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NATURALEZA, ESPACIO Y GEOPOLÍTICA

N a tu r a l e za , d iscu rso crítico

Y PRAXIS REVOLUCIONARIA

Con el auxilio del discurso crítico de Karl M arx y de su teoría


revolucionaria, este trabajo expone algunas ideas generales de
la manera en que la modernidad ha concebido a la naturaleza
y cómo esta noción, en la unidad pensamiento-acción de la pra­
xis social capitalista, ha contribuido a generar y a perpetuar
la fantasía ilustrada de un progreso sin límites que supuesta-
mente camina sin escalas al reino de la libertad y la felicidad
humana, pese a las innumerables muestras de su permanente
aesvío. Evidencias que son en realidad la inequívoca demos­
tración de los rasgos del retroceso moderno y, sobre todo, del
rotundo fracaso en su forma capitalista. Por ello este trabajo
profundizará igualmente en cómo esta noción de la naturaleza
ha limitado la promesa moderna de libertad, saboteando toda
posibilidad de autarquía y volviendo a la naturaleza no sólo un
objeto de dominio humano sino un instrumento para la opre­
sión del hombre por el hombre mismo y, sobre todo, de manera
paradójica, un medio por el cual la praxis social se ha mante­
nido artificialmente sometida a la materia y a la acción “auto­
mática” de la acumulación de capital. Los argumentos de este
trabajo se sustentan en la necesidad revolucionaria de concebir
a la naturaleza co m o una lnstancía fundamental d e lo social
'-Sobre lasque descansán elementos básicos de su praxis política,
es^decir, elementos para un ejercicio de la libertad en el marco
de lo materialmente posible
^ Extendéremos este diálogo sobre la noción de naturaleza
hasta la evaluación de su vigencia en el proceso revoluciona­
rio y, sobre todo, a su consideración como elemento necesario
para el ejercicio de nuestra praxis política transformadora.
Por ello abordaremos nuestra consideración de la naturaleza

101
JL \J£t

y de la teoría crítica desde la crítica misma de la praxis políti­


ca en el seno de la sociedad capitalista, y no como un problema
que se defina lógicamente entre las diferentes teorías. Y esto
porque la forma concreta de nuestra sociedad histórica ha
registrado ya diversas experiencias revolucionarias que se
han encaminado, no sin severos tropezones, hacia una for­
ma social verdaderamente humana, es decir, hacia una pra­
xis histórica verdaderamente libre. Pero al mismo tiempo -y
desde nuestra perspectiva en esto consiste la necesidad de
la crítica— estos esfuerzos revolucionarios han encontrado
en la forma de esta misma praxis política los límites históri­
cos a nuestro ejercicio de libertad y a nuestra propia p.topía
revolucionaria.

D iscurso crítico y dialéctica sociedad-naturaleza

Estamos convencidos de que, al menos en su parte sustancial,


•la obra de Alfred Schmidt El concepto de naturaleza en Marx
(2012) es una clara continuación de la advertencia que el pro­
pio Marx nos hizo en varios de sus textos sobre la necesidad
de ubicar la naturaleza en la unidad dialéctica histórica real­
mente existente-entre la-socieda y la-n aturaieza. perspectiva
que en cierto sentido fue retomada y profundizada por Max
H orkheiiner y Theodor Adorno en su D íaléctica de la Ilus­
tración (1998)7oÍira“que inaugura la llamada Teoría Crítica
de la Escuela de Frankfurt. Estos autores han insistido en
la necesidad revolucionaria de concebir a la naturaleza cómo
unalúist&ncia fundamentalde lo social^en la que descansan
elementos indispensables para su éjercicio político y, por eso
mismo, para hacer materialmente posible el ejercicio de su
libertad. Un horizonte de realidad objetiva en el que estos au­
tores sitúan, al menos en parte, no sólo el fracaso de la revolu­
ción sino también el de la promesa moderna de un reino de la
libertad; en su lugar la modernidad nos ha llevado a nuestra
propia enajenación política -form al y m aterial- e incluso ha­
cia la barbarie. Nos hallamos entonces frente a una noción
moderna sobre la naturaleza que es limitada e incompleta
en sus formas no dialécticas, porque de diversas maneras
la desvincula absoluta o relativamente de la sociedad. Pero
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I» consecuencia política que nos interesa subrayar es que el


aislamiento a que conduce esta desvinculación es doble: bajo
esta noción de naturaleza la sociedad también es desgarrada,
porque se désliga de_la politicidad de .sus -fuerzas producti­
vas materiales y de la reflexión profunda sobre la posibilidad
de autárquía material y de la utopía revolucionaria que la
incluya. Se trata pues de una noción de la naturaleza que al
suponerla en estado puro e independiente del sujeto, mutila
además a la sociedad misma, a sus individuaciones persona­
les y colectivas, a su forma histórica y a su ejercicio político
material. Una noción de la naturaleza que la considera del
todo externa, lo que, dicho sea de paso, resulta sumamente
conveniente para la clase social propietaria de las fuerzas pro­
ductivas materiales, ya que ésta se beneficia de la tendencia
’ histórica capitalista a la explotación de la fuerza de trabajo y
i la valorización del valor.
I En la modernidad la naturaleza ha sido escindida de lo so­
cial y reducida a mero objeto de interpretación y dominio hu­
mano. La sociedad moderna capitalista proclama su supuesto
señorío sobre los objetos desde un conocimiento instrumen­
tal pragmático puesto al servicio de este dominio, el cual, en
términos generales, tiene el rasgo epistemológico general de
empobrecer a la materia. Porque en la modernidadlaa materia
ha sido reducida a simple vehículo neutral y transparente de
la subjetividad humana, y e l l o conducido a un empobreci-
~rniento d e f objeto v del conocimien'to sobre esté; a un empo­
brecimiento que, hay qüé"décirló, es también un vaciamiento
material-y cognitivó del propio sujeto. Alfred Schmidt nos re­
cuerda que para Marx la naturaleza y la sociedad son dos par­
tes constitutivas de una sola unidad histórica, la unidad so-
cial-natural de una misma realidad material. Ésta —propone
Schmidt siguiendo a Marx—debe ser leída desde unqjcüaléctiga
entre el sujeto y el objeto en la que el trabajo, como categoría
patológica, se constituya como medio de realización objetiva de
las. intenciones y prácticas humanas pero también de la repro-
dugción social en cada uno d& aus planoay j¡arm&§ históricas. La
naturaleza material, en tanto que medio o entorno físico, bio^
lógico y soéial, es condición general del trabajo humano, pero
es también su medio técnico y su objeto de realización —como
instrumento y como bien social—; es la trama material social-
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mente configurada como unidad histórica sistémica que se


mantiene siempre vigente y dinámica en la praxis social del
presente. La naturaleza es aquí la convivencia o unidad de dos
temporalidades humanas en la práctica presente: la del traba­
jo vivo o actuante, y la del trabajo muerto u objetivado. De estg
'unidad nos habla Marx en sus Elementos fundamentales para
la crítica de la economía política (Grundrisse) (2001b), y desde
ella resulta imposible distinguir la frontera entre lo social y
lo natural, e irrelevante buscar la pureza de estas instancias.
Esta unidad social-natural es constituyente de la existencia
material social, pero no se limita a considerar la objetivación
de la práctica social en la naturaleza, ni a ésta última como un
mero espejo material de su propia práctica; además reconoce
cierta legalidad natural en la materia, patrones naturales de
comportamiento que en cierto sentido mantienen su autonomía
respecto délas prácticas sociales históricas y de las intenciones
humanas queTas'acompañan. Perú1nirpui ello'es'u n a legali-
dad aislada del süjefoTni mucho menos socialmente neutral
o transparente. Alfred Scbmidt nos recuerda con pertinencia
que justo por este comportamiento natural de la materia -in -
serto en las relaciones sociales mediante el trabajo hum ano- es
!posible para el hombre satisfacer sus necesidades y potenciar
sus capacidades creativas, y no a pesar de ella como pregonan
ciertos idealismos. De ahí que para M arx la naturaleza sea
sin duda una categoría de lo social. Pero Alfred S<jhmidt nos
advierte que no perdamos de vista el hecho de que para Marx
la sociedad también es una instancia de la naturaleza. Y no
sólo porque el trabajo o práctica humana -presente y pasada,
actuante y objetivada-, en tanto que fuerza socialj3uasta_en
marcha. es invariablemente la exteriorizacion de una, fuerza
-natural, sino sobre todo porque el sujeto social sigue sin ser
completamente dueño de sus fuerzas productivas materiales
y, por lo mismo, sin ser políticamente dueño de su propia his­
toria. La praxis histórica en la modernidad capitalista no con­
sigue hacer completamente suya su capacidad material crea­
tiva, ni mucho menos su obra histórica material; de ahí que
en cierto sentido, pese a su autoproclamado señorío, el sujeto
social moderno siga sin ser verdaderamente dueño de su liber­
tad material.
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L ím ites de la libertad m oderna


y p reh istoria m aterial

Sucede que en la forma histórica moderna, la incapacidad so­


cial dejfutarquia, material se definió a la par de la emergencia
de la forma süóial mercantil y de la producción propiamente
capitalista. Una situación que simultánea y contradictoria­
mente ha puesto a las fuerzas productivas como un instrumento
de enajenación debido en parte a la escasez.de fuerzas produc­
tivas y en. parte_aja suspensión y enajenación de su politici-
dad nor la vía del mercado y ja producción paraTa valoración.
Es una situación de la que nos habló Jean-Paul Sartre en su
Crítica de la razón dialéctica (1963), y también Bolívar Eche­
verría en su texto ¿Qué es la modernidad? (2009). Una situa­
ción contradictoria de escasez de fuerzas productivas mate­
riales que es artificialmente mantenida por nuestra actuación
ciega o automática subordinada al mercado capitalista. Y al
mismo tiempo una situación histórica de escasez artificial de
libertad material humana, en la que paradójicamente se per­
petúa, también artificialmente, la subordinación de la praxis
social a la materia natural.
Como nos enseñó a pensar Marx en sus Grundrisse -texto
donde explica de manera contundente que la enajenación po­
lítica se deriva de la propia forma histórica de las relaciones
sociales y no de la falta de conciencia de determinado proce­
so-, con la generalización de las relaciones mercantiles como
conectores sociales constitutivos de la modernidad mercantil-
capitalista, entregamos la posibilidad de libertad comunita­
ria al azar —a la mano invisible del mercado-, y debido a ello
nuestras relaciones sociales fueron cosificadas. Pero si con la
reificación de los vínculos sociales generales del mercado que­
dó suspendida la posibilidad real de darnos forma social de
acuerdo con un proyecto político común, en la manufactura se
vendría a sumar el hecho de que nuestros cuerpos individua­
les fueron subordinados al comportamiento automático que
surgía del proceso histórico de edificación de una maquinaria
social en los procesos productivos, maquinaria donde cada uno
de los cuerpos es una herramienta de sus engranajes sociales
(Echeverría, 1986). Nuestra capacidad autárquica no sólo fue
suspendida sino enajenada y subordinada al sentido que im­
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prime un sujeto sustituto que se comporta ante nosotros como


si fuera una “segunda naturaleza”, tal como lo expresa Marx
en el capítulo doce de El capital (2001a). Por si esto fuera
poco, Marx nos dice en el siguiente capítulo que en la etapa in­
dustrial, propiamente capitalista, este comportamiento auto­
mático que enajenó nuestra politicidad social dejó de ser sólo
una forma de relación social productiva y mercantil y pasó a
objetivarse en la máquina. Es decir, que conforme edificamos
la colosal maquinaria productiva y gran industria capitalis­
ta, que hoy día marcara ritmos, necesidades, acoplamientos y
sentidos en la producción, convertimos también a la natura­
leza socio-histórica (podemos decirlo ahora sin temor a reduc-
cionismos mecanicistas) en el medio material de nuestra auto-
enajenación. A la suspensión y enajenación formal de nuestra
politicidad, vigente hasta nuestros días, se sumó la enajenación
material, la de nuestros cuerpos sometidos a la máquina, ena­
jenación que causa en los individuos el total vaciamiento de su
capacidad material social y los pone a disposición de la máqui­
na como si fueran meras herramientas particulares de un en­
granaje técnico que perpetúa realmente el dominio del hombre
por el hombre mediante la naturaleza. Pero además, cuando
se observa el proceso en conjunto, se advierte la prosecución,
bajo los designios del “sujeto automático”, de la tendencia a la
valorización del capital, la cual nos imposibilita dirigir formal y
materialmente nuestra empresa revolucionaria.
La naturaleza en la modernidad es entonces no sólo una
instancia que debe ser dominada por la sociedad, y no sólo un
medio de dominio del hombre por el hombre mismo; también
es, por vez primera en la historia, el medio .material dejjo-
minio que el sujeto automático ejerce sobre toda-la sociedad.
A nuestra incompleta politicidad material heredada de las
formas pre-capitalistas —seguimos siendo sólo parcialmente
dueños de nuestras fuerzas productivas materiales (Sánchez,
1997)- se ha sumado la subordinación material que origina
el comportamiento automático del valor que se valoriza me­
diante la máquina. Sin embargo, algo ha cambiado; de mane­
ra paradójica hemos desarrollado nuestras fuerzas producti­
vas materiales a tal punto que por vez primera se presentan
condiciones objetivas potenciales para liberarnos de nuestra
prehistoria material y para hacer verdaderamente humana
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nuestra obra histórica material. Y por eso, por vez primera,


la sociedad puede desembarazarse de una subordinación a la
naturaleza que es completamente artificial, aunque no por
ello inexistente; si dicha subordinación existe no es debido a
un insuficiente desarrollo técnico, sino por la complicidad de
este desarrollo con el mercado y con la acumulación de rique­
za abstracta. Así pues, en la modernidad vive lalentedacapa-
cidad social real de superar el yugo material de la naturaleza;
la modernidad nos ha colocado ante condiciones potenciales
reales para enfrentar, por vez primera en la historia humana,
el reto de ejercer libremente nuestra autarquía material y de
transitar de la prehistoria material a una historia verdadera­
mente humana.

