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2017 / 2018

ANTOLOGÍAS
escritas con el
alma

POR:

MARCO O.MANYA
1 PACHECO.
Tabla de contenido

DEDICATORIA ........................................................... 3

PROMESAS QUE SE ROMPEN. ............................... 4

DE PAPABUELO, A PAPÁ. ......................................25

“MANOLO, MI GRAN AMIGO” .............................45

VAIVÉN DEL DESTINO. ..........................................58

SERES OLVIDADOS ...............................................106

ETERNO AMOR. .....................................................117

2
DEDICATORIA

Los seres humanos somos pasajeros, de ese tren de la


vida que pasa aceleradamente sobre las rieles del
tiempo, que nos va dejando esa inmensa estela de
recuerdos y vivencias que perdurarán hasta la
eternidad y aún más allá.
Estas historias están dedicadas con mucha
consideración, y respeto a todos los actantes reales y
o ficticios que me sirvieron de inspiración.
A todos los lectores quienes con la lectura de estas
obras literarias, hacen que me motive cada día más,
en este afán sin fines de lucro económico, de
compartir y permitirme llevar hasta sus vidas un
ameno pasatiempo, como lo es la lectura.

10/07/2018
Quito- Ecuador

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PROMESAS QUE SE ROMPEN.
En el año 2014 el Ministerio de Educación en
colaboración con la Empresa Pública Yachay,
convocó a los estudiantes de los colegios fiscales,
fisco misionales, municipales, y particulares de la
capital, para que participen en una maratón atlética de
6 kilómetros, llamada: “Corramos por la
Educación”
Carrera que empezaban desde el Boulevard de la Av.
24 de Mayo, hasta el sector en donde se lo conoce
como la “Cruz del papa” en el parque, La Carolina.
Mi hijo Jonathan, en aquel entonces era estudiante de
segundo año de bachillerato. Desde el primer día en
que se enteró de la competencia, se dedicó con mucho
ahínco a prepararse físicamente. Todo con el fin
según él, de ubicarse en algún puesto de honor en el
podio. Claro él, no tomaba en cuenta que los grandes
atletas no se hacen de la noche a la mañana, sino que
se preparan todos los días, durante muchos años.
Llegando a convertirse inclusive para muchos de
ellos el deporte, en su estilo de vida.
Yo, como padre, no podía cortarle jamás su ilusión de
“ganar”, ya que en fin de cuentas, también es cierto

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que los atletas de élite por algo empiezan, o mejor
dicho así se van formando. Es decir desde cero, y
quizá esta sería la oportunidad para que mi hijo
abrigue el amor por este deporte en particular. Por lo
tanto me vi en la necesidad de colaborarle en todo lo
que yo podía, esto es, desde ayudarle a despertarse en
las mañanas para que realice ejercicios de calistenia,
trotes, estiramientos, velocidad, y todo cuanto yo
conocía en relación a la práctica deportiva.
El día sábado antes de la carrera, le compré las
zapatillas apropiadas y realizamos los últimos
ajustes, no sin antes observar en internet, el recorrido
que debían seguir los participantes. También
debíamos preparar entre otros implementos:
linimento, analgésicos, vendas por si acaso, nunca se
sabe en qué momento llegan los imprevistos, y algún
otro medicamento que ayude a disipar algún dolor de
momento. Y hecho todo esto al parecer estábamos ya
listos para el día domingo.
Lleno de ilusiones, nos fuimos a descansar, él, se fue
a la cama tempraneramente para levantarse con
ánimo y sobre todo para amanecer con fuerzas
suficientes. O al menos eso me dijo, ya que esto le
había recomendado algún compañero suyo experto en
éstas competencias deportivas.
Sus amigos y compañeros habían estado haciendo
casi lo mismo, es decir preparándose a conciencia
para la competencia.

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Al fin amaneció, era día domingo, tipo 05:00h, me
desperté primero, un poco sobresaltado boté a un lado
las cobijas, debía hacerle despertar a mi hijo. Ni
pensar quedarme dormido, y tirar al traste toda la
ilusión de este novel atleta. ¡El tiempo vuela! Entre
una y otra cosa de última hora, el reloj nos daba ya
las 06:00h.
Salimos apresurados, pues debíamos estar a las 07:00
en punto, en la avenida 24 de Mayo y Venezuela,
punto de partida de los atletas.
Ese era el lugar y hora de concentración que les
habían indicado. Para entre otros rituales del deporte,
colocarse la camiseta, el chip en uno de los zapatos,
y realizar calentamiento o relajamiento previo. Por
cierto, el chip decían que monitoreaba el tiempo de
salida y llegada de los participantes. Mas yo, entre
tantas en mi cabeza, me olvidé de un pequeño detalle,
“el Quito de hoy no es como el de antes”
Hoy el parque
automotor está
sumamente saturado,
pues existen muchos
vehículos que caotizan
el tránsito. Antes por lo
menos los días sábados
y domingos, se podía circular en vehículo, ahora es
muy complicado.
En el trayecto de la Av. Ajaví, apenas habíamos
recorrido en el bus unos tres minutos, de pronto lo

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dicho, hubo un trancón, esto nos demoró valiosos
minutos. Según nuestras cuentas, el tiempo estaba
“bien distribuido” para llegar con anticipación, y
realizar toda la parafernalia concerniente a la
preparación.
Pero nada de esto salió según lo programado, por lo
que arribamos al punto, cuando ya había arrancado el
grueso de los participantes. Así que cuando llegamos,
sin perder más tiempo, todo fue al apuro, mi hijo se
desvistió de la ropa formal y vistió su ligera camiseta,
pantaloneta y más. Todo lo hizo como más pudo y al
aire libre, no había tiempo para pensar en guardar
pudor o sentir vergüenza. Yo con premura le di
algunos consejos de cómo debía respirar, aflojar de
cuando en cuando los brazos, la cabeza, y recordarle
el lugar exacto en dónde le iba a esperar. Todo esto
fue a todo correr y todo por la demora, total, se puso
en marcha con algunos jóvenes que aparecieron en el
momento.
Yo con la mochila a la espalda me puse al trote tras
ellos, y al llegar a la Av. Rocafuerte me desvié hasta
la Plaza de Santo Domingo. Varios chicos y mi hijo
se perdieron en el fondo. Yo al poco rato me
embarqué en el primer trole bus, debía llegar primero
hasta la meta para recibirle con agua.
En el trayecto mi mente imaginaba que mi hijo les
alcanza a los primeros, yo, abrigaba la esperanza que
a lo mejor llegué en un buen puesto. ¡Qué ingenuo!
De pronto sin sentir ya estaba en la parada de la Av.
10 de Agosto y Mariana de Jesús, llevaba la mochila

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con la ropa de mi hijo, dos botellas de agua, cámara
fotográfica y algunos implementos más. Me aposté
debajo del puente a desnivel de la Av. Atahualpa, la
misma que desemboca en la Av. Amazonas, casi al
final de la carrera.
Con la cámara fotográfica lista esperaba nervioso el
arribo de mi atleta, había transcurrido
aproximadamente cincuenta y ocho minutos desde la
salida, por lo que suponía que debía estar cerca.
Luego de unos pocos minutos más de angustiosa
espera, al fin apareció la figura cansada y sudorosa de
mi pupilo. Otra vez me tocó ponerme al trote para
llegar hacia él, para no frenarle el ímpetu de llegar a
la meta. Le ofrecí la botella con agua, y procedí a
filmar, y realizar alguna toma fotográfica para el
recuerdo. Él me rechazo el agua, pues había tenido
hidratación de sobra en el trayecto.
Faltando unos doscientos metros aceleró su trote para
hacer un buen registro de tiempo. Yo seguí despacio
tras sus pasos; mucha gente se arremolinaba para
felicitar a los participantes. Al paso podía apreciar por
doquier, abrazos y felicitaciones de familiares y
transeúntes que se acercaba a curiosear el evento.
Por la cantidad de gente que deambulaba por el lugar,
le perdí momentáneamente a mi hijo, así que avance
hasta la tarima que habían montado a la altura de la
puerta de entrada al Centro de Exposiciones Quito,
con el fin de premiar a los ganadores. Al poco rato de
deambular de un lado para el otro, apareció mi hijo,

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él llevaba entre sus manos un kit tipo mochila,
conteniendo en su interior, una medalla con el logo
de la carrera, y un toma todo.
Ya más relajado me relató a detalle el recorrido, y el
tiempo real que se había hecho, esto es una hora, dos
minutos y treinta y ocho segundos, y aunque casi todo
el trayecto fue plano, no había dejado de ser tortuosa
en algunos tramos. En fin de cuentas se mostraba
optimista y satisfecho de haber participado.
Mientras se realizaba las premiaciones a los
participantes ganadores, de manos del Sr. Augusto
Espinoza, (Ministro de Educación), y el Sr. Jefferson
Pérez, (atleta olímpico) aprovechamos para tomarnos
algunas fotos y buscar algo que comer. Daban ya las
09:00h. Luego de satisfacer éstas necesidades,
decidimos retirarnos.
Cruzamos todo el parque en sentido Occidente
Oriente, a nuestro paso observábamos varias familias
jugando y disfrutando del parque con sus hijos y una
que otra mascota retozando alegres en el verde pasto.
Cerca de llegar hasta la Tribuna de los Shyris,
alcanzamos a divisar a unos doscientos metros, a dos
chicas que lucían uniforme de algún colegio que no
pudimos descifrar, una de ellas traía entre sus manos
un pequeño cartón, y a su paso, a la gente que se
topaban le ofrecían algo. Suponíamos que lo que
ofrecían era algo de comer, o al menos esa fue la
primera percepción, pero no, no vendían nada de
comer.

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Como nuestro camino estaba dirigido por el mismo
sitio, nos topamos con ellas, una de las dos se acercó
hasta nosotros y nos esbozó éstas palabras:
─Buenos días señores, ¿por si acaso quieren perritos
abandonados?
Ahí recién entendimos que lo que creíamos que era
algo de comer, eran cachorritos que traían en la cajita
de cartón.
Enseguida nos comentaron que a los perritos alguien
los había dejado abandonados en un rincón de la
tribuna de los Shyris. Al escuchar la primera frase: —
¿Por si acaso quieren perritos abandonados?
Nos reímos incrédulos, pues no se nos hacía común
oír este ofrecimiento. Inmediatamente la otra chica
que sujetaba el cartón contra su pecho, se nos acercó
y nos indicó los perritos. En verdad había tres
pequeños cachorritos, dos de color negro y uno de
color habano, a juzgar por el tamaño y una que otra
característica de los cachorritos pude deducir que
tenían al menos de un mes, a mes y medio de nacidos.
La habilidosa insistencia de las dos chicas fue tan
intensa, que medite en serio la posibilidad de
llevarme uno a casa.
Contrariando la firme decisión de mi esposa, de no
tener más mascotas, debido a la serie de tragedias
anteriores que ya habíamos tenido. Al decir tragedias,
me refiero al dolor intenso que nos había dejado en
nuestros corazones, la pérdida en la muerte de nuestra

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última mascota. Lloramos mucho toda mi familia que
habíamos prometido no tener ni una sola mascota
más.
Miré a mi hijo como quién le pedía apoyo, él
entendiendo mi mirada, con un claro gesto de alegría
lo dijo todo, e inmediatamente también se puso un
poco dudoso, por la orden de la mamá, ¡sí que nos
encontrábamos en una disyuntiva! finalmente decidí,
(pase lo que pase) dije y agarre uno, el de color
habano. Las chicas felices por su acto humanitario o
mejor dicho (perrunitario) me felicitaron y a la vez
me pidieron que me lleve otro más, con gesto de: —
no más. Exclamé firmemente:
─ No, dos no ya basta con uno, no tengo espacio en
mi casa para otro más.
Total, recomendándome le trate bien, se marcharon a
seguir con sus donativos. Nosotros ya más tranquilos
comenzamos a idear con qué mentira llegar a casa
para no enojar sobre todo a mi esposa, ya que mis dos
hijas sí que iban a aceptar de buena gana. Como al fin
sucedió, luego de no encontrar ninguna alternativa
decidimos decir la verdad, pues tampoco, nos iban a
creer cualquier argucia inventada, creíamos que toda
mentira iba a ser infructuosa.
Enseguida se nos vinieron encima los inconvenientes
primero era, cómo transportarla, ya que en algunos
buses de transporte público no permiten el traslado de
mascotas, y en el trole (transporte Municipal) que
teníamos que abordar, existen inclusive letreros o

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distintivos (signo visual) que indican entre otras
prohibiciones: “No Mascotas”, entonces decidimos
acomodarla en la misma mochila que habíamos
llevado para llevar la ropa, sacamos algunas prendas
y la acomodamos de tal manera que vaya cómoda, sin
asfixiarse y sin ser vista, !dura tarea!.
Mientras adecentábamos la mochila pudimos darnos
cuenta de otro lío que se nos venía a futuro, y que no
caímos en cuenta al momento de escoger el perrito
hasta ese entonces, resulta que al alzarla para
colocarle en la mochila nos dimos cuenta que era
hembrita, que estaba llena de pulgas que hervían en
su pequeña barriguita y cuerpo entero. Eso en fin de
cuentas era lo de menos con un buen aseo, pero ya se
imaginarán el asunto cuando las perritas entran a la
etapa de celos (edad fértil) los perros machos
deambulan en manadas en la casa, el cuidado de los
cachorros, vacunas y un sinfín de atenciones que
requieren especial atención, a diferencia de los
machos que es menos complicado en cuánto a estas
etapas.
Quizá digan o piensen los lectores: — (pero ahora ya
hay como esterilizarles…) Sí es verdad, pero todo
implica tiempo y dinero, y a veces precisamente el
tiempo sobre todo es el que no está siempre
disponible. Pues un cachorro implica mucha
responsabilidad, y que desde luego al hacerme cargo
del animalito yo decidí afrontar. Lo cierto es que a
estas alturas ya era demasiado tarde para
arrepentimientos, ya no podía correr tras las chicas a

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pedir que nos cambien por un macho, me tocó asumir
esta responsabilidad y no había más.
Al fin llegamos a casa, la familia nos recibió muy
bien, preguntaron cómo nos había ido, en qué puesto
había llegado y muchas preguntas más sobre la
carrera de Jonathan. Hasta tanto la perrita había
permanecido calladita, de hecho todo el trayecto
había venido dormida que nadie ni siquiera habían
notado su presencia. Hasta que despertó dando
señales de vida, y comenzó a mover la mochila que
reposaba en una esquina de la sala. Una de mis niñas
cayó en cuenta y dio la voz de alarma, asustada según
ella decía que pensó que era una rata o cualquier otro
animal, menos una perrita, mi hijo miró a su madre,
me miró sonriente y enseguida los dos centramos la
mirada a nuestra increpante interlocutora. Mi esposa
intuyó rápidamente, y volteando la mirada hacia la
mochila dijo:
—Ya ha de ver comprado tú papá, otro perro,
segurito.

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Soltamos carcajadas como quién apaciguábamos la
situación. Luego sin más argumentos, narramos lo
acontecido, eso sí haciendo un poco de drama, es
decir aumentando un poco en las partes tristes de la
historia para que sintieran lástima de la perrita y la
aceptaran sin remedio.
Cosa que al fin así
sucedió, y ahora
teníamos que pensar
desde que nombre la
íbamos a poner, en
dónde dormiría esa
noche y otros
asuntos de
inmediata solución.
Sobre el nombre,
mis hijos mocionaron varios que no fueron aceptados,
a decir, por varias razones, como por ejemplo, que ya
habíamos tenido mascotas con esos nombres, que no
cuadraba con su carita, etc. Así que me dejaron a mí
esa decisión, yo pensando en todos los aspectos que
ya habíamos analizado, se me vino a la mente una
vieja serie de dibujos animados que transmitían por
televisión, llamada: “La pequeña Lulú”, un
personaje de historietas, creado en el año 1935 por
Marjorie Henderson Buell, y que tomó mucha
popularidad, pues yo me divertía leyendo las tiras
cómicas que publicaban algunos periódicos de la
ciudad, en honor a esta serie propuse llamarla “Lulú”,
y fue aprobada sin objeciones.

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Lulú, esa misma noche no nos dejó dormir, aullaba
con llantos lastimeros, que tocaba nuestras fibras
íntimas de penar; con toda seguridad extrañaba entre
otras cosas, el acurrucarse entre el vientre calientito
de su madre y hermanos. Como esa misma tarde la
habíamos aseado y liberado de las molestosas pulgas,
creímos conveniente por esa sola noche hacerla
dormir en nuestro dormitorio, resultó ¡Santo
remedio! De ahí en adelante todo fue alegría y
compartir de todas nuestras actividades diarias, fue
creciendo rápidamente y con ello también crecieron
nuestros lazos de amor hacia ella.
Pasaron seis meses entre alegrías, juegos, verla
crecer, etc. Hasta que se vino la tragedia, que habría
de marcarnos para toda la vida.
Un viernes noche salimos de casa tipo 21:00h todos
los integrantes de la familia, a realizar algún asunto
familiar y urgente. El lugar a donde íbamos estaba a
tan solo dos cuadras de nuestro domicilio. Como fue
presurosa la salida, ninguno de nosotros caímos en
cuenta o mejor dicho tomamos previsión de colocarle
a Lulú, su collarín con el que normalmente salía a la
calle. A la media hora regresábamos a casa, los
adultos conversábamos amenamente de varios temas,
los chicos seguían tras nuestros pasos y Lulú por
igual. De pronto mis niñas pidieron autorización para
cruzar a la vereda del frente e ingresar a la tienda con
la intención de comprar alguna golosina, nosotros, los
adultos, luego de verificar que no existían vehículos
transitando por la vía, asentimos con la cabeza, pues

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no revestía peligro aparente. Lulú seguía tras nuestros
pasos, es más a cada instante nos rosaba con la cabeza
nuestras piernas, escapando a hacernos trastabillar.
En el otro extremo de la vereda decidimos esperar a
las niñas que salgan de la tienda, apenas faltaba unos
cien metros para llegar a casa. Al poco rato salieron
con las golosinas en sus manos, y nos miraron a la
espera que nosotros les diéramos la voz de que ya era
hora de cruzar, así les habíamos enseñado y
remarcado muchas veces, que tengan muchísimo
cuidado al cruzar las calles.
Los tres adultos miramos a los dos lados de la Av.
Francisco Rueda, y comprobamos que la circulación
en sentido sur / norte, no había ningún vehículo, pero
de lado contrario si había, a unos trescientos metros
venía hecho un bólido un bus de la línea:
Solanda, Las Casas, y justo cuando estuvo a nuestra
misma distancia, bajó apenas la velocidad
impidiéndonos mantener momentáneamente contacto
visual con las niñas, segundos antes de esto, les
habíamos indicado con señas y gritos que aún no
pasaran, sino hasta cuando ya se haya marchado, pues
a decir verdad no hay seguridad con los
“profesionales” del volante, a veces lo hacen
despacio y con cuidado, y otras aceleran y frenan
bruscamente sin importarles las vidas de nadie
(peatones y pasajeros).
Y lo dicho, a nuestra altura, medio redujo la
velocidad, al vuelo se bajaron dos jóvenes, y
enseguida aceleró en forma violenta, pero al hacerlo

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solo alcanzamos a escuchar un chirriar de los
neumáticos producto del frenazo intempestivo.
Con horror también oímos los gritos desesperados de
un perro, los aullidos provenían de debajo de las
llantas del bus, de forma automática y veloz nuestras
cabezas recorrieron para mirar el espacio en donde
apenas segundos antes estaba Lulú, con nosotros,
pero no, no estaba. Asumimos entonces que era ella
la que gritaba angustiada, y en verdad era ella. Parece
que al no mirar a las niñas, la perrita en un pequeño
descuido se lanzó presurosa a la calle y justo el chofer
aceleró. Mi hijo el mayor corrió en su auxilio, es decir
a rescatarla de las llantas, el bus permanecía inmóvil,
luego que le hubo rescatado mi hijo, el chofer siguió
su camino como si nada.
Lulú yacía aún con vida, su cuerpecito se lo veía bien
maltrecho, un hilo grueso de sangre corría por el
piso, la poca gente al oír el chirriar de las llantas y el
aullido lastimero de mi perrita, se acercaron a
confirmar que mismo había sucedido. Otros desde sus
ventanas lamentaban el hecho, en sus rostros se
dibujaba claramente señas de terror, otros movían la
cabeza en señal de que nada se podía hacer. Mi hijo
nos miró, su mirada vidriosa reflejaba profundo
dolor, seguido me dijo que ya nada se podía hacer,
según él por lo que había podido observar, mi perrita
estaba posiblemente con los intestinos fuera, y que
era solo cuestión de segundos para que se le fuera la
vida, al menos esa noticia fue la que nos trasmitió.
Lleno de dolor, impotencia, desesperación y un

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montón de sentimientos de culpa martirizaban mi ser,
me quedé paralizado al saber que ya nada se podía
hacer, alguien por ahí nos donó un saco de yute para
que la envolviéramos y nos la lleváramos del lugar, o
al menos eso interpreté. Total así lo hicimos, pero ¡oh
sorpresa!
Al momento de acomodarle para levantarla, no estaba
con los intestinos fuera como había creído mi hijo en
la primera impresión, eso me levantó el ánimo de
alguna manera, pensaba que al haber algún rescoldo
de posibilidad para salvarle la vida lo aprovecharía
sin lugar a dudas. Ya en casa, llamamos,
averiguamos, y nos movimos por algunos lados en
busca de algún veterinario que nos atienda en esta
emergencia; pero creo que por ser día viernes, y a esa
hora de la noche, nadie nos atendió.
Esta es nuestra realidad “cultural”, viernes tarde o
noche, no existen los servicios médicos o de ayuda
para éstos casos. En cambio discotecas, bares,
licorerías y centros de diversión se encuentra por
donde uno vaya y a cualquier hora. Alguien de los
tantos teléfonos que llamamos nos supo indicar al
apuro, que por las explicaciones que le dimos, no
había ya nada por hacer, y que solo debíamos esperar
la hora fatídica de la perrita, esto nos sumió en
profunda pena.
Dice un refrán popular: “Para qué llorar sobre la
leche derramada”

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Por las circunstancias detalladas, decidí afrontar el
asunto. Nunca la vida me había puesto semejante
prueba, pero siempre hay una primera vez dicen, y así
lo fue, debía intentar salvarle, o al menos alivianarle
el dolor. Para esto mandé a mis hijas y a mi esposa a
sus dormitorios, no debían ver lo que iba a realizar,
pues era muy fuerte y deplorable la condición de la
perrita.
Sin más tiempo que perder le dije a mi hijo que los
dos fungiríamos de doctores veterinarios, no había
más, mi hijo aceptó el duro reto aunque no era de su
agrado. El amor nos movía a tal desesperación. Para
esto yo ya había visto las heridas, en efecto no había
intestinos fuera, más el momento crítico que
vivíamos nos hacía verla explotada. Pues la piel
sanguinolenta colgaba de su cuerpo, dejando ver un
cuadro horrendo.
El bus le había literalmente desvestido su piel, a tal
extremo que el desprendimiento comenzaba desde
una de las patas traseras hasta el cuello, era desollada
totalmente que se la podía visualizar como latían sus
intestinos. Y no lo describo esto por generar morbo o
algún otro sentimiento en el lector, sino para que
tomen en cuenta el panorama grave con el que nos
encontrábamos en ese momento. Cada que describo
este hecho me retuerzo de remordimiento, pena y
dolor.
Mi hijo me pasó aguja e hilo, alcohol, tijeras, vendas
y uno que otro implemento más. Lulú permanecía
recostada en la piedra de lavar, sitio que creímos

