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Fernando Moreno Muguruza sj.

Comunicarse para ser feliz

Capítulo 2
LA SEXUALIDAD

0. Introducción
Vamos a hablar sobre la sexualidad. Y a mí me gustaría dar a la charla el título, un tanto
pomposo, de «El cuerpo, como lugar privilegiado de comunicación».

0.1. Mala formación


Me parece, para empezar, que la sexualidad es algo que no se suele entender bien. Se
habla de ella con poca naturalidad en las familias, en las clases y hasta en las pandillas. Hoy
mucha gente cree que ya es un tema superado en vez de asignatura pendiente, como era, por
ejemplo, cuando nuestra generación era joven.
Yo, sin embargo, después de tratar mucho del tema con padres e hijos, con matrimonios
y novios, creo poder afirmar que se ha avanzado mucho menos de lo que se cree. Quizá haya, lo
admito, más información y menos vergüenza a la hora de «narrallas».
Pero formación, educación sexual, naturalidad, poner las cosas en su sitio... , eso ya es
harina de otro costal. Creo, incluso, que hoy día existe en general una mala educación y una
desafortunada formación sexual.
Hay una mentalidad clásica y tradicional que entiende la sexualidad sobre todo como
cuestión de moralidad. Así, cuando alguien se pregunta qué es sexualidad, inconscientemente
todo un sector tradicional piensa en qué permite hacer la moral católica en materia de sexo, y
hay otro sector, los que se dicen «progres», para quienes la sexualidad es prácticamente
cuestión de fisiología y una metodología de hacer el acto sexual. Unos consultan al moralista y
otros al sexólogo.
 Dos fuentes que dejan huella
De ahí que haya dos fuentes de «información» que están influyendo inconsciente pero
muy negativamente en la «formación» sexual. Por un lado, la tradición, los mayores, la Iglesia
-sobre todo en los últimos años, y quizá siempre por influencia del Antiguo Testamento donde
todo lo sexual era «impuro»- trasmiten el convencimiento casi implícito de que el cuerpo, el
placer -sobre todo el genital- son malos, pecado, enemigos de Dios, sucios, impuros, «caca, eso
no se ve, eso no se toca».
Y se me puede decir que esto es cosa de tiempos y educaciones pasadas. Creo que no.
Esta mentalidad sigue influyendo y culpabilizando mucho más de lo que la gente se cree: <<Yo
ya estoy liberado». «¡Que te crees tú eso! ... ».
Por el otro lado, como veíamos antes, desde otras instancias se trasmite el
convencimiento -igualmente deformado y deformante- de que el sexo es la panacea de la
felicidad. El placer sexual, por sí solo, -aislado de la comunicación, la ternura, el respeto y el
amor- y, cuanto más mejor, trae consigo toda clase de satisfacciones. Es, para muchos, «lo
único».
Formación hacia la madurez y hacia la felicidad
Creo que la formación sexual es más que eso. Es situar la sexualidad, el cuerpo, el placer
-todo ello, en principio, bueno y Santo- como parte integrante de mi ser y de mi personalidad
para el aprendizaje y crecimiento de la comunicación y el amor. Porque no penséis que nacemos
sabiendo comunicamos ni amar. Incluso yo diría que, cuando íbamos a empezar a aprender, nos
mal enseñan con cuentos y tabúes, o pornografías igualmente engañosas.
Es un primer punto en que me gustaría que os pararais. Para caer en la cuenta de que
muchas veces lo que la gente entiende por sexualidad es lo que exclusivamente habría que
entender como genitalidad. Y no. Nuestro ser persona es corporalidad -ya hablaremos algo
más de esto-, sexualidad y sólo una parte de ésta es genitalidad. Y todo ello, como camino o
instrumento hacia la comunicación, el amor y la felicidad.
Tú eres cuerpo
Creo que la división cuerpo-alma ha hecho mucho daño a la sexualidad. (Bueno, y al
sentido común.) Un gran psicólogo especialista en Zen, K. Dürkheim, en su libro Meditar: por
qué y cómo, viene a decir que el gran error que nos hemos ido transmitiendo es el de decir:
<<Yo tengo cuerpo». Como si dijéramos yo soy YO y tengo una parte que es cuerpo y otra que
es alma. ¡No! Yo soy mi «cuerpo animado».
No es momento ahora (que es lo que dice el profesor, cuando no se acuerda bien de cómo
explicar algo, y eso me pasa a mí) para definir la esencia del alma. Nuestro Nobel Severo
Ochoa decía que el amor es una función más del cerebro. Otros científicos, también
agnósticos o ateos, afirman que todo en el hombre es química.
Por lo que yo sé, no les falta razón, al decir que realmente las emociones, la agresividad,
el amor... producen alteraciones químicas comprobables. Hoy, por ejemplo, se habla mucho de
la «química del amor», y es verdad que el amor «genera» una sustancia estudiada, creo que del
género de las endorfinas, que producen un bienestar especial.
Yo admito que en el cuerpo, en el cerebro, hay muchas cosas medibles y científicamente
explicables. Así que estoy también convencido de que hay un algo más, una energía especial,
un componente espiritual y transcendente que supera los métodos de comprobación científica:
lo que tradicionalmente se llamaba alma. Creo firmemente que nunca se podrá explicar todo
en un laboratorio. -«Polvo seré, pero polvo enamorado»-. O sea, que es difícil explicar en qué
consiste el alma. Pero quedémonos en que somos cuerpo -animado, espiritual, transcendente,
divinizado..., pero cuerpo.
El cuerpo nos delata
Hay gente que se da cuenta de su corporalidad, cuando se da cuenta de su sexualidad.
Pero hay cientos de veces en que tú tendrías que darte cuenta de tu corporalidad, aun cuando
no la estuvieras usando conscientemente. Una persona, a poco expresiva que sea, por la
manera de poner su cuerpo, por sus gestos, su cara, sus ojos, nos está expresando cómo se
encuentra.
Tú ves a una persona sentada, según cómo tenga las piernas, cómo tenga los brazos,
puedes decir que su postura ante la vida es una u otra. Yo suelo decir que, después de
cuarenta kilómetros de copiloto, puedes saber casi a la perfección cómo es el carácter de la
persona que va conduciendo: si es seguro de sí mismo, si escucha, si respeta, si se arriesga...
Es uno de los tests proyectivos más al alcance de la mano y más fiables.
Todo esto parece un poco cosas tontas; pero creo que son verdad. Que hay veces que a
una persona nada más verla andar, dices qué señora más insegura o, qué señora más
superficial... Y es que el cuerpo habla. Por eso creo que tenemos que darnos cuenta de que el
cuerpo es una manera de ser persona concretísima, universalísima y que no sólo ejerce cuando
yo soy consciente de ello, o hago algo puramente corporal; de la misma manera que, aunque yo
no me entere de que el cuerpo respira, está respirando.

0.2. Yo soy mi sexualidad


Sexualidad es mi manera de ser persona, o de ir haciéndome persona; puesto que, como
decimos, la sexualidad y la personalidad es algo que no tenemos desarrollado, ni profundizado,
ni maduro a lo mejor hasta los cincuenta o sesenta años.
Creo que yo soy hombre o tú eres mujer desde que nacemos hasta que morimos. Por
tanto mi sexualidad es mi manera de ser hombre, de amar como hombre y también mi manera
de poder ser feliz. Tu sexualidad es tu manera de ser mujer. Y yo seré del todo hombre, o tú
mujer, si desarrollamos y maduramos nuestra afectividad y nuestra sexualidad, nuestro ser
chica o ser chico.
Como decía, aparte de la división gnóstica -pero que, por desgracia ha durado hasta hoy
entre alma-buena y cuerpo-malo, todo yo soy varón y toda tú eres mujer desde la uña del dedo
meñique hasta el último pelo de la coronilla incluyendo el cerebro y muchas de sus funciones.
Ejemplo extremo
Y, sacando un poco las cosas de quicio, pero para que quede claro todo lo dicho, pongo un
ejemplo para escandalizaros un poco. Cuando doy un beso a mi madre, hago un «acto sexual».
Estoy poniendo en juego mi sexualidad, estoy teniendo relaciones sexuales con mi madre. No
relaciones genitales, pero sí un género de relaciones sexuales.
Porque, cuando yo doy un beso a mi madre, es algo totalmente distinto de cuando doy un
beso a mi padre, y es que siempre estamos ejerciendo como seres sexuados. Tú, como hija,
das un beso a tu padre; pero tú, como mujer, estás dando un beso, además, a un hombre.
Es decir, que toda nuestra relación con gente del otro sexo es una relación sexual, o
mejor, sexuada, que podemos decir para no asustamos, porque relación sexual se piensa unido
a acto genital.
Somos seres sexuados y, por tanto, distintos siempre
Os invitaría a una práctica, casi un juego, y es que, cada vez que veáis a una persona
hablar por teléfono, intentéis averiguar si está hablando con un hombre o con una mujer. Ello
está repercutiendo en el modo de la conversación, los gestos, las miradas, en todo su cuerpo.
Todo tu ser está vibrando si estás con un hombre o con una mujer. Yo noto que cuando doy
una charla sobre cualquier tema a sólo chicos, la doy de una manera y, si hay chicas, me
comporto de modo distinto. Esto es algo que hay que admitir y, al menos, tener en cuenta.
Tenemos que caer en la cuenta de que ser hombre, ser varón o mujer, es una manera
particular de ser persona que tiene su reflejo en todo absolutamente. Las células de uno y
otro, el cerebro de uno y otro son distintos en hombre y mujer. Las hormonas que se están
segregando son como fichas que se están mandando continuamente al cerebro, que le indican
lo que debe hacer.
Y no sólo los caracteres sexuales primarios o secundarios marcan la diferencia entre
ambos sexos, sino que todo, el modo de pensar, de concebir el mundo, de mirar, de ser, es
distinto, y, como diremos después, tendremos que preguntamos el por qué, habrá que ver qué
es recibido de las costumbres, por modales adquiridos de padre y de madre; pero no cabe
duda de que, por ejemplo, el cerebro de un hombre y de una mujer no tienen nada que ver.
Todo el sub-ordenador, que tiene la mujer para el buen funcionamiento de la
menstruación, el embarazo, el parto, el amamantar..., realmente es otra maquinita distinta. Y
aunque sea sólo de pasada, quede dicho que, si yo tengo que ser feliz, tengo que ser feliz
como persona sexuada. Y la manera de vivir mi sexualidad y mi corporalidad, es decir, mi
manera de ser varón o mujer va a ser esencialísimo en mi persona.
Aunque tampoco debemos buscarle la vuelta de que yo primero he de ser varón y luego
persona -como si el sexo fuera lo primero para la felicidad-, sino que primero soy persona y
desde ese ser persona –sexuada buscaré mi madurez afectiva: mi camino –sexuado de
felicidad.

0.3. El cuerpo: vehículo u obstáculo de comunicación


Dicho eso, hay que decir también que el cuerpo, que es lugar privilegiado para la
comunicación, que teóricamente está pensado como vehículo de comunicación, se convierte
para mucha gente en un obstáculo. Un ejemplo muy sencillo. Una cabina telefónica ¿me sirve a
mí para hablar con mi madre que está en Madrid? Pues sí, la cabina me sirve. Ahora que, si mi
madre está aquí, a mi lado, y ponemos la cabina en medio, en vez de servirme para hablar, me
estorba.
Lo que puede ayudamos para entendemos con una persona, eso mismo puede impedir que
nos comuniquemos con ella. Así, la tensión-obsesión por la sexualidad, por el placer, por la
atracción hacia la otra persona hace que no se esté ni en la propia persona ni en la otra, sino
en lo que está en medio de los dos -el cuerpo-, aquello que es medio de comunicación, pero que,
al estar centrados en ello, se convierte en obstáculo.
El estar demasiado pendientes del cuerpo, no nos deja centrarnos en la persona, ni
manifestamos naturalmente a ella.
El cuerpo potencia la comunicación
El cuerpo es en sí un lugar privilegiado de la comunicación, y no me refiero sólo en el caso
de matrimonio o pareja estable. Cuando Gala dice que «el amor es una amistad con momentos
eróticos» yo creo que tiene razón. Porque, si tú te comunicas con tu pareja y encima te da un
beso, a ti te está resultando la relación mucho más agradable y en ese momento se está
potenciando la comunicación, la amistad y el amor.
Esta comunicación entre hombre y mujer está privilegiada y gratificada por el placer del
cuerpo. Y no sólo es digno de tener en cuenta y plantearse las consecuencias que tiene y cómo
debe uno permitirse el placer del «acto sexual», que tendrá un significado especial en el
mundo de la pareja estable o del matrimonio, por lo que tiene de expresión de exclusividad y
entrega total, incluso de fecundidad; sino que es también el placer de una caricia, de un dar la
mano, algo que ayuda y potencia la comunicación, con tal de no estar centrados en él, o
buscado por sí mismo, como decíamos antes, en cuyo caso dificulta en vez de potenciar.
Todos hemos experimentado que con el cuerpo podemos expresar sentimientos y
emociones -ya saldrá esto de nuevo-, para los que la palabra se nos queda pequeña. Un apretón
de manos, una palmada en la espalda por ejemplo en un «pésame», un abrazo o un guiño dicen,
como una imagen, más que mil palabras.
No todo lo que apetece es malo
La gratificación corporal que acompaña a la comunicación es buena y no tendría que estar
restringida a los momentos más íntimos y más profundos. Aunque, como digo, en otro momento
hablaremos de esto más ampliamente, sí quiero que penséis un poco en que hay contactos
«corporales» a los que se podría definir de «comunicativos», pero no de «sexuales-genitales».
Y soy consciente de que me contradigo algo con lo que decía antes de que en todo momento
somos seres «sexuales», pero espero haceros pensar.
Tú vas con una buena amiga dando un paseo y charlando profundamente. Si os cogéis del
brazo, varía la calidad de comunicación, sin variar la tensión sexual. ¿Por qué te permites
tomarte un «cubata», mientras charlas sentado con esa misma amiga? Porque se hace más
agradable e íntima la comunicación. Y ¿por qué no te permites acariciarle el pelo, si se echa a
llorar, si eso haría la situación mucho menos tensa?
¡Ojo con los convencionalismos!
Y, aunque luego hablaremos de los «pasos» admitidos por nuestra sociedad en la
comunicación corporal, quiero dejar como deberes para casa el que penséis qué sucedería en
su «ambiente» si dos casados -no entre sí- se cogieran del brazo para dar un paseo, o de la
mano en una cafetería para expresarse un sentimiento profundo.
Recuerdo que un día coincidíamos en Madrid la esposa de un primo mío -muy amigos
míos, además de primos y haberlos casado yo hacía poco- que vivían en Cádiz y yo en
Logroño. Quedamos en vernos después de cenar. Lo primero que me dijo ella riendo, cuando
nos encontramos, es cómo a su madre le había parecido fatal el que, estando casada, se
viera conmigo, siendo yo cura y estando su marido fuera. Y, ¡encima, de noche! (Los
comentarios los hacéis luego.)
Con todo esto, caigan en la cuenta de que el cuerpo es un lugar privilegiado para la
caricia, para el agrado en el contacto y para facilitar la comunicación; y, a partir de esa
experiencia, poder conocerse mejor a sí mismo y aceptar la realidad de la otra persona con la
que se establece la relación.

0.4. La relación corporal, fuente de aceptación


Aquí me gustaría insinuar, de cara a la aceptación propia, de cara a la humildad, lo
siguiente: la caricia es la aceptación de tu limitación en contacto placentero con la limitación
de tu pareja. Es decir, cuando ella te acaricia a ti, tu final -donde tú terminas y te aceptas
limitado-, está en contacto con su final -donde ella termina y se siente limitada-. Y eso es
placentero.
La limitación, aceptada con cariño, es una fuente de placer. Y, si tienes que aceptar que
no eres perfecto, ni maravilloso, que no tienes todos los potenciales que te gustaría
desarrollar, esta aceptación es gozosa, puesta en contacto con la suya. La aceptación
compartida es una fuente de placer y sólo el placer es potenciador de la aceptación. Sólo si
tienes una persona que acepta tu limitación con cariño, y por tanto te da placer, sólo así te
aceptarás limitado.
Si el aceptarse limitado ha de ser por fuerza, nadie aceptará nada. Mientras que, si a ti
alguien te dice: «Termina aquí, que aquí empiezo yo», y ese contacto es gratificante, entonces
ya te puedes aceptar. Incluso tu aceptación total. Si donde tú eres hombre y tienes una
limitación distinta a la suya, la pones en contacto con su limitación desde el amor, esa
comunicación es fecunda; no sólo es placentera, sino que es fecunda.
Fuente de humildad
La humildad es lo único fecundo del hombre. La humildad es el que yo acepte que yo soy
así y no soy Dios; y, como esto lo comparto contigo y nos da placer, eso nos da fecundidad.
Sería bueno no confundir humildad con modestia. Santa Teresa de Jesús decía que la
humildad es la verdad. Yo soy humilde cuando admito y reconozco verazmente lo que sé y lo
que no sé, lo que soy y lo que no soy. Yo sé hablar bastante bien el castellano y no tengo la
menor idea de hablar el ruso. Tan humilde soy al reconocer una cosa como la otra.
La humildad impuesta como obligación, «humillante» -<<¡Tú calla, que no sabes nada!»-
es imposible. ¡Cuánta gente no se acepta porque la han hecho aceptarse desde un mandato,
desde la obligación, desde la humillación! ¡Cuánta gente, si le ofrecieran aceptarse, desde la
experiencia gozosa de que esa limitación es placentera -es recibida con cariño-, llegaría a
aceptarse!
Eso es el reconocerse: conocerte desde otro que te ama, y te conoce con satisfacción.
Sólo se puede aceptar, sólo puede reconocerse el que sabe que es amado. Sólo desde esa
experiencia gozosa es posible ser humilde.
Si una madre le dice a su hija lo horrorosa que está con esa verruga que tiene en el
cuello, es imposible que la hija, al mirarse al espejo, la vea con agrado. Pero, si, un buen día,
un joven enamorado se la acaricia y se la besa y le dice que le encanta... El amor, además de
ser ciego, hace milagros.

1. La persona como Rueda


Vamos a representar a la persona y toda aquella riqueza que lleva consigo en la
comunicación, como un círculo con distintos sectores. Por ejemplo: el sector cultural (todo el
mundo de la cultura, de lo que piensa), el sector profesional (relacionado con el trabajo), el
sector corporal, el sector verbal (es importante, todo lo relacionado con lo que yo cuento,
verbalizo), el sector del silencio (importantísimo, como luego veremos: una comunicación sin
silencios, sin tiempos de silencio no es comunicación), el sector del descanso, el de las
vivencias familiares, el de las vivencias religiosas...
Y se pueden añadir otros varios sectores que a cada uno le parezcan importantes para
su persona. (fig. 10)

FIGURA 10

Vista la persona así, una persona está centrada, si el eje de su vida pasa por el centro de
estos sectores que son además armónicos. Porque una persona que pusiera el centro de su vida
en un solo sector, imaginen cómo andaría esa rueda con el eje fuera de su centro natural. Es la
persona descentrada; tal vez, desquiciada.
Persona centrada es aquella que tiene el eje en el centro. Luego, todos los sectores van
creciendo y madurando circularmente proporcionalmente.

1.1 La comunicación debe ser redonda


De la misma manera, una comunicación sólo es una comunicación madura y madurante –me
va a hacer crecer como persona- si está centrada, si es redonda.
Este sería el primer principio de la tesis sobre este asunto. Para que una
comunicación sea profunda, madura, ha de ser redonda. Una rueda no redonda, se hace
añicos.
Una relación que se centra exclusivamente en un sector concreto y todo lo demás lo
hace girar alrededor de esto, podrá ser sólo un entretenimiento. Como si un día vas a jugar a
la máquina, y en ese rato tu persona está centrada en la máquina. Si es un rato, no tiene
demasiada importancia; o si es con una persona -no tu pareja con la que necesariamente o por
costumbre estás en un sector sólo -sea el mus con tres amigos o los negocios con tu socio o
los papeles con tu secretaria-... Pero ahora hablamos de relación interpersonal -bien sea de
pareja o de amistad-.
Quiero decir, que en una comunicación tienes ratos dedicados a una actividad. Por
ejemplo, hoy te pasas todo el día con tu mujer hablando de negocios, asistiendo a visitas de
negocios, y otra vez os pasáis todo el día oyendo música y en silencio. Y otra todo el fin de
semana compartiendo la familia y la conversación. ¡Pues muy bien! Pero lo triste sería que el
promedio de los días hiciera que aquella relación estuviera descentrada, hacia un lado o hacia
otro: que la relación no esté equilibrada en todos los sectores al mismo o parecido nivel.
Para que haya relación interpersonal -de amistad o de pareja, repito, porque aun a
niveles diversos es necesaria la redondez en toda relación interpersonal-, enriquecedora,
estable y profunda, la rueda tiene que ser redonda. (fig. 11)

FIGURA 11
Lo frecuente suele ser la no redondez
¿Cuál es el papel del cuerpo en una comunicación redonda?
Sencilla y llanamente el de mantener el nivel de lo demás. El de redondear el círculo.
Por ejemplo, llega un joven a mí y me propone:
-«Salgo con mi novia desde hace tres meses y nos hemos acostado juntos, ¿qué te
parece?».
-«Pues, no sé". ¿Qué hacéis en lo demás?».
-«No, no. Lo que te pregunto es: ¿Ha sido malo esto que hemos hecho? ¿Te parece que
son graves las relaciones prematrimoniales?».
-«Pero, ¿qué hacéis en el salón? ¿Qué hacéis en los ratos libres? ¿Qué habláis? ¿Cómo
os entendéis y complementáis? ¿Cómo es vuestro compromiso de vida en común, de austeridad,
de educación de hijos? ¿Qué seguridad y confianza tenéis el uno en el otro?».
-«Que no me has entendido. Yo te pregunto que si es malo que me acueste con mi novia».
-<<¡Claro que te he entendido! Y para contestarte, yo te pregunto cómo está el resto de
vuestra relación».
El cuerpo ha de ser veraz
Porque el cuerpo lo único que tiene que hacer es expresar lo que está siendo toda la
restante comunicación. Es importante que miremos la relación corporal, como un baremo de
coherencia.
¿Dónde estás tú en lo demás del círculo? ¿Qué comunicación profunda llevas a nivel
profesional, religioso, de compromiso, y de entrega, de horas de silencio, horas de descanso
que compartís juntos? ¿A qué nivel estáis? Por ejemplo, ¿a tres?
-«Más o menos.»
-«¿Y en el nivel corporal?
-«A nueve: nos hemos acostado juntos...
-«Entonces, el cuerpo es un mentiroso»
No digo que sea pecado o no, que de eso prescindo ahora.
Pero el cuerpo está siendo un mentiroso, porque tu entrega personal está a nivel de
tres y tu expresión corporal, de nueve, está diciendo: «no soy del todo tuyo y tú eres mía, y
yo te doy todo y lo quiero todo, y uso todo lo tuyo y tú lo mío». Estáis emitiendo con vuestro
cuerpo señales engañosas, que no son reflejo de la realidad.
Y digo que prescindo ahora de si es pecado o no, por dos razones: por un lado, todo lo
que estoy diciendo en esta charla sobre la sexualidad lo digo como psicólogo. Qué es lo
bueno o lo malo para el funcionamiento profundo de las relaciones de pareja -que quiere
llegar a la madurez, al amor, a la plenitud en libertad y a la realización total como personas
en pareja a través del cuerpo; prescindiendo de la religión que profesen.
Y, en segundo lugar, es que -como veremos ampliamente, en la charla cuarta no quisiera
que tuvierais la noción de que pecado es sólo un acto concreto, o un tiempo limitado, o una
cantidad determinada, que está escrita en un manual de moral. Pecado -coincide con lo que
estamos diciendo en toda la charla es que no seamos felices y no nos realicemos como
personas, en todas las posibilidades de plenitud de amor, libertad, coherencia,... que nos
presenta Jesús, incluso, como la única voluntad de Dios sobre todos nosotros. El Dios-Amor
de Jesús no nos coarta, nos plenifica.
Me gustaría, como conclusión de este punto -«para que ruede la rueda tiene que ser
redonda»- que pensarais que el cuerpo, como el lenguaje, no es bueno ni malo, ni moral, ni
inmoral. Es veraz o mentiroso, coherente o incoherente; expresa lo que se vive en la realidad
u otra cosa que sólo se vive con el cuerpo -por muy acompañado que esté de palabras
amorosas, que quedan muy bien para que parezca verdad-.
1. 1. 1. Lo corporal a nivel superior que el resto
Amplío lo dicho con dos ejemplos de comunicación no redonda. Creo que se dan, y que son
ambos peligrosos. Me fijo ahora en lo corporal, porque creo que lo corporal es bastante
significativo. Y porque por otro lado, lo tenemos bastante culpabilizado y sensibilizado, por lo
que puede valer de indicador fiable. Así suele ocurrir que en una relación personal estemos
tan preocupados de por dónde anda lo corporal y por dónde debería andar, que sirve como
piloto para calibrar esta redondez de que estamos hablando.
Si estamos simultaneando un nivel de cuatro en entrega, compartir afectos,
preocupaciones..., una corporalidad de ocho, está muy mal. Y es lo que se suele dar en parejas
jóvenes y, lo que es peor y no se suele reconocer, ¡en matrimonios! (fig. 12)

FIGURA 12
-«Pero, es que nos queremos mucho..
-«¡Mentira! Os estáis engañando y tarde o temprano os pasará la vida su factura»
Y esto afecta normalmente más a la sensibilidad femenina que a la masculina. Si notáis
que hay una corporalidad muy grande, podéis estar encantados por el momento y decir: «Te
quiero mucho y gozo mucho contigo». Pero vendrán otras situaciones y otras necesidades de
apoyo y de compartir y, si falta la comunicación verbal, la acomodación incondicional de la otra
persona y sus situaciones, a lo mejor, después de tres meses, dirá ella:
-«¿Sabes qué, Luis? Estoy empezando a pensar que no me gustas o que no te quiero».
¿Por qué? Porque la relación no redonda os ha pasado factura.
Está diciendo: «Oye, mucho me quieres aquí, mucho me quieres en mi cuerpo; pero mi
cultura, mis sensaciones, mis sentimientos, mis crisis depresivas... , no te interesan un pepino
y, cuando estamos hablando de eso, no te emocionas como te emocionas con mi cuerpo. Va a
ser que no me quieres». Y tú en una primera impresión podías estar encantada y pensar que te
quería muchísimo; pero, a la larga, la vida pasa factura. La rueda incompleta acaba quemando.
Y más a ella que a él.
O No acudir siempre a la moral
Creo que queda claro por qué decía yo antes, que la sexualidad no es primordialmente
problema de pecado. No es problema de honestidad, sino de honradez -aunque ya se usan, mal
usadas, como sinónimas-, de coherencia y, en definitiva de felicidad y amor, que es, al fin y al
cabo, la moral de Jesús.
Y hago aquí un paréntesis, porque esto nos ocurre con más temas. Por ejemplo, ¿por qué
vamos a decir los católicos que el aborto es pecado porque el Papa o la moral católica lo
prohíben, cuando por el hecho de ser humanos desaprobamos el aborto? Yo defiendo el
derecho a la vida de los inocentes porque soy hombre, y en eso estoy de acuerdo con budistas,
protestantes, y todo aquel que sea sensato. Yo como hombre, no puedo permitir que los
derechos de una persona -sobre todo indefensa- sean pisoteados.
Pero para ello no tengo que recurrir a mi moral católica. Creo que haríamos un favor a la
Iglesia, si no recurriéramos a ella, cuando no hace falta. Además, la Iglesia o los teólogos
dirán -como digo- que defienden la vida de toda persona humana. Pero quien tiene que decir en
qué momento hay una nueva persona humana son los médicos, los biólogos, los científicos.
De la misma manera por qué voy a acudir a la moral para decir: «No, yo no te puedo dar
un beso, que es pecado». No te engañes. Ciertos besos son malos porque son mentira como
expresión de amor, aunque no estuvieran en la lista de pecados.
Creo que no es «moral», ni responsable, el vivir nuestra vida con un librito debajo de la
almohada que nos diga hasta dónde, y hasta dónde no, podemos llegar. Como no es humano, no
es cristiano. «Lo puedo hacer, porque mi librito dice que sí!» Y se hacen burradas, echándole
la culpa al otro:
-<<Yo siempre hago lo que me dice el Padre Gervasio, que es mi Director Espiritual».
-«Pues así quizá no te condenes, pero ¿quién se trata de que sea feliz, maduro y crezca
como persona, tú o el Padre Gervasio?».
A un niño habrá que hacérselo así. Pero, incluso con él, en cuanto se pueda, hay que
hacerle pensar, ser libre y responsable, para que él viva a tope, sea feliz, aprenda a amar -y,
si es cristiano, siga el estilo de Jesús-, lo cual es imposible a golpe de manual escrito.

1.1.2. Lo contrario, también peligroso


Hasta aquí un ejemplo de no redondez por mayor nivel en el sector corporal. Ahora otro
ejemplo totalmente distinto. Un señor cura trata con una señora que es casada y además se
confiesa con él. Y ella le cuenta todo: a nivel cultural, religioso... Lo sabe todo, lo comparten
todo, y ella le consulta todo y le hace caso en todo, incluso en su relación con su marido -al
que, por cierto, pone verde-. Pero luego, como él es cura y ella es casada, se acuesta con su
marido -bastante rutinariamente, por cierto, y, con el cura, como es célibe -aunque dependen
casi totalmente el uno del otro-, ni se rozan -¡faltaría más!-. Pero esto puede llegar a ser tan
peligroso como lo otro.
 «Esquizofrenia" sexual
Porque en la práctica el cura está vivencialmente siendo el marido de esa mujer; y así,
esa mujer va a tener una «esquizofrenia» como un piano. Esa mujer tiene dos ruedas
contradictorias en su vida (fig. 14 -12 Y 13 superpuestas-): una, con el cura y otra con su
marido. Y no habla de casi nada con su marido, pero en la cama sí, como están casados, hacen
de todo. Y así, esta mujer estará haciéndose un daño terrible, porque está afectiva y
efectivamente casada con el cura, y con su marido sólo se acuesta.
Y esto hace polvo a una persona, a poco sensible que sea.
Decía antes que lo corporal es buen baremo. Si crees que en lo afectivo y en la
dependencia no debes avanzar, no avanzarás en lo corporal. Y, si crees que en lo corporal no
debes pasar de nivel, no pases tampoco de nivel en lo afectivo ni en la dependencia.
 Equilibrio afectivo-sexual
¿Es que el celibato es cuestión de corporalidad? Es, más bien, cuestión de postura vital.
Para mí un acto sexual es una expresión de «ya soy tuya y tú eres mío». Entonces a mí, por
ejemplo, como cura no se me ocurre pensar en la posibilidad de una relación sexual profunda,
porque eso equivaldría a que mi relación con otra persona fuera profunda. Y eso yo, por voto,
he prometido libremente descartarlo de mi vida afectiva. Que, como veréis, es totalmente
distinto.
No se trata de que a mí el voto me prohíba acostarme con una mujer, sino que con el
voto de castidad yo me comprometo a enfocar mi afectividad prioritariamente a la lucha por
el Reino, y, por tanto mis manifestaciones corporales serán coherentes con eso: no deberé
tener comportamientos que expliciten a ninguna mujer que yo tengo una relación de
dependencia total y exclusiva con ella.
Por lo tanto, no deberé hacer nada que sea dependencia exclusivizada, a ningún otro
nivel. ¿Por qué? Porque la castidad no es cuestión sólo de piel, sino de postura vital y afectiva
ante la otra persona. Por el celibato me comprometo a vivir mis relaciones con otra persona
sin ánimo exclusivizante, totalizante. Y me impide el acto sexual, como me impide la
dependencia, exclusividad y posesión afectiva, que yo he prometido no voy a tener con nadie.
Otra cosa muy clara es que en España la relación extramatrimonial es muy pequeñita,
muy pobre, por «miedo» a lo corporal. Y la rueda redonda vale para novios, casados, curas y
monjas. (Y, si no, piénselo. deberes para casa.) Aunque...
 Seamos sinceros, se puede hacer daño
A mí me parece que un señor casado puede tener perfectamente una relación de trato
con otra señora, como puede tenerlo un cura, con toda naturalidad. Sin embargo, también
habría que intentar caer en la cuenta de que, a veces, existen relaciones de auténtico
«flirteo», en el que una persona puede decir: «Bueno, yo no me atrevo a hacer un acto
sexual». Y usará lo corporal como un freno -«No, de aquí no se puede pasar»-. Mientras que,
en el resto de los sectores, se permitirá una dependencia y exclusividad excesiva y quizá
peligrosa.
En un congreso de Psiquiatría, en una mesa redonda, un psiquiatra comentó delante de su
mujer que él tenía una relación con una señora casada. Hablando y comentando, afirmaba que
su relación era completamente sana y pura corporalmente, no se tocaban nada, no hacían nada.
Su mujer le dijo:
-«Pero tú me has comentado que a ella le manifiestas mucho afecto».
-«Sí, pero es para darle mayor seguridad, más apoyo».
-<<Sí, pero en un momento dado, tú le dijiste a ella: "Yo no me acuesto con usted, porque
lo prohíbe la moral, pero la estoy deseando". Para mí, eso es mucho peor, más infidelidad que
si te hubieras acostado».
En esto se puede estar de acuerdo o no; pero para mí es muy interesante. Se está
acostando con ella afectivamente, y efectivamente está creando una dependencia mucho
mayor. (Más deberes para casa.)

1.2. Cuestión de coherencia


En resumen -aunque creo que está todo dicho, pero quiero que todo lo dicho quede
claro-, antes que problema de moral librito, toda relación corporal plantea un problema de
sinceridad y de coherencia. Sólo este cambio de visión es muy importante. Puede hacer
cambiar la vida de una persona en su relación con los demás, si se da cuenta que su cuerpo es
fuente de placer y ayuda a la comunicación; de que puede usarse como tal, siempre que no sea
fuente de incoherencia y obstáculo -en él o en ella para la comunicación, cosa que, si somos
sinceros, pasa con más frecuencia de lo debido.
Uno puede tener relación a nivel dos con mucha gente, a nivel cuatro con poca, a nivel
seis con poquísima gente, muy amiga, y luego ya establecer una relación, a nivel progresivo y
continuo que camina, sin parar nunca, hacia la totalidad, con una persona -la pareja estable-,
con una postura vital y decidida de que su vida de persona se desarrolle cada vez más -como
en espiral, más que rueda cerrada con esa persona concreta, sin limitación alguna, donde nada
va a dar vergüenza ni ser terreno vedado; en un crecimiento mutuo donde resulte verdad el
«hoy te quiero más que ayer pero menos que mañana».
Y el matrimonio es esta misma realidad de espiral de amor total en aumento, que, al
darse entre creyentes, pone a Dios por testigo y aval de ese amor con el que el mismo Dios se
compromete a estar presente cada vez que se dé.
Lo que debe preguntarse una persona continuamente es: mi cuerpo está diciendo esto,
¿es eso lo mismo que dice el resto de mi vida? ¿Sí? Pues entonces, ¡fantástico!, estemos en el
nivel que estemos. Y, si tu cuerpo no es coherente con el resto de tu vida, eso es malo;
hagamos lo que hagamos y digamos lo que digamos.
También es verdad que esto, como todo, es difícil llevarlo a la práctica. Hace falta un
aprendizaje. Se aprende a andar andando. Y, a veces, cayéndose. Procuren en las caídas no
hacer ni haceros daño.

1.3. Ejemplo normal de relación corporal


También quiero decir un par de cosas acerca de la comunicación corporal, la verbal y la
comunicación de emociones y sentimientos. Es muy importante que estos sectores evolucionen
a la par. (fig. 1S)

VERBAL :::> CORPORAL :::> VERBAL


FIGURA 15
 Comunicación verbal
La comunicación de una pareja suele empezar por una comunicación verbal y después
pasa a la comunicación corporal. Un chico está con su novia y empieza diciéndole: «Pues yo
ayer estuve en el cine o tuve un examen, y tal y cual». Y llega un momento en que las palabras
se quedan cortas, se acaban, ya no dan de sí para lo que él necesita exteriorizar.
 Comunicación corporal
En este momento se pasa a la comunicación corporal y a cubrir, mediante contactos,
necesidades de expresión a los que no llegaban las palabras. Normalmente el lenguaje corporal
también se acaba, porque: «Se acaba el permiso y ya son las 11:30» ... O ¡que vienen mis
padres!» o por la culpabilidad... O por mil cosas que pueden hacer que termine. Porque es
curioso que, si no, en muchas parejas, la comunicación corporal pediría siempre más, cual niño
glotón insaciable.
 Comunicación verbal
Entonces se suele pasar de nuevo a una comunicación verbal. Este proceso es distinto en
el matrimonio y en la pareja incipiente. En la comunicación verbal post corporal normalmente
en los que comienzan se suele hablar más del próximo contacto. Es decir, las palabras
empiezan a justificar el contacto pasado, pero como preparando el siguiente. Hay que tener
en cuenta que los contactos, al principio, normalmente dejan mal sabor de boca. Si has hecho
poco, porque has hecho poco; si has hecho mucho, porque has hecho mucho y te has pasado, y:
«¡Qué pensarán de ti!». Y comienzan a preparar el siguiente, que va a ser mejor, porque se
piensa que no se van a cometer los errores cometidos en el anterior.
Mientras que en el matrimonio es más normal que se diga: «Bueno, hasta mañana si Dios
quiere. ¡Adiós! ¡Adiós!». O se comenta cualquier cosa, con toda normalidad aunque, por lo
general, no referido a la relación corporal pasada. Ya hablaremos más de esto.
Siendo sinceros, vemos que, al pasar de la comunicación verbal a la corporal, lo que en la
primera se dejó sin decir, no se dice tampoco en la expresión corporal. Con el cuerpo dirás
otras cosas, pero lo que antes se ha quedado sin decir, se queda sin decir. La palabra deja sin
decir cosas, sentimientos profundos que pertenecen al dos. Pero, si pasas al cuerpo, el cuerpo
tampoco lo dice, el cuerpo entra en otra dinámica, en otra tensión afectiva que es lo corporal.
Te pasas a otro tipo de lenguaje más tenso, más nervioso, y «lo otro», que era puramente
placentero y de emoción y de saborear un sentimiento gozoso, eso se queda sin decir.
1.4. Ejemplo ideal
Eso que queda sin decir, sólo se podría decir con lo que yo llamo comunicación
«sensible».

