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2.

La agresividad:
imperativo comportamental1

Xabier Lizarraga Cruchaga

El animal humano, epicentro del hacer antropofísico, es de en-


tre todas las especies animales la más fácil y al mismo tiempo
la más difícil de estudiar, de describir y analizar. La más fácil
porque tenemos forma de comunicarnos con nuestro objeto de
estudio, de expresar qué se quiere o necesita hacer para acceder
al conocimiento, lo que permite o, cuando menos en muchos
casos, facilita la cooperación de los individuos que son sometidos
a observación, que son descritos y analizados —aunque el nivel
de explicación muchas veces quede lejos de los posibles resulta-
dos de una investigación—; pero también es la más difícil en la
medida en que entramos en el universo de las significaciones y
las interpretaciones socioculturales e históricas, así como de las
emociones: el temido territorio de la subjetividad, amén de estar
en posibilidades de extraviarnos en los universos de la creatividad
y de las metáforas indescifrables.1

1. El presente artículo es una versión corregida y aumentada de la ponencia


titulada “Reflexiones sobre la agresividad”.

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Xabier Lizarraga Cruchaga

Estudiar a sapiens supone enfrentar un reto. Implica observar e interpretar una


dinámica propia de una biología singular (la del animal humano) interactuando
y retroactuando con un entorno igualmente singular (los espacios humanos), en
la medida en que conjuga cosas de la naturaleza y artificiales con situaciones de
una compleja dinámica social, una generativa dinámica cultural y una subjetiva
dinámica psicoafectiva, en un triple devenir: evolutivo-histórico-biográfico del
homínido humanizado. Todo lo anterior genera una dialógica plural entre la en-
dogenia (el organismo, el grupo social o la especie en su conjunto)2 y su exogenia
(el entorno en el que se da y se expresa el individuo, el grupo o la especie); una
dialógica en la que las contradicciones incluso son ingredientes inevitables del
percibir, del sentir y del hacer de Homo sapiens [Lizarraga, 2000]. Por tanto, pese
a las numerosas y diferentes maneras de mirar y de pensar al animal humano, éste
nunca termina de conocerse a sí mismo y mucho menos llega a explicarse en su
totalidad como fenómeno, en la medida en que éste está en proceso, nunca con-
cluye, y es generador de epifenómenos que derivan en matices y texturas sociales
y culturales a través de la historia, no sólo de la especie en general, sino de los
grupos-sociedad-especie en particular. Ninguna realidad humana es 100% com-
parable con otra realidad humana, en la medida en que los momentos y contextos
se significan como texturizadores y mediadores de cada realidad.
Comportamentalmente, el primate sapiens deviene azaroso y contradictorio, pa-
radójico e imparable, con una relación plural con su entorno cambiante. Relación
no sólo confrontada sino muchas veces contradictoria, en la medida en que con su
actividad (y por ella) transforma —vía un proceso de sapientización planetaria—3
los escenarios en que se mueve y expresa, los escenarios que aprovecha o construye.
A diferencia de lo que ocurre en muchas de las demás especies, en el caso del ani-
mal humano difícilmente podemos predecir futuras actividades o acciones, pues
los patrones comportamentales que llegamos a detectar nunca son inmutables y no
responden, como en otros casos, a mecanismos responsivos rígidos y automáticos,
espontáneos, determinados por una biología singular ante un estímulo en particu-
lar (instintos). Las conductas siempre son codeterminadas por la biología y por la
estimulación proveniente del entorno, los cuales se expresan, en un momento dado,

2. Según el nivel en que se realice el estudio: de caso, de grupo o de especie.


3. Al pensar en el Homo sapiens siempre debemos considerar que se trata de una especie que no sólo
ha poblado todo el planeta sino que modifica cualquier entorno al que llega: planetización de la especie
y sapientización del planeta.

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en el rango de variabilidad que permiten tanto sus estructuras y sus cualidades, en


