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Anna Ornstein
EL DESARROLLO EMOCIONAL
Consideramos que la construcción de estructuras psicológicas permanentes
dependerá de la capacidad del niño de provocar respuestas validantes y afirmantes de su
entorno emocional, siempre que el niño pueda admirar este entorno, y pueda vivenciar a
los adultos de su alrededor como seguros y confiables. Hoy en día tenemos la evidencia
de que esta capacidad de obtener tales respuestas validantes esenciales para el desarrollo
es algo innato. En otras palabras, ya no conceptualizamos que la biología del infante
humano está constituida por pulsiones sexuales y agresivas que necesitan ser
"domesticadas" y "neutralizadas" para que el niño se socialice. Más bien consideramos
que el niño nace con un "plan genético del terreno de crecimiento que se va encontrar",
que tiene que ser complementado con respuestas del entorno apropiadas a cada fase.
Hoy en día los investigadores en primera infancia hablan de encajar las influencias
endógenas (determinadas por el niño) y las exógenas (determinadas por el cuidador).
Esta adaptación mutua es un logro del desarrollo que requiere la habilidad del cuidador
de "leer" las pistas del niño.
Con cada hijo, las capacidades empáticas de los padres son de nuevo puestas a
prueba. Cada niño "crea" su propio cuidador porque las respuestas empáticas de éste
van a ensamblarse con las necesidades específicas de ese niño en particular en ese
momento particular de su desarrollo. El hecho de que nos centremos en la capacidad del
cuidador de responder a la rápidamente creciente organización psicológica del niño, y
por tanto también rápidamente cambiante, no debería ser interpretada como que
colocamos la única responsabilidad del desarrollo del niño en la habilidad del cuidador
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de captar las señales del niño en crecimiento para lo que debería ser una perfecta
respuesta empática. Cada niño tiene su altamente idiosincrásico modo de procesar y
organizar experiencias y el camino final es único para cada individuo.
La literatura contemporánea sobre el desarrollo del niño enfatiza que la función
parental solamente puede ser evaluada en conjunción con la evaluación de un niño en
particular con su propia y única disposición y temperamento, atributos físicos y
emocionales. Hoy en día nos centramos en la valoración del tipo de encaje que se da
entre un niño en particular y un cuidador en particular. Algunos padres son capaces de
estar en contacto empático con niños pequeños, mientras otros no consiguen
comunicarse de forma significativa con sus hijos hasta que son mayores o llegan a la
adolescencia. Hay madres que incluso llegan a adaptarse bien a un bebé severamente
discapacitado físicamente, y hay otras que son incapaces de hacer de madre a un niño
que no confirma sus expectativas en términos de género, color del pelo o cualesquiera
diferencias de temperamento que el niño pueda mostrar. Estas variaciones esperables en
las capacidades empáticas es lo que hace aconsejable que la responsabilidad del
crecimiento físico y emocional del niño recaiga en más de un solo adulto.
Sin embargo, hasta en las más óptimas circunstancias, es decir cuando los adultos
están emocionalmente bien preparados para ser padres, la presencia de una empatía
confiable y continuada va a depender esencialmente de dos factores principales: (1) el
apoyo de su entorno social, y (2) la capacidad del niño de afirmar y validar a sus padres
como cuidadores competentes. El alimentar, limpiar y manipular al niño de una forma
que le reconforte y le calme es lo que promueve la integración de las capacidades
cuidadoras del adulto que lo cuida; un niño infeliz y descontento, incapaz de ofrecer un
reconocimiento a su madre a causa de una discapacidad congénita o adquirida, más que
confirmar la "maternidad" de la madre, va a socavar su confianza en sí misma e
interferirá el desarrollo óptimo de su capacidad de cuidar. Esta clase de reciprocidad
continuará a lo largo de todo el desarrollo; un niño que "premia" a un padre o madre que
realizan con éxito las diversas tareas de dar cuidados, incrementa las capacidades de
cuidar de este padre o madre. En otras palabras, hay un continuo reforzamiento positivo
del sistema.
