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El fantasma del

Hotel Alsace
Vicente Quirarte

En 1891 y a los 37 años de edad en París, Oscar Wilde se encontraba en la cima de su


gloria. El genio de su vida y el talento de su obra lo hacían el invitado de honor de las ter-
tulias, mientras los escenarios ingleses lo reconocían como el gran renovador de la come-
dia. Los periódicos parisinos lo consideraban el acontecimiento del año y afirmaban
hiperbólicamente que era más conocido que la torre Eiffel. Siete años más tarde, Wilde
vuelve a la capital francesa en circunstancias totalmente distintas. Es un expresidiario de la
cárcel de Reading; amante, amigos y familiares lo han abandonado. Económicamente en
quiebra, cambia su nombre y se refugia en un cuarto del modesto Hotel Alsace, en la rue
des Beaux Arts del Barrio Latino. El fantasma del Hotel Alsace es la probable historia de
los últimos días de Oscar Wilde, entre el 17 de octubre y el 30 de noviembre de 1900. Dentro
de los límites de una habitación de hotel donde se confunden las fronteras entre el día y la
noche, la realidad y la fantasía, un hombre se debate por sobrevivir en un mundo donde
conoció la inocencia y la sordidez, la ternura y la ingratitud, el infierno y el paraíso. Ante
la proximidad de la muerte, Wilde ve desfilar ante él los fantasmas conjurados por su deseo:
el amor, el ajenjo, la imaginería gótica lo envuelven en el vértigo que perdió a los niños terri-
bles de fin de siglo.
Como parte de los actos para recordar a Wilde, se presenta esta obra, bajo la dirección
de Eduardo Ruiz Saviñón. Las actuaciones están a cargo de Mauricio Davison, Gilberto Pérez
Gallardo, Elena de Haro y Juan Ignacio Aranda. El vestuario es obra de Aurora Olivera y la
escenografía de Flavia Hevia. La presente obra es un homenaje a Oscar Wilde en el cente-
nario de su entrada en la inmortalidad, al mediodía del viernes 30 de noviembre de la nueva
centuria. Pero también quiere ser un tributo a la memoria de la persona que más cerca estu-
vo de él en sus últimos días y que, de acuerdo con ciertas versiones, fue el único que lo asis-
tió en el instante preciso de su muerte: Jean Dupoirier, dueño del Hotel Alsace, que hizo de
la amistad el más firme y perdurable de los afectos humanos. El fantasma del Hotel Alsace
se estrenó el sábado 25 de noviembre en el foro Sor Juana Inés de la Cruz del Centro Cultural
Universitario, y repone funciones los fines de semana a las 13:00 horas a partir de febrero.

