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ANECDOTAS

LOS TRES REYES MAGOS SON...

Hoy os traigo una divertida anécdota que ha ocurrido en clase de religión.


Os pongo en antecedentes: esta mañana (como llovía en la hora del recreo) hemos estado viendo un capítulo de "Los
Fruitis" donde aparece nuestro querido Gazpacho, que es la piña, Mochilo, que es el plátano, Pincho, que es un higo de
pala... y más tarde ha ocurrido esto... La seño Rosario estaba explicando a los niños que ya queda menos para que sea
"el cumpleaños de Jesús", y les ha recordado la historia del nacimiento del Niño. El caso es que Rosario les ha
preguntado si se acordaban del nombre de los 3 Magos de Oriente, y los niños han dicho:
- ¡Melchor! Y la seño: Muy bien, Melchor era uno. - ¡Baltasar! Y la seño: Sí, Baltasar era otro. ¿Y el que falta, cómo se
llamaba? Y salta uno... ¡GAZPACHO! Si es que a zurrón tiraba el nombre... ¡jajajaja!

¡YO VOY A SER PINTORA!

Hoy os traigo una anécdota de estas que "cazo" cuando los niños pasan hablando a mi lado. El caso es que una niña y un
niño de la clase estaban en el rincón del arte dibujando libremente, y de repente dice la niña: "¡Yo de mayor voy a ser
pintora!", y salta el niño justo después "¡Y YO PINTORO!"

DERIVADOS DE LA LECHE...

Esta anécdota la escuché el otro día en un programa donde varios niños y niñas entrevistan a un personaje famoso.
Resulta que estaban hablando de la leche de vaca, de sus propiedades, y de las cosas que se pueden obtener de ella.
Entonces, cada peque fue diciendo lo que se le ocurría.
- ¡Yogur! - dijo un niño -.
- ¡Muy bien! El yogur es derivado de la leche. - le contestó el presentador -.
- ¡El queso! - dijo una niña -.
- ¡Sí! El queso también se obtiene de la leche - asintió el presentador -.
- ¡Los dientes! - dice otro -.
- ¿Los dientes? Querrás decir que los dientes se ponen fuertes con el calcio de la leche...
- ¡No! ¡Los dientes de leche, hombre! - insistía el niño -
Imaginaros al presentador y al invitado partiéndose de risa al entender la ocurrencia del peque. Como siempre os digo:
¡ellos son pura lógica!

LA PIRÁMIDE

Como seguimos trabajando Egipto con los peques, esta mañana han coloreado unos dibujos muy bonitos de faraones, el
gato sagrado, algunos dioses, los sarcófagos de las momias, etc... y les he dicho:
- Con todos estos dibujos vamos a hacer una gran pirámide. ¡Va a quedar chulísima!
Y viene un niño y me dice:
- Pero seño... ¿van a vernir los señores esos que tiran?
- ¿Quéeee? ¿Qué señores?
- Esos que tiran de las piedras.
- No cariño, esos señores existieron hace mucho tiempo, y ayudaron a construir las pirámides, pero ahora ya no existen.
- ¡Pues tú sola no vas a poder con todas las piedras para hacer la pirámide!

¿Abrazos de sabores?

Esta mañana, después de hacer los trabajitos, me he dedicado a premiar con abrazos a todos los niños que lo hicieran
bien, ¡y he repartido muchos, muuuuchos!
El caso es que cuando un niño me ha dado un fuerte abrazo le he dicho:
- ¡Uyyyy! ¡Qué abrazo más rico!
Y el niño, se me queda mirando y medice...
- Seño... ¿es que te los comes?

CUENTOS

EL OJITO

Ésta era la historia de una niña llamada Saulis.


Un día común, Saulis se despertó y salió corriendo.

– ¡Mami!, ¡mami!. – Dijo gritando Saulis.


– ¿Qué pasa nena?. – Contestó la mami de Saulis.
– Hay dos hombres vigilando la casa. – Dijo Saulis.
-¿Qué cosas dices Saulis?. – Respondió su mami.
La mamá salió a ver que pasaba fuera, mientras Saulis estaba agitada e impresionada.
– ¡Oh no! ¡Saulis corre!!. – Gritó su mamá.
Saulis corriendo se escondió bajo su cama. La mamá pensó que Saulis mentía pero en realidad Saulis había visto los
abogados de su padre, los cuales venían a buscar a la pequeña Saulis para que se fueran con ellos.
Finalmente todo quedó en un susto y todos siguieron viviendo felices.
FIN

EL GATO DORMILON
Había una vez un gato muy dormilón que se pasaba los días y las tardes enteras echado en el sofá. Siempre se
preguntaban que es lo que hacía para quedar tan exhausto, pero nadie lo veía haciendo otra cosa que no fuera
descansar.
Una noche su dueño tuvo la idea de ir a buscarlo y ver si también dormía toda la noche, pero mientras bajaba la escalera
pudo verlo… ahí estaba él, sentado frente al acuario, viendo cómo dormía la tortuga. Sólo se quedó allí mirando en
silencio a su gato, despierto y sereno estaba cuidando el sueño de su amiga tortuga.
Al día siguiente pudo verlo como de costumbre, durmiendo en el sofá y entonces pudo comprender el porqué de su
sueño durante el día, pero no notó que la tortuga también lo cuidaba desde su sitio.
FIN