VERBAL CORPORAL VERBAL varón


SENSIBLE SENSIBLE mujer

Comunicación sensible son esos momentos de comunicación que pueden ser agarrarse de
la mano, mirándose a los ojos y oyendo una música, o dar un paseo en el que se va reposando lo
anterior, sea verbal o sea corporal. Siempre debe existir un momento de silencio proporcional
a la comunicación verbal y corporal. Son momentos en que tú te cuentas a ti mismo, a
propósito de la otra persona, cosas que no te contarías estando solo.
La comunicación sensible también tiene esta gran cosa: que es uno de los momentos en
que notas que el dos empieza a decirte cosas que, a veces, la moviola sola no ve. Cuando estás
con una persona a la que quieres y que te quiere, en el silencio, empiezas a sentir cosas de ti
que tú solo no sentirías, y empiezas a sentir cosas de ella que hablando no se te ocurrirían. En
otro momento (2.5.) hablaremos de la austeridad sexual, como medio de enriquecimiento de la
experiencia del encuentro personal que evite la rutina.
 La comunicación sensible es difícil
Pero quiero haceros caer en la cuenta de que el silencio, el saborear las sensaciones sin
decir ni hacer nada, es difícil y poco corriente. Por ejemplo, ¿se han fijado en el cine, que en
los momentos en que hay una sensación o emoción fuerte, si hay un rato de silencio -o música
de saborear-, la gente hace comentarios jocosos en voz alta? Incluso el mismo director pone
un gag jocoso, para que la gente no tenga que «aguantar» sintiendo, y pueda explotar en una
carcajada.
(Aquí, entre paréntesis, conviene decir que los hombres suelen tomar la iniciativa en el
terreno verbal y corporal, que consideran más campo propio; mientras que en lo sensible se
maneja mejor la mujer. De ahí que normalmente, cuando es el hombre quien dirige la relación,
pasa de lo verbal a lo corporal rápidamente; y viceversa. Y se quedan sin conocer el 80% de
lo más interesante de la vida de la otra persona, que es lo sensible. Quizá el 80% para una
mujer y el 30% para un hombre. Porque, si se prescinde de la comunicación sensible,
probablemente se queda sin decir mucho más en la mujer que en el hombre. Por eso, a la
larga, en la relación corporal de pareja la mujer normalmente tiene más sensación de vacío
que el hombre.)
El hombre tiene más compensada su realización de vida con la profesión, los amigos...
Mientras que la mujer, si no llena este mundo de lo sensible, de sentirse entendida dentro
del otro, buceando dentro de su ser, nota una parte muy importante de su vida que se queda
sin llenar, y de ahí las depresiones, el sentimiento de soledad, de no ser entendida, de
frustración... Y la necesidad de recurrir al psicólogo.
1.5. Verbalizar la experiencia sexual
Por lo que yo oigo, normalmente no se suele hablar sobre la comunicación corporal. Aun
pecando de simplista, yo suelo decir que los sectores corporal, verbal y sensible-silencio
tienen que andar por niveles parecidos. No es que haya que estar cronómetro en mano; pero, si
han estado media hora acariciándose, sería bueno estar media hora comentando lo hecho y lo
sentido: «En aquel momento te noté muy cerca, en ese otro, sin embargo, no... », Un amigo mío
decía que, como en los chistes, hay mucho «sexo sin palabras». Se realiza, más o menos bien,
más o menos a gusto, pero no se comenta, no se reflexiona, para conocerse mejor,
enriquecerse, aprender, satisfacer al otro.
Otro chiste con moraleja. Decía una mujer:
-«No hay cosa que más me fastidie que me cuenten un chiste y me dejen a medias».
Y la amiga le contestaba:
-«Pues, a mí me fastidia más, que me dejen a medias y encima me cuenten un chiste».
De mi experiencia con matrimonios debo decir que es alarmante el porcentaje que
funciona mal. Pero lo más triste es que ni siquiera se enteran, no se lo comentan el uno al otro,
no se expresan sus necesidades o frustraciones, para que el otro pudiera satisfacer unas y
evitar otras...
Por eso hay psiquiatras y psicólogos -incluso curas- que saben de sexualidad mucho más
que la mayoría de los casados: porque las parejas -normalmente por separado- cuentan y
comentan con ellos mil detalles y sentimientos, más que con su propia pareja.
 Un ejemplo propio
Perdonen que hable de mí, pero yo me acordaré siempre de una historia que me
impresionó mucho. Un amigo mío estuvo hablando conmigo un rato largo de la relación sexual
con su mujer. Le pareció interesante y me pidió que hablara de todo eso en una charla a
padres de la asociación de su colegio -donde, gracias a Dios, no sabían que yo era cura-. Yo
hablé como hora y media y luego hubo un coloquio de otra hora. Me impresionó que los
matrimonios me preguntaran como párvulos a su «señu». Al salir, me dijo mi amigo, el
organizador, satisfecho del «éxito»:
-«¡Estarás encantado!».
Y recuerdo que, con un poco de ironía, le contesté:
-«Primero, me parece absurdo que un cura hable sobre relación sexual a matrimonios.
Pero lo que me parece más lamentable aún es que sea el que más "sepa"».

1.6. En caso de total confianza


Otra cosa importante bajo este aspecto es el mundo de la comunicación espontánea.
En el mundo de la comunicación en silencio hay veces en que el silencio es un «desnudarse » al
tiempo del otro, delante del otro. El ejemplo que ponía en la charla de la comunicación era el
de revelar un carrete de fotos con el otro, delante del otro. Me explico. Yo te voy a enseñar
unas fotos y es muy distinto, si yo te enseño unas fotos que yo ya he visto y te digo: «¡Mira!
Te voy a enseñar estas fotos que acabo de revelar... ». Y vengo con el carrete revelado de las
fotos, que yo ya he visto, y te voy enseñando las que a mí me ha parecido bien que tú veas. Es
muy distinto, repito, si voy a revelar esas fotos contigo. ¿Cómo habré salido yo? O ¿cómo
habrás salido tú? Sacamos las fotos del carrete y las vemos juntos. Dicho de otra manera, yo
las veo, por primera vez, al tiempo que tú.
En la comunicación sensible espontánea tú empiezas a ver cosas y, según las ves, las
sacas: «Mira, siento que... , pienso que... , se me ocurre que... ». Eso es totalmente distinto a
tener al otro en campo ajeno, un campo en el que tú ya conoces tus movimientos y el otro se
encuentra de nuevas: primero veo lo que ocurre y luego lo cuento, o no lo cuento.
Estamos hablando de una relación de pareja en que es esencial contar lo primero que
se te ocurre porque, si no, la otra persona tendrá la sensación de que es plato de segunda
mesa, de que le cuentas a ella sólo lo que a ti te has contado y te ha gustado. Y no le cuentas
noblemente lo que sientes en cada momento. Y esto puede ser muy peligroso.
Esto mismo hace que uno consigo mismo llegue a una comunicación mucho más
profunda. La comunicación sensible y espontánea con otra persona sirve para enriquecer
mucho más, para potenciar mucho más, tanto la misma comunicación como la propia persona.
Pero ya les he dicho que ha de ser con una persona especial y de total confianza.

1.7. ¿«Hacer el amor» fuera del Amor?


Otra cosa muy importante es compartir el descanso después de la relación corporal. Y
repito, aunque ya no hiciera falta, que hablo como psicólogo y no como moralista. Aparte de
que creo haber hablado suficiente -y lo explicaré más explícitamente- sobre la «moral» de
Jesús.
En unos niveles fuertes de pareja, donde ya se funciona a un nivel ocho, nueve o diez,
tiene que haber a todos los niveles una comunicación ocho, nueve o diez. Porque, si no, la
relación no funciona (la rueda sólo rueda si es redonda, decíamos), y esto -de nuevo-
repercute más en la mujer que en el hombre.
- Ejemplo: Pepi y tú van a hacer el acto sexual: «Porque ya llevamos tres meses saliendo
y nos queremos conocer y dar plenamente». Y se acuestan en casa de unos tíos a eso de las
nueve y media, porque a las doce tienen que estar en casa. Así pues, a las once y cuarto,
después de hacer el acto sexual, se duchan y se van a casa.
¿Creéis, de verdad, que eso les une más y favorece al Amor?
El que en una relación haya después descanso común, haya reposo sensible, estar juntos
relajadamente, es algo que para la misma función o funcionamiento del acto sexual y el
orgasmo es muy importante, sobre todo, repito, para la mujer.
La mujer, para tener un acto sexual placentero, satisfactorio y enriquecedor para la
pareja, necesita tener antes una sensación de confianza, entrega total -«Contigo pan y
cebolla»-, calma, respeto... Y, después, esa misma sensación de tranquilidad, de reposo, de
exclusividad.
Tú ya sabes que la mujer es mucho más lenta que el hombre, y que es posible que, al
terminar un acto sexual rápido, esté todavía con la sensación de empezar. Por tanto, es muy
posible que, al irse a casa, esté con sensación de frustración, insegura... «El, que puede,
¿seguirá por ahí con otras?»
Es decir, el cuerpo no es algo que funciona y ayude en sí mismo, sino que funcionará, y
ayudará, en un momento dado, si todo va bien. En caso contrario, es una auténtica tontería.
Es más, un acto sexual en una pareja descentrada es probable que desuna y aparte, más que
acerque Y una, por lo menos a la larga. El sexo sin amor no llena. Aunque haya mucho
«enamoramiento».
Y me «mojo». Desde la pura psicología, la mayoría de las «relaciones
prematrimoniales» son, en mi opinión, contraproducentes, porque la rueda no suele ser aún
redonda.

2. Los «pasos» de la comunicación corporal


Hasta aquí, sería un primer capítulo sobre la redondez y coherencia de las relaciones.
Un segundo capítulo sería cómo avanzar. En general es un problema que en las parejas
jóvenes se da bastante. Por ejemplo: «Estamos en el nivel tres, ¿cuándo podemos pasar al
cuatro?». Sabiendo que cada uno etiquetará de distinta manera el tres o el cuatro, porque lo
que para una pareja es el nivel cuatro para otra puede ser el ocho y viceversa-. Pero ¿cuándo
se puede pasar de nivel?

2.1. Que el «avanzar» no dificulte


Hay que tener en cuenta qué sucede cuando se avanza. En el terreno corporal, sexual, en
toda la relación hombre-mujer, en el momento que hay un contacto, por mínimo que parezca,
incluso una mirada, se desencadenan o se disparan dos vectores.
Es como si se encendieran dos pilotos: uno el del deseo, la atracción; otro el de la
culpabilidad, el miedo:
-«Me van a ver»; «¿Qué van a pensar?». (fig. 17)

CONTACTO SEXUAL
MIEDO DESEO

CULPABILIDAD ATRACCIÓN
FIGURA 17
Es decir, tenemos dos fuerzas muy curiosas que, si no nos enteramos de ellas, ambas se
disparan en el momento y te dejan diciendo: «¿Hacia dónde voy?». Porque, por un lado, te
atrae y estás pensando ya, incluso, en la cama, en el acto sexual, el deseo de conquista, de
llegar hasta el final. Y, por otro, la represión, el deseo de retroceso, de: «A mí que no me
toquen que estoy muy cómodo/a», un sentimiento de miedo a llegar al final y de culpabilidad
también total. Y conviene tenerlo en cuenta, y saber que son resortes que están funcionando,
y no engañarse diciendo: «¡No! lo hago no sé por qué». «No, si yo es que ahora le voy a tomar
de la mano, porque, así...». Y, sin aceptarlo, estás pensando –deseando o temiendo- en el
«paso» siguiente, impidiendo gozar plenamente de la comunicación en ese nivel. Tu rueda,
inconscientemente, no es redonda.
Entonces ¿cuándo se puede hacer caso a cada uno de los vectores? Yo diría, como
siempre, que hay que hacerlo en aras de la persona, en aras de la redondez. Es decir:
«Necesito estar contigo haciendo que eso me construya a mí y a ti más como personas».
- Y eso, ¿cuándo es?
- Cuando el cuerpo no es obstáculo, sino vehículo de comunicación
Si tú le tomas de la mano, ¿cuándo le puedes llevar del brazo?
Pues, cuando el tomar de la mano, el tener las manos unidas, no sea problema, obsesión,
descentramiento.
Suele pasar que, si tú estás saliendo con una chica y en un momento dado le tomas de la
mano, es posible que, dejes de disfrutar de ella y del paisaje y estés pendiente de la mano, y
rígido y tenso. En ese momento la mano te está impidiendo estar con la persona, estás «con»
la mano. En cuanto puedas disfrutar de todo, sin que la mano represente un obstáculo, sino
que el tener las manos agarradas haga que la comunicación sea mejor, más fluida, más
profunda, entonces ese nivel está superado y un paso más estará bien dado. Ese vehículo es
puente de comunicación; ya no es obstáculo.
Un mismo gesto puede ser bueno y malo, el cuerpo puede ser obstáculo o vehículo de la
comunicación, como decíamos antes.

2.2. Dar su tiempo a cada paso dado


Un pequeño corolario, pero que me parece muy importante aquí, es el tiempo que se
tiene que dar entre nivel y nivel. Después de dar un paso, debes dejar cierto tiempo, para que
la sensibilidad se habitúe, para que el círculo se redondee. Como, al entrar en una habitación
oscura, das un paso y esperas a que se habitúe la vista antes de dar el siguiente y, si vas a
entrar en otra habitación más oscura, esperas otro poco.
Este es un fenómeno curioso. Porque, además, visto desde el otro lado no lo entiendes.
Tú entras en una discoteca y te das un golpe en una esquina, y, al cabo de veinte minutos,
estás allí con tu Cuba Libre y entra un señor y se da otro golpe en la misma esquina y dices:
-«¡Pero será cretino el tío, si se ve perfectamente! ¿Está ciego o qué?»
Como siempre, un ejemplo del tema concreto que nos ocupa. Una pareja están saliendo
juntos mucho tiempo, y son los dos muy vergonzosos, por una educación represiva que han
tenido. En este proceso, decíamos, es previsible que unos días salgan de paseo y charlen, y
pasen otras tardes oyendo música, y se acaricien mucho. Lo han explorado todo, pero todavía
no han estado desnudos juntos. Un día deciden: «Bueno, pues mañana, que además es nuestro
aniversario, lo pasamos juntos, nos acostamos, hacemos el acto sexual... Y ese día, van y se
acuestan -¡ojo al dato!-, sin dar un espacio y un plazo al desnudo y a acostumbrarse al pudor
que produce el estar desnudos juntos -por primera vez-, por mucho que se quieran.
Es decir, que la primera vez que se han desnudado ha sido «para» acostarse. Y entonces
los dos se desnudan un poco así, con vergüenza, espalda contra espalda, se meten en la cama
corriendo y se tapan. Y han pasado la vergüenza del desnudo «sin hacerle caso», sin que todo
lo demás estuviera a gusto...
Y el hecho de saltarse pasos sin apreciarlos y estar a gusto, sobre todo a la mujer, le
crea una sensación de decir:
-«Bueno, y este tío aquí a qué viene, yo no he estado a gusto, no he disfrutado desnuda,
ni conmigo ni con él». Y el pudor le pasa la consabida factura.
Luego, tras el acto sexual, tienen una sensación de culpabilidad (sobre todo ella,
perdonen que lo repita tanto):
-«Nos hemos pasado». Y ¿por qué? Porque han ido ustedes demasiado deprisa. No
porque vean el acto sexual como malo, sino porque no han dejado el suficiente tiempo para
que su psicología, su sexualidad, estuviera a gusto con ese paso que han dado. No han dejado
tiempo para que la rueda se redondease.
 Un caso real
Me acuerdo de una pareja que comenzaron a hablar conmigo muy justo antes de
casarse y andaban muy mal, porque ella era muy «estrecha» y él, un «ancho». Se iban a casar
y veían que había ahí un algo muy distinto que les podía causar problemas.
Yo les dije que les recomendaba hacer un aprendizaje de acercamiento. Esto era un
par de meses antes de casarse.
- Lo que les recomiendo, ya que no falta nada para el casamiento, y no van a retrasar la
boda, es que vayan avanzando lentamente; les lleve el tiempo que les lleve. No hay por qué
hacer el acto sexual la noche de bodas, si todavía no se han visto desnudos y puede que tú lo
estés deseando, pero ella lo esté temiendo. Así que dale un tiempo para que se acostumbre a
esto, les dure lo que les dure. No hay prisa ninguna. Lo único importante es que lo hagan
bien, y que si tardan aún dos años, después de casados, en hacer el acto sexual, sean bien
empleados. Y lleguen con gozo los dos..
Puedo contarles el final. No me hicieron caso. Los «casé» yo mismo, en la fecha
prefijada. Y, sin pasar a intimidades, hicieron las cosas a gusto de él. Ella cada vez se iba
volviendo más intransigente en todos los aspectos, y aquello parecía un infierno: Indirectas,
reproches, discusiones cada vez más encendidas... Ya por separado, me decía cada uno que el
otro era un bicho raro. Y, pasados apenas dos años, se separaron.
A una mujer hasta el día antes de casarse le han estado diciendo que el sexo es pecado:
<<A ti que no te toque un hombre», y la virginidad y el culto a la maternidad... Viene el
matrimonio y no puede de repente asimilar un nuevo concepto de gozo, de plenitud y disfrute
con el sexo. Con su marido no puede disfrutar, porque su psicología, no se ensancha, no se
tranquiliza, no cambia, por el simple hecho de recibir una bendición o firmar un papel.
Otro ejemplo –éste inventado-. Me avisan que tengo que hacer un viaje rápido en coche.
Mi coche es nuevo y está en rodaje: «Que esperen, porque quiero que mi coche me dure años,
no quiero darle un calentón». Otra cosa sería, si el coche no fuera mío, sino alquilado en un
«renta car». No me importaría ir muy deprisa, aunque me lo cargara; porque «mi» interés era
el llegar pronto, no proteger el coche. La moraleja, como siempre, es fácil, ¿no?
Somos diferentes
Es que el placer de un hombre es mucho más directo, mucho más genital, más voluntario,
en el sentido de que hace una cosa y ya está. La mujer, en cambio, necesita mucha más
coherencia, relajación, confianza, gusto, seguridad, necesita muchos más datos de la vida que
le den tranquilidad para que el cuerpo disfrute, su cuerpo no disfruta automáticamente con un
hombre.
Una mujer no puede disfrutar un acto sexual si media hora antes, en la cena, su marido
le ha dado una contestación un poco fuerte, aunque parezca que no hay relación entre una
cosa y otra. Y esto entraría ya dentro de las diferencias psicológicas de ambos sexos. El
hombre dice: «Vamos a contentarnos a la cama». Y la mujer, en cambio, sólo cuando esté
contenta puede ir a la cama. (Ampliaremos estas diferencias.)
Sí quiero decir ahora que en el matrimonio, en la pareja estable se dan las
circunstancias favorecedoras, para ir compenetrándose y corrigiendo errores. Es la postura
de crecimiento vital, de la espiral, que cada vez va a ser mayor, el «más que ayer, pero menos
que mañana». Y una persona que comparte con otra todo, probablemente se irá conociendo
cada vez más, aguantándose y queriéndose cada vez más, cosa que es muy importante para lo
que hablábamos antes, de la aceptación.
Es imposible que una persona se dé a nadie si previamente no se acepta. Es imposible
que se acepte si no se gusta, si no se quiere. Y, como también decíamos antes, para aceptarse
y quererse es necesario haberse sentido querido y aceptado. Y esto conviene llevarlo
resuelto del noviazgo. ¡Pobre de ti, como esperes que el matrimonio te lo dé; no buscas una
cama, sino una cuna!

2.3. El sexo, que es genial,


si se da solo, llega a dañar
Aquí habría mucho que decir, porque el placer del cuerpo en comunicación es un
vehículo, o una gratificación para la experimentación de una comunicación gozosa. Y, sin
embargo, dado lo que decíamos antes de la culpabilidad que tenemos todos unida
inconscientemente a todo lo que sea placer, habría que dejar las cosas en su sitio.
Para empezar, admitir que el cuerpo es, en sí mismo, bueno y puesto por Dios -o, si
molesta la palabra, por la Naturaleza, la Vida, la Energía positiva, el Absoluto-, para que la
comunicación sea placentera. La caricia, el abrazo, el beso, el orgasmo, el que todo tu cuerpo
vibre de placer al tiempo que se da la máxima expresión de encuentro personal en amor, todo
eso es bueno, es divino y tenemos que alegrarnos de que estén tan bien hechas las cosas.
Para esta realidad suelo poner yo un ejemplo que puede clarificar y dejar las cosas en su
sitio. Yo como un guiso de carne con salsa. La carne es buena y alimenta mucho, aunque a veces
esté un poco dura o insípida. La salsa está riquísima y hace que la carne resulte mucho más
sabrosa. Si tuviéramos que comer carne sola, cocida sin sal, sería inaguantable: ¡gracias a la
salsa!
Pero pasarse al otro extremo estaría mal y haría daño. Dejar la carne, porque es dura o
seca, y ponerte morado a salsa untada en miga de pan... ¡Acabarías anémico, sin proteínas,
hinchado y con acidez de estómago! Igual, con una sencilla sopa de ajo: si está sosa, puedes
pedir el salero y echarle un poco de sal. Pero sería terrible que cogieras un plato hondo de sal
y pensaras que ése es un buen primer plato para cenar. No habría vasos de agua suficientes
en toda la noche para quitarte la sed.
Espero que se entiendan los ejemplos. La carne es el amor, la comunicación, la persona; y
la salsa el placer corporal. O la sopa y la sal. La justificación de estos ejemplos sería de nuevo
la redondez de la rueda. Cuando hay buena comunicación, que alimenta mucho a la persona, el
que el cuerpo acompañe es genial. Si hay amor, que enriquece y hace crecer, el placer corporal
es estupendo. Pero, claro, sólo placer o sólo cuerpo..., pues, como llevo repitiendo hace media
hora, hace más daño que bien.
 Los «pasos» convencionales
Se habrán dado cuenta de que en la sociedad actual tienen una especie de código tácito
estableciendo el avance de las parejas. Por ejemplo, si sales con una chica, pueden marcharse
solos sin otros de la panda. Pasan dos semanas, ya pueden darse un beso en los labios. Pasan
tres meses, ya pueden darse un beso de tornillo. Pasa año y medio y... no sigo para no
escandalizar.
Pero, ¿por qué esto es así? Aunque la medida de las fechas no sea exacta. ¿Por qué
somos tan borregos?
Bueno, perdón. Pero es que, de hecho, hay mucha gente que «pasa» de la moral católica,
le revienta que le digan lo que puede y lo que no puede hacer, y luego cae en cumplir «la
moral» social y sólo hace lo que está bien visto.
Y, puede incluso pasar, que si un chico quiere dar un beso a una chica, le pida salir,
cuando, en realidad, no quiere comprometerse a crecer con y desde ella; pero es que, sólo si
«salen», pueden hacer cosas concretas. Esta es una reflexión que también traería muchas
conclusiones y muchas dudas para discutir después. Más deberes para casa.

2.4. No comparar con lo planeado


Otro punto importante es que en la corporalidad es casi el único sitio en donde no
experimentamos, sino que comparamos. Vamos a ver, tú has quedado con Loli esta tarde a las
ocho y cuarto en casa, que no están tus padres... Y estás todo el día pensando la escena,
pasando la moviola anticipadamente: estás ya pensando «pues nos vamos a sentar aquí y, así
luego, pasamos a... » Está todo pensado y planeado. Luego, ¿qué es la sesión «de prácticas»?
Sesión de comparación, a ver si ha salido todo como tú te esperabas, a ver si has hecho todo
lo que pensabas, a ver si...
Y, como nunca la realidad es tan apetitosa como las expectativas, siempre salís
frustrados. No. Tienen que ir allí a experimentar, como en otros campos; es decir, tú hablas
de filosofía con una amiga y no llevas preparados apuntes ni piensas: «Luego, cuando ella me
diga que Descartes habla del demiurgo, yo le digo que Leibniz habla de las mónadas y de una
concienciación mucho más plena y luego Espinoza ya emplea la dualidad de sustancia... Y si ella
me argumenta... ». Somos espontáneos. Es una gozada hablar con la gente y averiguar lo que
siente, lo que piensa... , sin llevar esquemas programados.
Por el contrario en la comunicación corporal siempre estamos comparando realidades y
expectativas. Y así, casi todo el mundo tiene experiencias poco placenteras. Este cambio es
aún más peligroso, si sucede en el matrimonio donde se pretende que cada día sea mejor que
el anterior. A la relación corporal no se puede ir a comparar lo que se hace, con lo que se
esperaba que sucediera, esto es siempre desastroso. Hay que ir a descubrir, a gozar juntos, a
crear modos nuevos, a conocerse mejor, a satisfacerse más, a esperar lo inesperado.
«Seamos realistas, esperemos lo imposible.»

2.5. Austeridad enriquecedora


Precisamente para que la relación corporal sea algo siempre nuevo y gozoso, yo suelo
hablar de algo que puede parecer contradictorio, que es la «austeridad» sexual (algo diremos
de esto también, al hablar del amor). Está claro que, si yo hago contigo lo que a mí me
apetece, soy egoísta. También está claro que, si yo hago contigo lo que a ti te apetece, es otra
clase de egoísmo, aunque a simple vista pueda parecer generosidad. Lo que no suele tener la
gente tan claro es que, si ustedes dos hacen lo que a los dos apetece, también es egoísmo. Dos
que se aman no miran siempre lo primero que simplemente les apetece, sino que tienen en
cuenta, además, lo que les conviene, lo que les viene mejor, enriquece más, les hace más
personas y favorece más el amor. Si, cada vez que les apetece hacer el amor, acaban
haciéndolo, terminará siendo para ustedes una rutina. Se perderán ustedes mil formas
geniales de comunicación, de amor, de ternura, de profundidad..., que ni podían sospechar.
Recuerdo un matrimonio concreto de amigos míos que actuaban así. Me explicaban que no
querían tener más hijos, pero que no usaban ningún método anticonceptivo, no por motivos
religiosos sino «simplemente» humanos. Me comentaban que, si usaran anticonceptivos, se
sentirían como cosificados, como no respetados, como objetos que se usan para recibir placer.
Así, cuanta más pasión sentían, menos tentación tenían de ir al rutinario acto sexual, sino que
cada día experimentaban nuevos juegos amorosos, nuevas sensaciones con las que notaban iba
creciendo su amor y su felicidad.
 Felicidad a corto o largo plazo
A propósito de la austeridad, discutíamos un día en mi grupo de los sábados, si la
austeridad es buena en sí; o es necesaria, porque hay tanta pobreza a nuestro alrededor.
Como es lógico, había opiniones para todos los gustos.
Yo opinaba, y se lo cuento a ustedes, que la austeridad es un valor en sí misma, que hace
al hombre más humano y más cristiano, que ayuda a saber aguantar a pie firme y sin hundirte
en los momentos que te vengan mal dados, que te hace no ser consumista, materialista,
egoísta, que no estés pendiente de lo que a ti te apetece, sino de lo que conviene al grupo y a
ti, que te hace, por tanto, más sensible. «No es más rico el que más tiene, sino el que menos
necesita»
Y, de nuevo, un ejemplo. Imagínense que ahora, mientras estoy dando esta charla, me
avisan que vaya a cenar a casa de unos íntimos amigos, porque es el cumpleaños de Fernandito,
mi ahijado, que cumple tres años. Y ya no me da tiempo de comprarle nada. Miro mis bolsillos
y llevo en uno un billete de cincuenta mil y en el otro una caja de colorines, de fósforos. Llego
y le digo:
-«Fernando, te doy a elegir entre estos dos regalos». Y el niño, como es niño,
claro:
-«Ette».
Y elige la caja. Yo, que, en el fondo quiero lo mejor para él, le digo:
-«No, Fernando, no elijas eso; que tú no sabes lo que vale un peine. Con eso tienes
entretenimiento para tres minutos y, encima, te puedes quemar. Mientras que con el billete
puedes tener muchas de cajas y cientos de chupa-chups y de coca-colas». (Mira, yo
fomentando el consumismo!)
-«No, tito, no me comas el coco, yo elijo etto, que es mu divettido y hace ffffffffffl».
Y claro, el niño, como es niño, se queda con las cerillas tan contento.
 Moraleja, como siempre, fácil
Eso es la felicidad a corto y a largo plazo. Y, a veces, somos tan tontos que preferimos
los fósforos, la piel, los colorines, aunque, luego, nos quedemos mucho peor. Mientras que, si
fuéramos «mayores», elegiríamos el billete, la comunicación profunda, la persona, la
austeridad. Y es que, hasta, si vas a un bar con un billete de cincuenta mil, ¡te regalan los
fósforos! Fíjate lo que te digo: Si vas por la vida buscando fósforos, ¡nunca tendrás un billete!
Pero al revés, sí.
Por ejemplo, si vas buscando «darte el lote» con las chicas, nunca tendrás una
comunicación plena y gratificante. Tu piel adicción te impedirá pasar a lo profundo. Si vas
buscando el fondo de una chica, ya te regalará la piel.
-«No, Padre, yo, cuando sea mayor...»
Ya hemos hablado de eso: serás pirómano y no te aguantará nadie. «El arbolito, desde
pequeñito.» Por eso, si un padre quiere que el día de mañana su hijo sea austero, recio,
coherente..., y feliz, desde pequeño, tiene que educarlo en esos valores. Hoy lo normal es
decir: «Hijo mío, la vida es muy dura, tienes que trabajar y estudiar mucho, para ser algo el
día de mañana». Y, en la merienda, Donuts. Y, si no le gustan, Tigretón. Y, si no le gusta, yogur.
Y, si no le gusta..., baja la madre a la tienda a por el capricho del niño.
Un día, en una charla a padres, un amigo mío, se quejaba de que «los hijos no nos
obedecen, porque no estudian». Y yo, con algo más que ironía, le contesté:
-«Lo que pasa es que nos obedecen antes de tiempo. Porque les decimos: "Estudia cinco
años, para luego poder vivir sin dar golpe". Y nos obedecen ya, sin esperar cinco años».

3. Diferencias entre el hombre y la mujer


Después de hablar sobre la sexualidad, sobre el cuerpo como lugar privilegiado de la
comunicación, es conveniente decir algunas cosas más a propósito de la diferente postura,
reacción, sensaciones del hombre y de la mujer ante la vida, el cuerpo y lo sexual.

3.1. Aparatos que no funcionan igual


Hombre y mujer son, en muchos aspectos, como dos aparatos que funcionan de distinta
manera. Algo parecido a dos coches, uno de gas-oil y otro de gasolina. O dos aparatos de
televisión de diferente modelo. Este se enciende dando aquí, y este otro, dándole ahí, se
apaga. U otro ejemplo que me contaron tras una charla mía sobre esto en Montevideo. El
hombre es como una cocina de gas -que se enciende y se encendió, se apaga y se apagó-;
mientras la mujer es como una cocina eléctrica, que tarda un buen rato tanto en calentarse
como en enfriarse.
Yo suelo decir con cierta chulería que sé bastante de psicología femenina, que conozco
bastante a las mujeres -al menos, sí es verdad que he hablado muy profundamente con
muchas- y la conclusión a la que he llegado es que ¡no tengo ni idea! Ante cada mujer, en cada
caso, hay que ir con la mente en blanco: a aprender, a descubrir algo nuevo y apasionante.
Como creas que te lo sabes, que conoces el percal, metes la pata. ¡Seguro!
Luis Buñuel en su película Ese oscuro objeto del deseo, obra maestra para mi gusto,
sobre la relación de pareja, pone a dos actrices representando el papel de la protagonista
femenina, una en cada escena sucesivamente. ¡Genial! La mujer, para el hombre -y, en cierta
medida, aunque quizá algo menos, el hombre para la mujer-, es siempre una sorpresa, algo que
te sale por donde no esperabas.
Somos dos seres distintos, bastante desconocidos entre sí y lo mejor es tener la
humildad suficiente, como para ir a aprender en cada caso, en vez de ir creyendo que nos lo
sabemos, que «si esto me pasa a mí, a ella le pasará algo parecido»; «si dice esto, estará
pensando esto otro». Y suele pasar que, el que más cree conocer, más desconoce. No.
Funcionamos de distinta manera.
Una mujer no puede disfrutar de un acto sexual (antes lo decíamos), si media hora
antes, en la cena, su marido le ha dado una contestación desagradable. Aunque a él le parezca
que no hay relación entre una cosa y otra, incluso piense que, yéndose a la cama, contenta a
su mujer; ella, sin embargo, sólo si ya está contentada, se podrá acostar placenteramente.

3.2. ¿De dónde viene esto?


Una segunda cosa, más complicada de discutir y resolver, y en la que no voy a entrar
mucho ahora, es el explicar de dónde viene esa diferencia. ¿Es de nacimiento, por genes, por
estructura biológica? ¿O, por el contrario, es debida a la educación, a condicionamientos y
modelos psicológico-familiar-socio-educativos? Repito que no quiero entrar en la cuestión ni
en la discusión, pero adelanto mi opinión de que no todo es «natural». Hay mucho debido a la
educación, ambiente, sociedad...
En psicología hay teorías para todos los gustos en casi todos los temas. Aquí, como en
la formación del carácter o incluso de la capacidad intelectual, hay quienes todo lo achacan a
lo innato, a lo genético. Y, en el polo contrario existen los que hacen al ambiente responsable
de todo. La eterna cuestión herencia-medio.
No deberíamos ser tan diferentes
Sin embargo, en este campo de las diferencias sexuales, lo más normal es que todo se
atribuya a lo genético, a lo sexual. Y yo creo que no. Y me explico. Creo que hay datos
inamovibles, caracteres sexuales claramente diferenciados, funciones específicamente
diversas. Pero hay cantidad de comportamientos y «maneras» de ser persona, que se
«adjudican» unas al hombre y otras a la mujer, sin que las cosas tengan forzosamente que
ser así, e incluso, que sería mejor si fueran de otra manera. Luego diremos algo más a
propósito de la complementariedad.
Desde luego que es distinto nacer hombre o mujer, tener órganos externos o internos,
eyacular o menstruar, penetrar o ser penetrada. Claro que el varón no queda embarazado, ni
da a luz, ni puede amamantar. Claro está que estas diferencias no son sólo anecdóticas, sino
que pueden conformar un mayor miedo en la mujer al contacto sexual, una mayor experiencia
de la maternidad y una cercanía-comprensión-sensibilidad de la madre hacia el hijo. Incluso
esa sensibilidad se hará extensiva a toda persona que se encuentre, haciendo que la
psicología femenina tenga necesariamente unas características propias de su sexo.
Pero quiero expresar mi convicción, por lo que puede tener de utilidad en el mundo de la
pareja, que todo no tiene que ser necesariamente como es; que la educación machista, los
modelos familiares y sociales, los comportamientos diferenciadamente «heredados» están
condicionando mucho más de lo que la gente es consciente y, a mi gusto, más de lo que
debiera ser.
 Mucho depende de nosotros
Hasta en los anuncios de televisión entran mensajes subliminares del varón como
trabajador, duro, «donjuán», conquistador... ; y la mujer como indefectiblemente doméstica,
aguantadora, coqueta, seductora...
Ya desde el nacimiento, los padres están emitiendo juicios totalmente distintos ante el
y la recién nacido/a: orgullo del padre ante el hijo -«¡Cómo los tiene!»-, y casi resignación
ante la niña -<<Lo que le espera!»-.
No digamos nada de la educación «socio-religiosa»: la hija ha de volver a casa antes que
el hijo de parecida edad. «La espada es mejor cuantas más vainas ha probado -ejemplo
textual oído por mí-, aunque la vaina no debe enfundar más que una espada.» O el juego de
palabras, tan curiosa y diversamente significativo, entre «hombre-público» y «mujer-
pública».
Por tanto, no todas las características que hoy diferencian a hombre y mujer tienen que
ser así siempre. Pueden ser, de hecho, de otra manera. A lo mejor, irían mejor las cosas a la
pareja, si fueran menos marcadas e insalvables determinadas diferencias.
Casi siempre que hablo de estos temas, se me suele decir que estoy anticuado, que eso
era antes, que ahora ya no pasa lo mismo, que los sexos están mucho más igualados en todos
los sentidos... Pero, de verdad, yo creo que, aunque algo se ha mejorado -¡sólo faltaba!-, en
este terreno se ha avanzado muy poco en las dos últimas generaciones. Me hace mucha
gracia, cuando algún matrimonio joven me comenta esto. Ella dice:
-¡Ay, no! A mí, Felipe me ayuda mucho».

3.3. Una lista de bipolaridades


Pongo a continuación dos columnas de palabras, describiendo cualidades atribuibles al
varón y a la mujer. No son cualidades que directamente definan a varón y mujer de manera
exacta e inapelable. Son más bien dos extremos, dos polos de un continuo en el que hombre y
mujer pueden estar en cualquier punto de la línea, pero normalmente, la mayoría de las
mujeres suelen ir más bien hacia el polo de la derecha, mientras que los varones suelen
situarse en el lado de la izquierda.
Por ejemplo, en la línea «laboral-doméstica». No quiere decir que toda mujer sea sola y
exclusivamente doméstica, esté encerrada en casa y el varón no pise por y no sepa nada
de lo que ahí pasa. Quiere decir que si cuantificamos la población total de mujeres, es
posible que la media esté en el 7,5 de la línea, mientras que la media de los varones
estará en el 2,S aproximadamente.
Lo cual no impide que luego se dé un caso concreto en que la mujer esté tanto
tiempo fuera de casa como el varón o incluso más. Hablamos de media, de normalidad,
de casos generales. Y hoy por hoy -en mi opinión, y por desgracia, el modelo de varón,
de padre, es el que trabaja fuera de casa y lleva el «sobre» a su esposa, para que ella
atienda las necesidades domésticas. «La mujer, como la gaseosa, o casera o
revoltosa.»
Polos a los que preferentemente atiende el rol de hombre y de mujer por
naturaleza o por usos sociales:
VARÓN MUJER
Eyaculación, erección • •. Menstruación
Pene, externo • • Vagina, interna
._-. __ .
Padre •• • Madre Penetrar •• • Ser penetrada
Tensión ••• • Relajación
Laboral •• • Doméstica
Activo • • Pasiva
Calle, exterior •• •Casa, interior
Rápido, caliente ••• •. Lenta, fría
Hacer •• • Padecer
Coche de gasolina • • Coche de gas-oil
Mandar •• • Obedecer
Cocina de gas • •. Cocina eléctrica
Inventar, creación •Repetir, tradición
Genital • •. Integral
••
Impulso, apoyo •• •Aguante, Sexual •••
resignación • Sensual

Fuerza •• • Belleza Cama ••• • Salón

"Soldado» •• •"Muñeca» Cuerpo • •. Persona


Pornografía • •. Erotismo
Lanzado • •. Desconfiada

Emisor •• • Receptiva Aunque no se dé • •. Da, sólo si se da

Lógico •• • Intuitiva Conquista, ataca • •. Seduce, coquetea

Verbal, corporal • León, zarpas •


• Sensible, comunicativa • Araña, tela

Hechos • • Palabras Sádico ••• • Masoquista

Conjuntos ••• • Detalles


Algo que creo se puede añadir es que, también normalmente, las polaridades son
complementarias. Dicho de una manera muy simplificada, que cada cualidad de uno de
los dos estará igualada con la separación del otro en relación al centro. Si uno tiene un
1, es posible que el otro tenga un 9; y un 4, si el otro un 6 en esa cualidad.
Deberes para casa
Esta lista de palabras es de mi cosecha. Ha salido a base de ir poniendo lo que se
me iba ocurriendo, de lo que yo he solido ver en las parejas que he tratado. No tiene
rigor científico. Y no trata de ser definitiva, ni dogmática. Más bien intenta dar
deberes para casa, que suelo yo decir, intenta hacer pensar. No quiero dar fórmula o
receta de cómo es o cómo debe ser una cosa; sino que, a propósito de lo que yo digo, se
cuestionen ustedes sobre si eso es o debe ser así, y sobre cómo se desarrolla en su caso
particular.
Se nota que a mí me caen mejor las mujeres que los hombres. También es verdad que
está «inventado» para explicárselo a alumnos varones, ante quienes yo intentaba cargar las
tintas para que entendieran el mundo de la mujer. Además creo, que la mujer suele
acomodarse-meterse-entender más el mundo del varón, de lo que el varón se acomoda a ella.
Los varones somos, por lo general, bastante comodones y un poco machistas.
Dicho lo anterior de que la lista no es definitiva, ni científica, ni pretende ser más que
un medio de hacer pensar, no creo que haya que ir explicando cada una de las palabras.
Preferiría dejar que cada uno, al leerlo y reflexionarlo o comentarlo en pareja o en grupo,
vaya sacando sus propias conclusiones y moralejas.
Hago, sin embargo, alguna aclaración, puesto que algunas apreciaciones pueden ser
totalmente personales. La primera respecto a los tres bloques. El primero, hasta «soldado-
muñeca» es un apartado que podríamos llamar familiar, social. Son modelos que normalmente
da la familia, la sociedad, la TV, los chistes, la educación... El bloque intermedio «emisor-
detalles» quiere acercarse un poco al modo de ser, personalidad, manera de pensar y sentir de
uno y otro. Y el final quiere ser la diferencia en el campo de lo corporal, de la genitalidad.

