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D A N I E L R.

G E N O V E S I

¿QUÉ HIZO EL HIJO MAYOR?

Un camino por recorrer.

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN. 4

CAPÍTULO 1: UNA HISTORIA QUE DA SENTIDO A LA HISTORIA 5


Un texto y una pregunta. 5
Acercamiento al texto. 7
Una respuesta y una síntesis. 9
En la luz de esta historia. 10
a- Una historia no contaminada 10
b- Aplicada a la interpretación de la Biblia 12
En este horizonte. 13
Para continuar profundizando. 14

CAPÍTULO 2: LAS VIVENCIAS PERSONALES 15


Encuentro. 15
Profundizando en las propias vivencias. 17

CAPÍTULO 3. UNA RECREACIÓN LITERARIA. 19


El regreso. 19
Actividad. 23

A MODO DE INCONCLUSIÓN. 25
Una propuesta de diálogo. 25

2
“Tú amas todo lo que existe
Y no aborreces nada de lo que has hecho,
Porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado.
¿Cómo podría subsistir una cosa si tú no quisieras?
¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado?
Pero tú eres indulgente con todos,
ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida.”
(Del libro de la Sabiduría, capítulo 11)

3
INTRODUCCIÓN

“No nos afecta lo que nos sucede


sino lo que nos decimos acerca
de lo que nos sucede” (Epicteto)

Durante una tarde otoñal en Chile, caminando por el predio del Santuario de Schoesntatt
en Bellavista, continuaba buscando un nuevo enfoque para dar una introducción a la
Biblia. Una impensada serie de acontecimientos que se sucedieron en las siguientes setenta
y dos horas me conmovieron profundamente en mi pensamiento y en mi corazón.
Compartí estas nuevas perspectivas y vivencias una semana más tarde en un estudio
bíblico. De los integrantes del grupo, uno me animó especialmente a dejar por escrito este
enfoque y a compartirlo con otros.

Así comenzaron a cobrar forma una serie de borradores que, gracias al aporte de amigos
que me hacían su devolución, dieron origen a la actual redacción. En estas páginas
encontrarás esta simple propuesta: iniciar un diálogo, a partir de un texto bíblico, que nos
permita revisar la perspectiva desde donde generamos un relato sobre nuestra historia
personal, colectiva y espiritual. Podemos hacerlo, en el primer capítulo, reflexionando a
partir de un simple ejercicio. En el segundo podremos revivir nuestras propias
experiencias y profundizar en ellas. Finalmente, en el tercero, nos plantearemos la
posibilidad de expresar esto según nuestro propio estilo creativo.
El camino es sencillo; si estás dispuesto, te invito a que comencemos a recorrerlo.

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C A P ÍT UL O 1

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CAPÍTULO 1

UNA HISTORIA QUE DA SENTIDO A LA HISTORIA

El objetivo del presente capítulo es tomar contacto con una historia, abrirnos a su influjo y
desde allí considerar sus posibles implicancias.

Un texto y una pregunta.

Te propongo que comencemos esta revisión de perspectiva a través de la lectura atenta y


responsable de un texto y luego buscando una respuesta personal a una simple pregunta.

Este es el texto. Pertenece al evangelio de Lucas -capítulo 15 del verso 11 al 32- y es Jesús
mismo quien narra la historia. Lo hace en un momento en el que los fariseos y los escribas
murmuraban contra él diciendo que recibía a los pecadores y comía con ellos. En ese
contexto Jesús comenzó a hablarles en parábolas. Y ésta es una de ellas.
Iniciemos leyendo con detenimiento, respirando profundamente, casi pudiendo imaginar
o intuir lo que está aconteciendo en este drama. Antes de recorrer el texto pidamos luz al
Espíritu Santo y despojémonos de nuestros preconceptos porque el texto que leeremos es
santo.

«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia
que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.

Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó
sus bienes en una vida licenciosa.

Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir
privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su
campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los
cerdos, pero nadie se las daba.

Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy
aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé
contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros".

Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se
conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".

Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo
en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la
fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que
acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le

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respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha
recobrado sano y salvo".

El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace
tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste
un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de
haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!".

Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya
fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado"»

Y ahora la pregunta: ¿Qué es lo que piensas que hizo el hijo mayor? ¿Cómo dirías que
sigue su comportamiento en esta historia? ¿Cómo continuarías esta frase: “Entonces el hijo
mayor…”?
Piensa con tu corazón, siente con tu inteligencia e imagina con profundidad. Una vez que
tengas una respuesta, o varias, según tu preferencia, regístralas aquí. Luego yo también te
compartiré la mía.

“Entonces el hijo mayor …………………………..………………………………………

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Acercamiento al texto.

Antes de darte mi respuesta quiero destacar al menos tres características que se ven en los
dos hijos de este relato.

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En el menor notamos:

 Una actitud de arrogancia: está expresada al pedirle su parte al padre. Era una
forma de decirle “quiero que estés muerto” o “para mí no existes más”. También se
manifiesta al prodigar sus bienes y energías como si fueran infinitos, tanto sus
posesiones materiales como sus propias reservas anímicas.

 Un estado de depresión: se muestra en el momento en que comparte su vida con los


cerdos: algo que su cultura consideraba impuro estaba en mejores condiciones de
atención que él.

 Un sentimiento de culpa: se evidencia en la elaboración de explicaciones y


negociaciones para volver a ser admitido en la casa de su padre: razonamientos que
le impiden ver quién es realmente y en los que se evalúa por lo que ha realizado y
por lo que espera poder hacer luego como sirviente.

En el mayor se percibe claramente:

 Una actitud de control: es sutil y se muestra en la forma de indagar y pretender


estar al tanto de todo.

 Un intenso enojo: que lo aísla y lo pone por encima de los que lo rodean.

 Una manifiesta recriminación: la cual nace de una comparación que proyecta un


sabor amargo sobre su vida y lo distancia incluso de su propio padre.

A esta altura bien podríamos formularnos algunas preguntas que nos servirían como un
autodiagnóstico personal. Hacerlo no nos proporcionará una solución pero puede ser un
buen punto de partida como todo insight o toma de conciencia.

Si consideráramos esta historia como un gran relato de nuestra relación con Dios e
incluso de nuestra relación con la vida:

 ¿Qué personaje me representa más?

 ¿En qué momento de esta historia me encuentro?

