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Comentario a la Encíclica Fides et Ratio

“Fides et ratio” comienza con una propuesta de explicación crítica de lo que ha


sucedido con la razón humana en las últimas épocas de la historia. El problema puede
resumirse en la autolimitación de la razón. El motivo último de esa autolimitación
consiste en la privación voluntaria de los pensadores de toda una época, de muchas
referencias necesarias para la razón humana que vienen de la mano de un componente
indispensable en su desarrollo: la confianza, tanto en los datos asequibles en las
tradiciones y en otros conocimientos humanos adquiridos naturalmente, como en los de
la revelación de origen sobrenatural.

La autolimitación de la razón a unos moldes muy particulares va acompañada de


una falsa imagen del hombre, que se encierra en determinados aspectos de sus
potencialidades, y no admite otra ayuda en el desarrollo de su conocimiento que el que
le proporciona un modelo específico de razón, que algunos autores han denominado
“razón desvinculada”. El hombre concibe como parte de su dignidad su aislamiento de
toda ayuda externa y de toda pauta heterónoma de comportamiento. Como dice el texto
de la encíclica, “la filosofía moderna (...) en lugar de apoyarse sobre la capacidad que
tiene el hombre para conocer la verdad, ha preferido destacar sus límites y
condicionamientos” 1.

La valoración que realiza la propia modernidad de este fenómeno es


contradictoria: por un lado se concibe como la humildad de no llegar más allá de lo que
nuestras limitadas potencialidades nos permiten (particularmente Locke instaura el
modelo racional como la sonda de un barco, de longitud limitada, que sólo es capaz de
llegar a medir determinadas profundidades; y Kant junto al slogan “sapere aude” se
empeña en limitar el ámbito del conocimiento). Pero la sensata constatación de este dato
no viene acompañada de la lógica consecuencia de buscar ayuda para la razón por todos

1
Fides et ratio, n. 5
los medios disponibles. Seguramente el prejuicio de los racionalistas encuentra
explicación lógica en la prevención que sentían hacia esas otras doctrinas no
contrastadas racionalmente que tanto se habían alejado de la realidad, contrariando
incluso el más evidente uso racional, y en su consiguiente confianza en cambio de
paradigma asociado a un progreso sin precedentes que ya entreveían.

Pero en realidad, ese énfasis en la limitación de la razón, constituye una falsa


humildad y se comprende mejor como independencia y autonomía del hombre respecto
a cualquier factor externo. Esto es coherente, no sólo con el proceso de secularización
que se da en la modernidad, sino también con el progresivo énfasis por dominar otros
factores externos, como, por ejemplo, la naturaleza.

El problema de la certeza es uno de los que más agobian a la modernidad, y


también un síntoma de la inseguridad de todo su proyecto filosófico. El modelo de
racionalidad cientificista trata de alcanzar dicha certeza con las armas de la
comprobación empírica y la argumentación lógica. Y seguramente esta metodología es
la adecuada para ciertos sectores del saber humano. El problema fue extender el modelo
al resto de las disciplinas y negar paralelamente el estatuto racional de la metafísica.
Pero progresivamente se van poniendo en duda determinados aspectos del conocimiento
por verificación experimental, pues no se dispone del armazón filosófico necesario para
justificarlo. Así, se somete a crítica el principio de causalidad y las mismas percepciones
de los sentidos. El resultado es una epistemología de carácter precario y provisional, que
ha desembocado en un desprestigio de la razón misma, cuyas corrientes más
significativas no deja de señalar la encíclica.