3.4. Tres aclaraciones


Voy a ampliar algo este último bloque, pues es el que más nos interesa en este momento,
con tres cuestiones que considero han de ser tenidas muy en cuenta. Hay mucha gente que
cree que esto no es así, incluso se asustan al oírlo y dicen que es que yo soy un exagerado. Por
eso mismo creo que es bueno que lo oigan y reflexionen sobre ello. Como siempre, las trato a
través de ejemplos.
3.4.1. El «apetecer» es diferente
Podría ser el primer ejemplo, inventado, explicación de la bipolaridad sexual-sensual.
Dos personas llegan a beber agua, pues vienen con una sed atroz. Van lanzadas a una pila
fresca y clara. Al acercarse, ven una pequeña porquería abajo. Uno, se lanza y bebe tan
tranquilo. La sed puede sobre su «sensibilidad». La otra se echa para atrás: «Ya no tengo
sed». Al ver la porquería realmente ya no le «apetece», ni siente necesidad de beber. El que
bebe no comprende que la otra no beba, y piensa que una cosa son las ganas, la sed, la
necesidad y otra muy distinta el que la sensibilidad se inquiete con aquella pequeña porquería.
Y ella piensa: «¡Será necio! ¡Qué cosas bebe!». No logra comprender que en él pueda más la
sed que la sensibilidad.
Mujer: «sensual»
Algo parecido puede pasar con la relación sexual en el varón y la mujer. La mujer, por lo
general, lleva unido su apetito, sus ganas, su sexualidad a la sensibilidad, a su afectividad, a
su sensualidad. Para una mujer no sólo es importante lo corporal, lo genital, sino que ello está
profundamente relacionado con lo sensual, lo personal, lo integral, lo que entra por los cinco
sentidos: desde el tono de voz, hasta el negro de las uñas o el color de los calcetines. Todo lo
que esa persona es, no sólo lo que le empieza a contar ahora que se pone meloso. Como si
tuviera un termostato que sólo se enciende cuando la habitación está caldeada. Algo así como
que, para que le “apetezca”, necesita que se den connotaciones que no tienen que ver
demasiado con lo corporal: confianza, seguridad, ternura, calma, afecto ...
Varón: «sexual>,
Un hombre, sin embargo, tiene su instinto sexual a punto; siente la atracción a flor de
piel, prescindiendo en buena parte de sus sentimientos, de sus afectos o sus intenciones
futuras. No quiere decir que se deje llevar por ello, pero sí que lo siente. No es que sea un
«inmoral». Es que lo siente así: le basta la atracción corporal, para que le “apetezca”, aunque
no se dé nada más en otros terrenos como el afectivo. Mientras que la mujer siente la
atracción muy matizada por su afectividad, por su sentido de compromiso, de entrega total.
En ese sentido formulo yo lo de que la mujer sólo se da, sólo se entrega totalmente
-«Contigo pan y cebolla»-, si ve afecto, si ve seguridad y confianza; si le falta algo de eso, no
siente -cosa que al varón le cuesta entender esa atracción. Mientras que el hombre siente
esa atracción, en general, casi automáticamente, con la primera que se encuentre, aunque
luego no haga nada. Repito que para poder entender esto, la mujer tiene que comprender que
no es un problema de moralidad o de cara dura, sino de funcionamiento, de fisiología. Así
mismo, el hombre tiene que comprender que no es que la mujer sea tonta o escrupulosa o
reprimida, sino que su apetencia está condicionada por su afecto.
 Ejemplo vivido
Otro ejemplo puede visualizar aún más lo que trato de explicar. Hacía yo un viaje con
una hermana mía, para pasar unos días con nuestra familia de Andalucía. Tras horas de
volante, paramos con la sana intención de, ante todo, ir al baño. Luego nos tomaríamos un
refrigerio y seguiríamos viaje. Nos fuimos al W.C. escopetados. Al poco, yo vuelvo como
nuevo, y me dice ella: «No he entrado, porque el servicio estaba asqueroso». -«¿Quieres que
vayamos a otro sitio?» -«No, déjalo; ya seguimos», me dijo ella con toda paz. Y no volvimos a
parar. Yo me quedé atónito: no entendía que la suciedad eliminara la necesidad.
Con todo esto, no quiero decir que a una mujer no le pueda apetecer, sin más, en un
momento dado, un contacto corporal y hasta una relación genital; y que no tiene que pensar
que es una malvada o una cualquiera, aunque no haya amor profundo. Hablo de lo que es más
significativo como regla general. Porque está muy claro que toda regla tiene excepciones;
pero el asimilar esa diferencia de los que suele ser «apetencia» para el hombre y para la
mujer, evitaría muchos problemas y malentendidos. Problemas que también se podrían evitar,
desde luego, si -como decíamos- se hablara todo, desde el primer momento, sobre la
experiencia corporal.
3.4.2. El placer no es fin, sino medio
La segunda cuestión es también importante. Dos personas, una pareja, van a comer a un
«restorán». Él come alubias «con todo», solomillo con guarnición, copa de la casa, café, copa y
puro. Se queda como Dios... manda. Ella toma espárragos, lenguado y bombón helado.
Igualmente se queda genial. Pues bien, cada uno come lo que quiere y los dos tan contentos.
El problema en la relación corporal es que tienen que comer exactamente lo mismo y en
el mismo plato: los dos alubias y solomillo con guarnición o los dos espárragos. Y no es
cuestión de comer un día a gusto de cada uno. Es cuestión de comer aquello que a los dos les
va a sentar mejor. Quizá algo así como tortilla de espárragos y filete a la plancha.
Yo comería huevos fritos, ella espárragos los dos comemos tortilla de espárragos. Si yo
fuera sólo a comer, si el fin fuera el comer, claro que yo comería huevos fritos y con bien de
pan y de grasa. Pero es que en este caso, para mí lo importante no es la comida, sino el
«comer-con». Si lo importante fuera el comer, sería como si, para quedarnos satisfechos, nos
prestáramos nuestro cuerpo cual «muñeca-hinchable», cosa que, a la larga, nos dejaría
profundamente insatisfechos y acabaríamos reprochándonoslo.
Y tampoco es cuestión de «ceder» -cada día uno, o los dos un poco-. Lo importante es la
comunicación entre las personas; eso es lo que llena y satisface. El cuerpo es un vehículo,
importante, pero vehículo, instrumento. Es necesario que se le dé su importancia de medio y
no lo tengamos como un fin.
3.4.3. Algo de sexología
Aunque no quiero contradecirme, sí quiero completar. Y, puesto que, durante toda la
charla hemos hablado del cuerpo como vehículo privilegiado de la comunicación -la sal de la
sopa-, voy a decir, sin meterme en cosas que no sé, algo sobre el orgasmo.
Desde luego que el orgasmo, aunque no sea el fin de la comunicación, tiene una gran
importancia, precisamente al servicio de la comunicación y el amor. Es un prodigio de la
naturaleza el que, cuando dos personas se expresan plenamente su amor, el cuerpo de ambas
las acompañe con su máxima sensación de placer.
Sin embargo, la experiencia dice que es fatal obsesionarse con el orgasmo. Muchas
mujeres disimulan, para que su pareja crea que lo tienen, y no se quede frustrado. Así como
casi todos los hombres se preocupan -como si fuera lo más importante, y no lo es en absoluto,
ya que la vagina se adapta perfectamente a cualquier tamaño, y precisamente su parte más
sensible es la más exterior por la «medida» de su pene. El orgasmo no es lo esencial, y está
comprobado que no siempre se da -sobre todo, si hay obsesión por ella- esa experiencia, que
sería normal que se diera. Sin orgasmo se puede hacer el amor y disfrutar de una experiencia
igualmente placentera: ¡Fuera obsesiones!
El orgasmo en el varón y la mujer tiene una morfología gráfica -que habrán visto en
cualquier manual bastante parecida: fase de excitación, de meseta, culmen (orgasmo) y
declive. En el varón la fase de meseta acompaña la erección -en ella se efectúa la penetración-,
y el orgasmo suele coincidir con la eyaculación. Sin embargo, los ritmos de semejante proceso
son totalmente distintos: mucho más rápido y con curvas casi verticales (excitación y declive)
en el varón, y casi lo contrario en la mujer.
Aparte de que la misma sensación corporal del orgasmo en el varón está prácticamente
delimitada a la zona genital, mientras que en la mujer está mucho más extendida por todo el
cuerpo, siendo incluso una sensación más envolvente.
 Estar más pendiente del otro que de mí
Dicen las estadísticas que hay un elevadísimo porcentaje de frigidez femenina. Bueno,
pues eso no debería ser así -sería un «contra-Dios» que dicen en Andalucía-, y de ustedes
depende que no sea. No hay recetas. Yo les diría algunas cosas, que, en parte, ya están dichas,
recordando lo de la rueda redonda y de avance lento. Conozcan y exploren su propio cuerpo y
el de su pareja, todo lo lentamente que les haga falta, para llegar con gozo y agrado hasta que
les resulte plenamente familiar.
Y desde las primeras experiencias corporales, háblenlo y compartan todas sus
sensaciones -tanto agradables como desagradables- de uno mismo y hacia el otro. Tengan
siempre presente que el fin es el encuentro personal y el medio el corporal, cayendo en la
cuenta -incluso sobre la marcha- que da más satisfacción lo afectivo que lo puramente
corporal. Estar más pendiente del otro que de ti. Así, incluso lo genital, irá mejor.
 Dos cosas prácticas
Yo suelo decir que lo normal es que el varón acelere y la mujer frene. Deberíais intentar
lo contrario -más como sistema en sí de quedarse los dos satisfechos, que por el hecho de
lograr que el orgasmo se dé en los dos a la vez, lo cual no es importante, ni hay que tenerlo
como meta a conseguir.
Sobre todo, al principio del acto sexual y, como el ritmo del varón es mucho más rápido,
él es quien debe ralentizarlo lo más posible. Que toda lentitud te parezca poca -preludios,
caricias, frases tiernas, respeto, atención a lo que ella va necesitando-. Y tú, tranquila.
Expresa lo que sientes, pide lo que necesitas, no te avergüences de nada, «relájate y
disfruta», entrégate, que no te dé miedo a perder el control y a lo que pudieran pensar.
A modo de paréntesis, creo que mucha frigidez femenina viene de ahí: de esa «buena
educación», que impide a la mujer dejarse llevar por e! cuerpo y perder el control ante
alguien. Experimenten, creen, retocen, inventen -no comparen-. Hay coitos
satisfactorios sin orgasmo. Y, como decía, se puede «hacer amor» sin coito. La
persona y su amor es el fin, el placer mayor.
Calma, ternura y confianza -tres palabras clave-. Y luego un buen rato, comenten
la jugada, pasen la moviola, compártalo todo. No caigan en la rutina. Mañana será mejor
que hoy; porque será distinto y una nueva ocasión de amarse más -no por crear
expectativas, que siempre frustran-.
La otra: todos los detalles, anécdotas, ironías, bromas, mimos desplantes, TODO lo
que pasa durante el día, está influyendo en que luego se funcione bien en la cama.
Busquen el momento oportuno para comentarlo con tranquilidad,
Otra más técnica
Dicen los expertos que cada vez más se da menos el orgasmo vaginal y tiene
menos importancia, mientras que el producido por la estimulación del clítoris es el más
frecuente y el que más se debe cuidar, bien sea indirectamente en la penetración, o
bien directamente -y tranquilamente- con la manipulación por parte de cualquiera de
los dos.
Si después de todo lo dicho, algo va mal, no tengan ningún miedo ni pudor en
acudir a especialistas, que para eso están y cada día, gracias a Dios, se acude más a
ellos. Que nunca les pueda e! miedo o la vergüenza. Nadie nace sabiendo. Busquen un
ginecólogo y un urólogo de confianza y acudan a ellos -mejor ir juntos-, ante cualquier
duda o anomalía en su relación genital.
Y, si ellos ven que no hay causas orgánicas (fisiológicas, médicas) para ese mal
funcionamiento de sus cuerpos, acudan a un psicólogo o un sexólogo, pues puede que
haya en o entre ustedes algún bloqueo mental inconsciente, algún trauma de infancia -o
lo que sea-, que, tratado a tiempo, no tiene mayor problema.
Y para terminar, y, puesto que estas charlas se van a convertir en libro, voy a
entresacar algunas frases de un precioso pequeño libro sobre la pareja de mi amigo v
terapeuta, el gran psiquiatra Fernando Leal (La pareja humana). Dice. Prácticamente lo
mismo que yo pienso, aunque lo expresa mejor, y tiene un mayor peso de ciencia y
autoridad.
En la mujer la sexualidad va ligada a la afectividad
«El segundo fenómeno que queríamos describir -dice Fernando Leal en el
capítulo de los conflictos en la relación hombre-mujer, es el de la problemática
derivada de la afectividad ligada a la sexualidad. Es un fenómeno genuinamente
femenino. Hace unas décadas las publicaciones psicológicas y psiquiátricas debatían el
tema. Solían coincidir los diferentes autores en que la sexualidad femenina está
ligada al amor más que a la masculinidad.
En cambio la sexualidad masculina y sus manifestaciones corporales parecían más
libres, más independientes de los sentimientos y por tanto más independientes del
amor a la pareja.
Quizás en las últimas generaciones las mujeres jóvenes, las más recientes, hayan
cambiado la concepción del comportamiento sexual ligado al amor y circunscrito a un
solo hombre, a su pareja. La sexualidad de las últimas promociones femeninas es más
libre, más independiente del amor, de la familia, de la pareja y de los
condicionamientos propios de la feminidad (miedo al embarazo ... ),
No obstante, hemos observado que en la mujer, aún en los grupos más afectados
por el «Boom de la Progresía», el amor y los sentimientos son decisivos a la hora de
marcar su comportamiento sexual.
En definitiva consideramos que el comportamiento sexual de la mujer está más
ligado al amor y más afincado en la pareja que el del hombre. Hasta el punto de que
incontable número de mujeres afirman rotundamente que les sería "imposible" un contacto
sexual con un hombre al que no amaran»
¡Los maridos, «atentos»!
«Esto que, en principio, es una sólida base para la estabilidad de la pareja, en tanto en
cuanto la aleja de veleidades pulsionales momentáneas, a las que es más proclive el hombre,
plantea por otra parte un problema en el seno de la propia pareja. Muchas mujeres no quieren
tener relaciones sexuales con su marido si la situación afectiva y sentimental no es buena. Es
como si les fuera también "imposible" unirse al marido, si los sentimientos del mismo momento
no son positivos.
Como si, antes de llegar a la unión sexual, necesitaran poner orden en el afecto, en el
cariño. Tanto es así, que frecuentemente expresan ideas e impresiones de sentir que se
prostituyen si el cariño no acompaña, incluso precede a todo contacto sexual con su propio
cónyuge.
Este plano sentimental que incide tan directamente en la actitud sexual de la mujer,
tiene unas características muy peculiares. Durante el acto sexual, hay mujeres que tienen que
imaginar hermosos actos de amor, de ternura y bellas escenas románticas para poder efectuar
el coito con un mínimo de éxito. La mayoría de ellas son conscientes del efecto favorecedor de
dichas fantasías, por lo que las buscan y las elaboran deliberadamente.
Vemos, pues, que la afectividad ligada a la sexualidad puede plantear y plantea problemas
en la pareja. Ante ello el marido se impacienta, se irrita. Su esposa que no desea irse a la cama
con él, le pide en cambio "detalles" delicados, amabilidad, conversaciones, algún ramo de
flores, algún regalo por sorpresa, no dejar pasar por olvido la fecha de cumpleaños, llamada
por teléfono.
Los hombres que sean "poco finos" -según expresión de las propias mujeres- tienen todas
las de perder en ese campo, porque, además ignoran que tienen un duro rival que vive en la
fantasía de sus esposas».
 Para el varón la sexualidad es placer
«El tercer fenómeno general que queríamos describir entre los llamados "normales" de
la conflictividad sexual de la pareja, es el de las consecuencias de la utilización de la
sexualidad como fuente de placer desprovista de contenido moral o relacional. Este fenómeno
es la cara opuesta de la anterior. Es el predominio de la descarga sexual sobre el contenido
afectivo, moral, relacional. Es la búsqueda de la satisfacción sexual por sí misma.
Las consecuencias del acto sexual han sido siempre más fuertes para la mujer que para
el hombre. Para éste, la estrecha relación entre coito y placer intenso ha sido determinante
para que muchos hombres enfaticen el placer sexual, hasta llevado por encima de criterios
afectivos y morales.
Esto plantea un doble problema a la pareja: o el hombre busca satisfacciones sexuales
fuera de ella, con las consecuencias obvias de que ello se deducen, o busca la satisfacción
dentro de la pareja, aun en el caso de que los valores afectivos y morales no acompañen a la
sexualidad. Dicho en términos simplistas, que el marido se "obsesione" con la búsqueda del
placer sexual y la esposa llegue a la conclusión de que sólo la quiere "para eso"».
 Miedo al «macho»
«Hay toda una tradición y toda una filosofía detrás de este fenómeno. Archiconocidas
son y forman parte del lenguaje común de muchas mujeres de todas las latitudes las frases
hechas como: "Los hombres sólo quieren una cosa"; "Ya sabemos lo que buscan los hombres";
"No te fíes de los hombres que, una vez que han conseguido lo que quieren, te abandonan";
"Ten cuidado con los hombres que sólo quieren aprovecharse"; etc.
La filosofía que subyace en estas actitudes es de precaución y prevención ante el
hombre, y lleva a la mujer a tratar al hombre con distancia, rebajándolo a la categoría de "ser
viviente con bajas pulsiones y bajas intenciones". Hay muchas mujeres que tratan al marido
como un animalito al que hay que dar una cierta ración de sexo, igual que se echa de comer a
los animales domésticos. El concepto de los "deberes conyugales" que tienen muchas esposas
no está muy alejado de esta actitud de distancia a la que nos referimos.
Por otra parte, muchos hombres favorecen esta concepción del sexo con innumerables
conversaciones y actitudes "machistas" (nunca mejor empleado el término), llenas de alardes,
de inexactitudes y de fanfarronadas, que, en el fondo, no son sino posturas inmaduras, con
sentimientos de inseguridad, pero que producen un efecto nefasto: La "cosificación'' de la
relación sexual y, por ende, el peligro de cosificar también a la mujer. 0, como se dice ahora,
hacerla "mujer objeto" en vez de mujer persona, compañera, amiga.
Este peligro de cosificación está presente en muchas parejas, pues al hombre le cuesta
mucho trabajo sustraerse a las influencias culturales por una parte, y al apremio de sus
pulsiones por otra.
Para el hombre poco sensible a prestar atención a las reacciones psicológicas de los
demás, puede ser un riesgo natural, espontáneo, el de querer utilizar la relación sexual con su
mujer como una fuente de placer, a la que se puede recurrir rutinariamente, casi
mecánicamente: como se pulsa un interruptor, cuando se quiere encender la luz. Pero en los
asuntos psicológicos se pagan caros los mecanismos y las rutinas.
Si se hace sufrir a "la partenaíre'', aunque sea inintencionadamente, esa reacción
psicológica se volverá como un boomerang contra el agente del error, que no tuvo
suficientemente en cuenta la personalidad de su cónyuge. En la relación de pareja, los errores
y las ingratitudes se pagan, tanto los errores conscientes como los inconscientes.
Si una esposa se siente mal por causa de determinada actitud del marido, aunque no se
lo exprese con palabras, se lo hará pagar con hechos, aun en el caso de que ella no quiera
devolverle el mal recibido. Así la mujer que se siente tratada con desconsideración por parte
del marido, terminará frustrándolo sexualmente, incluso recurriendo inconscientemente a la
vía de la somatización (padeciendo una enfermedad física, somática).
A todas estas dificultades tiene que hacer frente la pareja, cuando uno de los
cónyuges (el hombre generalmente) utiliza la relación sexual como fuente de placer desligada
del cariño, de los valores morales de la pareja o de las consideraciones oportunas de la
convivencia de dos seres que están en relación permanente».
Capítulo 3
EL AMOR

Vamos a hablar sobre el amor. ¿Qué es amar? Un tema tantas veces tratado y
sobre el que, sin embargo, necesitamos aclararnos más y más. Vamos a tratar el
asunto, no como un tema de filosofía o psicología. Nos vamos a remitir sencillamente
a lo que pasa, a lo que nos pasa. Aunque tened en cuenta ya, desde el principio, que yo
quiero definir lo que es el «Amor 10», total y pleno, que es el que da felicidad al que lo
vive. No se asustéis si les parece inalcanzable. Es la meta, el final, el culmen de la
comunicación. Por tanto, un camino a seguir. A ver si reflexionamos juntos. Y luego,
como siempre, lo piensan ustedes, lo comentan y ven dónde están, y a dónde quieren
llegar. «Lo importante no es dónde s está, sino la dirección en la que se camina», creo
que decía Goethe.

1. Sentimiento-actitud
Para empezar, quiero hacer una matización que me parece imprescindible: hay
que distinguir entre sentimiento y actitud.
Es una distinción muy importante en muchos campos, pero, en el caso del amor, el tener
clara esta diferencia es imprescindible. En vez de sentimiento, quizá hubiera sido más
correcto hablar de sensación, pues el amor, en parte es un sentimiento, en parte una
sensación. Uso, sin embargo, sentimiento en contraposición de actitud, porque creo que aclara
más, sobre todo, en el caso del enamoramiento.
Si queremos saber quiénes somos y cómo nos comportamos, es importante diferenciar
lo que nuestra sensibilidad acusa, nota o siente, de lo que nuestra voluntad decide hacer.
1.1. El sentimiento
Espero que la matización completa la logremos a lo largo de toda la charla. Pero
podemos ya decir que sentimiento es aquel movimiento interior, aquella alteración de mi
sensibilidad, que se provoca ante una situación o acontecimiento externo a mí -también por
decisiones o actitudes propias o ante cambios o síntomas, gozosos o dolorosos de nuestro
propio organismo-, o por la actuación de otra persona, incluso por su sola presencia, sin que yo
tenga que ver nada en eso que pasa.
La actitud sería el modo como yo respondo a esa persona, cómo respondo a esa
situación, cómo reacciono tras el sentimiento. Por ejemplo: noto, de repente, que a una
persona con la que estoy le huelen los pies. Mi sensibilidad olfativa siente el olor (no te digo
nada, si estás con tu pareja y notas que le huele la boca... ): es un sentimiento de desagrado.
De la misma manera que cuando hace frío tú y yo tenemos una sensación de frío, sentimos el
frío.
No depende de mí
Hay mucha gente que da importancia al sentimiento, como si fuera culpable de él. «Me
acuso padre de que me cae muy mal la profesora de matemáticas.» De eso no se tiene que
acusar usted, se tiene que acusar en todo caso ella... De la misma manera que yo no me voy a
acusar de que me molestan los pies de este señor. Ese es su problema. Si él es consciente,
que se bañe y se cambie los calcetines.
El problema no es mío. No tengo que sentirme culpable ni tengo que pedir disculpas de
poseer olfato. Nadie dice: «Me acuso de que hace frío». Sin embargo, hay mucha gente, con
interés por su vida espiritual, que te dice: «Me acuso de que tengo genio, de que soy tímida,
de que esto me da pereza, de que cierta persona me cae mal». Eso no es un problema de
usted. No somos culpables ni responsables de los sentimientos.
Sí depende de mí mi reacción
Otra cosa será el modo como usted después reaccione, lo que usted haga ante esa
persona o ante ese profesor, que le cae mal. Si hace frío y usted, como un tonto, por
presumir, se queda en mangas de camisa, eso ya es una actitud mala en usted...
Si al que le huelen los pies viene y me dice: «Oye, que quiero hablar contigo», yo le
respondo: «Mira, no tengo tiempo, vuelve en octubre, a ver si entonces no te huelen los
pies...». Eso ya es una reacción mía, una actitud mía ante esta persona. Ahí es donde estará mi
culpa. El amor -y la felicidad- nos lo jugamos en las respuestas, en las posturas que tomamos,
en las actitudes.
Alguien me dice: «Hay una persona que conozco y me cae genial. Es que, mira, nada más
que la veo es que se me van los ojos y llego a casa y estoy deseando llamarla por teléfono y no
pienso más que en ella». Me estás contando un sentimiento, lo que esa persona produce en ti.
Todavía no se sabe tu respuesta, no se sabe si quieres que se convierta en tu reina o la vas a
comprar como esclava. No se sabe si vas a reaccionar en amor o en egoísmo. Porque el amor
consiste en entregarse. Y el egoísmo en poseer.
El «Sentimiento» de amor es más bien enamoramiento. No es, en sí mismo y siempre
amor. Yo voy a llamar amor a la actitud de amor. Espero que poca a poco se entienda el por
qué. Si veo una persona y me arrebata es sentimiento, puede no ser amor, pues todavía no hay
en mí más que lo que ella produce en mí. El amor se demuestra en las actitudes, no en el
sentimiento. Luego hablaré un poco más largamente del enamoramiento, como paso previo
para el amor.
1.2. La actitud
Actitud es cómo reacciono después de los sentimientos. Si ante la persona a la que le
huelen los pies salgo corriendo e, incluso, la insulto, ahí está mi respuesta: es una actitud de
rechazo, de egoísmo. Si, sabiendo que la cebolla me repite, me como dos kilos; si en una
habitación helada, entro sin chaqueta y me quedo dormido; si soy muy excitable, y veo
películas de miedo,... son respuestas que deliberadamente hago, conociendo mi sensibilidad.
Son mis comportamientos conscientes. Demuestran mis actitudes de las que sí soy
responsable.
Actitud es qué papel tomo en cada situación, qué postura de corazón tomo con cada
persona, qué sentimientos fomento, hacia qué reacción dejo que ellos me lleven. Y de esto sí
que soy culpable; esto es lo que define el amor. Insisto: no el sentimiento que alguien me
produce, sino el cómo me comporto yo con él, la actitud con que respondo.
Sentimiento que se hace actitud
Yo a veces digo en este punto, que el sexto mandamiento, tal y como se ha enseñado a
veces, sería para «bichos raros»: «No tener pensamientos ni deseos impuros» es imposible.
Si uno está bien hecho, es normal que pase una mujer muy bonita delante y tenga ocurrencias
sensuales, que por influencias judías se llaman «impuras».
Pensamientos y deseos «impuros», totalmente natural, lógico, justo y necesario ¡gracias
a Dios! De eso no se debe uno acusar, porque todavía no es suyo, es únicamente la provocación
producida en la sensibilidad. Falta la reacción, la respuesta consciente del sujeto. O sea, la
actitud que él toma para con la mujer bonita, que ciertamente puede ser ofensiva y grosera,
incluso de pensamiento, pero que puede ser delicada y correcta, reconociendo su belleza y la
emoción que produce en el otro sexo.
Pecado es sólo la actitud de ofender conscientemente. Y los actos que ella genere. Ya
hemos hablado y hablaremos más. Lo malo es, si tú dejas que ese pensamiento o deseo te
invada, se apodere de ti. Entonces, sí sería malo y tú, responsable de ello. Porque ya ha
pasado a ser actitud que te destruye a ti -u ofende a otros- en tu ser de persona libre ,
responsable, maduro y feliz. Recuerda: no es malo, si simplemente te viene de fuera; pero sí,
cuando tú dejas que te domine.
Una consecuencia, pues, debe quedar clara: no somos culpables de los sentimientos;
somos culpables de nuestras actitudes.
Las justificaciones
Y otra consecuencia muy importante -y muy curiosa-: los sentimientos no deben
justificar la actitud. Me explico. Uno dice: «Es que mi madre es una "palizas", y yo estoy ya
que no la aguanto. Tengo el sentimiento de que, cada vez que ella se acerca, vomito. Es que ya
no puedo más, porque está todo el santo día metiéndose en mi vida, y ya no puedo más, y… ¡la
he matado! Estaba en mi derecho». Y se queda tan fresco, porque la culpa no es suya.
Hay gente que se justifica tan tranquila, con que determinada persona le resulta
cargante, le provoca un sentimiento de rechazo, para mandarla a paseo: «¡Bien merecido se lo
tiene!». No, no justifiques tu mala actitud porque los sentimientos sean desagradables.
No se justifica el no hacer caso a una persona, porque nos caiga mal. «Es que no puedo
más, a ese señor le he tenido que pegar dos tortas». No, porque, aunque el sentimiento te
resulte molesto, no justifica que hagas una cosa mala, siguiendo ese sentimiento. Lo que
tienes que hacer es, si por ejemplo hace frío, ponerte un abrigo; es decir, reaccionar
acertadamente ante el hecho del frío. Pero no: «Como hace frío, estoy incómodo, llego a
hartarme y voy y mato al alcalde. ¡Es que se lo merecía!».
¡Qué conclusión tan absurda! Si hace frío, abríguese usted. Si su madre es una
«palizas», intente que no lo despierte, que no decida ella con quién se va a casar. Es decir,
póngase un abrigo. Reaccione usted acertadamente ante el fenómeno de poseer un agente
«palizas» en su casa. No se salga usted por el absurdo.
No reaccionar con actitud negativa
Pero añadamos otra cosa importante. Al justificarnos con el sentimiento, al no ser
culpables de él, puede que creamos que no somos culpables de no reaccionar con actitud
positiva. No, no afirmamos eso. Es preciso reaccionar. Por ejemplo:
-«¡Qué frío hace!».
-«Pues ponte un abrigo».
-«No, es que no hay derecho; no sé qué hacen, que no encienden la calefacción».
Y agarra un resfrío, porque él no es el culpable de pasar frío; la culpa es del calefactor.
Algo así como si dijera: «Si me da la gripe, ¡peor para el calefactor!». (Como aquel chiste, que
se puede atribuir a quien se quiera, según las fobias: Dice uno a otro: «Acabo de engañar al
revisor; he cogido billete de ida y vuelta, y ¡todavía me estará esperando!).
Y ahora, cómo no, un ejemplo, que, por lo menos a mí me ha pasado de pequeño. Un
chico, sin demasiadas ganas de estudiar, en días de exámenes se tiene que levantar a las seis
para estudiar y queda con su madre para que lo llame. Al día siguiente, son las seis y está
despierto: «En cinco minutos viene mi madre», piensa y espera. A las seis y cinco: «¿Cómo no
vendrá mi madre?». Seis y veinte: «A este paso mi madre no me despierta». Seis y cuarenta y
cinco: «Como no venga pronto mi madre, no voy a poder estudiar todo lo que tengo».
Y llega la madre, a las siete y media, y el chico la riñe porque, por culpa de ella, él no ha
podido hacer lo que tenía que haber hecho. Incluso es posible que, en la comida él no eluda el
tema delante de su padre, porque, esta vez, él no ha dejado de estudiar por culpa suya, sino
por la madre. Cosas parecidas pasan con frecuencia, ¿no?
Ejemplo sufrido por mí
Recuerdo una vez ir en un taxi por Madrid. Era un día de lluvia. Se nos echaba encima un
coche familiar, repleto de niños y padres distraídos y cristales empañados. Yo dije
instintivamente:
-«Frene, que éste no se para».
y el taxista respondió:
-«No, si nos acabará dando».
Pero él no frenó, porque la culpa era del padre distraído. Y nos dio. Y le echó la bronca.
Mi buen taxista podía haber evitado el golpe; pero, como la culpa no era suya... Como si
se tratara de llevar la razón. Y no de vivir en felicidad. Como si nos pudiéramos consolar de
ser desgraciados, con que el autor de nuestra desgracia es un agente externo a nosotros;
siendo así que nosotros, reaccionando, podíamos contrapesar ese agente.
Pero la «coartada» para que nosotros no hagamos nada está ahí: la culpa de que no
seamos felices es de otros. Es de nuestros padres, de la educación; del gobierno, de los curas
o de quien sea. Nosotros lo denunciamos Y luego, pudiendo hacer, no hacemos.
El sentimiento, si me domina, me hace daño
Si ante un sentimiento malo yo hago mal, me hago daño a mí mismo. Es algo de lo que
decía Jesús enmendando lo del «ojo por ojo»: «Si te dan en una mejilla, pon la otra». ¿Cómo
entender esto? La bofetada es el sentimiento. El devolverla es la actitud. La bofetada me
hace daño, me duele. Pero, si devuelvo el golpe, me hago más daño a mí que al otro. Porque lo
que yo hago, mucho más que hacia fuera, hace efecto hacia dentro. Modela mi corazón.
El matar es malo, desde luego; pero no sólo por lo que tiene de malo ese acto hacia
afuera -eliminar la vida-, sino porque, además, va poniendo mi corazón en postura vengativa,
rencorosa, asesina…. Me va quitando sensibilidad, me va deshumanizando, me va
descristianizando poco a poco, y sin que yo me dé cuenta.
El devolver la bofetada, convéncete, es dejarte dominar por el sentimiento, convertido
en actitud que te destruye, cambia tu postura de corazón: de amor a egoísmo.
La felicidad viene de dentro
Aunque padezcamos malos sentimientos, la felicidad no nos la jugamos ahí. Nos la
jugamos en las actitudes. Puede muy bien ocurrir que yo me halle a disgusto con todos
ustedes, y eso a mí no me haga desgraciado. Lo que me hace desgraciado es, si yo ante eso
tomo una postura mala, que no me aguanto, que les intento fastidiar, que les amargo y que me
amargo la existencia. Porque es la actitud de corazón la fuente de nuestra felicidad y de
nuestras horas amargas.
Imagínense a un señor que se le muera su padre, que le sobrevenga una enfermedad y no
tenga un centavo... Ese señor puede ser feliz, si logra tener una buena actitud ante la vida. A
veces será difícil, pero, si él logra tener una buena actitud ante la vida, es decir, si sabe
encajar los golpes, si sabe reaccionar defendiéndose de los agentes adversos y no se hace la
víctima, ese señor, vengan como vengan los sentimientos, puede ser feliz. ¿Por qué? Porque la
felicidad es una experiencia interior que brota de la actitud del corazón y ésta es posible,
incluso, padeciendo sentimientos dolorosos.
Y al revés, un señor puede tener unos sentimientos preciosos, por estar rodeado de
plumas, algodón... Y, con todo, ser un perfecto desgraciado. Hemos visto gente de uno y otro
caso. Personas que tienen de todo menos felicidad, y personas que parecen carecer de todo
menos de paz interior.
De nuevo: la felicidad, no es lo que nos viene de fuera; la felicidad depende de nuestra
actitud, de nuestra postura de corazón.
La actitud de amor genera gozo
La vida te puede dar sentimientos agradables o desagradables. La actitud de amor
produce dentro un sentimiento gozoso siempre: es la única manera que tenemos de engendrar
en nosotros sentimientos positivos. Vengan como me vengan dados, si yo respondo a la vida
con amor, automáticamente se produce en mí un sentimiento gozoso: «Dios me ama y me
perdona", <<Jesús está de mi parte y cuenta conmigo", «Gracias a la Vida, que me ha dado
tanto", «Soy un privilegiado de la vida", «¡Cómo me voy a quejar, con toda la gente que hay tan
mal, que ni me hago una idea!".
Ya puedo estar rodeado de sentimientos desagradables que, como mi postura ante esos
sentimientos siga siendo postura positiva, postura de amor, tarde o temprano, en mí
empezarán a nacer sentimientos producidos por mi propia actitud. La persona que ama,
empieza a ser feliz.
Es algo de lo que Jesús expresaba diciendo: «De tu interior brotará un torrente que
saltará hasta la vida eterna". Y mi amigo Paco Arrondo solía dar un consejo inusitado, de
inspiración Gibranesca. «Si de algo estás necesitado, da de eso mismo». Si tienes sed y
buscas que te den agua, nunca te saciarás. Si tienes sed y procuras quitar la sed que los
demás también tienen -y seguro que más que tú-, notarás que se te va quitando tu sed.
Paradoja que, como todas, sólo se entiende -mejor, sólo se experimenta, que no se entiende-,
cuando se vive.
Yo escribí algo parecido en un poema sobre las Bienaventuranzas -que aparece en la
última charla-: «Si, el darnos a los demás hace que se relativicen nuestros problemas,
notaremos, dentro de nosotros, que nadie nos puede quitar, ya, la felicidad».