tanto que individuos, como la estructura y las cualidades de su entorno [Maturana,
1995]. Cabe subrayar, por otra parte, que también los entornos en que vive y se
expresa el animal humano (o cualquier otra forma viva) son escenarios cambiantes
por acción directa —y la mayoría de las veces intencional— de los grupos-sociedad-
especie que los aprovechan y explotan en el devenir de sus cotidianidades.
Es por eso que, teniendo en la mira el caso del primate sapiens, difícilmente po-
demos pensar en comportamientos instintivos,4 aunque sin duda en los individuos
existen formas innatas de ciertas acciones, en términos de reacción, como cuando
retiramos la mano ante el contacto de una flama o nos protegemos el rostro con el
brazo ante la posibilidad de recibir un golpe. Más que de una acción significable
como conducta, en esos casos estamos ante una acción reactiva, su intencionali-
dad está implícita en la inmediatez de la respuesta pero no en una instintividad
comportamental, por lo que tampoco está asegurada su efectividad en términos
de supervivencia del individuo y en términos de supervivencia de la especie. Sí
podemos decir que es una respuesta al medio que en la mayoría de los casos resulta
exitosa, pero no podemos afirmar que se trata de una respuesta instintiva, en el
sentido de conducta innata inevitable.
Si bien, en el caso sapiens podemos hablar de respuestas automatizadas, como
ocurre con otras muchas especies animales, en el caso concreto del animal huma-
no no podemos hablar de patrones rígidos y automáticos de respuestas que vayan
más allá de la reacción, y que puedan significarse como instintos, como conductas
espontáneas prefijadas genéticamente y con carácter de inevitables.
En virtud de lo anterior es que podemos decir que el animal humano, para
sobrevivir como organismo y como sujeto social e histórico, es una entidad que
entra en relación con los componentes del entorno en el que se halla,5 y que, por lo
mismo, se abre y se cierra pluralmente a los encuentros y los contactos; se aproxi-
ma o se distancia de otras especies o de las cosas; es susceptible a influencias y se

4. Definiendo instinto como un tipo de conducta que deviene respuesta estereotipada y automática,
genéticamente determinada y relacionada con un estímulo definido; conducta o respuesta irreprimible y
no modificable por el individuo, en la medida en que ocurre inevitablemente.
5. Existen, en el caso del animal humano, tres tipos de componentes del entorno (exogenia): compo-
nentes físico-bióticos (clima, tierra, piedra, agua, plantas y animales del paisaje, así como otros individuos
del propio grupo-especie), componentes biosociales (redes de relación, sistema de parentesco, normas
sociales, instituciones organizacionales de tipo político-social, etc. del grupo al que pertenece el individuo)
y componentes socioculturales (la lengua, el arte, la ciencia, etc.) [v. Lizarraga, 2000].

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permite (cuando no entabla) la competencia, lo que deriva en un complejo pro-


ceso de intercambios que podemos significar como comportamiento. El primate
sapiens comparte, con el resto de las especies zoológicas, una compleja interacción
con las realidades circundantes (espacios, cosas, formas vivas, climas y los fenóme-
nos planetarios en general), en un proceso continuado de reorganización y, a di-
ferencia de otras especies, es capaz de crearse un mundo simbólico que le permite
significar una realidad construida a partir de sus personales concepciones. Todo
lo cual deviene en diversas maneras de tratar con otros miembros de su misma
especie y comportarse en el mundo y con la gran cantidad de formas de vida que
éste contiene, así como con las cosas y los paisajes. En virtud de ello, varía cons-
tantemente el soy del primate humano, dando lugar a una secuencia de procesos
que constituyen un estar-siendo; un estar-siendo mediado, matizado y texturizado
por el entorno y por las sensaciones experimentadas por el individuo mismo, por
sus recuerdos, sus emociones, sus metáforas, en articulación con los componentes
físico-bióticos, biosociales y socioculturales de su entorno, en sentido amplio (que
incluye sus relaciones sociales y culturales, sus afinidades y diferencias plásticas,
estéticas y vitales con los demás).
Esa relación entre organismo (endogenia) y entorno (exogenia) [Lizarraga,
2000] se da en infinidad de direcciones y sentidos, provocando estados, procesos
y situaciones que matizan la realidad experiencial y expresional del animal. Dicha
matización produce singularidades en las maneras e intensidades del sentir y del
significar la existencia: el animal no es sólo lo que tiene —en tanto que forma
viva— sino también es lo que hace y lo que siente en cada momento de su existencia,
en tanto que animal es una entidad no sólo biológica sino también sensible y afec-
tiva, comportamental. Pensar a cualquier animal implica pensar en cómo éste se
manifiesta y expresa, pensar en qué puede sentir, qué sensaciones lo mueven y más
aún: qué hace sentir a otros; es pensar en qué busca, dónde y para qué, y pensar en
cómo interactúa, cómo se defiende o cómo escapa de aquello que, de una u otra
manera, lo amenaza.
Todo animal es una realidad de gran complejidad que no puede ni debe verse
reducida a una anatomía y una fisiología de filigrana y precisión, sino que tiene
que ser vista como un todo complejo en acción con un entorno igualmente com-
plejo y en actividad. De hecho, la realidad biofuncional del animal siempre está en
concordancia dinámica con la realidad física y biofuncional del entorno en el que
se expresa y desarrolla como forma viva.

