los negocios está acostumbrado a trabajar
con los sindicatos, las organizaciones de consumidores
y otros grupos que son responsables, creíbles, transpa-
rentes, y que ameritan respeto. Lo que cuestionamos es
la proliferación de grupos activistas que no acep-
tan estos criterios de autodisciplina.
Geneva Business Declaration, adoptada en sep-
tiembre de 1998 por 450 dirigentes de multina-
cionales en el marco del Geneva Business Dialo-
gue

Quienes están en contra del G8 no luchan contra los


responsables democráticamente elegidos en sus países:
luchan contra el mundo occidental, la filosofía del
mundo libre, el espíritu de empresa.
S. Berlusconi, Le Monde, domingo 22-lunes 23
de julio 2001

73
74
Tesis
(como una canción infantil)
1. El sujeto político de la demokracia es la población, o
sea, un conglomerado de cuerpos éticamente heterogéneos,
a gestionar y a administrar.
2. El ciudadano, el átomo que constituye a dicha pobla-
ción, no es ni honesto ni criminal, ni pobre ni criminal, ca-
rece de clase, de sexo, de olor, pero tiene derechos (entre
los cuales está el derecho a votar, que asegura la persisten-
cia del sistema que lo ha producido), un poder adquisitivo
variable y deseos.
3. La demokracia escucha los deseos de los ciudadanos,
porque no puede hacer otra cosa. Desde el momento en que
gestiona y no dirige, necesita el consenso como el pez el
agua. Y el consenso no podría fracasar puesto que él mismo
es el principal producto de la demokracia. Fuera de raras
expresiones de antagonismo violento que es conjurado de
manera permanente, UNO se asegurará de calibrar el con-
senso, de hacer converger en puntos precisos los deseos sin-
gulares.
4. Mientras el capitalismo se garantice la vida, dicha
convergencia queda ampliamente asegurada por el con-
sumo y todo aquello que, universalmente, lo preserva (el
trabajo, la policía, la familia, las relaciones mediadas por el
dinero, etc.).
5. Cuando el ciudadano se dedica a “existir”, a desear
fuera de los diagramas publicitarios, a trastornar las fatali-
dades de su vida cotidiana, a lanzar miradas excesivamente

75
insistentes o impregnadas de una simpatía excesivamente
desprovista de caridad hacia los no-ciudadanos, deviene un
“sujeto potencialmente peligroso”, un casi-no-ciudadano,
alguien que haría mejor con mirar la tele. Y ciertamente,
no resulta indiferente el ya no ver en el pacto social sino
una fábula para dormir a los hijos prudentes de las demo-
kracias, en nuestros “derechos” sino tantas incitaciones a
no salir de una lamentable conformidad ortopédica, no re-
sulta indiferente el ya no saber que uno está solo y vigilado,
que nuestras “libertades” no son sino los juguetes
que SE nos dejan para distraernos mientras los gestores op-
timizan, cuentan y redistribuyen el número de muertes y de
enfermedades en el mundo para los años por venir.
6. El buen ciudadano no existe y el mal ciudadano es el
criminal potencial. Por consiguiente, el único horizonte po-
sible de la ideología ciudadana es la vigilancia, y el único
garante de su perpetuación es el sistema penal. De ahí la
ecuación: ciudadano = poli.
7. En última instancia, el poli [flic] es el verdadero deten-
tor del monopolio de la violencia legítima. Y es a cambio
de esto que soporta la humillación de ser reducido a la obe-
diencia; pues es obedeciendo como puede golpear, oprimir,
en resumen: destapar su resentimiento de esclavo. El ciu-
dadano es aquel que delega su violencia al poli, pero es en
esta ocasión a cambio de esclavitudes múltiples (derechos
de consumir, trabajar, divertirse, pasearse bajo el ojo vigi-
lante de la ley punitiva), las cuales tienen como única fina-
lidad tenerlo en su lugar, hacerlo permanecer amablemente
en la habitación mientras los “otros” ejercen su arbitrarie-

76
dad con total impunidad. Dicho de otra manera: el ciuda-
dano es el poli de civil, desarmado, del Imperio cibernético,
aquel que cree tener derechos y que se engaña.
8. Los “otros” son aquellos que no tienen que preocu-
parse por esa tontería que SE llama la “Ley”, que la apartan
con un gesto de enojo cuando se cruza en su camino, que
la cambian con tranquilidad según sea necesario para su be-
neficio y su hegemonía; lo cual es, por lo demás, la única
posición coherente en el seno de una sociedad capitalista.
La cooperación más rentable será, por consiguiente, la de
los mafiosos, los hombres de Estado, los capitalistas y la
policía; y será también la más natural. Mientras
tanto, SE pagará a alguien para que cante a los ciudadanos
una canción de cuna socialdemókrata y pacifista para que
no lloren demasiado entre una pesadilla y otra. Y esto con-
tinuará hasta que la violencia golpee a sus puertas, hasta
que alguien prenda fuego a su banco, a su coche, a sus es-
taciones de servicio, a sus sueños publicitarios que no se
realizan jamás. Entonces la canción de cuna cambiará: “No
se inquieten, es sólo la policía infiltrando a los manifestan-
tes, o lo contrario, en pocas palabras: son unos locos, no es
nada, no significa nada. ¡Pero qué horror!, vean toda esa
sangre, ahora sí no es salsa de tomate, no es algo bonito que
ver, ¿verdad? A ustedes les sucederá lo mismo si no se duer-
men, ¿vieron bien? ¡No vieron nada, vayan a dormir!”

