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LA FAMILIA. Lacan.

Lacan menciona, en primer lugar, que la reproducción no obedece a una intención


procreativa, cuando hablamos de los seres vivientes, con excepción del hombre,
sino a un conjunto de estímulo que cíclicamente los obliga a aparearse; en
segundo lugar la conducta de los adultos durante la crianza; no sólo está
determinada por las condiciones reales del ambiente físico inmediato, sino
regulada por estímulos que inhiben la agresividad hacia el intruso recién nacido
e impulsan los cuidados y la defensa contra el peligro; el primer peligro, en el
reino animal, para la cría, es el progenitor que la puede devorar, o destrozar si no
recibe la señal específica que controla la agresividad; las conejas sordas devoran
a sus crías, lo saben todos los cunicultores. Tampoco en el mundo animal los
comportamientos sociales de los adultos dependen de la crianza que lo hizo
sobrevivir, sino de una evolución condicionada por nuevos instintos.

Muy distinto es el panorama humano, en dónde observamos una constante


interacción entre formas sociales y técnicas de crianza; la reproducción humana
no depende del estímulo cíclicos sino de normas y ritos culturales; la
supervivencia no se deriva de inhibiciones fisiológicamente adaptadas, sino de
condiciones ecológicas y demográficas
El ser humano, se caracteriza por un desarrollo singular de las relaciones
sociales, al depender de su comunicación, y la conservación y progreso de los
comportamientos adaptativos al contexto en donde nace, constituyen la cultura,
son una obra colectiva. La historicidad posible del amor maternal lo inscribe de
lleno en la cultura desde sus primeras manifestaciones y lo saca de raíz de la
biología. Por supuesto, siendo el hombre un ser de cultura y no de naturaleza, la
estructura donde se le encuentra es la de la palabra porque es por ella “que hace
de esta tierra su morada”.
La estructura familiar se teje y articula como despliegue y ejercicio de una
autoridad que rige el destino individual, organiza los ritos, genera los mitos,
establece los intercambios y regula la reproducción; en otras palabras, la familia
es un sistema de autoreproducción, ES UNA INSTITUCIÓN, basada en la
autoridad; desde el primer momento existen prohibiciones y leyes.
La flia desempeña un papel primordial en la transmisión de la cultura. Predomina
en la educación inicial, la represión de instintos, la adquisición de la lengua
materna. De este modo, gobierna los procesos fundamentales del desarrollo
psíquico, la organización de las emociones de acuerdo con tipos condicionados
por el ambiente que constituye la base de los sentimientos y además transmite
estructuras de conducta y de representación cuyo desempeño desborda los
límites de la conciencia. No son directas ni sencillas las implicaciones
psicológicas que resultan del modo como está articulada la autoridad de la familia
en el devenir de la criatura humana. Para Lacan lo que se reproduce es un orden
que permite la transmisión de la cultura. La flia instaura una continuidad psíquica
entre las generaciones cuya causalidad es de orden mental.
(Resumen:La transmisión de la cultura es la transmisión institucional de un
sistema jerárquico basado en la constricción de niño por el adulto, a la cual “el
hombre debe una etapa original y las bases arcaicas de su formación moral”. Este
proceso es presidido por la lengua, “bien llamada materna”, porque, “ella preside
los procesos fundamentales del desarrollo psíquico, la organización de las
emociones según tipos condicionados por el ambiente que es la base de los
sentimientos, ”más ampliamente ella transmite estructuras de comportamiento y
de representación cuyo juego desborda los límites de la conciencia”)
Evolución de la flia: El verdadero transito histórico de lo que podemos llamar
familia primitiva a la familia occidental moderna, se dio con la institución del
matrimonio; esto es lo que Lacan afirma basándose en la historia, pues él
pretende darle un contenido histórico a la familia conyugal, que llegó a producir
un objeto para el psicoanálisis, el neurótico.
La familia es una institución, se la debe comprender en el orden de las
relaciones sociales. Como la flia no se entiende a nivel biológico sino social, su
realidad tampoco está formada por instintos sino por complejos.
COMPLEJO (Cap 1: El complejo, factor concreto de la psicología familiar)
Después de estas consideraciones generales sobre la familia, Lacan aborda lo
que será la clave: el complejo, concepto que nos permite asumir lo concreto de
la psicología familiar.
En psicoanálisis designa el agregado estructurado de deseos, ideas, pensamientos y
mociones inconscientes que al ser percibidos como perturbadores, han sido desplazados
o reprimidos y que tienden a retornar de diversas formas, permaneciendo como complejos
psíquicamente activos, aplicándose, sin embargo casi exclusivamente a los conceptos
de complejo de Edipo y complejo de castración.1 En la definición de J. Laplanche y Jean-
Bertrand Pontalis, se enfatiza apuntando a un «conjunto organizado de representaciones y
recuerdos dotados de intenso valor afectivo, parcial o totalmente inconscientes».4 Según
recoge esta descripción, los complejos se forman en la infancia y constituyen un producto de
la estructuración de los vínculos tempranos, abarcando diversas áreas del funcionamiento
psicológico (afectos y emociones, pero también actitudes y repertorio conductual).