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ESCENA 1 WILDE.- Para los desesperados, todas te, como todo inglés, aunque se halle
las horas del día son la madrugada. La en tierra de franceses. (Wilde trata de
Oscar Wilde y Jean Dupoirier hora del suicida y del loco, del poeta salir de la cama y alcanzar la bata
en delirio o del solitario que encuentra de una silla. Dupoirier lo intercepta)
Mediodía del 17 de octubre de 1900. el único nombre de la vida. El único No, señor Wilde, se lo ruego. Permí-
Habitación en el Hotel Alsace, rue de nombre de la muerte. Para los tortu- tame atenderlo como se merece (Wilde
Beaux Arts, Quartier Latin, París. En una rados, para los que han sido destrui- vuelve a echarse en la cama)
cama con dosel, de frente al público, duer- dos sistemáticamente en su cuerpo y WILDE.- Gracias, Dupoirier. Y perdone
me Oscar Wilde. A sus espaldas, dos pesadas en su alma, todos los días son el día este estado. Sólo la gente tonta es
cortinas, oscuras, monumentalmente dis- de la caída. (Suenan otra vez los tres brillante a la hora del desayuno.
puestas (alas de ángel o vampiro, velas de golpes a la puerta. Para sí) ¿Quién toca? DUPOIRIER.- Pues éste será un verdadero
navío). Se escuchan tres golpes en la puer- ¿Quién viene por mí? ¿Quién conjura almuerzo. Me atreví a despertarlo por-
ta, pesados, solemnes, definitivos. La figura el número 3 de la desgracia? ¿O es el que pensé que tenía hambre. Y aunque
en la cama se agita, respira con esfuerzo. número 3 de la Providencia? Tres gol- no la tuviera, debe alimentarse. Hoy
Los golpes aumentan su intensidad. Crece pes en la puerta de Macbeth. Tres ob- durmió más de lo que acostumbra.
la agitación del personaje debajo de las jetos mágicos, tres deseos, tres pruebas WILDE.- Para mi mal. Tuve pesadillas
sábanas. Lucha con ellas, como si un sudario para el héroe. Tres golpes del mar- atroces. ¿Son más de las dos, verdad?
le cubriera el rostro. Habla entrecortada- tillo del juez ante el patíbulo. Tres DUPOIRIER (Consulta su reloj).- Las dos y
mente. Sus manos, sin salir de las sábanas, golpes, tres heridas la mañana en diez minutos, exactamente.
se dirigen hacia delante. El cuerpo quiere que dejé de ser el primero de los án- WILDE.- Lo sabía. Lo adivina mi cuerpo
incorporarse. Lo hace a medias. El suda- geles para convertirme en el último antes que mi alma. El primer año
rio se transforma en la silueta sugerida de de los hombres, combustible para que estuve en la cárcel, todos los días
un fantasma. las llamas del demonio. (Tocan a la lloraba a la misma hora. Era como si
puerta) ¿Cómo decir que no estoy, mi cuerpo actuara por voluntad
WILDE.- Orden en la Corte. Condena- ocultarme de la muerte, decirle que propia y me recordara que estaba
dos en vida, humíllense ante los tres vuelva mañana? ¿Cómo hacerme in- allí, como un mono grotesco, vesti-
golpes del demonio. La muerte no es visible? ¿Cómo escapar de la vida, esa do de presidiario, ante la risa cruel
lo peor que puede sucederles. (Cam- vieja ramera que ahora me persigue, del enemigo...
bia la voz) ¿Le parece a usted de- cuando yo acaricié sus carnes duras DUPOIRIER.- No le hace bien recordar
cente llamar en esta carta a lord como el mármol de mis versos? eso...
Douglas Quensberry mi muchacho? DUPOIRIER.- Señor Wilde, ¿puedo entrar? WILDE (Como si no lo escuchara).- La ropa
No me parece decente, me parece WILDE (Como si por fin cobrara plena que me entregaron era nueva, porque
hermoso. Estoy muy orgulloso de conciencia del tiempo y espacio donde no había otro preso de mi talla.
él. (cambia nuevamente la voz) Preso se halla).- Ah, es usted. Qué bueno DUPOIRIER.- Nunca habrá presos de su
número 33, limpia tus inmundicias. que es usted. Espere un momento, por talla...
Cómetelas, porque tú eres eso. favor. (Toma un cepillo y un espejo del WILDE.- La tela era tiesa como la madera
(Cambio) Ha llegado un señor a la buró. Intenta pasarlo por el cabello de un ataúd, y durante media hora
cárcel de Reading. No, no, no, en pero se detiene en el camino. Se mira estuve expuesto a la sed de sangre de
la cárcel no hay señores. Sólo ratas. con desaliento y hace a un lado los dos todos los que asistieron a mi ruina.
Sólo basura. Sólo muertos. (Vuelven objetos) Entre. “Crucifícalo, crucifícalo, crucifícalo”.
a sonar los golpes en la puerta) Tres DUPOIRIER (Entra en la habitación con el DUPOIRIER.- Señor, el café se va a enfriar.
son los jinetes del Apocalipsis: el desayuno).- Hora del desayuno, Señor WILDE (Continúa, en trance).- Poncio Pi-
insomnio, la enfermedad, el hambre Wilde. ¿Quiere que corra la cortina? lato se llamaba Edward Carson y había
(la figura se incorpora con violencia, WILDE.- No, por favor. Un poco nada sido mi compañero de escuela. Cuan-
da un grito. La luz en la habitación más. Insultante sol. Insultante ritmo do lo vi en la corte supe que utiliza-
se enciende gradualmente. Wilde de la mañana. Sólo usted, por su ría contra mí la refinada crueldad
tiene las dos manos en el rostro. Se des- nobleza, puede soportar la visión de que ejerce sobre nosotros un antiguo
cubre. Reconoce el espacio en que se esta ruina. Hora de salir de la cama, compañero, sobre todo cuando nos
encuentra. En la habitación hay ropa ¿no es verdad? encuentra en desgracia.
sobre los muebles, botellas vacías, DUPOIRIER.- Así es, señor Wilde. Y hora DUPOIRIER.- Por favor, no conjure malos
libros dispersos). de que usted haga un desayuno fuer- recuerdos. Mejor quédese con el de