Afinidad y elección. La demokracia se basa en la idea de


que la política es el reino del logos, de ahí la proliferación de
los debates, la fetichización de la discusión como medio de
resolución de los conflictos — en una época en que, por
otro lado, nadie sabe ya hablar ni escuchar. La demokracia
77
pasa así por alto el hecho de que las evidencias políticas nunca
son de orden lógico, sino siempre de orden ético. La esencia de
toda comunidad no es discursiva sino electiva. La subsis-
tencia de la “elección” en el seno de la demokracia es sólo
un señuelo oportuno: la elección sólo puede ser un movi-
miento recíproco, y ciertamente no el movimiento de esco-
ger a favor de aquel o aquella que se ofrece. La práctica elec-
toral no es, en este sentido, una práctica electiva, pues el
elegido nunca elige a sus electores, tiene buenas razones
para despreciarlos y sólo recurre a ellos durante su cam-
paña para hacerlos callar mejor cuando llegue a gestionar-
los.

Todos solos juntos. ¿Qué tienen en común la ama de casa


de Berlín, el electricista de Boloña, los punks de Helsinki,
los ecologistas de Seattle y los autónomos de Mestre? Es
evidente: absolutamente nada, salvo su presencia física en la
contracumbre de Praga. Se conocieron por internet, encon-
trándose gracias a la “red” porque tienen como base un
enemigo común (el FMI, la Banca Mundial, la gestión ac-
tual de la economía global, etc.). Por un día contestaron
[impugnaron] en marchas separadas la epifanía paródica de
una élite de explotadores y criticaron la mercancía global
hasta el otro extremo del mundo, para regresar a sus casas
al día siguiente a someterse a la mercancía local. Se encon-
traron físicamente por un día, se escribieron e-mails para el
resto de sus vidas, en el mejor de los casos. Cada uno de
ellos queda así sensatamente atrapado en las mallas estre-
chas del poder, como pez en una red, y desde ahí protesta
contra una injusticia global de la cual ignora todo, con ex-
cepción de los informes proporcionados por la prensa. Que
78
a nadie se le ocurra poner en tela de juicio al vendedor de
periódicos de la esquina o la permanencia del nuevo alcalde
de izquierda, porque mañana los podríamos encontrar al
lado de nosotros a bordo de un tren ocupado, lanzados ha-
cia un nuevo destino de la contestación global.
Del día a día desesperante que las grandes decisiones de
las cumbres elaboran, nadie habla. La política consiste
en ellos que la hacen y en nosotros que la sufrimos o la obs-
taculizamos. Error: para que ellos puedan hacer su política
hace falta que ya hayan pasado sobre nuestros cadáveres.
Es absurdo protestar a causa de que ellos nos hagan mal
cuando nos pisotean; se precisa levantarse, aquí y ahora,
porque es en todo momento que nuestra privación de des-
tino es organizada. Esto es lo que dicen los “incontrola-
dos”.

Únicamente se gobiernan los cuerpos. La gestión de los cuer-


pos, de su salud y de su enfermedad, de su movilidad y de
su sedentarismo, de su alistamiento o de su clandestinidad,
es el único objetivo del “gobierno mundial”.
El dinero, el trabajo, los transportes, los cuidados, la vi-
vienda y los papeles de identidad son sólo unos de tantos
dispositivos de los que hacen uso los gobiernos para con-
trolar los cuerpos.
La cultura, los espectáculos y la represión son sólo me-
dios suplementarios para controlar las “almas” en los cuer-
pos. Puesto que hay cuerpos sin almas, pero no almas sin
cuerpos, los condicionamientos culturales se dirigen tam-
bién, en última instancia, a los cuerpos. Es por mi “tuabili-
dad” y no por otra cosa que yo soy condicionable. Cuando
el poder muestra su verdadera cara, no apunta a mi alma,
79
impresiona mi cuerpo, pues es en cuanto cuerpo que estoy
expuesto, que puedo ser asesinado o aprisionado. Los de-
rechos del hombre son el desfile ahora planetario que que-
rría hacernos olvidar esta evidencia, hacernos olvidar que
la forclusión de la violencia es un factor cultural contin-
gente, necesario para perpetuar un cierto régimen de poder
y de opresión que azota a ciertas personas y no a otras.

