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James Boswell
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Título original: The Life of Samuel Johnson, LL. D.
James Boswell, 1791
Traducción: Miguel Martínez-Lage
Retoque de cubierta: loto
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A MODO DE PRÓLOGO
La Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, «delicia y alarde del mundo de habla
inglesa» según G. B. Hill, es por consenso la más grande de las biografías que se
hayan escrito nunca. Más allá de este juicio, los desacuerdos en torno a su naturaleza
y sus características son tan variados y profundos que aquí habremos de restringirnos
a tratar cinco cuestiones: (I) la teoría y práctica de la biografía en relación con la
Vida; (2) la confección de la Vida; (3) la presentación que hace de la figura de
Johnson; (4) el papel de Boswell como autor y personaje; (5) las opiniones del
siglo XVIII y las opiniones de la crítica moderna acerca de la Vida[1].
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los modos «de la imaginación», como el teatro o la novela, y los modos «de la
memoria», como la biografía y la historia.
Las obras de imaginación son formas cerradas; las obras de la memoria son
abiertas. Don Quijote es una novela que se contiene en sí misma: nada más
podríamos saber de su héroe, porque no es una persona real. En cambio, la Vida de
Johnson es por así decir permeable; la versión del Johnson que presenta puede
verificarse por la información que de él tenemos gracias a otras fuentes, tal como
adjudicamos a la descripción de Boswell ciertos rasgos tomados de otras obras que
versan sobre él. Un personaje novelesco sólo tiene que ser verosímil; el sujeto
biografiado ha de ser creíble. A lo sumo, las novelas se pueden comparar; las
biografías se pueden corregir. Por norma, una biografía se halla tan llena de
disonancias irresueltas, tan propias además de la vida misma, que difícilmente
alcanzará la conclusión satisfactoria de una novela.
El siglo XVIII tenía en mucha mayor estima la literatura real que la de ficción. Hoy
sucede a la inversa. Este desplazamiento en el prestigio que ha experimentado lo
imaginario, o lo reconstruido imaginariamente, es en parte el responsable de que se
hayan oscurecido para nosotros las tradiciones biográficas de las que se nutrió
Boswell. Virtualmente, toda biografía seria antes de Boswell era ética; su modelo
propuesto eran las Vidas de Plutarco, y su propósito no era otro que instruir y juzgar.
Esta noble tradición hoy nos parece pomposa por nuestro desagrado ante lo
explícitamente didáctico, pero Johnson la justifica plenamente cuando dice que
«somos perpetuamente moralistas, pero geómetras sólo al azar». Johnson no da a
entender que adoptemos un elevado tono moral, ni que espiemos de continuo a
nuestros vecinos. Tan sólo hace hincapié en que las decisiones más importantes que
tomamos a diario son de carácter ético. En lo esencial, somos seres de dimensión
ética; nuestro conocimiento intelectual del mundo es, en comparación, poco
importante. Y la biografía tiene una ventaja sobre la historia, que es su rival en los
géneros de la memoria: ofrece modelos de pensamiento y conducta más individuales
que generales. «Estimo la biografía —dijo Johnson a lord Monboddo— porque nos
da lo que más cerca nos queda, lo que puede sernos de utilidad».
No obstante, el meollo y el origen de la biografía están en la anécdota, en la
historia que una persona relata a una segunda a propósito de una tercera. Y la
tradición de la biografía anecdótica es muy antigua, remontándose al menos a las
Memorabilia de Jenofonte sobre Sócrates. Una diferencia crucial entre los dos tipos
estriba en que en la biografía ética el incidente se presta a servir la humilde función
de ilustrar las cuestiones morales, mientras que en la biografía anecdótica el incidente
ocupa el primer plano y lo ético muy a menudo ha de valerse por sí mismo. En el
siglo XVIII, aun cuando la biografía anecdótica tuviera partidarios de peso, incluido el
propio Johnson, estaba abierta a la acusación de servir solamente a la curiosidad del
desocupado, crítica habitual que se vertió sobre el Viaje a las Hébridas de Boswell, y
de carecer de un valor moral que la redimiese.
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Los dos biógrafos preboswellianos que tuvo Johnson ilustran con precisión los
extremos de la biografía ética y anecdótica. La Vida de Johnson, de Hawkins, extrae
los exempla morales que conviene tener presentes de toda la trayectoria de Johnson,
aun cuando el propio Johnson se asome a sus páginas sólo de vez en cuando. Por el
contrario, su carácter —a menudo en sus manifestaciones menos gratas de ver—
emerge vívidamente en los breves y fragmentarios relatos de que constan las
Anécdotas de la señora Piozzi, que es un clásico de la confusión moral.
Boswell supo crear la conexión que faltaba: su Vida de Johnson encarna un
momento crucial en la historia de la biografía por cuanto que unifica las tradiciones
ética y anecdótica. (En este mismo periodo, Gibbon, de manera análoga, unifica las
tradiciones de la historia filosófica y la historia antigua). Y Boswell aún desarrolla un
tercer elemento biográfico, el papel del análisis psicológico. Para avanzar por esta
línea contaba con el ejemplo del propio Johnson en sus Vidas de los poetas. Pero
además disponía de su formación de diarista impenitente, de la práctica casi
compulsiva del diario, así como disponía de los modelos de la introspección que
constituyen las confesiones y autobiografías de espléndidos santos y pecadores, como
san Agustín y Rousseau, y las obras de los diaristas espirituales y temporales a los
que uno de sus contemporáneos, un anónimo del que se hace eco en la Vida, tacha de
«un sinfín de mujeres entradas en años y de fanáticos escritores de memorias y
meditaciones».
La tradición general y el ejemplo concreto operan en cualquier biografía por
medio de sus mayores determinantes: materiales, métodos de presentación y, sobre
todo, intención. Y el propósito de la biografía de un escritor también ha cambiado con
el paso de los años. En un pasado reciente, se entendía que la utilidad de una
«biografía crítica», la que aspirase a poner en relación la vida y la obra de un autor,
consistía sobre todo en proporcionar a la obra en cuestión un contexto que la limitara.
Aunque la biografía, según este enfoque, no pueda fijar la intención en el sentido
anticuado del término, es decir, «Milton quiso poner de relieve en su Lycidas que…»,
sí puede establecer una posible gama de interpretaciones, a la vez que les da mayor
precisión. Un conocimiento elemental de la vida y carácter de Boswell, por ejemplo,
basta para excluir la idea, que de hecho se ha propuesto, de que la Vida de Johnson
sea esencialmente un ataque encubierto del biografiado.
No obstante, ésta es una versión mínima de las funciones que desempeña la
biografía crítica, y refleja los tópicos de la crítica formal, la más antibiográfica de
todas las teorías, en vez de hacerse eco de la práctica al uso. Decidido a preservar la
pureza aislada de la obra literaria, y empeñado en que sólo sirviese como sede de
ciertos valores estéticos y morales, el crítico formal restringía de manera ostensible su
análisis al objeto en sí, al tiempo que se apoyaba de continuo —aun sin señalarlo—
en lo que era prueba inadmisible en una teoría rigurosa, empezando por sus
conocimientos de la trayectoria del autor y de la época que le tocó vivir.
Hoy en día, como el espectro de los enfoques críticos se ha ampliado mucho más
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allá de las angostas perogrulladas de la crítica formal, se nos permite utilizar una
visión más amplia de la biografía crítica. Comprender cualquier obra literaria exige
para empezar, un conocimiento notable de su género y de su contexto histórico. No
menos esencial es el contexto personal —del cual Boswell es modélico en grado
máximo— que proporciona la biografía a la hora de poner la obra del biografiado en
su justa perspectiva. La obra en sí nunca proporciona información suficiente para una
interpretación adecuada. Por ejemplo, para comprender del todo las Vidas de los
poetas de Johnson es de gran ayuda saber algo sobre las circunstancias en que las
escribió, sus sentimientos sobre los autores de que tratan, su personalidad y
prejuicios.
Un moderno biógrafo podría centrarse en los escritos de su biografiado, aunque
en el enfoque de Boswell los escritos de Johnson hallan su lugar dentro de una visión
más panorámica del mismo, que es el denodado héroe moral de la vida cotidiana: un
héroe y una vida que se presentan a la escala de la épica. En el «Aviso a la segunda
edición», Boswell apunta este modelo épico cuando compara la Vida con la Odisea:
En medio de sus centenares de episodios entretenidos e instructivos, el héroe nunca deja de estar en primer plano
del cuadro, pues todos los episodios se hallan en mayor o menor medida relacionados con él, y él, en todo el
transcurso de la historia, queda expuesto por el autor a mayor beneficio de sus lectores.
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“vida” debería ser como un grabado impecable, hecho a partir de la plancha que ha
repujado nuestra memoria… La biografía debiera ser nada más y nada menos que
esta reduplicación de una imagen mental». Por citar directamente al propio Boswell,
«he de ser preciso al máximo en cada una de las arrugas de su semblante, en cada
pelo, en cada lunar». Si este afán se hallase más allá del alcance de cualquiera,
cuando menos podría plasmar, según su célebre frase, «un cuadro de estilo
flamenco», un retrato de Johnson que ampliase la biografía anecdótica mucho más
allá de cualquier concepción previa.
La mera cantidad de materiales de que Boswell hizo acopio, empezando por su
voluminosísimo diario, puso a su alcance tanto la plenitud como la exactitud. Pero la
cantidad también le ayudó a forzar un nuevo enfoque biográfico. En sus Memorias de
Pascal Paoli, donde partió de notas relativamente escasas y aspiraba a diluir el hecho
de que su visita a Paoli había durado tan sólo una semana, Boswell suprimió las
fechas e hinchó su crónica de lo que dijo e hizo Paoli entreverándola con comentarios
generales sobre los corsos. Un problema inverso se le planteó en el Diario de un viaje
a las Hébridas, en el cual le preocupaba que la narración quedara ahogada por los
detalles. En este libro experimentó con la abreviación bajo epígrafes topográficos,
hasta revertir con gran acierto a las entradas día por día de su diario original.
Pero el método que bien le sirvió para una crónica de tres meses de duración, caso
del Viaje a las Hébridas, no le iba a servir para un retrato mucho más amplio y
exhaustivo. Ya en 1780 Boswell había tomado la determinación de escribir la Vida de
Johnson «en escenas», es decir, centrar su presentación en conversaciones que se
aproximaran a las escenas sucesivas de una obra teatral. Fue una decisión clave, a
tenor de la cual el propio Johnson, a quien Boswell elogia en la primera frase de la
Vida diciendo que «ha sobresalido con mayor excelencia que nadie en la tarea de
escribir vidas ajenas», no podía servirle de modelo adecuado. Aunque Johnson
incluyera diálogos y anécdotas, el interés primordial de sus Vidas de los poetas radica
en su implacable comentario, en su enjuiciamiento constante. Y esto no se adecuaba
ni al propósito de Boswell ni a sus materiales.
Al principio de la Vida, Boswell anuncia en cambio que «he resuelto adoptar el
excelente plan del señor Mason en sus Recuerdos de Thomas Gray». Muy conocido
en su momento, el Gray de William Mason era una obra insólita por estar compuesta
de largas series de cartas del propio Gray, que Mason, según sabemos hoy, condensó,
abrevió, truncó, empalmó, expurgó y desfiguró, además de fecharlas erróneamente,
ligándolas mediante un reguero de comedidas explicaciones y muchos miramientos.
Pero es que estas versiones deturpadas de las cartas de Gray, como comentó Boswell
a su amigo Temple, «nos muestran al hombre tal cual era». Presentan a Gray de una
manera tan directa, y es tanto lo que de él revelan, que Mason, el memorialista, ha
caído en el olvido, y es Gray quien se halla ante nosotros. Hacer que su biografiado
se presentara por sí mismo, que se revelara por sí solo en la mayor de las medidas
posibles: también este objetivo formó parte del plan de Boswell. Obvio es señalar que
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tenía un conocimiento innato del modo idóneo de emplazar a las figuras ante el
público, como ya había dejado bien claro en sus anteriores estudios de Paoli y de
Johnson. Sin embargo, el ejemplo de Mason tal vez sirviera de cristalización de su
decisión acerca de cómo presentar a Johnson en la Vida, proporcionándole al menos
un precedente oportuno.
A la amalgama de lo ético y lo anecdótico a escala épica, Boswell añade, así pues,
una innovación más, de grandísima trascendencia en el género biográfico: la mímesis,
el emplazamiento del sujeto ante los ojos y oídos del lector. La «presencia» era el
efecto decisivo que Boswell aspiraba a lograr: conseguir que Johnson se presentara,
que se revelara primero en la conversación, pero también en todos aquellos
documentos que Boswell cita o resume: cartas, plegarias y meditaciones, ensayos y
biografías, notas de trabajo, lecturas descartadas, panfletos políticos, definiciones,
parodias, fábulas y alegorías, decisiones sobre disputas literarias, una apelación para
recabar votos, poemas, opiniones sobre materias legales, una novela y las formas
menores del elogio, como la dedicatoria, el obituario y el epitafio. Johnson aún ha de
comparecer en lo que de él se dijo de diversas maneras, desde los diplomas hasta las
opiniones memorables: así, «[con ellos, uno se puede divertir;] Johnson en cambio es
como si diera un abrazo con toda su fuerza y a uno lo dejara sin resuello y sin ganas
de reír, tanto si quiere como si no» (Garrick); «del oso no tiene más que la piel»
(Goldsmith); «un genio robustísimo, nacido para vérselas a pecho descubierto con
bibliotecas enteras» (John Boswell, tío del autor). La presencia es el más luminoso de
los talentos de Boswell. Supo ser el primer biógrafo mimético, logro en el que sigue
sin tener igual.
II
Si la gloria mayor del arte consiste en disimular que es arte, la Vida de Johnson es
arte de primera magnitud. Por fin hemos superado la ingenua idea de que Boswell
puso en práctica una forma primitiva de la taquigrafía, de modo que le bastó con
copiar sus registros, aunque los siglos de pervivencia que ha tenido esta suposición
testimonian el éxito de Boswell: ése fue el efecto del que dependían todos los demás.
La confección de la Vida tuvo que ser una tarea infinitamente más compleja.
La materia prima de Boswell fueron las notas condensadas que tomaba en cuanto
le era posible, muchas veces en el mismo día en que había vivido un episodio.
Cuando las hubo expandido, seguramente su destino era desaparecer, aunque son
muchas las que se han conservado junto a las que ni siquiera llegó a ampliar. A veces
en fecha tardía, incluso durante la redacción misma de la Vida, ampliaba una breve
anotación hasta darle la forma de un parlamento o de una escena. Así, una nota que
decía escuetamente «John[son] sobre Prop[iedad] Int[electual]. Creación para el
aut[or]. Consenso de las naciones en contr[a]», llegó a ser un parlamento johnsoniano
de 170 palabras de extensión.
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No obstante, el diario fue la fuente primordial de la mayoría de las escenas que se
despliegan en la Vida. Algunas hojas arrancadas directamente del mismo sirvieron de
texto entregado a la imprenta. Al igual que al revisar el texto del Viaje a las
Hébridas, Boswell dramatizó la presentación tanto como le fue posible. El estilo
indirecto fue rehecho en forma de diálogo, y al rememorar determinadas escenas,
algunos detalles muy vívidos, a veces a modo de acotaciones escénicas, se
materializaron incluso durante la corrección de pruebas. Estas indicaciones podían ser
breves, un simple «sonriendo», o bien ampliarse de este modo: «poniéndose en pie
ante la chimenea y moviéndose de un lado a otro, con aire solemne, serio, un tanto
lúgubre». Tanto en un caso como en otro fijan una expresión, un gesto, un tono de
voz.
Sabemos que las notas que Boswell tomara de las conversaciones no podían ser
verbatim. Sin embargo, ya en 1762 y acerca de una sesión de hora y media de
duración que había mantenido con David Hume, de la cual había conservado un
resumen de 900 palabras, dijo que «he recordado los encabezamientos y las palabras
mismas de buena parte de lo dicho por el señor Hume». Y bien podía alardear de ello.
Lo que contiene la Vida es una selección o epítome de las conversaciones de Johnson.
Una vez familiarizado con su fraseo, con su sintaxis —«cuando el entendimiento, por
así decir, se me imbuyó intensamente del éter johnsoniano»—, Boswell pudo rodear
las palabras clave con la dicción inconfundible de su autor. (En un concurso de
imitaciones de Johnson, Hannah Moore, que hizo las veces de árbitro, tuvo que
adjudicar la primera plaza a Garrick en el recitado de poemas, y a Boswell en la
conversación llana, convincente testimonio de su habilidad para captar la voz de
Johnson, su fraseo, su sesgo). Si Johnson no dijo con toda exactitud lo que Boswell
dice que dijo, dijo sin duda algo muy semejante.
¿Y hasta qué punto es preciso en su presentación? En el «Aviso a la primera
edición», que es un prodigioso elogio de sí mismo, Boswell llamó la atención sobre el
trabajo que le había exigido la confección de la Vida:
El esmero y la ansiosa atención con que he recopilado y dispuesto los materiales de que constan estos volúmenes
serán difíciles de concebir para quien los lea con facilidad y descuido. La amplitud del ánimo y la prontitud y
diligencia con que se han preservado tantas conversaciones yo mismo las contemplo, a cierta distancia, no sin
asombro; ha de permitírseme precisar que la naturaleza de la obra, por constar de infinidad de particulares
aislados, de todos los cuales, incluidos los más ínfimos, no me he ahorrado ninguna molestia a la hora de calibrar
escrupulosamente su autenticidad, me ha ocasionado una cantidad de complicaciones muy superiores a las que
encierra una composición de cualquier otra índole.
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responsabilidad de valorar las pruebas.
La atención escrupulosa a la verdad era el rasgo distintivo de la escuela
johnsoniana, aunque antes incluso de que Boswell conociera a Johnson su padre le
había inculcado idéntico principio. Está constantemente en guardia. «El descuido en
la exactitud de las circunstancias es muy peligroso —dijo—, pues así puede uno
alejarse gradualmente de la realidad, hasta que todo sea ficción». Al escribir «uno ha
de quitarse de la cabeza la imaginación (como quien achica el agua de un bote) con el
fin de dar una narración auténtica». Cuando Boswell topaba con una cuestión en
disputa, como es el caso de la persona o personas que fuera(n) responsable(s) de la
pensión otorgada a Johnson por parte del gobierno, interrogaba a fondo a todos los
testigos, procedimiento que el propio Johnson le había enseñado a llevar del estrado
del tribunal a la vida cotidiana:
Lord Bute me dijo que el señor Wedderburne, ahora lord Loughborough, fue la persona que primero le mencionó
este asunto. Lord Loughborough me dijo que la pensión fue concedida a Johnson sólo como recompensa por sus
méritos literarios… El señor Thomas Sheridan y el señor Thomas Murphy, que entonces frecuentaban su trato, y
el del señor Wedderburne, me dijeron que con anterioridad hablaron del asunto con Johnson… Sir Joshua
Reynolds me dijo que Johnson fue a verle[2]…
Al preparar la Vida de cara a la publicación, la única ayuda constante con que contó
Boswell fue la de Malone, y el extremo hasta el cual llegó esta ayuda no quedará
claro hasta que no se descifre y se edite en su totalidad el manuscrito. Sin embargo,
ya es manifiesto que la participación de Malone, por sustancial que fuera, fue menor
que en el caso del Viaje a las Hébridas. Cuando Boswell hubo terminado la mayor
parte de la primera versión, se la leyó a Malone en voz alta y éste le hizo sugerencias
diversas. Luego trabajaron juntos hasta llegar a la mitad de las galeradas —este libro,
como el Viaje a las Hébridas, se iba imprimiendo antes de que concluyese la revisión
—, momento en que Malone viajó a Irlanda. Éste había enseñado a Boswell a repasar
un manuscrito con la debida diligencia, y aún siguió dándole consejos por carta desde
Irlanda:
Le ruego que ponga cuidado con los coloquialismos y vulgarismos de toda laya. Condense tanto como pueda,
preserve siempre la perspicacia, no imagine que el único defecto del estilo es la repetición de las palabras[3].
Boswell, entristecido, respondió que la diferencia entre lo que habían revisado juntos
y lo que había hecho él por sus propios medios era demasiado visible, si bien ningún
lector ha reparado nunca en que se perciba.
La búsqueda de la exactitud entrañaba una reverencia muy detenida por los
documentos, y el proceso de refacción de sus propios documentos johnsonianos lo
aplicó Boswell con más rigor si cabe a las crónicas que le proporcionaron otros,
sometiéndolas a «todas las formas de revisión concebibles: resumen, paráfrasis,
ampliación, refundición, interpolación, etcétera». Un moderno editor de la escuela
que defiende «su propia voz y su propio yo» las habría dejado como estaban, pero
tales compilaciones son el material para una biografía, a la cual no suplen. La
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biografía no puede constar de trozos inconexos, ni ser un clamor sin mediación de
voces en conflicto. Los documentos han de fundirse por medio de una narración
coherente e igualada. La autenticidad depende de la exactitud, por ser ésta la base de
la imagen que el biógrafo tiene de su biografiado. Con todo, «la perfecta autenticidad
—como ha comentado Marshall Waingrow— se halla no en los hechos históricos
discretos, sino en su representación, en el control de sus implicaciones[4]».
El método de presentación, sin embargo, sí depende en la Vida de Johnson del
hecho discreto, y Boswell se encontraba mucho más seguro que al escribir el Viaje a
las Hébridas, pues sabía con certeza que los particulares eran algo vital, con la
selección y la disposición de estos particulares reguladas por
una concepción masivamente detallada del carácter de Johnson, que opera para dar forma y unidad a todos los
elementos dispares y potencialmente discordantes de un libro sumamente largo[5].
Boswell forzosamente construye su mundo a partir de los hechos, aunque toma los
hechos una vez interpretados por un poderoso y exhaustivo sentido de la realidad,
comparable a lo que consideramos la imaginación de un novelista.
¿Quiere esto decir, como ha afirmado G. B. Shaw, que Boswell fuera el
dramaturgo que inventó a Johnson? A Shaw no le falta razón en la medida en que
todos los biógrafos inventan a sus biografiados: tal como hablamos del Scott de
Lockhart y de la reina Victoria de Strachey, éste es el Johnson de Boswell. El objetivo
de Boswell era la autenticidad, no la «objetividad». Nunca hubo, nunca podrá haber
un Johnson «objetivo». La visión que Johnson tenía de sí mismo, aun siendo
privilegiada, no es más que una entre tantas.
III
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Al carecer de urgencia narrativa, la Vida en su plano básico de atractivo se aborda
con anticipación, se deja con ecuanimidad, y se reanuda con placer. «El libro de
Boswell sigue siendo, a medida que pasan los años, mi entretenimiento para las tardes
de invierno», escribió Richard Cumberland. Sir Walter Scott lo consideraba «el mejor
libro de ventana de salón que se haya escrito nunca». Robert Louis Stevenson dijo
que «tomo un poquito de Boswell cada día, como si fuera la Biblia, y me propongo
seguir leyéndolo hasta el día en que me muera». George Mallory capta parte del
encanto que posee la Vida en un comentario tan simple como impresionista:
Lo cierto, lisa y llanamente, es que es imposible leer a Boswell sin sentirse mejor… Con Boswell no tiene uno
ganas de salir de su mundo en busca de algo mejor; lo que deseamos es vivir en ese mundo y disfrutar al máximo
de esa vida, y deseamos de manera especial amar a los demás[6].
La Vida no deja de llamar una y otra vez a sus lectores. Boswell compensa la carencia
de desarrollo sostenido o de intriga por medio de los efectos locales: el paso
constante de la conversación a la reflexión y la carta; el empleo de las múltiples
perspectivas: Johnson tal como se ve en el pasado y en el presente, en la
reminiscencia y en la entrada de un diario; Johnson tal como lo ve Boswell, y, con
insólita diversidad, Johnson tal como lo ven otros coetáneos suyos. Las escenas
individuales, la más famosa de las cuales es el encuentro de Johnson y Wilkes en casa
de Dilly, en 1776, combinan la sorpresa, el reconocimiento, la reversión de lo
previsto, técnicas todas ellas que emplean los dramaturgos, aunque estos efectos
siempre nos devuelven al verdadero centro de interés, a la vida y opiniones, a las
progresiones y digresiones del propio Johnson. Su «exuberante variedad de ingenio»,
que opera dentro de un marco de actitudes previsibles, aunque siempre con fuerza,
siempre con expresión inesperada, centra y absorbe la atención del lector.
Al mismo tiempo, Boswell subraya la estabilidad de la repetición. La unidad de la
Vida es sobre todo temática: los mismos temas, aunque planteados desde puntos de
vista cambiantes, aparecen una y otra vez. Asimismo, las dramatis personae apenas
cambian; hasta las mismas acciones son recurrentes:
BOSWELL: «Siendo así, señor, almorcemos los dos a solas en la Taberna de la Mitra, para no perder la vieja
costumbre, “la costumbre de la casa”, la costumbre de la Mitra». JOHNSON: «Así sea».
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Se congregó un nutrido círculo esa noche. El doctor Johnson estaba de muy buen humor, animado, dispuesto a
conversar sobre toda clase de asuntos.
Los detalles son precisos, son suficientes para saber dónde estamos; proporcionan
solidez sin especificación.
El carácter de Johnson en el centro de la Vida también es estático. El biógrafo
moderno tiende a concebir a su biografiado según su desarrollo. Boswell, como sus
contemporáneos, creía que el niño es el hombre en miniatura, y concebía la persona
según rasgos persistentes, vitalicios. Johnson, por supuesto, tenía una carrera: había
estudiado en Oxford, había pasado de ser maestro de escuela fracasado a escritor
profesional en Londres, había llegado a ser la figura dominante en la literatura de su
época, poeta, biógrafo, lexicógrafo, ensayista, novelista, editor y crítico. Pero desde
el principio mismo se despliega su superioridad intelectual innata, su extraordinaria
«potencia, vivacidad y perspicacia», sus «poderes eminentísimos». Y otras
características no son menos prominentes: la «celosa independencia de espíritu, ese
temple impetuoso que jamás le abandonó», «la funesta inercia de la disposición», «la
mórbida melancolía». Acicateado por su férrea convicción del libre albedrío y sus
hondas creencias cristianas, Johnson se esforzó por reformarse, y se vio atrapado,
según una formulación boswelliana, en la «vibración que existe entre las pías
resoluciones y la indolencia». Boswell insiste con empatía en sus denodados
esfuerzos, en los logros y los fracasos. Pero las bases del carácter no cambian.
Aunque el carácter fuera estático, el siglo XVIII le dio amplitud al insistir en que
estaba compuesto de contradicciones, y las de Johnson eran muy marcadas: resultaba
tanto más difícil de plasmar su relato, como dijera Steevens, porque «sus
particularidades y fragilidades» eran mucho más acusadas que sus virtudes. Boswell
estaba decidido a pintarlo como «Sam, el cegatón», pero sus defectos tenían que
quedar en perspectiva, y esto supuso que Boswell tuviera que contrarrestar una idea
corriente y errónea, a saber, que Johnson era un pedante arisco y brutal, al tiempo que
debía evitar el extremo opuesto, el del héroe como gran personaje de antaño.
Un biógrafo contemporáneo podría haberse refugiado en alguna «pasión rectora»,
tal como un biógrafo moderno podría haber reducido a Johnson de modo que
encajase en ese patrón de lo que con bastante laxitud podríamos llamar «la
personalidad autoritaria»: culpable, dominante, perfeccionista, riguroso en materia de
religión y política, condenatorio consigo mismo y áspero con los demás, esto es, un
gigante encadenado. Las inseguridades de su interior emergen en forma de
declaraciones contundentes: «Mi querido señor, no acostumbre a mezclar en su ánimo
el vicio y la virtud. La mujer es una puta, y punto redondo». Al mismo tiempo,
Johnson era honesto, cálido de corazón, servicial y sumamente afectuoso. Un
biógrafo podría terminar por empalarse con estas contradicciones, como le sucedió a
la señora Piozzi. Su Johnson no sólo es repelente: lo llegó a ser de una manera
increíble para quienes le habían conocido bien.
Boswell resolvió el problema de la presentación de manera brillante. En el Viaje a
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las Hébridas comenzó por un esbozo aún preliminar de Johnson. Ahora, mucho más
seguro de su método y sus materiales, pudo fiarse de la acumulación de minuciosos
particulares para construir «una imagen plena, justa e inequívoca» del carácter de
Johnson: se trata de una imagen emergente que da al lector familiaridad con Johnson
del mismo modo que, poco a poco, llega uno a conocer a un amigo.
Al amasar particulares, Boswell obtiene partido de su exigencia de «precisión
auténtica». Como predispone al lector a creer en su veracidad, Boswell no tiene por
qué preocuparse de la verosimilitud. Un personaje de ficción se enjuicia sobre la base
de la congruencia: fiándose de su propia experiencia, ¿encuentra un lector que sus
rasgos son coherentes? En cambio, una persona real coloca el peso de la explicación
en quien la observa: ¿qué patrones son los que dan sentido a sus actos? Y Boswell
había acumulado, a partir de sus propias notas y de las ajenas, una colección de
ejemplos que ponían de manifiesto un abanico inusualmente complejo de actos y de
características. Exhibió no sólo al Johnson de sobra conocido, de opiniones taxativas
y respuestas bruscas, sino también a un Johnson tierno y cálido en sus sentimientos,
dotado de sentido del humor —grave, robusto o taimado—, «que da una pátina
especial a cualquier otra cualidad», que incluso hace gala de una «cortesía y una
urbanidad» que a menudo no se le reconocieron. Al mismo tiempo, Boswell es capaz
de poner en perspectiva incidentes desagradables con una explicación oportuna —«la
aprensión que le provocaba su enfermedad se mostró de un modo inesperado»— o
bien aducir ejemplos de la profunda simpatía de Johnson y de su presteza para prestar
ayuda práctica a otros. Como señala Waingrow, Boswell presenta los puntos flacos de
Johnson bajo aspectos diversos de sus virtudes.
Llegamos a saber mucho de este Johnson porque es mucho lo que hay que saber.
A veces, Boswell apunta cualidades contrapuestas: el corpachón desaliñado en
contraste con la agudeza mental; las contracciones, los tics y los murmullos, frente a
la fuerza, la precisión y la oportunidad de sus expresiones. Tomado en conjunto,
Johnson crece gradualmente por lo impresionante que resulta: hace gala de su
«ingenio» (que James Thomson define como «vivaz energía de la cordura») y de su
«sabiduría» (el mismo sentido común, concentrado en generalizaciones más
elevadas). Ingenio y sabiduría se combinan en su perspicacia, en su capacidad de
penetrar hasta el fondo de la experiencia ordinaria. Según dice Percy, «de inmediato
sondeaba el corazón de los hombres, allí donde estuviera la herida».
De este modo, paulatinamente, Boswell no sólo afirma sino que establece una
imagen dominante de este «hombre grande y bueno», de la generosa humanidad de
Johnson, que entonces le permite reconocer casi cualquier número de limitaciones y
defectos sin que en esencia se deprecie el carácter de Johnson. Aunque escribió la
Vida «con admiración y reverencia» (son las palabras con que termina), en el caso de
Boswell la calidez de su partidismo era compatible con la astucia de la observación y,
por momentos, con un distanciamiento divertido. Boswell ve a Johnson en todas sus
dimensiones. No sólo es un héroe, sino un espécimen extraordinario del carácter
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humano. El gran filósofo puede reprender al camarero que le sirve un cordero asado,
y decirle: «Está todo lo malo que puede estar: mal alimentado, mal despachado por el
matarife, mal conservado y mal adobado para asar». Puede parecer un individuo
dominante, estrecho de miras, sujeto a la adulación, codicioso de la victoria,
supersticioso, pagado de sí mismo, iluso. Más peligroso es que Boswell sepa darle un
aire de comicidad:
Si nos es dado creer a Garrick, el gusto de su maestro de antaño en cuanto al mérito teatral no destacaba por su
refinamiento. Tampoco era una elegans formarum spectator. A Garrick le gustaba contar que Johnson se había
pronunciado sobre un actor que interpretó a sir Harry Wildair en Lichfield diciendo que «tiene una vivacidad de
cortesano», cuando según la versión de Garrick «era el rufián más vulgar que nunca haya pisado las tablas».
Pero los defectos de Johnson le confieren humanidad, e incluso sus actos menores
resultan atractivos. Escribe Boswell:
Mandó recado de que acudiera junto a su lecho y me manifestó su satisfacción ante este encuentro que nos deparó
el azar, con tanta vivacidad y alegría como en sus años de juventud. «Frank —llamó con vigor a su criado—, ve a
buscar café, desayunemos con esplendor».
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cometido, según Boswell, era dejar constancia de ellas. Pero también era la actividad
central de la Vida en todos sus escenarios: charlas tête-à-tête, reuniones casuales y no
muy concurridas, cenas formales, sesiones del Club Literario. Ahí están las grandes
escenas que hacen de Johnson un retrato dramático, el aspecto individual más
distintivo y más comentado de la Vida.
Aunque de vez en cuando Boswell recopila lo que llama «polvo de oro»
(comentarios aislados), los dichos de Johnson tienen más peso cuando surgen en estos
contextos sociales, a menudo bajo la presión de un argumento informal. Johnson
consideraba que la conversación es un arte de primera magnitud, en el que se
demostraba la verdadera capacidad intelectual del individuo, mientras que hablar en
público era un mero truco aprendido. Para él, la conversación fluía de modo natural
en la competición, y Johnson era formidable: era capaz de perorar sobre cualquier
tema con gran fluidez, con verdadero impacto; la derechura de sus respuestas era
famosa; en su conversación «bullían imágenes y lindezas»; cuando se quedaba sin
munición sabía derribar a su adversario con sofismas o sarcasmos. Una y otra vez
Boswell ilustra su «riqueza y brillantez sin parangón», con la que sólo Burke, entre
sus coetáneos, era capaz de rivalizar. Al conversar, Johnson aparece en primer plano:
nos encontramos en la misma estancia que él, lo encontramos sentado frente a
nosotros, vemos la expresión de su rostro; nos habla, le oímos reír y gruñir, casi
podríamos alargar la mano y tocarlo.
La gran telaraña de conversaciones que sirve para aglutinar la Vida es la que
establece la figura pública de Johnson, el «coloso de la literatura». Detrás queda la
sombra del Johnson privado, la figura que vive en la soledad, en la inquietud, cuyo
cometido en la vida no era otro que huir de sus propios pensamientos, de ese intelecto
que, como muchos reconocen, hacía presa en sí mismo. Johnson tenía un don insólito
para el disfrute espontáneo —«¡Si sois vosotros, so perros! ¡Me iré a correrla con
vosotros!», dice a Beauclerk y Langton cuando se los encuentra de parranda—, pero
la melancolía recurrente, que oscilaba de la depresión a la desesperación, entenebrece
a menudo su retrato. A Boswell se le ha criticado, tal vez con razón, por no haber
hecho hincapié suficiente en el miedo a la locura que padecía Johnson, aunque la
señora Thrale ha reconocido —y ella vio a Johnson verdaderamente convulso por la
ansiedad— que nunca pudo persuadir a nadie de que creyese en sus temores. Pero en
la Vida abundan las expresiones tenebrosas: «Je ne cherche rien, je n’espere rien»;
«me veo muy a menudo desgajado del resto de la humanidad, convertido en una
suerte de solitario errante en medio del desierto de la vida, sin rumbo fijo… un
lúgubre espectador en un mundo con el que poca relación mantengo»; «de buena
gana me avendría a que se me amputase una extremidad con tal de recobrar mi
presencia de ánimo»; «el terror y la angustia me cercan». Lo más aterrador de todo
era la proximidad de la muerte. Ahora bien, así como Johnson luchó sin descanso
para demostrar su superioridad sobre sus acompañantes, bregó con denuedo para
seguir siendo dueño de sí mismo. Tras citar un pasaje particularmente inquietante de
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sus «papeles privados», Boswell comenta así:
¡Qué heroísmo filosófico el suyo al presentarse ante el mundo investido de una gran fortaleza de espíritu, siendo
tan grande su zozobra interior!
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afrontar lo peor. En cualquier caso, la benevolencia, que Johnson definió como el
principal deber de los seres sociales, es una constante en este mundo, tal como lo es
nuestra esperanza de la inmortalidad en el más allá. Boswell aligera esta austeridad
recalcando el fiero compromiso anglicano de Johnson —es un militante, un defensor
triunfante de la fe— y sus constantes ejercicios y desvelos en la práctica, hechos en
nombre de los merecedores y los indignos por igual. Y Boswell repetidas veces nos
muestra al lúgubre moralista disfrutando al vuelo, con avidez, los placeres que le
depara cada día.
Otros héroes afrontan lo insólito. Johnson se ve ante lo ordinario. Sus mejores
consejos surgen ya avanzado su trato íntimo con Boswell; al margen de lo que la
buena crianza nos obligue a decir, le aconseja de este modo: «querido amigo, limpie
usted su espíritu de hipocresía». Johnson es un héroe de la conciencia, del examen de
la vida propia. Y junto a su conciencia se halla intacta su integridad: Johnson nunca
es el mismo, pero siempre es de una sola pieza, y siempre es el que es.
La lección más significativa que ofrece Johnson es el ejemplo que da con su
propia vida, sobre todo cuando ya se acerca su fin. A un ataque de perlesía siguieron
los dolores y molestias del insomnio, el asma, la hidropesía; se vio privado no sólo de
la compañía de los Thrale, sino también de los acompañantes que tuvo tanto tiempo
en su domicilio, Levett y la señora Williams. Otros tal vez lo tuvieran por «el sabio
venerable» que se abstrae serenamente del mundo, pero él se encontró ante las
realidades de la enfermedad y la soledad. Su irritabilidad era más evidente que nunca,
su miedo a la muerte más inmediato cuando, como dijo, la mortalidad presentaba su
ceño formidable, si bien siguió asido con todas sus fuerzas a la vida. El último retrato
que le hizo Reynolds, «con el labio caído y los ojos sufrientes e indomables», capta la
esencia de esa lucha final.
La muerte es la culminación de la historia del anciano, tal como el matrimonio
culmina la historia del joven, y Boswell deja que sea Johnson quien relate su último
verano, su último otoño, por medio de una serie de cartas en las que desbroza una y
otra vez el mismo terreno de la salud en declive, de la esperanza menguada.
Intelectualmente siguió alerta, emocionalmente atento: «Señor, considero que se echa
a perder cualquier día en que no aprendo algo nuevo». Hasta el final mantuvo su
«espíritu altivo y de buen ánimo». Concluida toda esperanza no quiso ingerir más
medicamentos, ni siquiera opiáceos, para así poder rendir su alma ante su Creador sin
que nada nublase su entendimiento.
Johnson es en definitiva un héroe en todas sus virtudes y flaquezas, en la luz y las
sombras de la biografía de Boswell, porque combatió a brazo partido con los
monstruos que a todos nos amenazan: la pobreza, la enfermedad, la soledad, la
melancolía, la frustración sexual, las dudas religiosas, el miedo a la locura, el temor
de la muerte inevitable. Pero su determinación de sobrevivir y su voluntad de asumir
sus propias responsabilidades, de ser dueño de su ánimo y mantener el control de su
vida, persistieron en él hasta el final. Éste es un retrato de Johnson al que podemos
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dar un uso inmejorable.
IV
Dice Boswell que «me complace sobremanera exhibir esbozos de mi ilustre amigo,
pergeñados por diversas manos de gran eminencia», y estas reminiscencias, en
especial las de William Maxwell y Bennet Langton, que no eran por cierto tan
eminentes, constituyen valiosas adiciones a su crónica. Sin embargo, Johnson queda
definido de manera más directa en el contexto de la conversación: en los agudos y
variados intercambios con Garrick y Goldsmith, en la reconciliación con Wilkes, en
sus diversos estados de ánimo —colérico, crítico, afectuoso— con Langton. Se le ve
con menos claridad frente a frente con Burke, cuya desvaída presentación es una de
las grandes decepciones de la Vida.
El principal interlocutor de Johnson, por descontado, es el propio Boswell.
Aunque en la dedicatoria hace hincapié en que no incurra el lector en el error de
identificar a Boswell el autor con Boswell el personaje, esta confusión siempre ha
sido la vía más simple para proceder a una lectura errónea de la Vida. No cabe duda
de que Boswell, el autor, manifiesta una notable inteligencia. Como ha dicho F.
A. Pottle,
la llana y deleitosa comprensión que la crónica dramatizada de Boswell muestra en cada punto sólo se puede
explicar si se asume que tenía una mentalidad que se extendía en paralelo a la de Johnson, a lo largo y ancho de
los temas tratados en la conversación[7].
Esa inteligencia tiene correlato en una capacidad no menos notable para plasmar
sobre el papel lo percibido. «Con qué mínima manchita logra un pintor dar vida a un
ojo», había observado en su diario mucho antes de comenzar a escribir la Vida, ya en
1769. Ésa es la pincelada que imita en la precisión de sus detalles. No obstante, pone
gran cuidado en no dejar que su fraseo llame la atención. Si, como ha dicho Ruskin,
la simetría del estilo de Johnson es «como la del trueno que responde desde dos
horizontes», el estilo de Boswell es tan ilimitadamente transparente como el cielo
azul. El efecto, como se ha señalado a menudo, no es otro que convencer al lector de
que ningún intermediario interviene entre él y la escena descrita, aunque Johnson le
haya dado forma con gran esmero.
He aquí el arranque de una escena:
Garrick dio una vuelta a su alrededor con vivacidad y afecto, lo sujetó por las solapas de la levita y, mirándolo a la
cara con jovialidad, pero con el ánimo travieso, lo felicitó por la buena salud de que parecía disfrutar. Mientras, el
sabio, moviendo la cabeza, lo miraba con benévola complacencia.
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¿quién, si no Garrick, hubiera osado sujetar a Johnson por las solapas? La «vivacidad
y afecto», así como el «ánimo travieso», nos hacen pensar en la mezcla de actitudes
que se dan en Garrick: la cortesía en la felicitación, el cariño, el punto de histrionismo
—es notorio que Garrick, el gran actor, actuaba en todo momento— y otros matices,
como el desapego, la cohibición, un cierto deje de ironía. Por el contrario, Johnson
queda abstraído —es «el sabio»— y permanece inmóvil: aunque menea la cabeza, ¿es
ésa una muestra de su salud achacosa, o es indicio de que ve a las claras qué pretende
Garrick a pesar de su pose? La «benévola complacencia» (en francés, complaisance
son los modales de los bien educados) da a entender cuando menos una actitud
afable, aunque recelosa. En este mínimo esbozo, que sólo abarca una frase, vibra la
hondura de una amistad celebrada, compleja, al tiempo que añade un nuevo elemento.
Examinar incluso un pasaje tan conciso y breve como éste es como concentrarse
en las pinceladas de un Cézanne, como congelar una película para examinar un
fotograma aislado. Sin embargo, la facilidad y la naturalidad del estilo boswelliano
nos transportan a gran velocidad; no se pretende que nos detengamos a analizar el ir y
venir de las sugerencias que fluyen bajo la clara superficie verbal, ni que tengamos
conciencia explícita de todas las posibilidades que contiene una sola frase. El tono
casual, el movimiento fluido, ocultan las sutiles complicaciones que prestan su
plenitud a la escena, tal como la derechura y la elegancia de los dísticos de Pope
ocultan algunos pasajes que se cuentan entre los más difíciles que existen en la poesía
en lengua inglesa.
La recreación de un intercambio tan breve exige una mentalidad atenta a los
matices del comportamiento social, afinada de modo que capte el intrincado juego de
las interrelaciones. Ahora bien, si Boswell despliega esta clase de perspicacia, ¿qué
decir del Boswell que era capaz de aparecer como un asno en sus propias páginas? Al
igual que en las Hébridas, el éxito de Boswell ha sido al menos en parte su perdición:
como Boswell el personaje aparece tan clara y plenamente desarrollado, resulta difícil
tener presente que Boswell, el autor, lo observa con parte del mismo distanciamiento
con que observa a los demás personajes. Y algunas de las cualidades personales de
Boswell, observables en el personaje retratado, fueron de gran ayuda al autor: así, la
viveza con que capta las sensaciones, la apertura de su percepción, la inmediatez y la
concreción de su respuesta. Como es insólitamente sincero consigo mismo, puede ver
a los otros mucho mejor: los ve tal cual son. Su plasticidad, su habilidad para pulsar
el tono de la compañía en que se encuentra, e incluso el ramalazo infantil con que
hace caso omiso de algunas de las ideas recibidas sobre el decoro, son elementos que
resaltan la escritura.
Boswell, el interrogador y el manipulador, el director de escena, también tiene
vínculos evidentes con Boswell el autor, aunque al revelar estos papeles ante su
público refuerza la máscara del «yo sin malicia», que estaba más que deseoso de
adoptar, porque aquí, al igual que en las Hébridas, le sirve para desentrañar a Johnson
a la perfección. Al comentar esta máscara que imposta por última vez, conviene
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recalcar que ésta era una técnica aceptada en su día, una posibilidad inherente al
estilo «llano» o «sencillo» que Hugh Blair, a cuyas charlas sobre retórica asistió
Boswell en la Universidad de Edimburgo, llamaba «ingenuidad»:
Esa clase de ingenuidad amistosa, de apertura sin disimulos, que parece darnos cierto grado de superioridad sobre
la persona que la muestra; cierta simplicidad infantil que nos agrada en el fondo del corazón, pero que pone en
evidencia ciertos rasgos de carácter que, a nuestro juicio, deberíamos tener el arte suficiente de disimular; la cual,
por tanto, siempre nos conduce a sonreír ante la persona que la revela en su talante[8].
Sólo una vez, al final de la Vida, hace Boswell mención del «peculiar plan a que
obedece esta empresa biográfica», y lo hace en el momento en que se disculpa por
haber «reclamado en exceso y para sí la atención de sus lectores». Sin embargo,
desde el principio queda claro cuál es su especial lugar en su relato: tiene conciencia
de ello y está dispuesto a asumir los riesgos del malentendido que esa prominencia
entraña. Al igual que en Johnson, sus defectos resultan más acusados y visibles que
sus virtudes. Revela que a veces ha sido vanidoso, presuntuoso, inseguro,
insaciablemente curioso (rasgo mucho más admirable en un biógrafo que en un
amigo), y que ha pecado de intrusismo en demasía; él mismo nos refiere que ha
bebido sin freno y se ha comportado con negligencia. La Vida también contiene
abundantes pruebas de que la mayoría de las personas lo consideraban inteligente,
atractivo, con buen humor, perspicaz, un acompañante excelente: como dijo Johnson,
Boswell era bien recibido donde quiera que fuese.
Lo que realmente ha perjudicado la reputación de Boswell es la dirección en la
cual extiende estas revelaciones sobre sí mismo. Al igual que la mayoría de nosotros,
Boswell en ocasiones actuó con una rematada mentecatez, pero si bien otros
escritores ocultarían tales momentos, enterrándolos tan a fondo como les fuera
posible, él parece deseoso de sacarles partido siempre y cuando los pueda utilizar, y a
veces es de justicia reconocer que también lo hace cuando ni puede ni debe. La
ansiedad con que Boswell pone en primer plano sus fallas puede ser inquietante. Cita
a Johnson, quien dijo, por lo visto, que «hay algo verdaderamente noble en publicar
la verdad, aun cuando uno mismo así se condene». También puede haber algo sin
duda exhibicionista. Si bien es un error de apreciación inferir que Boswell no tenía
sentido de la vergüenza, es cierto que tenía menos que la mayoría.
Con todo, también es fácil exagerar hasta qué extremo Boswell se desprecia, tal
como sus detractores, que tal vez como él son inseguros y cohibidos, probablemente
hagan. Cuando Gray comenta que el título Memorias de Pascal Paoli debiera haber
sido más bien «Diálogo entre un petimetre y un héroe», no hace sino tirar del hilo de
la paradoja que Macaulay había explicitado, a saber, que Boswell había escrito un
gran libro porque era un zoquete, paradoja que considerada un solo instante pone de
manifiesto la contradicción inherente. Los grandes libros los escriben los grandes
autores. Es así como reconocemos a un gran escritor: ha escrito un gran libro.
«Sin duda poseo el arte de escribir de manera agradable», dijo Boswell a Temple
sin quedarse corto. Boswell tenía un don mucho más notable, un poder casi
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misterioso, del cual dice G. O. Trevelyan que es «esa extraña facultad (cuyos
elementos constituyentes los críticos más distinguidos se han confesado incapaces de
analizar) por la que todas las composiciones de Boswell son legibles, desde aquello a
lo que quiso dar el aire de un ponderado argumento sobre una cuestión legal hasta sus
versos más ramplones y sus cartas más insensatas».
Boswell posee en efecto una extraña facultad, tanto en su planteamiento general
como en su capacidad de desarrollarlo. El comentario de Trevelyan apunta hacia la
idea de Proust: el estilo no es cuestión de técnica, sino de visión. La interrelación de
visión y técnica es en definitiva impenetrable; es imposible precisar dónde o cómo
dio Boswell con esta capacidad de contemplar el mundo tal como lo hacía, aunque en
su caso la técnica es a tal punto una exteriorización de la visión que uno se siente
tentado de concordar con Croce y afirmar que ambas son idénticas.
Lo que cabe apreciar es el mundo que Boswell plasma en la Vida, que se abre en
el tiempo y en el espacio de acuerdo con lo que promete en el subtítulo:
cuyo conjunto expone una panorámica de la literatura y de los literatos en Gran Bretaña durante casi el medio
siglo en que estuvo Johnson en pleno apogeo.
Al contrario que las Hébridas, donde los movimientos y el cambio de escenario son
indispensables tratándose de un viaje, aquí el escenario apenas varía: el comedor, el
salón, la taberna; rara vez estamos al aire libre, rara vez entrevemos una alcoba. Sin
embargo, la Vida no parece limitada: emana en ella una variedad de caracteres y de
incidentes cotidianos que ninguna novela de la época es capaz de igualar.
Si el interés por ciertas cuestiones de la época (el lujo, la subordinación, la
emigración, la esclavitud) hoy se ha extinguido, las figuras de la Vida aún tienen
cosas memorables que decir acerca de cuestiones eternas: la política, la religión, el
matrimonio, la amistad, la melancolía, la muerte y la relación entre ambos sexos. Si
la Vida da amplia credibilidad a la desdicha, Boswell también la sabe llenar de alegría
y disfrute, como sucede en la reunión en casa de la señora Garrick, cuando Boswell
susurró a la señora Boscawen: «Creo que esto es todo cuanto puede extraerse de la
vida misma». Y en el plano de la felicidad social sin duda lo es. En la Vida bulle la
ronda habitual de comidas, charlas y visitas; es un estudio sobre la vitalidad de una
sociedad, un lienzo en el que se apiñan las figuras animadas, sobre el trasfondo de
Londres, que representa la marea llena de la existencia humana.
El mundo de la Vida está aglutinado por la sensibilidad de Boswell; cuando se
considera la transformación de la vida en arte, resulta tanto más impresionante, pues a
partir de una existencia caracterizada por la intranquilidad, los aplazamientos y
retrasos, las actuaciones no del todo intencionadas, la mala fe y las promesas
incumplidas, los placeres apresuradamente robados, el desatino de las ilusiones, los
impedimentos diarios de la vanidad, la intemperancia, la lujuria y la desesperación,
construye con firmeza y confianza un mundo sereno y generoso, en el que
personalidad e incidente comparecen de acuerdo con una perspectiva que no se
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distorsiona. El poeta, como quiere Sydney, convierte el mundo broncíneo de Natura
en un mundo de oro. No obstante, más que inventado, el mundo de Boswell es un
mundo plenamente realizado, que resiste toda posible reducción a las construcciones
más selectivas de la ficción. Y la Vida, como las Hébridas, es literatura del mundo
que conocemos: Boswell disfrutaba una enormidad con la vida diaria, dejando tal
cuales son los perfiles más ásperos. Era un connoisseur de lo cotidiano.
Carlyle, el más agudo y más absurdo de cuantos críticos ha tenido Boswell,
atribuía su grandeza literaria a su «corazón abierto y amoroso». La expresión resulta
románticamente indefinida, aunque también es muy sugerente, en especial si se
expande y se traduce a términos con los que nos sentimos más cómodos. El deleite de
Montaigne al explorar su propio intelecto es el que siente Boswell al explorar el
mundo de la sociedad. Ambos tenían mucho en común, como dice con insistencia el
propio Boswell: una curiosidad apremiante —por lo familiar y por lo extraño—
combinada con el distanciamiento oportuno; astucia, tolerancia, genialidad. Pocas
cosas que fueran humanas les eran ajenas a ambos. Boswell también supo asimilar a
los otros, dejarles que penetrasen en él, representarlos con pleno sentido de su
humanidad e individualidad. Cuando presenta a sus personajes nunca interpone su
personalidad entre ellos y nosotros: los muestra a tamaño natural. Las más de las
veces reserva sus comentarios moralizantes para las notas al pie.
Un amigo mío suele decir que si Dios escribiera una novela, sería sin duda Ana
Karenina. Ciertos escritores —Chaucer, Shakespeare, George Eliot, Tolstoi— tienen
la capacidad de sugerir que representan, con una conciencia agudizada, el mundo de
la visión normal, el mundo que compartimos, porque está creado por la superposición
de nuestras diversas maneras de percibir la existencia. También Boswell proyecta una
visión normal, y aunque la fuerza de su invención o la hondura de su imaginación no
sean comparables a las de estos magníficos escritores, se les aproxima en cuanto al
poder de plasmarlas. Como dice W. K. Wimsatt, «es un visionario de lo real».
La visión que presenta Boswell de su mundo es tan convincente que se ha
desbordado de sus libros para dar color a una época. Tal como tendemos a ver el
mundo escocés a través de Burns o Scott, y el mundo Victoriano por medio de
Dickens, el ambiente de la Vida impregna por completo el concepto que tenemos de
la segunda mitad del siglo XVIII en Inglaterra. Boswell mismo dice que ha
«johnsonizado» la tierra: gracias a él identificamos este periodo como la Edad de
Johnson. Al mismo tiempo, Boswell es único. En pasajes sueltos, escritores de épocas
posteriores son capaces de reformular de forma muy graciosa sus frases, como
cuando Lamb dice que «el autor del Rambler emitía ruidos animales y desarticulados
cuando se le servía su comida preferida». Sin embargo, cualquier intento por
reproducir el tono y el punto de vista de Boswell en una obra extensa ha sido un
fracaso. El propio Thackeray, en Los virginianos y en Henry Esmond, logró a lo sumo
un pastiche, en el que lo pintoresco distancia y lo caprichoso merma el mundo
dieciochesco.
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Quien tenga un espíritu mezquino y pedante escribirá una biografía mezquina y
pedante, al margen de quién sea el biografiado. Y el lector sabrá inferir el carácter del
autor a partir de la obra. Por este mismo razonamiento, si un escritor plasma un
mundo notable por su anchura espaciosa, por la plenitud de su presentación, por el
acierto de sus proporciones, estas cualidades definen su más profunda manera de ver
la vida. Carlyle sostuvo que la Vida de Johnson era «la mejor semejanza que se puede
dar de una realidad, como la imagen misma que se ve en un espejo nítido». Varios de
los amigos de Johnson eran escritores de talento; varios percibieron e incluso
supieron que la suya era una figura heroica. Pero sólo Boswell, con su aguda
inteligencia, su brillante técnica, su corazón abierto y amoroso, pudo plasmar
totalmente esa grandeza.
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implantó en el trono la dinastía de los Hanover. «Me encantaría ver impresa La
historia de la rata gris, por Thomas Percy, doctor en Teología, capellán ordinario de
Su Majestad». Y «rió con absoluta inmodestia». Tampoco se dejó apaciguar Percy
por el comentario de Boswell: «De esta forma sabía darse a una imaginación
exuberante, con espíritu de chanza, al hablar de un amigo al que estimaba y quería».
Después de publicarse la Vida, Percy no dio su brazo a torcer y apenas volvió a hablar
con Boswell. No asistió a las reuniones del Club Literario cuando Boswell estaba
presente.
Y no parece de ley culpar a nadie que se diese por ofendido. Richard Hurd,
Obispo de Worcester, escribe con ferocidad en su diario confesional a propósito de
un extraordinario parecido en un pedante confianzudo y pagado de sí mismo y dictatorial, bien que dotado de
cultura y facultades, y un débil, superficial, sumiso admirador de tal personaje, que saca vanidad de tal
admiración.
Sin embargo, Hurd supo por la obra de Boswell que a él se le tenía por el
chupamedias de Warburton, y que «bien avanzada su vida» se había «lanzado a
insultar con injusta acrimonia a dos hombres de mérito eminente».
El propio Wilkes, quien a priori debería haber disfrutado de la Vida con fruición,
tuvo sentimientos encontrados. Dijo a Boswell que era «un libro magnífico», pero a
su hija le escribió con más sinceridad (durante una temporada de sequía):
La tierra está tan sedienta como Boswell, y tan resquebrajada como él. Su libro es la obra de un demente
entretenido.
Y otros montaron en cólera por sus amigos. Norton Nicholls, que había sido íntimo
de Gray, escribió así a Temple el 21 de julio de 1791:
He repasado la Vida de Johnson y nunca podré perdonar a Boswell el poco respeto que muestra a Gray… La
verdad es que nunca me había encontrado, por emplear un término suave, una publicación tan descuidada.
Los propios amigos de Boswell se sumaron a las críticas de uno de los aspectos de la
Vida, a saber, su descripción de Goldsmith como escritor de gran talento que con
frecuencia era el hazmerreír de todos. Pero Boswell no hizo de Goldsmith una diana
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de su comicidad; fue Goldsmith quien quedó a menudo a la altura del betún.
Reynolds, su mejor amigo, reconoció que Goldsmith era capaz de «cantar, hacer el
pino o bailar» con tal de llamar la atención. Nadie puso en tela de juicio que
Goldsmith actuase y hablase precisamente como dice Boswell. Por otra parte,
Boswell podría haber incurrido en faltas más graves por sus incansables vilipendios
de Hawkins y la señora Piozzi, y por aprovechar las pocas oportunidades que tuvo
para lanzar ataques personales contra Gibbon, cuyo desprecio por la religión le ponía
sin duda nervioso.
No obstante, al lector de a pie la Vida le resultó irresistible, al igual que a la
mayoría de los reseñadores del momento. Tras dar cuenta de que el público «la había
recibido con extraordinaria avidez», John Nichols, en la Gentleman’s Magazine,
recoge el sentir mayoritario cuando dice que «aquí se expone un retrato literario en el
que todos los que conocieron al original reconocerán al hombre en persona». Ralph
Griffiths, en la Monthly Review, se mostró «pasmado ante la industria y perseverancia
del señor B., por no hablar de la multiplicidad y variedad de sus específicas y muy
pertinentes observaciones». Johnson aparecía en el libro «mentalmente en
déshabillé… Todo es natural, espontáneo, sin reservas». Y aún añade que cualquier
lector diría al «reportero»: «Dénoslo todo, no suprima nada, no sea que, al descartar
lo que en su estima parezca de menor valor, por descuido se desprenda del oro con la
ganga».
La Vida resultó tan entretenida, tan deleitosa, tan pronta en captar y retener la
atención de los lectores, que nadie cayó en la cuenta, al menos de momento, de que
constituía una aportación de primer orden a la literatura inglesa. La English Review la
calificó de gran regalo para los amantes del entretenimiento ligero: «La airosa
palabrería de la narración basta para recomendar estos volúmenes efectivamente a los
lectores volátiles y desganados». Los más serios, presumiblemente, recurrían a otras
obras publicadas en el mismo año, como la traducción que hizo Beloe de Herodoto y
la de Homero que publicó Cowper. Ambas tuvieron reseñas más extensas que la Vida
en la Gentlemans Magazine. Al igual que las Hébridas, la Vida no fue recibida según
su verdadero valor, ya que carecía de dignidad literaria.
Sin embargo, en fecha muy temprana, en 1795, el año en que muere Boswell,
Robert Anderson, con la ayuda de una carta de Malone publicada en la Gentleman’s
Magazine, llegó a una estimación razonablemente exacta:
Con algunas excepciones veniales a tenor del egotismo y de la admiración indiscriminada que rezuma, su obra
expone el retrato más copioso, interesante y acabado de la vida y opiniones de un hombre que jamás se haya
ejecutado, y goza de justa estima por ser uno de los libros más instructivos y entretenidos que se hayan escrito en
lengua inglesa.
No tiene sentido detallar las excentricidades del señor Boswell. Ya han sido objeto de ridiculización en formas
y publicaciones diferentes, por parte de hombres de entendimiento superficial e imaginación absurda. [Sigue
Malone]. Muchos han supuesto que es mero relator de los dichos ajenos, pero lo cierto es que poseía un
considerable poder intelectual, por el cual no se le ha rendido el debido homenaje. Para cualquier lector que sepa
discernir, es manifiesto que nunca podría haber recopilado semejante cúmulo de atinadas informaciones y de
justas observaciones sobre la vida humana, como contiene su valiosísima obra, sin haber tenido tan gran fortaleza
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de entendimiento y conocimientos muy diversos. Y nunca podría haber desplegado su colección de manera tan
vivaz si no poseyera una imaginación muy pintoresca o, por mejor decir, si no hubiera tenido un feliz don para la
poesía, además de humor e ingenio.
Pocos años después, James Northcote reconoció que «muy pocos libros en lengua
inglesa aspiran con más justicia a la inmortalidad que la Vida de Johnson, de
Boswell». El pronunciamiento de Macaulay en 1831, emitido con su tajante
autosuficiencia de costumbre, fijó su reputación: «Es el primero en su género, y nadie
le va a la zaga». En el momento de su publicación, Boswell sin duda tuvo que
agradecer mucho los versos en latín que le enviaron sus hijos, Sandy desde Eton,
Jamie desde Westminster, dando la bienvenida a la esperadísima aparición de la Vida.
Los de Jamie no se conservan; los de Sandy tienen un comienzo valiente, aunque
pobre de sintaxis:
Adveniit tempus jamjam, ¿quae musa tacebit,
Quae non cantabit gloria magna modis[9]?
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sus escritos; es seguro que Macaulay y Carlyle, en esa vena decimonónica que
gustaba de pensar que el poeta era más significativo que el poema, estuvieron
enfáticamente de acuerdo. Pero aun cuando el propio Boswell considerase la
conversación de Johnson más impresionante que sus escritos, los elogió con creces —
deja dicho en su diario que eran el alimento del que se nutría su alma—, por lo cual
no es responsable de que otros estuvieran o no de acuerdo con él.
En contraste con la antigua y errónea concepción de que Boswell no pasó de ser
un reportero, algún lector moderno dirá que si bien el material de Boswell vale la
pena, incurrió en la temeridad de añadirle un comentario. Interpreta cuanto registra.
He aquí un conocido ejemplo que corresponde a 1784:
Soportó el viaje con gran entereza, y pareció sentirse elevado a medida que nos acercábamos a Oxford, espléndida
y venerable cuna del saber, la ortodoxia y el toryismo.
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señora Thrale. Cierto es que Hawkins lo trató durante más tiempo y que la señora
Thrale tuvo con él mayor intimidad, sólo que, como la mayoría de nosotros, ambos
estaban demasiado absortos en sus propios, queridísimos y menudos asuntos para
prestar al otro la atención prístina, meridiana y obsesiva que prestó Boswell a
Johnson. La Vida refuta por sí misma tales críticas, pero esta línea de argumentación
puede resultar beneficiosa. Boswell registró su trato con Johnson directa y
extensamente a lo largo de veintiún años. Durante buena parte de ese tiempo supo
que iba a escribir la biografía de Johnson. Durante más de tres meses, a lo largo del
viaje que ambos hicieron por las Hébridas, convivieron con gran intimidad. Y aunque
Boswell no llegara a tomar nota de muchos de los días que pasaron juntos, esos días
sirvieron para dotar de riqueza y familiaridad a los que sí registró en todos sus
pormenores. Imagínese qué valioso sería para un biógrafo moderno pasar un solo día
con Johnson. Imagínese cómo sería el haberlo visto y escuchado, haber sido objeto de
sus gruñidos y bendiciones, haberse abrazado a él como uno se abraza a un saco.
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NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN
En mayo de 1776, sumamente agitado, Samuel Johnson reaccionó así ante el natural
inquisitivo y entusiasta con que lo abordó James Boswell, casi exactamente trece
años después de haberse conocido ambos: «Señor mío, no tiene usted más que dos
temas de conversación: usted mismo y yo. Y yo estoy harto de ambos». Con este
exabrupto no mermó el afecto del todavía joven abogado escocés por los dos temas
de conversación, y esta famosa réplica tampoco refleja la actitud de los cientos de
miles de lectores que a lo largo de los últimos doscientos dieciséis años han leído con
placer manifiesto, a saltos o de corrido, la Vida de Samuel Johnson, doctor en Leyes.
Y el propio Johnson quizá no se ajustara a la verdad, ya que el gusto que tenía en
conversar con Boswell, y el visto bueno que dio siempre a que Boswell tomara nota
de sus conversaciones, es patente en toda la obra. Tres años después, Johnson le dice
a Boswell: «Con usted, igual me daría pasar toda la noche en vela». Para tener
sesenta y nueve años —apostilla el biógrafo—, fue un vigoroso pronunciamiento.
Entre los méritos de Boswell, uno resume todos los demás. Johnson, el coloso de
la literatura de su tiempo, era un individuo inabarcable en toda su magnitud. Uno de
los testimonios que Boswell recoge lo aclara sin ningún margen de duda: Johnson es
«el individuo más raro y más peculiar que yo haya visto en la vida. Mide un metro
ochenta, tiene violentas convulsiones de la cabeza y el cuello, y distorsiona los ojos al
mirar. Habla con aspereza, en voz muy alta, y no presta atención a la opinión de
nadie, siendo absolutamente pertinaz en las suyas. Mana de su boca el sentido común
en todo cuanto dice, y parece poseído de una provisión prodigiosa de conocimientos,
que no tiene el menor empacho en comunicar al primero que se le ponga delante,
aunque con tal obstinación que da a sus parlamentos un aire falto de gentileza, algo
zopenco, desagradable e insatisfactorio. En dos palabras, no hay palabras para
describirlo. A menudo parece desatento a lo que suceda en la compañía que le rodea,
y de pronto parece una persona provista de un espíritu superior. He reflexionado
acerca de él desde que lo vi. Es un hombre de genio universal y sorprendente en todos
los sentidos, pero en sí mismo es tan peculiar que no hallo la manera de expresarlo».
Aunque haya necesitado un número de páginas ciertamente elevado, Boswell sale
bien librado del reto: pinta como nadie a tan insólito hombre, que como todo hombre
insólito es ante todo un hombre de carne y hueso, y sabe hallar con finura las
similitudes que tiene con cualquiera de nosotros, que siempre son más que las
diferencias. Baste señalar, a propósito de su carácter único, que lo que en el
continente europeo conocemos como el Siglo de las Luces o la Edad de la Razón, en
Inglaterra es la Edad de Johnson.
Es sabido que el djinn del cuento árabe, una vez liberado del recipiente en que
está preso, se expande con su forma asombrosa hasta ocupar toda la estancia. Desde
1791, cuando el público abrió el libro de Boswell, la figura de Johnson ha ido
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ensanchándose, se ha filtrado en el aire que respiramos —es, tras Shakespeare, el
autor más citado en lengua inglesa— y sigue siendo palpable casi en cualquier
recodo. Gracias a Boswell ha adquirido no ya la inmortalidad, sino un carácter
demónico: el tiempo que le ha dotado de la fuerza de un símbolo no ha mermado su
realidad de ser humano. La culpa de que así sea no hay que buscarla en las obras del
propio Johnson, sino en el libro en que Boswell plasma su vida y manera de ser,
seguramente porque la vida contada se diluye en la vida vivida: la narración se
resuelve en drama, el reportaje en documental. Boswell ni juzga ni sintetiza. Más
bien presenta e incluso representa, y da a su libro y a su trato con el gran Johnson el
status de personaje adicional de la obra.
Pero la forma de la vasija misma que contiene el éter del genio ha cambiado con
el tiempo. La tercera edición, publicada en 1799, es la última en la que Boswell pudo
trabajar con la ayuda de Edmund Malone antes de su muerte, acaecida en 1795. En
ella, el orden vino a sustituir el caos de la segunda, donde se habían añadido
fragmentos diversos al azar de la impresión. La Vida, y no sólo en vida de su autor,
tiene mucho de work in progress, de trabajo inacabado, siempre mejorable, pendiente
de una versión mejor. Junto con otros volúmenes en torno a Johnson y su círculo, la
Vida siguió leyéndose en el primer tercio del siglo XIX ya en su formato definitivo —
la edición de 1799, en la que se basa ésta—, hasta que un político y ensayista
conservador, John Wilson Croker, tomó la decisión de anotar el texto profusamente,
identificar las referencias y expandirlo: a partir de su edición en 1831, en cinco
grandes volúmenes, la suya pasó a ser la biografía oficial del sabio. Pero Croker
incorporó incidentes recogidos por Hawkins y la señora Piozzi, trató en sus notas con
un desprecio manifiesto a Boswell, relegó a los apéndices buena parte de lo que había
escrito éste y desfiguró con negligencia inconcebible toda la obra. Más grave aún, su
edición —apropiación más bien de Johnson, como si fuera menester arrebatarle a
Boswell la figura que había escrito como nadie— dio lugar a una de las reseñas más
abrasivas que nunca se hayan escrito.
Ensayista y parlamentario whig, como Croker, Thomas Macaulay en ese mismo
año destruyó por completo la reputación del que, sin embargo, siguió llamando
«primer biógrafo entre todos». A partir de su reseña, pasó a ser lugar común que
Boswell era un simple botarate que tuvo la suerte de pasar por el lugar oportuno y a la
hora apropiada para tomar nota de lo que oyese. «De no haber sido un zoquete —dice
Macaulay—, nunca habría podido escribir una obra maestra».
Esta percepción de Boswell sólo empezó a cambiar años más tarde, con el
descubrimiento de 97 cartas de Boswell a su amigo Temple, que un comerciante de
Boulogne utilizaba como papel para envolver los alimentos que vendía. En estas
cartas comparece Boswell tal cual era, pero abundan también las referencias a su
trabajo de confección de la Vida de Johnson: se empieza entonces a saber que el libro
obedece a una planificación detallada con el mayor de los esmeros.
Y es en 1887 cuando Boswell se encuentra por fin con el erudito y editor que su
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obra requiere y merece: George Birbeck Hill publicó una Vida de Johnson, obra de
James Boswell, en seis volúmenes, de los cuales el quinto comprende el Diario de un
viaje a las Hébridas y el sexto los copiosos índices de la obra, además de incluir un
generoso adelanto de otra compilación, Ingenio y sabiduría del doctor Johnson, en la
que Hill mezcla citas y apotegmas de Johnson con otros de Boswell. Esta restitución
de la obra de Boswell a su estado de precisión máxima se ha convertido para los
estudiosos en la edición canónica de una obra mayor, que hasta ahora nunca había
visto la luz íntegramente en castellano.
La edición de Hill cierra el ciclo de los avatares que ha corrido la Vida de
Johnson. Protegiéndola con una fortaleza de escolios, con un aparato filológico
descomunal, la preserva de todo pillaje posterior. Las decenas de miles de notas que
puso Hill a su edición —en muchas páginas hay más Hill que Boswell, dicho sea de
paso— garantizan infinidad de similitudes entre lo que Johnson escribió, lo que otros
a los que Boswell no tuvo acceso dijeron de él (en especial, los diarios de Hannah
Moore y de Fanny Burney) y lo que el biógrafo dejó escrito sobre él.
Ésta, naturalmente, es la que hemos empleado en esta primera traducción íntegra
de la Vida de Johnson. Nos hemos servido tanto de los seis volúmenes de Hill
(Oxford, Clarendon Press, 1887) como de la versión revisada por L. F. Powell
(Oxford, Clarendon Press, 1934-1950; también en seis volúmenes, la edición
definitiva es de 1964, aunque no se haya reeditado posteriormente; tan canónica es la
de Hill que esta revisión de Powell respeta incluso la paginación). Afortunadamente,
la revisión de Powell existe en el muy socorrido soporte digital junto con la obra
completa de Johnson y otras de Boswell: Major Authors on CD-ROM, Primary Souce
Media © 1997.
Con posterioridad, gracias a una serie de rocambolescos descubrimientos que aquí
sería prolijo detallar, se ha recuperado en su práctica totalidad la inmensa producción
de Boswell, sus diarios y cartas, que han ido viendo la luz en cuidadísimas ediciones
a cargo de un experimentado y muy riguroso equipo de la Universidad de Yale. De
estos volúmenes, han sido de especial utilidad en esta edición en castellano el último
de la serie de diecisiete (titulado The Great Biographer, abarca los años de
1789-1795; la edición, a cargo de Marlies K. Danziger y Frank Brady, es de 1989), y
el volumen de cartas recopilado por Marshall Waingrow y ya citado por Frank Brady
en su presentación, además de la excelente síntesis de Bruce Redford, Designing the
«Life of Johnson». (Oxford University Press, 2002), y The Samuel Johnson
Encyclopaedia, obra de Pat Rogers (Greenwood Press, Westport, Connectitud, 1996).
Son sólo algunos de los volúmenes de los que nos hemos servido en la confección de
las notas. Las obras de referencia constituyen un listado demasiado tedioso de
enumerar.
Ya dijo Nabokov, ante la edición anotada de Lolita, que «la cultura popular de una
época es el arcano de la siguiente». El doctor Johnson naturalmente se le había
adelantado: «Observó —apunta Boswell— que todas las obras que describen las
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costumbres de una sociedad requieren notas en un plazo de sesenta o setenta años, e
incluso menos, y nos dijo que había comunicado todo cuanto sabía acerca del
Spectator, todo cuanto pudiera arrojar alguna luz sobre sus páginas».
En el aparato de esta edición hemos espigado y descartado infinidad de notas
posibles, pensando que al lector en lengua española, doscientos veintidós años
después de fallecido el doctor Johnson, no todas le son indispensables. Hemos dejado
a pie de página las del propio Boswell y las de Malone, así como algunas más que
corresponden a la tercera edición. Al final del volumen quedan todas las que sirven
de aclaración a pasajes de comprensión difícil. De las notas que aparecen sin firma en
las páginas finales de este volumen, que no son las más, es responsable el traductor
del mismo. Téngase en cuenta que el libro de Boswell no es precisamente un dechado
de precisión académica, además de no ser una biografía al uso: es a veces tan
asistemático para los usos de hoy en día que algunos títulos aparecen citados de dos o
tres modos distintos. En este sentido, conviene tener en cuenta todo lo que detalla
Boswell en la portadilla a la tercera edición, que hemos reproducido en facsímil: su
Vida es, por añadidura, una relación de los estudios y numerosas obras de Samuel
Johnson, así como diversas series de su epistolario y de sus conversaciones, junto con
piezas hasta la fecha inéditas, conjunto que «expone una panorámica de la literatura y
de los literatos en Gran Bretaña durante casi el medio siglo en que estuvo Johnson en
pleno apogeo». Hemos mantenido también la división de la obra en cuatro
volúmenes, aunque, como señala Brady, la Vida tiene el carácter de un bloque
marmóreo en el que cada lector habrá de realizar sus propias muescas e incisiones.
Las notas, al decir de Johnson, son a menudo necesarias, pero no dejan de ser un
mal. Necesario, sin duda. Al lector que vaya a pasar ahora por vez primera las
deliciosas páginas de Boswell yo le daría el mismo consejo que da Johnson sobre
Shakespeare, de cuyas obras completas preparó una valiosa edición anotada:
Quien aún no esté familiarizado con el poderío de Shakespeare y desee experimentar los mayores placeres que
pueda proporcionarle el teatro, que lea cada obra de la primera a la última escena haciendo caso omiso de todo
comentarista. Cuando su imaginación haya emprendido el vuelo, no se deje descender a tierra por un apunte o una
explicación. (…) Que lea a pesar de la brillantez deslumbrante y de la oscuridad impenetrable, que lea la
integridad y la corrupción del texto; que mantenga su comprensión del diálogo, su interés por la fábula. Y cuando
los placeres de la novedad hayan cesado, pruebe entonces la exactitud y lea los comentarios.
Por último… «Pocas cosas hay —dice el doctor Johnson— que no sean
puramente perversas, y de las que uno pueda decir sin emoción, sin inquietud, que
esto ha terminado». El libro de Boswell y la vida y obra de Johnson me han
acompañado en muchas horas de felicidad y en algunas de tristeza. Con un punto de
pesar lo dejo en manos del lector a cuyo alcance no esté la lectura del original, con la
confianza de que encuentre el lugar que le corresponde en su biblioteca personal entre
las grandes obras de la literatura en cualquier lengua.
M. MARTÍNEZ-LAGE
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VIDA DE SAMUEL JOHNSON,
DOCTOR EN LEYES
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DEDICATORIA A SIR JOSHUA REYNOLDS
Mi estimado señor,
de cuantos motivos de genuina liberalidad puedan impulsar a un autor en la endereza
de sus desvelos, todos concurren en que aquí me dirija a usted, por ser la persona a
quien la siguiente obra ha de ofrendarse.
Si algún placer existe en celebrar el mérito y la distinción de un coetáneo nuestro,
entreverado hasta cierto punto con una vanidad no del todo inexcusable, siendo pleno
conocedor de todo ello y sin el menor ánimo de ocultarlo, ¿dónde podría yo hallarlo a
plena satisfacción, si no es en elogiar a quien con mayor aprobación general puedo
agradecer tales sentimientos? Su contrastada excelencia no sólo en el Arte, esfera que
durante tanto tiempo ha presidido[10] con fama sin parangón, sino también en la
Filosofía y en la Literatura elegante, es de sobra conocida en el presente, y seguirá
siendo motivo de admiración en épocas futuras.
Su temperamento plácido y constante, la variedad de su conversación, su
proverbial y genuina cortesía, gracias a las cuales es tan cordial en privado, así como
esa extensiva hospitalidad que desde hace mucho ha hecho de su casa un centro
común de unión para los grandes, los cultivados, los eruditos y los ingeniosos, son
cualidades que con plena confianza de no ser tachado de adulador aquí públicamente
le atribuyo.
Si puede un hombre complacerse en su honesto orgullo haciendo saber al mundo
entero que se le ha tenido por merecedor de una especial atención por parte de una
persona de la máxima eminencia en la época en que le ha tocado vivir, cuya
compañía ha sido objeto de universales cortejos, tengo plena justificación en
arrogarme el acostumbrado privilegio de una dedicatoria cuando proclamo que ha
sido larga e ininterrumpida la amistad que nos ha unido.
Si fuera menester dejar constancia de mi gratitud por los favores recibidos, gozo
de esta oportunidad, mi muy estimado señor, para agradecerle sinceramente las
muchas y muy felices horas que le debo por su amabilidad, por la cordialidad con que
en todo momento ha tenido el placer de recibirme, por el número de valiosos
conocidos que usted me ha presentado, por las noctes coenaeque Deum[11] que he
disfrutado bajo su techo.
Si preciso fuera ofrendar una obra en nombre de quien es magistral conocedor del
asunto de que trata, y cuya aprobación por tanto ha de ser garantía de su credibilidad
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y éxito, la Vida del doctor Johnson queda con la mayor propiedad a sir Joshua
Reynolds dedicada, no en vano fue íntimo y muy amado amigo del gran hombre; de
él afirmó éste que era «el hombre más invulnerable que conocía, y al cual, caso de
tener que enzarzarse en una disputa con él, más le costaría insultar». Usted, mi muy
estimado señor, supo estudiarlo y llegó a conocerlo muy bien; usted lo veneró y lo
admiró. Luminoso como era en conjunto, supo usted percibir todas las sombras que
entraban en tan grandiosa composición, todas las mínimas peculiaridades y las
pequeñas máculas que señalaban al coloso de la literatura. Sus muy cálidas alabanzas
a propósito del muestrario que de él di en mi Diario de un viaje a las Hébridas, por
mi capacidad de preservar su conversación de una manera vivaz y auténtica, que la
opinión del público ha confirmado, fueron para mí el mejor de los acicates a la hora
de perseverar en mi intención de dar a la luz la totalidad de mis reservas.
Al menos en un sentido la presente obra será distinta de la anterior. En mi Diario
de un viaje me mostré casi ilimitadamente franco y abierto en mis comunicaciones;
debido a mi solicitud en mostrar la maravillosa fertilidad y la presteza del ingenio de
Johnson, libremente expuse ante el mundo su destreza aun cuando fuera yo el objeto
de la misma. Confié en que se entendiera con generosidad, como si de sobra se
supiera qué me traía entre manos, y de ningún modo fui simplemente inconsciente de
los afilados efectos de la sátira. Reconozco, ahora bien, que pequé de arrogancia en la
medida suficiente de suponer que el tenor del resto del libro me salvaguardaría de tan
extraña imputación. Pero ahora me parece que hice un juicio demasiado bondadoso
del mundo, pues aunque a duras penas pude dar crédito en su día, se me ha informado
sin el menor rescoldo de duda de que muchas personas, en especial las más alejadas,
al no haber penetrado de manera suficiente en el carácter de Johnson no han
comprendido a fondo su manera de tratar a sus amistades, y han puesto en solfa mi
juicio en vez de entender que fui sensible a todo lo que pudieran observar.
Se cuenta del gran doctor Clarke que cuando en una de sus horas de ocio estaba
holgando con algunos de sus amigos, de la manera más lúdica y chistosa que se
pueda suponer, vio que Beau Nash se acercaba, a lo cual calló y dijo: «Amigos,
mostrémonos serios, pues ahí viene un bufón». He descubierto, mi querido amigo,
que el mundo es un gran bufón en cuanto a estos particulares, sobre los cuales se me
hace necesario hablar con toda llaneza. Por consiguiente, en esta obra he sido más
cauto y reservado y, si bien no digo nada más que la verdad, he tenido muy en cuenta
que toda la verdad no siempre ha de exponerse. Sin embargo, esto es algo que he
administrado de modo que no ocasione merma alguna al placer que mi libro debería
procurar a sus lectores, por más que la malicia algunas veces vea decepcionadas sus
gratificaciones.
Soy, mi estimado señor, su muy entregado amigo y su fiel y humilde servidor,
JAMES BOSWELL
Londres, 20 de abril de 1791
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AVISO A LA PRIMERA EDICIÓN
Por fin llega la hora en que entrego al mundo una obra que desde hace mucho tiempo
tenía prometida, y de la cual, me temo, se han creado expectativas demasiado
ambiciosas[12]. Habrá que imputar el retraso en su publicación, en un grado elevado,
al extraordinario celo que han mostrado personas de gran distinción, en toda clase de
lugares, a la hora de facilitarme las informaciones adicionales que conciernen al
ilustre personaje del que aquí me ocupo, en lo cual se han asemejado a las
agradecidas tribus de las antiguas naciones, en las que todos sus integrantes se
mostraban prestos a dejar una piedra sobre la tumba del héroe fenecido, y de ese
modo compartir el piadoso cometido de erigir un honroso monumento en su
memoria.
El esmero y la ansiosa atención con que he recopilado y dispuesto los materiales
de que constan estos volúmenes serán difíciles de concebir para quien los lea con
facilidad y descuido[13]. La amplitud del ánimo y la prontitud y diligencia con que se
han preservado tantas conversaciones yo mismo las contemplo, a cierta distancia, no
sin asombro; ha de permitírseme precisar que la naturaleza de la obra, por constar de
infinidad de particulares aislados, de todos los cuales, incluidos los más ínfimos, no
me he ahorrado ninguna molestia a la hora de calibrar escrupulosamente su
autenticidad, me ha ocasionado una cantidad de complicaciones muy superiores a las
que encierra una composición de cualquier otra índole. Si tuviera que detallar los
libros que he consultado y las indagaciones que me ha parecido necesario emprender
por muy variados cauces, probablemente se me tendría por ridículo y ostentoso.
Permítaseme observar tan sólo, como botón de muestra de mis desvelos, que a veces
he tenido que correr de una punta a otra de Londres sólo por fijar con la debida
precisión una fecha, a sabiendas de que una vez lograda la máxima exactitud no me
valdría ningún elogio, si bien un mínimo fallo en este sentido me habría
desacreditado del todo. A fin de cuentas, tal vez por arduo que me resulte no me
sorprenderá que se me hayan de señalar omisiones o errores con envidiosa severidad.
También he sido sumamente cuidadoso en la precisión de mis citas, pues tengo la
fuerte convicción de que al público se le debe un respeto que cualquier autor debe
cumplir escrupulosamente, sin introducirlas jamás con un «me parece haber leído» o
«si mal no recuerdo», siempre y cuando esté en su mano examinar los originales.
Pido permiso para manifestar mi más sentido agradecimiento a quienes han tenido
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la bondad de facilitarme sus comunicaciones y consejos durante la confección de mi
obra. No podré reconocer en la medida suficiente mi deuda con mi amigo el señor
Malone, quien tuvo la bondad de permitirme que le leyese de viva voz la práctica
totalidad del manuscrito, al cual hizo numerosos comentarios que fueron sumamente
provechosos para el buen fin de la obra[14], si bien es justo que deje constancia de que
en infinidad de ocasiones me vi en desacuerdo con él y seguí mi propio criterio.
Lamento sobremanera haberme visto privado del beneficio de sus revisiones cuando
ni siquiera la mitad del libro estaba en prensa, pues tras haber completado su muy
laboriosa y admirable edición de Shakespeare, por la cual tuvo la suma generosidad
de no aceptar más recompensa que la fama que merecidamente obtuvo, cumplió su
promesa de hacer una visita aplazada de largo a sus familiares en Irlanda, de donde su
regreso, sano y salvo y finibus Atticis, es deseo de sus amistades de estos pagos con
todo el ardor clásico de Sic te Diva potens Cypri[15], puesto que no hay hombre en el
cual se reúnan más cualidades de elegancia y distinción, y cuya compañía, por tanto,
se valore tanto más entre quienes lo conocen.
Me resulta harto doloroso pensar que mientras llevaba a cabo esta obra fallecieron
varias de las personas que la habrían considerado sumamente interesante. Tan tristes
decepciones son, como sabemos, incidentales de la condición humana, pero no por
ello las sentimos menos. Permítaseme en particular llorar las defunciones del
reverendo Thomas Warton y del reverendo doctor Adams. El señor Warton, entre su
variado genio y erudición, fue un biógrafo excelente. Sus aportaciones a mi colección
son estimables en muy alto grado, y como disfrutó en especial de mi Viaje a las
Hébridas confío en que me hubiera otorgado una muestra mayor de su aprobación. El
doctor Adams, eminente en su condición de director de un colegio universitario,
amén de escritor y hombre de excelsa cordialidad, conoció a Johnson desde sus años
mozos, y fue su amigo durante toda la vida. La razón que me asistía en esperar el
beneplácito de este venerable caballero a propósito de esta obra se verá por lo que me
escribió en una ocasión anterior desde Oxford, el 17 de noviembre de 1785: «Querido
señor, me aventuro a enviarle esta carta sin saber dónde encontrarle, por agradecerle
su Viaje, muy grato de leer, en el cual ha representado a nuestro amigo para mi gusto
a carta cabal en todas sus actitudes, escenas y situaciones, a tal punto que he creído
hallarme en su compañía y formar parte del viaje de ustedes dos casi en todo
momento. Me ha causado una gran satisfacción, y quienes han encontrado fallos en
tal o cual pasaje están de acuerdo en que no pudieron prescindir de la lectura del
libro, entreteniéndose sobremanera con el conjunto. Hubiera sido mi deseo, en efecto,
que algunas expresiones groseras se hubieran suavizado, y que algunas de las
flaquezas de nuestro héroe hubieran quedado más en la sombra, si bien es de gran
utilidad presenciar las debilidades inherentes a los grandes intelectos, y usted nos ha
dado la autoridad del doctor Johnson, en el sentido de que en la historia es preciso
contarlo todo»[16].
Tal sanción de mis facultades en dar una justa representación del doctor Johnson
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no podía yo mantenerla oculta. Tampoco suprimiré mi satisfacción por la conciencia
clara que tengo de que al registrar una porción tan considerable de la sabiduría y el
ingenio del «más luminoso ornato del siglo XVIII[17]», he proveído en gran medida
instrucción y disfrute a la humanidad toda.
Londres, 20 de abril de 1791[18]
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AVISO A LA SEGUNDA EDICIÓN
No es mi deseo ocultar mi ansiedad por el éxito de una obra en la que había
empleado muchísimo tiempo y trabajo, pero cualesquiera dudas que en algún
momento haya podido albergar han quedado por entero disipadas gracias a la muy
favorable recepción con que se le ha honrado[19]. Esa recepción ha suscitado mis
mejores empeños por dar aún mayor perfección a mi libro, y en esta empresa he
contado no sólo con la ayuda de algunos amigos particulares, sino también de
muchos otros hombres de erudición e ingenio, gracias a los cuales me ha sido dado
rectificar algunos errores y enriquecer la obra con muchas añadiduras de gran valor.
He ordenado una impresión por separado de las mismas, en cuarto, para acomodarlas
a los intereses de los compradores de la primera edición[20]. Permítaseme decir que la
tipografía de ambas ediciones honra la imprenta del señor Henry Baldwin, hoy
presidente de la distinguida Compañía de Libreros, al cual conozco desde antaño y
tengo por valioso amigo.
En las escenas extrañamente mixtas de la existencia humana, nuestros
sentimientos a menudo resultan simultáneamente placenteros y dolorosos. De esta
verdad, la mejora de la presente obra proporciona un ejemplo pasmoso. Me fue
sumamente gratificante que mi querido amigo, sir Joshua Reynolds, al cual queda
dedicada, viviera el tiempo suficiente para examinarla, y que prestase el más recio
testimonio de su fidelidad, aunque antes de que diera por terminada esta segunda
edición, en cuya mejora contribuyó, el mundo se haya visto privado del concurso de
este hombre valiosísimo, pérdida causante de un pesar que será hondo, y duradero, y
extenso, en proporción a la felicidad que supo difundir entre un amplio círculo de
amigos y admiradores.
Al reflexionar sobre el hecho de que el ilustre hombre al que se dedica esta obra,
al ser hoy más amplia e íntimamente conocido, por más que con anterioridad se le
enalteciera, ha ascendido más si cabe en la veneración de la humanidad, me invade
una satisfacción muy superior a la que proporciona la fama. No podemos
evidentemente admirar ni demasiado ni con excesiva frecuencia el maravilloso
poderío de su intelecto cuando nos paramos a considerar que la principal reserva de
ingenio y sabiduría que contiene esta obra no es fruto de una selección particular de
sus conversaciones en general, sino que proviene de sus charlas de ocasión en los
momentos en que tuve la fortuna de hallarme en compañía de él, y no cabe duda de
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que si sus discursos en otras ocasiones se hubieran preservado con la misma atención,
todo el tenor de lo que dijo habría resultado de idéntica excelencia.
Su claro y vigoroso cumplimiento de los preceptos religiosos, de la moralidad, la
lealtad y la subordinación, al tiempo que deleita y sirve de acicate en el pulimiento y
mejora de los sabios y bondadosos también será, espero, un poderoso antídoto contra
esa sofistería detestable que de un tiempo a esta parte se ha importado de Francia bajo
el falso nombre de filosofía, y que con industria maliciosa se ha empleado en contra
de la paz, el buen orden y la felicidad del conjunto de la sociedad en nuestra próspera
y libre nación. Gracias sean dadas a Dios, no ha sembrado los efectos perniciosos que
contaban lograr quienes la propagaron. En algunos momentos de complacencia en
mis obras se me antoja que esta voluminosa obra biográfica, por inferior que sea por
su propia naturaleza, podría al menos en un sentido asemejarse a la Odisea. En medio
de sus centenares de episodios entretenidos e instructivos, el héroe nunca deja de
estar en primer plano del cuadro, pues todos los episodios se hallan en mayor o
menor medida relacionados con él, y él, en todo el transcurso de la historia, queda
expuesto por el autor a mayor beneficio de sus lectores.
Caso de que hubiera algún mortal de sangre fría, cicatero por demás, que realmente
tuviera desagrado ante este libro, le podría proporcionar un cuento para que se lo
aplicara. Cuando el gran Duque de Marlborough, acompañado de lord Cadogan, fue
un día a reconocer las tropas acantonadas en Flandes, comenzó a llover a mares, y
ambos requirieron sus capotes. El criado de lord Cadogan, un mozo despierto y de
buen natural, llevó el suyo a Su Señoría en menos de un minuto. El criado del Duque,
un perro perezoso y malhumorado, remoloneó tanto que Su Excelencia comenzó a
calarse hasta los huesos, de modo que se lo echó en cara y recibió por toda respuesta:
«He venido en cuanto pude», a lo cual dijo el Duque con aplomo: «Cadogan, le
aseguro que ni por un millar de libras querría yo tener el temperamento de este
individuo».
Hay algunos hombres, creo yo, que tienen o más bien creen tener una mínima
vanidad. Podrán a buen seguro hablar de su fama en la literatura con un estilo
decoroso y con plena seguridad de sí mismos. Yo confieso que es tal mi
conformación, por mi propia naturaleza y por el hábito, que contener la efusiva
expresión de mi deleite, al haberme granjeado tal fama, me resultaría verdaderamente
lesivo. Así pues, ¿por qué iba a callar a este respecto? ¿Por qué no habría de
explayarme «con la abundancia que el corazón desborda[22]»? Así las cosas,
permítaseme comentar con el ánimo caldeado, aunque sin incurrir en exultación
insolente, que me han obsequiado espontáneos elogios de mi obra muchas y muy
variadas personalidades de rango, talento y excelencia eminentes, muchos de los
cuales conservo de puño y letra de todos ellos con el fin de que se depositen en mis
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archivos de Auchinleck. Un honorable y reverenciado amigo, refiriéndose a la
favorable acogida de mis volúmenes incluso en los círculos de la moda y la elegancia
me llegó a decir así: «Ha logrado usted que todos hablen de Johnson». En efecto, y
aún podría añadir que he johnsonizado la Tierra, y que espero y deseo que no sólo
hablen de él, sino que piensen en Johnson.
Enumerar a todos los que de este modo me hacen deudor de su generosidad sería
tediosa ostentación. No puedo sin embargo dejar de señalar a uno cuyo elogio es
realmente valioso, y no sólo por su vasto saber y demostrada capacidad, sino también
por la magnífica y arriesgada misión diplomática en que ahora está inmerso[23], dado
lo cual cuanto con él se relaciona es de un especial interés. Lord Macartney tuvo a
bien proporcionarme su propio ejemplar de mi libro con buen número de anotaciones
suyas, de las cuales me he servido. En la primera hoja encuentro de puño y letra de
Su Señoría una dedicatoria en la que tanto me ensalza que ni siquiera yo, siendo
vanidoso como soy, puedo animarme a publicar.
1 de julio de 1793
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AVISO A LA TERCERA EDICIÓN
Como quiera que al autor de esta obra se le hicieran llegar varias cartas valiosas y
otros asuntos curiosos con demasiado retraso para su inclusión de acuerdo con el
orden cronológico que tanto se esforzó por observar de una manera uniforme en su
obra, se vio obligado a insertarlas en su segunda edición por medio de unas
«addenda», con la máxima comodidad que le fue posible. En la presente edición estos
materiales se han redistribuido en los lugares que les corresponde. Al revisar estos
volúmenes de cara a una nueva edición, quiso señalar dónde se debían insertar
algunos de estos materiales; por desgracia, en plena tarea fue presa de unas fiebres, a
raíz de las cuales, con gran pesar de todas sus amistades, falleció el 19 de mayo de
1795. Todas las notas que había escrito en los márgenes del ejemplar que revisó
parcialmente se preservan fielmente en esta nueva edición, en la que se han añadido
unas cuantas notas, principalmente las de algunos de los amigos a los que el autor en
anteriores ediciones dejó constancia de su deuda de gratitud. Las suscritas con la
letra B son comunicaciones del doctor Burney; las que llevan las iniciales J. B. son
anexos del reverendo J. Blakeway, de Shrewsbury, al cual el propio señor Boswell
agradeció sus juiciosos comentarios a la primera edición; las que llevan las iniciales
J. B. O. son anexos del hijo segundo del autor, estudiante en Brazen Nose College,
Oxford. Algunas valiosas observaciones comunicó también James Bindley, primer
comisario del Despacho de Sellos, como queda reconocido en su debido lugar. De
todas las que carecen de firma es responsable el señor Malone[24]. Cualquier
comentario nuevo que no haya escrito el autor se ha distinguido entre corchetes; hay
un caso, sin embargo, en que el impresor por error adscribe esta marca a una nota
relativa al reverendo Thomas Fysche Palmer, que escribió el señor Boswell, y no
tendría por qué aparecer así distinguida.
Sólo me resta añadir que las galeradas de la presente edición no han pasado por
mis manos, de modo que no soy responsable de cualquier errata tipográfica que
pueda hallarse en el libro. Sin embargo, al estar impreso en la imprenta del señor
Baldwin, sumamente precisa, no me cabe duda de que no será esta edición menos
perfecta que la anterior, toda vez que se ha puesto el máximo esmero en la corrección
y elegancia, haciendo justicia a una de las obras más instructivas y entretenidas que
jamás se hayan escrito en lengua inglesa.
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EDMUND MALONE[25]
8 de abril de 1799
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VOLUMEN I
1709-1765
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Escribir la vida de quien con excelencia sin par ha destacado en la tarea de escribir
vidas ajenas, y a quien, en consideración tanto de sus extraordinarias dotes como de
sus muy variadas obras, pocos pueden comparársele en época ninguna, es empeño
arduo y, por lo que a mí se refiere, quizá pueda tildarse incluso de presuntuoso afán.
De haber escrito el doctor Johnson su propia vida, de conformidad con la opinión
que él mismo ha expresado, en el sentido de que quien mejor puede poner una vida
por escrito es quien la ha vivido[1]; de haber empleado en la preservación de su propia
historia la claridad narrativa y la elegancia de lenguaje con las que ha entregado a la
posteridad a tantas personas insignes, el mundo probablemente habría dispuesto del
más perfecto ejemplo del género biográfico que hubiera existido jamás. Sin embargo,
aunque de modo inconstante e incluso con desgana, en diferentes ocasiones consignó
por escrito muchos particulares sobre el progreso de su intelecto y los hechos de su
vida, nunca se dedicó con ahínco y diligencia suficientes a darles forma de
composición homogénea. Algunos de estos memoriales se conservan, si bien la
mayor parte él mismo la entregó a las llamas pocos días antes de su muerte.
Como tuve el honor y la dicha de gozar de su amistad durante más de veinte años,
como tuve constantemente a la vista el proyecto de escribir su vida, y como él estaba
bien apercibido de esta circunstancia y de vez en cuando tuvo la amabilidad de
satisfacer mis inquisitorias, comunicándome los incidentes propios de sus años de
juventud; como además adquirí cierta facilidad para recordar sus conversaciones y fui
muy perseverante en anotarlas, tratándose de conversaciones cuyo extraordinario
vigor y vivacidad constituían uno de los rasgos más destacados de su carácter; como
tampoco he escatimado esfuerzos ni desvelos en la obtención de materiales referentes
a él allí donde di en descubrir que existían, y como me han favorecido sus amigos con
las más generosas informaciones a este respecto, me precio de que pocos biógrafos
habrán acometido un trabajo semejante con más ventajas que yo, con independencia
del talento literario que me adorne, aspecto en el que no tengo vanidad suficiente para
compararme con algunos de los grandes nombres que me han precedido en el cultivo
del género.
Desde que se anunció mi libro[c1], se han publicado varias vidas del doctor
Johnson y rememoraciones de su persona, entre las cuales la más voluminosa es la
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que ha compilado para los libreros de Londres sir John Hawkins[2], un hombre al que
durante mis largos años de estrecha intimidad con el doctor Johnson jamás vi en su
compañía, creo recordar, salvo una sola vez, y poseo total certeza de que no fueron
más de dos. Johnson quizá le tuviera cierta estima por su conducta intachable,
religiosa, decente en suma, y a su conocimiento de los libros y de la historia de la
literatura; ahora bien, por la envarada formalidad de sus modales, es evidente que
nunca podrían haber convivido con fácil cordialidad, ni con un mínimo trato familiar.
Tampoco disponía sir John Hawkins de esa atinada percepción que era necesaria para
detectar las facetas más exquisitas y menos evidentes del carácter de Johnson. El
hecho de que fuera designado como uno de sus albaceas testamentarios le brindó una
oportunidad inigualable para apoderarse de fragmentos de los diarios y de otros
papeles tal como quedaron a su muerte. De todos ellos, antes de ponerlos en manos
del legatario residual, de cuya propiedad eran sin duda ninguna, se desvivió por
exprimir cuanta sustancia pudo. En este empeño no tuvo mucho éxito, como he
podido comprobar tras un examen minucioso de esos papeles, que me han sido
posteriormente encomendados. Los ímprobos trabajos de sir John Hawkins, justo es
reconocerlo, resultan farragosos, aunque una parte considerable no está del todo
exenta de entretenimiento para los amantes de los chascarrillos literarios, si bien
además de estar hinchados de manera innecesaria, mediante pródigos extractos de
obras diversas (incluidas unas cuantas páginas del Catálogo de la Biblioteca
Harleiana, de Osborne, y ni siquiera las compiladas por Johnson, sino por Oldys),
muy pequeña parte de los mismos guardan la debida relación con la persona de la que
se quiere ocupar su libro, en cuyas afirmaciones y versión de los hechos hay, por otra
parte, tal cantidad de inexactitudes, que en un autor de tal seriedad son difícilmente
excusables, y que en cualquier caso estorban la narración y hacen que resulte muy
insatisfactoria. Pero lo que resulta todavía peor es que prevalece en todo el volumen
una concepción de la vida más bien siniestra y en modo alguno caritativa, en virtud
de la cual se impone a casi todas las circunstancias del carácter y la conducta de mi
ilustre amigo una interpretación ahormada y sumamente perniciosa. Por eso tengo la
esperanza de vindicar su persona por medio de un retrato verdadero y justo,
desmintiendo tanto las injuriosas y erróneas versiones que de él presenta este autor
como los desprecios con que lo pone en entredicho una dama que en otro tiempo
disfrutó de una gran intimidad con él.
En el Museo Británico se conserva una carta del obispo Warburton al doctor
Birch que versa sobre la cuestión de la biografía. Si bien soy consciente de que me
puede exponer a denuncia por elevar arteramente el valor de mi propia obra,
contrastándola con aquélla de la que he hablado, es un documento tan bien concebido
y enunciado que no puedo abstenerme de insertarlo en este punto:
24 de noviembre de 1737[3]
Me esforzaré —dice el doctor Warburton— por darle toda la satisfacción que esté en mi mano en todo lo que
desee saber en lo tocante a Milton, y me alegra sobremanera que se haya propuesto usted escribir su vida. Casi
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todos los biógrafos que hemos tenido antes de Toland y Desmaiseaux son desde luego seres extraños e insípidos;
con todo y eso, de largo prefiero leer a los peores entre ellos antes que verme obligado a leer la vida de Milton
escrita por tal, o la de Boileau escrita por cual, si constan de una pesada sucesión de largas citas, de pasajes
carentes de interés, a tal punto que su método resulte nauseabundo. Sin embargo, el verboso francés, que no tiene
gusto ninguno, parece haber sentado por principio que toda vida es digna de un libro y, peor aún, que ha de
resultar un libro carente de vida, pues ¿qué sabemos de Boileau después de tan tedioso volumen? Es usted el
único, y no lo digo por hacerle un cumplido, que gracias al vigor de su estilo y de sus sentimientos tiene el arte
(un arte que cabría imaginar que a nadie le faltara) de añadir adornos consonantes y gratos al tema de por sí más
grato del mundo, que es la historia de la literatura.
En vez de refundir mis materiales en una sola masa indistinta, en vez de hablar
constantemente en mi nombre, con lo cual podría haber parecido que era mayor mi
mérito en la ejecución de la obra, he resuelto adoptar el excelente plan del señor
Mason en sus Recuerdos de Thomas Gray, ampliándolo a mi manera. Siempre que es
necesario aportar una narración que explique, relacione y enmarque, la incluyo de
acuerdo con mis posibilidades; ahora bien, en la serie cronológica que forma la vida
de Johnson, que trazo, con toda la nitidez de que soy capaz, año por año, aporto
cuando está a mi alcance sus propios apuntes, diarios, cartas o conversaciones,
convencido como estoy de que este modo es más vivaz y permitirá a mis lectores una
mayor familiaridad con él, mayor en todo caso que la que tuvieron quienes de hecho
le llegaron a conocer pero sólo lo hicieron de manera parcial, mientras que aquí se da
una acumulación de informaciones procedentes de diversas fuentes, gracias a la cual
su carácter se comprenderá y quedará ilustrado de un modo más pleno[c2].
En efecto, no concibo un modo más perfecto de escribir la vida de cualquier
hombre si no es relatando los acontecimientos más importantes según su propio
orden, aunque entretejiéndolos con aquello que escribió y dijo y pensó en privado,
método mediante el cual todos los hombres tendrán ocasión, por así decir, de verlo en
vida, y de «revivir cada escena»[c3] con él, a medida que efectivamente avanzaba por
las sucesivas etapas de su existencia. De haber sido sus demás amigos tan diligentes y
tan fervorosos como he sido yo, podría habérsele conservado prácticamente en su
totalidad. Siendo como son las cosas, me aventuro a decir que se le verá plasmado en
esta obra de un modo más completo que a cualquier otro hombre que haya hollado la
faz de la Tierra.
Y se le verá, por añadidura, tal como en realidad era, pues declaro mi intención de
escribir, no su panegírico, que habría de ser un cúmulo de elogios, sino su vida, pues
por grande y bueno que haya sido no debe suponerse que fuera un dechado de
perfección. Siendo como era, es sin duda objeto de panegírico más que suficiente
para cualquier hombre; ahora bien, en toda imagen ha de haber sombras, amén de luz,
y cuando trace su retrato sin reservas haré lo que él mismo recomendó tanto en sus
preceptos como con su ejemplo:
Si el biógrafo escribe desde su conocimiento personal, y si se apresura a gratificar la curiosidad del público, corre
el peligro de que su interés, su temor, su gratitud o su ternura puedan más que su fidelidad, y le tienten a ocultar,
cuando no a inventar arbitraria y abiertamente. Son muchos los que piensan que es un acto de piedad ocultar los
defectos o las lacras de sus amigos, aun cuando éstos ya no puedan sufrir por culpa de su detección; por
consiguiente, vemos regimientos enteros de personajes adornados por encomios uniformes, y que no se distinguen
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unos de los otros si no es por circunstancias extrínsecas y puramente casuales. «Ojalá recuerde —dice Hale—,
cuando me encuentre inclinado a compadecerme de un criminal, que hay del mismo modo una compasión que se
debe al país entero». Si debemos respeto a la memoria de los muertos, aún es mayor el respeto que se debe rendir
al conocimiento, a la virtud y a la verdad[4].
La tarea del biógrafo consiste a menudo en pasar de puntillas por encima de los actos e incidentes que dan lugar a
una grandeza vulgar, conducir por el contrario sus pensamientos a la privacidad del ámbito doméstico y desplegar
los detalles minuciosos de la vida cotidiana, cuyas añadiduras externas han de quedar al margen, pues los hombres
sobresalen unos por encima de los otros sólo por prudencia y por virtud. De la relación de Thuanus dice su autor
con gran propiedad que está escrita de manera que queden abiertos a la posteridad el carácter privado y familiar de
ese hombre cujus ingenium et candorem ex ipsius scriptis sunt olim semper miraturi, esto es, cuyo candor e
ingenio hasta el fin de los tiempos queden por sus escritos preservados para la admiración de sus lectores.
Hay muchas circunstancias invisibles que, tanto si leemos en calidad de inquisidores interesados por el saber
natural o moral, como si leemos con intención de ampliar nuestra ciencia o incrementar nuestra virtud, tienen más
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importancia que los sucesos públicos. Así, Salustio, el gran maestro de la Naturaleza, no ha dejado de comentar en
su relación de la vida de Catilina éste que caminaba ora presuroso, ora lento, como muestra de un intelecto que de
continuo oscilaba en violenta conmoción. Así, la historia de Melanchton nos proporciona una asombrosa lectura
sobre el valor del tiempo al informarnos de que cuando fijaba una cita contaba no sólo con estipular la hora, sino
también el minuto, de modo que el día no se le fuese en desocupaciones o en esperas baldías; todos los planes y
empresas que acometió De Witt son ahora de menor importancia para el mundo que una parte de su carácter
personal, que lo representa como un hombre cuidadoso con su salud y negligente con su vida.
Ahora bien, la biografía a menudo se ha asignado a escritores que parecen tener muy poca familiaridad con la
naturaleza de su tarea, o que muestran muy poco esmero en su desempeño. Raramente aportan más relatos que los
que pueden encontrarse en los papeles públicos, si bien imaginan estar escribiendo una vida cuando exhiben una
mera cronología de los actos realizados o los cargos ostentados, y tienen en tan poca consideración la conducta y
el talante de sus héroes que pasan por alto que más se podría saber acerca del verdadero carácter de un hombre por
medio de una breve conversación con uno de sus criados que mediante una narración formal y estudiada que
comience por sus ancestros y termine por su funeral.
Existen en efecto algunas razones naturales por las que estas narraciones son a menudo escritas por quienes no
poseen las cualidades necesarias para instruir ni deleitar, y por las que la mayoría de las relaciones sobre una
persona en particular son estériles e inservibles. Si una biografía se ha pospuesto hasta que los intereses creados y
la envidia terminen, cabrá esperar cierta imparcialidad, pero es de suponer que hallaremos poca información, ya
que los incidentes que dan excelencia a una biografía son por su propia naturaleza volátiles y evanescentes, de
manera que pronto escapan a la memoria, y rara vez son transmitidos por la propia tradición. Sabemos qué pocos
son los que pueden retratar a un conocido si no se trata de referir sólo las particularidades más prominentes y
observables, así como los rasgos más burdos y más obvios de su espíritu. Fácilmente cabe imaginar qué cantidad
de ese mínimo conocimiento puede perderse a la hora de impartirlo, y qué pronto perderán las copias sucesivas
toda similitud con el original[6].
Soy plenamente consciente de los reparos que podrán ponerse a la minuciosidad con
que en algunas ocasiones detalló la conversación de Johnson, así como de la
idoneidad con que ésta se presta al mezquino ejercicio de la ridiculización en manos
de hombres de carácter más bien superficial y dados a las fantasías absurdas. Ahora
bien, me mantengo firme en mi opinión y por completo confiado en que los
pormenores minuciosamente detallados son con frecuencia característicos, y siempre
entretenidos cuando se refieren a un hombre distinguido. Soy por lo tanto
desmedidamente reacio a que cualquier cosa, por ligera que pueda parecer, que mi
ilustre amigo considerase digna de enunciar, con cualquier grado de convicción,
pueda perecer sin dejar constancia. En esta reverencia rayana en la superstición he
hallado una muy antigua y venerable autoridad, que cita Secker, nuestro gran prelado
moderno, cuyo décimo sermón contiene el siguiente pasaje:
El rabino David Kimchi, notorio comentarista judío que vivió hace unos cinco
siglos, explica de este modo el pasaje del Salmo primero, «Su hoja no se ha de
marchitar», a partir de rabinos anteriores a él: a saber, que incluso las charlas
desocupadas, según dice, de un hombre bueno, es menester tenerlas en la debida
consideración; hasta lo más superfluo que dijera siempre será de algún valor. Y otros
autores más antiguos abundan en la misma frase casi con idéntico sentido.
De una cosa sí estoy seguro: que considerando la altísima estima en que tenemos
la escasa porción de las charlas de sobremesa y otras anécdotas de nuestros escritores
célebres, y lo muy de corazón que se lamenta el no disponer de más, tengo plena
justificación en preservar tal vez demasiados de los dichos de Johnson, en vez de
conformarme con unos pocos, en especial porque a tenor de la diversidad de las
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disposiciones no se puede saber con certeza de antemano si parecerán banales a unos,
y quizá a quien los recopile, y en cambio resultarán sumamente gratos a muchos más.
Cuantos más sean quienes hallen placer en un autor, en la medida que fuere, mayor
será el placer que surta en un espíritu benévolo.
A quienes tengan la debilidad de pensar que es ésta una tarea despreciable, y que
el tiempo y el trabajo a ella consagrados son pura insensatez, me contentaré con
oponerles la autoridad del hombre más grande de todos los tiempos, Julio César, de
quien Bacon observa que «en su libro de apotegmas, que él mismo compiló, vemos
que estimaba mayor honor en hacer un par de tablas y tomar en ellas nota de las
sabias y compasivas palabras de los demás, que en convertir cada una de sus palabras
en apotegmas u oráculos»[7].
Dicho todo esto a modo de introducción, someto las páginas que siguen a la
buena fe del público lector.
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SAMUEL JOHNSON nació en Lichfield, condado de Stafford, el 18 de septiembre de
1709, y apenas se postergó su iniciación en la Iglesia cristiana, ya que su bautismo
consta en el registro de la parroquia de St. Mary de dicha localidad, el día siguiente
de que naciera. En dicho documento figura el padre con el calificativo de
«gentilhombre», circunstancia por la que un apologeta ignorante (e incauto) ha
alabado el gusto de Johnson al no hacer ostentación de ese título, cuando lo cierto es
que el apelativo de gentilhombre, aunque ahora perdido en aras del indiscriminado
uso de «señor», era comúnmente adoptado por quienes no tenían motivos para
alardear de nobleza. Llamábase su padre Michael Johnson; era natural del condado de
Derby, de oscura extracción, y sentó en Lichfield sus reales en condición de librero y
papelero. Su madre era Sarah Ford, descendiente de un antiguo linaje de labriegos
acomodados del condado de Warwick. Eran ambos de edad avanzada cuando
contrajeron matrimonio y sólo tuvieron dos hijos, varones los dos: Samuel, el
primogénito, que vivió hasta convertirse en el personaje ilustre cuyas variadas
excelencias me dispongo a poner por escrito, y Nathanael, que falleció a los
veinticinco años.
Michael Johnson era un hombre robusto y de gran estatura, de ánimo vehemente
y espíritu activo, si bien, tal como en las rocas más sólidas se hallan a menudo vetas
de sustancia de muy exigua densidad, notábase en él una mezcla de esa enfermedad
cuya naturaleza esquiva incluso las más minuciosas indagaciones, aun cuando sus
efectos son de sobra conocidos; a saber, el hastío de la vida, el desinterés por aquellas
cosas que agitan a la mayor parte de los mortales, así como una sensación de lúgubre
desdicha sin motivo. Del padre, así pues, heredó su hijo, amén de otras cualidades,
«una aciaga melancolía» que, conforme a la expresión demasiado tajante con que él
mismo designaba cualquier perturbación del espíritu, «durante toda la vida lo tuvo
loco, o al menos no del todo sobrio, o no muy en sus cabales»[8]. No obstante, debido
a las estrecheces de sus circunstancias, Michael se vio obligado a ser muy diligente
en los negocios, no sólo en su establecimiento, sino recurriendo también con
frecuencia a visitar diversas localidades de los alrededores[9], algunas de las cuales se
encontraban a considerable distancia de Lichfield. En aquel entonces era muy raro
que existieran librerías en las ciudades provincianas de Inglaterra, a tal punto que ni
siquiera en Birmingham había una. Allí ponía el viejo señor Johnson un tenderete
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todos los días de feria. Era bastante buen conocedor del latín y un ciudadano tan
digno de crédito que fue nombrado magistrado de Lichfield; siendo como era hombre
de sentido común y diestro en su comercio, amasó una fortuna muy razonable, de la
que sin embargo perdió con posterioridad la mayor parte al invertir sin buenos
resultados en una industria dedicada a la manufactura de pergamino. Era un celoso
partidario de la Alta Iglesia anglicana[c5] y monárquico; mantuvo inalterable su
lealtad a la desafortunada casa de los Estuardo, aunque supo avenirse, mediante
argumentos casuísticos sobre la conveniencia y la necesidad, a tomar los votos
impuestos por el poder prevaleciente.
Hay en su vida un detalle circunstancial en cierto modo romántico, aunque tan
bien documentado que no lo omitiré. Una joven de Leek, pueblo del vecino condado
de Stafford, donde fue aprendiz, contrajo una virulenta pasión amorosa por él, y si
bien no halló favorable acogida a sus anhelos, lo siguió a Lichfield a su regreso,
donde incluso se alojó en la casa frontera a la que habitaba él, entregada a un amor
sin esperanzas. Cuando Michael tuvo conocimiento de que dicha pasión avasallaba a
tal extremo el espíritu de la joven que la propia vida de ésta corría peligro, tuvo el
generoso y muy humano gesto de visitarla y proponerle matrimonio; pero ya era
demasiado tarde: se habían agotado sus ganas de vivir y su caso constituyó de hecho
uno de esos raros, contadísimos ejemplos en que una persona muere de amor. Se le
enterró en la catedral de Lichfield y él, con ternura y respeto, hizo colocar sobre su
tumba una lápida con esta inscripción:
AQUÍ YACE EL CUERPO DE
ELIZABETH BLANEY, UNA DESCONOCIDA:
ABANDONÓ ESTE MUNDO
EL 20 DE SEPTIEMBRE DE 1694.
La madre de Johnson era una mujer dotada de una notable inteligencia.[a nota 213, Vol.
IV] Pregunté al señor Héctor, cirujano de la ciudad de Birmingham, si la madre no se
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de su espíritu tendrán innegable interés. Fácil es suponer que era notable ya desde sus
años más tiernos; por recurrir a las palabras que él mismo emplea en su Vida de
Sydenham: «no existe razón alguna para poner en tela de juicio que la fuerza de su
comprensión, la precisión de su discernimiento y el ardor de su curiosidad fueran ya
dignas de notar en su más tierna infancia, siempre y cuando se le observase con la
debida diligencia. Y es que no hay un solo ejemplo de ningún hombre cuya historia
haya sido minuciosamente relatada que no descubriese en todas las fases de su vida la
misma proporción de vigor intelectual».
En toda indagación de esta índole es ciertamente insensato dedicar atención
excesiva a incidentes que los crédulos relatan con satisfacción entusiasta mientras un
inquisidor más escrupuloso o ingenioso los considera sólo motivos de ridículo; no
obstante, corre un cuento tradicional acerca del niño Hércules del conservadurismo
tan curiosamente característico de él que no lo he de callar. Me fue dado a conocer en
forma de carta por la señorita Mary Adye, de Lichfield.
Cuando el doctor Sacheverel visitó Lichfield, Johnson aún no tenía tres años cumplidos. Mi abuelo Hammond lo
vio en la catedral encaramado a hombros de su padre, escuchando con gran atención, boquiabierto, al celebérrimo
predicador. El señor Hammond preguntó al señor Johnson cómo se le había ocurrido llevar a la catedral a un niño
tan pequeño en un día de tantísima concurrencia. Respondió que lo había llevado porque era imposible retenerlo
en casa, pues por pequeño que fuera se había contagiado del espíritu y del afanoso celo con que atendía el público
al doctor Sacheverel, y de buen grado se habría quedado por siempre en la iglesia, contento de escucharlo.
Tampoco puedo pasar por alto una pequeña muestra de esa celosa independencia de
espíritu, de ese temple impetuoso que jamás le abandonó. El caso me lo confirmó él
en persona, remitiéndose a la autoridad de su madre. Un día en que el criado que
acostumbraba ir a la escuela para conducirlo a su casa al terminar la jornada lectiva
no se presentó a su hora, emprendió el camino por su cuenta, aun cuando era ya
entonces tan corto de vista que se veía obligado a agacharse y a ponerse a cuatro
patas para echar un vistazo a la acequia antes de aventurarse a saltar por encima.
Temeroso de que pudiera perderse o caerse a la acequia, o de que lo arrollase una
carreta, su maestra decidió seguirlo a cierta distancia. Por pura casualidad, él se
volvió y la vio. Encajó las cuidadosas atenciones de la maestra como una afrenta a su
hombría y, enrabietado, corrió hacia ella y le pegó tan fuerte como pudo, habida
cuenta de sus exiguas fuerzas.
De su poderosa memoria, cualidad en la que destacó durante toda su vida hasta
extremos de una eminencia punto menos que increíble, el temprano testimonio que
ahora consigno me fue referido en Lichfield y en su presencia por boca de su hija
adoptiva, Lucy Porter, tal como a ella se lo relatara su madre. Cuando era tan niño
que aún estaba pegado a las faldas de su madre, y ya había aprendido a leer, una
mañana la señora Johnson puso en sus manos el devocionario de la Iglesia anglicana,
le indicó la lectura del día y le dijo: «Sam, esto has de aprendértelo de corrido».
Subió la madre al piso de arriba dejándolo solo para que lo estudiara, pero en cuanto
llegó al segundo oyó que la seguía. «¿Qué sucede?», le dijo. «Ya me lo sé», repuso el
pequeño, y lo repitió con toda claridad, aunque no pudo haber tenido tiempo de leerlo
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siquiera un par de veces.
Ahora bien, ha circulado otra anécdota sobre su precocidad infantil, a la que se ha
dado amplia credibilidad, y cuya veracidad he de refutar basándome en la autoridad
del protagonista. Se dice[10] que cuando contaba sólo tres años tuvo la mala suerte de
pisar a una cría de pato, la undécima de una nidada, y la mató; a tenor de este suceso,
se comenta, dictó a su madre el siguiente epitafio:
AQUÍ YACE EL BUEN MAESE PATO
A QUIEN SAMUEL PISÓ DE CHIQUILLO;
DE HABER VIVIDO, HABRÍA SIDO UN RATO RARO
PUES HABRÍA TENIDO LA SUERTE DE UN RATONCILLO.
Hay sin duda pruebas textuales de que esta pequeña composición combina elementos
y recursos que no pueden estar al alcance de ningún niño de tres años sin una súbita e
inexplicable ampliación de sus capacidades, a pesar de lo cual Lucy Porter, hija
adoptiva del doctor Johnson, sostuvo ante mí, y en su presencia, que no cabía ningún
género de duda sobre la veracidad de esta anécdota, ya que ella la había oído contar a
la madre de Johnson. Tan difícil es hacerse con un relato veraz de los hechos que su
autoridad misma da cuenta de la falsedad tejida, no en vano él me ha asegurado que
fue su padre quien compuso los versos y quiso hacerlos pasar por obra del chiquillo.
Y añadió: «Mi padre era un viejo bobo, quiero decir, un hombre dado a soltar
bobadas cuando hablaba de sus hijos[11]».
El joven Johnson tuvo el infortunio de que mucho lo afligiera la escrófula, o mal
del rey, que le desfiguró un semblante de natural bien parecido y que le perjudicó de
tal modo los nervios ópticos que con uno de los ojos no veía nada en absoluto, aun
cuando por su apariencia externa en poco se distinguía del otro. Entre sus plegarias
hay una titulada «Cuando recobre la vista del ojo malo[12]», en la cual reconoce un
defecto del que muchas de sus amistades estaban al corriente, aunque yo jamás lo
percibí[13]. Supuse que tan sólo era corto de vista, y en efecto debo consignar que en
ningún otro aspecto discerní en él ningún defecto de visión; muy al contrario, su
fuerza de concentración y su presteza perceptiva lo hacían ver y distinguir objetos de
toda clase, fueran naturales, fueran artísticos, con tal finura y perspicacia como rara
vez se encuentra en nadie. Cuando recorríamos los dos las Tierras Altas de Escocia y
le señalé un monte cuya forma parecía la de un cono, corrigió mi imprecisión
mostrándome que, en efecto, su cima era puntiaguda, pero que una de las faldas era
mayor y más abombada que la contraria. Y las damas con las que tuvo trato
concuerdan en que no hubo hombre tan fina y minuciosamente crítico en lo tocante a
la elegancia de los atuendos femeninos. Cuando supe que vio a las románticas
beldades de Isam en el condado de Stafford mucho mejor que yo, le dije que me
recordaba a un concertista muy capaz, pero provisto de un pésimo instrumento. Qué
falsos, por tanto, qué despreciables resultan todos los comentarios que se han vertido
en perjuicio bien de su sinceridad, bien de su filosofía, so pretexto de que era poco
menos que un cegato. Se ha dicho que contrajo su gravosa enfermedad por contagio
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de su aya[14]. Su madre, plegándose a la supersticiosa creencia que tantísimos años
tuvo vigencia y circuló ampliamente por este país —lo que no deja de ser
extraordinario— relacionada con las virtudes curativas del roce de la realeza, idea
que nuestros propios reyes también alentaron, lo llevó a Londres, donde en efecto lo
tocó la reina Ana[15]. La señora Johnson, qué duda cabe, y así me informó el señor
Héctor, obró de este modo por consejo expreso del célebre sir John Floyer, médico
entonces asentado en Lichfield. Johnson acostumbraba hablar de esto con toda
franqueza, y la señora Piozzi ha conservado su muy pintoresca descripción de la
escena tal como quedó impresa en su imaginación. Al inquirírsele si era capaz de
recordar a la reina Ana, dijo que «guardaba un confuso y sin embargo solemne
recuerdo de una dama con adornos de diamantes y cubierta por un negro
capuchón[16]». Aquel roce de los regios dedos, no obstante, careció de todo efecto.
Me aventuré a comentarle, en alusión a los principios políticos en que fue educado, y
a los que estuvo siempre vinculado de algún modo, que su madre «no lo había
llevado suficientemente lejos; debiera haberlo llevado a Roma».
La persona que le enseñó a leer fue la señora Oliver, una viuda que dirigía una
escuela para niños en Lichfield. Él mismo me contó que la señora sabía leer la letra
bastardilla, y que le dijo que pidiera prestada a su padre una Biblia impresa con tales
caracteres que tenía gran deseo de leer. Cuando se disponía a marchar a Oxford para
continuar sus estudios, la maestra fue a despedirse de su alumno y, con la simplicidad
de su carácter bondadoso, le llevó por obsequio un pan de jengibre y le dijo que había
sido el mejor de sus alumnos. A él le complacía comentar este temprano elogio, al
cual añadía, sonriente, que «era la mayor prueba de su mérito que podía concebir».
Su siguiente maestro de lengua inglesa fue un profesor al cual, cuando me hablaba de
él, llamaba familiarmente Tom Brown, quien, según dijo, «publicó un manual de
ortografía y se lo dedicó al Universo, aunque mucho me temo que ya no se pueda
encontrar ningún ejemplar».
Comenzó el aprendizaje del latín con el señor Hawkins, maestro de la escuela de
Lichfield, «un hombre —dijo— muy habilidoso en su modesta manera». Con él
estudió dos años, tras los cuales ascendió al cuidado del señor Hunter, el director de
la escuela, el cual, según su descripción, «era muy severo, tercamente severo, incluso
cuando se equivocaba. Tenía por costumbre —dijo— azotarnos sin misericordia, y no
hacía distingos entre ignorancia y negligencia, pues de igual manera azotaba a un
muchacho por no saber una cosa que por no preocuparse de saberla. Hacía una
pregunta a uno, y si no se la respondía lo azotaba sin pararse a considerar si había
tenido la oportunidad de aprender a responderla. Por ejemplo, llamaba a uno de los
alumnos y le pedía una vela en latín, cosa que el muchacho no podía esperar que le
pidiera. Y es que, señor, si un alumno tuviera respuesta a cuantas preguntas se le
hicieran, no habría necesidad de que ningún maestro le enseñara».
Sin embargo, es de justicia con la memoria del señor Hunter reseñar que si bien
erraba en su excesiva severidad, la escuela de Lichfield era muy respetable en sus
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tiempos. El difunto doctor Taylor, prebendado de Westminster, que se educó bajo su
férula, me dijo que «era un maestro excelente, y sus adjuntos eran en su mayoría
hombres insignes; Holbrook, uno de los hombres de más ingenio, uno de los mejores
eruditos y predicadores de su época, fue maestro adjunto durante la mayor parte del
tiempo que estuvo Johnson en la escuela. Luego estuvo Hague, de quien cabría decir
otro tanto, con el añadido de que era un poeta elegante. A Hague lo sucedió Green,
más adelante Obispo de Lincoln, cuyo carácter es de sobra conocido en el mundo del
saber. En el mismo curso de Johnson se encontraba Congreve, que más adelante fue
capellán del Arzobispo de Boulter, y que gracias a su intercesión obtuvo una buena
canonjía en Irlanda. Era el benjamín de la venerable familia de Congreve, del
condado de Stafford, de la cual también era vástago el poeta. Su hermano vendió la
finca familiar. Luego estuvo Lowe, que llegó a ser canónigo de Windsor».
Johnson era, en efecto, muy consciente de lo mucho que debía al señor Hunter.
Un día le preguntó el señor Langton de qué modo había adquirido tan precisos
conocimientos de latín, terreno en el cual, entiendo yo, no le superaba ningún hombre
de su tiempo, y respondió así: «Mi maestro me azotó de lo lindo. Sin eso, señor mío,
yo no hubiera hecho nada». Contó al señor Langton que mientras Hunter flagelaba a
sus alumnos sin piedad les decía: «Y esto lo hago para salvaros de las galeras». En
todas las ocasiones en que salió a relucir la cuestión, Johnson dio siempre su visto
bueno al uso de la vara para aplicar la instrucción. «De largo preferiría —dijo— que
la vara fuera motivo de temor general, con el fin de hacerles aprender, antes que decir
a un niño: si obras de tal modo, o de tal otro, gozarás de más estima que tus hermanos
o hermanas. La vara surte un efecto que termina en sí mismo. El niño teme los azotes,
por lo que cumple sus deberes y punto; en cambio, al suscitar en él ese deseo de
emulación, de comparación, y ciertas ínfulas de superioridad, se sientan las bases de
mil diabluras, aún peores, pues se consigue que hermanos y hermanas se guarden
rencor».
Cuando vio Johnson a unas jóvenes del condado de Lincoln que se comportaban
con unos modales llamativamente comedidos, debido a la estricta disciplina que les
impusiera su madre y a la severa corrección de ésta, citó un verso de Shakespeare con
una mínima variante: «Vara, yo te he de honrar por esta tu tarea[17]».
Esa superioridad sobre sus semejantes, que mantuvo con tanta dignidad en su
caminar por la vida, no era algo que asumiera por vanidad u ostentación, sino efecto
natural y constante de aquella extraordinaria capacidad espiritual, de la que no podía
menos que tener constancia plena mediante la comparación; la diferencia intelectual,
que en otros casos en que se cotejan las personalidades es con frecuencia motivo de
disputa que no llega a resolverse, se hallaba en este caso tan clara como la diferencia
de estatura que se da entre unos y otros hombres. Johnson no se pavoneaba, ni se
ponía de puntillas, tal como tampoco se rebajaba encorvándose. Desde sus años
mozos fue manifiesta y así reconocida esta superioridad. Fue desde el principio Ἄναξ
ανδρὦν, «un rey de hombres». El señor Héctor, su compañero de estudios, ha tenido
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la bondad de surtirme de abundantes anécdotas de sus años de juventud, y me ha
asegurado que nunca tuvo conocimiento de que en la escuela se le aplicase ningún
correctivo, salvo por charlar con los demás alumnos y distraerlos de sus asuntos.
Parecía aprender por intuición, ya que si bien la indolencia y la procrastinación eran
cualidades inherentes a su constitución anímica, siempre que se esforzaba lo hacía en
mayor medida que el resto. En resumen, es un ejemplo memorable de eso que tan a
menudo se ha observado: que el chiquillo es el hombre en miniatura, y que los rasgos
distintivos de cada individuo son los mismos a lo largo de toda su vida. Sus favoritos
recibían de él muy generosa ayuda, y eran tales la sumisión y la deferencia con que se
le trataba, tal el afán de obtener su consideración, que tres de los muchachos, uno de
los cuales era a veces el propio señor Héctor, solían ir por la mañana en calidad de
humildes siervos suyos para llevarlo a la escuela. El de en medio se agachaba y él se
sentaba a sus espaldas, mientras los dos de los lados lo sostenían en equilibrio, y de
ese modo era portado en triunfo. Semejante muestra de tan temprana preponderancia
de su vigor intelectual es de notarse, y honra sin duda a la naturaleza humana.
Hablando una vez conmigo de sus muchas distinciones en la escuela, me dijo:
«Nunca se les ocurrió ensalzarme en comparación con ningún otro; nunca dijeron:
“Johnson es tan buen estudiante como éste o aquél”, sino que daban en señalar que tal
o cual era tan buen estudiante como Johnson, cosa que sólo oí decir de uno, de Lowe,
y no creo, la verdad, que fuese para tanto».
Descubrió una gran ambición por destacar, lo que le animó a contrarrestar su
natural indolencia. Era de una curiosidad que se salía de lo corriente, y tan tenaz era
su memoria que nunca olvidó nada de cuanto oyera o leyera. El señor Hector
recuerda haberle recitado dieciocho versos de corrido, tras lo cual, luego de una breve
pausa, los repitió verbatim, alterando solamente un epíteto, variación con la cual
mejoró el verso.
Nunca se sumaba a los demás muchachos en sus entretenimientos ordinarios; su
única diversión se la concedía en invierno, cuando disfrutaba dejándose arrastrar
sobre el hielo por un muchacho descalzo que tiraba de él mediante una liga que se
había amarrado a la cintura, operación nada sencilla si se tiene en cuenta su más que
notable corpulencia. Desde luego, su vista defectuosa le impedía divertirse con los
deportes habituales, y una vez me señaló con evidente contento «qué
maravillosamente se las ingeniaba para holgar sin los demás». Ahora bien, en una de
sus cartas, en la que de todo corazón advertía a un amigo de los efectos perniciosos
que tiene la ociosidad, lord Chesterfield ha señalado con justicia que los deportes que
entrañan actividad física no han de tomarse por ociosidad entre los jóvenes, y que
sólo el letargo producido por no hacer nada merece ese nombre. De esta funesta tara
de la disposición, Johnson tuvo durante toda su vida una ración más que cumplida.
Hector relata que «no podía obligarle más que a dar algún paseo por los campos en
sus horas de asueto, durante el cual se preocupaba más de conversar consigo mismo
que con su compañero».
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El doctor Percy, Obispo de Dromore, que mantuvo una dilatada e íntima amistad
con él, y que ha conservado unas cuantas anécdotas que le atañen, lamentándose de
no haber sido más diligente en coleccionarlas, me informa que «cuando era chico
tenía una afición desmesurada por la lectura de novelas de caballería, afición que
conservó durante toda su vida, a tal punto que —añade Su Ilustrísima— cuando pasó
parte de un verano en mi casa parroquial, en el campo, eligió como lectura de diario
la antigua novela española de Felixmarte de Hircania, en un volumen en folio, del
que dio cuenta casi por entero. Y sin embargo le he oído atribuir a esas extravagantes
lecturas esa desasosegante inclinación del ánimo que le impidió dedicarse a una
profesión fija».
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1725: ÆTAT. 16] Luego de residir una temporada en casa de su tío, Cornelius Ford, a
los quince años Johnson fue llevado interno a la escuela de Stourbridge, en el
condado de Worcester, de la que el señor Wentworth era entonces rector. Dio este
paso por consejo de su primo, el reverendo señor Ford, hombre en el cual tanto el
talento como la buena disposición por desgracia se echaron a perder debido a su vida
licenciosa[18], pero que siempre fue un juez muy acertado de lo que más conviniera.
En esta escuela no prosperó en su educación tanto como se esperaba. Se ha dicho que
fue admitido en calidad de ayudante del señor Wentworth, impartiendo clases a los
muchachos de menos edad. «El señor Wentworth —me dijo— era un hombre muy
diestro, pero perezoso, y conmigo muy severo, si bien no puedo culparle de nada. Yo
era entonces un muchacho fornido, él vio que no le profesaba la debida reverencia y
comprendió que de mí no iba a obtener honor alguno. Había llevado conmigo más
que suficiente para apañármelas, y todo cuanto pudiera sacar en claro de su escuela
quedaría adscrito a mi propio trabajo o a mi anterior maestro. A pesar de todo, me
enseñó mucho».
Así discriminaba, hablando con el doctor Percy, Obispo de Dromore, sus
progresos en las dos escuelas primarias a las que asistió: «En una, mucho aprendí de
la escuela, aunque poco del maestro; en la otra, mucho aprendí del maestro, pero
apenas nada de la escuela».
También me da cuenta el Obispo de que «el padre del doctor Johnson, antes que
éste fuese admitido en Stourbridge, solicitó que se le admitiera como alumno y
ayudante del reverendo Samuel Lea, rector principal de la escuela de Newport, en el
condado de Shropshire», buen maestro, muy diligente, en aquel entonces de
contrastada reputación, a cuyas órdenes dice el señor Hollis, en las Memorias de su
vida, que también se educó con provecho[19]. No prosperó la solicitud cursada al
señor Lea, pero Johnson tuvo más adelante la gratificación de saber que el ya anciano
caballero, que vivió hasta muy avanzada edad, comentó que uno de los eventos más
memorables de su vida fue «el haber estado a punto de contar con tan gran hombre
como alumno».
Estuvo en Stourbridge poco más de un año y volvió a su hogar, donde cabe
señalar que haraganeó por espacio de dos años, en un estado de desatención indigno
de sus insólitas aptitudes. Había dado ya sobradas pruebas de su genio poético, tanto
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en sus ejercicios escolares como en otras composiciones ocasionales. De ellas he
podido hacerme con una colección considerable gracias a la intercesión del señor
Wentworth, hijo del que fuera su maestro, y del señor Héctor, su compañero de
estudios y amigo. Selecciono las siguientes muestras:
MELIBEO
Tendido al pie de tu haya de ancha sombra,
tú, Títiro, en el leve caramillo
ensayas tus tonadas campesinas.
Nosotros, de la patria en los linderos,
adiós decimos a sus dulces campos,
nosotros, de la patria fugitivos…
Tú, tendido a la sombra, al eco enseñas,
oh Títiro, a que el bosque te repita:
¡Amarilis hermosa…!
TÍTIRO
Melibeo,
esta paz que disfruto un dios me ha dado,
dios que ha de serlo para mí por siempre;
y sangre de corderos de mi aprisco
su ara a menudo embeberá. Lo miras:
paciendo están por él libres mis vacas,
por él entona mi zanfoña agreste
cantos a su placer.
MELIBEO
Oh, no, no envidia;
pasmo es más bien lo que al mirarte siento:
si todo es llanto en la campiña en torno,
desconcierto y terror. Ya ves, yo mismo
enfermo aguijo mis cabrillas, y ésta
apenas logro que a la rastra salga:
y es que en el denso avellanedo deja
sobre la roca dura dos gemelos
recién paridos, la ilusión del hato.
Ah, cuántas veces, de no ser tan torpe,
debí yo recordar que me anunciaba
esta desdicha el rayo en las robledas…
Mas ese dios, ¿quién fue? Cuéntame, Títiro…[c6]
Integer vitae…
El hombre recto y de conciencia pura
no quiere el arco, mauritanas armas,
ni de saetas venenosas, Fusco,
llena la aljaba,
Igual si cruza las ardientes Sirtes
que si a lo hostil del Cáucaso se lanza,
o a los países que el famoso Hidaspes,
plácido baña.
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Mientras inerme, en la Sabina selva,
descuidado a mi Lálage cantaba,
lejos ya de las lindes, me huyó un lobo
de hórrida traza.
No le vio tal la belicosa Apulia
en sus espesos bosques, ni la cálida
tierra de Juba le crió, de fieras
nodriza áspera.
Ponme en la fría zona donde el árbol
no se da nunca, ni estivales auras,
confín del mundo en que el nublado cielo
torvo amenaza,
o ponme allí donde habitar impide
el sol que ardiendo en su carroza pasa:
siempre amaré a mi Lálage, que, dulce,
sonríe y canta.
TRADUCCIÓN DE PARTE DEL DIALOGO ENTRE HÉCTOR Y ANDRÓMACA EN EL LIBRO SEXTO (440
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Y SS.) DE LA ILÍADA DE HOMERO
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EL JOVEN AUTOR[21]
EPÍLOGO, PARA QUE LO PRONUNCIARA UNA DAMA QUE IBA A INTERPRETAR AL FANTASMA DE
HERMIONE[22]
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las rosas perennes alegran cada cárdeno valle
y aromas de ambrosía alientan en el aire;
proscritos los mefíticos vapores de las penas, y las lágrimas,
el té, el sándalo, los dientes marfileños, las caras lánguidas;
no hay perrillo, no hay Cupido favorito que se precie
del bálsamo del beso por el que Tirsis desfallece;
hechas al deleite, no requieren de ajenos brazos,
y la tortura de las ballenas no comprime sus encantos;
ningún arrebol cohibido sus mejillas de rojo colora,
pues quien no conoce la culpa la vergüenza ignora;
intactos los encantos que antaño mostraron,
a su alrededor aguardan placeres y júbilo renovado.
Pero las vírgenes crueles hallan destino más severo;
expulsadas y exiladas de los lugares de embeleso,
a reinos desolados, a regiones de paz carentes,
donde siempre ululan las furias y sisean las serpientes.
Tempestades perpetuas las tristes llanuras ensombrecen
y venenosos vapores todo el cielo ennegrecen,
de lívidos matices tiñen los bellos rostros
y toda belleza se marchita ante su empuje torvo;
doquiera que huyan, el fantasma del amor persiguen
y todos los males que conocieron a su paso infligen:
desconcierto, furia, desesperación, celos
vejan todos los ojos, desgarran todos los pechos;
por todos es descrita su nauseabunda deformidad,
sin dolor que esconder, sin doncellas que adular.
Fundíos pues, bellas, mientras el gentío aún suspire;
no permitáis que el desdén vuestra mirada empañe;
ablandad con compasión todo temible adorno
y así sonría la belleza auspiciosa en cada rostro.
Dedicad vuestro poder afable a paliar todo daño
para reinar inocentes, amantes del género humano.
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1728: ÆTAT. 19] Los dos años que vivió en la casa paterna a su regreso de
Stourbridge se le pasaron en lo que para él fue holganza, y su padre lo regañó a
menudo por su falta de firme aplicación en el estudio. No tenía trazado un plan de
vida, ni estaba deseoso de nada; se limitaba a vivir de un día para otro. Y sin embargo
leyó mucho, bien que sin entusiasmo, sin ningún plan ordenado, según el azar le
pusiera los libros a su alcance. Tenía la costumbre de reseñar un curioso ejemplo de
las lecturas azarosas de su juventud. Creyendo que su hermano había escondido unas
manzanas tras un voluminoso infolio, en uno de los anaqueles más altos del
establecimiento de su padre, trepó en busca de la fruta, pero allí no había manzanas.
En cambio, el gran infolio resultó ser de Petrarca, a quien había visto mencionado en
algún prefacio, en su condición de preclaro restaurador de la cultura en su época. Así
picada su curiosidad, se acomodó con avidez y de una sentada leyó la mayor parte del
libro. Lo que leyó durante estos dos años, según me dijo, no fueron obras de mero
entretenimiento, «no fueron viajes por mar o por tierra, sino literatura, señor, de todos
los escritores de la Antigüedad, todos los grandes, aunque pocos griegos, sólo algo de
Anacreonte y algo de Hesíodo, si bien de este modo tan irregular —añadió— eché
cuando menos un vistazo somero a muchos libros que no eran de conocimiento
común en las universidades, donde rara vez se leía nada más que los libros que los
tutores ponían por obligación en manos de los estudiantes, así que cuando llegué a
Oxford el doctor Adams, entonces profesor en Pembroke College, me dijo que era el
mejor cualificado para ingresar en la universidad de cuantos aspirantes se habían
presentado hasta la fecha».
Al estimar sus progresos intelectuales durante estos dos años, así como en las
posteriores épocas de su vida, no debemos tener en consideración sus apresuradas
confesiones de haber pecado de pereza, pues bien se ve, tan pronto se explicaba
mejor, que se había dedicado a pertrecharse de distintos modos, y él mismo, en
efecto, concluía el relato diciendo: «No quisiera, señor, hacerle pensar que por
entonces me pasara las horas mano sobre mano». Desde luego habría podido estudiar
con mayor asiduidad y aplicación, pero es lícito suponer que un espíritu como el suyo
se haya enriquecido mucho más vagando a sus anchas por los campos de la literatura
que confinado a pacer en un solo prado. La analogía entre cuerpo y alma está muy
extendida, y el paralelismo bien alcanza hasta el alimento de uno y otro, así como
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alcanza cualquier otro particular. La carne de los animales que se alimentan de un
modo itinerante resulta, según común acuerdo, mucho más sabrosa que la de los
animales encerrados en un corral. ¿No es posible que exista idéntica diferencia entre
los hombres que leen según el variado acicate de su gusto y, de otra parte, los
hombres confinados en sus celdas y colegios para cumplir la tarea que se les asigne?
Parece sumamente improbable que un hombre que se hallase en las circunstancias
en que vivía Michael Johnson pudiera haber pensado siquiera en enviar a su hijo a la
muy onerosa Universidad de Oxford a sus propias expensas. Ahora bien, es el doctor
Taylor quien me ha garantizado que ese plan jamás se hubiera llevado a efecto de no
ser porque un caballero de Shropshire, uno de sus compañeros de estudios, decidió
espontáneamente correr con sus gastos de manutención y matriculación en Oxford,
con el fin de que le sirviera de compañero, cuando en realidad nunca recibió ayuda de
ninguna clase por parte de dicho caballero.