Lacan define el complejo como lo que “une en una forma fija un conjunto de
reacciones que pueden interesar a todas las funciones orgánicas desde la
emoción hasta la conducta adaptada al objeto”.
En Lacan el complejo tiene una forma, desarrolla una actividad, en lo cual sigue
fielmente a Freud cuando utilizó por primera vez el complejo en la descripción del
Edipo. La forma representa la realidad diferenciada de una fase dada del
desarrollo emocional y cognoscitivo, la cual vincula de una manera específica al
infante a la estructura familiar. La actividad del complejo se da en la
reactualización de lo vivido y fijado cuando el individuo se enfrenta a una
objetivación superior de la realidad; en otras palabras, la actividad del complejo
anunciaba lo que sería para Freud el hallazgo más sorprendente en el curso de
su develamiento de lo psíquico, la compulsión de repetición; lo inaudito de la
repetición inagotable de conductas que eternizan el sufrimiento, y apuntan a la
destrucción, le inspiró a Freud la inaudita denominación de instinto de muerte,
inaudita por la flagrante contradicción en los términos que encierra esta
formulación que pretende explicar la muerte definiéndola como instinto. Lacan se
propone resolver dicha contradicción dándole al concepto de complejo todo su
poder esclarecedor, derivado de su configuración estructural.
Lacan inscribe la actividad del complejo en un proceso dialéctico, cuando hay
una carencia en la relación objetiva actual, el complejo llena dicha carencia, pero
crea así un conflicto con lo real, el cual obliga a la búsqueda de una nueva forma
de relación objetiva.
Aunque Freud introdujo el complejo como intrínsecamente inconsciente, las
definiciones que nos da Lacan son tan amplias que no excluyen la posibilidad
“que el sujeto tenga conocimiento de lo que representa” pero reconoce que los
efectos psíquicos en los que interviene, actos fallidos, sueños y síntomas
escapan de un orden de causalidad inscrito en la conciencia. Lacan capta el
impasse a que puede conducir la oposición entre consciente e inconsciente, que
Freud resolverá con la invención de un nuevo concepto, el de imago, que da
cuenta de lo paradójico de una “representación inconsciente”. El complejo seria
así una representación inc, designada con el nombre de imago y la familia seria
el lugar fundamental de los complejos más estables y más típicos. Los complejos
desempeñan un papel de organizadores en el desarrollo psíquico.
Se propone pues Lacan la tarea de estudiar los complejos, imagos, sentimientos
y creencias “en su relación con la familia y en función de desarrollo psíquico que
organiza desde el infante educado en la familia hasta el adulto que la reproduce”.
Adelanta este trabajo extendiendo el alcance del término a situaciones y
momentos que él llama dialécticos porque se resuelven en progresos del
desarrollo psíquico mediante sublimaciones y objetivaciones cognoscitivas. Nos
presenta Lacan en orden cronológico los siguientes complejos y las imagos
correspondientes: el complejo de destete y la imago del seno materno, el
complejo de intrusión y la imago del semejante; estudia igualmente dentro de este
contexto la fase del espejo, el complejo de Edipo y las