 ¿Cómo me encuentro actualmente? ¿Autosuficiente y dilapidando mis energías?


¿Estoy desolado y lidiando con la culpa? ¿Considerando partir o considerando
regresar?

 ¿O más bien estoy recriminando y cuestionando todo y a todos? ¿La ira me


domina? ¿Experimento que la vida es injusta conmigo?

 ¿O estoy aguardando, abrazando, perdonando, incluyendo o animando?

Si escuchamos todo lo que hemos respondido como si fuéramos otra persona, como si
fuéramos ese amigo que nos aprecia y busca nuestro bien:

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 ¿Qué diría este buen amigo ante esta etapa y situación que estoy viviendo?

 ¿Puedo resumir sus palabras en una frase o en un párrafo? Las anoto y las guardo
conmigo.

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Una respuesta y una síntesis.

Retomando el texto y la pregunta inicial, en mi parecer la forma en la que continúa el


relato, no en la que termina, es esta:

“Entonces el hijo mayor aguardó hasta que los invitados se marcharon de la fiesta. Luego
acechó a su padre hasta que lo encontró solo. Fue en ese momento cuando lo ató y
comenzó a azotarlo con un látigo mientras lo escupía e insultaba. Finalmente lo mató de
una forma cruel.”

Admito que si hemos coincidido entre tus líneas y las mías no hay demasiado para
explicar y lo más sensato sería que sencillamente continuaras en la siguiente sección. Pero
en caso de que hayamos tomado sendas diferentes corresponde, de mi parte, que realice
una serie de aclaraciones.

Primeramente acepto que puedas comenzar a imaginar diferentes situaciones y conflictos


en mi vida. Pero no sin que antes también hayas realizado el mismo análisis sobre la
respuesta que tú mismo has elaborado. ¿Cuánto dice de ti mismo la forma en la que has
continuado el relato? ¿Qué tiene que ver con tu pasado? ¿Qué revela de tu forma de
resolver conflictos? ¿Hay una tendencia a la sumisión o a la rebeldía ante la autoridad?
¿Tus comportamientos revelan una actitud evasiva, confrontadora o asertiva?

En segundo lugar quiero compartir algo que puede constituir una base común para el
diálogo. Jesús narra esta historia para dar un mensaje a los fariseos y a los maestros de la
ley y no la continúa porque precisamente son ellos los que tienen que definir con su
propio comportamiento qué es lo que harán: si entrarán a la fiesta del amor misericordioso
del Padre o no.
Si ellos son el hermano mayor, nos es suficiente con seguir su comportamiento a partir de
ese momento para continuar el relato que Jesús deja abierto. En los evangelios leemos que
se reúnen y traman su muerte. Y será tras la celebración de la fiesta de la pascua cuando el
amor misericordioso del Padre mostrado en Jesús recibirá toda la hostilidad de estos
hombres hasta hacerlo morir en una cruz.

Vuelvo ahora a repetir el modo en que he continuado el relato para que le hagas tu propia
crítica y también agregaré la forma en que continuaría esas líneas de la parábola.

“Entonces el hijo mayor aguardó hasta que los invitados se marcharon de la fiesta. Luego
acechó a su padre hasta que lo encontró solo. Fue en ese momento cuando lo ató y
comenzó a azotarlo con un látigo mientras lo escupía e insultaba. Finalmente lo mató de
una forma cruel.
Pero tres días más tarde el padre volvió a la vida y buscó a su hijo mayor. Este aún
estaba enojado y dedicaba su vida a la tarea de perseguir a su hermano menor. El padre se
interpuso en su camino y le mostró su amor incondicional e infinito.
Del hijo mayor se supo que consagró toda su vida a recorrer el mundo para contar que su
padre es también nuestro padre y que nos espera a todos en su casa.”

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Lo que agregué ahora al relato lo he encontrado en la escena en la que precisamente Jesús
resucitado se aparece a Saulo, un fariseo que había apoyado la lapidación del diácono
Esteban y que perseguía a los cristianos. Esto aparece en el libro de los Hechos de los
Apóstoles, en el capítulo nueve. Textualmente dice: “Saulo, que todavía respiraba
amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le
pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los
seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres. Y mientras iba
caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso
con su resplandor. Y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: “¿Saulo, Saulo, porqué
me persigues?”

Tras ese encuentro Saulo, llamado posteriormente Pablo, el hombre que era impulsado por
la ira, dedica hasta el último de sus días a la proclamación de que en Jesús, por su muerte
y resurrección, el cielo tiene las puertas abiertas para todos los hombres como hijos
adoptivos en el Hijo del Padre. Se puede apreciar esta visión en forma resumida en dos
himnos que escribe Pablo en las Cartas a los Efesios y a Colosenses respectivamente: “Él
nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo” (Efesios capítulo 1, verso
5) “porque quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo,
restableciendo la paz por la sangre de su cruz” (Colosenses capítulo 1, verso 20).

En la luz de esta historia

Al mirar este desarrollo de la historia podemos notar que su conjunto está desplegado
tanto en el Evangelio de Lucas como en los Hechos de los Apóstoles, y que ambos libros
están redactados por Lucas, el médico griego convertido al cristianismo y discípulo de
Pablo.

El evangelio de Lucas se ubica junto a Mateo y Marcos en los evangelios sinópticos. Son
llamados así puesto que ofrecen en una mirada de conjunto grandes correspondencias
entre los diferentes pasajes que se encuentran en ellos. Sin embargo, el texto que hemos
leído de Lucas nos ofrece una historia que únicamente aparece en su evangelio.

Te propongo ahora tomar esta parábola que cuenta Jesús y colocarla como la clave de la
historia de salvación. ¿Qué sucedería si por un instante viéramos todas las Escrituras a
través de esta perspectiva?

Asumamos por un instante ese lugar y veamos lo que vamos hallando.

a- Una historia no contaminada

Primeramente tengamos en cuenta un aspecto sumamente importante en esta historia: la


contó Jesús. Y Él carecía de una experiencia común a todos los hombres: la culpa.

¿Cómo opera en nuestra naturaleza la culpa? De formas muy diversas. En una forma sana
nos ayuda a percibir que hemos transgredido nuestro sistema interno de valores y que
nuestro organismo espiritual está en peligro: nos impulsa a revisar nuestros
comportamientos y actitudes. En su mejor dosis está reflejada en la frase final de “El juego
de los abalorios” de Hermann Hesse cuando un joven ve morir a su maestro: “con el
sagrado terror le invadió el presentimiento de que esta culpa lo transformaría a él y a su
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vida entera y le exigiría cosas más grandes de las que hasta ese momento se había exigido
alguna vez a sí mismo.”

