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EL TRABAJO CON LOS PADRES EN EL TRATAMIENTO DE NIÑOS

Anna Ornstein

(Texto traducido por C. Munar, R Riera y M.Ramon)

LA EMPATIA PARENTAL Y SUS FALLOS ESPERABLES


Los padres pueden ser adultos con un buen funcionamiento en muchos aspectos; en
los negocios, como trabajadores de la construcción o conductores de autobús; un padre
puede ser un abogado o un médico exitoso. Esto no significa sin embargo que este
mismo adulto también pueda satisfacer las extraordinarias demandas que le exige el ser
padre. Ser padre requiere una empatía madura, una capacidad de sumergirse en la vida
interna del hijo sin que eso amenace su sentimiento de ser alguien separado, y sin
inyectar las propias necesidades en la interacción con el niño. Establecer y mantener
esta clase de contacto emocional entre un niño y un adulto es una tarea más difícil de lo
que se reconoce generalmente.
La empatía con frecuencia se confunde con el amor o con el hecho de ceder a los
comportamientos inaceptables del niño. Pero empatía no es amor. Podemos amar a
nuestros hijos y aun así no ser capaces de comprender y valorar qué están sintiendo y
por qué hacen lo que hacen; es mucho más probable que respondamos a su
comportamiento a que reconozcamos qué es lo que motiva ese comportamiento. Estoy
sugiriendo que la mejor preparación para el desarrollo emocional saludable del niño y la
mayor garantía de que será capaz de responder a los desafíos de la vida se alcanza a
través de validar y apreciar genuinamente sus propias cualidades y talentos de tal modo
que pueda aprovecharlos para conseguir sus ideales y satisfacer sus ambiciones.
Para mostrar como se pueden conseguir estos elevados objetivos, esbozaré nuestro
actual modo de entender cómo quedan establecidas las estructuras psicológicas
permanentes.

EL DESARROLLO EMOCIONAL
Consideramos que la construcción de estructuras psicológicas permanentes
dependerá de la capacidad del niño de provocar respuestas validantes y afirmantes de su
entorno emocional, siempre que el niño pueda admirar este entorno, y pueda vivenciar a
los adultos de su alrededor como seguros y confiables. Hoy en día tenemos la evidencia
de que esta capacidad de obtener tales respuestas validantes esenciales para el desarrollo
es algo innato. En otras palabras, ya no conceptualizamos que la biología del infante
humano está constituida por pulsiones sexuales y agresivas que necesitan ser
"domesticadas" y "neutralizadas" para que el niño se socialice. Más bien consideramos
que el niño nace con un "plan genético del terreno de crecimiento que se va encontrar",
que tiene que ser complementado con respuestas del entorno apropiadas a cada fase.
Hoy en día los investigadores en primera infancia hablan de encajar las influencias
endógenas (determinadas por el niño) y las exógenas (determinadas por el cuidador).
Esta adaptación mutua es un logro del desarrollo que requiere la habilidad del cuidador
de "leer" las pistas del niño.
Con cada hijo, las capacidades empáticas de los padres son de nuevo puestas a
prueba. Cada niño "crea" su propio cuidador porque las respuestas empáticas de éste
van a ensamblarse con las necesidades específicas de ese niño en particular en ese
momento particular de su desarrollo. El hecho de que nos centremos en la capacidad del
cuidador de responder a la rápidamente creciente organización psicológica del niño, y
por tanto también rápidamente cambiante, no debería ser interpretada como que
colocamos la única responsabilidad del desarrollo del niño en la habilidad del cuidador

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2 Anna Ornstein en Barcelona, 5-6 marzo 2004