Fallos en la empatía parental ocurren más frecuentemente cuando los padres están
deseosos por aliviar a sus hijos del disconfort emocional; pueden fallar a sus hijos justo
cuando están más ansiosos por serles útiles. Por ejemplo, pensemos en una situación en
que un niño llega a casa abatido y dolorido porque no fue elegido para estar en el equipo
de baloncesto, invitado a bailar o dejado de lado de cualquier otra forma de actividad de
grupo. El padre, intentando consolarle le dice que no se sienta decepcionado, no hay
que darle tanta importancia a esa actividad, él tendrá algo mejor que
hacer...Comentarios que son bienintencionados pero que, en realidad, invalidan los
sentimientos del niño: su reacción al rechazo por sus pares ha sido considerada estúpida
y exagerada. Para poder desarrollar un sentido de orgullo o autoconfianza en quién uno
es, los niños necesitan ser validados en la legitimidad de sus sentimientos, que sus
sentimientos tienen sentido, que pueden ser entendidos y que serán aceptados
incondicionalmente.
A la mayoría de nosotros no nos gusta ver a nuestros hijos infelices, pero decirles
que no deben sentirse como se sienten invalida la legitimidad de sus experiencias. Más
que hacerles sentir mejor, pueden sentirse avergonzados por haber reaccionado del
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El marco conceptual del trabajo clínico que describiré, proviene del trabajo de
Winnicott “La consulta terapéutica en psiquiatría infantil”, de los principios que
conducen el diálogo terapéutico (Ornstein y Ornsetin, 1986), y de la teoría de Heinz
Kohut del desarrollo del self (1971, 1984).
Como saben, la aproximación de Winnicott al tratamiento de niños fue determinada
principalmente por consideraciones del desarrollo. Como psicoanalista, Winnicott era
consciente de la importancia de evaluar y comprender exhaustivamente el mundo
interno del niño (las ansiedades de éste, modos de defensa y adaptación, las fantasías y
sueños del niño), y al mismo tiempo era también plenamente consciente del impacto
que el entorno del niño tenía sobre estas experiencias internas, y por tanto en el
desarrollo ulterior de éste. Combinando sus consideraciones sobre el desarrollo con su
reconocimiento de que la psique del niño es siempre un "sistema abierto"(abierto a
influencias tanto patológicas como terapéuticas), recomendó que el terapeuta debería
aspirar a "desbloquear el proceso de maduración progresivo del niño...de manera que
el cambio que haya conseguido de este modo pueda ser utilizado por los padres y
los demás cuidadores de su contexto social inmediato" (subrayado nuestro).
Esta recomendación me ayudó a entender que para que el tratamiento individual del
niño sea eficaz, el terapeuta no tenía que hacer más --pero tampoco menos--que quitar
los obstáculos que el síntoma del niño había colocado en el camino del subsiguiente
crecimiento y desarrollo. Eliminar el síntoma, sin embargo, constituiría sólo un aspecto
de los objetivos a los que el terapeuta apunta, porque "el cambio que el terapeuta ha
conseguido de este modo tiene que ser usado por los padres que son los responsables en
el entorno social inmediato". Y Winnicott seguía diciendo: "si el niño marcha de la
consulta terapéutica y vuelve a una familia o situación social anormales, entonces no
habrá una provisión por parte del entorno del tipo que se necesita y que en cambio
podríamos dar por segura. Confío en que el "entorno emocional promedio esperable"
salga al encuentro y utilice los cambios que han tenido lugar".
En otras palabras, a pesar de cuán penetrantes puedan ser los comentarios
interpretativos del terapeuta, los cambios en el niño sólo pueden esperarse cuando el
entorno se sitúe "en un promedio esperable": un entorno que pueda responder a las
necesidades del niño para madurar.