El debate está abierto

Concluyo con una provocación. En la noción moderna que sepa­


ra a la naturaleza de la sociedad se oculta una nueva barbarie
y se anuncia la catástrofe a la que ciegamente nos dirigimos,
a la que nos dirige nuestra praxis social enajenada. El supues­
to señorío del hombre sobre la naturaleza de que presume la
modernidad ilustrada como medio y evidencia del progreso mo­
derno, es también para Marx y Alfred Schmidt, y para Max
Horkheimer y Théodor Adorno, origen y consecuencia práctica
de la explotación destructiva de toda fuente posible de riqueza,
es decir, del hombre y la. naturaleza, de los ecosistemas y los
recursos naturales, de las formas de socialidad y de la propia
vida humana. Una fuente de destrucción entonces de la unidad
histórica del sujeto y el objeto, pero también origen y conse­
cuencia práctica de la enajenación real de la politicidad social
-es decir, de su actuación automática conforme los designios
de la acumulación de capital-, la cual no sólo ha privado a
una enorme franja de la población mundial de la posibilidad de
elegir el tipo de utilidad cualitativa que traería nuestra activi­
dad material individual o colectiva, sino que también nos deja,
como sociedad histórica, sin la posibilidad de conferirnos una
forma social libremente producida, es decir, proyectada.
Estoy convencido de que aún hay mucho que recuperar de
esta noción unitaria de la sociedad y la naturaleza en su críti-
108

ca desde la teoría revolucionaria, especialmente para su supe­


ración teórica y práctica en los procesos revolucionarios; dicha
recuperación será decisiva para el ejercicio de una praxis social
verdaderamente libre que nos independice de los designios del
capital pero también de nuestra sujeción material a la natura­
leza. Aún es necesario un cambio teórico —pero fundamental­
mente práctico en los procesos revolucionarios—en la forma de
concebir la naturaleza y de concebirnos en ella; dicho cambio
nos ayudará a transitar de esta prehistoria moderna a una his­
toria verdaderamente humana.

B ibliografía

Echeverría, Bolívar (1986), El discurso crítico de Marx, Era,


México.
________ (2009), ¿Qué es la modernidad?, Universidad Nacio­
nal Autónoma de México, México.
Horkheimer, Max, y Theodor Adorno (1998), Dialéctica de la
Ilustración. Fragmentos filosóficos, Trotta, Valladolid.
Marx, Karl (2001a), El capital. Crítica de la economía políti­
ca, Libro primero, 1 . 1, vol. 2, Siglo XXI, México.
________ (2001b), Elementos fundamentales para la crítica
de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Siglo XXI,
México.
Sánchez Vázquez, Adolfo (1997), Filosofía de la praxis,' Siglo
XXI, México.
Sartre, Jean-Paul (1963), Crítica de la razón dialéctica, Losa­
da, Buenos Aires.
Schmidt Alfred (2012), El concepto de naturaleza en Marx, Si­
glo XXI, Madrid.
C ohesión , simultaneidad y sincronía

U nidad histórica del proceso de producción

DEL ESPACIO

Presentamos la noción de unidad histórica que contiene el


discurso crítico de Marx, para explicitarla como elem ento con­
ceptual, práctico y político central del proceso histórico que
Henri Lefebvre teorizó co m o jjroducción del espacio. Expone-
mos lo que a nuestro juicio constituye el contenido y el sentido
general de las principales ideas de esta teoría y, de manera
paralela, dialogamos crítica y propositivamente con ella desde
nuestra lectura y localización en la tradición de los m arxismos
críticos del siglo xx y lo que va del xxi.
El trabajo lo dividimos en dos secciones. En la prim era se
expone el sentido teórico y político de mantener la unidad his­
tórica del proceso'de producción del espacio como premisa_c¿n-
tral, asícom o la'fraecehdencia de ubicar el espacio en el centro
de la propuesta que lo teoriza. En la segunda parte, siguiendo
el orden lógico que propone el propio Lefebvre en su obra La
producción del espacio (1974), se desarrollan cinco planos es-
tructuradores de la unidad histórica, los cuales proponemos
son a un tiempo cinco formas de fuerzas vigentes que operan
en la producción del espacio, cinco horizontes de prácticas polí­
ticas particulares, y cinco niveles necesarios de complejización
'vjde esta teoría.
El propósito del presente ensayo es resaltar la enorme vi­
gencia teórica y política que hoy día mantienen los fundamen­
tos esenciales de esta teoría -expu esta hace más de cuatro
décadas-, así como la vigencia de su fundamento: el discurso
crítico del Marx. Nos proponemos darle difusión a estas teo­
rías e insistir en la necesidad de su estudio cuidadoso con ac­
titud crítica.

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Unidad histórica

Unidad histórica y producción social del espacio:


ontología, epistem ología y política
I Justificaremos de entrada la necesidad teórico-práctica de
mantener la unidad histórica como premisa ontológica, epis-
1 temológica y política de la teoría de la producción del espacio
V_de Henri Lefebvre (1974,1976 y 1978), y explicaremos por qué
no presupone una hqmogenización histórica, espacial -a-con-
ceptual, y menos aún la anulacioíí de prácticas políticas parti-
culares. En primer lugar porque la noción de unidad histórica
qué sustenta el discurso crítico de Marx reivindicaba vigencia
práctica de una forma históricamente cambiante dondelas
diferencias- múltiples coexisten cohesionadas en un todoljli-
námico. En segundo lugar, porque es en los elementos estruc-
turadores de esta unidad en movimiento donde se establecen
jerarquías, contradicciones y conflictos entre sus partes —in­
dividuos o sociedades particulares-. En tercer lugar, porque
es en la unidad y en los elementos estructuradores donde las
prácticas políticas particulares encuentran condiciones de po­
sibilidad para su emergencia y definición política concreta.
En el horizonte ontológico, la unidad histórica es el proceso
práctico de constitución del ser social: la sociedad histórica
concreta. Como sociedad real, es un tejido dinámico, abierto y
cohesionado que se encuentra en constante cambio; un tejido
que a su vez sincroniza, de manera siempre tensá y contradic­
toria, la diversidad de individuaciones, relaciones sociales y
líneas de fuerza en la que se establece la producción y repro­
ducción de la unidad concreta, y en la que se dirime cada una
de sus formas o identidades súdales particulares.
Aún instalados en el plano ontológico de la práctica, hablájr
de una sociedad propiamente histórica implica reconocer que
una condición fundamental de las sociedades concretas es su
multideterminación cualitativa singular; es decir: toda socie-
dad concreta, como unidad, adquiere su identidad de acuerdo
conia -forma singular del tejido de líneasjSe fuerza, relaciones
soGÍales„y fhrma«4 iarücul_are8 que la^constituyen. Y esto por­
que en el discurso crítico de Marx lo histórico no sólo refiere
ai-movimiento, a los múltiples ritmos particulares que sin­
croniza y cohesiona, sino también al cambio incesante de la
identidad de la sociedad concreta y a su momento actual de
desarrollo: es decir: lo histórico se refiere tanto a la transfor­
mación o cambio de forma operante de la unidad histórica, de
sus elementos estructuradores y de cada una de sus formas
sociales particulares, como al paulatino aumento de comple­
jidad en que se constituyen como totalidad concreta (KosíkX
*1967). Por éllo la forma de sociedad actualmente vigente como ,
/ unidad histórica práctica en movimiento -la sociedad capita-/
J lista- es el punto de partida estructurador y constitutivo de)
I cada una de sus partes y, como tal, el detonador de iqdivj/>
'Nluaciones particulares y de las jerarquías entre ellas/Sólo el
pensamiento metafísico, reconocido o no, concibe una sociedad
separadamente de sus cualidades concretas —e incluso en un
supuesto estado de pureza-; una sociedad que se constituye
en el principio genético de toda forma histórica posible, y en
el principio epistémico para descifrarla como agente produc­
tor de las formas históricas. Así pues. j.a unidad histórica vi­
gente —el capitalismo moderno en la forma que adquieren sus
múltiples cualidades cohesionadas y en sincronía—es el punto
de partida ontológico del proceso práctico de produc£ÍÚG..del
espacio, de su constitución histórica y de la posibilidad de in­
tervenir políticamente en él para transformarlo.
Queremos reivindicar con claridad esta manera de esta­
blecer la existencia práctica de la unidad histórica concreta,
para ponernos ¿ distancia de los viejos estructuralismos con
los que se pensó la totalidad histórica y ante los que atinada­
mente reaccionaron filosofías que reivindican la subjetividad
y la politicidad del individuo. Esto nos ayudará a no recurrir
a particularismos o atomizaciones que no sólo fragmentan la
sociedad concreta sino que dejan de reconocerle identidad en
¡ tanto que unidad, al igual que a cada uno de los planos tras-
/ versales qúe la estructuran, restringiendo esta condición sólo
Vados fragmentos.
a El problema no es menor, porque en términos generales
(los debates entre los estructuralismos y los particularismos
| / s e han caracterizado por establecer un antagonismo aparen-
I 1 temente insuperable entre las estructuras sociales y la politi-
( cidad de individuos particulares. Por un lado, el estructuralis-
mo empobreció la unidad histórica reduciéndola a los rasgos
1 que la “estructuran”: la mecanizó y la contrapuso jerárquica-
112

mente a la praxis política, al separarla del movimiento de la


historia y reconocerla como la principal —y en algunos casos,
única—fuerza que dinamiza la sociedad. Por su parte, los vie­
jos y nuevos particularismos consiguieron que las identidades
particulares se consideren exteriores entre sí: dejaron de reco­
nocerla existencia de los rasgos comunes que las estructuran
y sobrevaloraron su condición política al ignorar fil ynnjqnin
delineas de fuerza en las que se inscriben como figuras parti­
culares déla unidad históyica. El principal problema para la
revolución con esta falsa oposición es que se perdió el horizon­
te político de transformación como proyecto histórico común,
tanto de lps elementos estructurales vigentes como de la. uni­
dad social en su conjunto.
De aquí la necesidad de reconocer la cohesión, simultanei­
dad y sincronía de la unidad histórica en su autoconstitución
-en su forma, en su movimiento y en su transformación, lo
mismo en el horizonte ontológico que, fundamentalmente,
como momento estratégico para la práctica-política—. La for­
ma histórica capitalista en movimiento no sólp es el punto de
partida ontológico del proceso social de producción del espa­
cio; también es su fundamento científico crítico; es decir: es el
principio epistemológico para descifrar la producción del es­
pacio en ql que se apuesta además por la generación de capa-i
cidad y eficacia política objetiva para su transformación prác­
tica de acuerdo con un proyecto político^común. Dicho envíos
términos de Bolívar Echeverría (1986), es-eljnamente-teórieo
nfifigRarin-que-eonstituve la apuesta científica crítica df>l dis­
curso de MarxL&LmomentQ-teórico de ia revolución socialista.
La preocupación política fundamental (que asumimos como
propia) del discurso crítico de Marx, la revolución socialista,
consiste en examinar las condiciones históricas de posibili­
dad de intervención política que contiene la sociedad concre­
ta capitalista, así como la posibilidad de edificar, en nuestra
práctica política trasformadora, una finalidad común que sea
objetivamente posible; de ahí que el sentido político de consi­
derar teóricamente la forma histórica no haga referencia a su
movimiento y concreción como principio epistemológico puro,
sino a la necesidad de generar capacidad política para inter­
venir prácticamente en el movimiento histórico con miras a
trasformar las condiciones concretas desde la perspectiva de
113

una utopía posible. Éste es el sentido político central, y fre­


cuentemente ignorado, que llevó a Henri Lefebvre a propo­
ner la teoría de la producción del espacio y a justificarla como
momentorevolucionario necesario, y no sólo como un estrato
particular-de la realidad histórica susceptible de ser recupe­
rado por una disciplina que lo asumiría como objeto propio;
su propuesta constituye una teoría unitaria de lo que para él
es el punto de cohesión y sincronía de la producción y la re­
producción de la sociedad capitalista, de sus individuaciones,
relaciones sociales y líneas de fuerza particulares, así como
de la posibilidad política de su transformación conjunta, en
la que incluye la disputa ideológica. I$1 espacioJhi stórico como
unidad concreta en movimiento, es decir, como proceso histó­
rico de producción del espacio, no es otra cqsa_que lasodedad
histórica capitalista;_ésta, en tanto que proceso histórico, ex­
presa la unidad histórica —la cohesión y sincronía—de múl­
tiples espacios particulares, pero también la unidad de los
múltiples aspectos o elementos que dichos espacios tienen en \
común y los estructuran. A todas luces, en nuestra sociedad \
^capitalista existen dos instancias unificadas a escala global:
i las relaciones mercantiles en la producción y el consumo, al
igual que las fuerzas productivas.
La posibilidad objetiva y la necesidad de fortalecer una uto­
pía posible, es decir, realmente posible dentro de los marcos
que impone el capitalismo, llevaría a plantear la necesidad
de una teoría unitaria sobre el espacio —teoría que desarrolló
en cierto modo la teoría general de la sociedad presente en el
discurso crítico de Marx—; dicha teoría se convertiría en una
herramienta crítica en la disputa ideológica por la edificación
del proyecto social común, tanto en la lucha ideológica entre
clases sociales como en la del sentido táctico y estratégico en
el seno de la propia revolución. Desde esta perspectiva, a la
necesidad de descifrar la espacialidad social propiamente ca­
pitalista —la de su proceso histórico de producción—desde un
código que la devele como condición específica para la revo­
lución, vendría a sumarse la exigencia de disputar su recep­
ción en la práctica revolucionaria, tanto en el plano práctico
estratégico general de realización y ejecución de un proyecto
común, como en el que permitiría articular los espacios y pro­
cesos políticos diversos en los que aparentemente se definen
114

realidades secundarias e independientes del capitalismo, por


cuanto no corresponden fielmente al modelo dogmático del-ca-
pitalismo que difundieron el socialismo oficial y el teoricismo
mecanicista.

