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Según Sánchez, hay diferentes variables que dibujan el nuevo mapa humano
español. Baja fertilidad, nuevos flujos migratorios y despoblamiento del área rural. Y
todos están entrelazados. Antes del estallido de la crisis, la inmigración no paraba
de crecer. La población española no dejaba de aumentar. Y los números de
natalidad y mortalidad comenzaban a cuadrar en un país al que le cuesta tener hijos
y con la segunda esperanza de vida más alta del planeta. Sin embargo, “con la crisis
se frenó la inmigración y comenzó un proceso de expulsión, no tanto de españoles
como de extranjeros”. Este proceso se ha revertido de nuevo. “Ahora estamos
volviendo a tener una ganancia neta”, es decir, viene más gente de la que se va.
Según los expertos, los que vuelven no son los españoles que salieron. Que
tampoco fueron tantos. Joaquín Recaño, profesor de Geografía de la Universidad
Autónoma de Barcelona”, apunta que “el 88% de los españoles que se
contabilizaron como migrantes eran, en realidad, extranjeros que habían conseguido
la nacionalidad española”. Este grupo poblacional aprovechó “el estatus residencial
para emigrar a otros países”. Pero la situación se ha revertido. Están de vuelta, con
dos cambios significativos. “Se ha apreciado un aumento de inmigrantes
procedentes del Magreb, especialmente de Marruecos”, señala Recaño. “Y también
se percibe la respuesta a la emergencia económica de Venezuela, un país cuyos
ciudadanos no necesitaban visados hasta ahora para viajar, porque no tenían
tradición”. Pero que, ahora, protagonizan un flujo migratorio incesante.