Pero las familias de las que nuestros pequeños pacientes provienen, raramente
estarán dentro del “promedio deseable”. Además no acostumbramos a confiar en el
entorno “promedio" aparente. Hemos a prendido a apreciar las formas sutiles de
negligencia emocional y de abuso a que los niños pueden quedar expuestos; abuso
emocional del que el entorno mismo puede no ser consciente. La parte principal y más
difícil de nuestro trabajo terapéutico puede que no esté relacionada con el tratamiento
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del niño sino con nuestros esfuerzos para crear un ambiente que no solamente esté "en
el promedio esperable", sino que sea terapéutico en relación al niño y su síntoma.
En el curso de mis actividades como clínica, supervisora y consultora, me he dado
cuenta del desencanto creciente de los terapeutas con el tratamiento individual de niños,
incluso cuando éste era combinado con el tratamiento coadyuvante de uno u otro de los
cuidadores principales del niño. (Aquí me refiero al tratamiento guiado por la teoría
psicoanalítica, no a diversas formas de modificación de conducta y aproximaciones
cognitivas). Por otro lado, tampoco creo que la respuesta esté en recomendar
tratamiento familiar en casos en que los padres acuden con una preocupación acerca de
un niño sintomático.
Diré unas palabras acerca de por qué, en mi opinión, el tratamiento familiar no es
la respuesta al dilema terapéutico. Asumo que hay pocos terapeutas familiares
"ortodoxos" que no recomendarían una exploración clínica del niño para descartar la
posibilidad de déficit neurológicos que no hayan permitido al niño integrar sus
experiencias desde el nacimiento, o que no desestimarían la manera en que por ejemplo,
los problemas de autoestima del niño puedan relacionarse con una discapacidad en el
aprendizaje. El fallo en evaluar las dificultades del niño más allá de los obviamente
psicológicos debería no ser ya un problema prevalente. Lo que yo veo como un
problema en el tratamiento familiar es que al niño enfermo no se le da la oportunidad de
ser escuchado respecto a la naturaleza única de sus dificultades. Las fuentes del
comportamiento sintomático del niño sólo pueden ser determinadas cuando el terapeuta
y el niño tienen la oportunidad de descubrir juntos lo que este niño está
experimentando subjetivamente en este momento en su vida, esto es,
intrapsíquicamente. En un encuadre de terapia familiar, no se puede esperar que el niño
comparta libremente sus sentimientos. Suele suceder que es durante una continuada
relación con el terapeuta, o los insights conseguidos a través de las comunicaciones
simbólicas del niño (juego, dibujos), que las ansiedades del niño, déficits de desarrollo y
conflictos subyacentes al síntoma, pueden ser identificados.
Otro problema relativo a la terapia familiar es que el tiempo requerido para que
haya cambios en la dinámica del sistema familiar son demasiado lentos para tener un
efecto significativo en el niño.
El foco temprano en las dificultades específicas y el modo en que éstas interactúan
con el entorno, ha alcanzado una gran importancia últimamente. En tanto las
restricciones externas nos imponen límites, estas misma restricciones han facilitado el
aprendizaje y la enseñanza de la psicoterapia focal. De la misma forma que la teoría y la
técnica de la psicoterapia focal ha ayudado a reconceptualizar y a añadir precisión a la
conducción de terapia a corto y largo plazo, estas restricciones de las que hablamos
también han ayudado a conceptualizar la conducción de la terapia familiar centrada en
el niño.
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Ejemplo clínico
Intentaré mostrar la forma de proceder en este tipo de diálogo terapéutico-
diagnóstico resumiendo un tratamiento familiar centrado en el niño que fue aprobado
por parte de la compañía de seguros para ser llevado a cabo en veinte sesiones. Este
ejemplo podría plantear la cuestión, sobre si los niños que vemos en la clínica de
servicios sociales, que han pasado por diferentes casas de acogida (familias de acogida a
corto plazo) y han sido sacados de la escuela repetidamente, pueden ser tratados de una
forma similar al niño que ha vivido en una familia intacta y ha estado disfrutando de los
beneficios de la existencia de la clase media. Obviamente, el reto terapéutico de tratar
niños que viven en familias altamente disfuncionales es mucho mayor.