Sea como fuere, marchó a Oxford e ingresó como estudiante plebeyo en
Pembroke College el 31 de octubre de 1728, cuando contaba diecinueve años.
El reverendo doctor Adams, que más adelante llegó a ser director de Pembroke
College y gozó de estima universal, me comunicó que se hallaba presente y me hizo
en parte el relato de lo que sucedió la noche en que llegó Johnson a Oxford. Aquella
tarde, su padre, que lo había acompañado presa de una gran angustia, halló el medio
de que fuera presentado al señor Jorden, quien iba a ser su preceptor. El que Johnson
fuera puesto bajo la dirección de un preceptor nos recuerda lo que dice Wood de
Robert Burton, autor de la Anatomía de la melancolía, cuando fue admitido en
calidad de alumno de Christ Church: «Por respeto a las formas, aun cuando ninguna
necesidad tenía de preceptor, fue puesto a cargo del doctor John Bancroft, quien más
adelante sería obispo de la diócesis oxoniense»[23].
Parecía su padre tener conciencia de los méritos que adornaban al hijo, por lo cual
comunicó a los allí reunidos que tenía buenas dotes de erudito, hechuras de poeta, y
que sabía componer versos en latín. Su figura y su talante se les antojaron extraños,
por no decir chocantes; él sin embargo hizo gala de su modestia y guardó silencio
hasta que algo surgió en el transcurso de la conversación, y sin previo aviso metió
baza citando a Macrobio; de este modo dio la primera impresión clara de las copiosas
lecturas a que se había dedicado en sus años de solaz.
Según parece, no era el señor Jorden, su preceptor, miembro del claustro de
Pembroke, el hombre dotado de la aptitud y el talento que se nos antojarían requisito
para ejercer de instructor de Samuel Johnson, quien me hizo de él la siguiente
descripción: «Era un hombre muy digno y valioso, pero pesado, de modo que no
saqué gran provecho de sus enseñanzas. En realidad, tampoco le presté mayor
atención. Al día siguiente de llegar al colegio esperé a que hiciera acto de presencia, y
luego me ausenté durante cuatro días. Al sexto, el señor Jorden me preguntó por qué
no le había esperado. Repuse que había estado patinando por el prado de Christ
Church, y esto se lo dije con la misma despreocupación con que ahora[24] se lo
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comunico a usted. No me hice a la idea de que obrase mal o de que pecase de falta de
respeto con mi preceptor». BOSWELL: «Es muestra, señor, de una gran fortaleza de
espíritu». JOHNSON: «No, señor: es rematada insensatez[25]».
El 5 de noviembre era festivo en aquel entonces.[c8] La fiesta se guardaba con
gran solemnidad en Pembroke College; donde se exigía la presentación de ejercicios
sobre el motivo del festejo. Johnson descuidó el cumplimiento de su deber, lo cual es
muy de lamentar, ya que su vivacidad de imaginación y la fuerza expresiva de su
lengua probablemente habrían dado cuerpo a una obra sublime sobre la conjura del
polvorín. Con el fin de pedir disculpas por tal descuido, entregó una breve muestra de
sus versos, con el título de Somnium, que contenía un pensamiento muy común, a
saber, «que la musa se le había aparecido en sueños y le había susurrado al oído que
no convenía a su estro escribir sobre asuntos de política, y que más le valía
circunscribirse a temas más humildes», bien que dicho con una versificación
verdaderamente virgiliana.
Tuvo afecto y respeto por Jorden, no por su literatura, sino por su valía y
dignidad: «Siempre que un joven —dijo— pasa a ser pupilo de Jorden, se convierte
en hijo suyo».
Luego de dar tal muestra de su capacidad poética, el señor Jorden le requirió que
tradujera el Mesías de Pope en versos latinos como ejercicio para la Navidad. Lo
llevó a cabo con insólita rapidez, y de manera tan magistral que le valió grandes
aplausos, hazaña que por siempre lo mantuvo en altísima estima dentro de su colegio,
así como, naturalmente, en toda la universidad.[c9]
Se comenta que el mismísimo Pope se manifestó al respecto en términos de
encomiosa aprobación. Me señaló el doctor Taylor que aquella traducción fue
impresa para el ya anciano señor Johnson sin conocimiento de su hijo, que mucho se
enojó cuando lo supo. Se publicó en Oxford en 1731 una miscelánea poética
recopilada por un tal Husbands, en la cual recogió la traducción del Mesías que
compuso Johnson, con este modesto emblema tomado de la Poética de Escalígero:
«Ex alieno ingenio poeta, ex suo tantum versificator».[c10]
No ignoro que tanto a este como a otras muestras de la poesía latina de Johnson
se han puesto objeciones y críticas. Reconozco que no poseo la debida competencia
para decidir en cuestiones de tan exquisita finura, pero me doy por satisfecho con el
justo, atinado y discriminado elogio que al respecto pronunció su amigo, el señor
Courtenay:
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Johnson se aventuró a trasfundir con osadía
sus vigorosos conceptos en la musa latina
aspirando a brillar no por luz refleja,
sino por escribir con ardor de romano esteta.
A las nueve melodiosas sintió su estro inspirar
y, con maestría, quiso el sosiego de la lira despertar:
acordes horacianos en su corazón resuenan
mientras celestes compases en nombre de Talía atruenan.
La planta de Hesperia en no tan hábiles manos
falso calor reclama para florecer tan sólo un rato;
aunque Marón propague calor tenue y reluciente,
enfermiza y agostada la flor en el invernadero muere.
Con la genial cultura de Johnson, con su arte y su empeño,
honda llega su raíz, y el árbol se adueña y se satura
del suelo que la prohíja; de nuestro sol con venas empapadas,
crece cual nativa de Britania en las llanuras[26].
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1729: ÆTAT. 20] La «mórbida melancolía»[a nota c140, Vol. I] que sin descanso acechaba
en su constitución física, a la que podemos atribuir sus particularidades, así como su
aversión a una vida ordenada, adquirió tal virulencia cuando cumplió veinte años que
llegó a afectarle de un modo espantoso. Hallándose en Lichfield durante las
vacaciones universitarias de 1729, se sintió abrumado por una espeluznante
hipocondría, una constante irritación, inquietud e impaciencia, y un terrible
abatimiento, tristeza y desesperanza hicieron miserable su existencia. De esta funesta
enfermedad nunca llegó a recuperarse del todo, y todos sus empeños, como todos sus
disfrutes, no fueron sino provisionales interrupciones que pasajeramente le aliviaron
de esta torva influencia.[c11] ¡Qué maravillosos, qué inescrutables los caminos de
Dios Nuestro Señor! Johnson, bendecido con el poder del genio y del saber en un
grado infinitamente superior al de la normal naturaleza humana, recibía al mismo
tiempo la continua visita de un trastorno que tanto llega a afligir a quien lo sufre que
quienes lo conozcan por atroz experiencia propia no le envidiarán sus exaltadas dotes.
Parece altamente probable que en gran medida se lo ocasionara un defecto del
sistema nervioso, esa inexplicable parte de nuestro armazón. Dijo al señor Paradise
que a veces llegaba a ser tal su languidez, su desmadejamiento, que no sabía
distinguir la hora que marcaba el reloj de la ciudad.
Ante el primer ataque virulento de este trastorno, Johnson se desvivió por
superarlo mediante ejercicios forzosos. A menudo iba a pie a Birmingham y
regresaba también caminando,[c12] y probó suerte con otros muchos recursos
semejantes, pero todo fue en vano. Su manera de confiármelo fue la siguiente: «No
sabía entonces cómo paliarlo». Tan intolerable llegó a ser su aflicción que se remitió
al doctor Swinfen, médico de Lichfield, que era su padrino, en cuyas manos puso el
caso describiéndoselo en latín. Tanto asombró al doctor Swinfen la extraordinaria
exactitud, el poder de indagación y la elocuencia de su carta, que, en su entusiasmo y
su celo por cuidar de su ahijado, la mostró a varias personas. Su hija, la señora
Desmoulins, que más adelante fue mantenida con humanitaria compasión en casa del
doctor Johnson en Londres, me explicó que al descubrir que el doctor Swinfen había
dado publicidad a su caso llegó a ofenderse tanto que ya nunca se reconcilió del todo
con él. Razones no le faltaron para darse por ofendido, pues aun cuando el doctor
obrase con su mejor voluntad y con buenos motivos, cayó en la desconsideración de
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traicionarlo en un asunto que le afectaba en lo más hondo, y que era muy delicado, en
virtud de lo cual había sido encomendado a su confianza, y expuso una dolencia de su
joven amigo, ahijado y paciente que, en la superficial opinión de la humanidad en
general, suele traer desprecio y deshonra.
Pero no permitamos que los hombrecillos de escasa o nula valía se alcen con el
triunfo por saber que Johnson era hipocondríaco, es decir, que estaba sujeto a lo que
el erudito, filósofo y muy piadoso doctor Cheyne tan bien ha tratado con el título de
«la enfermedad inglesa». Aunque padeciera la dolencia en grado de gravedad
extrema, nunca se vio rebajado por culpa de ésta. Es posible que nublase su inmenso
poder intelectual, y que el pleno ejercicio del mismo le resultara imposible en
ocasiones, si bien su propio espíritu nunca se anuló del todo. Como prueba de ello es
necesario tener presente que cuando peor se encontraba supo componer ese juicioso
informe sobre su propia situación, en el que mostró un vigor poco corriente no sólo
de imaginación y de buen gusto, sino también de finísimo criterio. Soy consciente de
que él mismo era propenso a llamar con excesiva presteza a su dolencia por el
nombre de locura, noción de la cual ha precisado sus sucesivas gradaciones, con
exquisita finura, en uno de los capítulos de su Rasselas. Sin embargo, a buen seguro
existe una clara distinción entre un trastorno que sólo afecta a la imaginación y al
ánimo, mientras sigue siendo sólido el juicio, y un trastorno en el que el propio juicio
resulta perjudicado. Esta distinción me la explicó el difunto profesor Gaubius, de
Leyden, médico del Príncipe de Orange, en una conversación que sostuve con él hace
algunos años, y en la que se explayó como sigue: «Si un hombre —dijo— me cuenta
que está pesarosamente trastornado, pues imagina que ve a un rufián que se abalanza
contra él con la espada desenvainada, aunque al mismo tiempo es consciente de que
padece una alucinación, diagnostico que sufre un trastorno de la imaginación; ahora
bien, si un hombre me dice que eso es lo que ve, y es tal su consternación que me
suplica que lo mire y lo atestigüe con mis propios ojos, diagnostico que está loco».
Es común efecto del desánimo o la melancolía que quienes padecen tales
aflicciones imaginen que en verdad sufren aquellos males perniciosos que con más
intensidad se presentan a su intelecto. Algunos se han imaginado privados del empleo
de sus propias extremidades, otros bregan bajo la tremenda carga de enfermedades
agudas, y aun hay quienes viven en la indigencia más extrema, cuando de hecho no
existe ni el menor ápice de realidad en ninguna de tales suposiciones, de modo que al
disiparse los vapores que los envuelven quedan convencidos de lo ilusorio de sus
alucinaciones. A Johnson, cuyo supremo motivo de gozo era el ejercicio de su
avezadísima capacidad de raciocinio, toda perturbación que viniera a enturbiarle e
incluso eclipsarle esa capacidad era el peor de los males que pudiera temer. La
demencia, como es natural, era por consiguiente el objeto de su más funestas
aprensiones,[c13] y se imaginaba obsedido por la locura, o próximo a estarlo,
precisamente en una época en la que daba muestras inequívocas de una solidez, de un
vigor de criterio muy por encima de lo normal. Es desde luego extraño que su propia
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imaginación enfermiza lo hubiera llevado a engaño hasta tales extremos, pero más
extraño aún es que algunos de sus amigos dieran crédito a su infundada opinión
cuando disponían de pruebas tan irrefutables de que era una absoluta falacia, aunque
de ninguna manera es de extrañar que quienes deseaban menoscabarlo se hayan
apoderado, luego de su muerte, de esa circunstancia, sobre la que han insistido en
injustísimos agravios.
Cercado por la opresión y el desconsuelo causados por una enfermedad que muy
pocos han sentido con toda su intensidad y recrudecimiento, aunque son muchos los
que la han experimentado en un grado más llevadero, Johnson, en sus escritos y en
sus conversaciones, nunca dejó de hacer gala de todas las variedades de la excelencia
intelectual. En su paso por este mundo camino de otro mejor, su intelecto brillaba
pese a todo con gran luminosidad, e impresionaba a todos los que lo rodeaban con la
verdad del noble sentimiento de Virgilio: «Igneus est ollis vigor et coelestis origo».
[c14]
En la historia de su intelecto la religión es un aspecto importante. He reseñado ya
las tempranas impresiones que en su tierna imaginación dejó su madre, quien
continuó sus pías atenciones con asiduidad, aunque, a su juicio, no con criterio. «El
domingo —me dijo— era para mí un día gravoso cuando era pequeño. Mi madre me
encerraba ese día de la semana y me obligaba a leer el tratado Todos los deberes del
hombre, gran parte del cual no me aportó ninguna enseñanza. Por ejemplo, cuando
leía el capítulo sobre el robo, cuya maldad ya de niño me habían inculcado, no me
quedaba más convencido de lo que ya estaba en cuanto a la maldad del robo, con lo
cual no ganaba mayor acceso al saber. Convendría introducir a un chico en tales
libros dirigiendo su atención a la disposición, al estilo, a otras excelencias de la
composición, de manera que el intelecto así entretenido con una atractiva variedad de
objetos no se llegara a fatigar».
En cuanto a sus progresos en materia de religión me comunicó los siguientes
particulares: «Caí en un completo desinterés por la religión, en una total indiferencia
si se quiere, a los nueve años. La iglesia de Lichfield, en la que teníamos un banco
propio, estaba necesitada de obras de reparación, de modo que tuve que ir en busca de
un banco a otras iglesias, y debido a mi mala vista, como esto me resultaba
embarazoso, solía irme a leer por el campo los domingos. Cultivé esta costumbre
hasta los catorce años, y todavía hoy me siento muy reacio cuando se trata de ir a la
iglesia. De este modo me convertí en una especie de laxo charlatán contrario a la
religión, ya que no me dedicaba mucho a pensar en su contra, y esta situación se
prolongó hasta que marché a Oxford, donde no podía consentirse. Ya en Oxford,
decidí leer Serio llamamiento a una vida de santidad, de Law, dando por supuesto
que había de resultarme tedioso y tal vez incluso irrisorio. Pero la verdad es que lo
encontré muy superior a mi capacidad, y ésa fue la primera ocasión de que me parase
a pensar seriamente en la religión, luego de estar en condiciones de emplear con
provecho el raciocinio en la indagación»[27]. Desde entonces, y en lo sucesivo, la
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religión fue objeto predominante de sus pensamientos, si bien, con los sentimientos
que son de justicia en un cristiano que lo es a conciencia, lamentaba que el
cumplimiento de sus deberes quedase muy por debajo de lo que tendría que ser.
Este ejemplo de un espíritu como el de Johnson, de entrada dispuesto siempre,
aun a partir de un incidente inesperado, a pensar con angustiosa preocupación en los
trascendentales asuntos de la eternidad y en «lo que debiera hacer para salvar su
alma», podría aducirse de manera inagotable por oposición al desdén superficial y a
veces profano que a menudo se adscribe a las impresiones ocasionales que con toda
certeza han experimentado multitud de cristianos, aunque preciso es reconocer que
los débiles de espíritu, a partir de la errónea suposición de que no vive el hombre en
estado de gracia si no ha sentido una muy especial conversión, en algunos casos han
querido ponerlos en solfa o dejarlos en ridículo, ridículo del cual el desconsiderado o
injusto quiere hacer aplicación general.
La seriedad con que experimentó Johnson el sentimiento religioso, aun con el
vigor de su juventud, se desprende del siguiente pasaje de los apuntes que llevaba a
modo de diario: «7 de septiembre de 1736. Hoy he cumplido veintiocho años. Ojalá
me permitas, Dios mío, por amor a Jesucristo tu hijo, pasar este año de manera tal que
pueda hallar en Él consuelo a la hora de la muerte y en el día del juicio. Amén».
No es posible rastrear con exactitud el contenido de sus lecturas durante su
estancia en Oxford ni durante las vacaciones que pasó en su casa. Bastante se ha
dicho ya sobre su irregularidad en el estudio. Me comentó que desde sus años más
tempranos le entusiasmaba la lectura de la poesía, pero que apenas leía un solo poema
hasta el final; que leyó a Shakespeare a tan tierna edad que el parlamento del
fantasma, en Hamlet, le aterrorizaba cuando estaba solo; que las Odas de Horacio
eran las composiciones que mayor deleite le procuraban, y que hubo de pasar mucho
tiempo hasta que les tomó gusto a sus Sátiras y Epístolas. Me dijo que en Oxford
puso mayor ahínco en el griego que en ninguna otra materia; no tanto en los
historiadores griegos cuanto en Homero y Eurípides, y de vez en cuando en algún
epigrama; que la asignatura a la que más cariño tenía era la Metafísica, aunque no
había leído gran cosa. Siempre tuve la clara impresión de que él mismo se hacía
manifiesta injusticia cuando relataba lo que había leído, de que hablaba en relación a
la vasta porción del estudio que es posible llevar a cabo, que pocos eruditos en toda la
historia de la literatura han llegado a culminar, pues cuando una vez le pregunté si
una persona, cuyo nombre ahora he olvidado, estudiaba con verdadero empeño, me
respondió así: «No, señor. No creo que estudiara a fondo. Nunca he conocido a un
solo hombre que estudiara a fondo. Desde luego, a juzgar por los resultados,
concluyo que hay hombres que sí se han esforzado en el estudio, como Bentley y
Clarke». Si lo juzgásemos por la vara de medir con la que se formaba su juicio sobre
los demás, podríamos estar absolutamente seguros, tanto por sus escritos como por su
conversación, de que sus lecturas habían sido amplísimas y muy profundas. El doctor
Adam Smith, en comparación con el cual pocos pueden ser mejores jueces en esta
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materia, una vez me señaló que «Johnson conocía más libros que ningún hombre
vivo». Tenía una peculiar facilidad para asimilar en el acto lo que de valioso pudiera
tener cualquier libro sin someterse a la labor de examinarlo de cabo a rabo. Debido a
la irritabilidad de su constitución, tenía en todo momento una impaciencia y una
premura dominantes cuando leía o escribía. Cierta aprensión, surgida de la novedad,
le llevó a redactar su primer ejercicio en la universidad dos veces, pero nunca se tomó
esa molestia con ninguna otra composición: hemos de ver que sus obras de mayor
excelencia las escribió presa de una calentura, con rapidez e intensidad[28].
Sin embargo, a tenor de las notas, apuntes y agendas más antiguos que obran en
mi poder, da la impresión de que en diversos momentos se propuso, o al menos
planificó, llevar a cabo un estudio metódico, acorde con un sistema de cálculo, el cual
tuvo en gran estima durante toda su vida, ya que le valía para concentrar de manera
firme su atención en algo de cuyo conocimiento carecía, y así impedía que su propio
intelecto se volviera en su contra. Así, encuentro de su mano el número de versos de
cada una de las dos tragedias de Eurípides, de las Geórgicas de Virgilio, de los
primeros seis libros de la Eneida, del Arte poética de Horacio, de tres de los libros de
las Metamorfosis de Ovidio, de algunos pasajes de Teócrito y de la décima sátira de
Juvenal, así como una tabla en la que figuran diversas cantidades por día (supongo
que se trata de los versos que se había fijado para leer), y, en cada caso, la cantidad
total por semana, mes y año.
No hay hombre que haya tenido amor tan ardiente ni mayor respeto por la
literatura que Johnson. Sus habitaciones en Pembroke College se hallaban en la
segunda planta, sobre la puerta de entrada. Los entusiastas de la cultura han de
contemplarlas siempre con veneración. Un día, cuando estaba allí sentado, solo, el
doctor Panting, entonces director del College, al que calificó de «espléndido
individuo jacobita», le oyó sin que él se diese cuenta desgranar este soliloquio con
voz fuerte, enfática: «En fin, tengo la intención de ver qué se hace en otros centros
del saber, de modo que iré a visitar las universidades del extranjero. Iré a Francia e
Italia, iré a Padua, y me andaré con mucho ojo, atento a mis propios asuntos, porque
un mentecato ateniense es el peor de los mentecatos»[29].
El doctor Adams me contó que Johnson, durante su estancia en Pembroke
College, «gozó del afecto de cuantos le rodeaban, fue un alumno alegre y juguetón, y
allí pasó la etapa más feliz de su vida». Ésta es, sin embargo, una prueba asombrosa
de lo falaces que resultan las apariencias, y de lo poco que cualquiera de nosotros
sabe del verdadero estado interior en que se hallan incluso las personas a las que
vemos con gran frecuencia, pues lo cierto es que por entonces se hallaba deprimido
debido a la pobreza e irritado por culpa de la enfermedad. Cuando le comenté la
versión de los hechos que me diera el doctor Adams, repuso: «Señor mío, entonces
era yo un loco violento. Era mi amargura lo que tomaban por ánimo juguetón. Vivía
sumido en una pobreza miserable y sólo pensaba en luchar para abrirme camino con
mi literatura y mi ingenio; por eso despreciaba todo poder y toda autoridad».
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El Obispo de Dromore me comenta por carta lo siguiente:
El placer que le producía sacar de quicio a los tutores y a los condiscípulos se ha comentado a menudo. Pero yo he
oído decir al reverendo William Adams, doctor en Teología, que entonces era muy joven, uno de los alumnos
recién ingresados, y que es en la actualidad venerable director de ese College, lo cual ha de constar como es
debido en su honor, que las comedidas y sin embargo juiciosas objeciones de hombre tan valioso, cuya virtud le
inspiraba un gran respeto, y cuya erudición reverenciaba, de hecho le avergonzaban, «aunque mucho me temo —
dijo— que era entonces demasiado orgulloso para reconocerlo».
He oído a algunos de sus coetáneos decir que se le veía por lo común sin hacer nada, a las puertas del College,
rodeado por un círculo de jóvenes alumnos, a los que entretenía con su ingenio, y apartaba de sus estudios, si es
que no les azuzaba a rebelarse contra la disciplina colegial, que en sus años de madurez en cambio encomió tanto.
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1730: ÆTAT. 21] A muy temprana edad comenzó a tomar notas a modo de diario de
su vida. En un atado de hojas sueltas encuentro la siguiente resolución, tan
vehemente, de contender contra su natural indolencia: «Octubre de 1729. Desidiae
valedixi; syrenis istius cantibus surdam posthac aurem obversurus. De la pereza me
despido, resuelto en lo sucesivo a no escuchar sus cantos de sirena». Me hallo
asimismo en posesión de algunas hojas de otro libellus, o libreta, titulado Annales, en
el que algunos pormenores de su historia personal, en sus primeras fases, quedan
recogidos en latín.
No hay noticia de que haya forjado ninguna amistad íntima con sus compañeros,
aunque el doctor Adams me contó que tomó gran estima a Pembroke College,
sentimiento que conservó hasta el final de su vida. Poco antes de morir envió a dicho
College, a modo de obsequio, todas sus obras, con el fin de que quedaran depositadas
en la biblioteca; tuvo también la idea de legar al College su casa de Lichfield, pero
los amigos que entonces le frecuentaban acertadamente lo disuadieron de hacerlo, y
finalmente la legó a unos parientes pobres. Le complacía alardear de los muchos
hombres de notable eminencia que se habían educado en Pembroke, lista en la cual
constan los nombres del señor Hawkins, profesor de poesía; el señor Shenstone, sir
William Blackstone, y muchos otros[30], sin olvidar a un predicador de tanta
celebridad popular como el señor George Whitefield, al cual, si bien Johnson no lo
tenía en gran consideración, hay que reconocerle una elocuencia muy poderosa, unos
conceptos sumamente piadosos y una diligencia rayana en lo increíble; después de su
muerte, la integridad de su carácter ha sido plena y concluyentemente reivindicada.
Siendo, como de hecho era, poeta, el propio Johnson se sentía particularmente feliz al
señalar cuántos de los hijos de Pembroke lo habían sido, y añadía, con una sonrisa
triunfal: «somos, señor, una nidada de pájaros cantores».
No era, sin embargo, ciego a lo que consideraba defectos de su colegio; gracias a
la información del doctor Taylor, tengo un ejemplo francamente bueno de la rigurosa
honestidad que conservó siempre. Taylor había obtenido el consentimiento de su
padre para ingresar en Pembroke, con la finalidad de estar con su condiscípulo,
Johnson, con el cual, si bien era unos años mayor que él, tenía una gran intimidad. A
Johnson le habría supuesto un gran consuelo. Ahora bien, con toda franqueza dijo a
Taylor que, en conciencia, no podía consentir que ingresara allí donde, bien lo sabía,
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no iba a encontrar a un preceptor capaz. Hizo entonces indagaciones por toda la
universidad, y al descubrir que el señor Bateman, de Christ Church, era el preceptor
de mayor reputación, recomendó a Taylor que ingresara en ese colegio, como en
efecto hizo. Las lecciones del señor Bateman eran de tal excelencia que Johnson las
tomaba siempre que podía, así fuera de segunda mano, por medio de Taylor, hasta
que al ser su pobreza tan extrema que llevaba los zapatos desgastados, a tal punto que
le asomaban los pies, entendió que esta circunstancia humillante era notada por los de
Christ Church, con lo cual dejó de acudir. Era demasiado orgulloso para aceptar
dinero de mano ajena; como alguien depositara un par de zapatos ante su puerta, los
arrojó presa de la indignación.[c15] ¡Cómo hemos de sentirnos al leer semejante
anécdota de Samuel Johnson!
Su fogoso rechazo de ese par de zapatos que alguien quiso darle a modo de
anónima limosna fue debido, sin lugar a dudas, a su particular orgullo. Si se considera
sin embargo su ascética disposición en aquella época, como él mismo reconoce en
sus Meditaciones, y la exageración con que algunos han querido ver determinadas
peculiaridades de su carácter, no me extrañaría que haya quien la adscriba a un
principio de mortificación supersticiosa, tal como nos relata Tursellinus en su Vida de
san Ignacio de Loyola, que cuando llegó a Goa, tras una trabajosa peregrinación por
los desiertos de Oriente, insistió en calzarse los mismos zapatos destrozados, y que
cuando se le ofrecieron unos nuevos los rechazó, por considerarlos un lujo
inapropiado.
Su res angusta domi[c16] le impidió gozar de las ventajas de una educación
académica completa. El amigo en cuyo respaldo había confiado lo engañó. Sus
deudas en el colegio, aun sin llegar a ser cuantiosas, iban en aumento; los escasos
envíos que recibía de Lichfield, que siempre se habían cursado con grandes
dificultades, cesaron con el tiempo, pues su padre se hallaba en un estado de
insolvencia. Obligado, de este modo, por una necesidad ineluctable, abandonó el
colegio en el otoño de 1731, sin haberse licenciado, tras haber sido alumno durante
poco más de tres años.
El doctor Adams, digno y respetable director de Pembroke College, tiene la fama
de haber sido el preceptor de Johnson. Sin embargo, lo cierto es que en 1731 el señor
Jorden abandonó su puesto en el colegio, y sus discípulos fueron transferidos al
doctor Adams, de modo que, de haber regresado Johnson al colegio tras las
vacaciones, éste habría sido en efecto su preceptor. Habría sido muy deseable que se
llegara a producir esta conexión entre ambos. Su temperamento equitativo, su
disposición templada, su cortesía de trato podrían haber limado la aspereza de
Johnson y haberle infundido un ánimo más delicado y caritativo, esas petites morales
de las que, preciso es confesarlo, nuestro gran moralista andaba más escaso de lo que
sus mejores amigos podrían justificar. El doctor Adams rindió a Johnson sus mayores
cumplidos. Me dijo en Oxford, en 1776: «fui nominalmente su preceptor, pero él
estaba por encima de mi alcance». Cuando se lo repetí a Johnson, le centelleó en los
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ojos una satisfacción preñada de gratitud, y exclamó: «Es muy generoso y muy noble
de su parte».
Así las cosas —poco me ha faltado para decir «el pobre»— Samuel Johnson
regresó a la localidad que le vio nacer, desamparado y sin saber cómo podría ganarse
la vida de un modo decoroso. Los infortunios de su padre en el comercio le
impidieron mantener a su hijo; durante un tiempo no surgió un medio para
garantizarse el sustento. En diciembre de ese año murió su padre.
El estado de pobreza en que murió lo atestigua una nota de los diarios de Johnson
que corresponde al año siguiente. Es buena muestra de su vehemencia y de su
dignidad y virtud.
1732, Julii 15. Undecim aureos deposui, quo die quicquid ante matris funus
(quod serum sit precor) de paternis bonis sperari licet, viginti scilicet libras
accepi. Usque adeo mihifortuna fingenda est. Interea, ne paupertate vires
animi languescant, nec in flagitia egestas abigat, cavendum. Hoy aparté once
guineas, una vez recibidas veinte libras, siendo todo cuanto tengo motivo para
esperar de los efectos de mi padre con anterioridad a la muerte de mi madre,
acontecimiento para el que ruego a Dios que falte mucho. Ahora, como es
natural, entiendo que he de labrarme mi fortuna. Mientras, pondré todo mi
empeño en que mi capacidad intelectual no merme debido a la pobreza, y en
que la indigencia no me obligue a cometer un acto criminal.
Johnson tuvo la fortuna de que el carácter respetable de sus padres, sumado a sus
propios méritos, le hiciera acreedor desde sus más tiernos años de una acogida
amable entre las mejores familias de Lichfield. Entre ellas cabe mencionar las del
señor Howard, el doctor Swinfen, el señor Simpson, el señor Levett, el capitán
Garrick, padre del gran lujo de la escena británica; por encima de todos se halla el
señor Gilbert Walmsley[31], registrador del Tribunal Eclesiástico de Lichfield, cuyo
carácter, mucho después de su defunción, Johnson ha retratado en su Vida de Edmund
Smith con el resplandeciente color de la gratitud:
De Gilbert Walmsley, tal como se me presenta a la memoria, permítaseme detenerme en el recuerdo. Lo conocí a
muy temprana edad; fue una de las primeras amistades que me procuró la literatura. Confío en que al menos mi
gratitud me hiciera merecedor de su atención.
Era un hombre de edad avanzada, y yo apenas un muchacho, si bien nunca recibió mis ideas con desprecio.
Era whig, con toda la virulencia y la malevolencia que son propias de este partido, si bien nuestras diferencias de
opinión en cuestiones cruciales nunca nos separaron. Yo honré su trato y él soportó el mío.
Se había mezclado en su tiempo con el mundo alegre y casquivano, sin eximirse de sus vicios y sus
chaladuras, pero nunca descuidó el cultivo de su intelecto. Su fe en la Revelación era inamovible; su cultura
mantuvo intactos sus principios; adquirió primero regularidad, y por ese camino llegó a la piedad.
Sus estudios fueron tan diversos que no soy capaz de pensar en un solo hombre de saber equiparable al suyo.
Tenía una estrecha relación con los libros; lo que no conocía de inmediato, sabía al menos dónde encontrarlo. Era
tal la amplitud de su cultura, tan copiosas sus comunicaciones, que cabría poner en duda que ahora pase un solo
día en el que no siga beneficiándome de las ventajas que me procuró su amistad.
En la mesa de este hombre pasé muchas horas de goce y de aprendizaje, con compañeros como no se suelen
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encontrar: uno que ha dado mayor profundidad a la vida, otro que la ha hecho más alegre; con el doctor James,
cuya destreza como médico será por mucho tiempo recordada; con David Garrick, a quien espero haber
contentado con este retrato de nuestro común amigo. ¡Pero, qué son las esperanzas del hombre! Me desazona ese
ramalazo de la muerte que ha eclipsado la alegría de las naciones, que ha empobrecido la reserva pública de
placeres inocentes.
Con todas estas familias pasó mucho tiempo en sus años de juventud. En casa de
todas ellas gozó de la compañía de las damas, en especial en casa del señor
Walmsley, cuya esposa y cuñadas, de la familia Aston, hijas de un baronet, eran
notabilísimas por su buena crianza; así pues, esa idea que se ha hecho circular
insistentemente y se ha llegado a creer a pie juntillas, a saber, que nunca gozó de
buenas compañías hasta más avanzada su vida, lo cual, en consecuencia, tuvo
confirmación en su aspereza de trato, en sus modales toscos cuando no feroces,
carece de todo fundamento. Algunas de estas damas me han asegurado que lo
recordaban muy bien de joven, un muchacho distinguido por su mucha deferencia.
Y el que esta cortesía no fuera meramente ocasional, pasajera, ni que se
circunscribiera a los círculos de Lichfield, lo pone de relieve el testimonio de una
dama, que, en un papel que ha tenido a bien proporcionarme la hija de su amigo
íntimo y médico, el doctor Lawrence, describe así al doctor Johnson, aunque pocos
años después:
Por lo que atañe a los particulares de la vida que con anterioridad llevase el doctor Johnson, como parece que no
son muy conocidos, y menos aún con la debida exactitud, hay una dama que espera que la información que sigue
no resulte inaceptable.
Recuerda al doctor Johnson de una visita a la casa del doctor Taylor, en Ashbourne, en algún momento
comprendido entre el final del año 37 y mediados del año 40; más bien cree que tuvo lugar después de que se
mudara a Londres con su esposa. Durante su estancia en Ashbourne hizo visitas frecuentes al señor Meynell, en
Bradley, donde su presencia era muy apreciada entre las damas de la familia, aunque en lo que atañe a la elegancia
y a sus demás habilidades tal vez fuesen algo inferiores a las que trató después. La hija mayor del señor Meynell
casó después con el señor Fitzherbert, padre de Alleyne Fitzherbert, que llegó a ser ministro de la corte de Rusia.
De ella dijo el doctor Johnson, en el estudio del doctor Lawrence, que tenía la mayor inteligencia que nunca había
visto en un ser humano. En casa del señor Meynell también dio comienzo su amistad con la señora Hill Boothby,
hermana del actual sir Brook Boothby, que duró hasta su muerte. «La joven señora a la que él tenía por costumbre
llamar Molly Aston»[c17] era hermana de sir Thomas Aston e hija de un barón; era asimismo hermana de la esposa
de Gilbert Walmsley. Además del trato íntimo con las personas mencionadas, personas sin lugar a dudas de alto
rango y de refinada educación, mientras estuvo en Lichfield frecuentó asimismo la casa del doctor Swinfen,
caballero de una familia de rancio abolengo, proveniente del condado de Stafford, que a la muerte de su hermano
mayor heredó una finca de gran extensión. Asimismo, fue un médico a cuya consulta acudía gran número de
personas, aunque por no prestar la debida atención a la administración de sus asuntos domésticos dejó a una
familia numerosa en la indigencia. Una de sus hijas, la señora Desmoulins, más adelante encontró acogida en la
casa de su viejo amigo, cuyas puertas estuvieron siempre abiertas a los infortunados, puesto que observaba el
principio del Evangelio: «fue amable con los desagradecidos y con los malvados»[c18].
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mérito ha sido honrado en el testimonio del obispo Hurd, que fue alumno suyo, pues
el señor Blackwall falleció el 8 de abril de 1730, más de un año antes de que Johnson
dejara la universidad.
Fue un empleo muy fastidioso para él en todos los sentidos, y se quejó de ello con
lastimosa gravedad en las cartas a su amigo Héctor, que se había establecido como
cirujano en Birmingham. No se conservan estas cartas, pero Héctor rememora en un
escrito suyo «que el poeta describía la tediosa insipidez de su existencia con estas
palabras: “Vitam continet una dies”;[c19] que era tan monótona como la nota con que
trina el cuco; que no sabía si era más desagradable para él enseñar o para los alumnos
aprender las reglas de la Gramática». Su aversión total a este fatigoso hastío estuvo
sobremanera agudizada por una desavenencia que tuvo con sir Wolstan Dixie, el
protector de la escuela, en cuya casa, según he podido saber, oficiaba él como una
especie de capellán doméstico, al menos en lo que se refiere al acto de bendecir la
mesa, si bien se le trataba con lo que se le antojaba una aspereza insufrible; después
de soportar durante unos cuantos meses tan calamitosa situación, renunció a un
puesto de trabajo que durante toda su vida recordó con la mayor de las aversiones e
incluso con un punto de horror. Sin embargo, es probable que en esta época, fuera
cual fuese la incomodidad que hubo de aguantar, sentara en gran parte los cimientos
de su futura eminencia al aplicarse a fondo en sus estudios.
Hallándose de nuevo completamente ocioso, lo invitó Héctor a pasar con él una
temporada en Birmingham, en calidad de huésped suyo, en casa del señor Warren,
donde el señor Héctor vivía en régimen de pensión completa. El señor Warren era el
primer librero que se había establecido en Birmingham, y se mostró muy atento con
Johnson, pues no tardó en descubrir que había de ser de gran utilidad en su negocio
gracias a sus amplios conocimientos de literatura, e incluso obtuvo la colaboración de
su pluma al proporcionarle Johnson algunas entregas de un ensayo fijo en el
periódico del que Warren era propietario. Luego de muy diligentes indagaciones no
he sido capaz de hacerme con ninguna de aquellas tempranas muestras de ese
particular género literario en el que más adelante Johnson tanto se distinguió.
Continuó viviendo como huésped de Héctor durante unos seis meses, y luego
alquiló un alojamiento en otra parte de la ciudad, pues se encontraba tan bien
asentado en Birmingham como creía que podría estarlo en cualquier otra ciudad, al
menos mientras no tuviera decidido un plan de vida y sólo dispusiera de muy exiguos
medios de subsistencia. Hizo allí algunas amistades valiosas, entre las cuales estaba
el señor Porter, un mercero a cuya viuda desposó más adelante, y el señor Taylor,
quien por su ingenio en los inventos mecánicos y su éxito en el comercio amasó una
fortuna inmensa. Ahora bien, el consuelo de estar cerca de Héctor, su antiguo
compañero de estudios y amigo íntimo, fue lo que sobre todo indujo a Johnson a
permanecer allí.
No he sido capaz de precisar de qué modo empleó su pluma en este periodo, ni
tampoco si extrajo de ella alguna ventaja pecuniaria. Es probable que recibiera algún
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dinero del señor Warren; tenemos la certeza de que entonces escribió una pieza
literaria, de la que Héctor ha tenido la amabilidad de facilitarme una detallada
relación. Como comentara en su día que en Pembroke College había leído el Viaje a
Abisinia de Lobo, un jesuita portugués, y que estimaba que una traducción abreviada
del francés al inglés podría ser una publicación útil y provechosa, Warren y Héctor
sumaron fuerzas para apremiarle a que la llevara a cabo. Él accedió; como el libro no
se encontraba en Birmingham, lo tomó prestado de Pembroke College. Terminada
muy pronto una parte sustancial del trabajo, un tal Osborn, que era el impresor del
señor Warren, comenzó a componer el texto que ya estaba listo, y Johnson se
comprometió a facilitar a la prensa el texto a medida que se le requiriese. No
obstante, pronto prevaleció su indolencia constitutiva, y el trabajo quedó en punto
muerto. Héctor, sabedor de que un motivo de elemental humanidad sería el
argumento de más convicción para su amigo, fue a ver a Johnson y le hizo ver que el
impresor no podía emprender ningún otro trabajo mientras no tuviera ése terminado,
a lo que añadió que el pobre hombre y su familia pasaban por aprietos. Nada más
tener conocimiento de ello, Johnson puso en ejercicio su poder intelectual, por más
que corporalmente estuviera distendido. Se tumbó en cama con el libro, que era un
volumen en cuarto, abierto ante él, y comenzó a dictar la traducción a medida que
Héctor tomaba nota. Éste llevó los pliegos terminados a la imprenta y corrigió casi la
totalidad de las pruebas, de las cuales pocas llegó a ver Johnson. De este modo, con
ayuda de la muy activa amistad de Héctor, el libro quedó terminado y se publicó en
1735, con Londres como pie de imprenta en portadilla, si bien fue impreso en
Birmingham, artimaña muy común entre los impresores de provincias. Por este
trabajo le entregó el señor Warren la exigua suma de cinco guineas.
Tratándose de la primera obra en prosa de Johnson, no deja de ser curioso
preguntarse en qué medida puede rastrearse en ella ese estilo que caracteriza sus
escritos posteriores, dotándolos de tan peculiar excelencia, con tan feliz suma de
potencia, vivacidad y perspicacia. He examinado el libro con esta idea en mente, y he
detectado que en él, como en cualquier otra traducción, no hay ningún vestigio del
estilo propio del traductor, ya que la lengua de la traducción se adapta a los
pensamientos de otro, por lo que sin darse cuenta sigue su curso y, por así decir, se
adapta a un molde que viene dado de antemano.
Tómese, por ejemplo, el primer párrafo que aparece en el arranque del libro, en la
página 4:
Viví allí durante más de un año, y terminé mis estudios de Teología, tiempo durante el cual se recibieron algunas
cartas de los padres misioneros en Etiopía, junto con un relato del sultán Segned, Emperador de Abisinia,
convertido por lo visto a la fe de la Iglesia de Roma; se indicaba asimismo que muchos de sus súbditos habían
seguido su ejemplo, y que había una gran escasez de misioneros para lograr la mejora de tan auspicioso comienzo.
Todos estaban deseosos de secundar el celo de nuestros padres misioneros, y de enviarles la ayuda que solicitaban;
a ello nos animaron tanto más porque la carta del Emperador informaba a nuestro provincial de que fácilmente
podríamos llegar a sus dominios haciendo escala en Dancala; por desgracia, el secretario anotó Geila donde decía
Dancala, lo cual costó la vida a nuestros padres.
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Todo el que tenga familiaridad con el estilo de Johnson se dará cuenta de que aquí no
hay ni rastro de él; antes bien, este párrafo podría haberlo compuesto cualquier otro
hombre.
No obstante, en el prefacio comienza a vislumbrarse el estilo johnsoniano; aun
cuando el uso todavía no había dado a sus alas la capacidad de emprender un vuelo
permanente y estable, hay algunos pasajes que exhiben su mejor estilo con todo su
vigor. Una vez tuve el placer de examinar este prefacio en compañía de Edmund
Burke, quien confirmó mi impresión acudiendo a su sagacidad crítica, muy superior a
la mía; si mal no recuerdo, quedó encantado con la siguiente muestra:
El viajero portugués, en contra de la inclinación habitual de sus compatriotas, ha entretenido a su lector sin acudir
al absurdo romántico o a las ficciones increíbles; todo aquello que relata, sea verdadero o no, resulta cuando
menos probable; quien no describe nada que exceda los límites de la probabilidad tiene pleno derecho a exigir que
se le crea, al menos mientras no se le pueda contradecir.
Mediante su narración modesta, sin afectación de ninguna clase, parece haber retratado las cosas tal como las
vio con sus propios ojos, haber copiado del natural, de la vida misma, y haber consultado el dictado de sus
sentidos, que no su imaginación. No se encuentra con basiliscos que fulminen con la mirada; sus cocodrilos
devoran sus presas sin derramar lágrimas; sus cataratas se precipitan entre las rocas sin ensordecer a los habitantes
de los alrededores.
No hallará el lector en esta obra regiones maldecidas con una esterilidad irremediable, ni bendecidas con una
fecundidad espontánea; no hay tinieblas perpetuas, ni tierras en las que nunca se pone el sol; no aparecen naciones
descritas cual si carecieran de todo sentido de la humanidad, ni consumadas por su pujanza en todas las virtudes
privadas o sociales. No hay hotentotes desprovistos de sistema de gobierno, de religión, de lenguaje articulado; no
hay chinos de una cortesía exquisita, absolutamente avezados en el conocimiento de todas las ciencias; descubrirá,
antes bien, lo que siempre se ha de descubrir por mediación de un investigador curioso, diligente e imparcial, esto
es, que allí donde se encuentre la naturaleza humana habrá una mezcla de vicios y virtudes, una pugna entre
pasión y razón, y que el Creador no ha sido parcial en sus repartos, sino que ha equilibrado, en casi todos los
países, sus inconvenientes particulares mediante favores no menos particulares.
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1734: ÆTAT. 25] Johnson regresó a Lichfield a comienzos de 1734, y en agosto de ese
mismo año se esforzó por procurarse un medio de subsistencia a través de su pluma,
pues publicó una serie de propuestas para imprimir mediante suscripción los poemas
latinos de Poliziano[33]: «Angeli Politiani Poemata Latina, quibus, Notas cum
historia Latinœ, poeseos a Petrarchœ œvo ad Politiani tempora deducta, et vita
Politiani fusius quam antehac enarrata, addidit SAM JOHNSON».[c20]
Parece ser que su hermano Nathanael había tomado a su cargo el negocio del
padre, pues se menciona que «se pueden cursar las suscripciones al editor, o bien a N.
Johnson, librero de Lichfield». No obstante los méritos de Johnson, y el precio muy
asequible al que se ofrecía el libro, no hubo suscriptores suficientes para garantizar
unas ventas que lo hicieran viable, de modo que la obra nunca se publicó, y lo más
probable es que nunca llegara a estar preparada.
En ese mismo año lo encontramos de nuevo en Birmingham, y se conserva la
siguiente carta que envió al señor Edward Cave[34], compilador y director original de
la Gentleman’s Magazine:
Al señor Cave
25 de noviembre de 1734
Señor,
como no parece usted menos sensible que sus lectores a los defectos del artículo sobre poesía que publica su
revista, no le desagradará si, con el mero fin de mejorarlo, le comunico los sentimientos de una persona que en
términos razonables estaría dispuesta a asumir ocasionalmente la redacción de una columna.
Su opinión es que el público no daría una adversa recepción a su publicación si, además del ingenio del mes
en curso, que un examen crítico por lo general reduciría a un espectro bastante escaso, admitiera no sólo poemas,
dedicatorias, etc., siempre y cuando fueran inéditos, sino también algunas disertaciones literarias, necesariamente
breves, en latín o en inglés, comentarios críticos sobre autores antiguos o modernos, poemas olvidados que
merezcan un renacido interés, o piezas sueltas como las de Floyer[35], que valga la pena conservar. Gracias a este
método, su artículo literario, pues así se le puede llamar, será, según entiende, mucho más recomendable para el
público que las chanzas de baja estofa, las toscas bufonadas o las tediosas difamaciones de cualquiera de las partes
implicadas en polémica.
Si semejante correspondencia fuera de su agrado, tenga la bondad de informarme a vuelta de correo de cuáles
son las condiciones en las que estaría dispuesto a contar con ella. Su última oferta[36] no me da pie a desconfiar de
su generosidad. Si emprendiera algún otro proyecto literario, además de su publicación, dispongo de otros planes
que comunicarle, siempre y cuando tenga la certeza de que no serán otros quienes cosechen los beneficios de
aquello que yo pueda sugerir.
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Su carta, remitida a nombre de S. Smith, con domicilio en la posada del Castillo, Birmingham, condado de
Warwick, llegará a este su humilde servidor.
SAM. JOHNSON
Cave ha puesto una nota en el original de esta carta, que dice «contestada a 2 de
diciembre». Ahora bien, no tenemos constancia de que se hiciera nada a raíz de ella.
Desde su más temprana juventud, Johnson había sido muy sensible a los encantos
femeninos. Ya en la escuela de Stourbridge estuvo muy enamorado de Olivia Lloyd,
una joven cuáquera, a la que dedicó un manojo de versos que no he podido recuperar;
ahora bien, la facilidad y la elegancia con la que componía poemas en vena amorosa
quedará patente gracias a estos versos que escribió para su amigo Edmund Héctor.
Su juvenil apego al bello sexo fue sin embargo muy pasajero, y existe total certeza de
que no forjó relaciones ilícitas de ninguna clase. El señor Héctor, que convivió con él
en su juventud y disfrutó de su máxima intimidad en completa libertad social, me ha
asegurado que incluso en aquella temporada de ardores fue su conducta
rigurosamente virtuosa en este terreno, y que si bien le gustaba mucho alborozarse
con el vino, sólo lo vio ebrio una vez.
En un hombre al que la educación religiosa otorga protección segura de las
complacencias licenciosas, la pasión del amor, cuando se apodere de él, será
desmedida, pues no tiene que luchar contra las cortapisas de la disipación y se
concentra por entero en su único objeto. Así fue como la experimentó Johnson
cuando se tornó fervoroso admirador de la señora Porter, tras el fallecimiento del
primer marido de ésta[38]. La señorita Porter me contó que, cuando le fue presentado
a su madre, su apariencia era imponente por su adustez; era entonces flaco y
desgarbado, de tal modo que todos los huesos de su inmensa estructura ósea saltaban
a la vista de manera repulsiva y tenía muy marcadas las cicatrices de la escrófula.
Además llevaba el cabello largo, lacio y tieso, separado por detrás en dos crenchas;
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parece también que a menudo hacía gestos convulsivos y gesticulaciones
sobresaltadas, lo cual tendía a suscitar a la vez la sorpresa y la risa. Tan prendada
quedó la señora Porter de su conversación que pasó por alto todas estas desventajas
de su apariencia exterior, y dijo a su hija: «Éste es el hombre más sensato que jamás
haya visto».
Aunque la señora Porter doblara en edad a Johnson, aunque su persona y sus
modales, tal como me los describiera el difunto señor Garrick, de ningún modo
resultaran agradables a los demás[39], por fuerza tenía que haber poseído un
entendimiento y un talento superiores[40], pues no cabe la menor duda de que en él
inspiró una pasión muy superior a la habitual; así las cosas, una vez se mostró ella
dispuesta a casarse, él marchó a Lichfield para pedir a su madre el consentimiento a
su matrimonio, ya que no podía menos que considerarla una intención imprudente,
por no decir disparatada, habida cuenta de su diferencia de edad y de la falta de
fortuna propia que tenía la dama. No obstante, demasiado bien conocía la señora
Johnson el ardor del temperamento de su hijo, y era una madre demasiado tierna para
oponerse a sus inclinaciones.
Desconozco por qué razón no se celebró en Birmingham la ceremonia del
matrimonio, pero se tomó la resolución de que fuese en Derby, lugar hacia el cual
partieron a caballo la novia y el novio contrayentes, supongo que ambos de muy buen
humor. Ahora bien, aun cuando el señor Topham Beauclerk gustaba de comentar con
malicia, bien que jocosamente, que Johnson le había dicho con toda seriedad: «fue un
matrimonio por amor por ambas partes, señor mío», he recibido de mi ilustre amigo
la curiosa relación de su trayecto hasta la iglesia en la mañana misma de las nupcias:
«Señor, ella había leído las novelas antiguas, y se le había metido en la cabeza la
fantástica idea de que una mujer de mucho temple debía tratar a su enamorado como
a un perro. Así pues, señor, al principio me dijo que cabalgaba yo demasiado deprisa,
y que no podía seguir mi paso; como refrené el ímpetu de mi montura, ella se me
adelantó y se quejó de que me quedaba atrás. No estaba yo hecho para ser esclavo del
capricho, así que resolví comenzar tal como me proponía terminar. Por consiguiente,
espoleé al caballo y avivé el paso hasta perderla de vista por completo. El camino
corría entre dos setos, de modo que tenía la certeza de que no podía perderme, si bien
me las compuse para que ella me alcanzase bastante pronto. Cuando lo hizo, me fijé
en que lloraba».
Hay que reconocer que fue éste un comienzo singular de la felicidad conyugal,
aunque cabe ninguna duda de que Johnson, si bien de este modo dio muestra de
firmeza viril, demostró ser el marido más cariñoso e indulgente hasta el último
momento que duró la vida de la señora Johnson, y en sus Plegarias y meditaciones
hallamos prueba muy señalada de que jamás cesó de sentir un gran respeto y el mayor
afecto por ella, aun después de su muerte.
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1736: ÆTAT. 27] Estableció entonces una academia privada, propósito para el cual
alquiló una casa amplia y bien situada, cerca de su localidad natal. En la Gentleman’s
Magazine, durante el año de 1736, aparece el siguiente anuncio: «En Edial, cerca de
Lichfield, condado de Stafford, se ofrece pensión completa a los jóvenes y se les
enseña latín y griego a cargo de Samuel Johnson». No obstante, los únicos pupilos
puestos a su cuidado fueron el célebre David Garrick y su hermano George, así como
un tal señor Offely, joven caballero de buena fortuna que murió prematuramente. Con
todo, su nombre aún no estaba unido a la celebridad que más adelante iba a suscitar
las más altas atenciones y todo el respeto de la humanidad. De haber aparecido ese
anuncio después de la publicación de su Londres, o de los ensayos de su Rambler, o
de su Diccionario, ¡qué gran estallido hubiera causado en el mundo de la sociedad!
¡Con qué afán hubieran aprovechado al punto los grandes y los ricos la ocasión de
poner a sus hijos bajo la erudita tutela de Samuel Johnson! La verdad, sin embargo,
es que no estaba tan bien cualificado como puedan estarlo hombres de una capacidad
intelectual muy inferior a la suya para ser profesor de materias elementales, ni para
encauzar en el aprendizaje a sus alumnos de manera gradual. Sus propias
adquisiciones en el terreno del saber las había realizado a saltos y sobresaltos, por
medio de violentas y breves escaramuzas con las que irrumpía en las diversas
regiones de la sabiduría, y no cabía esperar, así pues, que su impaciencia se
sometiera, que su ímpetu se contuviera en la medida necesaria para adiestrar de
manera apacible a los novicios. El arte de comunicar la instrucción, sea del tipo que
fuere, ha de tenerse en gran estima; siempre he pensado que quienes se dedican de
lleno a este cometido, y cumplen su deber de enseñar con diligencia, y con éxito lo
coronan, tienen todo el derecho a gozar del mayor de los respetos en la comunidad,
tal como el propio Johnson a menudo sostenía. Y sin embargo soy de la opinión de
que no sólo no se requieren grandes capacidades para dedicarse a este oficio, sino
que, incluso, el hecho de poseerlas, hace que uno sea menos adecuado para
desempeñarlo.
Si bien reconocemos la justicia que se contiene en el bello comentario de
Thomson:
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hemos de considerar que ese deleite sólo resulta perceptible para «un espíritu en
paz», un espíritu a la par sereno y claro, mientras que un espíritu lúgubre e
impetuoso, como el de Johnson, no puede permanecer fijo durante un tiempo dilatado
y en total atención, y ha de irritarse muy a menudo por la inevitable lentitud y el error
que son connaturales a los progresos de los alumnos, tanto que muy difícil ha de
resultarle el cumplimento del deber, con mínimo disfrute para el maestro y poco
provecho para el discípulo. En un preceptor, el buen temple es la más esencial de las
cualidades. Horacio pinta la blandura de ese carácter:
… Ut pueris olim dant crustula blandi
Doctores, elementa velint ut discere prima.[c21]
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Clase II. Que aprendan a Eutropio y a Cornelio Nepote, o a Justino, con su traducción.
N. B. La primera clase dará cuenta todas las mañanas de las reglas que hayan aprendido con anterioridad, y
por la tarde aprenderán las reglas latinas de la declinación de los nombres y la conjugación de los verbos.
Se les examina de las reglas que hayan aprendido los jueves y los sábados.
La segunda clase hará lo mismo mientras estén con Eutropio; después, han de ocuparse de los nombres y los
verbos irregulares, y de las reglas para componer y escandir versos. Se les examina como a la primera.
Clase III. Las Metamorfosis de Ovidio por la mañana, los Comentarios de César por la tarde.
Practíquense las reglas latinas hasta que las sepan a la perfección; después, comienzo de la gramática griega
del señor Leeds. Examen como el anterior.
Acto seguido se pasa a Virgilio, comenzando al mismo tiempo a escribir redacciones y versos y a aprender
griego elemental; de ahí pasamos a Horacio, etc., como se vea más conveniente.
No sé bien qué libros son los más aconsejables, ya que no me informa usted de cuál es el estudio al que tiene
previsto dedicarse. Creo que le será más ventajoso aplicarse por completo a las lenguas hasta que vaya a la
universidad. Los autores griegos que estimo más aconsejables para su lectura son los siguientes: Cebes, Aeliano y
Luciano, en traducción de Leeds; Jenofonte (ático), Homero (jónico), Teócrito (dórico), Eurípides (ático y dórico).
De este modo logrará una razonable destreza en todos los dialectos, comenzando por el ático, al cual han de
hacer obligada referencia todos los demás.
En el estudio del latín es harto aconsejable no leer a los autores de épocas posteriores mientras no esté uno
bien versado en los de la época más pura, como son Terencio, Cicerón, Salustio, Nepote, Velleius Paterculus,
Virgilio, Horacio y Fedro.
La tarea más exigente, y la más necesaria, sigue siendo alcanzar el hábito de la expresión, sin el cual todo
saber es de escasa utilidad. Esto es algo necesario en latín y más si cabe en inglés; su adquisición sólo es viable
mediante la imitación diaria de los mejores autores, de los más correctos y excelsos en el empleo de la lengua.
SAM. JOHNSON
Mientras Johnson estuvo al frente de su academia, poca duda puede caber de que sin
darse cuenta fue pertrechando su intelecto de variados conocimientos; ahora bien, no
he sabido precisar si escribió algo más al margen de la mayor parte de su tragedia
titulada Irene. Peter Garrick, hermano mayor de David, me dijo que, según recordaba,
Johnson le había pedido prestada la Historia de Turquía, de la cual iba a tomar
material para su tragedia. Cuando tuvo una parte sustancial terminada, leyó lo hecho
al señor Walmsley, quien objetó que ya había puesto a su heroína en grandes aprietos,
y le preguntó cómo tenía previsto ingeniárselas para precipitarla en calamidades aún
mayores. Johnson, en una taimada alusión al proceder presuntamente opresivo del
tribunal en el que Walmsley era registrador, replicó de este modo: «Señor, siempre
podré llevarla ante un tribunal espiritual».
El señor Walsmley, complacido sin embargo ante esta prueba de la capacidad que
tenía Johnson como dramaturgo, le aconsejó que terminase la tragedia y que la
hiciera representar.
Johnson pensó entonces en la posibilidad de probar suerte en Londres, gran
campo abonado para el genio y el empeño, donde los talentos de toda suerte tienen
más variadas posibilidades de brillar y cuentan con más apoyo. Es circunstancia
memorable que su alumno, David Garrick, decidiera establecerse en Londres en esta
misma época[41], con la intención de completar sus estudios y dedicarse a la profesión
de la abogacía, de la que pronto se apartó por su decidida preferencia por la escena.
Esta expedición conjunta de los dos hombres insignes a la metrópolis fue muchos
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años después conmemorada en un poema alegórico sobre La morera de Shakespeare,
del señor Lovibond, ingenioso autor de Las lágrimas de aquel primero de mayo.
Ambos habían sido recomendados al señor Colson[42], eminente matemático y
profesor de una academia, por medio de la siguiente misiva del señor Walmsley:
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1737: ÆTAT. 28] No se sabe bien a qué empleos se dedicó tras llegar a Londres[43].
Nunca he tenido noticia de que hallase la menor protección o estímulo, por medio del
señor Colson, a cuya academia fue David Garrick. Lucy Porter me comunicó que el
señor Walmsley le dio una carta de presentación para Lintot, su librero, y que
Johnson escribió algunas composiciones para éste, pero supongo que se trata de un
error, porque no he descubierto ni rastro de tales piezas, y tengo la certeza de que me
dijo que el señor Cave fue el primer editor para quien puso a trabajar su pluma
estando ya en Londres.
Poco dinero tenía cuando llegó a la ciudad, y sabía de qué manera vivir sin gastar
apenas nada. Tuvo su primer alojamiento en casa del señor Norris, un corsetero, en
Exeter Street, donde ésta confluye con Catharine Street, cerca del Strand. «Comía
muy bien —dijo— por ocho peniques, en muy buena compañía, en la Taberna de la
Piña, en New Street, que estaba allí cerca. Varios de los comensales eran hombres
viajados. Daban por hecho que allí se encontrarían a diario, aunque no se conocían
por sus nombres de pila. Los demás gastaban un chelín, pues comían con vino; yo me
tomaba una buena tajada de carne por seis peniques, y un trozo de pan por uno,
aunque daba otro penique al camarero que me atendía, de modo que estaba bien
servido; qué digo: mejor que los demás, ya que nada daban al camarero». En esta
época, tengo entendido, se abstuvo por completo de consumir licores fermentados,
práctica a la que continuó conformándose escrupulosamente muchos años después, en
distintos periodos de su vida.
Fue su Ofellus en el Arte de vivir en Londres[c23] según le he oído relatar, un
pintor irlandés[c24] al que había conocido en Birmingham, y que había puesto en
práctica sus propios preceptos de economía durante varios años de estancia en la
capital británica. Aseguró a Johnson, quien supongo que por entonces sopesaba la
idea de probar suerte en Londres, aunque con la aprensión que le causaba el gasto,
«que treinta libras al año eran suficientes para que un hombre allí llevase una vida no
del todo despreciable. Destinaba diez libras a ropa de vestir y ropa doméstica. Dijo
que un hombre podría vivir en una guardilla por dieciocho peniques a la semana, pues
pocas personas habían de preguntarle dónde se alojaba, y si lo hicieran siempre era
fácil responder: “Señor, se me encuentra en tal lugar”. Gastando no más de tres
peniques en un buen café, puede pasar a diario varias horas en muy buena compañía;
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puede comer por seis peniques, desayunar con pan y leche por uno y apañárselas sin
cenar. El día en que viste camisa recién lavada, sale y hace visitas de cortesía». En
más de una ocasión le oí hablar de ese frugal amigo suyo, al cual recordaba con gran
afecto y estima, y no le agradaba que nadie se sonriera con su perorata. «Este hombre
—decía con toda seriedad— era muy sensato, un hombre que entendía a la perfección
los asuntos corrientes; un hombre con un gran conocimiento del mundo, adquirido de
primera mano, y no escurrido de los libros. En Birmingham pidió prestadas diez
libras y un caballo. Viéndose dueño de tanto dinero emprendió viaje a West Chester,
con el fin de continuar hasta Irlanda. Devolvió el caballo, y es muy probable que
también devolviera las diez libras, después de llegar a su casa».
Considerando las estrecheces en que vivió Johnson durante la época más
temprana de su vida, y en particular la interesante etapa inicial en que se hizo a la mar
por el proceloso océano de Londres, no es de extrañar que le llamara profundamente
la atención un ejemplo real, demostrado por la experiencia, de la posibilidad de
disfrutar de los lujos intelectuales de la vida social contando con un presupuesto muy
reducido, como tampoco lo es que siempre lo recordase como una circunstancia muy
importante en su vida. Recuerdo que se divertía en echar las cuentas de los gastos
infinitamente mayores con los que era necesario correr para vivir a la misma escala
que refería su amigo, una vez que el valor del dinero menguó tanto debido a los
progresos del comercio. Bien puede calcularse que hoy en día el doble de esa
cantidad con dificultad sería suficiente.
En medio de tanta y tan fría oscuridad, hubo una luminosa circunstancia que le
caldeó el ánimo: gozaba de muy buena relación con el señor Henry Hervey[44], de
una de las ramas de tan noble familia, que estuvo acuartelado en Lichfield cuando era
oficial del ejército, y disponía por entonces de casa en Londres, en la que Johnson fue
con frecuencia motivo de grandes agasajos y halló ocasión de relacionarse con muy
gentil compañía. Me lo comentó no mucho antes de fallecer, junto con otros
particulares de su vida de los que tuvo la amabilidad de ponerme al corriente, y de
este modo describió a su amigo «Harry Hervey»: «Era un hombre depravado, aunque
conmigo muy amable. Si llamara usted Hervey a un perro, yo le tendría gran cariño».
Me dijo que por entonces llevaba escritos sólo tres actos de Irene, y que por un
tiempo se retiró a un alojamiento que encontró en Greenwich, donde pudo avanzar
algo más en la composición de su tragedia; añadió que la componía paseando por los
prados y bosques cercanos, pero que no se quedó allí el tiempo suficiente para
rematarla.
En esta época de su vida hallamos la siguiente carta, que remitió al señor Edward
Cave y que aquí es pertinente insertar como un eslabón más en la cadena de su
personal historia literaria.
Al señor Cave
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Greenwich, puerta contigua al Corazón de Oro,
Church St., 12 de julio de 1737
Señor,
habiendo hallado en sus escritos muy poco corrientes muestras de ánimo dedicadas a los hombres de letras, y
siendo un completo desconocido en Londres, he optado por comunicarle el siguiente proyecto que, tengo
esperanzas, si tomara usted parte en él sería de gran provecho para ambos.
Teniendo en cuenta que recientemente se ha traducido al francés La historia del Concilio de Trento, publicada
con un gran aparato de notas del doctor Le Courayer, tanto se ha incrementado en Inglaterra la fama de ese libro
que, es de suponer, una nueva traducción directa del italiano, acompañada por las notas de Le Courayer, tomadas
de la edición francesa, encontraría a buen seguro una recepción muy favorable.[c25]
Si a esta propuesta se me respondiera que la Historia ya existe en lengua inglesa, habrá que recordar que ese
mismo reparo se le puso a la empresa de Le Courayer, con la desventaja añadida de que los franceses disponían de
una versión firmada por uno de sus mejores traductores, mientras que no se pueden leer tres páginas de la Historia
en inglés sin descubrir que el estilo es susceptible de mejoras sustanciales; ahora bien, si cabe esperar esas
mejoras del empeño, eso tendrá que juzgarlo usted a tenor de la muestra que, a modo de prueba, si da por
aceptable mi propuesta someteré de buen grado a su examen.
Suponiendo que el mérito de ambas versiones fuera parejo, podemos albergar la esperanza de que la adición
de las notas incline la balanza a nuestro favor, máxime si se piensa en la reputación del anotador.
Complázcase en hacerme el favor de darme pronta respuesta si no está deseoso de participar en el proyecto, o
bien convóqueme para que un día le visite si es que lo está. Soy, señor, su humilde servidor
SAM. JOHNSON
A juzgar por lo dicho en esta carta, si bien suscrita con su propio nombre, parece ser
que todavía no había sido presentado al señor Cave. Más adelante veremos qué fue de
la propuesta que contenía.
En el transcurso del verano regresó a Lichfield, donde había dejado a la señora
Johnson, y allí por fin puso punto final a su tragedia, que no escribió con la rapidez
de composición propia de otras ocasiones, sino que le resultó lenta y dolorosa de
elaborar. Pocos días antes de morir, mientras daba al fuego una gran masa de papeles,
encontró entre ellos el esbozo original de la pieza, todavía sin desarrollar, de su puño
y letra, y lo entregó al señor Langton, gracias a cuyo favor obra ahora en mi poder
una copia del mismo. Contiene fragmentos de la trama y parlamentos de algunos de
los personajes, parte en una versión en prosa, todavía en crudo, parte ya remodelados
en verso; contiene asimismo una amplia gama de notas e ilustraciones tomadas de los
griegos, los latinos y los autores modernos. La caligrafía es sumamente difícil de
descifrar, incluso para quienes están versados en desentrañar la letra de Johnson, que
en toda ocasión era sumamente particular. Como el Rey tuvo la gracia de aceptar ese
manuscrito a modo de curiosidad literaria, el señor Langton hizo una copia en limpio,
que ordenó se encuadernase junto con el original y la tragedia impresa; el volumen se
ha depositado en la Biblioteca Real. Su Majestad tuvo la deferencia de permitir al
señor Langton que obtuviera una copia para sus propios fines.
La totalidad del texto es de gran riqueza en imágenes y conceptos, así como en
atinadas y felices expresiones; de los disjecta membra esparcidos por todo él, un buen
poeta dramático aún podría sacar un gran provecho. Daré a mis lectores algunas
muestras de distintos tipos, distinguiéndolas en cursiva.
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Ni pienses en decir que aquí me detendré,
que aquí he de fijar los límites de la transgresión,
ni tentar aún más la ira vengadora del cielo.
Si una culpa como ésta anida en el pecho,
los sagrados seres cuyo rumbo invisible
guía por el laberinto de la vida los pasos del hombre
huyen de las detestadas mansiones de la impiedad
y abandonan a quien tiene a su cuidado
a merced del horror y de la ruina.
Sin duda que esto es amor; con el que hasta la fecha he concebido el sueño de las doncellas desocupadas y los
poetas disipados.
Aunque ni cometas ni prodigios predijeran la ruina de Grecia, signos que el cielo por otro milagro debe hacernos
capaces de entender, bien podrían preverse mediante señales no menos ciertas, mediante los vicios que siempre
las propician.
DEMETRIO
Mil prodigios de espanto lo presagiaron:
un gobierno enclenque, leyes vulneradas,
el populacho dividido, de los nobles el lujo
y todas las enfermedades de los estados en declive.
Cuando la pública villanía, demasiado fuerte para el justo,
muestra su cara de osadía, heraldo de la ruina,
¿puede el buen Leoncio pedir maravillas
que interpreten los tramposos y los bobos respeten?
Cuando la tela descuidada cede
bajo el peso de los años, batida por la tormenta,
¿debe el cielo despachar mensajeros de luz
o despertar a los muertos, para avisarnos de su desplome?
MAHOMA (a IRENE). Te he puesto a prueba, y me alboroza comprobar que mereces el amor de Mahoma, por
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tener un espíritu grande como el suyo. No cabe duda, eres un error de la Naturaleza, una excepción entre todas
las de tu sexo, y eres inmortal; los sentimientos como los que profesas nunca se hunden al final en la nada. Pensé
que todos los pensamientos de la exposición habían sido elegir las gracias del día, disponer los colores de las
túnicas y la caída de las telas, afinar la voz, enfocar la vista, colocar la joya, elegir el atuendo, añadir nuevas
rosas a la mejilla palidecida, pero… centellean.
En la tragedia:
Escogeré aún otro pasaje, en razón de la doctrina que ilustra. Es Irene quien observa
que el Ser Supremo aceptará la virtud, sean cuales fueren las circunstancias externas de que se acompañe, y se ha
de deleitar con todas las variedades de la adoración, pero se responde: Esa variedad no puede afectar al Ser
Supremo, que, infinitamente feliz como es en su propia perfección, no requiere gratificación externa de ninguna
clase; tampoco puede la verdad infinita deleitarse con la falsedad; aun cuando pueda guiar a quienes deja en las
tinieblas, y compadecerse de ellos, abandona a quienes cierran los ojos para guarecerse de los ratos luminosos
del día.
AD URBANUM*
S. J.
Parece ser que Cave apalabró sus colaboraciones regulares en la revista, medio por el
cual seguramente encontró Johnson una manera tolerable de ganarse el sustento.
Desconozco en qué momento y de qué manera adquirió conocimiento competente del
francés y del italiano, pero su dominio de ambas lenguas era tal que gozaba de
cualificación suficiente para ser traductor. La parte de su trabajo consistente en
enmendar y mejorar los escritos de otros colaboradores, al igual que la dedicada a
allanar irregularidades, sólo podrán apreciarla quienes hayan tenido ocasión de
cotejar los originales con la versión retocada. Con toda seguridad sabemos que
trabajó de este modo en la información sobre los debates de ambas cámaras del
Parlamento bajo el epígrafe de «El senado de Liliput Magna», unas veces atribuyendo
nombres ficticios a los oradores implicados, otras dándoles apelativos formados sobre
una combinación distinta de las letras de sus verdaderos nombres, al modo de lo que
se llama anagrama, para que pudieran descifrarse con toda facilidad. El Parlamento
en aquel entonces mantenía a la prensa en una suerte de misteriosa intimidación, por
lo cual se hacía necesario recurrir a tales artificios. En nuestra época se ha logrado
una libertad sin cortapisas, tal que los habitantes de todas las regiones del reino gozan
de una información justa, abierta y exacta sobre la realidad de las reuniones de sus
representantes y legisladores, como en nuestra constitución se tiene en altísima
estima, aunque sin lugar a dudas últimamente han menudeado las razones para
quejarse de la alambicada petulancia con que opacos pendolistas se atreven a tratar a
hombres de carácter y posición sumamente respetables.
Este artículo sobre cuestiones parlamentarias, que tenía mucho peso en la
Gentleman’s Magazine, lo había cubierto durante muchos años el señor William
Guthrie, hombre que merece un lugar de respeto en los anales literarios de su país.
Descendía de una familia escocesa de rancio abolengo, pero por ser reducido su
patrimonio, amén de partidaria de la infortunada dinastía de los Estuardo, no pudo
JOHNSON
OLDHAM
JOHNSON
Los particulares que Oldham recopila para exponer tanto los horrores de Londres
como los de su época, por contraste con otros tiempos mejores, son distintos de los
que aduce Johnson, por lo común bien escogidos y mejor enunciados[51].
Hay en la imitación de Oldham muchos versos prosaicos, muchas rimas
defectuosas, y su poema arranca incluso con una pifia tan extraña como inadvertida:
Es evidente que no iba a abandonar a su amigo, sino que su amigo iba a abandonarlo
a él cuando marchara. Una joven señora lo corrigió una vez con gran sagacidad
crítica:
Demasiado preocupado por perder
a mi querido y viejo amigo…
Al señor Cave
Castle Street, miércoles por la mañana
[s. f., 1738]
Señor,
cuando me tomé la libertad de escribirle hace sólo unos cuantos días, no esperaba una tan pronta repetición del
mismo placer, pues siempre habré de tener por gran placer el conversar en persona o por escrito con un hombre
tan ingenioso y tan sincero; ahora bien, como obrase en mi poder el poema adjunto, del que en mi mano estaba el
disponer si fuese a beneficio del autor (de cuya destreza nada diré, ya que le envío muestra de su trabajo), creí que
de ninguna otra persona podría procurarme términos más ventajosos que de usted, no en vano tanto se ha
distinguido por su generoso fomento de la poesía, amén de que su criterio en el juicio de este arte, de acuerdo con
los halagos que ha hecho de mi bagatela[52], no me dan la menor ocasión de ponerlo en duda. Cuento con que de
cierto haya de observar este poema con otros ojos, y darle recompensa de muy distinta forma, por diferencia con
el librero mercenario, quien hace recuento de los versos que va a comprar y sólo tiene en cuenta el bulto a la hora
de pagarlos. Tampoco puedo pasar por alto que, dejando a un lado las esperanzas que pueda albergar en virtud de
su talento, el autor tiene otra instancia que someter a su consideración, pues en este momento subsiste como puede
a despecho de las muy desventajosas circunstancias que la fortuna ha puesto en su camino. Le ruego, por tanto,
que me haga el favor de contestarme por carta mañana mismo, de manera que pueda yo saber si puede usted
permitirse que bien se despida del poema, dejándolo en sus manos, o bien halle (cosa con que no cuento) otra
forma de darle salida, que sea más de su satisfacción.
Sólo me resta añadir que como soy muy consciente de haberlo puesto en limpio de manera muy tosca, tal
como luego de haberlo retocado me vi en la obligación de hacer, de buena gana me ocuparé de corregirlo si tiene a
bien mandarme las galeradas de imprenta, amén de tomarme el trabajo de alterar cualquier pincelada satírica que
pudiera desagradarle.
Al hacer gala esta vez de su habitual generosidad, no sólo estimula usted el saber y da alivio a la penuria, sino
que también, aunque en comparación con los otros éste sea un motivo menos importante, me obliga con suma
sensibilidad, señor, a ser su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al señor Cave
Lunes, Castle Street, n.º 6
Señor,
debo darle las gracias por el obsequio que tuvo la bondad de enviarme, y encarecerle que se permita informarme a
vuelta de correo y con carácter urgente si ha resuelto dar a la imprenta el poema. Si tuviera la amabilidad de
enviármelo por correo, junto con una nota para Dodsley, iría al punto a leerle los versos, con el fin de que pueda
en rigor dar conformidad a que su nombre aparezca en la página de créditos. En cuanto a la impresión, si pudieran
componerse los tipos de inmediato seré tan amigo del autor que no me contentaré con hacer meras solicitudes en
Al señor Cave
[s. f.]
Señor,
aguardé a que llevase el original a Dodsley: según recuerdo, el número total de versos que contiene excede,
aunque no en mucho, el de Eugenio[53], contando las citas que han de figurar a pie de página; parte de la belleza
de su factura, si es que alguna belleza posee, consiste en la adaptación de los sentimientos que expresa Juvenal a
personas y hechos de hoy en día. Con todas esas adiciones, el poema oportunamente abarcará cinco pliegos. Y
como no ha de aumentar el gasto, lo asumo con gran contento, como ya señalaba en mi carta anterior. Si aún no se
hubiera remitido a Dodsley, ruego me sea enviado con carácter urgente para que obre en mi poder a última hora de
la tarde. He compuesto un epigrama a la griega para Eliza[54], a quien creo que se debe rendir homenaje en tantas
lenguas distintas como a Luis el Grande. Le ruego me mande aviso de cuándo tiene previsto comenzar con el
poema, pues el camino es largo de recorrer a pie. Le daría a leer de buena gana mi epigrama, pero no me queda
luz diurna con que transcribirlo. Soy, señor, su humilde, etc.
SAM. JOHNSON
Al señor Cave
[s. f.]
Señor,
quedo sumamente agradecido por su amable carta, y no dejaré de cumplir su petición, enviándole mañana sin falta
Irene, que ya le mira como a uno de sus mejores amigos.
Hoy estuve con el señor Dodsley, quien se declara absolutamente a favor del papel que le hizo usted llegar, y
en el cual desea tomar parte, pues se trata, según dice, de algo en lo que vale la pena implicarse. No supe qué
respuesta darle mientras no consultara con usted, ni qué demandar por parte del autor, pero estoy muy deseoso, si
le place, de que tome parte en la empresa, ya que así sin duda alguna será más diligente en difundirla y
promocionarla. Si mañana mismo pudiera indicarme qué debo decirle, zanjaré la cuestión y llevaré en persona el
poema a la imprenta, con la que, ahora que la ciudad quedará desierta, nunca será demasiada la prisa que nos
demos. Soy, señor, su humilde etc.
SAM. JOHNSON
Para quienes conocemos desde antaño la fuerza viril, el espíritu arrojado, la magistral
versificación de este poema, es motivo de curiosidad observar la falta de seguridad e
incluso el retraimiento con que el autor lo puso al alcance del público, al tiempo que
obra con tal cautela que ni siquiera garantiza que sea obra suya; es de ver con qué
humildad se ofrece a tomarse «el trabajo de alterar cualquier pincelada satírica que
pudiera desagradarle». Desconocemos si se introdujeron o no tales alteraciones. De
Y sin embargo hemos visto que el valioso, modesto e ingenioso Robert Dodsley tuvo
el gusto suficiente para percibir su poco corriente mérito, y entendió que era digno de
toda credibilidad implicarse en la empresa. Lo cierto es que en una conversación
posterior hizo una oferta para quedarse con toda la propiedad de la obra, por la cual
pagó a Johnson diez guineas;[c28] éste me dijo: «Quizá me habría conformado con
menos, de no ser porque Paul Whitehead poco antes había obtenido diez guineas por
un poema, y no iba yo a ser menos que Paul Whitehead».
En este punto debo comentar que me pareció que Johnson subestimaba a Paul
Whitehead en todas las ocasiones en que se hablaba de él, y que, en mi opinión, no le
hacía justicia; ahora bien, si se tiene en cuenta que Paul Whitehead era miembro de
un club levantisco y profano, tal vez se expliquen los prejuicios que pudiera esgrimir
Johnson en su contra. De hecho, Paul Whitehead tuvo la desgracia de ganarse no sólo
el desdén de Johnson, sino los violentos ataques de Churchill, quien lanzó la siguiente
imprecación:
¿Puede mayor desgracia caer sobre el género humano
que nacer siendo un Whitehead y Paul ser bautizado?
A pesar de todo lo cual nunca me he dejado persuadir para pensar mal del autor de
una sátira tan brillante y aguda como Costumbres.
Londres, de Johnson, se publicó en mayo de 1738[55], y es digno de nota que
saliera de la imprenta la misma mañana en que se publicó 1738, la sátira dialogada de
Pope, de modo que Inglaterra tuvo a la par a su Juvenal y a su Horacio como
mentores en materia de poesía. El reverendo doctor Douglas, en la actualidad Obispo
de Salisbury, con el cual estoy en deuda por algunos amables comunicados, era por
entonces estudiante en Oxford, y recuerda muy bien el efecto que tuvo Londres. Todo
el mundo estaba embelesado; como no llevaba nombre de autor ninguno, el primer
rumor que corrió por los cenáculos literarios fue: «He aquí un poeta desconocido más
Fácil es imaginar con qué sentimiento de desgarro debió de pronunciar este último
verso del poema, que enfatiza con versalitas, un intelecto tan grande como el suyo,
agarrotado y amargado por la estrechez de sus circunstancias. La totalidad del poema
es de una notable excelencia, y contiene tales muestras de conocimiento del mundo, y
tal madurez en su familiaridad con la vida misma, que no es posible contemplarlas sin
maravillarse, si se tiene en cuenta que contaba sólo veintinueve años y apenas había
frecuentado «las bulliciosas guaridas de los hombres».[c31]
Con todo, si bien admiramos la excelencia poética de la obra, la sinceridad nos
obliga a reconocer que la llama del patriotismo y el celo de la resistencia popular con
que está forjado no tenían una causa justa. En realidad, no existía «opresión»; la
«nación» no era víctima de «trampas» ni «engaños». Sir Robert Walpole fue un
ministro sabio y benévolo, que pensaba que la felicidad y la prosperidad de un país de
vocación comercial como el nuestro hallan su mejor vehículo de promoción en la paz,
que mantuvo en consonancia y con credibilidad durante un largo periodo. El propio
Johnson reconoció más adelante con toda honradez los méritos de Walpole, a quien
llamó «una estrella fija en el firmamento», mientras caracterizaba a Pitt, su adversario
político, como «un meteoro». Ahora bien, el poema juvenil de Johnson se hallaba
impregnado como es natural por el fuego de la oposición, y a juzgar por las diversas
opiniones suscitadas fue motivo de admiración universal.
Si bien ensalzado de este modo, y aun elevado a la fama, siendo consciente de su
capacidad poco común, no era dueño de una confianza efervescente, aunque quizá
más bien deba decir que carecía de esa animada y apremiante ambición que cabría
suponer le hubiera dado alas para esforzarse por prosperar en la vida. No obstante,
era tan inflexible la dignidad de su carácter que no podría nunca rebajarse a cortejar a
los potentados, yugo sin pasar por el cual nadie se ha abierto camino hacia una
posición elevada. No podía contar con que escribiera muchas obras como su Londres,
y ya le acuciaban las penurias de escribir para ganarse el pan; estaba por tanto
dispuesto a retomar su antiguo oficio de maestro de escuela, a fin de contar con una
fuente de ingresos segura de por vida, bien que fuese modesta; y en efecto se le
ofreció la rectoría de una escuela[58], con la condición de que antes obtuviera el título
Trentham,
1 de agosto de 1739
Señor,
el señor Samuel Johnson (autor de Londres, una sátira, y de otras piezas de poesía) es nativo de este país y goza de
gran respeto entre algunos dignos caballeros de los alrededores, que son miembros del consejo de administración
de una escuela de caridad cuya rectoría se encuentra a día de hoy vacante; el salario en cuestión es de sesenta
libras al año, del cual están deseosos de hacerle titular, aunque por desgracia no sea él capaz de beneficiarse de la
bolsa por dichos caballeros dotada, cosa que a él lo haría feliz de por vida, por la sencilla razón de no estar en
posesión del título de licenciado, condición que según los estatutos de la escuela ha de poseer su rector.
Me hacen estos caballeros el honor de pensar que tengo predicamento suficiente en usted, a fin de pedirle que
escriba al deán Swift para persuadir a la Universidad de Dublín de que me haga llegar un diploma por el cual se
titule a este pobre hombre licenciado por su universidad. Ensalzan a riesgo de caer en descomedimiento la
sabiduría y la probidad del candidato, y no se dejan convencer de que encuentre la menor dificultad para conferir
semejante favor a un desconocido, si es el Deán quien lo recomienda. Aseguran que no le amedrenta someterse al
examen más riguroso aun cuando sea tan largo el viaje, y que se aventurará a emprenderlo si el Deán lo estima
oportuno, prefiriendo morir en el camino antes que morir de hambre traduciendo para los libreros, que tal ha sido
su medio de subsistencia desde hace ya algún tiempo.
Mucho me temo que mayores contratiempos surjan en todo este asunto, más de los que adivinan estos amables
caballeros, máxime si se tiene en cuenta que no pueden posponer su decisión más allá del día 11 del mes entrante.
Si ve usted el asunto a la misma luz en que a mí se me presenta, espero que dé ésta a las llamas y me disculpe por
causarle tanto quebradero de cabeza en torno a una cuestión inviable; ahora bien, si le pareciera que existe alguna
posibilidad de obtener el favor solicitado, no tengo duda de que su humanidad y propensión a aliviar de sus
agobios a quien lo merece le incline a prestar servicio al pobre hombre, sin que nada añada yo a las
complicaciones que ya le he ocasionado, más que asegurarle que soy, con gran verdad, señor, su fiel y humilde
servidor,
GOWER
Tal vez no fuese pequeña la decepción de Johnson al ver que esta respetable solicitud
no surtiera el efecto apetecido; ahora bien, cuánta razón ha habido, tanto para él como
para la nación toda, de regocijarse por el hecho de que no prosperase, ya que de ese
modo es probable que hubiera agostado en una situación anodina todas las horas en
que más adelante escribió sus obras incomparables.
Más o menos en aquel entonces hizo un último esfuerzo por emanciparse de la
precariedad con que vive el escritor de profesión. Solicitó al doctor Adams que
consultara con el doctor Smalbroke, de la Cámara de los Comunes, si obtendría
Al señor Cave
Miércoles
Señor,
no me tomé la molestia de retener a su recadero mientras escribía respuesta a su carta, en la que parece dar a
entender que yo prometí más de lo que estoy dispuesto a dar. Si he dado pie a que elevara sus expectativas al decir
o hacer algo que a mi memoria escapa, mucho lo lamento y le pido disculpas; si tuviera a bien recordármelo, le
agradecería el favor. Si introduje menos alteraciones de lo habitual en los debates parlamentarios, fue sólo porque
me parecieron y aún me parecen menos necesitados de retoques. Los versos en loor de lady Firebrace[60] los
tendrá cuando le plazca, pues bien sabe usted que semejante asunto no merece muchas cavilaciones, ni menos aún
las requiere.
Los cuentos chinos[61] pueden estar listos para la imprenta en cuanto desee enviar a recogerlos, pues no
guardo memoria de que hubiera indicado introducir ninguna alteración.
Muy deseoso estoy de escribirle respuesta a otra pregunta, que de grado le hubiera consultado anoche de haber
tenido tiempo, pues ésa me parece la manera más apropiada de acicatear una correspondencia tal que pueda
representar una ventaja sobre el papel, no una pesada carga.
Por lo que atañe a los versos del premio, no oculto mi reticencia en cuanto a precisar el mérito que posean.
Aún puede, si le parece oportuno, conocer cuál es mi opinión; ahora bien, con escaso ímpetu entraré en un asunto
que muy difícilmente pueda concluir a plena satisfacción de las partes implicadas[62].
En cuanto al padre Paolo, aún no he hecho justicia a mi propuesta, pues me han salido al paso impedimentos
que espero ya hayan tocado a su fin; si en lo sucesivo hallara que mis progresos no son tales como tiene usted todo
el derecho a esperar, fácilmente estaría en su mano el acicatear a un traductor remolón.
Si alguna de estas cuestiones, o todas ellas, algo tuvieran que ver con su descontento, le encarezco que las
deseche a la vez que le expreso mi deseo de que exponga cuál es la cuestión de la que desea respuesta. Soy, señor,
su humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al señor Cave
[s. f.]
Señor,
soy de su misma opinión en el sentido de que el Comentario no puede seguir adelante si nada indica que pueda
tener algún éxito, pues como los nombres de los autores concernidos pesan más en su desempeño que el mérito
que intrínsecamente puedan tener, el público pronto se dará por satisfecho. Y creo que el Examen habría que
sacarlo adelante de la manera más expeditiva. Así pues: «A día de hoy, etc., Examen del ensayo del señor Pope,
etc., que contiene una sucinta indagación en torno a la filosofía de Leibnitz sobre el sistema de los fatalistas, con
una refutación de sus opiniones y una ilustración acerca de la doctrina del libre albedrío» (con lo que por
añadidura le parezca oportuno).
Sobre todo, será de primerísima necesidad dar cuenta de que se trata de algo diferente del comentario.
Tan lejos estaba de suponer que se hallaban mano sobre mano[63] que antes bien di por hecho que tenían
trabajo de sobra, y por eso no me había agobiado por aprovisionarlos de más. Ahora bien, si alguna vez se quedan
mano sobre mano por mi culpa, sin duda debe cargarse en mi debe, y siempre que sea razonable no me opondré a
pagar lo que me corresponda, no obstante lo cual le ruego que suspenda ese dictamen hasta mañana por la
mañana, para cuando le encarezco que me haga llegar una docena de propuestas, y entonces tendrá texto para dar,
tomar, vender y regalar. Soy, señor, suyo, e impransus,
SAM. JOHNSON
Versionem tuam Examinis Crousazianijam perlegi. Summum styli et elegantiam, et in re difficillima proprietatem,
admiratus.
Al señor Cave
[s. f.]
Estimado señor,
tal vez recuerde que anteriormente he hablado con usted de un diccionario militar. El mayor de los Mcbean, que
estuvo con el señor Chambers, dispone de muy buenos materiales para acometer la redacción de tal obra, que de
hecho he podido hojear, y lo haría a muy bajo precio. Creo que abarcaría una terminología amplia en materia
bélica y naval, provista de muy buenas explicaciones, en un volumen en octavo, en pica, tarea que está dispuesto a
realizar por doce chelines el pliego, que se podrían redondear en una guinea en caso de una segunda impresión. Si
quiere pensarlo, aguardaré con él su decisión. Soy, señor, su humilde servidor,
SAM. JOHNSON
No debo pasar por alto que este Mcbean era natural de Escocia.
En la Gentleman’s Magazine de este año Johnson publicó una «Vida del padre
Paolo»* y escribió el prefacio del volumen,† que, si bien antepuesto cuando se
publicó encuadernada, siempre figura con el apéndice, y es por tanto la última
composición del libro. La destreza, la facilidad de adaptación que tenía para redactar
En 1739, amén de la ayuda que prestó en los debates parlamentarios, sus escritos
publicados en la Gentleman’s Magazine fueron los siguientes: «La vida de
Boerhaave»,* en la que cabe observar que descubre el gusto por la Química, materia
a la que seguiría siendo de por vida aficionado; «Una apelación al público en nombre
del director de la publicación»;† «Una interpelación al lector»;† «Un epigrama a
Eliza, tanto en latín como en griego»,* y versos en inglés también a ella dedicados;*
por último, «Un epigrama en griego al doctor Birch».* Se ha supuesto erróneamente
que un ensayo publicado en la revista en ese mismo año, con el título de «La
apoteosis de Milton», era obra de Johnson; debido a tal suposición, se ha insertado de
manera impropia en la edición que de sus obras hicieron los libreros después de su
muerte. De no haber testimonio irrebatible en cuanto a esto, el estilo de la
composición, así como el hecho de que no aparezca el nombre de Shakespeare en un
ensayo que presuntamente pasa revista a los principales poetas en lengua inglesa,
bastarían para precisar que no es obra de Johnson. Ahora bien, no es menester
recurrir a las pruebas internas, ya que milord el Obispo de Salisbury (el doctor
Douglas) me ha certificado que se trata de una obra de Guthrie. Sus publicaciones
aparecidas aparte fueron: «Una completa vindicación de los licenciatarios de la
escena, en defensa de las maliciosas y escandalosas difamaciones vertidas por el
señor Brooke, autor de Gustavus Vasa»* que es una irónica diatriba contra ellos por
Alguien habló a Johnson de esta nota, y sir Joshua Reynolds le dio cuenta de la
alabanza que contenía, si bien tuvo la elemental delicadeza de abstenerse de mostrarle
el billete. Cuando sir Joshua comentó a Johnson que parecía sumamente deseoso de
ver el billete de Pope, él respondió: «¿Y quién no estaría orgulloso de que un hombre
de la talla de Pope se muestre tan solícito al interesarse por él?».
La enfermedad a que alude Pope también a mí me pareció, ya lo he señalado en
otra parte[66], de tipo convulsivo y de la misma naturaleza que ese destemple que
llaman baile de San Vito, opinión que me confirma plenamente la descripción que de
la enfermedad aporta Sydenham: «Este trastorno es un tipo de convulsión. Se
manifiesta en la detención o la falta de firmeza de las piernas, que el paciente arrastra
tras de sí como un cretino. Si la mano del mismo costado se sujeta contra el pecho, o
cualquier otra parte del cuerpo, no podrá mantenerla ni un instante en la misma
postura, pues la convulsión se la llevará con violencia a cualquier otra, a pesar de que
se esfuerce a fondo por conseguir lo contrario». Sir Joshua Reynolds, en cambio, era
de otra opinión, y me hizo el favor de facilitarme el siguiente escrito:
Los movimientos o tics del doctor Johnson se llaman convulsiones,[c33] sí, pero de un modo impropio. Cuando
se le pedía, era capaz de permanecer sentado, inmóvil, igual que cualquier otro hombre. Soy de la opinión de que
esto era debido a un hábito en que se había complacido, o que no se había esforzado por domeñar, y que consistía
en acompañar sus pensamientos de ciertos gestos indecorosos, y estos gestos siempre me pareció que tenían por
finalidad reprobar en parte su comportamiento en el pasado. Cuando no estaba ocupado en conversar, ese tipo de
pensamientos se precipitaba en su ánimo; por este motivo, prefería estar acompañado, prefería cualquier
ocupación antes que estar solo. El gran cometido de su vida, decía él, no era otro que escapar de sí mismo; ésta era
la disposición que consideraba la enfermedad de su espíritu, de la que no le curaba sino la compañía.
Tal vez valga la pena referir un ejemplo de esa ausencia y particularidad, por ser tan característica del hombre.
Cuando hicimos juntos un viaje por el oeste, visitamos al difunto señor Banks en el condado de Dorset; como la
conversación tratara sobre unos cuadros que Johnson no alcanzaba a ver demasiado bien, se retiró a un ángulo del
salón, donde tomó asiento y estiró la pierna derecha cuan larga la tenía, sobre la cual montó luego la izquierda y
aún estiró más la derecha. Al percatarse el anciano caballero de su postura, se le acercó y con mucho tacto le
Ya que en este asunto estamos, es posible que a mis lectores no les desagrade conocer
otra anécdota que me comunicó la misma fuente acerca de su relación con el señor
Hogarth.
Johnson era asiduo visitante de la casa de Richardson, el autor de Clarissa y de
otras novelas de gran renombre. El señor Hogarth acudió un día a visitar a
Richardson, poco después de llevarse a cabo la ejecución del doctor Cameron,
condenado por haberse alzado en armas en defensa de la dinastía de los Estuardo en
1745-1746; como se trataba de una acalorado partidario de Jorge II, le comentó a
Richardson que a buen seguro tenían que haber concurrido algunas circunstancias
muy desfavorables en este caso en particular, que habían inducido al Rey a decretar la
ejecución por actos de rebeldía mucho después de la comisión de los mismos, pues
aquello tenía todas las trazas de una condena a muerte dictada a sangre fría[67],
sumamente impropia de la habitual clemencia de Su Majestad. Mientras hablaba,
reparó en la presencia de una persona de pie ante una ventana, que sacudía la cabeza
y se contorsionaba de un modo tan extraño como ridículo. Concluyó que debía de
tratarse de un cretino, a quien sus familiares habían puesto al cuidado de Richardson,
un hombre de muy buen natural. Sin embargo, comprobó con estupor que dicha
persona echaba a caminar hacia donde se hallaba sentado Richardson, y que de
inmediato se sumaba a la conversación para estallar en invectivas contra Jorge II, al
cual motejó de bárbaro y recalcitrante cada vez que tuvo ocasión, reseñando
numerosos ejemplos de su talante, en especial uno en que un oficial de alto rango fue
absuelto en un consejo de guerra y el propio Jorge II tachó con su pluma el nombre
de la lista. En resumidas cuentas, hizo tal despliegue de elocuencia que Hogarth lo
miró asombrado, llegando a imaginar que el cretino había tenido un fugaz arranque
de inspiración. Ni Hogarth ni Johnson fueron debidamente presentados en este
encuentro.
Johnson negó con un gesto vigoroso ante versos fúnebres tan manidos y llenos de
lugares comunes, y dijo así a Garrick: «Me parece, Davy, que lo puedo hacer algo
mejor». Revolviendo el té un rato, sumido en honda meditación, poco menos que ex
tempore produjo estos versos:
Philips, cuyo armónico sabía anular las amarguras,
los aguijonazos de la culpa, del amor las desventuras,
aquí descansa, sin que más lo inquiete la pobreza.
Encuentra aquí el sosiego que con tanta entereza
procuraste; duerme en paz, en esta hornacina apacible,
y así te llamen los ángeles con notas cual las tuyas bonancibles.
Y el 15 de julio de 1737
Ya que recuerda los debates con tal exactitud que percibe falta de fidelidad en los discursos ya impresos, le pido el
favor de que lea con detenimiento los que adjunto y, del mejor modo que su memoria sea capaz, corrija los pasajes
que no se ajusten a la realidad, o añada lo que pudiera haberse omitido. Mucho me alegraría contar con algo del
discurso que pronunció el Duque de N———, pues me sería de gran provecho.
Un caballero desea añadir algo al discurso de lord Bathurst.
Y el 3 de julio de 1744:
Verá qué estúpidas, viles, abominables manifestaciones se ponen[68] en boca de su muy noble y muy culto
amigo[69], tales que no dudaría yo en rechazar de plano, al tiempo de esforzarme por hacer algo mejor, algo que
hiciera justicia a su carácter. Pero como no puedo contar con que se cumplan mis deseos en tal sentido, me sería
de gran satisfacción, así como sería un gran honor en nuestro trabajo, contar con el discurso genuino. Éste es un
método que a varios ha parecido oportuno recurrir, tal como podría mostrarle, pero me temo que estoy sujeto a
Creo que no hay motivos para poner en duda la veracidad de Cave. Es sin embargo
digno de notar que ninguna de estas cartas sea de los años en que solamente Johnson
corrigió los debates, y que una sea precisamente del año en que dio por terminado tal
cometido. Johnson me dijo que tan pronto descubrió que se tomaban por auténticos
los discursos, decidió no escribir ni uno más, ya que no quiso «contribuir a la
propagación de una falsedad». Y tan sensible era su conciencia que poco antes de
morir manifestó su pesar por haber sido el autor de ficciones que habían pasado por
fiel reflejo de la realidad.
No obstante, se mostró de acuerdo conmigo en que los debates que había
elaborado serían valorados como alocuciones sobre asuntos de pública importancia.
En consonancia con ello se han recogido en varios volúmenes, se han dispuesto como
es debido y se han recomendado expresamente a los oradores parlamentarios
mediante un prefacio debido a una mano en modo alguno inferior[71]. Debo sin
embargo señalar que, si bien todos esos debates contienen un maravilloso caudal de
información política, así como muestras de una muy poderosa elocuencia, no puedo
estar de acuerdo en que exhiban todos ellos el particular estilo de cada uno de los
oradores, como en cambio parece pensar sir John Hawkins. Claro que no sé bien qué
opinión se puede formar uno sobre el criterio y el gusto en cuanto al modo de hablar
en público de alguien que presume de resumir los rasgos más característicos de dos
célebres oradores hablando del «profundo rencor de Pulteney y de la desgañitada
pertinacia de Pitt[72]».
Descubro a lo largo de este año que su tragedia Irene llevaba ya largo tiempo lista
para su estreno, y que debido a sus estrecheces estaba deseoso de sacarle tanto
rendimiento como pudiera, a ser posible sin tardanza, pues existe la siguiente carta
del señor Cave al señor Birch, en el mismo volumen de manuscritos que se conserva
en el Museo Británico del que copié las citadas antes. Me llamó la atención sobre su
existencia, con gran amabilidad, sir William Musgrave, uno de los conservadores de
tan noble archivo.
9 de septiembre de 1741
He puesto la obra del señor Johnson en manos del señor Gray, el librero, con el fin de vendérsela en caso de que
esté dispuesto a comprarla, aunque dudo que lo haga. Dispondría así del original publicado, ¿y qué ventaja habría
entonces en estrenarla? ¿Estaría su sociedad[73], o algún caballero, o alguna corporación de que tenga usted
conocimiento, dispuesta a quedarse con semejante ganga? Tanto a él como a mí se nos da francamente mal el trato
con la gente de teatro. Fleetwood iba a estrenarla durante la temporada anterior, pero el retraimiento de Johnson o
su ———[74] lo impidieron.
Ya he señalado antes que Irene no gozó de conocimiento público hasta que Garrick
al decir del señor Oldys en uno de sus manuscritos, no era mayor que el coste total de
la encuadernación de los volúmenes; sin embargo, tal como me aseguró Johnson, fue
tal la lentitud con que se procedió a la venta que no se ganó gran cosa con ella. En
círculos restringidos y en tono confidencial, se ha contado que un buen día Johnson
dio por tierra con Osborne en su establecimiento, atizándole con un grueso volumen
en folio y poniéndole después la planta del pie en el cuello. La verdad lisa y llana la
supe del propio Johnson. «Señor, estuvo impertinente conmigo y le sacudí con un
tomo, pero no fue en su librería; fue en mis propios aposentos».
Un observador muy diligente podría quizá hallar rastros de él allí donde no
supondríamos que pudiera encontrársele con facilidad. No me cabe duda de que
escribió el sucinto compendio titulado «Historia extranjera» que se publicó en la
Gentleman’s Magazine de diciembre. Para demostrarlo, cito la introducción:
«Hallándonos en esa estación del año en que se dice que decreta la Naturaleza un
cese de las hostilidades, y que parece ideada, al poner coto a toda muestra de
Al señor Cave
[s. f.]
Señor,
creo que voy a escribirle una larga carta, y por este motivo he tomado una hoja de papel entera. Lo primero que
debo comentarle es nuestro proyecto histórico.
Habló usted de la propuesta de imprimir por números como si se tratase de una modificación del plan inicial,
pero tengo la impresión de que no captó del todo bien lo que yo quise decirle, pues no tenía yo pensada otra cosa
que el que usted imprimiera quizá demasiados pliegos de cinco, en vez de los ajustados de treinta y cinco.
Con respecto a lo que haya yo de decir sobre la mejor manera de proceder, habría supuesto que era cuestión de
todo punto indiferente para mis intereses, y que sólo vierto mi opinión, que no es resolutiva. Emptoris sit eligiere.
[c35]
Entiendo que la inserción al margen de las fechas exactas de los acontecimientos más importantes, o al menos
de tantos acontecimientos como permitan al lector desentrañar el orden de los hechos con exactitud suficiente, es
el medio idóneo a caballo entre el diario, que sólo guarda fidelidad a la cronología, y una historia, que distribuye
los hechos que abarca según la dependencia que mantengan unos con otros, y que pospone o anticipa elementos
según convenga a la narración. Creo que la obra debiera comulgar con el espíritu de la Historia, que es contrario a
la exactitud minuciosa, y con la regularidad del diario, que es inherentemente incongruente con el espíritu mismo.
Por esta razón, no admito numeración o datación, así como tampoco las rechazo.
Con respecto a la colocación de la mayor parte de las resoluciones, etc., en los márgenes, soy de su misma
opinión, y creo que daremos la relación más completa de las reuniones parlamentarias que se pueda humanamente
precisar. Los documentos escuetos, sin un tratado histórico que los entreteja, requerirán de otro libro de referencia
para que se entiendan. Dataré los hechos que se sucedan con cierta exactitud, pero creo que al margen. El sábado
me indicó usted que había percibido algún dinero por este trabajo, y he visto que queda consignado: trece libras,
dos chelines y seis peniques, contando la media guinea del pasado sábado. Como me insinuó que tenía muchos
pagos pendientes que afrontar, no le presionaré demasiado, y por tanto me limito a desear que me envíe, a vuelta
de correo, dos guineas por un pliego de texto; el resto me lo podrá pagar cuando le resulte más conveniente, pero
incluso mediante este pago por pliego creo que le saldré durante un tiempo bastante caro.
Respecto a la Vida de Savage, estoy dispuesto a acometerla; para componer en cuerpo gran primer y notas en
pica, calculo enviarle medio pliego al día, aunque el dinero en pago de ello quedará en sus manos hasta que esté
concluida. Con los debates parlamentarios tengo trabajo remunerado más que suficiente. Ay, si al menos
dispusiera de buenas plumas…
Respecto a la Vida de Savage, ¿qué otros materiales tiene? De buena gana querría ver su juicio, etc., y saber si
los documentos de su defensa se hallan en Bristol, así como quisiera tener su colección de poemas, pensando en el
prefacio. El Plain Dealer[c36] y todas las demás revistas que tengan algo suyo me vendrían muy bien.
Creí que iba a ser ésta una carta larga, pero la doy por terminada. Soy, señor, suyo, etc.
El recadero que envió me encontró escribiendo ésta casi a oscuras, cuando ya no me resultaba nada fácil leer la
suya.
He leído el italiano. No hay una a derechas.
No tenía ninguna idea de cara a la dedicatoria. Confío en que no vaya a pensar que la he retenido para forzar
un precio más alto. Hasta hoy mismo no se me había ocurrido nada. Si pudiera añadir una guinea más por la
historia, me pondría con ello de mil amores esta misma noche; si no, no lo tendré por una afrenta. Ya casi estoy
bien de nuevo.
Al señor Cave
Señor,
no me puso en conocimiento de lo que hayan decidido sobre la «Carta del soldado[76]», y tengo la confianza de
que no se llegará a imprimir. No creo que se sostenga por sí sola, ni tampoco en otra publicación, si no es en la
Mag. Extraordinary. Si desea contar con ella, espero que no crea que la tengo en gran estima; me alegrará que lo
que pague, sea lo que sea, lo pague enseguida.
No tiene por qué preocuparle que falte texto para imprimir, pues tengo ya los juicios de estado y extractaré lo
correspondiente a Layer, Atterbury y Macclesfield, para llevárselos de aquí en dos semanas, tras lo cual trataré de
hacerme con el informe de los Mares del Sur.
Johnson dispuso así de una muy buena oportunidad para mostrar su bondad a su
compañero de estudios, el señor James, del cual en cierta ocasión ya dijo que «no hay
otro que invierta más ahínco ni más inteligencia en su profesión». James publicó este
año su Diccionario médico en tres volúmenes en folio. Tal como entendí de él,
Johnson había escrito o le había ayudado a escribir las propuestas de esta obra;
siempre aficionado a los estudios de medicina, en los que James fue su maestro,
aportó algunas de las entradas. No cabe duda de que es suya la dedicatoria al doctor
Mead,† concebida con gran deferencia y veracidad, con el fin de garantizarse el
patrocinio de ese hombre tan eminente[78].
Circula la especie, desconozco con qué grado de autenticidad, de que Johnson
consideraba al doctor Birch un escritor plúmbeo, tedioso, y de que de él dijo que
«Tom Birch es vivaz cual abeja en la conversación, pero tan pronto empuña la pluma
es como si hubiera recibido la descarga de un pez torpedo, pues se le embotan todas
las facultades que posee». De justicia es reconocer que la literatura de este país ha
contraído una deuda importante con las actividades y la diligencia de Birch. Hemos
visto antes que Johnson le honró con un epigrama en griego, y su correspondencia
con él, sostenida durante muchos años, demuestra que no le tenía en mala opinión.
Al doctor Birch
Jueves, 29 de septiembre de 1743
Señor,
espero me sepa excusar por importunarle en una ocasión en que no sé a quién más recurrir. Me encuentro sin saber
por dónde ir en las vidas y los retratos del Conde de Stanhope, los dos Cragg y el ministro Sunderland; por eso le
ruego me informe dónde puedo procurarme información, y que haga llegar cualquier panfleto, etc., relacionado
con ellos al señor Cave, a fin de que por espacio de unos cuantos días los pueda examinar despacio, señor, su más
humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Las circunstancias en que se encontraba por entonces eran muy embarazosas, aunque
tan cálido, tan generoso era el afecto que profesaba a su madre, que se subrogó a una
deuda contraída por ella, no muy cuantiosa, aunque para él fuese considerable. Ello
se deduce de la siguiente carta que escribió al señor Levett, de Lichfield, cuyo
original tengo ahora delante[79].
Señor Urban,
como quiera que sus colecciones ponen de relieve con qué asiduidad ha tomado en préstamo los ornamentos de
sus páginas de poesía de la correspondencia del infortunado e ingenioso señor Savage, no tengo duda alguna de
que tan gran respeto guarda por su memoria como para dar ánimo y fomentar de hecho cualquier proyecto que
tenga por objetivo preservarlo de los insultos y las calumnias, a la luz de lo cual, con cierto grado de convicción,
le ruego encarecidamente que informe al público lector de que prontamente dará a la imprenta su biografía una
persona que gozó de su entera confianza y que de sus propios labios recibió el relato de la mayoría de las
negociaciones y peripecias que se propone consignar, hasta la época en que se retiró a Swansea, País de Gales.
Desde entonces y hasta su muerte en la prisión de Bristol, continuará el relato a partir de fuentes aún menos
sujetas a ninguna clase de reparo, a saber, sus propias cartas y las de sus amigos, algunas de las cuales serán
insertas en la obra, y resúmenes de otras añadidos al margen.
Cabe pues razonablemente imaginar que otros tengan el mismo propósito, aunque como no es creíble que
puedan obtener los mismos materiales, es de suponer que se abastezcan de invenciones para remediar la falta de
información, y que con el título de la Vida de Savage publiquen poco más que mera novelería, repleta de
románticas aventuras y amoríos imaginarios. Por todo ello, quizá acceda a gratificar a los amantes de la verdad y
del ingenio dándome permiso para hacerles saber por medio de su publicación que mi relato lo publicará en
octavo el señor Roberts, de Warwick Lane.
[sin firma]
De esta aduladora distinción que le mostró Warburton, Johnson siempre tuvo un muy
grato recuerdo. «Me elogió —dijo— en una época en la que los elogios tenían para
mí un gran valor».
Ahora bien, como quiera que en edad muy avanzada era dado a condescender no
poco en rimas ñoñas para complacer a la señora Thrale y a su hija, es posible que en
sus años todavía jóvenes compusiera una pieza como ésta.
Es notable que en su primera edición fuera el verso que cierra «Paseo de
invierno» mucho más johnsoniano que tal como se imprimió con posterioridad, pues
tras rogar a Stella que «lo hurte en sus brazos» dice «y escúdame de los males de la
vida», mientras que en la primera edición decía: «y ahórrame la visión de la vida».
Ese horror ante la vida en general resulta más acorde con el habitualmente
lúgubre pensamiento de Johnson.
Le he oído repetir con mucho brío los versos siguientes, que aparecieron en la
Gentleman’s Magazine correspondiente a abril de este año, aunque carezco de
autoridad para afirmar que sean suyos. Uno de los más grandes críticos de nuestro
tiempo[c44] me sugiere que «el empleo de “indiferencia” en el sentido de “sin
preocupación” es de corte muy poco poético», lo cual hace improbable que fuera
suya la composición.
En este año, su viejo discípulo y buen amigo, David Garrick, se hizo empresario y
director del Teatro de Drury Lane, con lo que Johnson honró la inauguración con un
prólogo* que no tiene parangón por su acertada y viril crítica de todo el ámbito del
teatro inglés, tal como no encuentra rival por su excelente alocución poética. Al igual
que el celebrado epílogo a La madre afligida[c46] fue a lo largo de toda la temporada
reclamado con frecuencia por el público. Tan a menudo se han repetido los pasajes
más asombrosos y brillantes, tan bien los recuerdan todos los amantes del teatro y la
Con arreglo a cuestiones como la pureza o la propiedad —dice—, tuve en su día ciertas dudas sobre si no sería
excederme en mis atribuciones el tratar de precisarlas, sobre si la provincia de mis cavilaciones había de ampliarse
más allá de la cuestión propuesta y sobre el despliegue de sufragios a uno y otro lado; ahora bien, desde entonces
he determinado, de acuerdo con la opinión de Vuestra Señoría, interponer mi propio criterio, y me desviviré por
tanto en respaldar cuanto me parezca más acorde con la Gramática y la razón. Ausonio creía que la modestia le
impedía alegar su incapacidad para una tarea a la altura de la cual lo había considerado César: «¿Cur me posse
negem posse quod ille putat?»[c51].
Y tengo la firme esperanza, milord, de que toda vez que vos, siendo vuestra autoridad en materia lingüística
generalmente reconocida por todos, me habéis encomendado que proclame mi propia opinión, seré considerado
alguien que ejerce una suerte de jurisdicción vicaria, y que el poder que bien pudiera habérseme negado me será
otorgado con presteza en calidad de mero delegado de Vuestra Señoría.
Este pasaje demuestra que la dedicatoria que hizo Johnson de su Plan del Diccionario
a lord Chesterfield no fue mera consecuencia del informe, recibido gracias a Dodsley,
de que el Conde viera con buenos ojos el proyecto, sino que hubo asimismo una
comunicación privada con Su Señoría en lo tocante al mismo. El doctor Taylor me
dijo que Johnson le envió su Plan en manuscrito para que lo revisara, y que cuando lo
tenía sobre la mesa le hizo una visita William Whitehead, el cual, al mostrárselo, se
dio por complacido en grado sumo con los trozos que pudo leer, y le pidió permiso
para llevárselo a su casa, permiso que le fue concedido; de él pasó a manos de un
noble lord, quien se lo llevó a lord Chesterfield. Como Taylor comentara que eso
podía constituir una ventaja, Johnson respondió: «No, señor; si no lo hubiera ojeado
nadie habría brotado con más pujanza».
La opinión que le mereció a otro noble escritor se halla en el siguiente extracto de
una carta del Conde de Orrery al doctor Birch:
Caledonia,
30 de diciembre de 1747
Acabo de ver la muestra del Diccionario de Johnson dedicado a lord Chesterfield. Mucho me complace el Plan;
creo que la muestra es una de las mejores que haya visto nunca. La mayoría de las muestras de un libro en curso
de redacción producen rechazo, en vez de predisponernos favorablemente a la obra que vendrá; en cambio, el
lenguaje de Johnson es bueno, y los argumentos los enuncia con decoro y modestia. No obstante, algunas de las
expresiones pueden dar pie a cavilaciones y reparos. Pondré un ejemplo. El laurel yermo. El laurel no es yermo en
Él mismo reconoce que tenía conciencia plena de la ardua naturaleza que entrañaba la
tarea acometida; se muestra perfectamente sabedor de ello en la conclusión del Plan,
[c53] si bien tenía una noble y justa apreciación de su capacidad y de sus limitaciones,
Investido Garrick de poder en el mundo del teatro, al ser director del Teatro de Drury
Lane, lo empleó bondadosa y generosamente para poner en escena la tragedia de
Johnson, que largos años llevaba en la oscuridad por falta de alguien decidido a
infundirle aliento.[a nota c23, Vol. IV] Ahora bien, en tan benévolo propósito topó con no
pocas dificultades por el temperamento de Johnson, quien no podía tolerar que una
La relación que hace Baxter de las cosas sobre las que cambió de opinión a medida que fue creciendo.
Voluminosa. No es de extrañar. Si todos los hombres tuvieran que decir, o señalar, en cuántos asuntos han
cambiado de opinión, harían falta muchos volúmenes, aunque esos cambios no siempre los observa el propio
hombre. Del placer al trabajo y de ahí a la quietud; del momento pensativo a la reflexión; de la disipación a lo
doméstico, mediante gradación imperceptible. El cambio es innegable. Reloj de sol.[c59] Non progredi, progress,
esse conspicimus. Miremos atrás, consideremos qué pensábamos en época distante.
Predominio de la esperanza en la juventud. El intelecto no de buen grado se permite los pensamientos que no
sean placenteros. El mundo yace ante uno como recubierto de un fino esmalte, y es tan remoto como el dorado
porvenir[108]; las desigualdades sólo se encuentran cuando uno llega a ellas. El amor ha de ser todo alborozo; los
niños son excelentes. Constancia de la fama. Los roces con los grandes. Los aplausos de los sabios. Las sonrisas
de la Belleza.
Miedo a la deshonra. Timidez. Se da menor importancia a las cosas. Se olvidan los pasos en falso como si
fuesen aciertos. Si se recuerdan, no tienen importancia. Peligro de hundirse en la negligencia de la propia
reputación. No sea que el miedo a la deshonra destruya la actividad.
Confianza en uno mismo. Es larga la vida que se tiene por delante. No se piensa en la enfermedad.
Azoramiento. Distracciones familiares. Calamidades públicas. No se tiene constancia del peso de las malas
costumbres. Se hace caso omiso del tiempo. Presteza para emprender. Descuido en el tesón. Todo cambia con el
tiempo.
Confianza en los demás. No se recela cuando no hay experiencia. Uno se imagina protegido de la desatención,
nunca imagina que nadie vaya a tratarlo mal. Propenso a confiar, con la esperanza de que los otros confíen en uno.
Se reconoce con el tiempo el egoísmo, la mezquindad, la cobardía, las traiciones de los hombres.
La juventud es ambiciosa, pues piensa que los honores son fáciles de lograr.
Distintas clases de elogios perseguidos en momentos distintos. De la alegría en la juventud; desprecio del
peligro y del dolor.
De la imaginación y los caprichos en la edad madura. Ámbito. Provisiones. Tratos. De los sabios y los sobrios
en la vejez. Seriedad, formalidad. Máximas, pero en general. Sólo para los ricos, por lo demás, edad es
despreocupación. Aunque al cabo todo hace referencia a la riqueza. No tener fama, honor, influencia, sin sujeción
al capricho.
Horacio.[c60]
Duro sería que los hombres se iniciaran en la vida con la misma visión con que salen de ella, o que de ella se
fueran pensando igual que al entrar. No hay esperanza, no hay emprendimiento, no hay respeto a la benevolencia,
no hay miedo a la deshonra, etc.
La juventud ha de aprender la piedad que da la vejez. La vejez ha de retener el honor de la juventud.
Observará el lector que éste es el borrador del n.º 196 del Rambler. Aún le obsequiaré
con otra muestra:
Rara vez hay en la guerra un combate uno contra uno; así también en la paz. De ahí que los reyes se hagan
absolutos. Las confederaciones, en el aprendizaje: toda gran obra es obra de uno solo. Bruy. La amistad de los
estudiosos, como la de las damas. Scribebamus, etc. Mart. La manzana de la discordia, el laurel de la discordia, la
Aquí vemos el embrión del n.º 45 del Adventurer, y viene a confirmar lo que más
adelante tendré ocasión de señalar, esto es, que todos los ensayos de dicha colección
que se marcaron con una «T» fueron escritos por Johnson.[a nota 175, Vol. III]
Tan limitada preparación de materiales, sin embargo, disminuye poco nuestra
maravilla ante la extraordinaria fertilidad de su intelecto, pues la proporción que
guardan con el número de ensayos que escribió es muy escasa; es asimismo digno de
nota que aquellos para los que no hizo preparativo alguno sean tan abundantes y estén
igual de acabados que aquellos en los que contó con la ayuda de un borrador previo.
También habremos de observar que los ensayos amalgamados a partir de apuntes
previos los ha trabajado con idéntica fuerza expresiva y la misma elegancia, tanto que
perdemos de vista los apuntes, que pasan a ser «gotas en un cubo». En efecto, en
varios ejemplos ha hecho un empleo apenas visible de todos ellos, de modo que
abundan los apuntes todavía por aplicar[109].
Como el Rambler era enteramente obra de un solo hombre, se nota, como es
natural, una gran uniformidad en su textura, tanta que en gran medida excluye el
encanto de la variedad; el molde grave y a menudo solemne de su pensamiento, que
lo distinguió de otras publicaciones periódicas, también le valió no ser, durante algún
tiempo, del gusto general. Tan despacio conquistó el favor del público más amplio
esta obra excelente, de la que hoy ya han salido de imprenta doce ediciones, que
incluso en el último número dice su autor: «Nunca he sido uno de los preferidos del
público[110]».
Sin embargo, al poco de empezar a publicarse, ya hubo quienes sintieron y
reconocieron su singular excelencia. En los periódicos aparecieron versos de elogio;
el director de la Gentleman’s Magazine comenta, en octubre, que ha recibido de sus
más cultos lectores varias cartas del mismo tenor. En The Student, or the Oxford and
Cambridge Miscellany, cuyos principales colaboradores eran Bonnell Thornton y
Colman, se describe como «una obra que sobrepasa todo lo que en su género se haya
publicado en este país, incluidos bastantes números del Spectator, caso de que en
En este año escribió otra carta al mismo caballero con motivo de una luctuosa
ocasión.
El Rambler ha visto crecer su fama con el paso del tiempo. Poco después de
concluida su primera edición en folio, se publicó en seis volúmenes en duodécimo, y
en vida de su autor todavía se imprimieron diez ediciones en Londres, además de las
impresas en Escocia e Irlanda.
Reconozco haber tenido siempre una profunda veneración por la pasmosa fuerza
y la viveza de intelecto que se despliega en los ensayos contenidos en el Rambler.
Que Johnson tuviera gran perspicacia, y que todo lo que así veía no velase a sus ojos
la general desdicha del hombre en el presente estado de su ser, tal vez haya dado pie a
la superficial idea de que era un filósofo severo en exceso. Ahora bien, los hombres
de talante reflexivo sabrán percibir que ha dado una representación verdadera de la
Todas las páginas del Rambler muestran un intelecto en el que bullen las alusiones
clásicas y la imaginería poética. En toda ocasión, los ejemplos tomados de otros
escritores aparecen prestos, y tan fácilmente se funden en su prosa que el conjunto
resulta de uniforme y vivida textura.
Algunos críticos superficiales de esta obra han repudiado su estilo, tachándolo de
enrevesado e hinchado, pródigo en vocablos anticuados y ásperos. Tan
desencaminada está la primera parte de esta objeción que estoy dispuesto a desafiar a
todo el que se anime a honrar este libro con un examen pormenorizado a que señale a
cualquier escritor cuyo lenguaje transmita su sentido con idéntica fuerza y
perspicacia. Es preciso recordar, en efecto, que la estructura de sus frases se expande,
y que a menudo adolece del orden inverso del latín, y que le deleitaba enunciar
pensamientos familiares en un lenguaje filosófico, siendo en este aspecto lo contrario
de Sócrates, quien, se ha dicho, reducía la Filosofía a la sencillez de la vida cotidiana.
Sin embargo, atendamos lo que él mismo dice en la última de sus entregas: «Cuando
las palabras corrientes eran menos placenteras al oído, o menos nítidas por su
significado, he familiarizado los términos de la Filosofía aplicándolos a ideas
populares[114]». En cuanto a la segunda parte de la objeción, luego de una cuidadosa
relectura de la obra puedo decir con toda confianza que es asombroso por qué pocos
vocablos de esa índole se le ha caracterizado injustamente así. Estoy seguro de que la
proporción no excede la de uno para cada número. De esta acusación gratuita se han
hecho eco sucesivos charlatanes, llegando a confundir los ensayos de Johnson con el
Diccionario de Johnson, y como estimó oportuno recopilar en un lexicón de nuestra
lengua muchas palabras que habían caído en desuso, pero que contaban con el
respaldo de grandes autoridades, se ha dado en imaginar que todas ellas aparecen
entrelazadas en sus propios escritos. Quizá debamos reconocer que algunas sí las
adoptó de un modo innecesario; ahora bien, son en general una ventaja evidente, ya
que sin recurrir a ellas sus majestuosas ideas quedarían constreñidas y sofocadas.
«Quien piensa con más amplitud que otro, requiere palabras de significado más
grande[115]». Una vez me comentó que había forjado su estilo a partir de sir William
Temple,[c69] y que pensaba en la Propuesta de Chambers, el llamado «padre de las
enciclopedias», cuando componía su Diccionario. Desde luego, estaba en un error, o
si en un principio supuso que remedaba el estilo de Temple lo hizo con franco
desacierto, pues no hay nada tan disímil como la simplicidad de Temple y la riqueza
y abundancia de Johnson. Sus estilos son tan distintos como la tela de Holanda lo es
de un brocado. Temple, de hecho, parece igualmente equivocado cuando asume que
él mismo forjó su estilo a partir de Panorámica del estado de la religión en las
regiones occidentales del mundo, obra de Sandy.
El estilo de Johnson se formó sin lugar a dudas sobre el de los grandes escritores
del siglo pasado: Hooker, Bacon, Sanderson, Hakewell y otros, los «gigantes», como
A tan gran maestro del pensamiento, a alguien de una cultura tan vasta y tan variada
como Johnson, bien se le podría permitir una indulgencia generosa de esa licencia
que Horacio reclama en otro pasaje:
Con todo, Johnson me aseguró que no se había hecho cargo de añadir más que cuatro
o cinco palabras de su propia creación a la lengua inglesa, y que le ofendía
sobremanera la licencia general, de ningún modo «modestamente tomada», no ya de
acuñar palabras nuevas, sino incluso de emplearlas en un sentido muy distinto del que
estaba establecido, siendo aquéllas con frecuencia muy fantásticas.
Sir Thomas Browne,[c71] cuya vida escribió Johnson, tenía un gusto muy acusado
por la dicción anglo-latinizante, y a su ejemplo hemos de atribuir que Johnson a veces
se complaciera en esta suerte de fraseología[118]. La comprensión que tenía Johnson
del intelecto era el molde de su lenguaje. De haber sido más estrechas sus
concepciones, su enunciado habría sido más fácil. Sus frases tienen la dignidad de
una marcha militar, y es innegable que su ejemplo ha propiciado una general
elevación al lenguaje de su país, pues muchos de nuestros mejores escritores se le han
a cada acto con dos versos; además, la expresión que figura en el primero de los
mismos, «poderes celestiales», aunque sea decorosa en la poesía pagana, no casa con
el cristianismo, con «una conformidad» con la que uno se consuela. Cuánto mejor
hubiera sido concluir con una sencilla frase en prosa: «Nunca envidiaré los honores
Al doctor Birch
Gough Square,
12 de mayo de 1750
Señor,
a sabiendas de que está preparando un volumen para dar a la estampa una edición miscelánea de Raleigh, me tomo
la libertad de enviarle un manuscrito que cayó por casualidad en mis manos. En mi examen del mismo no he
encontrado prueba alguna de falsificación, y el dueño del legajo me asegura que, según tiene entendido, la
caligrafía es de sir Walter. Si hallara usted razón para concluir que es genuino, sería de gran amabilidad para con
su dueño, una persona invidente[121], recomendárselo a los libreros. Soy, señor, su humilde servidor,
SAM. JOHNSON
El justo aborrecimiento en que tenía las ideas políticas de Milton permaneció siempre
invariable. Ello no le impide profesar su calurosa admiración por el gran mérito
poético de éste, al cual ha hecho ilustre justicia, por encima de todos cuantos algo han
escrito al respecto. Y en este año no sólo escribió un prólogo, que fue recitado por el
señor Garrick antes de la representación de Comus en el Teatro de Drury Lane en
beneficio de la nieta del propio Milton, sino que se tomó también un muy celoso
interés por el éxito de la obra de caridad. La víspera de la representación publicó esta
carta en el General Advertiser, dirigida al director del periódico:
Señor, es verdad demasiado evidente para que nadie la niegue que se adquiere cierto grado de reputación al dar
por buenas las obras de genio y testimoniar el merecido respeto en recuerdo de los autores; por lo tanto, a fin de
garantizarse una participación en la fama de un célebre poeta, muchos de los que quizá hubieran contribuido a que
casi muriese de hambre cuando estaba vivo han acudido a amontonar costosos homenajes sobre su sepultura.
Es menester confesar que este método de ser conocido con honor en la posteridad es privativo de los grandes,
o al menos de los acaudalados, si bien ahora se ofrece una oportunidad, casi a cualquier individuo, de asegurarse
una alabanza al rendir justo respeto a los muertos ilustres, unida al placer de hacer el bien a los vivos. Asistir a
quien vive industrioso en la indigencia, penando con el desasosiego y debilitado por la edad, es hacer gala de
virtud, así como motivo de aumentar la felicidad y el honor.
Así pues, todo el que se tenga por capaz de hallar placer en la lectura de las obras de nuestro inigualable
Milton, y no esté desprovisto de gratitud como para negarse a gastar una minucia en un entretenimiento elegante y
racional, en beneficio de los herederos del gran poeta, para mejor ejercicio de su propia virtud, incremento de su
reputación y placentera conciencia de haber hecho el bien, deberá personarse en el Teatro de Drury Lane mañana
5 de abril, cuando se represente Comus en beneficio de la señora Elizabeth Foster, nieta del autor y única
descendiente con vida de la familia.
N. B. Habrá un nuevo prólogo para la ocasión, escrito por el autor de Irene y recitado por el señor Garrick; por
petición expresa, se añadirá a la mascarada una sátira dramática titulada Lethe, en la que actuará el señor Garrick.
23 de abril de 1753. No sé si no me entretengo demasiado en los vanos anhelos del afecto, pero espero que
ablanden mi corazón y que cuando muera, como mi Tetty, este cariño sea reconocido en una feliz entrevista;
mientras tanto, espero que a ello me incite la piedad. No me desviaré mucho, sin embargo, de los métodos
comunes y admitidos de la devoción.
Johnson conservó toda su vida el anillo de bodas que había entregado a su esposa el
día de su matrimonio. Después de la muerte de ésta, lo guardó en una cajita redonda,
de madera, en cuyo interior colocó una tira de papel donde, de su puño y letra, se
leían estas palabras:
Eheu!
Eliz. Johnson
Nupta Jul. 9.º 1736
Mortua, eheu!
Mart. 17.º 1752.
No me cabe ninguna duda de que fueron muy severos los sufrimientos que padeció
por la muerte de su esposa, mucho más allá de lo que parece posible soportar, a
juzgar por la información que me han proporcionado muchos de los que entonces
estaban cerca de él, a ninguno de los cuales otorgo más credibilidad que al señor
Francis Barber, su fiel criado negro[124], que llegó al seno de la familia unos quince
Son sin duda muchos los que se omiten en este catálogo de sus amistades; falta en
particular su amigo Robert Levett,[c76] un discreto practicante de medicina entre la
gente de baja extracción, cuyos honorarios eran a veces sumas insignificantes, a
veces sólo aquellas provisiones que sus pacientes pudieran suministrarle, aunque tan
amplia era su clientela que, según me ha contado la señora Williams, sus ocupaciones
lo llevaban a pie desde Houndsditch hasta Marylebone. A juzgar por el diario de
Johnson, la amistad entre ambos comenzó en torno a 1746, y era tal su predilección
por él, era tal su extravagante estima por su más bien moderada capacidad, que le oí
comentar alguna vez que no se daría por contento, así le atendiera el Colegio de
Médicos, mientras el señor Levett no estuviera a su lado. Desde que trabé relación
con el doctor Johnson, y ya muchos años antes, tal como me aseguran quienes lo
conocieron estrechamente con anterioridad, el señor Levett disponía de aposentos en
la propia casa de Johnson, y todas las mañanas lo acompañaba en su tardío y tedioso
desayuno. Era un hombre de apariencia extraña y grotesca, envarado y de presencia
muy formal, que rara vez decía una palabra si estaba delante de alguien.
El círculo de amistades de Johnson era desde luego amplio y variado en esta
época, mucho más extenso de lo que por lo general se ha supuesto. Rastrear su
relación con cada persona en particular, si tal cosa pudiera hacerse, resultaría una
tarea cuyo esfuerzo no saldría a cuenta. Sin embargo, es preciso hacer algunas
excepciones, una de las cuales ha de ser un amigo tan destacado como sir Joshua
Reynolds, que fue realmente su dulce decus,[c77] y con el cual mantuvo una amistad
íntima e ininterrumpida hasta la última hora de su vida. Cuando Johnson vivía en
Castle Street, Cavendish Square, visitaba con frecuencia a dos damas que vivían
enfrente, las señoritas Cotterell, hijas del almirante. Reynolds también era visitante
asiduo de las mismas, en cuyo salón se conocieron. Como ya comenté antes, desde la
primera lectura de la Vida de Savage, Reynolds concibió una notable admiración por
la poderosa escritura de Johnson. No menos le deleitó su conversación, de manera
que cultivó su trato con el laudable celo de quien gran ambición tenía por el progreso
general de las cosas. En efecto, sir Joshua Reynolds tuvo la fortuna de hacer en su
primer encuentro un comentario situado tan por encima de lo que se estila en una
conversación corriente, que Johnson de inmediato reparó en que tenía por costumbre
pensar con independencia de criterio. Las damas lamentaban la muerte de un amigo a
quien debían grandes obligaciones, ante lo cual Reynolds comentó: «Tienen ustedes,
en cuanto hacéis lo uno asoma, en cuanto decís lo otro reluce». Y aún hubo otra
ocasión en que le dijo: «Tu cuerpo es todo vicio, y tu espíritu todo virtud». Beauclerk
no pareció disfrutar con el cumplido, de modo que añadió Johnson: «Ni Alejandro
Magno en su marcha triunfal por Babilonia hubiera deseado que se le dijera nada
más».
Johnson pasó algún tiempo con Beauclerk en su casa de Windsor, donde se
entretuvo haciendo experimentos de Filosofía natural. Un domingo de tiempo muy
soleado, Beauclerk lo engatusó sin que él se diera cuenta para que se pasara toda la
mañana dando vueltas por los alrededores. Visitaron un cementerio a la hora del
Dios Todopoderoso, que has prorrogado mi vida hasta el día de hoy, concédeme, mediante el auxilio de tu Espíritu
Santo, que pueda yo mejorar en el tiempo que me otorgues para merecer mi eterna salvación. Ayúdame a recordar,
a tu mayor gloria, tus juicios y tus clemencias. Hazme así considerar la pérdida de mi esposa, a quien te has
llevado de mi lado, para que me disponga, por medio de tu gracia, a llevar lo que me reste de vida con temor de ti.
Concédeme este ruego, oh Señor, por Jesucristo. Amén.
A raíz de esta carta, el doctor Warton enriqueció la colección con varios ensayos
admirables.
Que Johnson diga «no participo en el periódico, más allá de algún que otro lema
de ocasión» puede parecer incongruente con la autoría de los ensayos firmados con
«T». Ahora bien, en esta fecha sólo había colaborado en un número[129]; además, en
cualquier periodo posterior podía haber empleado idéntica expresión, considerando
cuestión de honor no hacer ostentación de la autoría de aquellas colaboraciones, no
en vano me dijo la señora Williams que «como había dado esos ensayos al doctor
Bathurst, quien los vendió a dos guineas la pieza, nunca pudo ser dueño de los
mismos; al contrario, acostumbraba decir que no los había escrito, y la verdad del
caso es que los había dictado mientras Bathurst tomaba buena nota». Le leí la versión
de la señora Williams, sonrió y no dijo nada.[c86]
No estoy del todo satisfecho con la casuística en aras de la cual las producciones
de una persona pasan para el mundo por ser obra de otra. Reconozco que no sólo se
comunican conocimientos, sino también el poder y las cualidades de un espíritu, si
bien el verdadero efecto del esfuerzo individual nunca podrá transferirse, con arreglo
estricto a la verdad, más que a su propia causa original. El hijo de una persona puede
pasar por ser hijo de otra gracias a la adopción, como sucedía a menudo entre los
romanos, o por la ancestral costumbre judía de que en el regazo de una mujer
depositara un niño su criada. Sin embargo, estos hijos eran tales en un sentido distinto
del que dicta la Naturaleza. Se daba claramente por supuesto que no eran sangre de la
En este año obsequió a la señora Lennox con una dedicatoria* al Conde de Orrery
para su Shakespeare ilustrado.
No surtió efecto esta argucia cortesana. Johnson, convencido de que «todo era falso y
SAM. JOHNSON[134]
Mientras no se hablaba de otra cosa en la ciudad —me dice por carta el doctor Adams
—, tuve ocasión de visitar al señor Warburton, quien al saber que tenía yo relación
con Johnson me pidió encarecidamente que le transmitiera su más sincero elogio y
que le dijera que lo tenía en altísima consideración por haber rechazado la
condescendencia de lord Chesterfield, así como por haber deplorado el trato que
recibió de él con el temple más indicado para el caso. Johnson quedó visiblemente
complacido con estos elogios, pues siempre había tenido una muy favorable opinión
de Warburton[135]. Desde luego, la fuerza del sentimiento que plasma esta carta es
acorde con la que ampliamente poseía el propio Warburton.
Existe una curiosa circunstancia menor que me llamó la atención al comparar las
diversas ediciones de las imitaciones de Juvenal que hizo Johnson. En la décima
sátira, uno de los dísticos sobre la vanidad de los deseos del hombre en lo tocante a la
distinción literaria dice así:
Ahora bien, luego de conocer las tribulaciones por las que le llevó a pasar el falaz
patrocinio de lord Chesterfield, suprimió el vocablo «guardilla» de la apenada
enumeración y en todas las ediciones posteriores el verso quedó así:
fatigas, envidias, carencias; el mecenas y la prisión.
Es imposible poner en duda que lord Chesterfield se sintiera mortificado por el altivo
desprecio y la cortés aunque agudísima sátira con que se exhibió Johnson en esta
carta. No obstante, con esa deslumbrante duplicidad habitual en él, afectó no darse
por aludido. El doctor Adams comentó a Robert Dodsley que mucho lamentaba que
Johnson hubiera escrito esta carta a lord Chesterfield. Con verdadero y natural
sentimiento de comerciante, Dodsley dijo que «también lo lamentaba, y mucho, pues
tenía intereses propios en el Diccionario, al que el patrocinio de Su Señoría hubiera
sido de gran consecuencia». Dijo entonces al doctor Adams que lord Chesterfield le
había mostrado la carta. «Siempre había supuesto —repuso el doctor Adams— que
lord Chesterfield habría optado por ocultarla a toda costa». «¡Bah! —repuso Dodsley
En este año encontró Johnson un intervalo de asueto para hacer una excursión a
Oxford con la intención de consultar las bibliotecas allí existentes. De esta
temporada, así como de muchas circunstancias de interés que le conciernen, en una
etapa de su vida en la que muy poco trato tuvo con el mundo, puedo dar particular
relación gracias a la generosa información que me ha proporcionado el reverendo
señor Thomas Warton, quien tuvo la amabilidad de facilitarme varias cartas de
nuestro común amigo, que él mismo ilustra con sus notas. Las inserto donde
»Recuerdo que en la lección magistral, en el Aula Magna, no soportaba los aires de superioridad que se daba
Meeke, y procuraba sentarme tan lejos de él como me era posible con el fin de no oírle analizar sintácticamente
las lecciones».
Cuando ya nos íbamos, me dijo: «Aquí es donde traduje el Mesías de Pope. ¿Cuál le parece que es el mejor
Le dije que me parecía un hexámetro muy sonoro. No le comenté que no era de estilo propiamente virgiliano.[c97]
Mucho lamentó que su primer autor hubiera muerto, pues parecía conservar intacto un gran respeto por él. «Una
vez —dijo—, me había pasado la mañana entera patinando en los prados de Christ Church, y falté a su lección de
Lógica. Después de comer me mandó llamar a sus aposentos. Contaba yo con recibir una áspera reprimenda por
mi pereza, y fui a verlo con el corazón en un puño. Cuando estábamos sentados, me dijo que me había hecho
llamar para tomar conmigo una copa de vino, y para decirme que no estaba enojado por mi falta de asistencia a su
lección. Ésa fue, de hecho, una reprimenda severísima. Mandó llamar entonces a algunos de los demás alumnos y
pasamos con él una tarde muy grata». Además de Meeke, sólo se encontraba en la residencia otro de los
profesores del claustro de Pembroke, y de ambos recibió Johnson las mayores cortesías durante su visita, amén de
apremiarle mucho para que tomase alojamiento en el colegio.
En el transcurso de esta visita, en 1754, Johnson y yo fuimos tres o cuatro veces a pie hasta Ellsfield, una bella
aldea que se encuentra a unas tres millas de Oxford, a ver al señor Wise, bibliotecario de Radcliffe Hall, con quien
tenía Johnson un trato muy afectuoso. En este lugar había acondicionado Wise una casa con jardín, de un modo
singular y con mucho gusto. Disponía de una biblioteca excelente, en especial una valiosa colección de libros de
literatura del norte, con la que Johnson trajinó mucho y a menudo. Un día nos leyó Wise una disertación que
estaba preparando para dar a la imprenta, titulada «Historia y cronología de épocas fabulosas». Algunas
divinidades de Tracia, emparentadas con los Titanes y llamadas Cabirias, formaban parte importante de la teoría
que defendía en ese escrito, y en nuestra posterior conversación se extendió Wise hablando de ellas. Al regresar a
Oxford con la caída de la tarde, me adelanté a Johnson y éste exclamó «Sufflamina», voz latina que profirió con
especial gracejo, y que fue tanto como si me dijera: «Sujete los caballos». Antes de llegar a nuestro alojamiento,
mi paso volvió a ser demasiado vivo para él, de modo que volvió a llamarme de este modo: «Hay que ver, camina
usted como si le persiguiesen todas las Cabirias en un solo cuerpo». Por las tardes, era habitual que diésemos
largas caminatas por los alrededores de Oxford, adonde volvíamos para cenar. Una vez, ya en el camino de vuelta,
avistamos las ruinas de las abadías de Oseney y Rewley, que no están demasiado lejos. Luego de media hora de
completo silencio, dijo Johnson: «Las he contemplado con indignación a duras penas reprimida». Tuvimos luego
una larga charla sobre los edificios góticos y el modo en que tomó forma el salón de antaño. «En estos salones —
dijo—, la chimenea antiguamente ocupaba el centro, hasta que los whigs la desplazaron a uno de los laterales».
Más o menos en esta misma época, un lunes se procedió a la ejecución en Oxford de dos o tres criminales. Poco
después, en el transcurso de una cena, dije que el señor Swinton, el capellán de la cárcel, que también predicaba a
menudo en la universidad y era un hombre culto, aunque tremendamente distraído, dio el sermón de la condena
acerca del arrepentimiento en presencia de los convictos, el domingo de la víspera de su ejecución, al término del
cual dijo a sus oyentes que les comunicaría el resto de lo que tenía que decirles cuando llegara el siguiente día del
Señor. Al oírlo, uno de los nuestros, doctor en Teología y hombre sencillo, de los que no se andan por las ramas,
para dar una disculpa por el desliz de Swinton comentó con gravedad que probablemente había predicado ese
mismo sermón ante los feligreses de la universidad. «Sí, señor —dice Johnson en este punto—, pero es que nadie
en la universidad iba a ser ahorcado al día siguiente».
Olvidé comentar antes que cuando se despidió de Meeke, como ya he relatado, añadió: «Más o menos en la
misma etapa de la vida, Meeke se quedó en Oxford para beneficiarse de una beca y yo me fui a Londres para
ganarme la vida: ya ve usted, señor, cómo difieren nuestros caracteres en lo literario».
La carta que sigue la escribió Johnson al señor Chambers, de Lincoln College, que luego fue sir Robert
Chambers, uno de los jueces de la India.[142]
Al mismo
[Londres,]
21 de diciembre de 1754
Desde entonces me veo muy a menudo desgajado del resto de la humanidad, convertido en una suerte de solitario
errante en medio del desierto de la vida, sin rumbo fijo, sin punto de vista claro; un lúgubre espectador en un
mundo con el que poca relación mantengo. Sin embargo, me esforzaré, con su ayuda y la de su hermano, por
suplir la falta de unión estrecha mediante la amistad, y espero tener durante mucho tiempo el placer de ser,
estimado señor, con afecto, su buen amigo
SAM. JOHNSON
Al mismo
[Londres,]
4 de febrero de 1755
Estimado señor,
recibí hoy mismo su carta y tuve constancia del favor que se me ha hecho[149], por el cual le extiendo mi
agradecimiento más sincero, y le ruego que lo transmita igualmente al señor Wise, es mi deber ante tanta
amabilidad, inmerecida por mi parte.
Envié al señor Wise el Lexicón y le escribí después, pero desconozco si recibió tanto el libro como la carta.
Tenga la bondad de interesarse por ello.
Ahora bien, ¿por qué mi querido señor Warton no me cuenta nada de sí mismo? ¿Qué ha sido del nuevo
libro[150]? ¿Puedo servirle yo de ayuda? No deje que se pierdan todos los trabajos ya realizados sólo por falta de
un poco más; robe todo el tiempo que pueda de sus deberes lectivos, de los alumnos, de los cafés, de los paseos, y
Al mismo
[Londres,]
febrero de 1755
Estimado señor,
el doctor King[151] estuvo conmigo hasta minutos antes de que llegara su carta; ésta es, sin embargo, la primera
ocasión en que sus buenas intenciones para conmigo se han frustrado[152]. Ahora disfruto del pleno efecto de sus
atenciones y su benevolencia; lejos estoy de pensar que sea un honor de segunda categoría, o una pequeña ventaja,
ya que pondrá más a menudo el disfrute de su conversación al alcance, estimado señor, de su más agradecido y
afectuoso amigo,
SAM. JOHNSON
P. S. Adjunto una carta al Vicecanciller[153] para que la lea y, si lo desea, la selle y se la entregue.
Como a buen seguro el público agradecerá asistir a todo el proceso de este bien
merecido honor académico, insertaré la carta del Canciller de Oxford a la
universidad[154], el diploma y la carta de agradecimiento enviada por Johnson al
Vicecanciller.
