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http://www.mercaba.org/FICHAS/Anciano/ser_anciano_una_tarea_saludable.htm
«Es una enfermedad», aseguró Terencio con esa lacónica frase latina, hacia
el 160 a.C. Otros remacharon el clavo añadiendo que es incurable: una
situación de emergencia a la que sólo la muerte salva del último e
insoportable apuro. Se acabó la «pelea» de un... derrotado.
Desde esta perspectiva, cada vez más común, no resulta difícil descubrir
otros rostros. El «acontecimiento salud» es, al mismo tiempo, experiencia
de precariedad y fragilidad, y «lugar» privilegiado donde se vive el «hambre
de totalidad»9 , el ansia de plenitud. A la salud humana, como dice J.
Sarano, siempre se le puede pedir más 10: no es sólo salud «impuesta» por
la naturaleza o por la cronología. Es también una salud «decidida», es decir,
incorporada a un proyecto de perfección, objeto de decisiones, tributaria del
sentido o de la ausencia de sentido, instancia para la libertad.
En la sociedad de las prisas, uno de los riesgos mayores del anciano (por
supuesto, también del religioso) es el de ser «devorado» por el tiempo.
«¡Qué largos son los días, y qué rápidos pasan los años!», decía un anciano.
Y es que el tiempo tiene por lo menos dos dimensiones. El «kronos»: ligado
a las agujas del reloj y a las hojas del calendario. Es sucesión, es rutina,
pasar, deterioro, decadencia. Desde ahí, la vejez ofrece muy pocas
perspectivas. Pero también es «kairós»: un modo de vivirse a si mismo en
el tiempo, en la adversidad y en la dicha. Es posesión y apropiación,
intensidad y disfrute del momento, espera paciente, sufrida y activa.
Mantener la tensión
Asume, pues, el pasado: incluidas las páginas borrosas del calendario, sin
que su recuerdo se encasquille siempre en las mismas «diapositivas»: una
herida, un conflicto, una decepción, un acontecimiento que pesa y
condiciona como si fuera un segundo pecado original. El pasado es suyo, no
un «fleco» suelto. Por eso se esfuerza por sanar su memoria, evangelizar
una y otra vez su recuerdo. Recordar equivale a agradecer y recapitular, ir
entregando al Señor lo que es suyo.
Más que en el trabajo, que hoy abunda más que nunca, en la vivencia
creativa y oblativa del propio tiempo. Más que en la fuerza de los «carros y
caballos» de nuestras grandes obras y programas, en nuestra capacidad de
remitir, testimonial y significativamente, a la fuente de donde manan la
fuerza, la gracia y el sentido último de nuestras actividades. Más que en
«funcionar» mucho, en amar.
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