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Machiavelli
1
sobre Francisco, cf. Dante, Paraíso XI; para Domingo, XII; cf. XIII: 33, XXII: 90; XXXII: 35
2
Paraíso XI: 35
3
Sobre Francisco y Domingo, cf. Sullivan, 30, 155; de Grazia, 90-92; Strauss 170-171.
La renovación del cristianismo a la que Maquiavelo aspira está vinculada a dos conceptos
fundamentales: patria y amore. Maquiavelo desea que la religión enseñe a mejorar y
defender la patria. De hecho, su carta a Vettori del 16 de abril de 1527 indica que “Yo amo
a mi patria nativa más de lo que amo a mi propia alma”. Este mismo sentimiento es invocado
en Historia de Florencia, donde Maquiavelo describe cómo los Ocho se pusieron contra la
Iglesia, pues “esos ciudadanos apreciaban más la ciudad que sus almas”. En este sentido,
Maquiavelo recupera entonces a Cicerón y al paganismo, al asociar “nuestra religión” con
“nuestra patria”, esto es, volviendo hacia la antigua Roma y hacia la concepción judía de la
religión. Así, patria, pueblo y dios(es) se encuentran inextricablemente entrelazados, de
modo tal que el valor y el significado de cada término deriva del otro.
Esta concepción recuerda la pregunta de Príncipe 17 de si el príncipe debe ser amado o
temido. Como es sabido, aunque ambas son deseables, es más seguro para un príncipe ser
temido y requiere un uso mesurado de la fuerza y de la crueldad e injusticia. Asimismo, dicho
miedo del príncipe es vinculado en Discursos I. 11 al miedo de Dios. En la medida en que el
príncipe no puede ser amado y temido al mismo tiempo, es presumible que el amor a la
patria pueda coexistir con el miedo al príncipe y el miedo a Dios. En este sentido, el amor a
la patria, como señala en D. III. 41, canaliza el miedo del príncipe hacia afuera, esto es, hacia
un enemigo externo de la patria. En este marco, si el miedo del príncipe es capaz de implicar,
al menos potencialmente, una oposición entre príncipe y pueblo, dicha relación es
desplazada por un conflicto entre la patria y sus enemigos. El amor a la patria, por lo tanto,
moviliza y desplaza el miedo al príncipe por el miedo a un enemigo de la patria. Es este
proceso el que hace y mantiene virtuosos a las tropas y los ciudadanos.
En un movimiento radical y subversivo, Maquiavelo transforma la idea cristiana de caritas,
que en Agustín se basa en una distinción filosófica y metafísica entre la ciudad de Dios y la
ciudad terrenal, en un concepto exclusivamente político. En Agustín, el cristiano es un
peregrino que no tiene patria, o cuya patria es la civitas Dei. El amor reina dentro de la
ciudad de Dios. Maquiavelo, en cambio, identifica miedo y amor dentro de la ciudad tal
como él la entiende, esto es, desde un punto de vista histórico y político, y que se encuentra
al servicio de la patria. Así, coloca el amor patriae contra el amor Dei y contra la caritas. O,
mejor, subsume el amor Dei dentro del amor patriae, de modo tal que el primero refuerce
al último.