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La agresividad: imperativo comportamental

Las maneras de ser y estar en el mundo, en el ámbito de la animalidad, se realizan


y resuelven mediante el comportamiento, con un prácticamente ilimitado número
de reacciones, respuestas, actividades y conductas que permiten al organismo no sólo
estar y utilizar sino también adecuarse al medio ambiente, o adecuar éste a sus parti-
culares necesidades o requerimientos de momento, lugar o situación (sea por razones
vitales o por requerimientos vivenciales). Dicha adecuación en doble sentido (del
organismo al entorno y viceversa) deviene en un permanecer de las formas vivas que
se significa como adaptación; sin embargo, como las mismas formas vivas son cam-
biantes y perturbadoras, también debemos reconocer que el entorno se adapta a ellas;
de ahí que debamos pensar el fenómeno animal como una dinámica de plasticidad y
transformación, estable pero lejos del equilibrio, en la que se dan encuentros y desen-
cuentros. Y es que el desequilibrio también es inherente al comportamiento mismo
de las formas animales: actuar es moverse, es transformar un estado en una actividad
modificadora del presente y de las relaciones con las cosas y los individuos.
Como toda especie animal, la sapiens se caracteriza por tender al hedonismo,
es decir, a la búsqueda del bienestar, de satisfactores, pero quizás entre los mamí-
feros y, más concretamente, entre los primates, el animal humano es el que tiende
a la máxima desmesura, que deviene en la búsqueda de logros cada vez mayores,
más lejanos o más difíciles. Aunado a lo anterior debemos reconocer en el pri-
mate sapiens a un animal paradójico, que no sólo aumenta sus posibilidades de
existencia y adaptación en función de la cooperación entre individuos o grupos,
sino que también busca predominar sobre otros de su propia especie en términos
de dominancia y detener al competidor. En virtud de lo anterior, podemos decir
que el primate humano es el animal de los haceres imposibles. La nuestra es una
especie en permanente reto y nosotros somos, de alguna manera, los generadores
de nuestra propia inconformidad, de una sempiterna insatisfacción, de una am-
bición que no parece tener límites.
No obstante nuestras singularidades como especie, compartimos con la mayoría
de las formas animales el hecho de que nuestro comportamiento se despliega como
una amplia y cambiante expresión de maneras de ser y estar-siendo en el mundo,
a través de un sinnúmero de procesos fisiológicos, movimientos, actividades, emo-
ciones e inquietudes que configuran cuatro imperativos comportamentales:6

6. Hay, sin embargo, un cierto número de especies que sólo comparten con nosotros tres de dichos
imperativos, en la medida en que se trata de especies con reproducción asexuada.

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a) Agresividad.
b) Territorialidad.
c) Sexualidad.
d) Inquisitividad.

Asimismo, todo nuestro ser y hacer está mediado por un amplio número de
imperativos fisiológicos, tales como el hambre y la sed, la necesidad de respirar,
de dormir, de librarse del calor o del frío extremos, etc. En virtud de lo cual, difí-
cilmente podemos decir que una conducta es plena o exclusivamente inquisitiva,
sexual, territorial o agresiva, toda vez que cada una de nuestras acciones, conscien-
tes o inconscientes, voluntarias o no, contienen ingredientes de cada uno de los
imperativos, tanto comportamentales como fisiológicos, aunque con frecuencia
uno de ellos llegue a ser más evidente o poderoso. De ahí que, llegado el mo-
mento, podamos hablar de comportamientos o conductas agresivas, territoriales,
sexuales o inquisitivas y, entre éstas, podamos decir que se distingue una plurali-
dad de modalidades.
La agresividad, en sus muy diversas formas de expresión (y en términos
de comportamiento), ha contenido numerosos discursos políticos y sociales,
así como tema de interés académico de muy diversas disciplinas y ciencias, tales
como la psicología, la psiquiatría, la sociología, la etología y evidentemente la
antropología (tanto en términos sociohistóricos y culturales como de sus caracte-
rísticas y cualidades biológicas). Sin embargo, la palabra agresividad no termina
de precisarse en la mayoría de las ocasiones, dando lugar a un sinnúmero de in-
terpretaciones, la más de las veces tomándola equivocadamente como sinónimo
de violencia, cuando esta última es una modalidad muy precisa de agresividad,
que también se expresa de variadas formas y que siempre se significa en términos
socioculturales e históricos [Lizarraga, 2001]. Por tanto, es necesario reconocer
que la conducta agresiva hace referencia a un conjunto de acciones que pueden
manifestarse con intensidad variable, y que incluyen desde la pelea física, hasta
los gestos o expresiones verbales que llegan a hacerse presentes en el curso de
cualquier intercambio de ideas o cosas. Se da como una mezcla secuenciada de
movimientos con diferentes patrones, orientados a conseguir distintos propósitos,
por ello, es una manifestación comportamental compleja que, en primer término,
tenemos que pensar como básica para la supervivencia de los individuos y, a largo
plazo, de las especies animales.

