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Acerca del ministro Carrasquilla y por qué me importa

un carajo.
Por Simón Mares

Souvenirs from la época maravillosa de la infancia.


A quién mierda pueden importarle ahora el amor
o la poesía si ya no se usan.
Adiós estatua griega, ciencias del hombre, proporción dorada.
Good-bye Dios.
Operaciones financieras estructuradas, querellas judiciales, reproches de índole legal.
Carrasquilla se defiende como puede, y cada vez logra que la opinión pública se
incline más hacia defenderlo. La verdad es que escuchar las glosas en su contra es
una invitación directa a tomar partido a favor del ministro, y tras cada sesión los
periódicos se reparten la noticia cual buitres un cadáver.
Los columnistas que tratan el tema intentan sonar más originales, y el debate entre
Robledo y Carrasquilla se vuelve tema tendencia (porque me niego a decir trending
topic, a Inglaterra con los anglicismos).
El senado está próximo a cumplir un mes sin que haya habido un tema más relevante
para discutir, y en el comedor de mi casa el problema del contrato con Saludcoop y
el problema de los bonos de agua ha desbancado al fútbol como tema de
conversación.
Así que bueno, me dije, supongo que no es gratuito todo este revuelo, y cuando el
editor de este periódico me sugiere que escriba del tema más me vale ponerme a
estudiarlo.
En esas estuve durante la semana, hasta que me topé con Axel Robles.
No era una nota que gozara de especial importancia en Semana o El espectador, pero
me dio un golpe durísimo.
Un adolescente, un niño, en el colegio. Sale de estudiar y graba un video en el que,
con una voz decidida y la mirada perdida, no sin antes haber advertido que para
algunos lo que está a punto de hacer no será fácil de asimilar, dice:
“Voy a suicidarme. A las 7 en punto de la noche, voy a caer desde la torre Colpatria”.
¿Qué mierdas hago leyendo sobre Carrasquilla?
¿Por qué nadie intentó detenerlo? ¿Dónde estaban sus papás? ¿Sus profesores? ¿Sus
amigos más cercanos?
¿Conozco alguien que pueda llegar a hacer lo mismo? ¿Con qué excusa voy a
quejarme de mi vida?
Entonces me acordé de Jorge Enrique Adoum y los versos que puse al principio. El
poeta notaba cómo todo pierde valor ante la muerte inocente de un niño, y no me
cabe en la cabeza cómo podemos hablar tanto del debate de dos políticos y que, en
el comedor de mi casa, cuando sale el nombre de Axel lo despachamos con un
lacónico, triste y grosero “Qué pecao”.
Lo siento, pero me niego, no le logro ver importancia a otros temas. Un niño decidió
quitarse la vida, no me parece que pueda escribir acerca de otra cosa. No puedo tomar
posición acerca de otro tema. No puedo dejar de pensar en los ojos atribulados y ese
corazón en pena, que no halló una sola sonrisa en su dirección mientras se dirigía
hasta el piso 48 de la torre, que no encontró, quizá, un saludo confiable en la semana,
un “cómo estás” sincero.
¿Qué carajos se supone que tengo que lograr con una columna acerca de
Carrasquilla? ¿Generar conciencia política? ¿Crecer en juicio crítico? ¿Instruir a los
jóvenes lectores en temas importantes para la esfera política del país?
A todos los tristes bachilleres que se sienten empoderados participando en modelos
de Naciones Unidas y en campañas políticas, no se olviden de esto:
La madurez del espíritu comienza cuando dejamos de sentirnos encargados del
mundo

No son encargados sino de las personas que Dios ha puesto en sus vidas. Pare de
contar, lo demás es secundario.
Antes de preocuparse en lo más mínimo de asuntos sociales, vayan y toquen en la
puerta de su hermano, padre, madre, abuela, etc., pues quizá la noche anterior nadie
tocó la puerta de Axel.

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