Tres niveles de concreción y vigencia del espacio


en la unidad histórica
¿Por qué esta preocupación por el espacio, en la reflexión sohre
la unidad histórica, como problema teórico y político central?
No se trató aquí de nombrar de manera distinta el proceso de
reproducción social ya descrito, a grandes rasgos, por el discur­
so crítico de Marx, ni de reconfigurarlo desde una perspectiva
geográfica -d e reivindicar él espacio para equilibrar una su­
puesta sobrevaloración del tiempo en la historia—, ni de cues­
tionarlo para sostener una teoríá general de la sociedad y su
movimiento histórico desde otros aparatos críticos —y no más
desde el materialismo histórico ni desde la crítica de la econo­
mía política-; el propósito de Henri Lefebvre fue especificar
históricamente aún más la forma peculiar de producirnos y
reproducirnos en*el' capitalismo^ que hoy en día, ademaS"de
estructurarse'en la producción-y consumo d e mercancías, se
fundamenta más que nunca -segú n este a u to r- en la produc­
ción del espacio. Adelantemos una respuesta a esta preocu­
pación política central desde una hipótesis que desplegamos en
tres niveles de realidad, los cuales son a la vez tres momen­
tos concretos que mantienen vigencia histórica en la'lorm a
capitalista de producir y consumir espacio.
En primer lugar, él espacio social histórico es la expresión
más concreta de las sociedades históricas, tanto por las dife­
rencias que contiene en su unidad y estructuración como en
sus tensiones; contradicciones y conflictos. Por esta razón, el
primer nivel del espacio es la unidad general que cohesiona
y sincroniza la producción y la reproducción de la sociedad
capitalista; como proceso histórico, la producción social del es­
pacio es el proceso de articulación dialéctica de la afirmación
de su forma y movimiento conjuntos con las múltiples formas
particulares y ritmos que sincroniza. El espacio histórico es,
decíamos, la vigencia concreta del conjunto de individuacio­
nes y relaciones sociales que constituyen la trama histórica de
115

socialidad capitalista, desde la que se establecen diferencias


jerárquicas entre los espacios particulares y los órdenes de
socialidad que los articulan y estructuran. Una trama históri­
ca en cuya cohesión y simultaneidad global operan múltiples
espacios particulares en sincronía y recíproca determinación,
pero no pese ajsus diferencias, como pregona el estructuralisA
/mo, sino gracias a ellas. Por ello, al abordar el espacio concreto'.
capitalista sería un error teórico e histórico suponer espacios
yuxtapuestos, independientes y sin conexiones constitutivas,
al menos a partir de la consolidación mundial del capitalismo/
■mercantil.
El segundo nivel es el que reconoce el espacio como campo
de disputa política. Por un lado éste se constituye en el tejido
que define la confrontación entre fuerzas políticas vigentes;
pero por otro lado, en su objetivación se establece como esce­
nario heterogéneo y asimétrico de la lucha de clases; es decir:
no se instituye como escenario imparcial e inocente sino como
forma dinámica que materializa las relaciones históricas de
fuerzas de toda la sociedad capitalista; en su unidad, forma
material y espacialidad se implanta como una fuerza vigente
que condiciona el devenir de la disputa política entre las cla-
,ses sociales inclinándolo a favor del dominio capitalista. Por
ello el espacio es aquí una forma de concreción de la disputa
histórica entre las fuerzas políticas de la sociedad capitalis-
ta; una forma que además conserva su vigencia como deter-
minante o fuerza particular de la confrontación entre clases,
tanto en la disputa vigente en la unidad histórica como en las
disputas particulares que se definen en cada uno de los espay
cios que engloba.
El tercer nivel representa la vigencia histórica del espacio
en la lucha de clases como instrumento político particular.
El espacio no es sólo una síntesis de la sociedad histórica y
un escenario asimétrico de disputa que en su especificidad se
constituye en una determinante o fuerza particular; es tam­
bién un instrumento político históricamente vigente. Un ins­
trumento particular de la disputa entre clases sociales desde
el que se despliega sobre todo un proyecto de sociedad; un
instrumento que ha sido utilizado por las clases dominantes
desde hace más de un siglo y no por las clases populares, al
menos no -desde lu eg o- con la misma amplitud, intensidad
116

y alcance en la unidad espacial histórica. En este tercer nivel


se constituye Un momento central de la apuesta política de la
teoría de la producción social del espacio: restablecer a éste
como instrumento teórico y político necesario para la revolu­
ción y, en términos reales y jpotenciáles, para la edificación y
realización del proyecto político común.
Estos tres niveles de vigencia práctica del espacio expre­
san momentos diferenciados en los que se despliega la propia
praxis espacial y su potencial momento revolucionario en la
unidad histórica capitalista; es decir: la praxis espacial revo­
lucionaria (León, 2013). Resta aún dialectizar estos niveles en
la unidad espacial. Es decir, falta reconocer la forma en que la
sociedad histórica mantiene vigencia como unidad dialéctica
entre el “todo” y la “parte”. Y para ello, como dijimos arriba,
es necesario evitar una noción!■estructuralista o autoritaria
de la totalidad -totalidad “totalitaria” como diría Goldmann
(1974)- que equivocadamente reduzca las diferencias y los
espacios particulares a meras singularidades portadoras del
proceso global o a una condición ornamental que los niegue y
margine como fuerzas vigentes, tanto en el momento consti­
tutivo de la unidad histórica capitalista como en las prácticas
políticas en otras escalas; y es igualmente necesario evitar la
seducción empirista que nos lleva a reconocer lo particular a
la manera de las nociones particularistas o atomizadoras, que
vacían la unidad al reducirla a la simple suma de las partes,
por cuanto suponen a los fragmentos externos e independien­
tes entre sí y sin elementos estructuradores en común —una
noción de totalidad “vacía”, como diría Karel Kosík (1967)-.
Por esta razón, una noción dialéctica de la unidad histó­
rica que no reproduzca nociones autoritarias ni vacías de la
totalidad requiere además incorporar estos tres niveles de vi­
gencia del espacio en cuanto formas concretas de emergencia
real y potencial de praxis espacial en cada uno de los espacios
particulares, pero sin perder de vista que dichos espacios no
están meramente yuxtapuestos sino que son interdependien­
tes entre sí. Es decir, concibiéndolos en primer lugar como
unidades particulares-locales con un orden propio; en segundo
lugar, como diversos campos de fuerza políticos, y finalmen­
te como instrumentos políticos particulares. Esto con miras
a dialectizar estos tres niveles desde sus ligas de identidad y
117

constitución recíproca simultánea tanto en el proceso general


de producción del espacio histórico como en la producción so­
cial de espacios particulares.
Pasemos ahora a desagregar cinco planos en los que el es­
pacio histórico encuentra unidad práctica en su cohesión, si­
multaneidad y sincronía.

Cinco planos de unidad del espacio histórico

Esta preocupación general por el espacio histórico y por los


tres niveles vigentes dentro de la unidad concreta, es la que
despliega prácticamente la teoría de la producción del espacio
|en la sociedad capitalista en función de la apuesta política

!
Ipor su transformación de acuerdo con un proyecto político co-
Imún. Sin embargo, la popularización de esta teoría ha traído
consigo una nueva contradicción; conforme se difunde y toma
fuerza en ámbitos académicos y políticos, se-han distorsiona-
do y, con ello, diluido algunos de sus -fundamentos políticos
relativos a la importancia, para la praxis revolucionaria, de
focalizar el espació histórico. Entre otras cosas por el empo­
brecimiento de la noción de unidad histórica que reivindica el
discurso crítico materialista que le da sustento. Dicho empo­
brecimiento se debe, en primero lugar, a la marginación del
momento necesario de disputa política entre clases sociales
en aras de un proyecto posible de sociedad histórica que in­
volucre un proyecto particular de espacialidad, que como tal
repercutirá de manera contradictoria en la reconfiguración de
la relación de fuerzas de la lucha entre clases sociales; y en se­
gundo lugar —y esto es una expresión particular del momento
político anterior—, al fortalecimiento 'de lecturas téo’ricistas de
la teoría de la producción social del espacio, lecturas que la
fragmentan y presentan, en su unidad o por fragmentos, tan
sólo como perspectiva analítica.
El nuevo problema teórico y político: el desgarramiento de
la unidad histórica y su frecuente reducción a uno de sus pla­
nos. Y es que además de las singularidades vigentes, es de­
cir, además de la multiplicidad de procesos de individuación,
líneas de fuerza, relaciones sociales y espacios particulares
que conforman la sociedad histórica, es necesario reconocer,
118

en primer lugar, los planos en que se estructura y sincroniza


dicha multiplicidad, y en segundo lugar, su forma de cohe­
sión. No en pocos casos estos planos son considerados aisla­
damente y alguno de ellos es sobrevalorado como la única o
más importante fuerza dinámica y estructuradora de la socie­
dad. Al sobredimensionar la importancia de uno de ellos y, en
consecuencia, al minimizar al resto como fuerzas dinámicas
particulares de la unidad histórica, se diluyen también las
capacidades de intervención política y se inclina aún más en
nuestra contra la balanza de la relación de fuerzas en la lucha
de clases.
Proponemos el análisis del espacio histórico a partir de los
cinco planos que estructuran tanto la unidad histórica como
sus singularidades vigentes. Dichos planos, cualitativamente
distintos entre sí, son portadores en su especificidad de la uni­
dad, y a la vez son constituyentes particulares de la forma his­
tórica concreta de ésta. Pero además representan, a nuestro
juicio, saltos en la complejidad conceptual de la propia teoría
de la producción del espacio. Es decir, en su concreción estos
planos no sólo muestran especificidad en tanto que fuerzas
particulares del proceso de producción social del espacio, sino
que conforme avanza la exposición de la propuesta teórica,
cada nuevo plano contiene a los anteriormente expuestos en
una unidad conceptual más compleja. Dichos planos son: 1) el
concepto en la práctica; 2) el metabolismo material sujeto-obje­
to; 3) la división territorial del metabolismo; 4) la producción y
reproducción social, y 5) la españolidad de la lucha de clases.

Unidad pensamiento-actividad:
el concepto en la práctica
El primer plano o aspecto estructurador que desarrolla la teo­
ría de la producción del espacio es la unidad que en la prác­
tica adquieren el pensamiento y la actividad. Es un momen­
to fiindamentáTdé la unidad histórica por cuanto realza el
papel particular constitutivo que cumplen los espacios men­
tales -las reproducciones mentales del espacio- en la praxis
espacial; dichos espacios, en el plano de la práctica política,
se manifiestan explícitamente como ideologías espaciales. En
este primer plano no se trata del problema teórico o episte­
119

mológico sobre cómo descifrar adecuadamente el espacio, sino


de^examinar-laa. formas vigentes de los conceptos-ideologías
en-la práctica social, es decir, de indagar las formas de su
existencia práctico-política. Por ello se busca descifrar la diná­
mica realmente existente de los conceptos vigentes del espa­
cio en la praxis espacial histórica, y no evaluar su capacidad
explicativa.
El riesgo que hay que evitar aquí es el que implica la su­
posición de que la complejidad de Ja-práctica-es-reductible
a una condición de vehículo neutral del .concepto; la unidad
.concepto-práctica exige el reconocimiento de las otras fuerzas
vigentes que operan en la práctica, además del concepto. Ésta
es la premisa materialista fundamental, la cual no niega el
momento de la reproducción racional o intuitiva del mundo,
sino que la encuadra en la actividad práctica y en la trama
de líneas de fuerza de la socialidad humana como existencia
real, práctica u objetiva del concepto en el tejido complejo de
los asuntos de la vida en sociedad. Por ello la discusión sobre
el conocimiento en el discurso crítico de Marx no está dada de
manera inmediata como problema epistemológico sino como
-problema práctico. La discusión inicial no remite al tipo ade­
cuado de concepto sobre el “espacio” para descifrar científica­
mente el proceso de su producción, sinp_aLqug permita reco­
nocer la vida histórica de los conceptos en este proceso como
una~de Ias~fuéfzas'vigentes que le dan sentido. LaTeoría de la
producción dél espacio aborda los conceptos sobre el espacio
históricamente vigentes en el capitalismo —sin que importe
en primera instancia que sean epistemológicamente sólidos o
frágiles, amplios o reducidos, rígidos o flexibles—para rastrear
tanto la forma de su existencia en la práctica social como las
consecuencias que acarrean en su amalgamiento a activida­
des que afirman o alteran la forma espacial histórica.
El teoricismo desecha de entrada este momento necesario
del método del discurso crítico de Marx, porque evalúa inme­
diatamente la capacidad explicativa del concepto y restringe
a ese momento su práctica científica; si en la evaluación epis­
temológica resulta inadecuado por falaz, rígido o impreciso,
simplemente lo hace a un lado e incluso lo califica de ideología
-en su acepción de falsa conciencia contrapuesta a la concien­
cia verdadera o científica—. Sin embargo, como concepto en la
historia, su existencia práctica tiene consecuencias en la pro­
ducción del espacio, independientemente de su cualidad epis­
temológica, porque en su especificidad es parte constitutiva de
la praxis espacial histórica y de las prácticas espaciales de las
clases sociales y de los individuos particulares, los cuales son
portadores de capacidades políticas de intervención en los ór­
denes espaciales vigentes que no corresponden a la capacidad
^explicativa del concepto que las impulsa.
El concepto de espacio mental como instancia abstracta,
vacía e impasible ante la historia, es la noción hegemónica
y, como tal, la más ampliamente difundida en las prácticas
espaciales de nuestra forma histórica; pero no, decíamos, por
su capacidad explicativa o interpretativa, sino por su difusión
generalizada en ámbitos sociales de la más diversa índole y
por su supuestamente incuestionable eficacia pragmática í Así
pues, su condición hegemónica como espacio mental no resul­
ta de su mayor aceptación en instituciones académicas o de
gestión gubernamental, sino porque desde él operan las fuer­
zas políticas con mayor alcance práctico en la definición de la
forma del espacio capitalista: las que emanan directamente en
beneficio de las clases dominantes y hegemónicas, y muchas
de las que emanan de las clases dominadas y subalternas.
No obstante, la unidad política del concepto en la práctica
va más allá de la vigencia\del espacio-mental como agenteJie-
gemónico. Además del concepto, mantiene vigencia social el
codigo histórico de la praxis espacial, el cual en la práctica so­
cial capitalista se expresa de manera políticamente negativa
o enajenada; es decir: no se expresa en la forma de concien­
cia o dirección políticas, y menos aún en la forma de concepto
sobre el espacio; aunque indudablemente dirige y da sentido
unitario al proceso histórico de su producción. ¿En qué consiste'
éste misterioso código histórico implícito que se constituye en
‘el agente estructurador común que define el proceso general
de la producción capitalista del espacio gn la ideología hege­
mónica en nuestra sociedad histórica? En las relaciones mer­
cantiles presentes tanto en la producción como en el consumo.
En ellas no sólo se encuentra la clave de la emergencia del
espacio mental en su forma histórica como espacio abstracto y
vacío, así como las causas históricas de la engañosa aparien­
cia de que los espacios particulares carecen de nexos o conec-
tores constitutivos en la unidad social; también se encuentra
121

la esencia que descifra el sentido políticamente suspendido


así como la tendencia automática de la reproducción social y
del proceso histórico de producción del espacio. Es decir, en el
código histórico de la práctica social del intercambio mercantil
se encuentran la clave política y el consenso común normali­
zado que explica la génesis y la forma enajenada del espacio
histórico capitalista; un factor que debe ser revertido por tra­
tarse de lo que en última instancia define la ceguera histórica
que “dirige” el proceso práctico de su producción social.