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La agresividad: imperativo comportamental

Los resultados de los muy diversos tipos de investigaciones sobre la agresividad


le dan el carácter de fenómeno. Fenómeno que podemos calificar de “multidi-
mensional” y “multifactorial” dada la pluralidad de ingredientes que configuran
cualquier conducta o acción que podamos llegar a calificar de agresiva, así como
la variedad de estímulos (biológicos, psicológicos, sociales y culturales) que llegan
a desencadenar respuestas de tipo agresivo. Es en ese sentido que, desde la pers-
pectiva de una antropología del comportamiento, se piensa la agresividad (así, en
abstracto) como un imperativo comportamental que interactúa con el resto de los
imperativos comportamentales y los imperativos fisiológicos, a lo que cabe agregar
que, como tal, se significa en primera instancia con el sentido de acometer. De
hecho, la palabra “agresividad” procede del latín, el cual es sinónimo de acometivi-
dad, que supone los significados de emprender y ejecutar [Alonso, 1998].
Cabe subrayar que la agresividad se expresa en acciones de muy variado tipo,
entre las que cabe destacar dos tendencias fundamentales: agresividad constructiva,
que supone aquellas expresiones que de alguna manera apoyan al individuo o al
grupo-sociedad-especie a sobrevivir o a conocer algunas características o cualida-
des de objetos o situaciones aprovechables de su entorno; y agresividad destructiva,
que incluye a aquellas expresiones que van dirigidas a atacar, romper o matar
sin otro objeto que imponerse sobre otros o simplemente provocar un daño (en
donde cabe ubicar, por tanto, las muchas formas en que se expresa, en especies
como la humana, la violencia [Sanmartín, 2006]. Por ello, aquellas conductas que
son propiamente de ataque pueden considerarse, según el caso, constructivas o
destructivas, a las que cabe añadir las de retirada, como una de las muchas moda-
lidades de agresividad constructiva.
La agresividad en cualquier tipo de animal con frecuencia se ve implicada con
otras muchas acciones y conductas encaminadas a la autoprotección del indivi-
duo, la defensa de sus crías o la salvaguarda de los accesos a sus nutrientes básicos.
Esto, dado que la amenaza, el ataque, la sumisión y la huída suelen presentarse
con frecuencia asociadas, configurando complejos patrones comportamentales en
el devenir cotidiano de los individuos, y particularmente en el intercambio entre
individuos, tanto de la misma especie como de otra.
De hecho, las muy diversas expresiones de agresividad manifiestas por los
individuos, independientemente de la especie de que se trate, sólo pueden ser
valoradas en función del contexto temporo-espacial e intentando descubrir la
intencionalidad de las acciones manifiestas. Finalmente, las conductas que lla-

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mamos agresivas, como las territoriales, sexuales e inquisitivas, se dan en un


estado emocional que, en el caso concreto del animal humano y, en términos
de agresividad, se configura en función de sensaciones ligadas con el miedo o
la temeridad, que frecuentemente derivan en sentimientos de odio y deseo de
hacer daño, sea a otra persona o a algún animal u objeto; de ahí que, como
conducta social puede implicar acciones de lucha y formar parte de un juego
de interacciones de poder-sumisión, tanto en situaciones que involucran a dos
individuos, como en grupos.
Si coincidimos con la perspectiva de la sociobiología [Wilson, 1980] o incluso
con posturas de corte psiquiátrico, etológico o de carácter más antropológico,
la agresión constituye una mezcla de muy diferentes patrones de conducta que
están al servicio de distintas funciones, por lo que cabe establecer una especie de
clasificación de los tipos de conductas que entran en el universo de la agresividad,
en relación con los tipos de contacto que se dan entre los individuos, las cosas y
los espacios:7

a) Agresividad territorial. Supone todas aquellas acciones o actividades que


involucran la demarcación de fronteras, así como con las diversas ma-
neras, más o menos sutiles, de defender el espacio demarcado, cuando
un intruso está penetrando en él; dichas manifestaciones de agresividad
suelen incluir señales corporales o sonidos, y en el caso humano, demar-
caciones y señalizaciones de tipo cultural, tales como bardas, sistemas de
alarma o la utilización de personas o animales para poner en resguardo
una posesión. De no tener éxito, estas primeras acciones de demarcación,
señalización y advertencia pueden producir una escalada física hacia ex-
presiones más contundentes y claras, que incluyen la acción directa sobre
los individuos en forma de confrontación y ataque.
   En numerosas especies animales, cuando el atacado —e incluso el que
ha perdido la lucha (aunque él la ha iniciado)— reconoce su vulnerabili-
dad, puede presentar conductas de sumisión que le permitan abandonar
el lugar sin mayor daño o ulteriores consecuencias.