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apropiado colocarla para proceder a curarle. Así que
comencé a coser desde la cabeza. Tomé las dos partes
desprendidas como si se tratase de alguna prenda de
vestir descocidas, y con tino fui cosiendo. A cada
puntada mi perrita gemía, lentamente fui avanzando
hasta llegar al extremo de la pata derecha.
Aquí se me puso muy complejo la situación, pues al
tratar de coser sentí los huesos totalmente hecho
trizas. Parecía que se desleían entre mis dedos, sentí
angustia, quise gritar, pensé: ¡Cómo debía estar
padeciendo de dolor la infeliz perrita! Por eso me
apresuré con la cocida.
Así lo hice, y en un intento desesperado, pedí a mi
improvisado ayudante, que me pase algunos palos de
helados que teníamos por ahí, con ellos hice algo
parecido a entablillar. Luego la vendé esperando que
los huesos se peguen.
Total hice algo que en mi vida nunca lo había hecho,
debo confesar que la sangre de cualquier herida me
causa alteración en el estómago. Ese olor penetrante
y singular de la sangre me quedó impregnado en mi
olfato por varios días. A cada momento se me venía
a mi memoria la espantosa imagen en la que se
encontraba Lulú, en el lecho de dolor. Hasta ahora
(tres años después) me sigue causando serios
remordimientos.
Había transcurrido unas tres horas y un poco más,
cuando creí haber culminado con la improvisada
operación. Al observarla cubierta de nuevo con su

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pelaje quedé algo satisfecho. De ahí en más, abrigaba
la esperanza que la sabia naturaleza haga su parte.
Finalmente ultime detalles, a toda la cosida le rocié
alcohol, merthiolate y la vende como momia todo su
cuerpo.
Mi esposa y mis hijas con sendas lágrimas en sus
ojos, una vez que escucharon que concluí, salieron a
la sala. El rostro de mi esposa lucía desencajada, y
muy compungida, con las manos en la mejilla la
miraba; luego como rayo se le vino a la mente que
teníamos en el botiquín familiar, algunas pastillas de
megacilina y voltaren. Por lo que consideramos
conveniente darle, y así lo hice, en estos apuros todo
parecía válido. Rápidamente trituré la medicina y con
agüita de manzanilla la hice beber todo el contenido.
Al otro día estaríamos consultando con el médico que
tan bien o mal hicimos, lo importante al momento era
que amaneciera con vida.
Con sumo cuidado la recosté del lado menos dañado,
esperando pudiese dormir y nos fuimos de igual
forma a tratar de descansar, con este pesar se nos
hacía complicado conciliar el sueño, varias horas me
reproché no haberla dejado encerrada, me sentía
totalmente culpable de todo lo sucedido. Apenas
amaneció el día sábado, mi esposa fue la primera en
darnos la buena noticia, Lulú estaba viva:
¡Qué halagadora noticia!
La dejamos descansar hasta las 09:00h, con la mente
fija en su recuperación, traté de hacerle comer algo,

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le acerqué hasta su hocico un trozo pequeño de pan
remojado en estofado de carne. Con mucha dificultad
olfateó el pedazo de pan, yo podía notar su gran
esfuerzo que hacía por comer, pues sin duda el dolor
no la dejaba; sin embargo avanzó a morder un poco.
Era entendible, comió unos dos trocitos más y ya no
quiso más, entonces le acerque agua, esto si se tomó
a borbotones. Al ver esta reacción nos dijimos, es
buena señal de que se mejorará. Y como era feriado
y fin de semana, los pocos médicos veterinarios del
sector no estaban disponibles, los pocos que
encontramos en Internet, aparte de estar ubicados
lejos de nuestra residencia, jamás contestaron los
teléfonos; causa indignación saber que muchas
Instituciones públicas y o privadas, ya sean de
auxilio, emergencia o de cualquier otra índole, ponen
en Internet números telefónicos que nunca contestan,
uno se puede “morir de viejo” esperando ser atendido,
y cuando de repente lo atienden salen más
prepotentes, groseros y dan mala información.
¡Esa es nuestra deplorable realidad!
El día sábado la perrita pasó recostada de un solo
lado, ya que cuando se movía por el cansancio,
supongo para ponerse de otro lado, aullaba de dolor;
nosotros seguimos dándole más medicina. Y parecía
que al pasar las horas daba muestras de mejoría, ya
movía la colita cada vez que le hacíamos adulos,
alzaba y bajaba su cabecita, comía aunque poco pero
ya era buen síntoma, —“enfermo que come, no
muere” dice la gente.

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Amaneció el día domingo, alguien de los vecinos nos
habían recomendado bañarle con agua caliente de
yerbas de manzanilla, para bajarle de a poco los
golpes y que las heridas cicatricen rápido, nos había
manifestado, así que pensé hacerlo así, fuimos al
mercado en busca de la manzanilla, la hervimos y
estaba listo para bañarle, le saqué las vendas y en una
tina con mucha paciencia la bañamos al aire libre.
Pareció que la perrita sintió alivio, luego de todo este
proceso la volví a vendar, pero ¡oh, sorpresa! ya no
quiso probar bocado de alimento, solo agua tomaba,
esto me preocupó mucho, por lo que me trasladé hasta
una farmacia cercana y le explique el caso a la chica
dependiente, ella me recomendó le inyecte de una vez
una inyección fuerte de penicilina, para su pronta
recuperación.
Me pareció acertado, pagué y volé a inyectarle, me
habría demorado unos veinte minutos, daban las
17:00h más sucede que al llegar a la sala pude
percibir en el rostro de mi esposa e hijos una
melancolía profunda, y lágrimas recientes en sus
mejillas, por mí me mente se cruzó lo peor, y no
estaba alejado de la verdad, Lulú agonizaba
repentinamente.
Mi esposa me supo manifestar que al salir a la
farmacia, la perra había aullado, pero con un llanto
profundo, esto la había llamado la atención, y al
acercarse a ver que le pasaba había podido visualizar
que estaba agonizando, yo sin más tiempo que perder
me arrodille y le levanté la cabeza, mi perrita ya no

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levantaba la cabeza, se quedaba en el piso, su mirada
era fija en mi rostro, podía percibir su dolor; no podía
articular palabra, quería gritar, llorar, mi mente se
quedó en blanco nunca en mi vida había
experimentado estos sentimientos de angustia y
dolor, le dije entre sollozos:
─ “mamita, linda”
— ¿Qué te pasó, si te dejé bien, por qué no me
esperaste un poco más?
Y estallé en lágrimas, no soporte más.
A estas palabras con profundo sentimiento que salían
desde lo más íntimo de mí ser, la perrita solo intentó
mover su colita, interpreté que me entendió, y
finalmente estiro sus patitas y su mirada se quedó fija
en mi rostro. Al verme así quebrado con mi dolor, mis
hijos hicieron lo propio, el ambiente se tornó triste y
de tragedia.
Llorábamos inconteniblemente viendo el cuerpo
inerte que yacía en el piso, recostada sobre un trozo
de alfombra. La tomé entre mis brazos y le cerré sus
ojitos que lucían ya sin brillo, su cuerpo flácido la
envolví en tela de lana, y esperé varios minutos, quizá
horas, no lo sé, pensaba y alucinaba en mi amargura,
que volviera a la vida, la veía saltar, regalarme
amorosamente su lengüita sobre mis manos, o quizá
una meneada de cola, un ladrido, no sé solo pensaba
en tenerla de nuevo. La realidad era otra, tenía que
aceptar que la perdimos para siempre. Mi madre solía

24
decir que una mascota cualquiera sea esta, llega a ser
como un hijo, y sí que tenía mucha razón, ahora
entendía sus palabras a plenitud.
Total para no causar más dolor a mi familia, con un
nudo en la garganta, conteniéndome el llanto y la
angustia, pues el dolor era tan indescriptible que
quería aflorar. Confieso, me costó mucho. Entonces
decidí enterrar a Lulú, en una parte del pequeño jardín
de la casa, e inmediatamente me invadió un
pensamiento:
— ¿Por qué no habrá un cementerio de mascotas?
Considero que sería una forma digna de darles
sepultura, para quienes nos hicieron la vida más
alegre y llegaron a ocupar un gran espacio en la vida
de los humanos.
Ese fue el fatídico día, en que prometimos no volver
a pasar por semejante dolor, y decidimos en familia
“No volver a tener ni una sola mascota más”

DE PAPABUELO, A PAPÁ.
Cuando era niño algún familiar de línea paterna me
había gastado una “broma” llamándome o mejor
dicho apodándome: —Papabuelo.
Según él, porque tenía mucho parecido en rasgos
físicos con mi abuelito. Esto a decir de los demás
familiares era verdad, por lo que les causó mucha
gracia, reían siempre que me llamaban de ésta forma.
A partir de ahí perdí mi nombre real, solo me
nombraban por el apodo. Al principio sonaba

25
halagüeño, pues parecerme a mi abuelito, era una
bendición, así me decía mi madre a manera de
consuelo. Cuando niño uno no entiende la verdadera
intención de los adultos, pero mi madre sí que lo
había captado.
Ese apodo había sido lanzado de forma burlesca y
ofensiva, más tarde entendí los motivos. A partir de
ahí no es que me llamaban papa abuelo por hacerme
sentir bien sino por herir mis sentimientos, y los niños
en ciertas edades no sabemos lo que es “cuidar de no
herir susceptibilidades” Por eso mi madre de una vez
por todas en procura de cuidar mi integridad
emocional, dejó en claro a todos los familiares que
debían llamarme por mi nombre, remarcando que el
respeto es de doble vía, y que absolutamente nadie
tenía derecho de volver a “bautizarme” a pretexto de
parecidos y o defectos.
El mensaje debió haber llegado muy claro, jamás
volví a oír el sobre nombre. Con el tiempo el abuelito
falleció, yo crecí, nos cambiamos de sector de
residencia, y no lo volví a ver más a este “chistoso”
(primo). Más la indescifrable vida, me tendría
preparada una grandiosa sorpresa y quedaría ahora si
confirmado lo de ¡Papabuelo!
El mes de abril del 2007, nació mi tercera hija en una
clínica de la parroquia “Nuevo Israel” perteneciente
a la provincia, Santo Domingo de Los Tsáchilas.
Debo hacer notar que a esa fecha residíamos en el
cantón, El Carmen, de la provincia de Manabí,
acudimos a esta clínica por recomendaciones de

26
familiares de mi esposa, y por ser una de las más
cercanas al lugar de nuestra residencia.
Luego de conversar y analizar con mi esposa
habíamos decidido que este sería el último embarazo.
Entonces tomamos en cuenta primero, que como
familia, ya éramos suficientes, pues con la venida de
mi última niña, ya seríamos cinco integrantes, en
segundo, punto estaba el aspecto económico, por lo
necesario que resulta. Otro y muy importante punto a
considerar, era la salud de mi esposa, pues a decir
verdad no era muy buena que digamos. De hecho,
luego de dar a luz a mi tercera nena, comenzó a
padecer de presión alta, con todos los agravantes de
ésta enfermedad, como lo son entre otros: hinchazón
de piernas, dolores intensos de cabeza,
adormecimiento de pies, brazos, etc. Y para calmar
estas dolencias, los médicos siempre le recetaban
medicina muy fuerte.
Con todos estos antecedentes médicos, convenimos
con el doctor que la atendió en el supuesto “último”
parto, que de una vez le realice la ligadura. Pues por
recomendación del mismo galeno, era factible
aprovechar el momento para que, a la vez que nacía
mi niña, dejara quirúrgicamente, cerrada la
posibilidad de un nuevo embarazo.
Y así fue, todo salió según lo acordado y a
satisfacción, mi niña nació sana, y sin
complicaciones. Todos en casa la consentíamos, pues
era la que cerraba el círculo familiar.

27
De esto habían pasado alrededor de ocho años sin
ninguna complicación médica. Hasta que el mes de
junio del 2014, por situación de trabajo tuvimos que
retornar a residir en mi ciudad natal, Quito.
Los dos primeros meses nos costó trabajo adaptarnos
de nuevo al frío clima de la ciudad capital, pues al
parecer los casi diez años que residimos en Manabí,
ya nos habíamos acostumbrado (aclimatado) al rico
calorcito costeño y a todas sus costumbres,
tradiciones, comidas, etc.
Pero la ciudad de Quito, nos cobraría duro el
aclimatarnos de nuevo. El primer mes, todos
comenzamos con dolores de cabeza, catarro,
resequedad de labios, y más síntomas, producto del
famoso cambio de clima. Ahora recién les entendía a
la gente costeña que venía a la sierra, dice la gente:
— “Hay que pasar para dar la razón”
Y les doy la razón por lo siguiente: A mi hijo por
ejemplo, se le reventó los labios hasta el punto de
sangrar. Algún familiar al verlo así le recomendó
humectarse con vaselina para aliviar en algo su dolor.
Yo por mi lado, trataba de reconfortarles con palabras
de aliento:
—“Ya mismo nos ha de pasar, los serranos nos
acostumbramos rápido”
Decía con actitud positiva por darles ánimo a mis tres
hijos, y en especial a mi hijo varón, que era el que
más soportaba el dolor. Pues los tres somos quiteños

28
de nacimiento. Mi esposa es manabita de cepa (padre
y madre) y mi última niña. Por lo tanto lo lógico debía
ser que a ellas debía afectarles de forma más directa.
Pero no siempre ha sido así, en el caso de hasta ese
entones, mí última niña por ejemplo, el cambio de
clima no le hizo ni mella, o al menos no reportaba
ninguna dolencia. Ella extrañaba y a la vez nos hacía
a los demás añorar, las golosinas (comida) propias de
la costa: los desayunos acompañados de pan de
almidón de yuca, los exquisitos bolones con
chicharrón y queso, las inigualables empanadas de
verde, el majado con huevo frito, los aguados de
gallina acompañados del respectivo verde asado al
carbón, los raspados de hielo que refrescan hasta los
huesos en esos días de intenso calor, el agua de coco,
el mango con sal, limón y pimienta, los sándwich de
chancho, el encebollado con todos sus aditivos,
(limón, salsa de tomate, mostaza, pimienta, ají,
aceite.) con funda de chifle incluida. Y si acaso es
gusto del cliente, suele decir la expendedora:
— ¿Desea cocolón, para acompañar al encebollado?
Pocos son los que se niegan a tal oferta. ¡Para que
más!
A mí parecer el secreto de éstos negocios radica en la
preparación de los alimentos. Este particular quiosco
de nombre: “Picantería el Pájaro rojo” se ha
posicionado como sello de identidad de los
ciudadanos del cantón El Carmen. Platos típicos que

29
no son nada sanos a la salud, pero para el paladar, son
una exquisitez “las cosas finas” de la costa.
Mientras de a poco volvíamos a aclimatábamos y
luchábamos para mantenernos con salud, había
transcurrido ya cuatro meses. Una cierta mañana mi
esposa se sentó en una esquina de la cama para
calzarse sus pantuflas, e ir a prepararles el desayuno
a los chicos para enviarles a sus respectivos centros
educativos. Yo mientras tanto permanecía reclinado
en el espaldar de la cama, me desayunaba primero las
noticias matutinas.
De pronto algún movimiento de mi esposa hizo que
fijara mi mirada en su cintura, ahí pude notar un
cierto engrosamiento de sus caderas, a decir verdad,
me llamó la atención un poco, pero luego le resté
importancia.
— ¿Qué de raro podía haber en que esté un poco más
gordita de lo habitual?
Así pensé, y rápidamente le atribuí la culpa al pan que
a diario consumíamos en los desayunos, como es
costumbre en los hogares quiteños. Por ello concluí
brevemente que posiblemente eso le estaba haciendo
ganar un poquito de peso y nada más.
¡Qué equivocado estaba!
Con el transcurso de los meses habría de
recriminarme el no haberla dicho a tiempo, sobre lo
que percibí aquella mañana. Es decir, sobre el
ensanchamiento de sus caderas. Digo, quizá nos

30
habríamos enterado un poco más rápido, aunque el
resultado no iba a alterar para nada su estado. Mas
pienso que hubiéramos puesto mejor atención
respecto a los cuidados médicos.
Mi esposa luego de un tiempo cuando hubo pasado
ya todo el “susto” en la tranquilidad del hogar me
contó en confianza, que ella si sintió estragos de
embarazo. Más por la ligadura que la hizo el médico
hace varios años atrás, ella, yo, ni nadie podíamos
imaginarnos ni remotamente que podía estar
embarazada.
Descartando por completo la posibilidad de
embarazo, ella me dijo que pensó que era síntomas
relacionados más bien con su menstruación irregular
que siempre la tuvo. Demoraba largos periodos de
tiempo, para ver tan solo unas cuantas gotas de
menstruación. Por eso siempre nos confundimos en
los embarazos anteriores. Mas sin embargo, reitero,
mi esposa si había sentido pequeños síntomas, y por
eso entre broma y serio me dijo:
— Parece que estoy embarazada…
Yo seguro, al saber que ya había transcurrido casi
ocho años desde que la hicieron la ligadura, conteste
con aplomo y de forma burlona exprese un refrán
añejo:
— “Si lo estás, no hay problema, en donde come uno,
comen dos, así que venga nomás”

31
Concluí entre risas y bromas. Nunca me imaginé que
días después se haría realidad la “broma” y estaría
derramando lágrimas al saber la noticia.
¡Qué anécdota!
Una tarde hacíamos cuenta que eran ya cuatro meses
de nuestro retorno a la capital. Y como los estragos
de mi esposa no cesaban, acudimos al médico para
que la ausculte y nos indique que mismo es lo que le
pasaba. El galeno como de costumbre, le realizó un
minucioso chequeo. Nos averiguó algunos asuntos de
índole personal, familiar, que resultan hasta cierto
punto molestosas, más todo tiene su razón. Y a cada
respuesta de mi esposa anotaba, prosiguió con más
preguntas sobre la alimentación, y hasta sobre
nuestras relaciones íntimas.
Yo me mantenía sentado junto a mi esposa,
expectante a cada pregunta del médico. Tratando de
encontrarle sentido o relacionar esto con los
malestares que aquejaba mí esposa, a decir verdad
nunca pude encontrarle sentido.
Luego de una media hora, el médico indicó que no le
encontraba nada de “anormal” es decir no adolecía
ninguna enfermedad. Finalmente dispuso que siga
con la medicación para la presión alta, para la
migraña y que continúe con su vida normal, fin del
turno. Incorporándose lentamente en son de
despedida, dijo:

32
—Señora, dentro de un mes la quiero volver a ver, sus
síntomas son a lo mejor por el cambio de clima, nada
más.
A esto mi esposa frunció el ceño e insistió con justa
razón, que por favor le mande algo por lo menos para
poder conciliar el sueño. Hacía ya varias noches que
se amanecía en vela. Además, a sabiendas que la
mayoría de médicos que laboran en hospitales
públicos son por decir lo menos intratables, se
arriesgó a pedirle que la ordene que la realicen más
exámenes.
Este profesional de la salud, por suerte no fue como
la mayoría, es decir groseros, prepotentes e
indolentes, y más bien la invitó con una sonrisa
amplia que vuelva a tomar asiento, y en tono suave le
dijo ésta vez:
— Haber mamita, verá, ya la revise, analice y no le
encuentro nada. Y eso es bueno, sin embargo; para su
tranquilidad, la voy a enviar a realizar exámenes de
laboratorio, voy a poner que la realicen de urgencia,
y ha pedido suyo, incluso estoy marcando en el
pedido que la realice prueba de embarazo. Aunque
eso es imposible, ya que usted me indica que hace
varios años le practicaron una ligadura.
— ¿No cierto?
Mi esposa asintió con su cabeza.
—Mire le sugiero que vaya también con la
especialidad de Neurología, para su problema de

33
sueño. Supongo que ahí le darán algo para que pueda
dormir. Y con todos los resultados viene de nuevo
conmigo para ver qué mismo pasa. Hasta tanto vaya
tranquilita a su casa, y ya veremos luego.
Con algo de tranquilidad salimos, al menos la
insistencia dio resultado. Ahora ya teníamos en
nuestras manos la orden para el laboratorio, y lo del
sueño también era urgente. Solo las personas que lo
padecen sabrán dar razón, lo que es no dormir. A los
pocos días de esto ya conseguimos un turno con
Neurología. Este médico de la misma manera, la
realizó una infinidad de preguntas y procedimientos,
que a ratos a los que no sabemos de esta ciencia se
nos hace hasta absurdo, ver que el médico ordena que
se tope la nariz con el índice de cada uno de los dedos
de la mano, luego que con la mirada siga sin mover
la cabeza, el dedo índice del doctor, y así una y otras
formas de auscultar. En fin cada profesión médica
tiene sus peculiares maneras de llegar al objetivo. Al
finalizar, de igual forma la mandó que se realice un
electroencefalograma, la medicó con pastillas para
dormir, y determinó fecha para la próxima cita.
Sin tiempo que perder realizamos todo lo prescrito
por los médicos. En pocos días teníamos en nuestras
manos todos los resultados. Yo ansioso trataba de
descifrar algo que me indique que es lo que pasaba,
pero no pude descifrar absolutamente nada, por lo que
acrecentó mi angustia. Cuando finalmente estuvimos
de nuevo donde el médico ginecólogo, él tomó entre
sus manos los resultados, la invitó a recostarse en la

34
camilla, y procedió con su rutinaria tarea de revisión.
Ésta vez el doctor se mostraba callado y frío en sus
expresiones, después de unos instantes se sentó frente
a su computador, escribió por varios minutos, y luego
viéndonos a los dos nos dijo:
— Muy bien les felicito, la señora está embarazada
de dieciséis semanas de gestación, por lo tanto le voy
a enviar algunas vitaminas y los cuidados normales
en éstos casos, nada más.
Al parecer por la forma como nos habló, caímos en
cuenta que no se acordaba de mi esposa, y que éramos
los que habíamos acudido donde él, para una revisión
sobre un posible embarazo. Y que entre otras cosas
habíamos dejado en claro que era hecha la ligadura, y
que él mismo, nos había asegurado que era imposible
que esto sucediera. Bueno era razonable que no nos
reconociera, pues entre tantos pacientes que atendía
quizá era lógico el olvido, o cabía la posibilidad de
que no había leído los reportes anteriores en donde
debían constar todos los antecedentes médicos.
Al oír la confirmación sobre el embarazo, las
vitaminas y los cuidados “normales” que el médico
recomendaba, mi esposa y yo, nos desencajamos, nos
miramos interrogantes y sin más tiempo que perder
mi esposa manifestó con un cierto brillo de llanto en
sus ojos.
—Dr. Pero usted me dijo que era imposible que yo
esté embarazada. Esto quiere decir que El Dr. Que
me atendió en Santo Domingo de los Tsáchilas, ¿no

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me ha realizado correctamente la ligadura? O mejor
sea dicho, ¿solo me la ha amarrado?
A esta pregunta el Dr. Nos miró como que salía de
algún pequeño letargo. Luego con su dedo índice nos
manifestó:
—Ah ya, ya, ya me recuerdo, ustedes son, umm, ya,
ya, ya.
Y prosiguió clavando la mirada en el computador, al
parecer recién caía en cuenta que no era un embarazo
“normal” De inmediato le hizo recostar a mi esposa
en la camilla y le realizó un eco ahí mismo en su
consultorio. Creo que quería reconfirmar lo que ya
constaba en los exámenes de laboratorio. Finalmente
mirándonos a los dos, dijo nuevamente moviendo en
señal afirmativa la cabeza:
— Pues sí, no hay duda, lo dicho, son doce semanas
de embarazo que tiene la señora. Y contestando a su
pregunta debo manifestarle lo siguiente:
—A mi opinión, el colega médico que usted me
cuenta que hace tiempo atrás le ha practicado la
ligadura, posiblemente si le debió haber realizado,
pero a lo mejor solo le amarró las trompas del útero y
con el tiempo por alguna razón no clara se le ha
desliado. Porque si no ¡imagínese! usted debió
haberse embarazado enseguida y no durar tantos
años. — ¿No cierto?
A esta inferencia del médico, los dos asentimos con
la cabeza en tono de afirmación, asumiendo que así

36
debía haber pasado. Al parecer esa era la hipótesis
más creíble. Pero luego de unos minutos insistimos
en la duda:
— Dr. Pero a nosotros nos aseguró aquella ocasión el
médico, que si le había realizado la cirugía, de hecho
nos cobró una cantidad considerable de dinero por la
cesárea y ligadura. Además nos aseguró que ya nunca
más íbamos a tener más hijos. Y la razón de peso es
que desde hace tiempo mi esposa padece de presión
alta. Y usted sabe, un embarazo en estas condiciones
podría resultar de alto riesgo, como el que ahora
mismo tendremos que pasar.
—Así es señor, pero le cuento algo: Si usted le
siguiera un juicio por mala práctica médica al colega
que no le conozco, usted saldría perdiendo, ya que
pudiera ser que su esposa es un caso especial, de esos
que aunque no son comunes si hay registros médicos
de embarazos con ligadura. A esto fruncí el ceño en
clara señal de no entender nada, él continúo con el
relato.
— Este verá, si hay casos registrados aunque no son
tan comunes. Le voy a poner un ejemplo: De entre
cien mil mujeres, una, suele quedarse embarazada
con ligadura y todo. Y se sabe que es porque el
organismo de éstas mujeres recanalizan las trompas
de Falopio. Eso ya es cuestión de la sabia naturaleza.
Es como decir, que con el tiempo lo que le cortaron,
volvió a crecer.