El monopolio de la violencia. Persuadir a los ciudadanos a


defenderse por sí mismos es inhumano y bestial; que la vio-
lencia es una abominación que hay que reprimir permanen-
temente hasta cansarse de sí mismo si es necesario —ha-
llándose presente la violencia en la vida de los seres huma-
nos al mismo grado que el oxígeno— ha sido siempre el
sueño de los gobiernos. La demokracia casi lo ha realizado,
al mismo tiempo que se reserva todavía por cierto tiempo
el absurdo privilegio de llamar a los hombres a matar y a
hacerse matar en sus guerras con ella.

Movilización, no movimiento. En Praga, para que fuera po-


sible la convergencia por lo menos física de tantas formas
de vida, hizo falta engrasar no una máquina de guerra sino
una máquina organizativa. Si algunos estabas “armados”
(de bastones de madera y de escudos de plástico o más sim-
plemente de máscaras antigás para no ahogarse en medio
de los lacrimógenos), la mayor parte, tanto en Seattle como
en Praga, se decía animada por el sueño romántico de ma-
sas inocentes, desarmadas y desamparadas ante unos pode-
rosos corrompidos armados hasta los dientes. La reapropia-
ción de la violencia, que de todos modos ocurrió y que hizo
la primera plana de los periódicos, es contada con estupor

80
y condenada por unanimidad. Esto se llama la disociación
y es el primer efecto tóxico de la ideología ciudadana. Que
pronto se revelará mortal.

En la boca del lobo. Pero si se recusa la violencia, ¿por qué


rendirse precisamente en el mismo lugar en que el disposi-
tivo seguritario se anuncia inatacable, y su “forzamiento”
como lo único posible?
Praga ha sido un “éxito”, se dice, porque las mandíbulas
de la represión no se cerraron el primer día sino el segundo.
Quien tuvo la desvergüenza o la despreocupación de pasear
por la ciudad al día siguiente de la manifestación una pinta
no conforme terminó pagando muy caro su ligereza.
¿Por qué, pues, encontrarse bajo las luces más deslum-
brantes del Espectáculo sólo allí donde el menor gesto rea-
lizado es inmediatamente reproducido y amplificado en ca-
dena internacional hasta volverse irreproductible para
quienquiera que estaba ausente del acontecimiento? ¿Sepa-
rar el espacio-tiempo de la lucha del espacio-tiempo de la
vida no participa de aquello contra lo cual luchamos?
Que quede claro: nosotros no estamos en contra de la
alegría amotinadora de Praga y de Seattle, sólo estamos en
contra de su épica unicidad, que nos impide repetirlos todos
los días en nuestras casas.

Allí donde hay que estar. Existe un aspecto de la represión


que es raramente interrogado y que es, sin embargo, la base
de toda lógica autoritaria: es la idea del lugar que cada
quien debe tener. Que sepas permanecer en tu lugar, en el es-
pacio y también en la jerarquía, es lo que te garantiza segu-
ridad; y quien no está en su lugarbien se lo ha buscado… Lo

81
mismo pasa en la lectura de clase dedicada a la sociedad: a
los pobres y a los explotados les toca liberarse, a los ricos
conservar y defender sus privilegios. Es así como se pasa de
lado el carácter dinámico de la relación de dominación que
hace que la mayoría de los explotados no se rebelen y tra-
bajen meramente para hacer su vida semejante a la de su
patrón, acondicionándose una existencia tan contrarrevo-
lucionaria como este último cuando fuma su cigarro sen-
tado en un sillón de cuero. En adelante, conformarse al lu-
gar de patrón o al de esclavo fortalece de la misma manera la
dominación en cuanto que ser empleado o patrono significa
en nuestros días un rechazo idéntico del conflicto bajo to-
das sus formas. Ningún lugar de esta sociedad es ya revolu-
cionario por sí mismo. La plebe ocupa el lugar de los sin-
lugar, y éste es el único en el que uno puede sublevarse.
Desplazarse físicamente da, naturalmente, una excusa
poderosa a la policía, puesto que uno no se encontraba efec-
tivamente en su lugar al momento de ser arrestado. Pero en
estas condiciones, ¿por qué no sublevarse en el lugar mismo?
¿Por qué, en lugar de manifestar que uno es igualmente tra-
tado como extranjero en todas partes —lo cual es la condi-
ción del Bloom—, no manifestar que nuestro propio país y
nuestro propio barrio nos son extranjeros/extraños/ajenos
[étrangers] a nosotros y a los nuestros, que “nuestro lugar”
no es nuestro lugar porque no queremos el que SE nos con-
cede? Y es entonces solamente que el ritornelo “nuestra pa-
tria es el mundo entero” recobrará algún sentido.