CANCELLARIUS, Magistri et Scholares Universitatis Oxoniensis omnibus ad quos hoc presens scriptum pervenerit,
salutem in Domino sempiternam.
INGRATUS plane et tibi et mihi videar, nisi quanto me gaudio affecerint, quos nuper mihi honores (te credo
auctore) decrevit Senatus Academicus, literarum, quo tamen nihil levius, officio, significem: ingratus etiam, nisi
comitatem, qua vir eximius[156] mihi vestri testimonium amoris in manus tradidit, agnoscam et laudem. Si quid est
unde rei tam gratae accedat gratia, hoc ipso magis mihi placet, quod eo tempore in ordines Academicos denuo
cooptatus sim, quo tuam imminuere auctoritatem, famamque Oxonii laedere, omnnibus modis conantur homines
vafri, nec tamen acuti: quibus ego, prout viro umbratico licuit, semper restiti, semper restiturus. Qui enim, inter
has rerum procellas, vel Tibi vel Academiae defuerit, illum virtuti et literis, sibique et posteris, defuturum
existimo[157]
S. JOHNSON
Al mismo
[Londres,]
25 de marzo de 1775
Estimado señor,
aunque no escribir, cuando tan bien sabe escribir un hombre, es una ofensa sobradamente abyecta, la pasaré por
Me dijo el doctor Adams que su plan para poner en marcha una Bibliothèque era
serio, pues un día en que fue a visitarlo se encontró con que todo el suelo del salón
estaba tapizado de paquetes que contenían revistas literarias, inglesas y extranjeras, y
en ese momento comunicó al doctor Adams su propósito de emprender una
publicación periódica. «Señor —dijo Adams—, ¿cómo puede usted pensar en hacerlo
solo, sin ninguna ayuda? Será menester tener en cuenta todas las ramas de la cultura.
¿Sabe usted Matemáticas? ¿Tiene usted conocimientos de Historia natural?». A lo
cual Johnson contestó: «Pues la verdad, señor, es que deberé hacerlo todo lo bien que
sepa. Mi principal objetivo consiste en dar a mis compatriotas una amplia visión de lo
que se hace hoy en el terreno de la literatura en el continente, y en gran medida seré
yo quien escoja las materias, pues sólo he de seleccionar los libros que mejor pueda
entender». El doctor Adams le sugirió que le sería de gran utilidad contar con los
servicios del doctor Maty en calidad de ayudante, pues entonces acababa de concluir
su Bibliothèque Britannique, una obra de sabia ejecución, en la que daba a los
extranjeros una amplia relación de las publicaciones británicas más destacadas. «¿Ese
perrillo negro? —repuso Johnson—. Antes lo arrojaba de cabeza al Támesis». El
plan, sin embargo, fue desestimado.
En una de sus agendas de bolsillo encuentro las siguientes pinceladas para su
proyecto de una revista o periódico literario: «Anales de la literatura, extranjera y
doméstica por igual. Imitación de Le Clerk-Báyle-Barbeyrac. Desdicha de las
revistas en Inglaterra. “Obras de los cultos”. Imposibilidad de asimilarlo todo. A
veces, escritos de periodistas extranjeros. Decirlo siempre».
Al doctor Birch
29 de marzo de 1755
Señor,
he enviado algunas partes de mi Diccionario, tal como las tenía a mano, para que las inspeccione con entera
libertad. El favor que le ruego es que si le desagradan no diga nada. Soy, señor, su más afectuoso y humilde
servidor,
SAM. JOHNSON
Andrew Millar, librero del Strand, fue quien principalmente tomó a su cargo la tarea
de dirigir la publicación del Diccionario de Johnson; como la paciencia de los
propietarios de la edición fue reiteradamente puesta a prueba hasta casi quedar
agotada de tanto esperar a que la obra fuera completada en el plazo que
confiadamente anunció Johnson, el muy erudito autor fue a menudo acicateado para
que se apresurase a despacharla, tanto más por haber recibido todo el dinero
correspondiente a su cesión, en sucesivos adelantos, muchísimo tiempo antes de
haber concluido su tarea.[c101] Cuando el recadero llevó a Millar el último pliego y
regresó, Johnson le interpeló así: «¿Y bien? ¿Qué ha dicho?». «Señor —respondió el
recadero—, ha dicho: “¡Gracias a Dios que he terminado con él!”». «Pues me alegro
—apostilló Johnson con una sonrisa— de que dé gracias a Dios por cualquier
cosa[159]». Es digno de mención que todas las personas con las que contrató Johnson
la publicación de sus obras literarias fueran escoceses, caso de Millar y de Strahan.
Aunque no tuviera un criterio literario muy formado, Millar tuvo la sensatez de
rodearse de amigos muy bien preparados en este sentido, que le dieron opinión y
consejo en la adquisición de los derechos de autor, consecuencia de lo cual fue que
amasara una vasta fortuna, de la que dispuso con gran generosidad.[c102] De él dijo
Johnson: «Respecto a Millar, señor, ha subido él solo el precio de la literatura». El
mismo elogio podría hacerse extensivo a Panckoucke, el insigne librero parisino. La
generosidad, el buen tino y el éxito de Strahan son de sobra conocidos.
Al mismo
[Londres,]
10 de junio de 1755
Estimado señor,
es extraño cuántas cosas suceden y sucederán con el fin de impedirnos disfrutar de los placeres, aunque sólo se
trate del que dos amigos se procuran al reunirse. A diario me he prometido informarle de la fecha para la cual
podía esperar mi llegada a Oxford, y todavía no he sido capaz de precisarla. Creo que por fin ha llegado la hora, y
me prometo dormir en Kettel-Hall una de las primeras noches de la semana entrante. Mucho me temo que mi
estancia con usted no podrá prolongarse, ¿y qué inferencia cabe hacer de ello? Que habremos de esforzarnos por
encararla con buen ánimo. Ojalá pudiera su hermano sumarse a nosotros para ir todos a tomar el té con el señor
Wise. Espero que se encuentre en Oxford o en la cercana Ellsfield, en su nido de antigüedades británicas y
sajonas. Cuento con ver acabado el Spenser, así como tantas otras cosas ya empezadas. Dodsley ha ido a visitar
Holanda. El Diccionario se vende bien. El resto del mundo sigue el mismo curso que llevaba. Estimado señor, su
más afecto etc.,
SAM. JOHNSON
Al mismo
[Londres,]
Al mismo
[Londres,]
7 de agosto de 1755
Estimado señor
le dije que entre los manuscritos hay algunos papeles de sir Thomas Moore. Le ruego dedique una hora a
estudiarlos y se procure una transcripción de las primeras diez o veinte líneas de cada uno, a fin de cotejarlos con
los que tengo yo y precisar de ese modo si están ya publicados. Son los manuscritos que siguen:
Catálogo de la Bodleiana. Ms., pág. 122. F. 3. sir Thomas Moore.
1. Caída de los ángeles. 2. Creación y caída del género humano. 3. Determinación de la Trinidad para la
salvación del género humano. 4. Cinco lecciones de la pasión de Nuestro Salvador. 5. De la institución del
sacramento, tres lecciones. 6. Cómo recibir sacramentalmente el bendito cuerpo de Nuestro Señor. 7. Neomenia,
la luna nueva. De tristitia, taedio, pavore, et oratione Christi, ante captionem ejus.
Catálogo, pág. 154. Vida de sir Thomas More. No estoy seguro de que sea la de Roper. Pág. 363. De
resignatione Magni Sigilli in manus Regis per D. Thomam Morum. Pág. 364. Morí Defensio Moriae.
Si encarga al joven caballero de la biblioteca que ponga por escrito lo que usted estime oportuno, enviaré al
señor Prince, el librero, a que le pague lo que usted considere adecuado.
Tenga la bondad de transmitir mis recuerdos a Wise, y a todas mis amistades. Soy, señor, su afecto etc.,
SAM. JOHNSON
Publicado por fin el Diccionario en su totalidad, con una gramática y una historia de
la lengua inglesa, en dos volúmenes en folio, el mundo contempló maravillado una
obra tan grandiosa, llevada a cabo por un solo hombre, mientras que en otros países
una empresa análoga sólo se consideró apta para que la acometiera la plantilla de una
academia entera. A pesar de la vastedad de sus facultades, no puedo menos que
pensar que su imaginación lo había llamado a engaño cuando supuso que con una
dedicación constante pudo haber culminado la tarea en tres años tan sólo. Léase con
atención el prefacio, en el que detalla con estilo claro, contundente y luminoso, una
amplia, bien que particular visión de lo que había llevado a cabo, y resultará a todas
luces evidente que el tiempo empleado en ello fue relativamente corto. No estoy
deseoso de hinchar mi libro con largas citas de aquello que está en manos de todos, y
creo que hay pocas composiciones en prosa, en lengua inglesa, que se puedan leer
con más deleite y que mejor se impriman en la memoria que su discurso preliminar.
Una de sus excelencias ha llamado particularmente mi atención siempre: la
Habiendo vivido [así lo expresa con gran sinceridad de conciencia] no sin habitual reverencia por el sábat, aunque
sin la observancia de los deberes que el cristianismo exige:
1. Levantarme temprano y, con el objeto de que sea fácil, acostarme temprano el sábado.
2. Dedicar parte de la mañana a alguna devoción extraordinaria.
3. Examinar el tenor de mi vida y, en particular, la semana anterior, y anotar mis progresos en la religión, o
bien mis retrasos.
4. Leer metódicamente las Escrituras con las ayudas que tenga a mano.
5. Ir el doble a la iglesia.
6. Leer libros de Teología, sea especulativa o sea práctica.
7. Instruir a mi familia.
8. Fatigar mediante la meditación cualquier mancha mundana contraída a lo largo de la semana.
Aquí vemos, asumido como principio incontrovertible, que en este país el pueblo es
el superintendente de la conducta y de las medidas que tomen aquellos que tienen en
sus manos el gobierno de la nación. De los benéficos efectos de tal realidad el actual
reinado aportó un ejemplo ilustre, cuando diversas acciones de todas las partes del
reino sirvieron para poner coto a un audaz intento de introducir un poder nuevo y
subversivo frente a la corona.
Prueba aún más contundente de su espíritu patriótico se encuentra en su reseña de
un Ensayo sobre las aguas, del doctor Lucas, al cual, luego de pintarlo como hombre
bien conocido del mundo por su osado desafío al poder cuando lo consideraba
ejercido injustamente, se refiere de este modo:
Los ministros de Irlanda lo expulsaron de su país natal por una proclama en la que lo acusan de delitos de los que
nunca pretendieron aducir prueba alguna, y lo sometieron a opresión mediante métodos ante los que no podría
haber opuesto resistencia ni un culpable ni un inocente.
Así sea pues recibido un hombre condenado al exilio por haber sido amigo de su país, y así se le acoja en
cualquier parte como partidario confeso de la libertad; así aprendan a tiempo las herramientas del poder que bien
pueden robar, pero no empobrecer.[c116]
Algunas de las reseñas aparecidas en esta revista son muy breves relaciones de las
piezas comentadas, y si las menciono es sólo para que se conozcan las opiniones del
doctor Johnson sobre ellas; sin embargo, muchas son muestra de una crítica elaborada
de acuerdo con un estilo magistral. En su reseña de las Memorias de la corte de
Augusto salta a la vista su resolución de pensar y hablar con total independencia, sin
tener en cuenta el sesgo hipócrita transmitido a lo largo de los siglos en loor de los
antiguos romanos. Así, «no entiendo por qué cualquiera, salvo un chiquillo que
declama su lección en la escuela, debiera lloriquear a propósito de la riqueza
mancomunada de Roma, que si llegó a ser grande lo fue sólo a expensas de la miseria
del resto de la humanidad. Los romanos, al igual que otros pueblos, en cuanto se
enriquecieron se tornaron corruptos, y en su corrupción pusieron en venta sus vidas y
Los autores de los ensayos en prosa parecen haber imitado o intentado imitar el estilo copioso y la abundancia de
la señora Rowe. No es éste el único elogio que cabe hacérseles, pues se han desvivido por añadir a la brillantez de
sus imágenes la pureza de sus sentimientos. Los poetas se han mirado en el ejemplo señero del doctor Watts, un
escritor que si bien no tiene sitio en el primer peldaño del escalafón del genio, compensa ese defecto mediante la
constante aplicación de sus facultades a la defensa y promoción de la piedad. El intento de emplear los ornatos del
romance con el adorno de la religión creo que lo llevó a cabo por primera vez Boyle en su Martirio de Teodora,
pero los estudios filosóficos de Boyle no le dejaron tiempo para el cultivo de ese estilo, y la compleción de su
grandioso plan quedó reservada a la señora Rowe. El doctor Watts fue uno de los primeros que enseñaron a los
fieles que se rebelaron contra la autoridad papal a escribir e incluso hablar como los demás hombres, mostrándoles
que la elegancia bien puede casar con la piedad. Ambos hubiesen honrado con creces a una sociedad mejor, puesto
que poseían esa caridad al lado de la cual bien pueden olvidarse sus defectos, y con la cual todo el orbe cristiano
aspira a comulgar. Se mantuvieron ambos a salvo de todas las herejías de una época que toda opinión ha
convertido en favorita ¡de lo que la iglesia universal desde siempre ha detestado!
Por el interés general de la humanidad, estas alabanzas debieran ser conferidas a los escritores que complacen
y no corrompen, aunque para ellos todo elogio es vano si es humano, ya que los tengo por aplaudidos por los
ángeles y contados entre los justos.
Su defensa del té frente a la virulenta diatriba de Jonas Hanway contra esa elegante y
popular bebida demuestra lo bien que puede escribir un hombre de genio sobre los
asuntos más banales cuando lo hace, como dicen los italianos, con amore. Creo que
nadie disfrutó más que Johnson de la infusión de esa hoja fragante. Las cantidades en
que la bebía a todas horas eran tan descomunales que debía de tener un sistema
nervioso insólitamente fuerte para no quedar sumamente relajado por un uso tan
inmoderado de la infusión.[c117] Me aseguró que nunca le había causado la menor
inconveniencia, lo cual es buena prueba de que las fallas de su constitución eran más
bien debidas a una gran tensión de las fibras que a lo contrario. Hanway escribió una
colérica réplica a la reseña que hizo Johnson de su Ensayo sobre el té; tras una pausa
larga y deliberada, Johnson le dio contrarréplica; el único ejemplo, que yo sepa, a lo
largo de toda su vida, en que condescendió a refutar algo que se hubiera escrito
contra él.[a nota c71, Vol. II] Supongo que cuando pensaba en sus mezquinos antagonistas
era consciente del elevado sentir de Áyax en Ovidio:
Iste tulit pretium jam nunc certaminis hujus,
Qui, cum victus erit, mecum certasse feretur.[c118]
Lo cierto es que el bueno de Hanway se había expuesto al ridículo de tal modo que la
respuesta de Johnson a su ataque fue un asunto meramente deportivo.
La generosidad con que defiende la causa del almirante Byng dice mucho de su
honorable corazón y espíritu. Aunque Voltaire pretende ser ingenioso al comentar el
William Payne, hermano del respetable librero, publicó en este año Una introducción
al juego de damas a la que Johnson aportó una dedicatoria al Conde de Rochester* y
Los insignificantes hallarán en cualquier cosa una insignificancia, pero como es gran característica del hombre
sabio ver los acontecimientos en sus causas, obviar las consecuencias y calibrar las contingencias, Su Señoría
difícilmente tendrá por bagatela insignificante aquello en que el intelecto se habitúa a la cautela, la previsión y la
circunspección.
Como una de las pequeñas ventajas ocasionales que no desdeñó ganar con su pluma,
en su condición de hombre profesionalmente dedicado a la literatura, este año aceptó
una guinea de Robert Dodsley por escribir una introducción a The London Chronicle,
un periódico vespertino, e incluso en tan anodina tarea hizo gala de su muy peculiar
talento. El Chronicle aún subsiste, y por lo que he podido observar en el extranjero,
tiene en el continente una circulación más amplia que el resto de los periódicos
ingleses. El propio Johnson lo leía con frecuencia, y es de justicia observar que
siempre se ha distinguido por su sensatez, exactitud, moderación y delicadeza.
Otro ejemplo de la misma naturaleza es el que me ha comunicado el reverendo
Thomas Campbell, quien ha ganado crédito considerable gracias a sus propios
escritos.
Estando una mañana con el doctor Johnson, me preguntó si había conocido al doctor Madden, autor del plan de
incentivos aplicado en Irlanda. Puesto que le respondí afirmativamente, comentándole que durante unos años
había vivido en el mismo barrio que él, me suplicó que cuando regresara yo a Irlanda le procurase, si tal cosa me
resultara posible, un poema del doctor Madden titulado El monumento de Boulter. La razón por la que deseo
tenerlo, me dijo, es sencilla: cuando el doctor Boulter vino a Londres sometió esa obra a mi censura; y recuerdo
que suprimí muchos versos, y aún pude haber suprimido más sin que empeorase el poema. No obstante, el doctor
se mostró muy agradecido y fue muy generoso, pues me dio diez guineas por el trabajo, suma que entonces era
para mí muy cuantiosa.
En este año reanudó su proyecto de preparar una edición completa y anotada de las
obras de Shakespeare. Publicó unas propuestas de extensión considerable[170], en las
que demostró que conocía a la perfección la amplia gama de investigaciones que
semejante empresa iba a requerir; no obstante, su natural indolencia le impidió
proseguir la tarea con el ahínco y la diligencia necesarios para recopilar los datos
diseminados que el genio, por agudo, penetrante y luminoso que sea, no puede
A Charles O’Connor
Londres,
9 de abril de 1757
Señor,
últimamente, gracias a los buenos oficios del señor Faulkner, he tenido ocasión de leer su disertación sobre
Irlanda, y no puedo abstenerme de solicitarle que prosiga con sus intenciones. Sir William Temple se suele quejar
de que Irlanda es un país menos conocido que cualquier otro, sobre todo por lo que se refiere a sus épocas
antiguas. Los nativos han dispuesto de poco ocio y de escaso fomento de la investigación; los forasteros, por su
desconocimiento de la lengua, no disponen de las facultades idóneas.
Hace mucho tiempo que he manifestado mi deseo de que se cultive la literatura irlandesa[171]. Irlanda es
tradicionalmente conocida por haber sido en tiempos sede de la piedad y del saber; con total certeza sería muy
deseable para quienes tienen curiosidad bien por el origen de las naciones, bien por las afinidades de las distintas
lenguas, disponer de mayor información sobre las evoluciones de un pueblo tan antiguo, que fue en otro tiempo
tan ilustre.
La relación que exista entre la lengua galesa y la irlandesa, o entre la irlandesa y la vascuence, merece sin
duda detenida indagación. En el caso de esas lenguas circunscritas a su provincia, que no se han extendido, rara
vez sucede que haya un hombre capaz de entender más de una; por lo tanto, rara vez se puede hacer una
comparación en toda regla. Espero que siga usted cultivando esa clase de saberes, que durante mucho tiempo se
han hecho a un lado y que, si se tolera que sigan sumidos durante otro siglo en el olvido, tal vez ya nunca sean
susceptibles de rescatar. Como extiendo mis mejores deseos a toda empresa de utilidad, no quiero dejar pasar por
alto la ocasión de hacerle saber cuánto merece, a mi juicio, de todos los que amamos el estudio, y cuánto placer ha
procurado su obra, señor, a su más agradecido y más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Langton bien vale por Cumas, en cuyo caso, ¿quién será la Sibila? La señora Langton es sabia cual sibila, e igual
de buena. Si mis deseos sirvieran para prolongar su vida, vivirá hasta que el tiempo mismo envejezca. Pero en una
cosa difiere, en que no ha esparcido sus preceptos al viento, o no al menos los que le ha conferido a usted.
Los dos Warton pasaron unos días en la ciudad y alguien los llevó a ver Cleone, donde me dice David Garrick
que languidecieron por falta de compañía que les diera calor. David y Doddy[174] han vuelto a tener una trifulca a
causa de sus diferencias, y creo que no es oportuno que riñan más. Cleone estuvo bien interpretada en todos sus
personajes, aunque Bellamy no dejó nada que desear. Fui la noche del estreno y le presté todo el respaldo que
pude, pues Doddy, como bien sabe usted, es mi patrono, y no seré yo quien lo deje en la estacada. La obra tuvo
una muy buena acogida. Una vez pasado el peligro, Doddy acudió todas las noches a ver la representación entre
bambalinas y a llorar con el desasosiego de la pobre Cleone.
El 15 de abril comenzó a escribir una nueva publicación periódica titulada The Idler*
que salía todos los sábados junto con un semanario llamado The Universal Chronicle,
o Weekly Gazette, publicado por Newbery.[c127] Continuó la publicación de estos
ensayos hasta el 5 de abril de 1760. Del total de ciento tres, doce fueron aportados
por sus amigos; los números 33, 93 y 96 son obra de Thomas Warton; el n.º 67, de
Langton; los números 76, 79 y 82, de sir Joshua Reynolds; las palabras finales del n.º
82, así como «mancilla su lienzo con deformidades», son añadidos de Johnson, según
me informó sir Joshua.
El Idler es obviamente fruto del mismo ánimo y del mismo intelecto que dio lugar
al Rambler, si bien tiene menos cuerpo y más espíritu. Cuenta una mayor variedad de
experiencias de la vida real con un lenguaje más fácil de seguir. Describe las
desdichas que entraña la pereza con la vivacidad de quien las ha sentido en carne
propia; entre los apuntes privados que datan de la misma época en que lo escribía
hallamos esta nota: «Este año espero aprender a practicar la diligencia[176]». Muchos
de estos excelentes ensayos los escribió con la premura de una carta normal y
corriente. Langton recuerda que durante una visita a Oxford Johnson le preguntó de
cuánto tiempo disponía hasta que saliera el correo, y cuando supo que era sólo media
hora exclamó: «Pues lo haremos de corrido», instante en el cual tomó asiento y
terminó una entrega para el Idler que a la fuerza tenía que estar en Londres al día
siguiente. Como manifestara Langton su deseo de leerla, Johnson repuso: «Señor,
tardará usted más de lo que he tardado yo». La dobló y la dio al correo.
Hay sin embargo en el Idler varios ensayos en los que hace gala de una hondura
de pensamiento y un trabajo del lenguaje comparables a los de cualquier otro escrito
de este gran hombre. El n.º 14, «Latrocinios del tiempo»; el 24, «Pensamiento»; el
41, «Muerte de un amigo»; el 43, «Fugacidad del tiempo»; el 51, «Lo inalcanzable de
la grandeza en el ámbito doméstico»; el 52, «Abnegación»; el 58, «La verdad, lejos
de lo imaginado, excelencia»;[c128] el 89, «Mal físico, bien moral», y el último ensayo
de la serie, «El horror de lo último»,[c129] son buena prueba de lo que digo.
Desconozco por qué razón sólo se puso un lema a modo de encabezamiento, habitual
adorno de los periódicos, en muy pocos números del Idler; según sé era a Johnson a
quien se había encomendado esa tarea, y es imposible que él no tuviera uno al que
recurrir, por algo tenía la memoria magníficamente surtida de innumerables pasajes
Por desgracia, demasiado cierto es que donde hay hechura de fibras delicadas, y fina
sensibilidad, es imposible resistirse al influjo del aire. Igual pudiera él haber
desafiado las fiebres palúdicas, la parálisis y otros desórdenes corporales: en este
terreno su enaltecimiento del espíritu es jactancia.
Ahora bien, en ese número del Idler diríase que su ánimo pujante se alborota hasta la
desmesura, pues llevado por la gratuidad de la disquisición olvida por un momento
incluso el respeto debido a lo que más reverenciaba, y llega a describir al «cortesano»
como alguien «cuyo cometido no es otro que observar la apariencia de otro ser tan
débil y tan hazmerreír como él».[c131]
Su manera de ridiculizar sin paliativos la gesticulación retórica no es, desde
luego, prueba de que esto sea cierto; sin embargo, es imposible no admirar qué bien
se adapta al efecto deseado. «Ni los jueces de nuestras leyes, ni los representantes de
nuestro pueblo se dejarían afectar en demasía por exageradas gesticulaciones, ni
tampoco darían más crédito a un hombre, por más que éste pusiera los ojos en blanco,
hinchase los carrillos o se asestara puñaladas contra el pecho, así mirase ora al techo,
ora al suelo».
No es del todo insólito que haya en sus prosas una coincidencia casual con otros
escritores, o incluso la adopción de un sentimiento o una imagen encontrada en un
escrito ajeno que al cabo de un tiempo aparece en el recuerdo como si fuera propia.
La riqueza de imaginación que tenía Johnson, capaz de surtir sus páginas en
abundancia y en cualquier ocasión que fuera, añadida a la fuerza de su memoria, que
al punto identificaba al dueño verdadero de cualquier pensamiento, lo tornaba menos
susceptible de ser acusado de plagio de lo que, seguramente, lo es cualquier otro de
nuestros autores. Sin embargo, en el Idler hay un ensayo en que se compara la
Cuando se recogieron en varios volúmenes, a los ensayos del Idler añadió el ensayo
sobre los epitafios y la disertación sobre los de Pope, así como un ensayo sobre la
bravura del soldado raso en el ejército británico. Sin embargo, omitió uno de los
originales, que en la edición en folio es el n.º 22[177].
Al mismo
[Londres,]
1 de junio de 1758
Querido señor,
ésta se la entregará en mano el señor Baretti, un caballero particularmente merecedor de la atención y la
amabilidad del profesor de poesía. Tan sólo dispone de tiempo para una breve estancia, y se alegrará mucho de
dedicarlo a ver y oír todo cuanto pueda.
Al tiempo de pedirle otro favor le agradezco la amabilidad que usted me ha mostrado. ¿Dispone de más
apuntes sobre Shakespeare? Mucho me alegraría recibirlos.
Veo a Langton, su discípulo, algunas veces. Tiene el ánimo tan elevado como la estatura. Algo de miedo me
da, aunque sea tan amigable de trato como formidable en tamaño. Si la rectitud y el desparpajo de su carácter no
se le echan a perder, será un gran honor para usted y para la universidad. Lleva consigo algunas de mis obras
teatrales[180], y cuenta con mi permiso para mostrárselas, con la condición de que no las vea nadie más. Soy,
16 de enero de 1759
Querida y distinguida madre,
la debilidad de usted me afecta más allá de lo que he querido dejarle ver. No creo que no esté preparada para
afrontar la muerte, pero reconozco que no sé cómo soportar el mero pensamiento de perderla. Esfuércese cuanto
pueda. Coma todo lo que pueda.
Ruego por usted a menudo; le pido que ruegue usted por mí. No tengo más que añadir a mi última carta.
Soy, querida madre, su hijo afectuoso y obediente,
SAM. JOHNSON
Al dorso:
20 de enero de 1759
Querida y distinguida madre,
ni la condición en que se halla ni el carácter de usted me aconsejan que diga mucho. Ha sido usted la mejor de las
madres, y creo que la mejor de las mujeres de este mundo. Le doy las gracias por su indulgencia conmigo, y le
ruego me perdone por todo lo que yo haya hecho mal, y por todo lo que haya dejado de hacer bien. Dios le
conceda su Espíritu Santo y le reciba en su eternal felicidad, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén. Reciba Jesús
Nuestro Señor su espíritu. Amén.
Soy, querida madre, su hijo afectuoso y obediente,
SAM. JOHNSON
—Si todos tus temores son por las apariciones —dijo el Príncipe—, te aseguro que estarás a salvo. No hay peligro
que temer de los muertos; el que ha sido enterrado no se dejará ver nunca más.
—No seré yo quien se empeñe en mantener —dijo Imlac— que los muertos ya no se dejan ver nunca más, por
ser contrario al testimonio concurrente y diverso de todas las épocas y todas las naciones. No hay un solo pueblo,
culto o inculto, entre el cual no se relaten las apariciones de los muertos, ni uno solo que no crea en ellas. Esta
opinión, que es la que prevalece dondequiera que se haya difundido la naturaleza humana, puede haber llegado a
ser universal sólo por el hecho de ser verdadera; de otro modo, quienes nunca tuvieron noticia los unos de los
otros, no pondrían estar de acuerdo en algo a lo que sólo la experiencia propia puede otorgar credibilidad. Aquello
que pone en duda quien por su cuenta cavila, en poco o nada puede minar la evidencia general, y quienes con la
lengua lo niegan, por sus temores lo confiesan.
lo cual contiene en múltiples sentidos bastante más que mera justicia poética.
Cultivemos, pues, bajo el manto de los buenos principios, «la théorie des sensations
agréables», y, como aconsejara Burke con admirable tino a un serio y angustiado
caballero, «vivamos con agrado».
El efecto de Rasselas, así como de otros cuentos morales de Johnson, lo ilustra
bellamente Courtenay en su Carácter moral y literario del doctor Johnson, de 1786:
Se recordará que durante todo este año siguió escribiendo los ensayos de su Idler[184]
y que sin duda progresaba, bien que despacio, en su edición de Shakespeare. Sin
embargo, con su generosidad infalible y manifiesta, cuando otros profesionales de la
A Joseph Simpson
Estimado señor,
la inflexibilidad de su señor padre no sólo me entristece, sino que también me asombra: en primer lugar, se trata
de su padre; además, siempre se le tuvo por un hombre sabio; nada recuerdo que desmereciera nunca su
bonhomía, y, en cambio, en su tajante negativa a prestarle ayuda a usted no hay, no puede haber, bonhomía,
paternidad bien entendida ni sabiduría. Es propio de un buen padre pasar por alto las fallas que, en virtud de sus
consecuencias, ya son castigo suficiente para quien incurre en ellas. Es natural que un padre tenga de sus hijos una
opinión más favorable que la de los demás; siempre es de sabios prestarles ayuda, máxime si una pequeña ayuda
prevendrá la necesidad de otra mayor.
Si contrajo usted matrimonio de manera imprudente, se ha malogrado a su propio riesgo y a una edad en la
que tenía derecho a elegir. Mala cosa fuera que no pudiese el hombre elegir a su mujer, derecho que puede alegar
ante los jueces de este país.
Si su imprudencia ha dado por fruto estrecheces, inconveniencias y complicaciones de todo tipo, es usted
quien ha de hacerles frente; con ayuda de una buena salud, de seguro sabrá plantarles cara y vencerlas. Es
innegable que la necesidad que el accidente o la enfermedad producen es algo a lo que hay que hacer frente en
cualquier región en la que habite el hombre, así carezca incluso de amigos o de padre. Sin duda, hace usted bien
en reclamar la caridad de su padre, aunque no tenga ese derecho por ley; por ello, le aconsejo que no prescinda de
cualquier ocasión que tenga de importunarlo con decencia y con hombría. Sus deudas no alcanzan en conjunto una
suma desorbitada; sólo una pequeña parte del total le puede acarrear desvelos y flaquezas. Las deudas de poca
monta son como la munición de escaso calibre, que por todas partes resuena, y rara vez escapa uno de ese fuego
graneado sin recibir alguna herida; en cambio, las deudas de gran magnitud son como balas de cañón, que hacen
mucho ruido y levantan grandes polvaredas, pero apenas entrañan mayor peligro. Debe usted, por tanto, saldar
cuanto antes las deudas mezquinas para hallarse a sus anchas y bien seguro para enfrentar las demás. Ni las
grandes ni las pequeñas lo deshonran, ni son una desgracia. Tenga la certeza de que cuenta usted con mi estima
por el calor con que las contrajo y por el buen ánimo con que las resiste. Ojalá mi estima le fuese de mayor
utilidad. Se me ha invitado, o bien me he hecho invitar, a distintas localidades del reino, pero no incomodaré a mi
querida Lucy llegándome a Lichfield, al menos mientras su actual domicilio le sea de utilidad. Espero estar
desocupado dentro de unos días y hacer algunas visitas. Adónde vaya es lo de menos. El hombre que no tiene
lazos que lo aten, en cualquier parte está como en su casa. Mucho lamento, señor, que donde tiene usted padres no
tenga hogar un hombre de su mérito. Ojalá pudiera dárselo yo. Soy, estimado señor, afectuosamente suyo,
SAM. JOHNSON
Aprovecharé esta ocasión para referir de qué modo comenzaron a tratarse Johnson y
Murphy. Mientras duró la publicación del Gray’s Inn Journal, periódico que con éxito
sacó adelante sin ayuda de nadie el propio Murphy cuando aún era muy joven,
casualmente se encontró en el campo con el señor Foote, y al comentarle que tenía la
apremiante obligación de volver a Londres con el fin de preparar y dejar listo para la
imprenta uno de los números del Journal, éste le dijo: «Si de eso se trata, no es
preciso que se marche usted. Aquí tiene una revista francesa en la que encontrará un
muy bello cuento orientalizante; tradúzcalo y mándeselo a su impresor». Murphy
Como en esta época cierta señora le solicitara que recabase el patrocinio del
Arzobispo de Canterbury para enviar a su hijo a estudiar en la universidad, una de
esas frecuentes solicitudes en las que el ansia de la gente por lograr un objetivo
particular hace que no se paren a considerar la impropiedad o la inoportunidad que
supone su petición a las personas a quienes solicitan ayuda, le escribió la siguiente
respuesta, copia de la cual ha tenido la bondad de hacerme llegar el reverendo doctor
Farmer, rector de Emmanuel College, en Cambridge:
8 de junio de 1762
Señora,
créame que mi retraso en contestar su carta sólo se ha debido a mi reticencia a destruir las esperanzas que pueda
usted haberse formado. La esperanza es, en sí misma, una suerte de felicidad, es posible que la mayor de las
felicidades que este mundo pueda depararnos; ahora bien, al igual que en cualquier otro placer que se disfrute sin
moderación, el exceso de esperanza entraña su propia expiación por medio del dolor, y las esperanzas en que uno
se complace de un modo impropio han de dar a la postre en desengaño. Si se preguntase cuál es la esperanza
impropia en la que es peligroso complacerse, la experiencia acudiría rauda en su respuesta, y dictaminaría que se
trata de aquella esperanza que no dicta la razón, sino el deseo; es la esperanza que suscitan no los sucesos
habituales de la vida, sino las carencias mismas del que está expectante: es una expectativa que requiere un
cambio drástico del discurrir habitual de las cosas, que se quebranten las reglas generales de la acción.
Cuando me extendió usted su petición, debería haber considerado, señora, lo que me estaba pidiendo. Me pide
que importune a un gran hombre, con quien jamás he cruzado palabra, con una solicitud en beneficio de un joven
al que jamás he visto, y todo a partir de una suposición cuya veracidad no tengo medios para confirmar. No existe
una razón por la cual entre todos los grandes debiera yo suplicar al Arzobispo, ni tampoco la hay de que entre
todos los objetos de su munificencia debiera el Arzobispo escoger a su hijo. Sé bien, señora mía, cuán a
regañadientes se acepta la convicción cuando el propio interés se opone, pero no me cabe duda, señora, de que
sabrá usted reconocer que no existe razón por la cual debiera yo hacer lo que usted me pide, como haría cualquier
otro con idéntica razón, pues se trata de algo que nadie haría como es debido si no tuviera una muy peculiar
relación tanto con el Arzobispo como con usted. Si estuviera en mi mano ayudarla por algún medio apropiado, lo
haría con gran placer, si bien su requisitoria se aleja tantísimo de los métodos de rigor que no puedo plegarme a
ella si no es a riesgo de pasar por respuestas y suspicacias tales como creo que no me desea usted que sufra.
He visto esta mañana a su hijo; me parece un joven espléndido que tal vez pueda hallar mejor amigo del que
yo podría procurarle; ahora bien, aun cuando en última instancia no ingresara en la universidad, todavía podrá ser
sabio, provechoso y feliz. Soy, señora, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
El ascenso de Jorge III al trono de estos reinos abrió una nueva y más luminosa
perspectiva a los hombres de mérito literario, que no habían recibido los honores ni
los favores de la Corona en el reinado de su predecesor. Gracias a que Su Majestad se
había educado en este país, gracias a su buen gusto y munificencia, quiso como es
natural ser mecenas de las Ciencias y las Artes; a comienzos de este año le fue
En este año, su amigo sir Joshua Reynolds hizo una visita de varias semanas a su
tierra natal, el condado de Devon, en la que le acompañó Johnson, quien se sintió a
sus anchas durante la escapada, a tal extremo que afirmó que en su transcurso había
tenido una gran afluencia de ideas nuevas. Recibió agasajos en las casas solariegas de
varios nobles y caballeros del oeste de Inglaterra[201], pero pasó la mayor parte del
tiempo en Plymouth, donde el esplendor de la flota, los astilleros y todas sus
circunstancias le ofrecieron un gran panorama que contemplar. El comisario de la
dársena le hizo el gran honor de ordenar que su propio velero lo llevara, con sus
amigos, hasta Eddystone, saliente de tierra hasta el cual navegaron. Sin embargo, tan
encrespado estaba el mar que no fue posible desembarcar donde deseaban.
Reynolds y él fueron entonces invitados del doctor Mudge, célebre cirujano y hoy
médico en plaza, no menos distinguido por su vivacidad y amplia gama de
conocimientos que amado y estimado por su talante afable y amistoso. Johnson trabó
allí una estrecha relación con el padre del doctor Mudge, el reverendo Zachariah
Mudge, eminente teólogo y prebendado de Exeter, al que se idolatraba en toda la
región del oeste por su excelencia en las prédicas y la notable congruencia y decoro
de su conducta en privado. Predicó un sermón a propósito para que Johnson lo oyera,
y como más adelante veremos, éste honró su memoria escribiendo un retrato suyo.
Mientras se encontraba en Plymouth, Johnson trató a muchos de sus habitantes y no
escatimó sus muy entretenidas conversaciones. Fue allí donde hizo aquella confesión
franca y verdaderamente original de que «la ignorancia, la pura ignorancia» había
sido la causa del error en una definición que da en su Diccionario de la palabra
cuartilla, provocando no pequeña sorpresa en la dama que le había formulado la
pregunta, puesto que, teniendo el respeto más profundo por su carácter, hasta el
extremo de suponerlo prácticamente dotado del don de la infalibilidad, esperaba oír
de sus labios una explicación (de algo que con certeza pareció extraño a una lectora
común) tomada de alguna fuente de hondos conocimientos de la que ella no tuviera
noticia.
Sir Joshua Reynolds, con quien estoy en deuda por la información relativa a este
viaje, comenta una muy característica anécdota de Johnson acaecida mientras se
hallaba en Plymouth. Como observara que a raíz de la construcción de la dársena
había brotado una nueva ciudad a unas dos millas de la antigua, con la que había de
rivalizar, y como fuera sabedor gracias a su sagacidad y a su atenta observación de la
naturaleza humana de que si un hombre algo llega a odiar por encima de todo es a su
vecino más próximo, llegó a la conclusión de que esa ciudad nueva y pujante a la
fuerza había de excitar la envidia y los celos de la antigua, conjetura que bien pronto
hubo de verse confirmada, a tenor de todo lo cual se puso resueltamente a favor de la
ciudad antigua, de la ciudad establecida, por considerar que era una especie de deber
No tarde en escribirme.
»Salta a la vista que algo había oído de la fábula del carrizo que se posa en el ala del
águila, y la había aplicado al pardal. Sin embargo, el estilo familiar de Cibber era
bastante mejor de lo que suponía Whitehead. Las monsergas de estilo grandilocuente
son insufribles. Whitehead no es más que un hombrecillo que dedica sus versos a los
actores».
No quise asumir la tarea de ser yo quien contradijera su censura, que estaba teñida
de sus prejuicios contra los actores y los dramaturgos, pero no pude dejar de pensar
que un poeta dramático puede con toda propiedad rendir un cumplido a un actor
eminente, como ha hecho Whitehead de modo muy feliz en sus versos dedicados a
Garrick.
«Señor, sepa usted que Gray no me parece un poeta de primerísima fila. No es
audaz su imaginación, ni grande su dominio de las palabras. La oscuridad en que se
envuelve no nos persuadirá de que es sublime.[c169] Su Elegía en un cementerio
exhibe una feliz selección de imágenes, pero no me gustan los que se consideran sus
detalles de grandeza. Su oda, que comienza diciendo:
ha sido celebrada por su brusquedad, por iniciar el tratamiento de sus temas sin
dilación. Sin embargo, tales artes no tienen mérito alguno a no ser que sean
originales. Las admiramos una sola vez, y esa brusquedad en el fondo no es
novedosa. La hemos visto a menudo con anterioridad. Está en la vieja canción de
Johnny Armstrong:
¿Hay un hombre en toda Escocia,
desde las altas cunas hasta las humildes granjas…?, etc.,
y luego:
con lo cual entra de lleno en el tema. No hay narración previa que nos guíe. Los dos
versos que siguen en la Oda me parecen muy buenos:
Comenté el periódico llamado The Connoisseur. Dijo que le faltaba sustancia. Desde
luego, carece de los hondos pensamientos que son propios de los escritos de Johnson,
pero no cabe duda de que contiene atinadas impresiones sobre cuestiones de la vida, y
un talante muy vivaz. La opinión que le merecía The World no era mucho más
elevada que la que correspondía al Connoisseur.
Permítaseme en este punto disculparme por la imperfección con la que me veo
obligado a plasmar las conversaciones de Johnson durante esta época. En la primera
etapa de mi trato con él estaba yo tan obnubilado por la admiración de su
Johnson pareció sumamente satisfecho con esta justa y bien enunciada alabanza.
Me recomendó que llevase un diario en el que recogiera los pormenores de mi
vida, que escribiera abundantemente y sin reservas. Afirmó que sería un muy buen
ejercicio, que me daría una gran satisfacción cuando los particulares se hubieran
borrado de mi memoria. Fue singularmente afortunado haber tenido con él previa
coincidencia de opinión sobre esta materia, pues ya llevaba yo esa clase de diario
desde algún tiempo atrás, y me causó no poca alegría poder comunicárselo y recibir
Y, tras una solemne reflexión sobre el hecho de estar «contado entre los muertos, ya
olvidado», aparece la siguiente estrofa:
que fue de este modo felizmente parodiada por el señor John Home, al cual debemos
la bella y patética tragedia titulada Douglas:
Dudo mucho que el autor amable e ingenioso de estos versos burlescos los recuerde,
pues le salieron ex tempore una noche en que paseábamos los dos por los salones del
castillo de Eglintoune en 1760, y desde entonces nunca se los he comentado.
«Señor —me dijo Johnson una vez—, honro a Derrick por su presencia de ánimo.
Una vez, cuando Floyd[233], otro autor que era pobre de solemnidad, vagaba en plena
noche por las calles, se encontró con Derrick durmiendo como un tronco sobre un
fardo; al despertar con el sobresalto, Derrick le dijo: “Mi querido Floyd, cuánto
lamento verle en tan mísera situación. ¿Quiere usted recogerse conmigo en mis
aposentos?”».
Volví a pedirle consejo sobre el método de estudio que me convenía seguir en la
universidad. «Venga —dijo—, dediquémosle un día entero. Vayamos a Greenwich a
almorzar, hablémoslo allí». Fijamos el sábado siguiente para la excursión.
Mi reverenciado amigo caminó conmigo hasta la playa, donde nos abrazamos y nos
despedimos con ternura, comprometiéndonos a comunicarnos por carta. «Espero,
señor —le dije—, que no me olvide durante mi ausencia». JOHNSON: «Descuide; es
mucho más probable que me olvide usted, y no a la inversa». Al hacerse el barco a la
mar, mantuve la vista clavada en él durante largo rato, mientras él permanecía
impasible, con su apariencia majestuosa de siempre, hasta que por fin lo vi emprender
el camino de regreso a la población y desapareció.
Utrecht se me antojó al principio tedioso y apagado, luego de las animadas
escenas londinenses, y la pesadumbre afectó mucho mi espíritu. Escribí a Johnson
una carta quejumbrosa y descorazonada a la que no prestó atención. Después, cuando
hube adquirido un tono de voz y una presencia de ánimo más firmes, le escribí una
segunda carta en la que expresé una gran ansiedad por saber de él. A la larga recibí la
Lamento observar que ni en mis propios apuntes ni en mis cartas a Johnson, que él
quiso preservar, encuentro la menor información relativa a cómo se mantiene a los
pobres en las Siete Provincias. Sin embargo, extraeré de una de mis cartas lo que
pude averiguar en lo tocante al otro objeto que suscitó su curiosidad.
He conducido todas las indagaciones posibles respecto a la lengua de Frisia, y he descubierto que su cultivo ha
sido mucho más reducido que el de cualquier otro de los dialectos del norte, buena prueba de lo cual es la escasez
de libros en esta lengua. Del antiguo frisio no quedan más restos que algunas leyes antiguas que preservara
Schotanus en su Beschryvinge van die Heerlykheid van Friesland, así como su Historia Frisica. Aún no he sido
capaz de localizar ninguno de estos libros. El profesor Trotz, anteriormente adscrito a la Universidad de Vranyken,
en Frisia, y que en la actualidad se dedica a preparar una edición que contenga todas las leyes frisias, es quien me
proporcionó esta información. Del frisio moderno, o del que hablan nuestros lerdos contemporáneos, me he
procurado una muestra. Se trata de las Rymelerie de Gisbert Japix, que es el único libro que poseen. Es pasmoso
que no dispongan de una traducción de la Biblia, ni devocionarios, ni siquiera ninguna de las baladas o libros de
cuentos que tanto suelen agradar a las gentes del campo. Tendrá usted el Japix a la primera oportunidad que se me
presente. Mynheer Trotz me ha prometido su ayuda.
2 de julio. Pagué al señor Simpson diez guineas que me había prestado en un momento de necesidad, por lo cual
Tetty me manifestó su gratitud.
8 de julio. Presté al señor Simpson otras diez guineas.
Aquí se encontró con la placentera oportunidad de tener con un viejo amigo la misma
amabilidad que anteriormente había recibido de él. Ciertamente, su generosidad en
cuestiones de dinero era muy digna de nota. La siguiente entrada de su diario dice así:
ÓMNIBUS ad quos praesentes literae pervenerint, salutem. Nos Praepositus et Socii Séniores Collegii sacrosanctae
et individuae Trinitatis Regine, Elizabethae justa Dublin, testamur; Samueli Johnson, Armígero, ob egregiam
scriptorum elegantium et utilitatem, gratiam concessam fuisse pro gradu Doctoratus in utroque jure, octavo die
Julii, Anno Domini millesimo septingentésimo sexagesimo-quinto. In cujus rei testimonium singulorum manus et
sigillum quo in hisce utimur apposuimus; vicésimo tertio die Julii, Anno Domini millesimo septingentésimo
sexagesimo-quinto.
GUL. CLEMENT FRAN. ANDREW
THO. WILSON PRAEPS
THO. LELAND
Su oración con vistas a convertirse en político se titula «Para entrar en política con H
———n», sin duda su buen amigo, el honorable William Gerard Hamilton, al cual,
gracias a su prolongado trato, tenía en muy alta estima, y a cuya conversación una
vez rindió el mayor de sus cumplidos: «Muy contrario me siento, señor, a quedarme
solo, de modo que acompaño a mis visitantes, cuando marchan, por el primer tramo
de las escaleras, con la esperanza de que quizá quieran volver sobre sus pasos; con
vos, señor, dispuesto estoy a bajar hasta la puerta de la calle». A qué departamento en
particular tenía interés en dedicarse es algo que no se aclara, y que tampoco acierta a
explicar el señor Hamilton[250]. Su oración se mantiene en términos más bien
generales: «Esclareced mi entendimiento mediante el conocimiento del bien, y
gobernad mi voluntad de acuerdo con vuestras leyes, de modo que ningún embuste ni
falsedad me lleven a engaño, de modo que ninguna tentación me corrompa, de modo
Y añadió: «De éstos puedo dar garantías».[c4] Representan una pequeña porción del
total, que consta de 438 versos. Goldsmith, en el dístico insertado, habla de Lucas
como si fuera una persona de sobra conocida, y cualquier lector superficial o
apresurado ha pasado por ello sin detenerse; los que hayan prestado más atención han
sentido idéntica perplejidad al ver a Lucas que al ver a Lydiat en La vanidad de los
deseos del hombre. La verdad es que el propio Goldsmith incurrió en un error
inadvertido. En la respublica hungarica[c5] aparece una crónica de una rebelión a la
desesperada que en el año de 1514 encabezaron dos hermanos apellidados Zeck,
llamado uno Jorge y el otro Lucas. Aplastada la rebelión, fue a Jorge, y no a Lucas, al
que se le castigó obligándole a llevar una corona de hierro candente: «corona
candescente ferrea coronatur». La misma y severísima tortura fue impuesta al Conde
de Athol, uno de los asesinos del rey Jacobo I de Escocia.
El doctor Johnson en la misma ocasión me hizo el favor de señalarme los versos
que proporcionó a La aldea desierta, poema de Goldsmith, que son los cuatro
últimos:
Tras haber pasado yo algún tiempo en Escocia, le comenté por carta que «a mi
regreso a mi tierra natal, luego de algunos años de ausencia, me informaron que un
gran número de conocidos había marchado a la tierra del olvido, y así me hallé como
un hombre que ronda por un campo de batalla y que a cada paso descubre un nuevo
muerto». Me quejé del estado de irresolución en que me encontraba, y señalé que
había hecho un voto como garantía de mi buena conducta. Volví a escribirle sin
A James Boswell
Londres, 21 de agosto de 1766
Querido señor,
la recepción de su tesis me ha devuelto a la memoria la deuda que tengo contraída con usted. ¿Por qué razón
******?[4] Le castigaré por ello, y para ello nada mejor que decirle cuán necesitado está su latín de una corrección
a fondo.[5] Muy al comienzo, «Spei alteræ», por no señalar siquiera que debiera decir primæ, no es correcto
gramaticalmente: alteræ debiera ser alteri. En la siguiente línea parece usted utilizar «genus» en términos
absolutos para designar lo que nosotros llamamos familia, es decir, tomándolo por ‘de extracción ilustre’,
sospecho con su permiso que sin la debida autoridad. «Homines nullius originis», por Nullis orti majoribus, o
Nullo loco nati, es, mucho me temo, barbarismo.
Ruddiman ha muerto.[c21]
Ahora que bastante le he incordiado, trataré de complacerle. Su resolución de obedecer a su señor padre es
algo que apruebo con toda sinceridad, aunque no debe usted acostumbrarse a encadenarse con votos volátiles:
alguna vez le dejarán una espina clavada en el espíritu, que tal vez nunca sea capaz de extraer o expulsar. Tómese
este aviso como debe, pues es de la mayor importancia.[c22]
El estudio de las leyes es tal como usted con gran tino lo califica, copioso y generoso;[6] al sumar su nombre a
quienes las profesan, ha hecho usted exactamente aquello que siempre deseé cuando a usted quise desearle lo
mejor. Espero que proseguirá usted ese estudio con vigor y constancia.[c23] Al menos gana usted, y no me parece
ventaja baladí, una clara seguridad que lo aleja de esos folloneros, contrariados y tediosos descontentos que
siempre hallan por dónde colarse en un intelecto desocupado, carente de dedicación clara y de resolución.
No debiera considerar que sea pequeño acicate para la diligencia y la perseverancia el que de ese modo dé
usted gusto a su señor padre. Todos vivimos con la esperanza de complacer a alguien, y el placer de complacer
debiera ser el mayor de todos, y a la postre siempre lo será, cuando nuestros empeños se ejerzan de consuno con
nuestro deber.
La vida no es larga, y es demasiado en ella lo que no se debe pasar en ociosas deliberaciones acerca del modo
en que hayamos de pasarla: la deliberación, quienes la comienzan con prudencia y la prosiguen con sutileza,
deben, tras prolongada experiencia del pensamiento, concluirla mediante el azar.[c24] Preferir un futuro modo de
vida por encima de otro, basándose en justas razones, es algo para lo cual se requieren facultades que no ha
querido nuestro Creador otorgarnos.
Por consiguiente, si la profesión que ha elegido usted presentara algunas inconveniencias imprevistas,
consuélese reflexionando que ninguna profesión carece de ellas, y que todas las contrariedades de un trabajo son
lujo y blandura si se comparan con los incesantes anhelos de la desocupación y los expedientes insatisfechos de la
pereza.
En cuanto a su Historia de Córcega, no posee usted materiales que no estén o no puedan estar en poder de otros.
De la manera que sea, ha sido usted presa de una imaginación calenturienta. Ojalá existiera cura, como existe cura
para el amante desesperado, para todas las cabezas obcecadas en una única idea, lo que da lugar a una posesión
indebida e irracional. Ocúpese de sus propios asuntos, y deje a los corsos los suyos.
Soy, mi querido señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
refiriéndose a los corderos y a las ovejas. Sin embargo, también se emplea para expresar cualquier cosa de la que
tengamos dependencia en el presente, y bien aplicada está la voz a un hombre de influencia y distinción, que es
nuestro sostén, nuestro refugio, nuestro praesidium, como llama Horacio a Mecenas. Así, en la Eneida, XII, V, 57,
la reina Amata interpela a su yerno, Turnus: «Spes tu nunc una», y no era él entonces esperanza de futuro, pues
añade ella:
cosa que bien podría haberse dicho de milord de Bute hace algunos años. Ahora bien, considero al actual Conde
de Bute excelsae familiae de Bute spes prima, y a milord Mountstuart, su hijo primogénito, spes altera. Igual
sucede en la Eneida, XII, V. 168, donde tras hacerse mención del Pater Æneas, que era quien encarnaba la spes en
ese momento, se habla de la spes reinante o, como dirían mis amigos alemanes, spes prima, a lo que el poeta
añade: «Et juxta Ascanius, magnæ spes altera Romæ».[c29]
Considera usted que «alteræ» no es gramaticalmente correcto, y me indica que debiera decir alteri. Debe usted
tener presente que antaño alter se declinaba de manera regular, y que en la época en que fueron escritos los
antiguos fragmentos que se conservan de las Juris Civilis Fontes sin duda se declinaba tal como lo hago yo. Esto,
a mi parecer, debiera ser protección suficiente para un abogado que escribe «alteræ» en una disertación sobre una
parte de su propia ciencia, pero como difícilmente me aventuraría yo a citar fragmentos de la antigua ley ante un
hombre de tal sólida formación clásica como es el señor Johnson, no he hecho una pormenorizada investigación
en torno a estos residuos con objeto de hallar ejemplos de lo que soy capaz de producir en una composición
poética. Hallamos en Plauto, Rudens, acto 3, escena 4: «Nam huic alterae patria quae sit profecto nescio».[c30]
Plauto no cabe duda que es un comediógrafo antiguo, pero en tiempos de Escipión y de Lelio hallamos a
Terencio, Heautontimoroumenos, acto 2, escena 3:
Duda usted de que me avale alguna autoridad en el uso de «genus» en términos absolutos, para designar lo que
llamamos familia, esto es, ‘de ilustre extracción’. Tomo genus en latín, que tiene un significado muy semejante a
birth en inglés [‘nacimiento, cuna’]; ambos, en una primera acepción, expresan tan sólo linaje, pero ambos tienen
también el sentido de κατ᾽ ἐξοχήν,[c32] ‘de noble extracción’. Genus se emplea de ese modo en Horacio, Sátiras,
libro II, V. 8: «Et genus et virtus, nisi cum re, vilior alga est»,[c33] y en Epístolas, libro I, VI, 37: «Et genus et
formam Regina pecunia donat».[c34]
«Homines nullius originis», por nullis orti majoribus, o nullo loco nati, es, a su juicio, barbarismo.
Origo se emplea para denotar el abolengo, como en Virgilio, Eneida, I, V. 286: «Nascetur pulchra Trojanus
origine Caesar».[c36]
Y en la Eneida, X, V. 618: «Ille tamen nostra deducit origine nomen».[c37]
Y así como nullus se emplea en designación de ‘oscuro’, ¿no es el genio de la lengua latina el que permite
escribir nullius originis para designar ‘de oscura extracción’?
Me he defendido todo lo bien que he sabido.
¿Me permite aventurarme a discrepar de usted en lo referente a la utilidad de los votos que uno haga? Soy
consciente de que sería muy peligroso hacer votos a tontas y a locas, sin la debida y sopesada consideración que
se requiere, pero no puedo menos que pensar que posiblemente sean a menudo una gran ventaja para una persona
de juicios variables e inclinaciones irregulares. Siempre me acuerdo de un pasaje que contenía una de sus cartas a
nuestro amigo italiano, el buen Baretti, en el que hablando de la vida monacal decía usted que no le extraña que
los hombres serios de veras se encomienden a la protección de una orden religiosa, una vez descubren qué
incapaces son de cuidar de sí mismos. Por mi parte, y sin afectar ser ni de lejos un Sócrates, estoy seguro de que
sostengo una lucha más encarnizada que de costumbre con el principio del mal, en la que todos los métodos de
que pueda valerme serán siempre insuficientes para ayudarme a mantener con tolerable firmeza mis pasos por el
camino de la rectitud.
Soy siempre, con la más alta veneración, su afectuoso y humilde servidor,
JAMES BOSWELL
A juzgar por la agenda que llevaba Johnson, parece que este año estuvo en casa del
señor Thrale desde antes de San Juan hasta pasado San Miguel, y que después pasó
un mes en Oxford. Había adquirido por entonces gran intimidad de trato con el señor
Chambers, de dicha universidad, más tarde sir Robert Chambers, uno de los jueces
designados para ocupar ese cargo en la India.
En este año nada publicó con su nombre, aunque escribió una noble dedicatoria al
Rey que encabeza el opúsculo de Gwyn titulado Mejoras en Londres y Westminster;*
también aportó el prefacio† y varias de las piezas que figuran en un volumen de
Misceláneas, de Anna Williams, la dama invidente que tuvo caritativamente asilada
en su casa. De éstas, son suyas el epitafio de Philips;* la traducción de un epitafio
latino de sir Thomas Hanmer;† «Amistad, una oda»;* «La hormiga»,* una perífrasis
de los proverbios, de la cual conservo un ejemplar de su puño y letra; a juzgar por las
pruebas internas, le atribuyo también «A la señorita ———, con motivo de que
regalase a quien escribe un monedero de oro y plata que ella misma había tejido»,† y
«La vida feliz».†
La mayoría de las piezas de que consta este volumen se han beneficiado de
manera evidente de las aportaciones de su pluma superior, en especial «Versos al
señor Richardson, a propósito de sir Charles Grandison», «La excursión» y
«Reflexiones sobre una tumba en la abadía de Westminster».[c38] Figura en este
volumen un poema titulado «Con ocasión de la muerte de Stephen Grey, experto en
electricidad», que nada más leerlo me pareció indudablemente de Johnson. Pregunté a
Al mismo
Johnson’s Court, Fleet Street,
24 de octubre de 1767
Señor,
regresé esta semana del campo, tras una ausencia de casi seis meses, y me encontré su carta junto con muchas
otras que habría contestado antes si antes las hubiera visto.
La opinión que manifestó el doctor Robertson sin duda era la más acertada. A nadie conviene recordar los
defectos que ya ha corregido. Me alegra que se enseñe la vieja lengua, y honro al traductor por ser un hombre a
quien Dios mismo ha distinguido con la altísima encomienda de propagar su palabra.
He de tomarme la libertad de captarlo a usted para una obra de caridad. La señora Heely, cuyo marido tuvo no
hace mucho un empleo en el teatro que usted regenta, es mi pariente próxima y pasa ahora por grandes penurias.
Hace algún tiempo me escribieron para ponerme al corriente de su aciaga situación, a lo cual di una respuesta que
los llevó a concebir esperanzas mayores de las que por mi parte habría sido apropiado darles.[a nota 210, Vol. IV] La
representación que han dado a sus asuntos, según he descubierto, es tal que no merece toda la confianza que uno
quisiera darle; a tanta distancia, aunque su predicamento exige que se obre con presteza, desconozco de qué modo
actuar. Es posible que de ella o de su hija se oiga hablar en Cannongate Head. Es mi deber rogarle, señor, que se
interese por ellas y que me haga saber qué es lo que conviene hacer. Estoy dispuesto a hacerles llegar hasta diez
libras, y de buena gana le giraré a usted dicha suma, si tras el debido examen descubre que es probable que sirva
de alguna ayuda. Si se hallan en situación de inmediata necesidad, adelánteles lo que considere usted oportuno. Lo
que haya de hacerse lo haré gustoso por ella, pues no tengo mayores motivos para profesar un gran respeto al
propio Heely.[10]
Creo que podría usted recibir más información de la señora Baker, la del teatro, cuya carta recibí al mismo
tiempo que la de usted; por cierto, si la ve, pídale disculpas por mi aparente desatención al no haberle contestado.
Todo cuanto adelante usted sin que exceda de diez libras le será repuesto de inmediato, o pagado tal como
usted desee. Confío plenamente en su buen criterio. Soy, señor, etc.
SAM. JOHNSON
Domingo, 18 de octubre, 1767. Ayer, 17 de octubre, alrededor de las diez de la mañana, me despedí para siempre
de mi querida y vieja amiga Catharine Chambers, que vino a vivir con mi madre más o menos en 1724, y que
apenas se ha separado de nosotros desde entonces. Enterró a mi padre, a mi hermano y a mi madre. Tiene ahora
cincuenta y ocho años.
Quise que todos se retirasen y luego le dije que íbamos a despedirnos para siempre; añadí que, como cristianos
que éramos, nos despediríamos con una plegaria, y que yo deseaba, si ella accedía, decir una breve oración a su
lado. Expresó su gran deseo de oírme y elevó sus pobres manos, pues estaba postrada en cama, con gran fervor,
mientras yo rezaba, arrodillado a su lado, más o menos con estas palabras:
Padre Todopoderoso y Misericordiosísimo, cuya benevolencia supera todas tus obras, contempla, visita y
alivia a esta tu servidora, postrada en cama por la enfermedad. Concede que el sentimiento de su debilidad añada
vigor a su fe y seriedad a su arrepentimiento. Y concede que con la ayuda de tu Espíritu Santo, luego de los
pesares y trabajos de esta corta vida, podamos todos obtener la felicidad perdurable por medio de Jesucristo
Nuestro Señor, por cuyo amor te rogamos que oigas estas plegarias. Padre nuestro, etc.
Luego la besé. Ella me dijo que despedirnos era la pena más grande que había sentido jamás, y que esperaba
que nos volviéramos a reunir en un lugar mejor que éste. Le expresé, con los ojos hinchados y con gran y
enternecida emoción, las mismas esperanzas. Nos besamos y nos separamos. Humildemente espero encontrarnos
de nuevo para no separarnos más.[17]
Lean sin prejuicios esta escena rebosante de ternura y llena de afecto quienes han
dado en considerar a Johnson un hombre de carácter encallecido, áspero y severo, y
juzguen después si es frecuente hallar en la naturaleza humana más calor de afecto,
más cordialidad de sentimiento y más agradecida amabilidad.
Encontramos el siguiente apunte en el registro de sus devociones:
2 de agosto de 1767. Largo tiempo llevo intranquilo y desazonado, sin resolverme a dedicarme al estudio o a otras
ocupaciones, estorbado por repentinos achaques y obnubilado de súbito.[18]
Sin embargo, proporcionó al señor Adams una dedicatoria al Rey* para el Tratado de
los orbes escrito por este ingenioso caballero; la dedicatoria está concebida y
expresada de manera que no podía dejar de resultar muy grata a un monarca
distinguido por su amor a las ciencias.
En este año se publicó una sátira que ridiculizaba su estilo, titulada Lexífanes. Sir
John Hawkins la atribuye al doctor Kenrick, aunque el autor es un tal Campbell, un
escocés que era contador de la Armada. La ridiculización consistía en aplicar las
«palabras de grandes significados» de que hablara Johnson a cuestiones
Sólo que ese deprimente trasfondo tal vez diera más relumbre al humor de
Goldsmith.
En la primavera de este año, una vez publicada mi Crónica de Córcega junto con
el Diario de un viaje a dicha isla, regresé a Londres muy deseoso de ver al doctor
Johnson y de oír sus comentarios al respecto. Descubrí que se encontraba en Oxford
con su amigo el señor Chambers, que era titular de la cátedra vineriana y vivía en
New Inn Hall. Como no había recibido carta suya desde que criticó a fondo los
latines de mi tesis, y como alguien me dijera que se había ofendido por el hecho de
que yo incluyera en mi libro un extracto de la carta que me escribió estando yo en
París, era grande mi impaciencia por verle, por lo cual lo seguí a Oxford, donde me
agasajó el señor Chambers con una amabilidad por la que siempre le estaré muy
agradecido. Descubrí que el doctor Johnson me había remitido una carta a Escocia, y
que no tenía yo más motivo de queja que su indiferencia ante mi preocupación,
mayor de lo que a mí me hubiera gustado. En vez de reproducir con las
correspondientes circunstancias de tiempo y de lugar los fragmentos de su
conversación que he preservado, los pondré todos juntos sin solución de continuidad.
Le pregunté si, en calidad de moralista, no creía que el ejercicio de la abogacía
dañaba en cierta medida el recto entender de la honestidad. JOHNSON: «De ningún
modo, siempre que uno actúe como es debido. No debe engañar a su cliente con
A James Boswell
Oxford,
23 de marzo de 1768
Mi querido Boswell,
mucho tiempo he dejado correr sin escribirle, sin que acierte a saber muy bien por qué. No podría decirle por qué
no escribo, aunque ¿quién va a escribir a hombres que publican las cartas de sus amigos sin que éstos les hayan
dado permiso? No obstante lo cual, ya ve que le escribo, mal que pueda pesar a mi cautela, para decirle que me
alegraré de verle y que deseo que se le haya quitado Córcega de la cabeza, que creo le ha tenido ocupado durante
demasiado tiempo. Sea como fuere, estaré contento, muy contento, de verle. Soy señor, afectuosamente suyo.
SAM. JOHNSON
Le contesté así:
A James Boswell
Brighthelmstone,
9 de septiembre de 1769
Querido señor,
¿por qué me lastra usted con tanta inquina? Nada he dejado de decir de cuanto pudiera hacerle bien o producirle
placer, a menos que se trate de que me he abstenido, en efecto, de darle mi opinión sobre su Crónica de Córcega.
Creo que mi opinión, si tiene usted en estima mi criterio, le habría resultado grata, pero cuando se considera
cuánta vanidad se excita con las alabanzas no estoy tan seguro de que le haya sentado todo lo bien que debiera. Su
«historia» es como tantas otras historias, mientras que su «diario» es sumamente curioso y deleitoso. Existe entre
historia y diario esa misma diferencia que siempre se hallará entre las ideas que se toman en préstamo y las ideas
que genera uno en su interior. Su historia está copiada de los libros; su diario brota de su propia experiencia y
aguda observación. Expresa usted imágenes que ejercieron sobre usted una fuerte impresión, y las imprime con
idéntica fuerza en la conciencia de sus lectores. No sé si podría nombrar alguna otra narración que mejor excite la
curiosidad del lector, ni que mejor la satisfaga.
Me alegra que vaya usted a casarse. Así como le deseo lo mejor en asuntos de menor importancia, lo mejor le
deseo con ardor proporcional en ese crítico instante de su vida. Todo cuanto pueda yo aportar a su felicidad seré
muy reacio a retenerlo, pues siempre lo he estimado y lo he valorado aún más a medida que se ha tornado usted un
hombre útil y de costumbres regulares y morigeradas, efectos que un matrimonio feliz no dejará de surtir.
No me parece probable que regrese pronto de este lugar de retiro. Tal vez aún me quede otra quincena, y una
quincena es demasiado tiempo si el amante está ausente de la amada. ¿Tendrá final de hecho una quincena? Soy,
querido señor, su más afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
mayor en vida suya que después. Johnson dijo que sus Églogas eran poemas
endebles, aun cuando no contuvieran defectos de versificación. Nos contó con gran
satisfacción, sin disimulo, la anécdota de que Pope quiso enterarse de quién era el
autor de su Londres, del que dijo que no tardaría en ser déterré. Comentó que en los
poemas de Dryden había pasajes extraídos de profundidades tales como Pope nunca
pudo alcanzar. Recitó algunos bellos versos del primero, sobre el amor, que he
olvidado, y dio gran aplauso al personaje de Zimri.[c90] Goldsmith señaló que el
retrato de Addison que traza Pope demuestra un hondo conocimiento del alma
humana. Johnson dijo que la descripción del templo en La novia enlutada era el
pasaje poético más espléndido que hubiera leído jamás: no recordaba nada de
Shakespeare que se le pudiera comparar. «No obstante —dijo Garrick, de pronto muy
alarmado por el dios de su idolatría—,[c91] no sabemos hasta dónde llega su
capacidad, ni en amplitud ni en variedad. Hemos de dar por supuesto que hay pasajes
semejantes en sus obras. No debe Shakespeare resentirse por culpa de nuestra mala
memoria». Divertido por esta muestra patente de entusiasmo espoleado por los celos,
Johnson siguió adelante con renovado ardor. «No, señor. Congreve es espléndido en
la naturaleza —y sonrió ante la trágica angustia de Garrick, pero no perdió la
compostura al añadir—: no quiero con esto comparar a Congreve en conjunto con la
totalidad de la obra shakespeariana, sólo sostengo que Congreve tiene un pasaje
mejor que cualquiera de los que puedan encontrarse en Shakespeare. Es posible,
señor, que un hombre tenga diez guineas por todo tener en el mundo, pero puede
tenerlas en una sola pieza, y de ese modo su moneda es más vistosa que las del
hombre que tiene diez mil libras, si bien tiene sólo una moneda de diez guineas. Lo
que intento decir es que no podrá usted mostrarme en todo Shakespeare un solo
pasaje que contenga una simple descripción de objetos materiales, sin que se
entreveren con ella los conceptos morales, o sin que al menos se produzca tal efecto».
historia de la lengua». También me alentó para que siguiera adelante con una
recopilación que tenía yo en marcha de las cosas antiguas de Escocia. «Hágalo
grande, que sea un volumen en folio». BOSWELL: «¿Y qué utilidad tendrá?». JOHNSON:
«Usted despreocúpese de su utilidad, limítese a hacerlo».
Me quejé de que no hubiera hecho mención de Garrick en su Prefacio a
Shakespeare, y le pregunté si acaso no lo admiraba. JOHNSON: «Sí, señor, pero igual
que se admira a “un pobre actor, que titubea y flaquea cuando le llega la hora en
escena”, igual que “a una sombra”».[c101] BOSWELL: «¿Acaso no ha dado a
Shakespeare una notable relevancia pública desde la misma escena?». JOHNSON:
«Señor, reconocer tal cosa sería vilipendiar el siglo. Muchas de las obras de
Shakespeare son peores sobre la escena. Sin ir más lejos, Macbeth».[c102] BOSWELL:
«¿De veras piensa que nada se gana con el decorado y la acción? Por mi parte, de
veras desearía que hubiera hecho mención de Garrick». JOHNSON: «Mi querido señor,
de haberlo mencionado a él habría tenido obligación de mencionar a muchos más. La
señora Pritchard, la señora Cibber, y al propio señor Cibber, que también alteró a
Shakespeare». BOSWELL: «¿Ha leído usted su apología?». JOHNSON: «Sí, señor, y me
parece sumamente entretenida. En cuanto al propio Cibber, si de su conversación se
suprimiera todo cuanto jamás debió decir, se queda en muy poca cosa.[c103] Recuerdo
que me trajo una de sus odas para que le diese mi opinión, con tan mala suerte que no
pude tolerar tamaña bazofia, y no se la permití recitar hasta el final. ¡Tan mínimo fue
el respeto que tuve por el gran hombre! —añadió riéndose—. En cambio, recuerdo
que a Richardson le extrañaba que pudiera yo tratarlo con tanta familiaridad».
Le dije que dos días antes había presenciado la ejecución de varios condenados en
Tyburn,[c104] y que ninguno de ellos parecía tener la menor preocupación. JOHNSON:
«La mayoría de ellos, señor, nunca ha pensado en nada». BOSWELL: «Pero ¿no es el
miedo a la muerte connatural al hombre?». JOHNSON: «Lo es a tal punto que toda la
vida no es más que puro empeño por apartarla de nuestros pensamientos». Luego, en
un tono de voz más bajo, muy serio, habló de sus reflexiones sobre la terrible hora de
su propia disolución y del modo en que se conduciría en tal ocasión: «No sé —dijo—
si desearía tener a un amigo a mi lado, o que todo pase entre Dios y yo».
El día 9 me fue imposible salir de la ciudad hasta que ya era demasiado tarde, de
modo que acudí a verle a la mañana siguiente, muy temprano. «Bien —dijo—, ahora
que va a casarse, no espere de la vida más de lo que la vida le dé. A menudo se verá
usted malhumorado, a menudo pensará que su esposa no se aplica a complacerle
tanto como usted quisiera, a pesar de lo cual tendrá motivos para considerarse, en
conjunto, un hombre feliz en su matrimonio».
Hablando del matrimonio en general, comentó lo siguiente: «Nuestras ceremonias
nupciales son demasiado refinadas. Están hechas sólo para celebrar los matrimonios
de mayor alcurnia. Deberíamos disponer de una ceremonia distinta para los
matrimonios de conveniencia, pues son muchos los que así se contraen». Se mostró
de acuerdo conmigo en que no era en modo alguno necesario que un clérigo realizase
la ceremonia nupcial, ya que no estaba previsto en las Escrituras.
Fui tan insensato como para recitarle una cancioncilla epigramática que había
escrito yo a cuento del matrimonio, y que el señor Garrick pocos días antes se
encargó de que le pusiera música el muy ingenioso señor Dibden:
UN PENSAMIENTO MATRIMONIAL
Mi ilustre amigo comentó: «Bien está la cantinela, señor, pero no está bien que
profiera juramentos». Tras lo cual suprimí «por mi alma» y puse «ay, ay, ay».
Tuvo la amabilidad de acompañarme hasta Londres y despedirme al pie de la silla
de postas que había de llevarme a Escocia. Y no me cabe la menor duda de que por
desconsiderados que parezcan muchos de los detalles recogidos seguramente a más
de uno, la mayor parte de mis lectores los tendrá por rasgos genuinos de su carácter,
que en conjunto contribuyen a dar plena, justa, inequívoca visión del mismo.
aquellas traducciones que Shakespeare pudo haber conocido y manejado. Desea que su catálogo sea exhaustivo, y
por tanto le encarece a usted que le haga el favor inmenso de insertar en él todo aquello que la exactitud de sus
indagaciones le permita precisar sin sombra de duda. A esta petición me tomo la libertad de añadir mis propias
solicitudes.
No es que tengamos en perspectiva ningún uso inmediato de este catálogo, y no es por tanto nuestro deseo que
le interrumpa ni le estorbe en sus muy importantes ocupaciones. Pero sería muy amable por su parte que nos diera
acuse de recibo. Soy, señor, etc.,
SAM. JOHNSON
Al mismo
7 de diciembre de 1770
Querido Francis,
espero que con la debida seriedad se ocupe usted de sus asuntos. Es mi deseo que permanezca estas vacaciones
con la señora Clapp. Si se le invita a salir, puede hacerlo siempre y cuando el señor Ellis le dé su permiso. Le he
encargado algunas prendas de vestir, que recibirá, creo, la semana que viene a más tardar. Mis recuerdos a la
Durante todo este año se produjo un total cese de toda correspondencia entre el
doctor Johnson y yo, sin que mediara un enfriamiento del trato por ninguna de las
partes, sino por mera procrastinación arrastrada de día en día; como no me
encontraba en Londres, no tuve ocasión de disfrutar de su compañía ni de registrar
por escrito su conversación. Con el fin de colmar esta laguna, ofreceré a mis lectores
unas cuantas collectanea que amablemente me proporciona el reverendo doctor
Maxwell, de Falkland, en Irlanda, quien fue por un tiempo coadjutor en el Temple, y
que durante muchos años tuvo trato de amistad con Johnson en lo social; el doctor
Johnson hablaba de él con bondadoso respeto.
Mi trato y frecuentación de este grande y venerable personaje se remonta al año
de 1754. Me lo presentó el señor Grierson,[38] impresor al servicio de Su Majestad en
Dublín, caballero dotado de una erudición poco común y de no menor ingenio y
viveza. Grierson murió en Alemania a la edad de veintisiete años. El doctor Johnson
tenía en altísima estima su capacidad y versatilidad, y a menudo comentó que poseía
saberes más amplios que ningún otro joven de su edad, entre los no pocos que le
había sido dado conocer. Era tan industrioso como dotado de talento; en particular,
destacaba en toda suerte de saberes filológicos, y fue quizá el mejor crítico de la
época en que le tocó vivir.
Siempre recordaré con toda gratitud mi deuda con Grierson por haberme otorgado
el honor y obsequiado la felicidad del trato y la amistad del doctor Johnson, que se
prolongó sin interrupciones y sin merma hasta su muerte, siendo ésta una relación
que en tiempos me supuso el mayor orgullo y felicidad de mi vida.
Qué lástima, así pues, que tanto ingenio y sensatez como de continuo derrochaba
en sus conversaciones hayan perecido sin dejar constancia. Pocas personas ponían fin
a un simple rato en su compañía sin sentirse más sabias y mejores de lo que eran
antes. Sobre los asuntos más serios argüía con el destello del máximo interés y con el
brillo de la convicción absoluta sobre sus oyentes; cuando tocaba asuntos más
livianos, cualquiera habría supuesto que «Albano musas de monte locutas»[c121].
Si bien poca cosa espero añadir, si es que algo añado, a la celebridad de tan
exaltado personaje mediante cualquier comunicación que pueda yo aportarle, por
puro respeto a su memoria me aventuraré a transmitir unas cuantas anécdotas que le
atañen, todas ellas según mi propia capacidad de observación. Las minutiae mismas
de semejante personaje han de tener su interés, y bien pueden compararse a las
limaduras de los diamantes.
En política se le tenía por tory, aunque desde luego no lo era en el sentido más
repelente ni partidista del término, pues si bien propugnaba las prerrogativas legales y
beneficiosas de la Corona, no era menor el respeto que profesaba por las libertades
Por su parte, afirmaba que nunca en la vida había pasado una semana que deseara
repetir, siquiera en el supuesto de que un ángel viniera a proponérselo.
Era de la opinión de que la nación inglesa cultivaba tanto su territorio como su
raciocinio más y mejor que otros pueblos, si bien admitía que los franceses, aun no
siendo tal vez los más encumbrados en cualquier campo de la literatura, eran muy
encumbrados en todos los campos. La preeminencia de orden intelectual, señaló, era
seguramente la superioridad de mayor enjundia, y todas las naciones debían lo más
excelso de su reputación al esplendor y la dignidad de sus escritores. Voltaire, a su
decir, era un buen narrador, y el mayor de sus méritos radicaba en una feliz selección
y disposición de las circunstancias.
Hablando de las novelas francesas en comparación con las de Richardson dijo que
podían ser muy bonitas chucherías, pero que un jilguero no es un águila.
En una conversación que sostuvo en latín con el père Boscovitch en casa de la
señora Cholmondeley, le oí sostener la superioridad de sir Isaac Newton frente a
todos los filósofos extranjeros,[39] y hacerlo con una dignidad y una elocuencia que
sorprendieron al erudito extranjero. Como se le comentó que en Francia menudeaba
un rabioso entusiasmo por todo lo inglés tras la victoriosa campaña bélica de lord
Chatham, dijo que no le extrañaba nada, no en vano les habíamos dado una paliza a
esos fulanos para que nos mostrasen el debido respeto, y añadió que la petulancia de
su carácter nacional requería un escarmiento periódico.
Los Diálogos de lord Lyttelton los consideraba un desempeño nimio: «Ese
hombre —dijo— se sentó a escribir con intención de rematar un libro y decir al
mundo lo que el mundo había dicho de él durante toda su vida».
Alguien observó que los escoceses de las Tierras Altas habían llevado a cabo en
1745 esfuerzos asombrosos, a tenor de sus muchas carencias y desventajas. «Sí, señor
—repuso—, eran numerosas sus carencias, pero no ha reseñado usted la más capital
de todas ellas: la carencia de ley».
Hablando de la luz interior, que algunos metodistas defendían, dijo que era un
principio incompatible con la seguridad civil y el bienestar social. «Si un hombre
pretende adherirse a un principio de acción del que nada puedo yo saber, por no saber
siquiera si lo tiene y lo profesa, pues sólo sé que a él dice adherirse, ¿cómo sabré qué
Hablando de Homero, por el cual tenía veneración en tanto príncipe de todos los
poetas, Johnson comentó que el consejo que a Diómedes le dio su padre cuando lo
mandó a la guerra de Troya era la más noble exhortación que se puede aducir como
ejemplo en cualquier escritor pagano, y que abarca un solo verso: «Αἰὲν ἀριστεύειν,
καὶ ὐπείροχον ἔμμεναι ἂλλων» que, si mal no recuerdo, traduce el doctor Clarke
Se despidió luego de mí muy afectuosamente; dijo que era sabedor de que un deber
inaplazable me llamaba. «Todos lamentaremos perderle a usted de vista: laudo
tamen»[c132].
A Bennet Langton
20 de marzo de 1771
El señor Strahan, el impresor, que había mantenido una larga e íntima amistad con
Johnson en el transcurso de sus muchos trabajos literarios, y que fue al mismo tiempo
su amistoso agente en la recepción de la pensión concedida en su nombre, así como
su banquero, pues le proporcionó el dinero que necesitaba, amén de ser ahora
parlamentario y tener mucho gusto en dedicarse a las negociaciones políticas,
entendió que estaba en su mano el prestar un servicio eminente tanto al gobierno
como a Johnson con sólo convertirse en el medio para que éste tuviera acceso a un
escaño en la Cámara de los Comunes. Con tal finalidad, escribió una carta a uno de
los secretarios del Tesoro, de la cual me dio una copia de su puño y letra, que reza
como sigue:
New Street,
30 de marzo de 1771
Señor,
no le será difícil recordar que, cuando hace ya algún tiempo tuve el gratísimo honor de visitarle, me tomé la
libertad de comentarle que el doctor Johnson constituiría una presencia excelente en la Cámara de los Comunes,
así como de comunicarle que de todo corazón deseo que tenga un escaño. Mis razones, sucintamente, son las que
siguen:
Sé que su gran afecto por Su Majestad, y por su gobierno, raya en la perfección, y estoy seguro de que es su
deseo prestar apoyo al gobierno por todos los medios que tenga a su alcance.
Posee una elocuencia enorme, viril, siempre dispuesta, con nervio; es muy veloz en discernir los puntos
fuertes y débiles de cualquier argumento, sabe expresarse con claridad y precisión, no teme verse cara a cara con
ningún hombre vivo.
Su reconocido carácter y su reputación de hombre de extraordinaria sensatez y de virtud intachable serían
sobradas garantías para que gozase de la atención de la Cámara, donde no dejaría de tener un gran peso específico.
Es capaz de aplicarse en extremo, y puede someterse a los trabajos más arduos cuando los considera
necesarios, sobre todo si entiende que su ánimo y su intelecto han de comprometerse al máximo. Los ministros de
Su Majestad, por consiguiente, podrían contar con su dedicación en la ocasión que lo estimaran oportuno, y dar
por hecho que se comprometería en grado sumo. Lo hallarían listo para vindicar todas aquellas medidas que
tendieran a promover la estabilidad del gobierno, así como firme y resuelto para llevarlas a su ejecución. Nada hay
que temer de su presunto ímpetu, de su carácter temperamental, pues con los amigos del Rey será un cordero, y
con sus enemigos un león.
Por todas estas razones, humildemente deduzco que sería un parlamentario muy útil y muy capaz. Y me
Al doctor Johnson
Edimburgo,
18 de abril de 1771
Mi querido señor,
ahora entiendo plenamente los lapsos de silencio que hubo en su correspondencia conmigo, pues si bien soy
consciente de mi veneración y afecto por el doctor Johnson, y sé a ciencia cierta que jamás han menguado siquiera
un ápice, he pospuesto durante casi un año y medio el momento de empuñar la pluma para escribirle…
A James Boswell
Londres,
20 de junio de 1771
Querido señor,
si ahora ha sido usted capaz de comprender que bien puedo yo dejar de escribirle sin que disminuya mi afecto,
igualmente me ha dado usted una lección sobre lo difícil que es encajar esa posible desatención sin resentimiento.
Durante mucho tiempo he deseado recibir carta suya, y cuando por fin llegó compensó con creces el largo retraso.
Nunca me ha complacido tanto como ahora la relación que me hace de sus asuntos, y con toda sinceridad deseo
que entre los asuntos públicos, el cultivo de sus estudios y los placeres domésticos, ni la melancolía ni el capricho
hallen hueco para colarse de rondón. Al margen de lo que la Filosofía pueda determinar sobre la naturaleza
material, es inequívocamente cierto que la naturaleza intelectual aborrece el vacío. No puede nuestro intelecto
estar desocupado, pues el mal entrará en él si previamente no se ocupa con el bien. Mi querido señor, cuide sus
estudios, atienda sus asuntos, haga feliz a su señora esposa y sea buen cristiano. Tras esto,
… tristitiam et metus
Trades protervis in mare Creticum
Tortare ventis.[c136]
Si cumplimos nuestros deberes, estaremos sanos y salvos. «Sive per» etc.,[c137] tanto si subimos a las Tierras Altas
como si nos zarandea el mar entre las Hébridas, y de veras espero que llegue la hora en que podamos poner a
prueba nuestra capacidad tanto en los montes como en el mar. Apenas veo a lord Elibank, y no sé por qué; tal vez
sea culpa mía. Hoy marcho al condado de Stafford y luego al condado de Derby, a pasar seis semanas. Soy,
querido señor, su más afectuoso y más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al doctor Johnson
Edimburgo,
27 de julio de 1771
Mi querido señor,
el portador de la presente, el señor Beattie, profesor de Filosofía moral en Aberdeen, se halla deseoso de serle
presentado a usted. Su genio y su erudición, y sus trabajos al servicio de la religión y la virtud, lo hacen muy
digno de tener conocimiento de usted; tiene asimismo en altísima estima su carácter. Confío en que le preste una
favorable acogida.
Soy como siempre, etc.,
JAMES BOSWELL
A Joseph Banks
Johnson’s Court, Fleet Street,
27 de febrero de 1772
Señor,
le reitero mi agradecimiento a usted y al doctor Solander por el placer de que gocé en la conversación que
mantuvimos ayer. No fui capaz de recordar un lema para su cabra, pero por la presente le doy uno. Tal vez halle,
señor, un poema épico de pluma más feliz que la de su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al doctor Johnson
Edimburgo,
3 de marzo de 1772
Mi querido señor,
muy duro se me hace el no poder convencerle de que me escriba más a menudo. Pero estoy persuadido de que
vano sería esperar de usted una correspondencia privada sujeta a ninguna regularidad. Debo, por consiguiente,
considerarlo una fuente de sabiduría, de la que pocos arroyuelos fluyen hasta llegar muy lejos, de modo que a ella
entabló conversación con ambos. «Señor —me dijo Johnson después—, es una dama
de formidable inteligencia»[c157].
Comenté que viendo aquel lugar no se experimentaba ni media guinea de placer.
JOHNSON: «Al menos, se tiene media guinea de superioridad con respecto a quienes no
lo han visto».[a nota c191, Vol. II] BOSWELL: «Dudo mucho, señor, que aquí haya mucha
gente contenta». JOHNSON: «Pues sí que la hay. Hay muchas personas que están
viendo a cientos, y que piensan que son cientos los que las ven».
Como por casualidad nos encontramos con sir Adam Ferguson, se lo presenté al
doctor Johnson. Sir Adam expresó cierta aprensión de que el Panteón pudiera
fomentar el lujo. «Señor —dijo Johnson—, yo soy gran amigo del entretenimiento
público, pues aleja del vicio a los ciudadanos. Usted mismo —dijo dirigiéndose a mí
— estaría ahora mismo con una fulana si no hubiera venido aquí. ¡Oh! Olvidé que
está usted casado».
Sir Adam dio a entender que el lujo corrompe a las personas y destruye el espíritu
de la libertad. JOHNSON: «Señor, eso me parece propio de un visionario. No daría yo
ni media guinea por vivir bajo una forma de gobierno en vez de vivir bajo otra. Es
algo que no repercute en la felicidad del individuo. El peligro que comporta el abuso
de poder nada supone para el individuo en particular. ¿Qué francés se ve impedido de
pasar su vida como le plazca?». SIR ADAM: «Señor, en la constitución británica sin
duda es de gran importancia el mantener vivo el espíritu del pueblo, para mantener el
equilibrio por oposición al influjo de la Corona». JOHNSON: «Señor, me parece
percibir en usted a un vil whig. ¿A qué vienen esos celos pueriles del poder que tenga
la Corona? La Corona no tiene poder suficiente. Cuando digo que todos los gobiernos
son iguales, tengo en cuenta que en ninguno es posible abusar mucho tiempo del
poder. La humanidad no lo tolera. Si un soberano oprime a su pueblo en grado sumo,
el pueblo se levantará y le cortará la cabeza. Hay en la propia naturaleza humana un
remedio contra la tiranía que nos mantendrá a salvo bajo cualquier forma de
gobierno. De no haberse considerado el pueblo de Francia honrado en compartir las
brillantes acciones de Luis XIV, no lo habría tolerado; lo mismo cabría decir de los
súbditos del Rey de Prusia». Sir Adam mencionó a los griegos y romanos de la
Antigüedad. JOHNSON: «Señor, ambos pueblos eran bárbaros en masa. La masa de
cualquier pueblo es forzosamente bárbara allí donde no existe la imprenta y, en
Se nos indica que ésta es una ley que debe su fuerza a la dilatada práctica de los tribunales, y que puede por tanto
quedar en suspenso, o sujeta a modificación, a tenor de lo que el tribunal estime oportuno.
No tenemos ninguna intención de indagar en lo que se refiere al poder que tenga el tribunal para aprobar o
suspender una ley. De cara a nuestro propósito, será suficiente constatar que todas las leyes justas las dicta la
razón, y que la práctica de todo tribunal sujeto a la legalidad se regula por el principio de equidad. Es cualidad de
la razón que sea invariable y constante; es propio de la equidad dar a un hombre lo que en idénticas circunstancias
se daría a otro. La ventaja que el género humano obtiene de la ley es la siguiente: que la ley dé a cada hombre una
regla para actuar y prescriba un modo de conducta que lo haga merecedor del respaldo y la protección de la
sociedad. Es necesario que se sepa que la ley puede ser esa regla que rija la acción; es necesario, asimismo, que
sea permanente y estable. La ley es la medida del derecho civil. Si la medida está sujeta a modificación, aquello
que se pretende medir nunca podrá ser preciso.
Permitir que una ley se modifique a discreción equivale a dejar a la comunidad huérfana de ley. Es como
privar de dirección a esa sabiduría pública en aras de la cual se corrigen las deficiencias del entendimiento
privado. Es como tolerar que los impulsivos e ignorantes actúen a su entera discreción, y fiar luego la legalidad de
ese acto a la sentencia de un juez. Quien de este modo es gobernado no vive de acuerdo con la ley, sino con la
opinión: vive no según su intención antes de actuar, sino según el dictado de una opinión incierta y variable, que
nunca podrá conocer si no es después de cometido el acto sobre el que ha de pesar esa opinión. Vive de acuerdo
con una ley, si ley puede llamarse, que no podrá conocer antes de haberla vulnerado. A este caso puede con
justicia aplicarse ese principio tan importante que dice misera est servitus ubi jus est aut incognitum aut vagum. Si
la intromisión no constituye delito mientras no exceda cierto punto, y ese punto es indeterminado, y es en
consecuencia distinto para las distintas opiniones de cada cual, el derecho de intromisión, y el derecho del
acreedor que de él se sigue, son jura vaga, y por consiguiente jura incognita, resultado de lo cual no puede ser
más que una misera servitus, una incertidumbre que envuelve el supuesto de la acción, una servil dependencia de
la opinión privada.
Cabe argüir, y es sin duda muy posible, que haya existido intromisión sin fraude, lo cual, por muy cierto que
sea, de ninguna manera justificará una relajación ocasional y arbitraria de la ley. La finalidad de la ley no es otra
que la protección, así como la represalia. Ciertamente, de la represalia nunca se hace uso si no es para el mayor
fortalecimiento de la protección. La sociedad sólo está bien regida y gobernada allí donde la vida está libre de
peligros y horra de sospechas, allí donde la posesión está resguardada mediante prohibiciones salutíferas, a tal
punto que la violación se puede impedir más a menudo y mejor de lo que se castiga. Una de tales prohibiciones
era ésta, al menos mientras estuvo vigente con su fuerza original. El acreedor del difunto no sólo no se veía ante la
pérdida de lo adeudado, sino también sin temor a perderlo. No tenía que buscar remedio al perjuicio sufrido, pues
estaba prevenido contra el perjuicio.
Tal como la ley se administró en ocasiones, se halla expuesta a lesiones, pues se imagina que posee un poder
curativo. Castigar el fraude allí donde se detecta es el acto apropiado de la justicia vindicativa, pero impedir la
Al doctor Johnson
Edimburgo, 25 de diciembre de 1772
Mi querido señor,
… Mucho me decepcionó que no viniera a Escocia el pasado otoño. De todos modos, debo reconocer que su carta
me lleva a abstenerme de toda queja, no sólo porque soy conocedor y lamento que el estado de su salud fuese una
excusa demasiado buena, sino también porque me escribe en un tono tal que muestra a las claras que aún tiene una
idea afectuosa sobre el plan que durante tanto tiempo hemos pospuesto…
Comuniqué a Beattie lo que me dijo de su libro en su última carta. Me escribe así: «Juzga usted con mucho
acierto si supone que la favorable opinión del doctor Johnson acerca de mi libro ha de procurarme un gran deleite.
Me resulta desde luego imposible decir hasta qué extremo me gratifica, pues no hay sobre la faz de la tierra un
hombre cuya estima tendría yo tanta ambición de cultivar. Su talento y sus virtudes los tengo en mayor reverencia
de lo que podría expresar con ninguna palabra. Las extraordinarias muestras de cortesía (las atenciones paternales,
debiera más bien decir) y las muchas recomendaciones que he tenido el honor de recibir de él serán para mí una
perpetua fuente de placer cuando las recuerde, Dum memor ipse mei, dum spiritus hos reget artus.[c177]
»Tenía todavía intención, mientras durase el verano, de verme obligado a ir a Londres a resolver un asunto; de
lo contrario, le habría importunado sin duda con una carta que le debo hace ya varios meses, en la cual habría
dado rienda suelta a mi gratitud y mi admiración. Me lo propongo hacer tan pronto disponga de tiempo a mi
antojo. Mientras, si tiene ocasión de escribirle, le ruego le transmita mis respetos más sinceros, y le asegure la
sinceridad de mi afecto y el calor de mi gratitud». Soy, etc.
JAMES BOSWELL
A James Boswell
Londres, 22 de febrero de 1773
Querido señor,
más he leído su amable carta, mucho más, que el elegante volumen de Píndaro que la acompañaba. Siempre me
alegrará ver que no se me olvida; si usted me olvidara, me invadiría una gran zozobra. Mis amigos del norte nunca
han dejado de tratarme con amabilidad: dispongo gracias a usted, querido señor, de testimonios de un afecto que
no muchas veces he tenido la fortuna de disfrutar, y el doctor Beattie valora el testimonio que yo estaba deseoso
de rendirle por su mérito muy por encima de lo que se me habría antojado razonable suponer.
He oído hablar de su mascarada.[65] ¿Qué opina su sínodo de tales innovaciones? No es que sea yo
estudiosamente escrupuloso, ni pienso tampoco que una mascarada sea un mal en sí misma, ni que con toda
probabilidad sea una ocasión propicia al mal; ahora bien, como el mundo considera que es una muy licenciosa
relajación de las costumbres, no habría sido yo uno de los primeros enmascarados en un país en el que nunca hasta
ahora se celebraron mascaradas.
Se ha impreso una nueva tirada de mi Diccionario a partir de un ejemplar cuya revisión me persuadieron de
llevar a cabo, aunque como apenas realicé trabajos previos es muy poco lo que he corregido. He suprimido
algunas superficialidades; he enmendado algunas faltas; aquí y allá he añadido algún comentario, pero el tejido
esencial de la obra sigue siendo el que era. Apenas lo he examinado desde que lo escribí, y la verdad es que me ha
parecido mejor y algunas veces peor de lo que me esperaba encontrar.
Baretti y Davies han sostenido una furiosa trifulca, una desavenencia creo yo que irreconciliable.[c179] El
doctor Goldsmith tiene lista una nueva comedia cuyo estreno se espera para la primavera. Aún no le ha puesto
título.[c180] El principal motivo de comicidad estriba en que un hombre próximo a contraer matrimonio se ve
Sigue gozando usted de una altísima estima por parte de la señora Thrale.
Mientras estaba en prensa una edición anterior de la obra que tiene el lector en sus
manos, recibí un inesperado favor en forma de paquete que me envió desde Filadelfia
el señor James Abercrombie, caballero afincado en aquellas tierras, que se complació
en honrarme con un desmedido elogio de mi Vida del doctor Johnson. Que de la fama
de mi ilustre amigo, así como de su fiel biógrafo, me llegue eco desde el Nuevo
Mundo, es sumamente halagador; mi agradecido reconocimiento ha de cruzar
también el Atlántico. El señor Abercrombie ha tenido la deferencia de conferirme una
obligación adicional de bastante consideración, al enviarme copias de sendas cartas
del doctor Johnson a dos caballeros americanos. «De buena gana, señor —me dice—,
le habría enviado los originales, pero al tratarse de las únicas reliquias de su especie
que se conservan en América, sus propietarios las tienen en un valor incalculable,
tanto que ninguna posible consideración sirvió para inducirles a prescindir de ellas.
En alguna futura publicación suya relativa a tan gran y tan buen hombre tal vez hallen
lugar digno de inserción».
Al señor B———d[66]
Londres, Johnson’s Court, Fleet Street,
4 de marzo de 1773
Señor,
que con la premura del súbito viaje que emprende aún encuentre tiempo para consultar lo que más conveniente me
resulte demuestra un grado de bondad y una señal de respeto no sólo muy por encima de mis apetencias, sino
también muy superior a mis expectativas. No se equivoca al suponer que tengo en gran estima a mis amigos de
América, y que me habrá de hacer un favor muy valioso al darme la oportunidad de permanecer en su recuerdo.
Me he tomado la libertad de importunarle con un pequeño paquete, al cual deseo una entrega rápida y sin
contratiempos, porque deseo un viaje rápido y sin contratiempos a quien lo entrega. Soy, señor, su más humilde
servidor,
SAM. JOHNSON
JOHNSON: «Señor, ése es un falso razonamiento, porque todo tiene una faceta mala, y
un abogado no da su brazo a torcer ni se abruma aun cuando la causa que se haya
esforzado por defender quede sentenciada en su contra».
Le dije que Goldsmith me había dicho pocos días antes que «así como le encargo
los zapatos al zapatero, y la levita al sastre, la religión la tomo yo del sacerdote».
Lamenté esta manera tan laxa de hablar. JOHNSON: «Señor, Goldsmith nada sabe.
Nunca ha tomado una resolución sobre nada».
Con gran sorpresa por mi parte me invitó a almorzar el Domingo de
Resurrección. Nunca supuse que almorzara en su casa, ya que ninguno de sus amigos
había sido nunca invitado a su mesa. «Por lo común —me dijo—, como pastel de
carne los domingos; se cuece en un horno público, lo cual es muy apropiado, ya que
hay un propio que se encarga de vigilarlo, y así se tiene la ventaja de no robar siervos
a los oficios de la iglesia para que nos atiendan en la comida».
El 11 de abril, Domingo de Pascua, luego de asistir al oficio en St. Paul fui a
visitar al doctor Johnson. Había satisfecho yo una gran curiosidad cuando almorcé
con Jean Jacques Rousseau, cuando vivía en Neuchatel; idéntica era mi curiosidad
por almorzar con el doctor Samuel Johnson en la penumbra de su retiro, en un patio
retranqueado de Fleet Street. Supuse que apenas dispondríamos de cubiertos, y que se
nos serviría sólo un plato extraño, tosco, mal aliñado, pero lo hallé todo en perfecto
orden. No tuvimos más compañía que la señora Williams y una joven a la que yo no
conocía.[c189] Como un almuerzo allí estaba considerado un hecho singular, y como
con frecuencia fui interrogado al respecto, acaso tengan mis lectores el deseo de
conocer el menú. Recuerdo que Foote, a propósito de Francis, el negro, quiso dar en
suponer que nuestro condumio fue un jigote negro. Lo cierto es que se nos sirvió una
buena sopa, una pierna de cordero cocida con espinacas, pastel de ternera y un pudín
de arroz.
Del doctor John Campbell, el escritor, dijo Johnson: «Es un hombre muy
inquisitivo y muy capaz, un hombre de sólidos principios religiosos, aunque mucho
me temo que deficiente en la práctica. Campbell está radicalmente en lo cierto; es de
esperar que con el tiempo mejore en la práctica».
Reconoció que, a su juicio, Hawkesworth era uno de sus imitadores. No creía que
El general Paoli observó que «los rebeldes que triunfan pueden serlo». MARTINELLI:
«Felices rebeliones». GOLDSMITH: «No tenemos nosotros esa expresión». GENERAL
PAOLI: «Pero ¿y no tienen lo que significa?». GOLDSMITH: «Sí, claro, todas nuestras
felices revoluciones. Han dañado nuestra constitución, y seguirán dañándola, hasta
que la reparemos con otra feliz revolución». Hasta entonces, no había descubierto yo
que mi amigo Goldsmith tuviera a tal extremo los prejuicios de antaño.
El general Paoli, hablando de la nueva comedia de Goldsmith, dijo: «Il a fait un
compliment très gracieux à une certaine grande dame», refiriéndose a una duquesa
de primerísima fila.[c195]
Expresé mis dudas sobre si Goldsmith realmente tuvo esa intención, con el objeto
de saber la verdad de sus propios labios. Tal vez no fuera justo por mi parte el
intentar arrancarle esa confesión, pues tal vez no deseara reconocer con toda claridad
que hubiera tomado parte en una estratagema contra la corte. Sonrió y vaciló. El
general alivió su predicamento enseguida con esta bella imagen: «Monsieur
Goldsmith est comme la mer, qui jette des perles et beaucoup d’autres belles choses,
sans s’en appercevoir». GOLDSMITH: «Très bien dit, et tres élégamment».
Se habló de alguien que por lo visto era capaz de anotar taquigráficamente con
toda exactitud los discursos pronunciados en el Parlamento. JOHNSON: «Eso es
imposible. Recuerdo a un tal Angel que vino a pedirme que le escribiera un prefacio
»Esto funciona muy bien, cuando los vientos y el mar se personifican y se les llama
por sus nombres mitológicos, como en Juvenal; ahora bien, cuando se les llama en
lenguaje llano, la aplicación de los epítetos que propongo es tanto más evidente; de
ahí que mi amigo, en su imitación del pasaje en que se describe a Jerjes, dice: “Las
olas que amarra, y encadena el viento”».
Como se habló de los distintos modos de vida propios de los distintos países, y de
las perspectivas diversas con que viajan los hombres en busca de escenarios nuevos,
un caballero culto[c197] que tiene un cargo de importancia en la justicia se explayó
sobre la felicidad de la vida salvaje, y comentó un caso de un oficial del ejército que
El jueves 29 de abril almorcé con él en casa del general Oglethorpe, donde estaban sir
Joshua Reynolds, el señor Langton, el doctor Goldsmith y el señor Thrale. Estaba yo
muy deseoso de conseguir que el doctor Johnson manifestara absoluta firmeza en su
resolución de ir conmigo a las Hébridas en el transcurso de este año, y le dije que
sobre este particular había recibido una carta del doctor Robertson, el historiador, con
la cual se mostró muy complacido, y habló de tal manera del viaje, desde hacía tanto
tiempo previsto, que me di por satisfecho de que realmente se propusiera cumplir el
compromiso.
Como alguien comentara la costumbre que tienen en Otaheité de comer carne de
perro, Goldsmith apuntó que la misma costumbre existe en China; que allí los
carniceros de perros son tan corrientes como los de otros animales, y que cuando van
al extranjero, todos los perros se les echan encima. JOHNSON: «Eso no se debe a que
sea un mataperros. Recuerdo yo a un carnicero de Lichfield al que siempre atacaba un
perro de la casa en que vivía yo. Es el olor de la carnicería lo que lo provoca, igual da
de qué animales se haya ocupado el matarife». GOLDSMITH: «Sí, es grande el
aborrecimiento que tienen los animales ante las señales de una masacre. Si se
introduce un barreño lleno de sangre en un establo los caballos enloquecen».
JOHNSON: «Lo dudo». GOLDSMITH: «Le aseguro, señor, que es un hecho comprobado».
THRALE: «Más valdrá que lo verifique por sí mismo antes de incluirlo en su libro de
Historia natural. Si lo desea, puede hacerlo en mi propio establo». JOHNSON: «No,
señor; no consentiré que lo demuestre. Si se da por satisfecho cuando toma de otros
su información, podrá dar por terminado su libro sin demasiadas complicaciones y sin
poner demasiado en peligro su propia reputación. Ahora bien, si se pone a realizar
experimentos para un libro tan exhaustivo como el suyo, no terminará nunca; sus
placentera y llana. Ahora está escribiendo una Historia natural. Seguro que le sale
tan entretenida como un cuento persa».
No puedo dar por zanjado el tema que me ocupa sin observar que es probable que
el doctor Johnson, quien reconocía que a menudo «hablaba para ganar», más bien
puso objeciones convincentes a las excelentes obras históricas del doctor Robertson,
en el fragor de la discusión, y no expresó una opinión verdadera y decidida, pues no
es fácil suponer que difiriese de manera tan abierta con el resto del mundo literario.
JOHNSON: «Recuerdo haber estado una vez con Goldsmith en la abadía de
Westminster. Mientras contemplábamos el Rincón de los Poetas», le dije: «Forsitan
et nostrum nomen miscebitur istis»[72].
Cuando llegamos a Temple Bar, me detuvo y me señaló las cabezas que había
encima,[c208] y me susurró ladinamente: «Forsitan et nostrum nomen miscebitur
istis»[73].
Johnson hizo un gran elogio de John Bunyan. «Su Progreso del peregrino tiene
gran valor por la invención, la imaginación, la manera de conducir el relato; ha tenido
la mejor prueba de su mérito, que es la aprobación general y constante por parte de la
humanidad. Creo que muy pocos libros han tenido tan grandes ventas. Es notable que
tenga un comienzo tan semejante al poema de Dante. Sin embargo, no existía
traducción ninguna de Dante cuando escribió Bunyan. Hay motivo para pensar que
había leído a Spenser».[c209]
Se comentó una propuesta que se había ventilado recientemente, a saber, que en
lo sucesivo se erigieran monumentos a las personas de más eminencia tanto en la
catedral de St. Paul como en la abadía de Westminster, y alguien preguntó quién
debiera tener el honor de que su monumento fuera el primero en erigirse allí. Alguien
sugirió que fuese Pope. JOHNSON: «Señor, Pope era católico, no lo pondría yo el
»Νο, qué digo; Dryden, en su poema a la Royal Society, tiene estos versos:
Hemos de llegar al último confín del globo,
y ver el océano en el cielo tendido;
conocer a nuestros vecinos más remotos,
y el mundo lunar espiar tranquilos».
En las judicaturas inferiores suele oponerse por lo común al derecho de los patrones la alegación de conciencia. Es
la conciencia la que dicta a los feligreses que ellos mismos deben escoger a su pastor; la conciencia señala que no
se debe imponer a una congregación un pastor ingrato e inaceptable para sus fieles. La conciencia no es más que
esa convicción que sentimos en nuestro fuero interno de que algo ha de hacerse o evitarse; en cuestiones de
moralidad simple y que no causen perplejidad, la conciencia es muy a menudo una guía en la que se puede confiar
plenamente. Ahora bien, antes de que la conciencia lo determine, el estado de la cuestión es completamente
conocido. En los temas que atañen a la ley, o a los hechos, la conciencia muy a menudo se confunde con la
opinión. A nadie puede dictarle su conciencia cuáles son los derechos de otra persona; es preciso conocerlos
mediante indagación racional o investigación histórica. La opinión, sin perder de vista que quien la tiene puede
llamarla conciencia, tal vez enseñe a algunos que la religión puede experimentar mejoras, amén de ser preservada
en paz, otorgando universalmente a todos la libre elección de sus pastores y vicarios. Sin embargo, muy mal
formada está la conciencia que viola los derechos de un solo hombre por pura conveniencia de otro. No ha de
mejorar la religión mediante la injusticia; nunca se ha demostrado tampoco que una elección popular se llevase a
cabo muy en paz.
Que habrá violación de la justicia mediante la transferencia al pueblo del derecho de patrocinio es algo
Aunque expongo ante mis lectores los magistrales pensamientos del doctor Johnson
sobre la materia, me parece de rigor declarar que no obstante mi condición de patrono
laico no suscribo por entero su opinión.
El viernes 7 de mayo desayuné con él en casa del señor Thrale, en el Borough.
Mientras estábamos solos, me desviví por disculpar a una dama[c212] que se había
divorciado de su marido mediante decreto parlamentario. Dije que él la había
maltratado, que había tenido con ella un comportamiento brutal, y que ya no podía
seguir viviendo bajo el mismo techo que su marido sin que su delicadeza se
contaminara; que todo el afecto que por él tuviera se había destruido; que
desaparecida la esencia de la unión conyugal sólo quedaba la frialdad formal del
trato, una mera obligación civil; que ella estaba aún en la flor de la vida, dotada de
abundantes cualidades para dar y experimentar la felicidad; que todo eso no debía
echarse a perder, y que el caballero a cuenta del cual había solicitado y obtenido el
divorcio había conquistado su corazón pese a la desdichada situación en que se
hallaba. Seducido quizá por los encantos de la dama en cuestión, traté así de paliar lo
que en mi fuero interno sabía que carecía de justificación posible, pues cuando
terminé mi enardecido discurso mi venerable amigo me cortó por lo sano: «Mi
querido señor, no acostumbre a mezclar en su ánimo el vicio y la virtud. La mujer es
A James Boswell
Johnson’s Court, Fleet Street,
5 de julio de 1773
Querido señor,
cuando me llegó su carta, tan abrumado me encontraba, tan sumido en la negrura por la inflamación de un ojo,
que por un tiempo ni siquiera pude leerla. Ahora ya puedo escribir sin mayores molestias, y puedo leer lo impreso
en un cuerpo grande. La letra pequeña se me resiste. Poco a poco se me fortalece el ojo, y espero darle deleite en
la contemplación de un loch de Caledonia.
Chambers se marcha a Bengala a ocupar el puesto de juez, con un salario de seis mil al año. Viajaremos juntos
hasta Newcastle, desde donde me será fácil llegar a Escocia. Hágame saber exactamente en qué fecha se toma
vacación de los tribunales. He de conformarme un poco a la disponibilidad de Chambers, igual que él a la mía. La
fecha que usted señale habrá de ser el punto fijo al que de común acuerdo trataremos de acercarnos todo lo
posible. Con la salvedad del ojo, me encuentro muy bien.
A Beattie lo miman, lo invitan, lo agasajan, lo cubren de obsequios y lo adulan tanto los grandes que apenas lo
he visto. Tengo fundadas esperanzas de que esté de sobra bien atendido, de modo que viviremos de él en
Marischal College sin compasión ni modestia.[c227]
———[c228] marchó de la ciudad sin despedirse de mí, yéndose sumamente indignada———,[c229] ¿No le
parece sumamente pueril? ¿Qué se habrá hecho de mi herencia?
Confío en que su querida esposa y su querida hijita estén bien. También las habré de ver cuando llegue. Y
sostengo esa opinión tan de usted, a saber, que sospecho que cuando haya visto a la señora Boswell estaré más
reacio a marcharme. Soy, señor, su afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
3 de agosto de 1773
Querido señor,
partiré de Londres el viernes día 6. No tengo intención de haraganear por el camino. No puedo decirle con
exactitud qué día he de estar en Edimburgo. Supongo que buscaré una posada y enviaré a un mozo en su busca.
Me temo que Beattie no estará en su colegio a tiempo de que lo veamos, y lamentaré no tener ocasión de
hacerlo, pero no hay forma de acomodarse a todas las conveniencias. Haremos las cosas lo mejor que podamos.
Soy, señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al mismo
Newcastle,
11 de agosto de 1773
Querido señor,
aquí llegué anoche y espero, pero no puedo prometer, que estaré en Edimburgo el sábado. Beattie no llegará tan
pronto. Soy, señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
27 de noviembre de 1773
Querido señor,
llegué a casa ayer noche sin mayor incomodidad, peligro ni fatiga, y estoy listo para principiar un nuevo viaje. Iré
a Oxford el lunes. Sé que la señora Boswell deseaba que me fuese;[84] sus deseos se han cumplido. La señora
Williams ha recibido la carta de sir A.[85]
Transmita mis cumplidos a todos los que mis cumplidos de buena gana acojan.
Haga que la caja[86] me sea remitida con toda la celeridad que sea posible, e indíqueme para cuándo puedo
esperarla.
Entérese de cuál es el orden de los clanes: Macdonald el primero, Maclean el segundo, pero no sé ir más allá.
Diga al doctor Webster[87] que se dé prisa. Soy, señor, afectuosamente, su amigo
SAM. JOHNSON
«Maria Scotorum Regina meliori seculo digna, jus regium civibus seditiosis invita resignat».
«Cives seditiosi Mariam Scotorum Reginam sese muneri abdicare invitam cogunt».
Tenga la amabilidad de leer el pasaje en Robertson y ver si no puede darme una inscripción mejor. He de
tenerla tanto en latín como en inglés, de modo que si no me diera otra en latín elija al menos la mejor de estas dos
y envíeme una traducción…
A James Boswell
19 de enero de 1774
Querido señor,
un catarro ha estorbado mis operaciones, o yo al menos me halago y me consuelo diciéndome que de no ser por el
catarro habría hecho grandes progresos. Pero no he recibido ninguna información del doctor W——, ni del
Servicio de Aduanas, ni
de usted. No me ha llegado la descripción del pequeño burgo.[89] Nada sobre la lengua erse. Nada he sabido de
mi caja.
Debe usted apresurarse y conseguirme todo cuanto pueda, cuanto antes, o bien me las habré de arreglar sin su
ayuda, y lo haré.
Dé mis recuerdos a la señora Boswell y dígale que no la estimo menos porque deseara que me marchase.
Bastantes quebraderos de cabeza le causé; me agradaría, en recompensa por tantos sinsabores, procurarle
cualquier placer que la contentase.
Mandaría de buena gana un recadero a las Hébridas si supiera de qué modo puede hacérseles llegar a mis
buenos amigos de allá. Entérese y hágamelo saber.
Transmita mis cumplidos a todos los doctores de Edimburgo y a todos mis amigos, del uno al otro confín de
Escocia.
Escríbame, envíeme cuanta información pueda reunir. Si cualquier paquete fuera demasiado voluminoso para
el correo, hágamelo llegar por transporte terrestre. No sé qué me da de pensar en fiarme de los vientos y las olas.
Soy, querido señor, su más afectuoso etc.,
SAM. JOHNSON
Al mismo
Londres,
7 de febrero de 1774
Querido señor,
uno o dos días después de escribirle mi última carta, con todo mi descontento, me llevé la grata alegría de recibir
En esta época escribió las siguientes cartas al señor Steevens, su muy capaz ayudante
en la edición de Shakespeare:
Al mismo
21 de febrero de 1774
Señor,
estamos pensando en incrementar el número de miembros de nuestro club, y estoy deseoso de presentar su
candidatura, siempre y cuando esté usted dispuesto a prestarse a votación y pueda asistir los viernes por la noche,
al menos dos veces en cinco semanas: menos es muy poco, y se espera bastante más. Hágamelo saber antes del
viernes.
Soy, señor, su más etc.
SAM. JOHNSON
Al mismo
5 de marzo de 1774
A James Boswell
5 de marzo de 1774
Querido señor,
las informaciones del doctor Webster son mucho menos precisas y mucho más indeterminadas de lo que yo
esperaba; desde luego, son mucho menos fidedignas de lo que es capaz de dar, al menos si es de fiar el libro[90]
que puso ante mí. Ahora bien, sigo convencido de que quien mucha información acumula despacio avanzará en su
obra.
Le estoy en cambio muy agradecido a usted, mi querido señor, por sus desvelos para ayudarme, y espero que
entre ambos algo hagamos, si no esta vez, en otra ocasión.
Chambers se ha casado, o casi se ha casado, con la señorita Wilton, una muchacha de dieciséis años, de
belleza exquisita, a la que engatusó con su labia de jurista para que pruebe suerte con él en Oriente.
Hemos sumado al club a Charles Fox, sir Charles Bunbury, el doctor Fordyce y el señor Steevens.
Transmita mi agradecimiento al doctor Webster. Diga al doctor Robertson que no es mucho lo que he de
contestar a su censura de mi negligencia; comunique al doctor Blair que como ha escrito por aquí lo que le dije,
hemos de considerarnos a la par, perdonarnos el uno al otro y comenzar de nuevo. Poco me importa cuándo sea
con tal que sea pronto, pues se trata de un hombre muy agradable. Transmita mis cumplidos a todos los amigos y
recuerde a lord Elibank su promesa de darme un ejemplar de todas sus obras.
Espero que la señora Boswell y la pequeña señorita se encuentren bien. ¿Cuándo habré de verlas de nuevo? Es
una mujer dulce, por mucho que se alegrase de verme marchar, y casi estoy resuelto a hacerles otra visita, para
que pueda ella gozar otra vez del mismo placer.
Le ruego averigüe si sería posible enviar un barrilete de buena cerveza negra a Dunvegan, Rasay y Col. No me
gustaría que me tuvieran por olvidadizo de mis deberes de cortesía. Soy, señor, su humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
[sin fecha, pero escrita en torno al 15 de marzo]
Querido señor,
me avergüenza pensar que han pasado tantos días desde que recibí su carta sin contestarla.
Al mismo
10 de mayo de 1774
Querido señor,
la dama que le haga entrega de esta carta tiene un pleito pendiente, en el que quisiera servirse de su destreza y
elocuencia; parece haber dado en pensar que mejor podrá disponer de ambas cualidades con una recomendación
de mi parte, cosa que, si bien sé de sobra cuán poca incitación externa necesita usted para cumplir con su deber, no
A James Boswell
Streatham, 21 de junio de 1774
Querido señor,
ayer di a la imprenta los primeros pliegos del Viaje a las Hébridas. En el primer párrafo me he esforzado
encarecidamente por hacerle a usted justicia.[c237] Será un volumen en octavo, no demasiado grueso.
Lo apropiado será obsequiar algunos ejemplares en Escocia. Usted me dirá a quiénes debo hacérselo llegar; he
estipulado que a usted le sean dados 25 ejemplares. Unos agradecerán más el regalo si lo hago yo, otros si lo hace
usted. En todo esto, usted, que es quien ha de residir allí, es quien decide. Considérelo. No deje de enviarme
cuanto pueda recabar para mi propósito, y dé recuerdos a su señora y a las dos pequeñas. Soy, señor, su etc.
SAM. JOHNSON
A James Boswell
4 de julio de 1774
Querido señor,
ojalá hubiese podido revisar mi libro antes de darlo a la imprenta. No fue posible. Sospecho que contiene ciertos
errores, aunque como tal vez me ocupo más de conceptos que de hechos concretos, no son de gran importancia, y
Tenga la bondad de presentar mis respetos a todas las damas, y dé mis recuerdos al joven George y a sus
hermanas. Supongo que George ya estará bien crecido.
No se entristezca ahora, permítame disponer de carta suya a mi regreso.
Soy, querido señor, su más afectuoso y humilde servidor,
A James Boswell
Londres, 1 de octubre de 1774
Querido señor,
ayer regresé de mi viaje por Gales. Mucho lamenté dejar mi libro en suspenso durante tanto tiempo, pero al tener
oportunidad de ver con tantas comodidades una nueva parte de la isla, no pude animarme a descartarla. He
visitado cinco de los seis condados del norte de Gales; he visto St. Asaph y Bangor, las dos sedes episcopales; he
ascendido al Penmanmaur y al Snowden,[c246] y he pasado a Anglesea. Gales no es muy distinto de Inglaterra, a
tal punto que no ofrece motivo de especulación al viajero.
A mi regreso me encontré varios de sus papeles, con algunas páginas de los Anales de lord Hailes, que habré
de considerar. Me apresuro a darle cuenta de mis andanzas, no vaya usted a acusarme de negligencia en los
acuciantes asuntos que encuentro encomendados a mis cuidados, y de los que nada he sabido hasta ahora, cuando
todo cuidado será en vano.
En la distribución de mis libros me propongo seguir su consejo, añadiendo lo que se me ocurra. No me
complacen sus notas de recordatorio añadidas a sus nombres, pues tengo la esperanza de no olvidar ninguno con
facilidad.
He recibido cuatro libros en lengua erse, sin ninguna indicación, y sospecho que su destino ha de ser la
biblioteca de Oxford. Si ésa es la intención, me parece adecuado añadir los salmos en metro y rima, y todo lo que
se haya impreso en erse, para que el obsequio sea completo. Habría que dar el nombre del donante.
Ojalá hubiera tenido usted ocasión de leer el libro antes de ser impreso. Nuestra distancia no lo ha permitido.
Lamento que lord Hailes no se proponga publicar las Vidas de Walton; me temo que no se haya de hacer tan
bien, caso de que en efecto se haga.
Ahora quisiera sacar adelante el libro. Presente mis respetos a la señora Boswell y hágame llegar pronto
noticias de usted.
Soy, querido señor, su afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Este viaje por Gales, que hizo en compañía del señor y la señora Thrale, aunque sin
duda fuera beneficioso para su salud y para su distracción, no dio ocasión a un
empeño discursivo de su intelecto comparable al de nuestro viaje por las Hébridas.
No he descubierto que llevase un diario, ni que tomase notas de lo que allí vio. Todo
cuanto le oí decir fue que «en vez de montes desolados y yermos, eran los montes
verdes y fértiles; un solo castillo de Gales valdría por todos los castillos que había
visto en Escocia».
Disuelto el Parlamento, su amigo el señor Thrale, que era acérrimo partidario del
gobierno, tuvo que capear de nuevo la tormenta de unas reñidas elecciones, con lo
cual Johnson escribió un breve panfleto de corte político, titulado El patriota* en el
que apelaba al electorado de toda Gran Bretaña. Es un título que a los facciosos que
consideran patriota sólo a quien se opone a las medidas del gobierno resultará
extrañamente aplicado al caso. Sin embargo, lo escribió con energía y viveza, y con
la salvedad de los pasajes en que se empeña en reivindicar el flagrante ultraje de la
Cámara de los Comunes en el caso de las elecciones celebradas en Middlesex, y en
Al señor Perkins[94]
25 de octubre de 1774
Señor,
tal vez pueda usted hacerme un gran favor. La señora Williams, una gentil dama a la que tal vez haya visto en casa
del señor Thrale, es postulante de las obras de caridad del señor Hetherington; hoy se hace una cuestación en
Christ Hospital.
Mal administrador soy yo de cualquier asunto cuando se reúne una muchedumbre; si pudiera usted enviar a un
propio un tanto descuidado, bien podría marchar sin hacer el recado apetecido, por lo cual debo encarecerle que
vaya usted en persona y que pregunte por la cuestación de Anna Williams, cuyo pliego de indagaciones fue
entregado y cumplimentado en la contaduría del hospital el martes 20. Allí le atenderá mi criado, para traer la
petición a casa cuando usted la tenga lista.
La petición, que nos han de entregar, es un formulario que se reparte a todos los postulantes, y que éstos
después han de cumplimentar y entregar. Es preciso que la tengamos; de lo contrario, no podremos proceder de
acuerdo con sus instrucciones. Le bastará, creo yo, con solicitar la petición; si le preguntasen quién la solicita,
puede usted decirlo.
Le ruego me disculpe por causarle este quebradero de cabeza, pero es una cuestión de la máxima importancia.
Soy, señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
Londres, 27 de octubre de 1774
Querido señor,
ha aparecido en prensa hace poco una noticia sobre un barco que capotó entre Mull y Ulva, naufragio en el que
perecieron muchos pasajeros, entre ellos Maclean, de Col. Como bien sabe, también nosotros nos ahogamos una
vez;[95] espero por tanto que la noticia sea un desatino, o que esté contada erróneamente. Le ruego me lo aclare a
vuelta de correo.
Se han impreso 240 páginas. Apenas logro hacer nada que sea valioso con el libro de mi estimado lord Hailes.
Le devolveré no obstante los pliegos; espero responder poco a poco a sus razonables expectativas.
El señor Thrale ha superado felizmente una oposición cerrada y una gran acrimonia,[c247] pero todo contento
tiene su contrapartida. La señora Thrale se ha caído del caballo y se ha hecho mucho daño. El resto de nuestros
amigos se encuentran bien, según creo. Mis respetos a la señora Boswell. Soy, señor, su más afectuoso servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
26 de noviembre de 1774
Querido señor,
ayer noche corregí la última página de nuestro Viaje a las Hébridas. El impresor lo ha detenido durante todo este
tiempo, pues antes de viajar a Gales lo tenía escrito en su totalidad, salvedad hecha de dos páginas. El patriota me
lo pidieron mis amigos los políticos un viernes, lo escribí un sábado y apenas he oído hablar de su suerte. Así de
vagas son las conjeturas en la distancia.[96] En cuanto me sea posible, me ocuparé de que le envíen ejemplares,
pues mi deseo es que se obsequien antes de que se puedan adquirir, aunque me temo que Strahan hará el envío de
usted a la vez que los de los libreros. El comercio es tan diligente como la cortesía. He comentado cuanto me
recomendó. Le ruego presente mis respetos a la señora Boswell y a las pequeñas. El club creo que aún no ha
celebrado reunión.
Dígame, y dígamelo con toda sinceridad, qué piensa usted y qué dicen los demás de nuestros viajes.
¿Habremos aún de avistar el continente?[97]
Soy, querido señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
27 de noviembre. Domingo de Adviento. He considerado que este día, por ser el comienzo del año eclesiástico, es
momento adecuado para emprender un nuevo rumbo en la vida. Comencé a leer el Nuevo Testamento en griego,
cosa que haré con regularidad, a razón de 160 versículos cada domingo. Hoy empiezo por los Hechos.
Esta semana leí las Églogas de Virgilio. Aprendí a repetir el diálogo de Pollio y Gallus. Leí sin mucho empeño
la primera Geórgica.
Tales muestras de su ardor incesante por acopiar «textos divinos y humanos por
igual», ya entrado en su sexagésimo quinto año de vida, y no obstante sus muchas
molestias y penurias debidas a la enfermedad, han de llevarnos de inmediato a honrar
su espíritu y a lamentar que se viera tan pesarosamente estorbado y atenazado incluso
por su tegumento material. Es digno de nota que le agradase tanto la precisión que se
desprende del cálculo. Así, vemos en su manuscrito que «12 págs. del Nuevo
Testamento en gr. y 30 págs. de la ed. de Beza en folio, para abarcar el total en
cuarenta días».
También durante este año escribió el preámbulo de las Lecciones fáciles de italiano e
inglés,† obra de Baretti.[c249]
A James Boswell
14 de enero de 1775
Querido señor,
hasta ahora nunca me había pedido un libro por correo, y a mí no se me ocurrió. Ya ve, queda hecho. Envié un
ejemplar al Rey, y tengo entendido que le ha gustado.
Enviaré a Escocia un paquete de regalo, pues tengo intención de obsequiarlo a muchos de mis amigos. En su
relación no ha incluido a lord Auchinleck.
Hágame saber, tan pronto lo lea, si le ha gustado; hágame saber si cometo algún error de bulto o si algo
importante se me ha quedado en el tintero. Ojalá hubiera podido ver usted los pliegos. Mis recuerdos a la señora
Boswell, a Verónica y a todos mis amigos. Soy, señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
21 de enero de 1775
Querido señor,
ansío conocer su parecer sobre el libro. Creo que aquí ha gustado mucho. Pero Macpherson está furioso.[c253]
¿Puede suministrarme más información sobre él o sobre su Fingal? Haga lo que pueda, y hágalo deprisa. ¿Está
lord Hailes de nuestra parte?
Le ruego me comunique qué le dejé a deber cuando me fui, de modo que pueda restituírselo.
Voy a escribir algo sobre los americanos.[c254] Si ha encontrado alguna sugerencia útil entre sus amigos los
abogados, que son grandes maestros en el derecho de las naciones, o si se le ocurre algo de su propio caletre,
hágamelo saber. Eso sí, chitón: es secreto.
Le enviaré su paquete de libros en cuanto pueda, pero no me es posible hacerlo como sería mi deseo. No
obstante, vea que en el libro figura todo cuanto me recomendó comentar.
Ha venido Langton, estamos como siempre. Es un valioso compañero, sin malicia, aunque no sin
resentimiento.
El pobre Beauclerk se halla tan enfermo que al parecer su vida corre peligro. Lady Di lo cuida con gran
asiduidad y esmero.
Reynolds se ha aficionado en demasía a los licores fuertes,[100] y parece encantado en esa nueva faceta suya.
Éstas son todas las noticias que tengo; como sé que le gustan los versos, le envío algunos que compuse con
ocasión de nuestro paso por Inchkenneth,[101] pero con la condición, recuerde, de que no debe mostrárselos a
nadie, salvo a lord Hailes, por quien tengo mayor aprecio que por cualquier otro hombre al que conozca tan poco.
Si pide que se los transcriba, puede hacerlo, pero es preciso que le dé su firme promesa de que no volverá a
copiarlos, ni tampoco a enseñarlos diciendo que son míos.
Por fin he devuelto los pliegos a lord Hailes. Nunca pensé que valiera la pena, pues no he hecho ni una sola
enmienda. Verá que no habría tenido importancia que me los quedara. En cualquier caso, me avergüenzo de mi
retraso; si tengo el honor de que me envíe más, prometo puntualidad en la devolución, a vuelta de correo incluso.
Dé mis recuerdos a mi querida señora Boswell y a la señorita Verónica.
[102]
SAM. JOHNSON
A James Boswell
28 de enero de 1775
Querido señor,
somete usted a mi consideración un caso sobre el cual no dispongo de más conocimiento que cuanto obra en
contra de nosotros, y tampoco dispongo de principios sobre los cuales razonar. Da la impresión de que los hechos
están en contra de usted; al menos, no se me ocurre nada que decir en su favor. Me alegra que le haya gustado el
libro. Nada he vuelto a saber de Macpherson. Me gustaría mucho conocer la opinión de lord Hailes al respecto.
Dígaselo en privado. Le enviaré el paquete tan pronto me sea posible. Dé mis recuerdos a la señora Boswell. Soy,
señor, etc.,
SAM. JOHNSON
Al doctor Lawrence[103]
7 de febrero de 1775
Señor,
uno de los médicos de Escocia ha denunciado a una corporación porque en algún instrumento público se le tilda
de «doctor en Medicina» en vez de calificársele de «médico». Boswell, que es abogado de dicha corporación,
desea saber si el título de doctor en Medicina no es legítimo, y si podría considerarse distinción desventajosa. He
de contestar esta misma noche; le ruego me indique su opinión. Soy, señor, su más etc.
SAM. JOHNSON
A James Boswell
7 de febrero de 1775
Mi querido Boswell,
mucho me sorprende que, conociendo tan bien como conoce la propensión de sus paisanos a mentir los unos para
favorecer a los otros,[104] pueda hallarse tan afectado como da a entender por las hablillas que puedan correr entre
ellos. Nunca jamás me ofreció en su vida Macpherson el estudio siquiera somero de ningún original, de ninguna
prueba de ninguna clase; solamente pensó en intimidarme con ruido y amenazas, hasta que mi última respuesta,
esto es, que nada iba a amedrentarme ni menos aún a arredrarme de detectar con todas sus consecuencias lo que a
todas luces me parecía un fraude, puso fin a nuestra correspondencia.
El estado de la cuestión es como sigue. Él y el doctor Blair, a quien considero víctima del engaño, afirman
haber copiado el poema de manuscritos antiguos. Sus copias, si las tuviera, y creo que no tiene ninguna, son puro
humo. ¿Dónde se encuentran los manuscritos? Si existen, se pueden mostrar, pero nunca se han mostrado a nadie.
De non existentibus et non apparentibus, dice nuestra ley, eadem est ratio.[c259] Nadie tiene derecho a gozar de
credibilidad si es contra su propia palabra, cuando fácil sería aportar pruebas mejores, caso de que las tenga. Por
lo que hemos podido averiguar con toda certeza la lengua erse careció de documentos escritos hasta fecha muy
tardía, y no sólo por motivos de religión. Una nación que no escribe, o una lengua que nunca se escribió, no puede
disponer de manuscritos.
Tenga lo que tenga en su poder, nunca se ha prestado a mostrarlo. Si ahora se hablase de manuscritos antiguos,
salvo que existieran más pruebas que las que están disponibles con toda facilidad, diría sin dudar y debe usted
suponer que son otra prueba más de la conspiración escocesa de falsarios en toda la nación.
No censure la expresión, pues sabe usted que es verdad.
El asunto del doctor Memis no permite el menor margen de maniobra para la especulación. No dispongo de
más datos que los que su abogado ha esgrimido contra usted.
Esta mañana consulté con el presidente del Colegio de Médicos de Londres, quien dice que entre nosotros lo
propio es decir «doctor en Física» (no decimos «doctor de Medicina»), y que ése es el título más elevado que un
practicante de la medicina puede ostentar; añade que doctor implica no sólo ‘físico’, o ‘médico’ si lo prefiere, sino
maestro de física o medicina; que todo doctor es legalmente físico, o médico, y que nadie, ni siquiera un doctor,
puede practicar la medicina si no es mediante una licencia particular y otorgada a tal fin. El doctorado es una
licencia en sí misma. Nos parece que no hay fundamento para llevar a cabo la denuncia. (…)
Estoy ahora ocupado, pero en poco tiempo espero hacer cuanto me encomienda. Mis respetos a su señora y a
El señor Macpherson conocía poco o mal el carácter del doctor Johnson si de veras
supuso que iba a dejarse intimidar fácilmente, pues nunca hubo un hombre más
notable por su valentía en lo personal. Tenía, qué duda cabe, un espantoso miedo a la
muerte o, más bien, «a algo después de la muerte»,[c261] si bien, ¿qué hombre que se
precie de sensatez, que piense de veras renunciar a cuanto haya conocido e ingresar
en un estado nuevo y desconocido, puede no sentir ese temor? Ahora bien, su miedo
procedía de la reflexión, su valentía era natural. Su miedo, en ese caso único, era
resultado de una consideración filosófica y religiosa. Temía a la muerte, pero a nada
más, ni siquiera a lo que pudiera ocasionarle la muerte.[c262] Cabe citar muchos
ejemplos de su resolución. Un día, en la casa de campo de Beauclerk, dos grandes
perros habían entablado una pelea, y él se fue hacia ellos y los apaleó hasta que se
separaron; otra vez, cuando se le habló del peligro de que una escopeta reventase si se
cargaba con demasiadas balas, introdujo en ella seis o siete y disparó contra un muro.
Langton me contó que, nadando juntos cerca de Oxford, advirtió al doctor Johnson de
una poza remansada que era particularmente peligrosa, en vista de lo cual Johnson
nadó derecho hacia el remanso traicionero. Él mismo me contó que una noche se vio
asaltado por cuatro hombres en la calle, a los cuales no se rindió, sino que los
mantuvo a raya hasta que llegó la guardia, que se los llevó a los cinco a la comisaría.
En el teatro de Lichfield, según me relató Garrick, Johnson había abandonado por
unos momentos la silla que habían dispuesto para él en un lateral del escenario; un
caballero se apropió de ella; a su regreso, Johnson le pidió cortésmente que se la
… No hay entre las tapas del libro, de principio a fin, nada que un escocés tenga por qué tomarse a mal. Lo que
dice del paisaje es verdad, y sus observaciones sobre el paisanaje son las que de cajón han de ocurrírsele a un
habitante de una cómoda metrópolis, si es de natural sensible, sensato, observador y amigo de cavilar, máxime si
dicha metrópolis es de tal guisa que con treinta libras de estipendio anual puede un hombre acomodarse mejor a
todas las pequeñas necesidades de la vida que Col o sir Allan.
Me han encandilado sus indagaciones sobre la lengua erse y la antigüedad de sus manuscritos. Me han
convencido con creces; pondré a Osián, con sus Fingal y sus Oscar, entre los cuentos infantiles y las patrañas con
más o menos gracia, que no con la verdadera historia de nuestra nación, a lo largo de todos los años venideros.
A grandes rasgos, es un libro que no puede contrariar ni desagradar, pues carece de pretensiones. El autor no
afirma que sea geógrafo, ni experto en antigüedades, ni gran conocedor de la historia de Escocia, ni naturalista, ni
versado en fósiles. Todo cuanto se ha propuesto describir es el talante del pueblo y el rostro del país, o al menos
son ésos los aspectos en los que parece haber detenido el pensamiento. Muy deseable sería que quienes han
viajado por regiones mucho más remotas, y claro está que mucho más curiosas, hubieran hecho gala del mismo
El señor Knox, también natural de Escocia, que con posterioridad a Johnson ha hecho
su mismo periplo y ha publicado su relación del mismo,[c266] es igualmente generoso.
He leído su libro —nos dice— una y otra vez, con él he viajado de Berwick a Glenelg, por paisajes que muy bien
conozco; he navegado con él de Glenelg a Rasay, Sky, Rum, Col, Mull e Icolmkill, pero no he encontrado ocasión
de enmendarle la plana en ningún asunto de peso. A menudo he admirado la exactitud, la precisión y la justeza de
cuanto manifiesta, tanto respecto del país como del pueblo.
El doctor ha expresado en cada pasaje sus sentimientos con entera libertad, y en numerosos ejemplos con
visible consideración por el bienestar de los habitantes y el ornato del paisaje. Sus apuntes sobre la falta de árboles
y setos que den sombra en los caminos, así como cobijo al ganado, tienen sobrado fundamento y merecen la
gratitud, no la cicatera censura de los nativos. También supo percibir el desasosiego de los habitantes de las
Tierras Altas, y desacredita con gran propiedad la mala, administración de las tierras y el descuido de la madera en
las Hébridas.
Tras citar los justos cumplidos que hace Johnson de la familia de Rasay, señala: «Por
otra parte, me resulta esta familia igual de pródiga en sus encomios a propósito de la
conversación del doctor Johnson, así como de las subsiguientes gentilezas que tuvo
para con un joven caballero de la región, quien luego de haberle agasajado en
Londres fue muy bien acogido y experimentó cuantas atenciones y consideraciones
puede obsequiar un querido amigo. Como quiera que también en Londres se encontró
con Macleod, éste agasajó asimismo al doctor, quien por su parte obsequió con una
magnífica y no menos costosa velada en su honor a su conocido de las Hébridas». Y
refiriéndose a la carretera militar que circunda Fort Augustus, dice: «Por este camino,
uno de los más escarpados de toda Gran Bretaña, pasó el célebre doctor Johnson de
Inverness a las Hébridas. Sus observaciones sobre el paisaje y el paisanaje son
extremadamente correctas, juiciosas e instructivas».
El señor Tytler, sagaz y sobrio vindicador de María, Reina de Escocia, en una de
sus cartas al señor James Elphinstone, publicadas en Cuarenta años de
correspondencia, volumen de dicho caballero, dice lo siguiente:
Leí el Viaje del doctor Johnson con gran placer. Son muy pocos los errores en que ha caído, y son de muy poca
monta, y se pierden además entre las innumerables bellezas de esta obra.
Si dispusiera yo de tiempo, tal vez podría reseñar los pasajes más dignos de mención, pero en la actualidad me
encuentro en el campo, y no tengo su libro a mano. Salta a la vista que su intención fue hablar bien de Escocia, y a
mi recto saber y entender nos ha hecho un gran honor en el artículo más capital, que es el carácter de sus
habitantes.
Sus cartas privadas a la señora Thrale, escritas en el transcurso de su viaje, y que por
A James Boswell
25 de febrero de 1775
Querido señor,
lamento no haber conseguido ejemplares para mis amigos de Escocia. Strahan ha prometido enviarle a usted dos
docenas. Si le llegan, ponga sus nombres en ellos; puede recortarlos[108] y empastarlos con un poco de almidón.
Así pues, veo que también usted va a enloquecer con el asunto de Osián. ¿Qué le hace pensar que ninguna de
sus partes pueda probarse? El oscurecido, patinado manuscrito de Egg seguramente no tendrá ni cincuenta años; si
tuviera cien, nada demostraría. Lo que cuenta de Clanranald nada demuestra. ¿Es Clanranald quien lo cuenta? ¿Lo
puede demostrar? Sigo creyendo que no hay manuscritos en erse. Ninguna de las familias de mayor antigüedad
conservaba una sola carta, al menos según nos dijeron durante nuestro viaje. Dice usted que es probable que
supieran escribir. Los cultos, si cultos había entre ellos, sabían, aunque gracias a esa cultura sabían usar una
lengua escrita en la cual escribieron, si bien no escribieron cartas a los suyos. Si existen manuscritos, que se
muestren junto con alguna prueba de que no se han falseado para la ocasión. Dice usted que son muchos los que
recuerdan con facilidad fragmentos de Osián. Creo que se trata de versiones del texto inglés. Al menos, no hay
pruebas de esa antigüedad.
Se dice que Macpherson ha hecho algunas traducciones, y que luego de enseñar a escribir a un chiquillo le
ordenó ponerlas por escrito y decir que todo aquello lo había aprendido de su abuela. Cuando se hizo mayor, el
niño contó lo sucedido. La señora Williams lo oyó contar en casa de Strahan. No sea crédulo; de sobra sabe usted
qué poco de fiar es un nativo de las Tierras Altas.[c269] Por lo que se me alcanza, Macpherson guarda silencio
absoluto. ¿No le parece que es prueba suficiente? Todo lo tiene en su contra. No hay manuscrito visible, no hay
una sola inscripción en esa lengua, no hay correspondencia entre amigos o familiares, no hay registro de
transacciones comerciales, no se conserva absolutamente nada en el seno de las familias de mayor antigüedad. La
pretensión de Macpherson es que el manuscrito estaba en caracteres sajones. Lástima; si no hubiera cometido ese
error de principiante al hablar de manuscritos, podría haber jugado la baza de la tradición oral durante mucho más
tiempo. En cuanto a la información de Grant, me temo que sabe de todo este asunto bastante menos que nosotros.
Mientras, el librero me dice que la venta[109] es suficientemente rápida. Imprimieron cuatro mil. Corrija en su
ejemplar cuanto vea erróneo y tráigaselo. Todos sus amigos se alegrarán de verlo de nuevo. Yo estoy pensando en
retirarme al campo en mayo.
Lamento no haber sido capaz de enviar el libro antes. Me he reservado cuatro ejemplares para usted, de modo
que no se limite a cumplir estrictamente mis instrucciones respecto a la distribución. Obre enteramente a su
[c276]
CLAUDIANUS
Estoy deseoso de hacer justicia al mérito del doctor Towers, del cual diré que, si bien
aborrezco sus ideas e inclinaciones whig y demócratas (pues me niego a creer que
sean principios sólidos), lo estimo por su ingenio, su saber y su cordialidad.
La otra muestra fue un párrafo en una carta que me escribió mi viejo y más íntimo
amigo, el reverendo señor Temple, quien escribió el retrato de Gray que ha tenido el
honor de ver incluido en los escritos que tanto Mason como Johnson han dedicado a
este poeta. Decía así: «¿Cómo puede su gran, no diré piadoso, pero sí su muy moral
amigo prestar su apoyo a las bárbaras medidas de la administración, apoyo que no
han tenido el descaro de solicitar al descreído de Hume, también beneficiario de una
pensión?».
Por seguro que estuviera de la rectitud de su conciencia, es posible que Johnson
haya sentido un sincero desasosiego al entender que su conducta era erróneamente
imputada a motivos indignos, sobre todo a juicio de hombres de intachable proceder,
y al comprobar que la influencia de sus valiosos escritos pudiera por tales razones
verse en cierto modo recortada e incluso anulada.[c277]
Fue a quejarse ante un honorable señor,[c278] amigo de considerable talento y gran
distinción, de notable elegancia en el trato, con quien mantuvo una dilatada
intimidad, y cuya generosidad para con él aparecerá más adelante en estas páginas, de
que si bien le fue otorgada la pensión por sus méritos literarios, la administración
había recurrido a él para que escribiese panfletos de sesgo político, y le comunicó que
era tal su irritación que tenía la intención de renunciar a la pensión que le concediera
la Corona. Su amigo le hizo ver lo impropio de tal medida; él después le expresó su
gratitud y afirmó haber recibido un buen consejo. A ese amigo comunicó una vez su
deseo de que su pensión fuera vitalicia, pero ni pidió ni recibió del gobierno
recompensa alguna por sus trabajos políticos.[c279]
El viernes 24 de marzo estuve con él en el Club Literario, donde también se
habían reunido los señores Beauclek, Langton y Colman, el doctor Percy, el señor
Vesey, sir Charles Bunbury, el doctor George Fordyce, el señor Steevens y Charles
Fox. Antes de que llegara, hablamos de su Viaje a las islas occidentales y de su
extemporáneo pronunciamiento[110] al mostrar su «voluntad recalcitrante de creer en
la clarividencia», cosa que suscitó cierto afán de ridiculización entre los presentes.