37
—Así que mejor le recomiendo que no haga nada en
el aspecto Legal. Más si usted desea, está en todo su
derecho.
Y claro que ese era mi pensar, pero con esta situación
que me planteó no había más que hacer. Así que
mejor debíamos seguir adelante, la salud de mi
esposa se veía muy comprometida y ahora inclusive
del niño o niña que albergaba en su “milagroso”
vientre.
Total el médico recomendó varios ecos para verificar
si no había alguna mal formación. Y siguió el
embarazo. Por suerte luego de varios ecos, se pudo
comprobar que todo hasta ahí estaba normal, en lo
referente al niño/a. Para precautelar la salud, de la
madre y del o la bebé le cambiaron de medicación
para la hipertensión por obvias razones. Más esto no
quedó ahí, ya nos habían advertido del alto riesgo del
embarazo bajo estas condiciones de salud.
Al transcurrir siete meses y veinte y tantos días, ya
habíamos acudido varias veces a Emergencia, por la
hipertensión, que hacía que se hinchara las piernas y
pies. Sumado a ello los dolores de cabeza a más no
poder. Las tantas veces que teníamos que salir de
donde estuviéramos, a cualquier hora de la mañana,
tarde, noche, o madrugada a un centro médico
cercano para que la socorran.
Hasta que una madrugada tipo 02:45 me despertó mi
esposa abruptamente, aquejaba como de costumbre
de dolor de cabeza intenso. Con lágrimas vivas y

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rostro suplicante me narró brevemente que ya no
resistía más, que el dolor de cabeza, mareo y ganas de
vomitar había comenzado desde algunas horas atrás.
Ella me indicó que pensaba que ya le iba a pasar, pero
no había cesado. Más bien había recrudecido y por
eso era que ella había decidido comunicarme. ¡Qué
gran valor!
Sin más tiempo que perder llegamos hasta
Emergencia del hospital; luego de varios trámites
burocráticos que demoran una eternidad y hacen que
el paciente a veces hasta pierda la vida o se agrave y
los familiares pierdan la cabeza. Al fin fuimos
atendidos, a mi esposa la recostaron en una camilla,
y los galenos comprobaron que su presión era de
180/90mmHG. (Hipertensión) y subiendo, decían.
Entre tanto procedimiento de “protocolo” que
realizaban, revisaron los varios antecedentes
médicos, es decir las veces que registraba ingresos
por la misma razón: Hipertensión y jaqueca como los
principales síntomas. A mí me sacaron casi a la fuerza
a la sala de “espera”, o mejor dicho a la sala de
“desespera”. Ya que nadie informa nada. La persona
que atiende en “información” se muestra indolente,
supongo que es así, por los tantos casos que tiene que
ver en su trabajo, o posiblemente, porque no albergan
una gota de humanismo en sus fríos corazones. Mal
humorada contesta con una fría y prepotente
respuesta:
— Espere nomás, nada se puede hacer, los médicos
no me han dicho nada.

39
Siendo las 06:00h al fin alguien grita:
—Familiares de la Sra. Letty R.
Esa era mi esposa, como cimbra de un salto me
levanté y contesté alzando la mano:
—Si soy yo, me acerque un tanto temeroso y ansioso.
Una dama vestida de blanco, que más luego supe que
era la doctora que la iba a operar a mi esposa me
contestó de igual manera, gritando y alzando la mano
desde el fondo de la sala de emergencia:

— Pase, tenemos que hablar con usted.


Una vez dentro, en un pequeño consultorio, me invitó
a tomar asiento, y de forma parsimoniosa me indicó
todos los riesgos que corría mi esposa si no la
intervenían de urgencia, al final de toda la
explicación, concluyó con un gesto dibujado en su
cara, que me indicaba que no había más opción de mi
parte, y exclamó:

— Tiene que firmar unas formas, (hojas).


Entendí que tenía que firmar algunos documentos,
que les libere de alguna responsabilidad, por esto de
“la mala práctica médica” avalando con mi firma, la
autorización para realizarle la intervención
quirúrgica. Otra dama de la medicina que había
permanecido solo expectante me interrogó:
— ¿Qué es usted para la paciente, y bla, bla, bla?

40
Varias preguntas que me inquietaron sobremanera,
luego de todo como quien se aseguraba de que yo no
dudara en firmar, concluyó:
— Verá Sr. Como la Dra. le manifestó, su esposa está
muy mal, la presión esta elevadísima y no podemos
controlarla desde la hora que ingresó. Por ello vamos
a tener que realizarla una cesárea de urgencia, pues
debo salvarle la vida de la mamá. Del niño o niña, no
me hago responsable. Es por eso que usted tiene que
firmar la autorización para subirla al quirófano de
urgencia de lo contrario la señora se muere. Ante esta
situación no me quedó más remedio que suspirar
profundamente, y pensar rápido. El tiempo
apremiaba.
¿La vida de mi esposa, o la vida de mi niño, o niña?
Me repito mentalmente, entro en un conflicto
emocional, quiero llorar y pedir que las salven a las
dos. ¡Vida es vida sea quien sea!
Más este deseo, no se me estaba permitido, por lo
grave de la situación. ¡Qué disyuntiva!
Concluí autorizando con mi firma priorizando la vida
de mi esposa, mi firma estaba impregnada con dolor
y sangre de mi corazón. Era como si firmara una
sentencia de muerte. Temblando entregué los
documentos y fin del asunto, otra vez afuera.

41
Siendo las 09:00h, al fin me comunicaron que vaya a
comprar algunas recetas, esto significa digo para mis
adentros que todo salió bien, y otra vez pregunto con
mi voz entrecortada:
— ¿Me puede informar como salió la operación?
La señorita que atiende en la ventanilla me contestó:
—No se señor, yo no sé nada, tiene que hablar con la
doctora, yo solo le puedo informar lo que me dicen
los mismos médicos…
Sin más ni más, me marchó de volada a comprar las
medicinas, luego
de un rato llego
sudado y sin
aliento con los
medicamentos.
Al fin por
ventanilla me
informan que mi
esposa ha salido
bien de la
operación y que
se encuentra en la
sala de Unidad de Cuidados Intensivos, (UCI) y la
niña, en el tercer piso en la sala de Neonatología. Mi
corazón rebosa de alegría, esta vez me invade ganas
locas de correr, y gritar de la emoción, las dos se
salvaron ¡Qué dicha!

42
Entre otras indicaciones, supe los horarios de visita y
el día de la posible alta. Con esta información me
retiré a mi casa a participar a mis hijos y familiares la
grata noticia. Mi mente reflexionaba:
—Al fin Dios mío, mi esposa se liberaba un poco de
la tensión, digo un poco ya que la hipertensión ha sido
fiel compañera, o sea en algunos casos ha sabido ser
de por vida. En fin, para mí significaba mucho en
salud, ahora podía tomar su medicación sin afectar a
la niña. Por cierto durante estos casi ocho meses en
que estuvo mi niña dentro del vientre de su madre,
nos tocó mandar a ver con amigos y familiares hasta
la ciudad de Colombia, el medicamento. (Adalat
Oros, de 30 mg de acción prolongada) pues aquí en
Ecuador, al menos en esas fechas, no lo podíamos
conseguir “ni por oro, ni por plata”; sin embargo en
pos de la salud de las dos vidas, no nos importó el
costo económico elevado en que la conseguíamos.
“Después del gusto viene el susto” dice el refrán, y es
aplicable en el sentido de que luego de saber que
hasta ahí todo marchaba bien, se me vino a la mente
las siguientes preguntas de cajón:
Después de tanta pastilla que ingirió mi esposa, antes
de saber del embarazo, ¿En cuánto le afectará a la
niña? ¿Tendrá alguna mal formación física, o de otra
índole?, el hecho mismo de haber nacido antes de
tiempo (casi ocho meses, o treinta y cinco semanas
según los médicos). ¿Tendrá acaso complicaciones
posteriores?

43
Que aunque en los días de control de embarazo ya nos
habían tranquilizado de alguna forma de acuerdo a los
diferentes estudios, esto no significaba garantía para
estar tranquilos. Por ello seguía mi mente
acosándome con estas interrogantes. Inquietudes que
esa misma tarde pude ir despejando en las rápidas
visitas que les hacía a mi esposa y a mí niña.
Entregaba las medicinas que me solicitaban los
médicos y enfermeras que las atendían y a la vez me
enteraba de su estado.
Después de algunos días (tres para ser exacto) les
dieron el alta y con felicidad retornamos a casa a
prodigarles los respectivos cuidados. Al pasar los días
mi esposa de a poco se fue recuperando, y la preciosa
niña por igual.
Hoy a casi dos años y medio en que escribo, mi niña,
se ha convertido en un ser especial en la familia.
Aunque al principio debo confesar, se me hacía un
poco difícil tener que aceptar las miradas asustadas y
comentarios absurdos que suele emitir la gente que
sin saber hace juicio de valores, y lanzan “chistes
oprobiosos” que no vale la pena siquiera
mencionarlos.
De esta manera me convertí ahora sí y felizmente en
“papabuelo”
Espero ahora si no serlo más, y no lo digo por mis
hijos, que en fin de cuentas son una bendición; sino
más bien por las razones de salud anotadas, pues los
médicos nos aseguraron que esta vez sí volvieron a

44
“cortar y quemar bien” por decirlo de una forma más
coloquial.

“MANOLO, MI GRAN AMIGO”


Para el año 2015 fuimos a residir por el sector del
parque de Chillogallo, (Sur de occidente de la
Capital). Por cierto vale la pena traer a la memoria
algunos datos de este añejo barrio. Hace más de cien
años a Chillogallo lo han sabido conocer o llamar:
“Granero de Quito” Debido a las haciendas
agrícolas que han sabido abastecer de harinas y
productos de las cosechas a los habitantes de la
ciudad.
Para el año 1972 el ex mandatario dictador, el militar
Guillermo Rodríguez Lara, lo ha nombrado parroquia
urbana, con veintiocho barrios y un aproximado de
1700 habitantes, para el año (2015) ha aumentado a
57.300 habitantes. El sector en donde ahora
residimos, creo que por estar adyacente al parque
central, en donde se han apostado de igual manera,
centros médicos, unidades educativas, y una infinidad
de comercios hace que el sector sea más dinámico
sobre todo los fines de semana, ya que de lunes a
viernes más bien luce un poco apacible.

45
De todas formas residir aquí, resulta más tranquilo
que residir cerca a
la calle José María
Alemán, más
conocida como la
“J” del barrio
Solanda, sector
muy concurrido,
sobre todo las
tardes, noches y
fines de semana que
se torna muy alterado. Por ejemplo, bares y
discotecas dan luz verde a jóvenes de todas las edades
que llegan a derrochar sus ímpetus propios de su
edad. Los comercios de infinitas líneas que existen
por esta Avenida y sectores contiguos atraen a
muchos clientes. La variada gastronomía es otro
motivo para atrapar a los asiduos comensales que son
gente del mismo sector y de otros sitios quienes
llegan a degustar los diferentes platos que se ofrecen
y se venden sin necesidad de presentación, pues el
atrayente olor y la vistosidad de algunos de ellos se
venden solos. En el mes de diciembre, esta particular
Avenida luce muy colorida, en cada poste de
alumbrado público colocan figuras con luces acordes
con las festividades de navidad y fin de año, desde la
Av. Ajaví, hasta la Av. Solanda, esto parece que atrae
más a niños, jóvenes y adultos, los mismos que se
arremolinan en los almacenes, al punto de casi no
poder ni caminar. Los locales comerciales lucen de
igual forma llenos de multicolores artículos quienes

46
con parlantes colocados en las aceras dejan escapar
estruendosas melodías. Los comerciantes informales
en su mayoría extranjeros (colombianos, peruanos,
venezolanos) se han tomado a la fuerza las aceras,
desde sus pequeños puestos improvisados gritan y
ofrecen sus productos, haciendo muchas veces
contrapeso a los comerciantes regularizados (pagan
impuestos) de los almacenes, quienes con resignación
tienen que convivir con ellos, aceptando una máxima
innegable como que: “Todos necesitamos trabajar
para llevar el pan diario a casa”. Todo este bullicioso
ambiente seduce a los noveles visitantes, mientras
que a los habitantes del sector ya nos resulta un poco
cansón, e incómodo querer transitar por aquí y
precisamente esta fue la razón de dejar arrendado
nuestro departamento y marcharnos a residir al sector
ya mencionado.
Al transcurrir varios meses, en la nueva residencia
disfrutábamos de silencio y paz; pues al ser Conjunto
residencial cerrado la gente aquí casi todos se
conocen, hay una Directiva que reglamenta algunas
situaciones de convivencia, cobran una cuota
mensual para gastos en mantenimiento del mismo
conjunto, la mayoría de propietarios tienen
parqueadero privado, en cuanto a la limpieza de los
interiores del conjunto se paga a un señor para que
haga la limpieza de las calles y jardines, en fin aquí
se respiraba un ambiente más apacible.

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Los fines de semana salíamos en familia al Parque
Central, a mirar entre otras cosas, los jardines que
lucen alegres y bien
conservados, en la
parte Sur de este
parque está el
monumento en
memoria al
Mariscal, Antonio
José de Sucre, inmortalizando con su efigie la firme
decisión de lucha. “él desde su caballo mira con
decisión su ruta y aguarda sentado en su montura
desde hace 195 años para ser guiado hasta el
Pichincha a combatir en pos de la libertad del yugo
español”. De la pileta central, se desprende un
pequeño canal por donde corre libremente agua fría y
cristalina invitando con su ligero fluido a transeúntes
y a aves a refrescarse de su líquido vital. De cuando
en cuando llegan personas expresamente a alimentar
con alpiste al gran número de palomas que se
arremolinan en el centro de la pileta. Observar a estas
aves arremolinarse emitiendo su característico gorjeo
frente a los puñados de granos de alpiste que son
lanzados al piso, es un ¡maravilloso espectáculo!
Luego de saciar su apetito a algunos palomos se los
puede visualizar como erizan las plumas de su cuello,
inclinan la cabeza y dan vueltas en círculo al lado de
una paloma, en clara señal de cortejo. Nosotros luego
de permanecer sentados por varios minutos bajo el
canicular sol, nos vemos tentados a mojarnos las
cabezas en este pequeño canal de agua y decidimos

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ingresar a la vieja casona ubicada en la parte sur. Aquí
nos enteramos que esta casa originalmente ha sido de
propiedad del cacique, Huaraca Muntana, hoy utilizada como
museo de sitio llamado: “Centro Cívico Cultural, Mariscal Sucre”
data del siglo XVIII (1795), en su interior se puede apreciar
amplios espacios tipo jardines, el ambiente me
transporta a épocas coloniales, de hecho los pisos de
los patios son de piedra, las construcciones son de
bahareque, con tumbados de carrizo y cubierta de
tejas, un señor ya entrado en años que caminan junto
a nosotros comenta que este amplio patio había sido
utilizado como caballerizas de esta hacienda,
deduzco que debe ser conocedor de antaño de este
lugar. Ya en los interiores se puede apreciar, armas
antiguas tipo escopetas, libros, uniformes militares
adornados con charreteras y botones dorados, en las
paredes reposan cuadros con fotos que evidencian
escenas de lucha de nuestro héroes. En definitiva todo
el espacio ya sea dentro o fuera del mismo sabe a
buena historia; de pronto suena el celular de mi padre,
alguien de la familia ha llegado a visitarnos y espera
en nuestra casa, esto corta nuestro corto pero
entretenido paseo y retornamos al domicilio.
Hasta aquí “aparentemente” todo marchaba de
maravilla, lo de aparentemente menciono ya que en
realidad la paz y tranquilidad es relativa, y ya verán
porque lo digo. Con el pasar del tiempo nos fuimos
dando cuenta que esta paz y tranquilidad que nos
gustó y disfrutábamos al principio, nos terminaría
aburriendo, ¡Los seres humanos somos inconformes!
Dice otro dicho popular y cuánta razón tiene, sobre

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todo a nosotros los jóvenes o especificando mejor, a
mí, y a mis a mis hermanas, ya que mis padres si
disfrutaban del “encierro”. Por ejemplo las noches
tipo 20:00h si no comprábamos con tiempo el pan,
leche o cualquier otro mandado de mis padres, era
imposible encontrar, los comercios cerraban muy
temprano para nuestra costumbre; otro ejemplo era
que como mi madre toma medicinas para la
hipertensión tiene que siempre estar abastecida; sin
embargo cuando por desgracia se había olvidado que
ya no tenía, tocaba salir a buscar y aquí estaba el
inconveniente, la única farmacia del sector tenía solo
medicinas básicas, considero, por lo que sin tiempo
que perder corría a buscar a las otras farmacias,
ubicadas generalmente por la Av. Mariscal Sucre,
con los consabidos peligros que conlleva salir a
deambular por las noches. Otro ejemplo de los
innumerables que fuimos descubriendo con el paso
del tiempo, era que los centros de estudio de nosotros
ahora estaban muy alejados, esto significaba que nos
tocaba salir con hora y media de anticipación para no
atrasarnos, sumado a esto el lento circular por la
mucha afluencia vehicular; por otro lado mi madre se
veía en apuros al tener que preparar los alimentos,
tampoco se acostumbraba a tener que darnos de
almorzar a las 11:30h, es decir se nos vino una serie
de inconvenientes que al parecer son insignificantes;
sin embargo a la hora de la práctica nos estaba
causando inconvenientes, subsanables sí, pero al fin
eran inconvenientes.

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Bien con todo lo dicho seguíamos nuestras rutinas, de
a poco nos fuimos acomodando a los cambios. Hasta
que un día miércoles del mes de septiembre del 2017,
nos entró una llamada al teléfono convencional,
contesté y pude darme cuenta que al otro lado de la
línea me hablaba el señor que ocupaba nuestro
inmueble de Solanda, él luego de pocas palabras
pidió como de costumbre hablar con mi padre o
madre, pasé el auricular a mí padre, ya que él se
encontraba al momento. Mientras mi padre
conversaba, nosotros suponíamos que debía ser para
cancelarle del arriendo, ya que así lo hacía todos los
meses. Más al transcurso del diálogo pudimos
escuchar que mi padre asentía todo lo que el señor le
decía, y le decía que finalmente que le indique
exactamente para cuando le desocuparía para ir a
finiquitar todo esos asuntos de entrega de llaves,
pagos de planillas, dineros y un poco de situaciones
que son desgastantes pero necesarias para las dos
partes, en procura de quedar en armonía.
Con un —Bueno entonces, hasta luego. Colgó el
auricular y nos comunicó a todos lo que ya nosotros
habíamos comprendido. El arrendatario en mención
había manifestado que por cuestiones de trabajo él y
su familia, tenían que salir fuera del país y listo no
más detalles, y que para dentro de tres días, es decir
el fin de semana desocuparía. Y así fue el día sábado
tipo 16:00h ya nos entró la llamada, era él señor que
nos llamaba, acudimos, mi padre, mi madre y yo
como mayor de mis hermanos, toda la entrega
recepción se llevó en perfecta armonía. Mientras mi

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padre finiquitaba algunos asuntos, la esposa del señor
trataba de tranquilizarle a un hermoso perro de raza
Golden Retriever, color habano, este animalito nos
ladraba inquieto, yo traté de acariciarlo, y recibí como
respuesta un mostrar amenazante de colmillos, fue
basta retiré mi mano de inmediato, no intenté más, la
dueña le reprendió llamándolo por su nombre, que
por cierto nos resultaba un tanto jocoso al oído,
“Manolo” nombre de persona, nos reímos
discretamente como para no ofender y mirando con
recelo al animalito mi madre le manifestó: —Y al
perrito, ¿con quién lo va a dejar, ya que ustedes viajan
a otro país?, la señora replicó en tono seguro:
— Él se queda con un familiar de mi esposo, me da
mucha pena ya que él se crio aquí desde muy
pequeñito y a donde vamos no podemos llevarlo. Mi
madre respondió apenada:
—Si pues no, que pena. Y en verdad a Manolo lo
habíamos conocido cachorro, y ahora por su tamaño
lo desconocimos, imponía respeto a cualquiera que
osaba acercársele.
Total, con un fuerte apretón de manos se marcharon,
nosotros lo hicimos igual, en el trayecto a casa mi
padre iba callado, poco usual en él, por lo que mi
madre pregunto:
— Hay que hacer arreglos y limpieza para volver a
arrendar. Mi padre solo asintió con su cabeza, y
llegamos a casa, al paso de una hora nos manifestó
que él había estado pensando en la posibilidad de

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regresar al barrio, y puso de manifiesto los varios
inconvenientes que teníamos, al escuchar esto, todos
aprobamos con un rotundo:
— Siiiiii. Y dimos nuestro total apoyo, ahora
remarcamos algunas peripecias que antes no lo
habíamos contado, esta era la oportunidad. En
resumen, al cabo de la siguiente semana estábamos
ya regresando a nuestro barrio y dejamos ahora
arrendada de nuevo la casa de Chillogallo.
Más sucede que mientras el conductor del vehículo
tipo camión aparcó frente a la casa para proceder a
bajar los enseres, Manolo estaba ahí, junto a la puerta
de entrada, y al mirarnos como no nos conocía
reaccionó de forma violenta, por lo que tuvimos que
alejarnos a una distancia prudencial. Todos nos
quedamos absortos y con cara de interrogación:
— ¿Qué pasó, porqué regresó, a lo mejor se le soltó a
la dueña? En fin una serie de dudas saltaron a nuestras
mentes. Al siguiente día nos fuimos enterando la
verdadera historia trágica de Manolo. A decir de
algunos vecinos del sector, supimos que había sido
verdad que la señora había viajado para Colombia, y
que la misma noche que la señora se despidió de
nosotros, a unos doscientos metros más allá del
domicilio lo había votado al perro condenándolo a
vivir en la calle; pero Manolo, conocedor de su
domicilio había regresado a la casa y permanecía al
pie de la puerta esperando el retorno de sus amos, que
nunca más los volvería a ver, demostrando de esta
forma su lealtad y gratitud, valores que quizá todos la