de captar las señales del niño en crecimiento para lo que debería ser una perfecta
respuesta empática. Cada niño tiene su altamente idiosincrásico modo de procesar y
organizar experiencias y el camino final es único para cada individuo.
La literatura contemporánea sobre el desarrollo del niño enfatiza que la función
parental solamente puede ser evaluada en conjunción con la evaluación de un niño en
particular con su propia y única disposición y temperamento, atributos físicos y
emocionales. Hoy en día nos centramos en la valoración del tipo de encaje que se da
entre un niño en particular y un cuidador en particular. Algunos padres son capaces de
estar en contacto empático con niños pequeños, mientras otros no consiguen
comunicarse de forma significativa con sus hijos hasta que son mayores o llegan a la
adolescencia. Hay madres que incluso llegan a adaptarse bien a un bebé severamente
discapacitado físicamente, y hay otras que son incapaces de hacer de madre a un niño
que no confirma sus expectativas en términos de género, color del pelo o cualesquiera
diferencias de temperamento que el niño pueda mostrar. Estas variaciones esperables en
las capacidades empáticas es lo que hace aconsejable que la responsabilidad del
crecimiento físico y emocional del niño recaiga en más de un solo adulto.
Sin embargo, hasta en las más óptimas circunstancias, es decir cuando los adultos
están emocionalmente bien preparados para ser padres, la presencia de una empatía
confiable y continuada va a depender esencialmente de dos factores principales: (1) el
apoyo de su entorno social, y (2) la capacidad del niño de afirmar y validar a sus padres
como cuidadores competentes. El alimentar, limpiar y manipular al niño de una forma
que le reconforte y le calme es lo que promueve la integración de las capacidades
cuidadoras del adulto que lo cuida; un niño infeliz y descontento, incapaz de ofrecer un
reconocimiento a su madre a causa de una discapacidad congénita o adquirida, más que
confirmar la "maternidad" de la madre, va a socavar su confianza en sí misma e
interferirá el desarrollo óptimo de su capacidad de cuidar. Esta clase de reciprocidad
continuará a lo largo de todo el desarrollo; un niño que "premia" a un padre o madre que
realizan con éxito las diversas tareas de dar cuidados, incrementa las capacidades de
cuidar de este padre o madre. En otras palabras, hay un continuo reforzamiento positivo
del sistema.

ALGUNOS EJEMPLOS COTIDIANOS DE LA IMPORTANCIA DE LA EMPATIA


PARENTAL

Fallos en la empatía parental ocurren más frecuentemente cuando los padres están
deseosos por aliviar a sus hijos del disconfort emocional; pueden fallar a sus hijos justo
cuando están más ansiosos por serles útiles. Por ejemplo, pensemos en una situación en
que un niño llega a casa abatido y dolorido porque no fue elegido para estar en el equipo
de baloncesto, invitado a bailar o dejado de lado de cualquier otra forma de actividad de
grupo. El padre, intentando consolarle le dice que no se sienta decepcionado, no hay
que darle tanta importancia a esa actividad, él tendrá algo mejor que
hacer...Comentarios que son bienintencionados pero que, en realidad, invalidan los
sentimientos del niño: su reacción al rechazo por sus pares ha sido considerada estúpida
y exagerada. Para poder desarrollar un sentido de orgullo o autoconfianza en quién uno
es, los niños necesitan ser validados en la legitimidad de sus sentimientos, que sus
sentimientos tienen sentido, que pueden ser entendidos y que serán aceptados
incondicionalmente.
A la mayoría de nosotros no nos gusta ver a nuestros hijos infelices, pero decirles
que no deben sentirse como se sienten invalida la legitimidad de sus experiencias. Más
que hacerles sentir mejor, pueden sentirse avergonzados por haber reaccionado del

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modo en que lo hicieron.


