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PARCIAL DOMICILIARIO N°1

SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN

DOCENTE PABLO LIVSZYC

PABLO GONZALEZ
1) El 4 mayo del 1848 el conjunto de la burguesía consigue “reducir al rasero burgués
los resultados de la revolución”1 de febrero, quedando como representante de la
nación –surgida de las elecciones con sufragio universal– la Asamblea Nacional.
Durante el gobierno provisional, en la contienda de este período el proletariado debe
enfrentarse solo –en las jornadas de insurrección de junio– al resto de la sociedad
francesa –incluida la burguesía monárquica, la burguesía republicana, la pequeña
burguesía democrática, el proletariado social democrático y el campesinado– al ver
que la republica burguesa representa la continuación de la explotación de una clase
por otra –camuflada como la conquista de las libertades burguesas, como ser el
sufragio universal– y no una República Social. El proletariado pierde la contienda,
queda fuera de escena, y además “renuncia a transformar el viejo mundo, e intenta
por el contrario, conseguir su redención a espaldas de la sociedad, por la vía privada,
dentro de sus limitadas condiciones de existencia, y por tanto, forzosamente, fracasa.”2
Por el lado del conjunto de la burguesía se representan la lucha como la
oposición anarquía versus orden, donde la máxima “propiedad, familia, religión y
orden” va convirtiendo sucesivamente –y en sentido descendente– en enemigos de la
sociedad a todo partido y clase que se oponga a los intereses de las clases
dominantes incluso a aquellos que en su momento creían ser sus defensores.
Del 24 de junio al 10 de diciembre, aprovechando la insurrección revolucionaria,
los republicanos puros se hacen del dominio de la asamblea, y –bajo estado de sitio–
se redacta una Constitución republicana que tiene dos caras: por un lado representa la
conquista de derechos liberales –libertad personal, de prensa, de asociación, de
reunión, de enseñanza, etc.– y por otro los controla y neutraliza siempre que atenten
contra los intereses de la clase dominante –camuflados bajo la premisa de la
preeminencia del orden y la seguridad nacional; además se establece en la
constitución una división de poderes que habría de habilitar la destrucción de la misma
asamblea por parte de Bonaparte. Mientras que el partido republicano, puro ávido de
su parte del león en el dominio de la república, consigue cooptar los ministerios y
puestos importantes –como ser Marrast presidente de la asamblea o Cavaignac
sustituyendo la comisión ejecutiva– al mismo tiempo crece su impopularidad entre los
pequeños burgueses y el proletariado revolucionario.
Los actores sociales fundamentales para que Bonaparte fuera electo presidente
en diciembre de 1948 fueron: el campesinado, quien reacciona contra la ciudad y se
ve atraído por los ideales napoleónicos; el gran aliado de Bonaparte que fue el partido

1
Marx, K., El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Editorial Anteo, Bs. As., 1972, p. 24.
2
Idem, p. 25.
del orden, que representa la alianza de los orleanistas y los legitimistas y que sólo bajo
la bandera del capital podía actuar conjuntamente; y por último también lo apoyan los
proletarios y pequeños burgueses quienes habían sufrido las violentas represiones
durante las jornadas de junio por parte de los republicanos puros. Así, comienzan a
quedar relegados los republicanos puros quienes dominaban en el parlamento, y van a
ocupar su parte en el poder Bonaparte y el partido del orden, quienes ahora
detentaban el manejo del poderío militar, con el que amedrentarían el 29 de enero de
1849 a la burguesía republicana parlamentaria y que vaticinaba el siguiente gran
suceso que fue la disolución de la asamblea nacional constituyente en mayo de 1849.
Como apunta Marx “el motivo que llevó al partido del orden a acortar violentamente la
vida de la constituyente fueron las leyes orgánicas complementarias de la constitución,
como la ley de enseñanza, la ley de cultos, etc. A los monárquicos coligados les
interesaba en extremo hacer ellos mismos estas leyes y no dejar que las hiciesen los
republicanos ya recelosos”3

