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Pese a ser una de las obras de época temprana de Hieronymus Bosch en ella ya se aprecia la

calidad e ironía que el maestro holandés llegará a alcanzar perfilándose como una de las
figuras artísticas más relevantes del panorama europeo bajomedieval.

Jeroen Anthoniszoon van Aeken más conocido como Hieronymus Bosch o simplemente El
Bosco es el mejor representante de la escuela holandesa durante el XV. Procedente de una
familia de artistas y formado en el taller de su padre El Bosco supo encontrar su propia vía
desvinculado del apellido familiar. Sus obras poseen una gran perfección técnica a la vez que
nos trasmiten una compleja iconografía destinada, casi siempre, a tratar irónicamente la
hipocresía y la herejía del hombre.

En esta ocasión nos encontramos con una pequeña obra -38 cm de ancho y 45 de alto- que
actualmente se encuentra en el Museo del Prado de Madrid y fue realizada en el último cuarto
del siglo XV, entre 1475 y 1480. Siguiendo la tradición nórdica cultivada por los Primitivos
Flamencos, la obra ha sido realizada siguiendo la técnica del óleo y usando como soporte la
madera; el redescubrimiento –el óleo ya era conocido desde la antigüedad- del óleo permitió a
los Flamencos alcanzar un gran nivel de detallismo en sus obras a la vez que le confería a éstas
un aspecto más naturalista y realista.

En la extracción de la piedra de la locura el artista representa una práctica tradicional que se


venía llevando a cabo desde los inicios de la Edad Media. Se consideraba que aquellos
hombres que no estaban en su sano juicio, eran demasiado imprudentes o estúpidos debían
someterse a una operación en la que el supuesto médico les extirpaba de la cabeza una
pequeña piedra que era la causante de sus dolencias. En la mayoría de ocasiones tan sólo se
practicaban algunos ritos y no llegaba a realizarse la mencionada operación, pero en otras
ocasiones la intervención quirúrgica era una auténtica lobotomía.

Así podemos observar al paciente sentado en una silla, es un hombre bajito y robusto que nos
mira de manera penetrante y paradójicamente parece ser el más cuerdo de todo el conjunto.
En la cintura lleva una bolsa con dinero que se encuentra atravesada por un puñal, un símbolo
de la estafa a la que va a ser sometido. El supuesto doctor se dispone a operar al paciente pero
en realidad lo que le extrae de la cabeza no es ninguna piedra sino un tulipán. Aparece
ataviado con un embudo en lugar de un birrete, un símbolo de estupidez y necedad. La escena
aparece completada por dos personajes más: una mujer una monja que lleva un libro cerrado
sobre la cabeza aludiendo a s necedad y un monje que apremia al doctor y que en realidad
parece más preocupado por el vino que lleva en la mano que por la operación.

Pese al formato rectangular del lienzo la obra se desarrolla en un tondo trasmitiendo la idea de
ser reflejo de un espejo. El resto del espacio es ocupado por unas letras doradas con una
inscripción que alude a la escena representada.

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