Un ejemplo distinto en que el niño puede sentirse invalidado ocurre en situaciones
en que un niño es alabado a cada paso, cuando sus acciones siempre son respondidas
elogiosamente. El elogio indiscriminado es una de las maneras más insidiosas en que la
autoestima de un niño puede quedar comprometida. Tal elogio indiscriminado puede ser
experimentado por el niño como que está al servicio de realzar a los padres, más que a
su autoestima.
Si fallas sutiles en la empatía parental quedan "escondidas" tras reivindicaciones de
amor e de satisfacciones materiales, los niños pueden encontrarse emocionalmente
atrapados: al no poder identificar el origen de su enfado hacia el cuidador, este enfado
aparecerá como infundado. Estos niños pueden usar su propio cuerpo para infligir dolor
a aquellos que, a causa de su incapacidad para comprenderles y responderles
empáticamente, les han abandonado emocionalmente. Estos son niños que intentan o
amenazan con suicidarse o en los que su conducta autodestructiva puede tomar formas
encubiertas como la conducción temeraria, el uso indiscriminado de drogas o huidas. El
comportamiento autodestructivo representa la expresión de la venganza hacia el
cuidador poco empático, así como una expresión de la inadecuada investidura narcisista
de sus cuerpos. Los cuidadores, sensibles al elemento de venganza pero no al
sufrimiento psíquico del niño, experimentan el comportamiento autodestructivo del niño
como una acusación contra ellos.
Pero muchos padres hoy en día están menos preocupados por los defectos de su
propia manera de responder que por los peligros que un niño puede encontrar fuera de
casa. Se preocupan por la seguridad emocional y física del niño, por asaltos sexuales y
seducciones de distintas clases. La explotación sexual de niños tiene una explicación
muy distinta que el abuso físico. La psicología del perpetrador, quien tiene que
encontrar la excitación y satisfacción sexual abusando de niños, varia de uno a otro
individuo. Lo que los padres quieren saber es: ¿cómo protejo a mi hijo de tales
eventualidades?. Para ayudar a nuestros hijos con el peligro potencial de ser asaltados,
los padres tienen que transitar una fina línea entre alertarles y asustarles. No sabemos si
este delito sucede con más frecuencia o si se informa con más frecuencia de él. En
cualquier caso, creo que quizás son más frecuentes porque en nuestros centros urbanos,
niños relativamente pequeños tienen que aventurarse a una distancia bastante grande de
su casa familiar. Creo que esta discusión requeriría otra presentación, no solamente para
discutir de que modo podemos prevenir el asalto sino por cómo manejar el trauma del
abuso una vez ha sucedido.
Desafortunadamente, la mayor parte del abuso físico de niños sucede dentro de
casa y puede tomar diversas formas. Generalmente podemos distinguir dos grupos de
cuidadores que pueden llegar a ser abusadores. En un grupo están los padres que
rechazan al niño desde su concepción: el rechazo puede tomar la forma que va desde
tirar al niño a un contenedor de basura hasta moderadas formas de
negligencia(desatención) física y emocional. Al segundo grupo pertenecen padres que
más que rechazar y/o ser indiferentes, buscan en su hijo el afecto y reconocimiento que
no han recibido en su propia niñez. Cuando el niño no puede responder a las
expectativas de los padres, sea expresando gratitud por los cuidados parentales o siendo
dócil y no dando problemas, los padres pueden sentirse rechazados o no valorados y
entonces pueden reaccionar con rabia incontrolada. Algunos de los abusos más severos
ocurren cuando los padres se sienten justificados en su ira porque el niño no se ha
comportado según sus expectativas. Cuando un padre/madre adolescente que ha tenido
un hijo para sentirse querido se enfrenta a la realidad que un niño no puede darle lo que
necesita, se siente justificado en castigar severamente al niño. Este es uno de los

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mejores ejemplos de la tesis que propongo: cuando un padre no ha completado su


propio desarrollo emocional, cuando le falta capacidad para sumergirse en el mundo
interno de su niño y en lugar de eso espera que el niño le llene su profundo anhelo de
amor, entonces es cuando aparecen los más severos trastornos en las capacidades
parentales.
La situación más frecuente es aquélla en la que la demanda que se le hace al niño es
más sutil pero también más crónica. En estos casos podemos sorprendernos al encontrar
lo bien que los niños se adaptan a la necesidad de los padres de ser fortalecidos en su
vacilante autoimagen. Estos son nuestros "niños padres" que cuidan a sus padres
emocionalmente y en algunos momentos físicamente también.

LA TERAPIA FAMILIAR CENTRADA EN EL NIÑO

El marco conceptual del trabajo clínico que describiré, proviene del trabajo de
Winnicott “La consulta terapéutica en psiquiatría infantil”, de los principios que
conducen el diálogo terapéutico (Ornstein y Ornsetin, 1986), y de la teoría de Heinz
Kohut del desarrollo del self (1971, 1984).
Como saben, la aproximación de Winnicott al tratamiento de niños fue determinada
principalmente por consideraciones del desarrollo. Como psicoanalista, Winnicott era
consciente de la importancia de evaluar y comprender exhaustivamente el mundo
interno del niño (las ansiedades de éste, modos de defensa y adaptación, las fantasías y
sueños del niño), y al mismo tiempo era también plenamente consciente del impacto
que el entorno del niño tenía sobre estas experiencias internas, y por tanto en el
desarrollo ulterior de éste. Combinando sus consideraciones sobre el desarrollo con su
reconocimiento de que la psique del niño es siempre un "sistema abierto"(abierto a
influencias tanto patológicas como terapéuticas), recomendó que el terapeuta debería
aspirar a "desbloquear el proceso de maduración progresivo del niño...de manera que
el cambio que haya conseguido de este modo pueda ser utilizado por los padres y
los demás cuidadores de su contexto social inmediato" (subrayado nuestro).
Esta recomendación me ayudó a entender que para que el tratamiento individual del
niño sea eficaz, el terapeuta no tenía que hacer más --pero tampoco menos--que quitar
los obstáculos que el síntoma del niño había colocado en el camino del subsiguiente
crecimiento y desarrollo. Eliminar el síntoma, sin embargo, constituiría sólo un aspecto
de los objetivos a los que el terapeuta apunta, porque "el cambio que el terapeuta ha
conseguido de este modo tiene que ser usado por los padres que son los responsables en
el entorno social inmediato". Y Winnicott seguía diciendo: "si el niño marcha de la
consulta terapéutica y vuelve a una familia o situación social anormales, entonces no
habrá una provisión por parte del entorno del tipo que se necesita y que en cambio
podríamos dar por segura. Confío en que el "entorno emocional promedio esperable"
salga al encuentro y utilice los cambios que han tenido lugar".
En otras palabras, a pesar de cuán penetrantes puedan ser los comentarios
interpretativos del terapeuta, los cambios en el niño sólo pueden esperarse cuando el
entorno se sitúe "en un promedio esperable": un entorno que pueda responder a las
necesidades del niño para madurar.
Pero las familias de las que nuestros pequeños pacientes provienen, raramente
estarán dentro del “promedio deseable”. Además no acostumbramos a confiar en el
entorno “promedio" aparente. Hemos a prendido a apreciar las formas sutiles de
negligencia emocional y de abuso a que los niños pueden quedar expuestos; abuso
emocional del que el entorno mismo puede no ser consciente. La parte principal y más
difícil de nuestro trabajo terapéutico puede que no esté relacionada con el tratamiento