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N u e v a é p o c a
EN EL CENTENARIO DE WILDE

anoche, la cena que tuvo con los se-


ñores Turner y Ross.
WILDE (Cambia súbitamente de ánimo).-
Gracias, Dupoirier, por atender a esos
ángeles. Tal vez anoche abusé de mis
fuerzas, que son pocas.
DUPOIRIER.- No todos los días se cumplen
46 años, y usted merecía una fiesta.
WILDE.- Si en verdad quiere ayudarme,
no repita el número de años que cum-
plí. Por recuperar mi juventud lo haría
todo. Menos hacer ejercicio, levantar-
me temprano y ser un miembro útil a
la sociedad. Robbie y Reggie. Estaban
tan absolutamente encantadores.
DUPOIRIER.- Ésos son amigos, señor.
Cruzar el Canal de La Mancha para
celebrar con usted su cumpleaños,
créame, nadie lo ha hecho por mí. Y
tampoco yo lo haría por nadie.
WILDE.- Usted sí, Dupoirier. Usted sí.
Nadie encarna mejor al amigo fiel.
Aunque todo amigo, por definición,
debiera serlo.
DUPOIRIER.- ¿Me volvería a contar esa
historia, señor Wilde?
WILDE.- Pero si ya se la he contado va-
rias veces. Además, usted sabe el su-
ficiente inglés como para leer mis
obras. Algunas de ellas, como ya se
lo he dicho, están en francés.
DUPOIRIER.- Con todo respeto, prefiero
escucharlas de su voz.
WILDE.- ¿Por qué?
DUPOIRIER.- Porque usted las vive. Si yo
las leo, pierdo la mitad. Cuando usted
me las cuenta, siempre agrega un dato
nuevo. Conforme vuelvo a escuchar lante. La operación, que usted tanto me atrevo a decir que en todo el im-
la historia, se me graba en la mente, temía, fue un éxito, ¿no es verdad? perio Británico.
hasta que yo a mi vez se la cuento a WILDE.- Así lo dijo el médico. Pero el DUPOIRIER.- Con todo respeto, conven-
mis compañeros, cuando ya hemos cuerpo es el único amigo que no gamos que el día de ayer usted abusó
agotado el día. miente. No han desaparecido los de su energía. Celebrar su cumpleaños
WILDE (Sonriente).- Agotado el día. Me dolores de cabeza ni los otros males- en su cuarto, de acuerdo. Tomar co-
gusta esa frase. Antes me gustaba ago- tares. ¿Le dije a usted que mi padre pas de más, está bien. Pero salir a la
tar el día, doblegarlo, obligarlo a que era médico? calle, una semana después de haber
rindiera todos sus frutos, los mejo- DUPOIRIER- No. Creo que es la primera sido operado, eso sí me parece exce-
res. Los más difíciles. Los prohibidos. vez que menciona a su padre. sivo. Y además, si me permite el señor...
Ahora me conformo con que el día WILDE.- Y él hubiera agradecido que así WILDE.- ¿Si me permite el señor...?
me soporte. fuera. Sir William Wilde. Lo irónico DUPOIRIER.- No creo que beber champaña,
DUPOIRIER.- No diga eso, señor Wilde. es que mi padre era el hombre que en cuanto usted despierta, sea el mejor
Usted tiene mucho camino por de- más sabía del oído en toda Irlanda. Y aliado para su salud, sobre todo ahora...

