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VARONES. GÉNERO Y SUBJETIVIDAD MASCULINA. IRENE MELER.

Una tension expuesta es la que existe cuando intentamos articular discursos psicoanalíticos
con los aportes de las hipótesis de género, al suponer que para el psicoanálisis el motor del
funcionamiento subjetivo es el deseo, mientras que los estudios de género se referían
principalmente a las relaciones de poder. Nuestro análisis nos lleva a considerar que las
relaciones de poder están imbricadas profundamente en el repertorio deseante de mujeres y
hombres, de modo que se vuelve irrelevante la pretensión de disociarlos.

Cuando realizamos estudios de género consideramos interesante fertilizar este concepto


con aportes provenientes de la antropología, la historia, la sociología, la psicología, el
psicoanálisis y otras disciplinas.

Los nuevos criterios que utilizamos para reformular los tradicionales modos de inscripción
genérica descritos habitualmente como pertenecientes a la subjetividad masculina incluyen,
en primer lugar, la noción de complejidad. p 22.

Los modos de pensar, sentir y comportarse de ambos géneros, más que tener una base
natural e invariable, se deben a construcciones sociales y familiares asignadas de manera
diferenciada a mujeres y a hombres. Por medio de tal asignación, a partir de estadios muy
tempranos en la vida de cada infante humano, unas y otros incorporan ciertas pautas de
configuración psíquica y social que dan origen a la feminidad y la masculinidad. Tal
diferenciación es producto de un largo proceso histórico de construcción social, que no sólo
produce diferencias entre los géneros femenino y masculino, sino que, a la vez, estas
diferencias implican desigualdades y jerarquías entre ambos. p. 23

Mediante esta lógica binaria, hay un sujeto posicionado en el lugar de Uno, que ocupa una
posición jerárquica superior, en tanto el Otro queda desvalorizado.

El género como categoría de análisis tiene varios rasgos característicos:


1-es siempre relacional, nunca aparece de forma aislada sino marcando su conexión.
Hasta ahora, en los estudios de género se ha puesto énfasis en que tales relaciones son de
poder. p 24. Se trata de relaciones de dominación.
2-Otro rasgo de la noción de género es que suele ofrecer dificultades cuando se la
considera un concepto totalizador, que vuelve invisible la variedad de determinaciones con
que nos construimos como sujetos: raza, religión, clase social, etc.

El género jamás aparece en forma pura sino entrecruzado con estos otros aspectos
determinantes de la subjetividad humana.
-Criticas a principios esencialistas, biologicistas (creer que ser varon es tener cuerpo
masculino - testosterona, instinto a la lucha, etc) criticas a principios ahistoricos e
individualistas. p 25.
Levi Straus sugiere que la división sexual del trabajo es un producto cultural para provocar
la dependencia entre los sexos.
Kate Millet (1970) establece que el patriarcado es un sistema político que tiene como fin la
subordinación de las mujeres.
¿las teorías vigentes permiten comprender las diferencias o meramente reproducen los
prejuicios y los estereotipos culturales? p.28

Logros- Hacer visible lo que no se veía. Pero enfocar exclusivamente el problema de las
mujeres lleva a no tener una visión de conjunto ya que el otro no es pensado, significado ni
deconstruído.
-Estudios de género comenzó a cuestionar sobre “la condición masculina”, es decir, cómo la
cultura patriarcal deja sus marcas en la construcción de la masculinidad, afectando sus
modos de pensar, de sentir y de actuar.
-Reconstruir los vínculos entre ambos en términos que no sean los tradicionales opresivos y
discriminatorios.
-Revolución Industrial. Hombres espacio público, mujeres espacio privado.
-Se han incorporado a los estudios de género las experiencias diferenciales de “los dos”
hombres: los que no son de raza blanca ni homosexuales, ni de sectores medios. p.31

Los estudios del género masculino han hecho suyas las premisas iniciales del feminismo de
que “lo personal es político”.
-Crítica a los discursos dualistas- Definir UN sujeto varón.
-Crítica al conocimiento positivista y apoyo al conocimiento construído.

-Lógicas binarias que dividen no sólo a los géneros en femenino o masculino, sino que,
dentro de esa misma lógica, coloca a los sujetos del mismo género dentro de posiciones
superior/inferior, dominado/dominador. p.37.

Butler (p.38) “El lenguaje psicoanalítico que intenta describir la fijeza anterior de nuestras
identidades como mujeres o varones funciona para reforzar una cierta coherencia y para
impedir convergencias de identidades de género y todo tipo de disonancias de género, o
cuando existen para relegarlas a los primeros estadios de una historia del desarrollo, y por
lo tanto normativa”

Cuando el cuerpo biológico no concuerda con la percepción o el proyecto identificatorio que


los padres elaboran respecto del infante es el deseo parental lo que prevalece. El
sentimiento de ser mujer o de ser varón se establece a mediados del segundo año de vida,
mucho antes de que se configure la representación de la diferencia genital. J. Benjamin
(1997) “identificación genérica nominal”.

Los argumentos sociobiológicos ignoran el hecho de que las acciones humanas están
constituidas de modo colectivo y que los desenlaces sociales observados responden más al
efecto de la interacción social que a la expresión de tendencias individuales heredadas.

Los cuerpos son sexuados y también construídos por otras determinaciones.


p.45. El cuerpo nunca está por fuera de la historia y la historia nunca está libre de la
presencia corporal o de la producción de efectos sobre los cuerpos.

Psicoanálisis de género intenta romper con la tradición biolologicista y reduccionista


Emilce Dio Bleichmar - Sexualidad femenina.
John Money. Importancia de lo simbólico en la constitución de la identidad sexual humana.
p.46.
Stoller. Identidad de género. Sentimiento íntimo de saberse varón o mujer.