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del niño sino con nuestros esfuerzos para crear un ambiente que no solamente esté "en
el promedio esperable", sino que sea terapéutico en relación al niño y su síntoma.
En el curso de mis actividades como clínica, supervisora y consultora, me he dado
cuenta del desencanto creciente de los terapeutas con el tratamiento individual de niños,
incluso cuando éste era combinado con el tratamiento coadyuvante de uno u otro de los
cuidadores principales del niño. (Aquí me refiero al tratamiento guiado por la teoría
psicoanalítica, no a diversas formas de modificación de conducta y aproximaciones
cognitivas). Por otro lado, tampoco creo que la respuesta esté en recomendar
tratamiento familiar en casos en que los padres acuden con una preocupación acerca de
un niño sintomático.
Diré unas palabras acerca de por qué, en mi opinión, el tratamiento familiar no es
la respuesta al dilema terapéutico. Asumo que hay pocos terapeutas familiares
"ortodoxos" que no recomendarían una exploración clínica del niño para descartar la
posibilidad de déficit neurológicos que no hayan permitido al niño integrar sus
experiencias desde el nacimiento, o que no desestimarían la manera en que por ejemplo,
los problemas de autoestima del niño puedan relacionarse con una discapacidad en el
aprendizaje. El fallo en evaluar las dificultades del niño más allá de los obviamente
psicológicos debería no ser ya un problema prevalente. Lo que yo veo como un
problema en el tratamiento familiar es que al niño enfermo no se le da la oportunidad de
ser escuchado respecto a la naturaleza única de sus dificultades. Las fuentes del
comportamiento sintomático del niño sólo pueden ser determinadas cuando el terapeuta
y el niño tienen la oportunidad de descubrir juntos lo que este niño está
experimentando subjetivamente en este momento en su vida, esto es,
intrapsíquicamente. En un encuadre de terapia familiar, no se puede esperar que el niño
comparta libremente sus sentimientos. Suele suceder que es durante una continuada
relación con el terapeuta, o los insights conseguidos a través de las comunicaciones
simbólicas del niño (juego, dibujos), que las ansiedades del niño, déficits de desarrollo y
conflictos subyacentes al síntoma, pueden ser identificados.
Otro problema relativo a la terapia familiar es que el tiempo requerido para que
haya cambios en la dinámica del sistema familiar son demasiado lentos para tener un
efecto significativo en el niño.
El foco temprano en las dificultades específicas y el modo en que éstas interactúan
con el entorno, ha alcanzado una gran importancia últimamente. En tanto las
restricciones externas nos imponen límites, estas misma restricciones han facilitado el
aprendizaje y la enseñanza de la psicoterapia focal. De la misma forma que la teoría y la
técnica de la psicoterapia focal ha ayudado a reconceptualizar y a añadir precisión a la
conducción de terapia a corto y largo plazo, estas restricciones de las que hablamos
también han ayudado a conceptualizar la conducción de la terapia familiar centrada en
el niño.