53
hemos escuchado, o hasta sabemos el significado más
nunca la ponemos en práctica; esa misma lealtad y
gratitud que tanta falta nos hace a nosotros los seres
humanos “inteligentes”.
Los vecinos del barrio le habían socorrido a Manolo,
muchos de ellos le habían alimentado, y le habían
colocado un cajón de madera para que se proteja del
inclemente temporal, por cierto no había ingresado a
su “improvisada casa” ni un solo día, decían que
Manolo permanecía recostado junto a la puerta de
ingreso y que no permitía que nadie se acerque, pues
esa era su casa y punto y nadie lo sacaría de ahí.
Alguien que había conocido pormenores de la
precaria vida de Manolo fue más allá todavía, esta
historia nos arrancó lágrimas de tristeza. Hasta ese
entonces no entendíamos el por qué actuaron con un
corazón tan desalmado sus anteriores dueños, y
específicamente la señora, su ama le había ido a
votar literalmente en la Avenida Oriental (Sur
Oriente de Quito), y que Manolo al cabo de
aproximadamente dos meses había vuelto, entonces
entendimos, el porqué de su estado sobre todo su
pelaje lucía todo sucio y nudoso. Total nosotros la
familia asumimos ser los nuevos amos de Manolo,
claro nos costó hasta ganarnos su confianza, y
aceptación, lógicamente para él éramos gente extraña
que habíamos llegado a quitarle su domicilio, al
menos así lo suponíamos lo bueno es que lo
logramos, Manolo ahora era ya parte de nuestra
familia. En pocos días el perro lucía muy bien, su
carita denotaba otro aspecto, el pelaje le brillaba en

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todo su esplendor, su carita parecía más alegre, mis
hermanas jugaban a todo dar, mis padres por igual.
La “alegría del pobre dura poco”. Dicen por ahí, y
esta vez venía para sorprendernos y a la vez descifrar
algunas dudas. Una tarde de sol veraniego, él perro
salió a correr por el parque cerca de casa, y al paso de
unos cinco minutos regresó agitado, cabizbajo, algo
raro había en su aspecto que no alcanzábamos a
descifrar, ¡de pronto! Se levantó de sopetón y cayó
cual fulminado como un rayo, sus ojos se abrieron
desmesuradamente, su cuerpo se puso rígido y de su
hocico brotaba espuma abundante:
— ¡Es veneno, es veneno!
Grito mi padre y corrió a socorrerle, para esto ya mi
madre había alistado algunos remedios caseros, al
menos para socorrerle por el momento, esto es:
aceite, carbón, y deja, pues a decir de algunas
personas, en estos casos hay que darles aceite para
que el veneno no cause mucho daño, carbón molido
con abundante agua con deja, dicen que es bueno para
lavar el estómago del animal envenenado, todo esto
lo hicimos.
Los vecinos y transeúntes que habían escuchado y
visto los griteríos y menjurjes que nosotros le
dábamos en pos de salvarle la vida, no demoraron en
arremolinarse junto al patio, y cual más se ofrecían de
voluntarios, así unos le sostenían las patas, otros
preparaban las mezclas y otros le daban abundante
aceite, y Manolo no daba señales de mejoría, más
bien hubo un momento en que ya se retorció en clara

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señal de agonía, ante esto todos mirábamos absortos
e indignados queriendo averiguar quién o quienes le
habían suministrado el letal veneno. Una voz por ahí
dijo:
—Ya nada se puede hacer, ya el veneno hizo lo suyo.
Automáticamente de entre los curiosos y mi familia
brotaron lágrimas de dolor e impotencia. Habría
transcurrido unas dos horas desde el fatal momento,
mi padre nos ordenó que le ayudemos a ingresarlo
hasta un espacio de la sala para poder prepararlo para
enterrarlo, así lo hicimos, la gente con rostros
compungidos se marcharon y todo quedó en absoluto
silencio.
Y ¡oh sorpresa! Manolo regresaba a la vida, no sé
cómo pero ahí estaba otra vez, pataleó una y otra vez
hasta que se incorporó; todos gritamos de júbilo, no
era para menos. Sin perder tiempo lo trasladamos
hasta una clínica veterinaria, en el lugar la profesional
que nos atendió realizó todos los procedimientos de
protocolo, nosotros aguardábamos un tanto nerviosos
en la pequeña sal de espera, una mampara de vidrio
no separaba; pero desde ahí podíamos observar todo
lo que le hacían a nuestro querido chucho. Nadie nos
imaginábamos siquiera que la doctora luego de
auscultarlo minuciosamente sería portadora de otra
sorpresa más. Convencida nos dijo tajantemente que
no era veneno, y como quien corroboraba lo dicho
nos indicó que su nariz estaba húmeda, y que esto era
claro síntoma que el perro no estaba deshidratado;
además dijo abriéndole el hocico que la lengua y

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demás órganos, aparentemente estaban normales, por
lo que concluyó que a lo mejor debía ser alguna
alergia o algún químico que posiblemente debió
haber estado votado en la grama del parque. Para
concluir nos extendió una receta médica, en las que
hacía constar algunas vitaminas, analgésicos y
cuidados normales, nada más. Así retornamos a casa,
en el trayecto Manolo, se mostraba totalmente
repuesto de su episodio de salud y nosotros de igual
forma nos reponíamos de a poco del susto.
De esto habrían pasado unos pocos días, y otra vez
Manolo, caía fulminado cerca de los pies de mi
madre, corrimos otra vez al médico y ahí recién nos
enteramos que lo que él adolecía era de “ataques
epilépticos” algo hasta ahí desconocido para toda la
familia, pues nunca nos podíamos imaginar que los
perros también padecían de esta enfermedad.
Inclusive mi padre había mencionado que él creía que
esta enfermedad era exclusivo de los seres humanos;
sin embargo ahora moviendo su cabeza en señal de
asombro dijo que comprobaba una vez más que en la
vida las personas “nunca dejamos de aprender” y
¡vaya sorpresa! El médico que le revisó esta vez, para
ahondar nuestra pena, nos indicó que esta raza en
especial adolecían de epilepsia, que este no era el
primer caso, y para cerrar su diagnóstico dijo que esta
enfermedad no tenía cura, que el tratamiento de aquí
en adelante se basaba solo en darle calmantes para
controlar de mejor forma esta dolencia, con
resignación aceptamos la noticia, cancelamos y nos
retiramos. Desde aquel entonces ya nos hemos hecho

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“expertos” por decirlo de alguna manera, cada que le
sobrevienen los ataques, corremos a socorrerlo, esto
es sostenerle firmemente la cabeza para que no se
golpee contra el piso, mojarle un poco al frente y
sobarle su cuerpo, y a esperar que poco a poco el
ataque vaya cediendo, eso sí nos toca estar muy
atentos, pues no sabemos día, momento ni hora en
que le vendrá este ataque. Hay veces en que tipo dos
o tres de la madrugada nos despertamos sobresaltados
de escuchar los primeros jadeos de angustia, en
evidente síntoma de su dolencia. Lo cierto es que
Manolo, hasta ahora sigue con nosotros,
brindándonos juegos, travesuras, caricias y uno que
otro beso (lamidas) como quién recompensa los
cuidados prodigados; nosotros por nuestro lado nos
sentimos muy contentos y esperamos que su calidad
de vida mejore.

VAIVÉN DEL DESTINO.


Esta historia está dedicada como homenaje póstumo a una gran mujer, Simona Y. Alma
pura y sin tacha, que llenó mi alma de alegría; pero también me hizo conocer la triste
realidad y sufrimiento extremo en que se hunden algunas mujeres, al no haber tenido la
entereza apropiada para escoger su pareja de “vida”

La casa es de tres pisos, en su interior, hay un patio y


en el centro de este, una pileta de piedra que luce
descuidada; pues por su estructura se puede ver cómo
va avanzando una lama verduzca que recorre por las
comisuras de la piedra basílica del piso. Los
exteriores de esta antigua casa lucen pintados con
colores vivos, sus tumbados son muy altos, el grosor
de cada pared mide unos cincuenta centímetros de

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ancho aproximadamente, y se debe a que los adobes
(ladrillo sin cocer) con que están construidas las
paredes son elaborados a base de barro y paja. La
cubierta es de teja vidriada, de igual forma elaboradas
a base de barro; pero a diferencia de los adobes estas
si son cocidas y pintadas con un esmalte brillante para
cubrir los fuertes inviernos como el conocido
“cordonazo de San Francisco” (leyenda)
La casa de este relato está ubicada en el Centro
Histórico de Quito. Sus antiguos dueños habían sido
Don, Hernán Morales y su esposa Doña, María
Guzmán, prósperos comerciantes de clase media
quienes a lo largo de más de cincuenta años de
convivencia habían procreado seis hijos, (cuatro
mujeres y dos varones). Años antes de la muerte de
sus padres los tres hijos primeros habían viajado a
Europa, en pos de estudios quienes luego de culminar
sus carreras, habían contraído matrimonio ahí mismo,
por lo tanto ya afincados por allá eran muy raras las
veces que venían a Ecuador, y cuando de repente lo
hacían era solo por visitar a sus enfermos y
envejecidos padres. Los otros dos hermanos, una
residía en la parroquia rural de Cumbayá, y otro por
Calderón. Por lo que la casa dejaron al mando y
administración de su último hermano, de nombre
José. Además esta había sido la última voluntad de
sus padres, “La casa sería para el último de sus hijos”
decisión que la habían tomado sus padres pensando
quizá que sus hijos mayores habrían a su muerte
culminado sus estudios.

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José a la muerte de sus padres quedó de veintidós
años de edad, a regañadientes de sus padres estudió
Sociología en la Universidad Católica; pero el
comportamiento hostil que había demostrado desde
tempranas edades le hacían ser un hombre solitario y
de pocos amigos, siempre se vio involucrado en
problemas legales. Por peleas y bebidas, su padre
varias veces tuvo que buscarle solución a cada lío.
Esto motivo su deserción del tercer año de estudios
superiores. Su temperamento belicoso ahondó las
resquebrajadas relaciones familiares con sus
hermanos. Es por esto que a la muerte de los padres,
muy rara vez o casi nunca sus hermanos lo visitaban.
Ellos en común acuerdo y por aprobación mayoritaria
habían decidido que José como era soltero y el último
hermano, le cedían todos los derechos de la casa, pues
consideraban que él debía usufructuar y administrar
el único patrimonio que habían dejado sus padres. Y
podría servir para su manutención, así dejaron
constancia en un documento firmado y notariado,
para su estricto cumplimiento de ley.
El primer año desde la muerte de sus padres a José se
le había hecho muy difícil proseguir su vida normal,
había caído en profunda depresión. Para subsistir en
lo económico había tenido que arrendar dos locales
en el primer piso de la vivienda que daba a la Avenida
Venezuela, el primer local era utilizado para venta de
cosméticos y el otro era una tienda de víveres, de aquí
pagaba sus gastos de sustento, el segundo piso era
utilizado por él, aunque después de la muerte de sus
padres se tornaron inmensos, de hecho muchas

60
habitaciones se mantenían cerradas, las pertenencias
de sus progenitores estaban tal cual habían quedado;
el tercer piso permanecía desocupado, es decir la casa
por dentro denotaba un aspecto lúgubre, tétrico y sin
vida. Los largos pasamanos de madera que tiempos
antes lucían adornando con macetas colgadas de
coloridas flores, ahora servían de improvisados
ceniceros, en donde José botaba cientos de colillas de
cigarrillo. El segundo año de soledad de José se le
dio por “matar las penas” y “alegrar su soledad” en
bares y salones del Centro Histórico de Quito. Al
principio acudía a bares o cafeterías ubicados por el
Pasaje Amador, también solía pasar horas de horas en
los billares de la Avenida Flores y Manabí, y otros
sitios discretos, luego de tomarse unas cervezas con
amigos casuales se retiraba sin causar problemas, es
decir en un principio era lo que la gente llama
“bebedor social”. Así pasaba el día entre bares,
discotecas, cines, salones de comida, etc. Todas las
mañanas salía desde su domicilio, aparentando ser un
joven que acudía a trabajar o estudiar rutinariamente,
o al menos eso es lo que pensaban sus vecinos y
arrendatarios de la casa.
Entrado a los veinticinco años de edad, cansado de su
monótona vida, de beber, caminar como autómata por
las calles, y pasar el día cual si fuese un turista en su
propia ciudad, recostado en su cama, fumando un
cigarrillo, recordó una conversa sostenida con algún
compañero de juego, que en el barrio la Tola, había
un gimnasio de box, y que aquí había buenos
entrenadores que formaban jóvenes en este difícil

61
deporte de “las narices chatas”. Esto le animó sobre
manera, pues este era su deporte favorito, iba acorde
con su temperamento, así pensaba equivocadamente,
más tarde aprendería sobre los aspectos legales, Ley
de la legítima defensa, uso racional de la fuerza, y los
códigos con que se manejan todas las personas que
saben artes marciales incluidos el box.
Por fin llegó, y conforme lo planificado aprendió,
nunca faltaba a las sesiones, trotaba, hacía ejercicios
extenuantes, dormía temprano y cumplía con todas
las recomendaciones de su Sparring, al cabo de dos
años de dedicación y constancia casi estaba
convertido en un hábil púgil, por cierto pintaba para
grandes competencias, y efectivamente así fue, tuvo
muchos combates de gloria en el coliseo, Julio César
Hidalgo, viajó a diferentes partes del Ecuador, una o
dos peleas en Colombia. Los varios golpes como el
Jab, el upper cut, right hook, ganchos y demás golpes
los realizaba con una solvencia y técnica depurada.
Mas su ascenso vertiginoso no lo pudo sostener en la
cúspide, otra vez había recaído en la bebida y con ella
los problemas legales, su alejamiento de las cuerdas
fue eminente, nunca más volvió a frecuentar los
gimnasios, algo sucedía en su ser, se sentía vacío,
desanimado y sin esperanzas en su futuro, luchaba
con sus pensamientos, buscaba una salida a su
monótona existencia. Una tarde subió hasta la feria
libre de El Tejar, en busca de algunos artículos que
expendían a precios cómodos las cacharreras que
traían de contrabando desde Colombia. Esa misma

62
tarde fue para él la tarde más feliz que había
experimentado desde ya algún tiempo, pues entre los
arremolinados clientes alcanzó a divisar a una chica
de unos veinte años a lo sumo, quien estaba
acompañada de su madre, una señora de pelo cano y
cubierta con una raída chalina, las dos mujeres lucían
vestidas con ropas muy conservadoras, entre sus
manos cada una llevan fundas con mercadería que
habían adquirido minutos antes.
Simona, la hija era una jovencita de unos veinte años,
su rostro era muy angelical, su mirada era tierna, sus
labios eran carnosos y bien deliñados, su piel era de
un color trigueño, su cuerpo, ¡ah! de eso mejor ni para
que describirla, solo basta con resumir que tenía un
cuerpo de diosa.
José desde que la vio no pudo contenerse esas ganas
locas de entablar amistad, charlar y hacerse amigo de
ella, quedó flechado a la primera de vastos, por eso
con prontitud y mucho tino se le acercó a la madre,
algo nervioso dejó escapar un breve comentario
referente a los precios, la madre antes de contestarle,
le miró de pies a cabeza, luego con una mirada agria
recorrió todos los lados circundantes, y al saberse que
era a ella a quien se dirigía este apuesto joven
contestó frívolamente a su comentario; Simona
permanecía entretenida en varias prendas de ropa que
se expendían. José, cual ágil conversador, logró
llamar la atención de la madre, y así en un dos por
tres entabló amistad, a la media hora ya las tenía de

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invitadas a madre e hija a un pequeño salón de la
calle, Cuenca y Mideros.
En este tradicional lugar expendían un exquisito
chocolate y pan de Ambato, lugar que gustaban
frecuentar en vida de su madre. Mientras degustaban
el chocolate, él de forma hábil ya había logrado
llamar la atención de la joven; sin embargo debía
manejarse con cautela, no podía perder todo ese
espacio ganado hasta aquí, la madre podía caer en
cuenta que él pretendía a su hermosa hija, ese era el
pensar de José, y estaba en lo cierto, la madre
permanecía a la expectativa, las cosas debían darse
con paciencia, se animaba José, por eso cuando se
refería a Simona lo hacía como si no estuviese
interesado para nada de ella, y solo remarcaba que
gustaba de hacer amistades.
Al siguiente día ya estuvo de visita en casa de Ana,
por cierto ellas residían en un sector suburbano de
Quito, la casa en donde residían era muy modesta; no
pagaban arriendo mensual sino que vivían en
anticresis (cantidad de dinero entregada al dueño del
inmueble por una equis cantidad de tiempo) dinero
que por muchos años el padre había ahorrado con
mucho esfuerzo. La familia de Simona, estaba
conformada por cinco mujeres y cuatro varones,
incluidos papá y mamá dando un total de nueve
personas. Simona era la penúltima de las hijas, su
padre trabajaba desde muy joven para una mecánica
automotriz y la madre se dedicaba “solo” a las labores
del hogar, y digo solo no por menospreciar el trabajo

64
de casa, sino más bien por describir que no aportaba
económicamente, pues a decir verdad el tener que
cuidar de semejante cantidad de familia, creo que
aportaba demasiado, y ya se imaginarán las razones;
por ello es que lo poco que ganaba el padre no
alcanzaba para subsistir, su situación económica era
muy precaria y a veces hasta asfixiante, quizá por eso
la madre de Simona, aceptó sin mucho
condicionamiento a José que sea enamorado de su
hija. Él de buena contextura, bien vestido y a juzgar
por su buen físico, daba la apariencia de ser un joven
culto, con solvencia económica y de buena cuna, (con
buenos modales) y en verdad si lo era, lo que pasaba
es que el vicio y su temperamento beligerante le
hacían ver como un hombre hosco; pero lo cierto es
que hasta ahí nadie más sabía, sino solo él de sus
deslices con el alcohol. Este vicio se arraigó tanto en
su ser que en poco tiempo se transformó en una
“enfermedad incurable” y que lo condenaba día a día
a verse convertido en un guiñapo humano. Caminaba
con pie firme hasta esos sitios en donde los seres
humanos pierden todo contacto con la realidad y se
convierten irremediablemente en desechos de la
sociedad, ¡una triste realidad!
De ahí en adelante las visitas a Simona fueron
recurrentes, José podía hasta ahí todavía controlar su
avidez por la bebida, es más estaba en camino de
nunca más probar licor, y era lógico actuaba
motivado por esa pasión que corría por todo su cuerpo
cual si fuese un tren en veloz marcha. Al cabo de unos
tres meses de un tórrido romance se casaron y al fin

65
todo parecía que funcionaría para bien, él sonriente se
enfrentaba a la nueva vida, soñaba con tener muchos
hijos, soñaba con volver a ver a su casa rebosante de
vida, niños correr por los amplios pasillos, quizá
retomar sus estudios y una serie de perspectivas de
situaciones más. Ella por su lado se mostraba de igual
manera optimista al lado del hombre que logró
cautivarla con su trato dócil, cortés y agradable; ¡es
increíble ver como los sentimientos de amor cambian
a las personas!
Al paso de dos años, la alegría, paz y esperanza que
se mantenían en la cúspide, ahora se venían en picada,
y era porque ella no lograba embarazarse, acudieron
a varios médicos, quienes la sometieron a infinitas
terapias y al fin nada, el mundo se le vino encima a
él, otra vez se sentía el ser más infeliz sobre la tierra,
tal como se sintió con la muerte de sus progenitores,
y dejarse atrapar por la pena, quien es pésima
consejera, comenzó nuevamente a recaer en el vicio,
licor que mientras bebía le hacía sentirse alegre, y
sosegado por el momento, y cuando pasaba su efecto
le volvía a esa lacerante realidad que cada día le
atosigaba y según él inclusive le hacía sentir menos
hombre. En estos estados de extrema borrachera
equiparados por muchos como: “demencia
voluntaria” lanzaba improperios, que culminaban en
golpes a su joven y bella esposa, ella sangrante y
maltrecha soportaba en silencio su miserable vida.
Ella al día siguiente cual alegre arlequín tenía que
aparentar que no había pasado nada, era como “besar

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la mano y el látigo de su verdugo” Su madre muy
pocas veces la visitaba, y ella misma muchas veces se
hizo negar con tal de que no la viesen en esas
condiciones humillantes, y a la mínima oportunidad
ensalzaba a su esposo. Este loco proceder la misma
madre la había inculcado, siguiendo alguna vieja y
aberrante tradición propia de los indígenas: “Aunque
pegue o mate, marido es”, queriendo adoctrinar a
sus hijas e hijos que una vez que se casaban jamás
podían separarse.
Simona, por amor toleraba todo en silencio y estaba
dispuesta a seguir junto a su marido hasta la misma
muerte si fuese posible. Los maltratos y golpes fueron
tantos y tantos que en más de una ocasión tuvo que
acudir al Centro de Salud No 1, de las calles
(Rocafuerte y Venezuela) el más cercano de su
residencia. En ese lugar seguía ocultando su maltrato,
nunca lo denuncio a su esposo, y a cada pregunta de
cómo se había lastimado tanto que le hacían los
médicos y enfermeras, ella siempre le hacía sombra a
su “enemigo” ¡esto pronto le traería serias y nefastas
consecuencias!
Un mes de junio del año 1999, Simona Y, se levantó
con un dolor intenso de cabeza, soporto en silencio
hasta bien entrada la
noche; entonces le
sobrevino mareo,
vómito y demás
estragos que ella no
alcanzaba a

67
interpretarlos. José como de costumbre había salido
muy por la mañana y llegaba a altas horas de la noche
completamente embriagado, dejando en total
indefensión a su esposa. Una vecina del primer piso
que por casualidad había salido al patio al verla con
un trapo amarrado a su frente la pudo socorrer,
llevándola hasta el Centro Médico la Merced, luego
de examinarla y auxiliarle momentáneamente le
sugirieron que acuda hasta el Hospital Eugenio
Espejo, para que la realicen exámenes más
minuciosos. Así lo hizo al siguiente día, aquí le harían
saber que sus síntomas eran producto de un tumor
alojado en la cabeza, tumor que era fruto de tanto
golpe propinado por el iracundo esposo; además le
manifestaron que si no se lo hacía intervenir
quirúrgicamente tendría graves consecuencias.
Ella sumida en profunda tristeza regresó a casa, un
intenso dolor del alma más que físico atormentaba su
ser, cómo hacerlo saber a su indolente e inconsciente
esposo, pues hacía ya mucho tiempo que José ya no
existía en su mundo, pues todo en él era vicio, lujuria,
juegos, peleas callejeras y más líos, para colmo ya
casi ni llegaba a dormir en casa, amanecía en donde
su embriaguez le acomodara un espacio para reposar,
a veces cuando se llevaba algún dinero de su esposa
amanecía con alguna borracha prostituta en algún
cuarto de motel barato y mal oliente del sector de la
Ronda. Ante estas circunstancias Simona tenía que
continuar sola llevando a cuestas su dolor; había días
en que amanecía muy deprimida por todo cuanto le
acontecía, renegaba de su vida misma, ya no quería

68
hacerse atender, la enfermedad de ella más bien
resultó ser su pretexto perfecto para dejarse morir y
acabar de una buena vez con su pobre existencia.
El asunto económico era agobiante, gastos de
medicinas, pago de servicios básicos, impuestos
atrasados de la casa, alimentación, etc. Las pocas
veces en que llegaba José a casa era solo para causar
daños, pues cual lobo hambriento buscaba dinero
hasta el último rincón de la casa, su apetito voraz y
desmedido por el licor lo hacían actuar así. Cuando
encontraba ese poco dinero que su esposa guardaba
para cualquier emergencia, no dudaba en llevárselo
todo, y si no encontraba, entonces se llevaba
cualquier objeto que consideraba de valor y que podía
vender a las cachineras del sector, José se había
vuelto ¡una perfecta polilla! que se consumía todo lo
que encontraba a su paso.
Lo poco que producían los arriendos de los dos
locales no daba abasto para los múltiples gastos, en
vista de esto Simona tuvo que arrendar el tercer piso
que permanecía deshabitado desde hacía mucho
tiempo. La familia a quienes arrendó estaba integrada
por cinco personas, que por cierto llegaron a
convertirse para ella como su propia familia; Luis el
hijo menor de los nuevos arrendatarios era un chico
de unos ocho años, ágil, vivaz y muy sensitivo,
precisamente él se convertiría con el tiempo en su
lazarillo.
Al transcurso de unos seis meses desde la fatal noticia
de la ceguera progresiva, Simona comenzó con los