Estaba yo tan impresionado por la veracidad de muchas de las historias que me
habían contado a este respecto que confesé mi convicción, y dije: «Él sólo tiene
voluntad de creer. Yo creo. Para mí, las pruebas son suficientes, aunque no lo lleguen
a ser para su poderoso intelecto. Lo que no llena una botella de un cuarto llena con
creces una de pinta. Yo estoy colmado de creencia». «¿De veras? —me espetó
El señor Strahan habló de lanzarse al gran océano de Londres para encontrar ocasión
de alcanzar un lugar destacado, y observando que eran muchos los que no se habían
atrevido a probar allí fortuna, por haber nacido para una determinada competencia,
dijo: «Las pequeñas certidumbres son la ruina de los hombres de talento», cosa que
Johnson confirmó de pleno. Strahan recordó a Johnson una observación que le había
hecho a él en su día: «Pocas cosas hay en las que un hombre pueda emplearse con
más inocencia que en amasar dinero». «Cuando más se piensa —apostilló Strahan—,
más ajustado a la realidad parece».
Strahan había tomado por aprendiz a un pobre muchacho de provincias por
recomendación de Johnson, quien se había interesado por él. «Señor Strahan —le dijo
—, deme cinco guineas a cuenta y le daré una a este muchacho. Si uno recomienda a
con la mirada baja en todo momento y, a la vez que pronunciaba las últimas cuatro
palabras, llegando a tocar el suelo en una suerte de gesticulación contorsionada.
Ahora bien, cuando le venía en gana, Garrick era capaz de imitar a Johnson con
gran exactitud, pues este grandísimo actor, con su notable poder de expresión, objeto
de admiración universal, poseía asimismo un talento extraordinario para la mímica.
Siempre tuvo celos de que Johnson hablase de él a la ligera. Recuerdo cómo me lo
representó un día, diciendo que «Davy es un hombre grato y cordial, aunque tiende a
ser un individuo un tanto fútil», frase que pronunció exactamente con la entonación y
el aire del propio Johnson.
No podré solicitar a mis lectores con excesiva frecuencia, ni con suficiente
encarecimiento, que mientras examinen mis transcripciones de la conversación de
Johnson se esfuercen por tener muy en cuenta su dicción potente, cuidada y reflexiva.
Su manera de hablar era desde luego impresionante,[112] y ojalá pudiera haberse
preservado tal como se anota por escrito la música, según el muy ingenioso método
del señor Steele,[113] que no en vano ha mostrado cómo el recitado de Garrick y de
otros oradores eminentes puede transmitirse a la posteridad por medio de una
partitura.[114]
Al día siguiente almorcé con Johnson en casa del señor Thrale. Vilipendió a Gray,
a quien tildó de «individuo tedioso». BOSWELL: «Tengo entendido que era un hombre
reservado, y que por eso podría parecer tedioso en compañía de otros, pero no puede
decirse que su poesía lo fuera». JOHNSON: «Señor mío, era tedioso en compañía de
otros, tedioso en su vestidor, tedioso donde estuviera. Era tedioso de una manera muy
novedosa, y por esa razón son muchos los que lo tienen por una gran persona. Era un
poeta puramente mecánico». Repitió entonces algunos versos ridículos que han
escapado a mi memoria, y añadió: «¿No le parece tan grande como sus odas?». La
señora Thrale sostuvo que sus odas eran melodiosas, a lo que Johnson exclamó:
«Tejed la urdimbre, tejed la trama…».
Y dije yo solemnemente: «“La ondulada lámina por la que Edward corre…”. Ese
verso sí que es bueno». «Pues sí —repuso—, y el siguiente también lo es —aunque lo
declamó con sorna—: “Dad amplio margen, dejad suficiente espacio”. No, señor; no
hay sino dos buenas estrofas en toda la poesía de Gray, que se encuentran en su
“Elegía en un cementerio campestre”». Repitió entonces la estrofa que comienza
diciendo «Por quién, con olvido de mentecato, la presa, etc»., aunque en ello
confundió una palabra, pues en vez de «recintos» dijo «confines». Y remató diciendo:
«De la otra estrofa me he olvidado».
Como alguien sacara a relucir a una joven que se había casado con un hombre de
rango muy inferior, surgió la cuestión de cómo han de conducirse los parientes de la
Al reverendo doctor Fothergill, Vicecanciller de la Universidad de Oxford, con objeto de que se comunique a los
rectores de los colegios y se proponga en la pertinente convocatoria.
Downing Street,
23 de marzo de 1775
Señor Vicecanciller, caballeros,
el honor del título de licenciado en Filosofía por diploma, anteriormente conferido al señor Samuel Johnson a raíz
de su eminente distinción por medio de la publicación de una serie de ensayos diversos, calculados con suma
excelencia para conformar los modales y costumbres de la gente, y en los que la causa de la religión y la
moralidad se ha mantenido, defendido y recomendado por medio de los más potentes recursos de argumentación y
elegancia de lenguaje, reflejó un idéntico grado de lustre sobre la propia universidad.
Las muchas labores de erudición que desde entonces han recabado la atención y servido para el despliegue de
la capacidad de tan gran hombre, en pro de la literatura y en beneficio de la comunidad, lo convierten a nuestros
ojos digno con creces de los más distinguidos honores en la República de las Letras, y estoy persuadido de que
actuaré de común acuerdo con los sentimientos de la universidad toda si manifiesto mi deseo de que sea propuesto
en convocatoria ordinaria el conferirle el título de doctor en Leyes Civiles por diploma, a lo cual de inmediato doy
mi consentimiento, refrendándome, señor Vicecanciller, caballeros, como su afectuoso amigo y servidor,
[115]
NORTH
CANCELLARIUS, Magistri, et Scholares Universitatis Oxoniensis omnibus ad quos praesentes Literae pervenerint,
salutem in Domino Sempiternam.
SCIATIS, virum illustrem, SAMUELEM JOHNSON, in omni humaniorum literarum genere eruditum, omniumque
scientiarum comprehensione felicissimum, scriptis suis, ad popularium mores formandos summa verborum
elegantia ac sententiarum gravitate compositis, ita olim inclaruisse, ut dignus videretur cui ab Academia sua
eximia quaedam laudis praemia deferentur, quique [in] venerabilem Magistrorum Ordinem summa cum dignitate
cooptaretur:
Cum vero eundem clarissimum virum tot postea tantique labores, in patria praesertim lingua ornanda et
stabilienda feliciter impensi, ita insigniverint, ut in Literarum Republica PRINCEPS jam et PRIMARIUS jure
habeatur; Nos CANCELLARIUS, Magistri, et Scholares Universitatis Oxoniensis, quo talis viri merita pari honoris
remuneratione exaequentur; et perpetuum suae simul laudis, nostraeque erga literas propensissimae voluntatis
extet monumentum, in solemni Convocatione Doctorum et Magistrorum, Regentium, et non Regentium,
Praedictum SAMUELEM JOHNSON Doctorem in Jure Civili renunciavimus et constituimus, eumque virtute praesentis
Diplomatis singulis juribus, privilegiis et honoribus, ad istum gradum quaqua pertinentibus, frui et gaudere
jussimus. In cujus rei testimonium commune Universitatis Oxoniensis sigillum praesentibus apponi fecimus.
Datum in Domo nostrae Convocationis die tricesimo Mensis Martii, Anno Domini Millesimo septingentesimo,
septuagesimo quinto.[116]
Reviso algunos pliegos de los Anales de Escocia, de lord Halles, y escribió algunas
notas al margen en tinta roja; me encomendó que dijera a Su Señoría que la tinta no
penetraba en el papel y que era posible borrarla con una esponja húmeda, de este
modo no se estropeaba el manuscrito.
Le señalé que muy pocas de sus amistades hablaban con tal grado de precisión
que me aventurase yo a poner por escrito lo que me habían dicho sin miedo al error.
JOHNSON: «¿Y por qué iba usted a escribir lo que digo yo?». BOSWELL: «Escribo lo
que dice cuando es tan bueno que vale la pena conservarlo». JOHNSON: «Por esa
misma regla de tres, podría poner por escrito lo que diga cualquiera… siempre que
valga la pena». ¿Y dónde, podría haber apostillado con absoluta propiedad, dónde se
encuentran tales dichos?
Lo visité previa cita por la noche y tomamos el té con la señora Williams. Me dijo
que había estado con un caballero[c290] cuyos viajes extraordinarios habían sido el
principal tema de conversación, aunque vi que no le había escuchado con plena
confianza, sin la cual poca satisfacción puede haber en compañía de los viajeros.
Tuve curiosidad por conocer qué opinión se había formado un juez tan ducho como
publicar. Son tan buenos como el primer libro de viajes con que se quieran comparar;
tan buenos como los de Keysler[c300] o Blainville;[c301] qué digo, tanto como los de
Addison,[121] si se exceptúa la erudición. No tanto como Brydone,[c302] pero mejores
que los de Pococke.[c303] Obvio es que todavía no he desvirgado las hojas, pero he
leído las páginas que quedan abiertas, y dudo mucho que lo que haya en las páginas
cerradas sea peor que lo que hay en las que ya tengo abiertas. Da la impresión de que
Addison no llegó a adquirir un gran conocimiento del italiano, ya que no se ve que lo
introdujera en sus escritos. El único ejemplo, que yo recuerde, es aquella cita que dice
“Stavo bene; per star meglio, sto qui”».[122]
pues allí teníamos, observé, a un poeta muy mediano que había gustado a muchos
lectores; por consiguiente, la poesía de la medianía tenía derecho a gozar de cierta
estima; tampoco podía yo entender por qué la poesía, como todo lo demás, no pueda
tener sus gradaciones de excelencia y, en consonancia, de valor. Johnson repitió un
comentario corriente, en el sentido de que «como no tenemos ninguna necesidad de
que exista la poesía, siendo meramente un lujo, un instrumento de placer, no puede
tener ningún valor a no ser que sea exquisita en su especie». Afirmé que no me daba
por satisfecho. «En tal caso —repuso—, arréglense entre Horacio y usted». No estaba
de humor para conversar.
Por espacio de unos cuantos días no figuran más conversaciones suyas en mi
diario,[c309] salvo una vez en que un caballero le dijo que había comprado un vestido
que a su vez sea de interés parlamentario. Los distintos ministros que hemos tenido
en este reinado han ido superándose en hacer concesiones al pueblo. Lord Bute, aun
siendo un hombre sumamente honrado, un hombre de rectas intenciones, un hombre
que lleva sus prerrogativas en la sangre, fue un estadista teórico, un primer ministro
puramente de libro, convencido de que era posible gobernar el país sólo mediante el
influjo de la Corona. Así pues, fue mucho lo que cedió. Aconsejó al Rey que
accediese a que el puesto de los jueces fuera vitalicio, en vez de perderlo con el
acceso al trono del siguiente monarca en la línea sucesoria. Lord Bute, supongo,
creyó que el Rey tendría una mayor popularidad con esta concesión, pero al pueblo
nunca le importó. Fue una medida políticamente contraproducente. No hay razón para
que un juez ocupe su cargo de por vida, tal como no la hay para que lo haga cualquier
persona que goce de la confianza pública. Un juez puede ser parcial, pero no sólo a
favor de la Corona; hemos visto a jueces con debilidad por el populacho. Un juez
puede ser corrupto, si bien no tienen por qué existir pruebas en contra de él. Un juez
puede tornarse perverso con la edad. Un juez puede con el tiempo ser inadecuado
para su cargo, y puede serlo de muchas formas. Era deseable que un nuevo rey
pudiera relegarlo del cargo. Ahora, esta posibilidad ha desaparecido gracias a un
decreto parlamentario ex gratia de la Corona. Lord Bute aconsejó al Rey que
renunciase a una cuantiosa suma de dinero,[127] por la cual nadie iba a darle las
gracias. Fue un asunto trascendente para el Rey, pero una menudencia para el
público, entre el cual fue repartido. Cuando digo que lord Bute se lo aconsejó, quiero
decir que tales medidas se tomaron siendo él primer ministro, por lo cual hemos de
suponer que las vio con buenos ojos. Lord Bute manifestó una indebida parcialidad a
favor de los escoceses. Suspendió al doctor Nichols, una eminencia, de su puesto de
real médico para dejárselo a uno de sus compatriotas, un hombre que gozaba de muy
baja estima en su profesión. Hizo que ********** y ****[c310] le sirvieran de
A Bennet Langton
17 de abril de 1775
Querido señor,
he indagado de modo más minucioso acerca del medicamento para el reuma, que lamento saber que sigue usted
necesitando. La receta es la siguiente:
Tome idénticas cantidades de harina de sulfuro y de grano de mostaza triturado; confeccione con ellas un
electuario añadiendo miel o melaza, e ingiera un bolo del tamaño de una nuez moscada varias veces al día, según
lo soporte; beba después media pinta de infusión de raíz de alheña.
La alheña, en la «Nomenclatura» de Ray, es Levisticum; es posible que los botánicos conozcan el nombre
latino.
De este medicamento no me erijo yo en juez. Todo lo que sé indica que es eficaz, aunque sólo sea un ejemplo:
el paciente era de edad muy avanzada, el dolor era muy intenso, y el alivio, tengo entendido, rápido y duradero.
No tengo yo en alta estima a la medicina alterativa [sic], si bien ¿quid tentasse nocebit? Si es perniciosa, o no
es buena, basta con omitirla; si le hace bien, espero que tenga razón para pensar que el mismo bien le desea, señor,
su más afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
pues al público mucho le afectó el aire de inocencia que tenía Polly cuando llegó a
esos dos versos en los que se plasma una imagen a la par dolorosa y ridícula,
El propio Quin se había formado una impresión tan adversa de la obra que rechazó el
papel del capitán Macheath y se lo cedió a Walker, quien adquirió gran celebridad
con su interpretación seria a la par que vigorosa.[c319]
Hablamos de un joven caballero y de su matrimonio con una cantante insigne, y
de su determinación de que ella dejara de cantar en público, aunque el padre del
caballero era firme partidario de que siguiera haciéndolo, ya que su talento le valdría
pródigas recompensas con las que podría amasar una fortuna considerable. Se puso
en tela de juicio si el joven caballero, que no tenía ni un chelín, estaba bendecido por
un talento fuera de lo corriente o era de una indelicadeza rayana en la imbecilidad, o
bien tenía el orgullo de un imbécil, y si su padre era de veras racional sin caer en la
mezquindad. Con el encumbrado espíritu de un senador romano, Johnson exclamó:
«Fue sin duda noble y sabia su resolución. Es un hombre al que honra su valentía.
¿No deshonraría a un caballero que su esposa cantara en público a cambio de dinero?
No, señor; no puede caber duda en esto. No sé yo si no preferiría prepararme para ser
cantante en público, antes que permitir que lo fuera mi esposa».
Johnson arremetió contra la política moderna de este país por ser algo a su juicio
carente por completo de toda clase de principios. «La política —expuso— ahora no
es más que una manera de medrar en el mundo. Con esta sola intención se dedican los
hombres a la política, y es la que dicta toda su conducta. Qué distinto era en este
sentido el estado de la nación en tiempos de Carlos I, durante la Usurpación, y
después de la Restauración, en tiempos de Carlos II. Hudibras aporta buena prueba
de la presencia que en el ánimo de los hombres tenían entonces los principios
políticos. Hay en Hudibras gran cantidad de metal precioso, en lingotes que han de
perdurar por siempre. Ahora bien, no cabe duda de que los golpes de ingenio más
brillantes debían su fuerza a la impresión de los personajes, presente en el ánimo de
los hombres de su época; se debía a que los conocían de haberlos tratado en la mesa,
en la calle; en resumen, a la familiaridad que tenían con ellos, y sobre todo a que la
sátira tomó por objeto justamente a quienes muy poco antes odiaban y temían.[c320]
La nación en general siempre ha sido leal, en todo momento ha mantenido su apego
Existen únicamente dos razones acogiéndose a las cuales un médico podría declinar el título de doctor en
Medicina: que el doctorado lo deshonra, o que crea que es él quien deshonra el doctorado. Que le deshonre un
título que tiene en común con los nombres más granados de esta profesión, como son Boerhaave, Arbuthnot y
Cullen, de ninguna manera puede menoscabar la reputación de nadie. Supongo, antes bien, que es por el
doctorado, que parece repudiar, por lo que reconoce el derecho de ejercer la medicina. Un doctor en Medicina es
un médico que se acoge a la protección de las leyes, mediante el sello de la autoridad que lo sanciona. El médico
que no es doctor en realidad usurpa una profesión, y sólo dispone de su personal autoridad para decidir sobre la
salud y la enfermedad, sobre la vida y la muerte. Que este caballero sea doctor es algo que su propio diploma
evidencia, y es un diploma que no se le ha impuesto, sino que ha obtenido mediante solicitud previa, por el cual ha
pagado las tasas correspondientes. No parece fácil descubrir con qué semblante podría un hombre rehusar el título
que o ha solicitado o ha comprado.
Toda injuria estrictamente verbal ha de comprender en sí misma o bien una falsa posición, o bien una
declaración innecesaria de verdad que difama al injuriado. Ni siquiera él mismo podría pretender que al llamarlo
doctor se le haya dado una falsa apelación, no en vano al mismo tiempo se queja de que se daría por ofendido si
no se le supusiera doctor. Si el título de doctor es verdad difamatoria, es hora de proceder a la disolución de
nuestras facultades universitarias, ya que ¿por qué iba el público a pagar un salario a hombres cuya aprobación es
un reproche? Del mismo modo, podría valer que el público tuviera en cuenta y considerase despacio qué ayuda se
puede dar a la profesión médica, todos cuyos titulares comparten con este desdichado caballero la ignominiosa
apelación, y de los cuales ni siquiera los chiquillos de la calle temen decir: «Ahí va el doctor».
Es de sobra sabido qué entraña el término doctor. Distingue a quien se le otorga en calidad de hombre que ha
alcanzado tal grado del saber en su profesión que goza de sobrada cualificación para instruir a los demás. Un
doctor en Leyes es un hombre que puede formar a los abogados al impartir sus preceptos. Un doctor en Medicina
es un hombre que puede enseñar el arte de la curación de las enfermedades. Éste es un antiguo axioma, que aún no
hay quien sea digno de negar: Nil dat quod non habet. Sobre este principio, ser doctor entraña un conocimiento y
una destreza, pues nemo docet quod non didicit. En Inglaterra, quien practique la medicina no siendo doctor ha de
hacerlo con permiso expreso, pero el doctorado comporta por sí mismo ese permiso.
Tal vez ni siquiera quienes redactasen los estatutos recuerden ahora por qué accidente se dio el caso de que él
y el resto de los médicos fueran nombrados con distintas designaciones, siendo los términos equivalentes, ni
debido a qué efecto el que a él se le aplicase pudiera ser más honorífico. De haber contado con un pleito legal a
modo de consecuencia de tan nimia variación, espero que la hubiesen evitado a toda costa.[134] Pero es muy
probable que, como no les animaba aviesa intención, no sospecharan ningún peligro, y por tanto consultaran sólo
aquello que les pareció de rigor o conveniencia.
Pocos días más tarde le consulté sobre otra causa judicial, Paterson y otros vs.
Alexander y otros, cuya resolución se había dirimido mediante votación en el
Tribunal Supremo, por la cual sé dictaminó que la Corporación de Stirling estaba
corrompida en su composición, y se revocó la elección de algunos de sus miembros,
porque se había demostrado que los tres hombres principales que hicieron prevalecer
su influencia sobre la mayoría habían formado un pacto a todas luces injustificable,
del cual, a pesar dé todo, la mayoría no tenía conocimiento. Tras una breve
A mi juicio, fue una causa muy bien esgrimida, aunque la sentencia se corroboró en la
Cámara de los Comunes.
El lunes 8 de mayo fuimos juntos a visitar las mansiones de Bedlam.[c322] Tenía
conocimiento de que él había estado allí con anterioridad, con el señor Wedderburne
(ahora, lord Loughborough), el señor Murphy y el señor Foote; había oído a éste
hacer un muy interesante relato de la visita, durante la cual a Johnson le llamó
sobremanera la atención un hombre sumamente enfurecido, que atizaba como un
poseso su jergón convencido de que se trataba de William, Duque de Cumberland, al
cual así castigaba por las crueldades que infligió a los habitantes de Escocia en 1746.
[135] En este día no sucedió nada digno de mención, aunque la sola contemplación de
A Bennet Langton
21 de mayo de 1775
A James Boswell
27 de mayo de 1775
Querido señor,
no me cabe duda de que ya se ha de hallar sano y salvo, alojado en su propio domicilio, y que habrá relatado todas
sus aventuras a la señora Boswell y a la señorita Verónica. Por favor, enseñe a Verónica a tenerme afecto.
Ruéguele que no haga mucho caso de su madre.
La señora Thrale se ha cogido un constipado y está muy destemplada, aunque espero que se vaya reponiendo.
El señor Langton marchó ayer al condado de Lincoln, y ha invitado a Nicolaida[136] a viajar con él. Beauclerk
habla de ir a Bath. Emprenderé viaje el lunes, de modo que todo es dispersión.
He devuelto a lord Hailes sus entretenidos pliegos, pero habrá de esperar a que pueda aceptar una nueva
remesa, ya que sería inoportuno enviármela en mi situación de nomadeo.
He prometido a la señora Macaulay[137] que trataré de prestar algún servicio a su hijo en Oxford. No se me ha
olvidado, ni estoy tampoco remiso a cumplir. Si es su deseo darle una educación inglesa, habría que considerar si
no pueden enviarlo uno o dos años a una escuela inglesa. Si llega directamente desde Escocia, no podrá ser una
figura destacada en nuestras universidades. Las escuelas del norte, tengo entendido, no son demasiado onerosas;
cuando yo era joven, eran eminentemente buenas.
Hay dos libritos que han publicado los Foulis en Edimburgo, el Telémaco y los Poemas de Collins, a un chelín
cada uno. Me gustaría tenerlos.
Presente mis respetos a la señora Boswell por más que no me tenga ninguna estima. Ya ve usted qué cosa tan
perversa son las damas, qué impropio es el confiarles una propiedad feudal. Cuando se enmiende y me quiera un
poco, habrá más esperanza en lo tocante a sus hijas.
No enviaré recuerdos a mis amigos de uno en uno, porque detestaría olvidar a alguno y dejarlo fuera de la
enumeración. Dígales, a medida que los vea, qué bien hablo de la cortesía escocesa, de la hospitalidad escocesa,
de la belleza escocesa y de todo lo escocés, salvo de los pastelillos de avena típicos de Escocia y los prejuicios
escoceses.
Hágame saber la respuesta de Rasay, y la decisión referente a sir Allan.[138] Soy, mi queridísimo señor, con
gran afecto, su más sincero y más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Tras mi regreso a Escocia le escribí tres cartas, de las que entresaco los siguientes
pasajes:
«He visto a lord Hailes luego de regresar. Considera maravilloso que a usted le
complazca tomarse tantas molestias en revisar sus Anales. Le dije que me dijo usted
que se daba por bien recompensado con el entretenimiento que tuvo al leerlos».
«Este verano se ha producido una migración en masa de lugareños de las
Hébridas a Edimburgo, a muchos de los cuales he tenido el placer de acoger en mi
casa. Donald Macqueen[139] y lord Monboddo cenaron una noche conmigo. Se
sumaron a rebatir su proposición de que el gaélico de las Tierras Altas y las islas de
Escocia no quedó registrado por escrito hasta fecha más bien tardía».
A James Boswell
Londres, 27 de agosto de 1775
Querido señor,
he regresado del recorrido anual por la región central de Inglaterra. Nada he visto que no hubiera visto antes, nada
tengo que relatar. Pocas antigüedades ha dejado el tiempo en esa parte de la isla; el comercio no ha dejado
singularidades a sus habitantes. Me alegró emprender viaje y tal vez me alegró regresar a casa; dicho de otro
modo, me temo que estaba harto de estar en casa, como luego me harté de viajar. ¿No es ése el pulso habitual de la
vida? Ahora bien, si confesamos la fatiga y el hartazgo, no los lamentemos, que todos los sabios y todos los
hombres buenos aseguran que tienen cura.
Para las negras humaredas que espesan su ánimo nada puedo recetar, salvo que insista en disiparlas con
trabajos honrados y placeres inocentes, así como con la lectura, unas veces llevadera y otras seria. Cambiar de
sitio suele venir bien; espero que su residencia en Auchinleck surta muchos y buenos efectos…
Lamento con toda sinceridad haber causado molestias a Rasay, por lo cual me complace sinceramente que ya
no esté intranquilo. Sigue pensando que lo he pintado como si hubiese renunciado por razones personales a la
jefatura del clan. Sólo quise dar a entender que ya no era motivo de disputa entre ambas casas, y que
supuestamente quedó zanjada la cuestión con la cesión de alguna generación remota a la casa de Dunvegan.
Lamento que el aviso no se publicara tres o cuatro veces en el periódico.
Es fácil de imaginar que lord Monboddo y el señor Macqueen polemicen contra una postura contraria a los
imaginarios intereses del prejuicio literario o nacional, si bien de un hecho inamovible no cabe hacer
controversias: si hay hombres con rabo, atrápese a un homo caudatus; si antaño hubo escritura en las Tierras Altas
o en las Hébridas, en lengua erse, muéstrense los manuscritos. Allí donde escriben los hombres, se escriben unos a
otros, y algunas de sus cartas se han de conservar en las familias estudiosas de su abolengo. En Gales hay muchos
manuscritos.
Tengo ahora pendientes tres envíos de la Historia de lord Hailes, que me propongo devolver la semana que
viene. Uno de los mayores males de mi viaje es que su respeto por mis pequeñas observaciones haya de tener su
obra en suspenso. Existe en nuestra lengua, me parece, un nuevo modo de escribir la historia que dice cuanto se
necesita saber, y cuanto se conoce, sin el trabajoso esplendor del lenguaje y sin la afectada sutileza de las
conjeturas. La exactitud de las fechas que maneja me maravilla. Parece tener la cercanía de un Henault, pero sin
sus constricciones.
La señora Thrale disfrutó con su diario, aunque por poco se queda ciega leyéndolo.[140] Tiene una muy alta
estima por usted.
De la señora Boswell, aunque en el fondo de su corazón sepa que no me tiene estima, siempre me agrada
recibir buenas noticias; espero que tanto ella como las pequeñas señoritas no padezcan enfermedades ni ninguna
otra afección. Pero bien sabe ella que nada le importa qué sea de mí, por lo cual tal vez esté segura de que yo la
culpo.
Nunca, nunca, mi querido señor, dé en pensar que yo no le aprecio; no permita que se le meta eso en la cabeza;
puede estar tranquilo y tener plena confianza tanto de mi afecto como de mi estima; lo aprecio como hombre
amable que es, lo valoro por su dignidad, espero con el tiempo reverenciarlo como a un hombre de piedad
ejemplar. Se lo digo, como dice Hamlet, «desde lo más profundo de mi corazón», por lo que es poco decir, señor,
que soy su afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al mismo
Londres, 30 de agosto de 1775
Señor,
Al mismo
14 de septiembre de 1775
Mi querido señor,
le escribo en esta ocasión, no sea que con alguno de sus arrebatos y humores atrabiliarios le dé por suponer que le
desatiendo. Debo encarecer que jamás admita semejantes desatinos, o que al menos no se los consienta, pues mi
estima por usted es tan firme y arraigada que se ha convertido en parte de mi conciencia, de la que no podrá
borrarse si no es por alguna causa de insólita violencia; por consiguiente, tanto si le escribo como si no, dé reposo
a sus pensamientos. Ahora le escribo para decirle que no volveré a escribir muy pronto. Mañana emprendo otro
viaje…
Sus amistades de Streatham y Leicester Fields[142] se encuentran todas bien. Dé mis recuerdos a la señora
Boswell si está de buen humor conmigo. Soy, señor, etc.,
SAM. JOHNSON
Lo que menciona tan a la ligera, «Mañana emprendo otro viaje», pronto descubrí que
era nada menos que el anuncio de una gira por Francia con el señor y la señora
Thrale. Fue la única vez en que viajó al continente.
Al mismo
París, 22 de octubre de 1775
Querido señor,
todavía seguimos aquí, muy ocupados en ver cuanto nos rodea. Hoy hemos estado en Versalles. Usted ya lo
conoce, le ahorraré la descripción. Llegamos ayer desde Fontainebleau, donde ahora se encuentra la corte. Fuimos
a ver al Rey y a la Reina durante el almuerzo, y la Reina quedó tan impresionada con la señorita[143] que envió a
uno de los caballeros de su séquito a preguntar quién era. El señor Thrale se muestra espléndido, y nos agasaja con
A James Boswell
16 de noviembre de 1775
Querido señor,
me congratula la noticia del nacimiento de su pequeño Laird, y de que sea el fin, espero, de la única diferencia que
pueda tener con la señora Boswell.[144] Sé que no me tiene ninguna estima, pero es mi intención persistir en
desearle lo mejor, hasta lograr que me mire con mejores ojos.
París, qué duda cabe, es muy distinto de las Hébridas, aunque para el viajero presuroso no es tan fértil en
novedades, ni permite gozar de grandes oportunidades sobre las que valga la pena explayarse en un comentario
detenido. No se me pasa por la cabeza decir al público nada sobre un lugar que muchos de mis lectores conocen
mejor que yo. Ya hablaremos de ello cuando nos veamos.
Iré a Streatham la semana próxima, desde donde tengo intención de devolver un paquete de la Historia con
cada correo. En lo tocante al retrato de Bruce, sólo puedo decir que no veo yo grandes razones para escribirlo,
aunque no me negaré con facilidad a lo que lord Hailes y usted concurren en desear.
He gozado de una salud estupenda durante todo el viaje. Espero que su familia y usted sólo hayan sabido que
A la misma
Diciembre de 1775
Querida señora,
hace unas semanas le escribí para decirle que estaba de vuelta tras un viaje, y tenía la esperanza de haber recibido
noticias de usted. Temo que el invierno se haya hospedado en sus dedos y le impida escribir. En cualquier caso,
diga a alguien que escriba si a usted le resulta imposible, y cuénteme cómo está, y un poco de lo que pasa en
Lichfield entre nuestras amistades. Espero que se encuentren todos bien.
Cuando estuve en Francia creí rejuvenecer, aunque me temo que este tiempo frío me arrebate parte de este
nuevo vigor. Cuidemos sin embargo de nosotros mismos, no perdamos parte de nuestra salud por pura
negligencia.
Nunca llegué a saber si recibió usted el Comentario al Nuevo Testamento, los Viajes y las lentes.
Escríbame, querida mía. No nos olvidemos el uno del otro. Ésta es la estación de los buenos deseos, y yo le
deseo a usted todo el bien. Últimamente no he visto al señor Porter,[146] ni he sabido nada de él. ¿Se encuentra con
usted?
Tenga la bondad de presentar mis respetos a las señoras Adey y Cobb, y a todas mis amistades; cuando pueda
hacerle algún servicio, no deje de indicármelo. Soy, querida señora, su más afectuoso amigo,
SAM. JOHNSON
Es de lamentar que no escribiera una relación de sus viajes por Francia, pues así
como se dice que una vez afirmó que «era capaz de escribir la vida de una escoba»,
[147] a pesar de que sean muy numerosos los viajeros que con anterioridad han
agotado prácticamente los comentarios sobre cualquiera de los aspectos de tan gran
reino, sus agudísimas y muy exactas observaciones y su peculiar vigor de
pensamiento e ilustración hubieran dado lugar a una obra valiosa. A lo largo de su
visita, que duró cerca de dos meses, tomó notas y escribió a vuelapluma apuntes
10 de oct. Martes. Vimos la École Militaire, en la que se educan para el ejército 150 chiquillos. Disponen de
armas de distintos tamaños, según sus edades; meras astillas y palitroques. El edificio es muy amplio, aunque nada
agraciado, salvo la sala de juntas. Los franceses tienen ventanas con grandes cuadrados emplomados; forman
buenas empalizadas de hierro. Sus comidas son más bien bastas.
Visitamos el Observatorio, un gran edificio de mucha altura. Las piedras que rematan el parapeto eran de gran
tamaño, pero no estaban sujetas por vigas de hierro. La azotea es amplísima, aunque en la parte aislada no hay
parapeto. Pese a tener amplitud de sobra, no quise subir. En una de las salas se procedía a la impresión de mapas.
Fuimos a pie hasta un convento pequeño de los padres del Oratorio. En el atril de lectura del refectorio estaban
abiertas las consabidas vidas de los santos.
11 de oct. Miércoles. Fuimos a ver el Hotel de Chatlois, una casona no demasiado grande, pero muy elegante.
Una de las salas estaba sobredorada hasta extremos como nunca había visto. La planta superior, para los criados y
sus señores, era muy hermosa.
De allí fuimos a la de Monville, una casa dividida en pequeñas viviendas, decoradas con una afeminada y
minuciosa elegancia. Porfirio.
De allí fuimos a la iglesia de San Roque, que es muy grande; la parte inferior de los pilares tiene
incrustaciones de mármol. Tres capillas a espaldas del altar mayor, la última un amasijo de arcos de baja altura.
Los altares, me pareció, son todos redondeados.
Pasamos por la Place de Vendôme, una plaza espléndida, tan grande como Hanover Square. Residen en ella las
mejores familias. Estatua ecuestre de Luis XIV en el centro.
Monville es hijo de un recaudador de impuestos. En la casa de Chatlois hay una estancia decorada a la
japonesa, aunque al gusto de Europa.
Almorzamos con Bocage, el marqués Blanchetti y su señora. Las golosinas se las zampó la marquesa
Blanchetti, no sin antes observar que estaban deliciosas. El señor Le Roy, el conde Manucci, el Abad, el Prior, y el
padre Wilson, que permaneció conmigo hasta que lo llevé en el carruaje.
Bathiani se ha marchado.
Los franceses carecen de leyes que garanticen la manutención de los pobres de solemnidad. El monje no es
necesariamente sacerdote. Los benedictinos se levantan a las cuatro; están en la iglesia una hora y media, y
vuelven a la iglesia media hora antes y media hora después del almuerzo, y de nuevo media hora entre las siete y
las ocho. Pueden dormir ocho horas. En los monasterios se exige el trabajo físico.
A los pobres se les lleva a los hospicios, donde se les mantiene de manera miserable. Los monjes del convento,
quince, viven en la pobreza.
12 de oct. Jueves. Fuimos a los Gobelinos. El tapiz da una muy buena imagen; imita la carne a la perfección.
Una pieza con un fondo de oro; los pájaros no eran de colores exactos. De allí fuimos al gabinete real; muy
ordenado, quizá no del todo perfecto. Veta de oro. Velas del árbol de las velas. Semillas. Maderas. De allí, a casa
de Gagnier, donde vi nueve salones, amueblados con una profusión de riqueza y de elegancia con la que nunca
había topado antes. Vasos. Cuadros. Dragón de porcelana. Se dice que el lustre es de cristal, y que ha costado
3500 libras. Todo el mobiliario se dice que ha costado 125 000 libras. Colgaduras de damasco cubiertas por
grandes cuadros. Porfirio. Un edificio realmente asombroso. Visitamos a las damas, que estaban en casa de
Monville. Vino con nosotros el capitán Irwin.[148] España. En las ciudades de provincias, todo son mendigos. En
Dijon no fue capaz de encontrar el camino de Orleáns. Los caminos de Francia son pésimos. Cinco soldados.
Mujer. Los soldados escaparon. El coronel no estuvo dispuesto a perder a cinco hombres a cambio de la muerte de
una mujer. El magistrado no puede apresar a un soldado si no es con el permiso de su coronel. Una buena posada
Oímos las alegaciones de los abogados. Mueren en París por mano de la justicia tantos como días tiene el año.
Chambre de question. Tournelle en el Palais Marchand. Un edificio antiguo y venerable.
El Palais Bourbon, perteneciente al Príncipe de Condé. Sólo se muestra una pequeña ala; encumbrado,
espléndido, cristal y oro. Las batallas del gran Condé están pintadas en uno de los salones. El actual príncipe es
abuelo a los treinta y nueve.
La visión de los palacios y de otros edificios no deja imágenes precisas, a menos que se trate de quienes
hablan de ellos y las imprimen en otros. Al entrar, tuve en mente a mi esposa: le hubiera complacido. Como no
tengo a quién complacer, apenas me complace nada.
[Nota] En Francia no existe una clase intermedia.
Hay tantas tiendas abiertas que apenas se percibe que sea domingo en París. Los palacios del Louvre y las
Tullerías sirven de alojamiento a los nobles de paso por la ciudad.
En el Palais de Bourbon, globos de metal sobredorado en la chimenea.
Elogio de las camas francesas. Buena parte del mármol es de pasta.
El Coliseo, un mero edificio de madera, al menos en gran parte.
ha hecho por los franceses algo más que por los escoceses, pero ellos han hecho
bastante menos».
Resultó que Foote se encontraba en París al mismo tiempo que Johnson, y su
descripción de la estancia de mi amigo fue muy jocosa. Me dijo que los franceses se
asombraban ante su porte y su talante, así como ante su indumentaria, que con
obstinación mantuvo igual que en Londres;[157] sus ropas de color marrón, sus medias
negras, su camisa sencilla. Dijo que un caballero irlandés había dicho a Johnson:
«Señor, no ha visto usted a los mejores comediantes de Francia». JOHNSON:
«¡Comediantes, señor! No los considero mejores que meros seres que se suben a unas
tablas y juntan unas banquetas para hacer muecas y despertar la risa, como los perros
del circo». «Pero, señor, concederá que algunos son mejores que otros». JOHNSON:
«Sí, señor, igual que unos perros de circo son mejores que otros».
Estando en Francia, Johnson por lo general se mostró muy resuelto a hablar en
latín. Era para él una máxima que un hombre no debe desazonarse ni desanimarse al
hablar una lengua que domina de manera imperfecta. Desde luego, a menudo
habremos observado qué inferior, qué pueril parece un hombre cuando sólo chapurrea
una lengua.
Que no se me olvide en este punto una curiosa anécdota que me refirió el señor
Beauclerk, y que haré lo posible por escribir lo mejor que sepa, a la animada manera
de este caballero, en justicia al cual es de rigor añadir que el doctor Johnson me
indicó que me fiase tanto de la corrección de su recuerdo como de la fidelidad de su
relato. «Cuando madame de Boufflers visitó Inglaterra por primera vez[c339] —dijo
Beauclerk—, estaba deseosa de conocer a Johnson. En consecuencia, fui con ella a su
alojamiento en el Temple, donde él la obsequió con su conversación durante un rato.
Terminada nuestra visita, nos marchamos ella y yo, y apenas habíamos pisado Inner
Temple Lane cuando de golpe y porrazo oí un ruido como un trueno. Lo había
ocasionado Johnson, quien, al parecer, tras hacer memoria y cavilar había llegado a la
precipitada conclusión de que debería rendir los honores propios de su condición de
literato a una dama extranjera de alcurnia, y, ansioso por dar cumplida muestra de su
galantería, bajaba trepidante las escaleras con gran celeridad. Nos alcanzó antes de
que llegáramos a Temple Gate; interponiéndose a empellones entre madame de
Boufflers y yo, la tomó de la mano y la condujo a su coche. Llevaba un traje matutino
de un castaño herrumbroso, un par de zapatos viejos a modo de pantuflas, una peluca
pequeña y encogida, encasquetada de cualquier manera en la coronilla, y los puños de
la camisa y el cierre de los bombachos sin abrochar. Un gentío numeroso se congregó
a nuestro alrededor, no poco asombrado ante su singular apariencia».
Maclean volvió con los más agradables relatos sobre la cortesía y la atención con que
lo recibió el doctor Johnson.
En el transcurso de este año me informa Burney que «con mucha frecuencia
estuvo con el doctor Johnson en casa del señor Thrale, en Streatham, donde
sostuvieron muchas y largas conversaciones, a menudo hasta que duraba el fuego de
la chimenea y aguantaban las velas, y mucho más de lo que soportaba la paciencia de
los criados».
Insertaré en este punto algunos de los dichos de Johnson según los recuerda este
caballero.
«Nunca echo la siesta después del almuerzo, salvo cuando he pasado una mala
noche, en cuyo caso es la siesta la que me echa a mí».
«Al autor de un epitafio ha de considerarse como si sólo dijera lo que
estrictamente es verdad. Hay que admitir que hasta cierto punto incurra en elogio
exagerado. En una inscripción lapidaria un hombre no está sujeto a juramento». [a nota
c166, Vol. III]
«Hoy se azota menos que antes en nuestras grandes escuelas, claro que también
se aprende menos. Lo que ganan los chicos por un lado lo pierden por otro».
«Más se aprende en las escuelas públicas que en los colegios privados, por pura
emulación. Se produce una colusión de un intelecto con otro, o la radiación de
muchos intelectos que apuntan a un mismo centro. Aunque son pocos los chicos que
hacen sus ejercicios si se les propone uno bueno, entre unos cuantos chicos siempre
hay uno que lo haga».
»Dice a los chiquillos: “Ved, esto es un gato y esto es un perro, con sus cuatro patas y
su rabo, ¡vedlos! Vosotros sois mucho mejores que un gato o un perro, pues sabéis
hablar”. Si hubiera dado yo semejante educación a una hija y hubiera descubierto que
pensaba en casarse con tal individuo, antes la habría enviado a una congregación».
«Luego de hablar con desdén de la música, se le vio atender con suma atención
mientras la señorita Thrale tocaba el clavicordio, y con suma seriedad le dijo: “¿Por
qué no va usted tan deprisa como Burney?”. A lo cual, el doctor Burney le dijo:
“Creo, señor, que al final haremos un músico de usted”. Con sincera y candorosa
complacencia, Johnson replicó: “Señor, mucho me alegraría poseer un sentido
nuevo”».
«Había bajado al comedor a desayunar, y pasó un tiempo considerable él solo,
antes de que se presentara nadie. Cuando, una mañana más adelante, la señora Thrale
lo regañó por llegar muy tarde, como generalmente sucedía, se defendió aludiendo a
la mañana extraordinaria en que se encontró solo: “Señora, me desazona bajar para
encontrarme con la vacuidad”».
«Comentó el doctor Burney que Garrick empezaba a parecer viejo, y le replicó:
“Señor, no es de extrañar, si piensa que ningún otro hombre ha sometido su rostro a
tanto desgarro y tanto llanto”».
Como no había sabido nada de él durante mucho más tiempo del que supuse que
permanecería callado, le escribí el 18 de diciembre, no con gran ánimo por cierto. «A
veces me da miedo que el frío que este año ha azotado Europa como una especie de
plaga le haya afectado gravemente; a veces, mi imaginación, que de cuando en
cuando es propensa a suponer toda clase de males, da en figurarse que de algún modo
que se me escapa se haya ofendido usted por algo en mi conducta».
A James Boswell
23 de diciembre de 1775
SAM. JOHNSON[c343]
A James Boswell
10 de enero de 1776
Querido señor,
por fin he remitido todos los papeles de lord Hailes. Mientras estuve en Francia, repasé muy a menudo a Henault.
Lord Halles, a mi entender, lo deja muy atrás. Ahora mismo soy absolutamente incapaz de entender por qué no
despaché mucho antes un examen tan breve, pero ya sabe usted que los impulsos momentáneos del ser humano se
los roban mil y un impedimentos nimios que luego no dejan rastro. Durante toda la Navidad he estado aquejado
por un trastorno general cuyo peor efecto era una tos persistente, ahora muy mitigada, aunque la campiña que
contemplo desde una de las ventanas de Streatham está ahora cubierta por un espeso manto de nieve. La señora
Williams está muy enferma; los demás, como de costumbre.
Entre los papeles encontré una carta para usted que me pareció que no había abierto, así como un artículo del
Chronicle que no creo necesario insertar. Le devuelvo ambos.
En estos últimos días he tenido el honor de recibir el primer volumen de lord Hailes, que agradezco con el
debido respeto.
Le deseo, mi queridísimo amigo, así como a su altiva señora, pues bien sé que no me quiere, y a las señoritas,
y al pequeño Laird, toda la felicidad posible. Enseñe al joven caballerito, a despecho de su madre, a pensar y
hablar bien de mí, señor. Su afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Durante esta época estaba en liza un asunto de importancia para mi familia y para mí,
que no se me ocurriría imponer sobre el mundo en general de no ser por la parte que
desempeñó en él la amistad que me unía al doctor Johnson, que dio ocasión a un
notable despliegue de su capacidad, cuya ocultación sería injusta. Para que bien se
entienda lo que escribió sobre este asunto es necesario exponer el estado de la
cuestión, cosa que haré tan sucintamente como pueda.
En el año de 1504, la baronía o casa solariega de Auchinleck (pronúnciese
Affléck), sita en el condado de Ayrshire, perteneciente a una familia cuyo apellido era
el mismo que el nombre de las tierras, pasó a manos de la Corona a raíz de la
A James Boswell
Londres, 15 de enero de 1776
Querido señor,
mucho me impresionó su carta, y si logro formarme sobre su caso una resolución que me parezca del todo
satisfactoria, con gran contento la compartiré con usted; ahora bien, no sé yo si estaré a la altura. Se trata de un
caso compuesto de ley y de justicia, para el cual se requiere un intelecto versado en disquisiciones jurídicas. ¿No
podría usted comentar todo el asunto y su postura misma con lord Hailes? Como bien sabe usted, él es cristiano y
es experto legislador. Lo supongo por encima de toda parcialidad y de toda locuacidad superflua; creo que no dará
por perdido el tiempo que dedique a aquietar un ánimo perturbado o a asentar una conciencia que flaquea.
Escríbame con todo lo que se le ocurra; si me viera impedido de adelantar algo por falta de detalles que me resulte
imprescindible conocer, le interrogaré a medida que me surjan las dudas.
Si sus anteriores resoluciones resultaron de manera fehaciente mero capricho o fantasía, decide usted con toda
justicia al entender que las fantasías o los caprichos de su padre tienen derecho a gozar de preferencia; ahora bien,
que sean puramente fantasía o que sean racionales es la cuestión en la que de veras creo que podría ayudarnos lord
Hailes.
Presente mis respetos a la señora Boswell y dígale que espero que no me falte nada en lo que pueda colaborar
a poner fin a sus tribulaciones de usted. Soy, querido señor, afectuosamente,
SAM. JOHNSON
Al mismo
3 de febrero de 1776
Querido señor,
me dispongo a escribir largo y tendido sobre un asunto que requiere un conocimiento de la ley local y una
familiaridad con las reglas generales de la herencia mucho mayores que los que yo pueda poseer; sin embargo,
escribo porque me lo pide.
La tierra, como cualquier otra posesión, se halla por derecho natural completamente en poder de su actual
propietario; es susceptible de venderse, donarse o legarse, absoluta o condicionalmente, según dicte el juicio o
incite la pasión.
Ahora bien, de poco valdría el derecho natural sin la protección de la ley, y el concepto primordial de la ley es
la restricción en el ejercicio del derecho natural. En sociedad, por lo tanto, un hombre no es plenamente dueño y
señor de lo que llama su propiedad, si bien conserva todo el poder que no le resta la ley.
En el ejercicio del derecho que la ley ni quita ni otorga, preciso es rendir respeto a las obligaciones morales.
De la hacienda que ahora consideramos, su señor padre aún conserva tal posesión, tiene tal poder sobre ella,
que puede venderla y hacer con el dinero lo que le plazca sin ningún impedimento legal. Ahora bien, si amplía ese
poder más allá de su propia vida, al dictar el orden sucesorio de la propiedad, la ley exige que sea necesariamente
con el consentimiento de usted.
Supongamos que vende la propiedad para arriesgar el dinero ganado en una aventura especiosa, en el curso de
A James Boswell
9 de febrero de 1776
Querido señor,
al no tener ninguna familiaridad con las leyes y costumbres de Escocia, me esforcé por considerar la cuestión
sobre la base de los principios generales y no hallé gran cosa de probada validez que pudiera contraponer a esta
postura: «Quien hereda un feudo al que sus ancestros no han puesto restricciones, hereda el poder de restringirlo
según su propio criterio u opinión». De ser cierto, puede usted concurrir con su señor padre.
Una consideración ulterior arroja otra conclusión: «Quien hereda un feudo al que sus ancestros no han puesto
restricciones, dará a sus herederos motivos de queja si no lo transmite sin restricciones a la posteridad, pues ¿por
qué iba a hacer del estado de otros algo peor que el suyo sin razón que lo justifique?». De ser cierto, aun cuando ni
su padre ni usted estén por hacer algo del todo correcto, como su padre (entiendo yo) vulnera en menor medida la
sucesión acorde con la ley, parece acercarse más que usted a lo correcto.
No puede sino darse el caso de que «las mujeres tienen derechos naturales equiparables a los del hombre,
derechos y exigencias que no pueden reemplazarse o infringirse caprichosamente ni a la ligera». Cuando los
feudos entrañaban la prestación de un servicio militar, bien se entiende por qué las hembras no podían heredarlos,
pero esa razón ha dejado de tener vigencia. Así como las costumbres hacen las leyes, también las costumbres las
revocan.
Al mismo
15 de febrero de 1776
Querido señor,
a las cartas que le he escrito sobre el portentoso asunto que se trae entre manos no tengo más que añadir. Si en
conciencia se da usted por satisfecho, ahora ya sólo debe consultar con su prudencia. Ansío recibir una carta en la
que me dé a conocer cómo se ha resuelto por fin esta cuestión tan enojosa y tan compleja.[163]
Y espero y deseo que tenga el mejor final de los posibles. La carta de lord Hailes era sumamente amistosa, y
muy oportuna, aunque me parece que algo hay en esa aversión a las cláusulas vinculantes que frisa en la
superstición. La Providencia no se contrarresta con ningún medio que la Providencia ponga en nuestras manos. La
continuación y propagación de las familias conforma una gran parte de la ley judaica, y de ningún modo está
proscrita en la institución cristiana, si bien su necesidad ha dejado de ser acuciante. Las tenencias hereditarias
están bien establecidas en todos los países civilizados, y se acompañan en los más de la autoridad hereditaria. Sir
William Temple considera que nuestra constitución es defectuosa porque no hay en todo el país una sola hacienda
libre de una posible incautación que no esté vinculada a un título nobiliario; lord Bacon aduce como prueba de
que los turcos son unos bárbaros el que carezcan de stirpes, como él las llama, o de rangos de jerarquía
hereditaria. No permita que su entendimiento, una vez quede libre de la presunta necesidad de una rigurosa
cláusula vinculante, se enmarañe y se nuble en objeciones y contrariedades, y dé por ilegales todas las cláusulas
vinculantes mientras no disponga de argumentos bien cogitados, y contundentes, que a mi juicio nunca encontrará.
Miedo me dan los escrúpulos.
Tras comunicar a lord Hailes lo que me había escrito el doctor Johnson en relación a
la cuestión que tanto me desconcertaba, Su Señoría me escribió en estos términos:
«Sus escrúpulos han dado mucho más fruto del que yo esperaba: una excelente
disertación sobre los principios generales de la moral y la ley».
Escribí el 20 de febrero al doctor Johnson quejándome de melancolía y
expresándole un intenso deseo de estar con él. Le informé de que habían llegado sin
novedad los diez paquetes, de que lord Hailes estaba muy agradecido y de que, a su
decir, prácticamente quedaron extirpados del todo sus escrúpulos contra las cláusulas
vinculantes y restrictivas.
Al mismo
12 de marzo de 1776
Querido señor,
muy a primeros de abril abandonamos Inglaterra, y la semana próxima, a comienzos, saldré de Londres una corta
temporada; me parece imprescindible tenerle al corriente de esto, con el fin de que no se vea decepcionado en
ninguna de sus empresas. No había tomado la rotunda decisión de ir al campo hasta hoy mismo.
Por favor, presente mis respetos a lord Hailes, y comente de manera muy particular a la señora Boswell mi
esperanza de que se haya reconciliado, señor, con su fiel servidor,
SAM. JOHNSON
Hace más de treinta años, los herederos del lord canciller Clarendon legaron a la
Universidad de Oxford la continuación de su Historia, así como el resto de los
manuscritos de Su Señoría que no se habían publicado aún, con la condición de que
los beneficios obtenidos de la publicación de los mismos se adjudicasen al
establecimiento de una escuela de equitación en la universidad. La donación fue
aceptada en reunión plenaria. Se encareció al doctor Johnson que encontrase a la
persona idónea para dirigir y administrar la propuesta escuela de doma y equitación,
en lo cual se desempeñó Johnson con ese celo por el que tan notable era en ocasiones
similares. Sin embargo, al indagar el asunto tuvo conocimiento de que era harto
improbable que se procediera pronto a la ejecución del plan; los beneficios que
devengaba la imprenta de Clarendon, debido a una administración deficiente, eran
muy escasos. Cuando esto se lo explicó un muy respetable dignatario de la Iglesia,
que tenía sobrados medios para saberlo, escribió una carta sobre la cuestión, que
demuestra a la par su extraordinaria precisión y agudeza y su caluroso afecto por su
Alma Mater.
SAM. JOHNSON[166]
Johnson dijo que el doctor Grainger era un hombre agradable, que siempre haría todo
el bien que tuviera a su alcance. Su traducción de Tíbulo, creía, estaba muy bien
resuelta, pero «La caña de azúcar» no le gustó.[176] «¿Qué podía sacar en claro de “La
caña de azúcar”? Con la misma, podía haber escrito “La ramita de perejil”, o “El
huerto de las berzas”». BOSWELL: «En tal caso, hay que aliñar la berza con sal
atticum». JOHNSON: «Ya existe un poema titulado “El lúpulo” y entiendo que mucho
se podría decir de la berza. El poema podría comenzar por describir las ventajas de
una sociedad civilizada frente a una más tosca, como ejemplifican los escoceses, que
no conocieron la berza hasta que no la introdujeron los soldados de Oliver Cromwell,
y de ese modo se podría demostrar cómo las buenas artes se propagan por medio de
la conquista, como hicieron los ejércitos romanos». Parecía muy divertido con la
fertilidad de su propia fantasía.
Le dije que, según tenía entendido, el doctor Percy estaba escribiendo la historia
del lobo en Gran Bretaña. JOHNSON: «¡El lobo, señor! ¿Por qué el lobo? ¿Por qué no
escribe sobre el oso, que tuvimos desde antes? No, se dice que lo más antiguo eran
los castores. ¿Y por qué no escribe sobre la rata gris, la rata de Hanover, como se la
suele llamar, ya que se dice que llegó al país a la vez que llegó la dinastía de los
Hanover? Me encantaría ver impresa La historia de la rata gris, por Thomas Percy,
doctor en Teología, capellán ordinario de Su Majestad». Rió con absoluta
inmodestia. BOSWELL: «Me temo que un capellán de la corte no podría escribir con
decencia sobre la rata gris». JOHNSON: «No tiene por qué decir que se trata de la rata
de Hanover». De esta forma sabía darse a una imaginación exuberante, con espíritu
de chanza, al hablar de un amigo al que estimaba y quería.
Me comentó la singular historia de un conocido suyo muy ingenioso.[c364] «Había
ejercido la medicina en situaciones diversas, pero sin percibir grandes emolumentos.
Un caballero de las Antillas, al cual deleitó con su conversación, le hizo entrega de
una obligación por un valor de una considerable anualidad para el resto de su vida,
con la condición de que lo acompañara a las Antillas y allí residiera con él por
espacio de dos años. En consecuencia, se embarcó con el caballero, pero durante el
viaje se enamoró de una joven que también era pasajera y se casó con ella. Debido a
su disposición imprudente tuvo una agria trifulca con el caballero y declaró que no
deseaba sostener ningún trato con él. De ese modo tiró por la borda su asignación
anual. Estableció su consulta en una de las islas de sotavento. Un hombre se dirigió a
él meramente para preparar la composición de sus medicamentos. Este individuo se
erigió en su rival en el ejercicio de la medicina, y tanto le aventajó en lo que de él
natal del doctor Johnson. Se explayó en ensalzar Lichfield y a sus habitantes, quienes,
según dijo, eran «los más sobrios y más decentes[c367] de Inglaterra, los más gentiles
en punto a su riqueza, los que hablaban el inglés más puro».[c368] Dudé acerca del
último artículo de su elogio, pues hay en su pronunciación dejes provincianos, como
es el caso de there, que pronuncian como fear, en vez de asemejarlo a fair; once lo
pronuncian como woonse, y no como wunse o wonse. El propio Johnson nunca se
libró por completo de ese acento provinciano. Garrick a veces le tomaba el pelo:
exprimía un limón en una fuente para el ponche con gesticulación ampulosa y tosca,
y luego miraba en rededor a los presentes y decía: «¿Quién quiere tomarse un
punche?».[c369]
Pocos negocios parecían tramitarse en Lichfield. Encontré sin embargo dos
manufacturas extrañas para tratarse de un lugar tan en el interior, lonas para velas y
grímpolas y banderolas para navíos, y observé que fabricaban también mantas para
los caballos y pellizas de piel de oveja; no obstante, y en conjunto, las ajetreadas
manos de la industria parecían hallarse asaz desocupadas. «No cabe duda, señor —le
Me reconforta recordar todos los pasajes que oí recitar a Johnson: les imprime un
valor añadido.
Nos dijo que el libro titulado Las vidas de los poetas, de Cibber, había sido en su
totalidad compilación de Shiels, escocés que fue uno de sus amanuenses. «Los
libreros —dijo— dieron a Theophilus Cibber, por entonces en prisión, diez guineas
para que permitiese que el título de “libro de Cibber” figurase en la portadilla,
pasando por autor del mismo; de ese modo, se pretendía llevar a cabo una doble
imposición: en primer lugar, que era obra de Cibber sin serlo; en segundo lugar, que
era además obra de Cibber padre».[14]
El señor Murphy dijo que las Memorias de la vida de Gray le merecían en su
estima un lugar más elevado que sus poemas, «pues en ellas se veía a un hombre en
constante trabajo con la literatura».[a nota 108, Vol. III] Johnson estuvo muy de acuerdo
en esto, aunque despreciase el libro, lo cual me pareció muy poco razonable en una
persona como él. Y es que dijo así: «Me forcé a leerlas sólo porque era un libro del
que se hablaba en todas partes. Me pareció soberanamente aburrido; en cuanto al
estilo, es idóneo para la segunda de las tablas de la ley». No se me alcanzó en ese
momento a comprender por qué pensaba de ese modo. Y dio entonces su opinión de
que «Akenside era un poeta superior tanto a Gray como a Mason».
A James Boswell
Querido señor,
¿por qué me habla de desatención? ¿Cuándo le he desatendido yo? Si viene a Bath, todos nos alegraremos de
verle. Venga, así pues, tan pronto le sea posible.
Antes tengo un encargo que hacerle en Londres. Ruegue a Francis que busque en el cajón de los papeles de la
cómoda que hay en mi dormitorio y encuentre dos documentos. Uno es para el fiscal general y otro para el adjunto
del procurador general de la nación.[c13] Se encuentran, me parece, encima de todos mis papeles. Si no
aparecieran donde digo, estarán en otra parte, y me daría más quebraderos de cabeza precisar dónde puedan
encontrarse.
Le encarezco que me escriba de inmediato si es posible encontrarlos. Dé saludos de mi parte a todos nuestros
amigos de la ciudad y a la señora Williams en la casa.
Soy, señor, suyo, etc.
SAM. JOHNSON
Busque los papeles tan pronto le sea posible, para que si fuera menester pueda yo escribirle de nuevo antes de que
emprenda viaje.
El 26 de abril partí hacia Bath; nada más llegar a la Posada del Pelícano me encontré
CONTENCIOSO
He de reseñar ahora un incidente muy curioso de la vida del doctor Johnson, acaecido
en el ámbito de mi propia observación, del que asimismo pars magna fui, y que estoy
profundamente persuadido de que, entre los lectores de espíritu liberal, mucho dirá en
su favor.
Debido a mi deseo de entablar conocimiento y trabar incluso trato cordial con los
hombres más célebres de todo rango y condición, había tenido ocasión de
presentarme casi al mismo tiempo al doctor Samuel Johnson y al caballero John
Wilkes. Es posible que no pueda escogerse a dos hombres más dispares que estos dos
en toda la humanidad. Se habían incluso zaherido el uno al otro sin escatimad
asperezas en sus respectivos escritos, a pesar de todo lo cual compartí con ambos los
hábitos de la amistad. Pude saborear plenamente de la excelencia del uno y del otro,
pues siempre me ha deleitado esa química intelectual que sabe discernir las buenas
cualidades de las malas en una misma persona.
Sir John Pringle, «amigo mío y amigo de mi padre», cuando intenté en vano
fomentar su trato con el doctor Johnson, pues los dos me merecían gran respeto y con
ambos vivía en términos sumamente amistosos, me comentó una vez con gran
ingenio que «no sucede en la amistad como en las Matemáticas, donde dos cosas,
cada una de ellas iguales a una tercera, resultan iguales entre sí. Concuerda usted con
Johnson como calidad intermedia, concuerda igual conmigo como calidad intermedia,
pero Johnson y yo no creo que concordásemos». Sir John no era hombre
suficientemente flexible, de modo que desistí de mi intento, a sabiendas, en efecto, de
que la repulsión era no menos fuerte por parte de Johnson, el cual, no atino a saber
por qué razón, a no ser que se deba a que el primero era escocés, se había forjado una
opinión sumamente errónea de sir John. No obstante, concebí un deseo irreprimible,
si tal fuese posible, de propiciar un encuentro cordial entre Johnson y el señor Wilkes.
Cómo lograr tal cosa iba a ser asunto difícil y delicado.
Mis valiosos libreros y amigos, los señores Dilly, del Poultry, sentados a cuya
hospitalaria y siempre bien abastecida mesa he visto acudir a un sinfín de hombres de
letras, muchos más que a cualquier otra mesa, con la sola salvedad de la de sir Joshua
Reynolds, me habían invitado a coincidir con el señor Wilkes y algunos otros
caballeros el miércoles 15 de mayo. «Les ruego —dije yo— que inviten asimismo al
doctor Johnson». «¿Cómo? ¿A la vez que Wilkes? Por nada del mundo —dijo
Edward Dilly—; el doctor Johnson jamás me lo perdonaría». «Vamos —insistí—; si
me permiten negociarlo en su nombre, yo seré responsable de que todo salga a pedir
de boca». DILLY: «Como diga, señor; si asume usted la carga, no tenga ninguna duda
de que estaré encantado de verlos aquí a los dos».
No obstante la grandísima veneración que de todo corazón profesaba yo al doctor
Johnson, tenía plena conciencia de que en ciertas ocasiones se comportaba movido en
BOSWELL: «Y sus comedias son buenas». JOHNSON: «Sí, pero ése era su oficio; l’esprit
du corps; toda su vida estuvo entre comediantes y actores. Me extrañaba que tuviera
tan poca cosa que decir en conversación, pues había estado con las mejores
compañías, y había aprendido de oídas cuanto se puede aprender. Vilipendió a
Píndaro estando conmigo, y luego me mostró una oda de las suyas, con un dístico
absurdo, en el que un pardal se encarama al ala del águila rampante.[29] Le expliqué
que cuando los antiguos hacían un símil, siempre lo hacían como si fuera al menos
verosímil».
El señor Wilkes señaló que «entre todos los audaces vuelos de la imaginación de
Shakespeare, el más osado fue hacer que el bosque de Birnam se encaminara hacia
Dunsinane, creando así un bosque donde nunca hubo ni un arbusto: ¡un bosque en
Escocia! ¡Ja, ja, ja!». Y observó también que «la servidumbre gregaria a los clanes,
propia de los montañeses de las Tierras Altas de Escocia, era la única excepción
conocida a la observación de Milton, según el cual “la ninfa de la montaña, dulce
libertad”, era adorada en todas las regiones montañosas». «Estuve en Inverary —dijo
— haciendo una visita a mi viejo amigo Archibald, Duque de Argyle, y sus siervos
me felicitaron por ser persona tan estimada por Su Excelencia el Duque, a lo cual
repuse: “Es, caballeros, una verdadera suerte para mí, pues de haber incurrido yo en
disgustar al Duque, si él lo hubiera deseado, no hay entre ustedes ni un solo Campbell
que no hubiera estado dispuesto a llevarle la cabeza de John Wilkes a lomos de un
corcel. Hubiera sido solamente:
»Más fácil es hacer una tragedia a partir de la Ilíada que de cualquier tema que
JOHNSON: «Señor, con los libros obtendrá más de lo que el viajecito le cueste, de
modo que tendrá la diversión que busca por nada, y agregada así a su reputación».
Al día siguiente, por la tarde, me despedí de él para regresar a Escocia. Le di
calurosamente las gracias por su amabilidad. «Señor —dijo—, es usted muy
bienvenido. Nadie se lo recompensa mejor».
¡Qué rematadamente falsa es la especie que se ha propagado acerca de los
modales groseros, apasionados y ásperos de este hombre grande y bueno! Preciso es
reconocer que tenía a veces alguna salida de tono, que se acaloraba con facilidad, que
a veces se dejaba «provocar en demasía» por los absurdos y las necedades, y que
otras veces era excesivo su afán por salir deseoso de triunfar en cualquier discusión
coloquial. La presteza tanto de su percepción como de su sensibilidad le predisponía
a súbitos estallidos de sátira que podían pasar por malhumor, a lo cual le incitaba de
un modo casi irresistible su extraordinaria agudeza de ingenio. Por valerme de una de
las más bellas imágenes del Douglas del señor Home,
Admito que, en su interior, el alguacil estaba a menudo tan ansioso por dar unos
azotes que el juez no tenía tiempo ni de examinar el caso con la suficiente
ponderación.
Preciso es asimismo reconocer que a veces se caracterizaba por la violencia de su
temple, pero no menos preciso es determinar el grado, y no dar en suponer a la ligera
que estaba de continuo enfurecido, y que siempre tenía a mano una estaca para
atizarle en toda la cabeza al primero que se le acercara. Muy al contrario, la verdad es
que las más de las veces era cortés, amable, deferente; es más, era cortés en el
verdadero sentido del término, tan es así que muchas de las personas que lo trataron
durante mucho tiempo jamás recibieron de él, ni le oyeron decir, una palabra
encolerizada.
Las cartas que siguen, tocantes a un epitafio que escribió para el monumento al
doctor Goldsmith en la abadía de Westminster, son buena prueba, a la par, de su
modestia sin afectación, de su despreocupación por sus propios escritos y del enorme
respeto que profesaba por el gusto y el criterio de la excelente, eminente personalidad
a quien están dirigidas:
Al mismo
22 de junio de 1776
Señor,
la señorita Reynolds tiene el propósito de enviar el epitafio al doctor Beattie. Me agrada mucho la idea. Pero no
dispongo de copia alguna, y tampoco me viene a la memoria en su integridad. Me dice que usted lo ha perdido.
Trate de recordarlo y escriba cuanto le venga a la memoria; quizá haya retenido lo que he olvidado yo. Las líneas
que más en duda me tienen son aquellas que decían algo así como rerum civilium sive naturalium,[32] Mala suerte
ha sido el perderlo; ayúdeme si puede. Soy, señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Fue después de que yo me fuese de Londres ese año, según creo, cuando dio ocasión
este epitafio a una Amonestación al monarca de la literatura, en cuyo relato me
reconozco deudor de sir William Forbes, de Pitsligo.
Para que mis lectores se hagan cargo clara y plenamente de lo ocurrido, insertaré
primero el epitafio:
OLIVARII GOLDSMITH,
[Véase ⇒]
Presento a mis lectores la fiel transcripción de un documento que tengo la certeza de
que querrán conocer.[c29]
La observación de sir William Forbes es muy atinada. La anécdota que se relata
demuestra de la manera más convincente la reverencia y el temeroso respeto con que
Como prueba de lo que he apuntado al comienzo de este año, selecciono de sus notas
privadas el siguiente pasaje:
«25 de julio de 1776. Oh, Señor, Tú que has ordenado que aquello que se desee haya de perseguirse por medio del
trabajo y el esfuerzo, Tú que con tu bendición das al trabajo honesto el buen efecto deseado, contempla con
misericordia mis estudios y desvelos. Concédeme, Señor, que rubrique sólo cuanto sea legal y correcto, y
otórgame el sosiego del espíritu y la firmeza en los propósitos, para que pueda cumplir tu voluntad en esta vida tan
corta y así obtener la felicidad en la vida venidera, por Nuestro Señor Jesucristo, amén».[40]
Parece ser, por una nota adicional, que compuso esta plegaria cuando se propuso
aplicarse con todo su vigor al estudio en particular del griego y del italiano.
Semejante propósito, expresado a la edad de sesenta y siete años, es admirable y
estimulante; sin duda ha de impresionar el pensamiento de todos mis lectores e
imprimir en su ánimo gran confianza y consuelo en el hábito de la devoción al ver a
un hombre de tan inmensa capacidad intelectual como Johnson, en la genuina
seriedad de su secreto, implorando la ayuda del Ser Supremo, «de quien proviene
todo bien y todo don de perfección».
A Robert Levett
Brighthelmstone, 21 de octubre de 1776
Querido señor,
tras haber pasado seis semanas en este lugar, por fin hemos resuelto regresar. Cuento con verles a todos ustedes en
Fleet Street el próximo día 30.
No me he bañado en el mar hasta el pasado viernes, aunque ahora pienso ir casi toda la semana, y no estoy
seguro de que me siente del todo bien. Paso las noches inquieto, apenas descanso, por lo demás estoy bien.
He dado aviso de mi regreso a la señora Williams. Dé mis recuerdos a Francis y a Betsy.[44] Soy, señor, su
humilde servidor,
SAM. JOHNSON[45]
A James Boswell
Bolt Court, 16 de noviembre de 1776
Querido señor,
me ha causado una gran alegría saber que por fin está en buenas relaciones con su señor padre. Cultive su bondad
por todos los medios honestos y viriles que tenga en su mano. La vida es breve; poco será siempre el tiempo que
encontremos para la indulgencia de las penas verdaderas o para contender sobre asuntos que sean realmente de
gran peso. No desperdiciemos uno solo de nuestros días en resentimientos inútiles, no contendamos contra quien
más haya de persistir en su terca malignidad. Vale más no enojarse; es mejor no perder un solo instante en
reconciliarnos. Ojalá pasen su padre y usted todo el tiempo que le reste en recíproca benevolencia. (…)
¿Tiene alguna noticia del señor Langton? Lo visito en ocasiones, pero conmigo no conversa. No me gusta su
plan de vida, aunque como no me está permitido entenderlo, no está en mi mano enderezar nada que se haya
torcido. Sus hijos pequeños son un encanto.
Espero y deseo que mi irreconciliable enemiga, la señora Boswell, se encuentre bien. Deséele que no transmita
su malquerencia a los pequeños. Que Alex y Verónica y Euphemia sean mis amigos.
La señora Williams, a quien puede usted tener por una de esas personas que de corazón le desean lo mejor,
está floja y lánguida, y con pocas esperanzas de que su estado mejore. Hemos pasado parte del otoño en el campo,
pero en poco le ha beneficiado; el doctor Lawrence confiesa que sus artes médicas no dan más de sí. La muerte,
sin embargo, aún queda lejos, ¿y qué más que eso podríamos decir de nosotros mismos? Lamento mucho los
dolores que sufre, y más me duele aún su decrepitud. El señor Levett está estupendamente, entero y verdadero.
A James Boswell
21 de diciembre de 1776
Querido señor,
he pasado un tiempo postrado por un catarro, lo que, tal vez, he tomado por excusa para no escribir, cuando en
realidad no sé qué decirle.
Los libros es razonable que los distribuya como mejor le parezca, sea en mi nombre, sea en el suyo propio,
según estime; es mi deseo, sin embargo, que nadie se dé por ofendido. Haga cuanto esté en su mano.
Le felicito por la ampliación de su familia, y espero que el pequeño David ya esté mejor, y que su mamaíta se
haya recuperado por completo. Mucho me alegra la noticia de que se ha restablecido un trato cordial entre su
padre y usted. Cultive su ternura paterna tanto como pueda. Vivir en desavenencia es incómodo, y la desavenencia
con un padre, si se encona, lo es más aún. Además, en todas las disputas ocupa usted el lado erróneo; cuando
menos, fue usted el autor responsable de las primeras provocaciones, y algunas fueron muy ofensivas.[c31] Que
todo termine. Como no tiene usted motivos para pensar que su nueva madre le haya tratado de forma ingrata ni
aviesa, trátela usted con respeto y muéstrele un punto de confianza, que eso tranquilizará a su señor padre. Una
vez que una familia que ha vivido la discordia en su seno conoce el placer de la paz, no dejará que se pierda
quedándose de brazos cruzados. Si al menos la señora Boswell se aviniera a mostrarme su amistad, tal vez
podríamos clausurar el templo de Jano.
¿Qué fue del litigio del señor Memis? ¿Se ha zanjado el asunto relativo al negro? ¿Tiene sir Allan esperanzas
fundadas en la razón? ¿Qué se hizo del pobre Macquarry?[c32] No deje de tenerme al corriente de todos esos
litigios. Les deseo lo mejor en particular al negro y a sir Allan.
La señora Williams ha estado francamente mal; aunque ya se encuentra algo mejor, es asaz probable, en
opinión de su médico, que haya de soportar estos achaques de por vida, aunque tampoco deja de ser probable que
fallezca a causa de otros trastornos. La señora Thrale se halla encinta, y fantasea con que sea un niño; si fuera
razonable desear mucho a este respecto, desearía ante todo que no se lleve una decepción. El deseo de tener
herederos varones no es exclusivo de quien tiene tierras en régimen feudal. Un hijo es a todas luces
imprescindible para la prolongación en el tiempo de la fortuna de Thrale pues ¿qué iban a hacer las señoritas con
una fábrica de cerveza? Son las tierras más aptas para las hijas que una actividad comercial, por pujante que sea.
Baretti se marchó de casa de los Thrale presa de un encaprichado arranque de disgusto, o de mal
temperamento, sin siquiera despedirse. No es mala cosa si encuentra un alojamiento igual de bueno, y tantas
comodidades como las que tenía. Se ha embolsado veinticinco guineas por su traducción de los Discursos de sir
Tengo entendido que muy poco después tuvo Strahan una conversación con el doctor
Johnson relativa a estos sermones, tras la cual, con gran sinceridad, volvió a escribir
al doctor Blair y le adjuntó la nota de Johnson. Accedió a comprar los derechos del
volumen, por el cual Cadell y él desembolsaron cien libras. Las ventas del mismo
fueron tan rápidas y cuantiosas, la aprobación del público tan manifiesta y unánime,
que preciso es dejar constancia en honor de los editores de que hicieron al doctor
Blair primero el obsequio de cincuenta libras, y luego otro de idéntica cuantía,
doblando voluntariamente de ese modo el precio en principio estipulado, y cuando
preparó el doctor Blair un segundo volumen le hicieron entrega de trescientas libras,
con lo que sus ganancias por la publicación de sus sermones fueron de quinientas,
mediante pacto del que fui testigo. Ahora, por un tercer volumen en octavo, ha
recibido nada menos que seiscientas.
Sin embargo, en este año son sus devociones eminentemente fervorosas, y nos
consuela ver lapsos de tranquila compostura y alegría.
Por Pascua hallamos la siguiente y encendida plegaria:
Dios Todopoderoso y muy misericordioso Padre Nuestro, Tú que ves todas nuestras calamidades y conoces todas
nuestras necesidades, baja tu mirada hacia mí y de mí ten piedad. Defiéndeme de la incursión violenta de los
malos pensamientos y permíteme adoptar y mantener las resoluciones que puedan ser conducentes al
cumplimiento de los deberes que tu Providencia me designe, y ayúdame por medio de tu Espíritu Santo para que
mi corazón pueda fijarse y ver dónde se han de hallar las verdaderas alegrías, para que pueda yo servirte con
afecto puro y con el ánimo contento. Ten piedad de mí, ¡oh, Dios!, apiádate de mí; los años y los achaques me
oprimen, el terror y la ansiedad me aturden. Apiádate de mí, Creador y Juez mío. En todas las perplejidades y
vicisitudes, ayúdame y libérame, y auxilíame por medio de tu Espíritu Santo, para que pueda ahora conmemorar la
muerte de tu Hijo Jesucristo Nuestro Salvador, de modo que cuando esta corta y penosa vida tenga su fin pueda
yo, por amor de Él, ser admitido en la felicidad imperecedera. Amén.[47]
Vita ordinanda.
Biblia legenda.
A George Steevens
A 25 de febrero de 1777
Estimado señor,
le alegrará saber que de la señora Goldsmith, a quien tanto lloramos por suponer que pereció ahogada, he recibido
una carta en la que expresa su gratitud a todos nosotros, con la promesa de llevar a cabo las indagaciones que le
encomendamos.
Hubiera tenido yo el honor de transmitir esta información a la señorita Caulfield, sólo que no tengo su carta a
mano, por lo que desconozco su dirección. Transmítale la buena nueva. Soy, cordialmente, su más etc.,
SAM. JOHNSON
ALEXANDER DICK[48]
A James Boswell
14 de marzo de 1777
Querido señor,
mucho me ha complacido su última carta, y me alegra que mi enemiga de antiguo, la señora Boswell, empiece a
tener remordimientos por su inquina. En cuanto al escocés de la señorita Verónica, no creo yo que tenga remedio.
Aunque el dialecto erse de la lengua celta se ha hablado en Gran Bretaña desde tiempo inmemorial, y aunque aún
subsiste en las regiones del norte y en sus islas adyacentes, debido a la negligencia de un pueblo más belicoso que
amigo de las letras hasta la fecha ha quedado al albur y al criterio de cada hablante, y ha flotado de viva voz, sin
gozar de la firmeza de la analogía y el rigor de las reglas. Una gramática del erse, o gaélico de Escocia, supone un
añadido de peso a los anales de la literatura; su autor aspira a gozar de la indulgencia que siempre se ha deparado
a quienes acometen una empresa que no se haya llevado a cabo con anterioridad. Si se hallasen defectos en su
obra, al menos serán íntegramente de su responsabilidad; no ha obrado como otros gramáticos, esto es, como mero
compilador o transcriptor; lo que entrega en su volumen lo ha aprendido por medio de una atenta observación
entre sus compatriotas, quienes tal vez se sorprendan al ver su propia lengua reducida a sus principios esenciales,
que han empleado sólo por imitación.
El uso de este libro, sin embargo, no quedará circunscrito a las tierras de montaña y a las islas: ha de
proporcionar una placentera e importante materia para la especulación de aquellos a los que sus estudios guían en
el rastreo de las afinidades entre las lenguas y de las migraciones de la humanidad en tiempos pretéritos.
A James Boswell
3 de mayo de 1777
Querido señor,
lo que se dijo de la muerte del señor Thrale, habida cuenta de que no estuvo enfermo, ni corrió peligro de otra
especie, me causó tan pequeña impresión que nunca se me pasó por la cabeza el obviar los efectos de tal rumor,
por demás infundado, en nadie más. Supuestamente fue producto de la costumbre inglesa de las inocentadas en
abril, esto es, de mandarse unos a otros recados insensatos el primero de ese mes.
Diga a la señora Boswell que probaré su mermelada de naranjas al principio con cautela. Timeo Danaos et
dona ferentes.[c39] Cuidémonos, como dice el proverbio italiano, del enemigo que se reconcilia. Pero en cuanto
descubra que no me hace daño, la tomaré con agrado y quedaré agradecido, en reconocimiento de su firme y
espero inalterable amabilidad. A fin de cuentas, es una dama a la que tengo un gran cariño.
Le ruego dé las gracias al doctor Blair por sus sermones. Los escoceses escriben un inglés maravillosamente
bueno. (…)
Sus frecuentes visitas a Auchinleck, así como su breve estancia allí, son muy laudables y juiciosas. Su
presente concordia con su padre me produce un gran placer; es cuanto parecía faltarle a usted.
Mi salud está francamente mal, paso las noches muy inquieto. ¿Qué puedo hacer para ponerle remedio? Para
este verano no tengo mejor perspectiva que un viaje por los condados de Stafford y Derby, tal vez con escalas en
Oxford y Birmingham.
Presente mis respetos a la señorita Verónica. Debo confiar en su filosofía el que le consuele a usted por la
pérdida del pequeño David. Y no deje de recordar que el tener a tres de cuatro es más de lo que a usted
corresponde. La señora Thrale tiene sólo a cuatro de los once que trajo al mundo.
Tengo contraído el compromiso de escribir breves vidas y breves prefacios a una pequeña edición de los
poetas ingleses. Creo haber persuadido a los libreros de que inserten algo de Thomson: si me pudiera facilitar
alguna información sobre él, pues lo que de su vida sabemos es muy escaso, me alegraría. Soy, querido señor, su
más afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
Southill,
26 de septiembre de 1777
Querido señor,
por ésta sabrá que sigo en el mismo retiro sosegado, lejos del ruido y del bullicio londinenses, desde que le escribí
la última. Me congratula saber que tuvo usted tan grato encuentro con nuestro viejo amigo el doctor Johnson; no
me cabe la menor duda de que su pertrecho de conocimientos habrá aumentado notablemente con tal entrevista;
son pocos los hombres, o podría quizá decir que apenas hay hombres, que hayan acumulado tan bien provista
despensa de conocimientos y de entretenimientos como los que destila el doctor Johnson en su conversación.
Cuando libremente se abre, todo el mundo presta atención a cuanto dice, y no puede uno dejar de obtener tanta
mejoría como deleite.
La edición de los poetas que ahora se está imprimiendo ha de ser gran honor para la imprenta inglesa; la
concisa relación de la vida de cada autor será un valioso añadido, y garantía del superior valor de esta edición de
los poetas sobre la que imprimieron los Martin de Edimburgo y que puso en circulación Bell, en Londres.
Examinando los volúmenes que se imprimieron, resultó que el cuerpo empleado era tan pequeño que muchas
personas no lo podían leer; no sólo los adornaba esta inconveniencia, sino que la inexactitud de la impresión era
además conspicua. Estas razones, sumadas a la idea de una invasión de lo que tenemos por nuestra propiedad
literaria, indujeron a los libreros de Londres a imprimir una edición elegante y exacta de todos los poetas ingleses
de contrastada reputación, desde Chaucer hasta la actualidad.
En consecuencia, se reunió con tal motivo un número selecto de los libreros más respetables y, después de las
consultas de rigor, se acordó convocar a los derecho habientes de los distintos poetas para oír sus distintas
opiniones, tras lo cual se procedería de inmediato a acometer la edición. En consonancia, se celebró una reunión
en la que estuvieron presentes 40 de los libreros más reputados de Londres, y en ella se acordó proceder de
inmediato a realizar una edición elegante y uniforme de Los poetas ingleses, acompañada por una concisa relación
de la vida de cada autor escrita por el doctor Samuel Johnson, así como delegar en tres personas la misión de
visitar a Johnson y solicitarle que emprendiera la tarea: Thomas Davies, Strahan y Cadell. El doctor cortésmente
aceptó el encargo y pareció sumamente complacido con la propuesta. En cuanto a las condiciones, quedó en
manos del doctor el estipular las suyas. Habló de 200 guineas;[55] se aceptó de inmediato, aunque tengo entendido
que se le hará un pago adicional. Del mismo modo, se creó un comité para comprometer a los mejores grabadores:
Bartolozzi, Sherwin, Hall, etc. Asimismo, se creó aún otro comité que diera indicaciones en lo tocante al papel, la
impresión, etc., de modo que toda la empresa se llevara a cabo con temple y de la mejor de las maneras posibles
en lo tocante a la autoría, la responsabilidad editorial, los grabados, etc. Mi hermano le facilitará un listado de los
Más adelante tendré ocasión de considerar la extensión y la variedad de esta obra que
acometió Johnson en cuanto fue conducido a un terreno que siempre había recorrido
con un deleite especial, por tener de antaño un íntimo conocimiento de todas las
circunstancias del mismo que pueden interesar y agradar al lector.
En verano escribió un prólogo* que fue recitado como preámbulo de Una palabra a
los sabios, comedia de Hugh Kelly que se había estrenado en 1770, pero que, como
se mostrase su autor partidario del Primer Ministro en uno de los periódicos de la
época, fue pasto de la furia popular, y según la jerga teatral fue pisoteada. Gracias a
la generosidad del señor Harris, propietario del teatro de Covent Garden, se
representó durante una sola noche en beneficio de la viuda e hijos del autor. Conciliar
los favores del público era la intención primera del prólogo de Johnson, que, como no
es largo, aquí inserto, prueba de que su talento poético en modo alguno se había
resentido.
A James Boswell
28 de junio de 1777
Querido señor,
me acaba de llegar su paquete a casa del señor Thrale, pero apenas dispongo de luz diurna para mirarlo. Me alegra
gozar de credibilidad suficiente ante lord Hailes para que me confíe más galeradas de sus Anales. Espero tratarlo
con más cuidado que en la última entrega. Dé a la señora Boswell mi afectuoso agradecimiento por su obsequio,
que valoro como prenda de nuestra reconciliación.
Al pobre Dodd ayer se le dio muerte en oposición a la recomendación del jurado, a la súplica de clemencia de
la ciudadanía de Londres y a una petición posterior con 23 000 firmas. A buen seguro que la voz del público,
cuando clama tan fuerte y clama misericordia, debe ser escuchada.
La frase que me atribuyeron los periódicos nunca salió de mis labios, aun cuando es cierto que redacté muchas
de las peticiones en su favor e incluso algunas de sus cartas. Recurrió a mí muy a menudo. Mucho me temo que
llevaba algún tiempo encandilado con la esperanza de seguir vivo; nada tuve yo que ver en ese pavoroso engaño,
pues tan pronto firmó el Rey su sentencia obtuve del señor Chamier un informe sobre la disposición que hacia él
tenía el jurado, y en ese informe se declaraba que ni siquiera existía la esperanza de un aplazamiento. Esta carta
fue de inmediato mostrada a Dodd, quien prefirió creer en cambio a quienes deseaba que tuviesen razón, como
suele suceder, hasta tres días antes del fin. Murió con piedad, compostura y resolución. Acabo de estar con el
capellán ordinario que le asistió. Su alocución a sus iguales, los convictos, fue un ultraje para los metodistas, pero
tuvo consigo a un moravio[c46] durante la mayor parte del tiempo. Su carácter moral es pésimo: espero que no sea
cierto todo aquello de lo que se le acusa. De su comportamiento en prisión está por publicarse un relato detallado.
Me alegra que esté feliz en su casa de campo, con su jardín y todo; espero y deseo verle alguna vez en medio
de tanta felicidad. Mucho me complacieron las dos cartas que tanto tiempo tuvo usted en reserva;[61] me regocija
que haya prosperado tanto la señorita Rasay y deseo todo el éxito a sir Allan.
Confío en verle en algún lugar del norte, pero no me seduce la idea de viajar a Carlisle. ¿No es posible que nos
veamos en Manchester? Ya lo acordaremos en otras cartas.
El señor Seward,[62] uno de los caballeros preferidos de cuantos visitan Streatham, ha visto cómo crecía su
curiosidad debido a nuestros viajes, a la par que aumentaban sus deseos de recorrer las Tierras Altas. Le he dado
cartas de presentación para usted y para Beattie. Desea que se le encuentre alojamiento en Edimburgo para cuando
llegue, y se dispone a partir en breve.
Langton ha estado de maniobras con la milicia. La señora Williams me temo que está en franco declive. El
doctor Lawrence dice que no puede hacer más por ella. Se ha ido a pasar el verano al campo, gozando de todas las
comodidades que puede ella esperar, pero no me hago grandes ilusiones. Todos hemos de morir, ¡más nos vale
Al mismo
24 de junio de 1777
Querido señor,
este caballero es uno de los preferidos de cuantos visitan Streatham, por lo cual con facilidad entenderá que posee
cualidades muy valiosas. Nuestra narración ha encendido en su ánimo el deseo de visitar las Tierras Altas tras
haber recorrido buena parte de Europa. Debe usted recibirlo como a un amigo, y cuando le haya mostrado las
curiosidades de Edimburgo facilítele instrucciones y recomendaciones para el resto de su viaje. Soy, querido
señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
22 de julio de 1777
Querido señor,
su noción de que es necesario un encuentro anual mucho complace tanto mi vanidad como mi ternura. Tal vez otro
año me llegue hasta Carlisle; este año mis fondos no han dado de sí tanto como solían. Visitaré Ashbourne, y
tengo la intención de pedir al doctor Taylor que le invite a usted. Si convive conmigo en su casa, tiempo
tendremos de sobra para disfrutarlo a solas, y nuestra estancia no nos ocasionará gastos a nosotros ni a él. Saldré
de Londres el 28, y tras una corta estancia primero en Oxford, luego en Lichfield, llegaré a Ashbourne
probablemente cuando termine usted el curso de la judicatura. Pero de todo ello recibirá noticia en su momento.
Alégrese de que podamos vernos, no importa dónde.
Lo que sucedió entre el pobre doctor Dodd y yo lo conocerá con más detalle cuando nos veamos.
Los pleitos son el cuento de nunca acabar; el pobre sir Allan habrá de someterse a un nuevo juicio, por el cual,
de todos modos, su antagonista no tiene culpa, pues cuenta con dos jueces de su parte. Más miedo me dan las
deudas que la Cámara de los Lores. Difícilmente se puede imaginar a cuánto han de ascender, acrecentadas a
diario por la adición de pequeñas fracciones, sin contar el descuido con que se contraen las deudas estando uno
sumido en la desesperación. El pobre Macquarry lejos estaba de pensar que cuando vendió sus islas se iba a
quedar con nada. ¿A cambio de qué las vendió? ¿Y cuál era su valor anual? La entrada del dinero en las Tierras
Altas muy pronto pondrá fin a los modos feudales de vida que allí se estilan, convirtiendo en terratenientes a
quienes no eran jefes de un clan. Desconozco qué han de sufrir los lugareños con el cambio, pero es innegable que
en la autoridad patriarcal había algo venerable y deleitoso. Cualquiera ha de ver con dolor cómo un Campbell
echa a su antojo a los Macquarrie de su sedes avitae, de la isla heredada de sus ancestros.
Sir Alexander Dick es el único escocés tan liberal de espíritu como para no montar en cólera por el hecho de
que no encontrase yo árboles donde árboles no había. Mucho me complació su amable carta.
Recuerdo a los Rasay con demasiado afecto para no participar de lleno en la felicidad de cualquier rama de tan
hospitalaria familia. Nuestra caminata por las islas sigue muy presente en mi imaginación, tanto que apenas logro
abstenerme de pensar que hemos de hacer una nueva visita. Parece que Pennant ha visto muchas cosas que no vi
yo: cuando volvamos a viajar juntos, estemos más atentos a cuanto nos rodee.
Ha hecho usted bien al tomar la casa de su señor tío. Hay ciertos cambios en nuestra forma de vida que de vez
en cuando marcan nuevas épocas de nuestra existencia. En un lugar nuevo siempre hay algo nuevo por hacer, y se
A James Boswell
Oxford, 4 de agosto de 1777
Querido señor,
no se contraríe usted por nuestros encuentros: tengo la esperanza de que sean muchos. Tampoco considere adverso
o insólito que sus planes de verme se puedan truncar. Los dos hemos arrostrado males mayores, y aún hemos de
A James Boswell
30 de agosto de 1777
Querido señor,
hoy es el día en que tenía previsto llegar y he llegado a Ashbourne, y sólo tengo que decirle que afirma el doctor
Taylor que por él será bienvenido, mientras que bien sabe usted que yo le recibiré con los brazos abiertos.
Apresúrese en hacerme saber para cuándo puedo esperarle.
Presente mis respetos a la señora Boswell y dígale que tengo la esperanza de que nunca más volvamos a estar
reñidos. Soy, querido señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
Ashbourne,
1 de septiembre de 1777
Querido señor,
el sábado le escribí una breve nota nada más llegar aquí, para mostrarle que no es mi deseo menor que el suyo de
reunirnos unos días. La vida no admite aplazamientos; cuando se puede gozar del placer, lo apropiado es hacerlo y
atrapar la ocasión al vuelo. Cada hora que pasa se lleva parte de las cosas que nos placen, y tal vez también se
lleve parte de nuestra disposición de complacernos. Cuando llegué a Lichfield, encontré que mi viejo amigo
Harvey Jackson había muerto. Es una pérdida irreparable, pues era uno de los compañeros de mi niñez. Espero
que durante mucho tiempo nos sea dado el hacer amigos nuevos; ahora bien, los amigos que el mérito o el
provecho puedan procurarnos no son capaces de suplir la ausencia de un viejo amigo, con el cual podríamos
recorrer de nuevo los días de nuestra juventud, y revivir aquellas imágenes que nos procuraron nuestros primeros
deleites. Si usted y yo aún vivimos mucho más, tendremos un gran placer al rememorar nuestro viaje a las
Hébridas.
Entretanto, seguramente no esté de más ingeniar los dos alguna que otra aventurilla, aunque no sé yo en qué
podría consistir; dejémoslo, como dice Sydney, «a la virtud, la fortuna, el tiempo y de la mujer la falda»,[65] pues
A James Boswell
Ashbourne,
11 de septiembre de 1777
Querido señor,
le escribo esta carta para que le aguarde a su llegada a Carlisle, como me indica, aunque dudo que la reciba. La
suya del 6 de septiembre no ha llegado hasta hoy, jueves día 11; cuento con que llegue usted antes que ésta a
Carlisle.[67] Sea como fuere, lo que no encuentre a la ida ya lo encontrará a la vuelta, y como quiera que estoy
seguro de que no le querré menos que ahora después de nuestro encuentro inminente, será entonces tan verdadero
como ahora lo es: tengo en altísima estima su amistad y cuento su bondad para conmigo entre los principales
motivos de felicidad que son en mi vida. No imagine que un interludio sin que le escriba equivale a un decaer de
mi amistad por usted. No hay un solo hombre que esté siempre en disposición de escribir;[c51] no hay un solo
hombre que tenga algo que decir en todo momento.
Esa desconfianza que tan a menudo se inmiscuye en su ánimo es variante de la melancolía, en la cual, si el
cometido del hombre sabio es ser feliz, es estúpido solazarse, mientras que, si tenemos el deber de preservar
intactas nuestras facultades para darles el empleo que es debido, es sencillamente criminal. La suspicacia es muy a
menudo un dolor que de nada sirve. De ese dolor, y de cualquier otro, deseo verle a usted libre y a salvo, pues soy,
querido señor, su más afectuoso amigo,
SAM. JOHNSON
Tan penetrado me hallo, mi siempre querido señor, por la impresión de su extrema benevolencia para conmigo,
que no consigo hallar palabras que se equiparen a los sentimientos que me inundan el corazón. (…)
Demasiado versado es usted en las cosas del mundo para que requiera la más mínima insinuación por mi parte
a propósito de la infinita utilidad que me ha prestado la alocución[69] en ese día terrible. Experimento a cada hora
cierto efecto beneficioso que de ella proviene. Estoy seguro de que otros efectos aún más salutíferos e importantes
han de seguirse de su amable favor en un futuro. Me esforzaré, con ayuda de Dios, en hacerle justicia desde el
púlpito. Tengo la certeza de que si tuviera yo sus sentimientos para impartirlos de continuo desde allí, con toda su
fuerza y poderío, ni un alma quedaría sin dejarse convencer, reacia a tan invencible persuasión.
Añadió:
Ruego a Dios Todopoderoso bendecirle y reconfortarle con sus más selectos consuelos por sus actos de
filantropía, y ruégole asimismo permitirme en todo momento expresar lo que siento en cuanto al elevado e insólito
agradecimiento que debo al primer hombre de nuestra época.
Señor,
ojalá no ofenda a Su Majestad que el más miserable de los hombres solicite humildemente su clemencia, por ser
su última esperanza y su último refugio, si tiene en cuenta que su misericordia la implora de corazón y con toda
humildad un clérigo al que sus leyes y sus jueces han condenado a los horrores y a la ignominia de una pública
ejecución.
Confieso el delito cometido y reconozco la enormidad de sus consecuencias y el peligro del ejemplo que
constituye. No tengo la confianza de solicitar el perdón con impunidad, pues humildemente espero que la pública
seguridad pueda establecerse sin recurrir al espectáculo de un clérigo al que se arrastre por las calles a una muerte
infame, en medio de la irrisión de los manirrotos, los disolutos y los profanos, y que la justicia se satisfaga con un
destierro irrevocable, la deshonra perpetua, la penuria sin esperanza.
Mi vida, señor, no ha sido inútil para la humanidad. He beneficiado a muchos. Pero mis ofensas contra Dios
son innumerables, y poco tiempo he tenido para arrepentirme. Líbreme, señor, mediante su prerrogativa de otorgar
clemencia, de la necesidad de comparecer sin preparación ante ese tribunal en el que reyes y súbditos hemos de
presentarnos juntos al final. Permítame esconder mi culpa en algún remoto rincón de un país extranjero, donde si
alguna vez alcanzo la confianza necesaria para esperar que mis plegarias sean atendidas, serán vertidas con todo el
fervor de la gratitud por la vida y la felicidad de Su Majestad. Soy, señor, de Su Majestad, etc.
Al doctor Dodd
Señor,
con toda seriedad le encarezco que no permita bajo ningún concepto que se llegue a saber que he escrito yo esta
carta, y que devuelva el original al señor Allen en un sobre cerrado. Confío que no sea preciso decirle que le deseo
de corazón que salga con bien. Pero no contemplo grandes esperanzas. No se lo diga a nadie.
Sucedió que por fortuna al señor Allen le tocó arrimar el hombro en este desdichado
asunto, puesto que era gran amigo del señor Akerman, alcaide de Newgate. El doctor
Johnson nunca fue a visitar al doctor Dodd. Me dijo que «le habría sido más
perjudicial que beneficioso a Dodd, el cual expresó una vez el deseo de verle, pero no
muy en serio».
El 20 de junio, el doctor Johnson escribió la siguiente carta:
25 de junio, a medianoche
Acepte, con su gran y buen corazón, mi más sincero y fervoroso agradecimiento, y mis plegarias por todos sus
benévolos y amables esfuerzos en mi favor. ¡Oh, doctor Johnson! ¡Así como busqué yo su saber en lo más
temprano de mi vida, quisiera el Cielo que hubiese cultivado yo el afecto y el trato de hombre tan excelso! Ruego
a Dios de corazón le bendiga a usted con los más exultantes transportes, la inherente satisfacción de los
desempeños humanos de su benevolencia. Y una vez admitido, como confío ha de ser, al reino de la dicha antes
Bajo el encabezamiento de esta carta encontré un apunte de puño y letra del propio
Johnson: «Al día siguiente, el 27, fue ejecutado».
Por concluir este interesante episodio con una aplicación de utilidad, veamos la
reflexión de Johnson al final de los «papeles ocasionales» tocantes al infortunado
doctor Dodd:
«Tales fueron los últimos pensamientos de un hombre al que vimos exultante en su popularidad y hundido luego
en la vergüenza. De su reputación, que ningún hombre puede darse a sí mismo, quienes se la confirieron habrán de
ser tenidos por responsables. En cuanto a su función en el público ministerio de su oficio, son de sobra asequibles
los medios idóneos para juzgarla. Preciso es reconocer que predicaba bien, que pronunciaba sermones que
impresionaban a sus oyentes por su fuerza de convicción. Acerca de su vida, quienes la creyeron coherente con su
doctrina no lo hicieron en principio por una falsa concepción. Fue al principio lo que tanto se esforzó por hacer de
los demás, pero el mundo quebró su resolución, y con el tiempo dejó de dar ejemplo de sus propias enseñanzas.
Quienes tengan la tentación de caer en sus faltas, tiemblen ante su castigo; quienes se sintieron impresionados
por el sentimiento religioso que inculcaba desde el púlpito, esfuércense por confirmarlo y consideren el pesar y el
aborrecimiento de sí con que repasó ya en prisión todos sus desvíos del camino más recto».[70]
Esa misma noche, con su estilo despreocupado y feliz, sin embargo fruto de su buen
criterio, el doctor Johnson nos hizo un retrato del difunto señor Fitzherbert, del
condado de Derby. «No tenía chispa —dijo—, no tenía Fitzherbert brillantez, pero
nunca he conocido a un hombre que fuera en términos generales tan aceptable.
Lograba con toda naturalidad que cualquiera se sintiera a sus anchas con él, a nadie
«¿Por qué “cadenas de hielo”?», preguntó. Dijo que «cadenas de hielo» era una
imagen ya manida. Me sorprendió la incertidumbre propia del gusto, y lamenté que
un poeta al que yo había leído desde antaño con cariño no gozara de la aprobación del
doctor Johnson. Me consolé pensando que algunas bellezas eran demasiado delicadas
para su robusta percepción. Garrick defendía que su gusto no era el más indicado para
las más finas producciones del genio; sin embargo, yo tenía constancia de que,
cuando se tomaba la molestia de hacer un análisis crítico, por lo general nos
convencía de que le asistía toda la razón.
Por la tarde, vino a tomar el té con nosotros el reverendo señor Seward, de
Lichfield, que estaba de paso por Ashbourne en su regreso a su casa. Johnson lo
describió de este modo: «Su mayor ambición es llegar a ser un buen conversador; por
eso va a Buxton, y a sitios así, donde puede hallar compañía que le preste atención.
Para colmo, es un hipocondríaco, uno de los que andan siempre remendándose. No
conozco tipo humano más desagradable que el del hipocondríaco, que cree que puede
hacer lo que sea por su salud, y luego se entrega a las más groseras libertades. Llega a
ponerse, señor mío, como un cerdo en una pocilga».
El doctor Taylor tuvo una hemorragia nasal, y dijo que era debido a que olvidó
sangrarse cuatro días seguidos al cabo de un trimestre. El doctor Johnson, que era un
gran aficionado a la medicina, desaconsejó la sangría periódica. «De ese modo —
señaló— se acostumbra uno a una evacuación que la naturaleza no puede efectuar por
sí sola, y por tanto no puede servirnos de ayuda si, ya sea por olvido, ya por otra
causa, dejamos de efectuarla. Así puede uno sin previo aviso sufrir una congestión.
Puede uno acostumbrarse a otras evacuaciones periódicas, porque, si las omitimos, la
naturaleza suple por sí sola la omisión, pero no está en manos de la naturaleza el
abrirnos una vena para sangrarnos». «No me gusta a mí la ingestión de un emético —
dijo Taylor— por miedo a romper algunos vasos capilares». «Tonterías —arguyo
Johnson—. Si tiene usted tantas cosillas que se le pueden romper, lo mejor que podría
hacer es romperse el cuello de una vez, y así se acaba todo. No se rompería de ese
»El gris del crepúsculo es corriente, pero a él “del crepúsculo lo gris” le parece
espléndido. Un momento; terminemos la estrofa:
BOSWELL: «¿Y por qué había de golpearse el pecho, señor?». JOHNSON: (sonriendo):
«Para demostrar que habla en serio». En época posterior añadió la siguiente estrofa:
No puedo evitar el pensar que la primera estrofa es una muestra de poesía solemne
muy buena, tal como lo son los tres primeros versos de la segunda. Es el último verso
el que resulta una sorpresa excelente, por lo burlesco, para cualquiera que se
interrogue en lo sentimental con el ánimo abatido. Y es posible que el consejo sea
todo lo bueno que puede ser el que se dé a un ser insatisfecho y desanimado: «No te
rompas la cabeza con pensamientos enfermizos; tómate un trago, alégrate».
El viernes 19 de septiembre, después del desayuno, el doctor Johnson y yo
partimos hacia Derby en el coche del doctor Taylor. Hacía un día espléndido, por lo
Johnson se rió de buena gana ante estas minutas reprobadoras de sí mismo que
escribió el buen quietista, sobre todo al verlo mencionar con serio arrepentimiento
muestras ocasionales de «encanallamiento en el comer y de emperramiento
temperamental». Le parecieron tan ingeniosas y tan bien vertidas las observaciones
del autor de la reseña de la Critical Review sobre la importancia que se da un hombre
a sí mismo, que me parece oportuno introducirlas aquí.
Tras observar que «hay pocos escritores que se hayan forjado una reputación
registrando solamente sus propios actos», dice, «se puede reducir a los egotistas a
cuatro clases. En la primera tenemos a Julio César: relata sus propias hazañas, pero
las relata con particular gracia y dignidad, y su narración se apoya en la grandeza de
su carácter y sus logros. En la segunda clase está Marco Antonino: este escritor nos
ha dejado una serie de reflexiones sobre su propia vida, si bien son tan nobles sus
sentimientos, tan sublime su moralidad, que sus meditaciones suscitan admiración
universal. En la tercera clase tenemos a algunos otros de credibilidad tolerable, que
han dado importancia a su propia historia privada gracias a una mezcla de anécdotas
literarias y a las ocurrencias dadas en su propia época: el célebre Huetius ha
publicado un entretenido volumen de esta índole, De rebus ad eum pertinentibus.[c62]
M. Killingley debidamente atiende al señor Boswell, y se siente inmensamente agradecida con él por este favor;
siempre que vuelva por estos pagos, espera que siga otorgándoselo. Si tuviera el señor Boswell la bondad de
nombrar su establecimiento entre sus muchos conocidos, sería otro singular favor que confiriese a quien no tiene
en su mano devolvérselo de otro modo que con su más sentido agradecimiento, y con sinceros deseos y plegarias
por su felicidad en su tiempo, y en una dichosa eternidad.
Martes por la mañana.
No puedo omitir una curiosa circunstancia que se dio en la posada de Edensor, cerca
de Chatsworth; era tal su magnificencia, que deseoso de contemplarla, di un rodeo
considerable en mi camino a Escocia. La llevaba entonces un jovial posadero cuyo
nombre creo recordar que era Malton. Por pura casualidad señaló que «el célebre
doctor Johnson había estado en su posada». Le pregunté quién era el tal doctor
Johnson, por ver qué concepto tenía de él. «Señor, el famoso doctor Johnson, el gran
escritor. Rareza Johnson, que es como le llaman. Es el más grande escritor de
Inglaterra; escribe para el gobierno, mantiene correspondencia con el extranjero; les
hace saber lo que se cuece por aquí».
Mi amigo, que tenía confianza plena y a carta cabal en la autenticidad de mi
relato, libre de todo embellecimiento como con demasiada condescendencia se llama
a lo que se conoce como falsedad o ficción, rió de buena gana ante esta
representación de su persona.
A James Boswell
Londres, 25 de noviembre de 1777
Querido señor,
se preguntará, o tal vez se haya preguntado, por qué no ha recibido carta mía. La que usted me escribió a su
regreso contenía un deje de cautelosa cobardía que no me agradó nada. Difícilmente podía yo hacer lo que usted
me pedía; ninguna necesidad tenía yo de sacarle de quicio con una negativa. He visto al señor ——,[c82] con el
cual he arreglado el entuerto sin que, por lo que se me alcanza, a usted le suponga la menor inconveniencia. La
A Samuel Johnson
Edimburgo, 29 de noviembre de 1777
Mi querido señor,
el correo hoy por fin ha dado alivio a mi mucha intranquilidad al traerme carta suya. Me encontraba, en efecto,
doblemente inquieto: por mí mismo y por usted. Muy ansioso estaba de protegerme de toda consecuencia nefasta
que pudiera tener el haberle dicho el nombre del caballero que me contó una historia de la que salía usted mal
parado; asimismo, como difícilmente lo suponía posible, me angustiaba que tanto tardara usted en tranquilizarme,
a no ser que estuviera usted enfermo, de modo que sentí también aprensión por usted. No debe sentirse ofendido si
me aventuro a decirle que, a mi juicio, ha sido usted demasiado riguroso en esta ocasión. La “cautelosa cobardía
que nada le agradó” me fue sugerida por un amigo de aquí, al cual le comenté la extraña historia, y la detección de
su falsedad, como muestras de cómo puede uno llamarse a engaño ante lo que es en apariencia una autoridad
fidedigna. Pero como sigo estando persuadido de que, como podría haber averiguado la verdad sin haber dicho el
nombre del caballero, fue por mi parte un error hacerlo, no puedo entender que haya obrado usted con justicia al
echarme en cara la culpa por mi cautela. Claro que si hubiera sido usted siempre tan justo en su desaprobación,
¿no podría haberme tratado con mayor ternura?
Fui a Auchinleck a mediados de octubre y pasé algún tiempo con mi padre a plena satisfacción. (…)
Estoy comprometido en una acusación criminal contra un maestro de escuela de provincias por conducta
indecente ante sus alumnas. No hay nada estatuido contra una conducta tan abominable, que es sin embargo
punible según las leyes comunes. Le estaré muy agradecido por su ayuda en tan extraordinario juicio. Soy
siempre, mi querido señor, su fiel y humilde servidor,
JAMES BOSWELL
A James Boswell
27 de diciembre de 1777
Querido señor,
ésta es la época del año en que todos expresan sus mejores deseos a sus amigos. Yo envío los míos a usted y a su
familia. Así disfruten de larga vida, de felicidad y de bienestar. He estado muy desmejorado, pero tengo la
esperanza de no haber empeorado mucho.
El delito del maestro de escuela al que tiene usted el compromiso de acusar es muy grande, y cabe suponer
que sea muy corriente. En nuestra ley sería un quebranto de la paz y una fechoría menor, una suerte de delito
indefinido, que no es capital, pero sí punible a discreción del tribunal que lo juzgue. No le faltarán argumentos;
A James Boswell
24 de enero de 1778
Querido señor,
a una carta tan interesante como la suya última es propio devolver respuesta, por exigua que sea mi inclinación
a escribir.
Su alarma ante la enfermedad de su señora era razonable, y no desproporcionada a la apariencia del trastorno.
Espero que ya se haya verificado la conjetura de su amigo el médico, y que se haya disipado todo temor de que
fuera consunción: un poco de cuidado y algo de ejercicio deberían servir para que se restablezca. Son buenos los
aires de Londres para las damas; si usted la trae aquí, haré por ella lo que hizo ella por mí, retirarme de mis
aposentos para dejarle a ella acomodo. Sea amable con ella, manténgala de buen ánimo.
Parece que siempre reclama usted ternura. Sepa pues que en el primer mes del año en curso le tengo en gran
estima y le aprecio con toda mi cordialidad. Cuento con decirle esto mismo a comienzos de cada año durante
todos los años que vivamos, luego, ¿por qué íbamos a molestarnos en decírnoslo o en oírnoslo decir más a
menudo?
Diga a Verónica, Euphemia y Alexander que les deseo, igual que a sus padres, que vivan felices muchos años.
Por lo que a mí respecta, la causa del negro queda concluida y cerrada. Lord Auchinleck y mi apreciado lord
Hailes estuvieron en el lado de la libertad. El nombre de lord Hailes me supone un reproche, pero si viera la
extrema languidez con que descuido mis propios asuntos seguramente se apiadaría de mí, en vez de tenerme
inquina por no atender como debiera los suyos.
Johnson mantuvo una dilatada e íntima amistad con el señor Welch, que sucedió al
célebre Henry Fielding en uno de los cargos de juez de paz de Westminster,
nombrados por Su Majestad; ocupó un cargo regular en la policía de ese gran
distrito[c84] y cumplió esa importante encomienda durante muchos años con toda
confianza, fielmente y con capacidad. Johnson, que tuvo una seria e incesante
curiosidad por conocer la vida de los seres humanos en toda su diversidad, me dijo
que acompañó al señor Welch en su despacho durante todo un invierno, sólo por
asistir a los interrogatorios a que eran sometidos los detenidos, pero que en tales
sesiones halló un tenor casi uniforme de infortunios, desdichas, libertinaje y derroche.
Como al señor Welch le flaqueara la salud, se le aconsejó que probase los efectos
benéficos de un clima templado, y Johnson, mediante su buena relación con el señor
Chamier, por entonces Subsecretario de Estado, le procuró permiso para que viajara a
Italia, con la promesa de que su pensión o salario, que era de doscientas libras al año,
no quedara en suspenso. Por consiguiente, marchó el señor Welch al extranjero
acompañado por su hija Anne, una joven de talento y conocimientos literarios nada
corrientes.
A la vez que contiene admirables consejos sobre el modo más provechoso de viajar,
por lo cual será de muy generalizada utilidad, esta carta es otra prueba concluyente de
la calidez en el trato y el afecto de Johnson.[102]
Al mismo
Edimburgo, 28 de febrero de 1778
Mi querido señor,
se encuentra usted en la actualidad ajetreado entre los poetas ingleses, preparando para la pública instrucción y
entretenimiento de todos sus prefacios críticos y biográficos. Por tanto, no estará fuera de lugar que apele a su
autoridad para zanjar una controversia surgida entre cierta dama y yo, en lo que hace referencia a un pasaje de
Parnell. Ese poeta nos dice que el ermitaño abandonó su celda
Sostengo yo que hay aquí una incoherencia, pues como el concepto del mundo que tenga el ermitaño se ha
formado a partir de lo que los libros cuentan sobre los libros y los mozos festejantes, en puridad no cabe decir que
conociera el mundo «sólo por los mozos». Tenga la bondad de juzgar y hacernos saber su razonamiento.[104]
¿Qué dice ahora de Gravámenes, no tiranos, después de la declaración o confesión de lord North, o como
quiera que haya de denominarse su discurso conciliatorio? Nunca he discrepado de usted, en materia de política,
más que en dos cuestiones: las elecciones en el distrito de Middlesex y el gravamen de impuestos sobre los
americanos por parte de las Cámaras de Representantes británicos. Tiene un cierto encanto la palabra parlamento,
de modo que prefiero evitarla. Como soy un tory tan riguroso como acalorado, lamento que el Rey no considere
que es para él beneficioso recibir provisiones constitucionales de sus súbditos americanos mediante los portavoces
de sus propias asambleas, en las que está representada su Real Persona, en vez de recibirlas por medio de sus
súbditos británicos. Estoy persuadido de que el poder de la Corona, que me gustaría ver incrementado, sería
mucho mayor si estuviera en estrecho contacto con todos sus dominios que si «los rayos de la augusta
magnanimidad».[105] tuvieran que «resplandecer» sobre América tamizados por esa densa y alterada corporación
que es un moderno Parlamento al estilo británico. Pero basta de este asunto, que su enojada voz al comentarlo en
Ashbourne todavía resuena con espeluzno «a oídos de mi memoria».
Soy siempre, mi querido señor, su afectuoso y humilde servidor,
JAMES BOSWELL
Al mismo
Edimburgo, 12 de marzo de 1778
Mi querido señor,
la alarma de su reciente enfermedad me trastornó sólo durante unas horas, pues en la
misma noche del día en que me llegó la noticia la vi desmentida en el London
Chronicle, de cuya autenticidad, en lo que a usted se refiere, me fío por completo,
»Cuesta mucho trabajo creer qué imágenes tan absurdas e indecentes son los hombres
capaces de introducir en sus escritos sin percatarse del absurdo y la indecencia en que
incurren. Recuerdo algo que me refirió lord Orrery, y es que corría por ahí un
panfleto contra sir Robert Walpole, todo el cual era una alegoría de la obscenidad
fálica. La Duquesa de Buckingham preguntó a lord Orrery quién era dicha persona.
[c89] Respondió que no lo sabía. Ella repuso que mandaría llamar al señor Pulteney,
quien, según supuso, podría darle la información deseada. Así pues, para impedir que
ella misma se pusiera en ridículo, lord Orrery envió a Su Ilustrísima una nota
anónima en la que le dio a entender con claridad el significado de la expresión».
Estuvo muy callado toda la tarde. Leyó diversos libros: tan pronto tomaba uno y
lo ojeaba como lo dejaba y tomaba otro.
Habló de irse a Streatham a pasar la noche. TAYLOR: «Si se marcha, una de dos: o
le asalta un bandolero y le roba, o tendrá que pegarle un tiro. Yo preferiría que me
robase, antes que tener que matar a un bandolero». JOHNSON: «Pues yo en cambio
preferiría pegarle un tiro en el instante en que trate de robarme, en vez de tener que
prestar declaración contra él ante los jueces de Old Bailey, para que le quiten la vida
después que me hubiese robado. Estaría más seguro de obrar como es debido en un
caso que en el otro. Tal vez me equivoque de hombre cuando declare bajo juramento,
pero no puedo equivocarme si le disparo en el acto. Además, sentimos menor
reticencia a la hora de quitarle la vida a un hombre estando acalorados por el
perjuicio que nos causa que haciéndolo cuando el tiempo nos distancia del momento,
y media un juramento y el ánimo se ha enfriado». BOSWELL: «Así pues, prefiere usted,
señor, actuar llevado por una pasión privada que por el beneficio público». JOHNSON:
«Ni mucho menos. Cuando disparo contra el bandolero, lo hago por ambos motivos».
BOSWELL: «Sea, sea. No hay forma de pillarlo a usted en un renuncio». JOHNSON: «Al
mismo tiempo, no sabe uno qué decir. Es posible que, al cabo de un año, uno decida
colgarse de puro remordimiento, por haber matado de un tiro a un bandolero.[114] Son
pocos quienes tienen tal entereza de espíritu para que se les confíe una cosa así».
BOSWELL: «En tal caso, señor, usted no le pegaría un tiro». JOHNSON: «Pero después
podría estar también muy molesto por esa razón».
Como no vino a recogerle el carruaje de Thrale, tal como esperaba, lo acompañé
durante un buen trecho del camino hasta su casa. Le dije que pocos días antes había
hablado de él con el señor Dunning; dije que, estando en compañía suya, no era tanto
que cambiásemos impresiones y participásemos en una conversación con él, cuanto
que más bien le escuchábamos, a lo cual Dunning comentó lo siguiente: «Siempre
está uno deseoso de escuchar al doctor Johnson», a lo cual repuse: «Esto es mucho
decir por su parte». «Sí, señor —intervino Johnson—. Es mucho decir, desde luego.
He ahí un hombre deseoso de escuchar, teniendo en cuenta que el mundo entero le
nunca con la pluma y la tinta, pero no podría uno fiarse de cualquier cosa que dijera
de viva voz, siempre que hubiera en ello alguna realidad mezclada. Yo de todos
modos tuve un gran afecto por Campbell: era un hombre de sólida ortodoxia, muy
reverente en materia de religión. Aunque defectuoso en la práctica, era religioso en
sus principios, y no incurrió en ninguna grosería, ni cometió ningún error de bulto, al
menos que yo sepa».
Le dije que el día anterior había estado presente cuando la señora Montague, la
muy literaria dama, posó para que la señorita Reynolds le pintara su retrato, y dijo
que «había encuadernado la Historia de Gibbon prescindiendo de los dos últimos y
ofensivos capítulos, pues consideraba que hasta llegar ahí el libro era muy bueno, ya
que plasmaba con elegancia la sustancia tratada por los malos escritores medii devi,
como le había aconsejado leer el difunto lord Lyttelton». JOHNSON: «No los ha leído,
señor. Conmigo no da muestras de tanto ímpetu. No sabe griego, y sospecho que sabe
muy poco latín. Está deseosa de que piense usted que sí lo sabe, pero no dice que lo
sepa». BOSWELL: «El señor Harris, que también estaba presente, se mostró de acuerdo
con ella». JOHNSON: «Harris se mofó de ella, señor. Harris es un erudito de tomo y
lomo, con un malhumor a la altura. No le gustan los intrusos. Harris en el fondo es un
fatuo mojigato, un mojigato redomado, de lo peorcito que hay.[117] He echado un
vistazo a su libro, y me pareció que ni él mismo entendía su sistema». BOSWELL:
«Dice las cosas más sencillas de una manera formal y abstracta, no cabe duda, pero
su método es bueno, pues para tener conceptos claros sobre cualquier asunto hemos
de recurrir a una disposición analítica de los mismos». JOHNSON: «Señor, eso es lo que
hace todo el mundo, querámoslo o no. Pero a veces las cosas pueden empañarse un
poco por medio de las definiciones. Veo una vaca. La defino. Animal quadrupes
ruminans cornutum. Ahora bien, una cabra también rumia, y una vaca puede no tener
cuernos. La vaca es más sencilla que su definición». BOSWELL: «La definición que del
hombre da Franklin es buena: “Animal que fabrica herramientas”». JOHNSON: «Pero
son muchos los hombres que jamás han fabricado una sola cosa. Y si suponemos a un
hombre sin brazos, no podría fabricar una sola herramienta».
… inmota labescunt;
Et quæ perpetuo sunt agitata manent».[c92]
Dijo el Obispo que de los escritos de Horacio parecía desprenderse que fue un
hombre contento y alegre. JOHNSON: «No tenemos ninguna razón para creerlo, milord.
¿Hemos de pensar que Pope fue feliz porque lo diga en sus obras? En sus obras bien
vemos con qué estado de ánimo quería aparecer ante los demás. El doctor Young, que
suspiraba por una sinecura, a ello se refiere en sus escritos con desprecio, y afecta de
hecho despreciar todo cuanto ni mucho menos despreciaba». OBISPO DE ST. ASAPH:
«Era como tantos otros capellanes, que anhelan ocupar una vacante, aunque no sea
eso peculiar del clero. Recuerdo que cuando estuve en el ejército, después de la
batalla de Lafeldt, los oficiales refunfuñaban y mascullaban porque ningún general
había muerto en combate». CAMBRIDGE: «Es Horacio más de creer cuando dice
“Romae Tibur amen ventosus, Tibure Roman” que cuando alardea de sus
consecuencias:
Me constare mihi seis, et discedere tristem,
Quandocunque trahunt invisa negotia Romam».[c93]
Como alguien nombrase a Goldsmith, Johnson observó que mucho tiempo hizo falta
para que se reconocieran sus méritos, y que una vez se le había quejado con una
desesperación rayana en la ridiculez: «Siempre que escribo algo —le había dicho—,
el público pone especial cuidado en no darse por enterado». En cambio, su
Viajero[118] le había deparado una gran fama. LANGTON: «No hay un solo verso malo
en todo el poema, ni contiene uno de aquellos versos descuidados, propios de
Dryden». SIR JOSHUA: «Me alegró oír decir a Charles Fox que era uno de los poemas
más hermosos de la lengua inglesa». LANGTON: «¿Y por qué se alegró usted? A buen
seguro que no le cabía ninguna duda al respecto». JOHNSON: «No, el mérito del
Viajero se halla tan sólidamente establecido que el elogio de Fox no puede
aumentarlo, así como tampoco su censura podría disminuirlo». SIR JOSHUA: «Pero sus
amigos podían alimentar cierto recelo, por ser tal vez demasiado parciales en su
favor». JOHNSON: «De ninguna manera. La parcialidad de sus amigos obró siempre en
su contra. Yo apenas podía prestarle la debida atención. Goldsmith no tenía ideas
precisas acerca de nada; por eso hablaba siempre al buen tuntún. Parecía haberse
propuesto hablar sin reparo de cuanto le pasara por la cabeza, más que nada por ver
qué salía de todo ello. Además, se ponía furioso cuando se le pillaba en un absurdo
manifiesto, pero eso no le impedía volver a tropezar en una piedra idéntica a renglón
seguido. Recuerdo que Chamier[119], tras hablar con él algún tiempo, dijo así:
“Bueno, yo creo que este poema en efecto lo ha escrito él solo, y déjeme que le
insista en que eso es mucho creer”. Chamier le había preguntado una vez qué quiso
decir con ese lento, que es la última palabra del primer verso del Viajero,
Remoto, sin amigos, triste, lento…
»¿Se había referido tal vez a una tardanza en los movimientos de la locomoción?
Goldsmith, capaz de decir cualquier cosa sin pararse a pensar, respondió que sí.
Como me encontraba sentado cerca, dije: “No, señor; no se ha referido usted a
tardanza de ninguna clase; se ha referido a esa indolencia del espíritu que sobreviene
a quien se encuentra en soledad”. Chamier creyó entonces que el verso lo había
escrito yo, y lo creyó tal como si me hubiera visto hacerlo. Goldsmith, sin embargo,
era un hombre que, al margen de lo que escribiera, escribía mejor que nadie. Bien
merecía un lugar destacado en la Abadía de Westminster, y cada año que viviera más
lo habría merecido. Ciertamente, no se ahorró molestia alguna en aprovisionarse de
JOHNSON: «Ésa no tiene nada de particular, nada que ver conmigo. La de Gargantúa es
mucho mejor». A pesar de su buen humor y su natural apacible, cuando poco después
repetí yo su sarcasmo a propósito de Kenrick,[120] que fue recibido con aplausos,
inquirió: «¿Quién dijo eso?», y al contestarle yo al punto «Gargantúa», se puso serio,
indicio suficiente de que no le agradaba que se mantuviera el apelativo.
Fuimos al salón, donde era nutrida la concurrencia. Además de los comensales
Vino la calma tras la tormenta, nos quedamos a pasar la tarde y cenamos, estuvimos
alegres y contentos. No obstante, el doctor Percy[a nota 150, Vol. III] me dijo que estaba
muy inquieto por lo que había acontecido, pues había un caballero que tenía mucho
trato con la familia de Northumberland, al cual contaba con parecerle tanto más
respetable mostrándole la relación de estrecha intimidad de que gozaba con el doctor
Johnson, y que ahora, por el contrario, podría marcharse con una opinión adversa
sobre su persona. Me rogó que le comentara esto al doctor Johnson, como en efecto
hice después. Ésta fue su observación al respecto: «Esto es pura estratagema. De
haberme puesto al corriente de que era su deseo impresionar al tal caballero, habría
sido el más destacado de la concurrencia en todo momento». Me habló del doctor
Percy con grandes muestras de afecto. «En tal caso, señor —le conté—, tal vez me
permita sugerir una manera de contrarrestar usted con eficacia cualquier relación
desfavorable de lo acaecido. Yo le escribiré a usted una carta sobre la desafortunada
contienda de aquel día, y usted tendrá la bondad de poner por escrito la respuesta a
esa carta, en la que exprese lo que ahora acaba de decir, y como lord Percy ha de
almorzar pronto con nosotros en casa del general Paoli, aprovecharé la oportunidad
para leer esa correspondencia en presencia de Su Señoría». Este amistoso plan se
llevó a cabo en consecuencia sin que lo supiera el doctor Percy. La carta de Johnson
puso el incuestionable mérito del doctor Percy bajo la luz más favorable, y yo me las
ingenié para que lord Percy tuviera conocimiento de la correspondencia cruzada,
presentándola en casa del general Paoli como muestra de la amable disposición de
Johnson ante una persona por la que Su Señoría tenía gran interés. De ese modo fue
obviada toda impresión desfavorable que hubieran podido guardar aquellas personas
de cuya estima y respeto más aspiraba a gozar. Al día siguiente desayuné con él y le
informé de cuál era mi plan, así como de su feliz término, por todo lo cual me felicitó
en términos sumamente calurosos, y quedó encantado con la carta del doctor Johnson
en alabanza de sus méritos, de la cual le proporcioné copia. Dijo así: «Prefiero esto
antes que títulos de todas las universidades de Europa. Será para mí y para mis hijos y
nietos». El doctor Johnson, que después me preguntó si le había dado una copia, se
Al doctor Johnson
Mi querido señor,
le ruego me permita interpelarle en nombre de nuestro buen amigo el doctor Percy, el cual quedó muy dolido por
lo que usted le dijo aquel día en que almorzamos en su casa,[133] cuando, en el transcurso de la disputa sobre los
méritos de Pennant, dijo usted a Percy que «tenía un resentimiento propio de quien padece una notable estrechez
de miras, en su juicio contrario a Pennant, ya que no encontró en Northumberland todo lo que hay». Percy es
consciente de que no quiso usted herirle, a pesar de lo cual le contraría y le fastidia pensar que la conducta de
usted para con él, en tal ocasión, pueda interpretarse como prueba de que le merece todo su desprecio, por más
que bien sé yo que no es el caso. Le he dicho que la acusación que vertió usted sobre su estrechez de miras se
circunscribe estrictamente a un punto particular en la disputa, y que tuvo el mérito de ser un mártir por la causa de
su noble familia.
El conde Percy almorzará con el general Paoli el próximo viernes; me alegraría muy sinceramente si estuviera
en mi mano satisfacer a Su Señoría respecto a la estima en que tiene usted al doctor Percy, el cual, deduzco, está
persuadido de que la buena opinión que tenga usted sobre él podría ser de muy esenciales consecuencias;
asimismo, me asegura que tiene por usted el mayor de los respetos y el afecto más cálido.
Sólo me resta añadir que mi sugerencia para que en esta ocasión dé usted buena muestra de su sinceridad y su
generosidad es de todo punto desconocida para el doctor Percy, y proviene de mi buena voluntad hacia él, y de mi
convicción de que será usted feliz haciéndole un favor para él tan importante. Soy, querido señor, cada vez más su
más fiel y afectuoso y humilde servidor,
JAMES BOSWELL
A James Boswell
23 de abril de 1778
Señor,
el debate habido entre el doctor Percy y yo es una de esas estúpidas controversias que comienzan por una cuestión
que a ninguna de las partes importa cómo se resuelva y que no obstante se continúa hasta recrudecerse en acritud
debido a la vanidad con que cualquier hombre se resiste a toda refutación. El acaloramiento del doctor Percy
procedía de una causa que seguramente le honra más de lo que podría haberle honrado una crítica más justa. Su
aborrecimiento de Pennant fue debido a su opinión de que éste había tratado de forma gratuita, licenciosa e
indecente a su mecenas. Su ira lo llevó a la conclusión de que, por haberse equivocado una sola vez, nunca podría
estar en lo cierto. Pennant pone en sus conceptos muchas cosas que no me agradan, a pesar de lo cual lo tengo por
un viajero sumamente inteligente. Si Percy está realmente ofendido, mucho lo lamento, pues se trata de un hombre
que nunca ha ofendido a nadie, al menos que yo sepa. Es un hombre muy deseoso de aprender y muy capaz de
enseñar; un hombre cuya compañía nunca abandono sin haber aprendido algo nuevo. Es cierto que a veces me
contraría, pero me temo que es porque me hace acusar mi propia ignorancia. Tan extenso intelecto, y tan
minuciosa exactitud en sus indagaciones, si repasa usted a fondo todo el círculo de sus conocidos, le resultarán tan
escasos, si es que llega a encontrarlos, que dará a Percy el justísimo valor que en comparación posee. Lord Hailes
es en cierto modo como él, aunque muy posiblemente lord Hailes no va más allá de sí mismo en su indagación, y
no creo que se le pueda igualar en cuanto a elegancia. La atención que dedica Percy a la poesía ha otorgado
JAMES BOSWELL[134]
El lunes 13 de abril almorcé con Johnson en casa de Langton, donde estaban el doctor
Porteus, entonces Obispo de Chester y hoy de Londres, y el doctor Stinton. Estuvo al
principio muy callado. Antes de sentarnos a la mesa no dijo nada, salvo «qué ricura»
a uno de los niños. Langton muy bien me dijo después que podría repetir punto por
punto la conversación de Johnson antes del almuerzo, ya que Johnson dijo que podría
recitar un capítulo íntegro de la Historia natural de Islandia, del danés Horrebow,
todo el cual dice exactamente así:
No hay serpientes con las que pueda uno toparse en toda la isla.[c107]
que estaba muy bien aplicado a Soame Jenyns, el cual, tras haberse extraviado por las
desoladas regiones del descreimiento, había vuelto al seno de la fe cristiana. Langton
preguntó a Johnson por lo apropiado de sapientiae consultus. JOHNSON: «Pese a ser
consultus sobre todo un adjetivo, como amicus, terminó por emplearse como
sustantivo. Así tenemos Juris consultus, o jurisconsulto».
El Obispo pensaba que no, y dijo que muchas de las piezas recogidas en la antología
de poemas compilada por Dodsley, aun siendo todas de gran belleza, no tenían nada
característico de su estilo, y en ese particular no se distinguían unas de las otras.
JOHNSON: «Ni mucho menos, señor. Creo que todo hombre, sea como sea, posee un
estilo peculiar, que se puede descubrir mediante un examen minucioso y su
comparación con cualquier otro, aunque un hombre ha de escribir mucho, para que su
estilo sea manifiestamente discernible. Como dicen los lógicos, esa apropiación del
estilo es infinita in potestate, pero limitada in actu».
Por la tarde llegó el señor Topham Beauclerk; él y el doctor Johnson se quedaron
a cenar. Se comentó que el doctor Dodd quiso en su día ser miembro del Club
Literario. JOHNSON: «Mucho lamentaría yo que cualquier miembro de nuestro club
fuera condenado a la horca. No diré yo que no lo mereciera alguno».[135] Beauclerk
(suponiendo el comentario destinado a personas por las que entonces tenía un aprecio
desmedido, que sin embargo no le duró mucho) se indignó y dijo muy serio: «Usted,
señor, tiene un amigo —— y dijo su nombre ——[c110] que sí es merecedor de que lo
ahorquen, pues habla mal de las personas con quienes convive en términos
excelentes, y las ataca por la espalda incluso en los periódicos. A ése sí que habría
que echarlo de una patada». JOHNSON: «Señor, eso es algo que hacemos todos en
mayor o menor medida: Veniam petimus damusque vicissim.[c111] No cabe duda de
que mucho más habría que hacer para merecer una patada». BEAUCLERK: «Es
maligno». JOHNSON: «No, señor; no es maligno. Es, como mucho, travieso. No le
causaría a nadie un perjuicio esencial; es posible, desde luego, que disfrute tomando
el pelo a las personas, contrariándolas e hiriéndolas en su vanidad. Yo, no obstante,
conocí una vez a un anciano caballero que era absolutamente maligno. Realmente
deseaba el mal a los demás, y se regocijaba con ello». BOSWELL: «El caballero, señor
Beauclerk, contra el que tan violento se manifiesta usted, es, de buena tinta lo sé, un
hombre de principios bondadosos». BEAUCLERK: «Entonces será que no los pone en
práctica».
»Sean ésos nuestros lujos, señor, si no le importa». JOHNSON: «Cuidado, señor, pues
no basta con darse por satisfecho. Es en el refinamiento y en la elegancia donde
difiere del salvaje el hombre civilizado. Gran parte de nuestra industria, y todo
nuestro ingenio, se invierte en procurarnos placeres; un hombre con hambre, señor,
no tiene el mismo placer con un almuerzo sencillo que un hombre con hambre ante
un almuerzo lujoso. Ya ve que expongo el caso con justicia. Un hombre con hambre
puede tener tanto, qué digo, más placer en comer un almuerzo sencillo, del que
experimenta un hombre que se haya tornado fastidioso ante un almuerzo de lujo. Pero
supongo que el hombre que elige entre uno y otro almuerzo ha de ser un hombre
también con hambre, o al menos con buen diente».
Hablando de las distintas formas de gobierno, dijo así: «Cuando más contraído
esté el poder, más fácil de destruir resulta. Un país gobernado por un déspota es un
cono invertido. Allí, no puede ser firme el gobierno, como cuando descansa sobre una
base amplia que se contrae según asciende, caso del gobierno de Gran Bretaña, que se
funda sobre el Parlamento, sobre el cual se halla el Consejo de Ministros, sobre el
cual se encuentra el Rey». BOSWELL: «El poder, cuando se contrae en la persona de un
déspota, es fácil de destruir, pues bien se puede desgajar al príncipe que lo detenta.
Así Calígula, que deseaba que el pueblo de Roma tuviera un solo cuello, para poder
descripción de lady Bolingbroke que hiciera Pope: «un politique aux choux et aux
raves».[c132] Decía por ejemplo: «Hoy almuerzo en Grosvenor Square», y podía
referirse a un duque,[c133] o bien «Hoy almuerzo en la otra punta de la ciudad», o
«Ayer me visitó una persona de gran importancia». Le gustaba dejar las cosas
flotando en medio de las conjeturas: Omne ignotum pro magnifico est.[c134] Creo que
yo me aventuraba a disipar la nube, a desvelar el misterio, con más desenfado y
mayor frecuencia que cualquiera de sus amigos. Nos paramos de nuevo en Wirgman,
la conocida tienda de juguetes de St. James Street, en la esquina con St. James Place,
adonde le habían indicado que fuera, aunque no se encaminó a ella con decisión, pues
anduvo buscando un rato sin encontrarla al principio, y dijo: «Dirigirlo a uno a la
tienda de la esquina es en el fondo juguetear con uno». Supongo que quiso hacer un
juego de palabras sobre la palabra juguete, y fue la primera vez que lo vi rebajarse a
ese juego. Luego de haber estado un tiempo en la tienda, me mandó buscar al coche
para que le ayudase a escoger unas hebillas de plata, pues las que tenía eran
demasiado pequeñas. Es probable que este cambio en su indumentaria se lo hubiera
sugerido la señora Thrale, gracias a cuya amistad mejoró mucho su presencia externa.
Tenía mejores trajes, y los colores oscuros que gastaba, de los que nunca se apartó, al
menos ganaron viveza con los botones y hebillas de metal. También eran mucho
mejores sus pelucas; en su viaje por Francia le proporcionaron una peluca hecha en
París, de muy buena factura. Esta elección de las hebillas de plata fue una ardua
negociación. «Señor —dijo—, no pienso llevar ésas tan grandes y ridiculas que ahora
están de moda, y no daré más de una guinea por un par». Tal fue el principio sobre el
que sentó la negociación; luego de titubeos y exámenes sin cuento quedó complacido.
Al alejarnos de nuevo en el coche, lo hallé con ganas de charla, y lo aproveché.
BOSWELL: «Estuve esta mañana en la imprenta de Eidley, señor, y me dijeron que se
ha vendido mucho la colección llamada Johnsoniana». JOHNSON: «En cambio, el
Viaje a las islas occidentales no ha tenido grandes ventas».[154] BOSWELL: «Qué
extraño». JOHNSON: «Así es, pues en ese libro he contado al mundo muchas cosas que
el mundo desconocía».
JOHNSON: «Esta mañana tomé chocolate con el señor Eld. Con no poca sorpresa
descubrí que se trata de un whig del condado de Stafford, un ser que no creí yo que
existiera». JOHNSON: «Ya se ve, hay bribones por doquier». BOSWELL: «Eld me dijo
Decía así:
«Lord Chatham —dijo— fue un dictador investido del poder de poner al Estado
en movimiento; ahora no existe tal poder, todo orden se ha relajado». BOSWELL: «¿No
hay esperanza de que cambien las cosas y mejoren?». JOHNSON: «Desde luego;
cuando nos hartemos de esta relajación de las costumbres. Entonces, el Ayuntamiento
de Londres volverá a nombrar a sus alcaldes por antigüedad».[c153] BOSWELL: «¿Y no
es eso dejar al mero azar tener un buen o mal alcalde?». JOHNSON: «Sí, señor, pero los
males de la competencia son mayores que los del peor alcalde que se pueda nombrar;
por otra parte, no hay por qué suponer que la decisión por mayoría a la que llegue la
chusma sea la correcta, tal como tampoco hay que suponer que el azar lo sea».
El martes 19 de mayo tenía yo previsto emprender viaje a Escocia por la tarde.
Johnson tenía el compromiso de almorzar conmigo en casa del señor Dilly; fui a
Me pidió que cambiara yo el primer spreads [‘se extiende’] por burns [‘quema’], pero
en aras de una absoluta autenticidad le pedí que fuese él quien lo hiciera de su puño y
letra.[162] Me pareció que esta alteración no sólo enmendaba el defecto, sino que era
más poética, pues podría contener una alusión a la camisa por la cual se prendió
fuego Hércules.
Tuvimos un encuentro apacible y confortable en casa de Dilly, solos los tres.
Comentó que alguien había expresado su deseo de que se publicara el Tratado sobre
la educación de Milton, junto con sus poemas, en la edición de los Poetas ingleses
que ya se había puesto en marcha. JOHNSON: «Eso sería violar el plan previsto, pero
no tendría mayores consecuencias. En la medida en que pudiera repercutir, sería un
error. En Inglaterra, la educación ha corrido peligro de salir perjudicada por dos de
los más grandes, Milton y Locke. El plan que propone Milton es inviable, y dudo que
nunca se haya tratado de implantar. El de Locke me imagino que se ha intentado en
más de una ocasión, pero es muy imperfecto; es demasiado lo que da a una de las
partes, y demasiado poco a la otra. Muy poco da a la literatura… Haré lo que pueda
por el doctor Watts, pero dispongo de muy escasos materiales. Sus poemas de
ninguna manera son lo mejor de su obra; no es mucho lo que puedo elogiar en ellos,
aunque sí alabo el plan de la misma».[c156]
Mi ilustre amigo y yo nos despedimos con muestras de afecto y respeto.
Le escribí el 25 de mayo desde Thorpe, condado de York, donde tenía una de sus
casas el señor Bosville, y le hice una relación del día que pasé en Lincoln de un modo
A James Boswell
Londres, 3 de julio de 1778
Señor,
he recibido dos cartas suyas, en la segunda de las cuales se queja de la desatención mostrada por mí con la
primera. No debe usted sujetar a sus amigos a la obligación de mantener correspondencia puntual. Tiene usted
todas las garantías de mi afecto y mi estima; no tendría que existir necesidad alguna de hacer profesión reiterada.
Cuando pueda darse el caso de que yo le proporcione consuelo o consejo, espero que nunca se me pase por la
cabeza la posibilidad de no atenderle como merece, pero no debe tenerme por criminal o por frío si no le digo
nada cuando nada tengo que decir.
Ahora es usted razonablemente feliz. La señora Boswell se ha recuperado; le congratulo a usted por la
probabilidad de que goce de larga vida. Si la aprobación puede añadir algo a su disfrute, le puedo asegurar que he
oído hablar de usted a quien le tacha de ser un hombre por el que todos tienen aprecio. Creo que poco más puede
depararle la vida.
—— ha ido con su regimiento. Ha prescindido de su carruaje, y habrá de recortar aún más sus gastos;
Las notas que le mostré sobre lo acaecido entre él y yo tenían fecha del pasado mes de marzo. El asunto quedó en
suspenso hasta el 27 de junio, en que me escribió como sigue:
A William Strahan
»Señor,
»sería una rematada estupidez que ambos siguiéramos ignorándonos cual dos desconocidos por más tiempo. Por
más que persevere, no podrá deshacer el entuerto. Si mi resentimiento pecó de excesiva acrimonia, fue solamente
ante usted. Vio usted que mi enojo terminó en el acto, pues al cabo de un día o dos fui a su casa. Le he concedido
mucho tiempo, y espero que lo haya aprovechado para no estar ya en malas relaciones con su amigo, etc.,
»SAM. JOHNSON»
Estas cartas procuraron al doctor Burney una acogida amable y amistosos favores por
parte de ambos caballeros no sólo en esta ocasión, sino también en futuras visitas a la
universidad. Ese mismo año, el doctor Johnson no sólo escribió al doctor Joseph
Warton a favor del hijo menor del doctor Burney, que iba a estudiar en el colegio de
Winchester, sino que también le acompañó cuando hizo el viaje.
Con seguridad, no podemos menos que admirar la benevolencia de las acciones
de este hombre grande y bondadoso cuando reparamos en lo penosamente que le
afectaba la mala salud y en lo incómoda que se le había tornado su casa por las
perpetuas riñas entre aquellos a quienes caritativamente daba cobijo bajo su techo.[a
nota 191, Vol. III] A veces ha tenido el coraje de hablarme en un tono más bien jocoso de
este grupo de hembras, a las que llamaba «su serrallo». Así las menciona, junto al
honesto y servicial Levett, en una de sus cartas a la señora Thrale:[168] «Williams
detesta a todas; Levett detesta a Desmoulins y no tiene aprecio por Williams;
Desmoulins los detesta a ambos; Poll[169] no aprecia a ninguna».
A James Boswell
21 de noviembre de 1778
Querido señor,
mucho tiempo ha pasado en efecto desde la última que le escribí, por lo que entiendo que tenga motivos de queja;
ahora bien, no debe permitir que le incomoden tales minucias, ahora que cuenta con tan espléndido añadido de su
felicidad como es un nuevo vástago, y confío en que la salud de su señora se haya restablecido por traerlo al
mundo. Parece muy probable que ahora, con un poco de cuidado, se recupere del todo si persiste algún resto de
sus dolencias.
Si he comprendido bien su carta, parece que gana usted terreno en Auchinleck, hecho que me causaría gran
deleite. (…)
Cuando cualquier arranque de ansiedad, o de humor lúgubre, o una perversión del ánimo se apodere de usted,
tome por norma no darle publicidad por medio de quejas y esmérese en ocultarlo; esforzándose por ocultarlo
podrá sobreponerse. No deje de estar ocupado.
El club ha de tener una reunión próxima, a la vez que el Parlamento. Se habla de incorporar a Banks, el
viajero; será un miembro respetable.
Langton ha estado acampado con su milicia en los prados de Warley; pasé cinco días con ellos; se ha
destacado por ser un oficial diligente, y cuenta con gran respeto en el regimiento. Estando yo allí presidió un
consejo de guerra; ahora está acuartelado en el condado de Hertford; su señora e hijos se encuentran en Escocia.
En esta época, el reverendo señor John Hussey, que había sido comerciante durante
algún tiempo y era por entonces clérigo de la Iglesia anglicana, se disponía a viajar a
Aleppo y a otros lugares de Oriente, como en efecto hizo. El doctor Johnson, que
desde antaño había tenido íntima amistad con él, le honró con esta carta:
A John Hussey
29 de diciembre de 1778
Estimado señor,
le he enviado la Gramática y le he dejado dos libros más, con los que espero me recuerde: escriba mi nombre en
ellos es posible que no nos veamos más; parta usted con mis mejores deseos, no desespero de verle a su regreso.
No permita que le corrompan las oportunidades de enviciarse, no se deje seducir por el mal ejemplo; que la
ceguera de los mahometanos le confirme en la fe cristiana. Dios le bendiga.