Unidad material práctica:


metabolismo material sujeto-objeto
El momento práctico del concepto es sólo una de las fuerzas
que operan en la producción del espacio. La amalgama meta-
bólica de las actividades presentes y las ya objetivadas en el
pasado, son el segundo plano o aspecto de unidad en el que
se estructura el espacio histórico; es decir, éste aparece aquí
cometía-unidad que se. establece entre la actividad práctica
viva y la actividad históricamente objetivada en la materia.
La teoría de la producción del espacio reconoce la unidad
histórica del mundo físico o material de la sociedad, pero sin
confundir el presente con el pasado, ni la práctica espacial
viva con la pasada, es decir, con el espacio material. Aunque
tampoco los antagoniza, ni los separa en el tiempo, porque
en cuanto constituyentes de la unidad del proceso productivo
interesan sus factores subjetivos y objetivos, tanto como su
resultado (Marx, 2001 y 2001b). Mientras que sus elementos
simples son las prácticas espaciales vivas y el espacio mate­
rial -com o objeto y medio de su propia producción—, el proceso
general de la producción del espacio muestra al espacio histó­
rico no sólo como resultado material sino como la unidad del
proceso histórico de su producción.
El espacio material contiene prácticas espaciales objetiva­
das y además soporta prácticas espaciales vivas, es decir, las
contiene, pero no de manera externa sino como agentes cons­
titutivos y dinámicos de la misma unidad social, del proceso
de producción del espacio. La forma de la praxis histórica defi­
ne una identidad social y el sentido de su comportamiento, un
telos histórico; la práctica viva afirma o cuestiona a una y otro,


122

pero además se objetiva en el mundo de la physis como con­


dición material de reproducción y de libertad humana. Pero
no a pesar de la materia, como suponen filosofías humanistas
e idealistas, sino gracias a ella y en los marcos objetivos que
ésta le brinda como posibilidad. El espacio material concentra
prácticas pasadas de múltiples profundidades históricas, por
lo que sincroniza la convivencia material de muchas tempora­
lidades históricas con la legalidad del mundo físico. Y es que
el espacio material es a un tiempo social y natural; un espa­
cio que expresa la interrelación vigente de la actividad social
trasformadora, históricamente objetivada y acumulada, y la
legalidad “natural” del mundo físico. De esta manera, el espa­
cio histórico como unidad metabólica es la convivencia históri­
ca sincronizada en el presente de las prácticas espaciales con
el espacio material; es decir: es la convivencia de la actividad
espacial propiamente dicha y las prácticas espaciales previa­
mente objetivadas en el mundo físico. Es el espacio material
en toda la complejidad de fuerzas que cohesiona.
El momento político en este plano necesita dar cuenta del
espacio material, pero no sólo para explicar su producción par­
ticular sino para descifrar en su dinámica la forma histórica
de autodeterminación espacial; de ahí que en el momento de
la práctica política se juegue uno de los elementos esenciales
de la utopía de la praxis espacial revolucionaria: la posibili­
dad social de autarquía material. Un momento político crucial
por tratarse de las posibilidades objetivas para transformar
la forma capitalista como unidad histórica. Y esto porque las
prácticas que se objetivan en el espacio material son autode­
terminaciones sociales en el marco de lo materialmente po­
sible y necesario para la reproducción. Y por ello no sólo son
condiciones fundamentales para la reproducción social, sino
también para el ejercicio práctico de la libertad verdadera­
mente humana.

Unidad espacial del trabajo social:


división territorial del metabolismo
Al abordar la unidad del metabolismo material histórico a que
se refiere Marx en su Contribución a la crítica de la economía
política, surge el tercer plano o tercer aspecto esencial de la
123

unidad del proceso de producción del espacio: la espacialidad


del metabolismo material o del trabajo histórico, es decir, el
orden o desorden del espacio histórico que se configura global­
mente por medio del trabajo tal y como acontece en la sociedad
capitalista: dividido, especializado, confrontado, pero a la vez
articulado socialmente en una tejido cada vez más complejo de
interdependencias, determinaciones mutuas y competencias
recíprocas que alcanza la escala planetaria. El orden espacial
de la unidad histórica capitalista es la división territorial y es­
pacial del trabajo que se ha traducido en la forma capitalista
de cohesión, simultaneidad y sincronía de todos los espacios
D porciones particulares del metabolismo histórico. En ella,
en la división territorial del metabolismo, las fronteras se re­
velan no como límites entre espacios yuxtapuestos sino como
méceos o articulaciones espaciales entre las unidades espacia­
dles particulares que constituyen, decíamos, el orden global del
vpspacio histórico.
Sería un error suponer que los espacios particulares son
espacios yuxtapuestos o superpuestos sin ligas o nexos de re­
lación; todos ellos, en su constitución, se encuentran ya es­
tructurados —transformados, sesgados y reprimidos e incluso
potenciados o directamente generados—por la unidad espacial
capitalista. Pero no es un tipo de estructuración que los armo­
nice u homogeneice, porque si bien operan elementos comunes
que los relacionan como procesos espaciales articulados, en la
producción del espacio operan múltiples prácticas espaciales
-cada una de ellas con alcances diferenciados de escala—que'
detonan, a su vez, diferencias y contradicciones. La clave está
en reconocer que la forma histórica de cohesión, articulación
y sincronía entre los espacios es lo que da forma a la espacia-/
lidad u orden espacial del metabolismo.
Este tercer plano de la unidad espacial del metabolismo
histórico en el proceso de producción del espacio, és el momen­
to de vigencia de la forma y la escala en que opera la articula­
ción espacial material de la sociedad histórica capitalista: el
espacio global. Escala mundial de la sociedad histórica que co­
menzó a constituirse a partir de la emergencia de la sociedad
mercantil y que se ha estructurado en un tejido mundial de
intercambios cada vez más complejo; éste, ya avanzado el pe­
riodo propiamente industrial del capitalismo, generaría ade-
124

más la articulación y homogeneización global de las fuerzas


productivas, homogeneización en la que realmente tiene lugar
la transformación de la materia global del proceso productivo
en cada uno de los espacios particulares, así como la articula­
ción global de éstos como división territorial técnica del me­
tabolismo material global. De ahí que este tercer plano sea a
la vez la cohesión espacial estructuradora de la unidad y el
I detonador de sus diferencias espaciales o de especializaciones
^productivas. La producción propiamente capitalista, su unifi­
cación histórica en las relaciones mercantiles y la expansión
de las fuerzas productivas materiales hasta la afirmación his­
tórica de una sola familia tecnológica o campo instrumental
hegemónicos, es lo que se articula y mantiene vigencia como
tercer plano de la unidad del espacio histórico. Nos referimos
puntualmente al momento en que la teoría de la producción
del espacio reconoce la subfunción material y real del espacio
mundial por el proceso de trabajo en el capital.
Este espacio material de las fuerzas, productivas -espacio
capitalista global de la producción de toda la sociedad- define
materialmente la propia forma de articular y unificar tanto
la producción mundial como, por lo mismo, el metabolismo
material histórico en su conjunto. Éste, conforme define in­
tensidades y cualidades de flujos, y mientras fomenta o define
localizaciones, concentraciones, densidades y dispersiones,
también expresa la vigencia histórica de una racionalidad
abstracta y pragmática que favorece la consolidación de es­
pacio mental como espacio práctico abstracto, y con ello la
vigencia histórica de un tipo de práctica espacial y de un es­
pacio material con las mismas características. Esta tendencia
histórica no sólo refleja la producción en cuanto tal, sino que
deja en claro la vigencia de la lucha de clases en el proceso
productivo así como la situación de la relación de fuerzas que
se establece tanto en el momento productivo en general y en la
forma de la división territorial del trabajo como en la produc­
ción del espacio. La articulación espacial global, en cada una
de sus escalas, sirve a la producción de capital y a la clase que
lo encarna. Y al tratarse de la cualidad histórica estructura-
dora a escala mundial, es desde ella que se establece la forma
y el sentido del espacio histórico a favor de esta clase.
125

Lo interesante aquí es que el orden espacial de la produc­


ción mundial, es decir, a la división territorial del trabajo
en todas sus escalas, no sólo es resultado de una tendencia
histórica ajena a la voluntad política, sino que desde el si­
glo pasado es un producto social al que se da forma propia­
mente política, es decir, al que se configura de acuerdo con
sentidos políticos específicos; no es pues sólo la secuela de
la tendencia histórica que establece el proceso ciego de acu­
mulación de capital. Así pues, la manipulación política de la
forma en que se articulan la red espacial y cada uno de sus
nodos se ha convertido en un instrumento explicito para la
producción y, por eso mismo, en un instrumento político de
la propia lucha entre clases. Las prácticas de ordenadores te­
rritoriales en todas sus escalas —actividades políticas que in­
tervienen en este orden de acuerdo con el sentido que imprime
la producción— reflejan la existencia práctica de esta herra­
mienta en la praxis espacial propiamente política al servicio
de las clases dominantes en la lucha de clases. La clave está
en comprender que lo que se interviene no es sólo el entorno
inmediato sino la forma en que los espacios particulares per­
tenecen al espacio histórico, la forma de articulación espacial
entre ellos, y el propio entretejimiento del espacio histórico.

Unidad espacial de la producción y el consumo;


producción y reproducción social
El cuarto plano o aspecto en que se estructura la unidad del
proceso de producción del espacio, es la articulación del mo­
mento de la producción con el de la reproducción de las re­
laciones sociales. Este acoplamiento implica la necesidad de
profundizar aún más en el metabolismo material como repro­
ductor de la sociedad, reconociéndolo como un ciclo donde no
sólo se produce, intercambia y distribuye lo producido, sino
donde se reproduce la organización social misma, es decir, las
relaciones sociales que son la condición sine qua non de este
proceso. La producción del espacio evidencia la forma histó­
rica en que se sincronizan la producción y el consumo de la
sociedad en el seno de un orden espacial histórico que los co­
hesiona en un mismo entramado espacial como dos momentos
distintos y necesarios. Una trama que genera espacios par-
r 126

ticulares para la producción, la circulación y el consumo, al


mismo tiempo que los articula y los hace coincidir. Este cuarto
plano de unidad es el que muestra la coexistencia contradicto­
ria de la articulación racional, pragmática y funcional de los
espacios de la producción con la fragmentación espacial caóti­
ca del consumo; y de la reproducción de las relaciones sociales
de la sociedad histórica con su desorden espacial.
Ambos momentos, la producción y la reproducción, gene­
ran espacialidades particulares concretas diferentes entre sí,
pero no independientes. Los espacios de la reproducción de
las relaciones sociales, es decir, loadel cambio y el consumo,
son. los que se caracterizan por contener prácticas rutinarias
fragmentadas —en las que reinan el desorden de la propiedad
privada y la indiferencia—que generan la ilusión de indepen­
dencia o yuxtaposición tanto de los espacios para la produc­
ción y la reproducción como de las clases y los individuo/. Sin
embargo, es en estas prácticas de afirmación y normalización
de lo cotidiano donde l^producción encuentra su realización;
sobre todo, son estas prácticas-fragmentadas que Reproducen
las relaciones socialesnecesarias para la producción racional
y su orden espacial global.
El momento de la reproducción que se establece en los es­
pacios no productivos —los de la vida cotidiana—es un momen­
to político prioritario para la teoría de la producción social
del espacio. Consiste en reconocer el*potencial revolucionario
que se juega en los espacios del cambio y el consumo; aunque
en ellos se afirman y reproducen las relaciones sociales en la
vida cotidiana, también posibilitan una intervención política
sustancial que altere la forma histórica de la sociedad. Éste
fue un momento político marginado por la estrategia políti­
ca oficial del movimiento socialista del siglo pasado, que sólo
reivindicó como “verdaderamente” revolucionario el momen­
to de la producción. La recuperación de este momento políti­
co marginado implica un reto fundamental: para generar la
fuerza política necesaria es imprescindible reconocer primero
la condición primordialmente conservadora de las prácticas
repetitivas de la vida cotidiana, así como de la forma histórica
atomizada que afirman; es en ellas donde sigue latente un ca­
mino para revertir la fragmentación de estos espacios y la for­
ma de unidad que establecen con el momento de la producción.
127

Unidad espacial de la política:


espacialidad de la lucha de clases
El quinto plano o aspecto en que se estructura la unidad del
proceso de producción del espacio es la unidad de la política.
Refiere, en primer lugar, a la cohesión que mantiene la espe­
cificidad política de los cuatro planos anteriores como momen­
tos vigentes en la lucha de clases: se trata del papel que cumple
el espacio mental como ideología espacial hegemónica que da
sentido a las prácticas espaciales históricas propiamente polí­
ticas, así como de la posibilidad de edificar una ideología que
le dispute a la hegemónica el ejercicio práctico de autodeter­
minación material de los espacios particulares y de sus nexos;
es decir: una ideología que pueda disputar a las clases hege-
mónicas el sentido práctico de intervenir en la forma de las
divisiones territoriales del trabajo con miras a transformar
el tejido espacial de la producción y reproducción social de la
unidad histórica capitalista.
En segundo lugar, la unidad política del espacio histórico
pone de manifiesto la vigencia de la politicidad social capita­
lista cuando se observa en conjunto. Este es un aspecto al que
nos aproximamos en la primera sección de este ensayo, cuan­
do expusimos los dos niveles propiamente políticos de concre­
ción y vigencia del espacio en la unidad histórica: como campo
histórico de disputa política, el cual establece su objetivación
como escenario dinámico y asimétrico que determina la lucha
entre clases sociales; y como instrumento político, teórico y
práctico en este proceso. Se trata ahora de verlos en su unidad
en el plano político y de reconocerlos bajo la forma histórica de
sociedad política o Estado, para entender la contradicción que
desgarra a esta figura: aunque es la concreción de las fuerzas
políticas de toda la sociedad, es a un tiempo la concreción po­
lítica del capital en oposición a las clases dominadas.
En tanto que campo de disputa política, el espacio sintetiza
y cohesiona los momentos de la lucha de clases que se estable­
cen particularmente en los cuatro planos anteriores; sin em­
bargo, el espacio político contiene su propio orden espacial de
manera específica. Expresa de suyo un orden que da centrali-
dad al poder político, el cual privilegia y articula los espacios
particulares que lo afirman, mientras que margina y excluye a
los que lo banalizan o cuestionan. Incluso para todos aquellos
128

que cuestionan la forma histórica, el factor diferenciador pro­


piamente político del espacio genera espacios particulares de
exclusión o “muerte” social. Dicho en una frase: la forma del
/espacio histórico en este quinto plano de unidad propiamente
/ política expresa la especificidad de la lucha entre clases como
i factor que diferencia, articula y jerarquiza espacios particula-
I res, y descubre en el Estado —en su momento de encarnación
I política del capital como clase- la principal fuerza política que
Vinterviene en el orden del espacio social histórico.
Y es que las consecuencias de que el espacio histórico sea
un campo asimétrico de disputa política que presenta condi­
ciones favorables para las clases dominantes, no se agotan
en las condiciones de posibilidad diferenciadas para prácticas
políticas particulares de acuerdo con su clase y localización
en este orden espacial. Se trata también de considerar la es­
pecificidad de las prácticas políticas que en la intervención del
espacio encuentran un instrumento político, sus alcances de
escala y, sobre todo, su sentido histórico; es decir: una prác­
tica espacial propiamente política puede afirmar la tendencia
del espacio histórico o bien cuestionarla ejerciendo actividades
espaciales en sentido contrario. De ahí la famosa tríada con­
ceptual que pone en primer lugar la práctica espacial o espa­
cio percibido como comportamiento conjunto y tendencial de
la sociedad histórica. Práctica espacial histórica que contiene
a la vez dos tipos de prácticas espaciales particülares propia­
mente políticas: el espacio concebido y el espacio vivido. El
espacio concebido —o representación del espacio-, puesto en
segundo lugar en la tríada, por su parte refiere a las prácticas
espaciales particulares articuladas a la ideología hegemónica
del espacio mental, las cuales intervienen la forma espacial
afirmando su sentido, ya sea al reconfigurar espacios particu­
lares o bien al modificar las articulaciones entre ellos. Final­
mente, puesto en tercer lugar, el espacio vivido -o los espacios
de representación—, refiere a las prácticas que afirman ruti­
nariamente sus espacios particulares y, con ellos, un orden
particular del espacio histórico, conforme viven pasivamente
las alteraciones en las conexiones espaciales que provienen
de las prácticas de intervención del espacio concebido.
De ahí la importancia política de identificar la manera en
que el espacio sirve a la hegemonía; las prácticas espacia-
129