Cuestionó la hipótesis freudiana acerca de la masculinidad primera de las niñas. Freud


(1931) consideraba que la líbido, en tanto pulsión activa, es masculina y creía que las niñas
pequeñas eran semejantes a los varoncitos, en cuanto al carácter activo de sus mociones
pulsionales.
Como confundió la feminidad con el proceso cultural de inhibición y pasivización de las
mujeres, que es parte de la dominación masculina, consideraba que las niñas se
feminizaban una vez que se veían obligadas a reconocer su incapacidad para ser varones.
Fundamentó el amor hacia el padre como necesario para la heterosexualidad femenina.
-No siempre se desea a lo que no es es.

Es necesario focalizar la atención en procesos identificatorios más que en las investiduras


pulsionales consideradas en forma aislada.

Primera identificación con la madre, p 48.Sienta las bases para la protofeminidad de las
niñas, pero plantea una tarea adicional para los varones.

Greenson (1968) “Des-identificarse con la madre”. Los niños varones deben revertir
tempranamente su identificación con la madre, es decir, cambiar de modelo, para establecer
su identidad masculina.

Emilce Dio Bleichmar (1998) considera que el género es una categoría psicoanalítica
porque: “..se construye a partir de la fantasmática y del deseo del otro que se implanta
instituyendo el yo del sujeto. Las distintas corrientes teóricas dentro del psicoanálisis
destacan el papel del otro humano como constructor, pero simultáneamente como factor
distorsionante, perturbador, abusador, de la singularidad del deseo, del instinto. p49.

Los sistemas de género abarcan cuestiones vinculadas con la visibilidad y el reconocimiento


de los sectores diferenciados dentro de la sociedad global, tales como lo son las mujeres,
las etnias indígenas, los migrantes o los homosexuales. Estos grupos difieren entre sí y se
diferencian por sobre todo del modelo prototípico de ciudadano, que debido a la tradición de
poder masculino, es imaginado de edad mediana, clase media, heterosexual y educado.

Mientras que el psicoanálisis es una teoría que considera al deseo como motor del
funcionamiento subjetivo y la psicosexualidad es la referencia a partir de la cual se
decodifica cualquier relato, los estudios de género se refieren en última instancia a las
relaciones de poder entre varones y mujeres.
Historia de los cuerpos y no solo de las mentalidades. p 53.

El cuerpo, sustancia gozante y padeciente, recibe y reproduce las improntas de las


regulaciones elaboradas en el grupo humano que lo predece y contextúa, reglas que
cristalizan las respuestas colectivas ante los desafíos a la supervivencia general, las que
incluyen la perpetuación o innovación en los arreglos de poder vigentes. La pulsión se
fragua en el encuentro entre disposiciones herederas de las conductas instintivas
universales y las regulaciones interiorizadas producidas en la historia grupal ancestral. El
poder interviene en la constitución del deseo.

El placer, el dolor, la idealización respecto del otro, el deseo de someter y el de ser


sometido, se entrecruzan en las relaciones eróticas que son siempre a la vez relaciones de
poder, entre los géneros y en el interior de cada género sexual. p57

Lacan considera que el inconsciente impone leyes estructurales a las pulsiones,


representaciones, recuerdos y afectos. Silvia Tubert (1988) considera que Freud también
pensó que en el inconsciente no hay contenidos específicos sino que consiste en un modo
de operar con las representaciones preconscientes. Desde esa perspectiva teórica, existe
una construcción simbólica de la diferencia sexual. La masculinidad y feminidad serían
formas vacías a las que se les asignan diversos contenidos en función de las circunstancias
histórico-sociales. De este modo, la autora propone una articulación entre el valor
estructural de estos conceptos y su carácter histórico. p 58

El psicoanálisis intentó fundar un nivel de análisis específico para los procesos subjetivos, y
lo logró, pero no pudo evitar escapar por completo a lo que constituía la caución de
cientificidad durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX: la referencia de los procesos
psíquicos a un sustrato biológico respecto del cual se esperaba encontrar una
correspondencia punto a punto.

Pagina 59. Teorización del psicoanálisis de Lacan, sustentados en última instancia en la


diferencia sexual anatómica. Niños y niñas quieren ser el falo, en tanto no puede tenerlo,
pero luego la niña quiere continuar ser el falo y el niño tener el falo. Y eso es la diferencia
entre sexualidad femenina y masculina. El orden simbólico en sí mismo es androcéntrico,
debido al dominio social de los varones.

La representación colectiva de la diferencia sexual no ha sido aún lograda, ya que, de


acuerdo con la lógica del narcisismo, lo diferente es reducido a la inferioridad. También hay
otras discriminaciones que ordenan la experiencia . p.60.

Para que se pueda pasar de la identificación primaria a las identificaciones discriminadas y


permitidas con algunos aspectos de los padres, debe establecerse la diferencia entre los
sexos y la diferencia entre las generaciones.

Las esencias constituyen una creación ilusoria sin sustento, pero las representaciones
colectivas, aunque intangibles, son reales, y reconocemos su existencia a través de sus
efectos sociales y subjetivos. p61.
Es necesario tener en cuenta la existencia previa de la feminidad y la masculinidad cultural.