En forma patológica, la culpa nos agobia y distorsiona nuestras percepciones. Por culpa
exageramos nuestras acciones:
- un estafador hace una donación generosa en extremo,
- un marido infiel llena de regalos a su esposa,
- un padre agresivo extrema la dulzura y permisividad con los hijos tras sus explosiones,
- una ausencia se compensa con cosas.
La propia autoestima decae y creemos que:
- merecemos recibir la ira de los demás,
- siempre debemos postergarnos a nosotros mismos indefinidamente porque los otros
merecen más,
- la autoridad está molesta con nosotros y por lo tanto es justo que nos castigue,
- el placer nunca es para nosotros y si lo es tiene el sabor amargo de que no nos pertenecía
plenamente,
- nos exigimos más de lo que debemos y ofrecemos más de lo que podemos.
“Los sentimientos de culpa son insaciables y su dinámica nos tironea (…) turban nuestra
fuente o la resecan totalmente”, señala Anselm Grün en su obra “Fuentes de fuerza
interior”.

Se dice que el predicador al hablar de Dios más nos dice de sí mismo que de Dios. Desde
antiguo se ha atribuido a Moisés la elaboración de los cinco primeros libros de la Biblia: la
Ley. Moisés, casi compensando la falta de fluidez de sus palabras, fue un hombre de
acción: con energía y decisión suficientes para resolver un conflicto entre dos personas
matando a una de ellas, como sucedió al ver que un egipcio maltrataba a un israelita.
Alguien así podría concebir más fácilmente una divinidad que se enoja y ordena matar.
Por supuesto también, desde Spinoza en adelante, muchos han llegado a la convicción de
que estos libros fueron escritos por diversas personas y en diversas épocas, que van desde
el 1000 AC hasta el 500 AC.
Tanto en un caso, como en otro, podemos mantener la misma clave: nos encontramos ante
una historia escrita por hombres que, al igual que nosotros, no estaban ajenos a la
experiencia personal de culpa. Personas que recibieron una inspiración para transmitir
una verdad revelada; y una inspiración que respetó las características culturales y
psicológicas del escritor.

Solo un hombre que no tuviera su personalidad afectada por la culpa podría ser el ámbito
en donde la inspiración llegara a una revelación plena. Y es ese hombre que revela a Dios
-¡y se revela como Dios!- quien comienza a hacer plena la Ley mostrando un Dios que es
Padre, que cuida de todos y que es misericordioso.

b- Aplicada a la comprensión de toda la Biblia.

Veamos ahora todas las Escrituras a través de esta parábola. Partiendo de esta perspectiva
lo inmediato que hallamos es que Dios no nos expulsó del paraíso: nosotros expulsamos a
Dios del mundo. Como afirmaba Federico Nietzsche, “Dios ha muerto; nosotros lo hemos
matado”. Tal como lo narra la parábola de Jesús: el hijo menor le pide la herencia en vida
lo que equivale a decirle al padre: quiero que te mueras, que no existas.
Tengamos en cuenta que es muy diferente la imagen de Dios si lo reconocemos como
alguien que nos expulsó, a si lo percibimos como a quien hemos expulsado. Como
claramente hace notar C. S. Lewis en su obra “Mero cristianismo”, las leyes de la

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naturaleza no pueden ser desobedecidas pero las del espíritu sí pueden ser transgredidas.
Al extender la mano hacia el árbol de la ciencia del bien y del mal es el hombre quien se
transforma en la medida para el hombre. Se genera así un mundo en el que no hay cabida
para Dios.
Dios, como el padre de la parábola, deja obrar y acepta quedar a espaldas de un hijo que
ya no se reconoce como tal y que lo deja fuera de su mundo. Entonces… ¿cómo está Dios
presente en la historia? La respuesta se revela en la pasión de Cristo: siempre
interviniendo con su gracia y vulnerable a las decisiones y acciones del hombre. Dios no
nos expulsa del jardín del Edén sino que nosotros lo exiliamos a Él de nuestro mundo.

Y a partir de esa decisión espiritual y existencial de autonomía, de forjar un mundo en


donde la ley y los valores los creamos nosotros, comienza nuestro tiempo de ser pródigos:
en agotar nuestros días y en lanzarnos a empresas imposibles. La genealogía que aparece
en los capítulos diez y once del libro del Génesis muestra el decrecimiento de los años de
vida y el proyecto prometeico de hacer una construcción que llegue hasta el cielo. Todo
esto tiene dos claros resultados: la vida humana se hace más corta y desaparece la
habilidad para un proyecto común ya que el egoísmo sólo comprende su propio lenguaje.

Con la llamada a Abraham, también en el Génesis desde el capítulo doce en adelante, es


cuando el hombre comienza un regreso a un padre que difícilmente podría ser llamado
así. Pero aún hay un camino muy largo que recorrer. Un camino en el que el hombre irá
pensando cómo negociar con Dios y qué leyes cumplir para poder estar en su presencia
-como pensaba el hijo menor en su camino de retorno ante un padre que aún no descubría
como amor misericordioso-. Si cumplimos esas leyes podremos ser admitidos a estar con
la divinidad, la cual se enoja con nosotros si las transgredimos.
Los profetas recuerdan continuamente al pueblo que están en camino, que aún no han
llegado a donde Dios quiere llevarlos.
Lo libros sapienciales son una reflexión a partir de la experiencia concreta de la vida:
pautas saludables para una buena vida física, psíquica y espiritual y esbozo esperanzador
de una unión final.

Es con el nacimiento de Jesús cuando comienza a divisarse un Padre que se acerca para
abrazar al hijo perdido. Es en la muerte de Jesús cuando el Padre nos muestra que nos ama
incluso aunque estemos matando a su hijo y despreciando su amor - o incluso matando al
Padre mismo que se muestra en el Hijo-. Es en la resurrección de Jesús cuando su vida y
sus palabras se evidencian como el Camino, la Verdad y la Vida. Los cuatro redactores de
los evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, nos narran con diferentes perspectivas y
acentos esta plenitud de revelación que acontece en la Persona y ministerio de Jesús. La
vida, muerte y resurrección de Jesús es ese abrazo con que el padre recibe a su hijo menor
sin escuchar sus argumentaciones y sin exigir el cumplimiento de leyes y con el que insta a
su hijo mayor a ingresar a la fiesta.