Barnum. Tony Blair, luego de los dos balazos que, en


Gotemburgo, impactaron en la espalda de un niño que ha-
bía lanzado piedras contra los polis, dijo que no había que
82
dejarse distraer por el “circo anarquista itinerante”. Algo
en lo cual tenía razón: para un circo, pronto se vuelve de-
sesperante e injustamente cruel que los espectadores no
quieran pagar ya su entrada.
La imagen del niño que tropieza con dos proyectiles alo-
jados en los riñones y en el hígado, del poli que acaba de
tirar, los ojos muy abiertos, la suspensión cinematográfica
del motín…, todo esto tiene pinta de una mala película.
Casi no nos conmovimos, pero creímos en ello. Desde
luego, no nos gustaría morir así, ante una cámara, bajo la
mirada parásita de los espectadores estupefactos. Aquí, el
fin de los héroes no es ya una palabra, sino un sentimiento
seguro. La mercancía de la rebelión circula bien en la tele y
en formato tabloide, siempre que la coreografía sea buena:
sólo tienes que organizarla.
¿Y las producciones de la antiglobalización, Indymedia
y todo eso? Les hace falta ritmo incluso en las escenas de
acción.
De todos modos, como por casualidad, cuando los poli-
cías disparan, el poder agarra el control remoto.
¿Y si la próxima cumbre fuera en Qatar?
GAME OVER.

Hooligani peligrosos. El tiempo pasa, las contracumbres


cambian, de aspecto, de ritmo. Volvemos de Génova, la
víctima de Gotemburgo camina de nuevo, ha perdido diez
kilos, pero Carlo Giuliani, por su parte, no se mueve ya,
perdió la vida, la policía la tomó, como incauta el material
sospechoso en uno de sus cateos.
La evidencia que se ha hecho clara en Génova no es la
de la incontrolabilidad de la policía imperial (el ministro
83
del interior italiano declaraba al día siguiente de la masacre
que tuvo lugar la noche del 21 de julio que él no estaba al
tanto de la operación), ni la del incremento del nivel de la
confrontación (llegada a ser mortífera), sino la del decline
definitivo de la tierna broma socialdemócrata. Mientras
que los medios de comunicación del mundo entero se es-
fuerzan en definir como criminales algunas acciones de
destrucción de automóviles, de bancos, de mercancías, en
una palabra: de cosas y la reapropiación de la violencia a
partir de un fantasmático “Black Bloc”, el gobierno Berlus-
coni traza con toda inocencia la sonrisa pícara de la dicta-
dura.
El verdadero plano de consistencia político de la contra-
cumbre de Génova ha sido claramente el de los “violentos”
que a solas asumieron el reto y el nivel del “diálogo”: los
ciudadanos que desfilaban pacíficamente a favor de sus de-
rechos fueron gaseados, apaleados, arrestados, considera-
dos como desperdicios entrometidos que hacía falta barrer
con rapidez de las calles, en tanto que los vándalos [casseurs,
literalmente “rompedores”, despectivo para los que “irra-
cionalmente” salen a destruir], que sabían dónde se encon-
traban y en qué condiciones estaban operando, actuaron
con una relativa impunidad (muy pronto juzgada sospe-
chosa, evidentemente, por la mala fe ciudadana). Cuando
los periódicos italianos titularon sin ironía alguna que “la
policía y el Black Bloc se han cargado juntos la marcha”,
captaban confusamente un plano de consistencia que es
aquel del Partido Imaginario, en el que la cuestión de la
infiltración deviene rápidamente vana; bien es cierto que el

84
poli provocador es también un vándalo, aunque lo contra-
rio jamás puede ser probado, y es por esto que los reformis-
tas salen de Génova totalmente derrotados y desorientados.
La inquietud que se apodera del ciudadano frente a las fo-
tos de los polis de civil disfrazados como manifestantes y
serenamente instalados entre sus colegas uniformados re-
cuerda bastante el espanto del niño cara al disfraz rudimen-
tario que lleva su papá como Santa Claus. Ante la imagen
de la criminalidad necesaria y constitutiva del poder policial,
quienes permanecen crédulos de la ilusión demókrata ges-
ticulan cómicamente implorando que se les tranquilice:
“Cuéntenos que las acciones violentas del Black Bloc han
sido el efecto de las provocaciones policiales, pero cuénte-
nos también que la policía es buena, que apalea por error a
los amables manifestantes, que perdona a los villanos por-
que son sus colegas, que nos protege a pesar de todo, que
trabaja para nosotros pase lo que pase”. Desde el punto de
vista del ciudadano, Génova ha de reducirse a un problema
de gestión entre buenos polis y malos polis: en ningún caso
papá nos habría mentido, ¡Santa Claus existe!