Para los fines del análisis, es necesario discriminar entre el proceso por el cual los infantes
van construyendo la representación subjetiva de las diferencias y el proceso histórico
mediante el cual se han construído las representaciones colectivas acerca de la diferencia
sexual. Estas representaciones sociales constituyen a su vez el contexto dentro del cual el
desarrollo evolutivo de los sujetos tiene lugar. p.62

Más allá de la diversidad de matices teóricos, existe consenso respecto del hecho de que
las relaciones entre varones y mujeres pueden ser conceptualizados como relaciones
sociales y, a partir de eso, analizadas desde la dimensión de las relaciones de poder. Por lo
tanto, el deseo que los une o los separa no responde de modo inmediato a la diferencia
sexual anatómica o a las urgencias de un instinto, sino que es parte de vínculos complejos
donde se articulan la sexualidad, la autoconservación y la hostilidad, bajo la forma del
dominio y la subordinación. Tanto el sentimiento subjetivo de masculinidad o feminidad
como el deseo erótico cualquiera sea su objeto, se construyen a través de un devenir
histórico que es, a la vez, individual y colectivo. p65.

Capitulo 2. La masculinidad. Diversidad y similitudes entre los grupos humanos.

Si bien en la actualidad protagonizamos un proceso de progresiva disminucion de la


polaridad entre los géneros, no debemos olvidar que esta subjetivación diferenciada fue
exacerbada a lo largo de la historia por la mayor parte de las sociedades conocidas.

Maurice Godelier (1982) considera que la primera división jerárquica, desde una perspectiva
lógica si no tambièn cronológica, ha sido aquella existente entre varones y mujeres. p. 72

Winnicot considera que, en ocasiones, el destino de las paradojas consiste en ser


respetadas como tales, sin intentar resolverlas. Esta perspectiva permite respetar la
complejidad de determinadas cuestiones, y el debate actual acerca de la masculinidad
social es sin duda complejo. Es posible, entonces, considerar que los hombres son ambas
cosas según las circunstancias. En algunas ocasiones agradeceremos su aspecto protector
y proveedor, mientras que en otras padeceremos sus tendencias opresoras y abusivas que
los agrupamientos humanos nos han cultivado para la defensa común, pero que a veces se
vuelven en contra de los supuestos defendidos. p 73.

Si seguimos a Elizabeth Badinter, veremos que los cuerpos masculinos son a la vez
poderosos y frágiles. Debido a que, de acuerdo con los estudios biológicos más recientes,
constituyen una diferenciación respecto de una feminidad básica común a la especie, son
más proclives a padecer trastornos genéticos. Deben luchar para sobrevivir ya que tienen
una mayor probabilidad de ser abortados, y tambièn atraviesan por un complejo proceso
para obtener la masculinidad, dependiente de la adecuada provisión hormonal durante la
gestación. A lo largo del crecimiento, experimentan más trastornos de conducta y
aprendizaje, y en la adolescencia son las principales víctimas de accidentes. Sacrificados
en las guerras, suicidas que no amenazan vanamente, mueren más temprano, siendo su
expectativa de vida unos siete u ocho años menor respecto de las mujeres.

La crianza materna, y el hecho mismo de ser nacidos de mujer, constituye un reaseguro


identitario para las niñas, que sólo adoptan una identificación masculina cuando se han
sentido amenazadas o abandonadas. Los varones en cambio, cuando han estado a cargo
de mujeres durante sus primeros años, arreglo habitual hasta hace muy poco, deben ser
sustraídos de su influencia (Stoller, 1968) p 75.
La metodología existente para masculinizarlos se basó en el repudio de sus identificaciones
femeninas (Greenson, 1968), en la escisión de los aspectos de su personalidad ligados con
la dependencia infantil o con deseos pasivos de distinta índole, y la depositación de esos
aspectos disociados sobre sus compañeras femeninas. El esfuerzo de los hombres por
afirmar su identidad y excelencia como tales y diferenciarse así de las mujeres y de los
varones pasivos, infantiles o afeminados, ha hecho de la homofobia y la misoginia las
compañeras habituales de la masculinidad.

David Gilmore (1990) define a la masculinidad como la forma aprobada de ser varón en una
sociedad determinada. Se propone estudiarla tomando como eje la interrelación entre la
organización social de la producción y la dinámica intrapsíquica. Considera que el ideal de
la masculinidad no es puramente psicogenético, sino que constituye un ideal impuesto
culturalmente, al cual los hombres deben adecuarse concuerden o no psicológicamente con
él. p. 76

Así como se destacó las consecuencias desfavorables de la inhibición socialmente inducida


de la asertividad femenina, Gilmore enfatiza el padecimiento de los varones que deben
adecuarse al ideal viril. Revisar concepto de El malestar en la Cultura.
Plantea que la masculinidad es problemática, y constituye un estado precario y artificial al
que los niños deberán acceder pasando por difíciles pruebas. La masculinidad es un
desafío, un premio a ser ganado.

Gilmore reporta que aun en sociedades donde la caza mayor nunca existió, donde la
violencia está devaluada y donde no es necesaria la cooperación económica entre hombres
para subsistir, los hombres están igualmente preocupados por demostrar su masculinidad.

¿Discursos ideológicos tendientes a convalidar la dominación masculina?

Página 78. Ansiedad de castración. Gilmore considera esto psicologista y destaca que
Freud no tiene en cuenta que los niños deben ser forzados para asumir conductas definidas
como masculinas. Considero que el análisis de la ansiedad de castración que se observa en
los varones sólo se hace posible cuando se comprende la presencia generalizada de este
tipo de angustia en el contexto de la atribución imaginaria de omnipotencia al género
masculino. Los hombres temen perder lo que en realidad no tienen, de modo que
podríamos decir que temen saber acerca de los límites de su poder, conocer su
vulnerabilidad, y que este temor no deriva de una arrogancia esencial a su género, sino de
la depositación colectiva de omnipotencia de la que se los ha hecho objeto y de la cual las
mujeres hemos sido parte. p79.
Cualquiera sea la hipótesis que se prefiera, hoy en día las teorizaciones reduccionistas han
caído en descrédito, debemos buscar una articulación con sentido entre diversos órdenes
de determinación.