La conducción de la entrevista diagnóstico-terapéutica: el diálogo terapéutico


Los terapeutas con experiencia saben que la distinción entre la fase de diagnóstico y la
fase de terapia sólo existe en la mente del terapeuta. Cuando los pacientes están
preocupados, quieren ayuda cuando la piden. A este respecto, Winnicott dice, y yo
coincido con él, que éste es el momento en el cual tanto el niño como sus cuidadores/as
pueden estar más receptivos a nuestra manera de entender la naturaleza de sus
dificultades, aunque esta comprensión por nuestra parte es indefectiblemente sólo
provisional. Es más probable que los conflictos en los que los padres y el niño han
quedado atrapados sean más fáciles de resolver en las primeras fases del tratamiento que

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en las últimas. De todas formas esta resolución de la interacción patológica depende de


que la familia sea capaz de salir de la primera entrevista (o después de las primeras
entrevistas) con el sentimiento de haber sido escuchados y entendidos en lo que se
refiere a sus dificultades más urgentes.
Aquí es necesario una aclaración: mientras que la mayoría de nosotros tenemos
pocas dificultades en ser empáticos con nuestros pacientes-niños y responderles con
aceptación y compresión, en cambio nos resulta más complicado ser empáticos con los
padres y los otros miembros del entorno social del niño. Es difícil aceptar y ser
comprensivo con los cuidadores que no muestran empatía hacia el niño y cuyo
comportamiento puede agravar continuamente la ya dolorosa realidad interna del niño.
De todas formas, ser crítico y a veces enfurecerte con los padres, interferirá seriamente,
aunque sea de la forma más disimulada, en nuestro propósito terapéutico más
importante, a saber, ayudar a los padres a reconocer la ansiedad, depresión o cualquier
otro afecto que pueda ser responsable del comportamiento manifiesto del niño.
Permítanme insistir: mientras los terapeutas infantiles escuchan las quejas de los
padres y mientras escuchan e intentan comprender las experiencias intrapsíquicas y
subjetivas del niño, se están esforzando en localizar el área de las interacciones padres-
hijo en que las actitudes parentales y sus respuestas disfuncionales van agravando de
forma continuada el comportamiento sintomático del niño. La etiología y el cómo
surgieron estos problemas será para nosotros una preocupación secundaria; en cambio
nos centraremos en las fuerzas dinámicas que en la actualidad están operando tanto
intrapsíquicamente como interpersonalmente. No podemos hacer la terapia del pasado,
su exploración resulta importante en la medida que puede iluminar los asuntos focales
que están dominando actualmente el cuadro clínico. Lo que tiene que resultar el foco de
la intervención terapéutica es el área en que interseccionan la psicopatología del niño y
las respuestas parentales disfuncionales.
Como he indicado anteriormente, el aspecto más desafiante de esta tarea tan compleja y
cargada emocionalmente es la habilidad del terapeuta para mantener una perspectiva de
escucha empática en relación con los cuidadores similar a la que se mantiene en relación
con el niño.
Antes de describir un ejemplo clínico con el que espero demostrar este proceso
más bien complejo, debería hacer algunos comentarios generales sobre la conducción de
la entrevista diagnóstico-terapéutica.
En varias de nuestras recientes publicaciones (Ornstein & Ornstein 1977, 1984,
1985, 1988) relacionadas con la conducción de la psicoterapia psicoanalítica —sea
tratamiento focal breve o a largo plazo— hemos descrito un tipo de conversación en la
que las respuestas del terapeuta son provisionales y abiertas. Nos referimos a este tipo
de conversación como “diálogo terapéutico”, o, como verán en el caso clínico, también
podría ser descrito como “hablando de manera interpretativa”. Hablar de manera
interpretativa significa ofrecer comentarios explicativos que son provisionales y
abiertos. Estos comentarios pueden servir como invitaciones para el paciente a corregir
la comprensión del terapeuta. Hemos encontrado que este tipo de conversación es más
efectiva en implicar pronto y significativamente al paciente en el proceso terapéutico.
Una buena manera de valorar la influencia que tiene este tipo de diálogo terapéutico en
el proceso de tratamiento es contrastarlo con el silencio continuado del terapeuta
durante largos periodos de tiempo o con el intentar extraer información a base de repetir
preguntas.
El diálogo terapéutico es similar a la manera como Winnicott acogía a un niño en
el juego del garabato. Tanto si el juego era empezado por el niño o por el mismo,
Winnicott siempre seguía las primeras indicaciones del niño para ser conducido al área

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de su conflicto. No presuponía conocer la ayuda que el niño quería. Mientras él


continuamente, de una manera recurrente, respondía a las comunicaciones del niño,
dentro de la metáfora, de vez en cuando paraba y articulaba lo que él entendía que el
niño trataba de decirle. Lo importante en esta manera de comunicación es hacer los
comentarios de manera que el niño se sienta libre de corregirlos.