EL POLLITO INQUIETO
Había una vez un pollito al que su madre y sus cuatro hermanos le llamaban “El Inquieto”, ya que siempre se aislaba en
algún rincón de su corral buscando aventuras, y cuando era la hora de comer o dormir, le ordenaban con energía para
que volviera pronto.
Cierto día, la mamá gallina, juntó a sus cinco pollitos para ir a dar un paseo por el bosque, era tan divertido el paseo que
no se dieron cuenta que no estaba con ellos “El Inquieto“. Cuando se dieron cuenta de su ausencia, optaron por
repartirse y tomar decisiones distintas para así buscarlo más rápido.

Después de mucho tiempo de búsqueda y de haber recorrido un largo tramo del bosque, los hermanos y la mamá gallina
le llamaba gritando sin parar. Uno de los pollitos escuchó que por encima de los árboles recorría en raudo vuelo, un
gavilán hambriento. Al pollito le entró el pánico, porque su hermano había sido cazado por el ave rapiña. Se fue
corriendo en busca de su mamá y sus hermanos para pasarle la voz del peligro. La madre gallina una vez alertada por su
hijo, les ordenó a todos que se camuflaran dentro de las ramas para no ser vistos por el gavilán.

EL NIÑO QUE NO QUERIA ESTUDIAR

Era un niño muy rebelde, no quería estudiar. No escuchaba a los otros niños que le querían ayudar, era muy difícil
dialogar con él.
Sus padres estaban muy preocupados por las malas notas que llevaba. El niño, muy seguro, respondía siempre lo mismo:

– Los estudios no sirven para nada, viajar es más positivo.


EL ZORRO GRUÑON
Cuento Corto Infantil para niños, escrito por: Hugo Elangel
En aquel atardecer la luna asomaba sus cuernos del naciente, de un blanco, brillante, intenso. Los pájaros habían
acallado su canto mientras el viento pampero levemente paseaba por el monte. A la orilla del sendero, un zorro muy
gruñón, rompía aquella apacible noche con sus gritos y correrías.
– “¿Que pasa señor zorro?” – Le dijo un pichecito asomándose desde su cueva. – “¿Por qué tan gruñón, hoy?”

– “Es que me duele mucho la muela”, – dijo el zorro. – “Se me quedó atascado un huesito entre los dientes y no puedo
sacarlo. Me duele mucho!”, – exclamaba.

CUENTOS

EL NIÑO LADRÓN Y SU MADRE, una fábula de Esopo

Un niño robaba en la escuela los libros de sus compañeros y, como si tal cosa fuese
buena, se los llevaba a su madre, quien, en vez de corregirlo, aprobaba su mala acción.
En otra ocasión robó un reloj que asimismo entregó a su madre. Ella también aceptó el
robo. Así pasaron los años y el joven se transformó en un ladrón peligroso.
Mas un día, cogido en el momento de robar, le esposaron las manos a la espalda y lo
condujeron a la cárcel, mientras su madre lo seguía, golpeándose el pecho. El ladrón
llamó a su madre para decirle algo al oído, pero al acercarse el hijo, de un mordisco, le
arrancó el lóbulo de la oreja.
Recriminando la madre su acción, le dijo:
–¡No conforme con tus delitos, terminas por herir a tu propia madre!
A lo cual el hijo replicó:
–Si la primera vez que te llevé los libros que robé en la escuela me hubieras corregido,
hoy no me encontraría en esta lamentable situación.
EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO

Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo
no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: “el amigo se murió. Niño, no pienses más
en él y busca otros para jugar”. El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara
entre las manos y los codos en las rodillas. “Él volverá”, pensó. Porque no podía ser
que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que
ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy
grande, y el niño no quería entrar a cenar. “Entra, niño, que llega el frío”, dijo la madre.
Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con
las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la
cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó
buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el
traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los
brazos, y pensó: “qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda,
no sirve para nada”. Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La
madre le abrió la puerta, y le dijo: “cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha
crecido”. Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.

El espejo chino

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que
no se olvidase de traerle un peine.
Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y
bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se
acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces
compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al
pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y
comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

La montaña

El niño empezó a trepar por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la


butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin
abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una
solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las
piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas.
Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
-¡Papá, papá! -llamó a punto de llorar.
Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido en la nieve, quería caminar y
no podía.
-¡Papá, papá!
El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña.
EL SUICIDA
Al pie de la Biblia abierta –donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría
todo– alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y
se acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra
hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa?
Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las
balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil.
Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del
hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco
estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el
suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La
hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes
recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y
mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad
incendiada.

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