69
síntomas tal cual lo habían advertido los médicos,
“fue perdiendo paulatinamente la vista” y finalmente
entró irremediablemente a un mundo de sombras. El
tumor alojado en el lóbulo derecho de su cerebro
había crecido de tal forma que mató literalmente su
visión. Sumida en dolor y desesperación afloraba
llanto de impotencia y rabia contenida, de no haber
podido decir ¡basta! Y frenar todos los maltratos y
abusos de su verdugo. Todos esto malos recuerdos la
martirizaban; la vida hoy le ponía contra las cuerdas,
las cartas de la desgracia estaban ya echadas.
Mas no podía darse el lujo de quedarse con las manos
cruzadas, y verse desvalida y confinada a vivir por
siempre en la oscuridad, no, esto no estaba en sus
planes, se dijo para sí. Al fin parecía despertar de su
letargo emocional, su mente le traía recuerdos de
alguna ocasión que acudió a una cita médica, y un
médico por ahí le había manifestado que si había una
posibilidad de subsanar su ceguera, también le había
manifestado que la única forma posible era mediante
cirugía, ya que la protuberancia formada en su
cerebro producto de tanto golpe seguía creciendo.
Desde aquella ocasión en que este médico le dijera
estas palabras, ella cual naufraga en aguas torrentosas
tendría que asirse fuertemente a esa esperanza, la
cirugía. Recuperar su vista era lo primordial, para
luego separarse de este cruel hombre que juró amarla
y protegerla para toda la vida.
Al fin llegó el mes y día programado para la cirugía,
lunes 17 de abril del año 2000. Pero en todo esto de

70
la operación que Simona se debía someter, nadie
conocía los pormenores, solo sabían que ella acudía a
sus revisiones médicas y nada más; pues ella había
guardado un total hermetismo sobre el asunto, apenas
sabían algo sus vecinos más cercano es decir la
familia del tercer piso, quienes le auguraban éxito.
Este silencio tenía sus razones, ella pensaba… a su
marido no le importaba nada, la familia de ella eran
de creencias morales cerradas en cuánto al divorcio y
la operación era riesgosa; por lo tanto decidió callar
hasta estar segura de los resultados y tomar las
decisiones previstas. Simona había estado acudiendo
al hospital varios días de esa semana a dejar listo los
detalles para su operación. Es así que el día lunes tipo
07:00 salió llena de esperanza desde su casa asida de
la mano de su amiguito Luis, tomaron el primer bus
que pasó y al cabo de unos quince minutos de
recorrido ya estaban descendiendo del mismo a la
altura de la calle: Luis Vargas Torres y Antonio Ante,
sector del Colegio Mejía, de aquí caminaron hasta el
parque la Alameda cruzaron en medio de transeúntes
y vendedores ambulantes que voceaban a todo
pulmón sus productos. Un Policía de tránsito que se
encontraba de servicio en medio de la Av. Gran
Colombia y Luis Sodiro, al mirar a una persona con
gafas oscuras agarrada de la mano de un niño
aguardando el momento para pasar, dedujo la
intención y de forma ágil detuvo el acelerado flujo
vehicular facilitando el paso, ya en la vereda se
dirigieron hasta el Hospital de Especialidades,
“Eugenio Espejo” el mismo que a esa fecha contaba

71
con ocho años de reinauguración, debido a que el
“viejo” hospital ya no se daba abasto para tanto
paciente. En el lugar Simona, tomó contacto con el
departamento de Bienestar Social, ellos se
encargarían de todo el trámite de hospitalización, y
todo lo demás. En efecto así lo hicieron, daban ya las
ocho en punto de la mañana, Luis tenía que regresar,
y claro la rutina de conducir varias veces a Simona
hasta este hospital, había hecho de este muchacho un
experto en ir y venir a su domicilio. Entonces sin más
palabras los dos se abrazaron en apretón largo y muy
emotivo, quienes los veían no podían evitar
desparramar algunas lagrimillas. Luis una vez que se
desprendió de la mano de Simona le susurró casi sin
aliento que quería darle un beso en la mejilla, ella
algo nerviosa accedió; luego ella metió la mano a su
bolsillo, sacó algunas monedas y se las dio para el bus
y alguna golosina, él las tomó casi a regañadientes.
Luego la embarcaron en una silla de ruedas y se
perdió en los pasillos. Luis, la siguió con sus ojos
llorosos hasta el fondo, en donde se abrieron unas
puertas de ascensor y se marchó.
Al siguiente día los padres de Luis acudieron a
visitarla, Simona, lucía con su mirada perdida en el
vacío, su cabeza estaba rapada “lista para la
operación” dijeron las enfermeras, y así fue al tercer
día de haber ingresado la trasladaron a la sala de
operaciones; solo tres personas familiares de Luis
permanecían a la espera, Simona les había casi
suplicado que no se lo dijeran a nadie, y que ella les
comunicaría luego de la intervención, ellos muy

72
obedientes se limitaron a acatar. Luego de casi seis
horas, se pudo ver los primeros corre que corre del
personal médico, mala señal, algo pasaba. Susana la
madre de Luis, le preguntó a una enfermera qué
sucedía, esta con rostro frío y mal humorada contestó
que no pasaba nada y que cualquier información de la
paciente se la darían solo a los familiares.
Mientras Simona luchaba en la mesa de operaciones,
José, dormía en una mesa de cantina, ajeno
totalmente al mundo real, él un muerto en vida, qué
podía hacer por alivianar la
tragedia de su esposa, si el
mismo necesitaba ayuda
urgente desde hacía ya mucho
tiempo en que se había dejado
atrapar por esta maldita
enfermedad, que lo tenía
convertido en un estropajo
sucio de la sociedad, ni
siquiera se podía llamarle o
decir “desechable” pues eso
significaba al menos que alguna vez sirvió para algo,
y él sentía que nunca sirvió para nada más que para
hacer sufrir a quienes le rodeaban, ni siquiera sus
“amigos” de borrachera le soportaban su mal
comportamiento, pues ellos también suelen
manejarse con códigos de buena conducta, por eso
dicen en forma de vanagloriarse, “si soy borracho,
pero muy educado y respetuoso, hip, hip salud…”
Por lo tanto con José al menos por el momento no
había nada que hacer.

73
A tanta insistencia de Susana, un médico le manifestó
con voz entrecortada y con mirada melancólica, que
Simona no había resistido la operación…y algunas
palabras más que solo los que entienden de medicina
sabrían interpretarlo y que siendo las 16:08 había
fallecido en el mismo quirófano, que por favor se
encargase de comunicar a los familiares. Al escuchar
esta noticia, las pocas personas que escucharon se
quedaron trémulos nadie comentó nada, hubo un
silencio eterno, Susana la madre de Luis se llevó las
manos al pecho en clara señal de alteración. Luis, fue
el primero en romper en llanto, le siguió su madre y
demás hermanos que se habían dado cita. El médico
posando su mano en el hombre de Susana presuroso
les dijo, que el Certificado de Defunción lo retirasen
de la estación de enfermería y que el cadáver
reposaba ya en la morgue, dicho esto se marchó a
paso rápido solo el eco de sus pasos se escuchaban en
el largo pasillo.
Al fin Simona había culminado una corta vida llena
de sufrimientos, se marchó con la ilusión de recuperar
su vista, su vida misma, su ilusión, pues quería darse
una nueva oportunidad, luchar y salir adelante; pero
el cruel destino no le permitió y truncó para siempre
sus anhelos. Quizá se fue alegre, tal vez soñando abrir
de nuevo sus ojos en un mundo mejor, en ese mundo
utópico que anhelamos algunos soñadores, en fin,
solo espero que con su muerte haya alcanzado esa paz
y armonía que tanto ella deseaba. Creo que el mundo
se perdió un ser de alma noble y pura, que el único
pecado que cometió fue confiar en el hombre que

74
prometió un día amarla, protegerla, y cuidarla hasta
la muerte.
Los siguientes días fueron de un ir y venir de los
familiares (hermanos de José), velorio, llantos
lastimeros e hipócritas, abrazos, condolencias,
arrepentimientos tardíos que de nada sirven y el
doloroso traslado hasta la morada final. Todos los
ocupantes de la casa fueron desalojados con el
pretexto de remodelación o mantenimiento.
José en un fugaz momento de sobriedad se enteró la
trágica muerte de su esposa, esto fundamentó el
pretexto para seguir en la bebida, bebió y bebió hasta
que su cerebro le abandonó para siempre, y así
caminaba día y noche por las calles de Quito. Uno de
sus hermanos mayores al verle en tan deplorable vida,
realizó algunos trámites para encerrarlo en el
Hospital Psiquiátrico “Julio Endara” en la parroquia
de Conocoto.
La casa con el pasar de los años se deterioró a tal
punto que resultaba peligroso caminar por ahí,
entonces el Municipio de Quito, la intervino, para
remodelarla. Lo cierto es que al pasar muchos años,
cuando paso por ese lugar ya no la puedo distinguir si
será la misma casa que yo la conocí, lo que si me
quedan intactos son los recuerdos de Simona, una
gran mujer y en mis sueños aún suelo verla tomándola
de su suave mano y caminando con ella rumbo al
hospital.

75
UN MECHON DE TU CABELLO
Diego Sebastián T, era
un muchacho de quince
años de edad recién
cumplidos, era de
aspecto serio, un tanto
circunspecto en sus
palabras; eso sí muy
dedicado a sus
estudios, gustaba
mucho de la lectura, música y algunos otros
entretenimientos al aire libre. Le costaba mucho
establecer relaciones sociales principalmente con
personas del sexo opuesto. No le gustaba ir a
discotecas con sus compañeros de colegio, que por
cierto en aquel tiempo estaban en pleno auge; sin
embargo gustaba de escuchar música con acordes y
letras románticas. Varias noches su madre tenía que
levantarse a hurtadillas a apagar el pequeño radio
musical que su padre lo había regalado en su último
cumpleaños, radio que en las noches se había
convertido en su amigo inseparable para conciliar el
sueño y cuando se quedaba profundamente dormido
no lo apagaba, su madre con mucho tino para no
despertarlo ingresaba al dormitorio contiguo al suyo,
una vez dentro, ingresaba la mano sigilosamente por
entre las cobijas hasta dar con el infernal aparato y
silenciaba para poder dormir.
En definitiva, Diego S. T. era un muchacho que
llevaba una vida social muy austera, es decir de la

76
casa al colegio y viceversa. Cursaba el cuarto curso
de colegio, o lo que llamamos hoy el primer año de
bachillerato, el barrio en donde residía era el sector
de Las Casas, (Noroccidente de la ciudad Capital).
Rosana, la madre de Diego en recurrentes ocasiones
había coincidido en la tienda del barrio con una
vecina de nombre Eliana, con quién mientras
aguardaba ser atendida por la expendedora, que por
cierto no se daba abasto para atender a abarrotadas/os
clientes que acudían a este negocio, que sin ser la
única tienda, era la que más cómodo ofrecía los
productos, aparte mantenía la costumbre de fiar los
víveres, claro está eso lo hacía solo a personas
honestas, es decir de “buena paga”, quizá esta era la
razón del éxito de esta tienda en particular. Por ello
las dos mujeres se dedicaban a platicar sobre varios
temas, quizá trivialidades de momento; luego de
comprar lo que necesitaban, se despedían con un
cordial y rutinario beso en la mejilla y un:
— ¡Hasta mañana vecinita!
Con los días venideros nació una tibia amistad entre
las dos mujeres, de ahí en más hasta el saludo lo
realizaban con un poco más de afinidad y confianza:
—Buenos días señora Elianita:
—Cómo está señora Rosanita.
Y empezaban un entretenido, bla, bla, bla…
Hasta ser atendidas, eso sí, cada quién cuidaban en
sus conversas de mencionar temas personales, pues

77
conversaban de todo, menos de la familia, al parecer
las dos señoras eran mesuradas, discretas y
cuidadosas al hablar de temas que quizá pudieran en
el futuro lesionar su amistad, pues la lengua es el
arma perfecta para construir o destruir, dicen por ahí.
Una cierta mañana Diego y su madre acudían a una
sesión del Colegio, y por coincidencias de la vida,
Eliana y su hija también salían con dirección al
Municipio a realizar algún asunto sobre su casa. La
hija de Eliana, se llamaba Paola, era una muchacha
de dieciséis años, agraciada y muy extrovertida.
Mientras caminaban con dirección a abordar el bus
fue inevitable encontrarse las dos señoras vecinas, y
ahora amigas, al verse las dos extendieron sus manos
en señal de saludo, los dos muchachos hicieron lo
propio. Luego de unas pocas palabras por la premura
que llevaban las dos madres se despidieron y tomaron
rumbos distintos. En el trayecto Diego pregunto:
─ ¿Mami, y desde cuándo usted es amiga de la señora
Eliana? La madre contestó con otra pregunta:
— ¿Por qué me lo preguntas, es nuestra vecina del
barrio, o acaso no la has visto?
El muchacho replicó:
— Si les conozco, pero no pensé que usted era amiga
de ella:
— ¡Ah! si, con ella nos topamos las mañanas en la
tienda y por eso nos hemos hecho amigas, además es
bueno amistar con la gente del barrio ¿No lo crees?

78
— ¡Tiene razón! Contesto el muchacho, y en su rostro
se dibujó una leve sonrisa.
Eliana, la madre de Paola en el camino también
afrontaba similares preguntas de parte de su hija:
— Mami ¿Desde cuándo usted es amiga de la
vecina? La madre contestó:
— desde hace poco, me cae muy bien la señora, lo
que no sabía es que ha tenido un hijo ya joven. Paola
contestó un poco sonreída:
— Yo si le conozco, Diego se llama el hijo, y parece
ser muy callado, varias veces nos topamos en la
tienda, en el bus o en el camino y él cuando está cerca
de mí, me evita la mirada y a veces hasta parece que
me rehúye, medio rarito me parece el chico…
A esas palabras Eliana, respondió en defensa de
Diego sin siquiera conocerlo:
— Nada, nada, de medio raro, al chico yo le vi muy
tranquilo y normal, lo que pasa es que a voz creo que
te gusta amistar con esos chicos de ahora, medios
alocados, en su manera de hablar y vestir ¿sí o no?…
Paola no contesto, solo sonrío y esto marcó el fin de
este tema de conversación.
Con el pasar de los días de la misma manera con el
santo pretexto de las compras en la tienda del barrio,
esta vez coincidieron los dos muchachos, quienes en
un pequeño espacio de un rincón de la tienda los dos
se orillaron esperando ser atendidos y respetando el

79
turno de las personas que habían llegado primero. En
ese momento Paola tomó la iniciativa de conversar
con Diego; Paola era muy bella, extrovertida, y
poseedora de un don de conversa envidiable, quizá
por eso muchos jóvenes del barrio se despepitaban
por ser amigos o algo más de la agraciada chica.
Gustaba mucho vestir con ropa bien ceñida a su
cuerpo, tan apretada se ponía que al subir la pierna al
primer escalón del bus, o subir un escalón un poco
alto, las costuras de su vestimenta se rompían, de
hecho esto le acarreaba serias discusiones con su
madre, ya que cuando salían a la calle a realizar
cualquier asunto, no se hacían esperar las miradas
lascivas y piropos morbosos de los mirones.
Su madre muchas veces se sentía incómoda al sentir
el peso de un sinfín de miradas a su paso; sin embargo
a Paola esto no le causaba el más mínimo
contratiempo, más bien parecía disfrutar, pues a cada
mirada o piropo, ella sonreía y al disimulo apretaba
el brazo de su madre. Por ello Eliana siempre estaba
regañándola y bajándole los dobleces de las faldas,
pantalones, vestidos y abriendo las costuras para que
no le quede tan ceñido a su cuerpo. A Paola no le
gustaba que su madre haga esto con su ropa por ello
al mínimo descuido de su madre otra vez las volvía a
“arreglar”.
Este tema de la ropa apretada era una constante tira y
afloja, discusiones y disgustos a cada momento. A
veces parecía que Eliana, cedía un poco ante tanta
discusión con su hija, tal vez considerando que era su

80
última hija soltera, a veces solo la regañaba y no
pasaba a mayores. El resto de hijas e hijos de Eliana,
cada quién vivían independientemente en sus
hogares, muy rara vez las visitaban, y cuando lo
hacían era como suelen decir, solo:
“visita de médico”, es decir de forma muy rápida.
La modesta vivienda de construcción antigua en que
residían, era herencia del esposo fallecido de Eliana,
se trataba de una casa tipo villa, de un solo piso, con
cuatro cuartos amplios, y un espacio adecuado como
cocina con amplios ventanales por donde salía los
olores de la comida e ingresaba rebosante la luz del
día, el piso era entablado con duela de madera de
eucalipto, al costado derecho de la casa había un patio
de seis metros de frente por ocho de fondo, en la
mitad de este patio había una letrina pequeña, la
puerta de ingreso era solo un plástico que fungía
como cortina, ya en su interior se podía observar un
inodoro rústico (de cemento), a un costado había una
ducha, la misma que lucía llena de herrumbre, por
donde permitía el paso de agua fría. Este patio de
tierra era arrendado ocasionalmente a uno o dos
vehículos de los vecinos, o amigos de los vecinos que
no tenían garaje, por lo cual percibían una ínfima
cantidad de dinero, que paliaba en algo la escuálida
economía de Eliana y su hija. Ya que Eliana no tenían
ninguna otra entrada más que la paupérrima pensión
por montepío de su difunto esposo, y a decir de la
madre, este mísero ingreso no le alcanzaba siquiera
para completar el mes, esta era una razón de peso para

81
que inclusive Paola no prosiga sus estudios
secundarios y se dedicase a pasar en casa.
Desde aquel día en que la casualidad les hiciere darse
la mano en pos de saludo a los dos chicos sirvió para
romper el hielo; en la cabeza de Diego se había
quedado impregnada cual tinta sobre papel, la imagen
nítida de la agraciada y coqueta chica. En su cuarto
de estudio permanecía sentado, lucía con la mirada
perdida, alelado y confundido entre sus
pensamientos. Muchas veces en la sala o comedor sus
padres conversaban, y de repente también le pedían
alguna opinión, pero él no contestaba, tanta era su
distracción que Rosana, tenía que volver a repetir lo
que había dicho para escuchar alguna respuesta. Su
padre pensaba que los estudios probablemente le
tenían un tanto ido, lejos estaba de imaginar que era
por una chica del barrio, pues a Diego, hasta esa fecha
no se le había conocido ninguna amistad femenina, ni
tan siquiera compañeras de colegio, más en todo,
“Siempre hay una primera vez”
De la misma forma casual como se conocieron,
volvieron a verse en la misma tienda, ahora Paola al
verlo, le sonrío, él sintió fuego en su cara, quería
aparentar tranquilidad y no pudo, ella más impulsiva
le estiró la mano, él sin más tapujos respondió:
—Hola Paola ¡cómo le va! A estas palabras ella
volvió a sonreír, y dijo:
— Me alegra Diego que usted sepa mi nombre ¿quién
se lo dijo? Ahí recién él cayó en cuenta que se le salió

82
el nombre de ella así de forma tan natural. Y replicó
con una leve sonrisa:
— Así como usted sabe mi nombre, dijo y los dos
sonrieron. Este fue el inicio de una amistad.
La timidez de Diego le jugaba malas pasadas, a veces
no podía ni hablar, por ello le costó mucho esfuerzo
soltar la lengua; ella muy acuciosa lo notaba todo, y
terminaba tomando la iniciativa. Al pasar los días ésta
floreciente amistad hecho raíces, a partir de esto él ya
no le dejaba salir para nada a su madre a comparar a
la tienda, apenas escuchaba de compras se ofrecía
voluntarioso, y hasta le hacía acuerdo de vez en
cuando de comprar cualquier cosa que faltare,
abrigando siempre la esperanza de encontrarse con
Paola. Rosana la madre no sospechaba nada en cuanto
a romance, claro si se le hizo un poco raro verle muy
“solícito” en cuanto a mandados, ya que antes iba
solo a regañadientes, pero quizá se deba a los cambios
propios de juventud, pensaba Rosana y no le daba
mucha importancia.
Pero las cosas no eran así, al menos para Diego,
apenas llegaba del colegio tipo 13:00h casi no
almorzaba, ni se cambiaba de ropa, botaba en una
mesa su mochila cargada de cuadernos y corría a casa
de Paola. La vivienda estaba a unas cuatro cuadras de
su domicilio. Con cualquier mentira salía apresurado
todas las tardes y regresaba en la noche, de la misma
forma, apurado a realizar deberes hasta altas horas de
la noche. Su madre al darse cuenta de la amistad que
había hecho su hijo, al principio veía con buenos ojos

83
que se relacione con una joven de su misma edad, al
respecto decía, que eso le ayuda a su hijo a ser más
sociable y que como joven que era estaba bien. Más
con el paso del tiempo se dio cuenta que algo no
andaba bien con esa “ingenua amistad” pues de a
poco estaba afectando sus estudios, su paz, su libertad
y finalmente su tranquilidad.
Rosana comenzó a inquietarse al ver los cambios
repentinos de humor de Diego, había días que
amanecía alegre y lleno de optimismo, y otros días
totalmente desanimados. Pasaba las tardes, pensativo,
triste y sumido en una profunda melancolía. Y todo
era desde que empezó con esta “inocente amistad”.
Al principio cuando Diego empezó a llegar a casa de
Paola, apenas conversaban unos pocos minutos y eso
también solo desde la puerta de ingreso al patio, luego
se retiraba. Más al transcurrir los días, Eliana, al
enterarse que se trataba del muchacho hijo de Doña
Rosana, ahora amigo de su hija, le recomendó y
autorizó a su hija por seguridad y decencia que el
muchacho ingrese al patio, todo esto con la finalidad
de no dar que decir a las lenguas viperinas de algunas
vecinas del barrio. Ese era el sentir de Eliana, en
cuánto a la seguridad y dignidad de su hija. Lauro
capitalizó de muy buena manera la confianza a él
depositada, y en pocos días se ganó la entera
confianza de las dos mujeres de la casa. Con más
confianza le decía a su madre:

84
— Voy a casa de Doña Elianita, ya vengo mami. Le
contestaba a su madre cuando le preguntaba a dónde
se iba.
Diego era el único joven del barrio que Eliana había
permitido amistar con su hija, según ella el muchacho
era de buenas costumbres; además, era estudioso y no
se amistaba con los “vagos del barrio” y de alguna
manera ya la había conocido a su madre, a juzgar de
ella una señora de buena familia, no por el asunto
dinero sino más bien por el don de gentes; por lo tanto
asumió que era una amistad confiable para su hija. Y
era verdad Diego aún no tenía deslices o vicios como
el común de los jóvenes a una cierta edad, nunca se
le veía en las esquinas del barrio, o en juergas con
amigos. Vestía de forma como su padre le había
enseñado, es decir sin ropas estrambóticas ni cortes
de cabello que llamasen la atención, en una sola
palabra se caracterizaba por ser un joven con
costumbres “chapadas a la antigua” suelen decir, y
esto le gustaba a Eliana.
Lo cierto es que Diego, disfrutaba de largas tertulias
con Paola y su madre, pues para completar era muy
comedido en los quehaceres de la casa, y obvio esto
le hizo ganarse la simpatía de Eliana sobre todo.
Diego no esperaba dos veces cuando escuchaba que
Eliana comentaba que tenía que contratar maestros
para hacer pintar la casa, especialmente para
diciembre, mes en que por Ordenanza Municipal o
costumbre. Algunos quiteños suelen arreglar las
fachadas de las viviendas como quien engalanan la

85
ciudad para las festividades. ¡Esta era la oportunidad!
Diego quería granjearse más la voluntad de Eliana,
pues era la madre de la mujer que sin darse cuenta,
había empezado a amar intensamente. Al simple
comentario de la señora, él se ponía ¡manos a la obra!
no perdía el tiempo, el mismo volaba a comprar los
materiales y en un dos por tres ya estaba pintando
cuartos y fachadas, otros días arreglaba el entablado
si es que encontraba alguna tabla apolillada, o hacía
reparaciones eléctricas y un sinfín de labores de
hogar. Diego resultaba ser un “todo terreno” y claro
esto le hacía merecedor del cariño de la señora, más
no de la hija. A cada “favor” que él hacía, las dos le
agradecían y le llenaban de halagos, más esto no
bastaba para sosegar el alma enamorada del joven, él
quería que Paola le mirase con ojos de amor de
enamorado no con ojos de amigo que prestaba un
servicio.
Su alma y su cabeza estaban llenas de conflictos.
Diego quería que Paola se diera cuenta que él estaba
dispuesto a hacer todo por amor a ella. Más tenía que
disfrazar ante Eliana, tenía que aparentar que su
amistad y ayuda eran sinceras, que él no hacía por
interés de nada. El asunto era hacer pensar que él lo
hacía por solidaridad. ¡Ni pensar siquiera que Eliana
se dé cuenta que era por su hija! Esto le atemorizaba
sobremanera.
Con el tiempo y las aguas Diego supo que su amada
Paola tenía varios pretendientes y que además se las
arreglaba de cualquier forma para flirtear con tres

86
muchachos enamorados del barrio. Para esto a cada
uno le citaba a diferentes horas que solo ella sabía de
acuerdo a su programación de horarios. Lo jocoso de
las horas de vacile con Paola era que los tres
muchachos si sabían que ella les hacía “cornudos”
más ellos aceptaban de buena manera, claro eso
haciéndose los ingenuos. Ella salía al patio cerca de
la hora prevista y pactada de antemano, con cualquier
pretexto le decía a su madre:
— Voy a lavar la ropa, a lavar los platos, a asear el
baño, o simplemente voy a barrer el patio. Puros
pretextos para a escondidas conversar con Patricio,
Elías y Franco, en diferentes horas de la tarde y
noche.
De esto tres jóvenes el único que trabajaba era
Patricio, tenía veinte años de edad y laboraba como
picapedrero por la avenida Mariscal Sucre, cerca de
la Facultad de Educación Física de la Universidad
Central. Este muchacho era cuatro años mayor que
ella, y por más de una ocasión le había manifestado
que tenía serias intenciones de casarse. Muchas veces
Paola le pedía consejos a Diego, para que le ayude a
dilucidar algunas preguntas sobre: matrimonio,
fornicación, adulterio, etc. Y que ella dada su
inexperiencia no había podido contestar a uno de los
tres pretendientes.
Diego, se había convertido forzosamente en su
“confidente” Es así que se enteró que Patricio, le
había casi suplicado que por favor le allane el terreno
para ingresar a hablar con su madre y pedir la mano.