Andrea es una niña de 12 años, la mayor de dos hijos, su hermano tiene 9 años. El
padre llamó porque los padres estaban preocupados por el comportamiento desafiante
de Andrea hacia ambos padres, pero sobretodo hacia su madre. La niña, dijo el padre,
rechaza cualquier cosa que se le pida , independientemente de lo insignificante que sea.
Aunque les pedí que vinieran los tres juntos a la entrevista inicial, el padre dijo que
prefería venir a la primera entrevista sin la niña.
Los padres son inteligentes y educados. Emplearon los primeros quince o veinte
minutos en darme varios ejemplos de la conducta desafiante de la niña. El padre, en
particular, insistía en como intentaba razonar con la niña, pero estos razonamientos
nunca servían de nada. Después de escuchar la manera en que ellos presentaron las
dificultades de la niña y los esfuerzos que ellos hacían para corregir su comportamiento,
les dije que su énfasis en sus esfuerzos me hacían pensar que quizá a ellos les
preocupaba que yo llegara a pensar que no eran unos buenos padres. Ambos
respondieron de una manera muy distinta a mi comentario. El padre se puso furioso de
pensar que yo podía haber supuesto, de alguna manera, que él se sentía responsable de
las dificultades de su hija. La madre, por otra parte, empezó a llorar levemente y a decir
que ella se sentía demasiado responsable de la infelicidad de Andrea. Aguantándose las
lágrimas habló de que Andrea nació después de siete años de matrimonio cuando la
pareja ya no tenía expectativas de poder tener hijos: “Era la niña de mis ojos. Habría
hecho cualquier cosa por ella...” Cuando Andrea ya tenía edad para ir a la escuela, la
madre hacía los deberes con ella de forma regular, o cualquier otra cosa que pudiera
necesitar o querer. Ahora la madre está amargada y enfadada por lo que está recibiendo
a cambio de sus esfuerzos! Ambos están más preocupados en mostrar nuevas pruebas
de lo irracional que puede llegar a ser su hija, que no en entender como esto se relaciona
con su ansiedad y profunda inseguridad. Explicaban que Andrea puede ir hasta
cincuenta veces a la mesa del profesor en el curso de una día para que le sea dicho si su
trabajo estaba bien hecho. Y lo hace a pesar de ser una excelente estudiante. Cuando les
comenté que tenían que tener en cuenta que Andrea necesita este tipo de refuerzo, el
padre dijo, comparándola con su hermano, que Andrea no es muy brillante y que por
tanto tiene que trabajar muy duro para poder sacar buenas notas, pero que estas buenas
notas son muy importantes para ella. Él pensaba que se “volvía loca” cuando no podía
hacer su trabajo, y entonces pedía enfadada que sus padres la ayudaran. Finalmente
concertamos una cita para que yo viera a Andrea.
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Conclusiones
Esto ha sido un breve resumen de un abordaje terapéutico en el que he hecho un
esfuerzo para identificar el área de interacciones padres-hijo en la que las respuestas
parentales disfuncionales continúan reforzando – y por tanto potencialmente
reforzando- los problemas emocionales del niño que presenta los síntomas. En estas
entrevistas diagnóstico –terapéuticas, la tarea del terapeuta es el diagnóstico en
profundidad de los síntomas del niño y de sus vulnerabilidades particulares que puedan
haber interferido en la habilidad de los padres para tener un contacto empático con el
dolor emocional del niño. El aspecto más difícil de la tarea del terapeuta en un proceso
de tratamiento como este es transmitir su entendimiento a los padres de una forma que
dé como resultado un aumento de la habilidad de estos en apreciar la naturaleza de las
ansiedades del niño en lugar de continuar intentando corregir su comportamiento
sintomático.
BIBLIOGRAFÍA
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