Y es con el envío del Espíritu Santo, el amor de Dios que se vive por gracia, que el cielo, la
casa del Padre, está abierto para todos. Esto es lo que comparten quienes transmiten esta
buena noticia, descripta especialmente en el libro de Los Hechos de los Apósteles y en las
cartas de Pablo, Pedro, Juan, Santiago y Judas.

Finalmente el último libro, el Apocalipsis, nos muestra la llegada a casa, en donde en la


escena final es la Jerusalén celestial la que viene a nosotros. Y ese es el momento de la
fiesta: la fiesta de las bodas del Cordero con su novia.

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Vista así, la historia de la humanidad, la historia de salvación, es el humilde y gozoso
regreso de los hijos al amor victorioso e indeclinable del Padre. Esa es la historia que está
expresada en sus diversas etapas en las Sagradas Escrituras.

En este horizonte.

A veces la imagen de una divinidad ciclotímica o inestable es la que puede presentarnos


dificultades en la meditación del texto bíblico. En algunas escenas el Dios que aparece en
el Antiguo Testamento bien podría asemejarse a uno de los tantos dioses de la mitología
griega o al movimiento pasional de un simple mortal enfurecido. O en otras las
contradicciones, como la promulgación por un lado del mandamiento “no matarás” y
luego por otra la orden de matar a los que han caído en idolatría, nos presentan serias
dificultades.

Algunos podrían pensar que: si Dios es Dios puede hacer lo que quiera o que el que
manda está por encima de los mandados, que el legislador está por encima de la ley, o
bien que eso fue en otra época pero ahora ya no obra así.

No siempre tendremos respuestas o encontraremos una manera apropiada de


comprensión. Como describe José Saramago, sobre un ficticio diálogo entre Caín y el
creador: “la única cosa que se sabe a ciencia cierta es que siguieron discutiendo y que
discutiendo están todavía”. Y la discusión es el camino que algunos han elegido ante estas
incongruencias convencidos de que un Dios si bien no puede ser comprendido tampoco
puede ser contradictorio.

Pero existen caminos alternativos entre una aceptación pasiva y una discusión escéptica: si
mantenemos certezas o verdades fundamentales nos pueden permitir lidiar con los temas
inciertos u oscuros. Una certeza acerca de cómo es Dios es lo que expresa esta parábola de
Jesús. “Dios es Padre, Dios es bueno y bueno todo lo que hace”, enseñaba y vivía el P. José
Kentenich. Desde esta certidumbre podemos intentar explorar existencial y vitalmente
todo lo que implica.

En la parábola el padre muestra un amor que siempre es:

 Respetuoso de la libertad de cada uno de sus hijos: la imagen más nítida de cómo es
Dios la vemos en Jesús crucificado. Así está Dios en la historia: vulnerable ante
nuestras decisiones.

 Indeclinablemente inclusivo: el amor inclusivo no se conforma con uno u otro sino


que busca a ambos, a todos sus hijos: al compungido por la culpa y al inflado por su
orgullo, al triste y al iracundo. Un Dios que es para todos y no de unos por
exclusión de otros.

 Infinitamente restaurador: si consideramos su voluntad como una infinita


posibilidad de restauración cualitativa lo vemos obrando en el poder de Jesús
resucitado restaurando a Pedro de su cobardía y a Pablo de su orgullo, a uno
llevándolo más allá de la culpa y al otro más allá de la ira. En definitiva
conduciendo, a partir de las propias oscuridades y tendencias, a una
transformación personal, comunitaria y cósmica; actuando en cada acontecimiento
la liberación gloriosa de los hijos de Dios.

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Para continuar profundizando.

Sin duda que quien continúe meditando esta parábola encontrará nuevos elementos y
matices. Y en cuanto a esta perspectiva que he presentado en estas páginas es solo eso: una
perspectiva. No es la mejor ni la única. Necesita, como toda perspectiva, ser
complementada y enriquecida por un genuino diálogo con otras. Lo que, en mi opinión,
puede ofrecer es una visión a explorar a quienes no pueden aceptar un Dios inestable y
ambivalente.

También aclaro que lo presentado no está resolviendo un punto aún más complejo: Dios
no puede ser contradictorio pero sí es paradojal. En Él se concilian los opuestos: justicia y
misericordia, inmanencia y trascendencia, vulnerabilidad y omnipotencia. La mayor
conciliación de opuestos acontece en Jesús de Nazaret, el Logos hecho humanidad, la
Palabra encarnada: Dios y hombre simultáneamente. Y es en el encuentro con Él en donde
resolvemos todas nuestras incoherencias.
Por eso, el desafío -¡y la maravillosa posibilidad!- al abrir las Escrituras no es
principalmente hallar la intención del escritor de la obra o la comprensión correcta de un
texto sagrado. El verdadero desafío es el encuentro real con quien inspiró al redactor, es la
comunión con el Autor del texto sagrado; experiencia que nos transforma interiormente y
nos preserva de convertir el texto sagrado en ideología y de llegar a asumir la prerrogativa
de matar en nombre de Dios.

Llegados a este punto se hace necesario integrar dos relatos: el de la propia vida y el del
texto sagrado; es el encuentro entre dos autores: uno con minúsculas y otro con
mayúsculas. Esto último ya es un camino personal, con experiencias intransferibles y
certezas a menudo sólo válidas para quien las detenta. Recordar estas vivencias desde la
propia subjetividad es la propuesta a trabajar en el siguiente capítulo.

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C A P Í T U L O 2

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CAPÍTULO 2

LAS VIVENCIAS PERSONALES.

Es en el ámbito de la vida donde el misterio continuamente nos sorprende de formas


diversas. A continuación comparto una vivencia personal que ha estado en la base de estas
reflexiones; lo hago como quien puede describir un paisaje que ha visto, en parte
recorrido, y que lo ha conmovido profundamente.