7. La mayoría de las modalidades de agresividad que se enlistan fueron, en un principio, propuestas


por E.O. Wilson [1980], el resto son mías, siguiendo la misma lógica de pensamiento de “acción dirigida
a o motivada por…”

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b) Agresividad por dominancia. En no pocas ocasiones esta modalidad de


conductas agresivas forma parte de la agresividad territorial, pero en otras
se vinculan con otros aspectos de la vida, como la interacción de tipo
sexual. Incluye todas aquellas acciones que tienen que ver con el estable-
cimiento de relaciones de poder o de jerarquías entre los individuos.
   La meta es establecer un escalafón de prioridades y beneficios al interior
de un grupo que comparte un territorio (o un cruce de caminos) o con
miembros de grupos de otros territorios. Así, ejemplos son los casos en que
bandas de chimpancés invaden propositivamente el territorio de otra banda
para imponerse sobre ella, más que para ocupar su espacio como tal, o cuan-
do un individuo, en el caso humano, impone su rango o categoría a través
de gestos y acciones que ponen de manifiesto que ocupa un estatus mayor.
   Este tipo de agresividad —como la mayoría de las formas de agresividad
en determinadas circunstancias— con frecuencia puede adquirir, en el caso
sapiens, la significación social de la violencia, en la medida en que se ven im-
plicadas las formas socioculturales de relación y las perspectivas sociohistóricas
de superioridad e inferioridad, fuerza y debilidad, autoridad y sumisión.
c) Agresividad sexual. Este tipo de comportamiento es expresado a través de
movimientos y acciones que involucran la predisponibilidad, la acepta-
ción o el rechazo al encuentro sexual entre individuos-sociedad-especie
(sea entre individuos de diferente o del mismo sexo). Presenta una amplia
gama de conductas, unas más complejas, sofisticadas o ritualizadas que
otras. En el caso concreto del animal humano, sus formas de expresión
y regulación reflejan profundamente el grado de respeto personal que se
dan entre sí los miembros de una cultura, y cuánto se adecuan a las formas
hegemónicas de interacción entre individuos y las formas de interacción
sexo-genérica. Por otra parte, las tradiciones, los rituales y las ceremonias
de los diversos pueblos imprimen sus particularidades a estas conductas,
dándoles una significación y valoración singular según el lugar, el mo-
mento o los individuos involucrados.
   Como en otras modalidades de conducta agresiva, en el devenir co-
tidiano del animal humano es frecuente que, en torno a los géneros y
las relaciones sexuales, se desplieguen auténticas muestras de violencia de
muy diversos matices, que también pueden tener que ver con la edad
de los individuos que, por una u otra razón, entran en contacto.

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d) Agresividad parental. Incluye una gran variedad de acciones y expresiones


que son utilizadas por los progenitores para establecer relaciones inter-
personales y límites tanto espaciales como de interacción, a través de las
cuales se consigue enseñar (transmitir) diversas conductas a los individuos
menores o a la progenie.
   Cuando hablamos de especies no humanas resulta fácil pensarla en
términos de adaptación, pero cuando la pretendemos abordar en grupos-
sociedad-especie de sapiens resulta mucho más difícil de objetivar, valorar
y estudiarla como conductas meramente adaptativas, por la fuerte carga
cultural e ideológica que tienen. Conductas agresivas de este tipo forman
parte, nos demos cuenta o no, de los diversos programas pedagógicos que
se elaboran en el seno social, aunque no involucren directamente a los
padres con la progenie.
   Al hablar de este tipo de agresividad, en el caso humano, con frecuencia
se piensa en golpes o castigos, pero la mayoría de las veces no supone una
confrontación física directa sino llamadas de atención (grito, regaño) o la
imposición de alguna sanción (castigo). No obstante, también en este tipo
de conductas es frecuente encontrar las bases para problemas sociales como
la violencia intrafamiliar, en la que los menos fuertes (las crías o infantes) se
convierten en víctimas de los más fuertes (los padres, tíos, tutores, etcétera).
e) Agresividad maternal. A grandes rasgos, podemos decir que abarca una
infinidad de conductas, acciones y actitudes manifestadas por las madres
orientadas a la defensa del recién nacido. La expresión de este tipo de
agresividad es más que notoria en muchas especies de aves y entre especies
de mamíferos al comienzo de la lactancia. En ocasiones estas conductas
también pueden confundirse con las de agresividad parental de tipo dis-
ciplinario; en la medida en que generar pautas de comportamiento en la
descendencia también es una manera de proteger a las crías, adecuando
las conductas de éstas a las realidades sociales o de relación con los com-
ponentes del entorno. Cabe apuntar, por consiguiente, que un matiz posi-
tivo de muchas de las formas de agresividad tienen que ver con relaciones
altruistas entre los individuos involucrados.
f ) Agresividad predatoria. Vinculada a la obtención de algo, sea un objeto
u otro individuo de diferente especie o de la misma; por ello, en oca-
siones puede confundirse (cuando no, fundirse) con las conductas de la