les particulares, sin importar su escala o el sujeto que las


despliegue, toman como condición establecida el estado ac­
tual del espacio material; y aun cuando pongan en cuestión
la singularidad de su espacio vivido, de manera contradicto­
ria sus prácticas espaciales cotidianas reproducen la forma
y afirman el sentido necesario de las relaciones sociales que
reproducen el espacio histórico. Por eso la ideología hegemó-
nica es el espacio concebido o la representación del espacio
como espacio mental vigente en las prácticas que afirman el
sentido y la forma abstracta del espacio histórico. Definida
principalmente en el momento pragmático y racional de la pro­
ducción, la ideología espacial hegemónica organiza y sincroni­
za los diversos espacios vividos o espacios de representación
que afirman y normalizan de múltiples maneras las relaciones
sociales vigentes. Y por ello, se trata de un tipo de práctica
espacial, que corresponde a los espacios vividos, que mantiene
pasividad ante las articulaciones instrumentadas durante las
prácticas del espacio concebido y, sobre todo, ante la cohesión
espacial enajenada de las relaciones mercantiles y la unifica­
ción de las fuerzas productivas.
La unidad política es finalmente el sentido revolucionario
de la teoría de la producción social del espacio: una ideología
que edifica dicha unidad como utopía posible. Porque en su
forma asume como propósito cimentar un proyecto de sociedad
que incluya un orden espacial común. Y es que como momento
necesario para la revolución, esta teoría profundiza la lucha
de clases en el plano ideológico hasta el horizonte de la uto­
pía espacial necesaria para la revolución socialista: el espacio
diferencial.
La teoría de la producción social del espacio pugna por su
aceptación como ideología que define una utopía posible para
la sociedad histórica; ideología que ve en el espacio no sólo
su concreción sino un instrumento político. Se trata de una
propuesta política que ha entendido que el espacio histórico
capitalista no está vacío, que no es neutral ni inocente sino un
campo de confrontación política favorecedor del dominio y la
hegemonía; es un espacio histórico que deja percibir la trama
asimétrica en favor de las clases dominantes durante la lucha
de clases, y que descubre su vigencia como instrumento polí­
tico que inclina aún más la asimetría política en detrimento
130

de las clases dominadas. De ahí que la apuesta política revo­


lucionaria de esta propuesta consista en reivindicar el espacio
como una fuerza política vigente en la unidad histórica, una
fuerza que hasta ahora no ha sido lo suficientemente recono­
cida por el propio movimiento revolucionario ni por las clases
dominadas y subalternas organizadas bajo otros proyectos po­
líticos. La aspiración revolucionaria de este discurso crítico
sobre la producción del espacio —aspiración presente en el dis­
curso crítico de Marx—es la de constituirse en una herramien­
ta que fortalezca la capacidad de intervención política en la
sociedad capitalista; que ayude a edificar una utopía posible
dando los elementos necesarios para pugnar por ella, y que
ayude a inclinar la balanza política en el campo de batalla de
la lucha de clases a favor de la revolución.

B ibliografía

Echeverría, Bolívar (1986), El discurso crítico de Marx, Era,


México.
Goldmann, Lucien (1974), Introducción a la filosofía de Kant,
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la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Siglo XXI,
México.
LO GEOPOLÍTICO Y EL SUJETO HISTÓRICO CAPITALISTA

Insistimos en la pertinencia de reconocer los saberes y las


prácticas geopolíticas como cualidades históricas de la pro­
ducción y reproducción social. En entregas anteriores nos he­
mos centrado en rescatár el carácter geopolítico del proceso
general de producción del espacio y, por cuanto dirhq
espina cualidad dinámica de la praxis espacial, en mostrarlo
como un agente particular de libertad humana (León, 2011;
2012). Esto lomemos teorizado aquí cómo'praxis espacial ex­
plícitamente política o praxis geopolítica. Hemos hecho propio
el reto que hace cuatro décadas lanzó Henri Lefebvre (1976)
al insistir en qua « i guayemos, descifrar eL-espacio-sociaLes
necesario -espacializar los procesos sociales yincjjlados- a'Unar
práctica sopial, y no solo'Iocalizar una áctividad o una forma
social particular en un entorno. En este trabajo asumimos el
reto de espacializar la praxis política o, más específicamente,
él de caracterizar las determinaciones de ida y vuelta que se
establecen a partir de las intervenciones políticas en un tipo
peculiar de órdenes que rigen la convivencia humana: los órde­
nes espaciales o geográficos. Por ello, de entrada nos pusimos
a distancia de los debates qúe Conciben lo geopolítico como una
mera estratagema ideológica que ha justificado expansionis­
mos y genocidios, o como un mero punto de vista científico - o
pseudocientífico- que asume como objeto propio de análisis la
disputa entre Estados o entre capitales privados por el control
de territorios.
En la primera sección de este trabajo presentamos una
síntesis de algunos puntos tratados en trabajo anteriores, y
construimos y teorizamos la noción de lo geopolítico al tran­
sitar de la consideración del conflicto geopolítico al examen de
los procesos de intervención política que alteran la forma y el

131
132

sentido de órdenes espaciales o geográficos diversos. Ayudados


I por la crítica de la económica política y de sus desdoblamientos
/co m o filosofía de la praxis (Sánchez, 2003) y como teoría de la
Pqxroducción del espacio (Lefebvre, 2014), en sus dos primeros
apartados adelantamos un balance de lo que implicaría pen­
sar lo geopolítico siguiendo la noción de lo-poláticQ propuesta
por Bolívar Echeverría: en primer lugar desagregamos los sa­
beres y las" práctlóas de índole geopolítica como dos cualida­
des inherentes a los procesos geopolíticos, para articularlas,
en segundo lugar, a los elementos generales de la teoría de la
producción, y la reproducción social en que nos ha enseñado
a pensar Marx. En el tercer apartado presentamos el primer
acercamiento a la forma histórica capitalista desde una pro-
npuesta que teoriza el comportamiento .escalar, de los procesos
f geopolíticos particulares que constituyen su unidad histórica
I global. Ello con miras a que, en el último apartado de esta pri­
mera sección, reconozcamos la alteración de, la base material
de los órdenes espaciales como determinante social indispen­
sable, la cual emerge de los procesos geopolíticos como posibili­
dad efectiva de autarquía espacial, es decir?,como alteraciones
o reacomodos locales y regionales —superpuestos e,interdepen­
dientes—de los órdenes espaciales de la materialidad social.
Con lo,anterior, en,la segunda sección del trabajo abrimos
la discusión respecto al sujeto histórico, individual y colectivo,
de la geopolítica, aquel que a partir de su praxis política altera
o establece una nueva normalidad en sus órdenes espaciales
y geográficos, alterando asimismo con ello su manera peculiar
de articularse y de pertenecer, a la unidad histórica. En el pri­
mer apartado discutimps la unidad social como sujeto general
de la geopolítica, al que corresponde un orden espacial gene­
ral; mientras que en el segundo abrimos la discusión sobre la
forma de reconocer las sujetidades particulares, tanto en su
sujeción a un lugar singular de trama histórica de órdenes
de socialidad como en su necesidad de afirmación identitaria
durante su praxis política.
En la tercera y última sección de este trabajo adelantamos
dos hipótesis de trabajo sobre las consecuencias de teorizar lo
geopolítico desde los marcos del discurso crítico de Marx en
caso de que se considere al Estado como unidad social históri­
ca capitalista concreta. Aquí resaltaremos particularmente la
133

unidad general de las fuerzas políticas como campo de fuerzas


geopolítico, así como la vigencia de los tres órdenes espaciales
concretos en que se estructura de manera elemental la espa-
cialidad capitalista. Tres órdenes espaciales superpuestos que
son al mismo tiempo tres formas de convivencia espacial y
tres momentos de complejización de la forma espacial concre­
ta de la unidad capitalista.

Lo geopolítico en la producción
y la reproducción social

En otras oportunidades hemos expuesto los 'elementos simples


que a nuestro juicio constituyen; las bases* de una teoría sobre
la geopolítica de la reproducción social. Aquí presentamos
una síntesis de'algmras"idéas ya expuestas y avanzamos en
su teorización ampliando nuestra noción sobre lo geopolítico.
En nuestra primera propuesta reflexionamos exclusivamente
sobre conflictos geopolíticos que se suscitan entre procesos de
espacialización particulares de reproducción social, por lo que
ahora reflexionaremos sobre la sustancia de estas prácticas y
ampliaremos la noción de lo geoj3ol&iccrflefnñánrlr>1o cnniQ la
intervención política fin órdenes espaciales a geográficos de
acuerdo con intereses v capacidades generales o particulares;
es decir, concibiéndolo como alternaciones-V nnrmalizacipnes
políticas déla forma de cohesión espacial social o del conjunto
de vínculos espaciales que el sujeto histórico establece consigo
mismo y con la naturaleza en todas las escalas y en todas sus
individuaciones particulares.
En esta primera sección dél ensayo teorizamos nuestrá
noción de lo geopolítico haciendo abstracción del sujeto indi­
vidual o colectivo que lo ejerce, y en el último apartado reali-
zaremos una primera aproximación al sujeto en su unidad y \
Iforma histórica: la sociedad capitalista.

Unidad entre el saber geopolítico


y las prácticas geopolíticas
Los procesos geopolíticos son cualidades particulares de la
praxis social que en su unidad amalgaman saberes y prácti-

BIBLIOTECA CENTRAL
134

cas de carácter geopolítico que se determinan y constituyen


recíproca y simultáneamente. De ahí que en primera instan­
cia pensemos que es un equívoco reducir lo geopolítico al mero
punto de vista de una disciplina o rama científica, como la
ciencia política, la sociología política o la geografía política,
al igual que lo es suponer que para que se constituya en un
/saber científico debe en cierta forma mantenerse aislado de la
/práctica social -premisa que abre el debate sobre su consti­
tución como saber científico, no científico o pseudocientífico-.
Estamos convencidos de la conveniencia de reconocer que todo
proceso geopolítico puede ser descifrado de varias maneras, y
sobre todo de que la propia forma y sentido de la praxis geopo­
lítica contiene saberes que se definen a partir de las condicio­
nes sociales de las que dicha praxis surge, así como a partir de
los intereses de intervención de los sujetos que la ejecutan. Es
por ello que los procesos geopolíticos, como cualidades parti­
culares de las relaciones sociales, pueden ser teorizados y es­
tudiados, pero sobre todo dirigidos y realizados por múltiples
sujetos sociales particulares, ya sean comunidades científicas o
no científicas, gobiernos, ejércitos o empresas, o bien sujetos
de la sociedad civil organizada, comunidades locales, gremios,
géneros o etnias.
Al referirnos de manera específica a los saberes geopolí­
ticos, estamos igualmente convencidos de que es equivocado
suponer que no son saberes científicos, o que se manifiesten
como saberes que sin llegar a serlo se hacen pasar por cien­
tíficos; este equívoco se debe a que en el siglo pasado un tipo
de saber geopolítico buscó legitimar el proceso violento de ex­
pansión imperial de la Alemania Nacionalsocialista. De ahí
que sea imprescindible liberar a los saberes geopolíticos de su
condición exclusiva de discurso seudocientífico basado en el
darwinismo social y en cierto determinismo geográfico de
corte mecanicista,6 y que en consecuencia sea también ne­
cesario liberarlos de su consideración exclusiva como recurso
ideológico desde el que aún hoy se intenta legitimar expan­
sionismos, racismos y genocidios bajo supuestos argumentos

6Ambas características aún peligrosamente presentes en varias corrien­


tes conservadoras de las ciencias sociales de nuestros dias y no sólo en el
estudio de los procesos geopolíticos.
135

científicos. C on tin u a r la crítica a lo g eo p o lítico p or la v ía de


su d esa cred ita ción cien tífica - p o r q u e el d iscu rso geopolítico
im p eria l n a zi co n te n ía u n a id e o lo g ía e x p a n sion ista que la
ju stificó co m o u n su p u esto p ro ce so n a t u r a l- q u erién d olo o no
■legitima*a,.su v e z la id e o lo g ía d o m in a n te de su p u e s ta jie u tra -
fid a d y -o b je tiy id a d de la cie n cia.6 P o r ello, al m an ifestar la
im p osib ilid a d de la n e u tra lid a d del saber, recon ocem os que
sin im p o rta r su cu a lid a d - s i fu era cien tífico, sin con sid era r su
solid ez y p ro ce d e n cia te ó r ic a -, éi-sa b er geop olítico se e.ncuen-
tra a m a lg a m a d o a p rá ctica s g eop olítica s o de in terven ción en
1.a. form a de lo s órd en es esp a cia les y territorialea~-de,acuerdo
_con d iv ersos sen tid os p olíticos pa rticu la res. A u n q u e h ay que
d ecir ta m b ié n q u e p o r n in gú n m otivo esto im p lica ign ora r las
estra ta g e m a s cien tífica s p u esta s al servicio del dom in io o el
ex p a n sio n ism o im p e ria l.7 A q u í sólo a d ela n tam os la prem isa