Stoller. Identificación primaria del niño con su madre, lo que genera una especie de
feminización inicial respecto de la cual el varoncito debe reaccionar, mientras que la niña
establece en los comienzos de su vida una sólida base para su feminidad. Desde esa
perspectiva, más que la ansiedad de castración, sostiene que la amenaza más temida para
el niño es el retorno a la simbiosis con la madre, donde se perdería su sí mismo
independiente. Por lo tanto, la lucha por la masculinidad es una batalla contra los deseos
regresivos, una “revuelta contra la infancia”.

La autosuficiencia económica es otro de los emblemas masculinos. Aun en los hogares


donde las mujeres trabajan, se espera que el hombre contribuya con el ingreso principal.
Como dice el autor, la masculinidad se mide al menos parcialmente en dinero. p81.

La protección constituye otro emblema masculino. El coraje físico, enfrentar el peligro,


involucrarse en conflictos, son condiciones del “hombre de verdad”. El varón se expone a
ser herido, pero con el objetivo de tomar ventaja de tal exposición y dañar al adversario. La
finalidad última es obtener el reconocimiento del heroísmo. p 81.

Los conflictos que llevan a las mujeres al terror y que impulsan a reclamar la protección
masculina, derivan de la amenaza surgida de los hombres de las otras comunidades.

El machismo es una exageración de la actitud masculina defensiva en contextos peligrosos.


La mascarada de rudeza e insensibilidad constituye una búsqueda de protección, para no
dejar ver al niño tembloroso que albergan en su interior. p. 83.

Narcisismo. La imagen de sí se inviste de afecto y deseo, y ese amor a un sí mismo


engrandecido, esa autoadoración hacia la figura del rey o el guerrero, puede estimular el
rebajamiento de los otros con el fin de sostener de ese modo la grandeza de la autoimagen.

Pagina 91. Los chinos expresan su masculinidad rehusando concurrir a la consulta médica,
ya que atenderse no es viril. Dado que los chinos proscriben el individualismo, el hombre
ideal debe desarrollar coraje, confianza en sí mismo, iniciativa en su trabajo y ser
disciplinado e independiente, en especial respecto de las mujeres. Nunca deben quejarse.
Entre los varones hindúes existe un notable temor a la impotencia. En Japón es muy
importante conciliar los intereses privados con el interés general. El camino hacia la
masculinidad es duro y supone pruebas. Existen tradiciones guerreras, vinculadas al código
samurai o bushido, que mantienen una lealtad ciega hacia el señor y su familia, o sea una
lealtad no cuestionada hacia la autoridad constituida. El egoísmo es un vicio mayor, y el
autosacrificio es valorizado (ejemplo Kamikazes). En las mujeres se cultiva la “verguenza” y
las virtudes domésticas. p.94

En tahití, los hombres no parecen mas agresivos que las mujeres, y las mujeres no son mas
suaves o maternales que los varones. No existe división sexual del trabajo, ni angustias
para probar la masculinidad. En las conversaciones, los hombres no muestran rechazo por
identificarse con posiciones femeninas. El afeminamiento masculino es frecuente y
aceptado.

Las culturas que crearon la ideología de la masculinidad parecen ser, de acuerdo con
Gilmore, aquellas que eligieron luchar para sobrevivir. Los pueblos que eligieron huir ante el
peligro, no necesitaron construir ideologías de la masculinidad. p.99

Los hombres deben en la mayor parte de las culturas: -fecundar a las mujeres - proteger del
peligro a quienes dependan de ellos - proveer a sus descendientes y parientes.

Ese personaje casi global se puede llamar hombre-fecundante-protector-proveedor. Sin


embargo, pese al elevado prestigio atribuido a la masculinidad, para ser hombre es
necesario aceptar que se es prescindible. p 100

El feminismo ha tornado visibles los perjuicios que el sistema sexo género caracterizado por
la dominación masculina ha ocasionado a las mujeres, para permitir con posterioridad la
percepción de algunos inconvenientes ocultos en la aparentemente favorecida condición
masculina.

Engels considera que las mujeres sufrieron una derrota histórica a partir de la acumulación
de riquezas por parte de los varones, consecutiva al desarrollo de la agricultura de arado y
de la ganadería. Godelier parece sugerir que las jerarquías tienen un origen menos material,
más relacionado con el poder y con el narcisismo.
Legitimidad y sentido a las jerarquías ya existentes, p104.

El dominio masculino se ha montado sobre la división del trabajo, racionalizándola,


estilizando excesivamente los roles y construyendo jerarquías sobre la base de éstos. En
estas sociedades existe violencia física, psicológica y simbólica p.107

Ceremonia masculina lleva años. Ceremonia femenina: aceptar el dominio masculino (p.
110 y 111)

Estas jerarquías entre varones constituyen la consecuencia lógica de una sociedad que
inicia su estratificación a partir de la dominación masculina sobre las mujeres. Robert Conell
(1996) describe la existencia de múltiples masculinidades, entre las cuales diferencia una
masculinidad hegemónica, que representa el ideal viril y sirve como criterio organizador
para todos los hombres. p 112.