2. Enamoramiento-Amor
Hablemos ahora algo del noviazgo, empalmando con lo que decíamos del enamoramiento.
Antes he dicho que el enamoramiento no es amor y, quizás, les ha resultado raro. Lo que
quiero decir -y puede ser que ya lo hayan intuido, por lo dicho antes de diferencia
sentimiento-actitud-, es que el enamoramiento es lo que la otra persona produce en mí:
atracción, agrado, ganas de estar con ella, de acariciarla... Incluso de compartir mi vida con
ella. Es el «flechazo», «Contigo pan y cebolla», «Es la mujer de mi vida», «No puedo vivir sin
ti». Y que puede durar dos meses y acabarse, porque se deja de sentir todo eso. O puede
durar y llevamos al matrimonio, y amarnos y ser felices toda la vida. Puede ser amor o
egoísmo.
2.1. Primera fase del noviazgo
El enamoramiento es, pues, la primera fase del noviazgo. Es necesario que yo sienta
atracción, cariño, agrado, para compartir mi vida con alguien. Pero no es suficiente.
Tras el enamoramiento -como sentimiento y como tiempo de salir juntos- es necesario
que se compruebe en los dos la actitud de amor, que yo la subdividiría en dos condiciones.
Una, lo indicado antes de postura de corazón; y otra, la coincidencia vital.
2.2. Segunda fase
Postura de amor
Amor, como postura de corazón: «Me importa más tu felicidad que la mía». Es el estar
dispuesto a todo, con tal de que ella sea feliz. Voy a poner un caso límite; es un ejemplo «X»,
que puede herir la sensibilidad del oyente. Sería propio de un «Amor 10», amor con
mayúscula, al que tenemos que aspirar, aunque lo veamos inalcanzable. Pero, por favor, no
digas que eso no es amor, que es demasiado para el body.
«Estoy dispuesto a que, si vas a ser más feliz con otro, te vayas con él y yo me quedo
dolorosamente feliz, porque cifro mi máxima felicidad no en mí sino en ti. (¿Verdad que es un
caso límite de los que da miedo el pensarlo? Bueno, pues no lo pienses demasiado, no voy a ser
que te asustes y no quieras seguir aspirando a esta clase genial de amor-amor.) Respeto tus
ritmos, tus sentimientos, tus estados de ánimo; te admito como eres, no espero en ti la
perfección; intento comprender y compartir tus emociones y tus necesidades afectivas,
aunque yo las viviera de otra manera.» Y un etcétera larguísimo.
En esta fase se daría la definición que da E. Fromm -de quien os recomiendo muchísimo
su pequeño y genial libro El Arte de Amar- de amor adulto: «Te necesito, porque te quiero».
Y no la propia del amor infantil, quizá del enamoramiento: «Te quiero, porque te necesito».
Más deberes para casa.
Coincidencia vital
Creen en los mismos valores vitales; coinciden en las mismas o semejantes ideas y
vivencias religiosas o espirituales; comparten un mismo plan de vida sobre la familia, los hijos,
su educación, el uso del dinero, el nivel de vida; mantienen unos mínimos gustos o aficiones
comunes; tienen posturas similares sobre la pareja, sus roles dentro de ella, trabajo, modo de
vida, ilusiones y esperanzas.
Y todo esto lo prueban y lo comprueban, ven que se da y se corresponde, que se está
dispuesto y comprometido a dar y recibir. Así como luego diré que en el auténtico amor hay
que dar sin esperar recibir -no te asustes ya, espera para luego-, en el noviazgo no. Hay que
comprobar que tu pareja te ama a ti como tú a ella.
A esto lo considero yo la segunda fase: «Vemos que estamos enamorados, pues vamos a
ver si se da el amor. Si hay actitud de darse, de entregarse y si hay complementariedad,
coincidencia y enriquecimiento. Y, si no se da, por mucho cariño que nos tengamos, por muy
«enamorados» que estemos, pues lo dejamos. Y cuanto antes mejor, que cada vez será, si no,
más difícil cortarlo, y más y más daño nos iremos haciendo.
El noviazgo es tiempo de prueba. A alguna gente he oído yo decir: «Ahora no me llena
del todo, pero ya cambiará». (Como lo del chiste: «Esto no queda así». -«No, esto se hincha».)
Uno de novios
Y, a propósito de chiste, hay uno de novios muy bueno, con mucha moraleja. Dos novios
-intento abreviar- tienen que pasar una noche en una mala posada. Piden dos habitaciones y el
dueño les dice que sólo le queda una de dos camas, pero -viendo la timidez de la novia-, les
dice que no se preocupen, que es muy grande y tiene un biombo muy aparente, que la deja
como si realmente fueran dos habitaciones. Suben, se acuestan, cada uno en su «habitación»;
pero, claro, no se duermen.
Dice ella:
-«Pepe, ¿no te parece que hace calor? Podrías abrir un poquito la ventana».
Y Pepe la abre. Al poco tiempo:
-«Pepe, ahora tengo frío, cierra un poco».
Bueno, así hasta la decimoséptima vez, a las cuatro de la mañana. Y a la décimo octava:
-«Pepe, tengo algo así como frío».
-«María, ¿quieres que hagamos como si estuviéramos casados?»,
-«B u e no, c a r i ñ o... ».
-«Pues entonces, levántate tú, María, y cierra la ventana¡».
Las cosas, de cambiar algo del noviazgo al matrimonio, cambian a peor.
2.3. Tercera fase
Y la tercera fase será el comprometerse a vivir todo eso en pareja; a ayudarse
mutuamente a crecer; a que ese amor no decaiga nunca, a lucharlo y pelearlo, conquistándose
y seduciéndose cada día. Puede parecer una tontería, pero creo que no siempre se le da la
importancia debida. De hecho, la mayoría de las parejas es como si ya, al haber firmado el
papel, hubieran terminado el camino del amor. «Ahora a disfrutar.» Y yo diría que, con la
boda, es cuando realmente empieza el camino y hay que aprender a amar y dejarse amar:
«Hoy te quiero más que ayer, pero menos que mañana». Y eso hay que llevarlo claro del
noviazgo. Incluso, en la medida de lo posible, haber comprobado que va a ser así.
Por otro lado lo de comprometerse con algo o con alguien y renunciar, por tanto, a una
parte de tu libertad es algo que no se da demasiado. Dicen que a los jóvenes de hoy les
cuesta hacer y mantener compromisos definitivos. La llamada «eterna adolescencia» es
bastante frecuente hoy. A mi hermano una vez, de pequeño, le preguntaron qué quería ser de
mayor, y él contestó:
-«Hijo».
Es muy normal. Sigo estudiando, sigo viviendo de mis padres -aunque dé algo de rabia, a
veces-, sigo picoteando en todos los campos y, así, no renuncio a nada.
Hoy es difícil comprometerse
También es verdad que hoy está difícil. Por lo psicológico, lo económico, el apartamento,
el trabajo... Pero, además está el hecho del miedo al compromiso, a la obligación asumida, a la
responsabilidad.
Yo suelo poner el ejemplo del «paisaje». Un pintor, que quiere pintar un cuadro, tiene
que ponerse a pintar algo concreto, porque no va a meter todo el universo en su pequeño
lienzo. Con lo que renuncia a todo lo demás. Me podéis decir que el pintor puede pintar
primero esto y luego aquello. Incluso cambiar de género: de paisajes a bodegones. Claro, y
luego ¡a retratos!
Pero creo que el ejemplo tiene un lado que vale. Si quieres hacer algo serio en tu vida,
tienes que tomarte eso como un compromiso serio; y renunciar a lo demás. Y eso cuesta.
Aunque, ahora que lo pienso, creo que el otro lado, que no valía, también vale. Hace
tiempo me decía Fernando Zóbel, un gran pintor abstracto, que nunca un cuadro satisfacía la
idea o sensación que quería haber expresado en ese cuadro. Por lo que siempre necesitaba
seguir pintando. ¡No les parece también bonito aplicado a esta tercera fase? Comprometerse
a intentar juntos llegar al Amor-Amor. Y no parar nunca de hacer intentos de vida en común
(Amor), hasta que sean plenamente satisfactorios. (Pues, no me ha quedado mal, ¿no?)
Más vale prevenir que curar
Y creo que son tres fases que deben ocupar espacio, energías y tiempo. Y
comprobaciones. Todos conocemos parejas, que se han saltado alguna, y han «saltado»
demasiado pronto en añicos. Se casan, porque están muy «enamorados», pero sin amor. O
simplemente, porque llevan saliendo ya mucho tiempo y ahora «toca» casarse; o de penalty; o
porque quieren sus familias que se casen.
Tampoco les quiero cansar. Creo que está suficientemente clara la importancia que doy
yo al noviazgo. Pero es que coincidirán conmigo en que la gente le da demasiado poca.
Para poder conducir, se exige un carnet: un examen teórico sobre el Código de
Circulación; y otro práctico, con un especialista, que, sólo te aprueba, si observa que
realmente sabes manejar un coche con pericia y prudencia. A todos nos parece lo natural. No
van a permitir que al primero que le apetezca, porque tiene muchas ganas de conducir un
coche, lo dejen suelto por ahí. ¡Menudo peligro público!
Pero, para casarse, nada. «Nos queremos mucho.» Pues, ya está. Ni siquiera quieren
hacer «cursillos prematrimoniales» (Bueno, tal como se dan en algunos sitios, estoy con ellos.)
Termino con esto. Yo creo que, en vez de preocuparse tanto del divorcio y del aborto,
de la droga y la delincuencia -aunque haya que ocuparse-, todo el que educa -Iglesia, Cultura,
Padres, Tutores, Pedagogos, Psicólogos y Sexólogos- tendría que ocuparse mucho más de
prevenir que de curar. Y que la gente se deje.
3. Echar cuentas - Regalar
Dicho esto, ¿qué sería una actitud de amor y qué sería una actitud de egoísmo? (A
partir de aquí, fíjense que he puesto en el título del capítulo dos palabras, que se refieren a
dos actitudes: a la izquierda la que no es amor, sino egoísmo, a veces pintado de purpurina, y a
la derecha la que es amor.)
Hay como dos posiciones. Una postura que solemos adoptar, es la postura de echar
cuentas, de hacer economía. Otra es la postura de amor, que es postura de regalar.
¿Qué es echar cuentas? Es ir a la vida a esperar compensaciones. Es la postura de aquel
que pone la importancia de su vida y sus expectativas en ver qué le van a devolver por lo que
ha dado. Es ir a cualquier sitio, a ver si ahí sucede lo que yo esperaba. Es ir incluso a dar,
pero buscando de rebote darnos un regalo a nosotros mismos. « Yo te voy a dar a ti un beso,
te voy a hacer un favor. A ver si tú luego, mañana, me haces a mí una cosa parecida».
En el fondo, si son ustedes un poco honrados, notarán y les pillarán, que están –estamos-
casi de continuo y como inconscientemente echando cuentas. Con nuestra pareja, con quien
sea, continuamente vamos «a ver si... ».
Salimos frustrados
Y al echar cuentas, sucede que la vida nos da menos de lo que esperábamos. ¿Por qué son
un asco, por ejemplo, los fines de semana? Los fines de semana, vistos desde el viernes o
incluso desde el sábado después de comer, son tremendamente apetitosos, tremendamente
apetecidos. ¿Por qué? Porque hay muchísimas expectativas. Pero luego, el domingo por la
noche, haces la factura, echas cuentas y... ¡esperabas 9 y te han salido 7! Te ha dado menos
de lo que tú esperabas.
Esto es así, casi siempre. Y encima, te agobia el lunes -con los problemas sin hacer y la
semana que se nos viene encima. El señor que vive en este plan, necesariamente tiene que
estar amargado. ¿Por qué? Porque, como echemos cuentas con la vida, la vida siempre nos
dará menos de los que esperábamos.
Eso es típico. Por ejemplo, vas con una chica diciendo: «Me gusta mucho esta niña, a ver
si me da un beso, a ver si me da unos mimitos... ». Y después de toda la tarde, te vuelves a
casa pensando: «¡Desgraciado! ¡Seré imbécil!». Vuelves arrepentido de lo mucho que has
esperado, porque no has conseguido nada, y de lo poco que has hecho. Es decir, que siempre
te vas mal a casa, hayas hecho, lo que hayas hecho. Siempre.
Regalar nunca frustra
En cambio, el día que, de repente, te llama una amiga: «Oye Felipe, que se ha muerto mi
abuela... ». Y vas a su casa y estás toda la tarde intentando que ella alivie su pena. Ese día
estás «a lo suyo», logras olvidarte de lo que otro día cualquiera hubieras intentado; logras
olvidarte de ti y ocuparte sólo de ella. Al final, te da un beso, que no te esperabas y te
sientes genial en esos momentos. Y, por eso, incluso te ha llenado algo que, otro día, te
hubiera sabido a poco.
Te dé lo que te dé la vida, si estás en el lado egoísta, en esta actitud de echar cuentas,
te parecerá una porquería. Si estás en el lado de la entrega, te parecerá una maravilla. El
amor es el que hace mirar la vida como regalo. Cuando alguien está en esta postura de
corazón, de dar su vida a la otra persona, todo lo que la vida le dé, será para él un regalo, le
parecerá ideal, le encantará.
El echar cuentas, siempre es hacer algo con condiciones. El echar cuentas en el amor es,
como dar algo a alguien, poniéndole precio.
Faltan modelos de amor-regalo
La mayoría de los modelos de amor que tenemos, muchas veces no son amor. Esto puede
sonar un poco mal, pero, como creo que es así, mejor decirlo. Y llamar al pan, pan y al vino,
vino. Lo contrario sería no saber hacia dónde caminar.
Imagínense que hay una persona que estudia inglés y dice:
_ «Oui, oui, tres bien».
Y voy yo y le digo:
-«Eso no es inglés, es francés».
-«Pues llevo un mes yendo a la academia y estudiando a todo tren. No me digas eso .
¡Qué palo me pegas! ¡Yo creía que iba a clase de inglés!».
Con el amor pasa lo mismo. Con lo que les voy a decir, van a empezar a protestar: «¡Jo,
qué palo! Entonces, no amamos nunca». Yo os diría, en principio, que quizá nunca es tarde para
empezar a amar. Un matrimonio puede aprender a amarse con amor-regalo cuando llevan
quince años de casados.
Con esto, no quiero pegarles un palo y decir que no saben amar ni lo sabrán nunca.
Precisamente, lo que quiero es hablarles de lo que es el ideal de amor, el amor perfecto, el
«Amor 10», que es el que da la felicidad. Que, ahora que empiezan, tengan la meta clara de a
dónde quieren intentar llegar.
Hay mucho egoísmo pintado de purpurina
Y, como decía antes, no todo el que dice «te quiero» es verdad que ama. Hay mucho
egoísmo encerrado por ahí. Hay mucha gente que «hace el amor», o, más bien, el acto sexual,
pero muy poca que realmente «ama». Y es bueno que no llamemos amor a egoísmos pintados
de purpurina: «Lobos con piel de cordero».
Por ejemplo, el echar cuentas no es amor. El poner condiciones no es amor: «Pepito, yo
te regalo una moto si apruebas todo en junio». Eso es compra-venta. Es un chantaje amoroso,
pero eso no es amor. Eso es egoísmo disfrazado. «Yo, como te quiero tanto, hija mía, te voy a
mandar a Inglaterra y así... » No, ese «así» ya no vale; porque, si ese así encierra algún
interés, alguna condición, una exigencia implícita, ya no es regalo, no es gratuito,
incondicional, no es amor.
Quiero decir que, cuando una persona al hacer algo, pone una condición, exige un pagaré,
pasa una factura, ahí no hay amor. «Es que entonces yo no conozco a nadie que ame... » Pues,
si te fijas más, a lo mejor sí que conoces. Pero, a lo mejor también -a lo peor, más bien-,
mucha gente que tú creías que amaba, estaban en un egoísmo disfrazado. Conviene saberlo, no
voy a ser que andemos detrás de una cosa que no es. Y, si mi padre y mi madre dicen que se
aman, y yo veo que están amargados, me puedo formar la idea de que el amor no da la
felicidad. Pero lo que tengo que sospechar es que, si están amargados, quizá no se aman.
El amor da la felicidad
Seguro que han oído ya la anécdota atribuida a Marilyn Monroe. De todas maneras, la
cuento porque me parece genial. Dicen que iba la tal actriz -«sex-simbol» de los sesenta y
millonaria ella-, visitando una leprosería llevada por religiosas. En un momento dado, abre una
puerta y ve a una monja, ya anciana, curando las heridas a un leproso de cuerpo putrefacto y
maloliente:
-«¡Ay, qué asco; yo no haría esto ni por un millón de dólares!».
Y se vuelve sonriente la pobre monjita y le dice con cariño y sin reproche alguno,
simplemente:
-<<¡Ni yo tampoco».
Lo interesante sería preguntarnos, o preguntarle al fondo de nuestro ser: «Tú, en
realidad, ¿qué preferirías llegar a ser? ¿Actriz millonaria y famosa, que tiene de todo, menos
felicidad y se suicida, amargada, en pleno éxito; o "pobre monjita", que no tiene nada, a no ser
felicidad?» Seamos sinceros, por favor.
El amor es muy complejo, no crean que es oro todo lo que reluce. Por ejemplo: yo tengo
aquí una hoja muy interesante. Y que yo la valoro, donde tengo el esquema de las cosas que les
iba a decir sobre el amor. Se la regalo a Felipe y le digo:
-«Felipe, toma, te la regalo». Entonces, él me dice:
-«Fenomenal, porque voy a ir ahora al cuarto de baño y voy a necesitar papel. Te lo
agradezco mucho, me viene estupendo».
-«No, entonces no te la regalo».
Y él puede decirme:
-«¡Ah!, en ese caso, es que no me la "regalabas"».
Tiene toda la razón. Porque, si yo realmente te regalo una cosa, no tengo que mirar qué
haces con ella. No pongo condiciones. No le regalo el papel con tal de que se lo aprenda, lo
estudie y lo cumpla. Eso no sería un regalo, eso sería un chantaje, una exigencia.
Tal vez estamos llamando regalo a muchas cosas que la gente llama regalo, pero no son
regalos. A lo mejor tenemos que caer en la cuenta de que la mayoría de los regalos que nos
hacen y la mayoría de los regalos que hacemos no son regalos, son préstamos, son chantajes,
echamos cuentas. Por eso no son, ni somos, felices.
Dios es Amor-Regalo
«Dios es Amor»: Amor gratuito. Ni exige nada, ni, consecuentemente, castiga nada. El
«mandamiento de! amor» es un término contradictorio. Si es «del amor», no cabe ni
mandamiento ni exigencia. Y, si hay mandato, no puede haber -y menos exigirse- amor.
Aunque quizá como estamos acostumbrados a esa expresión, nos choca más el que la
critiquemos. Jesús dice que, hasta él había miles de «mandamientos»; y, a partir de él sólo
importa el Amor. Más como «oportunidad», que como obligación. Más que mandar, «envía»,
invita a seguir su camino de Amor hacia la felicidad.
(También en castellano usamos mandar, en sentido de enviar: «Te mando unas flores»;
«Te mando a un recado>>.) Y Jesús repetía -y vivía- que el amor es el único camino que llega .
Los demás son sucedáneos, atajos sin salida, «tentaciones»: «Yo soy el camino, la verdad y la
vida». Dicho de otra manera: El amor es e! único camino que lleva a la auténtica Vida, a la
felicidad. El cristiano no tiene la obligación de amar -ni de nada-. Tiene la suerte de ser
enviado, invitado, si quiere, a ser feliz amando; que es el único modo.
Pero, (aunque más adelante hablaremos más despacio de esto) sí quisiera que quedara
claro que el Dios de Jesús es Amor y sólo Amor: «Amor 10», sin condiciones, sin exigencias,
sin mandatos, sin cumplimientos, sin echar cuentas. Sin cronómetro ni calculadora.
Precisamente porque es «Amor 10», no puede dejar de amar, pase lo que pase y hagamos lo
que hagamos nosotros. No depende de nosotros; depende de él, que no puede dejar de amar.
Dios nos regala su amor y nos regala la capacidad de amar.
-«Pues yo, una vez que me ha regalado su amor, me voy a dedicar a... la trata de
blancas.»
-«Ah!, entonces no te lo regalo.»
Pues no, Dios no. Dios te sigue regalando su amor, aunque te dediques justo a hacerle la
contra a Él. Dios es Amor y no pone condiciones. Sufre si lo desperdiciamos, pero ¡nos lo sigue
regalando! Es el único modelo -con Jesús, que es su copia de Amor-Regalo. Los demás, por
mucho que lo digamos, sólo lo intentamos y muchos, ni eso.
El Dios de la Primera Comunión
También es verdad que el Dios que hemos pintado, el que, a veces, nos han transmitido,
no es el Dios del Amor, el Dios de Jesús: el Dios del hijo pródigo que perdona y no pide
explicaciones. Pero de ti depende el crecer en el conocimiento del Dios Cristiano . A veces,
hay gente que está al día en un montón de temas, porque se cultiva y l ee sobre ellos, mientras
que, en cuestión de Dios, está con lo que le enseñaron de pequeñito. O peor. Porque es posible
que aquello le parecieran «tonterías» de niños y beatas, y ahora, que es mayor y discurre,
«pasa» del tema.
Los cristianos nos olvidamos, con frecuencia, de que Dios es Amor y nos ponemos a
pedirle, como si él no nos quisiera más que nadie, incluidos nosotros mismos. Le pedimos que
nos regale algo, cuando ya nos lo tiene regalado y no nos estamos dando cuenta. Es como lo
que le ocurre a esa señora que va con las gafas puestas:
-«¡Huy!, ¿dónde he podido yo dejar mis gafas...? ¿Habéis visto mis gafas?».
Hasta que le dices:
-«Las llevas puestas».
-«¡Ay va, es verdad!»
Pero ya se ha pasado media tarde buscándolas.
Hay muchos cristianos que dicen:
-Voy a rezar, quiero ganarme la salvación. Voy a ser bueno, a ver si así Dios me quiere».
No se han enterado de que Dios nos ha regalado todo sin pedirle nada. No se han enterado de
que Dios es Amor.
El amor engendra amor
Más aclaración con un ejemplo, que se me ocurrió, hablando con mi madre, de que en el
cristianismo no hay obligaciones. Un señor, que vive en un barrio de chabolas, está el sábado
por la tarde en el supermercado, haciendo la compra, y, cuando está allí, le dicen:
-«Oye, que tu chabola está ardiendo. Me ha avisado tu mujer, que vayas corriendo, que
están las chabolas ardiendo».
El hombre va corriendo, y se encuentra que su chabola está apagada, chorreando agua .
Y están allí todavía los bomberos, apagando otras chabolas. ¿Cuál sería la postura de! señor,
al que han apagado su chabola? Ir al bombero y decirle:
-«Señor bombero, venga usted a mi casa; venga, que le quiero invitar, que se lo quiero
agradecer...?»
La postura más lógica sería, que e! bombero le dijera:
-«Si usted nos lo quiere agradecer, échenos una mano».
Y lo «lógico» es que nuestro buen hombre se pusiera a echar cubos como un loco. «Lo
que han hecho conmigo, ¡qué menos, que lo haga yo con los que están peor que yo!»
Es decir que, cuando tú te hayas enterado de que Dios te regala todo, es muy posible
que a ti te «salga», sin que te manden, el regalar también. No te tendrán que mandar amar.
Nadie te mandará ser bueno, sino que a ti te saldrá acudir, para apagar el fuego de los que
están peor que tú, porque es lo normal. La «lógica del corazón» lo dice.
Es curioso el hecho de que todo el Evangelio está hablándonos de la postura esa de
regalo, de amor, y, sin embargo, con frecuencia, se ve en nosotros una actitud que no es
cristiana, aunque es religiosa, que es cumplir bien todo, porque así me gano algo. Es una
concepción pagana y egoísta: cumplir, para ganar, para merecer. Es una concepción pagana,
que tienen muchas religiones y que aparece también en un «cristianismo» fariseo, que
diremos luego.
Es el decir: «Voy a ser bueno, para que Dios me premie». En e! fondo, es una postura de
echar cuentas. Dios me manda, yo cumplo, yo obedezco para merecer. Lo que decíamos del
fuego: a nosotros, nos «saldrá» agarrar una manguera y ponernos a apagar fuegos para
ayudar a Dios, que nos ha apagado primero a nosotros, y le quedan muchos fuegos por apagar.
La gozada de sentirse amado genera amor. «El amor hace milagros.»

4. Primer capítulo - Segundo capítulo


En el fondo hay dos concepciones de la vida que originan las dos actitudes distintas, ya
vistas. Una concepción existencial, filosófica, vital, que me parece muy importante: la actitud
de echar cuentas hace que debajo esté una actitud o una postura que voy a llamar de «primer
capítulo». Mientras que la de regalo hace que en la postura vital esté una concepción
subyacente de «segundo capítulo».
¿Qué quiero decir con esto? Hay gentes que conciben su vida, como el primer capítulo
de la historia universal. Por ejemplo, yo ahora decido que voy a dar una charla sobre el amor a
un grupo de chicas y chicos de Tercero de BUP, y enseño cómo hay que amar. Y, si mañana o
luego, no se comportan conmigo amablemente: «¡Hay que ver! ¡Para eso les estoy enseñando
cómo tienen que portarse... ! Les estoy diciendo, cómo hay que hacer para ser felices y,
ahora, ellos hacen el bobo! ¡Desde luego!».
¿Por qué? Porque yo concibo que, lo que hago con vosotros, es el primer capítulo. Aquí
empieza la historia, y espero lo que tiene que suceder en el segundo: a ver qué me dan
ustedes...
Y eso le ocurre a casi todo el mundo. Gente que dice: «¡Hay que ver lo que he estudiado
y he rezado a Dios y, ahora, Dios va y me suspende el examen!», «Con todo lo que he rezado,
para que mi abuela se pusiera buena y, ahora, se muere. ¡Es que este Dios es malo!» . Y la
madre que dice: «Toda mi vida pensando en mis hijos y dándoles todo y, ahora,... ¡esto!»: «Cría
cuervos y te sacarán los ojos»... Oiga señora, es que usted está pensando que, lo que hace con
la gente, es el primer capítulo, y ¡está usted equivocada!
Yo no empiezo la historia
Sin embargo, para cuando yo me he puesto a hablar sobre el amor, ya me había hablado
a mí muchísima gente, antes, sobre el amor y me habían regalado miles de charlas y miles de
horas, que yo no me había merecido. Y eso está ahí. Eso es saber que tu vida es ya un segundo
capítulo. Lo que tú haces por alguien es respuesta a todo lo que han hecho por ti, que es
muchísimo más.
Quienes suponen que su vida es un primer capítulo, vivirán amargados. Quienes se dan
cuenta de que su vida es un segundo capítulo, vivirán con paz: intentarán ver, si hacen con la
vida, todo lo que la vida ha hecho con ellos. Cuando yo me he dedicado a dar una clase y ganar
una platita, en la vida ya me habían dado clases y comida y pantalones y zapatos por valor de
muchos millones, que todavía no he pagado.
Cuando yo me pongo a hacer un favor a alguien o a perder una noche por alguien, ya han
existido decenas de noches que ha perdido mi madre por mí, y millones de sacrificios que han
hecho otros por mí, sin que yo me diera cuenta.
El primer capítulo amarga
Para cuando yo me pongo a pensar en algo, resulta que ya llevan miles y miles de horas
mis millones de neuronas funcionando, organizándose, preparándose. Y ya la Vida se ha
preocupado de mí, antes de que yo pudiera pensar en algo, El señor que crea: «Ahora voy yo y
se me ocurre... que te voy a hacer un favor... ». Es como un señor que, se pone a leer, y
empieza por el capítulo 10. No se entera de nada. Y dirá: «¡Qué asco de libro; no hay quien lo
entienda!».
Puede que, tú también, digas, a veces: «¡Qué asco de vida!-. Pero empieza por el capítulo
primero. A ver, si tu vida es un asco. Cuando te pase algo, te deje una chica, te suspendan un
examen, ya no podrás decir: «A mí no me quiere nadie... »
Hay una frase de Khalil Gibran que a mí me gusta mucho y que dice: «¡Qué ridículo soy,
si la Vida me ha dado oro, yo le doy plata y, encima, me creo generoso!». Pero, ¡qué ridículo y
qué absurdo quien piensa que la Vida es para él en exclusiva!
Si yo doy una charla sobre el amor, de una hora y media, y, a mí, me han estado amando
y hablando de amor, millones de horas, ¡lo que debo todavía! ¡Si es que tendría que estar todo
el santo día hablando y amando, para «compensar» un poco!
El señor que crea que la vida es para él, sería como la madre que fecunda, embarazada,
no quisiera dar a luz: «Es mío, no lo quiero soltar!"». Pues, muere usted, y se muere el crío,
con usted. Usted se va a suicidar, y a él lo va a asesinar. Si usted supiera lo que es la Vida,
sabría usted que va a tener más vida, cuanta más vida dé.

5. El centro YO - El centro LA VIDA


¡Ojalá tengas la suerte de caer en la cuenta de que tu vida es el segundo capítulo; y que,
por mucho que hagas tú con los demás, los demás han hecho mucho más por ti! Las personas,
igual que las cosas, están hechas para su sitio y su función.
El señor que se coloca de distinta manera, estará descolocado y lo pasará mal él , y hará
que lo pasen mal los demás. Se me ocurre, a modo de ejemplo, el gráfico de esos armarios que
tienen algunos carpinteros para sus herramientas, con los contornos dibujados y unos clavos
para sostenerlas. Si las tenazas se pusieran donde el destornillador, y el martillo donde los
alicates, sería un desastre.
Un amigo mío, jesuita y albañil, hábil y avispado en ambos campos -Adolfo Chércoles, a
quien yo debo mucho de lo que sé sobre los Ejercicios de San Ignacio-, decía que, al preparar
una obra, lo más importante es «situarse». Él lo había aprendido también de otro. Es ese
momento, simple pero capital, que empleas, hasta que has ideado cómo hacer la obra: dónde
va la cocina, dónde la pila, por dónde y cómo empiezo, qué materiales voy a necesitar.
Diría un matemático, que es el momento de plantear el problema. Es preferible perder
un tiempo y plantear bien, que empezar a hacer operaciones sin más. Algo de eso, pasa en la
vida en bloque, y en el amor en particular: es necesario colocarse, saber dónde está el eje,
plantear bien, antes de empezar a dar palos de ciego.
Así entiendo yo lo que decía San Ignacio de Loyola, en el principio y fundamento: «El
hombre es creado para... ». El sitio del hombre, no es el centro. El papel del hombre, no es el
protagonismo. El hombre sólo llegará al fin, a su fin -la felicidad por el amor-, si se sabe una
ficha más de ese rompecabezas que es la Vida, el Amor, Dios, la felicidad, los demás. Si se
dedicara a hacer la guerra por su cuenta, estaría perdido, por descolocado, des-situado.
El giro copernicano nos hace maduros
Esto, en definitiva, sería lo que se suele llamar un «giro copernicano». Había un tiempo,
en que la gente pensaba que la Tierra era el centro del Universo, y que el Sol daba vueltas
alrededor de la Tierra. De pronto un día, Copérnico, Galileo y toda esa gente , se dieron
cuenta de que la Tierra giraba alrededor de otro eje.
Así, el niño se piensa, como centro del universo relacional. Necesita descubrir que el eje
puede estar fuera de él. Este descubrimiento lo puede hacer, por ejemplo, si se enamora de
verdad. Más aún, es necesario admitir que el eje tiene que estar fuera, que lo maduro en el
hombre es amar. El cambio de niño a hombre se caracteriza por la capacidad de enamorarse,
de amar: de poner el centro de su vida fuera de sí.
Y, si la Tierra hubiera dicho: «Pues, no quiero; yo me quedo quieta y que gire el Sol»,
hubiera estallado el Universo en fuegos artificiales. El desastre. Lo mismo ocurre con el
señor que no se entera de que él no es el centro de la Vida, que él no es lo primero en la Vida,
sino que la Vida es más importante que él mismo. Si pretende ignorarlo e ir contra la
naturaleza, se forma el desastre, la desgracia personal: la amargura, la frustración. Porque tú
no eres el centro alrededor del que gira el mundo. Tú tienes que ser una parte que gira
alrededor de la Vida. No creerte el eje. Contar con que no eres el ombligo del mundo.
Yo no soy el protagonista de mi vida
Esto es algo que cuesta mucho entender. Yo, les confieso que hace tiempo que ya lo
«entendía» y, hasta lo predicaba tan convencido. Pero, sólo hace poco, tras los últimos
acontecimientos, decisivos para mi crecimiento personal -psicológico, afectivo y espiritual-,
por suceder dentro de mí, y por la ayuda de algunas personas; creo, repito, que lo «siento» y
empiezo, despacito, a «vivirlo».
Es muy difícil, pero necesario para el «Amor 10». Es la madurez afectiva. Tanto, si
enfocas tu amor a una persona, como, si la enfocas, también exclusivamente, al Reino. Y, si
eres maduro afectivamente, serás un buen casado o un buen cura o una buena monja.
Y, aunque ya hablamos de esto, tu sexualidad no te creará problemas, tanto, si ejerces
la genitalidad como casado, como, si no la ejerces, por tu opción libre y consciente de célibe.
Otra cosa será, si, en tu inconsciente o donde sea, no has resuelto el problema y no has sido
libre en tu compromiso. Porque, así cama hay casados y célibes perfectamente maduros y con
su afectividad y sexualidad bien integrada, te encuentras por ahí -y por aquí- cada caso tanto
de unos como de otros...!
Ayer, precisamente, lo comentaba con una amiga: la cantidad de gente que «ves» hecha
polvo. Aun curas, y monjas y casados, «fenomenales» y que «aman» y se «entregan» a su
familia, a Dios o a los demás. Pero que «ves» que hay algo raro dentro, que sale en chispazos
«justificables». No se conocen, no se aceptan, no se quieren. No se enfrentan con su
«fondo»... Porque, ya, se lo «saben» todo. Y ¡qué difícil es ayudarles! ¡Qué difícil que se
enteren!
La pérdida del Yo
Decía antes que para el amor, la actitud clave es, la de no sentirte protagonista de tu
vida, algo que en religiones orientales se llama «la Iluminación»; que se puede llamar también
«la pérdida del Yo». Es todo lo mismo: que para ti, tu vida no sea lo más importante; ni tu
amor, ni tu realización personal. El protagonista de tu vida, amor y realización -o felicidad-,
es la Vida, el Amor, la Felicidad, la Energía Positiva, el Absoluto. Y poner tu vida, al servicio
de la Vida; tu amor, al servicio del Amor. Los cristianos lo llamamos Dios; pero, por culpa
nuestra a veces, para muchos esta palabra les sugiere cosas negativas: lo importante no es la
palabra.
Y, resulta, ¡oh, milagro!, que empiezas a ser mucho más feliz, a vivir más a tope, a
sentirte más libre para amar más plenamente. Porque te has «situado», estás «centrado».
Empiezas a ser consciente de que no eres tú quien ama, sino que es el Amor, del cual tu amor
es una pieza, para ti la más importante, porque sin ella -si tú no amas-, el amor no funcionaría.
Es el Amor quien ama a través de tu amor. ¡Eres un instrumento del Amor! Te sentirás mucho
más orgulloso y humilde. Más libre y más responsable. Menos perfeccionista y activista,
menos narcisista y culpabilizado. <<Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí.»
Cuando más claro lo vi, fue oyendo hablar -y teniendo la suerte de comentarlo a solas
con él a Tony de Mello: «El momento más importante en el crecimiento hacia el Amor, es la
"pérdida del Yo"».
«Llama el amante a la puerta de la amada y pregunta ella:
-"¿Quién es?".
-"Soy yo", contesta el amante.
-"Pues vete, que aquí dentro no hay sitio para dos".
Pasó mucho tiempo, y volvió el amante:
-"¿Quién es?".
-"Soy tú".
Y la amada le hizo pasar»
Es, como sabrás, un poemita suyo en El canto del pájaro.
Define muy bien de qué va lo que les estoy contando.
Es como si una pequeña ruedecita del engranaje de un gran reloj, que se preocupa por
rodar bien, coincidiendo con la ruedecita de al lado, nunca hubiera levantado la cabeza de su
pequeño eje y los dientes de su vecina. Y, de repente, oye que, al dar las campanadas, alguien
que pasa, comenta: «¡Qué maravilla de reloj, qué exactitud!». Y se hace consciente, tiene «la
Iluminación», de que ella es el reloj. Si no fuera por ella, no funcionaría exactamente. Y, si,
en un momento, se distrae -no le contéis esto a nadie-, no se preocupa, porque, durante ese
rato de su distracción, las demás ruedas -«El Reloj» tiran de ella.
Y de la pérdida del Yo no les explico más, porque ya he dado muchas pistas, para que lo
vayan entendiendo -sintiendo-, cuando lo empiecen a vivir un poquito.
Lo «bueno» es que los demás hagan lo que yo espero
Es curioso cómo, cuando a uno le sirven vino o agua o café, lo ordinario es que se
conteste: «¡Basta!, ¡Vale! Pero, ¿dónde vas con tanto? ¿Tú estás loco?». Todo, porque no le
han servido justo lo que él tenía «previsto». En vez de agradecer que nos sirven y aceptar
que no van a adivinar nuestro gusto, nos ponemos de protagonistas, de centro y norma del
mundo, y exigimos que los demás vayan, por donde nosotros habíamos proyectado: que hagan,
piensen y que se les ocurra, lo mismo que a nosotros. Esa es una postura tremendamente
infantil.
Y, a la larga, amargada y amargante. Amargada, porque quienes van con esos
presupuestos a la vida, continuamente tienen la impresión de que «nadie los entiende, nadie
las comprende, son víctimas siempre, y son los demás quienes, siempre, tienen la culpa de
todo». Y amargante, porque te hacen la vida imposible. Si vas para un lado: «Ah: Yo creía que
ibas a ir para el otro!». Si estás haciendo algo, lo hagas como lo hagas: «Pues, yo lo hago así,
mira, ¡y queda mejor!».

6. Exigir - Agradecer
La postura adulta, madura, «situada» es la de agradecer y aceptar. Agradecer lo que
la vida te da y te ha dado. Agradecer los ojos y las piernas, el aire y el sol. Agradecer que me
han dado mil veces más de lo que yo he dado. Y aceptar. Aceptar que los regalos que nos dan,
son limitados y se les acaban las pilas. Aceptar que no es exactamente lo que yo esperaba,
pero que no está tan mal. Aceptar que yo me hubiera servido mi medida exacta, pero aceptar
que es un detalle para agradecer el que me sirvan. Agradecer que me sirvan café y aceptar
que no son adivinos, para saber que lo tomo «con un poquito de leche fría».
A lo mejor es sólo cuestión de tono. Y, en vez de decir: «¡Vale! ¿Dónde vas? ¡Basta!»,
puedo decir mejor: «Bien, gracias. Así. Ahora un poco de leche fría. ¡Estupendo!».
Y es que los detalles son lo más importante en la comunicación, en la vida y en el amor.
No sólo por lo que dicen hacia fuera, sino por lo que revelan de postura interna. Reflejan cuál
es la postura de nuestro corazón, esa en la que nos jugamos el amor y la felicidad.
El egoísta exige. Aquí valdría todo lo dicho hace un momento sobre el que se hace el
centro: «¡María, las zapatillas!»; «¡esta carne no hay quien la coma, mi madre la hacía mejor!»;
<<¡Pero bueno; en esta casa, ¿dónde se "esconden" los ceniceros?!» ... No sigo, para no
cansarles. Además, cualquiera de ustedes podía poner frases parecidas, que, por desgracia,
han oído igual que yo. Bueno. Y menos mal, mientras no pasen a las manos...
Ahora que, ¡ojo con «enamorarse de una persona así! Porque, encima, vendrán a que les
case. <<¡Nos queremos tanto!» y yo, imbécil de mí, no tendré fuerzas para decirles nada, y les
caso. Y... Bueno, mejor me callo.
Agradecer, dar gracias. “Es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre”. Aun
psicológicamente. Si agradecemos siempre, será nuestra salvación: seremos realistas,
maduros, felices.