En La Familia Jacques Lacan sostiene que el desarrollo psíquico se


estructura a través de tres complejos fundamentales: el complejo de destete, el
complejo de intrusión y el complejo de Edipo. Cada uno de estos complejos está
sostenido por una imago particular, que marca un momento significativo en la
historia del psiquismo. Constituye el núcleo del complejo y es una representación
inconsciente, lo que la diferencia del complejo, que es parcialmente consciente,
mientras que Freud lo caracterizó como esencialmente inconsciente.
Al complejo de destete le corresponde la imago del pecho materno, pudiendo
dar lugar a la anorexia mental y a las toxicomanías. El complejo de intrusión está
determinado por la imago del semejante y sus posibles patologías son: la
perversión y la paranoia. En cuanto al complejo de Edipo, su imago predominante
es la del padre, pero posee las imagos alternadas y combinadas de la madre y el
padre; el complejo de castración se incluye aquí como un componente del Edipo,
sus eventuales patologías son la neurosis de transferencia y la neurosis de
carácter.
La imago es operativa porque se relaciona con la historia y la regresión.
La historia debe ser entendida no en términos de pasado, ni en términos
evolutivos, sino como aquella parte del pasado que es actual, efectiva. El
tiempo no es un tiempo cronológico sino subjetivo. Las imagos son las
unidades constitutivas de esta historia, en la cual se remarca la influencia de lo
simbólico.

En el complejo del destete, Lacan introduce la idea de que ese complejo por más
que aparentemente se soluciona en el momento en que el niño acepta o no acepta
el destete, no quiere decir que quede solucionado sino que aparece en los
momentos difíciles. Se juega como una crisis vital y crisis psicológica, es un
destete vital, pero también psicológico, y como tal deja una huella imborrable. Por
tanto habrá una vuelta a atrás, a ese situación y a esa crisis, en momentos de
dificultad vital o psicológica muy grande.
La noción de inconsciente es muy difícil de sostener actualmente, pero si se
revisan los estudios de neuropsicología uno se da cuenta de que la memoria es
una memoria corporal que está en las neuronas, en la piel, en la sinapsis, que
aunque uno no sea consciente, en el aparato neurológico están esas huellas. Así
es más fácil entender porqué muchas cosas de las que no somos conscientes se
reactivan, se disparan frente a un evento con el cual están asociadas y por el cual
se forma una cadena neuronal que inmediatamente trae todo el tono emotivo, de
los contenidos de ideas, que tenían esas vivencias.