Soy, querido señor, su afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
13 de marzo de 1779
Querido señor,
¿por qué se deleita usted en armar todo este jaleo, importunando al señor Thrale para comentarle mis negligencias
y a Francis para que se ocupe de algo de todo punto innecesario? A Thrale, puede usted darlo por seguro, no le
importó; a Francis le ahorraré la molestia yo mismo, ordenando que se envíe sin dilación a mi querida señora
Boswell un juego de las Vidas y Poetas,[171] en prenda de agradecimiento por su tarro de mermelada. Si pensara
yo que iba a recibirlos con desdén, se los enviaría a la señorita Boswell, de quien espero y confío que no haya
heredado la inquina que me tiene su mamaíta.
Envié el juego de las Vidas a otros amigos, en primer lugar a lord Hailes. Tengo su segundo volumen en la
mesilla: un libro que sin duda le ha costado gran esfuerzo, y que es un gran placer para toda persona de buen
juicio. Indíqueme a quién más he de enviárselo. ¿Le gustaría a lord Auchinleck? La señora Thrale me está
esperando en el coche. Soy, querido señor, etc.,
SAM. JOHNSON
Esta carta se cruzó conmigo camino de Londres, adonde llegué el lunes 15 de marzo;
a la mañana siguiente, a hora ya avanzada, encontré al doctor Johnson tomando el té
en compañía de la señora Desmoulins, el señor Levett y un clérigo que había ido a
someter a su revisión algunas composiciones poéticas. Es asombrosa la cantidad y
Al doctor Johnson
South Audley Street,
Lunes, 26 de abril
Mi querido señor,
sufro de un gran dolor por tener un pie inflamado, y me veo obligado a guardar cama, de modo que me veo
impedido de gozar del placer de cenar hoy en casa del señor Ramsay, lo cual se me hace muy duro. Tengo el
ánimo triste y hundido. Tenga la bondad de amigo de venir a pasar conmigo una hora por la noche. Soy como
siempre su más fiel y afectuoso y humilde servidor,
JAMES BOSWELL
Al señor Boswell
Harley Street
El señor Johnson lamenta la ausencia del señor Boswell y acudirá a visitarlo.
Vino a verme bien entrada la tarde, y trajo consigo a sir Joshua Reynolds. No será
preciso subrayar que la conversación de ambos, sentados junto a mi lecho, fue el más
placentero opiáceo que se me pudo administrar para paliar mi dolor.
Estaba Johnson en mejor disposición de acopiar información relativa a Pope que
el año anterior,[176] de modo que envié a lord Marchmont, a modo de obsequio, los
volúmenes de sus Vidas de los poetas que estaban ya publicados, amén de una
solicitud para que nos concediera permiso para visitarlo; Su Señoría, que había ido en
dos ocasiones a verlo a su domicilio, concertó la cita encantado de recibirnos el
sábado 1 de mayo.
Esa mañana vino Johnson desde Streatham, y luego de tomar chocolate en casa
del general Paoli, en South Audley Street, procedimos a visitar a lord Marchmont en
¿No hay acaso contradicción entre el hecho de que primero se suponga que el ermitaño conoce tanto los libros
como los mozos, si bien después dice que el mundo sólo por los mozos conocía?[a nota 104, Vol. III]
Al señor Dilly
Señor,
desde que partió Boswell no he tenido noticias suyas, le ruego me mande noticia de lo que sepa de él, y si ha
enviado mis libros a su señora. Soy, etc.,
SAM. JOHNSON
No pondrán en duda mis lectores que esta solicitud acerca de mi persona me resultó
un considerable halago.
A James Boswell
13 de julio de 1779
A James Boswell
Mi amigo el coronel James Stuart, segundo hijo del Conde de Bute, que se había
distinguido por ser un buen oficial en la milicia del condado de Bedford, había
tomado la briosa resolución, que hizo pública, de servir a su país en sus horas de
mayor dificultad, formando un regimiento regular cuyo mando asumió. Siendo
heredero de la inmensa propiedad de Wortley, fue el suyo un gesto sumamente
honorable. Cuando visitó Escocia para reclutar a sus soldados, tuvo la deferencia de
pedirme que lo acompañase a Leeds, donde entonces tenía el cuartel general de su
tropa. De allí iríamos a Londres a pasar una corta temporada, y después a otros
lugares a los que pudiera ser destinado su regimiento. Tal ofrecimiento, recibido en
una época del año en la que disfrutaba yo de pleno asueto, fue muy de agradecer, en
A James Boswell
Broughton Park,
21 de septiembre de 1779
Estimado señor,
en el año de 1763, encontrándome en Londres, me llevó el doctor John Blair, Prebendado de Westminster, a
almorzar en casa del viejo lord Bathurst, donde nos encontramos con el difunto señor Mallet, sir James Porter, que
había sido Embajador en Constantinopla, el difunto señor Macaulay, y dos o tres comensales más. La
conversación giro en torno a Pope. Lord Bathurst nos dijo así: «El Ensayo sobre el hombre fue originalmente
composición de lord Bolingbroke en prosa, y el señor Pope se limitó a ponerla en verso». Dijo que había leído el
manuscrito de lord Bolingbroke de su puño y letra, y que lo recordaba bien, y bien recordaba que le desconcertó
no saber si admirar más la elegancia de la prosa de lord Bolingbroke o la belleza del verso de Pope. Cuando dijo
esto lord Bathurst, el señor Mallet me pidió que tomara buena nota, y recuerdo esta información tan notable, pues
me indicó que por el curso de la naturaleza tal vez me tocara a mí sobrevivir a Su Señoría, y prestar testimonio de
lo que había dicho. La conversación fue, en efecto, demasiado notable para haberla olvidado. Pocos días después,
al encontrarme con usted, que entonces se hallaba asimismo en Londres, sin duda recordará que le comenté lo que
se había ventilado en torno a esta cuestión, pues estaba yo sumamente impresionado con la anécdota. Ahora bien,
lo que delimita mi recuerdo y lo pone a salvo de toda duda es que, estando yo acostumbrado a llevar un diario de
cuanto me sucedía mientras me hallaba en Londres, al que dedicaba un buen rato todas las noches, encuentro los
particulares acerca de la información que le acabo de transmitir exactamente en esos términos, bien precisos, y de
ahí que pueda establecer la fecha de esta conversación, que tuvo lugar el viernes, 22 de abril de 1763.
Recuerdo asimismo con nitidez (aunque no dispongo en esto de la autoridad que me presta mi diario) que la
conversación siguió versando en torno a Pope, y que tomé nota de un detalle que a veces se ha propagado, a saber,
que no entendía el griego. Lord Bathurst me dijo que sabía con seguridad que era falsa, pues parte de la Ilíada la
tradujo Pope estando en su casa de campo, y que por la mañana, cuando se reunían a desayunar, Pope con
frecuencia repetía, extasiado, los versos griegos que había traducido la noche anterior, y que luego le daba su
versión de los mismos, a fin de compararlos todos juntos.
Si estas circunstancias pueden ser de utilidad al doctor Johnson, goza usted de entera libertad para
facilitárselas. Le ruego tenga la bondad, al mismo tiempo, de presentarle mis respetos con mis mejores deseos de
cara al éxito y a la fama en todas sus empresas literarias. Soy, con gran respeto, mi estimado señor, su más
afectuoso y agradecido y humilde servidor,
HUGH BLAIR
»Se puede ser sensato cuando uno estudia por la mañana, y alegre en compañía de
otros, en una taberna, cuando cae la noche. Cada cual ha de cuidar de su sabiduría y
su virtud, sin importarle lo que digan».
«Dodsley —señaló— fue quien primero me comentó el plan de un diccionario de
la lengua inglesa, aunque yo lo había pensado mucho antes». BOSWELL: «No sabía qué
empresa iba a acometer». JOHNSON: «Pues sí, señor. Muy bien supe qué iba a
Si no me escribe a tiempo de hallarme aquí, me sentiré muy decepcionado. Dos renglones suyos mantendrán mi
lámpara encendida y brillante.
A James Boswell
Londres, 27 de octubre de 1779
Querido señor,
¿por qué me importuna usted tan ansiosamente para que le escriba? ¿Qué importancia puede tener el saber algo de
los amigos lejanos para un hombre que se halla bien recibido donde quiera que vaya, y que hace nuevas amistades
más deprisa de lo que podría desear? Si al deleite de tan universal amabilidad de recepción puede sumarse algo
por saber con certeza que conserva intacta mi buena voluntad, puede usted darse al pleno disfrute de tan pequeño
añadido.
Me alegra tener noticia de su exitosa ronda por Lichfield: cuando más a menudo le vean, mayor aprecio le
tendrán. Me resultó un gran placer leer que la señora Adey se encuentra tan bien, y que Lucy Porter se alegró
tanto de verlo.
En el lugar que ahora se encuentra es mucho lo que tiene por observar, y no tendrá dificultad en procurarse a
quien con destreza dirija sus observaciones. Ahora bien, ¿qué hará usted para mantener a raya el perro negro que
le acucia allá en su hogar?[c175] Si en cumplimiento del consejo que su padre le ha dado indagara usted en las
antiguas tenencias de tierras y en los personajes antañones de Escocia, con toda certeza se abriría usted a muchas
y pasmosas escenas de costumbres propias de la Edad Media. El sistema feudal aún vigente en un país bárbaro es
natural producto de grandes y señaladas anomalías en la vida civil. El conocimiento del pasado, como es natural,
mengua en todos aquellos casos de los que no queda constancia, y el pasado de Escocia es tan disímil del presente
en que vive que ya se le hace difícil incluso a un escocés imaginar cómo era la economía de su propio abuelo. No
remolonee, no peque de negligencia; haga acopio, con ahínco, de todo cuanto aún pueda encontrar.[188]
Hemos hablado alguna vez, me parece, de otro proyecto, a saber, una historia de la última insurrección que se
A James Boswell
Londres, 13 de noviembre de 1779
Querido señor,
su última carta no sólo fue amable, sino también cariñosa. Sin embargo, desearía yo que se librase de todo exceso
Al doctor Lawrence
20 de enero de 1780
Estimado señor,
en un momento en el que todas sus amistades tendrían que darle muestras cordiales de amabilidad, y de tal guisa
que todo el que le conozca se mostrase amigo suyo, quizá le extrañe no haber sabido nada de mí.
Me ha estorbado una insidiosa e incesante tos, por culpa de la cual a lo largo de estos diez días me han
sangrado una vez, he ayunado cuatro o cinco, he ingerido medicamentos una y opiáceos, me parece, media
docena. Hoy parece que empieza a remitir.
La pérdida, mi querido señor, que ha sufrido usted recientemente es la misma que sufrí yo muchos años ha, y
sé por tanto muy bien cuánto se le ha arrebatado y qué poca ayuda se recibe del consuelo. Quien sobrevive a una
esposa a la que largo tiempo amó se encuentra descoyuntado, desgarrado del único espíritu que tenía sus mismos
temores, esperanzas e intereses, de la única compañía con quien había compartido tanto bien y tanto mal, con la
cual era capaz de abrir su ánimo con toda libertad, para recorrer de nuevo el pasado o anticiparse al futuro. Se
lacera la continuidad del ser, se detiene y cesa el curso asentado de los sentimientos y los actos, y queda la vida
misma inmóvil y en suspenso, hasta que son las causas externas las que la empujan por nuevos cauces. Pero ese
tiempo en suspensión es terrible.
Nuestro primer recurso en la desazón de nuestra soledad, tal vez sea, a falta del hábito de la piedad, una
lúgubre aquiescencia de nuestra carencia y necesidad. De dos mortales que juntos viven, uno ha de perder al otro,
pero no cabe duda de que hay mejor y más elevado consuelo en la consideración de esa Providencia que por
encima de todos nosotros mira, y en la creencia de que los vivos y los muertos estamos por igual en manos de
A James Boswell
8 de abril de 1780
Querido señor,
bien, pues había resuelto enviarle la carta de Chesterfield, pero le vuelvo a escribir sin hacerlo. Nunca imponga
tareas a los simples mortales. Requerir dos cosas es la mejor manera de que no se haga bien ninguna.
Por las dificultades que señala en sus asuntos le extiendo mis condolencias, aunque las dificultades son ahora
moneda corriente; no son por consiguiente menos penosas, pues menor es la esperanza de encontrar ayuda. No
pretendo yo darle consejo, ya que desconozco el estado actual de sus asuntos; cualquier consejo en general sobre
la prudencia y la frugalidad de bien poco le serviría. Tiene usted sin embargo el derecho de no incrementar su
propia perplejidad haciendo un viaje que lo traiga aquí, y tengo además la esperanza de que quedándose en casa
dé satisfacción a su señor padre.
El pobre, querido Beauclerk…[192] nec, ut solis, dabis joca.[c180] Su ingenio y sus charadas, su agudeza y su
malicia, su regocijo y su raciocinio, en fin, han terminado. No se hallará a menudo a otro como él entre la
humanidad toda. Instruyó que se le enterrase junto a su madre, muestra de ternura filial que no podía yo esperar.
Ha dejado a sus hijos al cuidado de lady Di, y si ella muriese quedarán al cuidado del señor Langton y del señor
Leicester, pariente suyo y hombre de un carácter excelente. Su biblioteca se ha ofrecido en venta al Embajador de
Rusia.
No obstante el ruido que han hecho los periódicos, el doctor Percy no ha sufrido graves pérdidas en lo
literario.[193] Se quemaron ropas, muebles y enseres por valor de un centenar de libras, pero creo que sus papeles
y también sus libros se salvaron de la quema.
El pobre señor Thrale ha corrido un peligro extremo debido a un trastorno de apoplejía, aunque se ha
restablecido mejor de lo que nadie esperaba gracias a los buenos oficios de sus médicos. Ahora se encuentra
reposando en Bath; lo acompañan la señora Thrale y su hija.
Tras ponerle al corriente de cómo están sus amigos, permítame decirle algo sobre usted. Anda siempre
quejándose de melancolía, por lo cual concluyo de tantas quejas que en el fondo le gusta. Nadie habla, y menos
por los codos, de aquello que desea ocultar, y cualquiera desea ocultar aquello que le avergüenza. No quiera ahora
negarlo: manifestum habemus furem; haga ley obligatoria e invariable no hacer jamás mención de sus
enfermedades espirituales, si nunca habla de ellas, pensará poco o nada en ellas, y si poco tiempo les dedica rara
vez le vendrán a molestar. Cuando habla de ellas es palmario que aspira bien al elogio, bien a la compasión; el
elogio no ha lugar, y la compasión ningún bien ha de hacerle. Por consiguiente, a partir de este momento no hable,
no piense más en ellas.
Su trámite con la señorita Stewart me produjo una gran satisfacción. Mucho le agradezco sus atenciones. No
me la pierda de vista; su presencia puede ser de gran credibilidad y, por tanto, de gran importancia en beneficio de
ella. El recuerdo de su hermano sigue fresco en mi ánimo; era un hombre tan ingenioso como digno.
Le ruego presente mis respetos a su señora y a las niñas. Mucho me gustaría verlas.
Soy, querido señor, afectuosamente suyo,
SAM. JOHNSON
Hallándose la señora Thrale con su esposo en Bath, Johnson y ella cruzaron una
correspondencia frecuente, vivaz y copiosa. Ofrezco a mis lectores una de las cartas
originales que ella le envió durante esta temporada, que seguramente les entretendrá
más que las epístolas bien escritas, pero a la postre estudiadas, cuando no retocadas,
que ha insertado ella en su colección, porque pone al descubierto la fácil prontitud de
sus intercambios literarios. Tiene también el valor de ser clave de la respuesta de
La triste, melancólica información que ha recibido en lo tocante a la muerte de Beauclerk es cierta. De haber
encaminado suficientemente su talento por la senda que debía, siempre he tenido la intensa convicción de que
habría tenido a su alcance, como sin duda calculó, el llegar a ser una figura ilustre; esa convicción mía, formada
en gran medida por el juicio del doctor Johnson, recibe cada vez mayor confirmación al oír lo que después de su
muerte ha manifestado éste al respecto.[a nota 57, Vol. IV] Hace unos cuantos días pasé la tarde en casa del señor
Vesey, donde lord Althorpe, uno de los numerosos contertulios reunidos, interpeló al doctor Johnson sobre la
muerte de Beauclerk, diciendo así: «Nuestro club ha sufrido una gran pérdida desde nuestra última reunión».
«Una pérdida —repuso él— que tal vez ni siquiera toda la nación pueda reparar». El doctor pasó luego a glosar
sus grandes dotes, y en particular alabó la inmensa facilidad con que pronunciaba observaciones siempre
excelentes. Dijo que nadie estuvo nunca tan libre cuando iba a decir algo bueno, libre de una mirada honesta que
ya expresaba lo que a punto estaba de decir, ni, una vez dicho, libre de esa mirada con que lo subrayaba. En casa
del señor Thrale, pocos días antes, estábamos hablando de este mismo asunto y, refiriéndose a esa misma idea de
su pasmosa facilidad, dijo: «El talento de Beauclerk era precisamente el que él más dispuesto estuvo a envidiar,
más que los de cualquier persona que hubiera conocido».
En el transcurso de la velada a la que me acabo de referir, en el domicilio del señor Vesey, grande hubiera sido
su gratificación, pues se puso de manifiesto la gran importancia en que es tenido el carácter del doctor Johnson,
creo que incluso por encima de cualquier otro caso del que haya podido ser testigo. La concurrencia constaba
sobre todo de damas, entre las que se hallaban la Duquesa de Portland, la Duquesa de Beaufort, a la que a tenor de
su rango supongo que he de nombrar antes que a su madre, la señora Boscawen, y su hermana mayor, la señora
Lewson, que también se encontraba allí; lady Lucan, lady Clermont y otras damas de nota tanto por su rango
como por su entendimiento. Entre los caballeros se encontraban lord Althorpe, a quien ya he nombrado antes; lord
Macartney, sir Joshua Reynolds, lord Lucan, el señor Wraxal, cuyo libro probablemente conozca usted, el Viaje a
las regiones del norte de Europa; un caballero muy agradable de trato y muy ingenioso; el doctor Warren, el señor
Pepys, magistrado de la Cancillería, al cual creo que conoce usted, y el doctor Bernard, preboste de Eton. Tan
pronto llegó el doctor Johnson y ocupó un sillón, la concurrencia fue apiñándose en torno a él hasta formar de
cuatro, si no de cinco en fondo, los de más atrás de pie, atentos, por encima de las cabezas de quienes hallaron
asiento más cerca de él. La conversación discurrió un buen rato entre el doctor Johnson y el Preboste de Eton,
mientras los demás aportaron algún que otro comentario. Sin tratar de detallar los particulares de la misma, que,
tal vez, de hacerlo, me habrían llevado a devanar mi relato hasta alcanzar muy tediosa longitud, he creído, mi
querido señor, que esta relación en general del respeto con que fue recibido nuestro valioso amigo seguramente le
parecería aceptable.
Tal fue el final de esta miserable sedición, de la que Londres se libró gracias a la
magnanimidad del soberano en persona. Al margen de lo que algunos quieren
sostener, me satisface que no hubiera un plan, ni doméstico ni extranjero, y que la
revuelta se extendiera por el gradual contagio del frenesí, incrementado por las
cantidades de licores fermentados de que se apoderó el populacho para su consumo,
engañado por sí solo, en el curso de sus depredaciones.
Me tendría por culpable sin excusa si aquí dejara de hacer justicia a mi estimado
amigo el señor Akerman, guardián de Newgate, que durante largo tiempo cumplió la
muy importante labor que se le había confiado con uniforme e intrépida firmeza, a la
vez que con una sensibilidad y una caridad y liberalidad tales que le hacen merecedor
de que se le recuerde y se le distinga con honor.
En esta ocasión, debido al talante timorato y a la negligencia de la magistratura
por una parte, y a los embates casi increíbles de la chusma por la otra, la primera
prisión de esta gran nación quedó franca, y los prisioneros en libertad, a pesar de lo
cual no puede haber ninguna duda de que el señor Akerman, cuya casa fue quemada,
habría impedido todo esto si se le hubiera enviado a tiempo la ayuda que necesitaba.
Hace muchos años se declaró un incendio en la edificación de ladrillo que se
construyó para ampliar la vieja cárcel de Newgate. Los reclusos, presa de la
consternación y del miedo, prorrumpieron en un tumulto: «¡Nos vamos a quemar
vivos! ¡Nos quemamos vivos! ¡Abajo con el portón!». El señor Akerman se apresuró
en su auxilio, se personó en el portón, y, tras lograr que se impusiera el silencio tras
un confuso vociferar —«¡oídle, oídle!»—, con gran aplomo les comunicó que nadie
iba a echar la puerta abajo, que habían sido confiados a su cuidado, que a nadie se le
permitiría escapar, pero que podía garantizarles que nadie tenía por qué temer al
fuego, ya que el incendio no se había declarado en el recinto propiamente dicho de la
prisión, que estaba construida con sillares de piedra, y que si todos ellos se
comprometían a conservar la calma, él mismo acudiría con ellos para conducirles al
A James Boswell
Londres,
21 de agosto de 1780
Querido señor,
veo que le ha dado uno de sus arranques de taciturnidad, y que ha resuelto no escribir mientras no reciba carta, lo
cual es muestra de humor cicatero, a pesar de lo cual se saldrá con la suya.
He pasado todo el verano en mi casa de Bolt Court, pensando en escribir las Vidas y, durante buena parte del
tiempo, pensando a secas. Son varias, sin embargo, las que ya están acabadas, y todavía pienso en acometer las
restantes.
El señor Thrale y su familia, desde que cayó enfermo, han estado primero en Bath y luego en
Brighthelmstone, pero yo no he ido a ninguno de los dos sitios. Habría ido con gusto a Lichfield si hubiera tenido
tiempo, y podría haberlo tenido si hubiera estado más activo, pero lo he perdido miserablemente haciendo bien
poca cosa.
En los disturbios recientes, la casa y las pertenencias del señor Thrale corrieron grave peligro. Se apaciguó a la
turbamulta en su primer intento de invasión dándole unas cincuenta libras en bebida y en carnes; la segunda
intentona la repelieron los soldados. El señor Strahan tuvo una guarnición en su casa, que mantuvo durante dos
semanas; pasó tanto miedo que se llevó buena parte de sus bienes. La señora Williams se refugió en el campo.
No sé si estará en mi mano realizar un viaje este otoño; ya es llegada más o menos la época del año en que
iniciamos nuestro periplo. Sin embargo, he gozado de mejor salud que entonces, y tengo la esperanza de que
Este año escribió a un clérigo joven, de provincias, la siguiente carta, excelente por
los valiosos consejos que contiene para los teólogos en general:
Bolt Court,
30 de agosto de 1780
Estimado señor,
no hace muchos días que el doctor Lawrence me mostró una carta en la que usted hace mención de mí; espero, por
lo tanto, no le desagrade si me esfuerzo por conservar su buena disposición mediante ciertas observaciones que
me inspiró su carta.
Teme usted pecar de impropiedad en el servicio diario al leer ante unos feligreses que no exigen exactitud. Su
propio temor, deseo y espero, le protege del peligro. Quienes contraen esos hábitos absurdos ningún temor tienen.
Es imposible hacer lo mismo con gran frecuencia dándole cierto aire de peculiaridad, pero ese aire puede ser
bueno o malo aun siendo uniforme, y un poco de cuidado bastará para impedir que sea malo; para que sea bueno,
por consiguiente, creo que habrá que ponerle algo de felicidad casual, acierto que no es posible enseñar.
El método que en la actualidad sigue en la composición de sus sermones parece muy juicioso. Pocos
predicadores podrán hoy presumir de tener sermones tan propios como a buen seguro han de ser los suyos. Ponga
cuidado en anotar, no importa dónde, los autores de los cuales haya tomado en préstamo sus discursos; no imagine
que siempre habrá de recordar siquiera lo que ahora se le antoja imposible de olvidar.
Mi consejo, sin embargo, es que de vez en cuando pruebe a escribir un sermón original, y que en el trabajo de
su composición no lastre su intelecto con demasiadas cosas a la vez; no se exija al tiempo un excesivo esfuerzo de
cogitación, propiedad de pensamiento y elegancia de expresión. Invente primero, que ya embellecerá después.
Producir algo allí donde nada había es un acto en el que se exige una energía mucho mayor que en la expansión o
adorno de lo ya producido. Ponga sobre el papel sus pensamientos con diligencia, a medida que surjan, con las
palabras que le vengan primero a la cabeza; cuando disponga de material, fácilmente le podrá dar forma.
Posiblemente, tampoco será siempre necesario este método, ya que por fuerza de costumbre sus pensamientos y
dicción han de fluir al mismo tiempo.
La composición de los sermones no es muy difícil. Las divisiones no sólo ayudan a la memoria del oyente,
sino que guían el criterio de su autor. Proporcionan fuentes de invención y mantienen cada parte en el lugar que le
corresponde.
Lo que menos me agrada de su carta es la relación que hace sobre los modales de sus feligreses, de lo cual
deduzco que han padecido largo tiempo la negligencia del párroco. El Deán de Carlisle,[206] que entonces ocupaba
una pequeña rectoría en el condado de Northampton, me contó que se puede discernir si hay o no un clérigo
residente en una parroquia según sean los modales civilizados o asilvestrados de los feligreses. Una congregación
como la de usted está muy necesitada de reformas, y no quisiera que diera usted en pensar que sea imposible
reformarlos. Una parroquia muy dejada y asilvestrada se salvó gracias a la intervención de una decrépita y gentil
señora que acudió allí a enseñar en una escuela insignificante. Mi muy culto amigo, el doctor Wheeler, de Oxford,
cuando era joven tuvo a su cuidado una parroquia vecina por 15 libras al año que nunca le fueron pagadas, aunque
tuvo por oportuna conveniencia una tarea que le obligó a confeccionar un sermón a la semana. No pudo hacer que
una lugareña comulgara; cuando la reprendía o la exhortaba, respondía ella que no era mujer leída. Se le aconsejó
que encontrase a una mujer o a un hombre con más luces de la misma parroquia, con algo más de sensatez, para
que hablase con ella en un lenguaje que no le costara entender. Tan honestos e incluso diría yo sagrados artificios
ha de ponerlos en práctica cualquier clérigo, pues preciso es intentar por todos los medios la salvación de una sola
Las siguientes cartas que le envié fueron del 24 de agosto, el 6 de septiembre y del 1
de octubre, y de ellas extracto los pasajes que siguen:
Mi hermano David y yo hemos visto tan a pedir de boca cumplirse el por tantos años aplazado encuentro de
ambos en Auchinleck que en cierto modo viene a confirmarse la plácida y reconfortante esperanza de ese O!
preclarum diem! en un futuro estado.[c187]
Le ruego que nunca más vuelva a albergar la suspicacia de que me complazca yo en un humor cicatero, ni de
que le gaste trucos ni jugarretas; bien recordará que cuando le confesé que una sola vez había guardado silencio
intencionadamente por tratar de poner a prueba su afecto le di mi palabra de honor de que nunca más volvería a
suceder.
Me regocija saber de su buena salud; ruego a Dios que sea por mucho tiempo. A menudo me he dicho que con
agrado añadiría yo diez años a mi vida para restar diez a la suya; quiero decir que de buena gana sería diez años
más viejo con tal de que fuera usted diez años más joven. Pero permítame que le agradezca los años en que he
disfrutado de su amistad, y que me complazca con las esperanzas de disfrutarla por muchos años venideros en este
estado del ser, siempre con la confianza de que en otro estado nos encontraremos para no separarnos jamás. De
esto no podemos formarnos un concepto, pero el pensamiento, bien que indistinto, es delicioso cuando el ánimo
concurrente es calmo y claro.
Las revueltas de Londres fueron ciertamente un espanto; no me dice usted nada de su propia situación durante
tan bárbara anarquía. Una descripción de todo ello por el doctor Johnson formaría un gran panorama;[207] bien
podría pergeñar otro Londres, un poema.
Me entusiasma su expresión condescendiente y afectuosa: «Mantengamos el afecto mutuo por todos los
medios que tengamos a nuestro alcance». ¡Mi reverenciado amigo! ¡Cuánto enaltece mi ánimo ser tenido por
digno compañero del doctor Johnson! Todo cuanto ha dicho usted en loor del señor Walmsley lo he pensado yo de
usted desde hace mucho tiempo, aunque los dos somos tories, lo cual tiene una gran influencia en general sobre
nuestros sentimientos. Espero que convenga en que nos podamos ver en York a finales de este mes; si viniera
usted a Carlisle aún sería mejor en caso de que el Deán se encuentre en la ciudad. Le ruego considere que con el
fin de mantener la mutua amabilidad deberíamos disponer una vez al año de esa libre e íntima comunicación del
espíritu de la que sólo se goza estando juntos. Deberíamos disfrutar tanto de nuestra conversación solemne como
de nuestra conversación placentera.
Le escribo por tercera vez para hacerle saber que acrece notablemente mi deseo de que nos veamos este otoño.
Escribí al caballero Geoffrey Bosville, mi superior en el condado de York, diciéndole que tal vez le haga una
visita, pues tenía previsto celebrar un encuentro en York con el doctor Johnson. Le doy mi palabra de honor que
no sugerí que le invitara a usted; sin embargo, me contestó como sigue: «No será preciso decirle que mucho me
alegraría de verle por aquí a finales de mes, como usted propone; del mismo modo, albergo la esperanza de que
pueda usted convencer al doctor Johnson para que tengan aquí su encuentro. Será el remate del gran favor que me
hace con su presencia, si logra que un conocido suyo de tal categoría le asista con sus observaciones. A menudo
me he entretenido con sus escritos, y una vez pertenecí a un club del cual era miembro; nunca llegué a pasar allí
una velada, pero oí cosas de él que bien vale la pena recordar».
Disponemos así, mi querido señor, de confortable alojamiento en las inmediaciones de York, donde le aseguro
que será de todo corazón bienvenido. Le ruego se resuelva a emprender viaje; no permita que el año de 1780 sea
un paréntesis en nuestro calendario social y en ese registro de sabiduría e ingenio que llevo en honor de usted, con
tanta diligencia, para instrucción y deleite de otros.
A James Boswell
17 de octubre de 1780
Querido señor,
lamento escribirle una carta que no le agradará, a pesar de lo cual es lo que al fin y a la postre he resuelto hacer.
Este año habrá de pasar sin nuestra entrevista; el verano se ha perdido estúpidamente, como tantos otros veranos e
inviernos. Apenas vi un solo campo en su verdor; me quedé en la ciudad a trabajar sin haber trabajado gran cosa.
Al señor Thrale, la pérdida de la salud le ha costado la pérdida de las elecciones; ahora marcha a
Brighthelmstone y cuenta con que vaya con él; no sabría precisar cuánto tiempo habré de estar allí. El lugar no me
agrada mucho, pero mi deber es ir y permanecer allí el tiempo que se desee. Por todo ello, habremos de
contentarnos con saber lo que sabemos y saberlo todo lo bien que sabe el hombre cómo es el saber del hombre,
que nos queremos el uno al otro y nos deseamos el uno al otro la mayor felicidad, y que el lapso de un año no
vendrá a menguar nuestro mutuo afecto.
Me complació tener noticia de que mi acusación contra la señora Boswell era infundada cuando supuse que
me tiene ojeriza. Tanto la quiero yo, amigo mío, que mucho me alegraré de querer a cuantos la quieren y a cuantos
quiere usted, y dispuesto en favor de la señora Boswell, si ella lo estima digno de aceptarlo. Espero que todas las
señoritas y los jóvenes caballeros se encuentren bien.
Le he tomado un gran aprecio a su hermano. Me dice que su padre le recibió con bondad, aunque no con
afecto; sin embargo, usted parece haberse hallado a gusto en Auchinleck mientras estuvo allí. Haga a su padre
todo lo feliz que pueda.
Últimamente algo me contó de su salud; por mi parte, puedo asegurarle que en el último año, poco más o
menos, he disfrutado de una salud mejor que muchos años atrás. Tal vez plazca a Dios darnos algo de tiempo que
pasemos juntos antes de despedirnos.
Soy, señor, afectuosamente suyo,
SAM. JOHNSON
«Una vez preguntó a Tom Davies, a quien vio ataviado con espléndida
vestimenta, “¿Y quién sois, por ventura, esta noche?”, a lo que Tom repuso: “El
Señor de Ross”[c9] (que, según se recordará, es un personaje muy insustancial).
“¡Cuánto valor!”, dijo Johnson».
«Del señor Longley, de Rochester, caballero de considerable erudición a quien el
doctor Johnson conoció allí mismo, dijo: “Tengo cálidos sentimientos hacia él. Me
sorprendió hallar en él tan afinado conocimiento de la métrica en las lenguas cultas,
aunque algo me mortificó verificar que no estaba yo tan a la altura como pensaba”».
«Hablando de la minuciosidad con que algunas personas toman buena nota de los
dichos de los hombres ilustres, se relató una anécdota, y es que cuando Pope fue a
Oxford a visitar a Spence, estaban los dos mirando por la ventana y vieron a un
caballero que acababa de volver de montar a caballo y se entretenía en descargar
fustazos contra un poste. “Parece que poca cosa tenga que hacer el caballero”,
aprovechó Pope para decir, a lo cual apostilló Beauclerk: “Entonces, con toda
seguridad, Spence se volvió en redondo y anotó lo dicho”. Tras esto, se dirigió al
doctor Johnson: “Pope hubiera dicho eso mismo de usted, señor, si lo hubiera visto en
plena destilación…”.[c10] JOHNSON: “Si Pope me hubiera visto destilar, yo le habría
hablado de su gruta”».[c11]
«No consentía que se tomara la holganza por principio, y siempre repudiaba
cualquier intento por encontrar excusas. Un amigo sugirió un día que no era sano
ponerse a estudiar después de las comidas. JOHNSON: “Ah, señor: no ceda a tales
fantasías. Hubo una época de mi vida en que se me metió en la cabeza que no era
sano estudiar entre el desayuno y el almuerzo”».
«Beauclerk le repitió un día a Johnson unos versos de Pope:
Dejad al modesto Foster, si quiere, aventajar
a diez metropolitanos en el buen predicar,
»Oír a un hombre con el porte y la dignidad de Johnson repetir tan humildes empeños
por hacer poesía surtía un efecto muy gracioso. Sin embargo, él señalaba con gran
seriedad que la última estrofa comprendía prácticamente todas las ventajas que de la
riqueza se desprenden».
«Un ilustre extranjero, cuando se le mostraron las dependencias del Museo
Británico, estuvo muy fastidioso e impertinente con sus numerosas y absurdas
preguntas. “Bien —dijo él—, ahí tiene usted la diferencia entre un inglés y un
francés. El francés tiene que hablar en todo momento, tanto si sabe de qué se habla
como si no; el inglés se contenta con callar cuando nada tiene que decir”».[c15] «Su
injusto desdén por los extranjeros era en efecto extremo. Durante una velada en la
Taberna del Matadero Viejo, cuando unos cuantos daban grandes voces y hablaban de
cosas insignificantes, dijo así: “¿No viene esto a confirmar aquella observación del
viejo Meynell, cuando dijo que ‘por cuanto alcanzo a ver, los extranjeros son todos
bobos’?”». «Dijo que una vez, cuando tenía un fuerte dolor de muelas, un francés le
dijo así: “Ah, monsieur, vous étudiez trop”».
«Tras una velada en casa de Langton con el reverendo doctor Parr, se mostró muy
complacido con la conversación de tan culto caballero. Cuando éste se hubo
marchado, dijo a Langton: “Señor, le quedo muy agradecido por haberme invitado
hoy. Parr es un buen hombre.[11] No recuerdo cuándo fue la última vez que tuve
ocasión de gozar de una charla tan libre y distendida. Es llamativo cuánto tiempo
puede pasar en la vida de un hombre sin encontrar ninguna muestra de esta clase de
discusión tan abierta”».[12]
«Podríamos con gran justicia instituir una crítica pareja entre Shakespeare y
Corneille,[c16] pues los dos gozan, bien que no en idéntica medida, de las luces de una
época tardía. En cambio, no sería justo hacer lo mismo entre Shakespeare y los
dramaturgos griegos. A tal noción cabría replicar lo que dice uno de los comentaristas
de Shakespeare: que si bien la sombra de Darius[c17] tenía el don de la presciencia, de
ello no por fuerza se sigue que se le hubieran revelado todos los particulares del
pasado».
«Las obras teatrales españolas, que son puro desatino y farsa improbable, aquí
gustarían a los niños, pues a los niños les divierten los cuentos repletos de prodigios,
ya que su propia experiencia no es suficiente para provocarles de inmediato un
corría en vano”. Johnson tal vez hubiera tenido a la vista ese pasaje de La tempestad
en que Próspero dice de Miranda que “… despojará todo halago | y lo hará detenerse
en seco a su paso”».[c24]
»Johnson no dijo nada. Garrick se aventuró a observar: “No parece que sea el
verso más feliz que se haya escrito en loor de Shakespeare”. Sonriendo, Johnson
exclamó: “¡Bribones prosaicos! La próxima vez que lo escriba, pondré a resollar
tanto al tiempo como al espacio”».[17]
«Es bien conocido que antaño existía una desabrida costumbre entre quienes
navegaban en el Támesis, que consistía en abarloarse unos instantes al cruzarse los
barcos y lanzarse los mayores improperios e invectivas con el lenguaje más insultante
que se les ocurriese, aunque por lo común, justo es decirlo, con el humor más satírico
de que fueran capaces. Addison da muestras de estas procacidades en el n.º 383 del
Spectator, con ocasión de un viaje que sir Roger de Coverley y él hicieron a los
Jardines de Primavera.[c25] Johnson salió una vez triunfante de esta suerte de
competición; un individuo lo atacó con una sarta de ásperos insultos, a lo cual repuso
así: “Señor, su esposa, con el pretexto de regentar una casa de lenocinio, es receptora
de mercancía robada”.[c26] Una noche en que estuvo con los señores Burke y
Langton, y alguien hizo mención de la admirable regañina de Timón de Atenas, se
citó esta salida de Johnson, y se concluyó que estaba a la par en cuanto a excelencia».
«Así como Johnson siempre reconoció el extraordinario talento de Burke, éste fue
siempre plenamente consciente de los excepcionales poderes del doctor Johnson.
Langton recuerda haber pasado una velada con ambos, durante la cual Burke
repetidamente abordó temas que evidentemente podría haber ilustrado con sus
extensos conocimientos y riqueza de expresión, si bien Johnson nunca rehusó la
conversación, antes bien la aceptó de buen grado, y en ella se empleó de un modo
magistral. Cuando Burke y Langton regresaban a su casa, el primero aseguró que
Johnson había estado excelente. Langton se sumó a la misma opinión, aunque añadió
que le habría gustado oír más a otra persona, dando a entender a las claras que se
refería al propio Burke. “Oh, no —repuso Burke—; a mí me basta con haber tocado
la campanilla para él”».
Bien se ve, pese a todo, que tuvo no pocos problemas y que hubo de solventar
numerosas complicaciones en la composición de la obra; así consta en la serie de
cartas que envió al señor Nichols, impresor de la misma,[25] cuya variedad de
conocimientos literarios y acogedora disposición fueron de mucha ayuda para
Johnson. De acuerdo con los papeles que obran en mi poder, parece que el señor
Steevens le proporcionó varias anécdotas y citas; observo asimismo la bella caligrafía
de la señora Thrale, que obró en calidad de copista de algunos pasajes escogidos. Sin
embargo, la principal de las deudas fue la que contrajo con mi fiel amigo, el señor
Isaac Reed, de Staple Inn, cuyo amplísimo y muy exacto conocimiento de la historia
de la literatura inglesa no expreso con la menor exageración cuando digo que es
pasmoso. Sus trabajos lo han demostrado con creces ante el mundo entero, y todos
quienes tengan el placer de haberlo tratado en persona darán testimonio de la
franqueza de sus comunicaciones en privado.
No es mi intención detenerme de manera pormenorizada en cada una de las Vidas
de los poetas, ni tampoco intentar un análisis de sus méritos; si fuera capaz de tales
empeños, demasiado espacio ocuparían en esta obra. Ahora bien, haré ciertas
observaciones al hilo de algunas de ellas, e insertaré algunas interpretaciones de
Johnson al respecto.
La «Vida de Cowley» la consideraba él mismo la mejor del conjunto, en razón de
la disertación que contiene sobre los poetas metafísicos. Dryden, cuyas facultades
críticas estaban a la altura de sus dotes poéticas, los había reseñado en una excelente
dedicatoria de su Juvenal, pero apenas hizo sino mencionarlos. Johnson da de ellos
una larga y profunda exposición, con tan felices ilustraciones tomadas de sus escritos,
y de un modo tan luminoso, que sin duda hay que reconocerle plenamente el mérito
de lo novedoso, y el habernos descubierto, por así decirlo, todo un planeta nuevo en
el firmamento de la poesía.
Johnson comenta, al considerar las obras de un poeta,[26] que «rara vez se
introducen las enmiendas sin pasar factura», aunque no me parece que esto se pueda
aplicar a la prosa.[27] Habremos de ver que si bien sus enmiendas en toda esta obra
son para mejorar el texto, no queda ni rastro de pannus assutus:[c31] la textura sigue
siendo uniforme, y es de ver que lo que había antes de su corrección rara vez es digno
de haberse conservado.
En la «Vida de Waller», Johnson ofrece una narración precisa y amena de los asuntos
públicos de aquel periodo variopinto, en la que no faltan las fuertes y sin embargo
atinadas pinceladas de carácter; como se le presenta una oportunidad justa para hacer
despliegue de sus principios políticos, lo hace con una confianza viril sin parangón, y
satisface en sus lectores con cuánta nobleza habría podido ejecutar una Historia tory
de su país.
Tan llano es el estilo de las Vidas que no recuerdo más de tres vocablos
infrecuentes o cultos; uno, cuando refiere el comienzo de la enfermedad que acabaría
con la vida de Waller, y dice que «descubrió que tenía las piernas tumefactas»;
empleando la palabra hinchadas lo habría evitado sin complicaciones, y no habría
sido impropio que formulase Waller una interesante pregunta a su médico, a saber,
«¿Qué significa esta hinchazón?». Otro, cuando señala que Pope había emitido unas
propuestas, ya que publicado o difundido se habrían entendido mejor; tercero, cuando
dice de Orrery y del doctor Delaney que son escritores sin duda fidedignos, ya que
honestos, fieles o veraces podrían haberle servido igual o mejor. Sin embargo, justo
es reconocer que ninguno de estos vocablos es duro o demasiado grande, que la
costumbre los haría parecer tan llanos como cualquier otro; que, en fin, una lengua es
más rica y más capaz de tener mayor belleza expresiva cuando cuenta con una gama
más amplia de sinónimos.
Su disertación sobre lo inapropiada que resulta la poesía para los asuntos propios
de la religión, aun cuando no estoy del todo de acuerdo con él, tiene todo el mérito de
la originalidad, y una insólita fuerza de razonamiento.
En efecto, incluso el doctor Towers, que bien puede considerarse uno de los fanáticos
más acérrimos de La sociedad de la revolución,[c33] reconoce que «Johnson ha
hablado del modo más elogioso acerca de la capacidad de tan gran poeta, y ha
otorgado a sus principales composiciones poéticas el más honroso de los encomios».
[29]
Era sin duda de esperar que un hombre que veneraba a la Iglesia y a la monarquía
tan hondamente como Johnson hablase con justo aborrecimiento de él en tanto
político, o más bien en calidad de osado adversario de la buena política, y a quienes
lo censuren yo recomendaría su comentario sobre la célebre queja que hizo Milton de
su situación, cuando en aras de la lenidad de Carlos II, «una lenidad —observa
Johnson— de la que el mundo quizá no haya tenido otro ejemplo igual, él, que había
escrito para justificar el asesinato de su soberano, quedó a salvo por una Ley de
Perdón». «En cuanto está a salvo es cuando se ve en peligro, caído en días aciagos y
en las malas lenguas, con tinieblas y peligro cercándolo por doquier.[c34] Esas
tinieblas, si hubieran recibido sus maltrechos ojos una mejor ocupación, habrían sido
merecedoras de compasión; añadir la mención del peligro es ingrato y es injusto.
Había caído, sin lugar a dudas, en días aciagos; había llegado el momento en que los
magnicidas ya no podían seguir haciendo alarde de su perversidad. Pero que Milton
se quejara de las malas lenguas exigía una impudicia al menos equiparable al resto de
sus facultades: precisamente Milton, cuyos más fervientes defensores habrán de
reconocer que nunca omitió la aspereza en el reproche, ni se abstuvo de la brutalidad
en su insolencia».
En efecto, yo a menudo me he preguntado cómo es posible que Milton, «un
republicano acerbo y recalcitrante», «un hombre que en sus relaciones domésticas fue
tan severo y tan arbitrario», y que tenía la cabeza llena de los dogmas encallecidos y
desoladores del calvinismo, llegara a ser el poeta que fue, y que no sólo escribiera de
un modo sublime, sino bellísimo también, e incluso con regocijo; que pintara con
exquisitez las más dulces sensaciones de que es capaz nuestra naturaleza; que
imaginara el delicado embeleso del amor conyugal, que incluso parezca animarse con
el espíritu del sueño. Es buena prueba de que en el entendimiento humano los
departamentos del juicio y la imaginación, la percepción y el temperamento, están a
veces divididos por muy sólidos tabiques, y que la luz y las sombras de un mismo
carácter pueden ser tan nítidas que nunca se fundan.[30]
La «Vida de Pope» la escribió Johnson con amore, en primer lugar porque este autor
lo cautivó muy temprano en su vida; pero además por el placer que sin duda tuvo que
sentir al acallar para siempre todos los intentos que se habían hecho por rebajar su
fama poética, demostrando su excelencia y pronunciando el siguiente encomio
triunfal: «Después de todo esto —dice en las últimas páginas de su “Vida”—,
seguramente será superfluo responder a la pregunta que en su día se formuló sobre si
era o no Pope poeta, si no es preguntando: si Pope no es poeta, ¿dónde se encuentra la
poesía? Circunscribir la poesía mediante una definición sólo servirá para poner de
manifiesto la estrechez de quien pretenda definirla, aunque no será fácil formular una
definición que pretenda excluir a Pope. Miremos en derredor en la época presente,
repasemos el pasado, preguntémonos a quiénes ha otorgado la voz de la humanidad el
laurel de la poesía; examínense sus producciones, atiéndanse sus pretensiones, y las
aspiraciones de Pope ya no dejarán lugar a duda ni a discusión. Si hubiese dado al
mundo solamente su versión [de la Ilíada], el título de poeta debería habérsele
otorgado; si el autor de la Ilíada hubiese de clasificar a sus sucesores, asignaría un
En la «Vida de Addison» hallamos una molesta relación del préstamo que hizo
éste a Steele por valor de cien libras,[a nota 54, Vol. IV] «que reclamó por vía de apremio
ejecutivo». En la nueva edición de la Biographia Britannica se desmiente la
autenticidad de esta anécdota. No obstante, el señor Malone ha tenido a bien
proporcionarme la siguiente nota a este respecto:
15 de marzo de 1782
Como son muchas las personas que albergan dudas sobre este punto, recurrí al doctor Johnson con la intención de
saber sobre qué autoridad basaba su afirmación. Me dijo que lo había sabido por Savage, que tuvo trato íntimo
con Steele, y que le comunicó que Steele le había contado la historia con lágrimas en los ojos.[a nota c241, Vol. IV]
Ben Victor,[c38] dijo Johnson, le había informado en idéntico sentido de esta notable transacción, diciéndole que
había tenido conocimiento por el señor Wilkes, el comediante, que también era íntimo de Steele. Algunos, en
defensa de Addison, han afirmado que «hizo este acto con la mejor voluntad de estimular a Steele y de corregirle
en su conducta manirrota, que era lo que le llevaba a verse tan necesitado». «De ser ése el caso —dijo Johnson—,
y si sólo hubiese querido alarmar a Steele, después habría devuelto el dinero a su amigo, cosa que no se presume
que hiciera». «También esto mismo —añadió— podría haberlo aplicado en su réplica un abogado en defensa de
Steele, quien habría alegado que no devolvió intencionalmente el importe de la deuda meramente por ver si
Addison llegaba a ser tan mezquino y cicatero de utilizar el proceso legal para recuperarlo. Pero tales
especulaciones no tienen fin; no es posible que nos sumerjamos en los corazones de los hombres, si bien sus actos
quedan abiertos a la observación de todos».
Le señalé entonces que había quien pensaba que era a tal extremo puro el carácter de Addison que el hecho,
aun siendo verdad, debería silenciarse. Él no veía razón de que así fuera. «Si nada debiera mostrarse, salvo la
faceta más luminosa de los personajes, deberíamos quedar abatidos, y considerar que es absolutamente imposible
imitarlos en nada —observó—. Los escritores sacros relataban por igual los actos virtuosos y viciosos de los
hombres, lo cual tenía por efecto moral el impedir que el género humano desesperase, pues de lo contrario habría
El último párrafo de esta nota es de capital importancia; por eso pido a mis lectores
que lo consideren con especial atención. En esta obra volveremos a hacer referencia a
estas palabras.[c39]
Señoría, al cual llama «el pobre Lyttelton», por haber dado su agradecimiento a los
responsables de la Critical Review, que habían «recomendado amablemente» sus
Diálogos de los muertos. Semejante «agradecimiento —dice mi amigo— nunca
podrá ser de recibo, ya que ha de pagarse en adulaciones o en justicia». A mi
entender, el hombre más recto, cuando ha sido sujeto a una falsa acusación y ha sido
declarado inocente, bien puede dedicar una reverencia a su juez. Y cuando quienes
son en gran medida los árbitros del mérito literario, pues en grado muy considerable
influyen en la opinión pública, reseñan la obra de un autor placido lumine,[c44]
cuando mucho me temo que la humanidad en general más se contenta con la
severidad, bien puede éste manifestar su agradecimiento por tan servicial cortesía.
A modo de introducción a su examen crítico del genio y los escritos de Young, hizo a
Herbert Croft, entonces abogado en ejercicio en Lincoln’s Inn, hoy clérigo, el honor
de adoptar[c45] una vida de Young escrita por este caballero, que era amigo del hijo
del poeta y estaba deseoso de vindicar su personalidad frente a ciertos comentarios
erróneos y muy perjudiciales. El escrito del señor Croft fue sujeto a revisión por parte
de Johnson, como bien se ve en esta nota escrita a John Nichols:[36]
Esta vida del doctor Young la escribió un amigo de su hijo. Las tachaduras en negro son supresiones del autor; las
que van en rojo son mías. Si encuentra algún pasaje más que bien se pueda omitir, no me penará verla más
abreviada.
nobleza, cuando le hablé del débil si bien agudo clamor de protesta, dijo así: «Señor,
considero que se me ha confiado una determinada porción de la verdad. He dado mi
opinión sinceramente; ahora, que demuestren ellos en qué creen que me equivoco».
[c51]
Mientras mi amigo es contemplado en el esplendor que se desprende de su última
obra, tal vez la más admirable de todas, quiero presentarlo en propiedad como
corresponsal nada menos que de Warren Hastings, un hombre cuya consideración
añade dignidad incluso a Johnson; un hombre cuya capacidad en múltiples terrenos
era comparable a su poder, y que quienes tienen la fortuna de haberlo conocido en la
vida privada admiran por sus conocimientos y gusto literario y aman por su candor,
su moderación y la mansedumbre de su carácter. Si fuera yo capaz de rendirle
apropiado tributo de admiración, no lo aplazaría siquiera un momento,[41] mientras no
sea posible que se me tenga por sospechoso de incurrir en adulación interesada. Pero
es de ver qué débil sería mi voz si se comparara a la de los millones de ciudadanos a
los que ha gobernado. Su condescendiente y altísima docilidad a mis solicitudes
reconozco aquí con humildad y gratitud, y si bien al publicar en este punto la carta
que me escribiera acompañando su valiosa comunicación rindo eminente honor a mi
gran amigo, no tendré de ningún modo en consideración ninguna sugerencia
envidiosa acerca de que, como en cierta medida participo del honor, tenga yo al
mismo tiempo a la vista la gratificación de mi propia vanidad.
A James Boswell
Park Lane,
2 de diciembre de 1790
Señor,
me he librado por fortuna del suspense de verme abocado a una dilatada búsqueda, a la cual, en cumplimiento de
mi promesa, había reservado esta mañana, pues he dado con el objeto de la misma entre los primeros papeles a los
que eché mano: la veneración que tengo por su gran y buen amigo el doctor Johnson, y el orgullo, o incluso un
sentimiento mejor, que me invade al poseer estos recuerdos de su buena voluntad hacia mí, me han inducido a
atarlos en un fardel que contiene otros papeles selectos, y que en su día etiqueté con los títulos que les
corresponden. Son sólo tres cartas, que son, creo, cuantas recibí del doctor Johnson. Una de ellas, escrita por
cuadruplicado y fechada de acuerdo con sus respectivos despachos, ya se ha hecho pública,[c52] aunque no porque
la haya comunicado yo. Sin embargo, se la adjunto con las demás que tengo ahora el placer de enviarle para el uso
al que, según me informó usted, desea destinarlas.
Mi promesa tenía por condición que si las cartas contuviesen cualquier cosa por la cual resultara impropio
ponerlas ante los ojos del público, usted no las utilizaría. Tendrá usted la bondad, estoy seguro, de disculparme
que recuerde este convenio, pues no quisiera yo parecer negligente ante la obligación que comporta siempre la
confidencia epistolar. Reservándome ese derecho las he vuelto a leer con escrupulosa atención, pero no veo en
P. S. En algún momento futuro, cuando ya no tenga necesidad de recurrir a estos papeles, le estaré muy agradecido
si tiene a bien devolvérmelos.
La última de las tres cartas que con tanta amabilidad fueron puestas en mis manos, y
que, como queda dicho, ya se ha publicado, corresponde a este año, pero antes
insertaré las otras dos, de acuerdo con su orden cronológico. Forman un grupo de
peso en este mi cuadro biográfico.
Al mismo
20 de diciembre de 1774
Señor,
al tener conocimiento de que al zarpar un navío existe la oportunidad de escribir a Bengala, me siento reacio a
perder mi sitio en su memoria por mi propia negligencia, por lo cual me tomo la libertad de recordarle mi
existencia enviándole un libro que aún no se ha publicado.
Últimamente he visitado una región menos recóndita y menos ilustre que la India, que me brindó sin embargo
algunas ocasiones para la especulación. Cuanto se me ha ocurrido lo he puesto en este volumen[44] que le ruego
acepte.
Los hombres que ocupan cargos como el suyo rara vez reciben regalos totalmente desinteresados; recibido
pues mi libro, permítame extenderle mi petición.
Hay, señor, en algún puesto de su gobierno un joven aventurero llamado Chauncey Lawrence, cuyo padre es
uno de mis amigos más antiguos. Tenga la bondad de mostrar a este joven cuál es la actitud adecuada, tanto
cuando se requiera restricción como cuando necesite ánimo y estímulo de su favor. Su padre es ahora presidente
del Colegio de Médicos, hombre venerable por su saber, y más venerable por su virtud.
Le deseo un próspero gobierno y un feliz regreso, así como un largo disfrute de abundancia y sosiego. Soy,
señor, su más obediente y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al mismo
9 de enero de 1781[c56]
Señor
en medio del tráfago y la trascendencia de los asuntos a que su alto cargo le compromete, me tomo la libertad de
reclamar su atención por un instante sobre la literatura, aunque no prolongaré la interrupción con una disculpa que
por su carácter considero innecesaria.
El señor Hoole, caballero desde antaño conocido y estimado en la Casa de India, luego de haber traducido a
Tasso,[c57] ha emprendido idéntica labor con Ariosto. Ya ha demostrado con holgura cuán ducho es en la tarea.
Está deseoso, señor, de contar con el favor de usted en la promoción de sus propuestas; me halaga al suponer que
mi testimonio pueda ser favorable a sus intereses.
Es una novedad que un funcionario de la Casa de India traduzca poesía; es novedad que un gobernador de
Bengala patrocine la erudición. Que encuentre él recompensa a su ingenio, y que el saber florezca bajo el manto
de su protección, es, señor, deseo de su más humilde servidor,
A James Boswell
14 de marzo de 1781
Querido señor,
tenía yo la esperanza de que se hubiera sacudido usted de encima toda esa hipocresía a cuento de sus desdichas.
¿Qué se le ha perdido a usted con la libertad y la necesidad? Mejor dicho, ¿qué se le ha perdido, si no es el
morderse la lengua a ese respecto? No dude siquiera un instante de que mucho me alegrará verle por aquí de
nuevo, pues todo en usted me inspira un gran cariño, salvo esa afectación de zozobra.
He terminado por fin mis Vidas. Y le tengo bien guardados todos los materiales, en el mayor de los
desórdenes, para que durante mucho tiempo se entretenga clasificándolos como mejor estime. Venga a verme,
querido Bozzy, y seamos tan felices como podamos. Volveremos a la Mitra, hablaremos de los viejos tiempos.
Soy, querido amigo, su afectuoso servidor,
SAM. JOHNSON
Todas las leyes se hacen en beneficio de la comunidad; lo que legalmente se haga, legalmente ha de quedar
registrado, con el fin de que se conozca cuál es el estado de las cosas, y si pruebas se precisan, de pruebas se
disponga. Por este motivo, la obligación de enmarcar y establecer un registro legal se aplica mediante penalidad
legal, que estriba en la falta de esa perfección y esa plenitud del derecho que proporciona un registro. De ello se
sigue que ésta no es una objeción meramente legal, pues la razón en la que se sustenta la ley es que sea equitativa,
de modo que se trata de una objeción no menos equitativa.
¡Pobre hombre! Se ausentó de Londres el día mismo en que se publicó su libro para
no verse abrumado por los grandes elogios que había de cosechar, y pasó una gran
vergüenza a su regreso, al comprobar qué mala acogida había tenido. Fue mala suerte
que se pusiera en circulación el mismo día que la Historia de Escocia, de Robertson.
La agricultura, en cambio, se le da muy bien».[c62] BOSWELL: «Pues si era más apto
para esas tareas que para la historia heroica, hizo bien cuando trocó la espada por la
reja del arado».
El señor Eliot hizo mención de un curioso licor que es particular de su tierra, y
que beben los pescadores de Cornualles. Lo llaman «caoba», y consta de dos partes
de ginebra y una de melaza, bien revueltas y mezcladas. Rogué que se preparase un
poco, cosa que hizo Eliot con habilidad. Me pareció un muy buen licor, y dije que era
la contrapartida del Athol Porridge de las Tierras Altas de Escocia, que es una mezcla
de whisky y miel. Dijo Johnson que «debe de ser mejor licor que el de Cornualles, ya
que ambos ingredientes son mejores». También comentó que «“caoba” debe de ser un
nombre moderno, pues aún no hace mucho que la madera de caoba era desconocida
en este país». Recordé su jerarquía para los licores: clarete para los mozos, oporto
para los hombres, brandy para los héroes. «En tal caso —dijo Burke—, a mí que me
den clarete; me encanta ser un mozo, tener la alegre despreocupación de la juventud».
JOHNSON: «También yo bebería clarete si me produjera ese efecto, pero no es así: ni
hace hombres a los mozos, ni mozos a los hombres. Se ahogará usted en clarete antes
de que le surta el menor efecto».
La muerte del señor Thrale fue una pérdida sustancial para Johnson,[c69] quien, si
bien no podía prever lo que más adelante sucedió, estaba con creces convencido de
que las comodidades que la familia Thrale le había proporcionado en gran parte
cesarían a partir de entonces, no obstante lo cual prosiguió prestando a la viuda y a
las hijas una cordial atención, en la medida en que era aceptable, y asumió con toda la
seriedad e interés que el caso merecía el cargo de ser uno de sus albaceas, la
El viernes 13 de abril, Viernes Santo, fui con él a la iglesia de St. Clemens, como era
nuestra costumbre. Allí vi otra vez a su antiguo condiscípulo, Edwards, a quien dije:
«A lo que se ve, el doctor Johnson y usted sólo se ven en la iglesia». «Es el mejor
lugar en que podemos encontrarnos, salvo en el Cielo, y espero que también allí lo
hagamos». El doctor Johnson me informó de que existía muy poco contacto entre
ellos después de que inesperadamente reanudasen su amistad. «Ahora bien —añadió
con una sonrisa—, una vez se encontró conmigo y me dijo: “Tengo entendido que ha
escrito un libro muy bonito, que llaman el Rambler”. Como no era mi deseo que se
fuera de este mundo en total ignorancia, le envié una colección completa».
Ese día lo visitó el señor Berenger,[53] y fue un grato encuentro. Hablamos de una
velada de conversación de una sociedad de la que todos éramos miembros; tendría
lugar en una casa de la ciudad, pero Johnson dijo que «no saldrá bien. Allí nunca se
sirve nada; le puedo asegurar, señor, que a nadie le agrada ir a un lugar del que saldrá
igual que llegó». En aras de discutir, me esforcé por sostener que los hombres de
sabiduría y talento pueden gozar del intercambio intelectual en sociedad
prescindiendo de la ayuda de cualquier pequeña gratificación de los sentidos.
Berenger se puso de parte de Johnson y dijo que sin éstas cualquier reunión es
aburrida e insípida. Si por él fuera, habría que disponer de toda clase de refrigerios; ni
siquiera estaría de más una fuente de carne fría y una botella de buen vino en una
mesa auxiliar. «Señor —me dijo Johnson con aire triunfal—, el señor Berenger bien
sabe cómo es el mundo. A todos nos gusta que nos sirvan toda clase de delicias sin
tomarnos la menor molestia. Una vez dije a la señora Thrale que, como prefería no
disponer en su salón de mesas para jugar a las cartas, tendría que ofrecer a sus
contertulios las mejores golosinas, y de ese modo asegurarse la presencia de las
visitas». Estuve de acuerdo en esto con mi ilustre amigo, pues ha complacido a Dios
que sea el hombre un animal compuesto, y allí donde nada hay que agasajar al cuerpo
puede languidecer el espíritu.
El domingo 15 de abril, Domingo de Resurrección, tras solemne adoración en la
iglesia de St. Paul, lo encontré solo; acudió a visitarlo el doctor Scott, de los
comunes. Comentó que, según se había dicho, Addison escribió algunos de sus
mejores trabajos para el Spectator cuando estaba caldeado por el vino. El doctor
Todos estábamos de buen humor. Susurré a la señora Boscawen: «Creo que esto es
todo cuanto puede extraerse de la vida misma». Además de una comida espléndida,
se nos obsequió con cerveza de Lichfield, lo cual tuvo un peculiar valor añadido. Sir
A la señora Strahan
23 de abril de 1781
Querida señora,
la pena que me embarga por la pérdida de un buen amigo me basta para saber cuánto sufre usted por la pérdida de
hijo tan excelente, un hombre tan bondadoso que bien puede decirse que ninguno de sus conocidos deja de
llorarle. Me veo como un hombre al qué acaban de arrebatar a un amigo, a otro amigo.
Consuelo, mi querida señora, de buena gana le daría si pudiera, pero bien sé que poco nos alivian los
consuelos al uso. Permítame sin embargo aconsejarle que no malgaste su aliento en un pesar que a nadie
aprovecha. Váyase a Bath, repose, esfuércese por prolongar su propia vida. A la postre, cuando hayamos hecho
todo cuanto podamos, un amigo debe al tiempo quedarse sin el otro. Soy, mi querida señora, su más humilde
servidor,
SAM. JOHNSON
Nos hizo una entretenida descripción de Bet Flint,[c84] una mujer de la ciudad que,
con algunas dotes de excéntrica y con una audacia a raudales, se empeñó en
conocerlo. «Bet —dijo— había escrito su propia vida en verso,[59] y me la trajo con
el fin de que le antepusiera yo un prefacio —rió—. Acostumbraba yo a decir de ella
que era por lo común bastante casquivana y borrachina, y no pocas veces puta y
ladrona. Tenía, sin embargo, cómodas habitaciones por horas, y una espineta que
tocaba, y un niño que caminaba delante de su silla. La pobre Bet fue acusada de robar
un cubrecama y juzgada en el Old Bailey. El juez de turno, que se encariñaba con
cualquier mujerzuela, hizo un resumen favorable y fue absuelta.[c85] Tras todo lo cual,
Bet al verse absuelta, con aire de gran satisfacción, dijo: “Ahora que está claro que el
cubrecama es mío, me haré con él unas enaguas”».
Hablando de oratoria, Wilkes la pintó como algo en lo cual concurrían todos los
encantos de la expresión poética. JOHNSON: «Nada de eso. La oratoria es el poder de
derribar los argumentos del adversario y de poner otros en su lugar». WILKES: «Pero
¿no excita eso las pasiones?». JOHNSON: «Muy débil ha de ser quien se excite de esa
forma». WILKES (nombrando a un orador famoso): «En medio de la deslumbrante
brillantez de la imaginación de ——[c86] y de la exuberancia de su ingenio, se le nota
una extraña falta de gusto. De la Venus de Apeles[60] se dijo que sus carnes parecían
como si se hubiera nutrido de rosas; la oratoria de quien esto señaló nos haría
sospechar que come patatas y bebe whisky».
Wilkes comentó cuán aferrados estamos a las formas en este país, y puso como
ejemplo la votación de la Cámara de los Comunes para remitir los dineros para el
pago de las soldadas en América en piezas portuguesas,[c87] cuando en realidad el
envío no se efectúa en moneda portuguesa, sino en nuestra divisa. JOHNSON: «¿No hay
una ley, señor, que prohíbe exportar la moneda de curso legal fuera del reino?».
Tenga siempre en alta estima, señor, toda amabilidad espontánea. Quien tenga la
natural inclinación de cultivar su amistad de propio acuerdo, le querrá más que
cualquiera por cuyo aprecio se haya desvivido usted».
Johnson me manifestó que una vez se sintió muy complacido de que un carpintero
que vivía cerca de su casa estuviera dispuesto a mostrarle algunas cosas de su oficio
que él estaba deseoso de conocer. «Fue —dijo— rendir honores a la literatura».
Quise saber si no estaba insatisfecho por poseer tan pequeña parte de riqueza y
por carecer de las distinciones de Estado que son objeto de la ambición de tantos. Él
gozaba exclusivamente de una pensión de trescientas libras al año. ¿Por qué no se
hallaba en circunstancias tales que le permitieran el disfrute de un coche propio? ¿Por
qué no ostentaba algún cargo de importancia? JOHNSON: «Nunca me he quejado de
cómo me trata el mundo, ni creo que tenga razones para la queja. Más bien he de
asombrarme de todo lo que tengo. Mi pensión es más sustanciosa que la habitual, al
menos en los casos que conozco. Aquí tiene usted, señor, a un hombre que
declaradamente no fue amigo del gobierno en aquel entonces, y que recibió sin
embargo una pensión que no había solicitado. Nunca he cortejado a los grandes: son
ellos quienes me han buscado; creo que ahora me abandonan. Están satisfechos, han
disfrutado de mí más que suficiente». Al observar yo que me resultaba difícil de
creer, toda vez que ellos sin duda tenían que seguir estando complacidos de su
conversación, muy consciente de su propia superioridad, repuso: «De ninguna
manera. A los grandes señores y a las grandes damas no les agrada callarse la boca».
Me pareció esta observación muy expresiva del efecto que la fuerza de su
entendimiento y la brillantez de su imaginación producían de necesidad. Sin duda
alguna, estos nobles tenían que sentirse extrañamente disminuidos en su presencia.
Cuando declaré calurosamente lo feliz que me sentía yo siempre que le escuchaba
con atención, replicó: «Sí, señor, pero si usted fuera lord canciller, no sería de ese
modo; entonces tendría usted en cuenta su propia estima de alto dignatario».
DE TORIES Y WHIGS
Tengo para mí que un tory sensato y un whig sensato estarán de acuerdo. Sus principios son idénticos, aunque
difieran sus maneras de pensar. Un tory recalcitrante hace del gobierno algo ininteligible, pues se pierde en las
nubes; un whig virulento lo torna impracticable, pues tan dispuesto está a conceder tantas libertades a todos los
ciudadanos que no habrá poder suficiente que gobierne a ninguno. El prejuicio del tory lo torna favorable a lo
establecido; el prejuicio del whig lo predispone a la innovación. Un tory no desea otorgar más poder efectivo al
gobierno, sino que desea que el gobierno goce de mayor respeto. Por otra parte, divergen en lo que a la Iglesia se
refiere; el tory no está por otorgar mayores poderes al clero, sino que aspira a que goce de mayor influencia
basándose en la opinión de la humanidad. El whig en cambio está a favor de limitarlo y vigilarlo con celo atento.
Al señor Perkins
2 de junio de 1781
Señor,
pese a ser grande la frecuencia con que le he visto, he olvidado hasta ahora la nota, pero ahora por fin se la envío
con mis mejores deseos para el futuro de usted y de su socio,[68] del cual, a tenor de nuestra breve conversación,
tengo un juicio que no puede ser sino favorable.
Soy, señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Con respecto al pecado original, la indagación no es necesaria, ya que sea cual fuere la causa de la corrupción
humana, los hombres son evidentemente y de un modo confeso tan corruptos que todas las leyes del Cielo y de la
Tierra son insuficientes para apartarlos de la comisión de toda clase de delitos y pecados.
Al margen de la dificultad que pueda presentar la concepción de los castigos vicarios, se trata de una opinión
que ha estado en poder de la humanidad en todas las épocas de la historia. No hay una sola nación que no haya
recurrido a la práctica de sacrificios. Quien quiera que, por lo tanto, niegue las propiedades de los castigos
vicarios, defiende una opinión que los sentimientos y la práctica de la humanidad toda vienen a contradecir desde
que el mundo es mundo. El gran sacrificio por los pecados de la humanidad es el ofrecido en la muerte del
Mesías, a quien se llama en las Escrituras «el cordero de Dios», y se le pide que «quite los pecados del mundo».
[c102] Para juzgar si es razonable el plan de la redención divina, preciso es considerar que es necesario en el
gobierno del mundo que Dios dé a conocer su perpetuo e irreconciliable aborrecimiento del mal moral. En su
mano estaría castigar, y castigar sólo a quienes ofenden, pero como la finalidad del castigo no es la venganza de
los crímenes, sino la propagación de la virtud, fue más apropiado a la clemencia divina hallar otro modo de
proceder, menos destructivo para el hombre, y cuando menos igual de poderoso en la promoción de la bondad. La
finalidad del castigo es reclamar y advertir. Que el castigo sea a la vez reclamación y advertencia muestra de un
modo evidente el aborrecimiento del pecado por parte de Dios, con el fin de que alejemos el pecado de nosotros, o
bien con el fin de inculcar en nosotros el temor a la venganza cuando lo hayamos cometido. Esto se efectúa por
medio del castigo vicario. Nada podría atestiguar mejor la oposición que se da entre la naturaleza de Dios y el mal
moral, y nada podría implicar un despliegue tan amplio de su justicia con los hombres y los ángeles, con todos los
órdenes y sucesiones del ser, como el hecho de que fuera necesario para la naturaleza más elevada y más pura, la
Divinidad misma, aplacar las exigencias de venganza por medio de una muerte dolorosa, efecto natural de la cual
emana que, una vez aplacada la justicia, existe un lugar idóneo para el ejercicio de la misericordia, y tal
propiciación valdrá para paliar en cierta medida las imperfecciones de nuestra obediencia y la ineficacia de
nuestro arrepentimiento, ya que la obediencia y el arrepentimiento, tales como podamos cumplir, siguen siendo
necesarios. Nuestro Salvador nos ha dicho que no vino a destruir la ley, sino a cumplirla; a cumplir la ley típica
mediante el cumplimiento de lo previsto por ese tipo de ley, y a cumplir la ley moral, mediante preceptos de
mayor pureza y de más elevada exaltación.
En este punto dijo: «Dios le bendiga con ello». Me mostré sumamente agradecido,
pero le rogué que siguiera con su perorata, ya que era la propiciación el objeto
principal de nuestra sagrada fe. Me dictó entonces este otro párrafo:
Nos informa un corresponsal de que «La sociedad de adoración de los Caldeos, Caddies o Recaderos a la Carrera»
de esta ciudad,[c105] ha resuelto, en loable y natural imitación del éxito singular logrado por sus conciudadanos,
miembros de una sociedad no menos respetable, solicitar una carta en la que se estatuyan sus privilegios, en
particular el privilegio exclusivo de «procurar», en el sentido más amplio de la palabra, los servicios que son
exclusivos de los cocheros, recaderos, correos, mensajeros y otros rangos inferiores de su gremio, con la lógica
excepción de los que prestan sus congéneres los R-A-ES S-L-C-T-N-ES, por otro nombre P-OC-R-D-RES, ante los
tribunales inferiores de esta ciudad.
En caso de que dicha sociedad de adoración se saliera con la suya, está resuelta, por si fuera poco, a no darse
Toda lesión se produce contra la persona, la fortuna o la fama. Es cosa cierta, y es proverbialmente sabida, que
una broma no rompe huesos. Nadie, en toda la profesión, ha dejado de ganar ni media corona desde que se publicó
ese malévolo párrafo; en cuanto a su reputación, ¿qué es la reputación, salvo un instrumento para ganar dinero?
Si, por lo tanto, no han perdido dinero, la cuestión de la reputación se puede responder acudiendo a un antiguo
precepto, a saber, De minimis non curat Prætor.
Que hubiera o no animus injuriandi es algo que no vale la pena inquirir, si ninguna injuria es demostrable.
Ahora bien, la verdad del caso es que no hubo animus injuriandi. Hubo a lo sumo animus irritandi,[73] lo cual,
cuando se ejerce sobre un genus irritabile, produce un resentimiento de violencia inesperada. Su irritabilidad
provino de la opinión en que tienen su propia importancia, y su deleite de su propia exaltación posterior. Lo que
podría haber resuelto un procurator no podría resolverlo un solicitor. Sus Señorías bien saben que honores mutant
mores. Títulos y dignidades tienen un gran peso en la imaginación de los individuos. Así como un loco tiende a
considerarse de pronto un hombre grande, quien de pronto es grande bien puede tender a pedir algo en préstamo
del loco. Cooperar con su resentimiento equivaldría a reforzar su frenesí. Y tampoco es posible adivinar a qué
podrían llegar caso de que el nuevo título de solicitor se añadiera al júbilo del triunfo.
Consideramos a Sus Señorías protectores de nuestros derechos y guardianes de nuestras virtudes; asimismo,
creemos que no se incluye en su distinguidísimo cometido adular nuestros vicios ni dar solaz a nuestra vanidad, y
como la vanidad dicta sólo esta demanda, es de rigor humildemente desear que Sus Señorías la desestimen.
Si todo intento, por liviano o ridículo, que se llevara a efecto con tal de menoscabar la reputación de otro ha de
ser castigado por sentencia judicial, ¿qué castigo será suficientemente severo para quien intente menoscabar la
reputación del Tribunal Supremo de Justicia al reclamar que se revise la sentencia de una causa ya dictaminada sin
que haya cambiado el estado de la cuestión? ¿No entraña ello la esperanza de que los jueces cambien de parecer?
¿No son la incertidumbre y la inconstancia sumamente perjudiciales a la reputación del Tribunal? ¿No presupone
todo ello que la sentencia previa fue temeraria y negligente? ¿No menoscaba la confianza del público? ¿No se dirá
acaso que jus est aut incognitum, aut vagum? ¿No será consecuencia de todo ello que misera est servitus? ¿No
resultarán oscurecidas las normas que rigen los dictámenes? Quien a día de hoy sabe que ha obrado mal, ¿no
tendrá la esperanza de que los tribunales de justicia le den mañana la razón en su obrar? A buen seguro, Señorías,
todos éstos son intentos de tendencia peligrosa y lesiva, que los solicitor, hombres versados en las leyes, tendrían
que haber previsto y evitado. Era natural que un impresor ignorante apelase a la autoridad ordinaria; ahora bien,
no lo es que los propios abogados, descendientes de abogados, que han practicado la ley desde hace trescientos
años y que ahora se ven enaltecidos a una denominación de mayor altura, desconozcan la debida reverencia a una
determinación judicial; no lo es, desde luego, que una vez descartada su demanda, den ahora en guardar silencio.
Vergüenza me da reseñar que el tribunal, con una pluralidad de voces, y sin disponer
de una sola circunstancia adicional, recurrió la sentencia emitida en principio, tomó
en serio esta broma tan estúpida como insensata y emplazó al señor Robertson a que
pagase a la sociedad cinco libras (esterlinas), así como los costes del litigio. La
decisión sin duda parecerá extraña a los abogados de Inglaterra.
El martes 5 de junio Johnson tenía previsto regresar a Londres. Estuvo muy
agradable de trato durante el desayuno; comenté que un amigo mío[c107] había
A Bennett Langton
Bolt Court,
6 de junio de 1781
Querido señor,
no será preciso que le diga cuán gratas me han resultado sus noticias y la invitación a su nueva casa, y menos
tratándose de usted, que considera nuestra amistad algo no sólo forjado por libre elección, sino madurado también
por el tiempo. Nos frecuentamos ya desde hace tanto que tenemos muchas imágenes en común, y por tanto
disponemos de una fuente de conversación que ni la cultura ni el ingenio podrán proporcionarnos.
Se han publicado mis Vidas, y si me indica a dónde desea que se las envíe, me ocuparé de que no le falten.
Quizá se alegre de saber que la señora Thrale se ha desembarazado de su fábrica de cerveza, y que el
comprador pagó de buena gana 135 000 libras. ¿Y dicen que la nación está arruinada?
Le ruego presente mis respetos a lady Rothes y me recuerde al resto de la familia, en especial a la pequeña
señorita Jane. Su afectuoso y humilde servidor,
La caridad de Johnson para con los pobres era constante y amplia por su propia
inclinación y por principio. No sólo era generoso con su propia bolsa, sino que
también, lo cual es más difícil y más raro, pedía a otros cuando la ocasión lo
aconsejaba. El señor Philip Metcalfe me dice que cuando Johnson le pedía para otras
personas en desgracia o en apuros y el señor Metcalfe le ofrecía lo que él consideraba
un exceso, Johnson insistía en tomar menos, diciendo: «No, señor; no se les debe
malcriar con demasiados mimos».
Estoy en deuda con el señor Malone, uno de los albaceas testamentarios de sir
Joshua Reynolds, por la siguiente nota, que se encontró tras su muerte entre sus
papeles, y que, es de suponer, su auténtica modestia le impidió poner en mis manos,
como sí hizo en el caso de las demás cartas. Por mínima que en sí misma sea, como
honra por igual al ilustre pintor y al hombre de talante amistoso, me alegro de
reproducirla aquí.
SAM. JOHNSON[74]
La siguiente y curiosa anécdota la inserto con las propias palabras del doctor Burney.
Cuán venerable y piadoso resulta en esos momentos de soledad y con cuánto brío
toma sus resoluciones para progresar en el saber; incluso en literatura elegante, y a
edad muy avanzada, cuando le aquejaban muchas dolencias.
En otoño visitó Oxford, Birmingham, Lichfield y Ashbourne, de todo lo cual
podría darse razón al estilo conjetural y sin embargo positivo de tantos autores a los
que llena de orgullo dar explicación de cada suceso que relatan. Él, en cambio, dice
lo siguiente: «Los motivos de mi viaje a duras penas los conozco; lo omití el año
A James Boswell
15 de enero de 1782
Querido señor,
me siento a responder su carta el día mismo en que la he recibido, y me alegra que mi primera carta del año sea
para usted. Nadie tendría que estar en paz consigo mismo mientras sepa que está en un error, y no me doy yo por
satisfecho con mi prolongado silencio. La carta relacionada con el señor Sinclair, sin embargo, nunca me llegó.
Mi salud se ha resentido y se tambalea este último año, por lo que no puedo dar muy laudable cuenta de mi
tiempo. Siempre ando a cuestas con la esperanza de hacer las cosas mejor que hasta la fecha.
Mi viaje a Ashbourne y al condado de Stafford no fue placentero, pues ¿qué gusto puede hallar un enfermo en
visitar a los enfermos? ¿Disfrutaremos alguna otra vez de nuevas aventuras, retozando como en nuestro viaje a las
Hébridas?
Espero y deseo que mi querida señora Boswell pueda superar sus dolencias; si la perdiera, perdería usted su
ancla y, sin estabilidad, le zarandearían hasta volcarle las olas de la vida.[77] Les deseo tanto a ella como a usted
muchos años y muy felices.
Durante estos últimos meses he vivido tan retirado del mundo que no puedo darle noticia de ningún particular.
Todos sus amigos, sin embargo, están bien y se alegrarán de verle de regreso en Londres.
Soy, querido señor, su más afectuoso amigo,
SAM. JOHNSON
En una época en la que ya no le resultaba tan fácil como antaño encajar un duro
golpe, se vio bruscamente privado del señor Levett, acontecimiento que de este modo
comunicó al doctor Lawrence:
17 de enero de 1782
Señor,
nuestro viejo amigo el señor Levett, que ayer se hallaba de un ánimo boyante, ha muerto esta mañana. El hombre
que dormía en la misma habitación oyó un ruido inusual, se levantó e intentó hacerle hablar, pero sin conseguirlo.
Llamó entonces al señor Holder, el boticario, quien, si bien lo creyó muerto nada más llegar, le abrió una vena de
la que no manó sangre. Así ha concluido la vida de un hombre muy servicial y de conducta irreprochable. Soy,
señor, su más humilde servidor,
Era tal el afecto que tenía Johnson por Levett[78] que quiso honrar su memoria con
unos versos impregnados de patetismo:
En uno de los apuntes que tomó Johnson este año aparece el siguiente y curioso
pasaje: «20 de marzo. Se ha disuelto el gobierno. Recé con Francis y di gracias».[81]
Ha sido motivo de discusión si no se comentarán aquí dos particulares distintos. ¿O
hemos de entender que da gracias a raíz de la disolución del gobierno? En defensa de
esta última conjetura cabe aducir la despectiva opinión que tenía de este gobierno, tal
como a menudo se habrá visto en el transcurso de esta obra, lo cual halla sólida
confirmación en lo que al respecto dijo al señor Seward: «Me alegro de que el
gobierno haya sido removido. Nunca hubo mayor hatajo de imbéciles que deshonrase
así a una nación.[c109] Si enviaban a un mensajero a la City a prender a un impresor,
era el mensajero el que resultaba prendido en vez del impresor, y era después
condenado por el regidor de turno.[c110] Si mandaban un contingente de tropas en
alivio de otro, el primero era derrotado y apresado antes de que llegara el segundo.
No diré yo que lo que hacían fuera siempre un error, pero sí aseguro que se hacía en
el momento más inoportuno».
A la señora Strahan
4 de febrero de 1782
Querida señora,
la señora Williams me mostró su amable carta. Este habitáculo es ahora un lugar donde reina la melancolía,
nublado por las tinieblas de la enfermedad y la muerte. De los cuatro residentes fijos, uno nos ha sido de súbito
arrancado; a dos los oprime una enfermedad muy grave y peligrosa; yo ayer, con una tercera sangría, quise
aliviarme un poco de un trastorno que lleva algún tiempo asediándome, y hoy creo que estoy mucho mejor.
Me alegra, mi querida señora, que se haya repuesto usted lo suficiente para ir a Bath. Permítame encarecerle
una vez más que se quede no sólo hasta que recobre la buena salud, sino incluso hasta que se confirme su pleno
restablecimiento. Tiene usted la fortuna de que no haya gasto moderado que requiera sus atenciones, y tiene un
marido, que, a mi entender, no repara en gastos y hace bien. Quédese por tanto hasta estar bien del todo. Yo por mi
parte me encuentro muy abandonado, pero de nada sirven las quejas. Espero que Dios la bendiga. Y ojalá formule
usted el mismo deseo por mí. Soy, querida señora, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A Edmond Malone
27 de febrero de 1782
Señor,
muchas semanas he pasado tan impedido que sólo he tomado un coche para ir a casa de la señora Thrale, donde
puedo disponer de toda la libertad que la enfermedad exige. Por consiguiente, no se tome a mal que no esté con
usted y el señor Farmer. Espero en lo sucesivo verle con frecuencia. Soy, señor, su humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al mismo
2 de marzo de 1782
Estas breves misivas demuestran el respeto en que tenía el doctor Johnson al señor
Malone, a quien cuanto mejor se conoce más se valora y aprecia. Es muy de lamentar
que Johnson se viera impedido de compartir la elegante hospitalidad que se brinda a
la mesa de ese caballero, en la que todos los sentidos habrían tenido plena
gratificación. El señor Malone, quien le ha sucedido con plena competencia en
calidad de editor de Shakespeare, ha hecho en su prefacio grande y justo honor a la
memoria de Johnson.
A Lucy Porter
2 de marzo de 1782
Querida señora,
me marché de Lichfield estando enfermo, y he pasado una racha molesta con mi respiración; durante algunas
semanas me ha agobiado un resfriado cuya violencia no logré aplacar hasta que no me sangraron por tercera vez.
Sin embargo, no he estado tan mal que no me haya sido posible escribirle, razón por la cual le pido disculpas por
mi negligencia.
En mi casa habita la melancolía: Williams, Desmoulins y yo estamos enfermos; Frank no se encuentra bien del
todo; el pobre Levett murió en su cama el otro día, de un síncope repentino. Supongo que ni un minuto pasó entre
la salud y la muerte, que así de inciertas son las cosas de los hombres.
Tal es la apariencia que presenta el mundo a mi alrededor; espero que lo que le rodea le procure más consuelo
y entretenimiento. Pase lo que haya de pasarnos, aunque de sabios es la seriedad, es inútil y es absurdo y es tal vez
pecaminoso regodearse en las penas. Vivamos, por tanto, tan libres de toda cuita como podamos, aun cuando la
pérdida de los amigos sea difícil de sobrellevar: el pobre Levett fue mi fiel amigo durante treinta años.
Perdóneme, querida mía, por no haberle escrito antes; espero poner remedio a éste y a mis otros defectos.
Téngame presente en sus oraciones.
Dé recuerdos de mi parte a la señora Cobb, a la señorita Addeley y al señor Pearson, y a todos mis amigos.
Soy, querida mía, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A la misma
Bolt Court, Fleet Street,
19 de marzo de 1782
Querida señora,
mi última carta fue muy aburrida, y no sé yo si ésta será mucho más alegre; estoy sin embargo deseoso de
escribirle, pues está usted ansiosa por saber de mí.
Mi trastorno entra ya en su novena semana, pues aún no lo puedo dar por terminado. El jueves pasado me
hicieron una sangría por cuarta vez, y desde entonces me he encontrado muy aliviado, aunque sigo sensible y
dolorido a la primera de cambio, de modo que desde que nos despedimos he disfrutado de muy poco solaz, si bien
espero con la primavera reponerme del todo, y que llegue el verano y vuelva a ver Lichfield, pues no aplazaré otro
El mismo día en que escribió esta carta habla así, con sentimiento, de su respetado
amigo y médico, el doctor Lawrence:
El pobre Lawrence prácticamente no oye nada, por lo que pierdo la conversación de un culto, inteligente y
comunicativo compañero, amigo que un trato prolongado y familiar me hace muy querido. Lawrence es uno de
los mejores hombres que he conocido.[83]
Tenía el doctor Johnson la costumbre, cuando escribía al doctor Lawrence por algo
relacionado con su salud, de recurrir al latín. La señorita Lawrence me ha obsequiado
una de estas notas a manera de muestra:
T. LAURENTIO. Medico
Novum frigus, nova tussis, nova spirandi difficultas, novam sanguinis missionem suadent, quam tamen te
inconsulto nolim fieri. Ad te venire vix possum, nec est cur ad me venias. Licere vel non licere uno verbo
dicendum est; cætera mihi et Holdero[84] reliqueris. Si per te licet, imperatur[c111] nuncio Holderum ad me
deducere. Maiis Calendis, 1782.
Postquam tu discesseris, quo me vertam?[85]
Al mismo
[sin fecha, aunque presumiblemente
de esta misma época][c113]
Querido señor,
que usted y mi querida señora Carless hayan tenido curiosidad y se hayan interesado por mi salud me produce ese
placer que siente todo hombre al saber que no se le ha olvidado. Con la vejez sentimos de nuevo ese amor por
nuestro lugar natal y nuestros amigos de juventud, que con el ajetreo, los afanes y el entretenimiento de la edad
madura queda arrinconado y en suspenso. Usted y yo deberíamos ahora de manera muy natural buscarnos el uno
al otro: hemos sobrevivido a la mayoría de los que pretendían rivalizar con nosotros en el afecto del otro. En
nuestro pasar por la vida hemos dejado atrás a nuestros compañeros, y ahora hemos de elegir a los que el azar nos
ofrezca, o bien seguir viaje solos.[c114] Usted, desde luego, tiene a una hermana con la que puede compartir el día;
a mí no me queda ningún pariente; la Providencia, sin embargo, ha querido preservarme del descuido. No he
querido yo los alivios que de las insidias de la vida nos puede dar la amistad. Mi salud, desde que cumplí veinte
A James Boswell
Londres, 28 de marzo de 1782
Querido señor,
el placer que solíamos recibir el uno del otro cada Viernes Santo y cada Domingo de Resurrección este año
habremos de contentarnos con echarlo a faltar. Recemos sin embargo el uno por el otro, esperemos vernos de vez
en cuando con recíproco deleite. Mi trastorno ha sido un resfriado que me impedía el normal funcionamiento de
los órganos de la respiración, y que me tuvo varias semanas en estado de gran desasosiego; mi repetida flebotomía
tiene ahora alivio, y luego del restablecimiento de la señora Boswell me halaga pensar que se alegrará usted del
mío.
Aún es pronto para considerar qué haremos en verano. Desea usted saber ahora lo que hará más adelante; no
creo que este momento de bullicio y confusión[89] sea propicio para darle ninguna ventaja en tal sentido. Todo
hombre ha de compensar y gratificar a quienes han contribuido a sus progresos. Venir hasta aquí con tales
esperanzas, a expensas de un dinero prestado, que según entiendo no sabe usted cómo ni a quién pedir,
difícilmente puede ser tenido por gesto de prudencia. Lamento mucho descubrir que, según dan a entender sus
solicitudes, ya ha agotado usted la totalidad de su crédito. Esto equivale a poner toda la tranquilidad de su vida en
grave riesgo. Si se le adelanta el monto de la herencia, nada podrá heredar en su día; todo cuanto reciba habrá de
servir para saldar las deudas del pasado. Debe usted encontrar un cargo remunerado, o bien consumirse en la
penuria con el nombre vano de una gran hacienda. La pobreza, mi querido amigo, es un mal tan grande, tan
preñado de tentaciones y desdichas, que no puedo sino de todo corazón encarecerle que la evite por todos los
medios. Viva con lo que tiene; viva, si puede, con menos; no se endeude por vanidad ni por placer; la vanidad
terminará en vergüenza, y el placer será pesar. Quédese en casa hasta que haya ahorrado el dinero necesario para
viajar hasta aquí.
Las bellezas de Johnson, tengo entendido, han dado algún dinero a su compilador; si tienen Las deformidades
el mismo éxito, seré un benefactor tanto más generoso.
Presente mis respetos a la señora Boswell, quien espero se haya reconciliado conmigo, y a los jóvenes a los
que jamás he ofendido.
Nunca me dijo nada del éxito de su litigio contra los solicitantes.
Soy, querido señor, su más afectuoso amigo,
SAM. JOHNSON
A pesar de los muchos contratiempos y dolencias[c115] del cuerpo y del espíritu que
pasó este año, la siguiente correspondencia es buena prueba no sólo de su
benevolencia y su consciente presteza para librar a un hombre del error, sino que, al
Esta carta, como es de suponer, surtió pleno efecto, y el presbítero contestó con
gratitud en términos píos.[91]
Las cartas que siguen no requieren por mi parte extractos que las introduzcan.
A James Boswell
Londres, 3 de junio de 1782
Querido señor,
la franqueza, la seriedad y la ternura de su carta son tales que mucho dudo que pueda mostrarle más respeto del
Al señor Perkins
28 de julio de 1782
Querido señor,
mucho me complace que vaya a emprender un largo viaje, que con la conducta apropiada sin duda le servirá para
el restablecimiento de su salud y para prolongar su vida.
Observe estas reglas:
1. Expulse de su ánimo todas las cuitas en cuanto monte en el coche que haya de llevarlo.
2. No repare en la frugalidad, que su salud vale más de lo que pueda costarle.
3. No prosiga viaje un solo día si corre riesgo de fatigarse.
4. Tómese de vez en cuando un día de reposo.
5. Pésquese un buen mareo en alta mar, si es que puede.
6. Aparte toda ansiedad de sí, sosiegue su ánimo en lo posible.
Este último consejo es el principal; con el ánimo intranquilo, ni el ejercicio, ni la dieta, ni un médico le
servirán de gran cosa.
Le deseo, querido señor, un próspero viaje y un feliz restablecimiento.
Soy, querido señor, su más afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
24 de agosto de 1782
Querido señor,
al no tener todavía la certeza de hacer este otoño alguna visita al campo, no contesté de inmediato a su amable
carta. No tengo previsiones de viajar, pero si su deseo es que nos veamos en Ashbourne, creo que podré
desplazarme; si prefiere usted venir a Londres, puedo alojarme en Streatham. Elija usted.
Este año ha sido muy fatigoso. De mediados de enero a mediados de junio estuve baqueteado por trastornos y
A James Boswell
Londres, 7 de septiembre de 1782
Querido señor,
a lo largo de todo el año me he debatido con tantas enfermedades corporales y con una tan fuerte impresión sobre
la fragilidad de la vida, que la muerte, cada vez que se presenta, me embarga de melancolía, y no soy capaz de
recibir sin emocionarme la noticia de que alguien a quien he conocido ha pasado a mejor vida.
La muerte de su señor padre vino rodeada de todas las circunstancias que mejor podrían capacitarle a usted
para sobrellevarla: sobrevino en la edad madura, y era de esperar; como su vida fue en general un dechado de
piedad, sus pensamientos con toda seguridad estaban concentrados en la eternidad ya desde hace años. Que no lo
hallara bien predispuesto hacia usted sin duda ha de apenarle; la disposición que tuvo para con usted fue la de un
padre amable, aunque no afectuoso. La amabilidad es algo que está en nuestra mano, al menos si se trata de
mostrarla; no así el cariño, y si ya por negligencia, ya por imprudencia, agotó usted su afecto, nada podría haberlo
reavivado. Nada quedaba entre ustedes, así pues, salvo el mutuo perdón por los defectos ajenos y el mutuo deseo
de su recíproca felicidad.
Mucho me gustaría conocer la disposición final de su fortuna.[c118]
Ahora, querido señor, ocupa usted una nueva posición, y tiene por tanto nuevas cuitas, nuevas dedicaciones.
La vida, como parece decir Cowley, tendría que parecerse a un poema bien ordenado, de lo cual una regla recibida
y en general aceptada es que el exordio sea simple y no prometa demasiado. Dé comienzo a su nueva vida con el
menor alarde y el menor gasto que pueda; podrá a su gusto incrementarlos cuando deba, pero no podrá
disminuirlos fácilmente. No considere su hacienda propiedad suya mientras alguien pueda reclamarle un dinero
que no esté en su mano pagar. Comience por tanto con frugalidad medrosa. Sea su primordial meta no incurrir en
deudas con nadie.
Cuando se extienden los pensamientos hacia la otra vida, la vida presente apenas parece merecedora de todos
esos principios de conducta y de las máximas de la prudencia que una generación ha transmitido a la siguiente,
pero si se observa más a fondo, cuando se percibe cuántos males se producen y cuántos bienes se escatiman con
azoramiento e inquietud, y qué poco margen dejan los expedientes de la pobreza al ejercicio de la virtud, es cada
vez más manifiesto que la ilimitada importancia de la vida en el más allá forzosamente carga las tintas en los
intereses de ésta.
Sea afectuoso con los viejos criados, y asegúrese de contar con la amabilidad de los agentes y factores de la
finca; no les contraríe con aspereza, ni con una alegría impropia, ni con suspicacia aparente. De ellos ha de
aprender usted cuál es el verdadero estado de sus asuntos, el carácter de sus arrendatarios, el valor de sus tierras.
Presente mis respetos a la señora Boswell; creo que las expectativas que ha puesto en el aire puro y el ejercicio
son las mejores que se pueden tener. Espero y deseo que tenga una vida prolongada y feliz.
Olvido si le dije que Rasay[c119] ha estado aquí; almorzamos juntos amigablemente. Hace poco recibí a un
joven caballero de Corriachatadin.[c120]
Recibí las cartas de usted esta misma mañana. Soy, querido señor, suyo afectuosamente, etc.,
A James Boswell
Londres, 7 de diciembre de 1782
Querido señor,
luego de haber pasado casi todo este año sumido en una serie de trastornos y dolencias sin respiro, fui en octubre a
Brighthelmstone, adonde llegué en tal estado de debilidad que tuve que detenerme a descansar cuatro veces al
caminar entre la taberna y la posada. Con la medicina y la abstinencia me he puesto mejor y ahora estoy
razonablemente bien, aunque todavía disto mucho de haber recuperado la salud. Mucho me temo, sin embargo,
que pasados los setenta, y aún mucho antes, la salud comienza a revestirse de un significado bien distinto del que
tenía a los treinta. Pero es irresponsable murmurar y más aún despotricar del orden establecido de la creación
tanto como vano es oponérsele. Quien vive ha de envejecer, y quien prefiere envejecer antes que morir ha de dar
gracias a Dios por los achaques propios de la edad.
De su largo silencio estoy bastante enojado. Ahora que es cabeza de familia, ¿no le parece que no vale la pena
poner a prueba si usted o su amigo pueden aguantar más sin escribir?, ¿o sospecha al cabo de tantos años de
amistad que cuando no le escribo le olvido? Quítese de la cabeza todos esos celos que de nada sirven, no intente
regular su práctica según sea la práctica ajena, prescinda de todo principio que no obedezca al deseo de hacer el
bien.
Su economía, supongo, habrá empezado a asentarse; sus gastos se habrán ajustado a sus ingresos, todos los
que de usted dependen estarán en el lugar que les corresponde. Resuelva a toda costa no caer en la pobreza; tenga
lo que tenga, reduzca sus gastos. La pobreza es gran enemiga de la felicidad humana; ciertamente destruye la
libertad, y hace que ciertas virtudes sean impracticables, y otras sumamente difíciles.
La muerte del señor Thrale había dado lugar a una transformación sustancial en la
acogida que en su casa se dispensaba a Johnson. La autoridad del esposo ya no estaba
vigente a la hora de refrenar la vivaz exuberancia de su señora, y como la vanidad de
ésta se hallaba con creces satisfecha luego de haber contado durante tantos años con
la amistad rendida del Coloso de la Literatura, gradualmente le fue regateando sus
atenciones, hasta entonces asiduas. No sabría yo precisar si su afecto por el doctor
Johnson estaba ya entonces dividido con otro objeto, pero resulta evidente que el
doctor, con su habitual perspicacia, se percató del desvío o de la forzada atención que
le dedicaba la dama, pues el 6 de octubre de este año lo hallamos haciendo «último
uso de la biblioteca» de Streatham y pronunciando una plegaria que compuso al
despedirse de la familia del señor Thrale.[94]
Dios Todopoderoso, Padre de toda misericordia, auxíliame con Tu gracia para que me sea dado con humilde y
sincera gratitud recordar los consuelos y comodidades que he disfrutado en este lugar, y dejarlos en sagrada
sumisión, confiando por igual en tu protección cuando das que cuando quitas. Ten piedad de mí, oh, Señor; ten
piedad de mí.
A Tu paternal protección, Señor, encomiendo esta familia. Bendice, guía y defiende a todos ellos, para que les
sea dado pasar así por este mundo y gozar a la postre, en Tu presencia, de la felicidad eterna, por amor a Nuestro
Señor Jesucristo. Amén.
No es posible leer esta plegaria sin sentir ciertas emociones no muy favorables por
cierto para la dama cuya conducta la suscitó.[c121]
En una de sus agendas de bolsillo encuentro lo siguiente: «Domingo. Fui a la
Me deleita el relato de su actividad en Auchinleck; ojalá el anciano caballero a quien ha tenido usted la bondad de
acoger viva mucho y promueva la prosperidad de usted por medio de sus oraciones. Tiene ahora un nuevo carácter
y nuevos deberes: medítelos y cúmplalos.
Haga una estimación imparcial de sus ingresos y, sea la que fuere, viva con menos. Resuelva no ser pobre
jamás. La frugalidad no sólo está en la base de la tranquilidad, sino también de la beneficencia. Nadie puede
ayudar a los demás si necesita ayuda. Ha de tener lo suficiente antes de poder compartir.
Me alegra saber que la señora Boswell mejora; espero que para tenerla bien no ahorre en precauciones ni en
atenciones. Ojalá vivan juntos mucho tiempo.
Cuando venga, le ruego traiga consigo el Anacreonte de Baxter. No consigo dar con esa edición en todo
Londres.
Se ríe de todos ellos, los enfrenta a unos con otros». JOHNSON: «No lo crea, señor.
Está el Rey tan oprimido como el que más. Si los enfrenta a unos con los otros, no
ganará nada».
Había hecho yo una visita al general Oglethorpe por la mañana, y me dijo que
Johnson recibía los sábados por la tarde, por lo que esa noche nos volveríamos a ver a
última hora en su casa. Cuando se lo comuniqué, seguro de que le agradaría, pues no
en vano tenía en gran estima a Oglethorpe, el desequilibrio y la aprensión que le
provocaba su enfermedad se manifestaron de un modo inesperado, pues dijo con
vehemencia: «¿No le dijo que no viniera? ¿Es que me van a perseguir y a dar caza de
esta forma?». Le tranquilicé un poco al decirle que no podía yo suponer que la visita
no sería bien acogida, y que de ningún modo pude yo prohibírsela por mi cuenta y
riesgo al general.
Por la tarde encontré al doctor Johnson en el salón de la señora Williams tomando
… Ingenium ingens
Inculto latet hoc sub corpore.[c135]
CHARADA
Al señor Barry
12 de abril de 1783
Señor,
la exclusión del señor Lowe de la Exposición le causa más complicaciones de lo que usted o cualquier otro de los
caballeros del Consejo podrían imaginar o desearle. Considera la deshonra y la ruina como consecuencia
inevitable de su determinación.
Dice que algunos cuadros se han recibido alguna vez luego de un rechazo inicial; si existiera algún precedente
en este sentido, le ruego encarecidamente que haga uso de su influencia en su favor. De su obra nada puedo decir;
no pretendo erigirme en juez en materia de pintura. Este cuadro ni siquiera lo he visto, pero se me antoja
extremadamente duro excluir a cualquier hombre de la mera posibilidad del éxito, por lo cual le reitero mi
petición de que proponga usted la reconsideración del caso en que se halla el señor Lowe, y si hubiera alguien en
el Consejo sobre el cual pudiera mi nombre tener cierto peso, tenga la amabilidad de comunicarle el deseo, señor,
de su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Mis temores al despedirme de él este año resultaron bien fundados, pues no mucho
tiempo después sufrió un terrible síncope de perlesía, del que existen descripciones
exhaustivas y exactas en cartas que él mismo escribió, y que demuestran con qué
serenidad y resignación ante la voluntad divina le permitió comportarse su firme
piedad.
El martes 16 posé para mi retrato y recorrí a pie un trecho considerable sin demasiada inconveniencia. Por la tarde
y por la noche me sentí cómodo y ligero de ánimo, y comencé a hacer planes de vida. Así me fui a acostar, y al
poco rato desperté y me incorporé, como últimamente he tenido por costumbre, cuando sentí una confusión y una
indefinición del entendimiento que duró, yo diría, medio minuto. Me alarmé y recé a Dios para que al margen de
cómo dispusiera afligirme en lo corporal, me dejara intacto el intelecto. Esta plegaria, para poner a prueba la
integridad de mis facultades, la hice en versos latinos. No es que fuera una buena composición, pero tampoco
esperaba que lo fuese. Hice unos versos fáciles y concluí que seguía hallándome en plenitud de facultades.
Poco después me percaté de que había sufrido un ataque de perlesía, y que me había quedado sin habla. No
sentí dolor, y fue tan mínimo el abatimiento que me invadió en este pavoroso estado que me llamó la atención mi
propia apatía, y consideré que quizá la muerte misma, cuando hubiera de llegar, suscitaría menos horror del que
pueda concurrir en ella.
Con objeto de despertar los órganos de la fonación tomé dos vasitos de vino. Es célebre el vino por provocar la
elocuencia. Me induje a realizar violentos movimientos y creo que aún los repetí, peto fue todo en vano. Me volví
luego a la cama y por extraño que resulte creo que dormí. Cuando vi que ya era de día, me pareció llegado el
momento de decidir qué hacer. Aunque me hubiera quitado Dios la facultad del habla, me había dejado el empleo
de la mano; disfruté de una merced que no le fue concedida a mi querido amigo Lawrence, quien tal vez ahora me
contempla mientras escribo y se regocija de que tenga yo lo que él no tuvo. La primera nota que redacté fue por
fuerza para mi criado, quien entró hablando y al principio no pudo entender por qué debía leer lo que le puse yo
en las manos.
Escribí luego una nota al señor Allen para poder tener a mano a un amigo discreto, que actuara según la
ocasión lo requiriese. En escribir esta nota encontré cierta dificultad; mi mano, no sé cómo ni por qué, trazaba mal
algunas letras. Luego escribí al doctor Taylor para que acudiera a verme con el doctor Heberden de ser posible, y
mandé recado al doctor Brocklesby, que es mi vecino. Mis médicos han sido muy cordiales y me infunden grandes
esperanzas, pero bien puede usted imaginar mi situación. De momento, he recobrado mi capacidad vocal y puedo
recitar el Padrenuestro sin demasiadas imperfecciones de articulación. ¡Mi memoria, confío, sigue como estaba!
Pero semejante síncope hace temer por la salvaguardia de todas las demás facultades.
Me produce un gran placer haber preservado este recuerdo imperecedero del respeto
que tenía Johnson por el señor Davies, con el cual estuve yo en deuda por habérmelo
presentado.[123] Tuvo desde luego por Davies un cordial afecto, del que daré esta
pequeña prueba. Un día en que lo había tratado con demasiada aspereza, Tom, que no
carecía de amor propio, orgullo y brío, se enojó, pero tan pronto llegó a su casa tuvo
que abrir la puerta a Frank, a quien mandó Johnson tras él con esta nota para entregar
en mano: «Vamos, vamos, mi querido Davies: siempre lamento que nos enzarcemos;
envíeme recado de que somos amigos».
A James Boswell
Londres, 3 de julio de 1783
Querido señor,
su angustia por mi salud es buena prueba de su amistad, y muy acorde con su amabilidad de costumbre. He
sufrido, en efecto, un pavoroso revés en mi salud. El 17 del mes pasado, a eso de las tres de la madrugada por lo
que alcanzo a colegir, me percaté de que estaba casi totalmente privado de la facultad del habla. No sentí dolor
ninguno. Tenía los órganos de la fonación de tal modo obstruidos que atinaba a decir no, pero a duras penas podía
decir sí. Escribí las instrucciones pertinentes, pues quiso Dios conservarme el uso de la mano, y mandé recado a
los doctores Heberden y Brocklesby. Entre el momento en que reparé en el trastorno que me aquejaba y el
momento en que mandé recado al médico, creo que a pesar de mi sorpresa y mi solicitud dormí un rato, y dio la
Naturaleza en reanudar sus operaciones. Llegaron los doctores y dieron las indicaciones que la enfermedad
precisaba, momento desde el cual he ido mejorando en la articulación de las palabras. Ahora ya puedo hablar,
aunque me encuentro con los nervios debilitados y no puedo hacerlo durante mucho tiempo, si bien tengo la
esperanza de que recobraré las fuerzas. Los médicos me consideran curado. Estuve el pasado domingo en la
iglesia. El martes fui a tomar el aire a Hampstead y almorcé con el club, sesión en la que se propuso el ingreso de
lord Palmerston quien, en contra de mi criterio, fue rechazado.[124] Tengo la intención de ir la semana que viene
con el señor Langton a Rochester, donde me propongo pasar diez días para luego cambiar de aires. He recibido
muchas y muy amables invitaciones. Su hermano se ha interesado a menudo por mí. La mayoría de mis amigos
han sido muy atentos. Agradezca a mi querido lord Halles su obsequio.
Confío en que a su regreso encontrase alegría y prosperidad, y a su señora en particular repuesta por completo.
Preséntele mis respetos. Soy, querido señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Tal era el vigor de su constitución que se recuperó de este alarmante y grave ataque
con maravillosa rapidez, de suerte que en el mes de julio pudo visitar al señor
Langton en Rochester, donde pasó una quincena e hizo algunas cortas excursiones
con tanta comodidad como en cualquier otro periodo de su vida. En agosto fue
incluso hasta las inmediaciones de Salisbury, a Heale, donde tenía su casa solariega
William Bowles, un caballero al que le he oído elogiar por el ejemplar orden religioso
que se observa en su familia. En su agenda encuentro una breve pero honrosa
mención de tal visita: «28 de agosto. Fui hasta Heale sin fatiga. 30. Bastante
satisfecho con mi entendimiento».[125]
Al doctor Brocklesby
Hale, cerca de Salisbury,
29 de agosto de 1783
Estimado señor,
sin ánimo de dar la impresión de que desee abusar de su amable atención, no puedo omitir una breve descripción
de un día que se me antojó en cierto modo peligroso. Desperté a las cinco y salí a las seis, y luego de llegar a
Salisbury a eso de las nueve aún seguí camino unas cuantas millas más en el carruaje de mi amigo. No me fatigó
el viaje, aun cuando era un cochero nervioso, brusco, más de lo que me habría fatigado hace cuarenta años.
Veremos ahora qué tal me sienta el aire. La región es completamente llana, y la casa en que me encuentro, en la
medida en que puedo juzgar desde mi ventana, pues le escribo sin haber salido de mis aposentos, es
suficientemente grata.
Tenga la amabilidad de continuar atendiendo a la señora Williams; es gran consuelo para quienes gozan de
salud, y aún más para los enfermos, saber que no se les olvida y no se les desatiende; sé que estará usted deseoso
de darle consuelo, aun cuando no albergue grandes esperanzas de servirle de ayuda.
Escrita la primera parte de esta carta, descubro que tal como va el correo no podré enviársela antes del 31. Soy,
señor, etc.,
SAM. JOHNSON
Mientras estuvo allí, recibió carta del doctor Brocklesby, en la cual le puso al
corriente de la muerte de la señora Williams, que le afectó muchísimo.[c163] Aunque
no había estado de buen temple desde hacía años, era una señora de valiosas
cualidades, y su desaparición dejó un gran vacío en su casa. Con este motivo, de
A Bennet Langton
Londres, 29 de septiembre de 1783
Querido señor,
con mucha razón puede usted acusarme de haber sido insensible a su amabilidad, y a la de lady Rothes, toda vez
que he dejado pasar tanto tiempo sin dar noticias y sin agradecérsela. Ahora por fin le doy las gracias, y paso a
referirle, como es mi deber, por qué no lo he hecho antes. Fui a Wiltshire tan pronto como buenamente pude, y allí
mucho se hizo para paliar mi enfermedad. Cualquier afección del cuerpo produce un gran egoísmo. Quien padece
dolores busca sosiego, y deja que casi todo lo demás se resuelva como quiera el azar. Entretanto, he perdido a una
acompañante a la que he recurrido para los pasatiempos domésticos durante más de treinta años, y que poseía una
variedad de conocimientos inagotable.[130] Ahora regreso a un hogar vacío y desolado. Me aqueja una muy
molesta y peligrosa complicación, que no admite cura salvo por medio del bisturí. Rece por mí. Soy su, etc.,
SAM. JOHNSON
En ese otoño recibió una visita de la célebre señora Siddons, de la cual hace esta
descripción en una de sus cartas a la señora Thrale (27 de octubre):
La señora Siddons, en la visita que me hizo, se comportó con gran modestia y corrección, no dejando a su paso un
solo motivo de censura o desprecio. Ni los halagos ni el dinero, las dos poderosas fuerzas que corrompen a la
humanidad, parecen haberla envilecido; en modo alguno es la mujer depravada de que hablan las malas lenguas.
Me alegré de verla otra vez. Su hermano, Kemble, me visita y me entretiene mucho. La señora Siddons y yo
hablamos de comedias; me manifestó su deseo de representar este invierno a los personajes de Constanza,
Catalina e Isabel, en Shakespeare.
Cuando la señora Siddons entró en la habitación, sucedió que no había ninguna silla dispuesta para que tomara
asiento; al observarlo, Johnson comentó con una sonrisa: «Señora, usted que con tanta frecuencia es causa de que
los demás carezcan de asiento, excusará con mayor facilidad la falta de uno para usted».
Habiéndose colocado al lado de ella, con excelente humor se avino a entrar en consideración del teatro inglés,
y entre otras cosas quiso saber qué personaje de Shakespeare era el que más le agradaba. Como ella contestara que
era la reina Catalina en Enrique VIII, por ser a su entender el personaje más natural, le dijo: «Yo también lo creo,
señora, y si se diera el caso de que usted lo interpretara, volvería yo a llegarme al teatro una vez más, así fuera
cojeando». La señora Siddons le prometió que le haría el honor de interpretar para él su papel preferido, pero
fueron muchas las circunstancias que se sumaron para impedir una representación de Enrique VIII en vida del
doctor.
En el transcurso de la velada nos dio su opinión acerca de los principales actores a los que había visto en
escena. «Como la señora Porter, en la vehemencia de la cólera, y la señora Clive, en la vivacidad del humor, nunca
he visto a nadie que las iguale. En lo que mejor se le daba, la señora Clive aventajaba incluso a Garrick, aunque
no era capaz de hacer bien ni la mitad de las muchas cosas que él hacía; era mejor a la hora de retozar en las
Al igual que en años anteriores, encuentro en éste noticia de sus amables atenciones
para con la señora Gardiner, la cual, aun hallándose en la muy humilde condición de
vendedora de cera y candiles en Snowhill, era una mujer de una sensatez excelente,
piadosa y caritativa.[134] Ella misma le relató que le había sido presentada a Johnson
por mediación de la señora Masters, la poetisa, cuyos volúmenes había revisado él
antes de que se imprimieran, y según se dice había iluminado aquí y allá con el rayo
de su propio genio. La señora Gardiner era muy celosa de sus dádivas y del respaldo
que daba a una escuela de caridad para señoritas de la parroquia del Santo Sepulcro.
Es exclusiva para mujeres, y según tengo entendido le sirvió de indicio para el cuento
de Betty Broom que cuenta en el Idler. Según veo, este año Johnson obtuvo para
beneficio de la misma un sermón del difunto obispo de St. Asaph, el doctor Shipley,
al que en una de sus cartas a la señora Thrale describe como «sabedor, flexible e
incluso convertible», y al cual todos los que lo conocían, e incluso quienes de él
difiriesen en materia de política, sin duda recuerdan con grandísimo respeto.
Como había escrito el Conde de Carlisle una tragedia que tituló La venganza del
padre, algunos amigos de Su Señoría suplicaron a la señora Chapone[c165] que
convenciese al doctor Johnson de que la leyera y diera su opinión, como en efecto
hizo, por carta a dicha dama. Como sir Joshua Reynolds me informó de que dicha
carta obraba en poder del Conde de Carlisle, aun cuando no gozaba yo del honor de
ser conocido de Su Señoría, fiándome de la general cortesía de la literatura le escribí
A la señora Chapone
28 de noviembre de 1783
Señora,
al enviarme la tragedia por segunda vez[136] entiendo que es muy honorable la distinción que se me hace, por lo
cual no he aplazado el examen de la misma, cuyo efecto paso a referirle también sin demora.
La construcción de la pieza no es del todo regular; el escenario queda desierto con demasiada frecuencia, y las
diversas escenas no están engarzadas de un modo suficiente. Esto es, sin embargo, algo que a Dryden se le hubiera
antojado defecto meramente mecánico, pues bien poco resta a la fuerza del poema, y más que sentirse se deja ver.
Un riguroso examinador de la dicción tal vez habría querido que se cambiasen algunas palabras y que algunos
versos tuvieran un remate más vigoroso. Ahora bien, ¿qué escritor está libre de tales imperfecciones de poca
monta?
La forma en general y la fuerza del diálogo son de mayor importancia. Parece faltarle esa rapidez de
reciprocidad en las réplicas que caracteriza al teatro inglés, y no siempre resulta suficientemente fervorosa o
animada.
De los sentimientos, no recuerdo uno solo que prefiriese omitir. En lo que hace a la imaginería, no puedo pasar
por alto la comparación de la rapidez con que sucede la alegría a la pena con la luz que se abalanza sobre el ojo
acostumbrado a las tinieblas. Parece tener todo lo que cabe desear para que resulte placentera. Es novedosa y es
motivo de deleite.[137]
En cuanto a los personajes, tanto en su concepción como en su expresión, no encuentro defecto alguno; antes
bien, me siento inclinado a congratular a un escritor que, desafiando los prejuicios y la moda, ha hecho del
arzobispo un hombre bueno y ha desdeñado todo aplauso insensato que un eclesiástico malvado le hubiera
granjeado.
La catástrofe conmueve. Siendo tanto el padre como la hija culpables, siendo los dos desdichados y penitentes,
divide entre ambos nuestra pena y nuestra compasión.
De este modo, señora, cumplo lo que no de buena gana emprendí, y lo que con decencia elemental no estaba
en mi mano rehusar. El noble escritor tendrá la bondad y me hará el favor de recordar que una crítica sincera no
debiera dar pie al resentimiento, porque el juicio no está sujeto a voluntad, y una crítica que no se hace de modo
voluntario, teniendo aún menos donde elegir, aún debiera estar más lejos de toda posible ofensa.
Soy, etc.,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
Londres, 24 de diciembre de 1783
Querido señor,
al igual que todos los demás hombres que tienen amigos en puestos de responsabilidad y prominencia, empieza
usted a acusar los aguijonazos del mérito no recompensado, y todo el consuelo que puedo yo darle consiste en
decirle que aún le quedan aguijonazos por acusar, y falta de reconocimiento por sufrir. Ha empezado usted, bien se
ve, a quejarse demasiado pronto; espero ser el único que esté al corriente de su descontento. Sus amigos aún no
han tenido tiempo de gratificar las bondades personales de rigor, pues hasta la fecha han estado ocupados en
fortalecer sus intereses ministeriales.[c166] Si se produjera una vacante en Escocia, infórmeles cuanto antes; como
puede usted servir al gobierno tan poderosamente como cualquiera de sus competidores, puede usted adelantar su
derecho con todas las garantías.
De las exaltaciones y depresiones de su ánimo sigue deleitándose en hablar, y yo aborrezco oír todo eso. Aleje
de sí todas esas fantasías.
El día en que recibí su carta creo que llevaba ya escrita la página precedente a ésta, a la que un achaque u otro
me ha impedido después añadir nada. Ahora me encuentro algo mejor. Pero la enfermedad y la soledad me
oprimen en demasía. Mejor podría sobrellevar la enfermedad si tuviera alivio de la soledad.
La terrible confusión de los asuntos públicos que persiste en la actualidad tendría que bastar para que se
circunscribiera usted a sus posesiones por herencia, que aun siendo menos de las que tal vez desee son más de las
que puede necesitar, y en una hora de retiro religioso debería dar gracias a Dios, que lo ha eximido a usted de toda
tentación de formar parte de facciones y banderías, de entrar en traiciones, de cometer saqueos y deslealtades.
Como bien le distinguen sus vecinos con los honores que le pueden conferir, conténtese con la situación de
que goza en sociedad, sin descuidar su profesión. Entre su hacienda y los tribunales tendrá usted ocupación más
que de sobra, y si da ocupación a su intelecto estará en paz y en calma.
A las usurpaciones de la nobleza, pues aparentemente usurpan todas las influencias que obtienen mediante
fraude y engaños, creo que es legítimo y quizá sea incluso su deber oponerse con firmeza. Lo que no les pertenece
es suyo solamente por robo.
Su consulta acerca de los caballos me causa mayor perplejidad. No sé muy bien qué consejo darle. Sólo puedo
darle una norma que no creo que le falle: cause el menor dolor que pueda. Supongo que tenemos derecho a que
nos presten servicio las caballerías mientras la fuerza les asista; lo que podamos hacer después con ellas no lo sé
precisar fácilmente. Veamos. Nadie niega que el hombre tiene derecho a ordeñar a la vaca y esquilar a la oveja y
sacrificarlas después para su mesa. ¿No podría, por idénticas razones, primero beneficiarse del trabajo del caballo
y luego matarlo de la manera más indolora, para tener medios de alimentar a otro caballo, o para las vacas y
ovejas? En ambos casos influyen en el hombre distintos motivos de egoísmo. Quien rechace uno ha de rechazar el
otro.
Soy, etc.,
SAM. JOHNSON
Feliz y piadosa Navidad; que sean muchas más para usted, su señora y los pequeños.
Poco antes de morir, el ingenioso señor Mickle me escribió una carta referente al
doctor Johnson en la que señalaba que «tuve durante más de doce años trato con él,
frecuenté su compañía, hablé con él llanamente y le puedo asegurar que nunca recibí
de él una palabra más alta que otra».
En esta carta refiere que, mientras se hallaba dedicado a traducir Los lusíadas,
sostuvo una disputa harto prolongada con Johnson, quien, como de costumbre,
declamó largo y tendido sobre la miseria y corrupción de la vida en el mar, y empleó
esta expresión: «Gran felicidad habría gozado el mundo, señor, si su héroe, Vasco da
Este sentimiento —prosigue el señor Mickle— que se encuentra asimismo en su Introducción al mundo
desplegado, lo he rebatido a fondo en mi disertación o prefacio a Los lusíadas, y si bien se dice que el autor cual
juez implacable es de sus obras,[c167] no me avergüenzo de reconocer ante un amigo que esa disertación es mi
preferida entre cuantas he intentado en prosa. Al año siguiente, cuando se publicó Los lusíadas, visité al doctor
Johnson, que me recibió con una de sus sonrisas de excelente buen humor: «Bien, veo que ha tenido presente
nuestra disputa sobre el príncipe Enrique, y que también me ha citado. Ha cumplido usted muy bien con su papel;
ha sacado un gran partido de su argumento, pero yo sigo sin estar convencido».
Antes de publicar Los lusíadas, envié al señor Hoole las galeradas de esa parte de la introducción en la que
menciono al doctor Johnson, a usted y a otros que han expresado sus mejores deseos para la obra, y le rogué que
fueran mostradas al doctor Johnson. Así se hizo, y en lugar de la simple mención de él que yo había hecho, dictó
al señor Hoole la frase tal cual se lee ahora.
El doctor Johnson me dijo en 1772 que casi veinte años antes él mismo tuvo el deseo de traducir Los lusíadas,
de cuyo mérito hizo grandes encomios, aunque se lo impidieron otros compromisos.
El señor Mickle me recuerda en esta misma carta una conversación que mantuvo
almorzando un día en casa del señor Hoole con el doctor Johnson, cuando el señor
Nicol, librero del Rey, y yo mismo, quisimos rebatir la máxima de que «más vale que
escapen diez culpables antes que sufra un solo inocente». Nos respondió el doctor
Johnson con gran poder de raciocinio y elocuencia. Mucho lamento no haber tomado
nota de aquella conversación, aunque sí recuerdo que mi ilustre amigo demostró
cabalmente que a menos que las instituciones civiles garanticen la protección de los
inocentes, toda la confianza que pueda depositar en ellas la humanidad se perderá de
manera irremisible.
Haré ahora mención de algo que, en estricto orden cronológico, debiera haber
figurado en mi relación del año anterior, pero que con mayor propiedad puede aquí
insertarse, tratándose de una polémica que no se cerró hasta entonces. El reverendo
señor Shaw, nativo de una de las islas de las Hébridas, como tenía serias dudas sobre
la autenticidad de los poemas atribuidos a Osián, se despojó valerosamente de todo
fanatismo nacional y, tras haber recorrido las Tierras Altas y las islas de Escocia, así
como parte de Irlanda, con el fin de acopiar materiales destinados a un Diccionario
de la lengua gaélica, que más adelante en efecto compiló,[c168] quedó tan plenamente
satisfecho de que el doctor Johnson estuviera en lo cierto acerca de toda esta
controvertida cuestión, que proclamó su absoluta convicción, así como las pruebas y
razones en que se fundamentaba. Hubo una persona de Edimburgo, un tal Clark, que
respondió a su panfleto con gran celo, y vilipendiando a su autor. Johnson tomó a
Shaw bajo su protección y le prestó ayuda para escribir la contrarréplica que causó
gran admiración entre los mejores jueces, y que muchos consideraron concluyente.
Selecciono algunos pasajes que con creces apuntan a la mano de su insigne autor.
Mis afirmaciones son, en su mayor parte, puramente negativas. Niego la existencia de Fingal, porque en una larga
peregrinación por las regiones gaélicas, movido por la curiosidad, jamás lo he encontrado, ni he encontrado
indicio de que existiera. Lo que yo no he visto, sospecho que será invisible igualmente para otros, y con mayor
No obstante las complicaciones y los trastornos bajo cuya presión vivía Johnson, no
se resignó al abatimiento ni cedió al descontento, sino que con sabiduría y buen
ánimo, con espíritu tesonero, se esforzó por hallar consuelo y dar entretenimiento a su
intelecto con tantos pasatiempos inocentes como se pudo procurar. Sir John Hawkins
ha señalado la cordialidad con que insistió en que los miembros de su antiguo Club
de Ivy Lane que aún vivían se reuniesen a almorzar, como de hecho hicieron, dos
veces en una taberna y una en su propio domicilio; con la finalidad de asegurarse la
presencia de algunos acompañantes tres tardes por semana,[c169] instituyó un club en
la taberna llamada Essex Head, en Essex Street, regentada entonces por Samuel
Greaves, que había sido antiguamente criado de la señora Thrale.
No le convino a sir Joshua formar parte de este club, pero si hago solamente mención
Al señor Perkins
21 de enero de 1784
Estimado señor,
lamenté mucho que no nos viéramos cuando tuvo la bondad de venir a visitarme, pero decepcionar a los amigos y,
si no son de buen natural, parecer desagradecido con ellos, es una de las mayores penurias a que nos somete la
enfermedad. Si lo tuviera a bien, hágame saber qué tarde de esta misma semana puedo contar con el favor de que
me haga otra visita en compañía de la señora Perkins, y los jóvenes, y tomaré todas las medidas que pueda para
estar francamente bien entonces.
Su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Sus atenciones para con el club de Essex Head bien se ven por esta carta al concejal
Clark, un caballero por el cual tenía merecido respeto.
Le conviene tener presente que la cuenta de las amonestaciones ha comenzado con el año, y que por cada falta de
asistencia se incurre en una sanción de tres peniques, esto es, de nueve por semana.
A James Boswell
11 de febrero de 1784
Querido señor,
han llegado a mi conocimiento las muchas indagaciones que su amabilidad le ha dispuesto a realizar acerca de mí.
Hace ya tiempo que me propongo escribirle una larga carta, y tal vez la propia longitud imaginada para la misma
me haya disuadido de comenzar sin más dilación. Me contentaré, por tanto, con una más corta.
Luego de haber promovido la institución de un nuevo club en las inmediaciones de esta casa, en la taberna que
regenta un antiguo criado de los Thrale, allí me dirigí a reunirme con los demás miembros y me atacó un espasmo
de asma tan violento que con dificultad pude regresar a mi casa, en la que he pasado ocho o nueve semanas
confinado, y de la cual ni siquiera ahora sé cuándo podré salir, así sea para ir a la iglesia. El asma, sin embargo, no
es lo peor. La hidropesía me va comiendo el terreno; tengo las pantorrillas y los muslos hinchados y llenos de
agua, tanto que me contentaría con que siguiera ahí, si bien temo que la hinchazón pronto suba más. Paso las
noches sin dormir, envuelto en el tedio. Y sin embargo tengo muchísimo miedo de morir.
Mis médicos tratan de darme esperanzas, dicen que buena parte de mis achaques son efecto del frío, y que
algún alivio y restablecimiento es de suponer que lleguen con las brisas de la primavera y el sol del verano. Si mi
vida se prolonga hasta el otoño, mucho me alegrará probar a ver un clima más cálido, aunque viajar con un cuerpo
tan achacoso, sin compañía que me guíe, y con muy poco dinero, no termino de verlo aconsejable, la verdad.
Ramsay ha recobrado el buen uso de sus extremidades en Italia, y a Fielding lo mandaron a Lisboa, donde por
cierto murió, aunque tengo entendido que en su caso ya no había esperanzas cuando emprendió viaje. Piense por
mí, a ver qué puedo hacer.
Recibí su panfleto, y cuando le vuelva a escribir tal vez le comunique alguna opinión al respecto. Ahora tendrá
que perdonar a un hombre que se debate en la enfermedad y que desatiende disputas, política, panfletos.[c176]
Téngame presente en sus oraciones. Mis recuerdos a su señora y a los pequeños. Pregunte a sus médicos por mi
situación; pida a sir Alexander Dick que me dé su opinión por escrito.
A James Boswell
Londres, 27 de febrero de 1784
Querido señor,
he hecho algunos progresos hacia la recuperación, lo justo para leer un panfleto, y puede suponer razonablemente
que el primero que he leído ha sido el suyo. Soy en gran medida de su misma opinión; al igual que usted, siento
una gran indignación ante la indecencia con que a diario se trata al Rey. Su escrito contiene un muy considerable
conocimiento de la historia y de la constitución desplegado y aplicado con gran propiedad. Sin duda, dará mayor
relieve a su pública reputación,[140] aunque tal vez no le valga para un nombramiento de ministro de Estado. (…)
Deseo que vuelva a ver a la señora Stewart y que le diga que en la caja que contenía las cartas había una que
me concierne, a cambio de la cual, si está dispuesta a cedérmela, le daré otra guinea. La carta tiene trascendencia
sólo para mí.
Soy, querido señor, etc.,
SAM. JOHNSON
A James Boswell
Londres, 2 de marzo de 1784
Querido señor,
hace unos instantes, tras haber enviado la última de mis cartas, he recibido su amable atadijo de opiniones médicas
autorizadas. Le agradezco mucho a usted y agradezco a sus médicos la amable atención que prestan a mi
enfermedad. El doctor Gillespie me envía un excelente consilium medicum basado en su sólido y práctico saber.
En la actualidad, a juicio de los médicos (los doctores Heberden y Brocklesby), así como en mi opinión, mi estado
es esperanzados Empecé a tomar vinagre de cebolla albarrana, muy aconsejable como expectorante. La solución
me causaba tales dolores de estómago que fue preciso prescindir del remedio.
Transmita a sir Alexander Dick mi sincero agradecimiento por su muy amable carta; traiga consigo, cuando
venga, el ruibarbo que tan bondadosamente me ofrece.[141]
Espero que mi querida señora Boswell se encuentre bien, y que ningún mal, ni real ni imaginario, le perturbe a
usted.
SAM. JOHNSON
También había recurrido yo a tres de los más eminentes médicos que ocupaban
sendas cátedras en nuestra célebre facultad de Medicina de Edimburgo, los doctores
Cullen, Hope y Munro, a cada uno de los cuales envié la siguiente carta:
7 de marzo de 1784
Estimado señor,
el doctor Johnson lleva algún tiempo muy enfermo, y en una carta plagada de angustias y aprensiones me dice:
«Pregunte a sus médicos por mi caso».
Bien verá usted que ésta no es una autoridad para una consulta al uso, pero no me cabe duda de su disposición
a prestar consejo a un hombre tan ilustre, que en su Vida de Garth ha hecho a su profesión un justo y elegante
homenaje: «Creo que cualquier hombre ha encontrado en los médicos una gran liberalidad y dignidad de
sentimiento, prontas y constantes efusiones de benevolencia y la voluntad de ejercer una profesión lucrativa
incluso allí donde no hay esperanza de lucro».
El doctor Johnson tiene setenta y cuatro años. El verano pasado sufrió una apoplejía de la que se recobró casi
por completo. Con anterioridad había tenido constantes accesos de tos catarrosa. Este invierno sufrió un asma
espasmódica, que le ha tenido confinado en su casa por espacio de tres meses. El doctor Brocklesby me comunica
que ante el menor resfriado se le produce en el pecho tal constricción que no puede tenderse en la cama, y se ve
obligado a pasar la noche sentado en un sillón, y si descansa y a veces duerme es sólo con ayuda del láudano y el
jarabe de amapolas; tiene asimismo tumores edematosos en los muslos y pantorrillas. El doctor Brocklesby tiene
gran confianza en que vaya a mejor con la llegada del buen tiempo. El doctor Johnson dice por su parte que la
hidropesía le va comiendo el terreno, y parece haber dado en suponer que le sentaría bien un clima más cálido.
Tengo entendido que ahora se encuentra mejor y que ingiere vinagre de cebollas albarranas. Soy con gran estima,
mi querido señor, su más obediente y humilde servidor,
JAMES BOSWELL
A James Boswell
Londres, 18 de marzo de 1784
Querido señor,
mucho me complacen las atenciones que usted y su querida señora[142] muestran para con mi bienestar; tan es así,
que recurro a la natural diligencia para poner en su conocimiento los progresos que hago hacia la salud. La
hidropesía, bendito sea Dios, ha desaparecido casi por completo mediante evacuación natural; el asma, si no la
irrita el frío, me causa ahora pocos contratiempos. Mientras le escribo, no tengo mayor sensación de flojera o de
enfermedad. Pero todavía no me aventuro a salir, ya que me he visto confinado desde el pasado 13 de diciembre:
casi la cuarta parte del año.
Cuándo pueda yo estar en condiciones de viajar a un lugar tan lejano como es Auchinleck, imposible saberlo;
sin embargo, una carta como la de la señora Boswell bastaría para arrastrar a un hombre completamente inmóvil
durante larguísimo trecho. Le ruego diga a mi querida señora cuánto me han conmovido y gratificado su civilidad
y su bondad.
Nuestros tumultos parlamentarios comienzan a remitir, y la autoridad del Rey se ha restablecido hasta cierto
punto. El señor Pitt tendrá un gran poder, pero debe usted tener presente que todo cuanto pueda otorgar, al menos
por un tiempo, habrá de ser dado a quienes a su vez otorgaron y preservan su poder. Un nuevo ministro poco
puede sacrificar a la estima o a la amistad; mientras no se asiente, sólo puede pensar en ampliar y reforzar sus
propios intereses. (…)
Si visita usted Edimburgo, encuentre a la señora Stewart y de mi parte dele otra guinea por la carta que estaba
en la vieja caja de las cartas, la cual no me daré por satisfecho de reclamar mientras no me la restituya.
Tráigase, por favor, el Anacreonte de Baxter, y si se procura usted un busto de Hector Boece, el historiador, y
de Arthur Johnson, el poeta, con mucho gusto los pondré en mi habitación, o bien a otros padres fundadores de la
literatura escocesa.
Le deseo un viaje llevadero y feliz, y confío en no tener que decirle que será usted bienvenido, querido señor,
para su más afectuoso y humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Le escribí el 28 de marzo desde York y le informé de que había tenido una inmensa
gratificación con el triunfo de los principios monárquicos sobre la influencia
aristocrática, en ese gran condado, con motivo de un discurso pronunciado ante el
Rey; añadí que estaba por consiguiente lejos de ponerme en camino para ir a su
encuentro, pues habiéndose recibido la noticia de la disolución del Parlamento mi
deber era apresurarme en regresar a mi país, donde había llevado a cabo una
A James Boswell
Londres, 30 de marzo de 1784
Querido señor,
no podría haber hecho nada tan sensato y apropiado como apresurarse a regresar tan pronto supo de la disolución
del Parlamento. Con la influencia que su discurso e interpelación tienen por fuerza que haberle procurado, es
razonable esperar que su presencia tenga alguna importancia y su actividad surta el efecto apetecido.
La solicitud que por mí demuestra me produce ese placer que todo hombre siente ante la amabilidad de un
buen amigo; con gran deleite la alivio si le digo que la predicción del doctor Brocklesby ha sido certera, y que me
encuentro, bendito sea Dios, maravillosamente repuesto de mis dolencias.
Ingresa usted en una actividad que requiere toda la prudencia. Debe esforzarse al máximo por oponerse sin
exasperar, por ejercer una hostilidad temporal que no le granjee enemigos de por vida. Esto tal vez sea lo más
difícil de lograr, aunque son muchos los que lo han conseguido, y parece más viable si uno se opone sólo sobre
principios generales, sin descender a lo particular y sin entrar en censuras u objeciones personales. Hay algo en lo
que es mi deber insistirle, pues rara vez se observa a rajatabla durante una campaña electoral: debo rogarle
encarecidamente que sea sumamente escrupuloso en el consumo de licores fuertes. Una sola noche de borrachera
puede dar al traste con el trabajo de cuarenta días bien cundidos. Sea firme, mas no clamoroso; sea activo, mas no
malicioso, y tal vez así logre concitar un interés que no sólo le sirva de exaltación a usted, sino que también
dignifique por añadidura a su familia.
Como bien puede suponer, aquí andamos todos afanados en mucho trajín. El señor Fox resueltamente se
presenta por Westminster, y al decir de sus amigos ganará la elección. Sea como sea, es seguro que obtendrá un
escaño. El señor Hoole me acaba de comunicar que la ciudad se inclina de parte del Rey.
Hágame saber de vez en cuando a qué se dedica y qué progresos hace.
Dé sinceros recuerdos a mi querida señora Boswell y a todos los jóvenes Boswell, señor, de su afectuoso y
humilde servidor,
SAM. JOHNSON
8 de abril
Me sigue incordiando la tos; ahora bien, ¿qué gracias no tendré que dar, cuando la tos es la sensación más
dolorosa que tengo? Y no puedo contar con verme libre de ella mientras nos atenace el invierno con tanta
pertinacia. Pasa el año ya 18 días del equinoccio, y apenas ni un ápice remite el frío. Cuando llegue el buen
tiempo, como sin duda al fin ha de llegar, espero que nos sirva de ayuda tanto a mí como a su joven señora.
El hombre que tan afanoso anda con tanta alocución no es ni más ni menos que nuestro buen Boswell, que ya
había llegado hasta York en su viaje a Londres, pero que volvió sobre sus pasos al tener noticia de la disolución, y
que ahora va a presentarse no sé bien en qué circunscripción. A la hora de desearle el éxito, hasta sus mejores
amigos vacilan.
Le ruego rece por mi completo restablecimiento: estoy ahora mejor de lo que nunca esperé encontrarme.
Quiera Dios añadir a sus mercedes la gracia que me permita emplearlas según Su voluntad. Mis respetos para
todos.
13 de abril
Esta noche he recibido una nota de lord Portmore[143] en la que me pide que le relate a usted cómo sigue mi salud.
Podría habérselo dicho con mucho gusto y con menos circunvenciones. Estoy, bendito sea Dios, creo que libre de
toda mórbida sensación, salvedad hecha de una tos que sólo es algo molesta. Pero sigo estando flojo, y no puedo
albergar grandes esperanzas de fortalecerme mientras no se ablande un tanto el clima. El verano, si me trata bien,
me pertrechará para resistir al invierno. Dios, que tan maravillosamente me ha restablecido, me puede preservar en
cualquier estación.
Permítame interesarme de paso por los suyos, grandes y chicos por igual. Espero que lady Rothes y la señorita
Langton se encuentren bien. Ésa es una buena base de contento. ¿Cómo sigue Georges con sus estudios? ¿Qué tal
la señorita Mary? ¿Y mi pequeña Jenny? Creo que a Jenny le debo carta, me ocuparé de cumplir. Mientras, dígale
que reconozco la deuda.
Tenga la amabilidad de presentar mis respetos a las damas. Si la señorita Langton viene a Londres, que me
haga una visita, pues no estoy yo como para salir.
A Ozias Humphry[144]
5 de abril de 1784
Señor,
me ha expresado el señor Hoole con qué benevolencia atendió usted una petición, que casi me dio miedo hacerle,
de que diera permiso a un joven pintor[145] para que de vez en cuando le asista en su estudio en calidad de
aprendiz, y pueda así presenciar sus operaciones y recibir sus indicaciones.
El joven quizá presente buenas maneras, aunque ha carecido de una educación regular. Es mi ahijado, por lo
cual me intereso por sus progresos y logros; me sentiré muy agradecido si da su permiso para que lo envíe.
Mi salud, bendito sea Dios, está muy mejorada, aunque mis médicos aún no me conceden permiso para viajar,
si bien tampoco creo yo que pudiera tolerar este mal tiempo.
Soy, señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al mismo
10 de abril de 1784
Señor,
el portador de la presente es mi ahijado, al que me tomo la libertad de recomendar a su amabilidad, con la
esperanza de que se haga merecedor con su respeto de su excelencia y con su gratitud por sus favores.
Al mismo
31 de mayo de 1784
Señor,
le quedo muy agradecido por las bondades que ha mostrado con mi ahijado, aunque debo solicitarle que sume a
todas ellas el favor de permitirle ver su manera de pensar, con el fin de que aprecie cómo se comienza un cuadro,
cómo se adelanta en él y cómo se completa.
Si pudiera él serle de alguna utilidad en algunas de sus operaciones, confío que muestre cómo se le ha
conferido tal beneficio de la manera apropiada, tanto con su competencia como con su gratitud. Al menos yo
considero que usted ha extendido su amabilidad, señor, a su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al verse Johnson de este modo retratado como alguien que había dado ejemplo claro
de un hombre que vivió sin conocer la intranquilidad de espíritu, se sintió muy
ofendido, y tachó semejante cita de injusta, y toda su cólera brotó desatada en una
réplica infundada, con la cual dio a entender que la retranca del caballero era
producto de la ebriedad: «Señor mío, hay una pasión en cuyo dominio le aconsejaría
que se avezase: cuando se haya bebido esa copa, no se sirva otra. Y, si lo hace, no se
la beba».[c178] Nunca como aquí ejemplificó lo que Goldsmith había dicho de él
ayudándose de una muy ingeniosa imagen tomada de una de las comedias de Cibber:
[a nota c52, Vol. II] «No hay quien discuta con el doctor Johnson, pues si con su pistola
singularísima y errónea opinión que tenía Johnson respecto de las chanzas de Burke.
El señor Windham me dijo entonces, en voz baja, que difería de nuestro amigo
respecto a esa observación, porque Burke tenía con frecuencia unas ocurrencias muy
felices. No hubiera sido apropiado que ambos contradijéramos a Johnson en esta
ocasión, delante de personas que no conocían ni menos aún estimaban a Burke tanto
como nosotros, pues tal confrontación habría dado pie a una situación más áspera y,
»Le hubieran venido —añadió sonriendo— como anillo al dedo». DOCTOR ADAMS:
«Pero no escribió usted en contra de Warburton». JOHNSON: «No, señor. Lo traté con
gran respeto tanto en mi prefacio como en mis notas».
La señora Kennicot habló de su hermano, el reverendo señor Chamberlayne,
quien había renunciado a un futuro muy prometedor en el seno de la Iglesia anglicana
por su conversión a la fe católica. Johnson, que sentía cálida admiración por todo el
que actuase movido por un consciente y profundo respeto a sus principios, fueran
erróneos o no, exclamó con fervor: «Dios lo bendiga».
Para confirmar que no era peor el presente que otras épocas anteriores, opinión
que expresó el doctor Johnson, la señora Kennicot apuntó que su hermano le había
»Creo que está bien claro, aunque la expresión no sea correcta, ya que es uno, y no
usted, quien ha de oponerse al otro, sea luterano o no».[159]
De la religión católica dijo lo siguiente: «Si se suma uno a los papistas en lo
externo no le interrogarán de manera estricta en cuanto a la fe que tenga en sus
dogmas. Ningún papista provisto de raciocinio cree en todos sus artículos de fe. Hay
un aspecto por el cual un hombre bueno podría dejarse persuadir para profesarla. Un
hombre bueno y de disposición timorata, que albergue grandes dudas sobre que Dios
lo acoja en su seno, y que sea asaz crédulo, fácilmente se alegrará de pertenecer a una
Iglesia en la que tanto abundan las ayudas para alcanzar el Cielo. Yo, si pudiera, sería
papista. Tengo temor suficiente, pero una obstinada racionalidad me lo impide.
Nunca seré papista, si no es en las puertas mismas de la muerte, de la que tengo un
grandísimo pavor. Me extraña que no todas las mujeres sean papistas». BOSWELL: «No
tienen ellas más miedo de la muerte que los hombres». JOHNSON: «No, no; que las
aspen; no son más piadosas. Un individuo malvado es más piadoso cuando se pone a
ello. En punto a piedad, los vencerá a todos».
Hizo una defensa razonada de algunos de los dogmas de la Iglesia de Roma. Por
lo que se refiere a dar sólo el pan a los laicos, dijo: «Tal vez piensen que en aquello
que es meramente ritual cabe admitir ciertas variaciones respecto a los modos
primitivos sobre la base de la pura conveniencia; entiendo que tienen justificación
con creces en estas alteraciones, tal como empleamos una mera rociada de agua
bendita en vez del bautismo a la antigua». Por lo que atañe a la invocación a los
santos, dijo: «Aunque no creo que esté autorizada en puridad, me parece que la
“comunión de los santos”, en el Credo, se refiere a la comunicación con los santos del
Cielo en relación con la “santa Iglesia católica”».[160] Reconoció la influencia de los
espíritus malignos y dijo: «Nadie que crea en el Nuevo Testamento puede ponerla en
duda».