6 En realidad de continuar por la línea de discusión de lo geopolítico como


una perspectiva de conocimiento, aumentaría el riesgo de perder el rumbo de
nuestra empresa de teorizar lo geopolítico desde el marco del discurso crítico
de Marx. La afirmación de que la geopolítica no es un saber científico porque
estuvo, y sigue estando, al servicio del interés expansionista de estados impe­
riales descansa en una premisa ontológica de supuesta neutralidad y pureza
del saber científico, que contradice el corazón de toda teoría y discurso crítico.
Separar y antagonizar a los procesos sociales de la reproducción racional o
intuitiva del mundo, tiene como consecuencias, en primer lugar, que no se
capta el papel activo de las representaciones en la praxis social, porque al
reducirla a una mera condición de instrumento se crea la apariencia ingenua
de la posibilidad-necesidad de un saber puro y neutral. La segunda conse­
cuencia es que además se pierden de vista las circunstancias históricas y los
procesos concretos de los que surgen este tipo de saberes. En nuestro enten­
der no existe conocimiento científico o no científico^ crítico o conservador, que
no esté incorporado dinámicamente en la vida práctica y entonces desde esa
perspectiva que de sí no constituya una ideología, es decir, que no se articule
a los sentidos particulares de la praxis social, sean egoístas o comunitarios,
hegemónicos o subalternos, dominantes ó marginales. Por lo que este anta­
gonismo trata de una separación artificial de dos cualidades u horizontes in­
separables de la praxis social. Ver, por ejemplo, el clásico e indispensable
trabajo de Adolfo Sánchez Vázquez (2003).
7 En este escenario se trataría en realidad de disputar otra forma de
cientificidad que no reproduzca la ideología de neutralidad, objetividad y ex­
terioridad de la ciencia hegemónica y sus postulados teóricos. Por ejemplo,
la crítica propuesta por Carlos Marx como método científicamente correcto,
inaugura otra forma de cientificidad que no se fundamenta en los principios
de la ciencia positivista.
136

de que las fprmas de conocimiento o reproducción racional del


relindo son factores dinámicos de la praxis espacial que expre-
san su forma histórica, y que en su especificidad contribuyen
a la definición de formas y sentidos de procesos geopolíticos y
órdenes espaciales.
No reconocerlo así ha acarreado al menos dos reduccionis-
mos terribles para la geografía y las ciencias sociales en su
conjunto. En primer lugar, al reducir o confundir una cuali­
dad de los procesos sociales con una rama de la geografía polí­
tica o de la ciencia política, se ha perdido la capacidad crítica
de percibir lo específicamente geopolítico en el rico horizonte
de temas tradicionalmente estudiados por estas ramas cien­
tíficas.8 En segundo lugar, lo que nos parece aún más preocu­
pante, también se ha perdido la capacidad de percibir crítica­
mente y de dar cuenta científica de los procesos geopolíticos a
que dan vida diversos sujetos sociales particulares, además de
las clases en el gobierno. Estas capacidades son imprescindi­
bles para teorizar y estudiar dichos procesos científicamente,
no desde un naturalismo mecánico o biologicista, sino desde
aparatos críticos como el que nos proporcionan, por ejemplo,
el materialismo histórico y la crítica de la economía política.

P rocesos geopolíticos en su form a gen eral


¿Qué podríamos identificar en los procesos geopolíticos si
atendiéramos sólo a su condición de cualidad particular -o
de conjunto de cualidades—de la praxis social, haciendo re­
sueltamente un lado la discusión que los reduce al uso ideoló­
gico que intentó legitimar expansionismos desde una matriz
mecánico-naturalista? En primer lugar -abstrayéndonos en
este apartado del sujeto histórico y de los sujetos particulares
que ejercen la geopolítica—proponemos delimitar lo geopolíti­
co desde la propuesta que Bolívar Echeverría presenta en su

8 Temas que por cierto, no son de propiedad exclusiva de esta disciplina,


ya que aspectos como el Estado, los movimientos socio-territoriales, las sobe­
ranías nacionales y populares, las fronteras administrativas, el expansionis­
mo, la dominación, entre otros, son sujetos y procesos de la realidad histórica
que desde diversos ángulos se estudian y teorizan por distintas disciplinas y
ramas del saber cientíñco.
137

ensayo L o p o lític o en la p o lític a (1998b), donde “lo político” se


deñne esencialmente como “lo capacidad de decidir, sobre los
flgvrr^ío^ xUJa vúia p.n sociedad”, es decir, como la capacidad
de fundar o de alterar la normalidad que rige la conviven­
cia humana interviniendo en la configuración de los distintos
órdenes de socialidad que gobiernan las relaciones interindi­
viduales e Ínter colectivas. Identificamos puntualmente lo pro­
piamente geopolítico en el ejercicio de un tipo particular de
prácticas políticas -la s que directa o indirectamente institu­
yen o reorganizan un tipo igualmente peculiar de órdenes de
socialidad: los que nos cohesionan geográficamente y definen
espacialmente nuestra convivencia- Estas prácticas, vistas
desde la teoría de la producción del espacio, serían las que dan
forma y sentido a la espacialidad de la sociedad histórica, es
decir, a los procesos políticos que intervienen o afirman al con­
junto de vínculos espaciales que el sujeto histórico establece
consigo mismo y con la naturaleza en todas las escalas. Esto\
, nos llevará a entender por qué la lucha por territorios es tan j
/ sólo el momento del conflicto que se establece entre dos o más j
I prácticas espaciales particulares que apuestan por alterar o /
V afirmar sus órdenes espaciales de acuerdo con sentidos políti- j
xos contradictorios. ^
Conforme a la unidad indisoluble que en la praxis social
mantienen las formas de representación y la actividad prácti­
ca (Sánchez, 2003), podemos deducir inicialmente que existen
dos grandes ejes p.ara descifrar lo específicamente geopolíti-
co en los procesos sociales históricos: los discursos o saberes
geopolíticas, v las prácticas'geopolíticas, Los primeros englo­
barían los conocimientos científicos y no científicos, sin que
resulte determinante el hecho de que justifiquen y fortalezcan
determinadas prácticas, o bien que las denuncien y contra­
rresten, y sin que sea primordial que de manera explícita se
autonombren o no como geopolíticos. Lo sustancial es su pre­
tensión básica de participar en la alteración de los órdenes es­
paciales de acuerdo con una propuesta particular de inserción
en la reproducción social, sea en franca contradicción o con­
flicto con otro saber geopolítico, o bien inmersos en el campo
de fuerzas geopolítico de la totalidad socio-histórica en cual­
quiera de sus escalas. Por ello aquí pueden incluirse segmen­
tos importantes de diversas ciencias —la geografía, la ciencia
138

política, la economía, la biología y la geología, entre otras-,


pero también dél saber gubernamental, militar y empresarial, \
así como de los saberes que emergen del resto de la sociedad I
en sus múltiples formas de articulación y prácticas políticas-
A las prácticas geopolíticas habría que identificarlas y
descifrarlas directamente en la acción trasformadora de los
sujetos políticos que busquen alterar su espacialidad, ya sea
concibiendo un proyecto para hacerlo o bien llevando a cabo
una reconfiguración espacial efectiva. Pero al igual que los sa­
beres geopolíticos, han de ser prácticas dirigidas a alterar su
socialidad a través de la manipulación de sus órdenes espa­
ciales de acuerdo con la escala espacial de su unidad social
particular. Uno y otra -e l saber y la práctica—considerados de
manera parcial o conjunta y sin que sea indispensable que se
trate de un sujeto particular definido quien los encarne -clases
dominantes o dominadas, hégemónicas o subalternas—y, so­
bre todo, sin que sean definitorias sus formas de legitimación
-consensúales o impositivas—ni las escalas de su actividad
práctica —local, regional, estatal, internacional o global—.
Lo geopolítico es entonces un saber espacial estratégico;
pero indiscutiblemente y sobre todo es además una práctica
espacial con las mismas características. Uno y otra - e l saber y
la práctica—correspondiéndose y conformándose entre sí como
una cualidad inherente a la praxis social: la praxis geopolíti­
ca. No hay contradicción en ello, y podemos entender que sea
una cualidad de la realidad social que se reconozca y teorice
de múltiples maneras, ya sea como tema de estudio científico o
bien como saber estratégico de aparatos e instituciones estata­
les y empresariales. Por ello nuestra insistencia en reconocer
que lo geopolítico, en tanto que cualidad particular de la pra­
xis social, es al mismo tieqapo representación,, discurso e ideo­
logía; sentido, interés y proyecto, pero también instrumento y
actividad práctica trasformadora de los procesos políticos que
espacializan y normalizan alteraciones conforme a propuestas
particulares de cohesión espacial. Como tendencia general, se
trataría de un tipo de praxis social que conforme interviene en
sus órdenes espaciales altera su propia forma; es decir: la alte­
ra al conferir concreción espacial a su propuesta de producción
y reproducción como proceder particular que define una figura
139

también particular de autarquía espacial y de inserción en la


producción y reproducción social conjunta.
Las form as de estos órdenes espaciales reflejan a la vez
( que definen, en su sentido más general, la manera en que
\ geográficamente m antiene vigencia, cohesión y sentido la he-
\terogénea -unidad que se^establecé entre la producción y el
1consum o de una sociedadThistóripaTel orden espacial del modo
ide producción. Este orden expresa los centros y periferias de
la unidad histórica global, así como las densidades y disper­
siones de procesos particulares contenidos en cada porción o
lugar del espacio histórico. Estos órdenes espaciales definen
el vínculo y la forma en que participan en el proceso de produc­
ción y reproducción social al establecer usos, competencias y
jerarquías entre los espacios, y también, desde luego, las con­
tradicciones que se despliegan entre éstos. Por ello, al igual
que los órdenes particulares donde se despliegan la produc­
ción y la reproducción de las relaciones sociales de producción,
r los órdenes espaciales también garantizan la unidad interna
v d e l consumo y de la reproducción de las relaciones sociales de
reproducción.9
D ebido a esta últim a afirm ación nos interesa reconocer la
existencia de dos tipos básicos de procesos geopolítieos que se
m a nifiestan en los ritmos, lentos de la.vida social cotidiana y
^gue aparecen com o disímiles, pero que. en realidad, se com-
plem entan y necesitan recíprocam ente. Los prim eros resultan
m ás visibles, y los segundos causan la im presión de no poseer
las características necesarias para ser reconocidos com o pro­
piam ente geopolítieos: los-pri-nreros-son-los que-se-despliegan
durante las prácj:ic.as..deintervención y alteración de la form a
espacial, y los segundos son los que cristalizan socialmente di­
chas alteraciones, norm alizándolas com o nuevas form as espa­
ciales al desplegar prácticas espaciales cotidianas. Diríamos,
inspirados en los térm inos propuestos por el propio Bolívar
Echeverría, que el prim er tipo de procesos es el que da cuerpo
a la “geopolítica real”, como actividad efectiva trasformadora

9 Otro tanto habría que decir además de las correspondencias entre el


campo y la ciudad, entre los diversos centros de poder político y los espacios
donde se despliega o también entre los lugares de consenso común y los es­
pacios en disputa.
140

de los órdenes espaciales, y que el segundo tipo afirma las


í transformaciones como nueva normalidad espacial: la “geopo-
\ lítica imaginaria” o la “a-geopolítica”.10

Unidad social histórica y escalas de lo geopolítico


Indudablemente nos encontramos en una forma social don­
de la socialidad ha quedado entretejida globalmente en una
única unidad histórica y geográfica, aunque no por ello libre
de tensiones y contradicciones; una unidad que desde cual­
quier punto de vista —político, cultural o productivo—está le­
jos de ser homogénea. La tendencia-histórica de constitución
-d&Lmercado mundial no ha sido otra cosa que la. expansión
espacial violenta ele la/Hominación capitalista sobre las diver-
saíformaísoclales previamente existentes. Articulándolas de
manera paulatina o vertiginosa, y aprovechando sus cualida­
des diferenciadas en lo local y lo regional, dicha dominación
incorporó funcionalmente cada una de estas formas al orden
espacial global del modo de producción capitalista y de repro­
ducción de sus relaciones sociales. Ello configuró y cohesio­
nó en una unidad espacialmente heterogénea la densidad de
medidas espaciales del capital, de concentraciones y disper­
siones de sus componentes orgánicos, los modos y medios de
producción particulares, así como la enorme red que entreteje
la división técnica, social y territorial del trabajo a escala in­
ternacional y mundial.
En algunos lugares se profundizaron las diferentes formas
de reproducción social existentes conforme se incorporaban
dinámicamente a la unidad capitalista en expansión y com-

10 Desde esta perspectiva, por ejemplo, al conjunto de movimientos socia­


les comunitarios que resisten a las múltiples formas de despojo territorial, en
su condición de procesos geopolíticos, habría que descifrarlos a partir de la
disputa en el presente entre las prácticas geopolíticas que buscan intervenir
el actual orden espacial y las que luchan por mantener la normalidad espa­
cial de su vida cotidiana. Normalidad espacial vigente que afirman día con
día con sus prácticas espaciales cotidianas, pero que a su vez se definiría en
el pasado mediante alteraciones en los órdenes espaciales anteriores. Aun­
que, además, habría que pensarlos además en la especificidad de los órdenes
espaciales de la unidad capitalista, como lo proponemos en la última sección
de este trabajo.
141

plejidad crecientes. En otros fueron transformadas o destrui­


das, lo que dio origen a nuevas cualidades que se vincularon
a la socialidad capitalista y a su forma espacial en expansión;
por lo que desde la especificidad geográfica, la dominación
capitalista de los diversos modos de producción previamente
existentes-fii€-u-n~proceso de instauración de la espacialidad
social global y, a un tiempo, de subordinación de una multi­
tud de espacios particulares; es decir: fue un proceso general
definido por múltiples alteraciones locales y regionales de los
órdenes espaciales previamente existentes en su subordina­
ción al capitalismo global. h{os referimos específicamente al
paulatino proceso de produccinn^pitalista déFespacio global,
p3nce.s0 .que condujo a la subordinación formal y real del orden
espacial al capital
El proceso descrito anteriormente no es otra cosa que la
realización histórica del acomodo y articulación espacial o
geográfica de la sociedad global moderna, proceso que es a un
tiempo expresión, premisa y mediación de su propia praxis
y, por supuesto, uno más de sus productos particulares. No
obstante, sin contraponerlo a su tendencia general histórica,
este orden espacial global es además el proceso de surgimien­
to, afirmación y transformación de múltiples procesos geopo-
líticos que históricamente han encarnado diversos sujetos
particulares —como imperios, coronas y Estados nacionales-
incluso, antes de la constitución histórica de la unidad global
capitalista, sin alcanzar la escala ni la complejidad global de
ésta, y aun cuando en algunos casos fueran espacialmente
independientes. Así pues, este largo proceso de dominación
histórica capitalista de la espacialidad mundial, iniciada hace
aproximadamente quinientos años, ha sido también de con­
formación de un complejo y dinámico mosaico de procesos
geopolíticos que en distintas escalas se superponen y determi­
nan entre sí. Tal vez en la observación del avance histórico del
capitalismo expansionista encontremos algunas pistas para
entender por qué los procesos geopolíticos fueron apreciados
y teorizados inicialmente sólo en la escala interestatal y glo­
bal. Y es que, en cuanto problema de conocimiento ligado a la
constitución histórica del capitalismo global imperial y colo­
nial, la producción de conocimiento estratégico respondía a la
necesidad social de dirigir mejor el proceso de subordinación
142

capitalista del espacio planetario a los intereses particulares


de las propuestas de producción y reproducción social en ex­
pansión y disputa.11
Pero cometeríamos una terrible omisión si consideramos
que los procesos geopolíticos son exclusivamente prácticas co­
loniales o internacionales que corresponden a coronas, Estados
o empresas sólo por el hecho de que la sociedad capitalista tie­
ne ya alcances globales, o porque resultaría sesgado considerar
cualquier proceso geopolítico local o regional sin considerar las
determinaciones que provienen del poder político y militar
institucionalizado. Aun cuando el proceso de dominación y pro­
ducción capitalista del espacio ha alcanzado la escala global,
esto no quiere decir que se haya establecido únicamente por
procesos geopolíticos extendidos en esta misma escala, ya que
en realidad es el resultado de un sinnúmero de estos procesos
desplegados en diversas escalas.
El capitalismo y la dominación que ha ejercido en la es-
pacialidad global, no son sino una tendencia histórica que ha
resultado de la actuación de múltiples sujetos indiferentes
pero interdependientes entre sí, y sobre todo con distintos in­
tereses y capacidades escalares de praxis geopolítica. No ad­
vertimos ninguna contradicción lógica cuando afirmamos que
en la sociedad global capitalista existen hoy en día procesos
geopolíticos que se realizan y dinamizan en escalas menores.
Se trata de alteraciones o reacomodos espaciales a diferentes
escalas del orden espacial global y no de conflictos o reaco­
modos aislados o independientes. Por ello sería un error su­
poner que por tratarse de escalas pequeñas son marginales
o poco importantes en la tendencia general de las relaciones