“Fides et ratio” detecta también en la certeza un punto clave para la búsqueda de


la verdad. Sin certeza esta búsqueda se hace tediosa y fácilmente se abandona.
Precisamente es la certeza lo que se encuentra en la confluencia de razón y revelación.
La instrumentalización de la razón es la tentación consiguiente a la autonomía y
aislamiento. Si la razón no encuentra un referente absoluto en la verdad, sino que
depende de los condicionantes del hombre; si, además, la incertidumbre nos hace
débiles en esa búsqueda, es fácil pretender convertir la razón misma en un instrumento
para el dominio y la manipulación. Juan Pablo II señala certeramente los ejemplos de
estas lacras en el siglo XX. Pero en esas líneas se adivina incluso la ambigüedad del
progreso entendido como lo ha venido haciendo la modernidad en sentido técnico e
instrumental. Los resultados más llamativos han sido utilizados o corren el riesgo de
utilizarse contra el hombre mismo. Más aún, la razón instrumental no proporciona un
referente claro para negar la legitimidad de tal uso.
Aparte de la complementariedad entre fe y razón para el adecuado desarrollo del
conocimiento humano teórico y práctico, llama poderosamente la atención la
reivindicación de la metafísica que Juan Pablo II realiza en la encíclica. Una metafísica
realista acompañada de una gnoseología que se plantee el conocimiento de la verdad
como adecuación entre las cosas y el intelecto, y sea capaz de proceder por analogía del
ser, “capaz de trascender los datos empíricos, (...) para llegar del fenómeno al
fundamento” 2. La filosofía encuentra este nuevo reto para poder adecuarse a las
exigencias que le plantea la teología que, en el fondo, se concreta en la apertura a la
trascendencia. El énfasis de Juan Pablo II termina por declarar que esta aproximación no
es sólamente necesaria, sino además urgente “para superar la situación de crisis que
afecta hoy a grandes sectores de la filosofía” 3.

Otro punto neurálgico de la encíclica es su enfoque antropológico. La búsqueda


de fe y razón se encuentran precisamente en la persona humana que alcanza su referente
y su significado pleno en la persona del Verbo encarnado. La consonancia con el
magisterio del Concilio Vaticano II es total, como por otro lado lo ha sido el desarrollo
antropológico que ha realizado el romano pontífice en varios documentos.

2
Fides et ratio, n. 83
3
Fides et ratio, n. 83
En el comienzo de “Fides et ratio” se van dan dos definiciones del hombre en
función de la capacidad de conocimiento y de su situación en el mundo. La primera de
ellas explica que el hombre es “aquel que busca la verdad”. La vida como una búsqueda
es una constante de la filosofía medieval cristiana, y también últimamente se ha vuelto a
poner de relieve en autores contemporáneos 4. Precisamente ese carácter del hombre “in
via” le hace abrirse a ulteriores posibilidades que no alcanza a conocer con sus propias
fuerzas naturales. Inmediatamente se impone otra definición del hombre como “aquel
que vive de creencias” 5, que no excluye la anterior, sino que la complementa, de la
misma forma que la capacidad racional humana no excluye sino que más bien requiere
la ayuda de otros para formarse y sostenerse. Todavía esa confianza informe en los
demás remite a una confianza mayor en quien no puede engañarse ni engañarnos: Dios
mismo. La fe se expresa como confianza necesaria para que la razón no desespere en la
búsqueda a la que naturalmente se encuentra abocada y no fácilmente satisfecha.

Por tanto, descubrimos que la definición de hombre queda incompleta sin la


referencia a la relación con Dios. Quien vive de creencias no puede conformarse con
confianzas meramente humanas o con una pseudomitología. Precisamente de ahí arranca
el relato histórico con el que Juan Pablo II pretende constatar el papel que la conjunción
de fe y razón han desarrollado en la evolución histórica del pensamiento humano.

La adopción crítica de la filosofía griega supone un paso importante en esta


comprensión histórica. “Fides et ratio” valora positivamente la aportación filosófica de
la Grecia clásica, como algo perenne en al autocomprensión filosófica que debe acoger
la teología cristiana. Esto es debido, en primer lugar, a su carácter crítico respecto a
opciones teológicas que no respetan el estatuto de la razón humana, y, en segundo lugar,
porque su adopción por parte de los pensadores cristianos de los primeros siglos ha
hecho que sus términos y concepciones cristalizaran en la explicación de conceptos-
clave de la teología.