Tratando de estar presente. El terreno móvil del no-dere-


cho, la guerra civil pobre pero con vida de los motines, pro-
ducen en realidad una forma distinta de presencia política, la
de un lugar otro [un ailleurs] que toma cuerpo, de un posible
que se las arregla repentinamente sin la prótesis improbable
del delirio ciudadano. Los cuerpos ganan la escena con-
creta de lo político contra la hipóstasis del cuerpo místico
de los ocho poderosos, a quienes impugnan la facultad de
representarlos, de poder existir y decidir en su lugar. El des-

85
mán y la destrucción en la calle no son una invitación he-
cha a los medios de comunicación para que se concentren
en la contestación antes que en el evento contestado (las
numerosas agresiones a reporteros lo confirman), pero sí
remiten a la urgencia de salir de la falsa alternativa entre la
aceptación del poder tal como es o la aceptación de las re-
glas convenidas para transformarlo, es decir, preservándolo
en ambos casos.
Salido de este callejón sin salida, ya no más cielo de la
política y tierra de los ciudadanos, sino un mundo ya ahí, a
poblar y a recorrer. El eslogan reformista “otro mundo es
posible” que muchos anti-G8 exhibían en sus playeras no
hace sino proporcionar la medida de su resignación y de su
ignorancia: la cuestión no es, naturalmente, que otros mun-
dos sean posibles, sino que otros mundos están ahí, viven o
dormitan bajo el peso de los dispositivos imperiales, y
que SE les dirige la guerra. Basta con algunos golpes bien
asestados para hacer surgir la potencia que encierran, su
abrupta presencia, y con un poco de audacia para encontrar
el camino que conduce a ellos.
El hecho de que el dispositivo policial de Génova, pre-
parado con varios meses de anticipación, con reuniones de
policía y de servicios de inteligencia internacionales, gastos
astronómicos en alambradas, bloqueos de calles, expulsión
de los habitantes de la ciudad, haya sido un fracaso total
desde el punto de vista estrictamente seguritario, nos in-
forma acerca de su función implícita no menos que sobre
su función real. Los polis, al igual que los periodistas, de-
voran el presente, sólo están ahí para ello. Ya sea por una
operación de inmovilización del tiempo (el encarcela-
miento durable que prolonga un acto puntual cumplido en
86
un momento preciso) o de multiplicación de un presente
que no puede romperse (reproducción indefinida, mediante
imagen o texto, de un gesto único y singular), polis y perio-
distas roen el espacio del acontecimiento y cooperan
usando los diversos medios a su disposición para neutrali-
zarlo.
Los recuerdos de aquellos que, en Génova, no sufrieron
en sus cuerpos las consecuencias de esa guerra civil efímera
están trágicamente afectados de irrealidad: el tiempo me-
diático y el tiempo represivo disminuyen la presencia, des-
cualifican el sentido y la intensidad de la que ella es porta-
dora, llevan una imagen que paraliza (la prueba, la garantía
de “objetividad” para uso de quien está pasivo y ausente en
el momento del hecho). Imagen viene de la palabra la-
tina imago que designaba las máscaras de cera mortuoria.
Sin importar que las imágenes de las contracumbres nos de-
jen indiferentes o nos afecten, ellas participan simplemente
de un dispositivo de producción de confusión. Lo que los
cuerpos actuantes —y aquellos que marchaban— en la ca-
lle quisieron probar era que la práctica violenta es el único
medio para recobrar la presencia en el Imperio, y que es
exactamente esto lo que el poder teme. Es así como se ex-
plica el miedo de la policía ante el “Black Bloc”, su pérdida
de control incomprensible en atención a la desproporción
de las fuerzas en juego. Tan pronto como los cuerpos no
son el pálido holograma de ellos mismos, la policía dispara,
porque ha perdido ya el control: no consigue ya contener la
presencia de otro mundo en acto.

