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La atención de la mujer embarazada entre los Aztecas, que formaban la raza más civilizada de la

altiplanicie, así como de otras culturas que existían en el país, se encontraba como en todos los
pueblos primitivos en manos únicamente de mujeres, las cuales vigilaban los embarazos y asistían
los partos y puerperios. Estas mujeres antes de ejercer formalmente su profesión, adquirían una
larga práctica que las convertía en un ser respetado y estimado en la sociedad y eran conocidas
por el nombre de Tlamatquiticitl.
La Ticitl tenía un papel verdaderamente complejo, pues no solamente se encargaba de aconsejar y
vigilar a la mujer durante su preñez, asistir el parto y el puerperio, sino que sus importantes
funciones empezaban desde antes de que viniera el embarazo, siendo ella la que cargaba a
cuestas a la novia para entregarla a su prometido; si sobrevenía un embarazo, dictaba las medidas
más prudentes de orden higiénico y la grávida era protegida y vigilada y para ella exigía una vida
tranquila y sosegada. Durante el último trimestre la partera o Ticitl, excedía sus cuidados y le hacia
tomar con cierta frecuencia baños de vapor en el Temazcalli, que preparaba personalmente y
antes de La atención de la mujer embarazada entre los Aztecas, que formaban la raza más
civilizada de la altiplanicie, así como de otras culturas que existían en el país, se encontraba como
en todos los pueblos primitivos en manos únicamente de mujeres, las cuales vigilaban los
embarazos y asistían los partos y puerperios. Estas mujeres antes de ejercer formalmente su
profesión, adquirían una larga práctica que las convertía en un ser respetado y estimado en la
sociedad y eran conocidas por el nombre de Tlamatquiticitl.
La Ticitl tenía un papel verdaderamente complejo, pues no solamente se encargaba de aconsejar y
vigilar a la mujer durante su preñez, asistir el parto y el puerperio, sino que sus importantes
funciones empezaban desde antes de que viniera el embarazo, siendo ella la que cargaba a
cuestas a la novia para entregarla a su prometido; si sobrevenía un embarazo, dictaba las medidas
más prudentes de orden higiénico y la grávida era protegida y vigilada y para ella exigía una vida
tranquila y sosegada (Fig. 1). Durante el último trimestre la partera o Ticitl, excedía sus cuidados y
le hacia tomar con cierta frecuencia baños de vapor en el Temazcalli, que preparaba
personalmente y antes de entrar a él efectuaba un rito religioso. Durante el baño practicaba a la
grávida palpación abdominal con objeto de «acomodar al feto» y cuando era necesario, practicaba
maniobras para lograr la versión externa. Se mudaba a la casa de la embarazada para vivir con
ella, desde varios días antes del parto, preparando ella misma la comida.
Asistía después el parto y si se presentaba una distocia asumía el papel de cirujano. Por todo lo
expuesto, la partera o Ticitl, ejercía un verdadero «matriarcado obstétrico» y era tratada con
veneración por los valiosos servicios que prestaba, especialmente desde el inicio del embarazo a
través de cuidados, orientaciones y ceremonias religiosas.
Por la esmerada atención y cuidados que recibía la mujer durante el estado grávido puerperal en la
época precortesiana, descrita ampliamente en diferentes citas bibliográficas, es de suponer que la
morbimortalidad materna no debió ser elevada, sobre todo considerando que el aborto estaba
prohibido y era severamente castigada la mujer que se hacia interrumpir su gestación.
Nuestra civilización indígena, se adelantó a muchas épocas de nuestro país en lo referente a
cuidados pre y posnatales y en el alto concepto que tenían de la función de la mujer en cuanto a la
maternidad se refiere, teniendo como objetivo garantizar los rasgos esenciales de la estirpe, el
fortalecimiento de la raza y cuidar de la madre, considerada como elemento importante en la
organización familiar.