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WILDE (Lo interrumpe, benévolo).- No DUPOIRIER.- Pero si usted tomara sólo Eso lo escribió un paisano suyo,
sufra sin causa, Dupoirier. Ya veo vino, y moderadamente. Charles Baudelaire. También el no-
que el personal del Hotel Alsace tie- WILDE.- Heme aquí, libre y solitario. ble vino mata, Dupoirier.
ne una verdadera red de espionaje. Esta noche estaré borracho y muerto. DUPOIRIER.- Así será, pero usted no tiene
En mis condiciones, los paraísos ar- Entonces, sin pena ni culpa, derecho a disponer de su vida. Nos
tificiales son los únicos a los que me echaré en la tierra pertenece a muchos.
tengo acceso. y dormiré como un perro. WILDE.- El bueno de Dupoirier, siem-
pre pensando en los otros. Estuve
dos años en la cárcel y me quitó 20.
DUPOIRIER.- Razón de más para cuidarse.
WILDE.- Nunca he sido aliado de mi cuer-
po. La belleza hay que verla en los otros.
DUPOIRIER.- Como el personaje de su
novela.
WILDE.- Exactamente, amigo mío. Y
ahora, si me permite, Dupoirier, haré
los honores a su desayuno.
DUPOIRIER.- Por supuesto, adelante. (Le
coloca una servilleta alrededor del cuello,
le sirve café)
WILDE (Toma la taza y la observa atenta-
mente).- ¿Dupoirier?
DUPOIRIER (Temeroso).- ¿Sí?
WILDE.- Se rompió su hermosa taza.
DUPOIRIER.- Es su taza, señor Wilde.
Efectivamente, la rompí hoy por la
mañana al lavarla. Es imperdonable.
WILDE (La coloca suavemente en la mesa).-
Y no me da otra porque ésta es la
taza de lujo del Hotel Alsace. Du-
poirier: Gracias por esmerarse en el
cuidado del más molesto de sus hués-
pedes. Alguna vez creí que la vajilla
era el refinamiento que distingue a
los hombres de los animales. Ahora
nada de eso importa. De cualquier
manera, gracias.
DUPOIRIER.- El Hotel Alsace es humilde,
pero mantiene sus hábitos.
WILDE (Divertido, desayuna).- ¿Será por
eso que diariamente me cambia la
servilleta del desayuno? No crea que
no me doy cuenta de mis pequeños
grandes privilegios. He escuchado
quejas de otros huéspedes.
DUPOIRIER.- No me mortifique, señor
Wilde. ¿Me permite contarle algo,
mientras desayuna? Aunque no sé si
este sea el momento propicio...
WILDE.- Adelante, Dupoirier, por favor
no se detenga. Usted me deja jugar