ENCUENTRO

El domingo 15 de mayo de 2011 viajé a Chile para participar en un encuentro eclesial. La


referencia que tenía era que me esperarían en el aeroparque y que desde allí me
trasladarían a la casa de reunión. Cuando llegué a suelo chileno pregunté dónde se
realizaría el encuentro y el conductor me respondió que en La Florida. Y cuando quise
saber a qué distancia estaba del Santuario de Schoenstatt me dijo que precisamente allí me
alojaría. La noticia me alegró. Hacía dieciocho años de mi partida de ese lugar y ahora
inesperadamente volvía. La última vez que había estado allí yo era un joven presbítero en
la iglesia romana; ahora regresaba como un hombre adulto que tras formar una familia
ejercía el ministerio sacerdotal en la iglesia anglicana.

Dado que las sesiones de trabajo comenzaban el lunes por la mañana aproveché la tarde
libre y me aproximé al entorno del santuario. Recorriendo el parque vi un cartel que decía:
“A la casa del Padre”. Y decidí ir allí, a la casa del P. Kentenich, denominada así por su
estadía en ella en 1949. Está ubicada en el mismo predio a unos ciento cincuenta metros.
En el camino que me conducía hasta allí se evocó en mi mente el camino del hijo menor
volviendo al encuentro de su padre. Había algo como una positiva excitación interior. Al
doblar y ver la casa la emoción aumentó.

Toqué timbre y me atendió una Hermana que me preguntó si conocía la historia del lugar.
La sabía pero le pedí que por favor me la contara y así lo hizo. Escucharla me comenzó a
transportar a un ámbito diferente, a una historia de salvación cercana en la que todos
éramos protagonistas. Luego, tras una breve recorrida por los cuartos me quedé a solas en
el oratorio. Al sentarme y contemplar en una gran foto el rostro del P. Kentenich descubrí
una mirada de aceptación total. Estaba sonriente y expresaba una bienvenida cálida: me
sentí recibido profundamente. Era una presencia de alguien todo para mí, interesado en
mi persona, sin reproches ni cuestionamientos. Durante el tiempo que estuve allí fue como
si recibiera en mi pecho oleadas de calidez que llegaban a mi alma y que me aliviaban y
distendían. Fue como si se desataran, destrabaran o abrieran áreas internas. Lloraba en paz
y algo dentro de mí parecía aliviarse y modificarse. Cuando abandoné el recinto, la frase
que estaba a la vista en un tarjetero decía: “Por tu pureza conserva puros mi cuerpo y mi
alma”.

Salí de allí también determinado a agradecer por escrito una antigua gracia que había
solicitado y que se me había concedido en 1983. Aguardé un momento a la Hermana que
estaba mostrando la casa a otras personas, observé diferentes objetos que había en una
mesa y me interesó un llavero; no lo compré por no tener en ese momento moneda
chilena. Le pedí papel a la Hermana, redacté mi agradecimiento y al intercambiar algunas
palabras más con ella le comenté que era sacerdote y le pregunté por el P. Jorge Falch, un
formador en mi juventud. Me mencionó que estaba muy enfermo y próximo a morir.
También me orientó sobre dónde podía encontrarlo. Cuando me disponía a partir me

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obsequió una novena de oración por los sacerdotes y justamente el llavero que yo había
deseado tener. ¡Cómo tantas veces lo había escuchado: el Padre no dejaba que quien lo
visitara partiera sin un regalo suyo!

Al día siguiente averigüé cómo llegar al hospital donde estaba el P. Jorge. Me asesoró el P.
Adrián, un antiguo compañero de Schoenstatt que ahora era el administrador de la casa de
los sacerdotes diocesanos. El martes al mediodía aproveché el horario de almuerzo y
receso para ir a visitarlo. Tardaría noventa minutos en ir y volver, por lo que dispondría
solamente de un cuarto de hora para estar con él. También este camino, ahora en
subterráneo, fue movilizador. ¿Cómo me recibiría? Él había sido mi educador durante
años y no había vuelto a contactarlo desde octubre de 1993, cuando había dejado de ejercer
el ministerio en la iglesia romana.

Al ingresar por los pasillos del hospital me encontré inesperadamente con el P. Adrián y
juntos fuimos hasta donde estaba el P. Jorge. La medicación lo había hecho dormir.
Expresé por respeto y por velado temor, más por lo segundo que por lo primero, que sería
mejor no despertarlo, que luego simplemente él podría contarle que había pasado a
saludarlo. Al hablar junto al P. Jorge nuestras voces lo sacaron de su dormitar. Abrió los
ojos y me saludó con afecto, diciendo que era una gran sorpresa y una gran alegría volver
a verme. Le dije que también lo era para mí: que hacía dieciocho años que no nos veíamos
pero que se lo veía igual; que me había enterado por una Hermana que estaba internado y
que había querido visitarlo. Le mencioné que una buena parte de esa cabellera blanca era
responsabilidad nuestra de cuándo nos formaba, que quería agradecerle todo lo hecho y
que muchas veces en todos estos años habían venido a mi recuerdo sus palabras y sus
gestos. El P. Adrián tuvo la amabilidad de dejarnos un momento a solas.

El tiempo iba a ser escaso. Tan solo quince minutos para luego regresar a las actividades
que me habían llevado a Chile. Fui directo y le conté mi historia, lo que pasó en esos
dieciocho años que no nos habíamos visto:
que me había ido a Buenos Aires y que había comenzado a trabajar y estudiar psicología
mientras se iba formando la familia;
que mi esposa era Mercedes y que teníamos dos hijas, María Carla y Camila;
que había profundizado en filósofos de la ciencia y en diversas teorías y que pronto me
había hecho agnóstico y relativista;
- Claro, solamente filósofos- mencionó él.
Que tres años más tarde al pasar por el santuario de Schoenstatt en Echeverría, en
Belgrano, había vuelto a tomar conciencia de algunas cosas: que si bien estaba en una
situación irregular con las leyes de la iglesia romana –era un sacerdote casado y con hijas-,
¿dónde había quedado mi compromiso personal con el Padre?;
que había buscado orientación y que el P. Guillermo Carmona me había recibido y
acompañado para reiniciar un camino, que poco a poco había retomado algunos hábitos
de meditación y lectura espiritual;
que en enero del 2001 había vuelto a experimentar mientras meditaba el llamado
ministerial;
que en marzo de ese mismo año se había abierto una puerta en la iglesia anglicana.
- Es el ecumenismo- agregó él.
Que actualmente ejercía allí el presbiterado;
y que era en eso en lo que estaba ahora y por lo que había llegado a Chile.
Me callé y él me dijo: - ¡Qué bonita historia! ¡Qué bien hace las cosas el buen Dios!
Yo le pregunté por él, por cómo estaba y con naturalidad me expresó: - Estoy en las manos
de Dios.- A lo que le respondí: - Entonces sigue igual que cuando nos despedimos hace

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dieciocho años: en las manos de Dios-. Y luego le pregunté: - ¿Padre, puedo pedirle algo?-
Él asintió y le pedí la bendición. Me bendijo, nos saludamos y partí.