7. Protagonismo - Disponibilidad pasiva


Una cosa más en el peligroso activismo es el protagonismo. Hay que caer en la cuenta
de que el amor no es «activismo». No consiste en estar todo el día pendiente de los demás,
como si yo tuviera que ser protagonista de la vida de los otros, como si yo, porque los quiero
tanto, tuviera que actuar siempre, proteger, aconsejar...
Me parece importante entender el concepto de disponibilidad pasiva, y lo explico con
un ejemplo.
Es malo, cuando nos hallamos en un restaurante, ese camarero atosigante que no nos
quita ojo, que está en todo y no nos deja comer a gusto, nos atosiga. Sería el protagonista.
Sería igualmente malo el camarero, que estuviera jugando al mus, sin hacemos ningún caso;
éste sería el pasivo, el egoísta.
Pero, entre atosigante y pasivo, protagonista y comodón, hay un intermedio, que es lo
amoroso, lo humano -lo cristiano-: la disponibilidad pasiva. En el caso del camarero, sería
estar, disimuladamente a lo suyo, pero con el rabillo del ojo en el cliente, para ir en cuanto lo
llame. Estar disponible, pero desde el protagonismo del otro; que el otro sea quien marca lo
que hay que hacer e, incluso, que cuando yo haga, sólo haga lo que él necesita, no lo que a mí
me parece que necesitaría. Aunque esto se podría matizar más.
Mira, por ejemplo, esa gente, que llegas a su casa y «te hace» tomar una cerveza o «te
hace» sentar, cuando a ti, lo que te apetece, porque llevas mucho rato sentado o has hecho un
viaje largo en coche, es estar un rato de pie sin tomar nada. Hay gente tan buena, tan amable,
tan «cristiana», que nos hace sentamos y tomar una cerveza... a nuestro disgusto.
Nos «aman» tanto, que «deciden» lo que nos conviene y, ¡hasta lo que nos «apetece»!

8. Corazón de rico - Corazón de pobre


En algún momento, hemos hablado de que Jesús decía: «Felices los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios». Dios -el Amor- está en todas partes, pero hay un corazón que lo
«ve» y hay un corazón que no «se entera». Podríamos hablar de corazón de pobre y
corazón de rico.
Un ejemplo creo que puede aclarar mucho. Me tengo que ir a Madrid dentro de diez
minutos. No llevo nada de dinero encima. Entonces, se me ocurre pedirle al administrador de
mi comunidad algo para imprevistos: «Chuspe, dame cinco mil pesetas, que salgo ahora para
Madrid».
A los cinco minutos vuelve con una bolsa de plástico llena de monedas de 100 y de 50. Si
yo tengo corazón de rico, me enfadaré y le diré: «Pero «¡Dónde voy yo con esa chatarra? ¡Tú
estás tonto! ¡Me haría falta una carretilla...! ¡Yo te había pedido cinco mil pesetas, pero no
"esto":».
¡Claro! El corazón de rico sólo admite lo que él tenía pensado, lo que estaba esperando:
un billete de cinco mil. Y le han dado lo que él pedía, pero como él no lo esperaba... Y ya está
el lío armado, ya está descontento. Y ¡cómo te deja a ti!
A un pobre cualquier cosa le viene bien
Sin embargo, ya suponen lo que pasa, si tengo corazón de pobre. No tenía nada,
necesitaba cinco mil pesetas, y ¡me las han dado! No puedo pedir más: «Gracias, Chuspe, me
haces un hombre; ahora lo meto en el maletero del coche y ya lo cambiaré cuando pueda, para
andar más manejablemente por ahí». Y me voy encantado.
Corazón que ve, postura de pobre y corazón de pobre; no de protagonista. El corazón de
pobre o el limpio de corazón, es el que ve a Dios. El que «mantiene la capacidad de
admiración», que digo yo en mi poema -«porque nunca perderá la ilusión de vivir»-. Al que le
sale, espontáneamente, ver el lado bueno de las cosas. y, no es un ingenuo ni un subnormal,
sino que «ve» lo positivo, el amor, el regalo, la buena intención, la buena gente -que hay
mucha, aunque haga poco ruido- que lo rodea.
Corazón de rico, postura de rico, no verá nunca a Dios. Es incapaz de amar ni dejarse
amar. Es lo mismo que decíamos a propósito del que se cree el centro del mundo. Le regales lo
que le regales, no acertarás con su gusto, como si se rebajara al aceptar que algo le ha hecho
ilusión. No quiere parecer «ingenuo o subnormal». Por eso, para no parecer «un pobrecillo», le
propongas lo que le propongas, no puede demostrar que algo le parece interesante: «Bah! al
teatro... ¡Qué aburrimiento! ¡Con lo mala que es esa compañía».
Pero el otro señor, el que tiene corazón de pobre, el que no echa cuentas, el que se sabe
el segundo capítulo de la vida, no vive amargado, su postura le facilita la propia paz. Vivir con
personas así, además, da gloria: todo le hace ilusión, todo le apetece, le parece interesante.
Habrán notado que, en el fondo, estoy dando vueltas siempre sobre lo mismo; es
siempre describir dos actitudes contrarias. Lo que pasa es que el tema del «Amor 10» se las
trae, y hay que verlo de muchas maneras para digerirlo.
Amor = suerte + entrenamiento
El llegar a ser de una o de otra manera es una suerte. Esto me gustaría que lo
pensáramos un poco. El amor es una suerte. Hay gente, para quien el amar es un mandamiento,
una obligación. No, amar es una suerte, una oportunidad. El señor que tiene la suerte de amar
porque sus padres se lo han enseñado, porque alguien en la vida se lo ha contagiado, porque
una vez lo probó y vio que era una gozada, porque él ha ido entrenando en la vida y va
metiendo horas para entrenar, ése es el que va a ser feliz, y el que no, es el más desgraciado.
No pensemos que el amor es algo que nos ganamos por buenas notas, ni pensemos que el
amor es algo que se compra con dinero. No, el amor es una suerte. Hay gente que tiene la
suerte de amar, como hay gente que tiene buen oído o facilidad para los idiomas.
También es verdad que hace falta un poco de entrenamiento.
Si yo ahora me digo: «Cuando sea mayor, voy a saltar altura»; pero, mientras me llega la
época de ser mayor, estoy todo el día viendo la tele y me pongo gordo y no hago ejercicio...
¡pues claro!
-«¿Ya puedes correr?»
-«No, no, todavía no, que no estoy preparado.»
Y es que estás abotijado de la tele, sin mover un músculo ni de la cara y sin hacer
ejercicio ni de matemáticas.
-«Ya tienes 25 años, ya puedes saltar»
¡Claro! ¡Imposible! ¡Ni 10 centímetros del suelo! -«Yo cuando sea mayor voy a amar...»
Lo del chiste:
-«Niño, mañana es mi cumpleaños, ¿sabes cuántos cumplo?».
-«Sí, 30».
-«¿Cómo lo sabes tan rápido?»,
-«Porque yo tengo 15 y mi madre dice que soy medio bobo... ».
El arbolito, desde pequeñito
Ya hemos hablado antes de esto. Para mí es clarísimo. El señor que a los quince años es
un egoistilla, a los treinta es un egoistón, Y el que a los quince años es un insatisfecho y no
hay quien lo aguante en la pandilla, pues, a los treinta, será un completo inaguantable. Aquí
mucha gente dice: «No, yo, cuando me case, con mi mujer y mis hijos... ». Pues, a mí, la
experiencia me dice que no. Raras veces se cambia.
Hace poco, cenaba con un matrimonio. A él le había dado clase en tercero de bachiller,
hacía veinte años, y -a pesar de eso- seguimos siendo muy buenos amigos, saqué una foto de
su curso y fui haciendo comentarios: «¡Qué majo era éste! Este otro, ¡qué mala uva! Y ¡qué
sensible éste!». La mujer, también una tía genial, que los conocía hacía poco, ya de mayores,
me dijo: «Los estás retratando».
Pero podemos cambiar
Entrenar, ¿eso cómo se hace? Por de pronto, viendo la televisión todo el día y
poniéndose pesado por comer, no va uno camino del récord de altura. Lo mismo,
relacionándose, en plan de aprovecharse y de echar cuentas, no se prepara uno para un amor
generoso.
Sin embargo, aquí quiero matizar algo que, puede que les haya desanimado, pensando que
no podemos cambiar nunca. Hace un rato, decía que yo mismo he cambiado mucho y he vis to
muchas cosas que he hecho mal, y también las que he hecho bien y por las que mucha gente
me quiere, y eso ayuda muchísimo. Es como si me hubiera operado de cataratas a mí mismo,
gracias a acontecimientos importantes y personas que me han ayudado, incluso pasados los
cincuenta! Y espero no pararme. O sea que, con conocimiento de causa y también por gente
que he visto cambiar -algunos con mi ayuda-, les aseguro que se puede cambiar. Y a cualquier
edad.
Recuerden ejemplos clásicos, como la «caída del caballo» de Pablo, o la bala de Pamplona
de Ignacio, o «las Confesiones» de San Agustín. Pero casos desconocidos de «conversión» hay
muchos: un accidente, un desengaño amoroso, una crisis depresiva...
Acuérdense también, de todo el rollo que les metía en la charla de la Comunicación. Si,
por lo que sea, te entra el gusanillo, puedes empezar a «entrenar» -no para cambiar por
narices o por obligación, ya lo decíamos antes-, en conocerte mejor a ti mismo.
A lo mejor te viene bien alguien que te ayude, incluso un psicoterapeuta. Puedes
comenzar entrenando en conocer tus «caretas», en analizar tranquilamente las influencias
negativas de tu educación, quizá sobreprotegida, quizá represiva y culpabilizante -por
ejemplo en la afectividad-sexualidad-, quizá falta de cariño, quizá dogmática y excesivamente
tradicional y exigente en lo religioso... Es posible que encuentres un trauma que no te
«querías» contar. Quizás aceptes que, con lo que haces, estás haciendo daño...
A lo mejor, cuando acabes este librejo notas que has cambiado ya en algo. Por lo menos
tu manera de pensar. O te ha metido el «gusanillo» y, a partir de aquí, empiezas -lo cual me
haría feliz-, sabiendo que «nunca es tarde, si la dicha es buena». En definitiva: de verdad les
digo que creo que, aquí al menos, «querer es poder». O sea que el problema es de interés.
La gente que no cambia -o va empeorando, poco a poco, que no sé qué es peor-, es
porque, a partir de cierta edad, y, normalmente, de cierto «status»: licenciado en químicas -
¡no te digo si es en psicología!-, padre de familia, cura o monja, jefe de personal, o gerente de
empresa, «ya se lo saben todo», y ni escuchan, ni se dejan ayudar, ni ponen en duda su
perfección, ni se cuestionan ante meteduras de pata o incoherencias, que todo el que está a
su alrededor se queda asustado, al verlas, y sin entenderlo.
Pero tú y yo, seguro que podemos. Yo, al menos, pienso seguir leyendo libros, hablando
profundamente con buenos amigos, aceptando ayudas y críticas, y no pararme de buscar
-como decía, aunque, ¡eso sí!, con toda paz y sin culpabilidades ni perfeccionismos, en la
medida que me dejen-, hasta que me muera.

9. Conducir moto - Conducir autobús


Las personas poseemos cualidades, aptitudes, y éstas se pueden perfeccionar. Por
ejemplo, la sensibilidad, que es de las más necesarias para el amor.
¿Qué es la sensibilidad? Una cualidad por la que yo tengo antenas para entender lo que
está pasando a mi lado, para ver la vida, para intuir, a partir de pequeños detalles. Como el
que ve las nubes y dice: «Mañana va a hacer bueno». Como el que está con una persona y la
nota un poco así... y piensa: «A lo mejor le ha pasado algo...». Tener o no tener sensibilidad.
La comparación más clara que se me ocurre, sería la diferencia entre el señor que va
conduciendo una moto, y el que va conduciendo un autobús de esos «pulman», impresionante,
de ochenta plazas. A lo mejor ustedes sólo han conducido una moto. Yo, además de moto --en
la que me he pegado varios golpes, alguno gordo-, gracias a mis amigos de «la Cantábr ica» de
Comillas, tuve la oportunidad, largamente esperada y deseada, de conducir un autobús -que se
me hizo inmenso- durante un pequeño trayecto -que me pareció eterno--. ¡Qué sensación!
Pero imagínense cómo conducirá el que lleva un autobús, cómo va calculando y pasando
entre los árboles, cómo calcula todas las personas y los metros cúbicos que lleva: eso es su
sensibilidad.
Y no digo que sea mejor o peor, conducir una moto o un autobús. Es totalmente distinto,
hacen falta unos reflejos diferentes.
Como el señor que lleva un autobús creyera que es Ángel Nieto, y ¡no tuviera en cuenta
la altura y la largura del autobús... ! ¡Pasando puentes, pasando entre árboles...!
Hay gente, que «lleva» a su familia, a su pareja, así. Hay personas con quienes vas, y les
puedes decir: «Hoy estoy un poco triste» y se enteran; «Mi madre está enferma» y se
enteran. Según eso, no se les ocurre decir: «Vamos a bailar». Porque hoy no está ella para
discotecas, y ni se le ocurre. Es decir, que, para un pequeño movimiento de volante, tienen en
cuenta dieciséis metros detrás.
No es el caso de quien dice a su novia: <<Venga, vamos a bailar», a la media hora de que
ella le ha confesado que está deprimida, medio muerta y con ganas de llorar. Tú, es como si
fueras por la vida con moto, desplazamiento individual. No vas con sensibilidad para un
desplazamiento colectivo. El que va en moto, a lo sumo, «arrastra» a otro de paquete.
Aunque sea de otro tema, recuerdo siempre a una madre, joven, que «llevaba» de la
mano a su hijo -como de tres años-, mientras mantenía una conversación animadísima con una
amiga. En un momento dado, el niño -cual perro con correa, pero sin olfato se pegó, el pobre,
contra un árbol. ¡Pues, todavía me pongo enfermo, «viendo» el porrazo que le dio, y la bronca
que le echó, por ir «distraído»!

10. Selectivo - Universal


«Si el amor es actitud, si la felicidad es actitud, si yo soy feliz cuando amo, ¿qué papel
juega en mi felicidad la persona que yo amo? Yo amo a Loli, o yo amo a mi madre, o yo amo a
mi hijo. ¿Qué importancia tiene para la felicidad el que Loli o mi madre o mi hijo me
correspondan? Porque hasta aquí hemos dicho que la felicidad nos la dan rodada. Pero, ¿si yo
tengo una postura de amor para con la gente y la gente no me corresponde?»
Pues sencilla y llanamente: ¡Ese es su problema! Tú lo has dado a luz, tú lo amas y eres
feliz amándolo, aunque él no se entere. Lo que produce la felicidad es la actitud, el amor, lo
que tú das a la Vida, no lo que te devuelva la Vida después. El hecho de amar, actitud de amar,
produce una sensación que es lo que da la felicidad. Porque la felicidad es experiencia que
brota de dentro, como decía antes, y no es algo que esté en las cosas de fuera. ¡Ni en las
personas!
Hay una comparación que puede resultar un poco fuerte, pero creo que es así. La
sexualidad masculina hace que el hombre llegue al orgasmo, normalmente, en el momento de la
eyaculación; es decir, cuando el semen sale del hombre, ese momento es el más placentero. El
mero hecho de eyacular, para el hombre, es un placer. El organismo está pensado así y en ese
momento de dar la vida, está el punto supremo del placer. Me parece que puede ser una
comparación y un símbolo. La felicidad del hombre está en dar, en el mero hecho de devolver
a la Vida, lo que la Vida le ha dado.
Poner el corazón en postura de amor para todos, es lo que hace feliz, es lo que hace que
estés viviendo a tope. ¿Que luego, la vida y los demás no te corresponden? Es su problema.
Creo que esta idea sólo se entiende desde el amor. El señor que quiera entenderlo desde el
echar cuentas replicará: «Es mentira». Claro, vive en una clave distinta. (No te asustes:
Deberes para casa.)
 La postura de corazón no cambia con el objeto
Quiero describir otro rasgo de lo que entiendo por amor. Tú estás, por ejemplo, con
Loli. Están los dos muy agarraditos, y, en ese momento, llega su hermano y le dices: «¿Qué
haces tú aquí? ¡Lárgate por ahí, no nos molestesl». Loli tiene que pensar, que no la amabas.
«¿Por qué?» Porque, si digo que estoy en una actitud interna de amor con una persona y,
cuando aparece otra persona, mi actitud interna es de rechazo y de odio, tampoco con la
primera estaba en actitud de amor.
Dice E. Fromm en El arte de amar -que les recomendaba antes- que el amor no es
selectivo: a éste lo amo, a éste no. Eso es imposible, porque el amor -lo hemos repetido mil
veces- no es sólo un sentimiento ante un objeto. Por tanto, no depende del objeto, de la
persona. La postura de tu corazón no cambia tan rápidamente.
A una persona que tiene postura de amor y ama a su mujer y a sus hijos, ese amor le
tiene que seguir durando para el vecino y para tratar bien a su empleada y al alumno. Si
alguno dice que ama a su hijo, y al vecino no, porque es contrabandista, no amará a su hijo. Es
que no amará a nadie. Lo que pasa es que con el hijo está de acuerdo, y con el otro no. Pero,
¿amar?...
Aquí podría valer lo de la carta de Juan: «Si dices que amas a Dios, a quien no ves; y no
amas al hermano, a quien ves, eres un mentiroso». La postura de amor no es tan voluble. Viene
un objeto, lo amo; viene este otro objeto, lo odio. No. Quien procede así, es claro que se está
buscando a sí mismo. ¿Viene una persona agradable? La acojo, cultivo su amistad, me gusta.
¿Viene alguien que me cae mal? Lo rechazo. Creo que se ve claro que estaría actuando desde
el sentimiento, no desde la actitud: los sentimientos sí cambian con cada persona que me
viene; mi actitud -mi amor- no cambiará.
Amor al «próximo»
En este contexto se entiende, lo que decía Jesús del amor al prójimo. Y quizá donde
quede más claro, es en el pasaje del que fue asaltado, yendo de Jerusalén a Jericó. Jesús, al
final, pregunta: «¿Quién fue prójimo -próximo, cercano del herido?». Como que, de nuevo, el
protagonismo del amor no está en mí, que me busco un prójimo cada día -o una prójima linda-,
con quien me resulta muy agradable y cómodo estar amoroso.
Donde me juego la postura de amor y la felicidad es en ser así, portarme
amorosamente, con la persona que se pone cerca de mí, que me busca, que me necesita. Y ahí
está también la cuestión de la sensibilidad. Porque hay gente que sólo se entera de lo que
necesita el vecino, cuando es lo mismo que él necesita. Sólo sirve pan al vecino, cuando a él le
falta pan... Y pasa en las mejores familias. (Tú, ¿no te has fijado en tu casa?, pues ¡fíjate!)
Sería bueno recordar dos cosas para determinar lo que es el amor universal, o «Amor
10», o amor cristiano, o simplemente amor. Lo de la disponibilidad pasiva. Es el prójimo el que
tiene que ser protagonista de la actuación, para que sea amor. Y lo de la no-obligación. No es
que Jesús nos «mande» amar al prójimo para salvarnos, para damos un premio al mejor
«prójimo-amador». Sino que, con esto del amor al próximo, nos está dando el baremo, para
que podamos medir, si de verdad amamos, si nuestro corazón se pone, poco a poco, en postura
de amor o no. Porque es fácil que nos creamos amorosos -y en el fondo seamos egoístas,
caprichosos-, porque «amamos mucho»; pero, a lo peor, descubrimos que es sólo a quienes da
gustirrinín querer, o damos mimos sólo a alguien concreto que nos cae bien.
Amar no es igual a caerte bien
Aunque también hay que decir, aunque esté ya dicho, que el amor, incluso el cristiano, no
nos pide que nos «caiga bien» todo el mundo. Eso es imposible. Y lo de «amen a sus enemigos»
va en esa línea. Yo no mando sobre mis sensaciones y, si alguien me hace una faena, Dios me
pide que lo perdone -y yo seré más feliz, si no soy vengativo y rencoroso-; pero no puedo
pretender que me caiga bien, que me parezca un dechado de simpatía, y me caso con él.
El «amen a sus enemigos», no es masoquista -ni es mandato, quedaba dicho=-, ni es
inhumano, ni antisicológico, ni es imposible. Porque no es «que te "caigan bien" tus enemigos».
Sino algo muy distinto. Intenten entrenar vuestra sensibilidad, para que les vaya creciendo su
corazón -su capacidad de amar, o sea, de ser felices-, para que sea tan grande el corazón, el
amor y la felicidad que les entren hasta sus enemigos. Pero ¡cómo nos influyen los
sentimientos!
Un domingo, estando yo en Valladolid, fui al «Nuevo Zorrilla», a ver al Atlétic. Su
defensa central era Andoni Goicoetxea, con su nariz torcida, cara de bruto y entradas duras.
Cada vez que se acercaba al balón, o a Da Silva, delantero centro pucelano, todo el estadio
rugía: <<iEtarra!», <<iAsesino!», y «otras frases cariñosas». Bueno, pues, al miércoles
siguiente, jugó Goiko con la selección. Cada vez que se le acercaba el rubito delantero centro
inglés: <<iMátalo!», «Tío-bueno!» ...
¿Por qué seremos tan poco objetivos? Y eso no les pasa sólo a cuatro hinchas ultra que
van a desahogarse al campo. Un amigo mío, sacerdote de Logroño, me confesó que un día en
«Las Gaunas>> se descubrió de pie, gritando su quinto «Hijo de ... » al árbitro. Y recuerdo
estar viendo un partido con un compañero jesuita, hoy Catedrático de Universidad. En un
avance del Real Madrid, el portero bloqueó el balón ya en el suelo y, al llegar Pirri, el hoy
Doctor merengue, lanzado, y dar un patadón a balón y portero juntos, dijo saltando mi amigo,
jesuita inteligente y «de buena familia»: <<iSerá bestia el portero! Casi rompe la pierna a
Pirri». ¡Cómo somos! Nos han «fanatizado» demasiado.
Lo malo es que, como les decía antes, sólo si hacemos sitio en nuestro corazón a
nuestros enemigos, amamos de verdad. Si no, sólo seremos felices a medias. Y sólo amaremos
a medias, ¡incluso a los que queremos! Tiene tela. Deberes para casa. Calma. Ya lo entenderás
cuando lo empieces a intentar vivir.

11. Rabia - Aceptación (ante la adversidad)


Y quien ama ¿cómo tolera un sentimiento desagradable? El que ama ¿cómo supera la
dificultad? 0, de otra manera, ¿cómo en el cristianismo se acepta la cruz? Lo voy a explicar,
como siempre, con un ejemplo.
Una madre joven va a bañar a su hijo de dos meses. Cuando está comprobando, si el
agua está en su punto de calor, se le cae el crío y le da justo con la cabeza en su pie . Le hace
un daño terrible. Pero, como la madre es «buena cristiana», no le riñe, no lo castiga sin baño,
no le da una paliza por el daño que le ha hecho en el pie, sino que se «sacrifica», se aguanta
pacientemente el dolor y, con todo el cariño maternal, levanta de nuevo al niño, no vengándose
del daño que le ha hecho y, como si no hubiera pasado nada, lo baña sin echar en cara al niño
su mala acción...
¡No es así! ¿Verdad que no? Nada más que el niño se cae, la madre se asusta, piensa qué
le habrá pasado en su tierna cabecita. Y, no sólo no se fija en el dolor de su pie, es que... ¡ni le
duele! Lo único que le duele -y mucho- es la cabeza del pequeño. Y corre a llevarlo al médico
más cercano. Y no descansa hasta que está totalmente convencida de que no le ha pasado
nada al niño de sus entrañas.
Y ya, a eso de las once, cuando el niño se ha dormido tranquilo después de cenar, ella
empieza a notar que tiene pie, que:
«Mira qué curioso ¿De qué me puede doler a mí este pie? Si yo no he hecho nada…
¡Anda, claro! Lo del baño... ».
El amor no es masoquista
Para mí, eso es lo que decía Jesús de la cruz. No es que a base de cruz te vayas a ganar
la resurrección. Si vives de amor, si vives de cielo, de «otra vida», superas las cruces que
haga falta e incluso, te duele menos tu pie dolorido que la tierna cabeza -nunca dirás «la
maldita cabezota» de la persona a la que amas ... Si amas, si eres «cristiano», tienes la gran
suerte de que tus problemas te sabrán a la mitad.
Es aquello de Jesús en la cruz: «Perdónalos porque no saben lo que hacen». Estaba
sufriendo más por los verdugos que por él. Le dolían más las vidas sin sentido de los que le
hacían daño, que sus propias manos clavadas.
El amor hace milagros
Otro ejemplo, para ver que la vida es distinta cuando se ama y cuando no. En una
habitación están durmiendo -o intentando dormir- un niño, su madre y una vecina. El niño no
hace más que toser. No deja dormir a ninguna de las dos mujeres. Lo que reciben del niño las
dos es lo mismo. Sin embargo, la actitud de cada una es distinta. La madre siente pena, sufre
por el niño. La otra siente rabia. Sufre por no poder dormir ella, más que por la enfermedad
del niño.
Es decir, que cuando amas, la cruz se acepta. Cuando amas, se supera la dificultad. No
es que seas tonto, harás lo que tengas que hacer. Pero, aunque te quedes un día sin comer,
otro día pierdas el tiempo y otro día te duela el pie, la vida para ti será genial. Porque tus
problemas no te importan nada al lado de la felicidad que estás dando a la gente que llevas
alrededor. La madre que, cuando se le cae el niño, sintiera más el dolor de su pie que el de la
cabeza del niño, es que no tiene la «suerte» de amar.
¿Vas, «entendiendo» algo mejor, lo de «poner la otra mejilla»?

12. Posesión - Libertad


Antes de acabar, quiero tocar un tema, aunque sea de pasada: la libertad interior -y
exterior-, la autonomía personal de la persona que ama.
Una vez más un ejemplo gráfico. Dos bueyes que forman una yunta, cuando van tirando
de lo que sea, van apoyados uno en otro de manera que, si uno se quita, el otro cae.
Como las cartas en los castillos de naipes: la inclinación de una al apoyarse sostiene y
apoya a la otra. Acuérdate de lo que decíamos en el apartado de las fases del amor. Pues
querido amigo, si no puedes vivir sin ella es que no la amas, es que la necesitas, te hace falta
para no caer de tu inseguridad y para obviar tu soledad. Y tu inseguridad y tu soledad las
tienes que resolver e integrar antes y como paso previo para el amor.
Es decir, tú tienes que estar firme y derecho en tu baldosa para poder, desde ahí ,
compartir, convivir, entregarte... y «necesitar» a la persona que amas. Sería un error inmenso
y muy peligroso creer que tu soledad se va a desvanecer cuando tengas pareja. Porque el
hombre nace solo y muere solo y en el recorrido vital sigue solo en lo más profundo de su ser.
El matrimonio no es un «seguro de vida»
Con el amor, desde luego, vas a paliar y mitigar tu soledad, vas a sentirte comprendido y
acariciado, pero en los últimos rincones de tu intimidad eres tú mismo quien te tienes que
comprender y acariciar. Precisamente, cuanto más te comprendas tú, menos inseguro te
encuentres y más integrada tengas tu soledad, más profundidades podrás compartir y más
curada tendrás y sentirás la herida de tu soledad. Pero ¡pobre de ti, como busques en el
matrimonio un refugio, una «madre» que solucione tus carencias!
Y, porque son libres interiormente, lo son también exteriormente. Se amáis tanto,
tienen tanta confianza el uno en y con el otro, que son libres. Yo diría, en un sentido, que más
libres que antes. Deberán seguir cada uno con sus amigos y amigas. Y con sus aficiones y
costumbres. Sigan haciendo cada uno todo lo que les conviene, les gusta, les haga crecer -con
tal, claro está, que no vaya en contra del matrimonio y se haga de común acuerdo-.
La pareja crecerá, porque se alegra con el enriquecimiento ajeno y lo comenta y lo
comparte. Y se fía plenamente. Los celos son algo totalmente infantil -también lo dice E.
Fromm-, de inseguridad personal, de miedo, de egoísmo. El amor libera, tolera, respeta,
potencia, hace crecer, deja y hace más libre al otro.
En general, creo que esto no está bien entendido, como decíamos en la charla anterior:
«La mujer donde debe estar es en la cocina». Y ¡que no se le ocurra ir a un concierto con un
amigo, mientras tú estás de viaje!
Tengo yo unos amigos que dan gloria: Julia y David, los dos psicólogos. Hacen -de mutuo
y amoroso acuerdo, aunque, a veces también discutan-, cada uno su vida. A ella le gustaban a
rabiar las corridas de toros. Pues, ahora llega la «feria de abril» y se va una semana a Sevilla,
y va a las tertulias taurinas con Navalón o con quien caiga. Y él se queda -«encantado> >-
cuidando a la niña. Esto hay gente que no lo entendería, pero a mí me parece genial.
Aplicación educativa: amor padres - hijos
Dos palabras más sobre el amor, referido a padres-hijos.
Sigo diciendo que el amor libera, tolera, respeta, potencia y hace crecer. Pero para
muchos padres esto les resulta muy complicado. Tienen a sus hijos como su posesión o su
prolongación.
Sufren por un suspenso de sus hijos, como si los hubieran suspendido a ellos. (Cuando no
es por razones más pragmáticas: «Comprenda usted, que, si suspende el niño, nos fastidia el
veraneo a toda la familia». No exagero. Tal cual, me lo dijo una madre de un alumno mío.) Los
fracasos de sus hijos los sienten como propios o como una deshonra ante los primos «que son
tan inteligentes».
Como ellos quieren tener una existencia sin sobresaltos, prohíben a sus hijos todo
aquello de riesgo o aventura, que pueda perturbar su paz y su seguridad aunque luego sus
hijos sean tímidos, medrosos, indecisos e inseguros. «Mientras estés en esta casa, harás lo
que yo te diga.» Y se queda tan fresco, porque es una manera no de educar, pero sí de evitar
problemas. Bueno, de momento.
El amor hace crecer, no superprotege
Sobre este tema, recuerdo una anécdota que me pasó en una charla que di a padres de
chicos de octavo de EGB; y que no sé si contarles, porque a lo mejor, en vez de darme la
razón, me llaman bestia y monstruo. (La verdad es que hay veces que soy demasiado bruto,
cuando veo casos realmente sangrantes. Porque les aseguro que he visto y oído cosas que me
da vergüenza contar. Les aseguro que la realidad supera la imaginación.)
El caso es que estaba yo hablando de que al chico hay que ir dejándole libertad, para
que aprenda las cosas por sí mismo; que es preferible que se pegue el palo y aprenda -por
evitarnos nosotros el susto- a librarlo de todo aquello que le haga sufrir. Y dije: «Por
ejemplo, si vemos que el niño va a meter el dedo en un enchufe, es mejor dejarlo y que
aprenda que da calambre».
En la esquina de la primera fila veo una mano levantada, que correspondía a una mirada
asesina: «¡Qué tontería! ¡Cómo se nota que usted no tiene hijos!». Y yo, con toda mi mala idea
-el señor, además, me caía muy mal-le contesté a botepronto:
-«Exactamente: porque no tengo hijos sé educar mejor de lo que lo hacen ustedes. Es
mejor dejar que el niño aprenda, cuando el calambre no le va a hacer daño, que, por no sufrir
nosotros, impedirle tener la experiencia de meter el dedo en un enchufe; que el chico, cuando
sea mayor y vaya a la fábrica, sienta la necesidad de meter un dedo en un enchufe y ahí el
resultado es mortal... A ver, ¿otra pregunta?».
Me imagino que la manía, además de mutua, aumentaría varios enteros. Pero creo, que
para los que quieran entender mi moraleja, está suficientemente claro. Amor a los hijos es
dejar que ellos aprendan, aunque nosotros suframos, dejados libres, para que aprendan a
decidir, a crecer, a tener sus propios valores, su propia y rica personalidad. Que busquen su
propio camino de felicidad y no sean unas marionetas nuestras, aunque eso nos dejara más
satisfechos.
Aunque no quiero meterles miedo, sí les digo que tengo mucha experiencia de hijos
«castrados», con las «alas cortadas», incapaces de contar sus más profundos sentimientos,
incapacitados para una comunicación y un amor profundo, contagiados por la angustia de sus
padres ante «el mundo tan inseguro y malvado que les espera».
Pero me callo. No les quiero asustar a los actuales o futuros padres, para que no piensen
que exagero y ya no me hagan caso a nada de lo que les he dicho.
No se preocupen, que con un poco de sentido común, otro poco de sensibilidad de
autobús y otro poco de buena voluntad, de no posesión y de admitir los errores, todo se
arregla. Recuerdo que un matrimonio, amigo mío, decía que «hay que empezar a educar a los
hijos cinco años antes de casarse». ¿No es bonito?

13. Últimos «deberes para casa»


Y voy a terminar con tres ejemplos que son deberes para casa.
Enamoramiento
«Un niño está comiendo un chupa-chups. Le encanta. No hace más que darle unos
lametones de lo más pringosos. Acaba con la lengua roja. Si le preguntas, puede decir que le
gusta mucho, que quiere mucho al chupa-chups. Sin embargo, nosotros vemos que en realidad
no lo quiere, que no lo ama. Porque en el momento que el caramelo se termina, cuando lo ha
consumido, tira el palo y lo sustituye por otro igual, para seguir chupando con la misma
intensidad y "cariño".
¿Podemos llamarlo amor? Fromm diría que responde al «amor» infantil: te amo porque
te necesito. Pero eso no es amor; más bien es quererse mucho a sí mismo, y «usar» el chupa-
chups como algo que da satisfacción.
Dejo de deberes para casa el que tú veas cómo amas-quieres-respetas-usas-chupas-
destrozas a las personas con que tratas. Porque hay quienes van con una chica al lado como
quien lleva un florero que adorna, o un expediente que luce, o un caramelo de chupar, o una
joya de la que presumir. Sin embargo, ellos dirán convencidos: «Amo a mi amor».
Matrimonio - ¿Amor?
«Un señor, joven, se va a un congreso de su profesión, de su empresa o facultad. Va a
estar toda la semana fuera. El lunes a mediodía, se despide de su mujer -también joven-
hasta el viernes por la tarde. Resulta que en el aeropuerto hay mucha niebla y se suspende el
vuelo. Vuelve a casa por la noche, después de aprovechar la tarde para pasar por su despacho
y, cuando llega a casa, se encuentra a su mujer con otro.»
Y aquí los deberes para casa consisten en que cada uno imagine, primero todo lo que le
diría él a ella. Es un ejercicio muy bueno. Escríbelo si quieres.
Luego piensa si te parece lógico que él le diga tales cosas. Entresaca lo que parezca más
lógico, lo mínimo que tendría que decirle, lo que en casos parecidos la gente diría y, por fin, lo
que tú le dirías.
Después, mira si esas cosas lógicas brotan de una postura de amor: amor-regalo, no
exigencia, segundo capítulo. ¿Coinciden con las palabras de la derecha de los
encabezamientos de los epígrafes numerados, o, más bien, con las de la izquierda? Con lo que
se demostraría que lo «normal», lo primero que se nos ocurre o hace la gente es moverse en
parámetros egoístas y no de amor.
Piensa, si todas las conductas que consideramos lógicas y normales en los
comportamientos amorosos, son de esta categoría de amor. O es que llamamos amor muchas
veces, casi siempre, a cosas que no lo son. No llamemos lona a un papel de fumar. Que, si el
papel se rompe o se quema o no sostiene o se ablanda, al mojar, no es porque la lona no sea
buena, sino porque no es lona: es papel de fumar. No conviene que te den, o des, gato por
liebre... y sepamos que el amor da la felicidad, y los sucedáneos no.
 Noviazgo - Amor
Pepe y Loli, de 23 años, novios y residentes en Valladolid. Les gusta muchísimo el cine.
En el Calderón se celebra la Semana Internacional. Esta tarde ponen una película estupenda.
Pepe va a la cola a la una, justo antes de que cierren y consigue dos butacas para la sesión de
las siete.
A mediodía, llama a Loli y se lo dice:
-«¡Qué genial, oye, tengo entradas para esta tarde! ¡La mejor película del festival! Y
luego nos vamos a cenar por ahí, ¿qué te parece?».
-«Pues, ¡qué pena!, porque me he comprometido con mi madre a estar esta tarde de
cinco a diez con mi abuela. Mi madre va a salir con mi padre a las ferias, es la única tarde que
puede y ya no les puedo avisar. Ya lo siento, ¡me interesaba esa película!».
-«No. Verás -dice él-: en la cola estaba Tomás, nuestro amigo, que tanto le gusta
también el cine, y no ha podido lograr entrada para hoy. Vete tú con él y yo me quedo de seis
a diez con tu abuela. Así tú lo disfrutas. Y con Tomás puedes comentar la peli, que él también
entiende mucho de filmes».
-<<¡Hecho!».
-«¡Hombre!, si yo tuviera que estar por obligación toda la tarde con tu abuela, o por
quedar bien, ¡qué rollo más pesado! Pero, sabiendo que disfrutas por mí, va a ser la tarde más
linda del año».
Sin comentarios.
«Desde luego, este Pepe está loco! A quién se le ocurre!» ...
Verdad que el amor es poco lógico? Pero, ¿a que merece la pena? De verdad, empieza a
entrenar. Y, aunque ahora todavía te veas egoistilla, no te preocupes, la sociedad nos ha
hecho así. ..
Pero tú entrena y entrena y QUE SEAS FELIZ. Además, Así HARÁS FELICES A LOS
DEMÁS.
Fernando Moreno Muguruza sj
Comunicarse para ser feliz

Capítulo 4
EL DIOS FARISEO
Y EL DIOS DE JESÚS

Vamos a hablar del Dios de Jesús en contraposición con otros «dioses», que se nos
presentan como cristianos. Para empezar, escuchen un cuento.
El hechicero y el peregrino
«Erase un valle frondoso, rodeado de montañas. Y en el valle, un poblado, junto
al río. Y unos moradores del poblado del valle que vivían gozosos y descansaban, o
trabajaban, o paseaban, o hacían el amor en paz.
Los moradores del poblado del valle de las montañas vivían tranquilos porque los
dioses les eran favorables y hacían fecundos sus rebaños, fértiles sus huertas,
hermosos y sanos sus hijas e hijos.
Mas, he aquí, que un día en el cielo del valle de las montañas, negros nubarrones
taparon la luz del sol y los dioses desde lo alto enviaron un castigo de piedra y agua
que asoló los campos. Entonces los hombres del poblado del valle se preguntaron:
-"¿Qué habremos hecho nosotros para que los dioses se vuelvan enemigos? ¿Cómo
podremos hacer para que los dioses sean, de nuevo, amigos nuestros?".
Oportunamente, surgió entonces un hechicero. Un experto que había estudiado
mucho acerca de los dioses y de los hombres.
-"Hermanos, yo tengo la solución" -les dijo -. "Les voy a indicar el comportamiento
que han de tener para que los dioses se tornen amigos suyos".
El hechicero eligió el mejor árbol de la selva, el de frutos más apetitosos, le hizo
un cercado y dijo a los hombres del valle:
-"Ustedes, una vez a la semana, van a ir al Árbol de la Vida, se van a postrar ante
él, van a rezar oraciones, van a ofrecer sus frutos: una parte de sus haciendas, una
parte de sus vidas... De este modo, los dioses de nuevo estarán contentos con ustedes".
Así lo hicieron, y así fue. Pasaron los tiempos malos de nubarrones, granizo y agua,
y volvió a salir el sol.
El hechicero les dijo:
-"Ya lo ven. Los dioses han escuchado sus súplicas; de nuevo están con ustedes. En
adelante, para contentar a los dioses, habrán de ofrecer ante el Árbol de la Vida una
parte de sus cosechas y una parte de su tiempo y de su vida".
Pasaron días y noches y ocurrió de nuevo que los negros nubarrones volvieron
tapando la vivificante luz del sol. El hechicero dijo a los hombres:
-”Algo habrán hecho mal, para que los dioses, otra vez, sean sus enemigos. Por lo
tanto, deben repetir sus ofrendas, aumentar sus oraciones a fin de que los dioses se
calmen y no vuelvan a ser sus enemigos".
Y así lo hicieron. Los hombres del poblado del valle insistieron en sus oraciones y
ofrendas y el sol volvió a lucir, y ellos quedaron satisfechos, porque podían tener
claramente reglamentado cuál iba a ser su comportamiento, a fin de que los dioses no
fueran enemigos.
Vivieron tranquilos aquellos hombres del poblado del valle de las montañas, y
trabajaron, y descansaron, y pasearon nuevamente e hicieron el amor, libres del miedo y
la incertidumbre, porque habían descubierto el modo de controlar a los dioses en su
enojo y creían que lo dioses se atenían a las reglas del hechicero.
Estando así las cosas, un día por las altas montañas apareció un peregrino, que se
quedó con los moradores del poblado del valle, se sentó a su mesa, participó en sus
tertulias y celebró sus fiestas, conoció sus costumbres y también su fe. El peregrino les
dijo:
-"iOh, ingenuos moradores del valle de las montañas! El hechicero les ha engañado.
Su religión es falsa. Y no porque el Árbol de la Vida no sea de Dios. No porque la parte
de cosecha ni la parte de tiempo que ofrecen a los dioses no sean de Dios. Sino porque el
hechicero ha querido separar el Árbol de la Vida de los demás árboles de la selva; y
porque ha querido separar su vida de hombres de la Vida de Dios.
La religión que Dios quiere no es un árbol de la selva, no es una parte de sus
cosechas, no es un tiempo de su vida. Lo que Dios en verdad quiere es que su vida entera
la vivan de acuerdo con la voluntad de Dios. Que vivan amándose, para que así sean
felices. Eso es lo único que yo he aprendido de Él y es lo que he intentado vivir".»