87
Paola conocedora de antemano de la postura negativa
de su madre, por lo de la poca edad para contraer
matrimonio, y algunos prejuicios más con los que se
manejaba su madre, ante este pedido, se lo había
negado rotundamente. Diego apoyaba la postura de la
madre, pero hipócritamente, pues él la quería solo
para él, y recomendaba con vehemencia a Paola que
termine esa relación, y en sus reflexiones “sesudas”
sostenía que:
— Este hombre no le convenía.
Las varias veces que Paola se veía con los chicos,
Diego y Eliana permanecían dentro de la casa
embelesados en cualquier actividad; de pronto Eliana
calculando que ya era hora de que su hija culmine lo
que había salido a realizar, gritaba con voz chillona
ordenando que ya ingrese, al escuchar el grito de su
madre Diego temía que salga y le descubra, por ello
siempre él se ofrecía en ir a llamarla; otras veces al
escuchar el grito Paola cual resorte saltaba y volvía
en precipitada carrera despidiéndose con un beso en
la mejilla a su furtivo amor.
Diego a veces la veía despedirse, con mirada fija de
indignación seguía los movimientos de la chica,
apretaba los dientes con fuerza y fin esta era lo
máximo que podía expresar en clara señal de celos y
rabia, toda su rabia era contenida, no podía hacerle
notar según él; sin embargo ella ya desde hace mucho
se había dado cuenta, y eso motivaba más la
adrenalina, que lo disfrutaba. Paola en alguna ocasión
le había hecho prometer que le guarde el secretito;

88
también le había pedido que por favor le “ayude” para
verse con sus enamorados sin hacerle notar a su
madre.
Diego sin objetar lo había aceptado, y con una
magnífica perfección actuaba engañándola a Eliana,
es decir la entretenía con cualquier pretexto, mientras
tanto Paola atendía a sus enamorados. Una vez que
conseguía su objetivo, Diego entraba en profunda
depresión disimulada, era como preparar la mesa de
boda para que otro lo disfrute; pero el amor por ella
era intenso. Bastaba un simple guiño de ojo de Paola
para que él cumpla a cabalidad su consigna. Eliana
ajena por completo de lo que sucedía en su misma
casa, en las conversas con algunas personas decía y
remarcaba que ella no permitía ninguna relación
sentimental de su hija, pues a decir de ella su hija aún
no estaba en edad de tener enamorado.
Diego se sentía avergonzado, utilizado y humillado
por la chica que día a día se clavaba cual espina en lo
más profundo de su alma, ya no podía sostener esta
situación, quería gritar y confesarle a Paola, que él la
amaba que ya no quería ser solo su amigo, sentía rabia
y dolor intenso tener que hacer a cada rato el papel de
“Celestino”
Suplicante miraba al cielo para que Eliana, se diera
cuenta por sí sola y culmine de una buena vez las tres
relaciones sentimentales de su amada, quería que
alguien limpié el camino de abrojos que Paola le
había puesto. ¡Qué disyuntiva!

89
Por alguna razón que solo su mente y corazón sabían,
Paola a Diego no lo consideraba entre su lista de
pretendientes o enamorados, quizá lo veía como muy
joven, ingenuo, cándido o no sé qué mismo. A juzgar
por los enamorados y amigos que la chica tenía en
secreto todos eran mayores que ella, esto hacía
presumir que a ella le atraían mayores que ella. Lo
único que parecía atraerla a ella de su “amigo” era su
docilidad, habilidad para los arreglos en su casa, su
discreción y lealtad hacia ella. Algunos dones de
Diego la misma Eliana siempre halagaba y remarcaba
como “gran virtud” al menos ella así lo sentía de
corazón.
Diego martillaba su cerebro pensando y nunca
encontró una razón convincente para justificar el
actuar de la chica, y concluía suponiendo que, quizá
debía ser el resultado de alguna anterior decepción
amorosa, pues alguien o algo por ahí, le habían
dejado una imborrable y dolorosa huella en su tierno
corazón. Muy posiblemente esta era la causa para que
sus sentimientos se hayan convertido en un témpano
de hielo, pero:
— ¡hasta cuando Dios mío! Decía en tono lastimero
¿Cuándo Paola se iba a fijar en él?
Había veces que en largas tertulias con Diego, ella le
confesaba, que por más esfuerzo que ella hacía, su
corazón no sentía amor por él ni por nadie, y que tan
solo disfrutaba sentirse amada, mimada y llena de
halagos. Y que cuando se daba cuenta que algunos
hombres estaban enamorándose más de lo debido,

90
ella sabía que ese era el momento preciso para
mostrarse esquiva, odiosa estrategia. Se repetía para
sí, Diego.
(De todas estas aguas tormentosas que corrían por
todo el ser de la chica, muchos iban a sumergirse y
pocos o pocas lograrían salir bien librados, es decir,
iban a pagar “justos por pecadores”) Diego ni
remotamente podía imaginarse que un ser tan
angelical, tierno, y bello albergara en sus ser tan
nefastos procedimientos. El nobel y silencioso
enamorado creía que la traición, el desamor y el juego
de sentimientos solo se dibujada o estaba en el
imaginario de algún director de telenovelas. Lo que
no sabía es que, todos en la vida por lo menos alguna
vez nos convertimos en actores principales de
nuestras propias novelas.
Cierto día Eliana recibió la visita de su hija Isabel,
ella residía con su esposo y dos tiernos niños por el
Centro de Quito, entre otras conversas que
sostuvieron, le había manifestado a su madre que
estaba atravesando una etapa económica muy crítica.
Esto era debido que a su esposo lo habían liquidado
de su puesto de trabajo, disque por políticas de la
empresa sobre asuntos de reducción de personal o
algo así. Al menos eso fue lo que le llegó a los oídos
de Diego, quién aquella ocasión aprovechó de paso
para conocer a una de las tantas hermanas de la
familia. Eliana a la pregunta de su hija sobre:
─ ¿quién era el joven? Le había manifestado que el
“comedido” chico era un vecino amigo de las dos,

91
pero sobre todo de Paola y nada más, pues en realidad
eso era al menos en la práctica; sin embargo, Isabel,
conociendo a su hermana, sonrió de forma burlona,
mirando de pies a cabeza al joven y repitiendo de
forma suspicaz:
— ¡Ah, el chico es amigo de Paola! Que bien, y
¿pasa aquí con ustedes? Eliana replicó y dejó claro su
sentir:
— Haber no es que pasa siempre aquí, él estudia y
tiene su casa aquí cerca, sino que se siente bien estar
aquí con tu hermana y de paso a mí me ayuda en los
diferentes arreglos de la casa, tu sabes hija, pagar
maestros para que me hagan los diferentes arreglos
por simples que sean resulta muy caro, y el chico es
un alma de Dios, y sobre todo es hábil para hacer de
todo.
—Que bien. Dijo entre dientes Isabel, y cambiaron de
tema, o mejor dicho fue directo para lo que había
venido.
Le había propuesto en súplica a su madre que por
favor le diera o mejor dicho le cediera un pequeño
espacio en la parte posterior de la casa para mandarse
a mudar ahí hasta que su esposo consiguiera otro
trabajo. Eliana en amor de madre le había dicho que
bueno, sin pensar dos veces, el asunto es que tendría
Francis, el esposo de su hija que adecentar un cuarto
que estaba en malas condiciones y a lo mejor hasta
construir otro cuarto más para que les dé cabida, pues
eran cuatro personas las que se disponían a residir

92
aquí. Bien, lo cierto es que la madre aceptó, el asunto
de arreglos y adecentamientos sería lo de menos, pues
ahora ya había una mano más que ayude, pensó
Isabel, sabiendo de antemano las virtudes del
muchacho.
Sin más ni más, a los dos días ya estuvieron con todos
los tereques, y conforme a lo previsto. Francis había
venido a arreglar el espacio, y conjuntamente con
Diego habían dejado listo dos cuartos y una
improvisada cocina con tablas, el asunto es que al
parecer con esto les alcanzaba hasta mientras, es decir
hasta que él consiga un nuevo empleo. Francis y
Diego hicieron amistad de inmediato, y mientras
trabajaban en los arreglos, él había narrado que había
estado trabajando en una empresa textil ubicada por
Calderón, y que por querer conformar una Asociación
de Trabajadores para reclamar algunos derechos de
sus compañeros por ahí alguien les había traicionado
filtrando información, esto ha llegado a oído de los
jefes de la empresa, quienes sin miramientos les
habían despedido a varios de ellos.
En fin, una vez concluido con los arreglos de los
cuartos se mudaron sin demora y todo siguió en
aparente normalidad, es más, de todo esto la más
alegre era Eliana, pues tenía de regreso a una de sus
hijas, a su yerno y dos hermosas criaturas como nietos
de cinco y tres años (varón y mujer), con ellos pasaba
totalmente distraída, ¡qué más pedirle a la vida! ¡Se
sentía dichosa! Sin embargo la dicha no es eterna, y
pronto vendrían los problemas, y ¡qué problemas!

93
Habían transcurrido unos seis meses desde que Isabel
y su familia se mudaron a casa de su madre. Francis
había encontrado un nuevo trabajo que le alcanzaba a
duras penas para sustentar a su creciente familia y
ayudar con algo insignificante a su suegra como
forma de pago por concepto de alquiler, pero el nuevo
trabajo en la misma línea de textiles que era lo que él
sabía, ahora le habían contratado para que labore solo
las noches y con un bajo sueldo, y a falta de más
propuestas había aceptado.
Debido al trasnochar, Francis, dormía durante el día
para poder trabajar en la noche. Desde el día en que
Isabel, llegó con su familia Paola, la había recibido
de las mil maravillas, pues por ser un tanto
contemporáneas en edades al parecer las dos se
llevaban muy bien. Mientras tanto a Francis casi ya
no se lo veía durante el día y como trabajaba la noche,
pues tampoco se lo veía durante todo el día. Diego
seguía llegando en pos de visita ahora pasaba con las
tres mujeres de la casa, pero eso sí la tarea de
entretenerles para que su amiga Paola siga en lo suyo
no cesaba.
Isabel apenas su esposo llegaba, decía que le recibía
con el desayuno caliente y que desayunaba con él,
como forma de respeto y cariño tal vez, o simple
como costumbre; luego de lo cual Francis disque se
acostaba a reposar y se levantaba de igual forma solo
para la siguiente comida. Eliana la madre, siempre
estaba recomendándole a Isabel que lo deje descansar
en silencio, para ello hacía traer a los dos niños hacia

94
los cuartos de ella para que no hagan bulla y el
hombre concilie el sueño en santa paz. Y así se
cumplió durante varios meses.
En el diario discurrir Isabel se había hecho fanática
de observar una novela todas las mañanas, eso si no
se perdía ni un solo capítulo, por ello cuando su
esposo llegaba, luego de atenderle con el desayuno,
ella llegaba con los niños donde su madre a mirar su
telenovela, a la vez que rogaba a Paola que vaya hasta
sus cuartos a darle lavando los platos y que deje listo
las ollas para ella ir a cocinar, esta “ayuda” Paola al
principio no le gustó para nada, más con el paso de
los días ya no ponía ningún reparo, es más, ella
misma se ofrecía para barrer, limpiar y de pronto
hasta cocinar.
Eliana e Isabel, aplaudían lo “hacendosa” que se
había vuelto la niña, decían de forma irónica, ajenas
las dos a la gran sorpresa que estaban por llevarse.
Referente a Diego, el muchacho de igual forma ya
casi no le veía a Paola, pues ella pasaba solo metida
en los quehaceres de la casa de su hermana, cómo
pedir que no lo haga. Y aunque le dolía, a la vez sentía
también cierta satisfacción al saber que su amada
estaba dentro de casa, los pretendientes y enamorados
de a poco se fueron terminando. Paola, ya no salía al
patio, Diego era el encargado de llevarles la noticia,
que “no quería verlos más”, así, a secas sin
explicaciones.

95
Pero, ¿A que obedecía estos abruptos cambios? ¿Será
que Paola, había reflexionado sobre su actuar y
deponía su actitud? ¿Estaba madurando quizá?
Todos especulaban, nadie acertaba, todos incluido
Diego aspiraban una nueva Paola, más recatada, más
sobria, menos coqueta y juguetona en asuntos de
amor. Total de un tiempo a esta parte Paola había
cambiado muchísimo, ya no se reía, casi no salía ni
siquiera al patio a tomar sol, ni a nada, todo hacía
dentro de su misma casa. Esa alegría, explosividad y
coquetería innata en ella se había convertido en
tristeza, se la veía meditabunda, y extraviada en sus
pensamientos, Diego la notaba, pero jamás se atrevió
a preguntarla, la amaba tanto que no pretendía
injuriarla. Una tarde como de costumbre Diego, llegó
y la encontró sola en casa, su madre había salido a
realizar algún asunto, y su hermana tampoco se
encontraba en casa, esta fue la ocasión para con
sutileza preguntarle sobre el motivo de su cambio;
ella con sendas lágrimas en sus ojos solo alcanzó a
contestarle que son trivialidades que a veces a las
mujeres les suele pasar y que no era para alarmarse,
que ya se le pasará.

96
Diego, en su ingenuidad las dio por sentado todas las
explicaciones, y más bien aprovechó ahora si para
decirle lo mucho que la amaba, le confesó que ella era
la mujer que él soñaba y que estaba dispuesto a
casarse con ella aunque el mundo entero se opusiese,
sus ojos brillaban de alegría, sus manos temblaban al
rosar la cara de Paola. Ella con una mirada tierna
permanecía atenta a las palabras que este muchacho
que le hablaba sin parar, y en un instante de silencio,
ella tomó las
dos manos de
Diego y se las
llevó a sus
labios, y dijo:
— Diego
amor mío yo
si te quiero, lo
que pasa es
que lo nuestro
no puede ser. Y viró su rostro a un lado. Diego atónito
por su negativa refutó suplicante:
— ¿Pero cuál es la razón, yo te amo y si tú también,
entonces dime que impide nuestro amor? Ella se
limitó a contestar así:
— ¡No Diego, ahora no puede ser, el tiempo te dirá la
razón, yo no puedo quererte! Esto le cayó como un
balde de agua helada, lleno de dolor, angustia e
interrogantes se marchó, no sin antes rogarle de la
misma manera como último favor que le conceda
cortarle de su abundante melena un mechón de su

97
cabello. Ella un poco extrañada por el pedido, quizá
pensó que así lograría sacárselo de encima, un poco
dubitativa al principio por tan extraño pedido, pero al
fin lo cedió.
¡Un mechón de su cabello! era lo único que Diego
conservaría de ahí en adelante, el mechón de unos
seis centímetros lo guardó celosamente entre sus
libros, ese sería su amuleto, su recuerdo, su fetiche y
posiblemente hasta su cura. “En los males del corazón
dicen que no hay medicina que lo cure y posiblemente
tengan razón”
Transcurrió un mes desde aquel fatídico día en que se
despidió de Paola, durante ese tiempo no subió a
verla, él también se enconchó en su casa, en los
estudios y familia. De pronto se sintió intranquilo,
algo le movía en su interior, quería verle a Paola,
aunque sea para platicar, o simplemente verla, sin
más tiempo que perder se vistió con sus mejores galas
y salió de la casa. En su mente llevaba claras las
palabras que la iba a decir, ¡perdón! era su palabra
favorita. Sí, eso era, pedirle perdón por su “mal
actuar” y todo volverá a la normalidad.
De esta forma pensaba el inocente joven, con paso
firme llegó, tocó como de costumbre la puerta de
metal, pero ¡oh sorpresa! la casa se la percibía
silenciosa, y tranquila. Los chiquillos de Isabel, eran
un par de demonios que alegraban y revoloteaban
toda la casa. Esta ocasión no se oía el ruido
característico de los televisores encendidos, ni la

98
música que en otras ocasiones inundaba el ambiente,
el silencio era inusual que Diego, pensó que a lo
mejor no había nadie en casa. Volvió a tocar la
bulliciosa puerta de metal corroído, y al rato Eliana,
la abrió, saludaron y le invitó a pasar. Eliana lucía
toda desaliñada, desencajada, la mirada pérdida, su
voz se quebraba a cada rato que quería hablar. Diego
ya se imaginaba lo peor, su corazón se aceleró, no
podía gesticular palabra alguna, por ello haciendo
esfuerzo y tragando saliva, a dura penas preguntó:
— ¿Y Paola? ¿Qué pasó, en dónde está? Preguntas
que sabían a súplica.
Eliana sentada en una vetusta butaca de madera
permanecía con las manos tomándose la frente y a la
vez cubriéndose la cara con patente señal de aflicción,
sus ojos vidriosos miraban fijamente un punto en el
infinito denotaban dolor, hasta que estallaron en
llanto. Diego permanecía sentado frente con frente a
Eliana en un pequeño taburete, al ver los hilillos de
agua abundante correr por las mejillas de la señora,
se levantó y le ofreció un vaso con agua de su misma
cocina. Ella sin mirarle a la cara agarró el vaso y tomó
un sorbo, luego de unos segundos alzó la mirada al
chico que permanecía junto a ella. Así que con
resignación pensó aflojarse un poco el peso de su
pena narrándole todo lo sucedido; luego dio un
suspiró hondo y así habló:
— ¡Diego mi hija se fue, se fue, ha pasado algo
tremendo en mi casa!

99
Diego al oír esto se puso de pie como queriendo
sobresaltarse, sintió una braza en su rostro, la cabeza
le daba vueltas, quiso hablar, más su garganta estaba
seca, carraspeó dos veces y salió al patio a lanzar un
escupitajo, y tomar aire. La noticia le fue impactante,
con un poco de brío ingresó de nuevo, posó su mano
en el hombro de la afligida madre consolándola.
Él dio por sentado que Paola a lo mejor se había
marchado con algún fulano de los tantos que él
conocía. Luego se gastó algunas palabras
alentadoras:
— Tranquila Doña Elianita, si ella se ha ido con algún
chico, es quizá porque ella misma así lo ha querido, y
lo ha amado, y en fin de cuentas ese es el orden de la
vida, ya ha de regresar con su futuro yerno, ya verá
usted.
Estas palabras Diego las decía como resultado de una
común reflexión, pues una chica como Paola con
enamorados y pretendientes por doquier esa era la
hipótesis más segura.
Eliana al escuchar las palabras del joven sonrió de
forma irónica y moviendo la cabeza como queriendo
hacerle caer en cuenta al muchacho de su ingenuidad,
le tomó de la mano y respondió con franqueza:
—No mijo usted no sabe, si fuera así como usted
piensa, no estuviese tan consternada, la verdad es
otra, y tome asiento que ya le cuento, pues al fin y al
cabo tarde o temprano, usted y la gente del barrio
terminarán mismo por enterarse, entonces es mejor

100
que sepa de la fuente fidedigna que soy yo, la madre.
Y comenzó el relato crudo, detallado y sin tapujos:
— Verá, parece ser que Francis, mi yerno, las veces
que supuestamente dormía, luego de llegar de las
veladas de su trabajo, le ha conquistado a Paola. No
sé con qué engaños, este hombre “viejo” con alguna
maña o argucia parece que le ha seducido a mi pobre
Paola, y ella ha caído en su trampa. Mientras Isabel,
yo y a veces hasta usted mismo permanecíamos acá
adentro sin saber nada de lo que pasaba, pues los tres
creíamos que Paola estaba adentro “ayudándole” en
los quehaceres a su hermana. Y no, no ha sido así,
este perverso hombre ahí es donde se ha aprovechado
de la ingenuidad de mi hija y lo grave de esto asunto
es que se ha quedado embarazada…
Pero usted se preguntará ¿Cómo descubrimos, no
cierto? Mire, una cierta mañana Isabel le mandó
como de costumbre a que le dé lavando los platos y
le arreglé un poco los cuartos, ella se marchó sin
chistar una sola palabra, y al poco rato a Isabel no sé
por qué cosa se le ocurrió ingresar al dormitorio, y
justo ahí les ha encontrado a los dos en…
Ya usted puede imaginarse. Isabel sin aguantarse más
se les ha abalanzado a los dos a pegarles en un estado
demencial, y al poco rato de descargar las iras más
con su esposo llegó acá donde mí nerviosa y llorosa
a contarme semejante barbaridad ¡imagínese!
Aquí se armó el escándalo a puerta cerrada con Paola,
yo la reprendí a más no poder, pero luego entendí que
con golpes ya no solucionaba nada.