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agresividad de dominación.8 Por otra parte, tales tipos de conducta dan


pie a movimientos y actividades que podemos identificar como agresión
antipredatoria, que está constituida por maniobras defensivas que pueden
escalar hasta constituir un ataque para el predador (el robo y las conductas
reactivas a él son un ejemplo de este tipo).
   En el caso humano, es clara la singularidad de ser un animal que, por
efecto de la cultura, llega el momento en que deviene depredador de sus
depredadores naturales (piénsese en los cazadores de fieras).
g) Agresividad lúdica: Aunque parezca contradictorio, el juego y la agresi-
vidad son inseparables. Por lo menos en los mamíferos es muy clara la
manifestación de acciones y movimientos agresivos de corte lúdico, que
devienen claramente en aprendizajes para el saber-estar en el entorno: jue-
gos entre crías o entre crías y adultos, que sirven para estimular respuestas
que con el tiempo se significan como estratégicas para la depredación o
bien para el libramiento de ataques.
   En el caso concreto del animal humano, este tipo de conductas, por
neotenia, se prolongan a lo largo de toda la vida y dan origen a autén-
ticas costumbres y realidades socioculturales. Pensemos simplemente en
los partidos de futbol o en otros numerosos deportes que derivan en la
generación de enfrentamientos llegando a texturizar las relaciones inter-
personales y grupales. También podemos pensar que, sin este tipo de agre-
sividad, no existirían instituciones como los casinos, donde ésta puede
incluir manifestaciones de violencia.
   Infiriendo qué es lo que desencadena las acciones calificables de agre-
sivas, podemos decir que existen por lo menos ocho diferentes tipos de
desencadenantes de la agresión, a saber:

1) La necesidad alimentaria.
2) La presencia de un depredador.
3) La intrusión de un extraño en el territorio.
4) La presencia de un agente amenazador de las crías.
5) En el caso de los mamíferos, la necesidad de las madres de des-
tetar a la cría.

8. Tal es el caso de los encuentros entre dos bandas de chimpancés, que devienen en lo que podemos
considerar un tipo singular de comportamiento bélico.

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6) La actividad de las crías, que deviene en estímulos para respues-


tas de alejamiento o apaciguamiento, en el proceso educativo.
7) La presencia de un rival para el apareamiento.
8) Que deriva de las acciones de las hembras y los machos con
propósitos de cópula o apareamiento.

A todo ello cabe agregar que existen otros muchos desencadenantes, en el caso
del primate humano, que tienen que ver con simbolizaciones y ritualizaciones, por
lo que el abanico de posibilidades se amplía de manera ilimitada.
En tanto que la agresividad, en sus numerosas formas de expresión, tiene como
reactivo desencadenante el miedo o la temeridad, aunque no es extraño que tam-
bién se desencadenen conductas calificables de agresivas motivadas por el dolor, la
rabia o la ira. Sea cual sea el sentimiento desencadenante del imperativo, se llegan
a producir conductas agresivas tanto a nivel interespecífico como intraespecífico.
El primer caso consiste en la lucha entre diferentes especies para la seguridad o
perpetuidad de la propia, y se expresa en tres direcciones fundamentales:

1. Depredador-presa: por lo general vinculado al imperativo fisiológico de


alimentación.
2. Presa-depredador: cuando las presas se resisten y enfrentan al depredador,
sea en forma individual o grupal.
3. Organismo-situación crítica: cuando el individuo se encuentra sin posibi-
lidad de escapar de una situación que le presenta el entorno, y lucha por
liberarse.