2) a) La ideología del partido del orden, integrado por las dos grandes fracciones de
los orleanistas y legitimistas, está caracterizada por la convicción de ser los salvadores
de la sociedad frente a la anarquía y el desorden que representaban, según su visión,
cualquiera que atentara contra sus propios intereses; este carácter monárquico
reaccionario es contra, como apunta Marx, “toda reivindicación, aun de la más
elemental reforma financiera burguesa, del liberalismo más vulgar, del más formal
republicanismo, de la más trivial democracia, al mismo tiempo es castigada como
‘atentado contra la sociedad’ y estigmatizada como ‘socialismo’”4. Volviéndose así, con
miedo, sobre el progreso ilustrado que los había constituido a ellos mismos como
clase dominante. Al mismo tiempo sueñan conspirativamente, intentando convencerse
de su lealtad dinástica, con “elevar cada cual al trono su propio pretendiente”. Aunque
detrás de estas dos grandes fracciones se hallaban en contradicción los verdaderos
motivos de la tensión: la gran propiedad territorial –vinculada al campo– y el capital
financiero y comercial –vinculado a la ciudad–, siendo en realidad ambos expresión de
un régimen social burgués y no de un régimen monárquico. Un ejemplo de esto último
es que los monárquicos, desde sus bancas en el parlamento, “se obstinaban en cerrar
a sus reyes desterrados la puerta por la que podían retornar a la patria”5

3
Idem, p. 42.
4
Idem, p. 27.
5
Idem, p. 104.
b) Por el lado de la pequeña burguesía democrática –que incluía a los proletarios
social-demócratas– se imagina e intenta convencer al resto de la sociedad que es la
defensora de los “eternos derechos humanos”,6 de la república y la constitución; al
tiempo que se imagina ser el equilibrio entre el gran capital y el trabajo asalariado,
convirtiéndose en la salvadora de la sociedad –siempre que se mantuviera preservada
las condiciones materiales de existencia de la pequeña burguesía– evitando la lucha
de clases a la que llevaba la tensión entre los extremos. El supuesto carácter
revolucionario de esta fracción, pregonado altisonantemente por ellos mismo, en la
realidad se desdibujaría demostrando que la supuesta confluencia de interés del
pueblo y de la pequeña burguesía no coincidía tanto como esta última pensaba.

c) En cuanto a el conjunto de los campesinos parcelarios (conservadores), “viven


bajo condiciones de existencia que la distinguen por su modo de vivir, sus intereses y
su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil”7, pero no son
capaces de agruparse y organizarse para defender su reciente conquista de la
propiedad de la tierra ya que se encuentran aislados cada cual en su parcela. Por eso
buscan su representación –motivados por las ideas napoleónicas (propiedad
parcelaria, autoridad religiosa y preponderancia del ejército) – en una autoridad
externa que salvaguarde su amada propiedad del suelo, encarnada en la figura de
Luis Bonaparte.
Ahora bien, este deseo de protección se debe a el yugo que generan la
recaudación impositiva y el creciente endeudamiento hipotecario del campesinado
provocado por el capital burgués; no viendo que es la misma propiedad parcelaria la
que genera –inscripta ahora en las nuevas relaciones de producción– su propia
amenaza. Así, esa suerte de nostalgia imperial y apego a las ideas napoleónicas
caracterizan el sistema de creencia de esta fracción al tiempo que constituyen un
contrasentido de sus propias condiciones de existencia.

3) Siguiendo a Weber, el tradicionalismo puede describirse como una corriente ética,


precapistalista, que genera en quien la vive un conjunto de conductas y disposiciones
psicológicas determinadas principalmente por la costumbre (validez de lo que siempre
existió), teniendo en lo religioso un peso determinante la autoridad eclesiástica –
mediadora entre dios y los individuos, además de ser la encargada de la cura de
almas– apuntalando la moral tradicional.

6
Idem, p. 48.
7
Idem, p. 133.
Esta mentalidad tradicionalista en su expresión económica se orienta a la
satisfacción de las necesidades tradicionales y configura un estilo de vida que busca
vivir al día con un ritmo parsimonioso, prefiriendo una vida bien asegurada a una vida
en continuo peligro y exaltación; además de esa suerte de conformismo expresado en
una moderación en el trabajo y en la ambición de lucro, condena la usura y el
enriquecimiento desmedido, aunque en algunas situaciones lo tolerara prácticamente
como un mal necesario. Este particular sistema de normas tradicional que influye en
las acciones económicas de los sujetos –estableciendo el modo y las medidas de
éstas– se diferencia del ethos del capitalismo moderno.
Este último está caracterizado por cualidades éticas muy rigurosas de las cuales
las más sobresalientes son: considerar como ideal del hombre honrado el entregarse
virtuosamente al trabajo, poniendo como fin último el deber de trabajar y el de
enriquecerse de forma racional y legítimamente, es decir que el comportamiento
adecuado es el de producir más y más dinero, evitar holgazanear, actuar puntual,
metódica y diligentemente en los negocios; otra norma característica de esta ética es
la de condenar y evitar el goce inmoderado, la ostentación y el lujo inútil, promoviendo
en cambio la austeridad ascética, un “alejamiento del mundo”, y un esnobismo
religioso que desprecia todo comportamiento que se aleje de sus rígidos preceptos. La
clase media industrial fue la más representativa de esta nueva mentalidad denominada
por Weber como el “espíritu de capitalismo”.