El complejo del destete


Representa la forma primordial de la imago materna y de este modo da lugar a los
sentimientos más arcaicos y más estables que unen al individuo con la flia. Es el
complejo más primitivo del desarrollo psíquico que se integra a todos los
complejos ulteriores.
La lactancia representa en el psiquismo una función biológica ejercida por un
aparato anatómico diferenciado. En el hombre, el destete se encuentra
condicionado por una regulación cultural y representa una crisis para el psiquismo,
deja en él la huella permanente de la relación biológica que interrumpe.
No simplemente la suspensión de la lactancia sino todo el período desde el
nacimiento hasta que dicha suspensión le da un contenido objetivo al malestar
que caracteriza al infante, es lo que comprende este complejo en la definición de
Lacan; comienzos en la vida marcados y señalados por la prematuración y la
insuficiencia orgánica como bien lo observó Freud. Pero en la descripción
lacaniana estos hechos alcanzan una dimensión dialéctica y un contenido
dramático que va mucho más allá del concepto de trauma; aún más: se
constituyen en problemas que no quedan resueltos. En la historia se ingresa por
un desequilibrio que no padecen los otros mamíferos, porque el estado
intrauterino no es un paraíso, vivencia que sólo puede darse como añoranza, sino
“un equilibrio autoregulado fisiológicamente entre el organismo materno y el
organismo fetal,” el nacimiento es una ruptura del equilibrio pero no un trauma
porque no hay yo para sufrirlo en su dimensión, que es necesariamente
psicológica; el feto está integrado al organismo materno y goza de su eficiencia,
cuando se desprende queda convertido en larva humana que se instala en un
malestar continuado, el cual fijará indeleblemente sus significantes en el
psíquismo, articulados a la imago del seno materno, forma primordial de la madre
para aquél que todavía no habla pero ya está nombrado por el lenguaje como ser
de cultura más que de naturaleza, un ser inscrito en la historia y con el cual
comienza una historia.
El complejo que abarca todos los hechos suscitados por la lactancia y su
suspensión, está articulado, como los demás complejos, en el campo de la
cultura, y es ajeno al instinto; el reflejo de succión, manifestación
pretendidamente de la naturaleza, no garantiza, ni siquiera a nivel de mamífero,
la supervivencia de la criatura humana; mucho menos podría ser fundamento
constitutivo de humanidad; quien defiende la pertenencia a la naturaleza de la
lactancia y el destete en el hombre, no tiene en cuenta que el instinto regula
fisiológicamente por sí sólo la forma y el período durante el cual la hembra
alimenta a su cría; en cada especie es algo estricta y genéticamente
determinado; no así en la relación entre madre y lactante humanos, en ella no
interviene la fisiología para determinar la forma o el momento de la interrupción,
interviene en cambio la costumbre, sometida a todas las variaciones individuales
posibles, la necesidad, en cada caso individualmente considerado, el
condicionamiento social y económico, y hasta la moda se impone sobre lo natural,
todo resumido en lo que podríamos denominar ideología de la crianza. Tampoco
vemos en el animal las consecuencias que se observan en el hombre por causa
del destete, consecuencias que, nos recuerda Lacan, pueden ir “desde las
anorexias llamadas nerviosas, hasta las neurosis gástricas pasando por las
toxicomanías orales”.
En este clima de crisis en el que el niño vive su aparición en el mundo, lo que hay
es una ambivalencia, pues no puede haber elección donde no hay yo, polos
opuestos de aceptación y rechazo del destete que se condensan en la imago del
seno y se resuelven en un movimiento de progreso que “convierte en intención
mental lo que era tensión vital”. Esta ambivalencia, nos dice textualmente Lacan,
“a partir de las crisis que aseguran la continuidad del desarrollo, se resolverá en
diferencias psíquicas de un nivel dialéctico cada vez más elevado y de una
irreversibilidad creciente. La prevalencia original cambiará muchas veces de
sentido y de ahí que podrá sufrir destinos muy variados pero siempre inscribirá
su tiempo y tono propios y los inscribirá en crisis o categorías renovadas de las
que cada uno dotará lo vivido”.
El empleo del verbo en futuro, cambiará, dotará, inscribirá, nos introduce en el
tema de la construcción de imago del seno materno (cuyo contenido esta dado
por las sensaciones características de la 1era edad) como un proceso en el cual
sólo las experiencias ulteriores dan forma y contenido representable en la
consciencia, pues la vivencia original se da antes de toda posibilidad de ella. Es
el a posteriori freudiano utilizado por Lacan con toda la fuerza de sus
conocimientos de la dialéctica. Lo que esta antes son las sensaciones y el
malestar o el placer que lo acompaña, sensaciones exteroceptivas,
propioceptivas e interoceptivas que aún a los doce meses permanecen en gran
medida incoordinadas.

