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“AHORA BIEN...
...el como si de la ficción, al igual que el juego, descansa sobre el respeto a
ciertas reglas, sin las cuales pierde sustento. La causalidad que rige las acciones en
la ficción puede no ser la del mundo real, pero responde a un lógica que es también
fruto de la invención; y esa lógica proviene de una reflexión más o menos
sistemática, más o menos consciente, sobre los fenómenos naturales y sociales del
mundo en el que estamos inmersos y sobre la manera en que otros textos han
reflexionado sobre ellos.”
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SOBRE EL NARRADOR
Cada vez es más raro encontrar personas que sepan contar bien algo, sostiene
Walter Benjamin. Cuando se le pide a alguien que relate una historia, que cuente una
anécdota, en voz alta, por lo general, vacila. “Es como si una capacidad que nos
parecía inextinguible, la más segura entre las seguras, sostiene Benjamin, de pronto
nos fuera sustraída. A saber, la capacidad de intercambiar experiencias.” Esa
capacidad de intercambiar experiencias, de compartir con otros algunos
acontecimientos que vale la pena contar, sería el motivo de la narración, la razón de
ser de ese acto por el cual le ponemos palabras a lo que nos pasa.
De boca en boca, por vía de la transmisión oral, se construyeron los primeros relatos,
se narró por primera vez. Se trata, claro, de los narradores anónimos, de aquellos
alrededor de cuya voz era posible el silencio expectante de un auditorio. En la sala de
la corte, en la plaza, en las grandes cocinas de las casas de los diversos pueblos, en
torno al fuego de un hogar, ese narrador enhebraba un relato entramando palabras.
Más tarde, los famosos recopiladores de historias recorrerían las ciudades
registrándolas por escrito: Charles Perrault, en la campiña francesa, y los hermanos
Jacob y Wilhelm Grimm en tierra alemana.
Los relatos que pertenecen a lo que se conoce como la tradición oral, esto es, los
cuentos tradicionales, son relatos anónimos. Por tanto, no se distingue en la tradición
oral entre un autor y un narrador. Serán, en tal caso, las versiones escritas de esos
cuentos las que vayan dejando marcas en los textos de ese antiguo narrador, de carne
y hueso, que frente a un auditorio relata una historia. Entre aquellos primeros
narradores, Benjamin distingue dos grandes grupos: los narradores que salen de viaje
y, a su regreso, tienen algo que contar y aquellos que permanecen en sus tierras, que
conocen sus historias y sus tradiciones. E identifica a los dos grupos de narradores
con el marino mercader y con el agricultor sedentario. Las primeras narraciones se
vincularían, así, con esos dos movimientos: con el viaje a un territorio lejano, diferente,
y con la permanencia en el pueblo, con la conservación de las historias propias.
El encuentro entre estos dos narradores, el viajero y el sedentario, tiene lugar,
según Benjamin, durante la Edad Media. Y el lugar de reunión será el taller. Allí se
daban cita el viajero que traía historias que contar, provenientes de otros pueblos, y el
narrador sedentario, aquel que guardaba la memoria del propio pueblo, la historia del
pasado. En el taller, mientras se trabajaba, se intercambiaban esos relatos de historias
ajenas y lejanas, por un lado, y las propias y pasadas. Un intercambio que, con la
irrupción de la escritura, con la aparición de la figura del novelista, comenzará a
desaparecer: “El narrador, sostiene Benjamin, toma lo que narra de su experiencia,
sea la propia o una que le ha sido transmitida. Y la transmite como experiencia para
aquellos que oyen su historia. El novelista, en cambio, se ha aislado. El lugar de
nacimiento de la novela es el individuo en su soledad, que ya no puede referirse como
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a un ejemplo, a los hechos más importantes que lo afectan; que carece de la
orientación y que no puede dar consejo alguno. Escribir una novela significa exponer
en su forma extrema, en la exposición de la vida humana, lo inconmensurable.”