p. 115 “los niños varones deben desarrollar barreras intrapsíquicas contra su deseo de
fusión con la madre. Este proceso se ve favorecido por el proceso madurativo. El niño crea
en los casos favorables, una angustia de simbiosis. La masculinidad social convencional es
el resultado de esta defensa contra la simbiosis e implica envidia y temor a la mujer,
necesidad de mantenerla a distancia y rebajarla aunque se la desee. La rudeza, el
machismo y la homofobia son manifestaciones defensivas para renegar de cualquier
aspecto femenino de sí mismo.
Concluye además que si se supera la simbiosis y se instala la separación psicológica con
respecto de su madre, un niño puede avanzar hacia cuestiones edipicas, o sea, desear
tenerla para sí en lugar de ser como ella. Para ese fin se identificará con el padre, a quien
admira.
La gran mayoría de los hombres ha construído su psiquismo sobre la base del repudio de la
dependencia. p.116.

p. 119 “Es necesario explorar la masculinidad contemporánea en sus aspectos vinculados


con la sexualidad, el poder y la cultura, para crear de modo colectivo nuevos modelos de
varón. Pero para que esto se logre, lo que en realidad debería modificarse son las
representaciones acerca del poder, un poder que se destine a crear y no a dominar. ¿Será
posible?

Crisis de la masculinidad. Años setenta. Comprende la posibilidad de ubicarse como sujeto


activo, crítico, de aquel equilibrio anterior. p. 123
Los unos (sujeto hegemónico, blanco, heterosexual, joven, de sectores socioeconómicos
medios o altos)
Los otros (en posición jerárquicamente inferior, de color, homosexuales, viejos y pobres) p.
124

Esta lógica de la diferencia sexual que jerarquizaba a los hombres como más fuertes, más
inteligentes, más valientes, más responsables ha entrado en crisis en estos ultimos
decenios, en particular los principios en los que se basa: esencialismo, naturalismo,
biologicismo, individualismo, ahistoricidad.

Si los varones ostentaban atributos como la valentía, la fortaleza física, el desarrollo de la


racionalidad y otros rasgos que les permitían desplegar su subjetividad principalmente en la
esfera laboral en el ámbito público, en la distribución de las áreas de poder nuestra cultura
le asignará al género masculino el poder racional y el económico como posición genérica
que los nomine en tanto sujetos.
En el caso de los hombres, la masculinidad se ha construído socialmente alrededor de un
eje básico: la cuestión de poder, a tal punto que la definición de la masculinidad es “estar en
el poder” p. 126.

“El malestar de los varones”. Efectos que producen


Kimmel sugiere que la masculinidad haga como el feminismo, un modelo que se maneje en
dos niveles, uno, el de las transformaciones institucionales, en las que hombres y mujeres
se integren en la vida pública como iguales.
Elizabeth Badinter (1992) afirma que se destacan varios criterios acerca de la masculinidad
a) se rechaza la idea de una masculinidad única, hegemónica, lo cual implica que no
existe un modelo masculino universal.
b) la masculinidad constituye una ideología que tiende a justificar la dominación
masculina, sus formas cambian, sólo subsiste el poder que el hombre ejerce sobre la
mujer.
c) la masculinidad se aprende, se constituye y, por lo tanto, también se puede cambiar.
Página 130. Luis Bonino (1997) esquema sobre la construcción de la masculinidad.

Partiendo del ideal social y subjetivo fundante de la masculinidad, el ideal de


autosuficiencia, que requiere el posicionamiento social y subjetivo de dominio y control (ya
presente en las polis griegas como requisito a su ingreso)
El esquema describe cuatro ideales sociales tradicionales sobre los cuales construir la
subjetividad masculina y cuatro pilares tradicionales sobre los cuales ésta se asentaría.
El pilar 1 supone la hipótesis de que la masculinidad se produce por desidentificación con lo
femenino, y el ideal de masculinidad será no tener nada femenino. El pilar 2 afirma la
hipótesis de que la masculinidad se da por identificación con el padre, y construye un ideal
sobre la base de ser una persona importante.
El pilar 3 enuncia la hipótesis de que la masculinidad se afirma en los rasgos de dureza y de
ser poco sensible al sufrimiento, en particular que se construye sobre la base de la
violencia. Desimplicarse afectivamente. El pilar 4 supone la hipótesis de que la masculinidad
se construye sobre la base de la lucha contra el padre y construye su formulación de su
ideal como ser un hombre duro. p. 131.

Página 132. “en la afirmación en el pilar 1, los trastornos subjetivos serán acordes con la
evitación de toda semejanza con los rasgos típicamente femeninos, por ejemplo, la
emocionalidad, la pasividad, etc. Lo deseado/temido que aquí se juega es el opuesto
macho/maricón, con su derivado hetero/homosexual. En la afirmación expuesta en el pilar 2,
los trastornos de la subjetividad serán derivados de: a) el sentimiento de fracaso, b) la
búsqueda imperativa del éxito. Según Bonino, en este pilar ser varón se sostiene en el
poder y la potencia, y se mide por el éxito, la superioridad sobre las demás personas, la
competitividad, la posición socioeconómica, la capacidad de ser proveedor.
Si la masculinidad se afirma en el pilar 3, los rasgos de la subjetividad enfatizarán la
polaridad agresividad/timidez. Según este pilar la hombría depende de la agresividad y la
audacia y se expresa a través de la fuerza, el coraje, utilizar la violencia para resolver los
conflictos.
El eje en el pilar 4 probablemente se asocie a la polaridad duro/blando y se afirme en la
cualidad de la dureza emocional y el distanciamiento afectivo. La frase “los hombres no
lloran” caracterizaría esta posición.

La mayoría de los estudiosos de la subjetividad masculina se refieren a condiciones


tempranas de subjetivación a partir del íntimo contacto con una mujer: la madre. p. 133.

Protofeminidad- refuta la teoria de masculinidad primaria innata que había postulado Freud.
Stoller, Badinter, allí donde Freud reduce la bisexualidad originaria al primado de la
masculin idad, en los dos primeros años de vida, Stoller sugiere que dicha bisexualidad
originaria se reduce al primado de lo femenino.