Ejemplo clínico
Intentaré mostrar la forma de proceder en este tipo de diálogo terapéutico-
diagnóstico resumiendo un tratamiento familiar centrado en el niño que fue aprobado
por parte de la compañía de seguros para ser llevado a cabo en veinte sesiones. Este
ejemplo podría plantear la cuestión, sobre si los niños que vemos en la clínica de
servicios sociales, que han pasado por diferentes casas de acogida (familias de acogida a
corto plazo) y han sido sacados de la escuela repetidamente, pueden ser tratados de una
forma similar al niño que ha vivido en una familia intacta y ha estado disfrutando de los
beneficios de la existencia de la clase media. Obviamente, el reto terapéutico de tratar
niños que viven en familias altamente disfuncionales es mucho mayor.
Andrea es una niña de 12 años, la mayor de dos hijos, su hermano tiene 9 años. El
padre llamó porque los padres estaban preocupados por el comportamiento desafiante
de Andrea hacia ambos padres, pero sobretodo hacia su madre. La niña, dijo el padre,
rechaza cualquier cosa que se le pida , independientemente de lo insignificante que sea.
Aunque les pedí que vinieran los tres juntos a la entrevista inicial, el padre dijo que
prefería venir a la primera entrevista sin la niña.
Los padres son inteligentes y educados. Emplearon los primeros quince o veinte
minutos en darme varios ejemplos de la conducta desafiante de la niña. El padre, en
particular, insistía en como intentaba razonar con la niña, pero estos razonamientos
nunca servían de nada. Después de escuchar la manera en que ellos presentaron las
dificultades de la niña y los esfuerzos que ellos hacían para corregir su comportamiento,
les dije que su énfasis en sus esfuerzos me hacían pensar que quizá a ellos les
preocupaba que yo llegara a pensar que no eran unos buenos padres. Ambos
respondieron de una manera muy distinta a mi comentario. El padre se puso furioso de
pensar que yo podía haber supuesto, de alguna manera, que él se sentía responsable de
las dificultades de su hija. La madre, por otra parte, empezó a llorar levemente y a decir
que ella se sentía demasiado responsable de la infelicidad de Andrea. Aguantándose las
lágrimas habló de que Andrea nació después de siete años de matrimonio cuando la
pareja ya no tenía expectativas de poder tener hijos: “Era la niña de mis ojos. Habría
hecho cualquier cosa por ella...” Cuando Andrea ya tenía edad para ir a la escuela, la
madre hacía los deberes con ella de forma regular, o cualquier otra cosa que pudiera
necesitar o querer. Ahora la madre está amargada y enfadada por lo que está recibiendo
a cambio de sus esfuerzos! Ambos están más preocupados en mostrar nuevas pruebas
de lo irracional que puede llegar a ser su hija, que no en entender como esto se relaciona
con su ansiedad y profunda inseguridad. Explicaban que Andrea puede ir hasta
cincuenta veces a la mesa del profesor en el curso de una día para que le sea dicho si su
trabajo estaba bien hecho. Y lo hace a pesar de ser una excelente estudiante. Cuando les
comenté que tenían que tener en cuenta que Andrea necesita este tipo de refuerzo, el
padre dijo, comparándola con su hermano, que Andrea no es muy brillante y que por
tanto tiene que trabajar muy duro para poder sacar buenas notas, pero que estas buenas
notas son muy importantes para ella. Él pensaba que se “volvía loca” cuando no podía
hacer su trabajo, y entonces pedía enfadada que sus padres la ayudaran. Finalmente
concertamos una cita para que yo viera a Andrea.

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8 Anna Ornstein en Barcelona, 5-6 marzo 2004