El trayecto de regreso hasta la casa de retiro lo hice con el P. Adrián. Esa noche me acerqué
un momento al santuario pero ya estaba cerrado. El silencio y la oscuridad fueron buenos
amigos para seguir asimilando las vivencias del día.

El miércoles volví al santuario porque quería, debía y podía dar las gracias allí. Y me
detuve en un ánfora que estaba al pie del altar. Allí se dejaban los pedidos y los
compromisos. Fue un tiempo para pedir y ofrecer, para recibir y entregar, para renovar y
recrear.

También volví a la casa del Padre. El camino tuvo un sabor diferente. La estadía en el
oratorio también. Volví a repetir el pedido y el ofrecimiento, como quien cuenta a un
padre lo que ha hablado con su madre. Al marcharme la tarjeta tenía una frase que me
emocionó: - “Quien confía su vida al buen Dios construye en cimiento firme.
Felicitaciones. Con cariño.” Parecía el final de una carta, de un auténtico diálogo. Esas
palabras tenían claridad, afirmación y afecto; encerraban un sabor que aún no ha
desaparecido. Cuando emprendí la partida no tuve la sensación de marcharme.

Ahora estoy en casa, en el hogar. Tal vez desde hace mucho tiempo he estado allí; sólo que
una oculta y sutil culpa que había anidado en mi alma me había impedido percibirlo. Pero
esa niebla se disipó: gracias a experimentar una mirada comprensiva y recibir una sonrisa
de satisfacción y alegría; gracias a escuchar unas palabras de aceptación acogedora, un
abrazo sentido y una bendición para el porvenir. Esos signos fueron la expresión de un
amor misericordioso manifestado a través de eventos providencialmente sincronizados. El
Amor obra así: así lo ha hecho desde el principio, así lo hace cada día. El Padre espera que
cada uno de nosotros nos sumemos a Él para ser instrumentos libres de ese increíble amor.
Un don que se hace tarea.
.
Nota: El 1 de junio de 2011 el P. Jorge Falch Frey experimentó, como un hijo, el abrazo de
nuestro Padre en el cielo.

Profundizando en las propias vivencias.

En el camino de la vida cada uno de nosotros posee sus propias y diversas experiencias de
lo sagrado. Para entrar en contacto con tu propia historia sagrada te propongo llevar
adelante un ejercicio en cinco pasos.

1. Toma tiempo en un lugar tranquilo en donde puedas volver a recordar tus propias
vivencias de la misericordia divina, esas situaciones en las que has experimentado de
alguna forma un cobijamiento, una transformación o una movilización de fuerzas que te
hayan permitido constatar que estabas en presencia de lo santo. Enfócate en aquellas que
de alguna forma han marcado tu alma.

2. Una vez que las hayas registrado, asígnales un nombre o frase a cada una de ellas.

3. Haz una línea de tiempo de tu vida, que inicie en el día de tu nacimiento y llegue hasta
el presente, y ubica estas experiencias en las fechas correspondientes.

4. Elige la que actualmente resulte más influyente sobre ti y regístrala por escrito, como si
fuera un diario personal o una carta en la que compartes algo a un amigo. Expresa tus

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percepciones con detalle y sé específico en lo sucedido en cuanto a personas, lugares y
tiempos.

5. Una vez que consideres acabada tu tarea, vuelve a leerla adentrándote en el corazón de
esa experiencia, que es la acción de la gracia en tu vida. Finalmente formula un lema,
consejo o proverbio con lo que haya sedimentado en tu alma, hazte un propósito concreto
y realiza tu oración de agradecimiento.

20
C A P Í TU L O 3

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CAPÍTULO 3

UNA RECREACIÓN LITERARIA

La siguiente narración es un acercamiento desde una perspectiva de recreación literaria al


texto que nos ha acompañando en la base de nuestras reflexiones. Al final le he adicionado
una actividad para profundizar en el propio conocimiento y en el desarrollo personal.

Esta es sólo una de las tantas formas posibles de plasmar los pensamientos y sentimientos
que poseemos a partir de la historia que cada uno ha recorrido y se relata a sí mismo; un
modo de simbolizar y comunicar lo que surge dentro nuestro.

Mi deseo es que este simple ejemplo pueda animarnos a seguir buscando o potenciando el
propio estilo creativo, a detectar y desarrollar la forma personal de expresión artística a
través de la cual podemos plasmar nuestras ideas, intuiciones y experiencias. Es mejor
poder contar con la pintura de “El regreso del hijo pródigo” de Rembrandt; o con el libro
homónimo de Henry Nouwen. Pero no podemos ni debemos ser Rembrandt ni Nouwen.
Podemos y debemos ser cada uno de nosotros en plenitud; no estamos eximidos de ello.

EL REGRESO

“Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo


con mi peor y mi mejor historia
conozco este camino de memoria
pero igual me sorprendo.”
(Mario Benedetti)

INOCENCIA.
En el jardín hay una casa, y en la casa un hogar. Y en ese hogar hay un padre con su hija. Y
allí la pequeña se acuesta y su padre comienza, al igual que todas la noches, a contarle las
historias que ella disfruta escuchar. Antes de dormirse le promete con la inocencia de una
niña: - Cuando sea grande seré tu esposa-.
Al amanecer, al igual que todos los días, despierta y juega, explora e inventa; su jardín es
todo el mundo y su padre la única persona en ese universo.

Y los días van pasando. Las estaciones se suceden incansables. Ingenuamente ella podría
creer que se repiten, que el invierno que parte es el que se ha marchado en años anteriores.
Y eso sería tan ingenuo como si la primavera que está por llegar aguardara un reencuentro
con la misma pequeña que dejó al partir.
Esa noche la niña, que está a punto de dejar de serlo, le pregunta a su adorado padre, que
muy pronto también dejará de serlo: - ¿Cómo haces para crear todas esas historias?
Él responde que siempre tiene un principio y que el resto continúa libremente. Y comienza
una historia diciendo: - Un hombre… - y la historia surge.
Ella atiende hasta el final. Los párpados le pesan. Él besa su frente tiernamente y le
acaricia el alma diciéndole que la ama. Ella apenas alcanza a susurrar: - Yo también-.
Y esa noche madura como una fuente de vida plena, única e increíble.