Tanto Stoller como Emilce Dio Bleichmar (1985) afirman que existiría una identidad
femenina primaria que llena de satisfacción a la niña, pero que, en el caso de los niños,
deviene un obstáculo que debe superarse. La masculinidad se crea y es secundaria.
Los comportamientos que las sociedades patriarcales definen como masculinos están
elaborados, en realidad, con maniobras defensivas. p. 134.

Cuando no existe una fuerte identificación personal con hombres, el hijo de un padre
ausente -fenómeno habitual en nuestra sociedad- elabora un ideal de masculinidad
identificándose con las imágenes culturales de lo que es ser un hombre.

Badinter, p. 136. La madre está biológicamente determinada para ello (?) cuidados.
Rol de padre como ley, distante de lo afectivo. (según los psicoanalistas)
Psicoanálisis ayudó a la representación de padre lejos de toda afectividad. Función de
entrada cultural.REFLEXIONAR.

Primacía del falo- Envidia al pene. La teoría del patriarcado eterno y necesario en la que se
respalda para justificar la primacía del falo resulta hoy caduca: el poder de los hombres
sobre las mujeres, definidas como objetos de intercambio, parece una representación propia
de cierto momento histórico- social, insostenible a medida que avanzan las investigaciones
actuales y las transposiciones socio-históricos. p 139

Si ya no podemos asumir que la masculinidad es algo natural ¿qué significa que las
masculinidades esten social e históricamente construídos? En primer lugar, ayuda a pensar
que no hay un solo modelo al que los hombres se tengan que ajustar.

Tradicionalmente ha habido una fuerte identificación entre la masculinidad dominante y la


modernidad, que se ha organizado alrededor de una identificación entre masculinidad y
razón. Esto permitió dar por sentado que los hombres eran seres racionales y les ha
permitido legislar para otros, en lugar de percibirse y hablar de sí mismos de una manera
íntima y personal, logrando con esto despersonalizar la experiencia que los varones tienen
de sí mismos.
Como seres racionales, quedarían fuera de las cuestiones atribuidas a la naturaleza, por
ejemplo, cuestionar la sexualidad. La sexualidad ha sido concebida, desde esta perspectiva,
como una fuerza o “necesidad irresistible” que viene del cuerpo. La idea es que una vez que
los hombres han sido sexualmente excitados ya no pueden ser responsabilizados por lo que
origina o es causa de su excitación.

Se ha responsabilizado a las mujeres de ser causa de excitación. Los varones han tardado
mucho tiempo en colocar en su sitio a su propia responsabilidad por su sexualidad y en
aprender a plantear sus experiencias en diferentes términos. No se considera al cuerpo
como parte de la construcción subjetiva de cada ser humano. (Cuerpo-mente, agresividad
proveniente del cuerpo, mente racional). p. 140 a 144.

Para Seidler, la identificación entre masculinidad dominante y razón desempeña un papel


decisivo en el sostenimiento de las nociones de superioridad masculina. Este autor cita los
desarrollos psicoanalíticos de Freud, quien reconoció que dentro de la cultura racionalista
de la modernidad los varones frenen el poder de imponer los términos de acuerdo con los
cuales los demás tienen que probarse a sí mismos. En la lectura que hace sobre los textos
freudianos, destaca que a Freud lo que se interesaba era ilustrar el daño que se le había
infligido tanto a los hombres como a las mujeres mediante la represión de la sexualidad en
Occidente, y que tal represión de la sexualidad iba acompañada de diversas formas de
supresión de la emocionalidad. Para él, es decisivo empezar a replantear las
masculinidades de manera que los varones puedan empezar a desarrollar visiones
diferentes de sí mismos. p. 142.

Es necesario que los hombres realicen “su revolución silenciosa” en el interior del hogar, en
los vínculos conyugales y familiares y que también sea parte de la subjetivación propia del
género masculino el trabajo de amor y de cuidar. De lo contrario, nos mantendremos en la
vieja dicotomía en que las mujeres ejercen el poder de los afectos y los hombres el poder
racional y económico. Si esto es así, encontraremos que las mujeres seguiremos ocupando
posiciones subjetivas ligadas a tener influencia, pero no a adquirir poder. Tener influencia
consiste en incidir sobre las maneras de pensar y de sentir de los otros, mientras que
adquirir poder consiste en contar con todas las herramientas necesarias para decidir sobre
lo que otros hacen. p. 145.

El deseo surge en un ámbito vincular, y es la palabra y la mirada de los otros significados lo


que inscribe sus marcas particulares en los cuerpos sensibles. A su vez, los vínculos de
intimidad se desarrollan en un entorno social e histórico, donde se llevan a cabo prácticas
colectivas reiteradas.

El género puede considerarse como un dispositivo social que interviene de forma definitoria
en la constitución temprana de la subjetividad. No podemos referirnos a una infante neutro
p. 149.

Los sistemas de género se han caracterizado hasta ahora por el dominio masculino, y esta
modalidad de la relación entre los géneros ha contribuido a plasmar subjetividades.
Caracteristica sexual de los hombres, la jactancia.
La obsesión por el desempeño constituye otro de los emblemas de la masculinidad
heterosexial “normal”.
Stoller (1968) considera que el necesario proceso de desidentificación con respecto a la
madre, constituye el determinante principal de la difusión de un estilo de masculinidad
misógino, homofóbico, sádico y perverso.

La imagen del varón como un sujeto siempre excitable, obsesionado por el sexo, se asocia
con el dominio. p. 159.