101
Este pobre infeliz de mi yerno al siguiente día de este
infausto suceso ha tomado algunas pertenencias
suyas y se ha marchado dejándoles a Isabel y a mis
nietos abandonados. Yo por mi lado le llevé a Paola
al médico, y este comprobó que estaba embarazada
de ocho semanas. Este fue el detonante para que
Isabel también decida marcharse hasta la fecha sin
rumbo cierto, decía no aguantar mirarle a su hermana
embarazada de su esposo. Yo le encomié para que
deponga su actitud, pero ya ve, no pude, se había
marchado dejándome una carta, en la que me explica
a detalle la razón de su partida, y finalmente dice que
ella y sus dos hijos van a estar bien. Eso me agobia
no saber del futuro de ellos. Y Paola al ver todo esto
parecía que se sentía cada vez más culpable y siendo
veinte días exactos de lo que sucedió la desgracia
también se ha largado con este mal hombre, ya me
llegaron las malas noticias que está viviendo con este
infeliz mismo. ¡Dios mío que voy a hacer!
Esto para Diego, fue como un terremoto, tanta mala
noticia a la vez no alcanzaba a entender, ni podía
descifrar, solo fijó su mirada en el infinito y se
convirtió en estatua, así permaneció por largo tiempo,
hasta que Eliana le reanimó preguntándole:
— Diego, ¿usted sabía algo de esto?
Instintivamente reaccionó y sacudiendo la cabeza
aterrizó a la realidad, la pregunta directa fue como
darle una bofetada, y contestó de inmediato:
— De esto no, yo no sabía absolutamente nada, Doña
Elianita. Ella más intuitiva replicó:

102
— ¿De esto no? y entonces ¿de qué más sabía usted,
acaso hay algo más que yo no sepa?
Otra vez el muchacho bajo la vista, pero esta vez
pensaba si contarle o no, sobre los varios enamorados
que sostenía su hija a espaldas suya. Rápidamente
pensó que no valía la pena, pues no era ético ni de
varón “soltar la sopa” y agregar de paso más dolor a
la atribulada madre, suspirando pensó para sí:
─ Ya lo hecho, hecho está, y punto, no hay remedio.
Y encogiéndose de hombros contestó:
— No, no cómo va a creer que yo se lo mienta algo a
usted que siempre me ha tenido confianza, no Doña
Elianita, no piense mal, lo que le dije fue solo un decir
nomás, nada más. Eliana por el gesto que realizó al
parecer si le creyó y moviendo la cabeza en forma
afirmativa murmuró:
— Ummm, ya me imaginaba. Y secó sus aguados
ojos.
A la hora de este suceso Eliana y Diego se
despidieron con un fuerte e interminable abrazo, los
dos sabían que esta despedida iba a ser la última vez
de la amistad, ya que posiblemente de ahí en más, si
acaso se volverían a ver de casualidad en el algún
sitio del barrio. Él antes de marcharse le dijo: que
estaría pendiente a ver si Paola, decidía regresar,
dejando a libre interpretación, es decir si regresaba ya
mismo o estaría pendiente por siempre hasta que ella
decidiera dar marcha atrás y se cansaré tal vez de esa
unión aberrante con su propio cuñado. Eliana por su

103
parte, asintió las palabras del chico con un leve
movimiento de cabeza y le invitó a seguir visitándola,
claro ella también lo hacía por política. Diego con las
manos en los bolsillos, y la cabeza al piso regresó a
su casa entradas las primeras horas de la noche.
En su cuarto a solas pensaba, trataba de acomodar sus
ideas, y darle descanso a su extenuado corazón,
encendió la radio para disipar un poco su cerebro que
parecía una endemoniada locomotora, y para
disimular su dolor. Sentado frente a su mesa de
trabajo estudiantil dio rienda suelta a su desazón y
estalló en llanto, un llanto lastimero, profundo, sentía
que el mundo entero se le venía encima, quería gritar,
pedir ayuda, los problemas del alma a veces nos
ahogan tanto que creemos morirnos, aunque digan;
“Que de amor nadie se muere” Y en el colmo de la
tragedia, todo su llanto y dolor también tuvo que
disimular, ¡hasta esto! Pues su familia no podía
enterase nada de esto. Su madre seguro le entendería,
más no su padre, él mantenía ciertos prejuicios sobre
el enamorarse demasiado joven sin tener bases para
sostener un hogar; muy cierto pero al corazón no
entiende de reglas sociales.
Después de un largo rato de rabieta, depresión y
angustia corrió a su libro, abrió entre sollozos y ahí
estaba un buen mechón de cabello de color castaño
claro, mudo testigo de su loco e imposible amor, ahí
permanecía entre sus manos temblorosas, unas
lágrimas fueron a dar en las hebras de cabello. Ese

104
sería desde ahí en adelante su único recuerdo visible
que tendría de ella.
Rosana con el paso de los días no se demoró en
enterarse por las bocas chismosas de la gente, pues la
noticia se había esparcido como pólvora por el
vecindario. Así se cumplió lo que ya había
pronosticado Eliana. Ahora es cuando Rosana
automáticamente comprendió los varios cambios de
temperamento que experimentaba su hijo. Se sentó
junto a él y los dos mantuvieron una larga charla, al
final ella decidió ayudar a su hijo para que la olvide.
Diego a paso lento fue reponiéndose, su madre le
hacía entender conforme ella entendía, y sin echar
más leña al fuego. Rosana al enterarse que la chica le
había despreciado de ante mano a su hijo, aplaudía la
sinceridad de la chica. La hacía quedar bien al decir
que ella había actuado de forma sincera con él, al no
engañarle y decirle que estaba enamorada de él, y que
de esa sinceridad su hijo debía estar agradecido a
Dios y a la vida:
—Solo Dios sabe que hubiese pasado si ella te
aceptaba solo por pasatiempo, como lo hacía con
otros chicos, las cosas suceden por algo hijo.
La madre de Diego, una mañana realizando arreglos
de casa por casualidad se encontró con un mechón de
cabello de hebras finas de un color característico al
de Paola, no demoró en caer en cuenta de quién era.
Como rayo se le vino a la mente una vieja tradición
popular que por ahí había escuchado decir, sobre
“olvidar” de forma efectiva. Esto lo comentó con una

105
amiga de confianza quien conocía a detalle sobre este
asunto y a modo de “secreto” había cogido unas
hebras de cabello y se lo había dado tostado en alguna
bebida a su hijo, el resto le había quemado, y las
cenizas las había lanzado al viento. Cuando Diego
buscó su preciada reliquia, ya no encontró nada, su
madre le contó lo que había hechos y él tuvo que
resignarse sabiendo que al fin algo de aquel amor
tormentoso, lo llevaba dentro de su ser y que quedaría
plasmado en su mente hasta el fin de sus días.

SERES OLVIDADOS
El antiguo
terminal
terrestre de la
ciudad de Quito,
funcionaba en el
sector del
Cumandá
(centro de
Quito); y el día 7
de julio del 2009 cerró sus operaciones para pasar a
laborar en sus nuevas instalaciones descentralizadas
en los sectores de: Quitumbe al (Sur) y Carcelén al
(Norte) de la ciudad capital.
En 1977 la empresa israelí, Solel Boneh
International, empezó la construcción a un costo de
335 millones de sucres, y recién en agosto de1986 en
la alcaldía del señor Gustavo Herdoíza León, había
arrancado las operaciones de servicio. Funcionó
durante veinte y tres años, dando trabajo a varios

106
transportistas y gente que vivían del comercio. De
hecho, 317 comerciantes de diferentes asociaciones
laboraban en el interior y exterior del mismo.
Algunos de estos comerciantes estaban ubicados a la
entrada, (sector occidente de la infraestructura) en sus
pequeños locales de comercio, que lucían bien
abastecidos de confites (nogadas, arropes de mora,
melcochas, caramelos, pan, biscochos, hallullas,
quesos de hoja, aguas, colas, etc.) Golosinas o
fiambres que los pasajeros llevaban para degustar
durante el viaje, o también para llevar a sus
familiares.
En sectores contiguos al terminal había varios salones
o restaurantes de comida, algunos dueños o
empleados permanecían a la entrada de cada
comedero, su misión era atraer a los posibles clientes,
para esto debía ser hábil en el arte de convencer a la
gente con los variados menús, pues la competencia
era muy fuerte. A este “arte” de llamar clientela
suelen llamarle en estos medios como: “enganche”
Por otro lado, al descender por el graderío de entrada
por la Av. Maldonado, actualmente parada del
Trolebús, ubicados en el lado derecho de las gradas
habían unos pequeños habitáculos quizá de dos por
tres metros, aquí de igual forma las y los
comerciantes en constantes y atosigantes griteríos
ofrecían platos con comidas como: guatitas, secos de
gallina, morochos, empanadas de verde, café,
chocolate, etc.

107
Este edificio de hormigón armado era de tres plantas,
estaba construido en sentido occidente/oriente, o
viceversa (empezando en la Av. Maldonado como
entrada principal y desembocando en el redondel
Cumandá, por donde salían los buses de las diferentes
cooperativas. El primer piso empezando desde abajo
albergaba a las oficinas de venta de boletos apostadas
frente a frente, en el medio había unos Quioskos de
venta de periódicos, lotería, revistas, etc. También
había unas bancas de hierro y madera, en donde los
diferentes pasajeros descansaban mientras realizaban
la compra de sus boletos o realizaban cualquier
gestión de última hora; otros en cambio pernoctaban
aguardando la hora de partida. El segundo piso estaba
dividido en dos espacios, con pasillos que recorrían
todo el contorno de la construcción, aquí había
salones, restaurantes, bodegas, servicios higiénicos y
pequeños puestos improvisados de venta de cualquier
chuchería. En este mismo piso, a la entrada al lado
izquierdo en relación occidente/oriente en los bajos
de la calle Piedra, funcionaba una Estación de Policía
que albergaba a una veintena de policías, de varios
servicios como: Tránsito, Servicio Urbano,
Migración, Servicio de Investigación Criminal, y
Antinarcóticos, quienes al mando de un Oficial
pasaban lista todos los días a diferentes horas, y les
designaba a cada quién su función en pos de brindar
seguridad a todos los usuarios de dicho terminal. El
tercer piso, era destinado solo para arribo vehicular,
aquí llegaban todos los vehículos, de las diferentes
cooperativas; también había una estación de taxis y

108
camionetas que esperaban listos a algún cliente para
ofrecer su servicio.
En medio de este mundo bullicioso, agitado, de
comercio y de vorágine se tejen día a día varias
historias de la cual se destaca una en particular. En el
lado oriente de este terminal existen unos rincones
oscuros mal olientes e intransitables, pienso que fue
falla del diseño arquitectónico, pues estos sitios
tienen muchos recovecos y las gradas de acceso o
conexión con el resto de pisos está ubicada de tal
forma que deja a todo el lado oriente con un aspecto
sombrío, y para colmo de males no entra luz natural
las luminarias de ese sector al parecer han sido
destruidas a propósito. Algunos espacios del segundo
piso, del lado norte son utilizados como salones de
comida y los que quedan en el fondo permanecen
vacíos y cerrados nadie transita por ahí. Los
ocasionales usuarios con tan solo mirar lo sombrío de
este sitio deciden cambiar de ruta, pues sienten miedo
a ser asaltados, y tienen razón, las malas noticias se
riegan como virus, dicen que por aquí hay
delincuentes que cometen varios desafueros.
Una mañana tipo 09:h00 se observa un tumulto de
gente que apunta con sus dedos a un lugar en el fondo
de este sitio que acabo de describir, junto a ellos están
varios policías, quienes luego de escuchar las quejas
avanzan con paso firme a verificar la denuncia que
hacen algunos comerciantes del mismo sitio. Luego
de un momento los transeúntes al ver que los policías
caminan con varias personas a su lado, se acercan

109
sigilosos a oír de qué se trata, la curiosidad crece
como una bola de nieve en picada, alguien más que
observa la escena dice:
¡Vaya que la gente sí que es sapa!
Al fin llegan al sitio de la denuncia, o lugar de los
hechos dicen en argot policial, el tumulto de curiosos
y denunciantes se arremolinan en un rincón, los
cuatro policías con tolete y gas pimienta en mano
proceden con su rutina, uno de los uniformados con
la punta del tolete le mueve el cuerpo de una persona
que se encuentra recostado en el piso semi cubierto
con cartones, le hace levantar y le ordena ponerse
frente a la pared con las manos detrás de cabeza para
proceder con el cacheo de rutina (palpar con sus
manos toda su humanidad para verificar si no tiene
alguna arma, droga o no sé qué mismo) esto se repite
con unos diez muchachos más, al decir muchachos lo
digo porque la mayoría son jóvenes, solo unos dos o
tres se los visualiza de entre unos cuarenta o
cincuenta años. Estas personas lucen sucias,
harapientas y con caras largas, otros tienen apariencia
de somnolencia; al escuchar la bulla y la policía en
procedimiento, la mayoría de éstas personas están de
pie, solo un muchacho de aproximadamente unos
quince años de edad sigue en el piso profundamente
dormido, parece muerto, pues por más que le mueven
bruscamente no da señales de vida, permanece con la
boca abierta. El policía al mando se pone de cuclillas
y le pone junto a su boca y nariz un pequeño espejo
que saca de entre sus prendas, todos nos quedamos

110
absortos, e interrogantes ¿qué pretende hacer el
uniformado con el pequeño espejo? En unos pocos
segundos se incorpora el policía y menciona:
— Esta embriagado nomás. Dice y con más fuerza le
mueve para que se levante.
En efecto ante tanto sacudón abre los ojos, se le nota
perdido, luego de mirar a sus alrededores se pone de
pie y agachando la cabeza bosteza denotando
cansancio. Unos de los gendarmes ordena que
desalojen el sitio, otro el de más grado ordena que
llamen al personal de aseo del terminal para que
limpien el lugar, pues luce por todo el piso muy
desaseado; en fin estos asiduos personajes que según
los comentarios de la gente del lugar, siempre llegan
a dormir ahí; por eso el policía al mando les
tranquiliza que ellos van a proceder a hacerlos
desalojar siempre que los vean por ahí, les requisan
de forma rápida, se puede notar que los policías
también sienten repugnancia, pues de sus cuerpos
desgarbados emanan olores nauseabundos. Luego
uno de los policías da una clara advertencia:
─“Si los volvemos a ver por aquí van presos”
Oyendo esto, todos se retiran a continuar con sus
rutinarias labores. En el piso quedan algunos pedazos
de cartones que servían de colchón a estos seres, ya
que las gélidas noches y madrugadas de Quito deben
ser interminables. Por los rincones se observa tarrinas
con desperdicios de comida, botellas vacías y otras

111
con algo de alcohol, el lugar en sí, apesta a diablos
que a ratos se hace irresistible permanecer por mucho
tiempo ahí, por ello apenas concluye el
procedimiento todos se retiran a paso rápido.
De toda esta escena mientras espero tomar el vehículo
que me traslade a la ciudad de Guayaquil con fines de
trabajo, me quedo sumido en un montón de porqués:
¿Por qué hay tanto niño vagabundo? ¿Quiénes son los
padres de estos infortunados muchachos? ¿Cómo
subsisten sin sustento, ni abrigo de hogar? ¿Por qué
las Autoridades no los rescatan?
Así fluyen mis pensamientos y me abruman por todo
lado, luego de un buen rato vuelvo a la realidad cerca
de Aloag, cuando suben al micro algunas personas
que ofrecen a toda voz sus ventas. Trato de dormir y
olvidarme por unos
momentos, pero no
puedo, la imagen y el
nombre del
muchacho que se
levantó al último me
quedó impregnado,
lo observé tan
indefenso, y
enclenque que pensé
que en esas condiciones no sería posible que resista
en la calle mucho tiempo. Mientras los policías
hacían su trabajo pude observar que su mirada para
colmo no era normal, al parecer sufría este chico de
estrabismo, o lo que coloquialmente llamamos virolo.

112
En fin me marché y de a poco me fui olvidando de
esta escena, tenía que bloquearme, caso contrario no
podría realizar bien mi trabajo.
A los pocos días regresé a Quito, lo primero que hice
al arribar al Terminal del Cumandá, fue dirigirme a la
Estación de Policía, en el lugar tome contacto con
unos de los gendarmes del procedimiento, y entre
otras preguntas le solicite me dé información de unos
de los vagabundos que por cierto él había tomado
nota, sobre los nombres, edades y otros aspectos que
les sirven solo a ellos para su trabajo. Ahí me enteré
algunos pormenores de este chico, supe que no era la
primera vez que los echaban de ahí, que este
muchacho en particular a sus cortos quince años ya
entraba y salía del Centro de Menores infractores
llamado Virgilio Guerrero, que deambulaba por las
plazas y calles del Centro Histórico pidiendo comida,
dinero y de paso ayudando a los demás muchachos de
la calle a realizar algunas fechorías, y que al ser
descubiertos solo él, quizá por su condición de
enclenque no podía escaparse como lo hacían los
demás menores.
Una tarde de verano mientras caminaba por la iglesia
de San Francisco, coincidí con él en una de las aceras,
y apenas estuve frente a frente le dije:
—Hola Jairo, sin darle lugar a evadirme y le extendí
la mano, mi intención era hacerle creer que yo ya le
conocía, o hacerle sentir tranquilo, por eso lo llamé
por su nombre. Él con aspecto serio volteo despacio
su cabeza, y me miró interrogante:

113
— Hola, cómo estás repetí, extendida mi mano.
A esto de forma timorata me correspondió el saludo
y estiro su manito sucia, flaca y de dedos largos, le
invité a sentarnos para charlar un poco, y accedió de
buena gana. Mientras conversamos le invito que nos
tomemos un helado, de un expendedor que ofrece
unos ricos helados de paila. Y sigue la conversa, él un
poco más suelto me dice que padre no tiene, que solo
tiene mamá, que reside por algún sector de Guamaní,
que ni el mismo conoce las calles, que tiene ocho
hermanitos más y que su mamá de nombre Aurelina,
lava ropa ajena para el sustento de sus hermanos.
En esta parte del relato deja escapar algunas
lagrimillas, yo le doy unas palmaditas y le
recomiendo que mejor vuelva su casa, que en la calle
no va a encontrar nada de bueno, a esto el me tapa la
boca y me desgarra el alma, al decirme que ya lo ha
hecho por más de una ocasión, pero que su mami
como el la llama ya no vive ahí y que nadie le da
razón de ella, esa es la razón de deambular por las
calles. Me quedo corto de palabras, ahora soy yo el
que derrama lágrimas de dolor, impotencia y rabia
con esta injusta sociedad, y ahora me pregunto: ¿En
dónde diablos están las Autoridades que no ayudan a
este clase de gente que vive en las calles, olvidados
de todo mundo y hasta de Dios parece?
Para despedirme le digo mi nombre, le ofrezco volver
a verle para darle algunas prendas de ropa, zapatos y
algo de comida, él agradecido me dice que de tal día
a tal día le encuentro en tal sector, y de tal a tal en

114
otro sector, y en diferentes horas además, él al mirar
mi cara de interrogación me aclara que es por el
asunto de la comida, y seguridad dice. Ahí entiendo
que ellos los callejeros también se manejan con
códigos que la misma calle les enseña. Luego se
levanta esboza un bostezo largo y sin temor me dice:
— Oiga señor regálese unas moneditas, no sea malo.
Sonrío y le contesto:
— No, no me diga malo, pues creo no serlo, y claro
anda y comete algo, saco algunas monedas y se las
entrego, eso sí le aconsejo que no vaya a comprar
bebidas alcohólicas o droga (pegamento) y que si me
entero que lo ha hecho no le doy más le digo en forma
de amenaza, claro nunca lo cumpliría, pero no está
por demás decirlo. Ahora me voy un poco más
satisfecho, al fin logré contactarme y sé en dónde
encontrarlo, como así lo hice por varias ocasiones.
De pronto Jairo desapareció no lo volví a encontrar
por ningún lado, pregunté a varios muchachos y gente
de su mundo, nadie me dio razón, unos me decían que
se había marchado a otra ciudad, otros me decían que
ya se había muerto, que la Policía lo había matado y
en fin un sinfín de elucubraciones que no me llevaban
a nada. Al paso de un montón de años mientras nos
trasladábamos con mi esposa en el Trolebús, se subió
un señor con su rostro totalmente desfigurado
(quemado) y con voz entrecortada pedía limosna,
algunos al verlo denotaban una cara de miedo, otros
de asco, recogían sus cuerpos como para evitar
toparse con este desagradable ser. Al fin llegó a mi

115
lado, en su corto trayecto, solo unas dos almas
caritativas le ofrecieron algunas moneditas.
Yo le miré de pies a cabeza y algo me hizo
reconocerlo:
— ¡Jairo, Jairo, repetí! ¿Eres tú? ¿Te acuerdas de mí?
le pregunté de forma insistente, él, ahora me miró
muy indiferente:
─ Si, soy Jairo, me contestó: ─Y usted señor ¿quién
es? Le dije mi nombre y le hable de algunos pasajes
de cuando nos conocimos, pero al parecer ya no se
acordaba nada, el tiempo, el vicio, y su dura vida
posiblemente habían borrado de su mente varios
recuerdos buenos. Quizá era mejor, para qué recordar
si en su mente no tendría nada de recuerdos
halagadores. La sociedad les rechazamos, les
desechamos, y les encasillamos de todo, es justo que
hasta la sonrisa pierdan estos seres.
Total de forma rápida mientras descendimos de esta
unidad de transporte me narró que su rostro se había
quemado cuando una infortunada noche y madrugada
habían encendido una fogata para abrigarse y que él
estando un poco mareado (embriagado) no se había
dado cuenta hasta que las llamas lo habían alcanzado,
luego de varias intervenciones quirúrgicas en algún
hospital público le habían logrado salvar la vida, por
cierto hasta de salvarle la vida les maldecía a los
médicos, decía con palabras cargadas de desprecio:
— “Que hubiese sido mejor que lo dejasen morir para
ya no sufrir”

116
Al despedirse como la primera vez me pidió dinero,
se lo di y otra vez se marchó sin regresar a ver, yo me
quedé con la mirada fija en su figura y suspirando
hondo con mis ojos aguados.
En cada niño, joven y adultos que suben a los buses a
pedir alguna monedita para poder subsistir,
comprendo que la lucha de ellos es día a día. La vida
para la “gente de la calle” no es fácil, tienen que
“bregar” ferozmente con la misma sociedad que los
aísla para conseguir un mendrugo de pan.