En el segundo caso se dan las conductas que tienen que ver con la territoriali-
dad, con el alimento o bien con llegar a la cópula. En el Homo sapiens se generan,
como ya se ha apuntado, otras muchas manifestaciones de agresividad asociadas a
un amplio espectro de prácticas culturales, dependiendo del grupo y del momento
de su historia. Muchas de tales manifestaciones devienen en prácticas que, desde
la perspectiva cultural que la promueve, se significan como necesarias (incluso a
nivel espiritual), mientras que desde otra perspectiva pueden significarse como
violencia.9 Pensemos, por ejemplo, en prácticas como la amputación del clítoris, la

9. Y en nuestro contexto, violatoria de los derechos humanos.

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circuncisión, el sacrificio humano, el canibalismo, las guerras de carácter religioso,


etcétera.
Cabe apuntar, por otra parte, que las acciones encaminadas a la defensa de
las crías pueden ocurrir tanto a nivel inter como intraespecífico, dependiendo del
origen de la amenaza.
Toda esta complejidad debemos pensarla en términos de interacción y retro-
acción entre los componentes del entorno (exogenia) y los componentes del orga-
nismo (endogenia) [Lizarraga, 2000, 2002]. Dada esa constante interacción entre
el organismo y su entorno, ninguna forma de expresión agresiva puede explicarse
únicamente en función de los estímulos externos, sin tener en cuenta una serie de
factores y estímulos de tipo endógeno, que incluye la acción y reacción a un cierto
número de sustancias y secreciones, así como por las cualidades expresadas en el
genotipo. Lo anterior, no obstante, también puede derivar en pensar, de manera
extremista, a la agresividad como una pauta de conducta puramente biológica
[Sanmartín, 2006], cuando en realidad sería más correcto pensarla como mediada
o influida por ésta.
Así, podemos hablar de supuestos de carácter biológico que derivan en la gene-
ración de dramaturgias y teatralizaciones, con sus correspondientes narrativas, que
devienen en conductas de tipo agresivo (e incluso en violencia), como:10

1. Supuestos genéticos. En la medida en que, por lo menos en la esfera cultural


de occidente, la mayor parte de la población carcelaria está representada
por individuos de sexo masculino (en una proporción de 5 a 1), es fácil
ceder ante el impulso de relacionar más la agresividad con la presencia del
cromosoma y; de ahí que se hayan realizado investigaciones buscando la
criminalidad nata en individuos con trisomía tipo xyy, argumentado que
la presencia de sujetos con estas características entre la población carcelaria
y los internos crónicos de los hospitales psiquiátricos, aunque es escasa, es
significativamente superior a la que existe entre la población no internada.
Asimismo, se presenta como evidencia de lo anterior que los individuos con
trisomía xxy, por el contrario, presentan una conducta inhibida, astenia,
pasividad, tendencia al aislamiento, a replegarse sobre sí mismos. Su libido
es débil, aunque no es infrecuente un comportamiento antisocial.

10. V. www.uam.es/departamentos/medicina/psiquiatria/psicomed/psicologia/nuevoprog/agresividad.

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Xabier Lizarraga Cruchaga

2. Supuestos neuroendocrinos. En la medida en que las sensaciones de miedo


y de dolor influyen en el comportamiento animal, es de subrayar que el
sistema endocrino entre los mamíferos pone de manifiesto la existencia de
tres niveles de control, con relación a las conductas de tipo agresivo:11

a) El primero relacionado con estados de preparación para la acción,


en la que están involucradas sustancias tales como los andrógenos
(directamente la testosterona), los estrógenos y la hormona luteini-
zante; cabe mencionar que altos estados de progesterona tienden a
disminuir la actividad de tipo agresivo.
b) El segundo está relacionado con la respuesta rápida al estrés y en
la que participan las catecolaminas (epinefrina y norepinefrina);
substancias que sostienen la actividad fisiológica en las conductas
de lucha y huida y que están presentes en situaciones que requieren
inmediatez de respuesta. Durante este tipo de actividad endocri-
na juega un papel fundamental el sistema nervioso simpático y se
producen aumento de la tensión arterial, taquicardia, incremento
del tono muscular, erección del pelo, diversos cambios respiratorios,
etc. Por su parte, el trazado electroencefalográfico mostrará activi-
dad cortical rápida con carácter general.
c) El tercero está vinculado con la capacidad que tienen los individuos
de dar una respuesta sostenida ante el estrés (y en ello participan los
corticoides adrenales). Las catecolaminas, particularmente la norepin-
efrina, y la dopamina parecen estar relacionadas con la agresión de tipo
irritativo y en menor medida con las formas competitiva, defensiva y
territorial. La acetilcolina, por su parte, es capaz de activar la agresivi-
dad competitiva, defensiva e irritativa en los animales de laboratorio.