11 Es innegable que el proceso de expansión global de las relaciones so­


ciales capitalistas implicó un esfuerzo conjunto sumamente complejo. Se
requirieron conocimientos diversos y suficientemente precisos sobre el com­
portamiento de la naturaleza, medios de comunicación y de interconexión
global, instrumentos de control y dominio de los medios terrestres, marinos
y aéreos, formas de organización social e instituciones políticas más potentes
que las respaldaran, como los sistemas ideológicos y jurídicos modernos. Sólo
así se explica la aparición de la ciencia moderna, la técnica moderna, las
ideologías y las instituciones modernas, y entre ellas el imperialismo moder­
no, los ejercicios militares fundados en los saberes e instrumentos modernos,
y con ellos, la emergencia histórica de la geopolítica.
143

sociales capitalistas, de su afirmación o crítica, e incluso de su


potencial superación. Se trataría en todo caso de identificar
lo geopolítico en los órdenes espaciales hegemónicos y domi­
nantes, así como en los órdenes espaciales subalternos y mar­
ginales donde conviven conflictivamente la afirmación de la
normalidad espacial capitalista y su potencial trasformación.
I En última instancia, la forma del orden espacial global no
nace sino reflejar el estado de la relación de fuerzas vigente
en la lucha de clases. Por esta razón es preciso considerar no
sólo las propuestas particulares de alteración espacial de la
sociedad que responden al interés egoísta e indiferente, sino
/también las propuestas surgidas en la búsqueda de mejores
/ condiciones de vida comunitaria, y las que apuestan por re-
I ^vertir las condiciones generales de dominio que caracteriza el
modo de producción capitalista.

Del determinismo geográfico


a la autarquía material
Aquí haremos una última toma de posición en geopolítica, para
distanciamos del sentido común que niega lo geográfico como
socialmente dinámico por relacionarlo con el determinismo
geográfico de corte naturalista. Para la ideología geopolítica
nazi dicho determinismo tiene dos aspectos: el comportamien­
to mecánico de la naturaleza determina de manera externa e
inevitable lo social, y el comportamiento natural de la propia
sociedad nos condiciona internamente, como seres vivos, para
la competencia y la lucha por espacios vitales. Sin embargo,
aunque es posible identificar de inmediato el error en que se
incurre al concebir de esta manera las determinaciones de la
naturaleza en lo social, en el caso de la geopolítica no se criti­
caría el mecanicismo ni el darwinismo social implícito en esta
comprensión de lo natural, sino que se excluiría lo geográfico-
material como factor dinámico en lo social o se descalificaría
la propia geopolítica. La consecuencia implícita fue que en los
procesos geopolíticos las fuerzas englobadas en lo geográfico
que determinan lo social nunca fueron teorizadas desde otras
perspectivas científicas para rescatarlas del mecanicismo, ni
mucho menos teorizadas como cualidades particulares de la
praxis.
144

Queremos hacer explícito que un momento importante


de nuestro ejercicio de teorización crítica sobre lo geopolítico
fue el reconocimiento de lo geográfico como una cualidad di­
námica de lo social que se define en el proceso particular de
producción de su espacialidad y en su resultado como espacio
material. Conforme la ciencia geográfica crítica demostraba
que la geograficidad no es otra cosa que el orden histórico que
da cohesión a la heterogénea unidad espacial de la sociedad
y, como diría David Harvey (2007), a sus desarrollos geográ­
ficos desiguales, pudimos entender que los líídBnos-esp&áales
o geográficos son un producto histórico específico del conjunto
de las-reladouss .sociales; un producto particular de la praxis
social histórica que efectivamente tiene especificidady que
condicioñainieemftnto ai~íeQ procesos-sosiales do defiérelo con
su comportamiento dinámico, es decir, conforme al orden es­
pacial históricamente definido de las funciones y formas espa­
ciales, de sus arreglos, acomodos, conexiones, metabolismos y
superposiciones particulares, y de sus alcances escalares di­
ferenciados. Por ello la espacialidad como proceso productivo
es a la vez representación, actividad práctica presente y una
materialidad que ha sido intervenida por prácticas pasadas, a
partir de la cual se abre fácticamente la posibilidad de ejerci­
cio de libertad material.
El orden del espacio social material expresaría así la uni­
dad histórica de la materia social-natural y, a un tiempo, las
determinaciones materiales que una sociedad ejerce sobre sí
misma; pero ello sin negar el arreglo natural de la base ma­
terial, sino alterándolo y complejizándolo incesantemente de
acuerdo con nuevas necesidades sociales en contradicción y
conflicto. De modo que nos enfrentamos, no a una determi­
nación mecánica de la naturaleza sino a una autodetermina­
ción social, espacio-material o geográfica que no es esencial­
mente distinta al resto de las determinaciones históricas que
ejercemos sobre nosotros mismos. La espacialidad social de
Ja materia es así un resultado de la práctica pasada, la cual
\e revierte como determinante particular de la socialidad del
presente. Se trata de entender el plano material de la praxis
espacial como premisa, determinación y resultado del proceso
histórico de su producción, así como su condición de mediación
insoslayable de la praxis histórica (Sánchez, 1997).
145

No hay naturalismo o biologicismo intrínseco en lo espa­


cial o geográfico, ni tampoco ahistoricidad al asumir las deter­
minaciones geográficas o espaciales en los procesos sociales.
Los procesos geopolíticos no son sólo saberes y prácticas es­
tratégicas dirigidas a la futura espacialización^además son
una forma de autodeterminación; es .d ecá elo _geopolític&„en
ía'totalidad social es también la manera como en el presente
noslleterminan los procesos pasados que instauraron norma­
lidad en los órdenes espaciales vigentes. Por ello, asumir el
determinismo geográfico desde el materialismo histórico im­
plica reconocer que la espacialidad social condiciona la praxis
del presente, al igual que lo hace cualquier conjunto de cuali­
dades particulares de nuestra propia obra histórica. No es el
medio físico natural ni nuestra naturaleza animal la que nos
condiciona fatalmente, como presupone ingenua o maliciosa­
mente la ideología geopolítica tradicional; se trata en cambio
de las determinaciones que ejerce en las relaciones sociales
el conjunto de cualidades espaciales de la materia. Estas se
definen como proceso productivo y como resultado, en órdenes
y usos espaciales concretos: en conectores espaciales en todas
las escalas, en la definición de concentraciones, densidades y
dispersiones, pero también en la articulación y ordenamiento
material de los entornos geográficos particulares en todas las
escalas y, por supuesto, en su cohesión histórica como plata­
forma material para la producción y la circulación de la socie­
dad capitalista.
Es en el complejo orden espacial global que les da unidad,
cohesión y sentido, donde hay que descifrar la intervención o
afirmación de los diferentes órdenes espaciales de propuestas
particulares de reproducción social vigentes, independien­
temente de su escala y sentido particulares. Por esta razón,
como ya lo indicamos, los procesos geopolíticos del presente
actúan como agentes reestructuradores reales de los acomo­
dos históricos de la espacialidad global a diferentes escalas.
Por ello pensamos que al reconocer procesos geopolíticos en
escalas menores, no hay que perder de vista el hecho de que
también se trata de reacomodos espaciales interconectados
con órdenes espaciales de mayor magnitud y complejidad
espacial.
Sujeto histórico de la geopolítica

Como lo señalamos en la sección anterior, nos encontramos


en una sociedad global que es nuestra propia obra histórica.
Ésta se expresa en un orden espacial global como una de sus
cualidades dinámicas particulares; pero una curiosidad de
nuestra época es nos encontramos también en una situación
donde resulta cada vez más difícil percatarnos de su unidad
indivisible y constituyente de sus figuras particulares, y en la
que resulta más difícil aún percatarnos de las sutilezas de su
forma histórica y de su orden espacial común.
En esta sección presentamos una propuesta para pensar el
sujeto de la geopolítica como sujeto histórico general y después
para considerar a los sujetos particulares desde una perspec­
tiva que no los atomice, fije o aísle de la unidad histórica. En
estos apartados se tratará de dialectizar la pertenencia simul­
tánea de sujetos particulares a órdenes espaciales comunes,
y de polemizar con la noción generalizada de “disputa terri­
torial” al proponer, en su lugar, la noción de “disputa por el
sentido político de alteraciones y normalidades espaciales”.

Sujeto histórico de la geopolítica


y orden espacial histórico
Las incomparables dimensiones mundiales del capitalismo
actual, su capacidad productiva y su desarrollo tecnológico,
la gran diversidad de procesos y prácticas sociales, de singu­
laridades culturales y de patrones de consumo, de sistemas
políticos, discursivos e ideológicos, son algunas formas de la
iriqueza social global en que la reproducción social capitalista
«^manifiesta.
Sin embargo, ninguna de estas identidades particulares
puede entenderse por sí misma, ni en su constitución ni en la
manera específica de pertenecer al conjunto de las relaciones
sociales. Han perdido toda vigencia histórica las nociones de
unidad de lo humano que presuponen coexistencias históri­
cas paralelas e independientes, por muy conflictiva que sea
la relación entre ellas; sin duda alguna, la unidad histórica
capitalista no sólo ha sido-modelada po^ueljQaercado-capita-
lista de prodU'cciÓíi'y consumo; la sociedad global también ha
r sido cohesionada en una unidad técnica productiva y mercan-
' til qüe en los aspectos productivos más profundos ha iniciado
el largo camino de homogenización del campo instrumental de
la producción y el consumo mundiales, es decir, de lo que Bo­
lívar Echeverría ha denominado la “estrategia civilizatoria”
moderna capitalista (1997).
Esta extensa red del campo instrumental que ha cohe­
sionado y estructurado materialmente la unidad histórica
capitalista a escala global es la fuerza productiva social mo­
derna, la cual sólo ha podido alcanzar esta escala al articu­
larse, diversificarse y complejizarse en su propio seno. No es
un producto divino o natural, pero tampoco uno que resulte
exclusivamente de la voluntad o de la praxis política de una
clase, nación o grupo, por más que algunos fomenten y hayan
sido beneficiados intencional o azarosamente por este proceso.
Pareciera entonces un sinsentido que hayamos perdido la ca­
pacidad de percibir la unidad social histórica donde estamos
inmersos y que las representaciones que nos hemos hecho de
la unidad social y de cada una de sus partes hayan generado
un falso antagonismo que nos obliga a elegir entre la estructu­
ración funcional homogeneizadora o la atomización excluyen-
te de cada una de sus partes, esto último al identificar cone­
xiones supuestamente exteriores entre los fragmentos que no
participan de su constitución ni alteran su forma.12
El sujeto al que en primer lugar nos referimos no es otro
que el sujeto social histórico: la sociedad histórica; es decir,
la sociedad capitalista en su forma y escala históricas, en su
unidad heterogénea, en su comportamiento tendencial y en la
constitución de sus múltiples contradicciones objetivas. Dicho

12 Esta característica de la sociedad moderna no es producto de la casuali­


dad, puede explicarse con rigor como fenómeno histórico si reconocemos en el
mercado fundado en el intercambio de dinero capitalista como el núcleo duro
o matriz estructurante de la sociedad moderna la característica que posibilitó
la producción histórica de interdependencias e indiferencias mutuas a escala
global. Se produce así no sólo en la percepción, sino sobre todo como rasgo de
las relaciones sociales reales, la producción de individuos aislados, egoístas e
indiferentes entre sí que han perdido la capacidad de reconocerse socialmente
el uno en el otro, y de comprender que su fuerza productiva individual surgió
y hace parte de la fuerza productiva social global. Véase Karl Marx (2001) y
Bolívar Echeverría (1998b).
148

sujeto no es una clase, un grupo, una secta o una etnia con­


siderados de manera independiente, sino el conjunto de rela­
ciones históricas e identidades individuales y colectivas que
afirmamos en la vida cotidiana; de ahí la necesidad de iden­
tificar y descifrar en su praxis política general su praxis pro­
piamente geopolítica. Pero no como si se tratara de un bloque
uniforme sin contradicción y conflicto, sino como la tendencia
general que se define por procesos múltiples y heterogéneos
de alteración y normalización del orden espacial histórico; un
orden en el que además se expresan como proceso general la
espacialización de la lucha de clases y la relación de fuerzas
vigente. Nos enfrentamos así a una tendencia histórica que
define la unidad conflictiva y contradictoria del orden general
del espacio histórico, un orden dinamizado a la vez que cohe­
sionado y estructurado por el campo instrumental global, por
la producción y el consumo, así como por la estrategia históri­
ca circulatoria y distributiva. En última instancia, un orden
espacial histórico que en su forma y sentido lleva impresa la
generación de ganancia abstracta, la competencia entre con­
sumidores y productores privados, el desgarramiento entre el
sujeto y el objeto, y en general por el telo» histórico del modelo
capitalista de civilización.