Sin final
El códice del cuento está incompleto. Dicen que el hechicero agredió y finalmente mató
al peregrino, porque atentaba contra sus intereses.
Dicen otros que no fue directamente el hechicero, sino que él se valió de sus aliados, los
poderosos, las estructuras y las instituciones para acabar con el peregrino. Porque el
peregrino en definitiva atentaba también contra las instituciones, que prefieren que el
comportamiento de los hombres en relación con los dioses esté claramente definido, y no
expuesto a novedades que traen sobresaltos y sorpresas y, hasta revoluciones.
Pero otros mantienen que el Espíritu del Peregrino no ha muerto, que lo han percibido en
otras montañas, en otros valles y en otras selvas. Y que hay gente que se reúne en su nombre,
y come y se perdona y festeja que el Peregrino siga vivo.
Hay quien supone que algún hechicero debió de caer en la cuenta de lo peligroso que era
matar al peregrino, porque la sangre de los héroes ha sido siempre semilla de nuevos adictos,
y que éste debió de proponer:
-«Oh! Sí, sí. Nos convertimos a la "religión" del peregrino.
En adelante, vamos a adorar al peregrino. Haremos una bella imagen del peregrino y la
pondremos en lo más alto del Árbol de la Vida; allí traeremos nuestros hijos y los
consagraremos al peregrino. Le traeremos nuestras ofrendas, como hacíamos con los dioses, y
le haremos un altar». Dicen que de esta manera quedó controlada la «revolución» del
Peregrino.
El hecho es que sigue existiendo gente que «hechicerilmente» pretende controlar al
Peregrino y al Dios que él enseñó; y siguen existiendo quienes, en nombre del Peregrino,
someten como hechiceros a pueblos y conciencias.
Hay otros muchos finales. Se pueden imaginar uno que les guste.
Y pueden -deberes para casa pensar y comentar- qué final están poniendo ustedes, con
su vida.
Están dentro de nosotros
Hasta aquí el cuento. Pero al hechicero y al Peregrino no hay que entenderlos sólo como
dos figuras simbólicas que, en una especie de película de buenos y malos, representan a dos
clases de gente que existen en el mundo exterior. «Progres y «carcas», o algo así. No
caigamos en ese engaño.
En realidad, el hechicero y el Peregrino están dentro de cada uno de nosotros. Son dos
maneras de entender nuestra relación con Dios. Todos participamos de una inseguridad muy
fuerte que a ratos nos hace querer tener una religión atada y bien atada, donde sepamos lo
que hay que hacer para estar seguros de ganamos la vida eterna. Y creemos, predicamos y
somos capaces de apostar por los principios del hechicero.
Dentro de nosotros hay, también, unas ganas inmensas de volar, de ser libres y felices,
de arriesgamos a ser críticos y pensar por nosotros mismos, de poder llegar a amar. Y
entonces vemos que tenemos que seguir el estilo de vida del Peregrino. Aunque dé menos
seguridad, porque deja como única ley el Amor.
En cualquier institución
Está claro, y ya tenéis edad de comprender y no asustaros, que hoy día, dentro de la
Iglesia existen también estas dos realidades: católicos, que por educación, familia, estudios o
carácter les va más la religión tradicional, ser fieles a las normas y a los ritos; y otros
católicos que por las mismas razones -aunque sus historias sean distintas-, sintonizan más con
otra manera de vivir más libre, más progresista y menos normativa y ritual.
Siendo sinceros, hemos de admitir, aunque mucha gente se escandalice y otros pidan más
uniformidad entre los católicos, que dentro de la Iglesia hay dos maneras de concebir a Dios,
a Jesús y aun la misma religión. Como aparece gráficamente en el cuento.
Tiene su explicación. Siendo un poco simplistas, depende de si crees que hay que
entender la Biblia al pie de la letra, porque es un libro totalmente histórico que cuenta las
cosas tal y como sucedieron; o si ves la Biblia como un libro escrito en lenguajes diversos
-género simbólico, poético, alegórico y con contextos culturales propios del tiempo -errores
en geografía, en astronomía, en medicina, en arqueología, en física que hacen que, manteniendo
el «mensaje de Salvación» de Dios y de Jesús como verdadero, hay que intentar «traducir» al
lenguaje de hoy, para ver exactamente qué hay de historia y qué de mito, qué sucedió
realmente y qué nos cuentan a modo de parábola o alegoría, para transmitimos algo distinto de
lo que parecería a simple vista.
Causas históricas
Conviene saber, por ejemplo, que hasta el 1940, en que el papa Pío XII autorizó la
«Comisión Bíblica», los católicos tenían casi prohibido investigar y aplicar métodos científicos
de interpretación de textos a la Biblia, teniendo que atenerse a entender todo al pie de la
letra y considerar la Biblia entera, por tanto, como un libro «histórico».
A partir de entonces los teólogos biblistas y exegetas estudiaron con mayor
profundidad todos los libros de la Biblia, incluso los Evangelios, comparándolos entre sí y con
otros escritos de su tiempo, llegando a conclusiones que resultaban revolucionarias, pero que,
poco a poco, y muchas veces con mucho recelo de los más fanáticos, se han ido aceptando.
Baste, como ejemplo de conclusiones a que se ha llegado por los expertos -y que puede
ser significativo y fuente de concepciones diversas a las tradicionalmente aceptadas-, el
hecho de que los Evangelios no estén escritos directa e inmediatamente por los propios
Apóstoles, sino por alguna persona que recopilaba la «experiencia», que los primeros
cristianos, a quienes ellos daban «catequesis» sobre la Vida, el Mensaje y el Dios de Jesús,
vivían ya en comunidad.
Los Evangelios no pretenden ser «biografías» de Jesús
De ahí que no hay que tener a los Evangelios por «biografías históricas» de Jesús, y caer
en la cuenta de que cada evangelista tiene una intención concreta y se fija más en unos
aspectos que en otros, pues recoge de y escribe para una comunidad concreta.
Mateo, escribe a hebreos. Marcos, insiste en el mesianismo nuevo de Jesús. Lucas, que
habla a gentiles, insiste en la misericordia de Dios y su Amor preferente por los pobres. Y el
de Juan es un Evangelio muy elaborado teológicamente, lleno de símbolos para recalcar la
nueva alianza y el culto nuevo.
Conviene caer en la cuenta de que ponen el acento sobre los aspectos más divinos y
espectaculares de Jesús, puesto que lo que entonces rondaba por el ambiente era que a Jesús
lo habían matado en cruz, que había fracasado, mientras ellos quieren convencer de que era el
Mesías esperado, aunque con un mesianismo muy distinto al que la mayoría de los judíos de
entonces -¿quizá, también algunos cristianos de hoy?- esperaban.
Luego, por los años sesenta, el Concilio Vaticano II, de la mano del genial viejo-joven
Juan XXIII, dio nuevo impulso a las investigaciones científicas, apoyando el que «entraran
nuevos aires a la Iglesia», un poco con el ánimo de que, en vez de tener que dar la Iglesia la
«última palabra» al mundo, fuera el mundo -los «signos de los tiempos», donde también habla
Dios, y los avances de todas las ciencias- el que ayudara a la Iglesia a comprender mejor el
mensaje evangélico para hoy.
Sin embargo, es comprensible que muchos cristianos -y aun sacerdotes y obispos-
significativo el caso del francés Mons. Lefebvre, que se negaba en rotundo a todo cambio o
por edad, carácter, inseguridad, necesidad de obedecer en vez de pensar «críticamente», o
por haber recibido una formación teológica anterior a estos avances, sigan aferrados a
creencias y prácticas tradicionales.

1. La religión del hechicero


Vamos a pasar a analizar qué Dios y qué Jesús, qué religión, qué moral, qué iglesia, qué
sacramentos nos presentan el hechicero y el Peregrino.
Primeramente describiré estas realidades desde la mente del hechicero; desde las
aportaciones que han ido dejando en la Iglesia los hechiceros de todos los tiempos de la
historia.
Noten que es también el hechicero que todos llevamos dentro y el que prácticamente
todos nosotros hemos mamado desde nuestra infancia.
Con lo cual, quiero explicitar más la parte negativa, más pagana que cristiana, aunque, a
veces, soy consciente que exagero y ridiculizo esa visión de la religión. Porque es la que se ha
dado en muchos casos, y predicado en muchos ambientes como única auténtica y oficial. Y
porque a mi juicio, como digo, tiene en algunas concepciones más de pagana que de cristiana.
Si hoy viniera Jesús, en algunos casos, también diría que es, en parte, una religión falsa.
Se lo cuento como mi opinión, no como dogma de fe. Como siempre, para hacerles pensar,
abrir mentes y cambiar actitudes según el Espíritu de Jesús, que está dentro de todos
nosotros. Para reflexionar personalmente y en grupo. Para que seamos maduros y críticos y no
hagamos caso sin más al primero que nos hable. Igualmente, para que no mandemos a la
«porra», también sin más, al que nos diga algo que no nos convenza o que no hubiemos oído
antes.

1.1. Dios enemigo del hombre


El dios de todos los hechiceros es un dios enemigo de los hombres, un dios al que hay que
conquistar. El dios al que hay que ganarse. Para ganar adeptos a esta tesis, el hechicero
encuentra campo abonado en nuestra inseguridad, en nuestro querer que nos den normas
hechas; que nos digan «tú obedece, no pienses y así no te equivocas».
Nuestro inconsciente está en un noventa por ciento hecho de reacciones «hechiceriles».
Es muy fácil, por ejemplo, que gente de grupos cristianos diga: «Yo soy de la teología de la
liberación, yo tengo una moral liberada, mi sexualidad está totalmente integrada». Pero luego,
escarbas en el inconsciente y éste está construido desde una inseguridad terrible, desde una
culpabilidad sistemática, desde una falta de libertad muy grande, desde una necesidad de
apoyo y de que me lo den todo hecho, concretado, normatizado, atado y bien atado -aunque
sea para saltármelo-, para «saber a qué atenerme... Inconsciente hechiceril, como decía, que
no quiere discurrir, ni por lo tanto comprometerse, ni arriesgar. Es el miedo a Dios. Otra de
las características importantes de la religión del hechicero.
El dios del hechicero es un dios al que hay que ganarse -decíamos-, y esto es algo que en
los fariseos se ponía de manifiesto. Si se acuerdan de la Parábola del Fariseo y el Publicano, el
fariseo le dice a Dios: «Señor, yo he hecho todo lo que debía, he pagado el diezmo, cumplo la
ley, ayuno... ». Como quien dice: «Me he "ganado" tu amor, Señor». Y lo que critica Jesús es
que para el fariseo Dios parezca un dios enemigo al que se gana cumpliendo la ley, siguiendo
unos principios, haciendo sacrificios.
El hombre es malo por naturaleza
Y, si Dios es enemigo del hombre -la conclusión se saca sola- será, porque el hombre es
malo. Es otro componente de la mentalidad del hechicero: el pesimismo respecto al hombre y
sus tendencias. Y, por tanto, para el hechicero, más o menos inconscientemente, también Dios
es malo, cruel y vengativo.
Al hombre -enseña el hechicero-, si le dejas hacer lo que se le ocurre, desemboca en
pecado. El placer es malo. La felicidad es peligrosa. La pasión hay que condenarla, los
sentimientos rechazarlos. Todo lo que sea humano es enemigo de los dioses. Todo lo que sea
satisfacción, gozo, alegría... es enemigo de los dioses. Si en un momento dado estás muy
contento, sospéchate que algo está yendo mal. Si tú te encuentras satisfecho contigo,
sospéchate que te has dormido y te estás dejando poseer por la pasión. Tendrás que
despertar y hacer algo que te fastidie para ponerte en forma. (Alguien me decía: «Todo lo
que apetece o es pecado o me hace daño al estómagos.)
«¡Mira a Jesús, el privilegiado de los dioses, un eterno sufriente. Muere en la cruz
que es el máximo sufrimiento, es decir, la máxima religión. El sufrimiento, el sacrificio, es
la manera suprema de complacer a los dioses. Los dioses son enemigos del placer y la
felicidad y, en definitiva, del hombre. Puesto que el hombre es malo y, si lo dejas suelto es
un lobo, al hombre hay que domesticarlo, hay que mortificarlo para que sane y venga al
mundo de los dioses!»
Dios exigente y perfeccionista-culpabilizante
En consecuencia, los hombres tienen que hacer obras para ser amigos de los dioses. Ellos
de por sí no son amigos.
Si el nene es sucio, no lo querrá mamá. Lo mismo, si el hombre es malo -que lo es-, no lo
querrá Dios. Dios está esperándote con un palo, para, en el momento que te pases un pelín,
mandarte al infierno, o machacarte. Todavía recuerdo yo momentos de pequeño en que me
decían: «Si eres malo, Dios te va a castigar». Al cabo de un rato me daba un golpe en la
espinilla contra una mesa y: «¿Ves? Dios te ha castigado». Tienes que tener cualidades, tienes
que ser perfecto, tienes que tener obras buenas, sacrificios en tu mochila, méritos en tu
cuenta de ahorro, para que Dios sea amigo tuyo.
No te vale con «ser» para que te quiera Dios. Porque no piensen que la filosofía del
«tener» es sólo propia de consumidores materialistas -«yo seré más feliz cuando tenga más
cosas»-, sino que también existe una espiritualidad del tener. Es la religión farisea, la del
hombre que piensa que cuantas más cosas haga por Dios, más lo querrá Dios. Es algo
totalmente «hechiceril, y pagano.
Sádico y cruel
Por otro lado, no se concilia demasiado bien el que nos tenemos que ganar la salvación,
con el hecho de que Dios mandó a su hijo para que muriera en la cruz como pago por nuestros
pecados. Y tampoco se concilia demasiado bien la bondad de Dios que quiere salvar a todos los
hombres -sus siervos- con la crueldad de mandar a su único hijo a la muerte en cruz para
realizar esa salvación.
A mucha gente le parece natural, porque lo ha mamado así desde su infancia; pero, si se
lo explicáramos en estos términos a una persona mayor que nunca hubiera oído hablar de
cristianismo, nos diría que esa crueldad no cabe en un Padre ni de película.
Ajeno a la vida
En fin, la religión de este dios (aunque habláramos en otro apartado de religión, queda
así más claro el concepto de Dios) es una religión ajena a la vida, ya que Dios es ajeno a los
hombres. Esto quiere decir que para el hechicero, yo tengo que ser religioso no para mí, no
para mi realización personal, para dar sentido a mi vida, ni para hacer felices a los demás y
luchar por su Reino, sino que tengo que ser religioso para complacer a lo s dioses. Más tarde,
en otra vida, por eso, los dioses me premiarán. O me condenarán, si no lo he hecho.
¿Qué es pues la salvación? Es como un juicio con sentencia final. Se pesan las obras
buenas y los pecados como en dos platillos de balanza. Y se ve: ¿Pesan más los pecados?
«Usted no ha ganado la salvación, ¡al infierno!» ¿Pesan más las buenas obras? «Pase usted al
cielo; allí, a la fila segunda». «Y usted tiene más peso de obras buenas? Usted a la primera
fila».
Existe esta idea de que la salvación es algo que uno se gana a pulso. Y esta es una religión
«hechicera» que cuenta con que Dios sea alguien ajeno a nosotros, enemigo nuestro y nos
tenemos que merecer su amistad y su favor a pulso. A base de religión, de sacrificios, de ritos
y actos.
Dios puede hacerlo todo
Por otro lado, Dios es «todopoderoso y omnipotente». Tiene en sus manos los hilos de la
historia y el destino de todos los hombres. La imagen más parecida, sería la de un
«marionetero» que va moviendo a los hombres y las cosas a su antojo, como marionetas que, al
fin y al cabo, están a merced de su voluntad y nada pueden hacer contra ella. Todo lo que pasa
en el mundo depende de Él. Es el creador del mundo, de la nada, y, como siguen interpretando
la Biblia al pie de la letra, no logran entender -a veces condenan- muchos descubrimientos de
las ciencias modernas.
Hasta en la terminología popular se oye «Hasta mañana, si Dios quiere»; «El sábado,
Dios mediante»; «Dios se ha llevado a la abuela»; «¡Qué terremoto en Guatemala! Dios sabrá
por qué lo ha permitido»... «Dios escribe derecho con renglones torcidos»... O sea que no
podemos intentar entender y escrutar los designios de Dios, ni pretender comprender cómo
Dios quiere, impertérrito y ajeno al sufrimiento humano, -haciendo o permitiendo- tanto mal
para tantos hombres cuando, por algún otro lado nos dicen que Dios es bueno. La «Divina
Providencia» es «un misterio». Un Padre Bueno, que quiere a todos sus hijos por igual y que,
pudiendo evitarlo, «hace» que la inmensa mayoría lo pase mal. No sabemos si los hechiceros lo
entenderán, pero, al menos, a nosotros no nos lo explican. A mí al menos, no me cabe en la
cabeza. Tony de Mello -y cualquiera con sentido común- decía: «Si es bueno, es que no puede;
si puede, es que no es bueno.

1.2. Jesús
¿Quién es Jesús, el Cristo de la mentalidad hechicera?
El Cristo de los hechiceros es sólo «Hijo de Dios», alguien de naturaleza distinta a la
mía, alguien que desde pequeñito se lo sabía todo, como que iba a todas las películas
sabiéndose el final (con lo cual no tenía emoción nada de lo que hacía), tenía hilo directo con su
Padre que le decía todo lo que tenía que hacer, tenía el poder-magia de Dios para poder hacer
todos los milagros y prodigios que le venían bien ante la gente, se paseaba criticando
impunemente a sacerdotes y fariseos y luego lo de la pasión no se sabe muy bien si realmente
lo pasó mal, ya que se sabía el final y que era cosa de aguantar dos días.
Fue puesto para que nosotros le imitáramos y siguiéramos sus consejos. Y que ahora está
ahí en la puerta del cielo (¿no nos había salvado ya con el sacrificio de la cruz?) con la
calculadora, como el hijo del amo: <<A ver, traiga usted el expediente suyo. ¿Se parece al mío?
¿Me ha adorado y rezado bastante? ¿Ha hecho usted lo que yo mandaba? ¿Ha cumplido la ley
de mis vicarios? ¿Ha cumplido por Pascua Florida?... ». (Porque por algún sitio dijo que no
ponía más mandamiento que el del amor, pero fundó una Iglesia que está llena de normas,
leyes y prescripciones.)
El intermediario
Y, por otra parte, es aquel a quien puedo ir a decide: «Oye, no te pongas duro conmigo,
por tu madre. Ya sé que he hecho esto mal, pero no me lo apuntes». Es un intermediario del
juez inexorable y un poco más asequible por eso de que tiene naturaleza humana, y me puedo
atrever a pedirle que me enchufe: ¿Comulgas nueve primeros viernes de mes seguidos? Y ya
está: te salvas. ¿Recibes una bendición del Papa y rezas un Padre Nuestro por sus
intenciones? Y derecho al Cielo. Y no sé cuántas cosas más.
La religión «hechiceril tiene a Cristo como un icono-crucificado-símbolo de obediencia al
Padre. Se le reza y él intercede por nosotros. Es el cordero de Dios, que quita los pecados del
mundo: una especie de «felpudo» donde todos podemos quitarnos el barro y a quien su Padre,
juez implacable, pega todos los palos para limpiamos a nosotros.
Desde luego, soy consciente de que caricaturizo, pero es que creo que hay que admitir
que la imagen de Jesús que nos presentan ciertas formas religiosas -refrendadas por
imaginerías de Olot y similares en azul clarito y rosa, donde parece de todo menos un tío
genial- es indigna.

1.3. Religión
Ya les he hablado mucho de la religión «hechiceríl», al hablar de su dios. Aquí añadiría,
que esta forma de religión, en el fondo, nos «apetece». Es una religión que nos da muy
claramente acotada la parcela que tenemos que dedicar a los dioses. «Tiene usted que ir a
misa el domingo». «Bien, vale, siga. Dígame usted clarito y en pocos puntos lo que tengo que
hacer para ganarme la salvación». «También tiene usted que ofrecer cosas. Es decir, de su
vida aproximadamente un diez por ciento, un diezmo, lo dedica usted a los dioses... de su
tiempo, de su dinero, de su familia... «de acuerdo?».
Es una religión «cómoda», la que queda resumida en unos cumplimientos concretos, que
reducen tu relación con Dios a media hora a la semana y pocas cosas más. No es que sea
cómodo el cumplimiento; pero es cómodo no pensar, es cómodo no tener que arriesgarte tú a
pensar qué haría Jesús en tu pellejo.
Por otro lado, como en el Árbol de la Vida, lo importante para los dioses no es la vida,
sino una parte muy acotada y casi restringida al templo, que es la «religión»: los rezos, las
misas, las novenas, el culto. Bueno, y la moral, de la que luego hablaremos.
Los hechiceros y sus seguidores no «convencen"
Recuerdo que un día mi hermano me decía que era más fácil evangelizar allí que aquí;
porque allí, en Zimbabwe, predicaba el amor y la generosidad de Jesús y, aparte de
impresionados, les impresionaba la figura del misionero, coherente, sacrificado, que siendo
«blanco y culto», no se aprovechaba de ellos sino que los ayudaba.
Mientras que en España, la gente oye hablar de cristianismo, «como quien oye llover».
Pues los cristianos -incluso los curas damos testimonios de cumplir una serie de ritos y normas
-a ojos críticos o descreídos bastante superficiales y poco comprometidos, y luego ven
nuestras vidas que dejan mucho que desear, aun a nivel humano.
Ven a muchas personas, que salen de Misa el domingo, que en su trabajo o con sus
empleados o jefes, en su familia con su mujer y sus hijos, en la vida social y económica no se
portan ni como cristianos, ni sensibles, ni educados, ni simplemente como ciudadanos
cumplidores. Pero, como van a Misa el domingo ¡ya han cumplido con Dios y tienen asegurada la
vida eterna!
Religión masoquista
Habría aquí también que decir muchas cosas, acerca de esa pretendida religión cristiana
de los que tienen espíritu de hechicero, que es una religión tremendamente masoquista, donde
parece que cuanto más sufres más te quiere Dios. Aunque esto, bien entendido, es verdad;
pero por otras razones.
Quieren provocar el sentimiento de que cuanta más maldad, más dolor, más sufrimiento
experimentemos, entonces más experimentaremos el amor de Dios. Esto es masoquismo,
identificar el placer con el dolor. Yo soy basura. Cuando ya no puedo salir de mi propia
miseria, bajo al infierno de mi psicología pecadora y «entonces» Dios me perdona.
Inconscientemente se forma un circuito psicológico, donde el sufrimiento y la basura se
asocian, con una curiosa emoción morbosa, con la salvación y el perdón. Cuanto más miseria
soy, Dios más me quiere. Algo -aunque no todo de eso tiene la emoción de sentirse amado por
Dios, al salir del confesonario- cuanto más pecador soy, cuando yo me arrastro por el suelo y
me ensucio más, más me conmueve el que Dios me lave y deje mi alma blanca, como la nieve.

1.4. Los Sacramentos: actos de «magia»


En la religión del hechicero, los sacramentos aparecen «funcionando» como funcionan las
máquinas tragaperras. Voy allí, echo la moneda y me sale el chicle. Lo mismo: voy allí, digo unas
palabras, el cura hace unas cosas y me llevo a Dios conmigo. Hago una serie de ritos y,
automáticamente, por los ritos que he hecho, o hace el sacerdote, me llega la salvación.
Los sacramentos, en la mentalidad del hechicero, más parecen magia. Por ejemplo, en
cómo asisten algunos a la eucaristía se ve claramente esta actitud. Durante la mayor parte del
tiempo pueden estar distraídos, pero llega la consagración, se pronuncian las palabras «clave»
y todo el mundo se arrodilla, se sobrecoge, contempla aquella actuación misteriosa del
sacerdote que logra convertir el pan en carne. ¡Es el momento en que baja Dios!
Cristianos coyunturales
Desde luego, para mucha gente, da la impresión que son los hitos en que son «cristianos».
Van a las iglesias a Bodas, Bautizos, Primeras Comuniones y Funerales. No se sabe muy bien si
van en actitud de participar en un encuentro con Dios, o, más bien, van por quedar bien con la
familia o los amigos. Pareciera que asisten más a un acto social.
En otros casos, por rutina. Como el futbolista que, al salir al campo, toca con la mano la
hierba y se hace la señal de la cruz; o antes de tirar un penalty o tras meter un gol. Otra
gente va a Misa para cumplir con Dios, porque, si no, es pecado, pero parece que vale asistir
de cuerpo presente. Otros se casan por la Iglesia por no dar un disgusto a sus padres, o
porque queda mejor la Iglesia que el juzgado; pero sin ninguna convicción.
El otro día oí -en serio que lo oí, y que lo decían en serio- de alguien que quería hacer la
Primera Comunión por lo civil. No es broma, aunque el chiste barato sale fácil.
Se ha hecho mucho daño
En la confesión normal de confesonario, creo que a veces parece que se da eso de la
magia: por parte de los fieles y, por desgracia, también por parte de algunos confesores, que
tendrían que «curar», ayudar, animar hacia las actitudes de Jesús, dar paz. Pero riñen.
Alguien decía: «Es que los curas dicen a los que venimos lo que querrían decir a los que no
vienen».
A mí al menos, me han llegado mil historias «hechiceriles» para perder la fe. Dos
ejemplos que me impresionaron mucho. Cuando mi madre -¡santa mujer! tenía como ochenta
años, un día que se confesó en su parroquia -se pueden imaginar de qué se confesaría-, el cura
(?) le dijo: «Señora, con esa vida tan mediocre va a ir derecha al infierno». Menos mal que no
me dijo qué confesonario había sido... Pero el influjo del tal todavía dura en la psicología y en
la religiosidad tradicional de sus noventa años.
Otro. Después de oírme en una conferencia, una señora me dijo que quería hablar
conmigo. Cuando, a los pocos días la recibí, me dijo que había hecho propósito de no volver a
confesarse, después de que, haría unos diez años, se confesó de usar anticonceptivos y el cura
(? de nuevo) le dijo que no le daba la absolución y que su cama era un «prostíbulo».

1.5. Moral: cuestión de actos y normas fijas


La moral del hechicero es una moral de cosas. La moral se identifica con la ley y los
actos. Por eso, para algunos, si yo hago una cosa que va contra la ley, he pecado. Aunque yo la
haya hecho con mi mejor intención. «No importa. Aquí, lo único que pesa es que si usted se ha
saltado el semáforo, son cien euros. A ver si vamos aquí a hacernos cada uno la moral a
nuestra conveniencia». Y, por otro lado, aun en la moral más tradicional la «intención», la
voluntariedad y el conocimiento, han sido condiciones necesarias para considerar algo como
pecado. Pero es que aquí, como en todo, hay algunos más «papistas» que el Papa.
De alguna manera entonces, la ley es la fórmula clara de la salvación y la condenación. Y
la moral, por eso, viene a ser el centro de la religión. Si cumples la ley, tienes a Dios en tus
manos. Si cumples toda la ley, si llevas los mandamientos a rajatabla, domesticas a Dios, ya no
te puede condenar. En este caso, los sacerdotes son quienes pueden dar normas, enseñar
maneras de obrar para que los hombres domestiquemos a Dios.
Y, como decía, es moral de actos. En eso algunos confesores han tenido, con frecuencia,
mucho que ver. Tú te masturbas, estás en pecado. No estás en amistad con Dios. Al rato te
confiesas, estás en gracia. Ya vuelves a estar en amistad con Dios. Al poco dices una
blasfemia, vuelves a estar en pecado... Eso no es una amistad entre adultos. Sí entre niños.
Me quitas el balón:
-«Ya no te ajunto».
-«Toma».
-<<Ya te ajunto».
La amistad de Dios cambia por momentos
Yo he oído como algo cierto -era doctrina generalmente explicada- que, si un hombre
bueno y justo, dechado de virtudes, que jamás había cometido un pecado mortal, paseando por
una acera, ve en la de enfrente una mujer que le atrae y tiene un pensamiento deshonesto; si
en ese momento, cae un tiesto de un balcón, le da en la cabeza y lo mata, nuestro buen
hombre se va al infierno para toda la eternidad.
Mientras que, si un condenado a muerte por la justicia humana, y con miles de pecados
mortales en su conciencia, al ser ejecutado, se confiesa y recibe la absolución, va al Cielo.
Con este segundo ejemplo estoy de acuerdo, pero por distintas razones, como luego
veremos.
Caso vivido por mí
Recuerdo, en parte con tristeza y en parte con ternura, que una vez fui a un pueblo por
Semana Santa, para ayudar al Párroco en las confesiones -«Conviene que haya un cura que no
conozcan»-. Me siento en el confesonario y viene un señor, como de ochenta años. Y me dijo
más o menos, a toda velocidad:
-«Ave María Purísima. Padre mío espiritual, desdelaSemana
Santapasadaquenomeconfieso; hehechoexamendeconciencia dolordecorazón,
propósitodelaenmienda, decirlospecadosalconfesorycumplirlapenitenciaquemefuereimpuesta.
Ymispecadossonéstos. Elprimero,amaraDiossobretodaslascosas:nada.
elsegundo,nojurarsusantonombreenvano:lasblasfemiasnecesariasparallevaralganao;
eltercero,santificarlasfiestas:cincomisas; el cuarto,honrarpadreymadre:notengo... ».
No recuerdo más, pero de verdad que sentí un gran cariño por ese buen hombre, al
tiempo que pena por su religión.
Lo que es una gozada es confesar críos. No paran de moverse: -«Me acuso padre de
desobedecer a la mamá, de desobedecer al papá, de desobedecer a la abuelita... ». Dan ganas
de decirle: «Saca factor común y acabas antes».
También es curioso esas señoras que van y te cuentan la vida del marido, de los hijos, de
las vecinas; y lo que tienen que sufrir... «No lo sabe usted bien Padre»

1.6. La Iglesia: la autoridad a quien hay que obedecer sin más


La Iglesia para los hechiceros es una institución claramente paternalista. La Iglesia se
identifica con la jerarquía. La Iglesia es el Papa, los obispos y los curas, a quienes tenemos que
ir a pedir permiso y consejos. Ellos paternalmente nos dan recetas hechas de «obligado
cumplimiento», y exigen sumisión. Es una iglesia de: «Usted obedezca y calle, que así no se
equivocará».
El creyente de esta religión de hechicero no tiene que pensar. Discurrir es de soberbios.
Sólo hay que obedecer. El Padre pensará por ti.
La Iglesia del hechicero tiene una idea de la autoridad que participa de aquella
concepción filosófico-histórica en la que el poder viene de Dios y Dios se lo presta al
soberano. El rey ejerce el poder en nombre de Dios. Y lo mismo ocurriría con el Papa.
Dios presta al Papa su poder y su sabiduría. Al Papa le corresponde la misión de guiar
infaliblemente en nombre de Dios. Esta iglesia está concebida como una autoridad absoluta
donde el Papa manda, decide, dicta, y los demás obedecen y punto. Los sacerdotes tienen sólo
la misión de que se cumpla la palabra de la autoridad.
Así, esta Iglesia queda configurada, de una parte, por una jerarquía paternalista,
autoritaria, y de otra, por unos fieles sumisos, infantilizados que no toman opciones, que no se
comprometen.
Para todos igual
La jerarquía de esta Iglesia se siente en la obligación -y en el derecho- de dar normas y
soluciones, iguales para todos y sobre todos los temas.
Un ejemplo, para mí muy claro (que quizá entrara más en el apartado de la religión o la
moral, pero vale aquí). Imagínense que el médico de un pueblo aparece en el balcón del
Ayuntamiento, tras convocar a todos los habitantes del pueblo. Y les dice:
-«Todos saben que la salud es la salud y es para todos igual y no caben excepciones. Así
que, a partir de ahora, todos tomarán para desayunar un tazón de café con leche y una
tostada, con una aspirina que viene bien para la circulación; a mediodía un buen plato de
legumbre o pasta y luego cien gramos de carne ... Y así, hasta la cena».
Entonces, una embarazada le dice: -«Oiga, doctor, es que para mí... »,
-«¡No empecemos con excepciones. La salud es la salud. Y no vamos a hacer una salud a
gusto de cada uno!».
De la misma forma, yo creo honradamente que no se pueden dictar normas, leyes y ritos
e incluso dogmas iguales para Alemania que para Cuba, para El Chad que para USA. Yo no
puedo decir lo mismo a mi madre de noventa que a chicas de diecinueve.
Pienso honradamente y con todos los respetos -de verdad- que, después del Vaticano II,
el Papa, en vez de dar consejos él al Congreso de Genética de Friburgo, para decirles lo que no
tienen que investigar, debería darles las conclusiones humano-cristianas que parecen
fronteras mínimamente respetables por todos, y, luego, pedirle sus conclusiones, para poder
entender mejor hoy y cumplir el Mensaje de Jesús. Traducir al mundo de hoy lo que Jesús
haría hoy, aquí y ahora, teniendo en la mano todos los grandes adelantos que ha aportado la
ciencia moderna.
Actitud «borreguil»
Los fieles de esta Iglesia no deciden, lo preguntan todo: «Padre, ¿hacer esto es
pecado?», «Padre, he hecho esto ¿qué le parece?», «Padre, ¿me autoriza a que...?». Y de aquí
que la Iglesia resultante sea terriblemente descomprometida. La gente espera a que le
manden.
Incluso y según en qué materias, la obediencia se hará a la contra y remoloneando. Es lo
que frecuentemente ocurre con la autoridad, pero que ocurre más que nada con la autoridad
absoluta: Mientras me ven, cumplo a desgana; si me pillan, pago la multa -me confieso- y en
paz.
También creo que esta manera de vivir la religión, hace que mucha gente con inquietudes
haya «dejado» la Iglesia. Sienten, por un lado, una inquietud religiosa y unas ganas de ser
cristianos, de ser solidarios, de luchar por la justicia y el amor, incluso -quizá por educación-
de cumplir y ser «practicantes». Y, por otro, quieren seguir ejerciendo su conciencia crítica y
su «sentido común». Por lo que se encuentran con situaciones en que su conciencia va en
contra de ciertas normas y en que ciertas cosas que se dicen desde la Jerarquía van contra su
sentido común.