Aunque Freud (1921) atribuye a las mujeres un monto mayor de celos, la observación
clínica no confirma esa hipótesis. Los celos masculinos son más evidentes y violentos,
porque la infidelidad amenaza el dominio. Ya que la dama “si le devuelve la gentileza”,
expone a su poseedor a ser sometido por el otro varón, perdiendo así su estatuto
sociosimbólico. p. 162.

La concepción freudiana acerca de que la feminidad constituye un “enigma”, es una


expresión de esa tendencia masculina a desconocer a las mujeres, consideradas como
incomprensibles por no coincidir con el sí mismo.
Queda abierta la pregunta acerca de por qué el comportamiento sádico representa un
aspecto exacerbado de la actividad masculina. p. 165.

Habría que identificar las razones por las cuales en el discurso psicoanalítico se tiende a
homologar feminidad con pasividad.

La represión de la afectividad es el correlato obligado de una sexualidad asociada al


dominio y a la performance, p. 166.
El modelo masculino de respuesta sexual es el de cumplimiento y descarga, con
desconexión posterior.
El costo subjetivo de haber sido socializado para dominar, consiste en una penosa
dependencia narcisista de la imagen masculina ideal que cree debe encarnar. p. 167.

La práctica de la violación de mujeres durante las guerras testimonia esta asociación


existente entre la derrota del pueblo enemigo y la decisión de refrendar el asesinato de los
hombres mediante la apropiación erótica de sus mujeres. p. 169.

Ansiedad de castración - Miedo de los hombres a perder su masculinidad. La amenaza de


la castración determina el sepultamiento del complejo de edipo y por lo tanto la
complejización subjetiva a través de las identificaciones con ciertos rasgos de la
personalidad de los padres, admirados, deseados, temidos.
El superyó así constituído explica la contribución masculina a la cultura y determina el
carácter social de los varones. 172.

La hostilidad es una de las conductas más controversiales cuando procuramos entrelazar


hipótesis psicoanalíticas con teorías sobre la construcción social de la subjetividad
masculina: unas ponen el acento en los movimientos pulsionales y sus destinos, las otras
enfatizan las formaciones culturales que inciden sobre la construcción genérica de los
varones y su procesamiento de la hostilidad. p. 199.

Muchas teorías se apoyaron en argumentos de tipo biológico para caracterizar al hombre


como genéticamente dotado de un mayor monto de agresividad.

Una investigadora de la universidad de Stanford, en los EEUU, Eleonor Maccoby (1979) al


estudiar la psicología diferencial entre varones y niños, se pregunta acerca de las
diferencias observables en relación con las conductas agresivas. Señala que, cuando
juegan, las chicas se pelean muy poco, mientras que los chicos inician más peleas y sus
víctimas suelen ser niños que lloran o huyen cuando se los ataca. Además, a las chicas les
preocupa menos que a los varoncitos las cuestiones de dominación. p. 200.

Hemos descrito diversos contextos culturales, históricos y sociales dentro de los cuales la
masculinidad no se asociaba necesariamente a la expresión de violencia ni de formas de
descarga de la hostilidad mediante ejercicios de dominación. Parecería que si bien existen
para cada sexo factores predisponentes convocados por su disposición genética, serán
necesarios factores precipitantes dentro del contexto cultural e histórico para que estos se
desplieguen.

“En un medio donde el comportamiento agresivo no recibe recompensas, los chicos no


pelean demasiado”. p .203.
En este aspecto podríamos destacar algunas sutilezas, por ejemplo, cuando se trate de
medios ambientales en los cuales declaradamente se desaprueba la agresión como forma
de conducta, pero secretamente se la aprueba como forma de expresión masculina, p. 203.

Estudios como los recién analizados enfatizan la importancia del despliegue de la hostilidad
en sociedades de dominación masculina, “los hombres guerreros dispuestos a la lucha
como instrumento de conquista y dominación”.
Ello implica cultivar la agresividad en los hombres que serán destinados a defender el
campo de batalla.
Además, cuanto más estimula una cultura los rasgos patriarcales, más se asociará la
masculinidad con la incorporación de la violencia como eje constitutivo de ser varón. Se la
naturalizará mediante creencias, mitos o disciplinas científicas que tiendan a convalidar la
hipótesis de que el cuerpo masculino está naturalmente predispuesto para la penetración, la
conquista, el dominio, por su mayor fuerza física y su mayor aparato muscular que el de las
mujeres, por su testosterona, etc. p. 204.

Quien dice subordinación de un sexo a otro dice también diferentes formas de violencia que
ejerce el sexo que domina sobre el otro: violencia física (golpes, heridas) y psicológica
(desprecios, insultos)
En tanto los niños podrán aguardar el momento de su propia posición como adultos en la
sociedad para ejercer semejante ejercicio hostil contra otros, a los niños les espera otro
destino: el de la represión de la hostilidad y su transformación bajo otro tipo de conductas,
entre ellas su transformación en amorosidad, altruismo, generosidad, actitudes de cuidados.
Además de las formaciones socioculturales y económicas que convalidan la dominación
masculina por medio de la hostilidad y la violencia, existen también algunas hipótesis como
las que se encuentran en los textos freudianos sobre el surgimiento de la hostilidad en la
construcción de la subjetividad, y los difíciles procesos de elaboración que se dan en
varones o en mujeres. p. 205.
La fuerza mayor de un individuo puede ser compensada por la asociacion de varios de los
más débiles: la violencia es vencida por la unión. El poderío de los unidos representa
entonces el derecho. p.206.