ETERNO AMOR.
Hay amores que nacen y nunca más se
olvidan; aunque la distancia, el tiempo y la
muerte lleguen, siempre te llevaré
conmigo…

El ambiente en el Colegio Benito Juárez (Sur de la


Capital) se tornaba muy festivo, pues las autoridades
de dicho plantel educativo habían autorizado asueto,
para celebrar el “Día del amor y la amistad”, pero con
una sola condición:
─ “que sea luego de recreo”, para no perder muchas
clases, así había dispuesto el rector, ante la insistencia
de los representantes del Consejo Estudiantil, y listo,
la celebración se llevaría a cabo pasado las 10h00.
Para esto los organizadores del evento (algunos
docentes y dirigentes del concejo estudiantil) habían
montado en la cancha de juego de básquet, un
improvisado escenario, en las esquinas de este
escenario estaban acomodados sendos parlantes que
lanzaban al aire música de moda para todos los

117
estudiantes, micrófonos de pedestal e inalámbricos
listos para ser utilizados, en el piso lucían esparcidos
cual tallarines, un sinfín de alambres con conectores,
total todo listo para la celebración.
Algunos despistados docentes que intentaban
“adelantar un poco” las materias no lo podían hacer,
debido al incesante ruido, y el griterío del
estudiantado que pedían salir al patio a disfrutar de
los actos festivos. Ante este griterío, a los poquísimos
docentes no les había quedado otra alternativa que
permitir la salida del estudiantado.
Ya en el patio, unos se acomodaban en los mejores
lugares, como para no perderse de vista a ninguno de
los improvisados “artistas” que eran sus mismos
compañeros de colegio, que iban a participar en:
canto, baile, comparsas, declamaciones, etc. Otros
permanecían de pie en algún rincón gastándose
bromas, y así entre risas y tertulias esperaban
impacientes que empiece el espectáculo. Al contrario
de muchos, había también algunos pocos jóvenes que
esperaban con ansia que sea ya las 12h00, para que
suene el timbre de salida a casa, en fin hay chicos que
no les gusta esta clase de festejos y se merecen ser
respetados.
El Inspector general, encargado de la coordinación,
abrió el evento y anunció a detalle los nombres de los
diferentes artistas a presentarse. Los estudiantes
gritaban en algarabía rebosante cada que escuchaban
el nombre o seudónimo con el que se hacía llamar
algún improvisado artista juvenil, o mejor dicho

118
estudiantil del mismo plantel educativo. Entre los
varios nombres el licenciado que hacía de “maestro
de ceremonias” también anunciaba la presentación de
artistas invitados con amplia trayectoria en canto.
El ambiente festivo, y la música romántica motivaban
a los jóvenes para que hicieren los intercambios de
regalos. Era común verlos en sus manos, fundas muy
coloridas, alusivas con la fecha, con ella venían
regalos adornados con: flores, lazos, corazones, que
indicaban el inmenso amor que prodigaban hacia
aquella persona. Ese intercambio de regalos, para
algunos, era la llave para abrir la puerta del amor, y
para otros el regalo era simplemente, el reafirmar de
una amistad sincera.
Recostados sobre una pared de un rincón del patio
principal estaban un grupo de unos seis muchachos
varones, eran alumnos del 4to curso “A” recién
cambiados de horario, pues hasta el 3er curso habían
sido estudiantes de la tarde, por esta razón, aún no
tenían amigos de los cursos superiores. En este grupo
de amigos estaba Oswaldo, él prestaba más atención
a los artistas que se esmeraban en sus presentaciones.
Casi no participaba en ese momento, de las conversas
con sus compañeros. Luego de permanecer con ellos
por algo más de una hora, dio media vuelta y se
dirigió a paso raudo hacia el baño.
Enseguida aseó sus manos, se mojó la cara y acicaló
su cabello con mucho esfuerzo, moviéndose de un
lado para el otro, pues el único pedazo de espejo que
permanecía pegado en la pared, lucía opaco,

119
resquebrajado y sucio. Mientras retornaba, de entre
los arremolinados estudiantes, aparecieron dos
sonrientes chicas. Oswaldo, las pasó sin siquiera
regresarlas a ver, pues el lugar estaba repleto de
tantos jóvenes que no había tiempo de fijarse a
detalle. Ellas al verse rebasadas en su paso, se
miraron sonrientes y al unísono, comenzaron a
llamarlo con el clásico:
─pst, pst, pst. Oswaldo, un poco dubitativo volteó su
cabeza para confirmar si era a él, a quién se referían,
regresando a ver a todos lados indicó con un
movimiento de cabeza y se apuntó con su dedo índice
hacia su pecho queriendo confirmar si era a él a quien
se referían, en efecto las dos hermosas niñas
movieron su cabeza en tono afirmativo.
Una de las chicas le hablo:
─Hola amigo, ¿tú te llamas Oswaldo, verdad?
Él sonriente indicó que si, y a la vez les formuló dos
preguntas:
─ Y ustedes ¿cómo saben mi nombre, en qué les
puedo servir?
La respuesta evasiva de la chica más vivaz, fue:
─ De cómo sabemos tu nombre no te lo diremos, eso
es secreto, sabes amigo, considérate un hombre
afortunado, una amiga nuestra, te manda este regalo.
Enseguida extendió la mano la segunda chica, quien
de rato en rato permanecía cruzada de piernas, y

120
sonriente sin perderse ni un solo detalle de la
conversa con su amiga. Oswaldo, recibió titubeante
el pequeño envoltorio, temblaba, sus manos lo
delataban, y entre palabras cortadas, otra vez
pregunto:
─ Pero, díganme: ¿Quién es su amiga, en dónde está,
o por lo menos avísenme cómo se llama?
Ellas, una vez entregado el presente, de la misma
forma como llegaron, se fueron, se perdieron entre
risas y la muchedumbre congregada en el patio.
Oswaldo, no salía de su asombro, miraba para todos
lados tratando de encontrarla a su misteriosa
admiradora, su mente iba y venía por todos lados,
trataba de recordar a alguna amiga o compañera de su
mismo curso, pensaba que a lo mejor alguien quería
solo gastarle una broma. O finalmente era en verdad
una compañera, que había tenido esta delicadeza para
con él, pero que por recelo, se la hizo entregar de estas
dos chicas amigas, por cierto eran de un curso
superior al que se encontraba él.
Muchas hipótesis cruzaban por su mente, luego de
unos instantes de mirar fijamente el regalo, suspiro
profundo, sus ojos brillaban de alegría, era la primera
vez que una mujer le hacía un regalo, pues él no tenía
enamorada, ni estaba dentro de sus objetivos
inmediatos tenerla, estaba centrado en sus estudios,
era muy joven para ello. Esta “premisa” le habían
repetido tanto y tanto sus padres que habían logrado
grabar en su memoria, ¡pero la juventud olvida pronto
los consejos de casa!!!

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Mirando para todos lados tratando de encontrar
alguna señal que le indicase quien era su admiradora
secreta, a paso lento se retiró del lugar, daban ya las
12h00, el portero, según los dispuesto había abierto
las puertas para quienes quisieran retirarse; al
disimulo esquivó a sus amigos, y por un rincón se
abrió paso, sus amigos se quedaron esperando que
retorne del baño. Oswaldo, pensaba que ellos al verlo
con un regalo, empezarían a atosigarlo, quién se lo
había entregado, el nombre de la admiradora, y más
detalles que ni él mismo lo sabía.
Su corazón latía más que de costumbre, se moría de
ganas por abrir el regalo que estaba bien envuelto y
con lazo rojo de cubierta. Al poco rato estaba ya por
el parque de la Magdalena, no aguantó más, su deseo
fue intenso y procedió a abrir; abrigaba la esperanza
que en el interior del mismo estuviese el nombre de
la persona que le hizo tan hermoso regalo, más no fue
así, no encontró ningún indicio, lo que si observó fue
una cajita transparente que en su interior contenía un
corazón elaborado en tela de seda y escarcha de color
plata, dibujadas las letras: TE AMO

Oswaldo, para ese entonces residía por el sector de


Los Dos Puentes, con su regalo en sus manos
temblorosas, caminaba como autómata, de cuando en
cuando al cruzar las calles y avenidas volvía a la
realidad, su mente permanecía sumida en
pensamientos:

122
─ ¿Quién será, desde cuándo se habrá fijado en mí,
será guapa, cuando la conozca, que le diré?...
Muchas preguntas más rondaba dentro de su ser,
suspiro de alegría y se dijo para sí: ─ Bueno, a esperar
lo que sea. Luego doblo el papel que anteriormente
cubría el regalo, sacó su pañuelo y con este cubrió la
endeble cajita, la guardó en su mochila cuidando de
no echarla a perder, y continuó su camino.
En casa, no se dio a notar la rebosante alegría que
sentía, pues podían hacerle preguntas, y él quizá no
podría disfrazar, así que rápidamente se dirigió a su
cuarto con la excusa que tenía que realizar tareas. Lo
que él quería en realidad, era estar solo, quería disipar
su mente, quería volar, y soñar con su nuevo mundo
de felicidad, e incertidumbre a la vez.
Esa noche casi no pudo dormir, su mente iba y venía
con interrogantes que no podía resolver sobre su
extraña “amiga”. Con el amanecer iba definiendo
como enfrentar la situación. Había decidido ignorar
el consejo de casa “no enamorarse muy muchacho”
que le habían enseñado sus padres, y como para darse
ánimo se decía para sí:
─ “Soy joven y tengo que disfrutar, pues una sola
vez, se tiene esta edad”
Por fin se dio el encuentro, habían pasado dos días de
una angustiosa espera. Mientras salía a recreo, al lado
derecho y al fondo del largo pasillo, divisó el perfil
de una chica de esbelta figura, ella permanecía con un

123
pie reclinado hacia la pared, miraba al fondo de una
ventana del aula, su mirada permanecía fija en el
horizonte, aparentaba que aguardaba a alguien de
dentro del aula. Oswaldo, siguió su camino sin
inmutarse, solo volteó su cabeza un tanto inquieto
pensó ver a alguien más caminar tras de sí, pero no,
nadie más había en el largo pasillo, ella permanecía
en su misma posición, parada en el aula que estaba
junto al graderío, ¡de pronto cuando él ya había
pasado junto a ella! sintió su mirada que le seguía con
atención, volteó de súbito la mirada y ella sintiéndose
descubierta sonrió, él al instante pensó ¡Dios que
bella! al fin se encontraban. Sus miradas fueron
penetrantes, quedaron paralizados por unos instantes;
luego ella sonrió y le habló:
─ Hola Oswaldo ¿cómo estás?
Él un tanto aturdido por tan inusual encuentro,
contestó y formuló otra pregunta:
─Hola amiga, perdón ¿cómo debo llamarte?
Llámame Araceli, ese es mi nombre. ¿Araceli? ¡Qué
hermoso nombre! replicó él.
Ella agradeció este halago, y mientras conversaban,
él la invitó a bajar al patio como para sentirse más
cómodos. Caminaban en una amena tertulia. A cada
paso los compañeros de Oswaldo, le daban vivas
disimulados, aprobaban esa relación con tan hermosa
chica, él por su lado solo sonreía pavoneándose,
quería ya abrazarla y besarla, pues todos debían
saber, pero no, podía dañarse lo que empezaba tan

124
hermoso, así que debía controlar sus desbordantes
emociones. Su mente solo repetía bajito:
─ ¡Dios mío que hermosa!
Y en verdad, Araceli, era una chica de extrema
belleza, su uniforme colegial la hacía lucir más
hermosa todavía. Su rostro estaba perfectamente
tallado, tenía unas facciones bien finas, la mirada ¡ah
qué mirada! Penetrante, sensual, vivaz. Al fijar la
mirada a sus ojos, ellos tenían un dejo muy especial,
parecía que siempre estaban sonreídos, muy pocas
personas tienen esta forma, y para rematar estaban
acompañados de unas largas y bien pobladas
pestañas.
Al cabo de un buen rato, ella pregunto:
─ ¡Ah por cierto! ¿Te gustó mi regalo?
Él un poco sonrojado, por no haber agradecido de
entrada, contesto asintiendo con la cabeza:
─ Claro, me encantó, ¡qué bella sorpresa! y disculpa
no haberte correspondido, pues quería hacerlo
cuando te conociese, espero no lo tomes a mal, pero
quería estar seguro de darte algo que te guste. Ella
solo sonrío sin afirmar ni negar nada. Algunas
conversas se quedaban sin terminar, quizá los nervios
de conocerse por primera vez, el escaso tiempo que
tenían de recreo, y tantos temas los mantenía
abrumados.

125
Entre otras cosas, él se enteró que ella residía por la
calle Manuel Coronado, en el sector de Chillogallo,
supo también que ella amaba mucho a sus hermanos,
por cierto al referirse a ellos siempre lo hacía con
diminutivos como: Juanito, Luisito, Zoilita,
Adrianita…
Ella se enteró muy poco de asuntos relacionados de
Oswaldo, pues él casi no la dejaba hablar, se había
centrado solo en preguntarle a ella. La amena charla
fue interrumpida por el bullicioso timbre que se hizo
presente, debían volver a clases, en el camino de
regreso él, tomó la iniciativa de decirle que quería
volver a verla, ella lo aceptó gustosa y corrieron cada
quien para las aulas.
Desde ese momento empezó una hermosa relación
sentimental y mágica, Oswaldo, sintió que su corazón
se fundió al de ella, parecía absurdo, recién la
conocía, pero algo le hacía presagiar que sería muy
fuerte, demencial y hasta enfermizo. Su mundo se
transformó de la noche a la mañana. “Amor juvenil,
no es verdadero” suelen decir algunos adultos, pero
Oswaldo, estaba dispuesto a demostrarle al mundo
entero que su amor era verdadero.
De la misma manera, apenas sonó el timbre para
salida a casa, él corrió a esperarla, la beso, la tomó
entre sus brazos y los dos caminaron
parsimoniosamente como contando los pasos.
Subieron por la Av. Michelena hasta al Av. Mariscal
Sucre, a esperar el bus que ella rutinariamente cogía.
Esa era su ruta favorita y rutinaria, no les importaba

126
si hacía frío, es más en fechas invernales de fuertes
lluvias, caminaban sin inmutarse. La gente guarecida
en tiendas o sitios protegidos, hasta que amaine la
lluvia, al mirarlos caminar algunos sonreían; otros
murmuraban admirándose de ver como no sentían
frío ante semejante aguacero.
Un día lluvioso como tantos de los descritos, él se
desprendió de su ligera chaqueta y cubrió la cabeza
de su amada, ella al tomar el bus, sin darse cuenta,
más la premura de la gente por abordar rápidamente
el bus, se marchó puesta la chompa, se olvidó de
devolvérsela. En el camino cayó en cuenta que
Oswaldo se marchó sin su prenda, pero ya no había
nada que hacer, solo suspiró de pesar, al saber que
Oswaldo sentiría frío sin su prenda. Al otro día,
apenas se vieron se la devolvió pidiéndole disculpas.
Él sonrió, y al ponérselo de nuevo se percató que
estaba rociada con un fragante y dulzón perfume que
ella utilizaba.
Oswaldo, estaba lejos de imaginar que ese olor del
perfume de su chompa le seguiría por muchos años
después. Ese olor llegó a ser como un hechizo que le
atormentaría su ser. Al caminar por las calles sentía
su aroma en cualquier chica, y volteaba de súbito
pensando que era ella.
“De lo bueno poco” Dicen por ahí, este tórrido
romance duró apenas un mes y medio, y así como
empezó de rápido, culminó. De pronto ella sin
explicaciones dejó de interesarse en él, ya casi no se

127
veían, sus caminos ya no se cruzaban. Cada quién se
dedicaba a lo suyo.
Lo cierto es que en pocos días, ya estaban de
vacaciones, ninguno de los dos se quedaron a
supletorios, quizá eso hubiere sido el bendito pretexto
para poder verse, más no, se terminó el año lectivo y
adiós, adiós para siempre. Aquí empezaría para él un
doloroso calvario, la extrañaba, sentía cosquilleo en
todo su cuerpo, su mente no hacía más que pensar en
Araceli. Se sumió en una profunda tristeza,
escuchaba música y esperaba ansioso el día de
retornar a clases para verla, abrazarla, tomarla entre
sus brazos y decirle todo cuánto la había añorado,
¡dos meses de vacaciones! Se le hacían eternos,
cuando tiempo antes volaban.
A los veinte días de vacaciones, como muestra de
amor, Oswaldo, le pidió a Enrique, un amigo de
barrio, que le tatuase el nombre de su amada, y en
efecto así lo hizo, pese a las serias advertencias que
Enrique le hizo sobre que ese tatuaje, ─sería para toda
la vida, ya que no se lo podría borrar si se arrepentía
o culminaba la relación amorosa con Araceli.
Además, le habló sobre el estigma que lo acarrearía a
nivel social, pues la gente en aquellos tiempos tendía
a pre juzgar de mala manera, a las personas tatuadas,
aduciendo que solo la gente delincuente tiene tatuajes
en su cuerpo. Y en el aspecto sentimental no sería la
excepción, ya que si en el caso de que la relación no
llegaba a feliz término, la o las demás parejas
sentimentales que Oswaldo tendría, posiblemente no

128
verían con buenos ojos. Todo esto sin contar el
castigo que podían infligirle sus padres al verle
tatuado.
Nada de estas advertencias impidió que se tatuara el
nombre de Araceli, en una de sus manos. Enrique
tuvo la aprobación y se puso manos a la obra: realizó
varios dibujos previos como “boceto” y una vez
aprobado, tomó tres ajugas de coser ropa, las unió
firmemente con varias vueltas de hilo alrededor de las
tres agujas, de tal forma que no se moviesen, después
tomó un frasco de tinta china que se utilizaban en ese
entonces para cargar a los estilógrafos (instrumento
de dibujo), empapó las puntas de las agujas y con
pulso firme clavó una y otra vez en los bordes del
dibujo. Oswaldo, a cada pinchazo, se retorcía de
dolor, su mano sangraba ligeramente, y su amigo le
animaba con preguntas como:
─ ¿Amas a Araceli?
─ Siii, contestaba con un gesto de dolor extremo.
─Entonces aguanta un poco más.
Le increpaba su empírico tatuador.
Luego de una hora de adolorida sesión, culminó el
martirio. La mano lucía hinchada, rojiza y
sanguinolenta. Oswaldo, relajándose un poco pensó:
─ ¡al fin acabó! Ahora ya podré lucir mí tatuaje.
Su mirada se quedó perdida en un punto en el espacio.
Enseguida su amigo se encargó de traerlo de nuevo a
la realidad, faltaba todavía un poco más de sacrificio,

129
para que no se infecté la herida, debía restregarle
limón en toda la herida, dizque para limpiar la sangre,
así al rojo vivo, para finalmente rociarle abundante
alcohol antiséptico, ¡Qué ardor! Oswaldo, lanzó
quejidos y retiró violentamente su mano, el alcohol le
hacía retorcer de dolor.
─Todo vale la pena por Araceli.
Se repetía como tratando de apaciguar su extremo
dolor. Enrique satisfecho por el “trabajo” realizado,
antes de retirarse, le recetó algunas pastillas
desinflamantes de venta libre en las farmacias.
Además le anticipó que luego de unos quince días la
herida cicatrizaría, y que la costra se caería sola,
dejando ver el dibujo en todo su esplendor y de un
color verdoso oscuro. Antes de retirarse lo palmeó en
su hombro, y le deseó pronta recuperación.
Él agradecido por el “trabajito”, aún con muestra de
dolor dibujada en su rostro retribuyó con algunas
palabras lisonjeras y manifestó lo siguiente:
─ ¡Gracias ñañito, te debo una, algún ratito te lo pago,
eh!
Pasaron los días y tal como Enrique le había
pronosticado, la herida cicatrizó sin contratiempos, la
costra se desprendió, dejando ver el perfil de un
dibujo de un corazón, y encima de este, el nombre:
ARACELI, en letras de imprenta, que lo lucía como si se
tratase de un trofeo muy preciado.

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Sus padres lo notaron con el transcurrir de los días,
más él, les mintió hábilmente, diciendo que era
travesura de chicos, y que cuando se cansase se lo iba
a borrar.
Al fin llegó el día del retorno a clases, luego de todo
el protocolo ceremonial del primer día de retorno al
colegio. Dos largas y tediosas horas de discursos,
presentación de nuevos docentes, deseos y más
deseos. Apenas el Rector dio la orden de ingresar a
las aulas, Oswaldo, corrió a buscarla como
desesperado, su corazón latía a mil por hora, la
buscaba en todas las aulas, preguntaba a varias
amigas de ella, nadie sabía nada. Finalmente Fátima,
una de las dos más fieles amigas de Araceli, la misma
que la primera vez le hiciese la entrega del regalo, al
verlo tan acongojado le comentó que Araceli se había
matriculado al siguiente año de estudio en otro
colegio, que quedaba por el centro de Quito.
Esto le causó un gran remezón en sus sentimientos,
se quedó paralizado, su rostro cambio drásticamente,
su mente se quedó en blanco. De ahí en adelante, ya
nada sería igual, su mente jamás lograría apartarla de
su memoria. Su imagen se quedaría plasmada para
toda la vida. Lo raro de todo esto, es que no hubo ni
una sola explicación, no hubo de por medio un adiós,
o un terminar de la relación.
Oswaldo, no podía entender, cómo ese romance que
empezó de forma tan intensa, culmine así, en silencio,
sin despedida, lágrimas, explicaciones, ni razones, al
final, quizá así fue mejor, pues de lo contrario,

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hubiese sido más doloroso todavía. En fin a veces el
amor es caprichoso y Oswaldo tendría que aprender a
aceptarlo. El tiempo sería el único encargado de
apaciguar el dolor.
Pasaron varios años, él trabajaba ahora para una
Institución Pública, ninguno de los dos se habían
vuelto a ver, ni saber nada desde aquel día. Lo cierto
es que el caprichoso destino los volvería a unir. Ella
había acudido a realizar algún trámite en una oficina
por el centro de Quito. Dieron las 12:h00, hora en que
los burócratas cesan las actividades, para salir al
almuerzo. Oswaldo, luego de su media jornada
laborar salía a almorzar en uno de los restaurantes de
la calle: Venezuela y Olmedo, los comerciantes,
caminaban voceando sus diferentes productos de
venta, un grupo de extranjeros permanecían
arremolinados en el almacén de “Artesanías María
José”, en donde los escaparates exponían variados
souvenirs.
El bullicio era a ratos desquiciante, propio de las
grandes ciudades. Oswaldo, a ratos tenía que abrirse
paso entre los transeúntes, otras veces tenía que
bajarse de forma apresurada a la vía con el peligro de
ser arrollado para poder continuar su trayecto. De
repente se cruza al otro extremo de la calle Olmedo,
pues luce más despejada de gente, y ahí sin más ni
más levanta la cabeza, y como si algo extraño le
hiciese mirar fijamente se topa con esos ojos de
mirada penetrante y tiernos, por un instante su cuerpo
se queda paralizado, tiembla, se le seca la voz, no

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puede soltar la lengua; ella sonríe, de sus labios finos
sale una voz melodiosa y dice:
─ ¡Oswaldo! que lindo verte a los tiempos! ¿Qué es
de voz, cómo te ha tratado la vida?, y mirándolo de
pies a cabeza afirma:
─Por lo que veo te ha tratado bien…
Oswaldo, luego de escucharla, recién se repone, tose
con una carraspera nerviosa y contesta:
─Hola, mujer bella, ¡Qué gusto tan hermoso volverte
a ver!…
Y otra vez, bla, bla, bla, hablaron de todo, esta vez él
la invitó a un bar cerca al lugar.
Este casual encuentro causó un impacto descomunal,
volvió a encender la llama de la pasión, ella aceptó
seguir la relación que nunca habían culminado en el
pasado. Los dos se dieron otra oportunidad, ahora la
relación parecía que caminaba a un final feliz, o al
menos así se los veía. Mas no, otra vez no tendrían
éxito, esta relación al parecer estaba destinada al
fracaso. Ella volvió a matar la ilusión, la razón o
razones solo lo sabía ella.
Lo cierto es que esta “nueva” relación amorosa al
igual que años atrás, duró apenas unos días, y de
forma inexplicable ella, le manifestó que esa relación
no podía ser, pero esta vez le aclaró para que él no se
martirice pensando o echándose la culpa, “no era
culpa de él”, sino que era cuestión solo de ella, la

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razón nunca se supo. Esto en vez de aclarar, generó
más dudas, dudas que él se los reservó para sí. Al final
de esta conversa, ella le propuso a forma de aliciente,
que fueran solo amigos, ya que ella solo podía verle
a él como tal, ya que como enamorado no podía.
Esta propuesta para él fue el acabose, jamás aceptó la
relación de “amigo” la amaba tanto que no podía
verla así, pues él creía que debía ser !Todo o nada!
Aunque más tarde se arrepentiría toda su vida, no
aceptar la “bendita” propuesta. Con pesar y
resignación de momento, se despidió con el corazón
roto. Nunca más se volvieron a ver, él se quedó
(marchitado en la distancia).
En su mente solo le quedó la mirada profunda y tierna
de ella, y desde ese momento pasó a convertirse en su
en su eterno amor.

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