4
Vid la definición de Alasdair MacIntyre en Tras la virtud: expresa toda vida humana como relato de una
búsqueda de la verdad y del bien. Cfr. Tras la virtud, Crítica, Barcelona, 1984, p. 270.
5
Fides et ratio, n. 31
No sucede lo mismo con la valoración de la filosofía de la modernidad en “Fides
et ratio”. Junto a aspectos positivos que toda filosofía puede aportar, se centra en
algunas críticas a su carácter cerrado respecto a la trascendencia, en buena parte debido
al rechazo de la metafísica del ser y a la adopción de una idea sesgada del hombre
mismo. Da la impresión de que el juicio de la encíclica respecto a la modernidad
consiste en haber despreciado una oportunidad importante de aportar unos aspectos
positivos al conocimiento humano, como la capacidad de la conciencia, el pensamiento
crítico, la valoración de la técnica y la historicidad. Pero, a causa del énfasis de los
pensadores modernos en la autonomía de la razón humana, y en los límites
consiguientes para autotrascenderse, su evolución histórica ha llevado a callejones
teóricos sin salida (relativismo, subjetivismo, nihilismo), y a consecuencias prácticas
desastrosas desde el punto de vista práctico (regímenes totalitarios, materialismo
práctico, etc.).

Juan Pablo II confía en que se puedan recuperar los aspectos positivos del
pensamiento moderno sin caer en estas lacras, pero para ello sugiere unas condiciones
que están presentes en la tradición bíblica:

1ª “que el conocimiento del hombre es un camino que no tiene descanso”: esto a


veces no lo ha entendido una mentalidad cientificista, que pretendía haber alcanzado la
fórmula definitiva de todo conocimiento en el modelo acabado de la ciencia matemática,
y ha intentado reducir el pensamiento a lógica;

2ª “que ese camino no se puede recorrer con orgullo”: en el fondo, se trata de


conservar la apertura de la razón hacia otras realidades y formas de conocimiento que
pueden superarla;
3ª “que la razón debe reconocer a la vez la trascendencia soberana de Dios y su
amor providente” 6. Aquí está incluido el conocimiento de Dios a través de la analogía
de los seres creados, y, por tanto una visión que admita la metafísica del ser.

A estas tres condiciones de la tradición bíblica se añade una cuarta: “el hombre
no puede comprenderse sino como «ser en relación»” 7. Aquí también es urgente la
superación de los caminos individualistas de la modernidad, y más en concreto, del
individualismo e inmanentismo de la empresa filosófica.

Un poco más adelante, al tratar de la verdad y los caminos que conducen a ella,
la encíclica se detiene en un argumento de tipo personalista. Las verdades que se
derivan de una relación interpersonal se basan en la verdad de la persona. No es la meta
humana la consecución de una verdad abstracta “sino que consiste también en una
relación viva de entrega y fidelidad hacia el otro”. 8 Ahí se encuentra la certeza, ausente
de tantas concepciones modernas de la verdad, donde ésta se ve reducida, en el mejor de
los casos, a un ideal orientador pero inalcanzable. Con ello la búsqueda del hombre se
bifurca en “búsqueda de una verdad y de una persona de quien fiarse” 9. Juan Pablo II
nos pone ante los ojos el descubrimiento de la vida sobrenatural y de que sólo en Cristo
se encuentra el final de esa doble búsqueda, donde confluyen a su vez la verdad natural
y la verdad revelada.

Resulta llamativo el desinterés con que algunos críticos han recibido la encíclica
“Fides et ratio”. El silencio ha sido la máxima expresión de una oposición frontal. Pero
las pocas críticas aparecidas han acusado al documento de presentar a la filosofía como
una esclava de la teología. No se han parado a pensar que, precisamente esa formulación
“ancilla theologiae” brilla por su ausencia en la argumentación de la encíclica. Y sin
embargo, Juan Pablo II se ha apropiado la expresión kantiana “sapere aude”. En la
introducción, el documento afirma que fe y razón son como las dos alas del
6
Fides et ratio, n. 18
7
Fides et ratio, n. 21
8
Fides et ratio, n. 32
9
Fides et ratio, n. 33
conocimiento humano. Quienes pretenden ignorar el problema de las relaciones entre
ambas instancias de conocimiento, en el fondo están cortando las alas del saber, y el
perjuicio recae en primer lugar sobre la propia razón que supuestamente defienden.

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