87
Cualquiera. El miedo que suscita el recurso a un medio
proscrito por el dispositivo demókrata y que sin embargo
no amenaza, el pasamontañas, es el miedo de lo cualquiera.
Por supuesto que el Black Bloc no existe: y es por esto
mismo que existe demasiado. Detrás de los pañuelos, las ku-
fiyyas y los pasamontañas se oculta no importa quién, o
quienquiera que no se disocie públicamente, pero quizá
también quien lo hace. Detrás de la cara enmascarada se
oculta el deseo de todo ciudadano a no ser ya controlado.
Los motines de Génova fueron intensos sin ser épicos,
poderosos sin ser heroicos, y la policía, que no concibe la
existencia de una “violencia” sin organización, buscó paté-
ticamente a un supuesto “jefe” en los no menos supuestos
“Black Bloc”, acumulando así en un solo deseo dos inexis-
tencias. No todos a los que SE calificó como Black Bloc en
Génova estaban vestidos de negro — SE dice incluso que
estaban de negro en el primer día y no en el segundo, que
lo estaban en los enfrentamientos y no en las demás mar-
chas, etc. El mismo color negro es un no-color, la suma de
todos los demás colores, el color cualquiera por excelencia.
Quienquiera que fuera encontrado en posesión de ropa ne-
gra se convertía en los días de la contracumbre en un indi-
viduo sospechoso, del mismo modo en que quienquiera que
se tapa la cara, y deviene entonces cualquiera, indiscernible
dentro de la masa, sólo podría hacerlo porque debe de tener
algo que ocultar. De hecho, quienquiera que pudiera estar
en el Black Bloc, y por lo tanto también los polis y los neo-
nazis, pues en una zona de no-control simplemente no hay
más sujetos, lo cual vuelve completamente caduca la cues-
tión del “¿quién ha hecho qué?”. Poco importa si, a los ojos

88
del control, las zonas de opacidad aparecen como imper-
fecciones que borrar o agujeros cavados a propósito en el
tejido continuo de la vigilancia: el control no ve el aconteci-
miento, sólo ve los sujetos y las pretendidas consecuencias
de sus actos. Pero dentro del espacio cualquiera del motín
sólo hay el acontecimiento del motín que regula a su ritmo
el continuum psicosomático de los cuerpos implicados en
masa. El motín no es un espacio de intercambio, ni de pa-
labra, ni necesariamente de acción, es un espacio de presen-
cia, donde los cuerpos se confunden y los sujetos desapare-
cen en la connivencia del Partido Imaginario. La única ver-
dad que la voluntad de saber del poder puede encontrar a
su respecto es ésta: que sólo hay inteligencia del aconteci-
miento en su seno en el momento en que adviene, y que
todo testimonio lo traiciona, toda exterioridad lo deforma.
Quien no estaba presente no comprende. Quien estaba pre-
sente no tiene nada que explicar, puesto que el espacio del
motín anónimo es un espacio desplegado, que se las arregla
sin interpretación, que se erige y se aparta contra el sujeto,
y por lo tanto contra sí mismo en cuanto sujeto. Cualquier
enunciado que tenga por objeto la “intención” del Black
Bloc se encuentra de este modo afectado de nulidad. No
siendo el Black Bloc un sujeto, puede hacer todo y su con-
trario; quince personas de cualquier credo pueden vestirse
de negro (o de blanco) y reivindicar acciones en nombre de
un Black Bloc o de los Tute Bianche. La diferencia está en
que en el segundo caso unos cuerpos nombrados y determi-
nados sustituyen a la multitud para decir “Nosotros,
los Tute Bianche” y pasa disociarse de todo lo que se les es-
capa esperando poder encauzar la potencia de lo cualquiera

89
en una representación políticamente rentable. Pero esta
apuesta está perdida por adelantado, pues es la misma que
la de la policía, a la cual, por lo demás, Casarini apela para
que SE haga luz sobre esa zona de opacidad, olvidando que
hace veinte años en Italia alguien quiso secar el mar para
tomar los peces y fracasó, porque, como se les dice a los
niños, “el mar no tiene fin”.

no justice/no peace/fuck
the police!

90
Notas sobre lo local*

* Traducción por Camilo Barría R.


91
92
Todo lo que conforma hoy en día un paisaje aceptable para
nosotros, es el fruto de sangrientas violencias y de conflic-
tos de una rara brutalidad.
Esto podría ser pensado como un resumen de lo que el
gobierno demokrático quiere hacernos olvidar. Olvidar que
los suburbios han devorado el campo, que las fábricas han
devorado los suburbios, que la metrópoli tentacular, ensor-
decedora e inquieta ha devorado todo.
Constatarlo no significa lamentarlo. Constatarlo signi-
fica: captar los posibles. En el pasado, en el presente.

El territorio cuadriculado donde nuestro día a día toma lu-


gar, entre el supermercado y la cerradura electrónica de la
puerta principal, entre los semáforos y los pasos peatonales,
nos constituye. Pero también estamos habitados por el espa-
cio en que vivimos. Y más aún que, de ahora en adelante,
todo lo que él contiene, o casi todo lo que contiene, fun-
ciona como un mensaje subliminal. No hacemos ciertas co-
sas en ciertos lugares, porque tales cosas no se hacen.
El mobiliario urbano, por ejemplo, es casi completa-
mente inútil —¿nunca te has preguntado quién podría sen-
tarse en las bancas de una de las neo-plazas de hoy sin su-
cumbir a la más violenta desesperación?—; tiene sólo un
sentido y una función, y ese sentido y esa función son to-
talmente disuasivos. “Sólo estás en casa cuando estás en
casa, o donde sea que hayas pagado, o donde sea que estés
bajo vigilancia”, nos recuerda el mobiliario, como si fuera
su única misión.