Sujetos de la geopolítica y órdenes, espaciales


Lo geopolítico es evidente en la praxis que los sujetos particu­
lares despliegan en órdenes espaciales específicos. Pero aquí
el reto consiste en teorizar y descifrar los procesos geopolíti-
cos particulares sin atomizarlos, sin desgarrar la unidad de
la sociedad histórica y sin homogeneizarla, y más aún, sin
suponer que cada uno de los órdenes espaciales pertenecen
de manera exclusiva a un sujeto político, y sin suponer tam­
poco que existe una correspondencia perfecta entre el sujeto
político particular y el orden espacial del que participa y en el
que se emplaza. Debemos indagar y teorizar dichos procesos,
en primer lugar concibiendo la totalidad como el conjunto de
órdenes de socialidad desde los que se constituyen las identi­
dades políticas, y en segundo lugar sin olvidar que es desde
ella que se estructuran y establecen jerarquías entre cada una
de las identidades particulares.
149

El sujeto particular de la geopolítica puede ser un imperio,


una clase, una comunidad o una empresa, o también un con­
junto articulado de ellos, pero como sujetos interdependientes
en movimiento y transformación que se conforman mutua­
mente; como sujetos constitutivos de la praxis histórica. Cada
sujeto particular en su especificidad está constituido por y es
constituyente de la praxis social histórica, pero lo es también
de su identidad particular. Esta se establece a partir de su sin­
gular localización en la trama de órdenes de socialidad, pero
también como ejercicio de afirmación de una identidad política;
es decir, como sujeto particular en sí y luego como sujeto par­
ticular para sí.
La manifestación política de los sujetos individuales o co­
lectivos está en constante trasformación, y no sólo por su vo­
luntad, pasión o deseo de afirmación política, sino igualmente
por su praxis política y por la afirmación de su identidad indi­
vidual o colectiva. La identidad del sujeto particular se afirma
en función de sus propios intereses y capacidades, así como en
su forma de representación de lo real y en su correspondencia
con el otro. Sin embargo, la condición de posibilidad efectiva
no la encontramos en él como ente aislado sino en su loca­
lización singular en la trama diversa de órdenes sociales de
producción y reproducción; es decir: en las condiciones singu­
lares que le brinda su localización y participación múltiple en
la producción, la distribución, el cambio y el consumo, en la
división técnica, social y territorial del trabajo, así como en los
órdenes gubernamentales, jurídicos y políticos.
Por eso es un error considerar la existencia de los sujetos
particulares de manera absoluta, ya que así pierde de vista su
constitución relativa e históricamente cambiante en la uni­
dad social. Pero no sólo porque la unidad social histórica como
totalidad esté siempre en transformación, sino porque cada
uno de los sujetos particulares también cambia y se transfor­
ma, primero en su sujeción o localización singular en la trama
histórica de órdenes de socialidad, y luego en las necesidades
múltiples de afirmación identitaria que establece en su pra­
xis política. Es en la sociedad histórica que la individuación
encuentra sus marcos históricos de realización efectiva, como
sujeción “en sí” en un lugar de la trama histórica de órdenes
de socialidad, y es en la sociedad histórica donde se define fác-
150

ticamente la necesidad de afirmación política, como sujeción


propiamente política “para sí”.
Pero esto no sugiere que la coexistencia de los sujetos par­
ticulares sea armónica y espacialmente yuxtapuesta, ya que
su praxis social impone y establece formas espaciales diversas
que superponen y cohesionan de manera más o menos conflic­
tiva su convivencia. Sería un error suponer que a cada sujeto
particular corresponde de manera absoluta o perfecta un or­
den espacial; lo que en realidad sucede es que la constitución
de los sujetos particulares se establece en órdenes espaciales
compartidos: tanto en su acoplamiento como en su superpo­
sición. En el primer caso reconociendo que las fronteras son
los límites flexibles de unidades espaciales interdependientes,
porque las fronteras entre los espacios particulares son líneas
y áreas de articulación espacial en la que adquieren forma
geográfica las determinaciones de ida y vuelta entre sujetos
particulares, y —lo que es más importante aún—porque los
sujetos particulares comparten su localización en los órdenes
espaciales. De esta manera los reacomodos y las normaliza­
ciones de los órdenes espaciales expresan la disputa no por
espacios aislados sino por el sentido socialmente útil de las
alteraciones y normalizaciones de la forma del orden espacial.
En realidad los órdenes espaciales, más que un conjunto de
lugares aislados y externos en disputa, son elementos constitu­
tivos de la trama histórica de socialidad, elementos que en sus
entrecruzamientos singulares establecen sujeciones múltiples
a individuos y colectivos particulares, al igual que sujeciones
propiamente políticas. La sujetidad geopolítica particular, por
tanto, no está establecida de antemano sino que es también un
proceso de producción social e individual que además de produ­
cir sentidos, crea sus propias contradicciones y conflictos. Es en
este proceso dialéctico de las determinaciones socio-espaciales
y las necesidades de afirniación política que los sujetos particu­
lares pueden constituirse en sujetos propiamente geopolíticos.
Así pues, no existen sujetos geopolíticos particulares que
se expresen de forma nítida y menos aún definida con inde­
pendencia de la propia praxis geopolítica. El camino de sim­
plemente incluir nuevos actores políticos como sujetos de la
geopolítica, además del estatal, ya fue propuesto e iniciado
por la denominada geopolítica crítica, inaugurada por la es-
151

cuela francesa de geopolítica.13 No obstante, si bien recono­


cemos sus legítimos y pertinentes esfuerzos por considerar
otros sujetos políticos y otras escalas de análisis en su prácti­
ca geopolítica, también reconocemos los peligros que conlleva
la fragmentación del sujeto histórico que trajo consigo su con­
sideración de lo geopolítico. Y es que su propuesta ha vuelto
rígidos y exteriores entre sí a los sujetos geopolíticos, y en
conjunto los ha vuelto ajenos a la unidad histórica.

El Estado como forma histórica concreta


y como unidad de los órdenes espaciales

Existe aún otro camino que deseamos explorar, o al menos co­


menzar a hacerlo, en este trabajo: el que aborda la unidaijg e-
^epftLbanto de la política, en su condición de campo de fuerzas
nalítieo^de la unidad histórica como cíe los órdenes-espaciales
históricos. Y lo exploraremos considerando la forma histórica
concreta' en que se expresa la sociedad capitalista: el Estado.
Pero nuestra manera de concebir el Estado —presente en Hegel, y
consolidada en la noción materialista de la historia del discurso
crítico de M arx- va más allá de su consideración como instru­
mento de clase o como clase política o clase en el gobierno.14

C am p o de fu erza s geopolítico
y g eop olítica de la lu ch a en tre clases
La separación y antagonismo ficticios entre el Estado y la so­
ciedad, como si fueran universos distintos, ha obstaculizado

13Para una discusión detallada del estado actual en torno a la geopolítica


crítica, véase el trabajo de Heriberto Cairo Carou (1993).
14 Este punto es además una hipótesis que habrá que teorizar en futuros
trabajos siguiendo la noción de forma Estado que propone el discurso crítico
de Marx y el desarrollo de la teorización los procesos geopolíticos. Una de las
consecuencia de la manera en que la escuela geopolítica francesa supuesta­
mente superó el llamado “fetiche estatal” de la geopolítica ortodoxa, fue que
al oponer al Estado “otros” sujetos particulares, a los que le reconoce praxis
geopolítica, optó, sin aclararlo por la noción reducida de Estado como clase
política y aparato estatal, y obvió la discusión Bobre el Estado como forma
concreta de la unidad social capitalista.
152

la percepción de que la forma histórica concreta de la socie­


dad es el Estado; es decir: ha impedido que se conciba clara­
mente al Estado como la unidad histórica concreta de la re­
lación de fuerzas establecida entre todas las fuerzas políticas
de la sociedad, capitalista; como una expresión de la división
social del trabajo entre la clase en el gobierno y la clase go­
bernada, y a la vez como un reflejo de la concreción histórica
y de la vigencia de la lucha entre clases. Mantener el anta­
gonismo Estado-sociedad no sólo ha empobrecido la forma de
concebir el Estado, ya que lleva a confundirlo o a reducirlo a
las instituciones políticas, administrativas y represivas liga­
das al dominio, la legalidad y la legitimidad social de las cla­
ses gobernantes (Oliver, 2009); también ha marginado de las
agendas políticas el horizonte de disputa por un proyecto de
sociedad. A ello se debe que quienes abordan el Estado desde
esta perspectiva fragmentaria, en vez de contribuir al cues-
tiomamiento profundo de los rasgos de comportamiento de las
relaciones sociales históricas ^oue permitieron la emergencia
dere«a,‘ggti^^eJnstitucÍOTTes;::Ssl^aÍCTC(mT aacaractensticas
i .actuales -entre ellas su alejamiento de los sectores populares
] de la sociedad y su oposición política—, se hayanr-cefifrado'eiT
I su condición de instrumento de las clases dominantes. Ello ha
1 tenido cómo consecuencia ñegativa'que la discusión estratégica
sobre el Estado generalmente se reduzca a la disyuntiva de to­
rnarlo o no para dirigir la revolución, en vez de que sea sobre el
(proyecto de sociedad —como unidad histórica—a que se aspira.^
En lo que respecta a nuestro interés por teorizar lo geopo-
líticp, estas nociones reducidas sobre el Estado también han
limitado la capacidad de percibir y, claro está, de descifrar la
unidad de los órdenes espaciales donde se expresa la sociedad
capitalista concreta, como campo de fuerzas geopolítico en el
que se concreta la unidad de todos los procesos geopolíticos así
como la relación espacial de fuerzas históricas de la geopolíti­
ca de la lucha de clames.

Unidad de los tres órdenes concretos


de socialidad capitalista
El aspecto que nos ocupa en esta última parte del ensayo res­
cata los órdenes espaciales en que toma cuerpo el Estado como
153

unidad histórica capitalista concreta, y se refiere a la defini­


ción de lo geopolítico como alteración o normalización polí­
tica de esta unidad. Como nos recuerda Bolívar Echeverría
(1998b), en la forma social propiamente capitalista conviven
tres principios constitutivos de las relaciones interindividua­
les en medio de la comunidad, principios que corresponden a
tres estratos o modos de socialización vigentes que interac­
túan y se determinan de manera recíproca, cohesionándose,
dentro de la unidad histórica concreta, en un todo jerárquico;
dichos estratos son: la “sociedad natural”, la “sociedad civil” o
“burguesa”, y la “sociedad política” o “Estado”. Estos tres nive­
les o estratos de socialidad superpuestos en una misma unidad
social, continúa Bolívar Echeverría, se constituyen a la vez en
tres momentos de desarrollo o complejización de la unidad his­
tórica; es decir: cada momento de mayor desarrollo contiene
al anterior y, por eso mismo, implica un salto en la compleji­
dad de la unidad que dichos niveles constituyen. Y esto porque
el momento de mayor desarrollo contiene al mismo tiempo la
vigencia de estos tres niveles de socialidad, las relaciones in­
ternas y externas entre ellos, y una forma cohesionada que
los comprende y organiza, decíamos, en una unidad jerárquica
definida por la propia praxis histórica.
Nos interesa hacer observar que a cada uno de estos nive­
les de socialidad concreta corresponden órdenes particulares
de socialidad espacial o geográfica: órdenes concretos donde
se establecen las articulaciones espaciales entre la sociedad
natural, la sociedad civil y la sociedad política, es decir, entre
los tres órdenes espaciales de socialidad: el “natural”, el “civil”
y el “estatal”. Estos tres órdenes, al igual que los estratos de
socialidad a los que refiere Bolívar Echeverría, son constitu­
yentes del orden espacial histórico; están vigentes en su espe­
cificidad como modos particulares de especialidad, y expresan
a la vez niveles de desarrollo o complejización concretos de la
forma de cohesión espacial histórica y de las jerarquías que
se establecen en ella. De modo que aun manteniendo su es­
pecificidad y pervivencia particular, el orden espacial de la
sociedad civil contiene ya en su seno los órdenes espaciales
de socialidad natural, al igual que el orden espacial de la so­
ciedad política contiene a su vez el civil y los naturales. Por
ello es en la forma peculiar de la unidad espacial concreta
154

donde se expresan estos tres órdenes como niveles vigentes


de complejización, articulación y cohesión espacial, y donde se
reflejan las formas particulares de su mutua determinación y
las jerarquías entre ellos.
El orden espacial de socialidad natural correspondería al
primer nivel de la política, al de la sociedad como comunidad
natural, el cual sólo existe en su trascendencia a los otros dos
niveles de mayor complejidad. Es la forma natural en que
los individuos se relacionan entre sí y en la que se organizan
prohibiciones, preferencias y disposiciones de todo tipo de
acuerdo con su forma básica de transnaturalización. En esta
organización se estructura una manera propia de articular
espacial o geográficamente a todos los miembros de una fami­
lia o tribu hasta llevarlos como norma común hasta la escala
de toda la comunidad.
El orden espacial de socialidad civil o burguesa corresponde
al segundo nivel de vigencia de la política, es decir, al nivel de
articulación espacial mercantil entre propietarios productores
y consumidores privados. Es, como nos dice Bolívar Echeve­
rría, un orden que refleja la competencia de todos contra todos,
guerra en cuya concreción se descubren aliados y enemigos,
socios y contrincantes a partir de los sutiles mecanismos de
la esfera de la circulación mercantil. Aquí se establecen las
diferencias jerárquicas entre los diferentes tipos de propieta­
rios privados indiferentes entre sí, auñque paradójicamente
definen el interés común de la sociedad civil, que de manera
contradictoria encuentra, en el seno de la comunidad, su afir­
mación negativa en el orden social de la propiedad privada.
Finalmente, al tercer nivel de la política -e l que expresa la
socialidad entre los individuos en calidad de ciudadanos—le
corresponde el orden espacial de la sociedad política o estatal.
Aquí se expresarían las articulaciones espaciales que entrete­
jen los aspectos que conciernen a los juegos de poder sobre el
sentido del bien común y acerca de los asuntos que comprome­
ten a la comunidad humana como sujeto social autoconsciente
y autárquico.
En cada uno de estos tres niveles concretos de órdenes es­
paciales se establecen condiciones singulares de constitución
de sujetidad política de acuerdo con la localización de indivi­
duos y colectivos, así como los juegos de poder internos; de ahí
155

que en su seno coexistan prácticas propiamente geopolíticas


de intervención y normalización de su forma espacial histó­
rica. Aunque también, y sobre todo, los procesos geopolíticos
mantienen vigencia en los entrecruces o articulaciones entre
estos tres niveles básicos de socialidad espacial capitalista.
Así pues, la vigencia de prácticas geopolíticas de intervención
y disputa en el orden espacial histórico no se agota en la dispu­
ta por territorios. La llamada lucha por territorios es apenas
la apariencia de un ejercicio político más profundo: la disputa
por dar una forma socialmente útil al orden espacial histórico
, de acuerdo a un sentido político particular, por el derecho de
f intervenir en él conforme a un interés; es decir: se trata de la
disputa por la autarquía espacial y por la capacidad de ejer-
X^cerla como un momento de autodeterminación histórica.

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