El arte del narrador oral requiere, por supuesto, del empleo de una serie de
estrategias. Por de pronto, el tratamiento de la materia de su relato, de aquello que se
cuenta, es diferente en la narración que en la información. A diferencia de esta última,
la narración no precisa de explicaciones, es más bien la exposición del mero
acontecer, del suceder de los acontecimientos. La historia no se impone para ser
entendida de tal o cual manera, no se impone una interpretación sobre los hechos;
más bien el narrador es el hilo de la voz que enhebra los hechos, pero se retira, sin
evaluarlos, sin explicarlos como sí se exige en el tratamiento de la información.
Aquellos narradores orales que logran capturar al auditorio son justamente quienes se
limitan a contar, a exponer los hechos sin tantas explicaciones, y el oyente queda
inmerso en la historia que le cuentan.
Relatar la historia siguiendo el transcurso de su acontecer, no interpretar la historia,
era una de las maestrías del narrador oral, un oficio que exigía un entrenamiento
riguroso que se heredaba de padres a hijos. Pero también eran necesarias otras
estrategias: “El narrador oral hacía sus propias versiones de las historias y, al narrar,
ponía en juego diversos recursos para atraer la atención del público. Interrumpía
muchas veces la narración para hacer algún chiste o algún juego de palabras, o bien
para plantear alguna pregunta e implicar y comprometer de alguna manera al
auditorio”, sostiene Maite Alvarado.
Con la escritura, con un cuento que nos puede llegar en una botella que el mar trae
–como propone el epígrafe–, desaparece el contexto de comunicación oral, ese
particular aquí y ahora que reunía a un narrador oral frente a su auditorio. Y se instala
la problemática de un narrador que es parte del texto.
Sabemos que el narrador es la voz que relata, la fuente de enunciación de la
historia dentro de la ficción misma. Y que se distingue del autor, la persona que
escribe el cuento, quien toma las decisiones sobre qué narrador es más conveniente
para relatar qué serie de acontecimientos, pues un mismo escritor crea distintos
narradores en función de cada historia que desea contar.
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La elección de la voz que narrará el relato, del estilo y las modulaciones de esa voz,
de la cercanía o lejanía que ese narrador tendrá respecto de los hechos que cuenta,
es fundamental para el escritor de ficciones. “El punto de vista desde el cual se cuenta
una historia es lo más importante en una historia, lo primero a decidir, lo que
determinará todo el resto, cada palabra, cada puntuación que ahí vaya”, sostiene la
escritora argentina María Teresa Andruetto, y agrega: “Me atrevería a decir que el
punto de vista y la voz nacen siempre –por lo menos así me sucede a mí a la hora de
escribir– con la historia misma. Me parece que una historia no es tal por separado sino
a través de su narrador y su punto de vista. Que nosotros la separamos a los efectos
de transmitir el proceso de escritura o de lectura, pero que ambas cuestiones –lo
narrado y el punto de vista– son todo una sola misma cosa”.
La cuestión del narrador se presenta, desde la mirada de esta escritora, como algo
inseparable de la historia misma que se narra, algo que configura el relato y cuya
distinción sólo es posible bajo la guía de un análisis. Es eso lo que nos sucede cuando
leemos un cuento o una novela y nos resultan historias impensables si se relataran
desde otra perspectiva; no podemos evocar los hechos narrados sin recordar, de
inmediato, esa voz particular que los enuncia.
Los matices y posibilidades de un narrador no se limitan, en tal caso, a fijar una
persona gramatical y un foco de observación. Se trata de una problemática más
compleja, que va dejando sus huellas no sólo en las terminaciones de los tiempos
verbales sino también en las dudas o certezas con que se presentan los hechos, en
los vaivenes que acompañan las ambigüedades de un relato, en las valoraciones,
creencias y concepciones ideológicas que cada narrador pone en juego desde el
momento en que dice te cuento que.
Fuente: El narrador y la ficción. Cine y Literatura. Fernanda, Cano. Mns. de Ciencia, Educación
y Tecnología.