LAS MARCAS DE LA VIDA.


Quien abre los ojos ya no es una niña. Y donde amanece no es su hogar. ¡¿Qué ha sucedido
con el jardín?! ¡¿Cómo es que ha desaparecido el padre bueno?! Ahora ella está cerca de un
fuego que apenas le asegura un calor que alcanza a calentar su cuerpo. Y en su alma, el

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frío que vivencia ya no lo siente porque se ha acostumbrado. ¡Cuándo obtuvo la nefasta
certeza de que ella no podía ser amada!
Asombrosamente esa mujer no es una niña sino una anciana. Y siente sobre ella la edad
del mundo: las arrugas de su cuerpo guardan huellas de engaños descubiertos y extravíos
consentidos, de errores sin aprendizaje y de mentiras aburridas, de aún sangrantes
deslealtades e interminables abusos...
Y si alguien pudiera observar más allá de estas marcas encontraría una inmensa tristeza
tejida de miedos, dudas y culpas. Acaso por eso más que el cuerpo le pesa el alma.

REMEMBRANZAS.
Y esa mujer comienza a recordar quién es. Hace tiempo ha visto morir a su hombre. ¿Su
esposo, su pareja, su compañero, su …? Ahora cualquier palabra es solo eso, un sonido al
viento. Estuvo a su lado hasta el fin: como si fuera una promesa o una condena.
Fue al enviudar, en ese momento de duelo y liberación, que optó por no servir a sus hijos,
ya crecidos y siempre demandantes. Tampoco buscaría el amparo en otro hombre, si bien
sabía que no estaba exenta de tropezar dos veces. Decidió -acaso para dar una razón a sus
días- dedicar su tiempo a cultivar un jardín, su propio jardín.
Buscó la tierra apropiada y comenzó la tarea. Para cualquier observador ella simplemente
cercó, roturó, abonó, sembró, plantó, arrancó y podó una y otra vez. Pero describir así su
obra hubiera sido no captar su sentido verdadero. Ella no trabajó la tierra, la amó. Y en su
continuo trato con ella se fueron haciendo amigas. Y una tarde, en la hora de las
confidencias, le dijo: - Creo que pronto volveré a ti-.
La respuesta mansa de la tierra cambió la comprensión de su vida: - Sabes que a nadie
niego mi abrazo pero de ti no se me ha dicho nada…

MÁS ALLÁ DEL GRAN RÍO.


Cuando el nuevo sol naciente la sorprendió ya había abandonado su jardín. El camino que
recorría estaba claro en su mente pero jamás se había atrevido a desandarlo desde su
partida. Avanzó hasta llegar al gran río. Lo cruzó sin pretender reconocerse en los reflejos
este le devolvía; hacerlo hubiera sido una innecesaria crueldad.
Extenuada, en la otra orilla, aguardó hasta que cayera la noche. Las tinieblas le permitirían
reconocer dónde habitaba la luz; el fuego la orientó, el calor la reconfortó y la presencia del
guardián que sostenía la espada llameante la estremeció. Pero como tantas veces en su
vida supo sobreponerse y sacar fuerzas de donde sólo había debilidad. ¡Alquimia oculta y
poderosa que tenía por precio su propio ser por apenas una máscara!
Pretendiendo ser desenvuelta sugirió: - ¿Me recuerdas?
- ¡Cómo olvidarte! Estás igual que cuando te marchaste.
- ¡No mientas…! El río me mostró otra cosa…
- El río mira las apariencias. Yo te veo tal como eres. Mírate en mi mirada.
Ella se acercó hasta descubrirse bella y buena en sus ojos; y ante esa imagen no pudo ni
quiso evitar dar a luz alegría. Y lloró de gozo y rió de dolor. Y un tercio de su tristeza
simplemente desapareció.
Luego, reanimada y repuesta, retomó sus preguntas.
- ¿Sabes a qué vengo? Vengo a pedir clemencia. ¡Nadie puede ser condenado… a vivir
para siempre sobre esta tierra!-
El silencio sostenido del guardián la obligó a salir del lugar de la compasión.
- Y si no merezco clemencia… ¡lo que pido es justicia!
- ¿Mujer, qué es lo que se te debe?
Ella supo que había encontrado un resquicio en un muro que parecía infranqueable.
- He observado el crecimiento de mis hijos, de mis nietos y de todos cuántos siguieron.
Y si he de vivir para siempre hay algo que también a mí me corresponde. ¡Reclamo mi
niñez!

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- Cuando amanezca tendrás la respuesta a tu pedido. Ahora descansa. Yo velaré por ti-.
Ella se durmió al cobijo de la llama. Y fue esa mujer, la que luego despertó niña en el
jardín del padre bueno.

LO QUE EMERGE DEL FUEGO.


Pero ahora, tras vivir su niñez, la mujer que ha abierto los ojos, la anciana que ha
recordado quién era, se descubre nuevamente ante el guardián y no puede evitar
preguntarle: - ¿Estuve verdaderamente allí… otra vez?
- ¿Importa eso… si ahora estás nuevamente aquí?
- ¿Sabes qué es peor que haberlo poseído todo y haberlo perdido? Haberlo recuperado y
perdido nuevamente.
- ¿Qué vas a hacer ahora?
- Marcharme.
- ¿Repetirás tu historia?
- Como las estaciones su ciclo.
- Las flores que nacen en cada primavera nunca son las mismas.
- ¡Palabras! ¡Palabras! ¡Sólo tienes palabras para ofrecerme!
- Recuerda. Recuerda la historia que escuchaste allí dentro. Son más que palabras: son
verdad.
Entonces el guardián, que comprende que para ese momento aguardó nueve siglos,
agrega: - Y esto es más que palabras: es vida-. Él levanta su espada, la acerca hasta la mujer
y comienza a girar en torno a ella. Extraño ritual silente que forma un torbellino de fuego a
su alrededor.
La luz y el calor hacen que lentamente su alma se expanda y vuelva a encenderse. Y allí se
quema otro tercio de su tristeza.