El mundo se globaliza, pero a la vez se estrecha.

93
El paisaje físico que atravesamos cada día a grandes ve-
locidades (en automóviles, en el transporte público, a pie, a
prisa), efectivamente tiene un carácter irreal porque en él
nadie vive nada en absoluto, y en él nada puede vivir. Es
una especie de micro-desierto donde uno está como exi-
liado, entre una propiedad privada y otra, entre una obliga-
ción y otra.
Por otra parte, nos parece mucho más acogedizo el pai-
saje virtual. La pantalla de cristal líquido de la compu-
tadora, la navegación en Internet, los universos televisuales
o de play-station nos son infinitamente más familiares que
lo que son las calles de nuestros propios barrios, poblados
en las noches por la luz lunar de las farolas callejeras y las
cortinas metálicas de las tiendas cerradas.
Lo opuesto a lo local, no es lo global; es lo virtual.

Lo global se opone tan poco a lo local que de hecho es


quien lo produce. Lo global designa meramente una cierta
distribución de diferencias a partir de una norma que las
homogeniza. El folclore es efecto del cosmopolitismo. Si
nosotros no sabemos que lo local es local, éste terminaría
siendo para nosotros una pequeña globalidad. Lo local apa-
rece a medida que lo global se hace posible, y necesario.
Irse a trabajar, irse de compras, viajar lejos de casa, eso es
lo que hace a lo local algo local, que de otra manera sería
modestamente el lugar donde uno vive.
Es más, nosotros no vivimos propiamente hablando en
ninguna parte. Nuestra existencia está simplemente recor-
tada en sectores delimitados por líneas horarias y topológi-
cas, en pequeños trozos personalizados de vida.

94
Pero eso no es todo. UNO querría hacernos vivir actual-
mente en lo virtual, definitivamente deportados. Ahí, la vida
que UNO nos desearía se recompondría en una curiosa uni-
dad de no-tiempo y no-lugar. Lo virtual es, como un anun-
cio de Internet lo dice, “un lugar donde puedes hacer todo
lo que no puedes hacer en la realidad”. Pero ahí, donde
“todo está permitido”, el mecanismo de paso de la potencia
al acto está bajo total vigilancia. En otros términos: lo vir-
tual es el lugar donde los posibles jamás devienen reales,
pero se mantienen indefinidamente en un estado de virtua-
lidad. Aquí la prevención sale triunfante sobre la interven-
ción: si todo es posible en lo virtual, es sólo porque el dis-
positivo asegura que todo permanezca igual en nuestra vida
real.

Pronto, SE dice, estaremos teletrabajando y teleconsu-


miendo. En la televida, no volveremos a estar afligidos por
el doloroso sentimiento de aborto de los posibles que habi-
taba todavía el espacio público, en cada mirada cruzada y
tan pronto abandonada. El fastidio de estar inmersos entre
nuestros contemporáneos, que casi siempre son desconoci-
dos, en las calles o donde sea, será abolido. Lo local, expul-
sado de lo global, será expulsado hacia lo virtual, para ha-
cernos creer, de una vez por todas, que nada más que lo
global existe. Será necesario adornar la uniformidad multi-
étnica y multiculturalista, para hacer la píldora más fácil de
tragar.

Mientras se espera el advenimiento de la televida, noso-


tros adelantamos la hipótesis de que nuestros cuerpos en el

95
espacio tienen un sentido político, y de que la dominación
constantemente maniobra para ocultarlo.
Gritar un eslogan en la casa no es lo mismo a gritarlo
en medio de una escalera o en la calle. Hacerlo a solas no
es lo mismo que hacerlo con varios más, y así sucesiva-
mente.

El espacio es político y el espacio es viviente, porque el es-


pacio está poblado, poblado por nuestros cuerpos que lo
transforman por el simple hecho de que los contiene. Y es
por esto que está bajo vigilancia, y es por esto último que
se mantiene cerrado.
La idea de un espacio que se representa como algo vacío
que vendría a continuación a ser llenado con objetos, cuer-
pos y cosas, es falsa. Por el contrario, ésa es la idea de es-
pacio obtenida al remover mentalmente de un espacio con-
creto todos los objetos, cuerpos y cosas que lo habitan. El
poder actual ha ciertamente materializado esta idea en sus
explanadas, sus autopistas, sus arquitecturas. Pero está
siendo constantemente amenazada por su vicio de origen.
Que algo tenga lugar en el espacio que ella controla, que gra-
cias a un acontecimiento un trozo de dicho espacio de-
venga un lugar, haga un pliegue inesperado, eso es todo lo
que quiere conjurar el orden global. Y contra esto, éste ha
inventado lo “local”, en el sentido de un ajustamiento con-
tinuo de todos sus dispositivos de aprehensión, de captura
y de gestión.