3. Supuestos cerebrales. La actividad cerebral humana es capaz de integrar ni-


veles de agresividad de complejidad creciente. Sus manifestaciones pueden
darse de forma concreta, simbólica o abstracta, y para todo ello juegan un
importante papel las diversas estructuras del cerebro. En función de ello,
cabe recordar que, según MacLean [1975], el cerebro humano integra tres

11. Ver: http://agresividad-adolfo.blogspot.com/

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La complejidad de la antropología física
La agresividad: imperativo comportamental

subsistemas constituidos en torno al cerebro básico o reptiliano, el cerebro


emocional que compartimos con los mamíferos (sistema límbico), y el
neocortex (corteza cerebral frontal).

El cerebro reptiliano está relacionado principalmente con pautas básicas de


conducta, como las relativas a la alimentación, la caza, el apareamiento, la com-
petencia, la imitación y la dominancia. En un sentido amplio, podemos decir que
todas las conductas de este tipo tienen que ver, de una manera o de otra, con el
uso del territorio. Este cerebro no proporciona gran independencia del medio y
no capacita para el aprendizaje complejo de nuevas maneras de responder a los
estímulos novedosos.
Las llamadas conductas viscerales, impulsivas o primitivas en los seres huma-
nos, ponen de manifiesto singularmente estos tipos de actividad cognitiva básica.
En este contexto, el ataque a lo “no igual” tiende a producirse por ser interpretado
como peligroso.
El “segundo cerebro” de MacLean, representado neurológicamente por el sis-
tema límbico, proporciona soporte biológico a la vida afectiva. La estructura
fundamental que regula su actividad es el hipocampo y la unidad funcional está
constituida por la relación hipocampo-amígdala, fundamental en las situaciones
de lucha, ya que permite respuestas más complejas. Esto último, en la medida en
que permite el aprendizaje, incorporando a la actividad presente las experiencias
del pasado.
El “tercer cerebro” permite, entre otras cualidades, la capacidad de anticipa-
ción; por consiguiente, el individuo puede incorporar a su presente no sólo el
pasado sino también, de alguna manera, predicciones, el futuro. La capacidad de
anticipar escenarios para la lucha es facilitada por este sistema.
La información que el “neocortex” recibe del mundo físico y social no es di-
recta sino que le llega a través de las estructuras que hemos denominado “cerebro
límbico” y “cerebro reptiliano”, los que a su vez, en virtud de un bucle retroactivo,
son modulados desde la corteza.
Por el vínculo directo entre la agresividad y la fisiología de los organismos ac-
tuantes, cabe apuntar que se producen diversos cambios fisiológicos derivados de
la agresividad. Al respecto, destaca que tanto el hambre (imperativo fisiológico)
como el dolor y la rabia (sensaciones) aumentan la capacidad física en el combate;
asimismo, se observa que aumentan las pulsaciones, la presión arterial, la circu-

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Xabier Lizarraga Cruchaga

lación sanguínea periférica y se elevan los niveles de glucosa en sangre, como un


mecanismo adaptativo para la realización de esfuerzos. Aunado a lo anterior, se
observa aceleración respiratoria, contracciones musculares y cese de los procesos
digestivos, con todo lo cual el organismo tiende menos a la fatiga. Otros signos que
se presentan frecuentemente con las conductas de tipo agresivo son la erección pi-
losa, la exhibición de los dientes y la emisión de ruidos y gruñidos que ponen sobre
aviso a otros organismos sobre el estado de ánimo y las intenciones del individuo.
En el caso de múltiples especies animales, y concretamente en el caso sapiens, existe
un amplio repertorio de gestos, movimientos y actitudes que configuran todo un
lenguaje corporal, en el que se dan múltiples manifestaciones de agresividad consis-
tente en miradas, posturas y movimientos de intimidación [Darwin, 1984(1872);
Eibl-Eibesfeldt, 1972].
Finalmente, la agresividad, como cualquier otra forma de comportamiento,
depende, en el animal humano, de las maneras en que el individuo interactúa
con el entorno (incluyendo congéneres) y cómo significa e interpreta sociocultu-
ralmente esa interacción. Por lo mismo, resulta importante recordar que, como
apunta Edgar Morin [1999], en esa interacción se produce un aprendizaje genera-
dor de conocimiento, pero dicho aprendizaje y dicho conocimiento no es reflejo
fiel de una realidad dada, sino el producto de una traducción y reconstrucción
cerebral, a partir de una codificación y significación que parte de los sentidos.

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