Andrea es una joven pálida, de habla suave, que no se mostró reticente a


compartir conmigo el modo en que estaba experimentado su relación con sus padres.
Ella pensaba que sus padres eran más estrictos que los padres de sus amigas y que su
madre no encontraba nunca nada bien de lo que ella hacía. No importaba lo que
sucediera en su casa, siempre era su culpa. Describió gráficamente como se sentía de
humillada y muy, muy insegura frente a su trabajo escolar así como socialmente. Pasa
muchas horas haciendo los deberes, nunca sintiéndose segura de que los hizo
correctamente. Andrea describió incidentes de su madre tirando la ropa fuera de los
cajones si no está doblada correctamente. También describió como solían ir las cosas
entre las dos en el pasado. Su madre acostumbraba a volver a escribir sus trabajos, a
veces usando palabras de las que Andrea no conocía el significado. También tenía que
volver a escribir sus deberes cuatro o cinco veces porque no estaban suficientemente
limpios. Sabe que últimamente ha provocado a sus padres y que luego se arrepiente;
quiere a sus padres pero se encuentra atrapada en una mala situación y no sabe como
salir de ella. Le conté que después de haber hablado con sus padres, empezaba a
comprender qué podía haber ido mal y lo que pensaba que podría ayudarla a ella y a sus
padres a desatascarse. Una cosa que podíamos hacer nosotras dos era ayudar a sus
padres a comprender como ella se siente acerca de la situación. Le dije que me parecía
que estaban enfadados por su comportamiento pero que en cambio no sabían como ella
se sentía. A ella no le gustó la idea de reunirse con sus padres; hubiera preferido verse
conmigo a solas. Le expliqué que aún así, ella y yo también nos veríamos a solas, pero
que ella también necesitaba la comprensión de sus padres, sin la cual yo sola no podría
ayudarla lo suficiente. Acordamos que esta vez vería sólo a sus padres pero que en el
futuro tendríamos algunos encuentros conjuntos.
La siguiente entrevista es uno de los aspectos más importantes de estos
tratamientos de familia centrados en el niño. Este es el momento en que el terapeuta,
usando los “insights” de las dos horas previas, tiene que ser capaz de traducir las
experiencias subjetivas del niño a los padres de manera que promueva su comprensión
empática de la vida emocional del niño, especialmente, las fuentes de su angustia y de
su comportamiento alterado.
Primero mostraré como formulé lo que me parecía central, es decir donde creía
que las experiencias subjetivas de Andrea se cruzaron más directamente con las
respuestas de los padres hacia ella. Por ejemplo, cuando el padre describió la “locura”
de Andrea, yo pude ver una niña con pánico agudo y un padre que no tenía ni idea por
lo que ella estaba pasando pero que intentaba ser útil de la única forma que sabía, que
era ser lógico y razonable con ella. La madre, por otra parte, se contagiaba de la
ansiedad de la niña y entonces reaccionaba no sólo haciendo los deberes con ella, sino
haciéndolos en lugar de ella; al mismo tiempo sentía rabia y resentimiento hacia la
niña, la cual no la reafirmaba como ella necesitaba. También pensé que la ansiedad de la
madre por la niña y su rendimiento escolar, podía haber sido responsable del fracaso de
la niña a la hora de desarrollar su sentimiento de ser competente, lo cual a su vez generó
su angustia y su comportamiento lleno de pánico en relación al trabajo escolar.
Habiéndose vuelto intolerantes ante su comportamiento rebelde y ansioso, los padres le
daban reprimendas frecuentemente y seguían recordándole lo que ella les debía.
Además, el padre bien le puede haber comunicado a la niña que no es suficientemente
brillante para hacer el trabajo – actitudes y comportamientos que minan su ya muy
inestable autoestima.
Mi trabajo era encontrar las palabras para expresar lo que yo había entendido sin
criticar los esfuerzos de los padres, lo cual sólo incrementaría su culpabilidad y
resistencia. Tuve que ayudarlos a que reconocieran que la niña tenía sus propias e

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internamente determinadas razones para comportarse del modo en que lo hacía. Y lo