Sensaciones exteroceptivas: Durante la lactancia no hay, propiamente


hablando, reconocimiento del cuerpo propio, ni noción de lo que es exterior a él.
Las primeras unidades perceptivas se constituyen a partir de las sensaciones que
desde la madre llegan al infante. Así el rostro humano comienza a tener valor
preferencial. La reacción al rostro, señala Lacan es muy precoz, aún anterior a
una buena coordinación de los movimientos oculares, de ahí que la constitución
de esa presencia pueda, con el tiempo, llegar a tener la dimensión de trauma
causal de neurosis. A ello va ligado el fenómeno de la sonrisa, significante de
satisfacción y plenitud, inexplicable desde la teoría de los instintos, pero
explicable si pensamos en configuraciones que se van cargando de sentido en la
relación del que no habla, infans, con el otro del habla y de los cuidados que
transforman el malestar en placer.
Sensaciones propioceptivas: determinadas por la succión y la presión sabemos
que ingresan a las representaciones mentales como otro tipo de ambivalencia
cognoscitiva; el que absorbe puede ser absorbido, es lo que informa por vía
propioceptiva el abrazo materno. De nuevo aquí Lacan pone en tensión la teoría
freudiana al negarle el carácter de autoerotismo a la marca que deja en el cuerpo
del bebé la fuerza materna que lo manipula : “No hablaremos aquí con Freud de
auto – erotismo, puesto que el yo no está constituido, ni de narcisismo, puesto
que no hay imagen del yo; menos aún del erotismo oral, porque la nostalgia del
seno nutricio, sobre la cual se ha equivocado la escuela psicoanalítica, no revela
el complejo de destete sino a través de su reorganización por el complejo de
Edipo.” Canibalismo “pero canibalismo funcional, inefable, a la vez activo y
pasivo, siempre sobreviviente en los juegos y palabras simbólicas, que en el amor
más evolucionado, recuerdan el deseo de larva – reconoceremos en esos
términos la relación a la realidad sobre la cual reposa la imago materna.”
Lacan afirma que la escuela psicoanalítica se ha equivocado al constituir la
nostalgia del seno materno como deseo oral, porque lo oral no es un intercambio
sensorial boca- seno que deja su marca de placer en el psiquismo; lo oral es una
negación del tiempo que anula la espera y los plazos; la vivencia se inscribe en
una ley de todo o nada: está el objeto y somos uno con él (“canibalismo funcional”)
o no está y nos disolvemos en la angustia (malestar del despedazamiento
corporal).
Lo interoceptivo: es un caos: asfixia del nacimiento que reconoceremos siempre
en la angustia, exposición a la temperatura relacionada con la desnudez y
malestar laberíntico que demanda acunamiento. Esta es la triada que rige los
primeros seis meses de vida humana marcados por un tono penoso. El malestar
no es por un trauma, sino el resultado de la necesidad de recuperar la
organización tónica intrauterina, perdida en el momento del parto. Pérdida y
necesidad de recuperación se sintetizan también en la imago del seno que habita
para siempre la fantasía y el sueño del hombre. Pasados los seis meses, que
podemos llamar duros, del malestar, las insuficiencias e impotencias del infante
se prolongan aún gracias al retraso inaudito de la dentición y de la marcha en la
especie humana, retraso que la habría hecho desaparecer si viviera en el puro
reino de la naturaleza.
Es indudable que la primera edad muestra la deficiencia biológica positiva, y que
el hombre es un animal de nacimiento prematuro. Esta concepción explica las
generalidades del complejo. El destete otorga su expresión psíquica, a la imago
más oscura de un destete anterior (imago prenatal), más penoso y de mayor
amplitud vital, el que separa en el nacimiento al niño de la matriz, separación
prematura que ningún cuidado materno puede compensar.
La imago del seno materno rige la vida emocional del hombre y genera el deseo,
en el sentido freudiano, sentido que denomina el objeto causal correspondiente
como radical e irreparablemente perdido e inscrito en la ambivalencia que
subyace en su estructura dialéctica, la cual se manifiesta en su expresión
psíquica. Solo a la mujer, sostiene Lacan, le está reservado de alguna manera
realizar la compensación, restablecer el equilibrio perdido, colmar sus carencias,
al ser ella misma madre; en el abrazo y la contemplación del hijo, queda su propio
malestar subsumido, incluyendo los dolores del parto. Sin la necesidad, por
consiguiente, de recurrir a instintos maternales podemos comprender por qué, si
no median desviaciones culturales históricamente dadas o perturbaciones graves
de la vida afectiva, la madre es propensa a no abandonar el niño y garantizarle la
supervivencia aún a costa de sí misma; de esa imago originaria del seno proviene
la intensidad y duración del sentimiento materno y la fuerza con que se vincula a
él el infante.
La base material del complejo es la función que cumple en el grupo social y
este fundamento se observa en la dependencia vital del individuo en relación con
el grupo. Mientras el instinto tiene un soporte orgánico que solo es la regulación
de este en función vital, el complejo solo eventualmente tiene una relación
orgánica, cuando reemplaza una insuficiencia vital a través de una regulación de
una función social (el complejo, unidad funcional del psiquismo, no corresponde
a funciones vitales sino a la insuficiencia de estas funciones). Esto es lo que
ocurre en el caso del complejo del destete.
Lacan sostiene que para que se produzcan nuevas relaciones con el grupo social,
para que nuevos complejos las integren al psiquismo, la imago debe ser
sublimada. En la medida en que resiste a estas nuevas exigencias, que son las
de progreso de la personalidad, la imago, beneficiosa en un principio, se convierte
en un factor de muerte. En patologías graves como la anorexia, por ejemplo, el
anhelo inc es intentar reencontrar la imago de la madre.
Pero aun sublimada la imago del seno materno sigue desempeñando un papel
psíquico importante para nuestro sujeto.
No sólo en la muerte se reencuentra el individuo con la imago del seno materno,
también en la necesidad de un hábitat que debe otorgar protección, seguridad,
tranquilidad y felicidad; igualmente sucede con el recurso al grupo y en la
dependencia de la familia; superar tal dependencia es sublimación del destete
que se manifiesta en la capacidad de separarse emocional y económicamente
del apoyo doméstico. Todo desarrollo pleno de la personalidad exige un nuevo
destete. Hegel, citado por Lacan, señala que el individuo que no lucha por ser
reconocido por fuera del ámbito familiar, nunca alcanza antes de la muerte, la
personalidad.
Para concluir sobre complejo de destete Lacan nos dice que la “saturación del
complejo contribuye al sentimiento familiar; su liquidación deja las huellas donde
se le puede reconocer: es esta estructura de la imago la que continúa siendo la
base de los progresos mentales que la han reorganizado. Si es preciso definir la
forma más abstracta de hacerse presente, la definiríamos así: una asimilación
perfecta de la totalidad al ser. Bajo esta fórmula de aspecto un poco filosófico, se
reconocerán esas nostalgias de la humanidad que se presentan como espejismos
metafísicos de la armonía universal, abismos místicos de la función afectiva,
utopía social de una tutela totalitaria, todas salidas de la obsesión del paraíso
perdido de antes del nacimiento y de las más oscuras aspiración a la muerte.”
El complejo de intrusión.
Los celos, arquetipo de los sentimientos sociales.
El complejo de la intrusión representa la experiencia que realiza el sujeto primitivo
(pequeño) cuando ve a sus semejantes participar junto a él en la relación
doméstica, es decir, cuando comprueba que tiene hermanos. De acuerdo al lugar
que el destino otorga al sujeto en el orden de los nacimientos, ocupa el lugar de
heredero o usurpador.
Se ha observado que los celos son parte de la génesis de la sociabilidad, pero en
su base, no representan rivalidad vital sino una identificación mental. Esta
identificación se refiere a que los celos se basan en que ese semejante se vería
ocupando un lugar con el cual se identifica, un lugar que le pertenece. Se
comprueba así, que la imago del otro está ligada a la estructura del propio cuerpo.
(Explicación)
El intruso es aquel que con su aparición, suscita, en quien ya estaba allí, el terror
de perder los privilegios, el miedo de verse desalojado del lugar especial que tenía
y por tanto lo lleva a una serie de sentimientos sociales, no es la emoción
individual; los celos son el arquetipo de los sentimientos sociales, porque es la
idea de que la relación de cada uno de nosotros con los demás, no es de
confianza, ni de cooperación sino de pensar que el otro me va a quitar mis
privilegios. La confianza y la cooperación son construcciones a posteriori para
apaciguar y calmar ese primer sentimiento antisocial que sería el más primitivo en
los seres humanos.