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en este jardín, que es su hotel. Yo cura. Aunque tomada en las dosis WILDE.- Atendido por el príncipe de los
algún día tendré oportunidad de bestiales en las que yo lo hice, con- hoteleros.
corresponderle. duzca al abismo. Pero siga, por favor, DUPOIRIER.- Lo dejo, señor Wilde. Usted
DUPOIRIER.- No diga usted eso. Me corres- y gracias por su confianza. debe tener tiempo para prepararse a
ponde más de lo que imagina. Para DUPOIRIER.- Desde hace tiempo estoy la conquista de esta ciudad que ha
nosotros es un honor tenerlo como enamorado de Constance, la conoz- sido testigo de sus triunfos...
huésped. Si me permite exagerar, los co desde que era una niña. Para te- WILDE.- Y de mis fracasos. ¿Sabe usted
demás son ocupantes de las habita- nerla cerca, la he contratado para que hace unos días me topé en la calle
ciones. Usted es nuestro huésped, nues- trabajar en mi hotel. Finalmente, me con una vieja amiga, semejante a una
tro locatario. Algún día se hablará del ha dicho que se casaría conmigo si... diosa? Fui con ella un verdadero mise-
Hotel Alsace como aquel en que se WILDE.- Se casaría con usted, si... rable. Con la soberbia del asaltante
quedaba el gran Oscar Wilde. DUPOIRIER.- Si pongo de inmediato a su que se sabe dueño del escenario, le dis-
WILDE (De buen humor).- Gracias, Du- nombre los papeles del Hotel Alsace. paré la frase: “Señora mía, soy Oscar
poirier, por levantarme el ánimo pero WILDE.- Hay una sola historia. Sólo cam- Wilde y estoy a punto de cometer un
sobre todo por hacerme reír. El fan- bian nombres, detalles, gestos. Pero acto horrible: voy a pedirle dinero.”
tasma de Oscar Wilde, querrá usted en el fondo es lo mismo: “El ruiseñor Naturalmente, me lo dio.
decir. (Hace el gesto de escribir en el y la rosa”. DUPOIRIER.- Señor Wilde, usted no tie-
aire) “El fantasma del Hotel Alsace”. DUPOIRIER.- Es verdad. Aquella historia ne que sufrir esas humillaciones. Si
No suena mal. Me recuerda al fan- suya sobre el ruiseñor que se afana usted necesita...
tasma de Canterville. en obtener una rosa para la enamo- WILDE.- No, Dupoirier, permita que este
DUPOIRIER.- Claro. Un fantasma exquisi- rada de un estudiante, porque es la fantasma conserve un poco de dig-
to en el tiempo y el espacio de los condición que le ha puesto para ser nidad. Usted se encarga de mí de la
bárbaros. su pareja en el baile. Pero no recuer- puerta del Hotel Alsace hacia adentro,
WILDE (Halagado).- Con un lector como do el desenlace. ¿Cuál es? pero la calle es cosa mía. No se morti-
usted, para qué buscar nuevos. Pero us- WILDE.- El de todas las historias de fique. Conservo la suficiente vanidad
ted quiere decirme algo importante, amor. Más bien dicho, el de las his- —y la defiendo— para confiar en que
Dupoirier. Tome asiento, se lo ruego. torias donde confundimos el amor hay varios que aún desean pagar los
DUPOIRIER.- Gracias, señor Wilde. (Se con el capricho, el hondo afecto con consumos de Oscar Wilde en los cafés
sienta en el sillón) Mire, seguramente la pasión superficial. de París. Hubo un tiempo en que fui
usted se ha fijado en Constance, la DUPOIRIER.- El Hotel Alsace es mi rosa. más conocido que la Torre Eiffel.
muchacha que hace la limpieza de su Abandonarla sería sacrificarla. DUPOIRIER (Mueve la cabeza).- De cual-
habitación. WILDE.- Y quedarse con las espinas. No quier modo, no me gusta saber que
WILDE.- Sí, la he visto, pero no sabía que es una elección fácil. Créame que lo le suceden esas cosas.
se llamaba Constance. Pequeño mun- entiendo y comparto su dilema. Pero WILDE.- También en buenos tiempos
do este de los nombres, amigo mío. sólo usted puede elegir. viví más allá de mis posibilidades.
Mi esposa, la pobre, también llevó el DUPOIRIER.- ¿Me ayudaría usted? Así habré de morir.
nombre de Constance, y vaya que le WILDE.- Claro. Pero dígame cómo. DUPOIRIER.- Antes de retirarme, señor
hacía honor. Sólo que la mía llevaba el DUPOIRIER.- No le pido una rosa como Wilde, quiero preguntarle algo.
acento en otra parte. Constance. Vaya la de su cuento, pero sí un poema. WILDE.- Hágalo.
que tenía el acento en otra parte. Para ella. DUPOIRIER.- En el cuento del gigante
DUPOIRIER.- Que Dios se apiade de su WILDE.- ¿Usted cree que eso sirva? egoísta, no es difícil saber el nombre
Constance, señor Wilde. Pero esta Cons- DUPOIRIER.- No hay arma más poderosa del niño: su nombre es Dios. Pero
tance, mi Constance, no es así... que la palabra. Usted me lo enseña ¿cómo se llama el gigante?
WILDE.- ¿Su Constance, Dupoirier? Ami- todos los días. WILDE.- No tiene nombre, en efecto.
go mío, esto se pone interesante. WILDE.- Amigo mío, su petición es mí- Pero tampoco es difícil adivinarlo. Su
DUPOIRIER.- Si se burla de mí, está en nima. Grande su sed. Cuente con- nombre tiene cuatro letras.
todo su derecho. Soy el primero en migo. DUPOIRIER.- ¿Cuatro?
reconocer que, a mi edad, fijarse en DUPOIRIER.- Gracias, señor Wilde, siem- WILDE.- Exactamente. Se llama como eso
una muchacha... pre tan benévolo, tan grande. Cómo que a usted en este momento lo do-
WILDE.- Nunca es tarde para el amor, espera no ser el huésped distinguido mina. Mi querido Dupoirier: el gigan-
Dupoirier. Es la única medicina que de este pobre hotel... te egoísta se llama Amor.

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