más importante, tuve que encontrar una forma de incluir en mi comunicación mi
comprensión respecto a las razones de los padres para manejar la situación de la forma
en que lo estaban haciendo. Les dije que su descripción me había ayudado a empezar a
entender lo que podía haber causado el comportamiento desafiante de la niña, y que me
gustaría compartir con ellos mis pensamientos para que ellos me pudieran decir si
estaba sobre la pista correcta o no.
A partir de lo que me habían contado, y de lo que había ido descubriendo en la
conversación con Andrea, les dije que parecía que el comportamiento desafiante de
Andrea puede tener sus raíces en un sentimiento de inseguridad. Llegué a esta idea a
partir de su descripción de su necesidad de comprobar con el profesor hasta cincuenta
veces al día si su trabajo estaba bien hecho o no, y también a partir del pánico que le
entra cuando sus padres no están disponibles para ayudarla.
De nuevo el padre dijo que el problema de Andrea es que no es capaz de pensar
de forma abstracta, pero la madre recogió mi observación y estuvo de acuerdo conmigo
en que Andrea es extremadamente insegura y se preguntaba de donde podía haber
salido esto. Yo dije que en este momento era difícil para mi decirlo ya que el desarrollo
de la autoestima es una cuestión muy compleja. De todas formas, en base a lo que hasta
el momento habían compartido conmigo, pensaba que su inseguridad podía estar
relacionada con la ansia de su madre en el pasado para estar siempre disponible para su
hija en todo aquello que pudiera. Esto pudo dificultar que Andrea desarrollara el
sentimiento de ser competente. Mi sospecha, les dije, es que su actitud desafiante es la
expresión de su enfado por la renuencia de sus padres para aliviar su ansiedad
relacionada con su trabajo, y es consecuencia de como se siente consigo misma.
Negándose a hacer cualquier cosa en casa, en cierto modo está diciendo que ya que sus
padres no la ayudan, ella tampoco les va a ayudar.
La madre no tuvo ninguna dificultad en considerar la validez de mi observación,
pero aún así temiendo que mi declaración significara que ella había hecho algo mal,
dijo: “ Está diciendo que la he mimado, que no debía haber hecho todo lo que he hecho
por ella?” Respondí que mis comentarios podían implicar aquello. De todas formas, no
era difícil entender porqué se hizo tan disponible para su hija. Después de todo, ella
tuvo a Andrea después de siete años de matrimonio cuando habían perdido la esperanza
de tener un hijo; hacer cosas para ella era su forma de expresar la felicidad de tener una
hija después de todo. De todas formas, podíamos considerar que el entusiasmo de su
madre por hacer cosas para ella, puede haber privado a Andrea de la oportunidad de
experimentar los éxitos y los fracasos por si misma.
El padre, temeroso de que mis comentarios pudieran disgustar a su esposa,
intervino con la afirmación de que en su opinión el comportamiento de su hija no tenía
nada que ver con la falta de autoconfianza. Más bien, sentía que Andrea no tenía una
mente lógica y que no podía comprender ideas abstractas. Ciertamente, dije, no puedo
juzgar la inteligencia de Andrea y eso es algo que podríamos evaluar con la ayuda de
tests. De todas formas, en este momento no excluiría la posibilidad de que el nivel de
ansiedad pudiera interferir en su habilidad de pensar y concentrarse. Mi comentario no
convenció al padre, quien tenía una mentalidad muy lógica y por lo tanto centraba
mucho las cosas en la lógica y la razón.
Después de unas cuantas sesiones individuales con Andrea, decidimos que lo
mejor sería que ella y yo nos pudiéramos reunir con su madre a solas, sin su padre. Las
sesiones conjuntas con la madre y la hija me ayudaron a apreciar el grado de
vulnerabilidad narcisista de la madre.

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Al principio, la madre atacó a Andrea por echarles la culpa a ellos de sus


dificultades, diciendo que era una “excusa”, una manera de evadirse de las
responsabilidades de sus actos. Aunque silenciosamente y un poco nerviosa, Andrea fue
capaz de articular sus sentimientos de rabia, de sentirse humillada, ansiosa e insegura,
tanto en casa como en la escuela. Escuchando esto, la madre empezó a apreciar el dolor
emocional que su hija estaba sufriendo. Estas reuniones resultaron ser encuentros muy
emotivos, en los cuales la madre se abrió más y más y pudo ser capaz de escuchar el
deseo genuino de su hija de acercarse ella. También pudo escuchar el deseo de su hija
de ser aceptada y valorada por su madre y empezar a apreciar el hecho de que su hija
podía odiarla con pasión, pero también amarla y admirarla.

Conclusiones
Esto ha sido un breve resumen de un abordaje terapéutico en el que he hecho un
esfuerzo para identificar el área de interacciones padres-hijo en la que las respuestas
parentales disfuncionales continúan reforzando – y por tanto potencialmente
reforzando- los problemas emocionales del niño que presenta los síntomas. En estas
entrevistas diagnóstico –terapéuticas, la tarea del terapeuta es el diagnóstico en
profundidad de los síntomas del niño y de sus vulnerabilidades particulares que puedan
haber interferido en la habilidad de los padres para tener un contacto empático con el
dolor emocional del niño. El aspecto más difícil de la tarea del terapeuta en un proceso
de tratamiento como este es transmitir su entendimiento a los padres de una forma que
dé como resultado un aumento de la habilidad de estos en apreciar la naturaleza de las
ansiedades del niño en lugar de continuar intentando corregir su comportamiento
sintomático.

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