Lacan trae a cuento la escena de la infancia de San Agustín que ve a un niño


ponerse verde de la envidia por su hermanito de leche, de sentir que otro a
ocupado su lugar. La base de los celos no son una rivalidad vital, no está en juego
la subsistencia, no es por hambre o por sustento que el niño pelea sino una
identificación mental con el otro que ha tomado mi lugar lo que produce tanta
rabia.

Lo que el psicoanálisis pone de manifiesto es que los celos infantiles tienen un


papel fundamental en la génesis de la socialización y de ese modo del
conocimiento en tanto que humano. Es una relación paranoica con el otro,
meterme en la mente del otro.

Cita ejemplos de niños pequeños que se identifican con el otro y pone sus actos a
funcionar a través del otro. Desde aquí se esboza el otro como rival: con actitudes
de alarde, seducción, despotismo; no es un conflicto entre dos individuos sino
entre dos actitudes opuestas y complementarias en cada sujeto. Esta participación
bipolar es constitutiva de la situación misma. Quien es el seductor, quién es el más
sojuzgado? Cada participante confunde la parte del otro con la suya propia y se
identifica con el otro. En este estadio la identificación específica de las conductas
sociales se funda en un sentimiento del otro que posee un valor imaginario.

El sojuzgado es el que sojuzga. Esa es la fascinación de los hechos sociales que


a uno le muestran lo que uno quiere ser o hacer. En el circo, por ejemplo, cuando
algún trapecista se va a caer sufrimos porque nos identificamos con su peligro
como si fuera nuestro. Continuamente se dan estos sentimientos de identificación
que permiten la formación del tejido social, la compasión, la condolencia.
La cultura lo que trata de hacer es que se privilegien estos sentimientos de
cohesión y no los que disocian.
Como en los celos se da el mecanismo de identificación, pero el mecanismo de
identificación rebasa el problema de los celos, es la base de los celos, para que
haya celos debe haber identificación con el lugar del otro, con lo que el otro está
disfrutando. Por eso no a todos les da celos, porque hay quienes han aceptado
que ese ya no es su lugar y aceptan al recién llegado. Es a partir de una
identificación con el lugar del otro. En la base existen las dos posibilidades, pero lo
que se juega es que cada uno quiere ese mismo lugar. La identificación no es
unívoca sino bipolar.