Y la mujer, en el anillo de fuego, piensa que si su hombre ya ha vuelto al polvo, si ella ya


ha dado a luz con dolor, entonces… ya ha cumplido la sentencia y podría ingresar
nuevamente a ese jardín. Sabe que nada de eso es contundente y que sólo dependerá de
ella tomar un camino u otro.
¿Qué puede ser peor que haber perdido todo dos veces? Haber podido obtenerlo todo
nuevamente y no haberlo intentado.
Cuando la columna de fuego desaparece solo hay una mujer con una decisión: volver a lo
que fue su hogar o morir en el intento.
Cuando ella avanza para trasponer el umbral el guardián simplemente se hace a un lado.
- Si tan fácil era franquearlo… ¿por qué no lo hice antes?
Y al pasar junto a él percibe en sus ojos una chispa de felicidad. A un paso de ingresar se
detiene para preguntarle: - ¿Por qué no hiciste nada para detenerme?
- Mi misión no era detenerte sino recordarte que éste es el lugar al que siempre has
pertenecido.

REENCUENTRO.
Ya en el jardín, la inunda el aroma de las flores. Al cruzar un arroyo se ve reflejada y su
imagen es la de su juventud. El fuego o el jardín, o bien ambos, la han hecho diferente. Se
siente fuerte y ágil pese a que aún posee sombras en su interior.
Una brisa suave, la tibieza del sol y el canto de un ruiseñor la animan a seguir andando.
Pero todo eso es nada cuando a la distancia ve correr hacia ella al hombre que aguardó por
siglos. Ella se lanza también hacia su encuentro. hasta fundirse en un abrazo.
Alegría, lágrimas, frases entrecortadas y felicidad. Felicidad plena desde dentro y desde
fuera, sin sombras ni fisuras, sin condiciones ni objeciones. Abrazo en el que
inexplicablemente se extingue el último tercio de tristeza. Misterio por el que en ese jardín
sólo vuelve a verse a una niña jugando con su padre.

24
EL REGRESO.
Y esa noche, cuando la pequeña se acuesta, el padre le cuenta una historia. Al final, casi sin
consciencia ella le dice:
- Esa es la historia que me contaste la última vez...
La niña se duerme y sueña esa historia.

Que un padre tiene dos hijos;


Que el menor pide su parte,
se marcha, derrocha todo
y luego regresa.
Que el padre lo recibe
con un tierno, inmenso
e incondicional abrazo
y hace una gran fiesta
por su llegada.

La niña despierta de imprevisto


por un murmullo que le indica
que el jardín se ha poblado.
Eva sale y se llena de alegría;
luce radiante como el sol al ver
que todos los rostros que ha dado a luz
están allí.
Y Eva descubre
que su sueño se ha hecho historia,
y la historia fiesta:
para todos,
por el regreso.

“Vuelvo/
Quiero creer que estoy volviendo/
Con mi peor y mi mejor historia./
Conozco este camino de memoria/
Pero igual me sorprendo.”

Referencias bíblicas
Tras comer el fruto prohibido recae sólo sobre Adán la sentencia de muerte (Génesis 3: 14-
24), quien muere a los 930 años. Al salir del Jardín del Edén, un querubín queda de
centinela con su espada de fuego. Jesús al explicar el sentido de la historia espiritual de los
hombres no emplea las categorías de ley y castigo sino de gracia y misericordia (Lucas
15:11-32).

Actividad.

1. Redescubriendo la propia identidad.


Eva, tras la muerte de Adán, y sorprendida por su imposibilidad de morir, regresa al
paraíso para encontrarse con su Padre y reclamar la infancia que no tuvo. Su camino de
retorno implica una transformación interior que le permitirá descubrir el verdadero rostro
de Dios. La mirada del ángel, el cerco de fuego y el abrazo del Padre le dieron a Eva una
comprensión renovada de su propio ser; llegó a ser una niña e ingresó al reino.

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a. Detecta las voces que hablan de ti mismo en tu interior. Según lo que cada una de ellas
enuncia, clasifícalas en dos columnas: las que fortalecen y las que disminuyen tu
autoestima. Escríbelas.

b. Revisa lo que cada una de ellas dice y transforma las afirmaciones universales en
singulares (por ejemplo: Siempre rompo… a Ayer rompí…o Todo lo hago… a Algunas
veces…) y las de identidad de ser en acción (por ejemplo: Yo soy brillante a Tengo rapidez
intelectual).

c. Luego aprópiate de esta afirmación que recuerda tu identidad profunda ante el Padre.
Siéntate, ponte en su presencia, inspira profundamente y dite a ti mismo: “Tú eres mi hijo
muy querido”. Expira también profundamente y dite: “Estabas perdido y te he
encontrado”. Repite esto por unos momentos. Finalmente ponte de pie y participa
plenamente en la fiesta de la vida con una acción o gesto que lo concrete.

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A MODO DE INCONCLUSIÓN

Una propuesta de diálogo.

Habiendo llegado a este punto, queda por recordar que todo lo presentado aquí desea ser
el inicio de una auténtica comunicación. Esta perspectiva, experiencia y re-creación
literaria son tan sólo la voluntad de compartir una visión que espera ser enriquecida y
desafiada a nuevos pasos y síntesis por otros puntos de vista, experiencias y producciones
creativas de quienes deseen sumarse a este diálogo.

El primer diálogo es interno: en el propio interior. Tal vez en ti al leer todo esto hayan
surgido ideas, opiniones, preguntas o propuestas. Por aquí puedes continuar llegando a
lugares insospechados.

En segundo lugar el diálogo se abre más allá del propio ser: llega a Dios en oración. Solo la
Luz puede iluminarnos, la Verdad enseñarnos, el Camino guiarnos y la Vida recrearnos.
Pretender saber a dónde nos conduce esto es intentar saber a dónde se dirige el viento.

En tercer lugar el diálogo se hace puente para llegar y reconocer a otro que al igual que tú
busca, pide y golpea con la esperanza de encontrar, recibir e ingresar. Escuchar y
responder, recibir y aportar, es un camino en el que todos salimos enriquecidos.
Esta pequeña obra es parte de esa dinámica. Si lo deseas, como una forma concreta de
avanzar, puedes enviar tus aportes, inquietudes y sugerencias a estas direcciones de e-
mail: danielgenovesi@gmail.com y facebook: Daniel Genovesi.

Queda abierto un camino a recorrer.

Daniel R. Genovesi

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