Instintos. De amor o conservación, o de muerte. Algunos aparecen ligados, por ejemplo el


instinto de amor objetal necesita de un complemento del instinto de posesión para lograr
apoderarse de su objeto.
Freud concluye que serían inútiles los propósitos para eliminar las tendencias agresivas del
hombre, aún en los pueblos donde la naturaleza es muy pródiga y provee todo para su
subsistencia, o en sociedades con tanto bienestar que se satisfagan todas las necesidades
materiales. En este sentido coincidiría con las observaciones realizadas por la científica
política Anne Jonasdottir (1993) quien sostiene que en sociedades donde se ha logrado la
igualdad formal -norte europeo- persiste la desigualdad de género como forma de violencia.
p. 207.

P. 209. Habitualmente consideramos que ante una situación de tensión de necesidad


insatisfecha, la frustración genera una hostilidad que tiene que ser descargada. Esta
descarga de hostilidad producirá cierto alivio inmediato, pero no resulta eficaz para la
resolución de conflictos, sino más bien para su postergación, dado que el mismo conflicto
volverá una y otra vez. Pero parecería que estos destinos pulsionales son más propios de
los varones que de las mujeres en nuestros ordenamientos culturales. La idea de que la
hostilidad requiere para su descarga de alguna forma de acción motriz es más afín a los
modos de desarrollo de los varones que de las niñas.
Joseph Vincent Marqués (1991) dice que un varón puede ser potencialmente más o menos
agresivo; en primer lugar se le educará fomentando su agresividad y en segundo lugar,
independientemente de la mayor o menor agresividad que haya alcanzado, será tratado
como si realmente tuviese la agresividad que la sociedad le atribuye al prototipo masculino.
Volviendo a los movimientos pulsionales que enuncia la teoría freudiana, cuando las
pulsiones pueden desarrollarse bajo la forma de deseos, nos encontramos con los deseos
amorosos y los deseos hostiles. Parecería que en nuestros ordenamientos patriarcales,
nuestro desarrollo cultural propone para las niñas un predominio de los deseos amorosos
que, llevan a ligaduras, a conexiones intersubjetivas, a los vínculos de identificación con el
otro, es decir, a un tipo de deseos apropiada para el sostenimiento del ideal maternal, y de
la ubicación social y subjetiva de las mujeres en tanto sujetos como madres. p. 210.

En cambio, parecería que en esta distribución a los varones les correspondería el desarrollo
del deseo hostil diferenciador, de autoafirmación con el despliegue de la hostilidad hacia
otros, en tanto que la observación en las niñas revela que sus movimientos de
autoafirmación se diferencian y disocian del ejercicio de la hostilidad. p. 211.

Un estudio interesante acerca de la socialización en la familia se refiere a las técnicas de


disciplina en función del sexo. Los padres interactúan de modo diferente según el sexo. p
212. Por ejemplo, según estas investigaciones en la variable disciplina, son más exigentes
con los varones que con las chicas. Por lo general, los padres utilizan mayor coerción física
con los chicos y mayor coerción verbal o reprimendas con las chicas. “Los hombres se
hacen a golpes”.

Un varón será más agresivo cuando haya internalizado esa modalidad de vinculación a
partir de la pareja parental, por identificación con un padre violento. p. 213.

Hay numerosos estudios que analizan los fenomenos de la violencia masculina en la familia.
Uno de ellos se refiere a las “locuras privadas” (Green, 1990). Se trata de hombres que
expresarían ese tipo de conductas violentas solo en la intimidad familiar, en tanto que su
conducta extrafamiliar es absolutamente adaptada al entorno. Una de las condiciones para
que esas “locuras privadas” se produzcan es que esas familias se hallen en relativas
condiciones de aislamiento social, sin muchos nexos sociales con otras familias o con
instituciones que denuncien la anomalía. También suelen potenciar los recursos de
resistencia de los más débiles.
En cuanto a los modos de alivio de la tensión psíquica que se descarga agresivamente
sobre otros, los cuales se reducen en aquellas familias donde habría un hombre que tiende
a regular la conducta del resto de los miembros del grupo mediante el ejercicio de la
violencia, podríamos aplicar el concepto sugerido por Freud en El malestar en la cultura
(1930) cuando aludió a descargas agresivas que eluden la acción directa. por ejemplo
cuando se trata de violencia invisibles- Freud se preguntó por qué “la ley no alcanza las
manifestaciones más discretas y sutiles de la agresividad humana”.
Otros estudios novedosos que analizan la subjetividad masculina desde la perspectiva
psicoanalítica incluyen el análisis de Ballier (1996) donde describe a la conducta violenta
como un acto de perversidad, diferenciándolo de las caracterizaciones más tradicionales
hasta ahora en psicoanálisis. La conducta violenta tendría como núcleo el desconocimiento
del otro como sujeto, y la perversión se organizaría alrededor de la noción de sadismo,
ligada a cierto modo de erogeneidad cuyo aspecto central es hacer sufrir al otro a partir de
su reconocimiento como sujeto sufriente, el efecto es borrar la subjetividad del otro, anularlo
como sujeto. p. 215.

Corsi, (1995) afirma que las formas violentas de relación son el producto de identificaciones
con un modelo familiar y social que los acepta como procedimientos viables para resolver
conflictos, y que un alto porcentaje de hombres golpeadores han sido víctimas o testigos
infantiles de violencia en sus familias de origen (p. 216)

Estos hombres han incorporado en su proceso de socialización de género un conjunto de


creencias, valores y actitudes respecto de la masculinidad que conjuga los rasgos de
personalidad agresiva con otros como la restricción emocional, la homofobia, los modelos
de control y poder, la obsesión por los logros y el éxito, etc. (p. 216)

No podríamos considerar los fenómenos de la violencia masculina aisladamente de la


posición genérica de las mujeres ante ese ejercicio de la violencia.

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