Dice Lacan: “La imago del otro está ligada a la estructura del cuerpo propio, la
imago del semejante está en función de aquel que tiene una similitud conmigo”.
En los primeros años amor e identificación se confunden.
En la mayoría de los adultos se distingue el objeto de amor del objeto de
identificación, como formas de relacionarse con el otro no así en el primer año
amar a la madre y ser como la madre es la misma cosa. El desarrollo de la vida
afectiva exige que esto se separe y que sean personas distintas aquella con la que
identificó de aquella que es objeto de amor, proceso que debe darse a lo largo de
la vida.
En el caso del hermano hay confusión de las dos relaciones. Siente rabia con
aquel que reconoce como igual. Por eso el celoso, adulto, está mas interesado en
el rival que en la mujer misma que es objeto de los celos, de él está pendiente
cómo es y qué hace. El problema no es con la mujer sino con la relación y con el
interés y la fascinación que despierta ese otro. Siente celos de la persona que él
se enamoraría, no cualquiera despierta celos, no cualquiera es rival, sino que es
alguien que posee unas características que lo hacen digno de ser amado, así sea
imaginario.
El estadio del espejo.
La identificación afectiva es atribuida al complejo de Edipo, sin embargo,
aparecería también antes, en la declinación del destete, o sea al termino de los 6
meses. La imagen especular constituye la realidad del sujeto (una realidad
construida por el otro), otorga un buen símbolo de ella, de su valor afectivo,
ilusorio como la imagen, y de su estructura, reflejo, como ella, de la forma
humana. La percepción de la forma del semejante como unidad mental se
relaciona, en el ser viviente, con un nivel correlativo de inteligencia y sociabilidad.
Las tensiones psíquicas originadas en los meses de prematuro, tiene como
consecuencia un cuerpo incoordinado, despedazado, que se organiza reflejando
las formas del cuerpo que constituyen en cierto modo el modelo de todos los
objetos. La búsqueda de su unidad afectiva da lugar en el sujeto a las formas en
las que se representa su identidad, y la forma más intuitiva de ella está constituida
en esta fase por la imagen especular. Lo que el sujeto saluda en ella (cuando se
mira se saluda) es la unidad mental que le es inherente. Lo que reconoce, es el
IDEAL de la imago del doble (ve lo que vieron de el).
El mundo que caracteriza a esta fase es un mundo narcisista. La unidad que
introduce contribuirá a la formación del yo. Sin embargo, antes que el yo afirme su
identidad, se confunda con esta imagen que lo forma, pero que lo aliena.
Lacan encuentra en el fenómeno de reconocimiento en el espejo una doble
significación: la referente a la realidad del sujeto, de la cual la imagen se
constituye en símbolo y la referente a su valor afectivo ilusorio, ilusión constitutiva
de la relación con el otro, siempre reflejo de la forma humana. Las dos
significaciones desarrollan niveles correlativos de la inteligencia y sociabilidad.
En su descripción Lacan califica la experiencia como “intuición iluminativa...sobre
el fondo de una inhibición atenta, revelación repentina del comportamiento
adaptado (gesto de referencia a cualquier parte del propio cuerpo); después
derroche jubiloso de energía que señala objetivamente el triunfo; esta doble
relación deja entrever el sentimiento de comprensión bajo una forma inefable.”
Si el niño goza descubriendo la unidad proyectada de su cuerpo en el reflejo
especular es porque la incoordinación de sus sistemas de autopercepción lo
inscriben en una vivencia de cuerpo fragmentado, despedazado, que se extiende
al espacio circundante por la torpe motricidad que lo relaciona con él. De ese
mundo del que saca al niño el espejo, nos quedan múltiples vestigios que el
análisis ha revelado, “en las fantasías de desmembramiento, de dislocación del
cuerpo, entre las cuales las de castración no son sino imagen valorizada por un
complejo particular.” El júbilo es por consiguiente anticipación de identidad con el
cuerpo y derivada de tal identidad se da la unidad mental, como triunfo de una
tendencia salvadora que se expresa en un ideal encarnado en el doble, o imago
del semejante.

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