Recibimos agasajos y estuvimos muy contentos en casa del doctor Nowell, donde se
reunió una grata compañía, y después de comer brindamos por la Iglesia y el Rey con
verdadera cordialidad tory.
Hablamos de cierto clérigo de extraordinario carácter, quien apurando su talento
para escribir sobre asuntos mundanos y haciendo gala de una intrepidez nada
corriente, había llegado a amasar una riqueza considerable. Sostuve que no debería
indignarnos su gran éxito, pues el mérito, sea de la clase que sea, bien tiene que
encontrar la debida recompensa. JOHNSON: «No reconoceré, señor, que tenga este
caballerete mérito ninguno. Le reconozco un gran valor, e incluso arrojo, y sobre esa
base preciso es reconocer su credibilidad. Más respetamos al hombre que demuestra
la osadía de robar al asalto en plena calzada real que al que salta de una zanja y nos
aporrea por la espalda. El arrojo es cualidad necesaria en la preservación de la virtud,
tanto que siempre se respeta, aunque vaya asociada al vicio».
Censuré las toscas y ásperas invectivas que se estaban poniendo de moda en la
Cámara de los Comunes,[c190] y dije que si los parlamentarios han de atacarse
personalmente al calor de un debate, habría que hacerlo de un modo más gentil.
JOHNSON: «De ninguna manera. Eso sería mucho peor. Los insultos no son tan
peligrosos cuando no media vehículo de ingenio o delicadeza, cuando no hay sutileza
en la transmisión. La diferencia entre la aspereza y el refinamiento es como la
diferencia que hay entre una paliza a estacazos y la herida de una flecha
envenenada». He visto después que su misma postura la expresa con elegancia el
doctor Young:
El sábado 12 de junio vino a tomar el té a casa del doctor Adams el señor John
Henderson, estudiante de Pembroke College, célebre por su magnífico desempeño en
Alquimia, Astrologia judicial y otros abstrusos y curiosísimos saberes, y vino
también el reverendo Herbert Croft, quien mucho me temo que estaba un tanto
mortificado por el hecho de que al doctor Johnson no le hubieran gustado mucho sus
Discursos familiares, que eran por lo visto de estilo demasiado familiar como para
gozar de la aprobación de un intelecto tan viril. No conservo nota de la conversación
de esta tarde, con la excepción de un solo fragmento. Mencioné la visión de lord
Thomas Lyttelton,[c191] en la que predijo la hora de su muerte de tal suerte que se
cumplió con toda exactitud. JOHNSON: «Es lo más extraordinario que he visto suceder
en toda la época que me ha tocado vivir. Lo oí en persona de su propio tío carnal, lord
Westcote. Tanto me alegra tener cualquier prueba del mundo espiritual que estoy,
desde luego, dispuesto a creerla». DOCTOR ADAMS: «Tiene usted pruebas suficientes,
pruebas sólidas, que no requieren mayor apoyo». JOHNSON: «Y más que me gustaría
tener».
Cenó con nosotros el señor Henderson, con el cual había salido yo a pasear por
los venerables terrenos de Merton College, pareciéndome un hombre muy erudito y
piadoso. El doctor Johnson lo sorprendió, y no poco, al reconocer con una expresión
de espanto que le oprimía muchísimo el miedo a la muerte. Amistoso como siempre,
el doctor Adams comentó que la bondad de Dios es infinita. JOHNSON: «Sin lugar a
dudas creo firmemente que su bondad es infinita, como se desprende de la perfección
de su naturaleza; ahora bien, es necesario precisamente para el bien que reciba
castigo el individuo que mal obra. Por consiguiente, en lo individual no es infinita su
bondad, y como no puedo yo estar totalmente seguro de haber cumplido las
condiciones en virtud de las cuales se otorga la salvación, mucho me temo que seré
uno de los que hayan de ser condenados». Parecía hondamente desolado. DOCTOR
ADAMS: «¿A qué se refiere cuando dice “condenado”?». JOHNSON, exasperado y a voz
en cuello: «Condenado al Infierno, señor, y castigado por toda la eternidad». DOCTOR
ADAMS: «Yo no creo en esa doctrina». JOHNSON: «Y dígame: ¿cree usted que algunos
serán castigados?». DOCTOR ADAMS: «La exclusión del Cielo será un castigo, pero no
será grande el sufrimiento real». JOHNSON: «Bien, señor: si admite que hay castigo en
mayor o menor medida, ahí mismo termina su argumento en cuanto a la bondad
infinita si se considera con tanta simplicidad, pues la bondad infinita no infligiría un
castigo de ninguna clase. No hay bondad infinita si se considera físicamente;
moralmente, la hay». BOSWELL: «¿Y no puede un hombre alcanzar tal grado de
esperanza que deje de producirle inquietud el miedo a la muerte?». JOHNSON: «Un
hombre puede alcanzar el grado de esperanza necesario para aquietarse. Bien se ve
que no estoy yo aquietado: se nota en la vehemencia con que hablo, pero no por ello
Se le señaló al doctor Johnson que parecía extraño que él, que tan a menudo ha
deleitado a sus contertulios con su animada y deslumbrante conversación, dijera que
era un hombre desdichado. JOHNSON: «¡Ay! Todo es pura fachada. Bien puedo hacer
Tal vez valga la pena reseñar, entre las minucias de mi colección, que Johnson fue en
su día llamado a servicio en la milicia, en las Bandas Adiestradas de la Ciudad de
Londres, y que el señor Rackstrow, del Museo de Fleet Street, fue su coronel. Es de
suponer que no llegó a prestar servicio en persona, aunque la sola idea de que lo
hiciera, con todas las circunstancias concomitantes, es cuanto menos risible. En
A James Boswell
Señor,
tendría que haber cursado inmediata respuesta a su amable carta, y lo habría hecho si (por estar en exceso
ajetreado cuando la recibí) no la hubiera guardado en el bolsillo y la olvidase abrir hasta esta misma mañana.
Me siento muy agradecido por la sugerencia, y adoptaré las medidas que sean oportunas para que salga
adelante en la medida de mis posibilidades. El mejor de los argumentos, no me cabe duda, y espero y confío que
no tenga visos de fracasar, es el que se acoge al mérito del doctor Johnson. Sin embargo, será necesario, caso de
que tenga la desdicha de no poder recibirle a usted, conversar con sir Joshua acerca de la suma que sea apropiado
solicitar; en resumen, acerca del medio idóneo para que emprenda el viaje. Se reflejaría sobre todos nosotros la
desgracia de que un hombre semejante pereciera por falta de medios para cuidar de su salud.
Suyo, etc.,
THURLOW
Esta carta me produjo una inmensa satisfacción. Al día siguiente fui a mostrársela a
sir Joshua Reynolds, quien se sintió enormemente complacido con ella. A su juicio,
era el momento de que yo comunicase la negociación al doctor Johnson, que más
adelante tal vez se quejara si la atención con la que se le había de honrar le fuera
mantenida en secreto durante demasiado tiempo. Mi intención era emprender viaje a
Escocia al día siguiente, pero sir Joshua insistió cordialmente en que me quedase en
Londres un día más, de modo que pudiéramos Johnson y yo almorzar con él y hablar
los tres de su viaje a Italia y, tal como se expresó sir Joshua, «aclarar todo el asunto».
Me di prisa en visitar a Johnson, quien me dijo que se encontraba bastante mejor.
BOSWELL: «Me siento muy preocupado por usted, señor; en particular, me preocupa
sobremanera que viaje a Italia a pasar el invierno, según tengo entendido que es su
deseo». JOHNSON: «Así es, señor». BOSWELL: «No tiene más objeciones, presupongo,
que el dinero que pueda serle necesario para ello». JOHNSON: «Desde luego, señor;
ninguna más». Oído esto, le detallé todos los pormenores de mis gestiones hasta el
momento, y le leí la carta del Canciller. Escuchó con gran atención, y al cabo dijo con
emoción sincera: «Esto es tomarse molestias extraordinarias por un hombre». «Señor
—respondí con todo mi afecto—, sus amigos harían cuanto fuera menester por su
Mediante una carta de sir Joshua Reynolds tuve conocimiento de que el lord Canciller
le había hecho una visita, y le había dado a entender que la solicitud finalmente no
tuvo éxito, si bien Su Señoría, tras hablar largo y tendido en alabanza de Johnson, un
hombre que era un honor para su país, quiso que sir Joshua le hiciera saber que
mediante la concesión de una hipoteca sobre su pensión podría obtener de Su Señoría
un préstamo de quinientas o seiscientas libras, y Su Señoría le explicó los pormenores
de la hipoteca, siendo su deseo expreso que la transacción se llevara a cabo de
manera tal que Johnson pareciera hallarse bajo la menor de las obligaciones posibles.
Sir Joshua comentó que mediante el mismo correo había comunicado cuanto antecede
al propio doctor Johnson.
Cómo afectó a Johnson la noticia se verá por lo que respondió a sir Joshua
Reynolds:
Ashbourne, 9 de septiembre.
Espero que no sean precisas muchas palabras entre usted y yo para convencerle de cuál es la gratitud que hincha
mi corazón por la liberalidad del Canciller y sus muy amables oficios. (…)
He adjuntado una carta para el Canciller, que, cuando la haya leído, le ruego tenga la bondad de sellar como
estime oportuno para hacérsela llegar; de habérsela enviado yo directamente, habría parecido que pasaba por alto
el gran favor que usted me hace con su amable intervención.
Esa debilidad voluntaria que el moderno uso de la lengua se contenta con llamar indolencia, si no se contrarresta
mediante la resolución, con el tiempo deja inertes hasta las facultades más fuertes que uno posee, y convierte en
humo la llama de la virtud. Ni espero ni deseo verle, pues mucho me contenta saber que su madre pasa con usted
largas temporadas, y no consideraría que fuese elegante ni agradecido si no se dedicara usted por entero a
gratificar su afecto. Presente mis respetos a ambas damas y a todos los jóvenes. Viajaré al norte durante una corta
temporada, por ver si el aire del campo me reporta algún beneficio, pero si usted me escribe, su carta me ha de
seguir a donde me encuentre.
Al día siguiente emprendió un corto recorrido por los condados de Stafford y Derby,
halagándose con la perspectiva de que tal vez hallara cierto alivio a sus achaques.
Mientras estuvo ausente de Londres mantuvo correspondencia con varios de sus
amigos, de la cual selecciono lo que me parece más apropiado para su publicación,
sin prestar atención al orden cronológico de las cartas.
Al doctor Brocklesby le escribe desde Ashbourne en estos términos, el 20 de
julio:
La amable atención que desde hace tanto tiempo muestra usted por mi salud y mi felicidad hacen que sea tanto
deuda de gratitud como gesto de interés darle cumplida cuenta de cuanto me sucede, cuando accidentalmente me
recuperé de su cuidado inmediato. El trayecto del primer día lo hice con muy poca sensación de fatiga; al segundo
día de viaje llegué a Lichfield sin demasiada lasitud, si bien me temo que no hubiera sido capaz de soportar tan
violenta agitación durante demasiados días seguidos. Diga al doctor Heberden que en el coche leí el Ciceronianus,
que concluí al avistar Lichfield. Mi afecto y mi entendimiento estuvieron acordes con Erasmo, con la excepción
de que una o dos veces entrelaza sin demasiada habilidad el aspecto civil o moral de Cicerón con su carácter
retórico. Estuve cinco días en Lichfield, aunque al verme incapacitado de caminar no tuve gran placer, y ayer (el
19) vine aquí, donde veré cómo me sientan el aire y las atenciones. No me complazco por el momento con la
percepción de ninguna mejora de mi salud. (…) El asma no da muestras de remitir. Los opiáceos detienen el
acceso, de modo que puedo permanecer sentado y a veces tumbado con comodidad, pero no me procuran la
capacidad de moverme, y me temo que mi fuerza corpórea en general no aumenta. El tiempo, desde luego, no es
benigno, si bien ¡qué bajo ha caído aquél cuyas fuerzas dependen del clima! Ahora leo a Floyer, que vivió con su
asma hasta casi los noventa años. Por falta de cierto orden, su libro es bastante oscuro; su asma, por lo demás, no
creo que sea del mismo tipo que la mía. Algo tal vez pueda sacar en claro. Mi apetito sigue siendo bueno;
considero que es síntoma radical de buena salud que me deleite con voracidad en comer la fruta de verano, de la
cual hace pocos años no tenía mayor apetencia. Tenga la bondad de comunicar esta información al doctor
Heberden, y si algo hubiera que hacer hágame saber su opinión conjunta. Ahora, abite curae, permítame
interesarme por el club.[199]
31 de julio
Al no recordar que el doctor Heberden tal vez se encuentre en Windsor, me pareció que su carta tardaba mucho en
llegar. Pero, como usted bien sabe, nocitura petuntur,[c226] y la carta que tanto deseaba recibir me dice que he
perdido a uno de mis mejores y más queridos amigos.[200] Mi consuelo es que pareció vivir como un hombre que
siempre tuvo ante sus propios ojos la fragilidad de nuestra presente existencia, y por tanto no estaba, espero, mal
preparado para presentarse ante su juez. La atención que usted, querido señor, y el doctor Heberden prestan a mi
salud es sumamente amable. Aborrezco pensar que empeoro, pero ni siquiera podría demostrar ante mi propia
parcialidad que haya mejorado gran cosa.
5 de agosto
Le doy las gracias, querido señor, por su atención infatigable, tanto en lo médico como en lo amistoso, y espero
demostrar el efecto de sus cuidados viviendo lo suficiente para reconocérselo.
14 de agosto
Hasta la fecha sólo le he hecho llegar cartas melancólicas, de modo que se alegrará al oír mejores noticias. Ayer
remitió el asma, remitió de manera perceptible, y me moví con más facilidad de la que he disfrutado desde hace
muchas semanas. Quiera Dios continuar otorgándome su misericordia. Esta relación no la pospongo, pues no soy
yo amigo de las quejas, ni de los quejosos, si bien desde que nos despedimos sólo le he referido terrores y penas
varias. Escríbame, querido señor.
16 de agosto
Tengo esperanzas de mejorar. Respiro con mayor facilidad, con más libertad. Ayer fui a la iglesia, tras un
almuerzo muy pródigo, sin mayores inconveniencias; no es, desde luego, una larga caminata, aunque desde que
llegué nunca la había hecho sin dificultades. (…) la intención consistía sólo en incrementar, si tal es posible, la vis
inertiæ de los músculos pectorales y pulmonares. Me hallo beneficiado por un grado de facilidad que me deleita
sobremanera, y no desespero de echar aún otra carrera por las escaleras de la Academia. Si estuviera sin embargo
de humor para ver o para mostrar mi estado corporal en su faceta menos benévola y más oscura, podría decir
«Quid te exempta juvat spinis de pluribus una?».[c227]
Sigo pasando las noches sin dormir, y el agua retenida va en aumento, aunque no demasiado deprisa.
Regocijémonos, sin embargo, por todo el bien que tenemos. La remisión de una enfermedad permitirá a la
naturaleza combatir las demás. No he dejado de tomar las cebollas albarranas; de hecho he tomado más de cien
gotas al día, y un día tomé hasta doscientas cincuenta, lo cual, de acuerdo con el equivalente popular de una gota a
un grano, viene a ser más de media onza. Le agradezco, señor, su atención en el encargo de los medicamentos; sus
atenciones nunca me han fallado. Si la virtud de los medicamentos pudiera aplicarse mediante la benevolencia de
quien los prescribe, es de ver qué pronto me restablecería del todo.
19 de agosto
La relajación del asma sigue igual, si bien no confío plenamente en que así sea por sí misma, y por tanto la aplaco
de vez en cuando con un opiáceo. No sólo realizo el perpetuo acto de la respiración de manera menos trabajosa,
sino que además puedo caminar con menos descansos que antes, y con una mayor libertad de movimiento. Nunca
tuve una muy buena opinión de las medicinas mixtas del doctor James; sus ingredientes se me antojan harto
ineficaces, pura bagatela, y a veces incluso tan heterogéneos que sin duda se contrarrestan entre sí. Esta receta
exhibe una composición de unos trescientos treinta granos, de los cuales hay cuatro de tártaro emético, y seis
gotas de tintura tebaica. Quien así escribe, sin duda escribe por puro alarde. La base de su medicina es una planta
llamada gomorresina, que mi querido doctor Lawrence tendía a recetar en sus tiempos, pero que yo nunca vi que
tuviera mayor efecto. Si le parece, dejaremos este medicamento en paz. Las cebollas cuentan con mi plena
aprobación, así que habrán de ser las albarranas lo que tomemos al menos de momento.
21 de agosto
La amabilidad que me muestra al tenerme presente en sus pensamientos prácticamente en todas las ocasiones,
espero que siempre colme mi corazón de gratitud. Tenga la bondad de dar de mi parte las gracias a sir George
Baker por la consideración que me ha concedido. ¿Se trata del globo que hace tanto tiempo se espera, ese globo al
que aporté mi suscripción, aunque sin pago alguno?[c228] Es una lástima que los filósofos hayan visto defraudadas
sus esperanzas, y es una vergüenza que se les haya estafado, si bien no sé yo de qué modo podría haberse evitado
una cosa y la otra. Nada he leído acerca del experimento. ¿Dónde se llevó a cabo? ¿Y quién fue el hombre que se
largó con tanto dinero? Siga escribiéndome a menudo, señor, pues ninguna de sus prescripciones opera de modo
más seguro que sus cartas, que sirven como cordial refuerzo de mi ánimo.
26 de agosto
Tuve que sufrir que escapara usted del último correo sin carta, pero no debe usted esperar semejante indulgencia a
2 de septiembre
El señor Windham ha venido a verme. Se desvió, tengo entendido, unas cuarenta millas de su itinerario, y
permaneció un día y medio, aunque tal vez acorto algo su estancia, más de lo que fue en realidad. Conversación
como la habida con él no la volveré a tener mientras no regrese a las regiones de la literatura, y allí se halla
Windham, inter stellas Luna minores.[201] [Menciona a renglón seguido el efecto de ciertos medicamentos que ha
ingerido; añade]: la naturaleza recobra sus poderes originales, y las funciones retoman su estado apropiado. Dios
sigue otorgándome su misericordia, y me concede el recto uso de la misma.
9 de septiembre
¿Conoce usted a los Duques de Devonshire? ¿Ha visto alguna vez Chatsworth? Estuve el lunes en Chatsworth. Lo
había visto antes, aunque nunca estando sus dueños en la casa. Me recibieron con grandes atenciones, y con
sinceridad me apremiaron a quedarme, pero les dije que un enfermo no es el inquilino más digno de una gran
mansión. Tengo la esperanza de volver alguna otra vez.
11 de septiembre
Creo que nada empeora, que todo va a mejor, salvo el sueño, que últimamente me ha gastado jugarretas de las
suyas. Ayer, antes de caer la noche, sentí una inclinación que hacía tiempo no tenía: salir a pasear para pasar el
rato. Di un corto paseo y regresé sin hallarme ni fatigado ni sin aliento. Ha sido éste un verano sombrío, lúgubre
incluso, frío, nada cordial, aunque últimamente parece arreglarse un poco. A veces oigo que se habla del
calorcillo, pero yo no lo siento;
Espero, a pesar de todo, que con buena ayuda pueda hallar el medio de sobrellevar el invierno en casa, y de oír y
relatar en el club qué se hace y qué se debiera hacer en el mundo. Aquí no tengo compañía, y como es natural
regresaré hambriento de conversación. Desearle, señor, más ocio del que dispone no sería amable; el ocio sin
embargo de que disponga me lo debe conceder a mí.
16 de septiembre
Hace ya algunos días que le he dejado en paz, por tener en efecto poca cosa que contar. A veces me acusa usted
injustamente de vivir en el lujo. En Chatsworth, como sin duda recuerda, sólo he almorzado una vez; el médico
con quien vivo sigue rigurosamente una dieta a base de leche. No engordo, aunque mi estómago, si no lo trastorna
la medicina, nunca me falla. Ahora empiezo a hastiarme de la soledad, y pienso en desplazarme la semana que
viene a Lichfield, lugar donde hay más ocasiones sociales, aunque sea por lo demás menos conveniente en mi
actual estado. Cuando me haya instalado le escribiré de nuevo. Del calor del que me hablaba, no hemos tenido
mucho en el condado de Derby; por mi parte, rara vez me acaloro, y supongo que el frío que paso es efecto de lo
destemplado que estoy, suposición que como es natural me lleva a albergar la esperanza de que un clima más
caluroso me fuera de provecho. Pero tengo esperanzas de aguantar otro invierno inglés.
Lichfield, 29 de septiembre
En un solo día recibí tres cartas a propósito del globo de aire:[c230] la suya era de largo la mejor, y me ha
permitido impartir a mis amigos de provincias una idea acertada de esa diversión de nuevo cuño. En diversión, y
nada más, me temo que haya de terminar el asunto, pues no considero que sea posible dirigir su curso de modo
que sirva a ningún propósito de comunicación, así como tampoco puede darnos nueva información sobre el estado
del aire a distintas alturas, al menos mientras no asciendan hasta la altura de las más altas montañas, cosa que no
parece probable que se llegue a realizar. Llegué aquí el 27. No he determinado cuántos días me quedaré. Mi
hidropesía ha desaparecido, mi asma ha remitido en gran medida, pero en estos dos días me he sentido algo en
6 de octubre
El sino del globo no lo lamento mucho:[c231] fabricar globos nuevos es repetir la chanza de punta a cabo. Ahora
conocemos un método para ascender por los aires y, creo yo, no es probable que a ese respecto conozcamos
mucho más. Esos vehículos de nada sirven hasta que no podamos guiar su curso, y tampoco pueden gratificar la
curiosidad hasta que con ellos ascendamos a alturas superiores a las que hemos llegado sin su ayuda, esto es, hasta
que nos remontemos más allá de las cumbres de las más altas montañas, cosa que todavía no se ha hecho.
Conocemos el estado del aire en todas sus regiones, hasta lo más alto de Tenerife, y, por lo tanto, nada
aprenderemos de quienes naveguen en un globo por debajo de las nubes. El primer experimento, ahora bien, fue
osado, y bien mereció aplauso y recompensa. Pero desde que se llevó a cabo, y es conocido el suceso, preferiría
con mucho que se hallase un medicamento capaz de curar el asma.
25 de octubre
Me escribe con un celo que me anima, y con una ternura que me conmueve. No me da miedo ni un viaje a
Londres ni el hecho de residir en la ciudad. Tuve un poco de fatiga, y ahora no me encuentro más débil. En el
ambiente con humo me vi libre de la hidropesía, que considero que es la enfermedad originaria y radical. La
ciudad es mi elemento.[202] Allí están mis amigos, allí están mis libros, de los que aún no me he despedido, y allí
hay abundantes motivos de entretenimiento. Sir Joshua me dijo hace ya tiempo que mi vocación es la vida
pública, y tengo la esperanza de mantenerme en esa condición, hasta que Dios me diga «Ve en paz».
Al señor Hoole
Ashbourne, 7 de agosto
Desde que estoy aquí he recibido dos breves cartas suyas, y no he tenido la gratitud de escribirle. Ya se sabe que
somos sobre todo libres con nuestros amigos, porque nadie supone que los amigos vayan a sospechar de una falta
de civismo intencionada. Una de las razones de mi omisión es que, hallándome en un lugar en el que usted es un
completo desconocido, carezco de asuntos sobre los cuales corresponderle. Si algo conociera de Ashbourne,
podría hablarle de dos lugareños que, condenados la semana pasada en Derby a morir en la horca por un robo, se
ahorcaron ellos solos en sus celdas. Su amabilidad, lo sé, hará que se alegre de oír alguna cosa buena acerca de
mí, pero es que no tengo ni mucho ni bueno que contarle. Que no empeoro, es cuanto puedo decir. Espero que la
señora Hoole reciba mayor beneficio de su migración. Preséntele mis respetos y escriba de nuevo, querido señor, a
su afectuoso servidor.
13 de agosto
Le agradezco su afectuosa carta. Espero que los dos estemos mejor en aras de nuestra mutua amistad, y espero que
no hayamos de despedirnos pronto para siempre. Diga al señor Nichols que me alegraré de ser su corresponsal
cuando sus asuntos le dejen algo de tiempo libre, aunque desearle que tenga menos ocupaciones, de modo que
tuviera yo mayores placeres, tal vez fuera demasiado egoísta. Pagar por una entrada de asiento para ver el globo
no es muy necesario, ya que en menos de un minuto todo el que mire desde una milla a la redonda verá cuanto
haya que ver. En cuanto a las alas, soy de su misma opinión: de ninguna manera ayudarán a que sea más
gobernable, ni a que sea más regulable su movimiento. Ahora me encuentro algo más aliviado de cuerpo, aunque
mi espíritu a veces se encuentra deprimido. En cuanto al club, no tengo grandes penas. Las multas siguen su
curso, y la casa, según tengo entendido, ha hecho mejoras de cara a las siguientes reuniones. Espero que nos
reunamos a menudo, y que las reuniones duren lo suyo.
4 de septiembre
Su carta, efectivamente, se hizo de rogar, pero fue muy bien recibida. Nuestro trato de amistad subsiste desde hace
tiempo, y nuestros mutuos recuerdos requieren más amplio espacio, al tiempo que abundan las ocurrencias
menudas que funden los pensamientos en ternura. Escríbame, por tanto, tan a menudo como pueda. Tengo
entendido por el doctor Brocklesby y el señor Ryland que el club no cuenta con una gran concurrencia. Espero
que lo reanimemos cuando el invierno vuelva a reunirnos.
4 de septiembre
[En referencia a cierta transacción privada, sobre la cual se le solicitó su opinión; luego de pronunciarse al
respecto, aporta las siguientes reflexiones, aplicables a otros supuestos]. Nada merece más compasión que la
conducta errónea con un buen fin, o la pérdida o el oprobio que sufre uno que, siendo consciente de tener sólo
buenas intenciones, se pregunta por qué pierde esa amable relación que tanto habría deseado preservar, sin saber si
es culpa suya, si, tal como a veces sucede, nadie le dice cómo es que ha ofendido con sus esfuerzos por complacer.
Me deleita hallar que coincide en sus opiniones con las mías. Me hará un gran favor si sigue escribiéndome. El día
en que llega el correo aquí se ha convertido en un largo día de recreo.
1 de noviembre
Nuestra correspondencia se ha secado por falta de asuntos que tratar. Le dije lo que le tuve que decir acerca del
asunto que sometió a mi consideración, y nada más me quedaba, salvo decirle que estaba despierto o que dormía,
o que estaba más o menos enfermo. Concentré mis pensamientos en mí, y supuse que usted dio empleo a los suyos
en su libro.[c232] Que su libro se haya pospuesto me alegra, pues así tendrá ocasión de ser más preciso. De la
cautela necesaria para ajustar las narraciones nunca hay buen fin. Unos cuentan lo que no saben para no parecer
ignorantes; otros, por mera indiferencia a la verdad. No toda la verdad, desde luego, reviste la misma importancia;
ahora bien, si se permiten las pequeñas violaciones de la misma, cualquier violación será a su debido tiempo
considerada menor, y cualquier escritor ha de mantenerse vigilante y en guardia para resistir a las primeras
tentaciones de caer en la negligencia o de dejarse vencer por la ignorancia supina. Había dejado de escribir, pues
por respeto a usted nada más tenía que decir, y por respeto a mí poca cosa podía yo decir. No puedo alardear de
grandes progresos, y en caso de convalecencia bien cabe decir, con pocas excepciones, non progredi est regredi.
Ojalá pueda yo ser la excepción. Mi mayor dificultad es la que tuve con mi dulce Fanny,[204] quien, mediante su
artificio al insertar su carta en la de usted, me obsequió un precepto de frugalidad y ahorro que no gocé yo de
libertad para desatender, al tiempo que desconozco quiénes se hallaban en la ciudad bajo cuyo cuidado podría yo
enviar mi carta.[c233] Me regocija saber que ustedes se encuentran bien, y me deleita con simpatía especial el
restablecimiento de la señora Burney.
Al señor Langton
25 de agosto
La amabilidad de su última carta, y mi omisión en responderla, comienzan a darle a usted, incluso a mi juicio, el
derecho de recriminarme e incluso de acusarme de tener olvidados a los ausentes. Por consiguiente, no aplazaré ni
un día más el darle justa relación de mi estado, con el deseo de poder relatarle lo que a mí me agrade o lo que
agrade a mi amigo. El 13 de julio partí de Londres en parte con la esperanza de beneficiarme de un cambio de
aires, y en parte excitado por la impaciencia que con el presente suele tener el enfermo. Llegué a Lichfield en una
silla de posta, con muy poca fatiga, en un viaje de dos días, y tuve el consuelo[205] de ver que, desde mi última
visita, tres de mis más antiguos conocidos han muerto. El 20 de julio me dirigí a Ashbourne, donde he
permanecido hasta ahora; la casa en la que residimos es reparadora. Vivo demasiado en soledad, y a menudo me
hallo profundamente abatido. Ojalá estuviésemos más cerca y pudiéramos regocijarnos con su llegada a Londres.
Un amigo al tiempo serio y animado es una gran ventaja. No nos descuidemos uno al otro durante el poco tiempo
que la Providencia nos puede permitir esperar aún. De mi salud no podría decirle lo que mis deseos me habían
persuadido de confiar, esto es, que mucho ha mejorado gracias a la estación del año o a los remedios. No concilio
Al señor Windham
Agosto
La ternura con que ha tenido usted la bondad de tratarme a lo largo de mi dilatada enfermedad, espero que ni la
salud ni un nuevo recrudecimiento me hagan olvidarla; no debe usted bajo ningún concepto suponer que después
que nos despidiéramos estuviera usted ausente de mis pensamientos. Ahora bien, ¿qué puede decir un enfermo,
salvo que está enfermo? Sus pensamientos forzosamente se concentran en sí mismo; ni recibe ni puede producir
deleite; sus indagaciones y cuitas revierten en la manera de aliviar el dolor, y sus esfuerzos sólo buscan un
consuelo momentáneo. Aunque ahora me encuentro en los alrededores del Pico, no debe usted esperar descripción
de sus maravillas, de sus cerros colindantes, sus cauces de agua, sus cavernas o sus minas; sin embargo, querido
señor, le diré algo que espero que escuche con no menor satisfacción, y es que desde hace más de una semana el
asma me aflige mucho menos.
Lichfield, 2 de octubre
Entiendo que está usted desde hace tiempo acostumbrado a los diversos phænomena de la enfermedad, de modo
que no le sorprenderá si un paciente desea estar donde no se encuentra, y donde a todo el mundo salvo a él parece
que bien pueda estar, sólo que sin tener la resolución de moverse. Creí que Ashbourne era un lugar solitario en
demasía, pero no vine aquí hasta el pasado lunes. Aquí gozo de más compañía, aunque mi salud en esta última
semana no ha prosperado, y es de ver en la languidez de la enfermedad qué poco se puede hacer. No sabría
precisar ni cuándo ni adónde iré después, pero le ruego encarecidamente, querido señor, que de cuando en cuando
me haga saber dónde se le puede encontrar, pues su residencia reviste un poderoso atractivo para su más humilde
servidor.
Al señor Perkins
Lichfield,
4 de octubre de 1784
Querido señor,
no puedo sino sentirme halagado al pensar que gracias a su amabilidad conmigo le alegrará saber de mi paradero y
del estado en que me hallo.
Me he debatido a brazo partido con mis achaques diversos. Mi respiración ha estado muy obstruida, y el agua
acumulada amenazaba con ganarme de nuevo. Pasé la primera parte del verano en Oxford, luego fui a Lichfield,
de allí a Ashbourne, en Derby, y hace una semana regresé a Lichfield.
Ahora respiro con mayor facilidad, y el agua en gran medida ha dejado de acumularse, de modo que espero
verle antes del invierno.
Presente mis respetos a la señora Perkins y al señor y señora Barclay. Soy, querido señor, su más humilde
servidor,
SAM. JOHNSON
A John Paradise[206]
Lichfield, 27 de octubre de 1784
Querido señor,
aunque a lo largo de todo mi periplo veraniego no le he dado noticias mías, espero que me tenga en mejor
consideración y que no imagine que me ha sido posible olvidarlo durante todo este tiempo, no en vano ha tenido
usted tan grande y tan constante amabilidad conmigo, que como es natural habría causado honda impresión
incluso en un pecho más endurecido que el mío.
El silencio no es culpable cuando nada placentero se suprime. En nada habría aliviado sus quejas haber leído
nada acerca de mis malhadadas vicisitudes. Me he debatido a brazo partido con formidables y obstinadas
afecciones, y si bien no puedo hablar de salud, creo que toda alabanza es debida a mi Creador y Preservador por la
prolongación de mi vida. La hidropesía me ha atacado en dos ocasiones, y ha cedido a los medicamentos; el asma
me resulta muy opresiva, pero asimismo ha remitido. Me encuentro muy débil y muy insomne; pero ya es hora de
concluir el relato de las desdichas.
Espero, querido señor, que usted mejore, pues también tiene usted su carga en los males del ser humano, y que
su señora y los encantadores pequeños se encuentren bien.
Soy, querido señor, etc.,
SAM. JOHNSON
Al señor Cruikshank
Ashbourne, 4 de septiembre de 1784
Querido señor,
no dé en suponer que lo tengo olvidado; espero no se me acuse nunca de olvidar a mis benefactores.[c234] Hasta
hace poco no tuve nada que escribir, salvo quejas y más quejas, desdichas y más desdichas, pero en esta última
quincena he experimentado un gran alivio.
¿No goza de asueto entre una charla y otra? Si encuentra liberación de la necesidad del estudio diario, tal vez
encuentre tiempo para escribirme una carta. [Aquí enumera los particulares de su situación]. A cambio de esta
descripción de mi salud, permítame gozar de un buen relato sobre la suya y sobre su prosperidad en todas sus
empresas.
Soy, querido señor, su amigo, etc.,
SAM. JOHNSON
19 de agosto
Como desde que nos despedimos he tenido poca cosa que decirle, o más bien nada que a usted le complaciera y
que a mí me alegrase contar, no he sido pródigo en cartas inútiles; ahora bien, me halaga pensar que usted
compartirá conmigo el placer con que ahora puedo decirle que hará cosa de una semana sentí una súbita y notoria
remisión de mi asma y, en consecuencia, una mayor ligereza de acción y de movimiento. De este alivio tan de
agradecer desconozco la causa, así como tampoco oso fiarme de que se mantenga, si bien mientras dure me
esforzaré por disfrutarlo, por todo lo cual deseoso estoy de comunicar a mis amigos, mientras dure, este placer.
Hasta la fecha, querido señor, había escrito antes de que llegase el correo, que en esta localidad permanece
muy poco tiempo, y me trajera su carta. El señor Davies parece haberse hecho una idea demasiado espléndida de
mi pequeño avance hacia la recuperación. Sigo inquieto, sigo débil, sigo acuoso, pero el asma es menos opresiva.
2 de septiembre
Me alegro de que un pequeño favor de la corte haya interceptado sus furiosos propósitos.[c235] De ninguna manera
podría haber dado mi aprobación a tal violencia pública ni a tal resentimiento, y habría considerado a todo el que
la fomentase como alguien más bien deseoso de divertirse de mala manera que dispuesto a honrarle a usted. El
resentimiento gratifica a quien se propone causar un daño, y daña de manera injusta a quien no tenga tal intención.
Pera todo esto ahora ya es superfluo.
Continúo, por la misericordia divina, mejorando. Mi respiración es más llevadera, mis noches más apacibles,
mis piernas están menos hinchadas y algo más fortalecidas. Aún es mucho, sin embargo, lo que me queda por
superar antes de acceder siquiera a la salud natural en un anciano. Escríbame, no deje de escribirme de vez en
cuando; somos ya viejos conocidos, y quizá sean pocas las personas que hayan vivido tanto y tanto tiempo juntas,
con menos motivo de queja por ambas partes. La retrospección a este respecto es muy grata, y espero que nunca
hayamos de pensar el uno en el otro con menos bondad.
9 de septiembre
No pude responder a su carta antes de hoy, pues el día 6 visité Chatsworth, y a mi regreso ya había marchado el
correo.
Espero que no sean necesarias muchas palabras entre usted y yo para convencerle de cuál es la gratitud que
hincha mi corazón por la liberalidad del Canciller y sus muy amables oficios. No tenía yo ni mucho menos la
suposición de que lo que el Canciller solicitara pudiera ser motivo de rechazo, pero ya que así ha sido mejor será
no decir que nada se llegara a solicitar. He adjuntado una carta para el Canciller que, cuando la haya leído, le
ruego tenga la bondad de sellar como estime oportuno para hacérsela llegar; de habérsela enviado yo
directamente, habría parecido que pasaba por alto el gran favor que usted me hace con su amable intervención. En
mi última carta le puse al corriente de mis progresos en la recuperación, que, según creo, en general sigue
adelante. Del tumor hidrópico no hay apenas señales; el asma es mucho menos molesta y parece remitir día a día,
aunque sea sólo un poco. No desespero de sobrellevar cuando llegue el invierno inglés.
En Chatsworth conocí al joven señor Burke, quien me introdujo muy cómodamente en conversación con los
Duques. Disfrutamos de una muy plácida mañana. El almuerzo fue público.[c236]
18 de septiembre
Me envanecía al suponer que esta semana me llegaría una carta suya, pero no ha sido así. Escríbame de vez en
cuando, pero dirija la siguiente a Lichfield. Creo, y espero no equivocarme, que sigo mejorando; a veces paso
buenas noches, pero sigo teniendo debilidad en las piernas, si bien tal es el alivio que voy a Lichfield con la
esperanza de poder llevar a cabo mi ronda de visitas a pie, pues allí no hay coches de punto. Hoy he recibido tres
cartas, todas acerca del globo. Me hubiera bastado con una. No me cuente nada más del globo, al margen de lo
que le parezca apropiado decirme.[c237]
2 de octubre
Siempre me enorgullecerá su aprobación, y por tanto me complació sobremanera que le agradara mi carta. Cuando
la copió usted, más que el mío vulneró el derecho del Canciller. La negativa no la esperaba, pero tampoco había
pensado demasiado en ello, pues dudaba de que el Canciller tuviera tanta consideración como para hacer la
solicitud. Siendo el guardián de la conciencia del monarca, no debiera suponérsele a él capaz de una solicitud
impropia.
No es oro todo lo que reluce, como tantas veces se nos ha dicho, y el adagio tiene sobrada verificación en el
lugar que usted ocupa y en el favor que yo recibo.[c238] Ahora bien, si lo que suceda no nos hace más ricos, hemos
de recibirlo con los brazos abiertos si al menos nos hace más sabios. En la actualidad no mejoro, pero tampoco
empeoro; mis esperanzas sin embargo se hallan un tanto menguadas, y es grandísima pérdida la pérdida de la
esperanza, aunque sigo luchando como puedo.
Toda esta variada correspondencia, que de este modo he reunido, posee gran valor
tanto por lo que añade a las cartas de Johnson que el público ya conoce como por
exponer nobles y genuinas muestras de su vigor y de su vivacidad intelectual, que ni
la edad ni la enfermedad deterioraron ni disminuyeron.
Cabe observar que su escritura obedece en todos los sentidos, tanto si son
públicas como privadas y para sus amigos, a sucesivos arranques y detenciones; bien
se ve que varias de estas cartas las escribió en un mismo día. Una vez superaba la
aversión que tenía a ponerse a escribir, su deseo era el de continuar ante todo, con
objeto de dar alivio a su espíritu de la intranquila reflexión que sin duda le suscitaba
posponer el cumplimento de sus deberes.
Mientras estuvo en el campo, a despecho de la acumulación de enfermedades que
hubo de soportar, su intelecto no pareció perder ni un ápice de su capacidad. Tradujo
una oda de Horacio que aparece impresa en sus obras, y compuso varias plegarias, de
las cuales insertaré una, tan sabia y tan enérgica, tan filosófica y piadosa, que dudo
mucho que no sirva para procurar consuelo a muchos cristianos sinceros cuando se
encuentren en un estado de ánimo al cual entiendo que incluso los mejores son
susceptibles.[209]
Y aquí me veo plenamente capacitado para refutar de plano una muy injusta
reflexión de sir John Hawkins, tanto sobre el doctor Johnson como sobre su fiel
criado, el señor Francis Barber, como si ambos hubieran sido culpables de
negligencia hacia una persona de apellido Heely, a quien sir John se empeña en
llamar pariente del doctor Johnson. Lo cierto es que el señor Heely no tenía con él
ningún parentesco; estuvo casado, en efecto, con una de sus primas, que murió sin
haber tenido descendencia, y luego se casó con otra mujer, de modo que incluso la
muy leve conexión que tuvieron por alianza marital había quedado disuelta. El doctor
Johnson, quien había mostrado una gran liberalidad con este hombre mientras aún
vivía su primera esposa, como se ha visto en una parte anterior de esta obra,[210] fue
humanitario y caritativo en medida suficiente para seguir prodigando su generosidad
con él de manera ocasional, aunque de ninguna manera existiera deber ninguno de
Ciertamente, es muy necesario tener en cuenta que sir John Hawkins ha considerado
de manera inexplicable el carácter y la conducta de Johnson en no pocos particulares
armado de infelices prejuicios.[211]
Ahora hemos de contemplar a Johnson por última vez en su lugar natal, ciudad
por la que siempre conservó un cálido afecto y que, con un apostrofe inesperado,
introduce bajo el vocablo lich[c239] en su inmortal Diccionario: «Salve magna
parens».[212] Estando en ella sintió renacer toda la ternura y el afecto filial, del que
aparece buen ejemplo en la orden que da para que la lápida sepulcral y la inscripción
de Elizabeth Blaney[213] sean sustancial y esmeradamente renovadas.
Al señor Henry White, joven clérigo con quien trabó amistad íntima, hasta el
punto de hablarle con gran libertad, le dijo que, en general, no podía acusarse de
haber sido un hijo desobediente, o que no cumpliera sus deberes filiales. «A decir
verdad, una vez —le dijo— sí pequé de falta de obediencia; me negué a acompañar a
mi padre al mercado de Uttoxeter. Fue el orgullo la causa de mi negativa, y su
recuerdo me llena de pesar. Hace algunos años quise expiar la falta, y fui a Uttoxeter
con un tiempo pésimo, permaneciendo sin cubrirme cuando arreciaba la lluvia, en el
lugar mismo donde instalaba mi padre su puesto. Lo hice con la debida contrición y
espero que la penitencia fuera expiatoria».
«En una de las últimas visitas que le hice —dice la señorita Seward—, le hablé de
un cerdo maravillosamente adiestrado que había visto en Nottingham, y que era capaz
de hacer cuanto hemos visto hacer a los perros y a los caballos. El asunto le divirtió.
“En tal caso —dijo—, los cerdos son una raza a la que injustamente se calumnia. No
es que el cerdo haya faltado al hombre, sino que el hombre ha faltado al cerdo. No les
damos tiempo para que se adiestren, los matamos antes de que cumplan un año”. El
señor Henry White, que estaba presente, observó que si ese suceso hubiera tenido
Este documento se encontró entre sus papeles después de su muerte, y sir John
Hawkins lo ha insertado completo en su libro; yo me he servido del mismo aquí y
allá, así como he hecho uso de otras comunicaciones del señor Hector a lo largo de
esta obra.[216] Le he visitado y he mantenido correspondencia con él después de la
muerte de Johnson, y he obtenido bastante información complementaria sobre
muchos particulares. Seguí idéntico proceder que con el reverendo doctor Taylor, en
Al tener muy pronto la impresión de que el modo en que me había escrito pudiera
lastimarme, dos días más tarde, el 28 de julio, volvió a escribirme, y me hizo una
descripción de sus achaques y sufrimientos, tras la cual procede así:
Antes de esta carta habrá recibido tal vez otra que espero que no se tome a mal, pues contiene solamente la
verdad, y una verdad cuya intención es sólo afectuosa. (…) Spartam quam nactus es orna; saque el máximo
partido de lo que le ha tocado en suerte, y no se compare con los pocos que están por encima de usted, sino con las
Por desgracia, estuve tan indispuesto durante buena parte del año que no estuvo en mi
mano, o al menos quiero creer que no lo estuvo, la posibilidad de escribir a mi ilustre
amigo como antiguamente, o al menos sin manifestar quejas tales como las que le
ofendían. Habiéndole rogado que no me hiciera la injusticia de acusarme de
afectación, permanecí durante mucho tiempo en silencio, y ahora lo lamento. Me
llegó su última carta y me afectó en lo más vivo:
A James Boswell
Lichfield, 5 de noviembre de 1784
Querido señor,
a lo largo del verano unas veces he mejorado y otras he recaído, pero en conjunto he perdido bastante terreno en
mi lucha contra la enfermedad. Padezco una debilidad extrema de las piernas y respiro con dificultades crecientes,
al tiempo que la hinchazón se incrementa. En este estado de desolación, sus cartas antes me eran de alivio. ¿Cuál
es la razón de que ya no me lleguen? ¿Está usted enfermo, o está malhumorado? Sea cual fuere la razón, si no
fuera por estricta necesidad, aléjela de sí, y de la breve vida que nos es dado vivir haga el mejor uso que pueda
tanto para sí como para sus amistades. (…) A veces temo que su omisión tenga alguna causa verdadera, y me
alegraré mucho de saber que no se encuentra enfermo, que nada malo ha ocurrido a la querida señora Boswell, ni
a nadie de su familia.
Soy, señor, suyo, etc.,
SAM. JOHNSON
Sin embargo, no me supuso pequeño dolor hallar que en un párrafo de esta carta, que
no he reproducido, perseveraba pese a todo en acusarme como antes, lo cual también
era raro en él, no en vano tenía tan sobrada experiencia de lo que yo había sufrido.
Sin embargo, le escribí dos cartas tan amables como pude, la última de las cuales
llegó demasiado tarde para que él la leyera, pues su enfermedad progresó a partir de
entonces mucho más deprisa de lo que yo pude suponer; ahora bien, tuve el consuelo
de que se me informase de que habló de mí en su lecho de muerte con afecto, y
espero con ansia y con humilde esperanza la ocasión de renovar nuestra amistad en
un mundo mejor.
Ahorro ahora a los lectores de esta obra toda ulterior noticia personal acerca de su
autor, quien, si se diera en considerar que ha dado excesiva prominencia a sus
opiniones y ha reclamado en exceso y para sí la atención de sus lectores, les suplica
tengan en consideración el peculiar plan a que obedece esta empresa biográfica.
Los imitadores del estilo de Johnson que caen en la más imperdonable ridiculez son
legión. El método que en general emplean es la acumulación de palabras «duras», sin
considerar que, si bien a Johnson le agradaba introducirlas de manera ocasional, no
hay una sola frase en toda su obra en la que aparezcan apiñadas muchas, como es el
caso del primer verso de esta oda, imaginariamente de su autoría y dedicada a la
señora Thrale,[220]
Ésta, y otro millar de intentonas semejantes, son totalmente contrarias al original que
imitan, que los autores de las mismas mal creyeron haber ridiculizado así.
El señor Colman, en su «Prosa sobre ocasiones variadas», presenta una «carta de
Lexífanes, que contiene las propuestas para un glosario o vocabulario de la lengua
vulgar, cuya intención es servir de suplemento a un diccionario más amplio». Se trata
evidentemente de una puya jocosa que pretende ridiculizar a Johnson, cuyo estilo se
Edward Gibbon
De todas nuestras pasiones y apetitos, el deseo de poder es el más imperioso y antisocial, ya que el orgullo de un
solo hombre exige la sumisión de la multitud. En el tumulto de la discordia civil, las leyes de la sociedad pierden
fuerza y pocas veces ocupan su lugar las de la humanidad. El ardor de la disputa, el orgullo de la victoria, la
desesperación ante el éxito esquivo, el recuerdo de las ofensas pasadas y el temor ante los peligros futuros
contribuyen a inflamar el espíritu y a acallar la voz de la piedad.[223]
Señorita Burney
Mi familia, al confundir la ambición con el honor y tomar el rango por la dignidad, desde hace tiempo tiene
planeado un espléndido matrimonio para mí, al cual, aun cuando mi invariable repugnancia hasta la fecha ha
impedido todo avance, es su deseo adherirse con firmeza inquebrantable. Demasiada certeza tengo de que no
querrán prestar oídos a otra opción. Temo, por consiguiente, hacer la prueba en aquello de cuyo éxito descreo y
desespero; no sé cómo arriesgar un ruego con aquellos que por mandato pueden hacerme callar.[224]
Bien sabe usted —dice—[232] que nunca me ha parecido que la confianza con respecto al futuro sea parte del
carácter de ningún hombre valeroso, sabio o bueno. La valentía no tiene lugar allí donde de nada sirve; la
sabiduría imprime con fuerza la conciencia de aquellas faltas de la cual ella misma quizá sea agravamiento; la
bondad, por su parte, con su perenne aspiración a ser mejor, con la natural imputación de toda deficiencia a la
negligencia criminal, y toda falla a la corrupción voluntaria, nunca osará suponer que la condición del perdón se
cumpla, ni que aquello que en el delito brilla por su ausencia lo haya de proporcionar la penitencia.
Tal es el estado en que viven los mejores, si bien ¿cuál ha de ser la condición de aquél cuyo corazón no tolera
el verse a la altura de los mejores, o ni siquiera de los buenos? Grande ha de ser su temor ante el juicio que se
avecina, tanto que no le dejará apenas opción de atender a la opinión de aquellos de quienes se despide para
siempre, y la serenidad que no se siente no puede ser virtud fingirla.
contémplame desde las alturas y rescátame al fin del cautiverio del pecado».[236]
«Todopoderoso y misericordioso Padre, que has dado continuidad a mi vida de año
en año, concédeme que con una vida más prolongada pueda ser yo menos deseoso de
los placeres pecaminosos, y más esmerado en cuidar la felicidad eterna».[237] «Que
no se multipliquen mis años para incrementar mi culpa, Señor; a medida que mi edad
aumenta, hazme ser más puro en mis pensamientos, más regular en mis deseos y
aspiraciones, más obediente a tus leyes».[238] «Perdóname, oh Señor misericordioso,
A lo cual el doctor Brocklesby le dio pronta respuesta, tomada del mismo grandísimo
poeta:
… en esto, es el paciente
quien ha de ayudarse por sí solo.[c245]
Dijo que los Debates parlamentarios eran la única parte de todos sus escritos que le causaba cierta compunción,
aunque en la época en que los escribió no tenía la sensación de estar importunando al mundo, si bien los escribió
con frecuencia a partir de materiales muy exiguos y, a menudo, a partir de la misma nada, de modo que eran mera
acuñación de su imaginación. Nunca escribió ninguna otra de sus obras con velocidad pareja. Tres columnas de la
Gentleman’s Magazine en una sola hora no eran insólita hazaña en aquel entonces, es decir, mucho más deprisa de
lo que la mayoría de las personas habría necesitado para transcribir idéntica cantidad.
De su amigo Cave siempre habló con gran afecto. «Con todo —dijo—, Cave (quien nunca miraba por la
ventana, si no era con miras a su Gentleman’s Magazine) era un pagador tacaño; contrataba las líneas a tanto el
ciento, y contaba con que ese ciento se alargase, pero era un buen hombre, siempre contento de sentar a sus
amigos a su mesa».
Cuando hablaba de una edición uniforme de todas sus obras, dijo que disponía del poder [cedido por los
libreros] de imprimir tal edición, y que lo haría si su salud se lo permitiera, pero que no tenía en cambio el poder
de asignar a nadie ninguna edición, a menos que pudiera añadirle notas, y alterarla así de tal modo que fuera una
obra nueva, lo cual en su estado de salud era de todo punto impensable. Es posible que viva, dijo, o más bien que
respire, tres días o tres semanas más, pero me encuentro a diario paulatinamente más flojo.
Dijo en otra ocasión, tres o cuatro días antes de morir, hablando del poco miedo que le daba someterse a una
operación quirúrgica: «daría una de estas piernas por un año más de vida, me refiero a una vida confortable, no a
la que ahora sobrellevo», y lamentó mucho su incapacidad de leer durante las muchas horas en que no descansaba.
«Antes leía —añadió— cuando no conciliaba el sueño, leía como un turco».
Mientras estuvo confinado por esta su última enfermedad, tuvo por práctica habitual que el servicio religioso
le fuera leído, por lo común gracias a algún teólogo atento y amistoso. El reverendo señor Hoole desempeñó este
amable oficio en mi presencia por última vez, cuando por deseo expreso del paciente sólo se leyó la letanía,
durante la cual sus responsos se dieron en la grave, honda, sonora voz que el señor Boswell ha notado en algunos
pasajes, y con la más profunda devoción que se pueda imaginar. Como su oído distaba de ser perfecto, en más de
una ocasión interrumpió al señor Hoole diciéndole «Más alto, querido señor; más alto, se lo ruego, pues de lo
contrario reza usted en vano», y al terminar el servicio, con gran seriedad se volvió a una excelente dama que
estaba presente y le dijo: «Le agradezco de todo corazón, señora, su amabilidad al sumárseme en este solemne
ejercicio. Viva como debe, se lo suplico, y no sentirá la compunción del final que ahora a mí me embarga». Tan
verdaderamente humildes eran los pensamientos con que este hombre grande y bueno envolvía su propio
acercamiento a la perfección religiosa.
Se le invitó encarecidamente a publicar un volumen de Ejercidos devotos, pero, si bien prestó complaciente
atención a la propuesta, y si bien se le ofreció una suma importante, declinó el ofrecimiento por motivos de
sincera modestia.
Seriamente había pensado en traducir a Thuanus.[c249] A menudo me habló de este asunto, y una vez en
particular, cuando mostré yo mi deseo de que favoreciese al mundo y gratificase a su soberano con una «Vida de
Spenser», que dijo que podría haber escrito con presteza en caso de haber dispuesto de los materiales oportunos,
añadió: «De nuevo he dado vueltas, señor, a la empresa de Thuanus; no sería la titánica tarea que usted supone.
No debiera yo tener más problemas que los del dictado, que podría llevarse a cabo con la misma velocidad con
que sea capaz de escribir el amanuense».
Cuando abrió una nota que le llevó su criado, dijo: «Extraño pensamiento se me
ocurre: no hemos de recibir cartas en la tumba».
Pidió tres favores a sir Joshua Reynolds: que le perdonase treinta libras que le
había pedido prestadas, que leyese la Biblia con aplicación, que jamás empuñase un
lápiz en domingo. Sir Joshua dio su inmediata aquiescencia.
Mostró en efecto una grandísima ansiedad por la mejora de sus amigos en materia
de religión, a los cuales discurseó sobre las infinitas repercusiones que tiene. Suplicó
al señor Hoole que pensara bien en lo que había dicho, y que lo pusiera por escrito;
cuando poco después éste le aseguró que así se había hecho, le estrechó ambas manos
y en tono de máxima sinceridad se lo agradeció. Como el doctor Brocklesby le había
atendido con absoluta asiduidad y con amabilidad inmensa en calidad de médico y de
amigo, estuvo particularmente deseoso de que este caballero no se entregara a la
consideración de alguna laxa noción especulativa, y que se confirmase en las
verdades del cristianismo, e insistió en que lo anotara en su presencia, todo lo bien
que pudiera recordarlo, por la trascendencia de lo dicho al respecto; el doctor
Brocklesby cumplió con su petición, le dio a firmar el documento y le apremió a que
fuera él mismo quien lo custodiase mientras siguiera con vida.
Con aquella fortaleza de espíritu que jamás le abandonó, a despecho de todos sus
achaques corporales y sufrimientos y menoscabos del intelecto, pidió al doctor
Brocklesby que, siendo como era persona autorizada, en la que había depositado su
plena confianza, le dijera a las claras si era posible que se restableciera. «Deme una
respuesta precisa». El médico le respondió preguntándole primeramente si se hallaba
en condiciones de soportar toda la verdad, y al contestarle el paciente que sí, declaró
que a su juicio era imposible que mejorase si no mediaba un milagro. «En tal caso —
dijo Johnson— no tomaré más medicamentos, ni siquiera mis opiáceos, pues he
Durante algún tiempo antes de su muerte, todos sus temores se aplacaron y absorbieron en la preeminencia de su
fe y de su confianza en los méritos y en la propiciación de Jesucristo.
Me habló a menudo de la necesidad de la fe en el sacrificio de Jesucristo, necesaria más allá de todas las
buenas obras, sean cuales fueren, de cara a la salvación de la humanidad.
Me conminó a estudiar al doctor Clarke y a leer sus sermones. Le pregunté por qué defendía de ese modo a
Clarke, un arriano.[247] «Porque —respondió— es quien más se extiende sobre el concepto del sacrificio
propiciatorio».
Todopoderoso y muy misericordioso Padre, me encuentro ahora, según parece a ojos de los hombres, a punto de
conmemorar por última vez la muerte de tu Hijo Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. Concede, oh Señor, que
toda mi esperanza y confianza puedan quedar en sus méritos y en tu misericordia; impulsa y acepta mi imperfecto
arrepentimiento; haz que esta conmemoración sea valedera para la confirmación de mi fe, para el establecimiento
de mi esperanza, para el incremento de mi caridad; haz, Señor, que la muerte de tu Hijo Jesucristo sea eficaz para
mi redención. Ten misericordia de mí y perdona la multitud de mis ofensas. Bendice a mis amigos, ten piedad de
todos nosotros. Confórtame en tu Espíritu Santo, en los días de flaqueza y en la hora de la muerte, y acógeme,
cuando muera, en la felicidad eterna, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Desde el momento en que estuvo seguro de que su muerte se hallaba cerca, el doctor Johnson pareció hallarse
perfectamente resignado; tuvo pocos o ningún momento de displicencia o enojo, y con frecuencia dijo a su fiel
criado, que fue quien me comunicó estos detalles: «Atiende, Francis, a la salvación de tu alma, que es objeto de
máxima importancia»; asimismo, le explicó algunos pasajes de las Escrituras, y parecía complacerse en hablar de
cuestiones de religión.
El lunes 13 de diciembre, día en que murió, una tal señorita Morris, hija de un amigo suyo, acudió y suplicó a
Francis que le permitiera ver al doctor, con el fin de pedirle de todo corazón que la bendijera. Francis entró en la
habitación seguido por la muchacha y dio el recado que le pedía. El doctor Johnson se volvió en la cama y le dijo:
«Dios te bendiga, hija mía». Estas fueron sus últimas palabras.
Su dificultosa respiración se fue haciendo más ardua y trabajosa hasta las siete de la tarde, en que, habiendo
observado el señor Barber y la señorita Desmoulins, que se encontraban en su habitación, que había cesado el
ruido de la misma, se acercaron al lecho y vieron que había muerto.[c253]
Unos dos días después de su muerte, esta grata relación llegó a manos del señor
Malone en una carta del honorable John Byng, al que quedo sumamente agradecido
por el permiso para incluirla en mi obra.
Querido señor,
desde la última vez que nos vimos he mantenido una larga conversación con Cawston,[249] quien permaneció con
el doctor Johnson desde las nueve de la noche del domingo hasta las diez de la mañana del lunes. Por lo que de su
relato he podido colegir, parece que el doctor Johnson guardó perfecta compostura, firme en su esperanza,
resignado a morir. En intervalos de una hora se le ayudó a que se incorporase en el lecho y moviera las piernas,
que le causaban grandes dolores; en esos momentos se dedicaba a rezar con fervor; aunque a veces le fallaba la
voz, nunca perdió la conciencia. El único sustento que recibió fue sidra y agua. Dijo que su espíritu estaba listo, y
que la hora de su disolución le parecía prolongada. A las seis de la mañana preguntó qué hora era y, cuando se le
informó, dijo que todo iba como debía ir, y que tenía la nítida impresión de que le quedaban pocas horas de vida.
A las diez de la mañana se despidió de Cawston diciendo: «No retengan más tiempo al criado del señor
Windham. Gracias. Dé mis recuerdos a su señor». Cawston dice que nadie pudo parecer más recogido y
compuesto, más devoto, menos aterrado ante el pensamiento del minuto que ya se avecinaba.
Esta relación, que es mucho más grata y en algún aspecto distinta de la suya, nos ha provocado la satisfacción
de pensar que el gran hombre murió como había vivido, pleno de resignación, fortalecido en la fe, gozoso en la
esperanza.
Unos días antes de fallecer había preguntado a sir John Hawkins, en calidad de
albacea suyo, dónde iba a ser enterrado. Éste le respondió que «sin duda alguna, en la
abadía de Westminster». Pareció embargarle una satisfacción muy natural en un
poeta, y a mi juicio muy comprensible en cualquier hombre de imaginación que no
tenga un sepulcro familiar en el que ser enterrado con sus progenitores. En efecto, el
lunes 20 de diciembre sus restos fueron depositados en ese noble edificio de gran
renombre, y sobre su tumba fue colocada una gran lápida de pizarra azulada con esta
inscripción:
SAMUEL JOHNSON, D. L.
OBIIT XIII DIE DECEMBRIS,
ANNO DOMINI
M. DCC. LXXXIV.
ÆTATIS SUÆ LXXV.
N.B. Todas las obras que él mismo reconoció van marcadas con un asterisco. Las que
pueden considerarse plenamente suyas debido a las pruebas internas que presentan,
van marcadas con †.
1738. Parte de una traducción de la Historia del Concilio de Trento, del Padre
Paolo Sarpi.*
N.B. Como esta obra, luego de imprimirse algunos pliegos, quedó suspendida,
desconozco si es posible hallarla en todo o en parte.
Para la Gentleman’s Magazine:
«Prefacio».†
«Vida del Padre Paolo».*
1943. Dedicatoria, al Dr. Mead, del Diccionario médico del Doctor James.†[2]
1967. Dedicatoria al Rey del Tratado de los orbes, del señor Adams.*
1974. El patriota.*
1977. Dedicatoria al Rey de las Obras póstumas del doctor Pearce, Obispo de
Rochester.*
Adiciones a la vida y el carácter de este prelado, antepuestas a sus Obras.*
Diversos escritos y cartas en favor del reverendo doctor Dodd.*
1980. Aviso a favor de su amigo el señor Thrale, ante los electores del burgo de
Southwark.*
El primer párrafo de la Vida de Garrick, de Thomas Davies.*
1981. Prefacios biográficos y críticos a las obras de los más eminentes poetas de
Inglaterra, publicados posteriormente con el título de Vidas de los poetas ingleses.*[4]
Argumento sobre la importancia en el registro de los títulos de propiedad, que me
dictó para su presentación ante una comisión de la Cámara de los Comunes.*
Sobre la diferencia entre tories y whigs, que me dictó.*
Sobre el castigo vicario, y la gran propiciación sacrificial de los pecados del
mundo, obra de Jesucristo, que me dictó.*
Argumento a favor de Joseph Knight, un negro de África que reclamó y obtuvo su
En años diversos:
Cartas a la señora Thrale.*
Plegarias y meditaciones, que dejó en manos del reverendo Señor Strahan,
encomendándole que las publicara.*
Sermones que dejó para publicar John Taylor, doctor en Leyes, Prebendado de
Westminster, presentados al mundo por el reverendo Samuel Hayes, licenciado en
Filosofía.†
relaciones son… por lo común de gran valor si el escritor relata su propia historia.
Que cuente la vida de otro… empece la familiaridad de su relato, y le dificulta el
incremento de su dignidad… esforzándose por ocultar al hombre con el fin de
presentar a un héroe». <<
Walpole dice de Birch que «es un alma de buen natural, valiosa, industriosa y activa,
capaz de ir corriendo de un lado a otro como un joven perdiguero en busca de lo que
sea, tanto viejo como nuevo, y carente de facultades, de gusto y de juicio». (Cartas,
XI, 122). —HILL. <<
reverendo George Plaxton, capellán que era por entonces de lord Gower, que quizá
sirva para mostrar la alta estima en que se tenía al padre de nuestro gran moralista:
«Johnson, el librero de Lichfield, se encuentra ahora aquí; propaga la erudición por
toda la diócesis, e impulsa el saber a su justa altura; todo el clero de por aquí es
discípulo suyo, y absorben cuanto pueden de su saber; Allen no es capaz de expedir
una orden judicial sin su precedencia, ni nuestro quondam John Evans redactar un
reconocimiento sine directione Michaelis». De la Gentleman’s Magazine, octubre de
1791. —BOSWELL. <<
el roce de la Reina lo curase de su mal. Fue en esta visita cuando su madre le compró
una pequeña taza y una cuchara de plata. «La tacita —añade con afecto— fue una de
las últimas piezas de platería que la querida Tetty tuvo que empeñar en nuestros
momentos de estrechez. Ahora conservo la cuchara. Al mismo tiempo adquirió dos
cucharillas de té. Hasta que me hice hombre, no hubo otras en casa». Ibid. —MALONE.
<<
—MALONE. <<
de modo que Johnson les escribió este pasaje y se lo dio a Héctor, que había de
transmitírselo en privado. —HILL. <<
dimensión moral, a exagerar sus defectos. El doctor Adams me informó de que asistía
a las clases de su preceptor y a las clases que se impartían en el salón de actos de su
colegio con mucha asiduidad. —BOSWELL. <<
dio a la imprenta. Éste, maravillado al ver varias páginas de sus Vidas de los poetas
en manuscrito, logró arrancarle esta observación al comentar la práctica inexistencia
de tachaduras y enmiendas. —MALONE. <<
A esta lista habría que añadir los nombres de Francis Beaumont, dramaturgo; sir
Thomas Browne, cuya vida escribió Johnson; sir James Dyer, juez supremo de la
corte del Rey; el lord canciller Harcourt, John Pym, Francis Rous, orador
parlamentario en tiempo de Cromwell, y el obispo Bonner. —WRIGHT
Es llamativo que a Boswell se le pasara por alto el nombre de sir Thomas Browne.
Johnson, en su Vida de Browne, dice que fue «el primer hombre de verdadera
eminencia que se licenció en ese nuevo colegio, al que el celo y la gratitud de quienes
mayor amor le profesan poco mejor podrán desearle que seguir por el camino por el
que se inició». Johnson, Obras, VI, 476. Aún faltaría Richard Graves, autor de El
Quijote espiritual. —HILL. <<
que tuvo, ingresó a los diecisiete años como alumno de Trinity College, en Oxford,
en 1698; es autor de muchas traducciones del latín, en verso, para la Gentleman’s
Magazine (vol. XV, pág. 102). Una de ellas es la traducción de “Mi tiempo, oh,
musas, ha pasado felizmente”, etc.». Murió el 3 de agosto de 1751, y en su memoria
se ha erigido un monumento en la catedral de Lichfield, con una inscripción escrita
por el señor Seward, uno de los prebendados de la misma. —BOSWELL. <<
mostrarme los originales de esta y de otras cartas del doctor Johnson a Cave, que
fueron publicadas por vez primera en la Gent. Mag. [LV, 3], con notas de John
Nichols, el estimable e infatigable director de esa valiosa miscelánea periódica,
firmadas «N.»; algunas de ellas las transcribiré ocasionalmente en el transcurso de la
presente obra. —BOSWELL. <<
—BOSWELL.
Esta pieza, que es una carta, y no el libro citado por Boswell, pone de relieve qué
poco corriente era un baño frío. —HILL. <<
Final, el Cielo y el Infierno». Véase Gentleman’s Magazine, IV, pág. 560. —NICHOLS.
«Cave… a veces convocaba premios literarios sobre un tema fijo… Convencido de
que no era escasa la influencia de esas cincuenta libras, daba por supuesto que los
primeros autores del reino se presentarían en competencia, pero cuando llegó el
momento no vio entre los concurrentes un solo nombre que conociera» (Johnson,
Vida de Cave, Obras, VI, 432). <<
cuando, a raíz de la relación que mantenía con el doctor Johnson, le preguntó si era
correcto atribuírselo: «Creo que van a cumplirse ya cuarenta años desde que un joven
recibió por obsequio una rama de mirto de manos de la muchacha a la cual cortejaba,
y me solicitó algunos versos con los que pudiera corresponder a su generoso gesto.
Le prometí ocuparme de ello, le dije que perdiera cuidado, pero se me olvidó, y
cuando vino él a reclamármelos en la hora que habíamos convenido, “siéntese,
querido Mund —dijo él—, que enseguida le traigo los versos”. Así pues, durante
cinco minutos me ausenté para pergeñar esta nonada por la que ahora me viene usted
armando tanto alboroto».
En la primera edición de este libro me vi inducido a dudar de la autenticidad de esta
versión, debido al siguiente aserto, desde luego que circunstancial, incluido en una
carta que recibí de la señorita Seward, natural de Lichfield: «Yo sé de buena tinta que
esos versos los escribió para Lucy Porter, cuando de ella andaba enamoriscado en sus
años mozos, dos o tres años antes de que conociera a la madre de Lucy, su futura
esposa. Los escribió en casa de mi abuelo y se los entregó a Lucy en presencia de mi
madre, a la cual se los mostró en el mismo instante. Tenía ella por costumbre
repetírmelos de viva voz cuando yo le pedía “los versos que a ella obsequió el doctor
Johnson por una ramita de mirto que había hurtado de su seno o le había suplicado”.
Todos sabemos que la muy honrada Lucy Porter habría sido de todo punto incapaz de
caer en la mezquina vanidad de atribuirse un cumplido que de veras no se le hubiera
hecho». Tal fue la aseveración de esta dama, que no tengo duda alguna de que ella
supuso correcta; ahora bien, a las claras demuestra cuán peligroso resulta confiar de
manera muy implícita en el tradicional testimonio y en la inferencia ingeniosa, pues
de un tiempo a esta parte me ha garantizado el señor Héctor que la versión de la
señora Piozzi es en este caso la que se ciñe a la verdad, y que fue él la persona para la
cual escribió Johnson estos versos, que han sido erróneamente atribuidos al señor
Hammond.
En tantos otros casos me veo en la penosa obligación de reseñar las incorrecciones e
incluso las tropelías que contiene el relato de la señora Piozzi, que con gran contento
aprovecho raudo esta ocasión para dejar constancia de que, si bien muy a menudo se
equivoca, no siempre peca de inexactitud.
Habiéndose visto este autor arrastrado a controversia con la señorita Anna Seward, a
resultas de la aseveración precedente (que se puede encontrar en la Gent. Mag., vols.
LIII y LIV), recibió la siguiente carta de Edmund Héctor sobre este particular:
«Birmingham
»9 de enero de 1734
—BOSWELL. <<
documento (relacionado sobre todo con la señora Anna Williams) escrito por lady
Knight en Roma, y transmitido a ella por el difunto señor John Hoole, traductor de
Metastasio entre otros, gracias al cual se insertó en el número de la European
Magazine correspondiente a octubre de 1799.
«La relación que hizo la señora Williams de la señora Johnson fue que gozaba de un
buen entendimiento y de gran sensibilidad, aunque era propensa a ser satírica. Su
primer marido murió en la insolvencia; sus hijos estuvieron muy disgustados con ella
por haber contraído segundas nupcias, tal vez porque entonces se esforzaban por salir
adelante en la vida, y les mortificaba pensar que ella se había aliado con un hombre
que no disponía de medios visibles de ser provechoso para ellos. De todos modos,
siempre conservó su afecto por sus hijos. Mientras los señores Johnson residían en
Gough Square, una vez su hijo, oficial del ejército, llamó a la puerta y preguntó a la
criada si su señora estaba en casa. Ésta respondió que sí, pero que estaba enferma y
tenía que guardar cama. “Ah —dijo él—, en tal caso dígale que su hijo, Jervis, vino a
saber cómo se encontraba”, tras lo cual hizo ademán de marchar. La criada le rogó
que le diera permiso para subir corriendo a decirle a su señora que su hijo estaba
abajo, y sin aguardar respuesta lo dejó allí. La señora Johnson, embelesada al saber
que su hijo estaba allí, indicó a la criada que era su deseo abrazarlo. Cuando bajó la
criada el caballero había desaparecido, y la pobre señora Johnson quedó muy agitada
con este incidente. Había sido la única vez en su vida que su hijo había hecho un
esfuerzo por verla. El doctor Johnson hizo todo lo posible por consolar a su esposa,
pero dijo a la señora Williams que “su hijo es recalcitrante en el incumplimiento de
sus deberes, de modo que llego a la conclusión de que al igual que tantos otros
hombres de probada sobriedad tal vez en su vida anterior fuera un borrachín, y en
esas condiciones la naturaleza hizo que prevaleciera su orgullo”».
Siguen anécdotas del doctor Johnson anotadas por la misma dama: «Un día vino a mi
casa a reunirse con muchas otras personas. Le dijimos que habíamos pensado ir en
grupo a la abadía de Westminster. ¿No quería venir con nosotros? “No —replicó—,
no mientras pueda seguir estando fuera”.
»Al decirle nosotros que los amigos de una dama habían pasado grandes temores de
que ella pudiera contraer matrimonio con determinado caballero, dijo él: “Somos
nosotros, amigos del susodicho, quienes hemos pasado grandes temores por él”».
»El doctor Johnson profesaba exaltados principios políticos tanto en lo tocante a la
Iglesia como al Estado; deseaba que se mantuviera el poder del Rey y de las cabezas
de la Iglesia, tal como han establecido las leyes de Inglaterra, pero sé de buena tinta
ejército y tomó las órdenes eclesiásticas. Casó con una hija de sir Thomas Aston,
gracias a la cual heredó la hacienda Aston, y adoptó el apellido y el escudo de armas
de esta familia. —BOSWELL. <<
una bella pieza breve, «El águila y el petirrojo», incluida en la colección de poemas
titulada La unión, aunque en ella se dice que es de Archibald Scott, anterior a 1600.
La colección la imprimió Allan Ramsay cuando Guthrie tenía dieciséis años; es
probable que la composición sea del propio Ramsay. —CROKER. <<
por vez primera durante el reinado de Carlos II; fueron Oldham y Rochester los
primeros, o yo al menos no recuerdo ejemplos más antiguos. Es una suerte de
composición intermedia entre la traducción y el esbozo original, que complace
cuando los pensamientos resultan aplicables de un modo inesperado y los
paralelismos son afortunados. Parece haber sido uno de los entretenimientos
preferidos de Pope, que es quien lo ha llevado más lejos que ningún poeta anterior».
—BOSWELL. <<
costumbres del Londres del siglo pasado, escudado de las burlas de los ingleses, y
que era también práctica común en mi ciudad natal, Edimburgo:
—BOSWELL.
En el Diario de un viaje a las Hébridas, 14 de agosto, en su primer paseo por
Edimburgo Johnson gruñó al oído de Boswell y dijo: «aquí, a oscuras, huele a usted»,
a lo que Boswell apunta que «una vez pasé una noche en un pueblo de Córcega, en el
camino entre Ajaccio y Bastia, donde me aseguraron que esta práctica edimburguesa
era universal. Desde luego, era habitual en el hotel». <<
<<
desde la unión de Inglaterra y Escocia, debiera servir para denominar a los nativos de
ambas partes de nuestra isla: «Pronto aprendió a tener en gran estima los derechos del
británico». —BOSWELL. <<
encontraba en Shropshire, pero como bien se ve en una carta del Conde de Gower, los
miembros del consejo de administración eran «unos dignos caballeros de la vecindad
de Johnson», y por eso en la primera edición di a entender que Pope tenía que haber
escrito Shropshire por error, en vez de Staffordshire. Me encuentro en deuda con el
señor Spearing, abogado, por haberme suministrado la siguiente información:
«William Adams, con anterioridad dueño de una mercería en Londres y habitante de
esta ciudad, fundó una escuela en Newport, condado de Salop, mediante escritura
legal fechada el 27 de noviembre de 1656, con la cual otorgaba “la suma anual de
sesenta libras a un maestro de escuela capaz y adiestrado en la conversación en
sociedad y en la vida recta, que se haya educado en una de las universidades de
Oxford o de Cambridge, y que posea el título de licenciado en Filosofía y esté
versado en las lenguas griega y latina, de modo que sea nombrado maestro por el
susodicho William Adams durante su vida, y luego del fallecimiento de William
Adams por los administradores (a saber, el director y los consejeros de la Compañía
de Merceros de la Ciudad de Londres) y sus sucesores”. La mansión y las tierras de
las que habrán de obtenerse los ingresos necesarios para el mantenimiento de la
escuela se hallan sitas en Knighton y Adbaston, condado de Stafford». A partir de la
escritura de esta fundación, y en particular por las circunstancias de que el salario
fuera de sesenta libras y el título de licenciado en Filosofía fuera cualificación
requerida en el caso del maestro, parecía probable que ésta fuera la escuela que se
tenía en mente, y que lord Gower erróneamente supuso que los caballeros que eran
dueños de las tierras, de las cuales se obtenían los ingresos para el mantenimiento de
la escuela, eran de hecho miembros del consejo de administración de la obra de
caridad.
Es probable que sólo fuera mera conjetura. Pero en la Gentleman’s Magazine del mes
de mayo de 1793 aparece una carta del señor Henn, uno de los maestros de la escuela
de Appleby, condado de Leicester, en la que escribe lo siguiente:
No puedo omitir mi agradecimiento a este erudito caballero por la galanura con que
en su carta ha tenido la bondad de hablar de esta obra. —BOSWELL. <<
estar a la espera de que llegara texto para componer. N[ICHOLS]. —BOSWELL. <<
de la cual era miembro muy activo el doctor Birch. Tenía por objeto prestar ayuda a
los autores en la publicación de obras especialmente caras. Existió entre 1735 y 1746,
cuando se disolvió tras haber incurrido en deudas considerables. —BOSWELL. <<
| Adsit, Laura, tibi facilis Lucina dolenti, | Neve tibi noceat praenituisse Deae.
[«Laura, la muchacha más bella de Inglaterra, pronto has de librarte de tu enojosa
carga. Sea Lucina amable contigo en tus dolores; ojalá no sufras por haber superado
en excelencia a una diosa»].
El señor Héctor estaba presente cuando se compuso este epigrama impromptu. El
primer verso lo propuso el doctor James, y los circunstantes llamaron a Johnson para
que lo terminara, como en efecto hizo en el acto. —BOSWELL. <<
—BOSWELL. <<
un noble señor [lord Tyrconnel], con el cual había contraído grandes obligaciones
pecuniarias y de gratitud en general, si bien, debido a su pésimo comportamiento, se
vio obligado a terminar toda relación con él. El original estaba en manos del difunto
señor Francis Cockayne Cust, uno de los asesores de Su Majestad en materia legal:
»r. s.»
—BOSWELL. <<
Ad RICARDUM SAVAGE
[«Así lo aprecie la raza de los hombres, en cuyo pecho arde el amor por el ser
humano»]. —BOSWELL. <<
ha de caer por igual en no y en daréis, con el fin de cargar las tintas en la admonición
negativa, pero no en falso testimonio, por ser ése uno de los actos que prohíbe el
Decálogo, con lo que basta con que se enuncie con toda claridad, al igual que los
demás. —BOSWELL. <<
muy probablemente el autor sea Ralph, quien, según se deduce de las actas de las
reuniones de los socios del Champion, en posesión hoy del señor Reed, de Staple Inn,
sucedió a Fielding en su participación en el periódico, antes de que se publicara el
elogio. —BOSWELL. <<
parecía mucho a él en tener un orgullo propio de un noble, pues Johnson, tras pintar
en vivos colores la trifulca habida entre lord Tyrconnel y Savage, afirma que «el
espíritu del señor Savage, en efecto, jamás le permitió buscar por las buenas una
reconciliación: devolvió siempre reproche por reproche, y pagó insulto con insulto»
[Johnson, Savage, 155]. Sin embargo, el respetable caballero al que he aludido tiene
en su poder una carta de Savage, posterior al momento en que lord Tyrconnel lo
desheredó, dirigida al reverendo señor Gilbert, capellán de Su Señoría, en la que le
solicita, de manera humildísima, que vele por sus intereses ante el Vizconde.
—BOSWELL. <<
divorcio, se casó con el coronel Brett, y se dice que llegó a ser muy conocida en los
círculos corteses. Colley Cibber, según tengo entendido, tenía en tan alta estima su
gusto y sus juicios que sometió a su supervisión todas las escenas de su obra El
marido descuidado, para que ella las revisara y corrigiera. Parece ser que el coronel
Brett fue sumamente libre en sus galanterías con la criada de su señora. La señora
Brett entró un día en una habitación, en su propia casa, y se encontró al coronel y a la
criada completamente dormidos en dos sillones. Amarró un pañuelo blanco al cuello
de su esposo, prueba suficiente de que había descubierto esta intriga, pero jamás le
hizo saber que estaba al corriente. Este incidente, según me han referido, dio lugar a
la muy trabajada escena entre los personajes de sir Charles, lady Easy y Edging.
—BOSWELL.
Lady Macclesfield falleció en 1753, con más de ochenta años. Su hija primogénita,
habida del coronel Brett, fue amante de Jorge I durante los últimos meses de vida del
soberano. <<
su figura principal, pues fue de una valentía indudable. Las lindezas que se permitió
durante su solemne juicio (gracias al cual, según he oído observar a David Hume,
disponemos de uno de los muy contados discursos del señor Murray, hoy Conde de
Mansfield, debidamente autenticado) fueron muy dignas de nota, igual que su
gallardía. Cuando le pregunté si formuló alguna pregunta a sir Everard Fawkener, uno
de los testigos de cargo en su contra respondió: «Tan solo le deseé que gozara de su
joven esposa». Y luego fuese condenado a muerte, sentencia que debía ejecutarse en
los horribles términos que se dan en los casos de traición, cuando ya se retiraba de la
sala, dijo así: «Adiós, señores míos; no todos hemos de volver a vernos en un mismo
lugar». Su compostura fue un dechado de corrección incluso en la ejecución, antes de
la cual exclamó: «Dulce et decorum est pro patria mori». —BOSWELL.
«Ayer fue ejecutado Lovat —escribió Horace Walpole el 10 de abril de 1747—, y
murió extremadamente bien, sin pasión, sin afectación, sin bufonadas y sin timidez.
Su comportamiento fue natural e intrépido» (Cartas, II, 267). <<
«Londres, 29 de junio de 1786. Copia del original, de puño y letra del doctor
Johnson.
»JAS. DODSLEY».<<
—BOSWELL. <<
Nuestro Garrick es una ensalada, pues en él bien vemos que aceite, vinagre,
azúcar y sal concuerdan de lleno.
Por fin, una vez disuelta la reunión y yendo cada cual por su camino, a Dodsley se le
ocurrió llamarlo The World. —BOSWELL. <<
marzo. Pero el sábado fue en realidad 14. Vale la pena reseñar esta circunstancia,
pues la señora Johnson falleció el 17. —MALONE. [El error está corregido en la
edición de 1752, en duodécimo]. <<
él denomina «Rudimentos de dos de las entregas del Rambler», pero no ha sido capaz
de leer el manuscrito como es debido. Así, escribe (pág. 266), «Sailor’s fate any
mansion». [«Es destino del marino cualquier mansión»], cuando en realidad el
original dice «Sailor’s life my aversion». [«Aborrezco la vida del marino»]. También
ha transcrito de manera inadecuada los apuntes del ensayo titulado El pan del escritor,
en el que Johnson descifra dos notables pasajes: el primero en latín, «fatui non
famae», en vez de «fami non famae»; Johnson tenía en mente lo que dice Thuanus de
Xylandro, erudito alemán experto en antigüedades y lenguas, quien vivía, nos dice,
en tal pobreza que en su caso fami non famae scribere; y el segundo en francés,
«Degouté de fate [fatu] et affamé d’argent», en vez de «Degouté de fame [vocablo
antiguo, por renommée] et affamé d’argent». Como el manuscrito está en una
caligrafía sumamente pequeña, es sin duda difícil de desentrañar, pero mejor habría
sido dejar espacios en blanco que escribir semejante sarta de monsergas. —BOSWELL.
<<
poeta, fue quien primero me señaló su excelencia, antes de que yo tuviera ninguna
noticia de su existencia. Cuando fui a Norfolk en el otoño de 1751, encontré a una
sola persona, el reverendo señor Squires, hombre de saber considerable, y comprador
en general de libros nuevos, que algo sabía de ellos… Antes de marcharme de
Norfolk, en el año de 1760, los Ramblers gozaban de gran estima entre las personas
de saber y de buen gusto. Hubo otros, desprovistos de ambos, que dijeron que las
palabras duras que se empleaban en los Ramblers se debían a que su autor quería
que su Diccionario fuera de consulta indispensable. —BURNEY. <<
por sus variadas y excelentes obras y por sus muy precisas ediciones de diversos
autores. También era un hombre sumamente celoso de su intimidad. Ser acérrimo
partidario de la real dinastía de los Estuardo no le disminuyó en la estima del doctor
Johnson. —BOSWELL. <<
… Si fuere necesario
desvelar lo recóndito con nuevos términos, algo
inaudito para los fajudos Cetegos, habrá que moldear
y se dará permiso, si se usa discretamente; es más,
palabras nuevas y recién moldeadas tendrán crédito
si salen de fuente griega, derivadas sin derroche. ¿Por qué
va a dar el romano a Cecilio y a Plauto lo que quita
a Virgilio y a Vario? ¿Por qué yo, adquiriendo un poco
si puedo, soy envidiado, si la lengua de Catón y Ennio
el habla patria enriqueció y de la realidad nuevos
nombres divulgó? Estuvo permitido y siempre lo estará
acuñar moneda impresa con cuño actual.
(Traducción de Horacio Silvestre).
<<
seguramente baste para explicar por qué a ese caballero hoy «apenas escocés lo
estiman en el norte de Gran Bretaña», es decir, muchos de sus compatriotas: «Si el
doctor Johnson tenía un especial prejuicio contra los escoceses, era porque
abundaban a su alrededor; porque consideraba que el medro de los escoceses en
Inglaterra excedía la genuina proporción de sus méritos, y porque no podía evitar ver
en ellos la nacionalidad que, creo yo, ningún escocés de mentalidad generosa negará
jamás». Boswell, en efecto, se halla tan lejos de todo prejuicio nacional que con la
misma propiedad podría habérsele descrito diciendo que «apenas escocés lo estiman
en el sur de Gran Bretaña». —COURTENAY. <<
de sospechar que Johnson tuvo parte en el fraude de Lauder, y de que nadie suponga
que tenía el más mínimo conocimiento del mismo cuando le auxilió con su pluma
magistral, es indicado citar aquí las palabras del doctor Douglas, hoy Obispo de
Salisbury, en la época en que descubrió la impostura: «Es de esperar, qué digo, se
puede dar por sentado, que el elegante y nervioso escritor cuyos sentimientos
juiciosos y estilo inimitable señalan al autor del prefacio y el epílogo que lleva por
adorno el libro de Lauder, no vuelva más a permitir que nadie lo emplume con su
cálamo, máxime si tan poco merecimiento reunía para disfrutar de su auxilio, auxilio
que estoy persuadido de que jamás habría prestado caso de haber existido la más
mínima sospecha de estos hechos en cuya transmisión al mundo por medio de estas
hojas mi concurso ha sido instrumental» (Milton no Plagiary, 2ª ed., pág. 78). Y Su
Señoría ha tenido ahora el placer de autorizarme a decir, con toda la vehemencia que
sea preciso, que no existe fundamento ninguno para una reflexión desfavorable al
doctor Johnson, que manifestó su más contundente indignación con Lauder.
—BOSWELL. <<
—BOSWELL. <<
Adventurer, para que pudieran pasar por obra del doctor Bathurst, al cual cedió las
ganancias. Así opinaba Hawkesworth. —BURNEY. <<
cuando me dio copia de esta carta, manifestó su deseo de que le fuese aneja la
información que él me procuró, en el sentido de que si bien se dice en la carta que “ni
un solo acto de asistencia” fue recibido por su parte, en una ocasión sí recibió de lord
Chesterfield la suma de diez libras, aunque fue una suma tan insignificante que
consideró que la mención de la misma no hallaría lugar adecuado en una carta del
estilo de la que había pergeñado». —BOSWELL.
Croker entiende que Langton y Boswell incurren en un error de lectura, y que dicha
cantidad le fue abonada a Johnson mucho antes de que dieran comienzo los siete años
transcurridos desde el día en que fue repudiado a la puerta de lord Chesterfield. A
buen seguro le fueron abonadas en 1747, como muestra de reconocimiento por haber
citado a Chesterfield en el Plan. Johnson se había dejado engañar al principio por la
amabilidad de Chesterfield, pero ya había abierto los ojos. De ahí el pastor de
Virgilio. —HILL. <<
—BOSWELL.
Tres años antes, cuando estaba muriéndose su esposa, escribió en uno de los últimos
Ramblers (n.º 203): «Es necesaria, para la compleción de cualquier bien, que se
obtenga a su debido tiempo, pues todo lo que llega al final de la vida llegará ya tarde
para dar un gran deleite… Aquello que adquiramos por valentía o por ciencia, por
diligencia del entendimiento o del cuerpo, llega al fin cuando ya no podemos
comunicarlo, y por tanto no lo disfrutamos». Tampoco pasaba Chesterfield por un
buen momento. El mismo mes en que recibió la carta de Johnson escribió (Obras, II,
222): «Durante este último semestre es como si todas las molestias que hayan atacado
a nadie se hubieran conjurado para atacarme la cabeza. Ruidos continuos, dolores,
mareos y una sordera invencible; no podía inclinarme a escribir, e incluso la lectura,
último recurso de los sordos, me resultaba dolorosa». Un año antes escribió así a su
hijo (Cartas, II, 336): «La lectura, que siempre ha sido para mí un placer, incluso en
mis épocas de mayor disipación, ahora se ha convertido en mi único refugio, y me
temo que le dedico demasiado tiempo, a expensas de mi vista maltrecha. ¿Qué otra
cosa puedo hacer? No soporto la inactividad absoluta: mis oídos me son cada día más
inservibles, mis ojos por tanto cada vez más necesarios. No los he de atesorar como
un avaro, y prefiero arriesgarme a perder la vista antes que no disfrutar de ella». <<
variaciones son tan minúsculas que preciso es sumarla a las demás pruebas que dio de
la maravillosa amplitud y de la exactitud impecable de su memoria. Para gratificar a
los curiosos, he depositado ambas copias en el Museo Británico. —BOSWELL. <<
algunos pasajes fomenta uno de los vicios más destructivos del buen orden y de la
comodidad de la buena sociedad, que Su Señoría presenta como mera galantería a la
moda; en otros, inculca la vil práctica del disimulo, a la par que recomienda, con una
desproporcionada ansiedad, una perpetua atención a la elegancia externa en los
modales. Sin embargo, al mismo tiempo preciso es reconocer que contienen muchos
y muy buenos preceptos de conducta, y mucha información genuina sobre la vida y
las costumbres, expresada de una manera sin duda feliz; además, tuvo un mérito
considerabilísimo prestar tan gran atención a la mejora constante de una persona que
dependía por entero de la protección de Su Señoría, en lo cual probablemente no ha
sido superado ni siquiera por el padre más ejemplar, y aunque bajo ningún concepto
puedo dar mi aprobación a la confusión en la distinción entre la prole legítima y la
ilegítima, lo cual es, en efecto, un insulto al establecimiento civil de nuestro país, no
puedo menos que considerar laudatorio el mostrar tan afable atención a aquellos de
cuya existencia en cualquier caso hemos sido causa. El personaje del señor Stanhope
se ha descrito de manera sumamente injusta como una persona diametralmente
opuesta a la que lord Chesterfield deseara que fuese. Se le ha llamado tedioso,
grosero, torpe, pero yo debo decir que lo conocí en Dresde cuando él era enviado real
a esa corte, y si bien no podía jactarse de ser un dechado de elegancia, era en verdad
un hombre de correcto comportamiento, sensato y civil en todo. —BOSWELL. <<
julio de 1755. Estando el doctor Johnson conmigo en Oxford, en 1755, hizo entrega a
la Biblioteca Bodleiana de un fino volumen en cuarto, de veintiuna páginas, una obra
en italiano con una traducción al inglés en páginas encaradas. La portadilla en ingles
dice así: “Relación de un intento por calcular la longitud en alta mar, mediante una
variación exacta de la aguja magnética, &c. Por Zachariah Williams. Londres,
impreso para Dodsley, 1755”. A juzgar por los rasgos internos, la traducción inglesa
es sin lugar a dudas de Johnson. En una hoja en blanco, Johnson ha anotado la edad y
la fecha de la muerte del autor, Z. Williams, como ya he señalado. En otra hoja en
blanco se halla empastado un párrafo de un periódico sobre la defunción y el carácter
de Williams, claramente obra de Johnson. Estaba muy ansioso por donar este
volumen a la Bodleiana, y por miedo a toda omisión o error, él mismo lo anotó en el
gran catálogo de su puño y letra». —WARTON.
Hay en todo esto un ligero error. La relación en inglés, escrita por Johnson, era la
original; el italiano era una traducción debida a Baretti. —MALONE. <<
Spenser. El estorbo fue debido a que aceptase nuevos alumnos en este College».
—WARTON. <<
<<
El doctor King (Anécdotas, pág. 196) dice que fue uno de los jacobitas que estaban
presentes en una recepción al Pretendiente, cuando éste hizo una visita clandestina a
Inglaterra en septiembre de 1750. En 1783, el Pretendiente dijo —según sir Horace
Mann— que estuvo en Londres en ese mes y año, y que se reunió con cincuenta
amigos suyos, entre ellos el Conde de Westmoreland, futuro Canciller de la
Universidad de Oxford (Mahon, England, IV, II). <<
en darle la buena nueva de que su título le había sido concedido se vieron frustradas,
ya que el doctor King se lo comunicó antes que llegara mi carta. —WARBURTON. <<
«Así como nuestros antepasados instruyeron los títulos académicos con la finalidad
de que los hombres de genio y cultura sobresalientes pudieran distinguirse mediante
titulación; así como el muy culto S. J., de Pm. Coll, se ha dado a conocer de antaño al
mundo de las letras con escritos que han conformado los modales de sus
compatriotas, y toda vez que ahora trabaja en una obra de la máxima utilidad al
adornar y fijar nuestra lengua materna (está próximo a publicar un Diccionario de la
lengua inglesa, compilado con grandísima diligencia y gran criterio), por todo ello, el
Canciller, profesores y adjuntos hemos nombrado por unanimidad a dicho S. J.
licenciado en Filosofía, y le deseamos el disfrute de todos los derechos y privilegios
que corresponden a tal título». <<
recepción de este diploma de manos del gran doctor King, cuyos principios tanto
concordaban con los suyos. —BOSWELL. <<
también si no acertase a expresar por carta (siendo ésta la forma más anodina de
reconocimiento) el gran placer que siento al recibir el honor que (imagino por
instigación suya) me concede el Senatus Academicus. Del mismo modo debiera estar
agradecido aun cuando no reconociera la amabilidad del hombre excelente que ha
puesto en mis manos la prueba de su respeto. Mi placer aún aumenta más gracias a
esto, al hecho de verme de nuevo entre ustedes, en una época en la que hombres
astutos, aunque mentecatos, se empeñan en disminuir su autoridad y por lastimar el
buen nombre de Oxford. Siempre me he opuesto a ellos, en la medida en que puede
oponerse un oscuro erudito, y nunca dejaré de hacerlo. Quien quiera que en estos
tiempos de turbulencia falle en el cumplimiento de su deber con usted y con la
universidad, lo considero como si fallase a su deber con la virtud y la cultura, a sí
mismo y a la posteridad»]. —BOSWELL. <<
Williams a sus ochenta años de edad, tras una enfermedad que lo tuvo postrado ocho
meses y en plena posesión de sus facultades mentales. Hace ya tiempo que era
conocido entre filósofos y marinos por sus avezados conocimientos de magnetismo y
por su proposición para calibrar la longitud mediante un peculiar sistema basado en
las variaciones de la brújula. Era un hombre industrioso, infatigable, de conversación
inofensiva, paciente ante la adversidad y las enfermedades, eminentemente abstemio,
templado en todo, piadoso y digno de haber puesto fin a sus días con mejor fortuna.
—BOSWELL. [Esta nota fue suprimida en pruebas]. <<
—BOSWELL. <<
eminente por sus conocimientos y su valía, y muy estimado por el doctor Johnson.
—BOSWELL.
Johnson tal vez propuso escapar por el escarpado muro el día en que en University
College le vieron trasegar tres botellas de oporto sin que le afectara. [Véase pág 1194]. <<
en una de las Misceláneas de Wilkes, por lo que pudo parecer animadversión y puesta
en solfa de la ignorancia del doctor Smollett, razón por la cual pido permiso para
hacer un gesto propicio a los manes de este ingenioso y benévolo caballero. Chum
fue ciertamente fruto de una lectura errónea de Cham, título que ostenta el Soberano
de Tartaria y que con justicia se aplica a Johnson, el Monarca de la Literatura. Era un
epíteto que de sobra conocía Smollett: véase Roderick Random, cap. 56. Por esta
corrección estoy en deuda con lord Palmerston, cuyo talento y consumados logros
literarios casan con su respetable abolengo y ejercicio de la abogacía. —BOSWELL.
Publicada la segunda edición de esta obra, al autor le llegó del señor Abercrombie,
caballero de Filadelfia, una copia de la carta escrita por el doctor John Armstrong a
Smollett, cuando se hallaba éste en Livorno, Italia, que contiene este pasaje: «En
cuanto al patriota de la Real Judicatura, es difícil precisar por qué motivo dio a la
imprenta una carta suya en la que le pedía un favor de poca monta, relacionado con
alguien por el cual se había interesado el gran Cham de la Literatura, el señor
Johnson en persona». —MALONE.
En la primera edición, Boswell había dicho así: «De haberse educado el doctor
Smollet en una universidad inglesa, habría estado al tanto de que un chum es un
estudiante que comparte con otro una habitación. Decir chum de la literatura es una
solemne estupidez». Boswell lo añadió en galeradas. —HILL.
Obvio es reseñar que ambas grafías tienen el mismo sonido, aunque si Cham es una
variante de Khan, como en Kublai Khan, chum viene a ser ‘compinche’, ‘cuate’,
‘amiguete’: el efecto cómico es notablemente indeseado. <<
<<
las mejores que jamás escribiera, fueron puestos en conocimiento de los dueños de la
elegante e instructiva miscelánea de periodicidad mensual, The European Magazine,
en la que se publicaron por vez primera. —BOSWELL. <<
médico londinense, según me relató. A fin de distraerlo hasta que estuviera listo el
almuerzo, lo llevaron a pasear por los jardines. El señor de la casa estimó oportuno
introducir algún asunto científico en la conversación, y lo abordó de este modo: «¿Es
usted botánico, doctor Johnson?». «No, señor —replicó Johnson—, no soy botánico,
y —aludiendo sin duda a su cortedad de vista— si me diera por hacerme botánico,
antes tendría que convertirme en reptil». —BOSWELL. <<
vez he dicho algo que haya lastimado a alguno, no lo mejoraré diciendo muchas cosas
que le plazcan». [Véase pág. 1095]. <<
«Hay otro escritor, en la actualidad de fama gigantesca, sobre todo por ser estos
tiempos de hombrecillos, que ha querido asear una Vida de Swift, pero que la ha
ejecutado de manera tan penosa que sólo le devuelve el reflejo de esa deshonra, que
se propuso arrojar sobre el personaje del Deán». Y sigue una larguísimas crítica de la
Vida de Swift, de Johnson. <<
de Bedford, en su Ensayo sobre poesía dramática. «La doctrina tan a la moda —dice
— entre moralistas y críticos en estos tiempos que corren, a saber, que felicidad y
virtud son de continuo concomitantes, da lugar a que se considere una suerte de
impiedad dramática sostener que la virtud no tendrá recompensa, y que el vicio no
recibirá castigo en la última escena del último acto de toda tragedia. Esta conducta,
entre nuestros poetas modernos, es a mi juicio sumamente desatinada, pues propugna
una doctrina cuya falsedad cualquiera conoce en la práctica, esto es, que la virtud en
la vida real siempre es fuente de felicidad, como el vicio lo es de desdicha. De este
modo concluye Congreve la tragedia de La novia enlutada, con este dístico un tanto
ridículo:
presentado al ilustre objeto de esta obra, por lo que merece ser debidamente
destacado. Nunca paso por delante sin sentir reverencia y pesar. —BOSWELL. <<
hecho un relato de este encuentro que difiere considerablemente del mío, estoy
persuadido de que sin ser consciente de su error. Su memoria, al cabo de casi treinta
años, sin duda le ha llamado a engaño, y da en suponer que estuvo presente en una
escena que probablemente ha oído describir a otras personas con bastante inexactitud.
En mis notas, tomadas el mismo día del encuentro, y en las que tengo la certeza de
haber consignado todo lo que allí sucedió, no encuentro que se mencione por ninguna
parte a este caballero; como es natural estoy seguro de que no habría omitido yo a
una persona tan bien conocida en el mundillo literario. Bien se puede suponer que,
tratándose de mi primera entrevista con Johnson, hubo de causar, con todas sus
circunstancias, una fuerte impresión en mi ánimo, que por fuerza hube de registrar
con especial atención. —BOSWELL. [Nota añadida en la segunda edición]. <<
Garrick, pues por expreso deseo de Johnson, años antes, éste había dedicado una
representación benéfica a favor de esta persona, por medio de la cual recibió una
donación de doscientas libras. En todas las demás ocasiones en que estuve con él,
Johnson alabó la muy liberal caridad de Garrick. Una vez le comenté lo siguiente:
«Es de notar, señor, que ataca usted a Garrick, mientras que no tolera que nadie más
hable mal de él». JOHNSON (sonriente): «No me diga, señor. Es muy cierto, si».
—BOSWELL. <<
como maestro de ceremonias o, como se suele decir, era el rey. —BOSWELL. <<
Sir Joshua Reynolds me señaló que a menudo había oído hablar a Goldsmith con
entusiasmo del placer que le producía el gustar, y observar que sería durísimo que la
excelencia literaria vedase a un hombre esa satisfacción, que él tenía a menudo; por
tanto, sir Joshua quedó convencido de que Goldsmith era intencionadamente absurdo
en su declaración, con objeto de rebajarse en el trato social, confiando en que su
carácter tuviera respaldo suficiente en sus obras. Si su intención era en efecto parecer
absurdo cuando estaba en público, a menudo lo logró con creces. Con la debida
deferencia al ingenio de sir Joshua, debo sin embargo decir que su conjetura me
parece refinada en exceso. —BOSWELL. <<
tratando de mostrar a los presentes que sabía saltar por encima de un palo mucho
mejor que los títeres. —BOSWELL. <<
veces embellecía lo que contaba. «Campbell —dijo el doctor Johnson una vez—
mentirá como un bellaco, pero nunca sobre el papel». —BOSWELL. <<
historia de mis años mozos, que era literalmente cierta: «En el año de 1745 Boswell
era un espléndido muchacho, llevaba una escarapela blanca y rogaba por el rey
Jacobo, hasta que uno de sus tíos carnales, el general Cochran, le dio un chelín a
condición de que rogase por el rey Jorge, cosa que hizo sin rechistar. Así que ya se
ve, decía Boswell, que los whigs de todas las épocas están hechos de la misma
pasta». —BOSWELL.
En el Diccionario, bajo whiggismo, Johnson tan sólo aduce una cita, tomada de
Swift: «Podría citar cincuenta panfletos hechos sólo de whiggismo y ateísmo». Más
adelante, «siempre he dicho que el primer whig fue el demonio». A la sentencia de
Johnson cabría oponer la vertida por lord Chatham en la Cámara de los Lores: «Hay
algunas distinciones inherentes a la naturaleza de las cosas. Por ejemplo, la distinción
entre el bien y el mal, entre whig y tory» Parl. Hist., XVI, 1107). <<
quedé mucho más tiempo del que tenía previsto tanto en Alemania como en Italia, y
como también había visitado Córcega, descubrí que había excedido el plazo que mi
padre me otorgó para viajar, y me apresuré en atravesar Francia en el camino de
regreso. —BOSWELL. <<
Johnson dice: «Creo que en ocasiones nadie habla con tanta laxitud como yo».
—MALONE. <<
Hawkins también peca de inexactitud. En esta época Johnson no visitaba el club con
asiduidad. <<
una ventana de la sala, al percibir que movía los labios y oírle murmurar sin
articulación discernible, que estaba rezando, aunque no siempre era así, ya que una
vez, quizá sin que él no lo notase, me encontraba yo escribiendo en una mesa
cercana, tanto que le oí repetir algunos versos de una oda de Horacio, una y otra vez,
como si con esa reiteración ejercitara los órganos del habla y a la vez fijase la oda en
su memoria:
[Odas, I, 2, 21].
cual escribió numerosas cartas que he tenido ocasión de leer y que mucho lamento no
estar en condiciones de publicar debido a su exquisita naturaleza. —BOSWELL. <<
que nuestro autor, según las palabras en general de Johnson, «se vio inducido a
suponer que le poseía una pasajera ambición, y de ahí que decidiera aplicar sus
pensamientos a las leyes y a la política. Pero Boswell sin duda se equivoca a este
respecto, ya que esas palabras aluden tan sólo a que Johnson en aquel momento trabó
alguna relación ocasional con Hamilton para proporcionarle ciertas ideas y
sentimientos sobre los grandes temas de política que debieran someterse a
consideración en el Parlamento». A raíz de esa relación, en noviembre de 1766
Johnson escribió un tratado muy valioso titulado «Consideraciones sobre el maíz»,
impreso como apéndice a las obras de Hamilton, publicadas por T. Payne en 1808.
—MALONE. <<
su Shakespeare (9 de octubre de 1765), parece que Johnson pasó algún tiempo con
este caballero en Winchester durante este año. No mucho después, en una carta del
doctor Warton a Thomas Warton (28 de enero de 1766), aparece un pasaje que tal vez
arroje cierta luz sobre algunos pasajes de la edición de Pope que preparó el doctor
Warton, relativos todos ellos a Johnson: «Sólo cené con Johnson, quien me pareció
frío e indiferente, y que apenas me dijo nada; tal vez hubiera oído lo que dije yo de su
Shakespeare, o estaba más bien ofendido por lo que le escribí». Es una carta que no
se conserva. —MALONE. <<
Dryden. En efecto, enjaeza dos caballos a su carruaje, aunque son «de raza etérea»:
En la Vida de Pope, pág. 309, dice Johnson: «El estilo de Dryden es caprichoso y
variado; el de Pope, cauto y uniforme; Dryden se pliega a los movimientos de su
intelecto, Pope los constriñe a sus propias reglas compositivas. Dryden es a veces
vehemente y veloz; Pope es siempre uniforme y amable». —HILL <<
El ejemplar de Boswell, depositado en Yale, salva esa laguna: ¿por qué se la había
dedicado a lord Mountstuart, un hombre por el que no tenía ningún aprecio?
—CHAPMAN <<
[«James Boswell dedica estos primeros frutos de sus estudios de Leyes, en prueba de
devota amistad y respeto, al muy noble John, Vizconde de Mountstuart, de real linaje
y segunda esperanza de la familia de Bute: hombre siempre cuidadoso de su antiguo e
ilustre abolengo en una época degenerada, en la que hombres sin origen conocido se
empeñan en equiparar la alta cuna a la riqueza; hombre que por su virtud realza el
esplendor que por derecho propio le otorga su nacimiento, que ya es miembro de la
Cámara de los Comunes, aunque por derecho hereditario destinado está a ocupar
Stirling, que últimamente ha tenido la bondad de hacerme llegar una larga, inteligente
y muy suculenta carta sobre esta obra, hace el siguiente comentario: «El doctor
Johnson ha hecho alusión al muy digno caballero que se desempeñó en la traducción
del Nuevo Testamento. ¿No podría esto propiciarle ocasión perfecta para rendir el
debido tributo de respeto a la memoria del reverendo señor James Stuart, que fuera
presbítero de la parroquia de Killin, distinguido por su piedad eminente, por su
erudición y su buen gusto? La muy cordial sencillez de su manera de vida, su cálida
benevolencia, sus infatigables y exitosos ejercicios en la civilización y la mejora de la
parroquia de la que fuera presbítero durante más de cincuenta años, le hacen
merecedor de la gratitud de estas tierras y de la veneración de todos los hombres de
bondad. Desde luego, sería una lástima que permitiéramos la desaparición en el
olvido de tan celebrado hombre». —BOSWELL <<
Allí se nos dice que era por entonces maestro de escuela, actor, poeta, socio de un
medicamento que vendía un sacamuelas y tutor de un joven conde. Fue sospechoso
de chantaje por medio de publicaciones satíricas, y contrajo una enfermedad que lo
convirtió en algo casi ofensivo a la vista. Nació en 1739 y murió en 1771. <<
biblioteca; he leído una larga carta [n.º 206 en las ediciones tanto de Hill como de
Chapman] que escribió al señor Barnard, dándole magistrales instrucciones al
respecto. Mucho habría querido deleitar a mis lectores con un examen de esta carta, y
tengo motivos para pensar que Su Majestad habría dado su gracioso permiso para
ello, pero el señor Barnard, a quien se la solicité, me la denegó «por su cuenta y
riesgo». —BOSWELL <<
Rey había observado que Pope convirtió a Warburton en obispo. «Cierto, Majestad
—dijo Johnson—, pero es que Warburton aún hizo más por Pope, ya que lo convirtió
en un buen cristiano», con lo cual aludió sin duda a sus ingeniosos Comentarios
sobre el Ensayo sobre el hombre. —BOSWELL <<
menciona que acababa de regresar a Londres luego de una estancia de casi seis meses
en el campo. Probablemente había pasado parte de ese tiempo en Oxford. —MALONE
<<
de las lecturas que hacía Johnson, por mucha que fuera su desgana en ocasiones.
Difícil era imaginar que el feligrés de la Alta Iglesia anglicana citase con tanta
presteza a Maupertuis, quien, lamento pensarlo, figura en la lista de los
desafortunados y los errados que se hacen llamar esprits forts. Tengo sin embargo un
gran respeto por ese filósofo al que el gran Federico de Prusia apreció y honró en su
medida, y apeló patéticamente en uno de sus poemas:
Poseía Maupertuis vigor y sin embargo ternura de sentimiento, unidos a una gran
potencia intelectual y a un insólito arrojo en el alma. ¡Ay, si hubiera sido cristiano!
No puedo menos que aventurar mi sincera esperanza de que ahora quizá lo sea.
—BOSWELL
Voltaire, en carta a D’Alembert del 25 de agosto de 1759, exclama: «Que dites-vous
de Maupertuis, mort entre deux capucins?» (Œuvres, XL, pág. 157). La estrofa de la
que cita Boswell está tomada de La vie est un songe. Œuvres de Frédéric II (ed. de
1789, IV, pág. 37). —HILL <<
de piadosa religión fue elegido para ocupar esta cátedra honorífica, al mismo tiempo
en que el señor Edward Gibbon, notorio por haber introducido una suerte de burlón
descreimiento en sus escritos de historia, fue elegido profesor titular de Historia
Antigua, en el aula del doctor Goldsmith, observé que la coincidencia me trajo a las
mientes el dicho de que allá van de la mano «el malvado Will Whiston y el bueno del
señor Ditton». Ahora también yo formo parte de esta institución admirable en calidad
de secretario de Correspondencia con el Extranjero, en favor de los académicos y
previa aprobación del soberano. —BOSWELL
Goldsmith, en carta a su hermano de enero de 1770, dice: «Ha complacido al Rey
nombrarme profesor de Historia Antigua en la Real Academia de Pintura que se
acaba de crear, aunque el cargo no comporta un salario, y me lo tomé más como
cumplido a la institución que a beneficio propio. Los honores que se hagan a quien
esté en mi situación son como las chorreras para un hombre que carece de camisa».
«El malvado Will Whiston, etc.», proviene de la Oda a la música, de Swift, en Sobre
la longitud (Obras, ed. de 1824, XIII, pág. 336), que comienza diciendo: «La longitud
perdió de vista | el malvado Will Whiston, | y no mejor la supo ver | el bueno del
señor Ditton». Continúa de un modo tan grosero en lo tocante a uno y a otro que la
comparación de Boswell tuvo que ser un grave insulto para Langton y para Gibbon.
[La creación de las cátedras honoríficas obedeció a unas sugerencia de Reynolds].
—HILL <<
Johnson, eo quod hic loci studiis interdum vacaret». Tenía un gran aprecio por su
biblioteca, que está en una sala de estilo gótico. Al comentarle yo que algunas de las
modernas bibliotecas de la universidad eran más cómodas y placenteras para
dedicarse al estudio, por ser más espaciosas y estar mejor aireadas, respondió:
«Señor, quien tenga el intelecto saltarín, ha de estudiar en los colegios de Christ
Church y All Souls». —BOSWELL <<
siguiente manera:
«Quien publica un libro y afecta no ser su autor, y afirma ser indiferente a la fama
literaria, seguramente imponga en muchas personas una idea de su propia
importancia tal como desea que se reciba. Por mi parte, me llenaría de orgullo que se
me reconociese como autor, y tengo una ambición ardiente por alcanzar la fama
literaria, ya que de cuantas posesiones existen imagino que la fama literaria es la más
valiosa. Quien haya sido capaz de confeccionar un libro que haya merecido la
aprobación del mundo, se establece como persona respetable en una sociedad lejana
de la suya, sin peligro de que su carácter sea menoscabado por sus flaquezas. A duras
penas es posible preservar una dignidad uniforme entre quienes a diario nos ven;
aspirar a ello nos pondría a merced de los grilletes de una perpetua contención. El
autor de un libro que merezca aprobación permite a su natural disposición un fácil
despliegue, a la vez que puede disfrutar del orgullo que provoca la superioridad del
genio cuando considera que jamás dejará de gozar de gran respeto entre quienes sólo
le conocen como autor. Un autor de tales características en sus horas de tristeza y
descontento puede hallar consuelo en pensar que sus escritos en ese preciso instante
están procurando placer a muchas otras personas; un autor semejante puede hallar
cobijo en la esperanza de que se le recuerde después de la muerte, lo cual ha sido de
siempre objeto de grandes consideraciones para los intelectos más nobles de
cualquier época». —BOSWELL <<
la autoridad de Spence) que Pope tenía tanta admiración por esos versos que, cuando
los repetía, se le quebraba la voz. «Y bien podía quebrársele, señor —dijo Johnson—,
pues son muy nobles versos». —J. BOSWELL, HIJO <<
Véase Vidas de los poetas (vol. III, pág. 75, ed. en octavo, 1791), donde dice que es
«uno de esos hombres mentados mucho más a menudo por sus enemigos que por sus
amigos». —J. BOSWELL, HIJO <<
Entiendo que lo más probable es que algún bromista, deseoso de que Howard
pareciera aún más ridículo de lo que era de por sí, forjara el pareado que tanto ha
circulado. —BOSWELL <<
febrero de 1785 figura el siguiente pasaje: «Uno de los hombres más sagaces de esta
época, a la que espero continúe dando lustre y adorno, Samuel Johnson, comentó en
mi presencia que si Newton hubiera florecido en la Grecia antigua se le habría
adorado como a una divinidad». —MALONE <<
—MALONE [Nota a la edición de 1811; la nota a la tercera edición abarca tres páginas
enteras, en las que aduce numerosos ejemplos de la prodigiosa retentiva de Johnson y,
por ende, de su destreza como detective textual]. <<
pág. 266) dice que «una vez oí al doctor Johnson tomar la palabra en público en un
pleno de la Sociedad de Artesanías y Manufacturas, sobre un asunto relacionado con
cuestiones mecánicas, con una propiedad, perspicacia y energía que suscitaron la
general admiración de los presentes». —MALONE <<
—BOSWELL <<
John, Conde de Rothes, que fuera comandante en jefe de los ejércitos en Irlanda,
fallecido en 1767. —MALONE <<
«A James Boswell
»Edimburgo, 3 de mayo de 1792
Drelincourt para que se vendiera mejor. La primera edición no tuvo éxito. —MALONE
«Ni en más de cincuenta ediciones se ha agotado su popularidad. Los cientos de miles
de crédulos que han comprado el ridículo tratado de Drelincourt han rendido
homenaje sin saberlo al genio de De Foe» (Forster, Ensayos, II, pág. 70). <<
doctor Johnson en algunos aspectos Foote llamó «edición elzeviriana del mismo»,
haya hecho ese mismo comentario por pura coincidencia. Véase Origen y progreso
del lenguaje, vol. III, 2.a ed., pág. 219. —BOSWELL
La familia Elzevir, o Elsevier, es fundadora y propietaria de una famosa y muy
admirada imprenta holandesa de los siglos XVII-XVIII. <<
contase «la historia natural del ratón» (Anécdotas, pág. 191). —BOSWELL
Es harto probable que el caballero fuese el doctor Vansittart, recién mencionado. En
1773, la señora Thrale escribió a Johnson sobre «el hombre que vio al ratón». Por la
respuesta de Johnson (Cartas, n.º 337), parece que ella aludía a Vansittart. Croker
dice que «esto demuestra que el propio Johnson sanciona la versión que da la señora
Piozzi, ratón versus pulga». Croker tiene un concepto cuando menos extraño de lo
que constituye tanto una prueba como una sanción. —HILL <<
señora Bell, esposa de su amigo John Bell, hermano del reverendo doctor Bell,
prebendado de Westminster, contenido en sus Obras, I, pág. 151. Está escrito en
inglés, en prosa, y tiene tan poco de su estilo que no creí que hubiese tenido nada que
ver, hasta que me satisfizo al respecto la autoridad del señor Bell. —BOSWELL <<
hacerle un cumplido, sino que es a mí a quien lo hago. Tal vez me honre que se sepa
que muchos años he gozado de la íntima amistad de usted. Tal vez también al género
humano interese saber que puede darse en alguien el mayor de los ingenios sin
merma de la mayor piedad, lejos de toda afectación». —BOSWELL <<
sobre el Estado intermedio, en Diario de un viaje a las Hébridas, 3.ª ed., pág., 371
[25 de octubre]. —BOSWELL <<
cuestión que suscitaba interés en varias naciones. Ni siquiera quiso leer un panfleto
que yo escribí, titulado La esencia del caso Douglas, del que tengo sobrados motivos
para pensar que surtió un efecto considerable a favor del señor Douglas, de cuya
legítima filiación estuve entonces y hoy sigo estando firmemente persuadido.
Permítaseme añadir que no hay otro hecho cuya veracidad pueda estatuirse de manera
más respetable y fidedigna que mediante sentencia del más augusto tribunal del
mundo entero, sentencia en la que lord Mansfield y lord Camden coincidieron en
1769, y ante la que sólo protestaron cinco jueces de una muy numerosa corporación.
—BOSWELL
Boswell, en el Diario de un viaje a las Hébridas (26 de octubre), dice que «Johnson
llegó a crisparme de tal manera que me tomé la libertad de decirle que no sabía nada
del caso [de Douglas]». Lord Shelburne dice así: «Llegué a tener tales prejuicios sólo
de verle la cara y las trazas al actual lord Douglas que no pude votar a su favor. Si
alguna vez he visto a un francés, él lo es de los pies a la cabeza» (Fitzmaurice,
Shelburne, I, pág. 7). Hume se sintió «muy indignado ante la decisión de los jueces.
El caso, aunque no es ni mucho menos intrincado, resulta de tal complejidad que
nunca será conocido en detalle, además de que el público se da por contento con la
sentencia, movido a compasión por las argucias de los abogados y por los tópicos al
uso. A quien entienda la causa de fondo, como yo, nada podrá resultar tan
escandaloso como las súplicas de los dos litigantes» (J. H. Burton, Hume, II, pág.
423). Stuart y Thurlow llegaron a batirse en duelo por culpa de este pleito.
El caso Douglas fue el más famoso de la judicatura escocesa en la época. En 1761
murió sin heredero claro el Duque de Douglas, uno de los terratenientes más ricos de
Escocia. Archibald, su sobrino, era el candidato más obvio, aunque otros familiares, y
sobre todo los representantes del joven Duque de Hamilton, le disputaron ese
derecho, para lo cual se adujo que Archibald no era en verdad hijo de la hermana del
Duque, que se había casado en secreto a los cuarenta y ocho años de edad y
presuntamente en París alumbró a unos gemelos, uno de ellos muerto a los pocos
días. Debido a la enormidad de la herencia y a la aparente lascivia que envolvía las
circunstancias del nacimiento de Douglas, el litigo fue una cause célebre. El abogado
de Douglas, James Burnett, se catapultó a la fama con su defensa, hasta el punto de
pasar a formar parte del tribunal ordinario de Escocia. Boswell fue uno de los
primeros y más entusiastas defensores de la causa de Archibald: compuso baladas,
publicó sucesivos panfletos e incluso una crónica en clave de ficción, titulada
Dorando, todo lo cual contribuyó a que fuese nombrado asesor de Douglas. Tras
cinco años de litigios, el tribunal se pronunció a favor de Hamilton con un solo voto
que me llevan a pensar que el autor de esta obra fue el doctor Accepted Frewen, [a nota
c164, Vol. III] Arzobispo de York. —MALONE
concluye de ese modo. Hay ocho versos más, después del último que él cita, y el
pasaje a que hace referencia es como sigue:
Decid ahora, elfos titubeantes e ínfimos,
repletos de orgullo, de bobadas, de vosotros mismos,
decid, ¿dónde el desdichado de vuestra chusma ingrata
que a éste osa confrontar cara a cara?
Contemplad a Eugenio, contemplad despacio su faz,
y hundios en vosotros mismos, y no seáis más.
Me informa el señor Reed de que el autor de Eugenio, un comerciante de vinos que
residía en Wrexham, condado de Denbigh, poco después de su publicación, que fue el
17 de mayo de 1737, se rebanó el pescuezo; a tenor de las obras de Swift, parece ser
que el poema le fue mostrado, y que se benefició de algunas correcciones suyas.
Johnson había leído Eugenio nada más llegar a Londres, pues aparece mencionado en
una de sus cartas al señor Cave, ya insertada en esta obra. —BOSWELL
El mercader de vinos, llamado Thomas Beach, recibió una carta de Swift que consta
en sus Obras completas, edición de 1824, vol. XIII, pág. 296. <<
y sumamente respetuosa mientras fue nuestro invitado, de modo que me extraña que
descubriese su deseo de que él se marchara. Lo cierto es que sus horarios irregulares
y sus hábitos más bien zafios, como el de volver las velas boca abajo cuando ardían
dando luz insuficiente, y dejar que la cera gotease sobre las alfombras, no podían sino
resultar desagradables a una señora. Además, ella no tenía por él la rendida
admiración que sentía la inmensa mayoría de sus conocidos; como era muy natural en
una sensibilidad femenina, entendía que ejercía una influencia excesiva, si no
perniciosa, sobre su esposo. Una vez, un tanto acalorada, hizo con más agudeza que
justicia este comentario al respecto: «He visto a muchos osos guiados por un hombre,
pero nunca había visto un hombre al que guíe un oso». —BOSWELL <<
—BOSWELL <<
Boswell escribió a Garrick el 11 de abril de 1774: «La muerte del doctor Goldsmith
afectará mucho a todo el club. No me había afectado tanto ningún suceso acontecido
en mucho tiempo. Ojalá pudiera usted darme, estando yo tan lejos…, algunos detalles
referentes a sus últimas comparecencias» (Cartas, n.º 124, I, pág. 201). —HILL <<
dado motivos para suponer que no tengo yo muy arraigado el concepto del honor que
se me hace al pedirme mi opinión, lo lamento mucho». —BOSWELL <<
decía yo: «¿No ha sido El patriota una interrupción, por el tiempo que le llevó
escribirlo y por el tiempo que lujosamente dedicó a escuchar los aplausos
suscitados?». —BOSWELL <<
Nichols (Anécdotas literarias, II, pág. 407) dice que Cleónice fue un fracaso. Hoole
devolvió «una parte considerable del dinero percibido por sus derechos de autor,
alegando que como la obra no cosechó ningún éxito en escena, no podría resultar
beneficiosa para el librero, aunque nunca debiera suponer una grave pérdida». <<
instancia uno de los jueces, llamado lord juez de la Justicia Ordinaria; si alguna de las
partes queda insatisfecha, puede apelar a la totalidad de la sala, que consta de quince
jueces, el lord presidente y otros catorce, que tienen tanto en la corte de justicia como
fuera de ella el título de lores, al que sigue el nombre de su hacienda: así, lord
Auchinleck, lord Monboddo, etc. —BOSWELL <<
Hominum seditiosorum
Contumeliis lassata,
Minis territa, clamoribus victa,
Libello, per quem
Regno cedit,
Lacrimans trepidansque
Nomen apponit.
[«María, reina de los escoceses,
acosada, aterrorizada, vencida
por insultos, amenazas
y clamores
de sus súbditos rebeldes,
renuncia al trono
con lágrimas y confusión»].
—BOSWELL <<
«De todas las cartas que dice Boswell haber depositado en el British Museum —dice
el señor Cunningham—, sólo se ha encontrado la carta a lord Chesterfield, y ni
siquiera fue él quien la depositó, sino que fue entregada tras su muerte, “de acuerdo
con las intenciones del difunto James Boswell”». (Croker, Boswell, pág. 430).
La carta original a Macpherson hoy se halla en la Colección Adam, y difiere bastante
de la impresa por Boswell:
«20 de enero de 1775
—HILL <<
esta obra (agosto de 1790), este ingenioso caballero había muerto.—BOSWELL <<
Se puso a la venta a cinco chelines. No tuvo una segunda edición hasta 1785, cuando
tal vez aumentó la demanda debido a la publicación de las Hébridas, el libro de
Boswell. Hannah More (Memorias, I, pág. 39) dice que Cadell le dijo que había
vendido 4000 ejemplares en una semana. Creo que se trata de una exageración. Hubo
dos impresiones de la edición de 1775 y tres reimpresiones no autorizadas. —HILL <<
—BOSWELL <<
que «con muchos otros hombres sabios y virtuosos, que en aquella época de discordia
y desavenencias consultaban su conciencia bien o mal informados, más que su propio
interés, puso en duda la legalidad del gobierno; negándose a obtener la cualificación
para ocupar un empleo público, tomando por tanto los juramentos requeridos,
abandonó la universidad sin la obtención de un título». A esta conducta llama
Johnson «perversión de la integridad». La cuestión atingente a la moralidad de un
juramento, de la clase que sea, impuesto por el poder prevaleciente en su día, más que
verse excluida de toda consecuencia, e incluso de una considerable utilidad en la
sociedad, se ha esgrimido con toda la agudeza de la casuística. Se afirma que quien
ideó el juramento de la abjuración se jactaba con total desvergüenza de haber ideado
una prueba en aras de la cual «se vería condenada la mitad de la nación, y muerta de
hambre la otra mitad». Tomar juramento en contra de la íntima convicción, en el caso
de un entendimiento no inclinado a la inflexible rectitud, o de un entendimiento en el
cual el celo partidista predomina hasta el exceso, podría quedar paliado alegando
necesidad, o bien asumido por ser gesto que resulta más conducente al bien que al
mal.
Hace muchos años, en unas elecciones locales en Escocia, donde era acalorada la
rivalidad entre los amigos de la línea de Hanover y los que estaban en contra de ella,
como se exigiera el juramento de la abjuración, los titulares de una de las partes se
dispusieron a renunciar. Entonces, un caballero de talante optimista, que formaba
parte de ellos, corrió a la puerta para detenerlos gritándoles: «Quedaros, amigos;
quedémonos, a ver cómo juran los muy bribones». —BOSWELL
Refiriéndose a los juramentos exigidos por la Ley de la Milicia de 1756, Johnson dice
que «la frecuente imposición de un juramento ha echado a perder la moralidad de esta
desdichada nación, y en una nación sin moralidad poco o más bien nada importa
quién pueda ser rey». <<
punto felizmente jocoso y no poca verdad, que «los dichos del doctor Johnson no
parecerían tan extraordinarios de no ser por sus ladridos». Sus dichos poseen por lo
general el mismo mérito del oro de ley, pero no cabe duda de que su talante y sus
modales refuerzan su efecto, por lo cual hay que tenerlos en cuenta por lo que puedan
valer. Es sin embargo necesario preservar a quienes no tuvieron conocimiento directo
de él de toda imitación forzada o recargada, de toda caricatura de su pronunciación y
sus modales, como tan a menudo se perpetran, muchas de las cuales son copias de
segunda y tercera mano del difunto señor Henderson, el actor, quien aun cuando
imitase muy bien a ciertas personas nunca representó a Johnson como en verdad era.
—BOSWELL
En el otoño de 1790, en el castillo de Windsor, Frances Burney se encontró en el
papel de una de sus heroínas de ficción. El pretendiente de turno fue James Boswell,
que no buscaba en ella favores de tipo sexual, sino literarios. En público, le exigió
que hiciera una crucial aportación a su biografía: «Sí, señora; debe usted darme
algunas de sus notas acerca del doctor. Bastante tiempo lo hemos visto de alto
coturno, y ahora deseo mostrarlo a una nueva luz… Deseo mostrarlo tal como era: el
alegre Sam, el agradable Sam, el placentero Sam; es preciso que me ayude usted con
alguno de los hermosos billetes que le dedicó» (madame d’Arblay, Diario y cartas,
IV, pág. 432). Acto seguido, Boswell dio a Fanny Burney una muestra de la obra en
que estaba trabajando: una carta de Johnson. «La leyó —reconoce D’Arblay a
regañadientes— con una potente imitación de la voz y la entonación del doctor, muy
bien, sin caricaturizarlo». Este apunte privado de Burney registra el asombroso don
imitativo que tenía Boswell, capaz de preservar y transmitir, reproduciéndola, la voz
de su amo. <<
Diccionario: ‘Una canción en partitura, la letra con las notas musicales de la canción
anexas.’ Sin embargo, entiendo que con propiedad científica se refiere a todas las
partes de una composición musical, anotadas en caracteres que capta el hábil experto
en música. —BOSWELL
Era más bien la declamación lo que Steele pretendía reducir a una notación mediante
nuevos caracteres. A esto lo llamaba la melodía del discurso, no la armonía, como da
a entender el término partitura. —BURNEY <<
me consintió que hiciera una copia, temeroso tal vez de que lo quemara al difundirlo
en vida suya. Su objeción a esta posibilidad aparece en su carta n.º 99 a la señora
Thrale, a la cual regaña por la grosería con que ésta lo había adulado: «La otra noticia
de Oxford es que me han hecho llegar un título de doctor en Leyes, con tales elogios
en el diploma que tal vez deberían llenarme de vergüenza: son muy parecidos a los
halagos que usted me hace. Me pregunto si alguna vez llegaré a mostrárselo». Es
digno de mención que, al menos por lo que se me alcanza a saber, jamás hiciera uso
de su título de doctor, y que se hiciera llamar señor Johnson a secas, como bien se ve
en muchas de las cartas y tarjetas que me envió, y he visto muchas de las que envió a
otras personas, en las cuales de manera uniforme adopta ese título. Una vez vi sobre
su mesa una carta a él dirigida con el añadido de «señor», y objeté por ser éste un
título de rango inferior al de doctor, si bien me mandó callar y pareció contento con
él, pues, según conjeturé en su día, le gustaba que en ocasiones se le tuviera al
margen de la clase de los literatos, y pasar por un gentilhomme com[m]e un autre.
—BOSWELL <<
a las Hébridas (14 de octubre), dice Boswell que «es un libro tedioso, y si no gozara
de la reputación de Addison, que le precede, nadie lo tendría muy en consideración.
Si no hubiera escrito nada más, su nombre no habría pervivido. Addison no parece
haberse adentrado a fondo en la literatura italiana; nada muestra sobre ella en sus
escritos posteriores. En cambio, conoce al detalle la literatura francesa». —MALONE
<<
memoria de esta excelente persona, cuyo trato íntimo fue para mí tanto más valioso
por ser mi conocimiento de él inesperado y ni siquiera solicitado. Poco después de
publicarse mi Crónica de Córcega, me hizo el honor de visitarme y, abordándome
con franqueza y cortesía, me dijo: «Señor, me llamo Oglethorpe, y tengo el deseo de
conocerle». No fue nimio el halago que me hizo, tratándose de un hombre de tal
eminencia, del cual años antes leí en Pope que
Tuve la gran fortuna de que me considerase digno de su estima, de modo que no sólo
fui invitado a frecuentar uno de los muchos y muy respetables círculos que atendía en
su mesa, sino que también me dio alojamiento con hospitalidad sin par siempre que
me vi sin compromiso; en compañía de él, nunca dejé de disfrutar de una muy culta y
animada conversación, salpimentada con genuinos sentimientos de virtud y de
religión. —BOSWELL
El dístico de Pope es de las Imitaciones de Horacio, Epístolas, II, 2, pág. 276. <<
posterior me comunicó ciertos particulares que he puesto por escrito; ahora bien, no
puse la diligencia suficiente en obtener más de él, sin percatarme de que sus amigos
pronto íbamos a perderle, ya que no obstante su avanzada edad estaba sano y
vigoroso, y al final falleció víctima de unas fiebres virulentas, que suelen ser fatales
en cualquier momento de la vida. —BOSWELL
Según el doctor Campbell, al excusarse Oglethorpe de escribir su propia vida,
«Boswell sólo quiso que proporcionara el esqueleto, y que el doctor Johnson aportase
los músculos y articulaciones». —HILL <<
<<
instante se puso a examinar los lomos de todos los volúmenes que tenía a su alcance.
Mi colección de libros es muy variada, y temí que encontrase en ella algunos que no
fueran de su gusto. Pero al ver que el número de volúmenes era muy considerable,
dijo: «Es usted un hombre honrado, pues ha amasado una gran cantidad de saberes».
—BURNEY
Así describe su hija la visita (Memorias del doctor Burney, II, pág. 90, 93): «Todos
nos pusimos en pie para hacerle los honores, y él devolvió las atenciones con muy
formal cortesía. Mi padre… le susurró que sonaba la música, cosa que mi padre no
cree que él hubiera apreciado; colocándole en el mejor de los asientos libres, indicó a
sus hijas que prosiguieran el dueto, mientras el doctor Johnson, muy atento en
mirarlas con un ojo, pues dicen que con el otro no ve, hizo un grave asentimiento y
un gesto de dignidad con una mano, aprobando en silencio el proceder. (…) Le fue
presentada la señorita Burney, pero no se dejó distraer ni dos minutos de la biblioteca,
hacia la cual se dirigía… Estuvo examinando un anaquel tras otro, rozando casi los
libros con las pestañas según los examinaba. Por fin se fijó en uno que pareció
llamarle la atención, lo tomó y, apartándose del resto de los presentes, a los que había
parecido olvidar del todo, comenzó… con gran compostura a leer para sí, tan
concentrado como si estuviera solo en su propio estudio. A todos nos provocó su
actitud, pues languidecíamos, dudábamos, suspirábamos por oírle conversar… El
doctor Burney tomó al vuelo algo que dijo la señora Thrale, y se aventuró a
preguntarle qué pensaba del concierto de Bach. El doctor, que captó la intención, de
buen grado dejó el libro y, balanceándose con sonrisa muy humorística, repitió con
acento burlón: “¿Bach, señor? ¿El concierto de Bach? Dígame, señor, ¿quién es el tal
Bach? ¿Un gaitero?”». <<
del Duque de Cumberland, me ha dado garantías de que las crueldades nunca fueron
imputables a su Alteza Real. —BOSWELL <<
—BOSWELL
El 22 de mayo de 1775 escribió Johnson a la señora Thrale: «No lamento que haya
leído usted el diario de Boswell. ¿No le parece una pieza entretenida? Es mucho lo
que contiene sobre el pobre de mí» (Cartas, n.º 395). Y el 11 de junio: «Nunca me
llegó a decir, y no he querido insistir yo en este punto, si le entretuvo el diario de
Boswell. Diríase que alguien lo contrató para que me espiara en todo momento. Fue
muy diligente, y aún encontró ocasión de poner por escrito sus impresiones» (n.º
405). <<
—BOSWELL <<
el conocido comentario de Stella, según el cual Swift era capaz de escribir algo
espléndido incluso a propósito de una escoba. Véase la Vida de Swift del doctor
Johnson. —J. BOSWELL, HIJO <<
—BOSWELL <<
busca de las dos ediciones del Catholicon que aquí menciona el doctor Johnson, con
nombres que no logro descifrar. Uno parece decir «por Latinius», otro «por
Boedinus». He depositado el manuscrito original en el British Museum, donde podrá
examinarlo el curioso lector. Hago constar mi agradecimiento al señor Planta,
bibliotecario del museo, por las molestias que se tomó para ayudarme en mis
indagaciones. —BOSWELL <<
varios animales, al menos con los conocimientos de Historia natural que yo poseo. El
doctor Blagden, con su cortesía habitual, tuvo la bondad de examinar el manuscrito.
A ese caballero, así como al doctor Gray, del British Museum, que también me prestó
su ayuda, pido permiso para manifestar mi agradecimiento. —BOSWELL <<
Conviene observar que la persona que le mostró esta casa de fieras estaba en un error
al suponer que la fossane y la gineta de Brasil son el mismo animal; la fossane es otro
distinto, nativo de Madagascar. Ambos los encuentro, sin embargo, en la Sinopsis de
los cuadrúpedos, de Pennant. —BOSWELL <<
no cambió en París de atuendo; de hecho, en su diario consta una nota sobre unas
medias blancas, una peluca y un sombrero. En otro sitio se nos dice que «durante sus
viajes por Francia se proveyó de una opulenta peluca de fabricación francesa». Que
Johnson no era desatento con su apariencia es evidente si se tiene en cuenta la
circunstancia que refiere Steevens, y que inserta Boswell en el vol. II, entre el 15 y el
22 de junio de 1784. —J. BLAKEWAY
La observación precedente tiene confirmación en una nota del diario de Johnson que
cita sir John Hawkins en su Vida de Johnson, pág. 517, por la que parece que se había
gastado treinta libras en ropa de cara a su viaje a Francia. —MALONE <<
y nos atendió al doctor Johnson y a mí en nuestro viaje por las Hébridas. Tras
haberme abandonado por un tiempo, en esta época volvió conmigo. —BOSWELL <<
Cockburn (Vida de Jeffrey, I, pág. 372) señala «el estatuto (11 y 12, Victoria, cap. 36)
que disuelve las férreas ataduras por las cuales, por espacio de unos ciento sesenta
años, casi tres cuartas partes de la totalidad de las tierras de Escocia estuvieron a
salvo de toda venta, y no fueron susceptibles de incautación por deuda, y cada uno de
los acres del reino bien podían estar sujetos a lo largo de los siglos a favor de los
herederos, bajo cualquier condición, de modo que la voluntad o capricho de cada uno
de los terratenientes no sujetos a ataduras pudieran aplicarse a su antojo». —HILL <<
de que nuestra especie se transmite solamente por medio de los varones, siendo las
hembras nada más que nidus, o criadero, como lo es la Madre Tierra para toda clase
de plantas; este concepto parece tener confirmación en el texto de las Escrituras,
«porque aún estaba en los lomos de SU PADRE cuando Melquisedec salió a recibir a
Abraham» (Hebreos, 7, 10). En consecuencia, el nieto de un hombre por
descendencia femenina, siendo hijo de una hija suya, en vez de ser su más seguro
descendiente, como suele decirse de un modo más bien vulgar, no guarda en realidad
ninguna relación con su sangre. En segundo lugar, y con total independencia de esta
teoría (que, de ser cierta, debería excluir por completo a los herederos en general por
descendencia femenina), si la preferencia del hombre antes que la mujer, sin tener en
consideración la primogenitura (caso de un hijo mucho más joven, e incluso de un
nieto habido de un hijo, antes que de una hija), se admitiera una vez, tal como es
universalmente el caso, ha de ser de igual modo razonable y adecuado en el grado
más remoto de descendencia del propietario original de un feudo, así como en el más
cercano, por remoto que sea del representante de la familia en un momento
determinado, y ese remoto heredero por vía masculina, cuando no hubiera otros más
próximos que él al propietario original, habrá de ser de hecho preferible para ocupar
el puesto del representante, siempre con antelación a cualquier descendiente por vía
femenina. Con una cierta amplitud de miras entenderemos fácilmente que el hijo de
un hijo, continuándose en cualquier extension del tiempo, es preferible antes que el
hijo de una hija en la sucesión de una herencia antigua; en este sentido, es el legítimo
titular de la representación del propietario original, en vez de cualquier otro de sus
descendientes.
Estoy al corriente de la admirable demostración que ha hecho Blackstone de lo
razonable que resulta la sucesión legal sobre el principio de que exista la más elevada
probabilidad de que el heredero más cercano de la última persona que murió siendo
propietaria de una hacienda sea consanguíneo de quien fue su primer propietario o
adquirente. Pero en la suposición de que la línea de descendencia debiera autenticarse
con todo esmero a través de todas sus ramificaciones, en vez de mera probabilidad
tendremos certidumbre de que el heredero varón más próximo, sea en el periodo que
sea, es consanguíneo del primer heredero varón, es decir, del hijo primogénito del
propietario o adquirente original. —BOSWELL <<
de exonerar, mediante la autoridad del más grande de los autores de su tiempo, a esa
respetable corporación que forman los libreros londinenses, librándolos de todas las
vulgares reflexiones por las cuales se pretende que sus beneficios son exorbitados,
cuando en verdad el doctor Johnson aquí les confiere más incluso de lo que por lo
común demandan. —BOSWELL <<
inglesa, que el doctor Johnson nunca pudo haber utilizado la expresión casi nada, por
no ser inglesa; por consiguiente, la he cambiado por otra. Con todo y con eso, no
estoy convencido de que no sea buen inglés. Los mejores autores emplean la locución
poco o nada, esto es, casi tan poco que es apenas nada. —BOSWELL <<
voluminoso tomo se encuentra sin embargo una [pág. 87] cuando menos excelente
sobre esta cuestión. «En contradicción con quienes teniendo esposa e hijos prefieren
los disfrutes domésticos a los que procuran las tabernas, le he oído asegurar que una
silla en una taberna era el trono de la felicidad humana. “En cuanto entro —dijo—
por la puerta de una taberna, experimento un inmediato olvido de toda preocupación,
y una libertad total de cuantas solicitudes me agobien: cuando me siento, descubro
que el tabernero es obsequioso y los camareros atentos a mis deseos, deseosos a su
vez de conocer mis necesidades y de satisfacerlas: el vino allí me exalta el ánimo y
me propicia una libre conversación, un intercambio de discursos con quienes más
estimo: dogmatizo y me dejo contradecir, y en este conflicto de opiniones y
sentimientos encuentro un gran deleite”». —BOSWELL <<
El doctor Percy, Obispo de Dromore, que fue amigo íntimo del doctor Grainger, y
que tiene en particular estima su recuerdo, ha tenido a bien comunicarme la siguiente
aclaración: «El pasaje en cuestión no estaba originalmente sujeto a tal perversión; su
autor, como tuvo en esa parte de su obra la ocasión perfecta para hacer mención de
los destrozos causados por ratas y ratones, introdujo ese asunto en una especie de
verso heroico-burlesco, una parodia de la batalla de ranas y ratas de Homero,
invocando a la musa del bardo griego de la Antigüedad con forma elegante y
ajustada. En esas condiciones lo pude ver yo; después, sin que lo supiera ni yo ni
otros amigos, se dejó convencer, en contra de su buen juicio, para alterar el pasaje, y
así produjo el desafortunado efecto que se ha mencionado antes».
Lo anterior lo escribió el Obispo cuando no podía recurrir al poema en sí; aunque su
versión era ajustada a la verdad en un momento determinado, como Grainger después
alteró el pasaje en cuestión no parece que los comentarios del texto puedan aplicarse
al poema tal cual fue impreso.
El Obispo dice de Grainger que «no sólo era un hombre de gran genio y no menor
erudición, sino que tenía además virtudes excelentes; fue uno de los hombres más
generosos, amistosos y benévolos que yo haya conocido». —BOSWELL <<
reído de la caña de azúcar: tenía en mente hacer algo grande con las ratas de
Grainger». —BOSWELL [Johnson ayudó a Percy a redactar una reseña de este poema].
<<
como la que sin duda tendrá por largo tiempo quien la visite. Una vista de la misma
con los edificios adyacentes, en un grabado, se encuentra en la Gentleman’s
Magazine de febrero de 1785. —BOSWELL <<
salud y tiene aprensión por el estado de otra persona que se encuentra lejos sabe con
certeza que los temores de esa persona por su salud son imaginarios y engañosos; de
ahí que tenga un fundamento racional para suponer que sus propias aprensiones, en lo
tocante a la salud de los ausentes, sea su esposa o un buen amigo, son igualmente
infundadas. —MALONE <<
resultado familiar desde mi infancia, pues ya se encuentra en los Salmos en metro que
se empleaban en las iglesias de Escocia, o más bien debería decir kirks [kirk, y no
church, es como se designa a la iglesia, tanto edificio como institución, en el inglés
de Escocia]. Por ejemplo, el Salmo 43, 5:
¿Por qué estás abatida, alma mía?
¿Y qué es lo que tanto te desazona?
¿Qué irritantes pensamientos tienes
para que así me agites y me inquietes?