1.7. Oración: mercado descomprometido


La oración en este sistema donde los dioses son enemigos de los hombres es una especie
de mercado. Se pide y se argumenta la petición con los propios méritos, o se hacen promesas
a cambio, o se ofrecen velas y limosnas; incluso se dobla y se aumenta la promesa cuando no
dio el resultado pedido.
Es una relación cuasi comercial o de relaciones públicas. Como si hubiera que ir a motivar
a un despreocupado, a estimular a un perezoso, a «comerle el coco» a un duro que no se deja
persuadir. Oración separada de la vida a unos dioses ajenos a nuestra vida.
Por eso, como es una oración ajena a la vida, la vida es ajena a la oración-religión. Yo
puedo pedir por el Domund, por las víctimas de las guerras y la paz mundial; y, al momento,
vivir a todo lujo, sin acordarme en mi economía de los pobres. Ser un ogro en mi casa o en mi
empresa; y dar guerra y no dejar en paz ni a mi pareja. No me comprometo en mi vida, con lo
que pido en mi oración.
Además, como los dioses tienen en sus manos los hilos de la historia y los destinos de los
hombres, éstos tienen que rezarles y hacerles ofrendas para todo: para que llueva, para
aprobar un examen, para que se cure un cáncer, para que el hijo vuelva sano a casa, para que
haga sol el día de la boda; o para que gane la liga el Madrid. (Lo malo es, si el mismo número de
fieles del Barcelona o del Súper Dépor pide lo mismo: ¡Menudo lío para Dios! Perdonad la
broma-caricatura-ridículo.)
2. La predicación del Peregrino
Pasamos ahora al Peregrino y a sus categorías de fe. Es a mi juicio, como decía antes, la
mentalidad existencial y vital -no la «ideologica»- de Jesús. Por eso se notará que la explico
con más cariño.

2.1. Dios
Lo primero y lo más esencial que nos dice Jesús de Dios es que es amor. Algo que hemos
oído muchas veces, pero que no digerimos todo lo que ese mensaje tan sencillo y tan nuevo
lleva dentro. Dios es amor y sólo amor. Amor gratuito e incondicional; es decir, que ama
siempre, pase lo que pase, y no pone condiciones, no exige, no echa cuentas. Regala, se regala,
nos da su Vida y su Amor, para que la disfrutemos. Y ni nos la quita ni nos pide cuentas, aunque
la usemos para hacer daño.
Por tanto, ni condena nunca (ya hablaremos de esto), ni se ofende por nada. No es que se
ofenda y luego perdone. No, es que ni se ofende.
Imagínense a una madre que está dando de mamar a su hijo de pocos meses y éste le
vomita en su falda nueva. La madre ve con tanto cariño a su bebé, que es incapaz de sentir
nada malo contra él. Si se preocupa, es de que él no se atragante o no le pase nada malo; su
falda le trae sin cuidado.
Dios = Madre: nos cuesta creérnoslo
Y es que el Dios que nos pinta Jesús es así con nosotros. Nos quiere tanto, que se le cae
la baba con cada uno de nosotros, incluso cuando estamos metiendo la pata.
Sufre, si hacemos sufrir a otro hijo suyo o si tenemos actitudes destructivas contra
nosotros y no desarrollamos todo el Amor y Vida suyas que hay en nosotros. Sufre, pero no se
ofende, no nos vuelve la espalda, no nos retira su amor. Esto, repito, es lo más esencial que
dice Jesús de su Padre (<<Abba», papaíto).
Nos cuesta creérnoslo. Como en este mundo no vemos modelos de amor de tal categoría
y pensamos que Dios será, aunque algo mejor, pero parecido a nosotros...
De donde hay que deducir que el Dios de Jesús no es «justo» en el sentido que lo
decimos nosotros (en la Biblia se usa justo como sinónimo de «bueno», «santo»), que pensamos
que el que la hace la paga. Incluso parece que Jesús nos da a entender algo todavía más
fuerte: que no es imparcial, que le «caen mejor» los pobres, los marginados, los pecadores, las
prostitutas.
La Palabra de Dios se hizo «el hombre»
Otra cosa que hay que decir del Dios que nos revela Jesús es que se identifica con el
hombre. Y esto significa dos cosas. Primera, que Dios es amigo de los hombres. No es ni un
enemigo ni un indiferente que haya que conquistar. Y segunda, que este Dios quiere que
nosotros tratemos a los demás como le trataríamos a Él mismo.
«Se dijo que hay un mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas. Yo les digo que
hay otro igual: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Es tan igual el hombre con Dios que si tú
amas a los hombres, estás amando a Dios, y si tú amas a Dios tienes que estar amando
necesariamente a los hombres».
«La religión de ustedes es falsa -decía el peregrino al hechicero-, porque han separado
la vida de los hombres de la vida de los dioses, y es lo mismo».
Lo primero que Jesús anunciaría en su nacimiento es: «¡Viva Dios en el cielo y paz en la
Tierra a los hombre que Él ama tanto!». Es decir: «¡Viva Dios en el cielo!», ¡De acuerdo! Pero
además, ¡ustedes tranquilos, porque Dios les quiere!». Esta es la gran noticia de Jesús, o la
gran noticia de Dios por medio de Jesús: «¡Tranquilos, que yo no soy enemigo! ¡Yo les quiero!
».
La salvación
Por consiguiente, no hay que ganarse la salvación, no hay que hacer cosas para que los
dioses nos regalen la salvación. La salvación está regalada. No la mentalidad del fariseo:
primero yo hago méritos y luego Dios me compensa como premio. Sino que el primer capítulo
de esta historia es que Dios ha empezado queriéndote, te ha regalado la salvación y es amigo
tuyo. El segundo capítulo es que tú con tus hermanos te portes igual, si te parece bien el ser
agradecido.
«Como Dios me ha amado a mí, así les he amado yo. Hagan ustedes lo mismo». La religión
de Jesús es que los hombres nos portemos como Dios. «Sean misericordiosos como su Padre
celestial es misericordioso.» Y no creamos que la fuerza de la frase está en la perfección, que
Jesús sabe que no podremos lograr. La fuerza está en el «como». Nuestra lucha por imitar,
acercarnos a Dios está en seguir su ejemplo de dar vida y amor. Toda la fuerza de un cristiano
tiene que estar puesta en eso, llegue hasta donde llegue. Intentar vivir como Dios: Amando.
La salvación no es que, al final de la vida, un enemigo nuestro mire a ver si hemos reunido
méritos para premiarnos. La salvación es que Dios nos regala una vida, y que esta vida es un
potencial de felicidad.
La única voluntad de Dios sobre el hombre es su felicidad, y, en consecuencia, Dios le
regala una capacidad de ser feliz que es la vida como potencial de amor.
La Vida: tarjeta de crédito
Dios regala al hombre -semilla divina- como una tarjeta de crédito, capaz de sacar las
entregas que el hombre quiera del banco que es la Vida de Dios. ¿Qué pasa al final, tras la
muerte? Cuando uno ha terminado de sacar el dinero con su tarjeta, mira y cuenta:
-«He sacado tres euros».
Bueno, pues ya está: eso poco es lo que has hecho.
O al final dices:
-«He logrado ser Dios casi. He vivido una riqueza de amor increíble».
Dios responde: -«iVale, me alegro».
-«Pero, ¿qué me vas a hacer tú ahora?».
-«¿Yo? Nada. Te regalé tu –mi- vida con un potencial infinito. ¿Cuánto has sacado de ese
potencial? ¿Tres? ¿Cincuenta? Pues ya está; ese es tu premio. Yo te di una semilla de Amor, de
Libertad, de Verdad, de Energía positiva, de Felicidad,... de Dios. Tú la has podido desarrollar
al cien, al sesenta, al treinta o al nada por ciento. Y ese será tu premio o tu castigo».
No esperes que Dios al final de los tiempos premie o castigue. Eso es de una concepción
hechicera. Más bien es que, si tú en esta vida te dedicas a amar, vas ensanchando tu corazón y
tu capacidad de recibir felicidad en ésta y la otra vida.
Hablemos de la «otra vida»
De la «otra vida» nadie sabe nada. Si alguien ves que lo tiene clarísimo, es que no tiene
ni idea. Todo lo que se dice en los Evangelios sobre el más allá no es en plan «video»,
«descripción exacta», «reportaje gráfico», o «plano-guía» del cielo o el infierno. Esos
pasajes están escritos en género «apocalíptico» (des-velador; igual que «eu-calipto» significa
-bien-tapado»), que es un género muy poco «literal» y muy lleno de alegorías, símbolos, que en
realidad nos «re-velan», nos «des-tapan» muy poco el cómo es aquella existencia tras la
muerte corporal.
Pero yo creo que la muerte nos posibilita seguir el camino, sin límites ni baches, que
hayamos empezado en esta vida. ¿Qué te dedicas a cultivar rosas? Pues tendrás una rosaleda
maravillosa. ¿Que lo tuyo son los cactus? Pues llévate unas pinzas y una novela. (Pero bueno,
esta es mi «idea»; no me hagas mucho caso. Vamos, como siempre.)
No es que Dios esté ajeno a lo que nosotros hacemos. Dios está encantado diciendo: «A
ver si éste saca mucho... Mira ése que ya llega al ochenta y siete por ciento; a ver si llega al
ochenta y ocho ... ¡Qué genial, éste va a llegar al cien! ¡Que siga creciendo, cultivando su
sensibilidad!». O ve a otro, sufre y dice con pena: «Lo tuyo va mal éeh?».
Entonces, ¡ancha es Castilla!
Puede que alguno esté pensando: «Pues, si Dios no castiga, ¡a pegarnos la "vida padre"! y,
si la Iglesia predicara que Dios nunca se ofende y no castiga y no hay infierno, esto sería el
"caos"».
Tony de Mello decía, en una de sus terribles y «volterianas» frases que «los curas
predicamos a un "Dios malo"» y no al Dios-Amor de Jesús, porque, si no, nos quedaríamos sin
clientela y nos arruinaríamos». (¡Este Tony! Menos mal que ya se murió y habrá ido al infierno,
porque con las cosas que decía -y la lata que les doy yo con él- estará quemándose bien
quemado.)
Yo creo firmemente que no. Cuando yo andaba por bachillerato, recuerdo que, como en
un examen el profesor fuera un «chulo» y dijera: «A mí no me logra copiar nadie; además, al
que me copie, se le cae el pelo». Pues, puede que yo esté calvo por eso. Porque a ése... ¡le
copiaba! Mientras que, si un «buenazo» nos decía: «Perdonen que salgo un momento. No
escriban nada ahora, por favor». Pues yo no sé si sería tonto o el único, pero a ése ¡no le
copiaba! Como que me deshonraría a mí mismo: ¡Fallar a la confianza que alguien te da!
Si desde pequeños nos hubieran educado, convenciéndonos de que, por más que nos
pasáramos con Él, Dios no dejaba nunca de queremos, honradamente creo que nos pasaríamos
menos. Seríamos más generosos, más agradecidos, más coherentes. Piénsenlo.
Dios, no fuera, sino dentro de todo y de todos
Aquí cabría hablar algo de que el Dios de Jesús no es «Todopoderoso y Omnipotente»,
en el sentido que se ha entendido hasta ahora. Ni la misma Divina Providencia. Dios no está
fuera de nosotros y del mundo, actuando a cada momento, desde la creación del mundo.
No sabemos cómo fue el principio del mundo -ni tiene por qué explicarlo un teólogo, más
bien es cosa de los físicos y a ellos habrá que preguntarles, a ver si se ponen de acuerdo en
el «big bang» o en lo que sea... Algo empezamos a saber sobre el origen del hombre -tras
Darwin, Lamarque y el jesuita Teilhard de Chardin-, pero, en todo caso, sabemos que Dios
no es «intervencionista», no está «detrás de todo lo que pasa».
(A propósito de Pierre Teilhard de Chardin, sj., que, como sabrán, fue muy criticado
en su tiempo, por sus descubrimientos «peligrosos», me acuerdo que un profesor que tuve
en teología decía que «un hereje, algunas veces, es el que tiene razón antes de tiempo».
Como a Galileo, eso le pasó al pobre Teilhard.)
Más bien, parece que Dios, como decíamos y decía Jesús, es Amor y sólo Amor. Es
el amor y la energía positiva que hay dentro de todo, apoyando desde dentro la jugada
del Reino, del amor, de la felicidad.
Él entró en la materia, dándole vida, energía, fuerza y amor, para que se
desarrollase y fuese creciendo hacia el punto Omega, hasta la realización plena de su
Reino. Como el relojero que hace y da cuerda al reloj, para que en cada momento marque
la hora; pero no es que esté poniendo él mismo manualmente en hora el reloj. Y deja al
hombre con su libertad y sus limitaciones y a la naturaleza con sus fuerzas y leyes.
No es que así se explique todo, ni el problema del mal. Pero, al menos, no se le achaca
a Dios. Dios no quiere ni hace, ni «permite» nada malo, ni para un hipotético bien que de
ahí se pudiera derivar.
Tony de Mello -otra vez con «mi amigo»- Tony decía que hemos aplicado a Dios
muchas cosas -muerte de su Hijo, infierno, condiciones para la confesión- que no
haríamos nosotros. Y se supone que, al menos, Dios no es peor que cualquiera de nosotros.
Dios: Amor Regalo
Todos nosotros estamos en unos colegios, familias, ambientes, donde prima el premio
y el castigo: si eres bueno, te doy tal; si eres malo, cual. Pues Dios hará lo mismo, nos
pensamos. ¡Es falso! Dios nos ha regalado todo ya, nos ha regalado un potencial de premio
total. Nosotros somos los que nos estamos castigando, si no aceptamos su regalo -la Vida
y el manual de funcionamiento -el amor que desarrolla la Vida.
Lo dijo en una ocasión Jesús: «Vuestra vida es vuestro propio juicio». No esperen
que al final vaya a venir un juez a juzgaros, sino que cada uno se está juzgando
(construyendo o destruyendo como persona feliz) en la medida en que no desarrolle el
amor en su vida, en la medida en que esté usando su tarjeta de crédito mal.
Tiene muchísima miga eso de que Dios es amigo de los hombres, y que la vida de Dios
es la vida de los hombres, y que la vida de los hombres puede ser la de Dios, si
potenciamos al máximo aquella «imagen y semejanza» que ya tenemos.
"El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor»
Como saben, esto lo dice la primera carta de Juan. Lo traigo aquí, una vez más, como
deberes para casa. No quiero asustarles. Pero quiero que intenten sacar el jugo de esta
frase impresionante. Para que puedan comprender cosas que les pasan a ustedes y a su
alrededor. Cómo somos y cómo queremos ser.
El que no ama -recuerden el capítulo del Amor-, el que no vive los valores y las
actitudes «de la derecha» -de los epígrafes, no de política: ¡que ya estaban pensando
mal!-, el que no se entrega sin condiciones, el que no vive únicamente al servicio de los
otros, el que no aprehende a las personas desde su interior más profundo, el que
discrimina entre «buenos y malos», el que no está abierto a la comprensión y a la escucha
sin reloj, al perdón y a la paz, a devolver bien por mal... Pues ése, aunque se crea
cristiano, aunque sea cura o monja, o casado-por-la-Iglesia y «Presidente de la asociación
de Cristianos Comprometidos»; como no «ama», no «conoce» a Dios. No puede
experimentar, ni sentir, ni vivir, ni contagiar, ni ponerse en contacto con, ni hablar de, ni
explicar, ni comprender, ... ni conocer -en la Biblia la palabra conocer se usa hasta para la
relación sexual- al Dios-Amor de Jesús.
Yo, a veces, digo que el «saber» impide entender; el entender impide comprender; el
comprender, experimentar y el experimentar, vivir. Como te cuenten algo que ya «te sabes»,
no escuchas, no «te enteras", no «aprendes», y, desde luego, no lo vives. Aunque llegas a
creerte que vives todo lo que «te sabes» -o, incluso, predicas-. ¡Cuántas cosas he aprendido
yo, después de sabérmelas y creer que las vivía desde hace mil años!
El que no vive gratuitamente, no puede «conocer» nada -ni debería, por tanto, hablar-
del Amor-Gratuidad. Y todo esto no en abstracto y en teoría -aunque haya hecho un
compromiso de matrimonio ante Dios, o de consagración religiosa-, sino en la vida diaria, en su
experiencia concreta y concretada de amor real a las personas con las que trata.
Esto es muy gordo, evidentemente. Por eso es para pensar, y, al hilo de esto, y para no
ponernos demasiado serios -por seria que sea la cosa-, recuerdo una anécdota que me contó
mi hermano el misionero. Me hizo gracia y me hizo pensar.
Una vez llegó un invitado a una casa y dijo:
-«Trátenme como si fuera de casa».
Y alguien -ahí está la chispa-le contestó:
-«No. Tú, di que te tratemos como de visita, porque, como te tratemos "como de casa",
¡estás perdido!».
Porque, por desgracia, -¡qué razón tenía!- pasa en muchas familias cristianas y hasta en
comunidades religiosas. Como somos cristianos, podemos permitimos el ser inhumanos,
descorteses, indelicados, déspotas, fanáticos, y maleducados. Es una pena, pero es verdad. .Lo
que tenemos que crecer todavía!
El hombre es bueno
El hombre por naturaleza es bueno, tiene semilla de bueno en aquella «semejanza» de
Dios, y hay que dejarle que se desarrolle y crezca en clave de Dios. Algunas advertencias de
las que se usan en educación como: «No te dejes llevar por las pasiones», habría que
sustituirlas por «No te dejes llevar por la gente que quiere comerte el coco, y que no seas
feliz siguiendo tu instinto más profundo».
Al hombre, que naturalmente busca ser feliz, nuestra sociedad le come el coco y le dice:
«Serás feliz cuando te den mimos, serás feliz cuando tengas cosas, serás feliz cuando te
enriquezcas, serás feliz cuando pises y subas... »
Nos han comido el coco con idioteces inhumanas. Por eso decimos: el hombre tiene que
liberarse de esas pasiones. Pero esas pasiones no son suyas, se las han inculcado. Si al hombre
lo dejáramos sólo con la semilla de Dios, sería como Dios. Semilla que habrá que cultivar, que
tendrá que crecer; cultivo que corresponde, además, a la libertad del propio hombre.

2.2. Jesús: vídeo único de Dios


Lo esencial del cristianismo es Cristo, es Jesús. Y Jesús es la persona que tiene por
motor a Dios, que pone como centro de su proyecto de vida a Dios. Una persona que vive en el
presente y desde el amor, dos cualidades de Dios. Jesús parte de una profunda experiencia
de ser amado -de ser amor- y, desde ahí, le surge el vivir para los demás y el estar a tope
donde está -amor y presente-: vive como Dios, es feliz.
Jesús es la única y la mejor foto de Dios. El único vídeo de cómo es y actúa y piensa y
siente Dios. «El que me ve a mí, ve al Padre.» No hay más que ver qué hacía, decía, prefería
Jesús, para saber, para tener un vídeo de cómo es la vida de Dios: Amor y perdón.
Es una Vida a tope desde el Amor. Desde otra base -se tenga la ideología y religión que
se tenga-, no se puede vivir a tope. No es que no se pueda vivir el amor y la felicidad sin ser
cristiano -y hay muchos «cristianos» que ni aman ni son felices- y, desde luego, salvarse.
Incluso, yo conozco mucha gente que, sin conocer a Jesús -quizá, porque su mensaje es tan
humano-, viven y actúan de manera idéntica a la que vivió Jesús. También hay gente que vive
así, diciendo que no son cristianos, porque lo que les enseñaron de pequeños no les convenció.
Pasan de la «religión católica», pero quizá de «esa» religión católica de la que ellos pasan sea
la «hechiceril» que no es la de Jesús.
Lo que pasa es que, para mí, y después de leer y estudiar otros líderes, otras religiones y
otros dioses, Jesús y lo que dice y hace, siente y contagia, me parece el más interesante,
coherente, válido, fiable, convincente y el que creo que va más de acuerdo con todo lo que yo
he estudiado, visto y sentido en la psicología de la persona humana.
Conozco gente que también me convence mucho -Gandhi, el Che, Buda- pero Jesús de
Nazaret me convence más. Y me llena, hasta afectivamente. Siento que su Espíritu me da
ilusión, fuerzas y «gustirrinín». Ya les decía, que me lo paso muy bien con él, haciendo la
moviola-oración por la noche. Quizá sea sólo, porque lo tengo más «tratado»; pero, creo que
no. Esa es mi opinión.
Jesús es una vida humana vivida en plenitud. Jesús no es un icono, un modelo muerto que
nos ponen ahí para admirar, para adorar; sino que es la vida que tenemos que intentar vivir. No
imitar, sino vivir, intentar repetir. Es lo de San Pablo cuando llega a decir: «No vivo yo, es
Cristo el que vive en mí». Un cristiano no es un señor que cumple una ley, que hace cosas; un
cristiano es otro Cristo.
El Señor es mi fuerza...
Si yo pongo mi vida en la plenitud de Dios, eso me da un espíritu que me hace feliz.
Manejamos expresiones como: Jesús es mi fuerza, Jesús es el camino, Jesús es la luz, Jesús
es el agua, Jesús es la vida. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que, si yo tengo a Jesús aliado, me da
luz? No.
Eso quiere decir que, si yo vivo como Jesús, veré más claro.
La luz de Jesús, no es que él se me convierta en linterna lateral, que me va iluminando el
camino; sino que, si yo meto a Jesús dentro de mí, si yo vivo en plenitud su estilo de vida, veré
más, seré linterna yo mismo.
Recuerdo, a propósito de esto, una anécdota que puede ser iluminadora, nunca mejor
dicho. Una noche, después de cenar en nuestra casa, un amigo tenía que irse a dormir a un
pueblo, no muy lejano de Madrid, aunque con malas combinaciones. Mi hermana Carmencha, la
que ha estado mucho tiempo en Bélgica, trabajando de Asistente Social con los emigrantes, se
ofreció a llevarlo en coche: «Te llevo encantada». Cuando volvió, venía enfadada y hecha polvo.
Ella estaba acostumbrada a conducir de noche en Bélgica –todo, autopistas,
perfectamente iluminadas-. Y aquí tuvo que ir por carreteruchas y el coche, pequeño y viejo,
tenía una luz fatal.
-«Qué horror, si lo sé, no voy; así no se puede conducir» (Lo pongo sin admiraciones a
propósito, porque no fue tan grave su enfado.)
¿Hace falta explicar la moraleja? Tiene que ver con lo de que Jesús es mi luz y con lo de
que la felicidad viene de dentro.
... si yo ayudo
Como esperes que siempre vas a tener autopistas iluminadas, caminos de rosas, y
copilotos encantadores; y no te ocupes de poner unos buenos focos, neumáticos y
amortiguadores, llevar· repuestos a punto, y un plástico, por si llueve y se te pincha una rueda;
y no intentes aprender a conducir como Carlos Saínz... ¡vas de cráneo!
Si en vez de dedicarte a pedir agua, te pones a dar agua, dentro de ti empezarás a notar
que se te apaga la sed. El hombre que está solo siente vacío, tiene soledad, angustia. Si lograra
ponerse en la onda de Dios, si viviera desde el amor y en el presente, notaría que esa angustia
iba desapareciendo.
Me acuerdo –perdonen- de un cuento de Tony de Mello en El Canto del Pájaro. Dice que
pasaba un señor y vio a un zorro herido, sin patas, que se moría de hambre. Y vio al lado a un
tigre que daba de comer a sus crías y que, lo que le sobraba se lo regalaba al zorro. Entonces
pensó para sí mismo: «Siempre que un zorro está herido, Dios le procura comida».
Y aquel señor decidió ser zorro para ver si Dios lo alimentaba.
Días y días pasó esperando la comida, hasta que se dio cuenta de que Dios le decía: «Tú
puedes ser tigre que dé de comer a zorros heridos; entonces verás como tú mismo no pasas
hambre nunca».
Si nosotros en la vida nos dedicamos a ser víctimas, a decir que cómo están las cosas de
mal, y a esperar que Dios -o los demás- nos las solucione, siempre estaremos vacíos, siempre
tendremos sed.
Si te dedicas a dar agua al que tiene más sed que tú, notarás que tú mismo no tienes
tanta sed. El señor del cuento tal vez en su interior se quejara: «No hay derecho a que Dios
haga así las cosas. ¿Cómo permite que haya un zorro que no puede ganarse la vida?». Y oyó
cómo Dios le respondía: «Sí. Hay derecho, porque para eso estás tú».
¡Cuántas veces en la vida nos quejamos de que las cosas están mal hechas o de que hay
gente que sufre, en vez de pensar qué podemos hacer nosotros, para que la gente sufra
menos! Aunque tampoco hay que pensar que nosotros somos ningún supermán ni Dios-
Omnipotente.
Se puede sufrir, sin dejar de ser feliz
Hay gente que me dice: «¿Cómo se puede ser feliz, habiendo tanta gente -cerca o lejos-
que sufre?». Por ahí iría algo de lo que decíamos, hablando del Amor, de la «pérdida del yo».
Yo seré feliz, si amo. Los demás, es «su problema». Esto, bien entendido-vivido, es la solución.
No es que no me importe que los demás sufran. Me importa y mucho, porque los amo.
Pero tengo que convencerme de que yo no soy el Amor, sino su pequeño instrumento. No
soy el Reloj, sino una ruedecita: ella está contenta en su sitio, porque, gracias a ella, la gente
que pasa puede ver la hora que marcan las manecillas. Y no se preocupa de no ser esfera, o
manecillas, que son más «útiles». Ni siquiera se preocupa de que haya gente que no mire o no
sepa mirar la hora.
Sólo, a veces, se pone triste, si el carrillón no suena o algo se estropea. Pero, como es
humilde, no pierde ni la paz interior -sigue centrada en su eje-; ni la ilusión de seguir girando
a su pequeño ritmo, para coincidir con los dientes de la rueda vecina. Porque ella ¡es el Reloj!
Se acuerdan del amigo mío que decía: «Si de algo tienes necesidad, da de eso tú mismo».
Lo más común es que, si yo tengo necesidad de algo, lo pida. Pero así, nunca se me acaba la
necesidad. Y esto es válido en el terreno espiritual y el psicológico: si, teniendo necesidad de
algo, doy de esa misma cosa que necesito, advierto que se me va quitando la necesidad. Si yo
tengo ahora necesidad de mimos y los pido, nunca me quedo satisfecho. Si yo tengo necesidad
de mimos y doy mimos -desinteresadamente-, cada vez necesitaré menos mimos.
Vida plena ¡ya!
Miren el significado coincidente de esa promesa del Evangelio que nos promete «el
ciento por uno en esta vida y después la vida eterna» con lo que significa la resurrección o,
dicho de otro modo, la vida de resucitado.
Estamos acostumbrados a decir: «Tenemos que vivir como Cristo, para que, luego Dios
nos dé la vida de Dios». Creo que ese «luego» es fuente de equívocos porque se suele
entender como «después de morir».
La propuesta de Jesús es otra cosa. En la medida en que el cristiano vive de Jesús, va
viviendo de Dios y por tanto tiene una vida nueva, la vida de resucitado. O sea, que va viviendo
al ciento por uno. El potencial que un hombre tiene de vivir lo puede vivir a muchas escalas. El
que vive desde el egoísmo, desde el subordinar todo al éxito, desde el voluntarismo, desde
buscar eficacia..., vivirá su vida en un veinte o treinta o equis por ciento.
El que vive desde los valores de Dios, el que vive la vida de Jesús , está viviendo al cien
por cien de su capacidad humana. En esa vida habrá plenitud y trascendencia, que son las dos
notas del resucitado.
Vaya desarrollar más qué es plenitud y qué es trascendencia.
Vida en plenitud
Hay gente que va por la vida existiendo a un uno por ciento. Y hay gente que va por la
vida a un cien por ciento. Es cuestión de sensibilidad, entre otras cosas.
Hay gente que escucha música al uno por ciento de su sensibilidad y no se entera de
quién desafina. Hay gente que mira cuadros al uno por ciento y no se entera.
-«Es que es abstracto -te dirá-, no lo entiendo.»
-«Pero ¿has vivido la pintura? ¿Has intentado meterte dentro de ese cuadro?»
-«No; es que es una tontería y no hay quien lo entienda» Está viviendo la vida al uno
por ciento.
La música, el arte y el amor, la cercanía, la comprensión... son cuestiones relacionadas
con la sensibilidad. La mayoría de los hombres las viven a un diez por ciento de sus
posibilidades. Y así, es posible que alguien de repente descubra: «Yo, desde que estoy
viviendo más a fondo mi amor, es que oigo música de otra manera».
¡Claro, es evidente! Como cuando tú estás viviendo la vida desde un compromiso,
empiezas a notar que ves el telediario de otra manera, y que vives algunas cosas muy
profundamente, porque te enteras del cien por ciento de la vida. Hay gente que vive la vida sin
enterarse. Esos no viven, sino que vegetan. Y hay gente que vive en plenitud su ser humano. Y
ésos viven «como Dios».
En todos los campos
Ocurre con los sentidos corporales, que hay gente que tiene desarrollado el olfato, el
gusto, el oído... mucho más que otros. Los catadores de vino son capaces de distinguir la
denominación de origen y hasta el año de cosecha; tienen el paladar y el olfato más
desarrollados. Los indios norteamericanos oían el trotar de los caballos y calculaban la
distancia aplicando la oreja a tierra. Y por indicios naturales deducían mucha información: una
rama rota, unas cenizas, unas pisadas... Estaban acostumbrados a percibir y a deducir; eso les
había dado un desarrollo particular de ciertas facultades.
Ocurre igual con la capacidad psicológica para entender a las personas o para
comunicarse con ellas. Te encuentras con gente que te dice: «Tenemos un profesor genial,
enseguida te entiende y hasta intuye lo que no has llegado a decirle». Y es que hay gente que
tiene algunas capacidades humanas más desarrolladas. Hay gente que lee por dentro, gente
que ve a las personas con una profundidad que es poco normal.
Aunque ella se enfade, os cuento que mi hermana Dolores «ve» por teléfono. No es
broma. Llego a casa y me dice:
-«Te ha llamado Nuria».
-«Y, ¿cómo era?, porque Nurias conozco varias».
-«Pues era, así como rubia, de pelo rizado, como de veintitantos años, abierta, maja».
-«Ah, vale; ahora la llamo».
¡Y no falla! Bueno, ya les digo que es que ve. Lo único que, a veces dice:
-«No me he fijado».
Otras veces, cuando dudo entre dos que puedan ser, le digo yo:
-«¿Es baja y de pelo corto?».
-«No».
Para mí es comodísimo.
Jesús vivía a tope
Yo estoy convencido de que Jesús fue un ser que vivió así hasta los límites de máxima
plenitud. Por eso se encontraba a un señor endemoniado -que hoy diríamos neurótico, obseso o
deprimido-, y sabía decirle: «Pues haz esto o lo otro». Le ponía la mano en el hombro y el
enfermo salía aliviado, sin el «demonio».
Si viviéramos con la plenitud con que vivió Jesús, empezaríamos por no estar pendientes
de nuestros miedos, de nuestras inseguridades, de nuestros clichés y nuestras etiquetas y
entenderíamos a la gente cien veces mejor de lo que lo hacemos. Ordinariamente no miramos
a la gente. O miramos a la gente a través de los filtros de nuestras inseguridades, de
nuestros miedos, y no estamos viendo a la persona real. Estamos al poco por ciento de nuestra
capacidad de visión, de escucha, de comprensión.
¿Entonces, hay cristianos que viven a tope y cristianos que viven a medias? ¡Claro! Como
a ese que le decían: «No eres más tonto porque no entrenas», hay quienes no son más persona
porque no entrenan. Están pasando acontecimientos o desgracias o noticias a su alrededor y
no se están enterando porque no viven a fondo su ser humano.
El cristiano: otro Jesús
El cristianismo es una llamada a la plenitud del ser humano. Estamos llamados a vivir el
mismo estilo de Vida que vivía Jesús. A vivir de su mismo Espíritu («Pneuma», en griego,
significa espíritu y aire), a tener el «aire», la «pinta» -no sólo por fuera- de Jesús.
Claramente hay familias y culturas que facilitan más esto, que lo entrenan más. Yo estoy
convencido de que un señor que sea hijo de un lama oriental y que desde pequeño haya estado
oyendo músicas y haciendo no-sé-qué de relajación y concentración, este señor a los dieciocho
años puede tener una plenitud humana mucho más fuerte que ese otro señor que ha vivido en
Madrid, entre rascacielos, con un padre ejecutivo ausente de la familia y una madre neurótica.
Por eso, es indudable que hay casas y ambientes y culturas y educaciones que son más
«cristianas» que otras. Y no porque allí se rece más, sino porque son más humanizantes,
porque llevan a las personas a vivir con más plenitud su ser humano.
La trascendencia
Cuando Jesús vive está viviendo de Dios. No sólo está viviendo una plenitud que le lleva a
experimentar al máximo su ser humano, sino que además percibe que el hombre sólo es pleno
cuando admite dentro de sí un algo que no es él y que es mayor que él. Una vida humana a
fondo experimenta este fenómeno que se puede llamar trascendencia. Es, de nuevo, aquello
que formulaba San Pablo: <<Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí».
En la medida en que yo viva mi vida desde mi vida, la estoy reduciendo. En la medida en
que yo viva mi vida desde la Vida, me estoy engrandeciendo. Mi vida no sólo está siendo
«ciento por uno» sino que está siendo vida eterna, vida de otro tipo, vida trascendente cuyo
centro no es un yo sino cuyo centro es Dios, la Vida en plenitud.
Ya hablábamos de esto, definiendo el Amor. Yo vivo más cuando me «descentro». Cuando
el eje de mi vida no soy yo sino los otros. Sería equivalente a la diferencia que hay entre
escuchar la orquesta sólo desde mi instrumento o estar escuchando la orquesta desde la
batuta. O como si al mismo tiempo que toco mi instrumento estuviera oyéndome desde el patio
de butacas.
Vivir centrados en el Amor
También esto está dicho: puede haber gente tocando en una orquesta y que cuando se
muera no haya oído más que su instrumento. Mientras que hay gente -el director, por ejemplo-
que a la vez que toca está sintiendo cómo eso suena en el conjunto de los instrumentos. Y
tocará más fuerte o más suave, más despacio o más deprisa no porque a él le venga en gana,
sino porque está oyendo la sinfonía desde fuera y toca eligiendo lo que para el conjunto es
mejor.
Cuando una persona logra descentrarse de su yo, es el colmo del Amor. Porque el amor no
es sólo cuando uno da a otro su vida, sino cuando uno vive la vida desde el otro.
Amor es cambio de postura. Y, si en el cambio, el eje de mi vida no soy yo , sino que el eje
de mi vida es la Vida, eso es vivir desde el Amor. Eso convierte tu vida en una vida eterna,
trascendente, de otra dimensión, que no está cerrada en el espacio-tiempo, sino que ha
pasado a ser parte de la Vida con características eternas.
El cristianismo es ser otro Cristo, una opción de vivir esta vida al ciento por uno aquí, y
la vida «eterna», con ciertas limitaciones aquí, antes de que llegue la muerte, y en plenitud en
el más allá, del que nos faltan de saber todos los detalles.
Voy a proponerles aquí, como posibilidad de reflexión y de oración, un poema sobre
Jesús, que hice yo, al estilo de «el Profeta» de Kahlil Gibran que, como repito siempre, me
gusta mucho:
Una mujer le dijo temerosa:
-Háblanos de Jesús.
Y él, como quien teme romper un regalo, al desenvolverlo, le dijo emocionado:
-Dice Juan que el Señor Dios, desde siempre, acariciaba en su corazón un proyecto,
y todo Él se veía reflejado en ese proyecto -y el proyecto era Dios mismo-.
Que los hombres lograran amar
con la fuerza que Él, el Señor Dios, amaba todas las cosas:
no para poseerlas; sino para darles vida.
y Juan nos cuenta que conoció a un hombre que realizó el proyecto de Dios,
y nos resumió su vida
en el testamento de su última noche: lavó los pies a sus amigos
y dio su pan al que no lo comprendió; se agachó hasta debajo
de los que estaban debajo de él, y regaló el jugo de su persona
hasta a los que la querían para tirarla.
y Juan nos confiesa, que, después de ver eso, no pudo seguir viviendo como antes.
Por eso te digo, buena mujer, que, en nombre de Jesús, sólo es decoroso ensayar, si la
propia persona puede dar vida, de nuevo, a aquel proyecto que el Señor Dios acariciaba
desde siempre».
Jesús, una Vida a revivir
El cristianismo no son cosas que tengo que hacer para obtener un cielo de regalo; sino
que el cristianismo me habla de un regalo que poseo ya, y es la Vida, como posibilidad para ser
a tope. Y en la medida que yo vaya existiendo en esa postura de vivir a fondo, consigo cada vez
más plenitud y más trascendencia. Mi vida puede ser vida de Dios en la Tierra.
Esto es entender a Jesús, no como un ídolo a quien pedir, ni como un modelo a seguir,
sino como una Vida a vivir.
Si yo soy cristiano, vivo la vida de Cristo y la gente lo tiene que notar. Hay gente -curas
y monjas también- que tienen un dios cruel, justiciero, mezquino... Y ellos, poco a poco se van
haciendo iguales: crueles, justicieros, mezquinos, no pasan una, no toleran nada. Los hombres
nos vamos haciendo a imagen del dios que tenemos.
En consecuencia, alguien un día será capaz de decir: «¡En nombre de Dios, usted se
calla!» «Ese niño, que salga fuera» «¡El hereje, a la hoguera!»... Todo ello a voz en grito y con
una ira impresionante... Y ¡en nombre de Dios! Naturalmente, sólo puede ser en el nombre de
un dios que no tolere. Por el contrario, en la medida en que uno tiene como Dios a un Dios que
ama, él mismo cada vez será más amor, tolerancia, comprensión, ternura, perdón.