Con la llegada de los españoles y consumada la conquista del Anáhuac, por la toma de Tenoxtitlán
el 13 de agosto de 1521, se produjeron un sinnúmero de cambios, pero sin embargo la Ticitl siguió
llenando su cometido, pero sin el entusiasmo derivado del apoyo socio religioso de su pueblo y
además combatida, pues el nuevo culto perseguía a quienes trataban de celebrar actos de
invocación a los dioses de la gentilidad (Fig. 2 y 3).
Esta guerra sin cuartel, de orden cultural, social y religiosa fue el principio de la desaparición de la
partera nahoatlata y con tristeza se observó que no surgía la nueva partera que la sustituyera y
que pudiera ofrecer modificaciones favorables a la práctica obstétrica (Fig. 4).
La realidad fue que la profesión de partera era vista con el mas profundo desdén y quedó relegada
a las mulatas y a las negras, ambas esclavas.
A pesar de no existir datos fidedignos, es de suponer que los cuidados prenatales se tornaron
deficientes y que la morbimortalidad materna aumentó por el descuido, negligencia e ignorancia
para difundir la experiencia acumulada por centurias y de esta manera educar a las personas que
se dedicaban a atender a la mujer durante el embarazo, parto y puerperio. Algunos hechos son de
tomarse muy en cuenta sobre este aspecto, pues a pesar de que el 11 de Enero de 1527 se
instituyó el Tribunal del Protomedicato de la Nueva España, de que el gobierno español fundó la
Real y Pontificia Universidad de México en 1533, año reciente a la conquista
y de que en 1582 se creaba la Cátedra de Prima Medicina, ni una palabra se decía, como un
medio para formar personas, orientadas a la protección de la mujer durante el estado grávido
puerperal.
Los médicos de la Colonia veían casi con horror la asistencia de los partos y ni siquiera los
médicos llamados romancistas tenían a bien dedicarse a la obstetricia. En consecuencia se puede
pensar que desaparecieron los cuidados prenatales y por lo tanto la morbimortalidad materno fetal
debió ser muy elevada, puesto que las Ticitl, con todos sus defectos, no habían sido sustituidas por
algo mejor, ¡vaya! ni siquiera que lo igualara.
El 16 de marzo de 1768, o sea 42 años antes del inicio de la Guerra de Independencia, el Real
Colegio de Cirugía fue fundado y para la obstetricia tuvo importancia este acontecimiento, porque
los cirujanos no desdeñaron el ejercicio de los partos, sino muy por el contrario, casi hicieron
monopolio de esta práctica; sin embargo poco o nada se mencionaba de la atención prenatal y su
importancia.
comadronas, seguían sumidas en una ignorancia y empirismo solemnes.
En 1774 se conocen los primeros indicios de atención obstétrica hospitalaria, al anexar al Hospicio
de Pobres un departamento de Partos Ocultos, destinado a mujeres españolas y criollas que se
embarazaban fuera del matrimonio y en el cual eran atendidas con gran sigilo. Este lugar se fundó
sin propósitos de adelanto científico; mas bien para evitar escándalos sociales y que se les hicieran
chantaje; de todas maneras su génesis fue un leve progreso.
Consumada la independencia el 21 de septiembre de 1821, extinguido el Protomedicato en el año
1831 y fundado en 1840 el Consejo Superior de Salubridad, encargado de extender el título a
quienes aspiraban a ejercer la profesión, el avance de la medicina continuó, ganando más terreno
los cirujanos y se marca una etapa importante el 19 de octubre de 1883, al fundar Don Valentín
Gómez Farías (Fig. 5) el Establecimiento de Ciencias Médicas y crear la Cátedra de Obstetricia,
siendo el primer profesor el Dr. Don Pedro del Villar (Fig. 6), al que le sucedieron brillantes figuras
de la medicina Mexicana del siglo XIX como los Dres. Pablo Martínez del Río (Fig. 7), Ricardo
Vértiz (Fig. 8) y otros que impartían sus clases sobre textos traducidos del francés y del alemán. Es
también importante recordar que en 1840 se estableció un curso especial para parteras en la
Escuela de Medicina y hasta 1888 habían recibido el título 140 mujeres.

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