Sin duda, hay que tener en cuenta lo poco definitivas que son las primeras
impresiones. Ahora bien, en un periodo más maduro de la vida, tras examinar varias
versiones métricas de los salmos, me he convencido de que la versión empleada en
Escocia es en conjunto la mejor de todas, y reconozco que es muestra de vanidad
pensar siquiera en tener una mejor. Posee en general la sencillez y el carácter de
unción que tiene la poesía sacra; en muchos momentos se ha trasfundido de manera
admirable. —BOSWELL <<
de total sensatez, a pesar de lo cual me temo que la ley, que lord Coke ha querido
definir como «la perfección de la razón misma», no está totalmente de su parte, ya
que en los libros se sostiene que cualquier ataque contra la reputación, incluso de un
difunto, puede ser castigada por ser difamación, porque tiende a perjudicar la paz
reinante. Sin embargo, tengo para mí que no existe ni un solo caso moderno que se
haya resuelto en tal sentido. En la Real Judicatura, trimestre de Trinity, 1790, surgió
la cuestión con motivo de una acusación, el caso llamado «El Rey contra Topham»,
quien, en su condición de propietario de un periódico llamado The World, fue
declarado culpable de difamación contra el Conde de Cowper, ya difunto, debido a
ciertas acusaciones injuriosas contra Su Señoría que se publicaron en dicho periódico.
Solicitado un aplazamiento del juicio, el caso suscitó después una solemne discusión
ante el tribunal. Mi amigo el señor Const, al cual me deleita tener ocasión de elogiar
como merece no sólo por su probada capacidad, sino también por sus modales, siendo
un caballero cuya ancestral sangre germánica se ha templado en Inglaterra, y del cual
puede en puridad decirse que ha sabido como nadie aunar al barón con el letrado,
formó parte de la defensa del señor Topham. Hizo un gran despliegue de sus
conocimientos y de su ingenio sobre la cuestión en general, que, sin embargo, no
llegó a resolverse, pues el tribunal concedió un aplazamiento debido sobre todo a la
informalidad en que incurrió la acusación. No hay hombre que tenga mayor respeto y
reverencia por las leyes de Inglaterra que yo, si bien, con toda la debida deferencia,
no puedo dejar de pensar que el procedimiento de la acusación, si al acusado no se le
permite justificarse, ha de ser a menudo opresión insufrible, a menos que los jueces, a
quienes cada vez más tengo por portavoces de la ley, así como jueces de los hechos,
se opongan con la debida resolución. Últimamente se ha aprobado un decreto del
Parlamento en el que se declara el pleno derecho del uno sobre el otro en materia de
difamación, y comoquiera que la propuesta fuera hecha por un caballero muy
popular, muchos integrantes de su propio partido han cantado en términos sumamente
exagerados las alabanzas de la maravillosa adquisición que representa para la libertad
de prensa. Yo, por mi parte, siempre he sido de la opinión de que este derecho era
inherente a la constitución misma de un jurado, y en cierto modo y por razones
obvias era inseparable de la importante función que todo jurado desempeña.
Establecerlo, por tanto, mediante un estatuto de ley, es, creo yo, estrechar la base en
la que se fundamenta, que es amplia y tiene hondas raíces en la Ley Común. ¿No
vendría a debilitar el derecho de primogenitura, o cualquier otro derecho ya antiguo y
universalmente reconocido, caso de que la actual legislatura aprobase una ley a favor
del mismo? En mi Carta al pueblo de Escocia, escrita en contra de la disminución de
los lores en los tribunales ordinarios y publicada en 1785, consta el siguiente pasaje,
sido tachado de omnisciente. Johnson, creo que con mucha propiedad, lo dejó en
«sabelotodo», siendo el otro término un verbum solemne, apropiado para el Ser
Supremo. —BOSWELL <<
su cortesía, me dijo que se había encontrado con Johnson en casa de lady Craven, y
que pareció mostrarse celoso de toda interferencia, «por lo cual —dijo Su Señoría
sonriendo— me mantuve al margen y me retiré con discreción». —BOSWELL
La señora Montagu, el 17 de mayo de 1778, escribe así: «Lady Craven canta y actúa
de manera tan admirable, y es tan bella y tiene una vivacidad tan afrancesada, que
todo París estaría como loco por ella si en vez de ser una noble de Inglaterra fuese
una cantante de ópera francesa». —HILL <<
este pasaje que me sentiría muy culpable si no refrendase. «Esta versión de los
hechos es harto inexacta. Tenemos la certeza de que la siguiente versión de los
hechos obedece plenamente a la verdad en todas las circunstancias del caso. Shiels
fue el principal compilador de los materiales de que consta la obra, pero muy escasa
fue su aportación en cuanto a la autoría, por tratarse de un escritor de prosa
sumamente informe y plagada de giros exclusivamente escoceses. Cibber, que era un
hombre de inteligencia vivaracha, y que por entonces solicitaba empleo entre los
libreros, fue contratado para que corrigiera de arriba abajo el estilo y la dicción de la
obra en su totalidad, de la que entonces sólo estaban previstos cuatro volúmenes, y
para ello se le dotó de plenos poderes para alterar, suprimir o añadir cuanto estimara
oportuno. Asimismo, debía hacer acopio de las notas ocasionales, en especial las que
hicieran referencia a los poetas dramáticos con los cuales mantuvo una relación
estrecha. También se comprometió a escribir varias de las Vidas, cosa que, según se
nos ha dicho, llevó a cabo a pedir de boca. Fue de crucial utilidad en la posterior
eliminación de los sentimientos jacobitas y tories que Shiels había esparcido
industriosamente en cada ocasión en que le fue posible colarlos de rondón, y como
quiera que el éxito de la obra a fin de cuentas pareciera harto dudoso, se contentó con
recibir veintiuna libras por sus desvelos, además de unos cuantos ejemplares del libro
para repartir entre sus amistades. Shiels había recibido casi setenta libras, además de
gozar con la ventaja de haber confeccionado muchas de las mejores Vidas, que le
fueron comunicadas por amigos de los interesados nada más acometer la empresa;
por todo ello, Shiels gozó de la misma consideración que por todo lo demás,
pagándosele a tanto el pliego por el total del trabajo desempeñado. No obstante,
montó de tal modo en cólera con su supervisor, claramente whig (el cual, al igual que
su padre, era virulento partidario de los principios políticos que prevalecieron durante
el reinado de Jorge II), por haber mutilado su obra de manera tan inmisericorde, y por
eliminar todo rastro de su postura política, que desafió a Cibber por escrito, si bien el
editor del volumen impidió que le hiciera llegar el reto, pues con justicia se le rió a la
cara ante tamaño enfurecimiento. Al final, también los propietarios quedaron
descontentos debido a la inesperada industria con que trabajó Cibber, ya que sus
correcciones y alteraciones en las galeradas fueron tan numerosas, y tan voluminosas,
que el impresor hubo de cargar un oneroso añadido a su factura; con todo ello, a la
postre todas las partes quedaron insatisfechas. En conjunto, la obra no devengó el
menor beneficio a los que la emprendieron, quienes se habían puesto de acuerdo para
que, en caso de que tuviera éxito, se recompensara a Cibber con unas veinte guineas
más de las ya recibidas, añadido por el cual su factura se halla ahora en manos de los
libreros. Se nos ha garantizado, por añadidura, que de hecho percibió una cantidad
inocente en varias ocasiones fue al final condenado a la horca. Era famoso por su
vestimenta de petimetre, y por llevar en particular un ramillete de dieciséis cordones
en la rodilla de los bombachos. —BOSWELL <<
al cual hemos visto previamente que el doctor Johnson de manera directa concedía
pocos méritos. —BOSWELL
Johnson parece haber estado especialmente complacido con el personaje de la heroína
que da título a la novela. «La atención que prestaba a la veracidad —dice la señora
Piozzi— no tenía parangón; cuando comenté que Clarissa era un personaje perfecto,
me dijo: “Al contrario, bien puede observar que siempre hay algo que prefiere antes
que la verdad. La Amelia de Fielding es la heroína más grata de todas las novelerías,
aunque esa penosa nariz partida, al no sanarle jamás, arruinó seguramente la venta del
único libro que, impreso por la mañana, antes del anochecer ya necesitaba de una
nueva edición”». Anécdotas, pág. 221. —MALONE <<
—BOSWELL
Cumberland le dedicó sus Odas al poco de regresar de terminar sus estudios en
Roma. «Curiosa obra podría escribirse —dice Croker—, sobre el renombre de los
pintores… Hayley dedicó su lira (tal cual era) a Romney. ¿Qué vale hoy un cuadro de
Romney?». La rueda da una vuelta completa, y la nota de Croker resulta tan curiosa
como la obra que sugiere. —HILL <<
Johnson escribió el 16 de mayo que «Stevens parece tener relación con Tyrwhitt de
cara a la publicación de los poemas de Chatterton; quiso saber con gran ansiedad el
resultado de nuestras indagaciones, y aunque dice que siempre los había considerado
falsos, no está ni mucho menos contento al vernos tan plenamente convencido»
(Cartas, n.º 479). <<
Bretaña, haya empleado aquí un vocablo propio de la ley escocesa, que para un lector
inglés quizá requiera explicación: cualificar un daño consiste en señalarlo y
establecerlo. —BOSWELL <<
la actriz. Fue director del Teatro de Drury Lane, y luego lo fue del Teatro de la Reina,
en Haymarket. Fue también dramaturgo, y publicó una comedia titulada El
embaucador, o el amor es la medicina, en 1705, así como dos óperas. —MALONE <<
recordar las historias de antaño, sin lugar a dudas quedarán sorprendidos cuando
observen que John Wilkes aquí se manifiesta claramente inscrito en la escuela
warburtoniana. Es no obstante muy cierto, como bien se ve en el elegantísimo
comentario y notas del doctor Hurd, Obispo de Worcester, a la Epistola ad Pisones.
Para una justa consideración de esta cuestión, es necesario mantener a la vista y
elucidar todo el pasaje en el que aparecen estas palabras:
había nacido el 29 de noviembre de 1728, por lo que murió a los cuarenta y seis años.
—MALONE <<
epitafio debiera escribirse en inglés, Johnson comentó a sir Joshua: «Me pregunto
cómo es posible que Joe Warton, todo un erudito, sea tan tarugo». También dijo:
«Siempre habría supuesto que Mund Burke tenía un poco más de seso». Langton, uno
de los presentes en casa de sir Joshua, se negó resueltamente a firmar el Memorial en
rueda. El epitafio se encuentra grabado sobre el monumento a Goldsmith sin ninguna
alteración. En otra ocasión, cuando alguien se empeñó en defender que debería estar
en inglés, Johnson dijo: «La lengua del país del que fue nativo un erudito no es la
lengua idónea para este epitafio, que debe estar escrito en una lengua antigua y
perenne. Considere, señor, cómo iba usted a sentirse si viese en Rotterdam un epitafio
de Erasmo en holandés». Por mi parte, creo que lo mejor sería escribir los epitafios en
una lengua culta y en la lengua del país, de modo que fuesen universalmente
entendidos, al tiempo que se garantizase la estabilidad clásica que requieren. No
puedo, por el contrario, ser sino de la opinión de que no es suficientemente fino.
Aplicar a Goldsmith por igual los epítetos «Poetæ, Historici, Physici» es cuando
menos desacierto, pues en cuanto a su afirmación de que era merecedor del último, al
propio Johnson le oí decir que «Goldsmith nos daría un libro espléndido sobre ese
asunto, aunque si atina a distinguir entre un caballo y una vaca, creo que a mucho
más no llega su conocimiento de la Historia natural». Su libro es sin duda un trabajo
excelente, aunque en algunos casos parece haberse fiado de Buffon en demasía, el
cual, con todo su ingenio teórico y su extraordinaria elocuencia, sospecho que
disponía de escasa información auténtica sobre la ciencia acerca de la cual escribió de
manera tan admirable. Por ejemplo, nos dice que la vaca renueva sus cuernos cada
dos años, craso error que Goldsmith transfiere fielmente a su libro. Es una maravilla
que Buffon, que tanto tiempo vivió en el campo, en su noble mansión solariega, haya
incurrido en una pifia semejante. Supongo que confunde la vaca con el ciervo.
—BOSWELL <<
Era un joven tan distinguido que fue nominado para ocupar una de las cátedras de
Medicina en la Universidad de Edimburgo sin haberlo solicitado, cuando se
encontraba en Nápoles. Como tenía otros planes, no aceptó el honor, y murió poco
después. —BOSWELL <<
de una pieza de raciocinio sumamente grave. No obstante, cada cual tiene su propio
concepto de lo que es grato. Una noche, casualmente, estuve sentado en la Ópera de
Londres junto a un caballero que en el momento en que compareció Medea presa de
la mayor de las agonías ante la idea de matar a sus propios hijos, se volvió hacia mí
muy sonriente y me dijo: «No me diga que no es gracioso». —BOSWELL <<
antiguo conocido mío, el señor Nathaniel Thomas, cuya valía e ingenio desde hace
tiempo son conocidos en un círculo respetable, aunque no muy extendido. Su
colección de medallas sería de gran credibilidad para personas de opulencia mucho
mayor. —BOSWELL
Nathaniel Thomas, director durante muchos años del St. James’s Chronicle, falleció
el 1 de marzo de 1795. —MALONE <<
John, mientras que en escocés lo es Johnston. Mi ilustre amigo observó que muchos
británicos del norte pronunciaban su apellido a la manera de su tierra. —BOSWELL <<
libro de Walton ha tenido una acertada reedición en cuarto y en octavo, con notas e
ilustraciones del reverendo señor Zouch. —MALONE <<
De haber exigido un millar, o incluso mil quinientas guineas, los libreros, que bien
conocían el valor de cambio que tenía su nombre, sin duda se lo hubieran concedido
de buen grado. Es probable que ganaran cinco mil guineas con la comercialización de
esta obra en el transcurso de veinticinco años. —MALONE <<
ingleses; meramente proporcionó los prefacios biográficos con los que se enriquece la
obra, como bien se afirma en una página posterior.
Sin duda, debido a virtuosos motivos, recomendó la inclusión de las obras de cuatro o
cinco poetas (a los que ha llamado por su nombre), pero no es de ninguna manera
responsable de ninguno de los que en ella figuran, ni de los que fuesen omitidos de la
misma. Los poemas de Goldsmith (cuya vida sé que se propuso escribir, no en vano
recopilé algunos materiales de la misma por expreso deseo suyo) fueron omitidos a
consecuencia de un mezquino y exclusivo interés en algunos por parte del señor
Carnan, un librero. —MALONE <<
ciudad de Carlisle. Encumbrado era una de sus palabras preferidas para designar a
una persona de alto rango. «Señor —me dijo—, creo que podemos encontrarnos en
casa de una dama de Cumberland, católica romana ella, que es una dama muy
encumbrada». Con posterioridad supe que se refería a la señora Strickland, hermana
del señor Charles Townley, cuya muy noble colección de estatuas y cuadros ya no se
puede admirar, tal como también nos falta su extraordinaria y muy cortés presteza en
mostrarla, las cuales tuve, junto con varios amigos, grata ocasión de apreciar. Quienes
están en posesión de valiosos medios de gratificar a las personas de buen gusto y
educación deberían ponerlos en práctica impartiendo ese placer a los demás. Hago
constar aquí mi agradecimiento al señor Welbore Ellis Agar, por la liberalidad con
que le complace mostrar su exquisita colección de pintura. —BOSWELL <<
aquellos padres que tienden en general a regalarse con facilidad en el cariño excesivo
por sus hijos a expensas de sus amigos. La habitual costumbre de presentarlos tras el
almuerzo es sumamente desaconsejable, por insensata. Bastante agradable es que
comparezcan a cualquier otra hora; ahora bien, no se les debe consentir que
envenenen los momentos de festejo atrayendo la atención de los presentes, y
obligándoles a decir lo que de ninguna manera piensan, sólo por elemental cortesía.
—BOSWELL <<
este verso una lectura que bajo ningún concepto hubiera suscrito el doctor Johnson,
toda vez que dice: «To virtue, fortune, wine, and woman’s breast», poniendo wine
[‘vino’] donde debiera decir time [‘tiempo’]. El error probablemente tuvo su origen
en una transcripción errónea de la carta de puño y letra de Johnson, pues su caligrafía
era tremendamente difícil de descifrar. El otro desvío que aparece al comienzo del
verso (virtue [‘virtud’] en vez de nature [‘naturaleza’]) hay que atribuirlo a un engaño
del que le hizo víctima su memoria, por lo cual no requiere enmienda.
El verso citado es el último de un soneto de Sydney cuya versión más antigua, creo
yo, es la que se encuentra en la traducción de Ariosto que hizo Harrington (1591), en
las notas al libro undécimo. «Por consiguiente —dice—, los excelentes versos de sir
Philip Sydney en su primera Arcadia (que desconozco por qué desliz quedó fuera del
volumen impreso en cuarto, en 1590) son a mi juicio dignos de elogio y consejo que
vale la pena seguir al pie de la letra para tomar por esposa a una mujer buena y
virtuosa»:
llevar a cabo nuestro proyecto de viajar por el Báltico, que había comentado yo por
encima cuando estábamos en la Isla de Skye; de hecho, así escribe a la señora Thrale
(Cartas, vol, I. pág. 366 [n.º 545]):
«Ashbourne, 13 de septiembre de 1777
»Boswell, tengo entendido, está a punto de llegar. Habla de llegar hoy mismo; me alegraré de verle, aunque se
escabulle de la idea de realizar una expedición por el Báltico, lo cual, creo yo, constituye el mejor plan que
tenemos ambos a nuestro alcance. Desconozco cuál pueda ser la alternativa que se nos ocurra a los dos. Él desea
ver el País de Gales, y, con la salvedad de los bosques de Bachycraigh, ¿qué hay que ver en Gales, qué se nos ha
perdido allí que pueda colmar el hambre de la ignorancia o saciar la sed de la curiosidad? Tal vez atinemos a forjar
algún plan del tipo que sea, aunque, según el dicho de Hockley in the Hole, es una lástima que no tenga un mejor
fondillo».
Un ánimo tan ardiente, y semejante vigor de hombre emprendedor, es admirable a cualquier edad, pero lo será
tanto más si se piensa en la época de su vida a la que Johnson ya había llegado. Ahora lamento que no insistiera
yo en llevar a buen puerto nuestro plan. Además de los demás objetos de curiosidad y observación, haber visto a
mi ilustre amigo en una recepción, tal como muy probablemente habría sido el caso, por parte de un príncipe tan
distinguido por su talento y sus logros como era el difunto Rey de Suecia, y por parte de la Emperatriz de Rusia,
cuya capacidad, información y magnanimidad extraordinarias con justicia asombran al mundo, me habría
supuesto un asunto de contemplación y un motivo de crónica tanto más noble. Es posible que esta reflexión
resulte visionaria en exceso entre los más sedados de mis lectores, o entre los que tienen más sangre fría, a pesar
de lo cual reconozco, pues no veo por qué habría de ocultarlo, que con frecuencia me doy a considerarla con
sincera e implacable tristeza. —BOSWELL
En el n.º 436 del Spectator, se describe «Hockley in the Hole» como «un lugar de no
poco renombre para la galantería de los británicos de las órdenes inferiores». Fielding
lo menciona en Jonathan Wild, libro I, cap. 2. En la Ópera del mendigo, acto I, la
señora Peachum dice a Filch: «Tendrías que orearte por Hockley in the Hole y visitar
Marylebone, chiquillo, a ver si aprendes qué es el valor. Esas son las escuelas en las
que lo han mamado tantos hombres hoy valientes». Hockley in the Hole estaba en
Clerkenwell. Que a Johnson no le faltaba valor lo demuestra dos años antes, cuando
escribió a la señora Thrale a propósito de una cuantiosa suma, 14 000 libras
esterlinas, que los Thrale acababan de percibir, diciéndole: «Si tuviera dinero
suficiente, ¿qué haría? Pues quizá, si usted y el señor no me tuvieran tan sujeto, iría a
El Cairo, y por el Mar Rojo me llegaría al Golfo de Bengala, y me daría un viajecito
por la India. ¿No sería mejor que construir y plantar? Sin duda que sería más variado
de ver, y daría por tanto mayor amplitud al intelecto. Con la mitad de catorce mil
emprendería yo viaje dispuesto a ver otras formas de existencia, y con eso mismo me
bastaría para volver y contarlo». Cartas, n.º 417. El calificativo de difunto se añadió
al «Rey de Suecia» en la segunda edición, pues Gustavo III fue asesinado en marzo
de 1792. —HILL <<
una relación más completa de este asunto que la que llegó en su día al doctor
Johnson. El caballero afectado era el difunto John Gilbert Cooper, autor de una Vida
de Sócrates y de algunos poemas recogidos en la antología de Dodsley. El señor
Fitzherbert lo encontró una mañana al parecer en tal estado de violenta agitación,
debido a la indisposición de su hijo, que parecía inasequible a todo consuelo. A la
postre, sin embargo, exclamó: «Escribiré una elegía». Como el señor Fitzherbert se
dio por satisfecho con esto de la sinceridad de sus emociones, añadió con astucia:
«¿Y no sería preferible que tomara un coche correo y fuese a visitarlo?». Fue la
astucia de la insinuación lo que dio amplia circulación a la historia. —BOSWELL
Escribe Malone que «Gilbert Cooper fue el último de los benevolistas, o
sentimentalistas, que estuvieron muy en boga entre 1750 y 1760, y que con gran
ternura de palabras se ocuparon de la general admiración que había de suscitar la
virtud. Sus espléndidos sentimientos se evaporaban en el momento de expresarlos,
pues no tenían ninguna relación con su práctica cotidiana» (Malone, de Prior, pág.
427). —HILL <<
con el que tenía afinidad no se hallaba en el poder. Algo de verdad hubo en ello,
debido a la pertinacia del clamor de los facciosos. Si hubiera seguido vivo a día de
hoy, le habría resultado imposible negar que Su Majestad cuenta con el más caluroso
afecto de su pueblo. —BOSWELL <<
poseía una curiosa colección de dramas antiguos; señaló a Theobald muchos de los
libros de referencia con que éste ilustró su edición de Shakespeare. Johnson ayudó
financieramente a su hija cuando quedó huérfana. —HILL <<
del preciso progreso de esta pequeña composición, lo inserto a partir de mis notas.
Cuando el doctor Johnson y yo estábamos sentados tête-a-tête en la Taberna de la
Mitra, el 9 de mayo de 1778, dijo de pronto: «Habría sido mejor “¿Dónde la dicha?”,
se lo aseguro». Añadió entonces una estrofa ridícula, pero no la quiso repetir, no
fuera que pudiera yo registrarla por escrito. Era más o menos como sigue; del último
verso estoy seguro:
sensatez y gran presteza de entendimiento, hizo esta observación: «Es muy cierto,
todo esto no excluye sino un único mal, pero ¿qué parte de bien es la que admite?». A
esta observación se han rendido con justicia no pocos elogios. Permítaseme, pues, el
honor de nombrar ahora a la dama que la hizo, y que no es otra que la difunta
Margaret Montgomerie, mi valiosísima esposa y afectuosísima madre de mis hijos,
que, si heredan sus buenas cualidades, no tendrán razón para quejarse de su suerte.
Dos magna parentum virtus. —BOSWELL
El final de la nota aparece por primera vez en la segunda edición. La cita es de
Horacio, Odas, III, 24: «Por dote más preciada las virtudes | de antepasados tienen, |
del padre la virtud, y de la madre la fama». —HILL <<
campo de batalla por la familia hoy en el trono, y participó en esa sin duda
interesantísima guerra, ha tenido la generosidad suficiente de hacer justicia al bando
contrario, y prepara para la prensa una relación de lo acaecido. —BOSWELL <<
John), en su vida de tan venerable prelado, nos dice: «y para que ni el estudio fuera el
agresor de sus horas de instrucción, ni lo que entendía por su deber le impidiera la
mejora, y para que ni lo uno ni lo otro le estorbaran a la hora de tratar en la intimidad
con su Dios, se acostumbró estrictamente a dormir de una sola vez, lo cual le
obligaba a levantarse a la una o a las dos de la mañana no pocas veces, e incluso
antes; tan habitual se hizo esta práctica que la mantuvo hasta la última enfermedad
que sufrió. Y tan vivaz y tan animado era su temperamento que sabía ser entretenido
y belicoso con sus amistades en cada velada, aun cuando era de ver que sólo con
grandes dificultades lograba permanecer con los ojos abiertos, y se retiraba a
descansar sin otro propósito que el de recuperar el vigor y la alegría para entonar sus
himnos matinales, que por entonces cantaba a la vez que tañía su laúd antes de
ponerse la vestimenta diurna». —BOSWELL <<
haber omitido su censura del estilo de Johnson, al cual, por el contrario, ensalzó
mucho. Pero ya antes se habían publicado las Vidas de los poetas, en las que Johnson
hace gala de un estilo considerablemente más fácil del que mostró en el Rambler. Por
consiguiente, habría sido deshonesto por parte de Blair conservar sus críticas, aun
suponiendo que fueran justas. —BOSWELL <<
de Caledonia, donde los clanes asalvajados y los bárbaros itinerantes campaban a sus
anchas y se beneficiaban del saber allí atesorado, así como de las bendiciones de la
religión. Abstraer el ánimo de todas las emociones locales habría sido tarea
imposible, caso de que se emprendiera, y habría sido dislate caso de ser posible. Todo
lo que nos aleje del poder de nuestros sentidos, todo lo que haga que el pasado, la
distancia o el futuro se enseñoreen del presente, nos lleva a avanzar en la dignidad del
ser pensante. Lejos de mí, y de mis amigos, quede tan frígida filosofía que aspire a
llevarnos, indiferentes, inconmovibles, sobre cualquier terreno que haya dignificado
la sabiduría, la valentía o la virtud. Poco ha de envidiarse al hombre cuyo patriotismo
no adquiera fuerza renovada en la llanura de Maratón, o cuya piedad no se refuerce
entre las ruinas de Iona».
Si nuestra gira sólo hubiera dado por resultado este pasaje sublime, el mundo tendría
que reconocer que no se emprendió en vano. Sir Joseph Banks, en la actualidad
respetable presidente de la Royal Society, me dijo que se había quedado tan pasmado
al leerlo que unió ambas manos y guardó durante un buen rato esa actitud de callada
admiración. —BOSWELL <<
sumé yo. Pero por hacer justicia al doctor Kippis, quien con ese viril, claro y sincero
buen temple que define su carácter supo enderezarme, ahora con placer me retracto
de lo dicho. Y deseo que se observe muy en particular, tal como él me señaló, que
«las nuevas vidas de los teólogos de la disensión, en los primeros cuatro volúmenes
de la segunda edición de la Biographia Britannica, son las de John Abernethy;
Thomas Amory; George Benson; Hugh Broughton, erudito puritano; Simon Browne;
Joseph Boyse de Dublín; Thomas Cartwright, erudito puritano, y Samuel Chandler.
La única duda que alguna vez di en sugerir es si convenía que hubiera un artículo del
doctor Amory. Pero estaba convencido, y sigo estándolo, de que tenía pleno derecho
a una entrada, debido a la realidad de su sabiduría y a la excelencia y sinceridad de
sus escritos prácticos.
»Las nuevas Vidas de los clérigos de la Iglesia anglicana, en esos mismos cuatro
volúmenes, son las que siguen: John Balguy; Edward Bentham; George Berkley,
Obispo de Cloyne; William Berriman; Thomas Birch; William Borlase; Thomas Bott;
James Bradley; Thomas Broughton; John Brown; John Burton; Joseph Butler, Obispo
de Durham; Thomas Carte; Edmund Castell; Edmund Chishull; Charles Churchill;
William Clarke; Robert Clayton, Obispo de Clogher; John Conybeare, Obispo de
Bristol; George Costard y Samuel Croxall. “Que yo sepa —dice el doctor Kippis—,
ninguna parcialidad hubo en la realización de la obra. De buen grado no habría yo
incluido a ningún ministro de la disensión que no mereciera con toda justicia la
debida mención, tal como tampoco habría omitido a ningún clérigo de la Iglesia
establecida que no lo mereciera. Al mismo tiempo, nada me disuadirá de introducir a
los ministros de la disensión en la Biographia, siempre y cuando esté convencido de
que tienen pleno derecho a tal distinción en razón de sus escritos, sabiduría y
merecimiento”».
Permítaseme añadir que la expresión «amigo de la constitución en la Iglesia y en el
Estado» no la empleé, al igual que ninguna otra reflexión sobre este reverendo
caballero, cual si fuera enemigo o detractor de la constitución política de esta nación,
como se estableció en la revolución, sino que, debido a mi firme y juramentada
predilección por cualquier tory, era cita del Diccionario de Johnson, donde se define
así dicha distinción. —BOSWELL
En su Diccionario, la voz tory se define así: ‘Quien respalda la antigua constitución
del Estado y a la jerarquía apostólica de la Iglesia anglicana’. <<
espíritus malignos (cosa que, a fin de cuentas, creo que es la causa más probable de la
locura, como ya me hizo ver mi respetado amigo, sir John Pringle) habían recurrido
al dolor, lacerándose e incluso lanzándose a veces a las llamas, a veces al agua. El
señor Seward me ha proporcionado una anécdota muy digna de nota, que viene a
confirmar la observación de Johnson. Un comerciante que en Londres había amasado
una gran fortuna se retiró del negocio y marchó a vivir en Worcester. Como no
tuviera su entendimiento la ocupación habitual, ni nada que ocupara su lugar, éste se
volvió contra sí mismo, de modo que la mera existencia se le tornó tormento. A la
postre tuvo piedras en el riñón; un amigo que lo halló presa de uno de sus más
severos ataques, como expresó su preocupación, se encontró con esta respuesta: «No,
no, no se apiade de mí, se lo ruego: lo que ahora siento es llevadero en comparación
con esa tortura del ánimo que jamás afloja». —BOSWELL <<
una ilustración admirable de la superioridad de los intelectos cultos sobre los groseros
y analfabetos. —BOSWELL <<
—BOSWELL <<
bon-mots, o dichos de personas que jamás dijeron sino uno. —BOSWELL <<
cuando se debatió la cuestión entre Johnson y Burke; ambos, al decir de Johnson, «se
emplearon al máximo», Johnson a favor de Homero, Burke de Virgilio. Bien cabe
suponer que hubo de ser una de las polémicas más sesudas y brillantes que jamás se
hayan cruzado. Cuánto hemos de lamentar, pues, que no se conservase nada.
—BOSWELL
En la Vida de Dryden (págs. 303 y 304), tras decir que éste «emprendió quizá el
trabajo más arduo en su especie, una traducción de Virgilio», prosigue diciendo: «En
la comparación de Homero y Virgilio, la excelencia en la discriminación de Homero
es elevación y es comprensión del pensamiento, mientras que la de Virgilio es
elegancia y esplendor de la dicción. Las bellezas de Homero es por tanto difícil que
se pierdan, mientras que las de Virgilio es difícil que se conserven». —HILL <<
Boswell cita el mismo dístico en sus ensayos del Hypochondriack, IV. <<
—BOSWELL <<
candidus esses».
No puedo dejar de señalar una circunstancia no por extraña menos cierta, y es que un
colega abogado de considerable práctica, pero del cual ciertamente no cabe decir que
«Ingenuas didicit fideliter artes», preguntó al señor Maclaurin con expresión de
displicencia «¿Son suyas esas palabras?». —BOSWELL
Muestra Scott dónde radica el humor del lema. «El abogado de la parte contraria —
escribe— era el célebre Wight, abogado excelente, pero de presencia muy doméstica
y rasgos muy marcados, ciego de un ojo, que le sobresalían mucho de la cuenca, una
barriga caediza y cojera». A él aplicó Maclaurin los versos de Virgilio:
Welch falleció no muchos meses antes que Johnson, legándole en su testamento cinco
guineas, valor de un anillo que éste recibió con ternura, como una suerte de amable
memorial. Tuvo atención constante por las hijas de su amigo, el señor Welch, de las
cuales Jane casó con el señor Nollekens, el escultor, cuyo mérito es de sobra
conocido y no requiere alabanza por mi parte. —BOSWELL <<
desayunaba con la corteza de un panecillo, que Johnson, tras quedarse con la miga,
arrojaba a su humilde amigo. —BOSWELL
Es posible que la palabra arrojar sea aquí demasiado fuerte. El doctor Johnson nunca
trató a Levett con el menor desprecio; bien se ve en toda clase de circunstancias que
tenía una gran amabilidad con él. —MALONE
Hawkins, en la Vida (pág. 397 n.) dice que «el doctor Johnson ha observado a
menudo que Levett estaba con él en deuda tan sólo por el uso de una habitación, su
parte en el panecillo del desayuno, y, de vez en cuando, la cena de un domingo». En
una carta a la señora Thrale, Johnson describe a Levett y a la señorita Williams como
«acompañantes familiares y domésticos, a los que se puede visitar o llamar a
voluntad, o bien dejar y despachar, y que no estorban con ceremonias ni destruyen la
indolencia con el menor esfuerzo». —HILL <<
—BOSWELL <<
—BOSWELL
Es extraño que Boswell no llegara a descubrir que son versos de Dante, Inferno, XVI,
124. —CROKER, 1848 <<
reconocer que poseía un talento admirable como escritor político, describe así la
Cámara de los Comunes en su «Carta a sir William Wyndham» [1753, pág. 33]:
«Conoce usted bien la naturaleza de tal asamblea; toman cariño, como los lebreles, al
hombre que les levanta la caza, y a quien les azuza con su voz». —BOSWELL <<
—BOSWELL <<
contó a lord Macartney que un amigo suyo había escrito una tragedia. Sin embargo,
es posible que peque yo de inexactitud en mi percepción de lo que relató el doctor
Johnson, y que él hablase del asunto grotesco y trágico que el señor Hume había
comentado. —BOSWELL
La historia de Combabus, originalmente referida por Luciano, se encuentra en el
Diccionario de Bayle. —MALONE <<
—BOSWELL <<
que si bien quedan embellecidas por el modo en que las relata, tenían su fundamento
en la verdad, pero no recuerdo que nunca relatara nada que se acercara a esto. Si lo
hubiera puesto por escrito, yo habría dado en suponer que algún bromista habría
puesto el uno antes del tres». No obstante, estoy absolutamente seguro de que el
doctor Campbell fue quien me lo contó, y presté una atención particular a lo que
contaba, siendo como soy un amante del vino, y por tanto curioso de saber todo lo
que sea digno de saberse en lo que toca a la bebida. No puede caber duda de que
algunos hombres pueden beber sin sufrir daño alguno cantidades que a otros
parecerán increíbles. Pero justo es añadir que el doctor Campbell me dijo que invertía
un tiempo muy considerable en esta desmedida consumición, y he oído al doctor
Johnson decir que «si un hombre bebe muy despacio, y si deja que un vaso se
evapore antes de beber el siguiente, yo no sé cuánto tiempo podría estar bebiendo».
El doctor Campbell mencionó a un coronel de la milicia que estuvo sentado con él en
todo momento y que bebió otro tanto. —BOSWELL <<
afable filósofo de Salisbury. Otro amigo sugiere que Johnson consideraba afectada su
manera de escribir, mientras que al mismo tiempo no compensaba el asunto del cual
escribía por esta falta. En resumidas cuentas, se propuso hacer un comentario muy
distinto de aquel que hizo un célebre caballero en torno a un médico muy eminente:
«Es un petimetre, aunque un petimetre satisfactorio». —BOSWELL
Dice Malone (1799) que el célebre caballero era Gerard Hamilton. En el Diario de un
viaje a las Hébridas (3 de noviembre), Johnson dice que «consideraba a Harris un
petimetre»; véanse también págs. 686-687. <<
Hawkins escribió así a Garrick en 1774: «Rechazó usted mi obra El cerco de Aleppo
porque “era un error de confección”». Y añadió que su obra «fue honrada por la
íntigra aprobación del juez Blackstone y del señor Samuel Johnson».
No le faltaba razón a Garrick al usar la palabra «confección». Dryden la emplea en su
prefacio a Edipo rey. —MALONE <<
refiere, tampoco he podido precisar el nombre del autor. La canción a que se alude
comienza diciendo «Bienvenido, bienvenido, hermano deudor». Consta de varias
estrofas, en una de las cuales se dice: «Cada isla es una cárcel». —MALONE
Tampoco Hill ha encontrado la referencia. <<
lenguas del Oriente, que viajó, desde luego, aunque es Richard Pococke, después
Obispo de Ossory, que publicó sus Viajes por Oriente, el que es habitualmente
conocido como «el gran viajero». —KEARNEY <<
acaso el digno caballero que yo, que aprendí a discriminar el carácter de las personas
gracias al propio Johnson, debiera haber omitido todas sus fragilidades y, dicho en
breve, haberlo esclarecido tal como el muy digno caballero ha esclarecido Escocia en
su descripción? —BOSWELL
Al decir «por acatamiento a sus temores», Pennant cita la Elegía de Gray, o bien se
hace eco de la última estrofa:
<<
en el Diccionario sobre la voz avena; mi Viaje a las Hébridas, I.ª ed.; el Diario de
Boswell, 6 de septiembre. —PENNANT <<
envié, relativas a los primeros años del doctor Johnson, por hacerle la debida justicia
creo que es adecuado añadir que la relación de la conversación precedente y de las
transacciones posteriores, así como algunas otras conversaciones en las que se le
menciona, se dan aquí al público sin previa comunicación con Su Señoría.
—BOSWELL
[Esta nota apareció en la segunda edición, sin duda por petición expresa del Obispo].
<<
Thrale (vol. I, pág. 326), utiliza el cultismo sutil, que la señora Thrale toma cual
rábano por las hojas, convirtiendo la frase en una injuria al hablar de sus «bordados
fútiles». —BOSWELL <<
Profesión», a los libreros de Londres se les denomina «el Gremio». Johnson no vio
nunca con buenos ojos estas denominaciones. —BOSWELL (Aunque el propio Johnson
la emplea una vez al menos, [véase pág. 405]. <<
encaje, las «sutiles imágenes» de las que habla Johnson, tarea en la que en efecto ha
hecho despliegue de una gran destreza, ha alcanzado además la fama por sus
facultades de raciocinio, muy superiores a lo que es habitual en las mujeres, como
creo que he mostrado con justicia, me comunicó un diálogo de longitud considerable,
que al cabo de muchos años puso por escrito, entre el doctor Johnson y ella con
motivo de esta entrevista. Como no guardaba yo el menor recuerdo del mismo, y
como no hallo ni rastro de que sucediera de hecho en mis anotaciones del momento,
no podría con la debida coherencia atestiguar con mi firma la autenticidad de lo que
refiere, y no puedo por consiguiente insertarlo en mi obra. Se ha publicado sin
embargo en la Gentleman’s Magazine de junio de 1791. Hace referencia sobre todo a
los principios de la secta que llaman cuáquera, y a buen seguro se presenta la señora
de manera ventajosa frente al doctor Johnson, tanto en sus argumentos como en la
expresión de los mismos. Por lo que acabo de estatuir, y por la evidencia interna del
documento, todo el que sienta la curiosidad de examinarlo más a fondo juzgará si ha
sido un error por mi parte descartarlo, por más gratificante que hubiera sido para la
señora Knowles incluirlo. —BOSWELL
Johnson mencionó las «sutiles imágenes» en una carta fechada el 16 de mayo de
1776, en la que describe la cena en casa de los señores Dilly. «Estaba presente —
escribió— la señora Knowles, la cuáquera que fabrica las sutiles imágenes…». <<
de literatura, que no eran copiosos, salvo en comparación con los suyos. Es de ver,
señor, qué poco se sabe de la literatura en el mundo». —BOSWELL <<
JUAN 2,
—MALONE
—HILL <<
caras, el precio de la entrada aumentó a dos chelines. No lo puedo ver con buenos
ojos. Es posible que la concurrencia sea más selecta, pero me temo que buen número
entre el común de los ciudadanos honestos queda excluido, y se le imposibilita de
este modo compartir un entretenimiento elegante e inocente. Se ha contrarrestado con
eficacia un intento de abolir el pago de un chelín en la galería del teatro. —BOSWELL
<<
envidia momentánea, pues nadie amaba las cosas buenas de la vida tanto como él, y
por fuerza había de ser consciente de que merecía en ellas una participación mucho
mayor de la que había tenido. En un periódico traté de hacer un comentario sobre el
pasaje citado a la manera de Warburton, de quien preciso es reconocer que ha
demostrado un insólito ingenio en dar al texto de cualquier autor el sentido que él
decidiera que portaba. [Véase pág. 503, n.]. Como esta imitación seguramente entretendrá
a mis lectores, aquí la introduzco: «Ninguno de los dichos del doctor Johnson ha
estado sujeto a mayores malentendidos que su aplicación al señor Burke, nada más ir
a visitarlo a su espléndida residencia de Beaconsfield, de ese Non equidem invideo;
miror magis. Los dos célebres hombres habían sido amigos desde muchos años antes
de que el señor Burke emprendiera su carrera de parlamentario. Eran, los dos,
escritores, miembros los dos del Club Literario; cuando, así las cosas, el doctor
Johnson vio al señor Burke en una situación mucho más espléndida de la que él
mismo había alcanzado, no quiso manifestar que le pareciera la suya una
desproporcionada prosperidad, sino que, en calidad de filósofo, hizo valer su
exención de la envidia, non equidem invideo, al tiempo que con las palabras del poeta
se manifestó miror magis, dando de ese modo a entender bien que estaba ocupado en
admirar lo que tanto le alegraba ver, o bien, quizá, que teniendo muy en mente la
suerte en general de los hombres de capacidad superior, le asombraba que Fortuna, a
la cual se representa ciega, en este caso hubiera obrado con tanta justicia».
—BOSWELL
En su juventud, Johnson había traducido así las palabras de Virgilio (Églogas, I, II):
«My admiration only I exprest, | (No spark of envy harbours in my breast)», es decir,
«Mi admiración tan sólo expreso, sin asomo de envidia en mi pecho». «Oh no, no
envidia; pasmo es más bien lo que al mirarte siento», en traducción de Aurelio
Espinosa Pólit. <<
No está ni mucho menos claro por qué menciona Boswell a este caballero, a la vista
de que nada de lo que dice se reproduce en su texto. Tal vez diera ocasión al ataque
de Johnson contra los americanos. No deja de ser curioso que tanto aquí como en el
relato que se da del almuerzo con el doctor Percy no se mencione su nombre. En
presencia de este caballero desconocido, Johnson atacó violentamente primero a
Percy y después a Boswell. —HILL <<
habitual en lo que se refiere a una copiosa venta, pues lo cierto es que cuatro mil
ejemplares de esa obra excelente se vendieron bastante pronto. Desde su muerte se ha
impreso una nueva edición, además de la que se halla en la recopilación de sus obras.
—BOSWELL <<
el joven, del lugar homónimo» (of that ilk). Johnson conocía muy bien ese sentido del
vocablo, que de hecho ha explicado en su Diccionario, donde puede leerse que la voz
ilk: «“También significa ‘lo mismo’, como en Mackintosh of that ilk, que denota un
caballero cuyo apellido y título de su hacienda son el mismo”». —BOSWELL <<
cabo después en nuestra lengua, como es el caso del editor de Osián, y debemos de
tener en muy baja estima su capacidad, o bien reconocer que el doctor Johnson tenía
toda la razón. El señor Cowper, hombre de verdadero genio, ha fracasado
rotundamente en su traducción en versos blancos. —BOSWELL <<
en otros pasajes) que carecía por completo de esa apatía característica de la vejez, que
desplegaba la misma actividad y la misma energía de ánimo y el mismo intelecto que
en su madurez, y no es que un hombre de sesenta y ocho años pueda ponerse a bailar
en una reunión pública con la misma propiedad con que lo haría a los veintiocho.
Siendo su conversación producto de grandes y variados saberes, de una grandísima
agudeza, de un ingenio extraordinario, se hallaba igual de ajustada a cualquier
periodo de la vida, y así como en su juventud probablemente no hizo gala de una
levedad inapropiada, es muy cierto que en sus últimos años estuvo completamente
libre de las verborreas querulantes de la senectud. —MALONE <<
—BOSWELL <<
sus Vidas de los poetas, pues a pesar de que yo detectara ese fallo no lo llegó a
corregir. —BOSWELL <<
gran honor que había rendido a mi amigo, contestó con cortesía: «Señor, el honor fue
mío». —BOSWELL <<
la doctrina estoica», pero como la carta original se quemó con otro montón de papeles
en Escocia, no me ha sido posible verificar si mi conjetura tiene o no fundamento. Sin
embargo, la expresión podría estar justificada en el texto. —MALONE <<
rango de capitán de la milicia del condado de Lincoln, en la que ha sido con todo
merecimiento ascendido con posterioridad al rango de comandante. —BOSWELL <<
una curiosa y minuciosa atención: «26 de julio de 1768. Me rebané la uña por
accidente al afilar el cortaplumas, más o menos a un octavo de pulgada de la base y a
un cuarto del borde. Lo mido para tener constancia del crecimiento de las uñas; el
total es de unos cinco octavos de pulgada». El 7 de agosto de 1779 encontramos otra
del mismo tipo: «Partem brachii dextri carpo proximam et cutem pectoris circa
mamillam dextram rasi, ut notum fieret quanto temporis pili renovarentur». Y el 15
de agosto de 1783, «corto de la parra 41 hojas, que pesan cinco onzas y media, y
ocho sarmientos: los dejo sobre los anaqueles, por ver qué peso pierden cuando se
hayan secado». —BOSWELL
En The Idler, n.º 31, hallamos en el señor Sober un retrato de Johnson dibujado por él
mismo. «El arte está en llenar el día de pequeñas ocupaciones, en tener siempre a
mano algo que pueda despertar la curiosidad, pero no una gran solicitud, y en
mantener el intelecto en estado de actividad, pero no de esfuerzo. Es un arte que
desde hace muchos años practica mi viejo amigo, Sober, con magnífico
rendimiento… El mayor de sus placeres es la conversación; es inagotable su charla o
su atención, y hablar o escuchar le resulta igual de placentero, pues aún se supone que
enseña o aprende algo, y por el momento está libre de sus propios reproches. Pero
llega la hora, de noche, en que ha de irse a casa, en que sus amigos han de dormir, y
otro momento por la mañana en que el mundo entero parece rechazar toda
interrupción. Estos son los momentos en los que el pobre Sober tiembla sólo de
pensarlo. Pero la desdicha de esos cansinos intervalos la alivia de múltiples
maneras… Su entretenimiento diario es la química. Posee un hornillo que emplea en
la destilación, que desde hace mucho ha sido un solaz en su vida. Extrae aceites y
aguas, esencias y licores que sabe que no tienen ninguna utilidad; se siente y cuenta
las gotas a medida que brotan de la retorta, y olvida que, mientras cae la gota, un
momento pasa volando». <<
de los Ensayos sobre el origen del mal, del arzobispo King [edición de 1781, pág.
XVII], menciona que los principios que sostiene son los que adopta Pope en su Ensayo
sobre el hombre, y añade que «no obstante ese desmentido (el del obispo Warburton),
este hecho podría verificarse de manera sumamente estricta por medio de un
testimonio inobjetable, a saber, el del difunto lord Bathurst, quien vio el mismo
sistema de la το βελτιον (tomado del Arzobispo) de puño y letra de lord Bolingbroke
sobre la mesa del señor Pope mientras éste componía su Ensayo». Se trata de una
prueba respetable, pero la del doctor Blair es aún más directa de la fuente de la que
mana, además de ser más completa. Permítaseme añadir a lo dicho lo que dice el
doctor Joseph Warton: «El difunto lord Bathurst me aseguró en repetidas ocasiones
que había leído todo el plan del Ensayo sobre el hombre escrito de puño y letra por
Bolingbroke, recogido en una serie de proposiciones que Pope iba a versificar e
ilustrar» (Ensayo sobre el genio y los escritos de Pope, vol. II, pág. 62). —BOSWELL
En la breve cita de Law hay dos paréntesis. Según Paley, el Obispo se mostró
impaciente ante la lentitud de su impresor, en la ciudad de Carlisle. «¿Por qué no
aparece mi libro de una vez?», dijo al impresor. «Señoría, lo siento profundamente,
pero hemos tenido que encargar en Glasgow una libra de paréntesis» (Best,
Memorials, pág. 196). —HILL <<
Street, cerca de Hanover Square; 4. Castle Street, Cavendish Square, n.º 6; 5. Strand;
6. Boswel Court; 7. Strand, de nuevo; 8. Bow Street; 9. Holborn; 10. Fetter Lane; 11.
Holborn, de nuevo; 12. Gough Square; 13. Staple Inn; 14. Gray’s Inn; 15. Inner
Temple Lane, n.º 1; 16. Johnson’s Court, n.º 7; 17. Bolt Court, n.º 8. —BOSWELL <<
el 12 de diciembre de 1795, a los ochenta y seis años de edad. —A. CHALMERS <<
perdió la vida a causa del clima. Esta orden imparcial me parece refutación suficiente
del infundado rumor de que «aún había tras el trono algo más grande que el trono
mismo». —BOSWELL <<
caballero que por entonces rendía sus respetos a la señorita Doxy. —BOSWELL <<
El 16 de noviembre escribió así: «En casa no reñimos mucho, pero tal vez cuanto
menos riñamos más nos odiamos. La malignidad que hay entre nosotros es toda la
que puede subsistir sin pensar en recurrir a las dagas o el veneno» (Cartas, n.º 647).
<<
vendió por subasta pública en abril y mayo de 1781, por un monto de 5011 libras.
—MALONE <<
aposentos, en los que pasé muchas y muy gratas horas. —BOSWELL <<
La casa que se saqueó fue la del juez Hyde, sita en St. Martin s Street, adyacente a
Leicester Fields, y fueron sus pertenencias las que se quemaron en la calle.
—BLAKEWAY <<
—BOSWELL <<
como me apunta Davies, escribió la primera frase, dando, por así decir, la clave de su
ejecución. Es en efecto muy característica de su autor; comienza por una máxima a
cuya ilustración procede: «Toda excelencia tiene derecho a quedar consignada en los
anales. Por consiguiente, me parece superfluo disculparme de escribir la vida de un
hombre que, mediante un insólito ensamblaje de virtudes privadas, adornó la más
excelsa eminencia de una pública profesión». —BOSWELL <<
casó en 1741 con Thomas George, tercer Barón y primer Vizconde de Southwell, con
el cual vivió en la más perfecta felicidad conyugal hasta septiembre de 1780, cuando
falleció lord Southwell, pérdida que su viuda nunca dejó de lamentar, hasta la hora
misma de su propia disolución, a sus ochenta y cinco años, el 16 de agosto de 1802.
El «ilustre ejemplo de piedad y fortaleza» a que alude el doctor Johnson fue que se
sometiera, pasados los cincuenta años de edad, a una operación quirúrgica
extremadamente dolorosa, que soportó con extraordinaria compostura, sin permitir
que se le atase a la silla, sin emitir un solo quejido. Este sencillo homenaje de afecto a
la memoria de dos amistosas y excelentes personas, que no menos se distinguieron
por su piedad, beneficencia y caridad ilimitada que por una suavidad de modales por
la cual se hicieron apreciar entre cuantos los conocieron, es de esperar que sea
perdonado en quien tuvo el honor de gozar de su amabilidad y de su amistad desde su
propia niñez. —MALONE <<
Londres el 18 de noviembre de 1766. Johnson tuvo trato estrecho con este noble
señor y dijo que «era el hombre de más alta cuna que, sin asomo de insolencia, jamás
haya compartido conmigo su tiempo». [Véase más adelante, 23 de marzo de 1783].
Su hermano menor, Edmund Southwell, vivió en trato íntimo con Johnson durante
muchos años. Murió en Londres, el 22 de noviembre de 1772.
Frente a la desfavorable representación que de este caballero da sir John Hawkins,
habida cuenta de que a él debo mi presentación a Johnson, me tomo esta oportunidad
para añadir que siempre me pareció un hombre piadoso, propenso a llevar la
conversación por asuntos de religión. —MALONE <<
1781. Portaba una carta de presentación del doctor Johnson. —MALONE <<
nunca reconocerá que uno pueda profesar su misma religión, ni tampoco se convertirá
a la suya, cosa que asombró y dejó perplejos a los portugueses cuando descubrieron
las Indias Orientales». —BOSWELL <<
escribiera tan mal; lord Chesterfield (Obras misceláneas, IV, pág. 42) dice que «se
había llevado de sus años en Oxford una abundante provisión de conocimientos de
griego y latín, y fue conocedor de todas las lenguas modernas. Fue uno de los mejores
oradores de la Cámara de los Lores, tanto en lo declamatorio como en lo
argumental». —HILL <<
nombre de Sciolus, aporta el siguiente añadido: «Una dama conocida mía recuerda
haber oído cantar a su tío esas hogareñas estrofas hace más de cuarenta y cinco años.
Así repitió la segunda:
»Y recordó incluso una tercera que parece haber sido la introductoria, y que hoy
parece ser la única que resta:
Con gran placer añado esta estrofa, que nunca podría haber hallado aplicación más
justa que en la actualidad. —BOSWELL
[Esta nota se añadió a la segunda edición]. <<
de maestro de la escuela, les recomendó a Parr, que había dejado de ser profesor en la
escuela de Sumner, en Harrow. —BURNEY <<
la capacidad de patetismo que tenía Otway. Una vez le pregunté si no le parecía que
Otway era a menudo un dechado de ternura, y me respondió: «Señor, todo él es
ternura». —BURNEY <<
que se sabe de cierto escribió Bentley en inglés». Aquí los inserto, con la esperanza
de que mis lectores sepan aplicar sus enseñanzas.
—BOSWELL
Existe una versión distinta y seguramente más exacta de estos briosos versos en la
miscelánea titulada La arboleda, de 1721. —J. BOSWELL HIJO <<
II, la existencia de «Un ensayo sobre el carácter de Hamlet», escrito yo diría que por
alguien muy joven, aun cuando se haga llamar «reverendo», que habla con
presunción y petulancia del primer personaje literario de su tiempo. En medio de una
nublada confusión de palabras (que de un tiempo a esta parte muy a menudo ha
pasado en Escocia por metafísica), se aventura a criticar de este modo uno de los
versos más nobles que se hayan escrito en nuestra lengua: «El doctor Johnson ha
comentado que “el tiempo, entre resuellos, tras él corría en vano”. Yo sin embargo
diría que esto es malentender del todo al personaje. El tiempo corre en vano tras
cualquier hombre de renombre, al igual que corría en pos de Shakespeare. Los
trajines de un intelecto ordinario le permiten ir a la par del tiempo; no le llevan más
deprisa, pues tienen su principio, su desarrollo y su fin, y son las naturalezas
superiores las que saben reducirlo todo ello a un único punto. No lo suprimen, claro
está, aunque sí lo suspenden, o bien todo lo encierran en su pecho». La muy
prestigiosa sociedad bajo cuya sanción se vierte al mundo semejante sarta de
incongruencias bien hará en ofrecer recompensa a quien descubra qué significan.
—BOSWELL <<
restrictiva innovación, por la cual vemos escrito critic, public, etc., en vez de critick,
publick, etc. —BOSWELL <<
Johnson, Londres, 1787, que está muy bien escrito siempre y cuando se reconozca el
fanatismo democrático de su autor, al cual no puedo menos que admirar debido a su
liberalidad al hablar así de mi ilustre amigo: «Fue poseedor de un extraordinario
poder del intelecto, cultivado al máximo con el estudio y aún más con la meditación y
la reflexión. Su memoria era de una retentiva notabilísima, su imaginación de un
vigor insólito, su juicio agudo y penetrante. Tenía un fuerte concepto de la
importancia de la religion; su piedad fue sincera y a veces ardiente; su celo en
defensa de la virtud a menudo se manifestó tanto en su conversación como en sus
escritos. La misma energía de la que hizo gala en sus producciones literarias la
exhibió en su conversación, que era variada, instructiva, sorprendente. Tal vez no
haya existido hombre que se le pueda poner a la par en el ingenio de sus réplicas.
»Su diccionario, sus ensayos morales y sus producciones en la literatura cortés nos
impartirán aún útiles instrucciones, amén de elegante entretenimiento, mientras el
lenguaje en que están escritas se siga entendiendo». —BOSWELL <<
las vistosas sensaciones que describe; que sobre esos asuntos es el poeta, y no el
hombre, quien escribe. —BOSWELL <<
ocurrió al difunto Conde de Hopeton. Su Señoría observó a uno de sus pastores, que
en un prado leía el Paraíso perdido, y al preguntarle qué libro era, el pastor
respondió: «No le gustaría a vuecencia, que es muy raro el autor: hace como que
rima, pero no le sale ni a la de tres». —BOSWELL <<
amabilidad que me mostró en época muy temprana. Fue la primera persona de alto
rango que tuvo la bondad de fijarse en mí de ese modo que tan adulador resulta para
un joven ambicioso de distinguirse por su talento literario; asimismo, quisiera dejar
constancia del honor que me hizo al animarme a tener mejor concepto de mí y aspirar
a méritos mayores. Era la suya una feliz manera de comunicar sus variados
conocimientos del mundo, mediante breves comentarios y anécdotas, con sosiego y
gravedad apacible, sumamente gratos de oír. Nunca olvidaré las horas que disfruté en
sus aposentos del Real Palacio de Holy-Rood, y en su mansión cercana a Edimburgo,
donde él mismo había formado su gusto elegante. —BOSWELL <<
recobró, sin duda habría querido preservar este pasaje. —BOSWELL <<
favores de una mujer. El señor Peter Garrick me ha asegurado que, según le dijo una
dama, en su opinión Johnson era «un hombre muy seductor». Las desventajas de su
persona y modales bien pueden olvidarse allí donde se comunica el placer intelectual
a un entendimiento sensible, y Johnson era capaz de sentir el apego más delicado y
desinteresado, como bien se ve en la siguiente carta, que ha publicado la señora
Thrale [Cartas de Piozzi, II, pág. 391; es la n.º 80 de las cartas de Johnson] junto con
otras dirigidas a la misma persona, cuya excelencia no es demasiado aparente:
«A la señorita Boothby
»1 de enero de 1755
»Queridísima señora,
»aunque mucho me temo que su indisposición no le dejará tiempo ni ganas de recibir cortesías, no puedo dejar de
presentarle mis respetos y felicitarle el año nuevo; aprovecho para declararle mi deseo de que sus años venideros
sean muchos y muy felices. En este deseo, como es natural, me incluyo, pues no tengo a nadie, salvo usted, en
quien repose mi corazón; le deseo todo el bien, aun cuando su situación sea tal que no le permita comunicar
ningún agradecimiento, querida, queridísima señora, a su fiel, etc.
»SAM. JOHNSON»
—BOSWELL <<
Hammond, aunque no del todo satisfactoria, que no he podido ver sino hasta hace
poco y gracias al favor del autor de la misma, el reverendo señor Bevill, que la
publicó anónimamente. Es un ejercicio juvenil, pero escrito con elegancia, con
entusiasmo clásico en el sentimiento, aunque con la modestia apropiada y un gran
respeto por el doctor Johnson. —BOSWELL
[Esta nota fue añadida en la segunda edición]. <<
El juicio de Hastings se había dilatado por espacio de más de tres años cuando se
publicó la Vida de Samuel Johnson. Comenzó en 1788 y no terminó hasta 1795. <<
SHAKESPEARE
—BOSWELL
Esta cita es una versión deturpada de Enrique VIII, acto IV, escena 2. La cita del texto
se halla en la pág. 82 de la Vida de Johnson, de W. Cooke, o Cook, a la que hace
referencia Boswell. —HILL <<
pieza de Shakespeare (Hamlet, acto III, escena 4), y el retrato que hace Milton de
Adán (Paraíso perdido, IV, 300). —BOSWELL <<
abril de ese año en Coffleet, casa de Thomas Veale, cuando iba de viaje a Londres.
—BOSWELL <<
[‘corto’]. Pero mal podía saber, debido a la reserva que siempre adoptó el señor Long
en su presencia, que estaba hablando así de un caballero distinguido entre sus
conocidos por su agudeza de ingenio, alguien a quien considero que la expresión
francesa «Il pétille d’esprit» se adapta especialmente bien. Me ha hecho un gran
favor al decirme que oyó una vez comentar al doctor Johnson: «Señor, si perdiese yo
a Boswell, sería como si me amputaran una extremidad». —BOSWELL <<
erróneamente que al doctor Johnson le gustaba de un modo especial, tanto como para
abordarlo con frecuencia. La verdad es que es el autor quien se complacía en hablar
de fantasmas y de lo que a menudo denominaba «lo mistérico», por lo cual
aprovechaba cualquier oportunidad que surgiera para llevar a Johnson a tratar tales
cuestiones. —MALONE
El autor de esta obra tenía sin lugar a dudas un muy acendrado gusto por «lo
mistérico», y es posible que en algunas ocasiones condujera la conversación hacia
ello, cuando no se hubiera ofrecido de un modo espontáneo al entendimiento de
Johnson; lo cierto es que a éste también le agradaban sobremanera las especulaciones
de esta naturaleza, como bien cabe deducir si se espigan sus escritos. —J. BOSWELL
HIJO <<
—BOSWELL <<
contiene la crónica más exhaustiva y brillante de esa entretenida facultad por la cual a
él mismo tanto se le admira. Se encuentra en el primer volumen del doctor Barrow, y
en el sermón decimocuarto, titulado «En contra del hablar por hablar y de las
chanzas». Un viejo conocido mío, el difunto Corbyn Morris, en su atinado Ensayo
sobre el ingenio, el humor y el ridículo, lo considera «una profusa descripción del
ingenio», aunque no veo yo de qué modo podría resumirse sin suprimir alguna que
otra circunstancia de peso y discriminación. Como apenas es conocido, y como quizá
sirva para predisponer a algunos a leer sermones de los cuales sin duda extraerán
verdadero provecho, aun cuando sólo busquen entretenimiento, aquí lo adjunto. «Pero
antes —dice el erudito predicador— tal vez se exija saber qué es eso de lo que
hablamos, o qué importancia tiene esa gracia (o ingenio, como la llama antes). A
estas preguntas podría responder como hizo Demócrito a aquel que le preguntó cuál
era la definición de un hombre: “Eso que todos vemos y conocemos”. Mejor se capta
en qué consiste por propio conocimiento y familiaridad que por la descripción que
pudiera yo dar ahora. Se trata, en efecto, de algo tan versátil y multiforme, que se
presenta de formas tan variadas, en tantas posturas, con tantos dejes y gracejos, que
parece sumamente difícil trazar una noción clara y cierta de ello, no menos que trazar
un retrato de Proteo o definir la figura del aire fugaz. Unas veces se encuentra en
fáciles, llanas alusiones a una historia conocida, o en la oportuna aplicación de un
dicho popular, o en la forja de un relato pintiparado; a veces destella y juguetea en
palabras y en frases diversas, aprovechándose de la ambigüedad de su sentido o de la
afinidad de su sonido; a veces aparece envuelto en un ropaje de expresión
humorística; a veces ronda bajo una inesperada similitud; a veces se aloja en una
pregunta astuta, en una respuesta presta, en una hábil sugerencia, en un taimado
rodeo, en una réplica inteligente a una objeción; a veces se agazapa en un osado
planteamiento del discurso, en una ironía deslenguada, en una hipérbole exuberante,
en una metáfora imprevisible, en una verosímil reconciliación de las contradicciones,
en un penetrante sinsentido; a veces emana de una representación colorida de
personas o de objetos, de un discurso falseado, de una imitación de la mirada o el
gesto; a veces pasa por afectada sencillez, a veces por tosquedad presuntuosa; a veces
brota de una artificiosa conformación de lo obvio de cara al propósito que se
persigue; a veces chispea cuando por fortuna se da en lo extraño. A menudo consiste
en no se sabe bien qué, en algo que brinca sin que se sepa cómo. Sus caminos son
inexplicables, pues responde a incontables caprichos y serpenteos del lenguaje. Es, en
resumidas cuentas, una manera de decir lo simple de manera simple (tal como enseña
y demuestra la razón), en aras de la cual una grosería sorprendente, sea de pretensión
o de expresión, de hecho afecta y divierte, despertando cierta sensación de maravilla
cabra». Tal fue la cortesía del señor, tal el buen humor en sociedad del Obispo, que
cuando cenaron juntos en casa del señor Dilly también reinó la cordialidad y fueron
atentos el uno con el otro. —BOSWELL <<
entre el doctor Barnard y él, en torno a la cuestión de que un hombre aún pueda
aspirar a ser mejor pasados los cuarenta; parece que Johnson, malhumorado, no se
expresó de un modo coherente con la cortesía. El doctor Barnard tomó el altercado
por pretexto para unos versos de ocasión, en los que se las daba de aprender distintas
virtudes de hombres distintos. Concluyen con una delicada ironía:
los llamados cuáqueros, y notable por haber defendido los principios de su venerable
antecesor con la elegancia de los modales modernos, en la medida en que ello no se
desdijera de la primitiva sencillez que preconizan. —BOSWELL <<
Señoría ha escrito con gran celo para mostrar lo justo que sería la iguala de los
ingresos de los distintos obispos. Nos ha informado de que dio al fuego todos sus
trabajos escritos sobre cuestiones de química. Los amigos de nuestra excelente y
magnífica constitución, hoy atacados por todos los flancos, por innovadores y
niveladores, habrían lamentado menos la destrucción de otros de los escritos de Su
Señoría. —BOSWELL <<
primeras cuatro sátiras de Young se publicaron en 1725, y el plan de los Mares del
Sur data de 1720. —MALONE <<
Escocia, donde ofició como ministro de una congregación de la secta que se hace
llamar «unitarios» a partir de la idea de que adoran a un solo Dios, porque niegan la
misteriosa doctrina de la Trinidad.
No se percatan de que el gran cuerpo de la Iglesia cristiana mantiene la unidad de
Dios a la vez que profesa ese misterio, refiriéndose a «Dios Uno y Trino». La Iglesia
con humildad adora la divinidad tal como se muestra en las Sagradas Escrituras. En
vano afirma la secta de los unitarios que comprende y define a Dios Todopoderoso.
Palmer, tras calentarse la cabeza con no pocas especulaciones políticas, tuvo tal grado
de insatisfacción con nuestra excelente constitución que llegó a componer, publicar y
difundir escritos que resultaron tan sediciosos y peligrosos que, cuando un jurado lo
declaró culpable, el tribunal correspondiente de Escocia lo condenó al exilio durante
catorce años. Algunos miembros de ambas cámaras protestaron ruidosamente contra
la decisión, que finalmente fue aprobada por una amplia mayoría. Fue transportado al
asentamiento para convictos que hay en Nueva Gales del Sur. —BOSWELL
[Esta nota aparece en la tercera edición]. <<
Reynolds, hermana de sir Joshua, un ejemplar de su Ensayo sobre el gusto, que tuvo
una impresión privada de corto tiraje, pero que nunca se llegó a publicar.
«A la señorita Frances Reynolds
»Bolt Court, 28 de junio de 1781
»Queridísima señora,
»encuentro en estas [páginas o comentarios] tal hondura de penetración, tal finura de observación, que Locke o
Pascal estarían orgullosos. Es mi deseo que tenga ésta por mi opinión verdadera.
»Sin embargo, no puede publicarse en el estado en que actualmente se encuentra. Muchos de los conceptos que
maneja no parece que los tenga usted misma demasiado claros; muchos no se desarrollan de manera suficiente, ni
se expanden en beneficio del lector corriente: necesita en muchos pasajes una mayor lisura y mayor llaneza de
lenguaje.
»Mediante revisiones y correcciones puede conseguir una obra tan elegante como curiosa.
»Soy, mi queridísima señora, su afectuoso y obediente servidor,
»SAM. JOHNSON»
La dama a quien esta carta estaba dirigida, por la que tenía el doctor Johnson altísima
estima, falleció en Westminster a los ochenta años de edad, el 1 de noviembre de
1807. —MALONE <<
momento». Pero luego lo modificó para dejarlo como lo reproduzco. —BOSWELL <<
aunque no antes de que la perlesía hiciera tales progresos que le impidió escribir por
sí solo. Siguen algunos extractos de cartas que envió el doctor Johnson a una de sus
hijas:
«Fácilmente creerá usted en la alegría que me embarga al tener conocimiento de que
ha vuelto a oír la voz que a todos tan a menudo nos ha deleitado escuchar. Ojalá siga
oyéndola con frecuencia. Si tuviéramos su intelecto, y su lengua, podríamos
ahorrarnos todos los demás lamentos.
»No he recuperado el vigor, aunque me siento mucho mejor que la última vez en que
nuestro querido doctor Lawrence me tomó el pulso. Tenga la bondad de hacerme
saber, al menos de cuando en cuando, cómo se encuentra. Me complace que se
acuerde de mí; tengo la esperanza de no olvidarlo yo mientras viva. 22 de julio de
1982».
«Me colman de alegría los avances que mi querido doctor Lawrence, así sean
pequeños, hace de cara a su pleno restablecimiento. Si al menos pudiéramos gozar de
su intelecto, y de su lengua en su intelecto, y de su mano derecha, no debiéramos
lamentar demasiado todo lo demás. Yo no desesperaría de paliar esa hinchazón de la
mano por medio de la electricidad, siempre y cuando se aplicase con frecuencia y
diligencia.
»Téngame al corriente de cuanto suceda. Espero no sea necesario decirle cuánto me
interesa cada cambio que pueda sobrevenir. 26 de agosto de 1982».
«Aun cuando la crónica que tuvo la amabilidad de enviarme con su última carta no
pudo procurarme el placer que tanto deseaba, me alegré pese a todo de recibirla, pues
mi afecto por mi querido amigo me lleva a estar deseoso de conocer en qué estado se
encuentra, sea el que fuere. Por tanto, le ruego que continúe teniéndome al corriente
al menos de cuando en cuando, y que me refiera todo cuanto observe.
»Muchos achaques de gravedad considerable me han obligado durante estos últimos
tres meses a tener muy presente a mi amable médico. Me encuentro algo mejor.
Espero que la gratitud, tanto como la inquietud, puedan ser motivo de recordación.
Bolt Court, Fleet Street, 4 de febrero de 1783». —BOSWELL <<
Era viuda, hermana de Hector y primer amor de Johnson. Durante el mes de octubre
del año anterior, hablando de una visita a Birmingham, dice que «la señora Carless
me puso bajo sus cuidados y me decía cuándo había tomado té más que suficiente».
Cartas, n.º 742 <<
—BOSWELL <<
de las polémicas que, con arrojo, unos y otros sostuvieron con él, las ocasiones en
que se le redujo al silencio o se vio obligado a reconocer que su adversario en la lid
se había llevado la palma frente a él, mis volúmenes se hincharían hasta alcanzar
proporciones desmesuradas. Descubro que una ha circulado tanto de boca en boca
como en letra impresa, y es que cuando se negó a reconocer que los escritores
escoceses tuvieran algún mérito, el difunto doctor Rose, de Chiswick, aseveró que él
era capaz de nombrar a un escritor escocés del que el propio Johnson reconocería que
había escrito mejor que ningún otro de su época, y que como Johnson preguntase de
quién se trataba, Rose respondió: «Lord Bute, cuando firmó la orden en virtud de la
cual se le otorgó su pensión vitalicia». A lo cual Johnson, obnubilado ante tal salida
de tono, hubo de reconocer que era cierto. Cuando se lo comenté a Johnson, se limitó
a decir: «Señor mío, si Rose dijo tal cosa, yo no la oí». —BOSWELL <<
que nunca fue consciente de haber malquerido a nadie, aunque las agudezas a que a
veces daba salida con su discriminación y su vivacidad, que tal vez él no recordase,
eran, me temo, demasiado a menudo rememoradas con resentimiento. —BOSWELL <<
sentimientos sobre esta cuestión. La Revolución fue sin lugar a dudas necesaria,
aunque no fue motivo de vanagloria, pues durante mucho tiempo hizo añicos los
generosos sentimientos de lealtad a la Corona. Y ahora, cuando por el efecto benigno
del tiempo, la actual familia real se halla sólidamente afianzada en nuestros afectos,
qué insensato es revivir con celebraciones el recuerdo de un grave trastorno que a
buen seguro habría sido con mucho preferible que nuestra constitución no hubiera
exigido. —BOSWELL <<
para Stella: «En medio de su poder y de sus políticas, mantenía un diario de sus
visitas, sus paseos, sus entrevistas con ministros y disputas con su sirviente, y se lo
transmitió a la señora Johnson [la propia Stella] y a la señora Dingley, de quienes
sabía que les interesaba cualquier cosa que le acaeciera, y para quienes no había
relatos que pudieran ser demasiado minuciosos. Si estas trivialidades diurnas fueron
propiamente expuestas ante ojos que nunca habían encontrado placer alguno ante la
presencia del Deán, es algo que puede ponerse en duda razonable. Tienen sin
embargo cierto atractivo extraño. Al encontrar mencionados con frecuencia los
nombres que el lector considera importantes, éste sigue esperando encontrar nueva
información; como no hay nada que fatigue la atención, si se ve decepcionado no
podrá quejarse».
Quizá sea de rigor añadir que el lector no sólo aspira a hallar, sino que de hecho halla
en este entretenidísimo diario, muchas y muy curiosas informaciones en lo que atañe
a personas y cosas, que de hecho en vano buscará en otros libros de esa misma época.
—MALONE <<
que Su Señoría tiene a bien desplegar a menudo, no puedo menos que sospechar que
su desfavorable acogida en un círculo social que tal animadversión le profesaba tuvo
que deberse a la afectación de frialdad e importancia que se daba, así como a su
circunspección y rigidez en el trato. De ser así, y sabía ser un hombre agradable
cuando se lo proponía, no es de lamentar que no lograse su propósito. —BOSWELL
Probable referencia a lord Wedderburne. <<
en deuda con lord Eliot: como muriese un párroco de campo, notorio por citar
fragmentos en latín en sus sermones, a uno de sus feligreses se le preguntó qué
opinión tenía de su sucesor: «Es buen predicador —respondió—, pero no es
latinero». —BOSWELL <<
de mi padre, era la tercera estrofa, que empieza por «Esta noche…». —J. BOSWELL,
HIJO <<
méritos de este caballero como escritor: «El Tratado sobre arquitectura civil, del
señor Chambers, es el libro más sensato y más libre de prejuicios que se ha escrito
sobre esta ciencia». Prefacio a sus Anécdotas de la pintura en Inglaterra. —BOSWELL
<<
muchos años después de que fuera escrito este pasaje. Falleció en su casa solariega
cerca de Twickenham el 17 de septiembre de 1802, a los ochenta y seis años.
—MALONE <<
uniformidad que en gran medida se ha extendido en la época moderna por todas las
zonas de la metrópoli, o por nuestra poquedad en el desempeño, lo cierto es que
quedamos decepcionados. —BOSWELL (1793) <<
doctor Johnson las mondas de las naranjas exprimidas puede hallarse en su carta n.º
558 [358] de la colección de la señora Piozzi, donde parece que recomienda «piel de
naranja seca, convertida en polvo fino» como medicina. —BOSWELL <<
doctor Johnson, así como cualquier otra, no contiene una opinión intencionada y seria
sobre el asunto del duelo. En mi Diario de un viaje a las Hébridas, 24 de octubre, se
ve que hizo esta franca confesión: «A veces, nadie habla con tanta laxitud como yo»,
y el 19 de septiembre se recoge que «con justicia reconoció que no era capaz de
explicar la racionalidad del duelo». Cabe por consiguiente inferir que no le parecía
algo justificable, cosa que no se condice con el espíritu del Evangelio. Al mismo
tiempo, preciso es confesar que por las nociones del honor al uso, un caballero que
reciba un desafío se ve reducido a una pavorosa alternativa. Notable ejemplo de ello
lo proporciona una cláusula del testamento del difunto coronel Thomas, de la
Guardia, escrito la noche anterior a un duelo, el 3 de septiembre de 1783: «En primer
lugar, pongo mi alma en manos del Altísimo, con la esperanza de tener su
misericordia y perdón por el paso contrario a la religión que ahora, en cumplimiento
de las injustificables costumbres que mandan en este mundo perverso, me veo en la
necesidad de tomar». Gent. Mag., octubre, pág. 892. —BOSWELL <<
Johnson, tal como prometiera, tuvo el mérito de presentarme a Davies, que fue quien
efectuó la presentación. —BOSWELL <<
—BOSWELL <<
actor, hizo una visita al doctor Johnson, quien lo recibió con gran cortesía. Véase la
Gentleman’s Magazine de junio de 1791.
Entre los papeles del doctor Johnson encontré esta carta, que le envió la célebre
señora Bellamy:
«Al doctor Johnson
»Duke Street, 10; St. James’s,
»11 de mayo de 1783
»Señor,
»el halagador recuerdo de la parcialidad con que me honró usted hace ya algunos años, así como la gran
humanidad que usted, como es sabido, posee, me animan a solicitar su patrocinio para una velada benéfica.
»Debido a un dilatado pleito en la Cancillería, y a una complicada concatenación de sucesos desgraciados, me veo
reducida a la mayor angustia en estos momentos, lo cual me obliga, una vez más, a solicitar la indulgencia del
público.
»Le ruego me dé su permiso para solicitar que nos honre con su compañía, y le aseguro que, si me concede lo que
le pido, la gratificación que tendré al contar con el patrocinio del doctor Johnson será infinitamente superior a
cualquiera de las ventajas que pudieran deducirse de la velada benéfica.
»Soy, con el más profundo de los respetos, su más obediente y humilde servidora,
»G. A. BELLAMY»
—BOSWELL <<
todo el invierno. Johnson, pese a todo, afirmó que yo debiera ser miembro, e inventó
una palabra para la ocasión: «Boswell —dijo— es un hombre muy clubable».
Cuando llegué a la ciudad propuso mi candidatura el señor Barrington y fui admitido.
Creo que pocas son las sociedades en las que sea mejor la conversación y haya más
decoro. Varios de los miembros resolvimos continuar después del deceso de nuestro
gran fundador. Se sumaron otros miembros; ahora, más de ocho años después de la
pérdida, seguimos reuniéndonos con provecho y placer. —BOSWELL <<
principios tal vez a usted le resulten monárquicos en demasía, pero estoy persuadido
de que no son incongruentes con los verdaderos principios de la libertad. Sea como
fuere, señor, ahora es usted primer ministro, y lo ha convocado el soberano a
mantener los derechos de la Corona, así como los del pueblo, frente a una violenta
facción enemiga. En cuanto tal, tiene usted derecho al más caluroso apoyo de todo
buen súbdito que en este país sea». Respondió así: «Quedo sumamente agradecido a
usted por los sentimientos que me hace el honor de expresar, y he observado con gran
placer el celoso y muy capaz apoyo que se presta a la causa del público en la obra que
tuvo la bondad de hacerme llegar». —BOSWELL
Boswell envió ejemplares de su panfleto a «varias personas de eminencia» el mismo
1 de enero. Una de ellas, sin duda, fue el Primer Ministro. El acuse de recibo de Pitt
data del 5 de febrero. Boswell Papers, XVI, pág. 266. Cinco años después, y dos antes
de publicar la Vida de Johnson, Boswell escribió a Temple: «En cuanto a Pitt, es un
hombre insolente, pero tan capaz que debo en general darle mi respaldo frente a la
coalición. No obstante, obraré en su contra, pues conmigo se ha portado muy mal».
Cartas, n.º 263, II, pág. 371. —HILL <<
éxito que le fue otorgada una medalla de oro en la Sociedad Londinense para el
Fomento de las Artes, las Manufacturas y el Comercio. —BOSWELL <<
»El doctor Johnson agradece con todo respeto el honor que le hace lord Portmore mediante su nota. Se encuentra
mejor que antes; tal como Su Señoría indica, escribirá a Langton». —BOSWELL
Es curioso que Johnson adopte aquí el título de doctor, si bien Boswell dice que, por
lo que alcanza a saber, jamás lo hacía. Tal vez la nota esté mal copiada, tal vez
Johnson pensara que, al escribir a un noble, debía asumir un título a la altura del
suyo. —HILL <<
cual la alegría mostrada por Johnson ante la creencia de que fuera cierta demostró
una noble y ardiente fe en la fama literaria. —BOSWELL <<
sino en Boyle, y se puede encontrar con una ligerísima variante en el Diccionario del
propio Johnson, bajo la entrada ballesta. Tan feliz es la selección de la inmensa
mayoría de los ejemplos citados en esa obra incomparable que si los más pasmosos se
recogieran en una colección de las que hacen nuestros modernos compiladores, con el
título de Bellezas del Diccionario de Johnson, el volumen sería muy placentero y a
buen seguro muy popular. —MALONE
La variante estriba en que la cita original habla de que la flecha de la ballesta sale con
la misma fuerza tanto si la dispara un gigante como si la dispara un enano. <<
hoy Marqués de Lansdown, que con justicia puede considerarse piedra fundacional
de toda la prosperidad de Gran Bretaña desde entonces. —BOSWELL
En el invierno de 1782-1783 se firmaron tratados de paz preliminares con Estados
Unidos, Francia y España, y un alto el fuego con Holanda. <<
tener que eliminarlo, pero no pude en justicia soportar que permaneciera en ella
después que esta joven no sólo hubiera escrito a favor de la salvaje anarquía que ha
visitado Francia, sino que también caminó —según he sabido de autoridad fidedigna
— sin espeluznarse por las Tullerías cuando estaban los jardines sembrados de los
cuerpos desnudos de los fieles de la Guardia Suiza, que fueron bárbaramente
masacrados por haber defendido con bravura, frente a una turbamulta de rufianes, al
monarca a quien habían jurado defender. Del doctor Johnson no podrá ahora la joven
esperar ternezas, sino franca repulsión. —BOSWELL <<
su animadversión contra la Historia del señor Gibbon dice que «las Vidas de los
poetas del doctor Johnson proporcionaron un mucho mayor disfrute, aunque doliese e
incluso ofendiera la malevolencia que predomina en muchas de sus partes. Justo es
reconocer que algunos de sus pasajes son un prodigio de juicio ponderado y están
bien escritos, lo cual no compensa por tanta cólera y mal humor. Nunca ha sido un
biógrafo tan cicatero con sus elogios ni tan generoso en sus censuras. Parece
deleitarse más en exponer y denunciar las tachas que en recomendar las bondades;
pasa con ligereza sobre las excelencias, se explaya sobre las imperfecciones, y no
contento con la severidad de sus reflexiones revive antiguos escándalos y reproduce
largas citas tomadas de obras olvidadas de los críticos de antaño. Era tal su reputación
en la República de las Letras que no necesitaba erigirla sobre las ruinas de los demás.
No obstante, estos ensayos, en vez de suscitar una idea elevada, tal como antes se
tenía de su entendimiento, ciertamente han dado al mundo una peor opinión de su
temperamento». El Obispo, así pues, se muestra tanto más sorprendido y preocupado
por su coterráneo, ya que «lo respetaba no sólo por su genio y sus conocimientos,
sino que lo valoraba mucho más por las facetas más amigables de su carácter, su
humanidad y su caridad, su moralidad y su religión». Esa última frase habremos de
considerarla opinión general y permanente del obispo Newton; los comentarios que la
preceden habrán de imputarse, sobre todo entre quienes hayan leído la admirable obra
de Johnson, al desagrado y la irritación quisquillosa que es propia de la ancianidad.
Ojalá no se hubieran dado a la imprenta, ojalá no hubiera encontrado en ellos el
doctor Johnson la provocación que lo llevó a manifestarse, en términos faltos de
respeto, acerca de un prelado cuyos desvelos fueron sin duda de considerable
provecho para la literatura y la religión. —BOSWELL <<
diálogo entre el señor John Henderson y el doctor Johnson que trata sobre esta
cuestión, tal como lo refirió Henderson, y es de manera evidente tan auténtico que
aquí lo inserto, «HENDERSON: “¿Qué piensa, señor, de William Law?”. JOHNSON:
“William Law, señor, escribió el mejor tratado de Teología parenética, aunque
William Law no era un prodigio de la razón”. HENDERSON: “¿Y Jeremy Collier,
señor?”. JOHNSON: “Jeremy Collier no tuvo rival, de modo que no puede arrogarse la
victoria”. Henderson habló de Kenn y de Kettlewell, pero se pusieron objeciones; al
final, le preguntó qué pensaba de Lesley. JOHNSON: “De Charles Lesley me olvidaba.
Lesley sí sabía razonar; razonaba como alguien contra el que no conviene razonar”».
—BOSWELL <<
—BOSWELL
Parece ser que los polemistas eran Bentley (hijo del médico y amigo de Walpole) y
Beau Nash. —CROKER <<
pensamiento:
—BOSWELL <<
malos, que al frente de todos ellos se encuentra Uno más considerable y maligno que
todos los demás, el cual, sea en forma o sea bajo el nombre de una serpiente, tuvo
una honda implicación en la caída del hombre, y cuya cabeza, según se dice en la
lengua de los profetas, un día el hijo del hombre había de aplastar; que este espíritu
del mal, aun cuando esa profecía en parte esté cumplida, todavía no ha recibido una
herida mortal, y aún se le permite, debido a fines que nos son inescrutables, y de
modos que no podríamos intentar siquiera explicar, tener poder en cierta medida, en
este mundo hostil a su virtud y felicidad, y que a veces la ejerce con demasiado éxito,
todo esto queda claro en las Escrituras, y no habrá creyente, a menos que antes se
lleve a engaño con filosofías y vanas presunciones [Colosenses, 2, 8], que pueda
tener la más mínima duda».
Tras referirse a las posesiones, dice Su Señoría: «Así como carezco de autoridad para
afirmar que tales existan ahora, tampoco puedo presumir de decir con plena confianza
que no las haya».
«Sin embargo, con respecto a la influencia de los espíritus malignos a día de hoy
sobre las almas de los hombres, pido permiso para manifestarme de un modo mucho
más perentorio. [Y tras estatuir sucesivas pruebas, añade:] Todo esto, digo yo, es tan
manifiesto a todo el que lea las Escrituras, que si respetamos la autoridad de éstas, la
cuestión que concierne a la realidad de la influencia demónica sobre el espíritu de los
hombres queda claramente determinada».
Recuérdese que no son éstas las palabras de un entusiasta anticuado u oscurantista,
sino las de un prelado erudito y cortés que hoy vive; téngase presente que no fueron
pronunciadas ante una congregación vulgar, sino en presencia de la Honorable
Sociedad de Lincoln’s Inn. En su sermón, Su Señoría explica las palabras «líbranos
de todo mal», del Padrenuestro, dando a entender que significan una petición para
que se nos proteja del «Maligno», esto es, del Demonio. Queda esto perfectamente
ilustrado en un breve pero excelente comentario de mi difunto amigo, el reverendo
doctor Lort, del cual bien puede decirse que Multis ille bonis flebilis occidit. Es
notable que Waller, en sus Reflexiones sobre diversas peticiones, en esa forma
sagrada de la devoción lo haya entendido en idéntico sentido: «Guárdanos de todas
las tentaciones del Maligno». —BOSWELL <<
tenido la bondad de hacerme llegar los siguientes comentarios sobre mi obra, que
según le complace decir, «hasta la fecha he elogiado, y apruebo de todo corazón».
«La parte principal de lo que ahora debo comentar se halla en la siguiente
transcripción de una carta escrita a un amigo que, con su concurrencia, copié para
hacérsela llegar; sea cual fuere el mérito o la justeza de los comentarios, puede usted
estar seguro de que, escritos como están para un amigo intimísimo, sin ninguna
intención de que fueran más allá, son los genuinos sentimientos de su autor, sin
disfraz ni veladura:
»“6 de enero de 1792
»”Ayer noche estaba leyendo el segundo volumen del Johnson de Boswell, con una
estima cada vez mayor por el valioso autor, y una veneración en constante aumento
por el hombre maravilloso y excelente del cual se ocupa. El autor introduce de vez en
cuando, con mucha propiedad, algunas reflexiones de índole religiosa; pero hay un
comentario, a mi entender obvio y justo, que creo que no ha llegado a verter, y es que
la ‘mórbida melancolía’ de Johnson, así como sus muchas enfermedades
constitutivas, son fruto de la Providencia, como la espina de San Pablo clavada en la
carne, para poner freno a la presunción intelectual y a la arrogancia que la conciencia
plena de su talento extraordinario, despierta como estaba a la voz de los halagos, de
lo contrario le habría instilado en un elevado grado de culpabilidad. Me sorprende
otra observación, y es que a consecuencia de esa misma indisposición natural, y de su
carácter de común enfermizo (pues dice que apenas pasó un solo día sin sentir
dolores después de cumplir los veinte años), considerase y representase la vida
humana como un panorama de grandes miserias y pesares, en mayor medida de lo
que en general se experimenta. Tal vez haya personas a las que lastra toda clase de
afecciones durante todos los días de su vida; hay otras, sin duda, a las que sus propias
iniquidades roban todo sosiego, pero creo y espero que ni las calamidades ni los
crímenes abunden en tan gran medida, al menos al extremo de justificar la siniestra
imagen de la vida que la imaginación de Johnson ha pintado y su recio lápiz ha
contorneado. En esto, no me cabe duda de que la coloración es en exceso tenebrosa,
al menos por lo que yo he experimentado, si bien, en la medida en que se me alcanza
recordar, he tenido más enfermedades (no diré más graves, sólo digo más en
cantidad) de lo que suele ser habitual en la mayoría de las personas. Sin embargo, la
debilidad diaria y la enfermedad ocasional fueron de largo compensadas por los días
transcurridos entre ellas, a veces incluso semanas ajenas al dolor y desbordantes de
consuelos. Por eso, en resumen, y volviendo a la cuestión que nos ocupa, que es la
vida humana, en la medida en que percibo por propia experiencia o por observación,
El pasaje está tomado del Discurso sobre la conciliación con las colonias, de marzo
de 1775. La imagen del ángel y de lord Bathurst, según la señora Piozzi, fue
parodiada por Johnson: «Suponga, señor orador, que a Wharton, o a Marlborough, o a
cualquiera de los whigs más eminentes de los últimos tiempos, hubiera consentido el
demonio aparecérseles». Johnson dijo en su día que «el primer whig fue el demonio
en persona». <<
especie de que la solicitud la firmó sir Joshua Reynolds, cuando con gran facilidad
podría haberse informado de la verdad preguntando al propio sir Joshua. La
negligencia de sir John a la hora de establecer no pocos hechos es cuando menos
chocante. —BOSWELL <<
La última vez que la señorita Burney vio a Johnson, tres semanas antes de su muerte,
éste le dijo que el día anterior había visto a la señorita Thrale. «Le dije entonces si
alguna vez tenía noticias de su madre». «No —exclamó—, y tampoco le he escrito.
La he apartado de mi pensamiento. Si topo con una de sus cartas, la quemo en el acto.
He quemado todo lo que he podido encontrar, y mi deseo es no saber nada de ella».
Madame d’Arblay, Diario, II, pág. 328. —HILL <<
Sin duda, se trata de Malone, quien también dice que «en conjunto, el público está
con ella en deuda por su crónica de Johnson, amena, aunque muy inexacta y
amañada» (Prior, Malone, pág. 364). —HILL <<
expresión de esta carta, hizo una copia de ella, que mostró a algunas amistades, una
de las cuales, rendida de admiración, obtuvo el permiso para examinarla a sus anchas
en su casa. Se hizo una segunda copia que encontró el camino de los periódicos y las
revistas. Fue transcrita con alguna inexactitud. Yo la he tomado del borrador original,
de puño y letra de Johnson. —BOSWELL
Hawkins (Vida, pág. 574) escribe que «al tener noticia de que se había impreso,
Johnson exclamó: “Me han traicionado”. Pero al poco olvidó, tal como siempre fue
propenso a hacer con las injurias presuntas o reales, el error que había hecho posible
esa publicación». <<
señora Smart, esposa de su amigo el poeta, que se ha publicado en una vida de él bien
escrita y antepuesta a una edición de sus poemas, de 1791, aparece la siguiente frase:
«A quien ha pasado tantos años rodeado de los placeres y la opulencia de Londres,
pocos lugares hay que puedan producir más deleite». Una vez, leyendo una línea de
un curioso epitafio que aparece citado en el Spectator, y que dice «Nacido en Nueva
Inglaterra, vino a Londres a morir», soltó una carcajada y dijo: «No es de extrañar.
Habría sido raro que, de nacer en Londres, hubiera muerto en Nueva Inglaterra».
—BOSWELL
La señora Smart se hallaba en Dublín cuando Johnson le escribió. Tras el pasaje que
cita Boswell sigue diciendo: «Creo, señora, que puede contemplar su expedición
como preparatoria al viaje del que tanto hemos hablado. Dublín, aun siendo mucho
peor que Londres, no está tan mal como Islandia». <<
triste, o magro, o desdichado, o bien suceda que la palabra consuelo se haya impreso
así por error, en vez de mortificación; ahora bien, como la carta original ahora [1798]
no se encuentra en poder de Langton, el error, si tal existiera, ya no tiene corrección
posible. —MALONE <<
1784, a los setenta y un años de edad, para gran pesar de sus amigos. —BOSWELL <<
Señor mío, mi Hacedor y Protector, que has tenido la graciosa bondad de enviarme a
este mundo para que trabaje yo por mi salvación, permíteme apartar de mí todos los
pensamientos desasosegantes y sembradores de perplejidad que podrían llevarme por
mal camino y estorbarme en la práctica de aquellos deberes que Tú de mí requieres.
Cuando contemplo las obras hechas por tus manos y considero el curso de su
providencia, dame siempre la gracia para recordar que mis pensamientos no son
míos, ni mis maneras me pertenecen. Y mientras a ti plazca que siga yo en este
mundo, en el que tanto hay por hacer y tan poco por saber, enséñame por medio del
Espíritu Santo a apartar mi entendimiento de indagaciones que no son provechosas y
que son peligrosas, de dificultades que son vanidad de curiosos, de dudas que son
imposibles de resolver. Permíteme regocijarme en la luz que Tú impartes, permíteme
servirte a Ti con celo activo y humilde confianza, y aguardar con paciencia el
momento en que el alma que Tú recibas quede satisfecha con ese conocimiento.
Concédemelo, oh, por Jesucristo tu Hijo, amén». —BOSWELL [Plegarias y
meditaciones, pág. 219]. <<
de su localidad natal, me ha sido comunicada por medio del reverendo doctor Vyse,
del Ayuntamiento: «El señor Simpson tiene ahora ante sí un registro del respeto y la
veneración que la corporación de Lichfield, en el año de 1767, mostró por los méritos
y el saber del doctor Johnson. Construyó su padre la casa que se erige en la esquina
de la plaza del mercado, dos fachadas de la cual dan a dicha plaza y a la calle Ancha,
que se hallaba en tierra baldía y era propiedad de la corporación y cedida por espacio
de cuarenta años, cesión que venció entonces. El 15 de agosto de 1767, en el salón de
los alguaciles y ciudadanos, se ordenó (sin solicitud previa) que la cesión quedara
adjudicada a Samuel Johnson, doctor en Leyes, por las ampliaciones de su casa, por
el plazo de noventa y nueve años, según renta antigua, que era de cinco chelines,
según el registrador del Ayuntamiento, el señor Simpson, tuvo el honor y el placer de
darle a conocer, y según él aceptó sin pagar ningún estipendio, cesión que fue elevada
y concedida hasta que el doctor falleció en poder de dicha propiedad». —BOSWELL <<
Cato Major, dice de Appius: «Intentum enim animum, tanquam arcum, habebat, nec
languescens succumbebat senectuti», y repitió al mismo tiempo las siguientes, nobles
palabras, del mismo pasaje: «Ita enim senectus honesta est, si se ipsa defendit, si jus
suum retinet, si nemini emancipata est, si usque ad extremum vitœ spiritum vindicet
jussum». —BOSWELL <<
de que atrox lo haya empleado cualquier otro escritor original en ese mismo sentido.
‘Terco’ es quizá la traducción más correcta de este epíteto. —MALONE <<
En vano hemos de esforzarnos por saber con exactitud cuáles fueron las producciones
salidas de la pluma de Johnson. Me reconoció que había escrito una cuarentena de
sermones, pero como entendí que los había regalado o vendido a diversas personas,
que iban a predicarlos cual si fueran propios, no se consideró en libertad para
reconocer su autoría. Si quienes de este modo recibieron su ayuda aún estuvieran
vivos, y si los amigos de los ya difuntos informasen al mundo, satisfarían de este
modo una más que razonable curiosidad, a la cual entiendo que no se podría poner
objeción ninguna. Hay dos volúmenes publicados tras su muerte que han quedado de
sobra esclarecidos. Tengo ante mí, de su puño y letra, un fragmento de una veintena
de hojas en cuarto, de una traducción al inglés de Salustio, De Bello Catilinario. No
tengo ni la menor idea del momento en que la pergeñó, pero tampoco parece tener
mérito especial, ni hay por qué considerarla suya. Además de las publicaciones hasta
ahora mencionadas, me satisface reconocer, por pruebas internas, que son genuinas
las siguientes, que a pesar de todo mi esmero en la cronología se me escaparon en el
transcurso de esta obra:
«Consideraciones sobre el caso de los sermones del doctor Trapp»,† publicadas en
1739 en la Gentleman’s Magazine. Es una ingeniosísima defensa del derecho de
abreviar la obra de un autor sin incurrir en infracción de su propiedad de la misma.
Esta es una de las más delicadas cuestiones en la Ley de la Literatura; no puedo
menos que pensar en que la indulgencia de abreviar una obra es a menudo injuriosa
en extremo para los autores y los libreros, y en muy contadas ocasiones debería
permitirse. Sea como sea, para dejar a un lado una discusión tan difícil como incierta,
y para dar absolutas garantías a los autores sobre la propiedad de sus desvelos, nunca
debería permitirse ninguna clase de abreviación, al menos hasta que no hayan
expirado los años que la legislación tenga a bien conceder sobre la propiedad de la
obra.
En cambio, si bien con absoluta confianza se le ha atribuido, no puedo dar por bueno
que escribiera una dedicatoria a ambas cámaras del Parlamento en un libro titulado
Armonización de la historia evangélica. Nunca fue de los que claman, nunca vituperó
los tiempos que corren. Por eso, nunca habría escrito lo siguiente: «Que hemos caído
en una época en que la corrupción no es que sea universal, sino que umversalmente
se confiesa». Y tampoco habría escrito «acecha la rapiña sobre el público en general
sin oposición de ninguna clase, y traiciona el perjurio sin que medie indagación». Y
tampoco, para suscitar una rápida reforma, habría conjurado fantasmas de terror tales
como éstos: «Unos cuantos años más y tal vez todo desvelo sea en vano. Podrá
devorarnos un terremoto, podríamos quedar entregados a nuestros enemigos». Esto
no es en modo alguno johnsoniano.
cortesía exquisita, por lo que en sus Cartas a la señora Thrale (vol. II, pág. 68), así
habla de este sabio, ingenioso y educado caballero: «La falta de compañía es un
inconveniente, pero el señor Cumberland vale por un millón». —BOSWELL
Northcote, según Hazlitt (Conversaciones de Northcote, pág. 275), dice que Johnson
y sus amigos «jamás admitieron a C ——[Cumberland] como parte del grupo; sir
Joshua no le invitaba a almorzar. De haber estado éste en la sala, Goldsmith habría
salido huyendo cual si fuera un dragón». —HILL <<
escrito por el señor Burrowes. El crítico del estilo de Johnson observa con gran celo
que toda la nación queda llamada a participar, tras lo cual afirma: «Se pide a todos los
ciudadanos que actúen por cada tinte que pudiera tener influencia laudable en el
corazón de los hombres». —BOSWELL
Entre tinte [tye] y lazo o vínculo [tie], apenas media una minucia ortográfica. <<
algo de lo que mucho se habló, aunque yo creo que sin fundamento. Las habladurías,
sin embargo, fueron ocasión de un poema que no carece de un mérito característico, y
que se tituló «Oda a la señora Thrale, por Samuel Johnson, doctor en Leyes, ante sus
esponsales, presuntamente inminentes», impreso para el señor Faulder, en Bond
Street. Lo citaré como muestra, así sean las tres primeras estrofas:
—BOSWELL
La oda es del propio Boswell. —HILL <<
que no hubiera seguido el ejemplo del doctor Adam Smith en la absoluta falta de
elegancia propia de atacar a su muy venerable Alma Mater, la universidad de Oxford.
Sin embargo, es de ley observar que su culpa es mucho menor que la de Smith, pues
sólo pone objeciones a determinados particulares, mientras Smith pone en tela de
juicio la institución en su totalidad, a pesar de estar muy en deuda por su saber a la
educación que disfrutó durante muchos años en Balliol College. Ninguno de los dos,
empero, causará ningún daño a la más noble universidad que hay en el mundo. Así
como manifiesto mi animadversión en lo que se me antojan algunas obras dudosas
del doctor Knox, no puedo negar el debido elogio a otras producciones suyas, en
particular sus sermones, y al espíritu que defiende en contra de herejes presuntuosos,
a saber, las doctrinas de la consolación que son propias de la Revelación cristiana.
Esto es algo que ha hecho de una manera tan esforzada como conciliadora. Y
tampoco debo omitir una muestra muy notable de su sinceridad: a pesar de la
amplísima diferencia de nuestras opiniones sobre la capital cuestión de la educación
universitaria, en una carta que me envía a propósito de esta obra se expresa de este
modo: «Le agradezco el grandísimo entretenimiento que me ha procurado su Vida de
Johnson. Es una obra valiosísima. La suya es una biografía de especie completamente
nueva. Me alegra que Johnson haya encontrado a tan hábil cronista de su ingenio y su
sabiduría». —BOSWELL <<
disculpar por no conocer las normativas políticas de su propio país. Ningún senador
puede ser puesto en manos de un alguacil. —BOSWELL <<
obra, sobrevivió al doctor Johnson sólo en trece meses. Falleció en Lichfield a los
setenta y un años de edad, el 13 de enero de 1786, y donó la parte principal de su
fortuna al reverendo señor Pearson, de Lichfield. —MALONE <<
honor de cuyo nombre fue llamado Eumelio, del griego, aun cuando fue
acaloradamente disputado e incluso se votó la apelación latina, mucho más evidente,
de Fraxineo. —BOSWELL
Fundado en 1788, el club se reunía en la Taberna de Blenheim, en Bond Street.
Reynolds, Boswell, Burney y Windham fueron miembros del mismo. El nombre del
doctor Ash significa tanto ‘ceniza’ como ‘fresno’. <<
carta a la señora Thrale del 29 de noviembre de 1783, hace la siguiente y muy justa
observación: «La vida, para ser digna de un ser racional, ha de ser siempre un
progreso hacia la mejora; hemos de proponernos siempre hacer las cosas mejor o
hacer más cosas que en el pasado. El entendimiento se amplía y se eleva con los
propósitos, aun cuando terminen como empezaron, con la contemplación de lo etéreo.
Comparamos y juzgamos aun cuando no los llevemos a la práctica». —BOSWELL <<
caballero que, presa del impulso de la pasión, sedujo y se cobró la virtud de una
joven. Cuando ella le dijo que «me temo que hemos hecho mal», él contestó: «Sí,
hemos hecho mal…, pues no pervertiría yo su entendimiento». —BOSWELL <<
facultades, pero temeroso de que esta noche pueda poner fin a mi vida, ordeno mis
últimas voluntades y testamento. Lego a Dios un alma contaminada por mis muchos
pecados, pero con la esperanza de hallar purificación en Jesucristo.
»Dejo setecientas cincuenta libras en manos del señor Bennet Langton; trescientas en
manos de los señores Barclay y Perkins, cerveceros; ciento cincuenta en manos del
doctor Percy, Obispo de Dromore; mil libras, a un interés del tres por ciento, en los
fondos públicos, y otras cien libras que ahora tengo en dinero contante y sonante;
todas las sumas y propiedades hasta ahora mencionadas testo y deposito en
fideicomiso de sir Joshua Reynolds, sir John Hawkins y el doctor William Scott, para
que se destinen a los siguientes usos:
»Que se pague a los representantes del difunto William Innys, librero de la plaza de la
catedral de St. Paul, la suma de doscientas libras; a la señora White, mi criada, cien
libras a partir del tres por ciento de la cantidad invertida y antedicha. El resto de las
cantidades antes señaladas, así como la propiedad, junto con mis libros, vajilla y
cubertería y muebles domésticos, los lego a los mencionados sir Joshua Reynolds, sir
John Hawkins y el doctor William Scott, también en fideicomiso, para que se
apliquen, tras saldar mis deudas, al uso y disfrute de Francis Barber, mi criado, negro,
de la manera en que los tres juzguen más oportuna y conducente a su beneficio. Y
nombro a los ya citados sir Joshua Reynolds, sir John Hawkins y el doctor William
Scott únicos ejecutores de estas mis últimas voluntades y testamento, revocando por
el presente todo testamento anterior. En testimonio de lo cual aquí suscribo mi firma
y adjunto mi sello en este octavo día de diciembre de 1784.
»GEORGE STRAHAN
»JOHN DESMOULINS»
«A manera de codicilo de mis últimas voluntades y testamento, yo, Samuel Johnson,
doy, conformo y lego mis tierras arrendadas en Lichfield, en el condado de Stafford,
junto con todos los aparejos arrendados u ocupados por convenio con la señora Bond,
de Lichfield, o con el señor Hinchman, su subarrendatario, a mis ejecutores
testamentarios, con objeto de que vendan y dispongan todo ello; el dinero resultante
»JOHN COPLEY
»WILLIAM GIBSON
»HENRY COLE»
Sobre estas legaciones testamentarias es oportuno hacer algunas observaciones.
Su declaración expresa en el momento de expirar de su fe de cristiano, tal como a
menudo se había practicado en tan solemnes escrituras, es de verdadera trascendencia
en este hombre tan grande; la convicción de un intelecto tan agudo y tan potente bien
podría servir para inclinar el fiel de la balanza allí donde otros tengan dudas, sobre
todo sus contemporáneos. La expresión contaminada podría parecer a algunos que
transmita una expresión de algo más que la contaminación ordinaria; no se justifica
esto según su sentido genuino, tal como aparece en el Rambler, n.º 42. La misma
palabra figura en el testamento del doctor Sanderson, Obispo de Lincoln, que era la
piedad en persona.
Su legado de doscientas libras a los representantes del señor Innys, librero de la plaza
de la catedral de St. Paul, es debida a un motivo muy digno. Dijo a sir John Hawkins
que cuando su padre se declaró en bancarrota el señor Innys le ayudó con dinero a
crédito para que siguiera dedicándose a su negocio. «Esto —dijo— lo considero una
obligación a fin de mostrar mi agradecimiento a sus descendientes».
Sus propiedades resultaron tener un valor considerablemente más elevado de lo que
él había supuesto. Sir John Hawkins estima que la donación a Francis Barber rondaba
prácticamente las mil quinientas libras, incluida una pensión anual de setenta libras
que le habría de ser pagadera por medio del señor Langton, en consideración de la
suma de setecientas cincuenta libras que Johnson había prestado a este caballero. Sir
John parece un tanto contrariado y enojado incluso ante esta donación, y murmura
para sus adentros una «advertencia en contra de los favores y donaciones ostentosas a
los negros». Es de todos modos innegable que cuando un hombre tiene dinero que ha
adquirido por sus propios medios, y en especial cuando no tiene parientes próximos,
bolsillo; la excusa que se aduce es que deseaba impedir que cayera en manos de una
persona a la que describe de tal modo que no se llega a saber con una mínima certeza
quién pueda ser. «Pues tenía poderosas razones —dice— para pensar que este hombre
podría encontrarlo y darle un mal empleo». A sir John no le parece adecuado explicar
por qué el caballero así aludido obraría de ese modo. Sin embargo, lo que hizo no fue
bien visto por Johnson, el cual, al tener conocimiento de lo ocurrido sin ninguna
dilación, por medio de un amigo, manifestó una gran indignación, y con
acaloramiento insistió en que el volumen se le restituyera; después, con la suposición
de que se había extraviado, y sin saber quién podía haberlo tomado, dijo: «Señor, me
voy del mundo desconfiando de media humanidad». Al día siguiente, sir John
escribió una carta a Johnson en la que le aclaraba las razones de su comportamiento,
ante la cual comentó Johnson al señor Langton que «ni el obispo Sanderson podría
haber dictado una carta mejor. Casi podría decir que Melius est sic penituisse quam
non errasse». La agitación que a Johnson le produjo este incidente probablemente lo
llevó a quemar apresuradamente aquellas preciosas anotaciones cuya falta ahora por
siempre hemos de lamentar. —BOSWELL <<
que haber insertado en su debido orden cronológico, pero que ahora, al tenerlos
delante de mí, mucho lamentaría omitir: «En 1736, el doctor Johnson manifestó una
particular inclinación por ser contratado como ayudante del reverendo señor
Budworth, en aquel entonces director de la escuela primaria de Brewood, condado de
Stafford, “una persona excelente, que poseía todos los talentos precisos para ser un
perfecto instructor de los más jóvenes, y en un grado tal (por emplear las palabras de
uno de los más brillantes ornatos de la literatura, el reverendo doctor Hurd, Obispo de
Worcester) como rara vez se ha encontrado en ninguno de los integrantes de dicha
profesión desde los tiempos de Quintiliano”. El señor Budworth, “que fue menos
conocido aún en vida, a raíz de la situación anodina en que quieren los caprichos de
la fortuna condenar a menudo a los hombres de carácter más consumado, de lo que
con su altísimo mérito habría merecido”, se había educado con el señor Blackwell en
Market Bosworth, donde Johnson fue por un tiempo maestro, lo cual como es natural
fue lo que le inclinó a solicitar la plaza. El señor Budworth no era ni mucho menos
ajeno al saber o a la capacidad de Johnson; en más de una ocasión lamentó haberse
visto forzado a rechazar al aspirante, debido a la aprensión de que la parálisis que
afectaba a nuestro gran filólogo, y que lo tuvo debatiéndose durante la vida entera,
pudiera hacerle objeto de imitación y ridículo entre sus alumno». Es el capitán
Budworth, su nieto, quien me ha confirmado la veracidad de esta anécdota.
«Entre los primeros amigos que tuvo Johnson en St. John’s Gate figuraba Samuel
Boyse, de sobra conocido por sus ingeniosas producciones, y no menos notorio por
su imprudencia. No era insólito que Boyse fuese cliente de los prestamistas y las
casas de empeño. En una de estas ocasiones, el doctor Johnson recogió la suma de
dinero necesaria para rescatar del montepío las ropas de su amigo, que a los dos días
las volvió a empeñar. “La suma —dijo Johnson— se recogió con monedas de seis
peniques, en tiempos en los que a mí seis peniques me suponían una seria
consideración”.
»Hablando un día de una persona por la que tuvo verdadera amistad, aunque en ella
la vanidad resultaba predominante en demasía, comentó que “Kelly gustaba tanto de
hacer ostentación de una fuente que poseía, y que tenía en el aparador, que le añadió
las espuelas. Por mi parte —dijo—, jamás fui dueño de un par de espuelas, salvo una
sola vez. Y ahora están en el fondo del océano. Por el descuido del criado de Boswell,
cayeron por la borda del barco a nuestro retorno de la Isla de Skye”».
El difunto reverendo señor Samuel Badcock, que fue presentado al doctor Johnson
por mediación del señor Nichols algunos años antes de morir, así se manifestó en una
carta a dicho caballero:
sabido por los periódicos de la mayoría de edad de ***. Adjunto una breve canción
de enhorabuena, que es preciso que no muestre usted a nadie. Espero que la lea con la
debida candidez; es, me parece, uno de los primeros ensayos de su autor en esta clase
de composición, y a los principiantes preciso es tratarlos con bondad». —MALONE <<
por carta el difunto doctor Adams, director de Pembroke College, en Oxford. «Los
prejuicios del doctor estaban sumamente enraizados; eran los más fuertes, y en otro
sentido los más débiles que jamás haya tenido un hombre sensato. Conoce usted su
extremado celo en cuestiones de ortodoxia. ¿Ha oído alguna vez lo que él mismo me
dijo? Que había tomado por norma no incluir el nombre del doctor Clarke en su
Diccionario. Sin embargo, se le pasó con el tiempo. En fecha muy posterior
departimos sobre qué libros debería leer en defensa de la religion cristiana. Le
recomendé las Pruebas de la religion natural y revelada, de Clarke, por ser el mejor
en su género; y hallo ahora, en lo que se ha dado en llamar sus Plegarias y
meditaciones, que en la última parte de su vida con frecuencia se dedicó a leer los
Sermones de Clarke». —BOSWELL <<
reverendo doctor Franklin [pág. 1428] y el reverendo señor Wilson [pág. 1557], que he
mencionado en las fechas correspondientes, hubo otra de una dama, de una
versificación de «Aningait y Ajut», y otra del ingenioso señor Walker, de su
Gramática retórica. He introducido en esta obra varios de los cumplidos que se le
hicieron en los escritos de sus contemporáneos, aunque son tantísimos que en puridad
podríamos decir que el homenaje fue general y unánime.
No quisiera olvidar el honor que le hizo el coronel Myddleton, de Gwaynynog, cerca
de Denbigh; a la orilla del riachuelo que pasa por su propiedad, donde gustaba
Johnson de recitar versos, erigió una urna con esta inscripción:
ESTE RINCÓN TUVO A MENUDO LA DIGNIDAD
DE ACOGER LA PRESENCIA DE SAMUEL JOHNSON, D. L.
CUYOS ESCRITOS MORALES,
PLENAMENTE ACORDES CON LOS PRECEPTOS DEL CRISTIANISMO,
PRESTAN ARDOR A LA VIRTUD Y CONFIANZA A LA VERDAD.
Prueba no menor de su fama es la que corresponde al extraordinario celo con que los
artistas se aplicaron a perpetuar su imagen. Puedo y debo enumerar un busto del
señor Nollekens y las muchas reproducciones que de él se han hecho; varios retratos
hechos por sir Joshua Reynolds, a partir de uno de los cuales, hoy en poder del Duque
de Dorset, el señor Humphry ejecutó una bella miniatura esmaltada; un retrato de
Frances Reynolds, hermana de sir Joshua; otro de Zoffany; uno del señor Opie; los
siguientes grabados: 1. uno de Cooke, a partir de sir Joshua, para la edición en folio
de su Diccionario; 2. uno de ídem, ídem, para la edición en cuarto; 3. uno a partir de
Opie, obra de Heath, para la edición de Harrison de su Diccionario; 4. uno a partir del
busto de Nollekens, obra de Bartolozzi, para la edición en cuarto del Diccionario que
preparó Fielding; 5. uno pequeño, a partir de Harding, obra de Trotter, para sus
Bellezas; 6. uno pequeño, a partir de sir Joshua, obra de Trotter, para sus Vidas de los
poetas; 7. uno pequeño, a partir de sir Joshua, obra de Hall, para el Rambler; 8. uno
pequeño, de un dibujo original en posesión de John Simco, obra de Trotter, para otra
edición de las Vidas de los poetas; 9. uno pequeño, sin nombre del pintor, obra de
Taylor, para su Johnsoniana; 10. uno en folio, con su bastón de roble, tal como se
describe en el Diario de un viaje, de Boswell, dibujado y grabado por Trotter; 11. un
grabado grande, a media tinta, a partir de sir Joshua, obra de Doughty; 12. uno
grande, una cabeza al estilo romano, a partir de sir Joshua, obra de Marchi; 13. uno
en octavo, en el que sostiene un libro ante los ojos, a partir de sir Joshua, obra de
Hall, para sus obras; 14. uno pequeño, de un dibujo del natural, grabado por Trotter,
para su Vida, publicada por Kearsley; 15. uno grande, a partir de Opie, obra de
ante la universidad versó más sobre la moral del doctor Johnson que sobre su carácter
intelectual. Examiné en particular su miedo a la muerte, y di a entender distintas
razones que explican la aprensión de los buenos y la indiferencia de los descreídos en
sus últimos momentos, lo cual ilustré poniendo en contraste la muerte de Johnson y la
de David Hume. Tomé por base el texto de Job, 21, 23-26». —BOSWELL
Se predicó el 23 de julio de 1786, y no a la muerte de Johnson. No se menciona a
ninguno de los dos por su nombre. Su principal mérito, por no decir el único, es su
brevedad. —HILL <<
—MALONE <<
SAMVELI • IOHNSON
DRAMMATICO • ET • CRITICO
SCRIPTORVM • ANGLICORVM • LITTERATE • PERITO
POETAE • LVMINIBVS • SENTENTIARVM
ET • PONDERIBVS • VERBORVM • ADMIRABILI
MAGISTRO • VIRTVTIS • GRAVISSIMO
HOMINI • OPTIMO • ET • SINGVLARIS • EXEMPLI
QVI • VIXIT • ANN • LXXV • MENS • II. • DIEB • XIIII
DECESSIT • IDIB • DECEMBR • ANN • CHRIST • CIC • ICCC • LXXXIIII
SEPVLT • IN • AED • SANCT • PETR • WESTMONASTERIENS
XIII • KAL • IANVAR • ANN • CHRIST • CIC • ICCC • LXXXV
AMICI • ET • SODALES • LITTERARII
PECVNIA • CONLATA
H • M • FACIVND • CVRAVER.
amigo un retrato distinto del que ya di con anterioridad, adopto la mayor parte del
esbozo de su persona que plasmé en mi Diario de un viaje a las Hébridas.
—BOSWELL <<
escrito admirable sobre el carácter de Johnson, obra del reverendo doctor Horne,
difunto y excelente Obispo de Norwich. El pasaje que reproduzco acto seguido es
particularmente feliz: «Rechazar tajantemente la sabiduría porque la persona que nos
la transmite peca de zafiedad y de una visible falta de elegancia en sus modales, ¿qué
es en el fondo, sino desperdiciar la piña y dar por motivo la áspera rugosidad de su
corteza?». —BOSWELL
La Olla Podrida se publicó semanalmente entre 1787 y 1788. La cita de Boswell
pertenece al n.º 13. El texto se ha reimpreso en los Ensayos de Horne (1808). <<
Boswell: The Later Years, 1769-1795 (Nueva York, McGrawHill, 1984, págs. 423-
450). Junto con su antecesor, James Boswell: The Earlier Years, 1740-1769, que
publicó Frederick Pottle en 1966, conforman la biografía canónica del biógrafo de
Samuel Johnson. <<
248-269, donde se añaden las cursivas. Algunos ligeros errores en la cita de Mallory
quedan debidamente subsanados. <<
Fanny Burney, en el que recoge una conversación con la Reina: «La Reina: “Señorita
Burney, ¿ha oído que Boswell va a publicar una vida de su amigo el doctor
Johnson?”. “No, señora; es la primera noticia que tengo. Desconozco si es veraz, y
tampoco sé cuándo podrá publicarla. Es un hombre tan extraordinario que tal vez idee
algo extraordinario de veras”». Madame d’Arblay, Diario, II pág. 400. —HILL <<
hombre [Swift] al cual había tratado en la intimidad. JOHNSON: “En modo alguno,
señor, siempre y cuando el hombre haya muerto, pues en tal caso es historia”».
Boswell, Diario de un viaje a las Hébridas, 22 de septiembre. —HILL <<
y adiciones a la primera edición de la «Vida del doctor Johnson», del señor Boswell.
MDCCXCIII <<
nombre, así como las del resto de los anotadores, mientras que todas las que no llevan
firma son responsabilidad del traductor de la obra. Algunos otros criterios
secundarios de la edición de Malone, la tercera y definitiva, han quedado obsoletos
con el paso del tiempo y el cambio de lengua. <<
y muy exacto vaticinio: «Por alta que sea la estima en que hoy se tiene la obra, tengo
plena confianza en que aún será más valorada en la posteridad, dentro de un siglo,
cuando todos los actores de estas escenas se cuenten entre los difuntos, cuando el
hombre extraordinario y el dechado de excelencia cuyo ingenio y sabiduría aquí
quedan registrados sea contemplado desde una distancia incluso mayor, y la
instrucción y el entretenimiento que proporciona suscite a un tiempo gratitud
reverencial, admiración y deleite». Del Aviso a la cuarta edición. —HILL <<
comienzos de 1789. Al aparecer la obra magna de Boswell eran ya seis las vidas de
Johnson que circulaban por las librerías de Inglaterra. La intrahistoria de la ciclópea
tarea que llevó a cabo Boswell, ese «presuntuoso afán» a que hace referencia en el
primer párrafo, está relatada en Adam Sisman, Boswell’s Presumptuous Task: the
Making of the Life of Dr. Johnson, Londres, Hamish Hamilton, 2000. <<
biografía, que comporta no sólo una historia de los progresos visibles de Johnson en
el mundo, y de sus publicaciones, sino también una representación precisa de su
espíritu por medio de sus cartas y sus conversaciones, es la más perfecta que cabe
concebir, y será más verdaderamente una “vida” que cualquiera de las obras hasta la
fecha publicadas» (Cartas, n.º 248, II, pág. 344). <<
el momento, comprobará el lector que Boswell tenía este volumen por un anticipo de
la Vida de Samuel Johnson. <<
métrica y la rima más comunes de la época: son dísticos heroicos. Así como en otros
casos he intentado mantenerla, cuando se trata de una traducción parece más
aconsejable utilizar alguna de las autorizadas, en este caso la de Aurelio Espinosa
Pólit. <<
salud ha sido tal que rara vez me ha permitido gozar de un solo día de sosiego».
Hawkins, por su parte, dice que una vez le dijo que «desconocía qué era estar
completamente libre del dolor» (pág. 396). —HILL <<
«ahorrarse más dinero y dar más limosna a los pobres», comenzaron a hacer los
viajes a pie. Añade: «Era tan poco frecuente por entonces que los hombres de su
rango recorriesen a pie cualquier distancia, que les pareció todo un descubrimiento
que se pudiera cubrir a pie sin mayores complicaciones unos treinta kilómetros en un
día» (Wesley, I, 42). —HILL <<
que advertía sus necesidades que complacidos con mi disposición para acudir en su
socorro» (Rasselas, cap. 25). En el Rambler, n.º 87 («Razones de que los consejos
sean ineficaces»), dice Johnson que «hay espíritus que soportan tan mal la
inferioridad que su gratitud es una suerte de venganza, y devuelven favores no porque
su retribución les cause placer, sino porque sentirse obligados les produce dolor». En
su Vida de Savage también rechaza éste algunos obsequios cuando se halla en la
miseria. <<
a flote con facilidad aquellos cuya valía contiende con el estorbo de un patrimonio
familiar escaso». Juvenal, Sat., III, 164. Johnson lo parafrasea en su Londres: «Apenas
medra la valía si la pobreza la oprime». <<
su vida, respondió que «fue en el año en que pasó toda una velada con M—— y As
——n. No es que fuera felicidad, dijo, sino que fue embeleso, aunque pensar en ello
endulzó todo un año. Debo añadir que la velada a la que alude no fue un tête-à-tête,
sino que transcurrió en escogida compañía, y entre los presentes se encontraba lord
Killmorey. Molly (dice el doctor Johnson) era una belleza y una mujer culta,
ingeniosa y whig; hablaba siempre en defensa de la libertad» (Piozzi, Anécdotas, pág.
157). <<
En 1769 se publicó un poema sin ningún valor, titulado El arte de vivir en Londres,
en el que se daban instrucciones a «quienes viven en una guardilla y pasan las tardes
en una taberna» (Gent. Mag., col. XXXIX, pág. 45). A ello hace Boswell referencia.
—HILL <<
Kirby. <<
bar. <<
273, nota correspondiente a la entrada del Diccionario. [Véase nota a pie 162, vol. I] <<
imposible creer que escribiera frases como las que contiene. —HILL <<
Boswell se le pasó volver la hoja, donde hubiera encontrado lo que falta, así como la
firma. —HILL <<
Johnson no hay ni ápice de metafísica. Dos terceras partes del ensayo son una
traducción de Crousaz. Boswell no parece distinguir entre el original de Crousaz y el
texto de Johnson. Y ésta es muestra del modo en que Cave a menudo trataba a sus
lectores. Una tercera parte del ensayo aparece en el número de marzo; el resto, en el
correspondiente a noviembre. —HILL <<
por las plazas de Westminster, la de St. James en particular, cuando todo el dinero que
juntaban entre los dos era insuficiente para que pudieran permitirse el refugio y la
sórdida comodidad de un sótano donde guarecerse» (Hawkins, Vida, pág. 53).
¿Dónde vivía entonces la señora Johnson? Tal vez sea ésta la época en que, como
escribió Johnson, empeñaron una taza de plata que le había regalado su madre cuando
era niño. A pesar de todo, no es fácil entender que si ella tenía un cobijo él tuviera
que pasar la noche al raso. Es posible que se alojase en casa de amistades. Hawkins
(pág. 89) nos asegura que hubo «una separación provisional del matrimonio». E
insinúa que la separación fue debida a las desavenencias «causadas por la
indiferencia de Johnson en el cumplimiento de las domésticas virtudes». Es mucho
más probable que se debiera a la pobreza. En aquel entonces, las calles de Londres,
en plena noche, hervían de ladronzuelos y asaltantes armados. Era peligroso incluso
salir del teatro según a qué hora.
Esta época de la vida de Johnson, la mala vida que llevó en compañía de Savage
(cuando éste no estaba en prisión), está relatada con nitidez absoluta en R. Holmes,
Dr. Johnson & Mr. Savage, Londres, Hodder & Stoughton, 1993. <<
condena universal, y que entiendo que es reflejo de gran deshonra para lord
Hardwicke. Radcliffe, cuando era poco más que un niño, había tomado parte en la
rebelión de 1715, y una vez condenado logró escapar de la prisión de Newgate…
Durante la insurrección de Escocia, capturado a bordo de un barco francés que iba
con rumbo a ese país, volvió a aplicársele la sentencia original, dormida desde
antaño. El único juicio que se le concedió fue el celebrado para confirmar su
identidad… No había precedente de una cosa así, salvo en el caso de sir Walter
Raleigh, que trajo la vergüenza al reino de Jacobo I». Campbell, Chancellors (ed. de
1846), V, 108. —HILL <<
Philips. <<
cantidad estipulada por contrato; cuando los libreros le mostraron en una cena en una
taberna los recibos, resultó que se le habían pagado cien libras por encima de lo
convenido. Véanse Murphy, Johnson, pág. 78, y Hawkins, Vida, pág. 345. —HILL
[Véase nota c101, vol. I]. <<
Plan: «A tenor de esta vista general, ¿quién se atreverá a desear que estos átomos
fundamentales de nuestro discurso puedan obtener la firmeza e inmutabilidad de lo
primigenio, de las partes constituyentes de la materia? (…) Aquellos traductores que,
por falta de un buen entendimiento de las diferencias características de las lenguas,
han formado un dialecto caótico de frases heterogéneas (…) En una parte, el
refinamiento se hará sutil más allá de la exactitud, y la evidencia se dilatará en otra
más allá de la perspicacia» (Obras, V, 12, 21, 22). <<
milord, que confesar que me llena de temores su amplitud y, como los soldados de
César, contemplo Gran Bretaña como un nuevo mundo, que casi sería locura invadir»
(Obras, V, 21). <<
pasaba estrecheces, preguntó a Garrick por qué no montaba otra tragedia para su
amigo de Lichfield. La respuesta de Garrick fue notable: «Cuando Johnson escribe
tragedias, ruge la declamación y la pasión se adormece: cuando Shakespeare escribía,
mojaba la pluma en su propio corazón». <<
Francis que se manejaba en la época, «enconada tribu de los poetas rivales». Horacio,
Epístolas, II, 2, 102. <<
dijo Johnson en verdad cuando por fin renunció a visitar a Garrick y compañía en los
camerinos y salas ad hoc, como era la llamada Green Room. La versión que aporta
Boswell está escrita en el más puro lenguaje «johnsonés», como cabía esperar en la
época, y era muy del gusto de Macaulay y otros comentaristas de la era victoriana. Lo
que dice Johnson en verdad seguramente hoy nos satisface bastante más: «No, David,
ya nunca volveré, pues las blancas tetas y las medias de seda de vuestras actrices me
soliviantan los genitales». Johnson hablaba siempre con un exquisito sentido de la
ocasión. Véase Paul Fussell, Samuel Johnson & the Life of Writing. Londres,
Chatto & Windus, 1971, págs. 79-80. <<
descubrir si acaso que ya no está» (Glanville, Scepsis Sci., XI, 60; lo cita Johnson en
el Diccionario). <<
«Entran las bendiciones a espuertas con la marea llena de la vida; menguan cuando
desciende la marea de la vida». <<
genio en una época, pero si se unieran ni siquiera el mundo podría hacerles frente»
(Johnson, Adventurer, n.º 45). <<
adelante (pág. 1240), Johnson dice que «como dice un viejo proverbio griego “quien
tiene amigos no tiene un amigo”»; en pág. 1337 aún insiste en que «[Garrick] tenía
amigos, pero no un amigo». <<
la prosa en lengua inglesa». No pocos pasajes de los escritos de Temple muestran una
cierta similitud de estilo. Por ejemplo: «Ésta es una enfermedad demasiado refinada
para este país, y así hay personas que están bien cuando no están enfermas, y
satisfechas cuando no se hallan preocupadas; están contentas, en suma, porque apenas
se paran a pensar en ello, y buscan la felicidad en las comodidades corrientes de la
vida, o en el incremento de la riqueza, sin entretenerse con los afanes más
especulativos de la pasión o con los refinamientos del placer» (Obras, pág. 170). <<
viaje a las Hébridas, 28 de agosto, Boswell se refiere a Jorge III como «un
grandísimo personaje». En su segunda Carta al pueblo de Escocia (1785) recurre al
mismo superlativo para referirse al Rey. —HILL <<
lenguas extranjeras, o por ignorancia de la propia, sea por vanidad o sea por
terquedad gratuita, por plegarse a la moda o por ansia de innovación, los he
consignado tal como iban dándose, aunque por lo común con objeto de censurarlos, y
de advertir a otros en contra de la estupidez que es el naturalizar inútiles términos
extranjeros en perjuicio de los nativos… Nuestra lengua, desde hace casi un siglo,
debido a la concurrencia de varias causas se ha ido alejando gradualmente de su
original carácter teutónico, desviándose cada vez más hacia una estructura y
fraseología galas, de las cuales debiera ser nuestro empeño rescatarla, convirtiendo
nuestros volúmenes de antaño en los cimientos del estilo… A partir de los autores
surgidos en la época isabelina debiera ser posible forjar una lengua adecuada a todos
los propósitos del uso y de la elegancia» (Johnson, prefacio al Diccionario).
Si Johnson no pocas veces se permitía cierto «brownismo», era también mucho lo
que le parecía censurable en el estilo de Browne. «Su estilo, qué duda cabe, está
tejido de muchas lenguas; es una mezcla de voces heterogéneas, aglutinadas a partir
de procedencias muy remotas, con términos en origen adecuados a un arte, y traídos
con violencia para ponerlos al servicio de otro. Preciso es sin embargo reconocer que
amplió notablemente nuestra dicción filosófica… Sus innovaciones son a veces
placenteras, sus temeridades son felices» (Obras, VI, 500). «Es digno de reseñar que
la pompa en la dicción que a menudo se objeta en Johnson se viese por vez primera
en el Rambler. Como estaba compilando su Diccionario al mismo tiempo, a medida
que fue ganando familiaridad con términos técnicos y escolásticos dio en suponer que
el grueso de sus lectores también poseía esa erudición, o supuso al menos que
admiraría el esplendor y la dignidad de ese estilo repujado» (Murphy, Johnson, pág.
156). —HILL <<
primer Duque de St. Albans; por tanto, biznieto de Carlos II y de Nell Gwynne.
Nació en diciembre de 1739. En Dr. Johnson: His Friends and his Critics, G. Birbeck
Hill ha reunido abundantísima información acerca de Langton y Beauclerk. <<
Estacio, pero es Cowley quien ha escrito los versos latinos, traducidos por C. B. <<
Hawkesworth, hombre modesto y humilde en principio, fue uno de tantos a los que
había estropeado el éxito en la sociedad mundana. Sir Joshua Reynolds me dijo que
era un petimetre afectado e insincero, muy petulante en el vestir, sin conocimiento de
la literatura». <<
anónimo autor confía en que sus lectores no le tengan por «un escritorzuelo a sueldo,
interesado en dar jabón a su obra». «Solemnemente protesto —sigue diciendo— y
aseguro que ni el señor Johnson, ni ninguna otra persona a la que él haya contratado,
ni librero o libreros concernidos en su buen resultado, me han ofrecido los cumplidos
al uso, ya sea un par de guantes, ya sea una botella de vino». Es una bonita ironía que
un noble acaudalado jure solemnemente no haber sido sobornado por un autor
bastante pobre, al que siete años antes repudió en la puerta de su propio despacho.
Ahora bien, lord Chesterfield aún llegó a cotas peores. Al recomendar una obra de
tamaña erudición y que tantos desvelos había costado, refiere una absurda historia
acerca de una cita «fallida entre un buen caballero y una buena dama». La carta que
se cruzó entre ambos estaba escrita con errores de ortografía, de modo que cada cual
acudió a una casa distinta. «Tales ejemplos —escribe— en realidad nos hacen
temblar, y estoy convencido de que darán a mis semejantes y a sus partidarios
súbditos todos de Su Majestad la convicción de que es preciso conformarse
escrupulosamente y adaptarse a las normas ortográficas que dicte el señor Johnson».
The World, núms. 100 y 101. —HILL <<
planeta de la lengua inglesa, y ahora que arribo a buen puerto ¿me envía dos
barquichuelas para remolcarme?». —HILL <<
exactitud que se precisa para realizar una edición crítica de un clásico latino», sigue
diciendo que «si bien poseía menos que eso, también poseía algo más: poseía la
lengua de una manera tal que ningún conocimiento crítico puede conferir a quien lo
haya desarrollado. Escribía de una manera genial, no como quien traduce
denodadamente del inglés, sino como quien lo utiliza cual si fuera el órgano original
de su pensamiento. Y en versos latinos se expresaba con la energía y la libertad de un
antiguo romano». —HILL <<
sin cambios en la cuarta edición, última de las corregidas por Johnson, y en la tercera
de la versión abreviada, hecha igualmente por él. «La contrariedad de su carácter —
escribió Reynolds— consiste en los prejuicios que sostiene sobre nimios cimientos;
da una opinión primero, quizá al azar, pero cuando se le contradice se siente obligado
a respaldarla y, si no puede, al menos insiste en no dar su brazo a torcer. Recuerdo un
ejemplo a cuento de un defecto u olvido de su Diccionario; le pregunté cómo era que
no lo había corregido en la segunda edición, y me dijo: “No; han armado tal alboroto
que no me adularía yo cambiándolo ahora”» (Leslie y Taylor, Reynolds, II, 461). <<
contenga, y los absurdos risibles, de los que nunca estuvo libre una obra de tan vasta
multiplicidad, de vez en cuando darán ocasión a las carcajadas, y endurecerán la
ignorancia hasta darle grosor de desprecio». En una carta de 21 de agosto de 1784
(n.º 998), dice así: «Los diccionarios son como los relojes: el peor es mejor que
ninguno, y el mejor no puede esperarse que sea fiel del todo». <<
un juego de palabras, y que escribió el nombre del noble señor tal como se pronuncia,
Go’er. Es improbable, pues Johnson era poco propenso al juego de palabras, ya que
«tenía gran desprecio por esa manifestación de ingenio». [Véase pág. 703]. <<
1972. <<
verdad, que «el abatimiento hasta la fecha nunca ha llegado a postrarme tanto que
peque yo de negligencia». —HILL <<
para la Gent. Mag. en 1739 (Obras, V, 348), dijo así: «Nada es más delictivo, en
opinión de muchos de ellos, que el que un autor disfrute de más ventajas de sus
propias obras que las que ellos están dispuestos a concederle. Éste es entre ellos un
principio tan asentado, que podríamos señalar a algunos que amenazaron a los
impresores con el mayor de los enconos sólo por haber impreso libros para quienes
los habían escrito». En la Vida de Savage, pág. 128 (escrita en 1744), habla de «la
avaricia con que los libreros a menudo se ven acuciados a oprimir al genio que les da
sostén». En la Vida de Dryden, pág. 187 (escrita en 1779), señala una cierta mejoría.
«El comportamiento general de los comerciantes era en aquel entonces mucho menos
magnánimo que en nuestros tiempos; sus puntos de vista eran más estrechos, sus
modales más groseros. A la callosidad mercantil de esa raza quedaba expuesta la
delicadeza del poeta». <<
Durante todo el reinado de Jorge II hubo un solo parlamento, que duró treinta y tres
años. El doctor Lucas, medico dublinés, al atacar otros males de Irlanda vituperó esta
realidad. En 1749 podría haber sido elegido parlamentario, pero fue encarcelado por
orden de la Cámara de los Comunes. Huyó a Inglaterra, que era lo que deseaba el
gobierno, y ejerció la medicina en Londres. En 1761 le fue devuelta la carta de
ciudadanía de Dublín y fue elegido concejal del municipio. <<
de la Ilíada es harto probable que tuviera a la vista su propio caso. «La indolencia, las
interrupciones, los asuntos propios y los placeres, todos ellos se turnan en retardar el
trabajo, y toda obra de notable longitud se alarga más si cabe por un millar de causas
que pueden y otras diez mil que no pueden detallarse. Es muy posible que jamás se
haya llevado a cabo una actuación polifacética dentro del plazo originalmente
acordado para ello incluso en el ánimo de quien la emprende. Quien corre contra el
Tiempo se las ve con un antagonista que no está sujeto a sufrir bajas». Vida de Pope,
pág. 89. —HILL <<
preocupados de lo que él parecía estar por su propia reputación, se las ingeniaron para
enzarzarle en una apuesta, o mediante otro arreglo de índole pecuniaria, para que
diera por terminada a plena satisfacción la tarea en un lapso convenido». Tal como a
Johnson le agobiaba el compromiso contraído para editar su Shakespeare, así estaba
Cowper con su compromiso para editar su Milton. «La conciencia de que es mucho lo
que aún queda por hacer es una carga que no soy capaz de sobrellevar. Milton es en
especial lo que me pesa, y bien podría estar asediado por su espectro, que me
recriminara de continuo por no prestarle la debida atención» (Cowper, Cartas, ed. de
Wright, IV, 314). —HILL <<
Johnson dice que tiene cuarenta y nueve años. En enero de 1758 tenía cuarenta y
ocho. Habla de la representación de Cleone, que fue a finales de 1758, y se refiere al
próximo estreno del Huérfano de China, de Murphy, que se estrenó en la primavera
de 1759. —HILL <<
arte en el cual fue muy admirada. En sus intentos por pintar al óleo no cosechó éxito,
por lo que Reynolds dijo en broma que sus cuadros hacían reír a los demás y a él le
hacían llorar. Como no veía con buenos ojos que ella pintara, lo hacía a escondidas.
—HILL <<
<<
En la edición original del Idler no se da título a los ensayos. En éste muestra que
«nada es más fácil de torcerse que un plan conducente a la distracción». —HILL <<
uno pueda decir sin emoción, sin inquietud, que esto ha terminado… El secreto
horror de lo último es inseparable de un ser pensante, cuya vida está limitada y cuya
muerte es temible». <<
de Pope sobre su comportamiento con sus padres: «Fuera cual fuera su orgullo, con
ellos fue obediente; fuera cual fuera su irritabilidad, con ellos fue amable. Entre sus
sosiegos y apacibles consuelos, la vida puede dar pocas cosas mejores que un hijo
así» (Vida de Pope, 161). Tanto en el Idler del 27 de enero de 1759 (n.º 41) como en
Rasselas, publicado en abril, Johnson da cumplida muestra de su pesar por la pérdida.
<<
«He pensado durante todos los meses en ir al campo, pero siempre me he encontrado
con inconvenientes y estorbos. De aquella melancólica indisposición que me afectaba
cuando vivíamos juntos en Birmingham nunca me he visto libre del todo, aunque
siempre he puesto en contra de ella mi salud y mi vida con más o menos violencia.
Tengo la esperanza de ver a mis amigos, a todos los que me quedan, antes que pase
mucho tiempo» (Cartas, n.º 103). No cabe duda de que su pobreza constante y la
necesidad de hacer provisiones para el día a día tuvieron mucho que ver en el hecho
de que no hiciera el viaje a Lichfield. En una de las cartas se ve que en 1772 una
diligencia tardaba veintiséis horas en llegar de Londres a Lichfield. —HILL <<
Fue reseñado en la Gent. Mag. de abril, págs. 184-186 [se publicó el 19 de ese mismo
mes]. El nombre de Rasselas lo tomó Johnson del Viaje a Abisinia, de Lobo, en cuya
pág. 102 menciona a «Rassela Christos, teniente general del Sultán Segued». En la
pág. 262 explica el significado: «Hay ahora un generalísimo que ostenta el título de
Ras, o Jefe». El título aún se emplea hoy. El general Gordon habla del Ras Arya y del
Ras Aloula. La palabra Ras, corriente en las lenguas amhérica, arábiga y hebrea,
significa ‘cabeza’, y de ahí que sea príncipe, jefe o capitán. <<
como aquella por la que más habría sacrificado la vida cualquier hombre de gallardía
y espíritu». «Hay tres acontecimientos en nuestra historia —dice Hume— que pueden
tenerse por piedras angulares del partidismo de algunos: un whig inglés que insista en
la veracidad de la trama de los papistas; un católico irlandés que niegue la matanza de
1641; un jacobita escocés que defienda la inocencia de la reina María Estuardo. Los
tres han de considerarse hombres más allá del alcance de la razón. Preciso es dejarlos
en manos de sus prejuicios». Historia de Inglaterra, ed. 1802, V, 504. <<
el lugar de sus ayuntamientos no era otro que un cobertizo para el carbón que había
en Fetter Lane), de que era pariente cercana de un hombre de fortuna, que la tenía
injuriosamente al margen de sus posesiones… Ella creyó que era un médico que ya
tenía una concurrida consulta… No llevaba ni siquiera unos meses casado cuando le
fue presentada una denuncia por deudas en las que había incurrido su esposa. Se
refugió en lugar secreto, y sus amigos le procuraron la protección de un embajador
extranjero. Poco después ella lo abandonó, y fue juzgada en el tribunal de Old Bailey
(providencialmente, en opinión de él) por carterista. Su marido fue difícilmente
persuadido para que no acudiera al juicio. Ella defendió su acusación y fue absuelta;
se produjo entonces la separación de esta malhadada pareja» (Gent. Mag., 1785, LV,
101). —HILL <<
ser ésta a ojos de Johnson. Savage, dice, fue recibido en el seno de la familia de lord
Tyrconnel, y se le otorgó para sus gastos una pensión de doscientas libras al año. «Su
presencia —escribe Johnson— bastaba para que cualquier lugar de entretenimiento
público fuese popular; su aprobación y su ejemplo marcaban la moda. ¡Qué poderoso
es el genio cuando se viste con el relumbrón de la riqueza!» En su último verano de
vida, refiriéndose a las posibilidades de que su pensión se doblase, dijo que con
seiscientas al año «un hombre tendría plenas garantías de pasar el resto de su vida en
absoluto esplendor, sin importar cuánto llegase a vivir».
Respecto a que la pensión de Johnson diera por resultado que escribiera menos de lo
que habría escrito caso de no disponer de ella, es asunto que se puede poner en tela de
juicio. Es verdad que en los diecisiete años que siguieron hizo poco más que terminar
su edición de Shakespeare y escribir su Viaje a las islas occidentales, así como dos o
tres panfletos políticos. Lo cierto es que desde que escribió la última entrega del Idler
en la primavera de 1760 había escrito poco. Por decirlo con Murphy (Vida, pág. 80),
«su intelecto estaba fatigado por el constante desempeño y el trabajo en exceso», y no
había recobrado su tono. Es probable que sin la pensión no hubiera vivido lo
necesario para escribir la segunda de sus obras magnas, las Vidas de los poetas.
—HILL <<
596). «El patriota lo pidieron mis amigos políticos» (pág. 750). «No tengo duda de
que Gravámenes, no tiranos, fue escrito por deseo expreso de quienes se encontraban
en el poder», escribe Boswell (pág. 777). «Se quejó a un amigo de que… otorgada
una pensión por su reputación literaria, la administración le solicitó que escribiera
panfletos de carácter político» (pág. 781). ¿Se contradicen todas estas afirmaciones
con lo que dijo lord Loughborough, y con la afirmación de Boswell, en el sentido de
que «Johnson ni pidió ni recibió del gobierno ninguna compensación por sus trabajos
políticos»? Creo que no. Creo que de no haber tenido Johnson la pensión que tenía, y
de haberle pedido el Ministerio que escribiera estos panfletos, los habría escrito. Le
habría adulado el cumplido, y en cuanto a la remuneración se habría confiado a las
ventas de los mismos. Hablando de los dos primeros, pues el tercero aún no se había
publicado, dijo que «salvo lo que recibí del librero, no me dieron un chavo por ellos»
(pág. 610). Tampoco le costaron un gran esfuerzo. La falsa alarma la escribió entre
las ocho de una noche y las doce de la noche siguiente. Tuvo tres ediciones en menos
de dos meses. El patriota lo escribió en un sábado. En cualquier caso, Johnson había
percibido su pensión durante más de siete años antes de realizar ningún trabajo por
encargo o sugerencia del Primer Ministro. —HILL <<
soledad, y que era tan altivo que sólo permitía un trato formal a una docena de
estúpidos autores y aduladores, como sir Henry Erskine, poeta militar, o Home, un
sacerdote que escribía tragedias. —HILL <<
mejor de todas las novelas modernas. Por cierto que [R. B.] Sheridan declaraba a
menudo que jamás la había leído» (Rogers, Charlas de sobremesa, pág. 90). En una
nota a este pasaje se dice que «el incidente, en La escuela del escándalo, por el cual
sir Oliver se presenta a sus parientes disfrazado, está tomado manifiestamente de la
novela de la madre de Sheridan». —HILL <<
en sus Cartas, el 12 de junio de 1759— que asolara desde Moscú hasta Alsacia, y
desde Madrás hasta California, no habría dado lugar a un artículo ni la mitad de largo
que los dedicados al señor Johnson, que monta tres caballos al tiempo. Poseo un
curioso grabado a la punta de cobre que muestra al tal Johnson con un pie sobre un
caballo, el otro en un segundo, guiando a un tercero al galope. Lleva por fecha
noviembre de 1758». <<
ante las cuales los lectores de poesía al principio sólo pudieron quedarse
boquiabiertos. Algunos dieron en confesar que no podían entenderlas… Garrick
escribió unos versos elogiándolos. Algunos tercos adalides quisieron rescatarlas del
desprecio, y al poco se dieron por contentos al mostrar las muchas bellezas que
contenían, y que no eran fáciles de ver» (Johnson, Vida de Gray, 14). Goldsmith
atacó a Gray por considerarlo «entre los desencaminados innovadores», de los que
dijo en su Vida de Parnell que «han adoptado un lenguaje de su propia invención, y
exigen admiración de todos. Quienes no los entienden callan; quienes entienden se
desviven por hacerles elogios, para así manifestar que entienden» (Obras, 1854, IV,
141). —HILL <<
varios volúmenes sobre el fantasma, y creo que aún si me quedara un poco más
podría enviarle su vida, dedicada a milord de Dartmouth, de puño del canónigo
ordinario de Newgate, sus dos grandes valedores. Un párroco borrachuzo [W.