2.3. Religión Vida


En consonancia con este Dios y con este Jesús que nos viene del «Peregrino», ¿qué es la
religión de los hombres?, ¿la media hora de misa?, ¿el compromiso de bendecir la mesa, de
rezar y las otras prácticas religiosas? No.
La religión de Jesús es la misma vida, vivida al estilo que él la vivió: recibida y agradecida
como Regalo del Dios-Amor, para vivirla en servicio a los demás. Para que todos puedan
también vivir su vida como regalo del Padre. Y, por tanto, no es cosa ex clusiva del Templo, ni
reducida sólo a Dios.
Por todo esto, y, aunque pueda escandalizar, si se oyera «de primeras», hay gente que
dice que la religión cristiana no es, propiamente una «religión»: relación hombre-Dios. Porque,
desde Jesús, la religión es, como digo, hacer con los hermanos lo que el Padre ha hecho
conmigo. Por eso Jesús puso en cuestión el templo, el culto, los ritos, los sacrificios, las leyes,
las normas... Estas cosas son válidas en la medida que nos ayuden y nos den fuerzas, para vivir
la Vida de Jesús.
«La Gloria de Dios es la Vida del hombre»
Con Dios, Amor gratuito, no hay que cumplir. Él prefiere que lo que le fuéramos a hacer a
Él se lo hagamos a sus hijos, nuestros hermanos.
Es, como si el día de tu cumpleaños, tu padre te da cien euros. Y tú, para agradecérselo,
le compras un mechero de oro de noventa euros. Él te diría, que no fueras tonto, que no era
esa su intención, que te dio el dinero para que invitaras a tus amigos, que a él no le tienes que
dar nada. Todo lo que te da es para que seas tú feliz. O sea, no para que lo uses en algo que te
haga daño a ti o a tu familia o amigos, ya que eso le haría sufrir.
Hay gente que va a Misa el domingo, para cumplir con Dios. La Misa no es sólo para
cumplir allí, sino para cargarse de fuerzas y poder así cumplir y amar -también a Dios-,
durante la semana. En la Misa, en la oración, en cualquier «entrenamiento» te unes a Dios para
darle gracias, oír su palabra, cotejarla con tu vida, ser más cristiano.
El ser cristiano está en todo lo que hacemos. Porque la religión es vivir con el mismo
sentido que tiene Dios de las cosas, del valor de las personas, de las claves del éxito y de la
realización humana. Por eso, para el creyente, la religión es un gozo, es cultivar la existencia
en aquello que nos llena y nos hace felices, en el amor, en el encuentro solidario con los otros...
Hacer esto no es un medio de acumular méritos para ser premiado más allá, sino que es
el medio de vivir más, de entrar en la dinámica de la plenitud y la trascendencia. Ahí está la
felicidad, incluso en esta vida.
No mandamientos a cumplir, sino actitudes a vivir
En la medida en que tuviéramos dioses «hechiceriles», formas hechiceriles de culto y
religión, en esa medida no estaríamos siendo hombres plenos. La religión hechiceril es
alienante, impide desarrollar la potencialidad de vida que Dios nos ha regalado. Dicho de otra
manera, nos impide vivir al modo de Jesús en plenitud y trascendencia.
Como he dicho, la religión de Jesús no son los Mandamientos a cumplir con actos,
sino las Bienaventuranzas, actitudes de sensibilidad con las que ir afinando, poco a poco,
el corazón.
Como antes con Jesús, les propongo ahora otro poema mío sobre las bienaventuranzas:
Un anochecer, en un cerro, el grupo de amigos que más se había acercado a su intimidad,
le dijo: «Háblanos acerca de la felicidad».
Y él, alegrándose de hablar en confianza, les dijo:
«Les voy a dar mi camino hacia la Felicidad:
Felices los que no están atados a las cosas, porque Dios empezará a llenarlos.
Felices los que aceptan el sufrimiento, como una poda,
porque saben descubrir el gozo profundo de todas las pequeñas cosas de la tierra.
Felices los que comparten también el dolor, porque pueden paladear el gusto de la
intimidad.
Felices los que buscan, ante todo, la coherencia, porque partirán de una fecunda y alegre
aceptación de sí mismos.
Felices los que todo lo perdonan, porque siempre tendrán su espíritu en paz.
Felices los que mantienen su capacidad de admiración, porque no perderán la ilusión de
vivir.
Felices los que sacrifican lo que sea por la paz, porque nunca perderán la serenidad.
Felices los que encuentran difícil el camino, porque es señal de que siguen avanzando.
Y, si de ustedes la gente dice que están locos, si, el darse a los demás, relativiza sus
problemas, notarán, dentro de ustedes, que nadie les puede quitar ya la felicidad».
Parece que la comunidad de Mateo quiere hacer el paralelismo de que les hablaba. Moisés
que sube al Monte (símbolo de la cercanía, del contacto, del «recado» de Dios) y baja con las
Tablas de la Ley; y Jesús, el nuevo Moisés que nos trae del Monte (de su experiencia de la
Vida de Dios-Amor) su Decálogo, lo esencial de su «religión», las actitudes que hay que ir
cultivando, para ir cambiando el corazón en la dirección de Dios, que nos lleva, comenzando ya
en esta vida, a su Felicidad.
Cuántas veces se han explicado las Bienaventuranzas (como tantas otras enseñanzas de
Jesús) desde la mentalidad del hechicero: Benditos los pobres, los que más sufren y lloran en
este valle de lágrimas, porque Dios les premiará con el Cielo.
Así tendría razón Marx, con su idea de que la religión es el opio del pueblo: ¡la manera
que los ricos tienen para que los pobres y oprimidos se estén quietecitos y no luchen por un
mundo mejor aquí! También tendría razón el chiste que dice que la novena bienaventuranza es:
«Benditos los que creen en los pasos de cebra, porque pronto verán a Dios».
Las Bienaventuranzas: el Camino y la Vida de Jesús
Además, las Bienaventuranzas, que son como un vídeo de cómo vivió Jesús (y nos pueden
valer como examen de conciencia para ver cómo andan nuestras posturas y actitudes
cristianas -solos, en nuestra oración, o con nuestro acompañante espiritual en la revisión con
él de nuestras actitudes-), nos iluminan otra perspectiva -de la que no habíamos hablado
demasiado- de la «parcialidad» de Jesús -como Dios por los pobres y los marginados.
Jesús viene, no sólo a predicar, sino a realizar el Reino de Dios, a dar esperanza de Vida
a los que no tienen ni vida digna. Los ricos, los poderosos, los que lo tienen todo, no esperan, no
necesitan -o, al menos, no usan- Esperanza.
Por eso se dice hoy -sobre todo, desde la Teología de la Liberación- que los marginados
son «el lugar teológico del encuentro con Dios». Como que Dios está más y se le encuentra
más -de esto traje yo una convencida y clara, aunque corta, experiencia, de mi estancia y
trabajo en Honduras y mejor, entre los marginados. Incluso, que te evangelizan más ellos a ti,
que tú a ellos; como si tuvieran más Dios, porque les falta de todo lo demás.
Y -de las muchísimas cosas más que se podían comentar a propósito de las
bienaventuranzas- la Iglesia de Jesús, los que formamos su cuerpo hoy, empezando por el
ejemplo de la Jerarquía, teníamos que hacer también nuestro examen, con las
bienaventuranzas como punto de referencia, a ver si cumplimos la, tantas veces proclamada,
opción preferencial por los pobres. Cosa que, viendo la T.V., o leyendo en los periódicos las
noticias, desde el Vaticano, hasta el último cura de parroquia o fraile de convento, no es, por
nuestra culpa, todo lo frecuente que Jesús querría.
Jon Sobrino, el «séptimo» jesuita del equipo de la U.C.A. -«Mártires de El Salvador»-,
que se libró del asesinato, porque esos días estaba dando unas conferencias por el Extremo
Oriente, suele decir que la labor del cristiano hoy es «desclavar a los crucificados de este
mundo».
Misericordia coherente
Y ahora que hablo de Jon Sobrino, me acuerdo de otra cosa que le oí formular a él y me
pareció muy interesante: «Jesús, como su Dios, era, ante todo "misericordia coherente"».
Misericordia -del griego «misereor»- significa, no tanto lo que solemos pensar, al decir «ten
misericordia de nosotros», algo así como «perdón». O en «obras de misericordia», como
«caridad», «limosna». Sino, más bien, «con moverse», «compadecerse», sufrir con quien está
sufriendo. En el Evangelio aparece varias veces que Jesús «sintió lástima», «se le conmovieron
las entrañas», «se le saltaron las lágrimas».
Coherente: esa «misericordia», ese removerse de compasión, de «simpatía» -que en
griego es lo mismo: «Padecer con»-, que hace que se conmuevan tus tripas, te lleva a
«moverte» también por fuera. A hacer algo por el que sufre. Hasta ahora, nada nuevo del
Dios-Amor, del que veníamos hablando. Pero es que para Jon -y mucha más gente, gracias a
Dios- ese «algo» que hacer para que el otro no sufra, para «desclavar a los crucificados de
este mundo», tiene dos direcciones o dos campos que se dan en Dios, que Jesús practicaba y
que un cristiano llevará a cabo:
- Uno es socorrer, ayudar, curar, consolar, desclavar, levantar... Las «obras de
misericordia», lo que hace mucha gente, como la Madre Teresa de Calcuta y sus hermanas, Y
tantos «voluntarios anónimos» que nos dan un ejemplo maravilloso de servicio y amor a imitar.
- Y el otro campo de coherencia en la misericordia es el «impedir que sigan clavando
crucificados hoy», denunciar las injusticias y opresiones, luchar para que las estructuras
económicas y políticas no crucifiquen de hambre o enfermedad -prevenibles y curables, de
otra manera- millones de hermanos nuestros, no colaborar, al menos, al robo manifiesto que el
20% estamos haciendo tan campantes al 80% de otros hijos de Dios.
Ese «robo», esa «estructura de pecado» que clama al Cielo, es lo que normalmente
llamamos el «orden establecido» o el «bienestar social». Por lo que, todo el que denuncia y
lucha contra «eso», resulta «bastante molesto» a los responsables de la política internacional,
de las grandes multinacionales, y hasta de la «institución» más pequeñita -incluso religiosa-
que conozcas.
Por eso, «todo el que se mete a redentor, acaba crucificado». Por eso mataron a Jesús.
Porque es claro que no «murió por designio misteriosamente amoroso y voluntad de Dios, para
la salvación del género humano». Jesús vivió para enseñamos a vivir a tope el amor que había
«mamado» del Padre. Gracias a él sabemos que podemos vivir la Vida de Dios. (Yo
personalmente le doy, muchas veces, gracias por eso.) Pero, como vivir a Dios le hizo tener
como primer valor de su Vida la Misericordia Coherente, pues «eso» -también entonces
resultó molesto y lo mataron -precisamente, en nombre de Dios-. Dice González Carvajal, en
«Esta es nuestra fe: Teología para universitarios» -que también les recomiendo- que «la
muerte de Jesús fue un "accidente laboral"». Me encanta.
Por eso «mataron» a Gandhi, a Martín Luther King, a Oscar Romero -«San Romero» le
dicen ya en El Salvador-, a Ignacio Ellacuría -«¡Comunista y bien merecido se lo tenía!»-para
algunos, incluidos católicos ilustres- y miles de misericordes coherentes anónimos.
¿Se puede «morir» feliz?
Yo te aseguro que el «coherente» vive y muere feliz. Recuerdo que me contaba Paco
Martín Abril, viejo-joven amigo mío y padre de Nacho Martín Baró -otro de los seis jesuitas
asesinados en El Salvador, compañero mío en el Colegio y en la Compañía, y un «tío grande» en
todos los campos (psicología, guitarra, juegos de manos, conversación, entrega al estudio y al
barrio)-... Pues, me contaba Paco que «la víspera» habían hablado con él por teléfono, y les
insinuó que el final estaba muy cerca; y lo notaron, como siempre, radiante y feliz. Feliz por
vivir y morir defendiendo la causa de los pobres: como El Maestro.
El hombre, desde Jesús, no es un «condenado a muerte». Estamos «con-vocados» a vivir
resucitados. La muerte de una persona coherente es sólo un «paso», un paso liberador.
¿Vivimos esa vocación de resucitados?
¿Hacen falta más deberes para casa? Sólo añado que, si eres coherente serás feliz; y, si
quieres ser feliz «te saldrá» ser coherente. Pero ¡tranquilo! ¡Calma! ¿dónde y cómo? Es lo de
menos. Y no es cosa de hoy mismo. Da igual ser ruedecita o esfera o carrillón. El caso es
«ser» Reloj. Y no tengas prisa, ni «hagas» nada por obligación. Sería otra comedura de coco
que no te haría ser feliz. Ahora sí, si quieres, empieza a «entrenar».

2.4. Moral, no de actos, sino de actitudes


La moral en este caso no va a ser mirada como un código a razón del cual me van a juzgar
al final. Ni la lista de méritos que puntúan para un buen «currículum».
La moral será una consecuencia. Unos comportamientos que brotarán de la actitud vital
que tengo. «Ama y haz lo que quieras», decía San Agustín. Que yo lo traduciría: «Ama de
verdad y verás que lo que se te "ocurre" es hacer felices a los demás». Me acuerdo ahora, de
un pequeño «cuento» de Pemán, que a mi padre le gustaba mucho; cuando lo contaba se solía
emocionar.
«Un monje viejo, tenía encomendada la misión de ir, todos los días, a un pueblo algo
lejano a su convento, para celebrarles la Misa. Pasaba gran fatiga y mucho calor. Casi antes de
llegar, había una fuente, que formaba un pequeño estanque. Y él, desde siempre, al llegar allí,
sediento, ofrecía a Dios el sacrificio de no beber, por la salvación de sus feligreses. Al pasar,
veía reflejado en el estanque, como respuesta de Dios, un lucero.
Ya anciano, fue sustituido por un Padre joven, a quien dijo el Abad:
-"Acompañe hoy al Padre, fíjese bien en todo lo que hace, y, desde mañana irá usted en
su lugar, y hará lo mismo que él ha hecho hasta ahora".
Se pusieron en camino y, al llegar a la fuente, el buen viejo dudó, viendo al joven
esperando su iniciativa para lanzarse a beber. El buen viejo, pendiente del joven, pensó: "Hoy
me quedaré sin ver por última vez mi lucero" y comenzó a beber el agua fresca de la fuente.
Cuando terminó, miró al estanque,... ¡y vio, reflejados, dos luceros!”
Importa la actitud antes que los actos. Ya decíamos en otro sitio que la felicidad, el
amor, el cristianismo nos lo jugamos en las actitudes. Los actos pueden valernos como
indicadores de nuestra actitud. Pero si damos «demasiada» importancia a los actos, si nos
«reñimos» por ellos -ya saben esto de sobra-, no nos dejarán ver nuestras actitudes
profundas -el por qué actuamos-, ni cambiar las destructivas.
La moral será una especie de «manual de actitudes de Jesús», que me irá indicando si mi
postura vital está en Dios o no, si mi corazón está orientado al amor o al egoísmo, etc. Es un
código de referencia; con él puedo hacerme idea de si voy madurando en la línea de plenitud
humana que cada vez me hará una existencia más feliz y, por tanto, más cristiana, o si ando
despistado. Es el termómetro que me puede decir si estoy en forma o no.
Moral: mi camino hacia el Amor, la Felicidad, Dios
¡Qué distinto del manual de buena conducta que nos crea buena imagen ante nosotros
mismos (la que más nos influye), a los ojos de los demás (que influye, pero mucho menos) y
ante la corte celestial! ¡Qué distinto de la imposición caprichosa del creador que ha previsto
un premio de compensación!
No. El único premio es la Vida, vivida aquí con ciertos límites y en plenitud y
trascendencia, que empiezan aquí y ahora, y va creciendo hasta su totalidad en el «más allá». Y
sabemos que poseemos esa Vida por regalo de Dios. Y como esa Vida es Vida de Dios, Vida de
Amor, la Vida de la que vivió Jesús, esa Vida no termina con el cuerpo -el amor es más fuerte
que la muerte-. A nosotros nos toca ir rodando los diversos capítulos de nuestra película, de
manera tan parecida a la de Jesús, que aun aquí sea también lo más idéntica a la suya, cada vez
más llena de la Gloria y Felicidad de Dios. ¿Te parece poco premio?
Además así, la vida, la fe, la relación con Dios es una gozada. Decía un amigo mío que es
como estudiar, después de haber aprobado las oposiciones. Ya está colocado, ahora estudia
cosas que no le dio tiempo y le apetece verlas despacio, para estar mejor preparado y ejercer
mejor su profesión. Pero ¡el examen está ya aprobado!
Y mientras rodamos nuestra película -cuyo título sería: «Una Nueva Historia de Jesús»,
basada en «El Evangelio de Jesús». Dirección y actor principal: cada uno de nosotros-, la
moral nos va indicando lo que es inhumano y lo que es más profundamente humano, lo que
construye y las actitudes y estructuras que destruyen al hombre como persona. Y, como
decía, si te acompaña alguien como guía en esa aventura, mejor.
El pecado
Termino el capítulo de la moral de Jesús, hablando -muy poco- de un tema que hoy suele
estar en controversia. Unos dicen que nada es pecado. Y otros dicen que el pecado siempre
será pecado.
Para mí, una posible definición de pecado sería: «Mantener una actitud personal o
estructural, que destruye a la persona -a mí o a los demás, por lejos o cerca que estén-,
impidiéndole llegar a su plenitud».
Y, pecado por omisión: «No luchar contra las actitudes propias y personales o públicas y
estructurales -económicas, políticas, sociales o religiosas-, que no dejan a millones de
hombres y mujeres -incluido yo y mis próximos- vivir con la dignidad de persona humana, y
que, por eso, hacen sufrir a Dios».

2.5. La Iglesia, Pueblo de Dios


Hay que decir que la Iglesia es el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo Jesús. Pero
además, que esa Iglesia somos todos los hombres, en la medida en que nos apuntamos a lo de
Dios. Al estilo de Vida de Jesús. Desde que Jesús se encarnó, Dios no está sólo en el cielo, no
hay que mirar al cielo para verlo, Dios está en los hombres.
La Iglesia de Jesús son los hombres. No sólo el Papa o la Jerarquía. La Iglesia somos
todos. Entonces, en la medida en que estás siendo fiel a esa Iglesia, estás siendo fiel al Amor:
en la medida que tú seas fiel a los hombres, estás siendo fiel a Dios.
Los primeros cristianos llamaban a la Iglesia «Casta Meretrix», Santa Prostituta. Es
decir, ya los primeros cristianos estaban convencidos de que la Iglesia, los hombres que
encarnamos a Dios, somos una realidad compleja: a veces, viviendo según Dios y, a veces,
claudicando con debilidades humanas.
Por eso comprobarán a lo largo de la historia cuántas veces la Iglesia se
institucionalizará y se prostituirá al poder, y cuántas veces tendrá contenidos que procedan
de una mentalidad medieval -cuando el César y el Papa se repartían todo el poder sobre los
hombres y el mundo, como representantes del poder absoluto de Dios-, o de otros tiempos,
que no «son» realmente «de» Jesús. Y tendrá rasgos copiados del poder político, o rasgos
prostituidos a diversos poderes humanos.
Madre con defectos, pero amada por sus hijos
Eso lo sabemos. Como tú y como yo, que mil veces estamos prostituidos a otras cosas
que no son el amor. Pero eso no nos tiene que importar, porque tanto el Papa, como tú, como
yo, como tu madre, como el vecino... somos parte de Dios y parte de egoísmo -hechicero y
Peregrino juntos-. Entonces, hay que admitir que en la institución y en cada uno de nosotros,
existe una realidad doble y ambigua. Por un lado refleja a Dios, por otro lado esconde a Dios.
Y, por eso, hay gente que «pasa». Con parte de razón, quizá, porque lo negativo les pesa
demasiado.
La Iglesia somos «la Pandilla de Jesús»: los que intentamos vivir el estilo de Jesús que
le gusta a Dios. Se acordarán de la primera «aparición» de Jesús tras su muerte. Les dice a
sus atemorizados discípulos –y a todos nosotros- que sigue Vivo, Resucitado, Pleno de Vida
Nueva, del Amor y Vida de Dios. Que se la ha «ganado a pulso» -Dios Padre se la ha regalado-
por ser fiel hasta el final a su Proyecto de Amor. Y que esa Vida, ese Espíritu, el suyo, cual
Prometeo que ha robado el Fuego de los dioses, se lo regala, se lo traspasa -a ellos y a
nosotros-, para que podamos vivir su misma Vida.
Por eso, en ese trozo del Evangelio de San Juan, se dice que les sopló, recordando cómo,
en el libro del Génesis, Dios «sopla en las narices» al muñeco de barro que había hecho y «le
da la vida». Jesús, después de vivir a tope, nos regala su Espíritu. Hace con los hombres una
«nueva Creación».
Jesús ya no tiene manos, ni pies, ni boca, ni ojos, ni oídos para seguir amando, salvando,
curando, dando esperanza a los oprimidos -sus preferidos-, y denunciando a los opresores
-para salvarlos también a ellos y cambiar las estructuras de opresión y destrucción de la
persona, del Hijo de Dios que llevamos dentro-. Ahora nos toca a nosotros, con la fuerza de
su Espíritu, ser su Iglesia, su Pandilla, su Cuerpo, sus manos y sus pies y su Corazón, para
seguir haciendo el Reino de Dios.

2.6. Los Sacramentos: hitos importantes de la vida


Los sacramentos son la manifestación de lo que Jesús quería que fuera el cristianismo.
¿Qué quiere decir esto? Jesús no dijo que el cristianismo es ir a un muro de las lamentaciones
y rezar y ponerse en cuclillas y tal. Jesús dijo: «Donde estén ustedes reunidos en mi nombre,
allí estoy yo». Y eso es tanto como decir: «Cuando traten del Amor, o intenten vivirlo, ahí
estoy yo. Cuando celebren una fiesta en mi nombre, allí estoy yo. Cuando tú te apuntes a mi
partido, allí estoy yo. Cuando tú te arrepientas y quieras cambiar tus actitudes por las mías,
allí estoy yo... ». Es decir, «cuando tú hagas cosas importantes en la vida, teniéndome a mi
presente, allí estoy yo, eso es de Dios».
Eso son los Sacramentos: la asistencia de Dios a los momentos trascendentales de
nuestra vida. Porque lo nuestro a Él le importa. Cuando nacemos y nos apuntan a su panda;
cuando tenemos conciencia y queremos confirmar esa pertenencia; cuando nos reunimos a
celebrar la Vida, Muerte y Resurrección del Señor, para recibir fuerzas -de Él y del grupo-
para vivir la Vida como Él; cuando queremos revisar nuestras actitudes y recibir alegres el
«cuento contigo» inalterable de Dios; cuando ponemos a Dios como aval y testigo de nuestra
vida de Amor; cuando se nos acaban las pilas y necesitamos sus fuerzas para enfrentarnos a la
muerte; en todos esos momentos, y en muchos más, Dios se pone en contacto con nosotros,
con nuestra vida, si nosotros queremos vivirla con y como Él.
Jesús no puso la felicidad, ni el cristianismo, en cosas ajenas a la vida. Pero con
frecuencia, hemos hecho de los Sacramentos cosas ajenas a la vida.
Cuando tú te apuntes a una cosa seria, Dios te está apuntando a esa cosa seria y Él
también se siente apuntado contigo. Cuando tú quieras tener un contacto personal, profundo,
con Dios, Dios está ahí contigo, pensando contigo, apoyando la –su- jugada.
¡Nada de magia!
Por eso los Sacramentos son actuaciones de Dios, en contacto con una persona en
postura sacramental. Son algo serio y que exige de nosotros un grado serio de
responsabilidad.
Para explicar más esto, suelo poner un ejemplo que, a veces, ha escandalizado. Espero
que ustedes entiendan la «moraleja» sin asustarse. Si un gato va y come un trozo de «pan» de
la Eucaristía, ¿ése come realmente el Cuerpo de Cristo? Nada más lejos de mí que negar la
presencia -sea como sea- de Jesús en la Eucaristía. Pero ahí no hay un contacto personal. Por
tanto, para el gato, no hay sacramento. No porque en la Forma no esté Dios, sino porque no
hay Eucaristía para el gato.
El sacramento de la Eucaristía -como los demás establecidos, y otras cosas serias que
hacemos en su nombre- es un contacto interpersonal de Dios con el hombre, que tenga
intención de contactar. Si no hay hombre con intención de contactar, no hay Dios contactando.
El sacramento no es algo mágico, donde Dios se nos meta automáticamente. El sacramento es
un contacto personal profundo con otra persona -Dios-. Si no hay persona humana en actitud
de contacto con Dios, no hay contacto personal.
Ayudas para nuestro crecimiento humano-cristiano
Hace poco me preguntaban unos amigos míos -que yo había casado y ya tenían hijos con
la Primera Comunión hecha- qué hacer con sus hijos y la Misa. Porque ellos los llevaban a la
Parroquia y se aburrían, protestaban, empezaban a ver la religión -y al mismo Dios- como algo
molesto, aburrido, obligatorio, de mayores -¡también es verdad que, hay cada cura, que quita
la afición!-.
Yo les dije algo así: «No le cuenten a nadie que yo se lo he dicho. Pero, para mí, lo mejor
sería que los sábados por la noche o el momento en que tengan más tranquilidad, para estar un
rato juntos y sin que les molesten, les decen: "Vamos a tener una celebración en
agradecimiento a Dios, por la vida y porque es Amor, y nos quiere tanto, que lo único que
quiere es que seamos felices. Y tenemos que entrenar, para no ser unos animalitos que sólo
van a lo suyo, sino ir cayendo en la cuenta de que seremos más felices, cuanto más amemos".
O algo así. Y preparan una tarta o unas coca-colas o algo que les haga ilusión. Ponen también
música suave que les guste, y dedican un rato "en serio" a hablar de la familia, del amor, de si
tienen quejas de ustedes, de si tienen ilusión..., de que Dios nos quiere y nos perdona siempre
y lo único que quiere de nosotros es que seamos felices amando mucho a todos, que es una
gozada -y algo, no todo para que no se cansen, de lo que les estoy diciendo en esta charla-.
Luego rezan un Padre Nuestro o cantan una canción... ¡y ya está».
¿Les ha escandalizado mucho? Pero, ¿no creen que es lo que Jesús haría? Pues otra cosa
-quizá peor- que yo digo: «El ir a Misa puede ser, a veces, contraproducente». Si, con ir a
Misa, te crees que «has cumplido», y eso hace que ya te olvides de Dios y de ser más humano
y cristiano el resto de la semana; si es así, el «ir a Misa» te hace daño. Te estás haciendo
«hechiceril», y no vas a crecer en tu Fe, sino a vegetar «cumpliendo los mínimos para tu
salvación eterna». (Lo mismo diría de ir a grupos semanalmente, o al voluntariado, o cualquier
cosa que hagas, -cosas, por otro lado perfectas y necesarias, para ti y para la Iglesia-, si, con
eso, te crees que «cumples» y te das por satisfecho.)
Celebraciones de gozo
Hay gente que cumple sacramentos desde una actitud mecánica, «hechiceril», pero no
desde la fe cristiana, porque falta el contacto personal profundo, libre y responsable del
hombre con Dios. Si tú estás en la Iglesia y eres una columna, no habrá Eucaristía para ti. Y
Jesús ha dicho que cada vez que tú te tomes en serio tu vida humana, él está en esa vida
contigo. Es decir, Él también se toma en serio tu vida. Eso es el sacramento: el compromiso de
Dios contigo, con tu vida, con la Vida de Él mismo que tú intentas vivir.
Tenemos que aprender a vivir los Sacramentos, como momentos -gozosos, alegres y
agradecidos- de Gracia, de suerte, de oportunidad. Momentos en que pedimos y colaboramos
-«a Dios rogando y con el mazo dando»-, creemos y esperamos que el Dios del Amor, nos va a
ayudar y dar fuerzas, para que el Dios y el amor -«pequeñito»-, que hay en nosotros, crezca,
se desarrolle, nos potencie cada vez más como personas integradas, maduras, centradas,
equilibradas y cristianas, y nos haga felices, haciendo felices a los demás.

2.7. La oración
La oración es un entrenamiento para irme haciendo cada vez más Cristo. Yo tengo que
ver el telediario con los ojos de Dios.
Cuando esté viendo la noticia de un terrorista, cuando se hable de Etiopía, o de Somalia o
del Chad, a lo mejor mis comentarios son distintos. Y no hago chistes como: -«¿Por qué los
etíopes no ven "Cristal"?» -«Porque es, después de comer».
Y, a lo mejor, me tomo en serio la vida. Y, a lo mejor, cada vez que me encuentre con
alguien, voy a intentar vivir una experiencia humana a tope, y no una superficialidad, ni pasar
de las cosas o aprovecharme de la gente.
La oración es un entrenamiento de cristianismo. Es decir, la oración no será llegar a la
ventanilla y pedir: «Padre nuestro, el pan, el aprobado, el qué-sé-yo...». La oración será un
decir: «Y Tú, ¿cómo harías esto, cómo hablarías hoy, qué criterio seguirías?». Actualizar la
vida de Dios en ti. Y, como ya sabemos que «dos que duermen en el mismo colchón se vuelven
de la misma condición», a la larga, tú serás, pensarás, sentirás y actuarás más como Dios lo
haría.
Hacer oración será que tú, día a día, vayas pasando moviola con Dios, a ver si reconoces
aquellas actitudes de tu vida que no son de Dios y a ver cuáles puedes potenciar más. Así, a la
larga, si todos los días haces un rato de oración, irás siendo más comprensivo, más sencillo,
más profundo, más amable, más sereno, más feliz...
Afinar mi sensibilidad con el diapasón del Corazón de Dios
Ya lo decíamos antes, pero -como la frase es mía y me parece sugerente- lo repito: la
oración no es algo ajeno a la vida, sino que es una revisión de vida, para ir haciendo tu vida más
Vida, menos vegetar y más Vivir, más Amar, más Ser; valorando la vida por el hecho de
tenerla, cosa que no en todo el mundo se da por supuesto -¡cuánto enfermo, marginado,
deprimido, torturado, secuestrado, desaparecido ... !orar es vivir a tope!
No rezarás, seguramente, para que no se muera tu madre, sino que intentarás, mientras
tu madre viva, hacerle sus últimos días lo más felices posible. Para lo cual, seguro, necesitas
ratos de «oración», de ver cómo no puedes hacerte el «zorro» sino el «tigre», hacer
«moviola», entrenar. Intentarás vivir para que tus hermanos sufran menos y se encuentren
más acompañados. Pondrás tu vida al servicio de los demás, en vez de pedir a Dios que sirva a
tu vida. Te darás cuenta de que «Dios ya no tiene manos y que sólo tiene tus manos para
actuar», que hemos dicho antes.
Claro, así visto, yo no puedo entender una oración a Cristo para que llueva. Ahora, una
oración en la que un grupo se plantea cómo lleva el pagar lo debido a Hacienda, cómo
contribuye a que las estructuras no deshumanicen tanto, cómo lleva su vida de matrimonio o
de familia; o un rato en pareja o en familia revisando nuestras relaciones en común... pues sí,
eso es oración.
La oración es intentar ver todo con los ojos de Dios, intentar hacer en cada caso
concreto que se te presente lo que Dios haría. Déjanme, de nuevo decirlo: «Orar es afinar tu
sensibilidad con el diapasón del corazón de Dios». Si lo lográramos, la música de nuestra vida
¡sería divina!
Una vez oí que la oración cristiana más perfecta es el ser consciente, también desde el
sentimiento, que Dios me ama inmensamente y siempre. Aunque sea una oración de unos
segundos. Algo de eso intuyo que quería San Ignacio para los jesuitas: que fuéramos
«contemplativos en la acción». Que durante toda nuestra vida estemos viendo a Dios detrás
de cada persona, cosa o acontecimiento y, así, como decía antes, en todo intentemos lo que Él
intentaría.
El "Padre Nuestro»: Oración Vida, de Jesús
Quizá, hablando de oración, lo mejor será referimos a la oración de Jesús. Hace tiempo
un jesuita, biblista, amigo mío, daba una versión del Padre Nuestro, que decía reflejar mejor
lo que Jesús quiso decir, cómo sería su oración. Termino con ella:
Padre nuestro del Cielo,
que este nombre sea reconocido; que llegue a todos tu reinado;
que tu voluntad de Cielo se cumpla en toda la tierra.
Danos hoy el pan del mañana;
que nosotros nos perdonemos siempre, ya que tú ni siquiera te ofendes nunca;
que no nos puedan las tentaciones
y libéranos de lo malo.
Que así sea.
Padre nuestro del Cielo
Origen y fuente de nuestra posibilidad de transcendencia, de la semilla de tu Vida que
has puesto, a través del Espíritu de tu Hijo Jesús, en todos los hombres, y que nos hace
poder considerarnos ciudadanos de tu casa. A todos, no sólo a mí, o a mi familia, o a mi clase,
o a mi religión. Por eso te decimos «nuestro». Origen y causa de todo lo bueno, dinámico,
constructivo y creador que hay en el mundo y en las personas. Padre amante, madre
enamorada de todos tus hijos, papá, mamaíta, «¡mi Vida!»
Que este nombre sea reconocido por todos los hombres
Que nadie pueda creerse que eres otra cosa que padre bueno. Que nadie te tenga miedo
o piense que puedes hacer o querer nada malo a nadie. Que nadie use tu nombre para reñir,
castigar, atemorizar, condenar o matar. Que todos los que somos hijos y representantes
tuyos demos esa imagen de bondad, comprensión, tolerancia y perdón. Que nadie sienta la
necesidad de blasfemar, porque tu nombre le da miedo, asco o rabia; porque le suena a
injusticia, opresión, fanatismo, insolidaridad o incoherencia.
Que llegue a todos los hombres tu Reinado
Que en ningún lugar de! mundo reine la opresión, la injusticia; que en la vida y en el
corazón de ningún hombre reine el egoísmo, el materialismo, el odio. «Que en nuestro poblado
se oiga tu tam-tam, traducen en Zimbabwe, me cuenta mi hermano Agustín y me encanta; que
bailemos a tu ritmo; que respiremos y contagiemos tu perfume; que todos los hombres puedan
sentirse hijos tuyos, porque notan que viven tu Vida y tu Amor y gozan de sus derechos de
seres humanos, y también puedan sentirse y vivir como hermanos.
Que tu voluntad de Cielo se cumpla en toda la tierra
Que tu única voluntad para todos los hombres -que sean felices, libres, iguales- esa
utopía que sueñas para nosotros y por la que luchas desde dentro de cada uno de nosotros,
pueda llegar a ser una realidad. Que esta tierra sea cada vez más para todos el Cielo que
algún día disfrutaremos plenamente contigo. Que nadie sufra, se sienta solo, vacío, sin ilusión,
sin esperanza, sin afecto. Que nadie sea torturado, oprimido, utilizado, marginado,
despreciado, incomprendido.
Hasta aquí Jesús hace oración universal. Como si primero le interesara el bien de todos
los hombres, especialmente de los más necesitados; y como si quisiera que nosotros hagamos
lo mismo -al revés de lo que solemos hacer-. Y a partir de aquí ya usa el «nos», pide por Él y
por los suyos, la comunidad de cristianos.
Ya sabemos que para Jesús lo más importante es el Reino -la igualdad digna y justa, en
Amor y Felicidad para todos-, antes incluso que Dios y su honra, antes que Él mismo, antes que
la Iglesia.
Danos hoy el alimento del mañana
(Parece que el «quotidianum, se usaba más en este sentido de futuro.) Que los cristianos
vivamos plenamente el presente, con todas sus dificultades -propias y ajenas- y alegrías, pero
alimentados y con la vista puesta en el Reino. Que vivamos, como Jesús, de y para el Reino:
como hijos de Dios y como hermanos.
Que no nos alimentemos de sucedáneos. Que no busquemos otras fuentes de
alimentación que no sean el Amor-Amor. Que intentemos crecer en tu Espíritu. Que leamos,
hablemos, estudiemos, meditemos, para vivirte y experimentarte más. Que nos «traguemos»
la persona y la vida entregada de Jesús, en celebración de acción de gracias.
Que nosotros nos perdonemos siempre, ya que Tú ni siquiera te ofendes nunca
Si fuera el orden inverso: «perdónanos como nosotros perdonamos», no sería cristiano,
sería fariseo. Nos ganaríamos su perdón con nuestra conducta. Y Él nos perdona no por
nosotros, sino por Él, que es Padre bueno. Y tanto deudas como ofensas son palabras que
tampoco entran en el vocabulario del Dios de Jesús. Como decíamos antes, Dios no se ofende,
no le debemos nada. Nos lo ha regalado todo -sobre todo, su amor- y no cambia de postura
nunca, hagamos lo que hagamos, porque no puede ser otra cosa que Amor.
Por eso, lo que quiere Jesús es que tengamos el corazón de Dios y perdonemos siempre,
como Él perdona. Incluso que nos perdonemos a nosotros mismos, que no seamos orgullosos
ante nuestras meteduras de pata, y no nos queden patológicas culpabilidades, sabiendo que
está todo perdonado.
Aparte de que, si Él esperara a perdonamos a que nosotros nos perdonemos... ¡Nos daban
las uvas!
Que no nos puedan las tentaciones
Jesús sabe que el único camino para el que se siente llamado, el único camino que da la
felicidad, que salva al mundo; el único camino que ha visto claro en la vida del Padre, es el amar
sin condiciones y ser fiel siempre y, pase lo que pase, a ese único valor, el Amor.
Sin embargo, parece que, a lo largo de toda su vida, -de la que los cuarenta días en el
desierto son una reducción simbólica- sintió tentaciones de dejar el «camino» y agarrar
«atajos», como el poder, el éxito, la fama, el prestigio, la estabilidad, la política armada, el
dinero, el placer. Son tentaciones -engaños-, porque aparecen y se presentan o se publican,
como caminos de felicidad, más fáciles, más a corto plazo, que el único camino que de verdad
lleva a la felicidad: el Amor sin límites, tan sin límites, que puede llevarte a la muerte.
Jesús ora para no caer en tentación, no tomar pseudocaminos, ni Él ni los suyos. No se
refiere aquí, parece ser, a lo que llamamos tentaciones al hablar de pecado y tentación. Eso no
es tentación-engaño; eso es algo que nos apetece y vemos claro que no está bien. Tentación es
vivir los valores del «mundo» y no los del Dios-Amor.
Y libéranos de lo malo
Jesús tiene esperanza en el hombre, cree en él, sabe que tiene la semilla de Vida de Dios
dentro. Pero ve que la sociedad, y un montón de influencias que nos llegan por todas partes,
han hecho crecer nuestro egoísmo, nuestras caretas, nuestras «aficiones desordenadas»,
nuestro querer ser el centro. Y quiere que, con ayuda del Dios que llevamos dentro, de los
buenos amigos, de especialistas si hiciera falta, nos quitemos todos esos maquillajes y
máscaras que impiden crecer a la Vida de Dios, al Amor en nosotros.
Que así sea
Jesús no reza, ni quiere que lo hagamos, a Dios para que Él nos arregle las cosas. Jesús
se compromete a hacer todo lo posible para que se dé lo que pide. No es oración cristiana el
«tirar la piedra y esconder la mano», sino el «a Dios rogando y con el mazo dando».
El «Padre Nuestro» es la oración de Jesús: pero es su propia Vida. Jesús dio su vida por
aquello que rezaba -y le importada sobre todo- el Reino, la felicidad plena de todos los
hombres y mujeres. Nuestra oración debería ser -«afinar mi sensibilidad con el diapasón del
corazón de Dios»- entrenar el estilo de Jesús, poner nuestra vida en aquello que oramos
-«orar la vida»-. y así sin activismos ni voluntarismo, sin obligaciones ni normas -sino desde la
experiencia gozosa de amarnos a nosotros mismos, porque y como Dios nos ama (que es, así
entre nosotros, la única plataforma posible de lanzamiento hacia la felicidad, propia y ajena)-,
nos saldrá ser cristianos, ser otros Cristos, hacer de nuestra vida lo que Jesús hizo con la
suya: intentar -y con intentarlo, si es de verdad y entrenando fuerte, basta; no se trata de
ser perfectos- ser felices y contagiar nuestra felicidad. QUE ASÍ SEA PARA TODOS.

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