4) Uno de los puntos de mayor gravitación en las creencias del protestantismo


ascético, al tiempo que es también el que lo aleja del catolicismo y el luteranismo, es el
postulado de la predestinación. Esta consiste en que el destino de cada individuo está
fijado de antemano por dios, alejando así toda intermediación salvífica terrenal –como
ser la cura de almas–; y como consecuencia de este postulado el individuo se ve
enfrentado en soledad con su destino, así el cristiano reformado se tomaba el pulso a
sí mismo eliminando toda acción mágica –considerada pura superstición–. Una
consecuencia psicológica de esto es que el individuo se ve impulsado a comprobar
constantemente su fe, es decir verificar que es uno de los elegidos de dios, que es un
instrumento al servicio de la gracia de dios; ahora bien, ese servicio se hace efectivo
en el obrar del individuo pero por la decisión del mismo dios, por eso la santificación
de las obras. Al eliminar la magia como medio de salvación el reformado se ve
sustraído del comportamiento que oscila entre el pecado y el arrepentimiento, y en
cambio se ve exigido de una “santidad en el obrar elevada a sistema”;8 en otras

8
Weber, M, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, FCE, México, 2011, p. 167.
palabras la conducta moral del individuo ha de ser planificada y sistematizada,
racionalizando la piedad y configurando así su carácter ascético. La obsesiva
disciplina ha de ser a su vez constante ya que “quien se aleja de la iglesia verdadera
ya no puede pertenecer al círculo de los elegidos por dios”9 .
Esta atmosfera religiosa estimula al individuo a una “lucha incasable y
sistemática con la vida”, con el fin de acrecentar la gloria de dios. Este
empecinamiento puritano encuentra una de sus primeras manifestaciones en el
cumplimiento incesante de las tareas profesionales como medio de ahuyentar la duda
religiosa –la cual per se era considerada un alejamiento de la fe– creando así monjes
ya no situados fuera del mundo –como en el ideal católico– sino santos en el mundo –
realizadores del ideal ascético en el trabajo profesional–. Esto favorece un obrar
profesional, ascético, metódico y racional y que además evita la dilapidación del
tiempo –considerado el pecado principal, ya que ese tiempo ha de servir para
aumentar la gloria de dios realizada en el obrar–. Todo esto convierte al trabajo en un
fin absoluto prescrito por dios, y tiene como una de sus consecuencias la
especialización de las profesiones que redunda en un aumento del rendimiento
cuantitativo y cualitativo, y por tanto más útil, es decir más grata a dios.10 Otra
consecuencia importante es la del provecho económico que produce al individuo, al
respecto Weber apunta siguiendo la lógica de Baxter, “cuando Dios (al que el puritano
considera actuante en los más mínimos detalles de la vida) muestra a uno de los
suyos la posibilidad de un lucro, lo hace con algún fin; por tanto, al cristiano creyente
no le queda otro camino que escuchar el llamamiento y aprovecharse de él”;11 así, el
enriquecerse se considera un precepto obligatorio, aunque sólo es deseable como
fruto del trabajo profesional mientras que es condenable si se busca el “descanso en la
riqueza” y el goce despreocupado, por el contrario “el hombre es tan sólo un
administrador de los bienes que la gracia divina se ha dignado concederle”.12 Esta
estrangulación del hábito de consumo provocaba la acumulación de ganancias que era
reinvertido –racionalmente– con finalidades productivas, provocando a su vez un
tecnológico que aumentaría la productividad (en sentido capitalista) y la racionalización
de la economía.
Esta fe y prácticas religiosas, con su particular idea de profesión enraizada en el
ideal de una conducta ascética, crearon impulsos psicológicos que orientaron el modo
vida de un sector social, y que se convertiría en un fenómeno de masas, siendo

9
Idem, p. 148.
10
Idem, p. 220-221.
11
Idem, p. 222.
12
Idem, p. 234.
decisivo para el surgimiento de una nueva ética que “en sus efectos psicológicos
destruía todos los frenos que la ética tradicional ponía a la aspiración a la riqueza,
rompía las cadenas del afán de lucro desde el momento que no sólo lo legalizaba, sino
que lo consideraba como precepto divino”.13 Vale aclarar que el imperio del estilo de
vida puritano no resistió el efecto secularizador de la riqueza, invirtiéndose así el
“abandono del mundo” por la pasión y el amor al mundo.

13
Idem, p. 236.

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