Parsons] puso en marcha la historia por vengarse, los metodistas la han adoptado,
toda la ciudad de Londres no piensa en otra cosa… Fui a oírla, ya que no se trata de
una aparición, sino de una audición… Fui con el Duque de York, lady
Northumberland, lady Mary Coke y lord Hertford, todos en un carruaje… Llovía a
cántaros, pero la callejuela estaba llena a rebosar de curiosos, y en la casa era
imposible entrar». —HILL <<
terminado por ser casi idénticos debido a su conjunta oposición a la corte por espacio
de tantos años, y aún más debido a la persecución que padecieron en común, pues fue
política de sir Robert Walpole confundirlos tanto como fuera posible, para que el odio
a los jacobitas se extendiera a todo aquel que se opusiera al gobierno» (Fitzmaurice,
Shelburne, I, 27). Lord Bolingbroke (Obras, III, 28) se queja de que los autores
partidarios del Primer Ministro «a menudo insisten en que todo el que sea amigo del
Pretendiente es enemigo de Walpole». —HILL <<
<<
resolvió poner sobre el papel sólo aquello que fuera nuevo, pero que después
descubrió que lo nuevo era falso en general, y desde entonces dejó de ser tan solícito
con las novedades. —BURNEY
Forster (Vida de Goldsmith, I, 421) observa que esta nota es «un nuevo ejemplo de…
las muchas y dudosas formas en que las anécdotas sobre Johnson y Goldsmith
tienden a presentarse en cuanto perdemos de vista al fidedigno Boswell». <<
dice que «el miércoles cené con el señor Johnson y con Dempster… Tuve una
prodigiosa satisfacción al ver que los sofismas de Dempster (que ha aprendido en
Hume y en Rousseau) eran demolidos con el vigoroso razonamiento de Johnson…
Dempster se mostró tan contento como pueda estarlo un polemista vencido».
Volvemos a encontrar a Boswell, Johnson y Dempster cenando juntos el 9 de mayo
de 1772. —HILL <<
destacado de su profesión. Dicho de otro modo, en ese género poético en el que tanto
sobresalía es superior al resto de la humanidad; tan sólo me limito a decir que ese
género no es el más excelso que se ha dado en el arte de la poesía» (Essays, I, pág.
IV). Dispone a los poetas ingleses en cuatro apartados, en el primero de los cuales
sólo figuran Spenser, Shakespeare y Milton. «En el segundo grupo debieran figurar
los que poseen verdadero genio poético en un grado más moderado, aunque también
poseen un noble talento para la poesía moral, ética y panegírica». En este grupo, en
su segundo volumen, dice que «podríamos aventurarnos a colocar a Pope, junto a
Milton, por encima de Dryden. Sin embargo, para tomar esta decisión con firmeza
hemos de olvidar por un momento la divina Oda musical de Dryden, y tal vez
muchos se vean obligados a confesar que si bien Dryden posiblemente posea un
genio mayor, es Pope mejor artista» (ibid., II, pág. 411). —HILL <<
cuáles eran nuestros planes. Me miró como si le hubiese hablado de ir al Polo Norte,
y dijo: “No pretenderá usted que yo les acompañe, ¿eh?”. “No, señor”. “En tal caso,
estoy muy deseoso de que vayan ustedes”». <<
un jefe indio dice de la catedral de St. Paul: «Probablemente era en principio una roca
enorme y amorfa que había en lo alto de la colina, que los nativos de este país, luego
de cortar en forma de figura regular, ahuecaron con increíbles e industriosos
trabajos». <<
traducción española de José Manuel de Prada, Ediciones del Bronce, 1997. <<
natural que todo intelecto experimenta de aumentar sus ideas… sin saber por qué,
siempre que aprendemos nos sentimos alegres, y nos aflige olvidar» (Rasselas, cap.
XI). <<
doctor Blacklock, el poeta ciego, que no recuerda haber visto la luz del día. Un pobre
estudioso le lee en latín, en griego y en francés. También él fue un pobre estudioso.
Lo miré con reverencia» (Cartas, n.º 320). Spence publicó una Relación de
Blacklock, en la que con mezquindad omite toda mención de la generosidad de Hume
con el poeta ciego. Hume preguntó a Blacklock si era capaz de relacionar colores y
sonidos. «Respondió que como tan a menudo ha topado con los términos que
expresan colores, se había formado algunas asociaciones falsas, que le ayudaban
cuando leía, hablaba o escribía sobre los colores, aunque eran asociaciones de índole
intelectual. La iluminación del sol, por ejemplo, se le antojaba similar a la presencia
de un amigo». —HILL <<
mermado por sus achaques, escribió a la señora Thrale: «Ahora tengo una inclinación
al lujo que ni siquiera en la mesa de usted se excitaba antes, pues hasta ahora hablaba
más de lo que pensaba sobre los platos. Recuerdo que usted me elogiaba por parecer
contento con las cenas cuando usted redujo las viandas que se servían a su mesa;
puedo decirle en honor a la verdad que nunca me di cuenta de que se había iniciado
dicha reducción, y ni siquiera la habría notado caso de no decírmelo usted. Ahora
pienso a diario en lo que comeré mañana. También espero que este achaque se me
cure» (Cartas, n.º 953). <<
bello es buena prueba de que no tenía el intelecto formado para la Filosofía pura, y si
hemos de dar crédito al vivaz y dramático biógrafo de Johnson, en el sentido de que
tenía Burke la intención de polemizar por escrito con Berkeley, podemos estar
seguros de que no habría salido con bien del empeño de dar respuesta a este gran
especulador; por decirlo con más corrección, no habría descubierto la verdadera
naturaleza de las cuestiones en liza, y sólo habría dado respuestas coherentes con los
límites de las facultades humanas». <<
los miembros de su club no pasaran de nueve; el señor Dyer, miembro del Club de
Ivy Lane, que había pasado unos años en el extranjero, hizo aparición entre nosotros
y se le recibió cordialmente». Nueve eran los miembros del Club de Ivy Lane.
Johnson, es de suponer, consideraba el nueve como el número más clubable. Según el
doctor Percy, en 1768 no sólo Hawkins había presentado su renuncia formal, pues
también Beauclerk había abandonado el club por otro más a la moda. «El club acordó
entonces… incrementar el número a doce. Los nuevos miembros serían elegidos por
votación secreta, y bastaría una bola negra para la exclusión del candidato. El señor
Beauclerk deseó ser restituido a la sociedad, y los nuevos miembros fueron
presentados el lunes 15 de febrero de 1768: sir R. Chambers, el doctor Percy y el
difunto George Colman».
La intrahistoria y el significado del Club Literario, con abundantes anécdotas, se
hallan recogidas en el libro de L. P. Curtis y H. W. Liebert que lleva por título el lema
del propio club, Esto Perpetua. Nueva York, The Shoe String Press, 1963. <<
en el club, y que él la supo de labios de Reynolds. Añade que «Johnson apoyó con
entusiasmo la candidatura de Garrick, pues era en realidad un hombre muy afectuoso.
Tan sólo le ofendía la presunción del actor». Y sigue diciendo: «Es probable que en la
primera parte de esta anécdota fundamentase sir John Hawkins su versión de que
Garrick nunca perteneció al Club Literario, y por eso afirmase que Johnson dijo que
nunca debiera ser miembro. De este modo, el biógrafo mentecato y la más frívola y
maliciosa señora Piozzi han dado tintes inexactos a casi todas las anécdotas que han
querido contar del doctor Johnson» (Prior, Malone, pág. 392). Garrick fue el sexto
miembro elegido. Hannah More (Memoirs, I, 249) afirma que «a la muerte de
Garrick, fueron innumerables las solicitudes que se hicieron para sucederle en el club,
pero Johnson fue sordo a todas ellas. “No —dijo—, no podría haber un digno sucesor
de ese hombre”. E insistió en que hubiera un año de luto antes de una nueva
elección». —HILL <<
Thrale «contribuyó más que ninguna otra cosa a eximirle de las cuitas y solicitudes
de la vida». Luego rememora la parte que le tocó testimoniar en esa casa con evidente
contento, pues conoció la ternura con que se trató a Johnson en Streatham, «lo que sin
duda sirvió para prolongar una vida valiosa». La relación de Johnson con los Thrale
fue, en efecto, tan estrecha que en ocasiones más pareció alianza en toda regla.
—HILL <<
confirmar el relato de la señora Piozzi (Anécdotas, pág. 9), en el sentido de que «sus
órganos auriculares… nunca cumplieron debidamente su función» ya desde que ella
lo conoció. Boswell dice que en abril de 1775 era «duro de oído», afección de la que
se aprovechó Gibbon para murmurar sus «sarcásticas lindezas» a expensas de
Johnson en voz queda. En septiembre del mismo año el propio Johnson supone que
«si oyera mejor, aprendería francés más deprisa», y en octubre se queja de que «ni
vio ni oyó» una comedia francesa. La señora Piozzi dice en cambio (Anécdotas, pág.
276) que «oía todo lo que se dijera dentro de un carruaje, cuando era mi turno en
cambio de quedarme sorda», pasaje que hace pensar en que padecía esa sordera
patológicamente denominada paracusis Willisii, cuyo síntoma característico es que el
paciente oye bien en una situación ruidosa. <<
pocos meses. Por Pascua de 1765 él mismo dejó anotado que «he malgastado mi
tiempo sin mayor provecho, y parece que haya sido un sueño del que nada queda
ahora». Plegarias y meditaciones, pág. 54. —HILL <<
417) demuestra que hace alusión a Reynolds. «Voy a suprimir un pasaje del primer
volumen, pues he descubierto que si bien sir Joshua me aseguró que no tenía
inconveniente en que se mencionara que Johnson le escribió una dedicatoria, ahora
piensa muy de otro modo». En la dedicatoria al Rey de los Discursos de Reynolds, en
1778, la primera frase no puede ser más «johnsoniana»: «El progreso regular de una
vida de cultura avanza de la necesidad a la comodidad, de la comodidad al
ornamento». Boswell olvidó suprimir la referencia a este suceso en el índice de la
primera edición. —HILL <<
permiso de Johnson. Temple, a quien mostró el libro antes de publicarlo, parece que
aconsejó a Boswell que omitiera este extracto. Boswell se mantuvo en sus trece,
«pues debo hacer mención de mi gran preceptor, el señor Johnson». Para disculparse
ante él, en carta del 26 de abril de 1768, le dice: «con toda seguridad le garantizo que
no tiene usted razón ninguna para quejarse de que yo haya publicado ni un solo
párrafo de sus cartas. La tentación de hacerlo ha sido demasiado fuerte». —HILL <<
la cual sólo un hombre de perfecta integridad podría haber salido indemne. Le señalé
unos versos de El viajero que, le dije, estaba segurísimo de que eran suyos. Vaciló un
instante; en lo que duró ese titubeo recuperé la compostura y recordé que como sabía
que no me iba a mentir podía yo ponerle en un aprieto, y me habría salido con la mía
si me hubiera dado una brusca respuesta, pero se limitó a decir: “Señor, no soy yo
quien los ha escrito, pero para que no se imagine que he escrito yo más de lo que en
verdad escribí en ese poema, le diré que el máximo de versos escritos en él, según
recuerdo, no alcanza más que a dieciocho”. Conviene observar que por toda la ciudad
corría el rumor de que el doctor Johnson le había escrito a su amigo el poema entero,
pues éste era por entonces un escritor desconocido» (Leslie y Taylor, Reynolds, II,
pág. 458). Por cada verso de El viajero, a Goldsmith se le pagaron 11 peniques y un
cuarto. El obsequio de Johnson, por consiguiente, si se computa en dineros fue de 8
chelines, 5 peniques y un cuarto. —HILL <<
Esta obra pertenece a la serie Repúblicas de la que habla Johnson más adelante, [en
pág. 987]. <<
V. 142. <<
versos que jamás han de escribirse» (Piozzi, Cartas, II, pág. 183). En su ejemplar, al
margen, Baretti apuntó: «Johnson casi a cualquier hora estaba componiendo versos
en latín o en inglés que luego jamás ponía por escrito». <<
<<
que pudieran utilizar los colonos de Norteamérica: los papeles de los barcos, los
documentos legales, las licencias, los periódicos y otras publicaciones, e incluso los
naipes devengaban impuestos que la Corona decidió recaudar para acuartelar al
ejército que protegiera las colonias por los montes Apalaches, obvio es que sin
consultar siquiera a los colonos. <<
a Burke por vez primera, sin poder precisar a cuál habría de asignarse la palma de la
elocuencia. Fue un espléndido crepúsculo y un amanecer espléndido» (Historical
Essays; «Earl of Chatham», 1923, pág. 771). —HILL <<
inglesas, pero nunca se tomó grandes molestias en aplicarse a ello. Su padre, lord
Auchinleck, le dijo un día que le iba a costar mayor esfuerzo disimular su ignorancia
en esa profesión que dar mues tras de sus verdaderos conocimientos. El señor B.
reconoció una vez que era muy cierto» (European Magazine, 1798, pág. 376).
Boswell escribió a Temple el 18 de marzo de 1775: «Es usted muy amable al darme
ánimos diciéndome que tal vez llegue a superarle a usted en su saber. Pero créame
que padezco una suerte de impotencia en el estudio» (Cartas, n.º 136, I, 214). —HILL
<<
— viven como han elegido. Todo hombre se encuentra en su condición presente por
causas que obraron sin que él lo previera, y con las cuales no siempre cooperó de
manera voluntaria» (Rasselas, cap. 16). «Para quien vive bien —respondió el
ermitaño—, cualquier forma de vida es buena, y no puedo yo dar otra regla que la de
alejarse de todo mal aparente» (cap. 21). «Joven —dijo Omar—, de poco sirve
hacerse planes de vida» (The Idler, n.º 101). —HILL <<
<<
obras en erse: [véase pág. 743]. No obstante, en su Viaje a las islas occidentales (1924,
pág. 94), tuvo que dejar dicho sobre las escuelas parroquiales de aquellas islas que
«por norma de sus instituciones, se enseña solamente en lengua inglesa, de modo que
los nativos leen una lengua que tal vez nunca utilicen y ni siquiera quizá entiendan».
<<
hijo de John, primer Conde de Bristol, y uno de los hermanos del que fuera amigo de
juventud de Johnson, Henry Hervey. Murió el 20 de enero de 1775. —MALONE <<
repugnantes trifulcas» de Hervey, y en una larga nota describe la carta de éste a sir
Thomas Hanmer, con cuya esposa había escapado. Lo cierto es que el ataque para el
cual se recabaron los servicios de Johnson no lo desató Hanmer, sino sir C. H.
Williams. Aunque uno haya hecho mal a otro, no tiene por qué prestarse a los ataques
de un tercero. Williams, conviene recordarlo, era un hombre de carácter licencioso.
—HILL <<
—HILL <<
Hill, una vez en que cayó enfermo, reconoció ante un amigo que se había fatigado en
exceso, pues estaba escribiendo siete obras a la vez, una de ellas de arquitectura y
otra de cocina». D’Israeli añade que Hill firmó un contrato para traducir del holandés
una obra sobre insectos por 50 guineas. Como ignoraba la lengua de partida, negoció
con otro traductor el trabajo por 25. Éste, que no era menos ignorante del holandés,
renegoció el trabajo con un tercero, que entendía el original a la perfección y accedió
a traducirlo por 12 guineas. —HILL <<
bondad de examinar las actas de la Royal Society, pero no ha podido descubrir cuál
era esa «circunstancia». Tampoco arrojan luz sobre este aspecto las reseñas que hizo
Johnson de las obras de Birch, History of the Royal Society y Philosophical
Transactions, vol. XLIX, según las he examinado. —HILL <<
doctor Johnson llama “rapturista”, y vi a las claras que se proponía calentarme los
oídos con muchas cortesías… Es muy comunicativo, gayo y un conversador
agradable, que animó toda la jornada con su presteza para hablar de cualquier cosa»
(madame d’Arblay, Diario, II, pág. 236). Es muy probable que sea el «ingenioso
escritor» que se menciona más adelante, en pág. 1428, del que dice Johnson que es
«un entusiasta por norma». Rapturista, o rapturist, no figura en el diccionario.
Valdría decir embelesador. <<
doctor Johnson aparece representado cual si dijera cosas como ésta: «Sin dubitación
de ninguna clase malinterpreta usted este deslumbrante centelleo de presunción en su
totalidad, y más le valdría haber sabido usted aplicar una constante recurrencia a mi
diccionario oracular, como era de su incumbencia a tenor de la vehemencia de mis
admoniciones». <<
(II, pág. 150), dice que «hombres que a punto estaban de encontrarse juraban no abrir
la boca y no decir nada sobre esta cuestión, que tan fructífera fue en debates,
jactancias y pendencias». Boswell publicó Dorando, un cuento español (Londres,
1767), en el cual narra la causa de Douglas sin apenas disimulo; también publicó en
el mismo año El caso de Douglas, una balada, y La esencia del caso de Douglas,
amén de ser uno de los editores de las Cartas de Lady Jane Douglas y de «cuidar de
mantener alimentados a los periódicos con incesantes novedades sobre el caso».
Véase F. A. Pottle, La carrera literaria de Boswell, Nueva York, 1929. <<
cosecha cuando llegue a una región en la que se entienda lo que es necesario para la
vida», dijo en carta desde Oxford el 4 de agosto de 1777 (Cartas, n.º 533). Y en
Lichfield llegó a esa región. «Mi barbero, hombre que no es tonto, habla maravillas
de la cosecha» (n.º 535). Véase pág. 883, donde habla de «nuestra muy erudita
ignorancia de las cosas humanas». <<
—HILL <<
es otro el caballero— pasa revista a las diversas damas a las que propone matrimonio.
La señora descrita en este párrafo es «la bella y vivaracha Zelide», una holandesa
llamada en realidad Isabelle de Zuylen a la que había conocido durante su estancia en
Utrecht. Estaba traduciendo entonces su Crónica de Córcega al francés. El 24 de
marzo de 1768 escribió: «Es preciso que sea mía». El 26 de abril pidió a su padre
permiso para viajar a Holanda para verla. Pero el 14 de mayo reexpidió a Temple una
de las carta de la bella holandesa. «¿Podría —escribe enardecido— cualquier actriz,
cualquiera de las teatreras, atacarme con más punzante…, no sé qué palabra emplear,
no es furia, es algo más suave? El relámpago que destella con tal intensidad puede
abrasar. ¿Y no abrasa el esprit de la dama?» (Cartas, n.os 82, 87, 92). —HILL <<
El libro aún sería más entretenido si no fuera una réplica a las Cartas desde Italia de
Samuel Sharpe. Véase pág. 989. <<
Génova. En la gran rebelión encabezada por Paoli, los corsos habrían recobrado la
independencia de no ser porque Génova cedió la isla a la Corona de Francia. <<
Hombre. Por la mañana y por la tarde, en un mismo día, me han venido a visitar
David Hume y el señor Johnson. Sir John Pringle, el doctor Franklin y otros cenaron
hoy conmigo; el señor Johnson y el general Oglethorpe un día, el señor Garrick a
solas otro, David Hume y más literatos cenan conmigo la semana que viene. Ofrezco
cenas admirables, regadas con buen clarete, y en cuanto emprenda viaje, que será
dentro de nada, he de preparar mi carruaje. Esto sí es disfrutar al máximo mis
desvelos, presentándome como amigo de Paoli» (Cartas, n.º 92). <<
con gran excitación popular provocada por Wilkes. El doctor Franklin (Escritos, V,
pág. 122), en una carta del 16 de abril de 1768, describe las algazaras de Londres.
Había visto a la «chusma… exigiendo a caballeros y damas de todo rango y
condición, según pasaban en sus carruajes, que dieran vítores a favor de Wilkes y de
la libertad, a la vez que garabateaban estas mismas palabras con tiza en las
portezuelas de los coches… La semana pasada fui a Winchester y observé que en
quince millas a la redonda no había apenas una sola puerta o ventana cercana a la
carretera que no ostentara las mismas consignas, y así seguía siendo hasta la misma
Winchester». —HILL <<
sobre los peligros de la propiedad privada, quien sembró sus campos es común que
los haya cosechado, y quien construyó una casa fue dueño de su puerta; las molestias
causadas por las injusticias padecidas, o presuntamente padecidas por cualquier
particular, o por cualquier comunidad, han sido locales y pasajeras, no se han
extendido ni han durado mucho». Johnson, La falsa alarma, Obras, VI, pág. 170.
—HILL <<
rebajó a refutar lo que se hubiera escrito en su contra»; [véase pág. 288]. En su Vida de
Boerhaave Johnson dice: «Nunca le agriaron las calumnias y las detracciones, ni
pensó que fuera necesario refutarlas, “pues son sólo chispas… que, si no se aventan,
se apagan solas”». Swift concurre con esta actitud en sus versos Sobre la censura. <<
algunos que oficiosamente, o bien con insidia, azuzan su repugnancia, hacen hincapié
en sus desaires y estimulan su resentimiento» (Johnson, Vida de Pope, pág. 105).
—HILL <<
Francis Drake (Obras, VI, pág. 366). En Rasselas, cap. 11, considera esta misma
cuestión. Imlac se inclina a concluir que «si nada neutraliza las naturales
consecuencias del saber, más dichosos somos cuanto más amplio es el alcance de
nuestro entendimiento». Enumera entonces las ventajas que la civilización confiere a
los europeos. «Sin duda son felices —repuso el Príncipe— quienes gozan de todas
esas comodidades». «Los europeos —respondió Imlac— son menos infelices que
nosotros, aunque no son felices. La vida humana es en todas partes una condición en
la que mucho se debe soportar y poco se disfruta». En carta a la señora Thrale desde
la Isla de Skye, Johnson dice así: «El viajero atraviesa los páramos desiertos,
gratificado a veces, aunque sean pocas, con la visión de unas cuantas vacas, y muy de
vez en cuando halla un amontonamiento de piedras sueltas y de yerbajos en una
cavidad entre las rocas, donde un ser nacido con todas las capacidades que la
educación expande, y con todas esas sensaciones que la cultura refina, está
condenado a guarecerse del viento y la lluvia. Hay filósofos que tratan de inducirse a
creer que ésta es una vida de felicidad, aunque lo creen sólo cuando lo dicen, sin
haber tenido jamás una seria convicción». (Cartas, n.º 329). —HILL <<
filosóficas. Como este humor aún fuese a más en él, dio en llevar turbante en vez de
peluca, concluyendo con justicia que un vendaje de tela limpia era mucho más sano y
aseado que la redecilla de una peluca, que se ensucia con la perspiración frecuente»
(Spectator, n.º 576). <<
Pope, Imitaciones de los poetas ingleses Dorset, (Obras, XXXVI, pág. 6).
<<
de Rothes. <<
cinco actos redujo a tres. La idea de la cita es más bien la de «contigo, pan y cebolla».
<<
especulación sobre la vida del ser humano; es mucho el trabajo que le dedicó, y Pope
rara vez trabajó en vano… Los Caracteres de hombres, sin embargo, están escritos
con más profundo entendimiento, y encierran muchos pasajes de exquisita belleza…
En la parte dedicada a las mujeres se aprecian algunos defectos». Johnson, Vida de
Pope, pág. 368. <<
opinión que Boswell, ya que al escribir sobre la Zopenquíada dice que «el asunto en
sí mismo no tenía nada de mayor interés en general, ya que ¿a quién concierne saber
que tal o cual escritor era un zopenco?». <<
Julieta, acto II, escena 2. Pero era el suyo un dios con el que se tomaba grandes
libertades. Así, el 10 de enero de 1776 escribe: «Me he aventurado a montar Hamlet
con algunas alteraciones. Ha sido la mayor imprudencia de mi vida, pero es que me
había jurado que no abandonaría la escena hasta haber rescatado esa noble obra de
toda la escoria que comporta el quinto acto. La he montado sin el truco del enterrador
y sin el combate de esgrima. La alteración fue recibida con aprobación en general,
mucho más allá de mis expectativas». Garrick, Correspondencia, II, pág. 126. —HILL
<<
menudo que cualquier otro pasaje de la obra de Boswell. Casi con la misma
frecuencia la verdadera opinión de Johnson es objeto de malentendidos, aunque
bastarán unos pasajes de sus escritos para aclarar en qué consideración tenía a ambos
autores. En la Vida de Congreve, pág. 34, repite lo que dice aquí: «Si se me requiriese
escoger de todo el conjunto de la poesía en lengua inglesa el pasaje más poético, no
sé qué podría preferir a una de las exclamaciones de La novia enlutada»; sin
embargo, de esa misma obra dice: «Contiene más ajetreo que sentimiento; la trama es
alambicada, los sucesos se apoderan de la atención, pero salvo en muy contados
pasajes más bien nos divierte el ruido y nos deja perplejos la estratagema, en vez de
sentirnos así ante la plasmación de los caracteres». En su Prefacio a Shakespeare,
publicado cuatro años antes de que esta conversación tuviera lugar, prácticamente
responde a Garrick anticipándose a él. «Decíase de Eurípides que cada uno de sus
versos era un precepto; de Shakespeare se podría decir que de sus obras cabe extraer
todo un código de prudencia en lo social y lo económico. Y, sin embargo, su
verdadera fuerza no se aprecia en el esplendor de pasajes concretos, sino en el
desarrollo de su trama y el tenor de sus diálogos. Aquel que pretenda recomendarlo
mediante una selección de citas actuará como el pedante en Hierocles, que mientras
tuvo su casa en venta llevaba de muestra un ladrillo en el bolsillo» (Ed. Acantilado,
págs. 10-11). Ignorante, en efecto, es quien piense que Johnson era insensible al
«genio trascendente e ilimitado de Shakespeare» (Rambler, n.º 156). «Quien haya
leído a Shakespeare con atención tal vez hallará muy pocas novedades en el ancho y
poblado mundo» (dedicatoria del Shakespeare ilustrado de la señora Lennox).
«Quien no esté aún familiarizado con el talento de Shakespeare, y desee sentir el más
elevado placer que pueda proporcionar el teatro, que lea cada obra de la primera a la
última escena haciendo caso omiso de todos sus comentaristas. Cuando su atención
vuele alto, no permita rebajarse a la corrección o la aclaración de turno» (Ed.
Acantilado, págs. 99-100). Y al final del Prefacio cita a Dryden: «Shakespeare fue
entre todos los poetas modernos, y tal vez también entre los antiguos, quien tuvo un
alma más amplia y universal» (ibid., pág. 101). La señora Piozzi (Anécdotas, pág. 58)
dice que un día «le obligué a elegir entre la descripción de la noche que hace Young y
otras muy admiradas de Dryden y Shakespeare». Johnson terminó diciendo: «Young
lanza espumarajos, y burbujas, con mucho vigor a veces, pero no debemos comparar,
señora, el ruido que hace su tetera al hervir con el rugir de la mar océana». <<
la poésie, la peinture et la musique. C’est le livre le plus utile qu’on ait jamais écrit
sur ces matières chez aucune des nations de l’Europe» (Voltaire, Siècle de Louis XIV,
Œuvres, XIV, pág. 66).
Dominique Bouhours, 1628-1702. De su Manière de bien penser sur les ouvrages
d’esprit dice Voltaire que enseña a los jóvenes «à éviter l’enflure, l’obscurité, le
recherché, et le faux» (ibid., pág. 44). <<
ser antigua… Hay razones de peso para sospechar que la mayoría de sus donosuras
son de moderna creación, y que al menos éstas, si no todas, han manado de la pluma
de una dama que ha vivido en este siglo» (Reliquias, 1765, II, pág. 87). Se trata de
Elizabeth Halket, lady Wardlaw, fallecida en 1727. La balada fue impresa por vez
primera en 1719. <<
que tenía Cibber y dice que «sólo necesitaba la mitad, pues la otra mitad de lo que
decía eran juramentos». <<
ahorcados en Tyburn [en lo que hoy es prácticamente el mismo sitio en que se levanta
Marble Arch] por haber cometido robos en diligencias (Gent. Mag., vol. XXXIX, pág.
508). En El hipocondríaco (n.º 68, de la London Mag. de 1783, pág. 203), Boswell
vuelve a publicar una carta escrita el 26 de abril de 1768 al Public Advertiser, tras
presenciar la ejecución de un abogado llamado Gibbon y de un joven bandolero.
«Debo confesar que jamás me ausento de una pública ejecución… Al principio me
espeluznaba presenciarlas. Me causaban una intensa revulsión la piedad y el terror, y
pasaba luego varios días, y noches sobre todo, sumido en un ánimo penoso. No
obstante, insistí en asistir a las ejecuciones, y poco a poco menguó mi sensibilidad, de
modo que ahora puedo presenciarlas sin perder la compostura… Puedo explicar esta
curiosidad en términos filosóficos si considero que la muerte es el objeto más
espantoso que se presenta a la contemplación de cualquier hombre, de todo el que
dirija sus pensamientos con seriedad hacia el futuro… Por tanto, siento una apetencia
irrefrenable de estar presente en cualquier ejecución, ya que en ellas contemplo los
diversos efectos que causa la inminencia de la muerte». Sostiene que «la curiosidad
que impulsa a las personas a estar presentes en escenas tan estremecedoras es sin
duda prueba de su sensibilidad, no de indiferencia. Es de reseñar que la mayoría de
los asistentes son del género femenino». Boswell incluso indujo a sir Joshua
Reynolds a presenciar la ejecución de un antiguo criado de la señora Thrale. —HILL
<<
el que montó a resultas de una broma. Más que una nota al pie, ésta es una nota a la
pierna entera. <<
alejarla de un golpe, se vio cercado por tres matones. Echó a correr con mucho
miedo, pues era un hombre timorato. En la persecución, acuchilló a dos de sus
asaltantes con una pequeña navaja que llevaba en el bolsillo. Garrick y Beauclerk
dieron testimonio de que en el extranjero todo el mundo llevaba una navaja como ésa,
ya que en las posadas sólo se proporcionaba tenedor. “Cuando viaja usted al
extranjero, ¿lleva encima una navaja como ésta?”, preguntó el fiscal a Garrick. “Sí —
respondió—, pues de lo contrario me quedaría sin vituallas”». El doctor Johnson: sus
amigos y sus críticos, pág. 288. He extraído de las actas judiciales de 1769, pág. 431,
los siguientes testimonios sobre el carácter de Baretti: «SIR JOSHUA REYNOLDS:
Conozco al señor Baretti desde hace quince o dieciséis años. Es un hombre de una
gran humanidad, y muy activo en sus esfuerzos por ayudar a sus amigos. Es un
caballero de buen natural; que yo sepa, nunca ha tenido una trifulca. Es sobrio por
disposición… Este incidente se produjo en una noche de reunión de los reales
académicos. Esperábamos su asistencia, y preguntamos por él antes de saber lo
ocurrido». «DOCTOR JOHNSON: Creo que comencé a tratar al señor Baretti en el año 53
o 54. He tenido íntima amistad con él. Es un hombre de letras, muy estudioso y de
gran diligencia. Se gana la vida con sus estudios. No tengo motivos para pensar que
jamás le haya trastornado el licor. Es un hombre al que siempre he tenido por persona
apacible, y que me parece bastante timorato y nada bravucón». «PREGUNTA: ¿Tenía
adicción a tomar mujeres por la calle?». «DR. J.: Que yo sepa, nunca». «PREGUNTA:
¿Qué tal vista tiene?». «DR. J.: Ahora mismo no me ve, ni yo a él. No le creo capaz de
haber asaltado a nadie en plena calle sin mediar una grave provocación». «EDMUND
BURKE: Lo conozco desde hace tres o cuatro años; es un hombre ingenioso, de notable
humanidad, y de muy buen conformar en todo». «DAVID GARRICK: Nunca he conocido
a un hombre cuya benevolencia fuera más activa… Es hombre de gran probidad
moral». «DOCTOR GOLDSMITH: He tenido el honor de recibir al señor Baretti en mis
aposentos del Temple. Es un hombre sumamente humano, benévolo, pacífico».
También Fitzherbert y el doctor Hallifax prestaron testimonio. Es curioso que
Boswell no haga mención de Reynolds ni de Goldsmith entre los testigos. Los
avalistas de Baretti ante lord Mansfield fueron Burke, Garrick, Reynolds y
Fitzherbert. La señora Piozzi relata las siguientes anécdotas de Baretti: «Cuando
Johnson y Burke fueron a visitarlo a la cárcel de Newgate, poco consuelo pudieron
darle, y tampoco alimentaron mucho sus esperanzas. “¿Por qué, qué podría temer —
dijo Baretti colocándose entre ambos— quien sostiene dos manos como las que yo
sostengo?”. Un italiano fue a ver a Baretti, estando éste en Newgate acusado de
asesinato, y le pidió una carta de recomendación. “Mentecato —respondió Baretti
un viaje a las Hébridas, 5 de octubre. Goldsmith dijo en su día algo semejante: «No
es posible discutir con un hombre así, pues, al igual que el caballo del tártaro, si no
conquista a la carga, su coz por detrás resulta fatal» (Monthly Magazine, 1793, vol.
XXIV, pág. 261). «En cualquier discusión —escribió Reynolds—, no se tomaba la
molestia de andarse con circunlocuciones, sino que se oponía frontal y directamente a
su adversario. Peleaba con armas de toda clase, con comparaciones ridiculas, con
símiles, y cuando esto fallara recurría a la rudeza y al sesgo autoritario. Le parecía
imprescindible no salir vencido en la discusión. Tenía una virtud que me parece una
de las más difíciles de ejercer. Tras una acalorada disputa, caso de tener conocimiento
de que su adversario se había resentido de su rudeza, era el primero en buscar la
reconciliación… Es fácil creer que no buscaba la victoria con tal denuedo ante sus
íntimos, en conversaciones cara a cara en las que no hubiera testigos. De haberse
conducido con ellos igual que en público, sus amigos nunca habrían tenido el amor y
el afecto que todos sienten y profesan por su memoria» (Leslie y Taylor, Reynolds, II,
págs. 457, 462). <<
I. <<
de los suyos, lo escribió en nuestra casa entre las ocho de la noche de un miércoles y
las doce de la noche del jueves; se lo leímos al señor Thrale cuando volvió a hora
muy avanzada de la Cámara de los Comunes». Piozzi, Anécdotas, pág. 41. En cuanto
a El patriota, Johnson dice que se lo pidieron un viernes y estaba listo el sábado. <<
libro largo y tedioso que contiene sin embargo algunas anécdotas interesantes sobre
Johnson. Se consideraba maltratado por los editores, sobre todo cuando prescindieron
de él y optaron por Johnson para editar las Vidas de los poetas. Tuvo vivienda tanto
en Johnson’s Court como en Bolt Court, pero nunca vio con buenos ojos a su vecino.
Johnson, en su Vida de Waller (pág. 61), cita la vida que escribió Stockdale del poeta
y dice de él que fue «su último biógrafo ingenioso». D’Israeli, en Calamidades de los
autores, señala que «el librero Flexney se quejaba de que siempre que este poeta
acudía a la ciudad a él le costaba veinte libras. Stockdale le llevaba lo que deseaba, y
Flexney se encontraba con el artífice, pero nunca con la obra». —HILL <<
el año. El 14 de abril señala «espasmos estomacales que me han traído a mal traer
durante años, y que en los dos últimos me han acosado hasta casi sacarme de quicio».
Por Pascua, gracias a los potentes remedios aplicados, estaba mucho mejor. «Muchos
dolores tengo, aunque muchos tal vez tengan padecimientos mayores, faltos además
de alimentos, de calor, de cobijo, por más que mis cuitas se me antojen enojosas con
todas las comodidades que la riqueza y la bondad me permiten disfrutar». (Se hallaba
alojado en casa del señor Thrale). Plegarias y meditaciones, pág. 85. <<
locutas». [«Los libros de los pontífices y los añosos rollos de los vates»]. Horacio,
Epístolas, II, I, 26. El Monte Albano es equiparable al Parnaso griego. <<
preguntas, son los cometidos del erudito» (Rasselas, cap. 8). La señorita Burney
comenta una curiosa muestra de consulta por correo. La carta llegó «de las islas
Orcadas, y el franqueo costó al doctor Johnson un chelín y seis peniques». El autor de
la misma, un clérigo, dice que «faena a despecho de un peculiar infortunio, del cual
no atina a dar explicación, y es que si bien muy a menudo escribe cartas a sus amigos
y conocidos, rara vez tiene respuesta; encarece por tanto al doctor Johnson que lo
tome en consideración y le explique a qué extraña causa cabe atribuir tal cosa»
(madame d’Arblay, Diario, II, pág. 96). —HILL <<
horas de estudio, con curiosidad no satisfecha, pues ¿quién podría dar cuenta del
estudio ajeno? No es probable que Swift reconociera tales intimidades con sus
allegados, ni que diera una pormenorizada relación de sus ocios o sus negocios»
(Johnson, Vida de Swift, pág. 69). —HILL <<
artículo del código penal, si un papista posee un caballo que valga cincuenta, o
quinientas libras, un propietario protestante puede comprárselo pagando cinco».
—HILL <<
en el mar Caspio, con un diario de sus viajes de Londres a Rusia y Persia, en cuatro
volúmenes. En 1756 publicó un Diario de ocho días de viaje desde Portsmouth hasta
Kingston upon Thames, con pensamientos misceláneos, etc., al cual se añade un
ensayo sobre el té. <<
la razón por la cual no tradujo a Homero en verso blanco era que «más fácilmente lo
podía poner en verso rimado». «Señor —replicó Johnson—, cuando Pope dijo eso,
sabía que estaba mintiendo» (Stockdale, Memorias, II, pág. 44). En la Vida de
Somerville (pág. 8), Johnson dice que «si el verso blanco no es tumefacto y henchido,
es prosa que cojea». <<
terminó una vida —escribió en sus Memorias, I, pág. 289— cuyos últimos treinta
años dedicó honorablemente a cotejar las Sagradas Escrituras en hebreo». <<
entonces la Estimación de Brown, un libro que hoy sólo se recuerda en las alusiones
de Cowper [Charlas de sobremesa] y en las Cartas sobre una paz regicida, de Burke.
Fue leído y admirado universalmente. El autor convenció a sus lectores de que eran
un hatajo de cobardes y bribones, de que nada podría salvarlos, de que estaban a
punto de caer esclavos de sus enemigos, de que los ricos se merecían ese destino»
(Macaulay, Ensayos de historia, «Pitt», 1923, pág. 258). Brown escribió dos
tragedias, Barbarroja y Athelstan, que Garrick estrenó en Drury Lane. <<
podido hacerse con el dinero, podría haberlo contado» (pág. 68). En el British
Museum hay ejemplares de la primera edición tanto morigerados como en crudo.
—HILL <<
XVII, pág. 245-297). Gibbon, en una carta del 8 de febrero de 1772, dos días después
de la votación (Obras misceláneas, II, pág. 74), felicita a Holroyd «por la reciente
victoria de nuestra querida mamá, la Iglesia anglicana. El pasado jueves tuvo a 71
hijos rebeldes, que quisieron despreciar su voluntad aduciendo una locura pasajera,
pero encontró a 217 valiosos adalides encabezados por lord North, Burke y Charles
Fox, si bien reconocieron que las treinta y nueve cláusulas de su testamento eran
absurdas e irracionales, a pesar de lo cual respaldaron su validez con humor infinito.
Por cierto, Charles Fox se preparó para esa guerra santa pasando veintidós horas
dedicado al piadoso ejercicio del azar; su devoción le vino a costar sólo unas 500
libras a la hora; en total, unas 11 000». —HILL <<
1824, XVIII, pág. 83). Foote lo puso en solfa con el sobrenombre de «Pedro Párrafo»
en The Orators, la misma pieza en la que quiso poner en solfa a Johnson (véase pág.
553). «Faulkner se consoló, pendiente del juicio por difamación, pirateando el libelo
y vendiéndolo a su antojo» (Forster, Goldsmith, I, pág. 287). —HILL <<
así: «Buen número de amigos, como Johnson, Burke, Murphy y otros, cenaron en
casa de Garrick en Navidad de 1760. Foote estaba entonces en Dublín. En la mesa se
dijo que lo había azotado a fustazos un boticario por mofarse de él en la escena».
«Me pregunto —dijo Garrick— que pueda alguien tener tanto resentimiento contra
Foote… En Londres, nadie pensó jamás que valiera la pena reñir con él». «Yo me
alegro —apostilló Johnson— de que le vaya así de bien por el mundo». La anécdota
llegó a oídos de Foote, quien aseguró que iba a poner en solfa al Calibán de la
literatura. Informado de sus planes, Johnson avisó a Foote de que como el teatro tenía
por intención la reforma de los vicios, pasaría del palco al escenario y le corregiría en
público. Foote renunció a sus planes. No hubo malestar entre ambos. —HILL <<
moderado de una amable disciplina sobre sus discípulos», y añade de manera un tanto
superflua «el caveat de Grotius, a saber, que no se amplíe hasta el poder de causar la
muerte». —CROKER <<
el 22 de mayo de 1775: «Harry Dundas va a ser nombrado abogado del Rey… ¡Lord
abogado del Rey a los treinta y tres años! No puedo por menos que montar en cólera
y sentir cierto temor. No cabe duda de que tiene grandes facultades, pero es un perro
sin adiestrar, analfabeto, hosco» (Cartas, n.º 142, I, pág. 225). Walpole dice que es
«el más apestoso de los escoceses, aborrecible además por el sanguinario discurso
que le valió el sobrenombre de “Hambruna”» (Memorias del reinado de Jorge III, II,
pág. 479). Y añade: «El término hambruna [starvation], de feliz acuñación, libró a
todo un continente de las harpías del norte que se habían propuesto devorarlo». <<
platónico y, para Johnson, visionario. A menudo lo citaba antes de echarse a reír: «En
la consumación de todas las cosas ha de darse el caso de que la eternidad estreche la
mano de la opacidad» (Hawkins, Johnson, pág. 543). <<
que la ha escrito Goldsmith hace poco, y es un hombre de capacidad tan variada, con
tan feliz resolución que siempre parecía el mejor en lo que estuviera haciendo… Lo
que ya está contado, ¿quién querrá contarlo de nuevo? He hecho un resumen de su
larga crónica, y me alegro de que ello me preste ocasión de rendir homenaje a la
memoria de Goldsmith» (Johnson, Vida de Parnell, págs. I, 2). —HILL <<
fais cent mécontents et un ingrat» (Voltaire, Siècle de Louis XIV, cap. 26). «Cuando
otorgo un puesto —dijo Luis XIV—, a cien dejo descontentos y a uno ingrato»
(Johnson, Vida de Swift, pág. 51). Sobre esta idea diserta Johnson en Rasselas, cap.
27. <<
sigue siendo el edificio más bello de toda Inglaterra». Dos meses antes de que
Johnson lo visitara, Gibbon señala que «el Panteón, en cuanto al tedio y la
magnificencia, es la maravilla del siglo XVIII y del Imperio Británico» (Miscelánea, II,
pág. 74). Evelina, en la novela de la señorita Burney, compara el Panteón con
Ranelagh: «Me asombró mucho la belleza del edificio, muy superior a todo lo que
había imaginado. Sin embargo, tiene más la apariencia de una capilla que de un
templo de la diversión, y aunque me encantó la magnificencia de la sala, me pareció
que allí no me sentiría tan contenta y despreocupada como en Ranelagh, pues hay allí
algo que mueve a la reverencia y la solemnidad, más que al alborozo y al placer».
Ranelagh estaba en Chelsea, el Panteón en Oxford Street. Se inauguró en enero de
este año. <<
superior en el condado de York». La hija de ambos fue una de las jóvenes a las que
Boswell pasa revista en sus cartas a Temple con intenciones casaderas, «pero me
temo que, como mi suerte no está echada en Escocia, esa belleza no se dará por
contenta. Además, es de talante grave. Veremos» (Cartas, n.º 56). La dama casó con
sir A. Macdonald, el poco hospitalario huésped de Johnson en la Isla de Skye (Diario
de un viaje a las Hébridas, 2 de septiembre). <<
máximo’. <<
Reynolds— que su desagrado ante quien fuera rara vez le incitaba a decir más que tal
o cual individuo era un majadero o, a lo sumo, un mentecato» (Croker, Boswell, V,
pág. 394). También Goldsmith llamó mentecato a Sterne; no se equivoca Forster
(Vida de Goldsmith, I, pág. 260) al decir que este pasaje de El ciudadano del mundo
hace alusión al autor de Tristram Shandy: «En Inglaterra, si un mentecato
deslenguado se hace sitio en la comunidad, hace reír a carcajadas a todos los
presentes; no escapará del oprobio así que busque refugio en la nobleza». —HILL <<
veras enojado conmigo más que una sola vez. Aludí… a un ingenioso pasaje de Tom
Jones, a lo cual repuso: “Me pasma oírle a usted citar un libro tan pernicioso.
Lamento que lo haya leído: es la suya una confesión que ninguna dama modesta
debiera hacer jamás. No conozco yo una obra tan corrupta como ésa.” (…) Llegó al
extremo de negarle a Fielding el gran talento que se le atribuye, y estalló en un
panegírico de su gran competidor [en el arte de la novela], Richardson, del cual dijo
que era muy superior por talento y por virtud, y al cual llamó el mayor de los genios
que se había hecho un sitio con luz propia por esa senda de la literatura». Sin
embargo, en su prefacio a Evelina, la señorita Burney se manifiesta «entusiasmada
con el ingenio de Fielding y el humor de Smollett». Resulta extraño que si Johnson
condenaba a Fielding, hubiera revisado el epitafio de Smollett «con dedicación
ardiente y honradez liberal» (al decir de Boswell, en el Diario de un viaje a las
Hébridas). Macaulay, en su Discurso sobre el derecho de propiedad intelectual
(Discursos, 1854, pág. 241), dijo de las novelas de Richardson que «ningún otro
escritor ha hecho tanto por enaltecer la fama del genio inglés en tierras extranjeras.
Nadie escribe con tanto patetismo. Nadie, salvo Shakespeare, manifiesta un
conocimiento más profundo del corazón humano». Walpole (Cartas, VI, pág. 163)
dijo de Richardson que «escribía lamentos [refiriéndose a Clarissa y a Sir Charles
Grandison] que son retratos de la vida de buen tono tal como los concebiría un
librero, y romances tal como los espiritualizaría un predicador metodista». Lord
Chesterfield tampoco tenía en gran estima a Richardson. No deja de ser curioso que
Hill silencie una nota de Burney, en la que éste atribuye la severidad de Johnson
hacia Fielding no a su estilo, sino a su vida licenciosa, y al libertinaje de sus
personajes masculinos. Sus novelas, así pues, eran entretenimiento apto para
hombres, no para mujeres. <<
pág. 4. [«Desear y rechazar las mismas cosas, en eso consiste la verdadera amistad»].
<<
n.º 230, sitúa a Osborne junto con otros autores que «siendo hombres de la corte
afectan las frases de moda, y a menudo o no se les entiende o parecen ridículos».
—HILL <<
Croker; en la primera edición, en vez de los asteriscos aparecen «el moralista» y «el
historiador». —HILL <<
ilegales». <<
336. <<
En las Cartas de Chesterfield, II, pág. 107, el amante «se prosterna», y el último verso
dice así: «Pero se rebaja para la conquista, y se arrodilla para erguirse». —HILL <<
la Cámara de los Comunes el 25 de marzo fue rechazada por los lores el 2 de abril.
<<
escrito según se cree por Kenrick (pág. 461), fue publicado por Evans en el London
Racket. Goldsmith, convencido de que era Evans el autor, le asestó un bastonazo. El
golpe le fue devuelto; Evans era un hombretón fuerte. Denunció «a Goldsmith por la
agresión, aunque consintió alcanzar un compromiso con tal de que éste pagara
cincuenta libras a una obra de caridad en Gales… Los periódicos vilipendiaron al
poeta, sin entrar ninguno en la cuestión que realmente estaba en liza» (Forster,
Goldsmith, II, págs. 347-351). —HILL <<
Dalrymple: «Con hondo y noble silencio, con larga y clara mirada, en la que
expresaron afecto y respeto no contaminados por la pasión, lord y lady Russell se
despidieron para siempre; grandioso él en este último acto de su vida, aunque más
grandiosa fuera ella». <<
estaba la Cámara de los Comunes», dice Walpole, y añade (Cartas, I, pág. 308) que
«Pope ha mencionado su serrallo y el de otro embajador en sus Imitaciones de
Horacio». <<
rigurosa exactitud, a duras penas podrá creer cuánto se benefician unas pocas horas
de tanta certeza en el conocimiento, de tanta precisión en las imágenes… A esta idea
dilatoria hay que imputar los relatos falseados de los viajeros, allí donde no se colige
que medie razón para el engaño. Fían a la memoria lo que sólo al ojo cabe fiar con
tino, y cuentan al buen tuntún lo que pocas horas antes sabían con total certeza».
Johnson, Viaje a las islas occidentales, 1924, pág. 133. <<
<<
intento por resultar entretenido consistió en exhibir un dibujo tan grosero e indecente
que ni siquiera habría sido de recibo en un burdel» (Johnson, Miscelánea, vol. II, pág.
320. Ed. de G. Birbeck Hill, Oxford, Clarendon Press, 1907). <<
Reynolds. <<
matrimonio con… la señora Horton, contraído el año anterior; pero a raíz de que el
Duque de Gloucester reconociera su matrimonio con… lady Waldegrave, la
indignación del Rey halló salida en la Ley de Reales Matrimonios, a la cual se
opusieron acaloradamente los whigs, por considerarla un edicto tirano… Goldsmith
(tal vez pensando en beneficiar a Burke) contribuyó a que perdiera popularidad. “Nos
iremos a Francia —dice Hastings a la señorita Neville— porque allí, incluso entre
esclavos, las leyes matrimoniales se respetan”. Dicho esto en la noche del estreno,
suscitó vítores del público asistente… dirigidos al Duque de Gloucester, que estaba
en un palco» (Forster, Goldsmith, II, pág. 358). Véase pág. 616. —HILL <<
azotando al Coro y al Euro, castigo que nunca sufrieron en la cárcel de Éolo, aquel
que con cepos sujetara al mismísimo Enosigeo!» Juvenal, Sátiras, 10, 179-182. <<
Johnson más de una vez vituperó en Streatham. Véase pág. 1476, y Diario de
madame d’Arblay, II, pág. 46. <<
año. <<
La adulación está contenida en un parlamento de don Juan, acto V, escena 3: «Sí, pero
cuando peor están las cosas suelen arreglarse. El ejemplo lo es todo… Y el bello sexo
sin duda irá a mejor, siempre que la más grande sea la mejor mujer del reino». —HILL
<<
<<
parte, caps. 12 y 13). Jack, que es el que se ahorca, es el menor de los tres hermanos
que aparecen en el Cuento de una barrica. Jack se deja convencer a regañadientes por
el argumento de Habbakkuk: para salvar la vida, ha de proceder a ahorcarse. Se le
prometió que sir Roger, antes de que la cuerda le atenazara el cuello, aparecería para
rescatarlo. <<
volumen de Decadencia y caída data de tres años después. Addison había escrito en
1716 (Freeholder, n.º 35) que «nuestro país, que ha dado escritores de primera fila en
toda suerte de géneros, es muy yermo en materia de historia». Johnson, en 1751,
repite la observación en el Rambler, n.º 122. Bolingbroke escribió en 1735 (Study
Hist., 1752) que «nuestra nación cuenta con material para la historia tan amplia e
importante, tan buena y tan mala como la que más, si bien ha de ceder la palma en el
género de la historia a italianos y franceses, y mucho me temo que también a los
alemanes». —HILL <<
descargar balas de mosquete con una ballesta contra las dos cabezas que aún quedan
en Temple Bar». Eran las cabezas de los rebeldes escoceses ejecutados en 1746.
—HILL
Samuel Rogers, que falleció en 1855, decía refiriéndose a sus años mozos que «bien
recuerdo yo una de las cabezas de los rebeldes, puestas en una pica en Temple Bar»
(Rogers, Charlas de sobremesa, pág. 2). <<
cual preguntó qué le parecía el Progreso del peregrino. La niña repuso que no lo
había leído. “¡No puede ser! —replicó el doctor—. Entonces, no doy por ti ni un
penique”. Y la dejó en el suelo y no le hizo más caso» (Croker, Boswell, pág. 838).
La señora Piozzi (Anécdotas, pág. 281) dice que Johnson una vez hizo esta pregunta:
«¿Hay alguna obra que el hombre haya escrito, y que cualquier lector deseara que
fuese más larga, además de Don Quijote, Robinson Crusoe y el Progreso del
peregrino?» <<
sin tomar parte en ella. En la encomienda que hizo a Boswell, es muy probable que
resaltase que todo lo que se dijera en el club no debía decirse fuera. Boswell sólo da
breves apuntes sobre las conversaciones habidas en el seno del club, y casi nunca
abiertamente. —HILL <<
de la siguiente estación con los mismos mimbres y el mismo arte que en cualquier
año posterior; la hembra guarece y alimenta la primera nidada con toda la prudencia
que llegará a tener». <<
agosto. <<
eclesiásticos del siglo V, que poseían una visión más clara de la prosperidad o
adversidad de que gozó la Iglesia desde los tiempos de Nerón a los de Diocleciano. El
ingenioso paralelismo de las diez plagas egipcíacas y las diez trompetas del
Apocalipsis fue sin duda lo que les sugirió este cálculo» (Gibbon, Decadencia y
caída, cap. XVI). <<
en demasía. La admirable jocosidad que aquí describe aparece muy rara vez en sus
páginas, aunque a buen seguro que con frecuencia se mostró en parecidas
«exhibiciones absurdas». Hawkins (Vida, pág. 258) dice que «en el talento que para
el humor se precisa casi nunca tuvo Johnson parangón, exceptuando quizá a los
comediantes de antaño». Murphy (Vida, pág. 139) escribe que «a Johnson le
sorprendió que se le dijera, aunque no cabe duda de que es cierto, que así como el
gran poder de su intelecto, el ingenio y el humor eran sus talentos de más brillo». La
señora Piozzi lo confirma, y añade (Anécdotas, pág. 298) que era un bufón
incomparable: «Reía con gusto ante cualquier rasgo de humor genuino, ante cualquier
salida repentina de absurda extrañeza, tan libremente y tan de buena gana como no he
visto yo a nadie; aunque la chanza fuera a menudo tal como pocos además de él
sabían captar, su risa era irresistible, y producía de inmediato la de los presentes, no
sólo por la idea de que fuera adecuado reírse cuando él riera, sino por pura
incapacidad de contenerse». Fanny Burney registra que «el doctor Johnson es más
divertido, y tiene más humor y comicidad, y disfruta de las tonterías, más que nadie
que yo conozca» (Diario, I, pág. 204). Boswell aporta su grano de arena en este
sentido: véase pág. 1832. <<
Inglaterra trataron de procurarle una provisión permanente, más allá de los muy
modestos emolumentos que percibía por su profesión. Poco antes de que escribiera
Johnson, Beattie tuvo conocimiento particular de que iba a recibir una pensión de 200
libras al año. Al saberlo, Johnson dio una palmada y anunció: «Me alegro». —HILL
<<
mucho tiempo conocido con el título de «el Sassenach More», que significa ‘el Gran
Inglés’. —WALTER SCOTT <<
prefacio a la tercera, Boswell habla de las dos primeras, de las que señala que se
hicieron «largas tiradas». No extrañará al lector hallarse de pronto ante la mayor
elipsis que ha de verse en toda la Vida del doctor Johnson: Boswell, con buen
criterio, remite a su Diario para colmar esta laguna, y el Diario es en gran medida un
anticipo de la Vida misma. De hecho, de los seis volúmenes de que consta la Vida en
la edición de George Birkbeck Hill (1887), o en esta misma edición, pero revisada
por L. F. Powell, que es la canónica (1934-1950), es de reseñar que si el volumen VI
comprende solamente los índices, el volumen V recoge el Diario de un viaje a las
Hébridas, del que no existe edición en castellano. <<
la decisión citada… una cantidad de casi 200 000 libras que ayer se compraba
honestamente en público, y que se consideraba de propiedad limitada, hoy se ha
reducido a nada… Los libreros ingleses no tienen de cara al futuro mayor seguridad
en sus adquisiciones literarias, al margen del estatuto del octavo de la reina Ana, que
garantiza al librero una propiedad exclusiva de la obra durante catorce años, al cabo
de los cuales revierte de nuevo al autor por espacio de otros catorce». Ann. Reg.,
1774, XVII, 1, pág. 95. —HILL <<
Steevens, impresa por el señor H. Murdock en Proc. Massachusetts Hist. Soc., marzo
de 1919, pág. 150: «¿Conoce usted a un caballero que se llama Gibbon, al cual
propuso el doctor Goldsmith, y que fue vetado la misma noche en que se dio el visto
bueno a su candidatura?». —HILL <<
doctor Johnson nunca respondió a más de tres de mis cartas, aunque hizo acuse de
recibo en numerosas ocasiones para referirme lo que le viniera en gana». <<
Joshua comentaron con bastante libertad algunas facetas de sus obras, en las cuales, a
su entender, no se manifestaba ni talento ni originalidad. A esto, el doctor Johnson
atendió con su actitud de costumbre, farfullando entre dientes, durante un buen rato;
cuando al cabo se le agotó la paciencia, se puso en pie con gran dignidad, los miró de
hito en hito y exclamó: “Si sólo se tolerase insultar al pobre Goldy, a quienes fueran
capaces de escribir igual de bien que él, qué pocos censores tendría”» (Northcote,
Reynolds, I, pág. 327). A Goldsmith bien se le podría aplicar lo que escribió Johnson
sobre Savage (Vida de Savage, pág. 343): «La vanidad a buen seguro podrá
perdonarse en aquel al que no dio la vida más consuelo que los yermos elogios y la
conciencia clara de merecerlos. No son jueces apropiados de esta conducta quienes
hayan pasado el tiempo adormilados en el seno de la abundancia; no presumirá
ningún sabio de decir que “de haber estado yo en el pellejo de Savage, nunca habría
vivido ni habría escrito mejor que él”». —HILL <<
D’Israeli (Curiosities of Literature, ed. 1859, III, pág. 496) dice que «Oldys [pág. 22]
siempre afirmó ser el autor de la conocida cantinela que dice “Ajetreada, etc.”, y
como siempre fue un riguroso amante de la verdad no pongo en duda que fuera
suya… He hallado esta canción popular en media docena de colecciones que datan
más o menos de 1740, primera fecha en que la encuentro». —HILL <<
estés, camina con reverencia allí donde el letrado polvo de Goldsmith se encuentre. Si
naturaleza y la página de historia, si la dulce musa tus cuitas reclama, lamenta su
muerte, pues su poderoso intelecto variadas energías supo combinar». <<
confundirlo con sir John Dalrymple, de quien se habla en pág. 673. <<
«En la falda del Snowdon se hallan los restos de un fuerte de gran tamaño, al que
llegamos con gran esfuerzo. Estaba yo sin resuello, atosigado» (Viaje al norte de
Gales, 26 de agosto; Vida de Johnson, ed. de G. Birkbeck Hill, V, pág. 451). <<
una de las notas agregadas a su Colección de antigua poesía escocesa dice que «sin
duda, la autenticidad de esos poemas es un refinamiento del escepticismo». —J.
BLAKEWAY <<
una pasión generalizada…, en gran medida hay que adscribirlo a los sarcasmos de
Johnson» (Croker, Correspondencia, II, pág. 34). —HILL <<
Walpole: «Macpherson, el “osianista”, tenía una pensión real de 600 libras al año
para supervisar lo que se publicaba en los periódicos… e insertaba las mentiras que le
venían en gana, a la par que impedía que se imprimiese todo lo que le disgustara»
(Memorias del reinado de Jorge III, II, págs. 17 y 483). —HILL <<
del doctor Samuel Johnson, es obra del reverendo Donald M’Nicol, presbítero de
Lismore, condado de Argyle. Al hablar de «otro escocés», Boswell se refiere a
Macpherson. Que éste participara o no en el libro de M’Nicol es objeto de amplias
disquisiciones en la edición del Viaje preparada por Chapman. <<
millas por Escocia, y no he visto un solo árbol más joven que yo». Viaje, pág. 18. <<
Grantham y Londres, ya que desde esa ciudad del condado de Lincoln escribió a
Temple el 18 de marzo en estos términos: «Por lo que atañe a la cuestión de América,
la verdad es que no la he estudiado a fondo. Es posible que sea demasiado para mí;
tal vez soy demasiado indolente, o frívolo. Por lo poco que he aprendido a través de
los periódicos, he pasado por distintos pareceres. Reconozco de buen grado que soy
un tory, un amante del poder de la monarquía, y no veo con buenos ojos las
demasiadas libertades del pueblo. Pero no tengo muy claro que las colonias sean del
todo súbditos nuestros» (Cartas, n.º 136, I). Cuatro años más tarde escribe así al
mismo corresponsal: «Debo decirle con toda sinceridad que, a mi entender, no debe
romperse la cabeza con especulaciones políticas, o no más de lo que yo lo hago.
Ninguno de los dos somos aptos para esa clase de trabajo intelectual» (n.º 193, II). <<
antes. <<
cada veinte años». Según sus cálculos, entonces rondaba un millón de habitantes.
Johnson hace referencia a ello en este otro pasaje: «Se nos dice que el continente de
Norteamérica tiene tres millones no sólo de hombres, sino de whigs, de whigs feroces
por lograr la libertad, desdeñosos del dominio de la metrópolis, y que se multiplican
con la fecundidad de sus propias serpientes de cascabel, de modo que se duplican
cada cinco lustros». <<
feliz libertad que con un pío monarca». El volumen se publicó en 1776. El ejemplar
conservado en la biblioteca de Pembroke College, en Oxford, ostenta una inscripción
de puño y letra de Johnson: «A sir Joshua Reynolds, del autor». En la portadilla, sir
Joshua escribió su nombre. —HILL <<
las citas tomadas de Los viajes de Gulliver. Dio el mismo trato a Clarissa, The Faerie
Queene, Hudibras y otras obras. <<
bien percibí rasgos elegantes en esa tragedia, nunca logré apreciarla de veras; su
autor, me parecía, había corrompido su gusto mediante burda imitación de
Shakespeare, a quien le habría bastado admirar» (J. H. Burton, Hume, I, pág. 392).
Acerca de Douglas dijo: «Estoy persuadido de que será tenida por la mejor tragedia
escrita en nuestra lengua, y por parte de los críticos franceses será considerada la
única» (ibid., II, pág. 17). Es posible que Hume la admirase tanto más por haberla
escrita «un homónimo mío». Home se pronuncia igual que Hume. <<
cosechó un gran éxito. La tercera era costumbre dedicar los beneficios al autor.
Entretanto, se supo que era clérigo. La obra fue considerada una profanación del
carácter clerical, y a raíz de esta oposición la tercera noche no rindió dividendos. Fue
Whyte quien sugirió que, a modo de consuelo, Sheridan hiciera entrega de una
medalla a Home. La inscripción reza que «enriqueció la escena con una tragedia
perfecta». —HILL <<
volitare per ora». [«Nuevas vías he de probar para enaltecer mi nombre humillado y
dar alas a mi vuelo hacia la fama»]. Virgilio, Geórgicas, III, pág. 9. <<
Escribe Walpole que Chesterfield vivió desde el momento de jubilarse, en 1748,
«en la taberna de White, jugando y diciendo agudezas sobre los chicos de más
mérito… Tan acostumbrado estaba a ver que la gente riese con cualquier cosa que
dijera, que le decepcionaba ver que nadie sonreía antes de ver qué iba a decir»
(Memorias del reinado de Jorge III, I, pág. 44). «Chesterfield fue a la vez el orador
más distinguido de la Cámara Alta y el soberano indiscutible del ingenio y la moda»
(Macaulay, Vida, I, pág. 325). —HILL
como «una patriota que llora a voz en cuello las desdichas de sus amigos y
conciudadanos». La señora Piozzi está de acuerdo (edición de 1816). <<
Miller] celebran un Parnaso todos los jueves, en el que entonan poemas y fijan
asuntos para que toda la alta sociedad de Bath contienda por un premio. Una vasija
romana, adornada con lazos rosas y mirtilo, alberga los poemas concursantes; seis
jueces de estos juegos olímpicos seleccionan los más brillantes, y los galardonados se
arrodillan en señal de reconocimiento ante la señora Calliope Miller, a quien besan la
mano antes de ser coronados con mirtilo y qué sé yo qué más». —HILL <<
Londres sea Bath Easton un hazmerreír, aquí no hay nada de mejor tono que visitar a
lady Miller? Es una señora rechoncha, más bien gruesa más, de aspecto tosco, unos
cuarenta años de edad, que sólo aspira a parecer una dama elegante y a la moda,
aunque sus mayores éxitos los cosecha como mujer muy ordinaria, bien que bien
vestida». Madame d’Arblay, Diario, I, pág. 364. <<
Duquesa de Northumberland con sus propias manos» (Walpole, Cartas, VI, pág.
171). «Era un jovial montón de contradicciones… Tenía trato familiar con la chusma,
pese a ir asfixiada por los diamantes del collar, y atendía con esmero a los privilegios
de su rango, si bien era capaz de estrechar la mano de un zapatero» (Walpole,
Memorias del reinado de Jorge III, I, pág. 419). <<
primeros años, Johnson rara vez acudió a las sesiones, y que Boswell no estuvo
presente en más de siete u ocho ocasiones. Conviene observar, apunta, que pocas
veces registra Boswell las conversaciones en el club. Salvo en un caso (págs. 1177 y
ss.), afirma, Boswell limita sus crónicas a lo que dijeran Johnson o él mismo. No es
estrictamente cierto, como se ve en su crónica de la cena recogida arriba, donde
hallamos comentarios de Beauclerk y Gibbon. Además de ésta, Boswell menciona
siete reuniones. De todas ellas, salvo de la última, queda recogida su crónica, aunque
sea breve. Cuando Johnson no estaba presente, Boswell no recoge nada en su libro.
<<
siempre está por ser dichoso» (Ensayo sobre el hombre, I, pág. 95). <<
Johnson: «Dice La Bruyère en Los caracteres que venimos al mundo demasiado tarde
para producir nada nuevo, que la Naturaleza y la vida están de antemano ocupadas,
que la descripción y el sentimiento hace mucho se agotaron» (The Rambler, n.º 143).
Asimismo, «alguna ventaja debían de tener los antiguos sólo por haberse adelantado,
lo cual les da la posesión de los sentimientos más naturales, y a nosotros nos deja sólo
la servil repetición o la presunción forzada» (n.º 169). «Mis antecesores… tuvieron
ante sí el campo entero de la vida, sin hollar y sin examinar. Toda clase de personajes
les salían al paso, y los de crecimiento más exuberante o los de colores más
conspicuos fueron cosechados por obra de la primera hoz. Los que seguimos nos
vemos obligados a rebuscar en rincones desatendidos» (The Idler, n.º 3). «… Los
primeros escritores se apoderaron de los asuntos más atractivos para sus
descripciones y de los acontecimientos más verosímiles para sus ficciones, y no
dejaron nada a los que les sucedieron…» (Rasselas, cap. 10). Años más tarde
escribió: «Todo lo que le pase al hombre ha pasado tantas veces que poco queda que
contar o inventar» (Vida de Dryden, pág. 231). <<
moral, y es por tanto probable que no sea provechosa, aunque tampoco es de recibo
imaginar, sin más especulación de lo que la vida misma requiere o admite, que sea la
causante de muchos males. Los bandoleros y los desvalijadores rara vez acuden a los
teatros, ni se mezclan en las diversiones de buen tono; tampoco es posible dar en
suponer que alguien pueda robar con impunidad por haber visto que a Macheath se le
perdona en escena» (Vida de Gay, pág. 22). Sir John Fielding y sir John Hawkins,
magistrados los dos, informan de que la obra había causado un claro incremento de la
delincuencia. <<
Swift]. Se la mostramos a Congreve, quien (…) dijo que “o cosecha un gran triunfo,
o una condena monumental”. Todos estuvimos en el estreno con gran incertidumbre,
hasta que alguien oyó decir al Duque de Argyle: “Triunfará, tiene que triunfar. ¡Lo
veo en los ojos de la gente!”. Fue mucho antes de que terminara el primer acto, y
pronto nos tranquilizó, pues el Duque (…) tiene la especial facultad, más que nadie
que yo sepa, de descubrir cuál es el gusto del público. Como de costumbre, no se
equivocó; el buen natural del público asistente se fue manifestando con fuerza en
cada nuevo acto, que concluyó con el clamor de los aplausos» (Spence, Anécdotas,
pág. 159). —HILL <<
usurpación leyeron Hudibras embelesados, pues cada uno de sus versos les devolvía
a la memoria algo ya conocido, y gratificaba su resentimiento mediante la justa y
ponderada censura de algo que odiaban. Sin embargo, ese libro que en su día citaban
los príncipes y que daba tema de conversación en todas las reuniones de los cultos e
ingeniosos, hoy rara vez se menciona, y quienes afectan conocerlo rara vez lo han
leído» (Idler, n.º 59).
Hudibras es un poema épico burlesco, obra de Samuel Butler, publicado en tres
partes (1663, 1664 y 1678), que arremete en clave de sátira contra los partidarios de
la democracia parlamentaria, los puritanos y los presbiterianos, así como otras
facciones enemigas de la monarquía durante la guerra civil librada en Gran Bretaña
quince años antes. Publicado en la restauración de Carlos II al trono, encontró un
público afín a sus diatribas y parodias, también crueles con la poesía de la época. <<
Cervantes a dar con su héroe en la tumba, “para mí solo nació don Quijote, y yo para
él”, llevó a declarar a Addison, con indebida vehemencia en la expresión, que él
mataría asimismo a sir Roger, pues era de la opinión de que habían nacido el uno para
el otro, y que en manos de un tercero saldría mal parado». —HILL <<
«para satisfacer la curiosidad de un amigo que reside en el campo, hace unas cuantas
semanas lo acompañé a Bedlam (…) Fue durante la semana de Pascua (…) Con gran
sorpresa, descubrí allí al menos a 400 personas que, tras pagar los dos peniques de la
entrada, disfrutaban yendo a su antojo por salas y pasillos, armando follón, riéndose
de los desdichados internos… Vi a los espectadores reír a carcajadas ante los
desvaríos que habían ocasionado». Abundan los testimonios de la época a propósito
de las numerosas visitas que se hacían a este manicomio, al extremo de ser una de las
atracciones turísticas más concurridas de la capital. <<
«Me causa un dolor agudo no haberle escrito más desde que nos despedimos. Pero he
sido como un esquife en alta mar, zarandeado por multitud de olas. Me encuentro
ahora en la villa del señor Thrale en Streatham, un lugar delicioso. También se halla
aquí el doctor Johnson. Vine ayer a cenar, y esta mañana el doctor Johnson y yo
regresamos a Londres, e iré con el señor Beauclerk a ver su elegante villa y
biblioteca, cuyo valor es de 3000 libras, en Muswell Hill… para regresar a la hora de
la cena. Espero que se nos sume el doctor Johnson. Me encuentro en un estado de
ánimo tan disipado que me resulta imposible escribir. Al menos, eso imagino. Pero si
bien resplandezco de alborozo, siento amistad por usted; quizá, siento admiración por
algunas de sus cualidades, y tan fuerte como pueda imaginar. Amigo mío, cultivemos
ese mutuo respeto que, tal como ha durado hasta ahora, tengo fundada esperanza de
que nunca nos falle… El pasado sábado cené con John Wilkes y con su hija y nadie
más en Mansion-House. Fue una escena sumamente placentera. Ese día había
desayunado con el doctor Johnson. Tomé el té con la nuera de lord Bute, y almorcé
con la señorita Bosville. ¡Cuánta variedad! El señor Johnson vino conmigo a la villa
de Beauclerk, pues éste se encontraba indispuesto. Es una delicia. Posee una de las
bibliotecas privadas más espléndidas y mejor surtidas que he visto jamás.
Invernaderos, observatorio, laboratorio de experimentos químicos…, todo es
principesco en su mansión. Cenamos con él en su casa de los Adelphi… He
prometido al doctor Johnson aplicarme en la lectura cuando llegue a Escocia y llevar
la cuenta de lo que lea. Le diré cómo me va. Es preciso que dé buena nutrición a mi
intelecto» (Cartas, n.º 141). <<
con una expresión de alborozo. Resistía con terquedad toda acometida de la risa»
(Johnson, Vida de Swift, pág. 122). Tampoco reía Pope. Lord Chesterfield (Cartas, I,
pág. 269) dice así: «Qué cosa ruin e inapropiada es la risa… Tengo la certeza que,
desde que tengo uso de razón, nadie me ha oído reír nunca». La señora Piozzi deja
dicho (Anécdotas, pág. 298) que «Johnson decía a veces que el tamaño del
entendimiento que posea un hombre podría siempre medirse con justeza por su
regocijo». Hannah More, en 1776, comenta que «Johnson y Garrick dieron comienzo
a la charla contando historias suyas de antaño, incluso de sus tiempos mozos en
Lichfield. Todos permanecimos en derredor durante más de una hora, riéndonos y
desafiando así todas las normas del decoro y de lord Chesterfield» (Memorias, I, pág.
70). <<
mueren de hambre, y nada puedo hacer por ellos» (Cartas, n.º 393). El 1 de abril de
1776 escribió: «El pobre Peyton ha fallecido esta mañana. Es probable que durante
muchos años, pues padeció toda clase de penurias mientras cuidaba en el lecho a una
esposa no sólo impedida, sino casi del todo inmóvil, se viera condenado por la
pobreza a la caridad ajena, y estuviera por tanto encadenado a la pobreza; es
probable, así pues, que durante muchos años pensara en lo liviano que habría de ser
su paso por la vida sin semejante carga… Por fin falleció su esposa, y antes de que
fuese enterrada contrajo él unas fiebres y es ahora cuando le toca el turno de irse a la
tumba. Tales injusticias, si sobrevienen a aquellos de quienes muchas miradas están
pendientes, dan pie a historias y tragedias; muchas lágrimas se han derramado por el
padecimiento y mucho asombro ha suscitado la fortaleza de espíritu de aquellos que
no sufrieron mucho más que Peyton» (n.º 467). En una nota al margen de la primera
carta, Baretti escribió que «Peyton era un imbécil y un borrachín. Nunca he visto a un
individuo tan nauseabundo». Claro que Baretti era un juez inmisericorde. —HILL <<
inferior, de modo que se podía servir y retirar una comida sin la presencia de los
criados. La ideó Luis XV para favorecer en sus estancias la presencia de madame du
Barry. <<
<<
Johnson. <<
Fue amante del príncipe de Conti. Entendía el inglés y se carteó con Hume y
Walpole. Su nombre y título completo era Marie Charlotte Hippolyte, Condesa de
Boufflers-Rouverel (1724-1800, aprox.). —HILL <<
con Strahan publicó el Viaje a las islas occidentales. Gibbon lo llama «honesto y
liberal librero». <<
frases escogidas de Publius Syrius, traducidas por vez primera al inglés. [Impreso
para J. Ridley, 1776, en octavo]. En una nueva edición de este libro, publicada al año
siguiente, el editor afirma que «ya fuera por las prisas, ya por desatención, algunas
salidas chuscas e incluso obscenas encontraron alojamiento en la primera edición del
mismo». <<
Diario de Hanway (Obras, VI, pág. 26): «Los perjuicios que surgen por todos los
frentes de este compendioso modo de embriagarse son enormes y son insufribles; se
hallan por igual entre los más grandes y los de menor enjundia; colman los palacios
de inquietud, los colman de zozobra tanto más difícil de sobrellevar, por cuanto que
no puede nombrarse; abruman a las multitudes con enfermedades incurables, con una
pobreza indigna de misericordia». Stockdale (Memorias, II, pág. 189) dice que oyó a
la señora Williams «preguntarse qué placer pueden encontrar los hombres en
convertirse en meras bestias». «Me extraña, señora —replicó el doctor—, que no
tenga usted la perspicacia suficiente para ver cuál es el poderoso acicate de ese
exceso, y es que quien se convierte en una bestia al menos así se libra del dolor de ser
un hombre». <<
adelante, Johnson habló «con desagrado» de la fealdad del señor Gibbon. En carta a
Temple del 8 de mayo de 1779, dice que «[Gibbon] es un individuo feo, afectado,
repugnante, que envenena nuestro Club Literario en contra mío». <<
atrás, al pasado; tan distintas son las opiniones y los sentimientos que engendra esta
aparente contrariedad, que la conversación de los viejos y de los jóvenes termina por
lo común con desprecio o compasión hacia la parte contraria… Una generación
siempre es mofa y pasmo de la otra, y las nociones de lo viejo y lo nuevo son como
licores de distinta gravedad y textura, que nunca llegan a mezclarse del todo bien».
Rambler, n.º 69. <<
errare, quam cum Clavio recte sapere”, esto es, que ‘más fácil era equivocarse con
uno que acertar con el otro’. Una tendencia muy similar es la que ha de sentir
cualquiera al examinar los prefacios de Dryden y los discursos de Rymer». Johnson,
Vida de Dryden, pág. 200. <<
cierto que con la misma rapidez con que vuelan o reptan las avispas descreídas o los
insectos venenosos, nada más criar es preciso aplastarlas». Cartas, pág. 232. —HILL
<<
respuesta: que, en primer lugar, la compañía está allí encerrada con él y no tiene
escapatoria, como la tiene en una sala; además, oía todo cuanto se dijera dentro de un
coche, donde a mí en cambio me tocaba padecer sordera». Piozzi, Anécdotas, pág.
276. «Le encantaba en efecto el acto mismo de viajar, y no sabría decir hasta dónde
podría habérsele llevado en coche antes de que le apeteciera tomarse un tentempié».
Ibid., pág. 169. Gibbon (Misc. Works, I, pág. 406) coincide con él: «De no ser tan
enorme el gasto, viajaría todos los años unos cuantos centenares de millas, sobre todo
por Inglaterra». <<
Bourryau; la joven con que se casó Grainger, la señorita Burt; la isla en que se asentó,
San Cristóbal. <<
lo que quiera sobre la celeridad de la fama, pero el nombre de Evelina nunca se oyó
en Lichfield hasta que yo mismo allí lo llevé. Mu cho me temo que mis queridos
conciudadanos serán considerados en el futuro los últimos de la nación en volverse
civilizados. Pero el tiempo de tinieblas está próximo a su fin; la sociedad lectora ha
encargado ejemplares y se los ha de procurar esta misma semana». Cartas, n.º 747.
<<
caballero «quien tal vez pecara de excesiva ambición y estaba deseoso de parecer
conocido del gran Oráculo de la Literatura…, se aventuró a decir: “Doctor Johnson,
hemos tenido un discurso excelente a día de hoy”, a lo cual éste repuso al instante:
“Puede que sí, señor, pero es imposible que usted lo sepa”». —HILL <<
señorita Seward. Según dijo, se vio obligado a examinar estas comunicaciones «con
gran cautela». «Estaban teñidas de prejuicios contra Johnson». Su libro, insiste, había
de ser «una historia verdadera, no una novela», de modo que hubo de «suprimir todos
los particulares erróneos, que no se ajustaban a la verdad, por entretenidos que
pudieran ser» (Cartas, n.º 252). Sobre su segundo encuentro con ella, véase pág.
1234. <<
estrato de tierra entre los sucesivos estratos de lava. «Me dice Recupero —escribió
Brydone— que está sumamente azorado con este descubrimiento…, pues Moisés
pende sobre él como un peso muerto, y desbarata todo su celo por indagar, ya que no
era su intención que la montaña resultara tan joven como ese profeta quiere que sea el
mundo… El Obispo, que se esfuerza con denuedo en velar por la ortodoxia, ya le ha
advertido que esté en guardia, y que no se las dé de ser un mejor conocedor de la
historia natural que el propio Moisés». Brydone, Un viaje por Sicilia y Malta en una
serie de cartas al señor William Beckford de Somerly, condado de Suffolk (Londres,
W. Strahan, 1774). La primera edición es de 1773; fue tan popular que se hicieron 20
ediciones y se tradujo al francés y al alemán. <<
católicos, así como en Inglaterra, los beneficios eclesiásticos y las sinecuras están
bien dotados, de modo que la Iglesia continuamente priva a las universidades de sus
integrantes mejor preparados. En Escocia y en los países protestantes, donde una
cátedra suele ser un puesto mejor que un beneficio eclesiástico, los hombres de letras
más eminentes han sido profesores. —HILL <<
Walpole que «la mayor acrimonia de la obra se contenía en una sátira del rey
Guillermo y del rey Jorge I… La parte más llamativa de este juicio fue que el juez
supremo Mansfield quisiera estatuir por ley que toda sátira en contra de un rey ya
difunto era punible, en cuyo caso… ¡adiós! Se acabaron la veracidad y la propia
Historia si es la Real Judicatura quien ha de apreciar nuestras manifestaciones».
Memorias del reinado de Jorge III, III, pág. 153. <<
gané ni un ardite con lo que he escrito, salvo una cosa de hace unos ocho años, y fue
gracias a la prudente administración del señor Pope en mi beneficio». Deduzco que se
trata de Los viajes de Gulliver. —HILL <<
hasta la fecha les ha ido aún peor que a los poetas en manos de los traductores: nunca
he podido soportar una traducción de Cicerón» (Teignmouth, Sir W. Jones, 1804, pág.
157). —HILL <<
Magazine de 1788, vols. XIII y XIV. La llama «la hembra sin frente, la que pasa por
ahí con la mezquina apelación de Piozzi; “la Piozzi”, como ahora la llaman mis
compatriotas amigos de las fruslerías, la que se ha rebajado a ser la despreciable
esposa del maestro de canto que tuvo su hija». Tomó por pretexto los ataques que ella
lanzó contra él en la correspondencia que tuvo ella con Johnson, que acababa de
publicarse. Baretti sospechaba, tal vez con razón, que había deturpado algunas de las
cartas. <<
el nombre de la isla, Isle of Man, podría interpretarse por «Isla del Hombre», con lo
que podría quizá traducirse por «el objeto de estudio de los isleños es la isla». <<
toda clase de escritos y no tocó ningún género que no adornase. Poderoso pero afable
maestro de las emociones, ya quisiera mover al llanto o a la risa, fue de genio
encumbrado, vivaz, versátil; su estilo fue grandioso, elegante y encantador. Este
monumento en su memoria se ha erigido con el amor de sus compañeros, la fidelidad
de sus amigos, la veneración de sus lectores. Nació en Palla, County Longford, el 29
de noviembre de 1731; se educó en Dublín y murió en Londres el 4 de abril de
1774». <<
amo a Inglaterra, huyó de éste, fue apresado y condenado a permanecer atado con
grilletes a bordo de un barco fondeado en el Támesis que tenía por destino Jamaica;
como se presentase un escrito de habeas corpus ante la Real Judicatura fue puesto en
libertad por orden de lord Mansfield, quien «fue el primero en establecer que el aire
de Inglaterra es demasiado puro para que lo respire un esclavo», dando a entender
que ha de ser libre todo el que lo respire: «todo el que llegue a Inglaterra tiene
derecho a la protección de la ley inglesa, sea cual fuere la opresión sufrida con
anterioridad y sea cual fuere el color de su piel». En su sentencia, Mansfield añade
que «el poder que tiene un amo sobre su esclavo ha sido sumamente distinto en los
distintos países. El estado de la esclavitud es de tal naturaleza que no se puede
introducir en el país bajo ningún concepto, sea moral o sea político… Es tan
detestable que nada se puede aportar para apoyarlo. Sean cuales fueren las
incomodidades que se pueda seguir de esta decisión, no podría decir que el caso
quede aprobado por la ley de Inglaterra, de modo que el negro ha de ser puesto en
libertad».
Huelga decir que las deliberaciones fueron harto más complejas y dilatadas. <<
familia había sido dueña de Ulva durante nueve siglos, pero me desasosegó saber que
pronto iba a tener que venderla en pago por sus deudas». <<
Baretti. Es muy improbable que él diera en decir a su hija mayor que «si su madre
muriese de sobreparto, mientras él viviera bajo su techo, tenía la esperanza de que el
señor Thrale se casara con la señorita Whitbred, que sería para ella [la hija] una
hermosa compañera, y no tiránica y dominadora, como yo» (Hayward, Piozzi, 2.ª ed.,
I, pág. 104). La señora Thrale da una relación prolija pero apenas creíble de su riña
con Baretti. Es muy improbable que él diera en decir a su hija mayor que «si su
madre muriese de sobreparto, mientras él viviera bajo su techo, tenía la esperanza de
que el señor Thrale se casara con la señorita Whitbred, que sería para ella [la hija]
una hermosa compañera, y no tiránica y dominadora, como yo» (Hayward, Piozzi, 2.ª
ed., I, pág. 104). No cabe duda de que en 1788 él la atacó de un modo furibundo. «Yo
no podría haber sospechado de él —escribió la señorita Burney— ni haberle supuesto
capaz de unas invectivas tan amargas y crueles, tan feroces» (madame d’Arblay,
Diario, IV, pág. 185). El ataque respondió a provocación. En enero de 1788 la señora
Piozzi publicó una de las cartas de Johnson, en la que éste había escrito: «¡Pobre B
——! No riña con él, bastará con desatenderle un poquito más. Sólo aspira a ser
franco, viril, independiente y, como dice usted, algo sabio. Para ser franco entiende
que ha de ser cínico, y para ser independiente cree que ha de ser descortés. Perdónele,
mi querida señora, pues me temo que estas malas artes y su mala conducta las ha
aprendido en parte de mí. Espero darle en adelante un mejor ejemplo» (Cartas, n.º
420). Malone, en 1789, habla de «la rudeza con que antes se distinguiera». La señora
Thrale así describe su marcha: «Mi hija… no dejaba de decirme que Baretti… estaba
muy malhumorado, que no corregía sus ejercicios, que insistía en que se iba a
marchar pronto, porque la casa era un pandemónium. Al día siguiente preparó su
bolso, cosa que no había hecho en tres años, y lo mandó a la ciudad; mientras nos
preguntábamos qué iba a decirnos, se había marchado a pie a Londres, sin siquiera
despedirse de nadie, salvo de la criada, que reconoce que tenían mucho de que hablar,
y en su conversación con ella manifestó una gran aversión hacia mí y hacia ella…»
(Hayward, I, pág. 107). Baretti, en la Eur. Mag., vol. XIII, pág. 398, dio su propia
versión: «A la señora se le metió en la cabeza darse ínfulas, y empezó a tratarme con
frialdad y desdén. No dudé en dejar el desayuno sin terminar, ir a por el sombrero y el
bastón, dar la espalda a la casa insalutato hospite y marcharme a pie a Londres, sin
decir una sílaba». En una nota al margen de las Cartas de Piozzi, I, pág. 338, dice que
se marchó de Streatham el 4 de junio de 1776. «Había pasado con la familia seis años
y medio… Johnson me hizo albergar la esperanza de que Thrale al final me
concedería una pensión anual por mis desvelos, pero como nunca recibí un chelín de
él, ni de ella, al final me harté, y ante una provocación por parte de ella me fui
bruscamente». Parece que más adelante hicieron las paces. —HILL <<
pierna (pág. 553). Llevado a compasión, obtuvo para él una real patente para que
realizase actuaciones en Haymarket, todos los años, desde el 14 de mayo hasta el 14
de septiembre. Tan sólo actuó tres veces tras retirarse. El trato que zanjó Colman le
salió a cuenta, ya que Foote murió en menos de un año, el 21 de octubre de 1777. <<
que había caído en desgracia ante la editorial de Elmsly. «Tan modestas eran nuestras
esperanzas —escribe Gibbon en sus Memorias, pág. 194—, que la tirada original se
redujo en principio a quinientos, hasta que se dio en duplicar la cifra gracias al gusto
profético del señor Strahan». Para Garrick, Strahan era «un hombre muy obtuso».
[Véase pág. 1207]. <<
nubes, o lo oye en el viento». Pope, Ensayo sobre el hombre, 1, pág. 100. —HILL <<
<<
propiedad intelectual. «Mediante dicha decisión… casi 200 000 libras, invertidas en
adquirir honestamente derechos de propiedad licitados en pública subasta, se han
reducido a nada… A los libreros de Inglaterra no les queda más garantía sobre la
adquisición que hagan en el futuro de derechos de propiedad que la ley de la reina
Ana, que asegura la propiedad de la obra durante catorce años, al cabo de los cuales
revierte al autor». Ann. Reg. 1774, XVII, I, pág. 95. —HILL <<
Hébridas (13 de septiembre), aunque el énfasis sea algo distinto, escribe «fervor de la
lealtad». —HILL <<
muerto ni qué llevarse a la boca. La escribió mayormente con pluma y tinta prestada,
en papeles que encontró por la calle. El desdichado poeta hubo de someterse por
entero al dictamen de los actores, y admitir sus enmiendas siempre que hubo algún
rechazo, en especial las de Cibber, lo cual tuvo siempre por gran desgracia de su obra.
Cuando se estrenó, él mismo interpretó el papel de Overbury. Tanta vergüenza le
causaba que borraba su nombre de la lista cada vez que mostraba un ejemplar de su
tragedia a sus amistades». Johnson, Vida de Savage, págs. 52, 54, 56. <<
relaciones. En 1749 los moravios hicieron una proclama en el sentido de que «todo el
que entienda que quienes en Inglaterra son por lo común llamados moravios y
quienes se hacen llamar metodistas son los mismos está en un grave error». Wesley,
influido por los moravios, anotó en su Diario, sept., III, pág. 435, que «los llamados
metodistas dan de corazón las gracias al hermano Luis por su declaración, ya que no
tienen por honor que se les relacione ni con él ni con el resto de los hermanos».
—HILL <<
Dodd, fechada en 1750: «Ayer pasé la tarde con Johnson, el célebre autor del
Rambler, que es entre todos los demás el individuo más raro y más peculiar que yo
haya visto en la vida. Mide un metro ochenta, tiene violentas convulsiones de la
cabeza y el cuello, y distorsiona los ojos al mirar. Habla con aspereza, en voz muy
alta, y no presta atención a la opinión de nadie, siendo absolutamente pertinaz en las
suyas. Mana de su boca el sentido común en todo cuanto dice, y parece poseído de
una provisión prodigiosa de conocimientos, que no tiene la menor reserva en
comunicar al primero que tenga delante, aunque con tal obstinación que da a sus
parlamentos un aire falto de gentileza, algo zopenco, desagradable e insatisfactorio.
En dos palabras, no hay palabras para describirlo. A menudo parece desatento a lo
que suceda a su alrededor, y de pronto parece una persona provista de un espíritu
superior. He reflexionado acerca de él desde que lo vi. Es un hombre de genio
universal y sorprendente en todos los sentidos, pero en sí mismo es tan peculiar que
no hallo la manera de expresarlo». <<
Young, sino en Visión actual del condado de Derby, de Pilkington, 1789, II, pág. 120.
—HILL <<
costumbre generalizada de nuestros autores que hagan un obsequio de sus obras a los
libreros, quienes a cambio apenas les dan unos cuantos ejemplares cuando está
impreso el libro». Goldoni apenas se embolsó diez libras del director del teatro
veneciano por cada una de sus obras, y mucho menos le devengaron los libreros. «A
nuestros sabios se les ponen los ojos como platos cuando se enteran de que en
Inglaterra son numerosos los escritores que se ganan el pan solamente con lo que
escriben». <<
qué se mostraba Johnson tan a menudo áspero y contrariado tanto con él como de él».
«Es muy natural —respondió—; ¿no es de esperar que esté enojado ante el hecho de
que yo, que tengo mucho menos mérito, haya tenido mayor éxito que él?». —HILL <<
—HILL <<
<<
sus días, y quemó su juventud y su salud en ociosa voluptuosidad, hasta que, a los
treinta y un años, agotó lo que le quedaba de vida y se vio reducido a una debilidad
extrema. Señala que Burnet «introdujo un cambio absoluto de costumbres y
opiniones», y afirma del libro en que se relata la transformación que es un volumen
«que el crítico debiera leer por su elegancia, el filósofo por sus argumentos y el santo
por la piedad que contiene». En la respuesta que da Johnson a Boswell hay un juego
sobre el título de esta obra: Algunos pasajes sobre la vida y la muerte de John, Conde
de Rochester (1680). <<
Beauclerk relató a Boswell esta historia y aún otra en contra de Johnson, también a
propósito de Tom Hervey. Johnson dijo a Boswell que «Harvey no tenía hermana que
viviera con él, y que su cuñada nunca se hubiera rebajado a decir de él tal mentira».
—HILL <<
depone los honores | según lo pidan las populares auras». Horacio, Odas, III, 2. <<
Dudas de Dirleton sobre la ley en especial de Escocia, y sir James Stewart, en las
Dudas de Dirleton resueltas y contestadas, son autoridades de jurisprudencia
escocesa. Como suele ser habitual, las dudas son más respetables que sus
soluciones». —HILL <<
esa clase, y me repugnan»]. Horacio, Arte Poética, V. 188. Johnson habla del «natural
deseo que tiene el hombre de propagar maravillas». Según la señora Piozzi
(Anécdotas pág. 137), Hogarth dijo que «Johnson, aun siendo tan sabio, es más como
el rey David que como el rey Salomón, pues presa de la prisa dice que todos los
hombres mienten». <<
Ralph Isham hay uno, de mano de Boswell, que contiene la leyenda para identificar
las iniciales. Son como siguen: C = Chemist o farmacéutico, es decir, Fordyce; E =
Edmund (Burke); F = Fitzpatrick (lord Ossory); P = Pintor (sir Joshua Reynolds): R =
Richard (Sheridan); por último, J no es una J, sino una I, que representa al «infiel», o
descreído, refiriéndose a Gibbon. Antes de la verificación, Croker ya estuvo muy
cerca de dar con la clave. <<
—HILL <<
Los hispanistas, como apunta Ward, han pasado por alto la afirmación de Johnson, en
el sentido de que Quevedo tomó el soneto de Janus Vitalis. Como todo el mundo
sabe, Giano Vitale, —por darle su nombre real, italiano—, teólogo y poetastro
palermitano, publicó su primera obra en 1512 y murió hacia 1560. Es sabido que no
pasa de ser el cantero que proporciona a Quevedo la materia inerte con que esculpe
escultura eterna.
Se trata, claro está, del espléndido soneto que comienza: «Buscas en Roma a Roma,
¡oh, Peregrino!, | y a Roma misma en Roma no la hallas». <<
además incluye la raíz crazy [‘loco’], no estaría de más trasterrar la traducción hacia
lares galaicos: «Vivía un joven guapo en Valdelouco | necesitado de mujer | que lo
llevara a perder | la sesera un poco». <<
<<
siguiente: «Sería una palabra muy grande para cualquier boca de las de hoy en día».
Los versos que cita Boswell a continuación se aplican en cambio al general Conway.
Ibid., pág. 66. —HILL <<
Bentley, he encargado a mi librero que le envíe mis libros; espero que haya recibido
sus ejemplares». Bentley, que había evitado adrede decir nada sobre el Homero, hizo
ver que no le entendía, y respondió: «¿Libros? ¿Libros? ¿Qué libros?». «Mi Homero
—replicó Pope—, que usted me hizo el honor de suscribir». «Ah —dijo Bentley—,
sí, ahora caigo…, su traducción. Es un bello poema, señor Pope, pero no debe usted
decir que es de Homero». Johnson, Vida de Pope (pág. 285 n). <<
este casco de navío. Los condenados por la nueva ley de prisiones faenaban en el
drenaje del lecho fluvial del Támesis. En el mismo volumen hay un ensayo, muy
probablemente de Bentham, sobre los trabajos forzados; Johnson posiblemente lo
conociera. —HILL <<
son muy diferentes…», vol. I (lib. I-V) de Metamorfosis, texto revisado y traducido
por Antonio Ruiz de Elvira, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
1988. <<
misma identificación hicieron Croker y Hill. Dice Garrick (Correspondencia, II, pág.
361) que Steevens había escrito en los periódicos calumnias contra él, y que luego
aseguró por su palabra de honor que no eran obra suya, aunque posteriormente se
jactó de haberlas escrito, diciendo que «fue divertido vejarme de ese modo». <<
<<
publicó en 1776. La Gent. Mag. (vol. XLVI, pág. 563) las dio por genuinas. En el Ann.
Reg. de ese mismo año (vol. XIX, II, pág. 185) se publicó una traducción de la carta en
la que Voltaire puso en tela de juicio su autenticidad. El pasaje que cita Johnson es el
siguiente: «On est en droit de luz dire ce qu’on dit autrefois à l’abbé Nodot:
“Montrez-nous votre manuscript de Pétrone, trouvé à Belgrade, ou consentez a n’etre
cru de personne”». Voltaire, Œuvres, 1882, I, pág. 2. <<
estrellas, porque una estrella es diferente de las otras en gloria». I Corintios, 15, 41.
<<
10. <<
1924, I, 166— que los verdaderos placeres de todos los hombres en la naturaleza son
sensuales y mundanos si los juzgamos desde la práctica de los mismos, y digo “todos
los hombres en la naturaleza”, porque los cristianos devotos, que aquí han de ser
natural excepción, por regenerarse y tener la preternatural ayuda de la Gracia Divina,
no puede contemplarse que estén “en la naturaleza”». —HILL <<
Thomas Browne, no se mienten los unos a los otros, ya que la verdad es necesaria en
todas las sociedades, y no podría la sociedad del infierno subsistir sin la verdad». <<
después de haber escrito Le Bas Bleu. «Todas las adulaciones que haya recibido yo
del mundo entero no igualarían la suma de las suyas… ¡Y todo esto por parte de
Johnson, que tanto escatimaba los elogios!». <<
Jamaica. <<
el gran objeto de todo comentario es la vida de los hombres». The Idler, n.º 97. <<
Mag. de diciembre de 1784. Costeó una edición exenta en 1785. El ejemplar que
obsequió a Boswell se halla hoy en la colección de R. B. Adam (Adam Library,
192.9, vol. II), y contiene la siguiente dedicatoria: «Le ruego, señor Boswell, que no
preste, pierda ni regale esta pequeña biografía. 1785. Tiresias no es más que un laúd,
pero Boswell es laúd y es trompeta». Boswell añadió su explicación: «Le tomaba el
pelo por el apellido, y en vez de Tyers lo llamaba Tiresias». —POWELL <<
límites» (en traducción de Horacio Silvestre). Sin embargo, el sentido en que se toma
en el texto es muy otro: Bindley y Kearney señalaron a Malone que se trata del lema
de An Enquiry into the Customary-Estates and Tenant-Rights, &c., with some considerations
for restraining excessive fines, de Everard Fleetwood [=S. Burroughs], 8vo, 1731.
[«Indagación sobre las fincas de costumbre y los derechos de los arrendatarios, con
algunas consideraciones para la restricción de las multas excesivas»].
Las multas son pagos debidos al terrateniente cada vez que admite a un nuevo
arrendatario. En algunas casas solariegas, estos pagos son fijos según costumbre; en
otros dependen en cambio de lo razonable que sea el señor y de la capacidad de pago
del arrendatario; son las «multas inciertas». La ventaja de las multas ciertas, como la
de un modus en los diezmos, es que uno sabe lo que ha de percibir. —HILL <<
clase de artificios, esforzándose por lograr sus objetivos con métodos indirectos e
insospechados. «Difícilmente se tomaba una taza de té sin una estratagema», según se
ha dicho. —HILL <<
3, 29. <<
annonçoient plutôt quelque indiscrétion, que l’ombre d’un crime. Tous ceux que j’ai
consulté par la suite m’ont cependant assuré qu’elle étoit coupable». Voyage en
Sibérie, 1768, I, 227. Dice Lord Kames: «Al margen de la indiscreción de la que
fuese culpable, la dulzura de su semblante y su compostura no dejaban en los
espectadores el más mínimo recelo de su culpa». Fue cruelmente flagelada con un
knut, se le cortó la lengua y se le desterró a Siberia. Kames, Sketches, 1774, I, 252.
<<
impuesto con que se gravan las mercancías, cuya cuantía no estipulan los jueces al
uso en materia de propiedad, sino desdichados que contratan aquellos a quienes se ha
de pagar el excise, o arancel interno’. <<
Johnson. <<
aunque más bien se trata de adulterios. Parece un caso de eufemismo manifiesto. <<
nombre esos hoteles de Covent Garden, donde había baños de agua caliente y de
vapor. —CROKER, 1848 <<
del puente, se desplomará cuando pase por debajo un hombre más grande que el
propio Bacon. <<
para la navegación interna, se forma el término navvy [‘peón’]. Canal era el término
corriente para un estanque ornamental, y por un tiempo pareció que había de ser
navigation, y no canal, el término apropiado para los ríos artificiales. <<
los epitafios—. En las inscripciones lapidarias no está uno sujeto por juramento».
[Véase pág. 863]. <<
sobrenombre lo recibió por su hábito de señalar que los terrenos que se le pedía que
trabajase y diera forma tenían «capacidades». Gozó de trato íntimo con la realeza y
fue muy estimado. <<
lo que se adecua a tu genio, lo que podrán soportar tus fuerzas»]. Horacio, Ars
Poética, I, 39. <<
compañía del doctor Johnson en casa de un amigo común; pensando que era detalle
de cortesía, y que sería alegre brindar a la salud del doctor dando muestras de que
había leído sus obras, clamó desde la cabecera de la mesa: “Por su buena salud, señor
Vagabundo” (Piozzi, Sinonimia, II, 358)». «El general Paoli nos divirtió mucho a
todos… al pedir permiso a la señora Thrale para “hacer un brindis”; muy sonriente y
pomposo, proclamó al “¡gran Vagabundo!”, queriendo así referirse al doctor Johnson
por su Rambler. (Madame d’Arblay, Memorias del doctor Burney, II, 258)». —HILL
<<
Sobre la polisemia del verbo to ramble y del sustantivo rambler, [véase nota 58 del
volumen I].
que me hacía feliz en todas las estaciones del año, pero el perro negro no hará presa
en mi señor y en mí al mismo tiempo… Mi señor… ahora va a nadar, olvidado del
perro negro». La respuesta de Johnson: «De buena gana perdonaré yo a mi señor su
larga ausencia si deja allí al perro negro. Estaremos todo lo vigilantes que podamos,
para que nunca más ronde el perro por aquí, ya que lo primero que hace es preocupar
a mi señor» (Cartas, n.º 591).
El perro negro, también en plural, es una alusión recurrente en la obra de Winston
Churchill, que ha retomado Ian McEwan en una novela del mismo título. Es la propia
señora Thrale la que aclara de qué se trata: «“El perro negro está panza arriba” era un
dicho común hace unos años, cuando a un hombre se le veía melancólico; en
Streatham hicimos de la expresión una especie de contraseña o de chiste; en las cartas
que publiqué, en las cruzadas entre el doctor Johnson y yo, es recurrente. Pocos
parecen haber reconocido su procedencia, que se halla en las Obras filosóficas del
doctor Henry More, donde nos dice que Appollonius Tyaneus dijo a los griegos que
el espíritu que fue azote de la ciudad en que habitaba (creo que era Atenas) se le
había aparecido en forma de un gran perro negro que saltaba panza arriba, visión que
lo inundó de una gran melancolía que aún le duró muchos días más» (Thraliana: The
Diary of Mrs. Hester Lynch Thrale 1776-1809. Ed. de Katharine C. Balderston, vol.
II: 1784-1809. Oxford: Clarendon Press, 1942, pág. 785). <<
dice así: «Toma sólo esto por corolario y conclusión, en lo que atañe a lo más tierno
de tu propio bienestar en esta y en otras clases de melancolía, en lo que hace a tu
buena salud de cuerpo y de espíritu, y observa este breve precepto: no cedas a la
soledad y a la pereza. No estés solo, no estés desocupado». <<
dinero tanto cuanto el capital crece, y menos lo desea quien menos tiene»]. Juvenal,
Sátiras, XIV, 139. <<
lo siguiente: «Tan poco liberal era Johnson debido a su recalcitrante fe religiosa que
aquí llama a la capilla “casa de misas”… Si bien detestaba en lo más profundo a los
presbiterianos. Era una fea mancilla de su carácter, por lo demás intachable». Sin
embargo, era la denominación corriente entre los protestantes de la época. —HILL <<
aseguro, señora, que no cunde el pánico. Lady Aylesbury ha ido a la función del
Teatro de Haymarket, y el Duque y mis cuatro sobrinas fueron a Ranelagh también»
(Cartas, XI, pág. 205). Al lunes siguiente: «¡Haya misericordia para todos nosotros!
Parece que nos precipitásemos en los horrores que azotaron Francia durante los
reinados de Carlos VI y Carlos VII. Como los extremos se tocan, hay en este
momento una pasmosa insensibilidad. ¡En estos cuatro días he recibido cinco
solicitudes para visitar mi casa!». (ibid., pág. 215). <<
Los Recuerdos de Garrick que publicó Davies en esta misma primavera tuvieron una
tercera edición al año siguiente. <<
mejor de salud que desde muchos años antes, y su ánimo fue posiblemente más feliz
que nunca. Saber que en sus Vidas de los poetas hizo y aún estaba haciendo un buen
trabajo sin duda le resultó muy reconfortante. En ningún otro momento disfrutó tanto
como ahora de la vida en sociedad. «¿Qué vida le parece que llevo? —escribió el 25
de abril—. El jueves almorcé con Hamilton y fui luego a visitar a la señora Ord. El
viernes estuve con una nutrida compañía en casa de Reynolds. El sábado, en casa del
doctor Bell. El domingo, en casa del doctor Burney… De noche vinieron la señora
Ord, el señor Harris y el señor Greville entre otros. El lunes estuve con Reynolds, de
noche, y con lady Lucan; hoy, con el señor Langton; mañana, con el Obispo de St.
Asaph; el martes estaré con el señor Bowles; el viernes, en la Academia; el domingo,
con el señor Ramsay» (Cartas, n.º 662). El 1 de mayo escribe así: «En casa de la
señora Ord, conocí a una tal señora Buller, una dama muy viajada, de espíritu
encomiable, no carente de conciencia de sus propios méritos. Tuvimos una
competición de galanterías que duró una hora con gran diversión de los presentes,
tanto que ayer noche, en casa de Ramsay, en un salón repleto, quisieron volver a
enfrentarnos. Estaban presentes Smelt y el Obispo de St. Asaph, que acude a todos
los salones; estuvieron lord Monboddo, sir Joshua e incontables damas» (ibid., n.º
663). La crónica que hace Langton de la famosa velada en casa de la señora Vesey,
cuando «la concurrencia fue apiñándose en torno a él hasta formar de cuatro, si no de
cinco en fondo» (ver antes, III, folio 288), es sin duda vistosa, pero «los particulares
de la conversación», que él pasa por alto, Boswell podría habérnoslos dado in
extenso. <<
su Istoria civile del Regno di Napoli, un amigo lo felicitó por su éxito con estas
palabras: «Mon ami, vous vous êtes mis une couronne sur la tete, mais une couronne
d’épines». Sus ataques contra la Iglesia le valieron la persecución. Al final, se
retractó, pero murió en la cárcel. <<
siempre se desvive por poner sus pensamientos a la par de un intelecto más elevado
que el suyo, ni la de quien se disculpa por cada una de las palabras que su propia
estrechez de miras le inclina a tomar por insólita, ni la de quien mantiene la
exuberancia de sus facultades bajo una constricción visible, o es solícito a la hora de
anticiparse a toda inquisición por medio de explicaciones innecesarias, y se empeña
en disimular su propia capacidad, no sea que los ojos de los débiles resulten aturdidos
por su mucha brillantez». Rambler, n.º 173. <<
333): «Luego llegó Holland con trágico andar, majestuoso. Merodea, acecha, vuela:
no debe un héroe caminar pesaroso». —HILL <<
alta opinión del saber del señor Dyer y un gran respeto por su juicio, de modo que se
le apelaba a menudo, y su dictamen era definitivo». Malone añade que «era tan
modesto y reservado que a menudo pasaba una hora entera en silencio, en compañía
de todos, y rara vez hablaba, a menos que se le interpelase». Burke lo describe como
un «hombre de profunda y amplia erudición; su sagacidad y su juicio eran en todo
iguales a la amplitud de sus conocimientos». Prior, Malone, págs. 424, 419. —HILL
<<
almirante Keppel en enero de 1779. Uno llegó a decir que habría que dejar a un lado
las leyes y atender a la justicia. Memorias del reinado de Jorge III, II, pág. 329. <<
Baretti que «Johnson era un inglés de pura cepa. Aborrecía a los escoceses, los
franceses, los holandeses, los hanoverianos; tenía el mayor de los desprecios por
todas las demás naciones de Europa: así eran sus prejuicios más arraigados, que
nunca procuró domeñar». Según Reynolds, «los prejuicios que tenía frente a las
naciones no se extendían a los individuos… Consideraba a cualquier extranjero un
botarate mientras no le convencieran de lo contrario» (Leslie y Taylor, Reynolds, II,
pág. 460.). «Ser un extranjero ha sido siempre en Inglaterra, y supongo que en
cualquier otro país, razón de desagrado» (Johnson, Shakespeare, II, pág. 479 n.).
—HILL <<
comprender su sintaxis, pero nunca para llevar a cabo una lectura cuidadosa y fluida
de los autores latinos» (Johnson, Prefacio a Shakespeare, ed. Acantilado, pág. 52).
«El estilo de Shakespeare era en sí mismo gramaticalmente incorrecto, confuso y
oscuro» (ibid., pág. 65). —HILL <<
medida que decae mi fuerza, y no contraer gota, ni cálculos, y sólo envejecer?». Los
deseos del anciano se la cantó a sir Roger de Coverley «la Bella», después de una
colación en la que ésta «se ventiló dos pollos de corral y despachó una botella entera
de vino» (Spectator, n.º 410). «¿Qué son nuestros deseos? —escribió el doctor
Franklin en 1785—. He cantado miles de veces esa canción de los deseos cuando era
joven, y ahora a los ochenta descubro que las tres contrariedades me aquejan, estando
achacoso de la gota y de cálculos, y sin ser aún señor de todas mis pasiones»
(Escritos, IX, pág. 333). —HILL <<
de hombres que «han vencido toda oposición y han dejado a la emulación jadeante y
muy atrás». <<
Foxhall, donde hacía tiempo que no iba. Fui al Viejo Jardín de Primavera y allí estuve
paseando». El lugar fue después conocido como Faux-hall y Vaux-hall. [Véase pág.
1258]. <<
mezcla de tunante, mendigo, cobarde, Celestino, hijo y heredero de una perra». Rey
Lear, acto II, escena 2. <<
de Milton, «en su persona llevaba cuanto era». Paraíso perdido, 353. —HILL <<
«Beauclerk dijo al doctor Johnson que el doctor James le había dicho que sabía más
griego que Walmsley. “Señor —repuso—, el doctor James no sabía el griego
suficiente para tener constancia de su ignorancia. Walmsley sí”». «Un joven clérigo
acostumbraba visitar al doctor Johnson. Este dijo que le molestaba su compañía, pues
su ignorancia era irremediable. “Señor —dijo Langton—, su afán en venir a visitarle
muestra su deseo de remediarla”. “Señor —dijo el doctor—, su ignorancia es tan
grande que temo mostrarle el fondo de la misma”». —HILL <<
proyectos solemnes y de pretensiones se les remienda, para que luzcan más, un par de
purpúreos retales»]. Horacio, Arte poética, 15. <<
1790, como «un club entonces apenas de relieve, hasta celebrar un festejo anual en
conmemoración de los sucesos de 1688… y los principios de 1789 en Francia».
—HILL <<
hombre —dice sir Walter Scott—, a menudo ha arrancado lágrimas de aquellos cuyos
ojos pasean secos sobre páginas de alto contenido sentimental». Al propio Johnson le
hizo llorar. Según la señora Piozzi (Anécdotas, pág. 50), «cuando leyó su propia
sátira, en la cual se traza la vida de un erudito, se echó a llorar de un modo
incontenible. Estaba presente sólo la familia y el señor Scott, quien de un modo
jocoso le dio una palmada en la espalda y le dijo: “¿Qué es esto, mi querido señor?
¿Cómo es que usted, y yo, y Hércules, como sabe, estamos sujetos a tan honda
melancolía?”. [Scott] era un hombre de gran envergadura, y dio al triunvirato
formado por Johnson, Hércules y él un sesgo cómico. El doctor quedó tan deleitado
con este extraño quiebro que lo abrazó, y de inmediato mudaron de conversación».
—HILL <<
hermano de Lyttelton: «Mi deseo es evitar toda ofensa, y abstenerme por completo de
riesgos innecesarios. Me tomo la libertad de proponer a Su Señoría que la crónica
histórica se escriba bajo su dirección, y que se le encargue a cualquier amigo suyo
que esté dispuesto a escribirla. Yo sólo me ocuparé de examinar la poesía». Cartas,
n.º 688. —HILL <<
Boothby. En sus Anécdotas, pág. 160, dice que «era tal su pureza de espíritu, según
Johnson, y su elegancia de modales, que lord Lyttelton y él se disputaron sus favores
con una inquina que ocasionó continuos disgustos, y que terminó en una duradera
animosidad». Sin duda hay bastante exageración en estas palabras. —HILL <<
entre los clásicos al uso de nuestra lengua nativa». En El festín de la razón, satiriza a
la señora Montagu y la elogia. Aparece Johnson, quien, molesto ante un individuo
impertinente, le pregunta: «¿Acaso he dicho algo bueno, señor, que no haya
entendido usted?». El otro contesta que no, y «el filósofo dijo entonces: “¿De veras?
En tal caso, de todo corazón pido perdón a la concurrencia por haber malgastado su
tiempo de manera tan egregia”». El observador (1785), n.º 23. <<
Streatham, en junio de 1781, contra el señor Pepys, «uno de los más firmes
partidarios de la señora Montagu». «Nunca —escribe— vi al doctor Johnson hablar
tan apasionadamente. “Señor Pepys —exclamó encolerizado—, entiendo que le
ofende a usted mi ‘Vida de Lyttelton’. ¿Qué es lo que tiene en contra? ¡Adelante,
caballero! Aquí me tiene, dispuesto a responder a cuantas acusaciones se le ocurran”.
(…) La señora Thrale, con gran aplomo y dignidad, dijo que se alegraría de que
terminara la disputa. Callaron todos los presentes, y el doctor Johnson aún volvió a la
carga: “Señora, no se hable más del asunto, aunque le aseguro que me defenderé en
todos los frentes y en cada átomo”». Madame d’Arblay, Diario, II, pág. 45. A los dos
meses, ambos se habían reconciliado. —HILL <<
educación liberal de un caballero inglés, y trazó un plan con esa idea en mente.
Parece que la Universidad de Oxford, la cual nunca tuvo el estudio de Oriente, desde
el renacer de las letras, un cultivo atento, había de ser la institución en que había
pensado». Macaulay, «Warren Hastings», en Ensayos de historia, ed. 1923, pág. 533.
—HILL <<
<<
hombre feo, afectado y repugnante, que desde mi perspectiva envenena nuestro Club
Literario». <<
obispos en particular. El 28 de marzo escribe Boswell: «Después del café fui a casa
de la señora Thrale. Al doctor le ofendió que el Obispo de St. Asaph acudiera a
nuestro club. “Un obispo nada tiene que hacer en una casa adonde se va a
achisparse”». Y sigue diciendo: «Le parecía mal que el Obispo de Chester se fuese de
jarana, o al menos permaneciera mucho rato donde los demás estaban de jarana».
Boswell Papers, XIV, pág. 175. <<
aunque ya es de conocimiento universal que se trata del único ser perfecto que ha
descendido de las nubes… Cuando se reúna el Parlamento, el orador debiera darle
gracias». Walpole, Cartas, XI, pág. 346. El párrafo, ampliado, apareció en el Morning
Post del 21 de marzo de 1781. —HILL <<
largo, todos los caballeros mencionados en este párrafo son hoy fáciles de identificar.
Este primero es Charles Selwyn. —HILL <<
muerte, desde la de mi esposa, me había afectado tanto. La parte que me toca es muy
opresora. He perdido a un amigo de bondad ilimitada, a una edad en la que es muy
improbable que encuentre a otro como él». <<
Temple Bar. Veinte años antes de este momento Goldsmith perteneció a ella, así
como, seguramente, Burke. El presidente era un panadero. «Goldsmith, tras oírle
departir con un raciocinio poderoso, lleno de ingenio, exclamó involuntariamente:
“Ese hombre, por su propio natural, estaba llamado a ser lord canciller”. A lo cual
respondió Derrick: “No, no será para tanto; sólo estaba llamado a ser maestro y señor
de los panecillos”». Prior, Goldsmith, I, pág. 420. —HILL <<
más razonable que la que, en contra de la opinión de todos los historiadores, sacros y
profanos, antiguos y modernos, y de todas las tradiciones de las naciones todas,
considera que la aparición de los espíritus es algo fabuloso e infundado». Spectator,
n.º 110. <<
proporciona material para la narración, cuando la verdad es que gran parte de la vida
de un estudioso no se dedica al estudio. Un autor participa de la condición común de
todo el género humano; nace y se casa como cualquier otro, tiene sus esperanzas y
sus temores, sus expectativas y sus decepciones, sus alegrías y sus penas, sus amigos
y sus enemigos, igual que un cortesano o un estadista; tampoco entiendo yo por qué
sus asuntos no hubieran de suscitar curiosidad, tanto como las conversaciones
susurradas en un salón o los dos bandos en el campo de batalla». Idler, n.º 102.
—HILL <<
humor como de ánimo. Creo que cada día está más alegre, y más dúctil, y más
plácido». En junio, «he encontrado al doctor Johnson de un buen humor admirable, y
nuestro viaje fue sumamente placentero. Le di las gracias por el último envío de sus
poetas, y de ellos hablamos casi todo el rato». Madame d’Arblay, Diario, II, págs. 23,
44. <<
que con arrogancia se hacía llamar «El mundo». Lord Stanhope (después lord
Chesterfield) era uno de los miembros. Se propuso una vez que los miembros
escribieran epigramas en los vasos; cuando se invitó al doctor Young, éste declinó la
escritura, pues no tenía un diamante que rayase el cristal. Lord Stanhope de inmediato
le prestó el suyo, y así escribió «Contemplad un milagro», etc. <<
mis bobadas”. “No, señora. Usted no dice bobadas. Tiene usted tan buen juicio, y más
ingenio, que cualquier mujer que yo conozca”. “Oh —exclamó la señora Thrale
sonrojándose—, ahora me toca a mí esconderme bajo la mesa, señorita Burney”.
“Con todo —siguió diciendo el doctor con una mirada muy cómica—, yo he
conocido a todos los ingenios, desde la señora Montagu hasta Bet Flint”. “¡Bet Flint!
—exclamó la señora Thrale—. Dígame, ¿quién es?”. “Ah, pues una buena pieza —
respondió—. Por lo común, bastante casquivana y borrachina, y no pocas veces puta
y ladrona. La señora Williams —añadió— no apreciaba a Bet Flint, pero eso a Bet
Flint le importaba un comino”». Madame d’Arblay, Diario, I, págs. 87, 90. <<
fue juzgada en efecto en septiembre de 1758 y fue absuelta, pero no porque el juez
dictara una sentencia favorable, sino porque la portadora de la acusación, Mary
Walthow, no pudo demostrar que los artículos robados [un cubrecama, una cuchara de
plata, dos servilletas, etc.] fueran de su propiedad. Acerca del juez Willes, Walpole
señala que «no era propenso a disimular ninguna de sus pasiones. En el juego era
notorio; en cuanto a las golfas, su pasión era desbocada» (Memorias del reinado de
Jorge III, I, pág. 89). <<
cantidades importantes a Inglaterra. Se dice, aunque tal vez sea exageración, que el
transporte por mar que semanalmente salía de Lisboa llevó en total más de 50 000
libras en oro a Gran Bretaña (Smith, La riqueza de las naciones, libro IV, cap. 6). Las
piezas portuguesas eran corrientes; es natural que se eligieran de cara a esta ficción
legal. —HILL <<
de 30 000 volúmenes. La venta se dilató por espacio de cincuenta días, dos de los
cuales se asignaron a los libros de Teología. <<
hombre tan dado a los placeres de la vida que ha olvidado a sus amigos de antaño y a
sus medias azules, y ahora cada noche frecuenta las óperas y otras reuniones de buen
tono». <<
muy baja, muy gruesa, pero guapa; viste espléndida, fantásticamente; se maquilla de
manera no inapropiada, aunque es evidente y palpable su deseo de recabar atenciones
y admiración. Tiene una grácil levedad de aire, de talante, de voz y de discurso, todo
lo cual señala que está a sus anchas… Es una de esas señoras que más destacan en
congregar a las personas más extraordinarias y curiosas de Londres en sus
conversaciones, que, como las de la señora Vesey, son mezcla de la aristocracia y la
literatura, excluyendo todo lo demás… Sus festejos son los más brillantes de la
ciudad». La señorita Burney describe uno de estos festejos, en el que estuvieron
presentes Johnson, Burke y Reynolds. «La concurrencia en general vestía con más
brillantez que en cualquier otra jarana que yo haya conocido, pues la mayoría iba
después a la mansión de la Duquesa de Cumberland». La propia señorita Burney
estuvo «rodeada de desconocidos, todos vestidos de manera soberbia, todos con aire
salaz… El doctor Johnson estaba ante la chimenea, rodeado de oyentes». Madame
d’Arblay, Diario, II, págs. 179, 186, 190. <<
gustaban los Sermones de Yorick. “Nada sé de ellos, señora”, respondió. Pero poco
después se olvidó de lo dicho y los censuró con severidad. Como la dama dijera que
le había parecido entender que no los había leído, el doctor repuso: “No, señora; los
he leído, pero fue en una diligencia; nunca me habría tomado la molestia de leerlos si
hubiera estado a mis anchas”». Cradock, Memorias, I, pág. 208. —HILL <<
del metomentodo, vino a visitarme la pasada semana; se le permitió entrar, cosa que
no habría ocurrido de haber estado yo preparado para impedirlo. Tras tocar muchos
temas, a los que di respuesta tan seca como un oráculo al que no se sobornara, fue al
grano y dijo si había visto yo las Vidas de los poetas, del doctor Johnson. Le dije con
desdén que no, y así desmantelé toda su impertinencia». —HILL <<
[«Quien aplaza vivir rectamente espera, como el paleto, a que se agote la corriente
del río, pero éste discurre y discurrirá arremolinado sin parar»]. Horacio, Epístolas, I,
2, 41. <<
cabello liso, y… en sus cuadros, los egipcios se representan con la piel rojiza, no
negra». —HILL <<
86. <<
cuente novedades, aquí llega el señor Levett, que a sus ochenta años vuelve a pie de
Hampstead, como fue: ocho millas en pleno mes de agosto» (Cartas, n.º 692). —HILL
<<
Walpole, «imploró al Rey que despidiera a sus consejeros tanto públicos como
privados, empleando unas palabras tan asombrosas como memorables: “Sus ejércitos
están capturados; la habitual superioridad de su armada ha sido aniquilada, sus
dominios están perdidos”. Y es que ningún otro rey nunca perdió tanto sin haberlo
perdido todo». Memorias del reinado de Jorge III, II, pág. 483. El 4 de agosto
Johnson escribió así al doctor Taylor: «Es posible que ninguna nación no conquistada
del todo haya tenido tan gran declive en tan poco tiempo. Parece que nos hundamos.
Supongamos que los irlandeses ya dispusieran de libre comercio y de un Parlamento
independiente. ¿Nos aliaríamos nosotros con la casa de Borbón? ¿Qué podríamos
hacer para estorbar sus designios o vencerlos?». Cartas, n.º 797. —HILL <<
dificultad respiratoria exigen una nueva sangría. Sin su consejo, sin embargo, no me
someteré a la operación. No puedo acercarme a verle, ni es preciso que venga usted.
Diga sólo sí o no y deje el resto a Holder. Si dice sí, que vaya el mensajero a recoger
a Holder antes de verme. 1 de mayo de 1782. Cuando usted se vaya, ¿adónde volveré
los ojos?». <<
Langton, “los cuales —dijo— podrían ser muy buenos niños si se les dejara en paz,
pero el padre nunca se queda tranquilo si no les impone alguna tarea que no está en su
mano hacer: han de repetir una fábula, un discurso, el alfabeto hebreo, lo que sea; lo
mismo daría que contasen hasta veinte, por lo que ellos entienden de lo que dicen; el
padre es quien dice la mitad, pues les cuchichea casi cada palabra”». Madame
d’Arblay, Diario, I, pág. 73. <<
que «al menos no ha empeorado». Sin embargo, en 1782 tuvo graves achaques. Lo
que dice de la amistad prácticamente asegura que la carta está escrita cuando aún
tenía la de los Thrale; a él lo perdió en abril de 1781. De estar escrita después de
junio de 1779, aunque antes de la muerte de Thrale, la crónica que hace de su salud
sería mejor de lo que es. Posiblemente data de 1777 ó 1778. —HILL <<
pobre Johnson está muy mal de salud; me temo que esté devastado». No obstante, en
una semana cenó fuera cuatro veces. En una de estas ocasiones «le apremié —
continúa diciendo— a que bebiera un poco de vino. Respondió: “No puedo beber un
poco, hija, de modo que no toco el vino. La abstinencia me resulta tan fácil como
difícil me resultaría la templanza”. Estaba de muy buen humor. Alguno de los
presentes habló de poesía. “Chitón —dijo él—, es peligroso hablar de poesía ante
ella. Es como hablar del arte de la guerra en presencia de Aníbal”». —HILL <<
viaje, preferiría no hacerlo». Emprendió viaje el 10 y regresó el 19, «con la salud casi
del todo recobrada». <<
“Compra el lecho del adeudado, que para dormir te traerá buen recado”». Adventurer,
n.º 41. <<
cargas de 1600 libras al año. De esa renta, sin embargo, no iba a disponer de más de
900 al año. <<
Escocia sirve de alimento para las personas.’ Stockdale (Memorias, II, pág. 191)
reseña que oyó a una dama escocesa, tras citar esta definición, decir a Johnson: «Le
aseguro que en Escocia damos avena a los caballos, tal como hacen ustedes con los
suyos en Inglaterra». Él respondió: «Mucho me alegro, señora, de que traten ustedes
a sus caballos tan bien como a sí mismos». <<
que Goldsmith introdujo un párrafo en los periódicos, en loor del alcalde, lord
Townshend. Shelburne había apoyado a Townshend en oposición a Wilkes en las
elecciones a la alcaldía. <<
<<
música en Alemania, en dos volúmenes, 1773. Johnson más bien debió de hojearlos,
pues aunque el doctor Burney describe sus viajes, habla sobre todo de la música. <<
[«Allí, el coro de quienes sufrieron heridas por la patria, los que fueron toda su vida
castos sacerdotes, los vates fieles a los dioses, cuyo canto fue digno de Apolo, y los
que ennoblecieron la vida con las artes que idearon, y los que haciendo el bien
lograron recuerdo perdurable entre los hombres»]. Eneida, VI, 660. —HILL <<
es tory por puro azar, por ser escocés, pero no lo es por principios ni por deber, pues
carece de principios. Si acaso, es “hobbista”». <<
1772. Nominalmente, por don Gabriel Antonio, tercer hijo de Carlos III. <<
consciente de que mis pensamientos sobre las costumbres nacionales son los
pensamientos de quien muy poco ha visto». <<
Garrick están todavía sin pagar, aunque los de las pompas fúnebres están en
bancarrota» (Cartas, n.º 779). Garrick fue enterrado el 1 de febrero de 1779, y dejó a
su viuda una fortuna considerable. <<
que en 1770 el pago que se hacía a los colaboradores de la Critical Review era de dos
guineas el pliego, aunque algunos colaboradores de la Monthly Review percibían
hasta cuatro. Como estas revistas eran en octavo, cada pliego constaba de dieciséis
páginas. <<
en su sillón junto a la chimenea, ante la cual tenía unas cuantas manzanas. Estaba
leyendo. Le pregunté qué leía. Dijo que la Historia de Birmingham. Las historias
locales, comenté, suelen ser tediosas. “Es cierto, señor, pero ésta para mí tiene un
mérito especial, ya que allí pasé algunos años en mi juventud, y allí me casé”. Supuse
que las manzanas tenían un uso medicinal. “No, señor, creo que están ahí a falta de
algo mejor que me ocupe. Tales son algunos de los expedientes de la soledad a la que
la enfermedad nos empuja. Llevo toda la semana en casa, y aquí me tiene, asando
manzanas y leyendo la Historia de Birmingham”». Prior, Malone, pág. 92. <<
Puso entre corchetes «el fondo de» y escribió encima: «no estoy seguro». Boswell
Papers, XV, pág. 221. Johnson define hipocresía [cant] del siguiente modo: ‘1.
Dialecto corrompido que emplean mendigos y vagabundos. 2. Particular manera de
hablar, propia de algunas clases de individuos. 3. Chillona pretensión de bondad, en
términos formales y afectados. 4. Jerga barbarizante. 5. Subasta’.
Se trata, más bien, de la jerigonza plagada de eufemismos que es propia de quien
incurre en hipocresía y no llama a las cosas por su nombre. <<
de Cecilia. Cita un pasaje y dice: «Decimos con plena confianza que esto o es de Sam
Johnson o es del Diablo en persona» (Ensayos literarios, 1923, pág. 597). Su error se
muestra en el Diario de madame d’Arblay (II, pág. 172). «Ah —exclamó Johnson—,
hay quien quiere atribuirme el mérito que tenga el librito de la muy picara. Esta
mañana me dijo un caballero que era un libro espléndido, al menos si era de ella. “Es
todo de ella —le dije—, pues tengo la certeza de no haber visto una sola letra antes
de que se imprimiera”». Más adelante, señala que «dice Gibbon que leyó los cinco
volúmenes en un día. “Imposible —exclamó Burke—. A mí me costó tres días, y
apenas me he separado de él desde el momento de empezarlo”». <<
tal cosa para que caiga en el punto en que desean que termine. Los teólogos,
interpretando con demasiada literalidad este texto, dan a entender que una pequeña
intercesión en artículo de muerte basta para regular la felicidad perpetua de una
persona. Sospecho que la alusión no da la talla de sus presunciones». Shenstone,
Obras, ed. de 1764, II, pág. 297. Boswell tuvo grandes aprietos a la hora de mantener
una versión ajustada a los hechos de esta conversación. En dos ocasiones la escribió
en su diario, sin quedar conforme siquiera con la segunda. Boswell Papers, XV, pág.
234. —HILL <<
verdad cabe decir, en todos los sentidos, que ha sido el padre de la actual generación
de artistas» (Northcote, Reynolds, II, pág. 137. <<
mayo. «El jueves —escribe— tomé dos potentes catárticos y una dosis de
calomelanos. Las cosas de poca monta de nada me sirven. De noche estaba mucho
mejor. Al día siguiente, otro catártico; al terce ro, opio para la tos. Viví los tres días
desencarnado». Cartas, n.º 839. Ese año, se le sangró al menos cuatro veces. <<
escribió cuatro billetes en el n.º 10 del Rambler. Era una de las damas de gustos
literarios que Richardson tuvo a sus pies. Bajo una de las apariencias externas más
desagradables que ninguna mujer haya tenido, según testimonio de la época, ocultaba
virtudes superiores y un amplísimo saber. Siempre se la llamó «la admirable señora
Chapone». —HILL <<
juez de su desempeño. Nadie ha meditado tan a fondo en el asunto, nadie tiene tan
sincero interés por el suceso». —HILL <<
llevado a pensar en la conveniencia de que hubiera un club por aquí cerca, aunque me
ha impedido asistir a él la dificultad respiratoria». Cartas, n.º 921. «31 de diciembre.
Es mucha la necesidad que tengo de entretenerme; desanimado, enfermo, insomne y
solitario, miro atrás con pesar y miro adelante con espanto». Ibid, n.º 922. —HILL <<
sobre la repisa de la chimenea del Apolo, en la Taberna del Viejo Diablo, Temple Bar,
que era la sala de su club». Johnson, Obras, ed. 1756, VII, pág. 291. —HILL <<
Williams dejó de habitar bajo su techo, pues sus desavenencias con ella fueron lo que
le decidió a marcharse. <<
«Es de ver qué hombre soy. He salido con bien de tres enfermedades, la perlesía, la
gota y el asma, y ahora disfruto de la conversación de mis amigos sin que me
interrumpa la debilidad o el dolor». —HILL <<
más alquileres ni compras, dejando que los edificios cayeran por ruina. En torno a
1757 los restantes fueron demolidos. <<
una treintena, publicados entre 1681 y 1736, aunque añade que «la lista
probablemente está incompleta». Era una miscelánea en la que cabía de todo, desde
los milagros y las fábulas de Esopo hasta una biografía de Francis Drake o
Adivinanzas ingeniosas. <<
—HILL <<
epigrama en griego a Eliza, y creo que debiera celebrársele en tantas lenguas como a
Luis el Grande». En 1780, la señorita Burney dijo de ella que era «una mujer de
aspecto realmente noble; nunca he visto el envejecimiento tan elegante en el género
femenino; todo su rostro parece irradiar bondad, piedad y filantropía». Madame
d’Arblay, Diario, I, pág. 372. <<
Swift, versos en el Cumpleaños de Stella, 1726-1727. Obras, ed. de 1824, XI, pág.
537. <<
1761. En su Crónica de su propia vida dice que «no fue mucha su ganancia con este
nombramiento, pues se vio obligado a renunciar a una prebenda en Westminster» y a
otras sinecuras. Murió en 1781; sus Obras se publicaron en 1782. Defendiéndose de
los ataques de Newman, Gibbon dice (Memorias, pág. 211) que «el anciano nunca
debiera haberse permitido el cultivo de una acusación falsa y feble contra el
historiador». <<
nul ne voudrait renaître» (Voltaire, Le désastre de Lisbonne. Œuvres, 1877, IX, pág.
478). Johnson dijo que, por su parte, «nunca en la vida había pasado una semana que
deseara repetir, siquiera en el supuesto de que un ángel viniera a proponérselo» (pág.
587). El doctor Franklin, cuya vida se superpone a la de Johnson por ambos
extremos, aseguró que no pondría objeción en repetir la misma vida de principio a
fin, exigiendo sólo la ventaja que poseen los autores de corregir en una segunda
edición las erratas de la primera. «No obstante, si se me negara este supuesto,
aceptaría el ofrecimiento de recomenzar la misma vida vivida» (Escritos, 1887, I,
pág. 29). <<
capitán James King. Se los acababa de enviar Nichols a Johnson (Cartas, n.º 965).
—HILL <<
debido a la carestía del pan. Por ley promulgada por Carlos II, el maíz se pudo
empezar a exportar siempre que quedara por debajo de un precio determinado. En
septiembre, antes de alcanzarse este precio, la Corona proclamó la prohibición de
exportar cereales. Cuando el Parlamento se reunió en noviembre, se aprobó una
indemnización para todos los afectados por el embargo. <<
parodia. Ella dijo que había pedido a Johnson permiso para escribirla directamente,
«triquiñuela —continúa ella— que he visto en ocasiones corrientes, y que consiste en
sentarse al otro extremo de la sala para tomar nota de lo que dijeran los presentes, ya
lo dijera el doctor Johnson, ya se lo dijeran a él, siendo esto algo que yo jamás he
practicado, ni he visto con buenos ojos en nadie. Hay algo de pésima educación, hay
algo incluso traicionero en este comportamiento, tanto que si fuera común toda
confianza pronto desaparecería del trato en sociedad» (Anécdotas, pág. 44). <<
Townshend puso en el mismo bando a Johnson y a Shebbeare. Burke, que fue quien
lo siguió en el uso de la palabra, nada dijo de Johnson. Fitzherbert, refiriéndose a
Johnson y llamándolo «mi amigo», lo defendió y lo puso por «patrón de la
moralidad». El 16 de febrero de 1774, cuando Fox llamó la atención sobre «un vil
libelo» firmado por «un británico del sur», Townshend dijo que «el doctor Shebbeare
y el doctor Johnson han recibido sendas pensiones, pero a ese desdichado británico
del sur habría que denunciarlo». Fue Fox, y no Burke, quien en esta ocasión defendió
a Johnson. Como Goldsmith estaba escribiendo la Represalia en el momento en que
se hizo este segundo ataque, es muy probable que constituyera la razón de ese cambio
en el segundo verso. <<
tierra o rebaños rico, o el Pactolo por ti sus ondas dore…»] Horacio, Épodos, XV, 19.
<<
de Johnson en 1787. Hill se sirve a menudo de ellas, y reseña que «conviene recordar
que Steevens no es digno de confianza». <<
sorprendido por su falta de garbo que hubo de preguntar a Dodsley quién era (Obras,
ed. de 1787, XI, pág. 209). —HILL <<
Aunque contienen sobre todo hechos reales, en realidad se trata de una obra de
ficción a la que Carleton sólo aportó el título y el esquema de la trama. Lo que se
cuenta no son recuerdos genuinos de nadie que haya vivido esas experiencias. Hoy no
cabe la menor duda de que el libro es obra de Daniel Defoe. <<
1774. La colección hoy forma parte de los fondos del British Museum. <<
en la segunda edición, se podría haber pensado que era Edmund Burke, tanto más
cuando que Johnson a menudo reseñó su escasez de ingenio. —HILL <<
los dioses, que de nada precisan, era una de las sentencias preferidas del doctor
Johnson, quien por su parte requería menos atenciones, estando enfermo o sano, que
ningún otro ser humano que yo haya conocido. La conversación era cuanto precisaba
para ser feliz». Piozzi, Anécdotas, pág. 275. —HILL <<
anciano de la máxima eminencia, que apenas había ganado nada por medio de sus
escritos, y que se hundía ya en la tumba lastrado por las enfermedades y las penas,
quiso disponer de quinientas o seiscientas libras que le permitieran, durante un
invierno o dos, los que aún le quedasen por vivir, respirar más a sus anchas en el
suave clima de Italia. Ni un penique obtuvo. Antes de la Navidad, el autor del
Diccionario de la lengua inglesa y de las Vidas de los poetas exhaló su último
suspiro en medio de las brumas del río, en medio del humo del carbón de Fleet
Street». Macaulay, Pitt, Escritos misceláneos, 1860, II, pág. 338. Poco antes, con
monstruosa exageración, Macaulay dice que Gibbon, «obligado por la pobreza a
abandonar su país, completó su obra inmortal a orillas del lago Leman». La pobreza
de Gibbon habría sido «suntuoso esplendor» para Johnson. —HILL <<
<<
requerimos». <<
espinas?». <<
Inglaterra. Gent. Mag., 1784, vol. LIV, pág. 711. Johnson escribió así al señor Ryland
el 18 de septiembre: «Hoy me han llegado en tres cartas distintas tres relatos del
hombre volador a bordo del gran globo». Y añade: «Vivo en espantosa soledad».
Cartas, n.º 1014. <<
cartas sin franqueo (por ejemplo, los parlamentarios), se hallaban en la ciudad. <<
seguridad» se refiere al hecho de que sir Joshua fuese nombrado pintor real de
cámara. «Sé —sigue diciendo— que sir Joshua contaba con que esa designación se le
ofreciera a la muerte de Ramsay, y expresó su desaprobación en lo tocante a la
solicitud que debía mediar; sin embargo, se le informó de que era un punto de
etiqueta ineludible, con el cual cumplió debidamente». Sus «furiosos propósitos»
parecerían hacer referencia a su intención de renunciar a la presidencia de la
Academia, tan pronto supo que ese puesto no se le iba a otorgar, y con el
conocimiento de que en la Academia no todos eran partidarios suyos. Reynolds
estaba además molesto porque los emolumentos que comportaba el cargo eran tan
reducidos que «iba a ser de dignidad comparable al exterminador de ratas de Su
Majestad». Reynolds, Cartas, pág. 112. —HILL <<
de las grandes casas de campo al cual los vecinos, nobles y clero podían acudir sin
invitación previa. <<
los globos aun cuando sólo fuera con tal de recibir una carta. «Usted —escribió al
señor Sastres—, siempre tendrá algo que contar; usted se trata con los distintos
órdenes de la humanidad, y sabrá confeccionar una carta con sus hazañas, sean las de
un filósofo, sean las de un carterista. Usted ha visto globos que alzan el vuelo con
éxito y otros que no, así como un millar de cosas extraordinarias y corrientes».
Cartas, n.º 1031. —HILL <<
carta al obispo de St. Asaph del 25 de septiembre de 1784, Reynolds dice así: «La
felicitación de Su Señoría por el hecho de que haya sucedido yo al señor Ramsay la
agradezco por su amabilidad, aunque es un cargo mísero, pues se ha reducido de
doscientas a treinta y ocho libras anuales, y creo que el cargo de cazador de ratas del
Rey es preferible. Se me ha de pagar por mis cuadros sólo la cuarta parte de lo que
me pagan otros, de manera que es improbable que los retratos de Sus Majestades
estén ahora mejor hechos que antes, a menos que me arruine con tal de pintarlos».
Reynolds, Cartas, ed. de Hilles, pág. 113. —HILL <<
ciudad del condado de Stafford, así llamada por los mártires cristianos. Salve magna
parens’», reza la entrada del Diccionario. La cita latina está tomada de las Geórgicas
de Virgilio, II, 173. —HILL <<
en los versos que dicen: «Expresa tu deseo fervoroso de un recto entendimiento, | las
pasiones obedientes, la voluntad resignada». <<
traducción de ambos versos en el Adventurer, n.º 58: «Ante mis ojos que se cierran,
querida Cinthia, preséntate, | débilmente sujeta por mi tenue, temblorosa mano». <<
libros. <<
trata de una forma sencilla de religión, cuyos adeptos se distribuyen por Dinamarca,
Holanda, Alemania, Suiza, Gran Bretaña y Estados Unidos. <<
de versos «improvisados», olvidando que Johnson le explicó cómo y por qué los
había escrito. El muchacho en cuestión es sir John Lade. Era sobrino y tutelado del
señor Thrale, quien parece haber pensado que la señorita Burney podría ser su esposa.
Lade es también quien, al preguntar a Johnson si le aconsejaba casarse, encontró esta
respuesta: «Yo, señor, no aconsejaría casarse a nadie que no sepa propagar el
entendimiento». En efecto, su manera de despilfarrar llegó a ser legendaria.
Sinonimia británica se publicó en 1794, después de la segunda edición de Boswell.
Tanto la introducción al poema como el mismo son adiciones de la tercera. <<
pleasure, pomp and plenty, | Great*** ****, are now your own. || Loosen’d from the
Minor’s tether, | Free to mortgage or to sell, | Wild as wind, and light as feather, | Bid
the sons of thrift farewell. || Call the Betseys, Kates, and Jennies, | All the names that
banish care; | Lavish of your grandsire’s guineas, | Shew the spirit of an heir. || All
that prey on vice or folly | Joy to see their quarry fly; | There the gamester, light and
jolly, | There the lender, grave and sly. || Wealth, my lad, was made to wander, | Let it
wander as it will; | Call the jockey, call the pander, | Bid them come and take their
fill. || When the bonny blade carouses, | Pockets full, and spirits high… | What are
acres? what are houses? | Only dirt, or wet or dry. || Should the guardian friend or
mother | Tell the woes of wilful waste; | Scorn their counsel, scorn their pother… |
You can hang or drown at last. <<
del Mesías de Pope, su Londres, y su Vanidad de los deseos del hombre, en imitación
de Juvenal; su prólogo a la Inauguración de la temporada en el Teatro de Drury
Lane, de Garrick, y su Irene, una tragedia, son en general breves, amén de
numerosas; además, he prometido encargarme de una edición completa de sus obras
poéticas, en la que con el mayor de los esmeros calibraré su autenticidad,
ilustrándolas con notas e interpretaciones diversas. —BOSWELL
Aunque no se exprese con demasiada claridad, la intención de Boswell es evidente.
Sin ninguna necesidad, Croker da a entender que «no son muy numerosas». Boswell
aún se reafirmó en su intención de editar los poemas de Johnson en otra ocasión.
Murió sin hacerlo. Todos los escritos de Johnson están catalogados en la Bibliografía
de W. P. Courtney y D. Nichol Smith, de 1915, reeditada con facsímiles en 1924.
—HILL <<