Es por esto que yo digo que lo local es político, porque


es el lugar de la confrontación presente.

96
Última advertencia para
el Partido Imaginario
concerniente al espacio público

97
98
Artículo Primero
La destinación del espacio público es el intercambio y
la circulación de mercancías. Como todas las otras mercan-
cías, los hombres se desplazan en él libremente.
Artículo 2
El espacio público es el espacio que no le pertenece a
nadie. Lo que no le pertenece a nadie, pertenece al Estado.
El Estado concede a la semiocracia mercantil la ocupa-
ción del susodicho espacio.
Artículo 3
Las oficinas están hechas para trabajar. La playa está
hecha para broncearse. Quienes desean divertirse se despla-
zan de buena gana a los espacios de ocio, discotecas y otros
parques de atracciones acondicionados para dicho efecto.
En las bibliotecas, hay libros. En los asilos, hay ancianos.
En las casas, hay familias. La vida está hecha de momentos
recortables. Cada momento tiene su lugar. Todo está en or-
den. Nadie se queja de ello.
Artículo 3 bis
El desorden también tiene su función especial. Cabe en
lo Integral, en el lugar previsto para los acontecimientos
imprevistos. Para el bienestar de todos, los ciudadanos son
invitados a encontrarse en la vía pública durante festivales
organizados para su consideración, en intervalos regulares,
por los servicios proporcionados por el Ministerio del Inte-
rior y de la Cultura. Nuestros agentes ambientales están
para servirte. Y no queda prohibido el ser amable con ellos,
aun si estás en regla.
99
Artículo 4
A todo niño está asignado un adulto-referente. Ese
adulto es responsable ante la Ley del comportamiento del
niño que le ha sido atribuido. Debido a su formación psico-
social todavía incompleta, e incluso en beneficio de su desa-
rrollo, los niños no tienen ningún lugar para jugar dentro
del espacio público que no disponga de la vigilancia de sus
respectivos adultos-referentes. En cualquier circunstancia,
los niños están clasificados en dos grupos: los hipercinéti-
cos, que reciben Ritalin, y los hipocinéticos, que conviene
asignarles Prozac. ¡Feliz cumpleaños!
Artículo 5
Con el fin de preservar el paisaje y de respetar el am-
biente social, parece preferible que los cuerpos no confor-
mes con las normas estético-sanitarias en vigor, publicadas
cotidianamente en la prensa nacional, se abstengan de cir-
cular en las áreas públicas entre las 9 a.m. y las 8:30 p.m.
Durante este intervalo de tiempo, los mendigos serán, en
cambio, tolerados en los puntos de mayor afluencia, donde
ellos participan en la edificación de todos y cada uno, por
medio del repulsivo ejemplo que constituyen.
Artículo 6
El propósito de la vida es la felicidad. La felicidad es un
dato objetivo que se mide en cantidades exactas. Ahora
bien, como todos saben hoy en día: donde reina la transpa-
rencia, reina la felicidad; aquello que no procura mostrarse
busca, por ello mismo, esconderse; y todo lo que procura
esconderse tiene que ser considerado como sospechoso. Así

100
pues, es deber del Biopoder intervenir haciendo desapare-
cer toda la opacidad de tu vida. El Biopoder desea tu felici-
dad. Y si es necesario, la deseará en contra tuya.
Artículo 7
Es conveniente, por la seguridad de todos, que el espa-
cio público sea integralmente vigilado. Las masas son invita-
das, donde el control sigue siendo imperfecto, a reprimir en
su interior todo comportamiento contrario a la dignidad
humana. Así pues, toda aglomeración anónima y toda con-
ducta anormal deberán ser denunciadas a la patrulla más
cercana de la Acción de Vigilancia Preventiva (AVP). De-
nunciar a los agentes del Partido Imaginario que haya entre
nosotros es un deber ciudadano, es obrar por su propio
bien, y por el bien de todos.
Artículo 8
El espacio público es un espacio neutro, lo cual quiere
decir que todas las manifestaciones de existencia singular
representan en él un perjuicio a la integridad del prójimo.
A partir de ahora, todo será implementado —mobiliario ur-
bano, decorados apropiados, Control Continuo (CC)—
para volver imposibles tales demostraciones, de las cuales se
conoce la intolerable molestia que causan a nuestros con-
ciudadanos.
Artículo 9
Agradecemos a todos aquellos que han contribuido con
su buen comportamiento a hacer que estos principios sean
cosa normal.

101
Artículo 10
NADA DEBE ACONTECER DE NUEVO.

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