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EL LENGUAJE DE LA EFICIENCIA
1.1 EL LENGUAJE CIENTÍFICO
El concepto de lenguaje científico o científico-técnico, como en muchas ocasiones
se le denomina, es demasiado general aun aceptando, que las diferencias entre el
lenguaje de la ciencia y el de la técnica sean salvables. Otros autores como
White hablan, sin embargo, de diferencias léxicas y gramaticales notables entre
estos dos discursos. Gutiérrez afirma que:
[...] no existe un único lenguaje científico, por más que esta etiqueta general nos
permita referirnos al lenguaje de la ciencia en su conjunto. En cada una de sus
ramas, se dan diferentes características y son cambiantes los recursos
comunicativos.
Para empezar, cuando hablamos de lenguaje científico normalmente las
referencias se hacen a la lengua escrita. ¿Acaso una conferencia sobre un tema
científico o un documental de televisión no pueden constituir también un ejemplo de
discurso científico? Por otra parte, y aun circunscribiéndonos al registro escrito,
también hay que establecer distinciones atendiendo a los diversos tipos de literatura
científica, entre los que encontramos desde textos divulgativos dirigidos a una
audiencia más o menos conocedora del tema hasta textos muy especializados cuya
audiencia son los expertos en la materia; o aquellos otros que, en realidad, son
distintas vías de comunicación entre científicos, por ejemplo, una carta en una
revista especializada, un editorial, un artículo de investigación, un informe, etc. Pero,
además, también puede ser necesario establecer diferencias entre las disciplinas
ya que cada una puede presentar unas características lingüísticas y unos recursos
comunicativos también específicos, derivados de las distintas concepciones que
sobre el mundo y la realidad cada una de ellas posee. En nuestra opinión éstas son
algunas de las precisiones que no se pueden eludir ante cualquier estudio sobre
lenguaje científico. Lo que debería quedar claro, argumenta Gutiérrez es que la
aproximación que se haga a este tipo de lenguaje no debe provenir tan sólo desde
un ámbito lingüístico. Hay, además, que contar con las diferentes situaciones
comunicativas que puedan darse y con los protagonistas del acto de la
comunicación.
Centrándonos de nuevo en las diferencias existentes entre las dos concepciones
anteriormente señaladas, con respecto a este primer punto, el lenguaje, la
concepción tradicional defiende que la voz de la ciencia es una voz neutral, exenta
de connotaciones, no retórica, un medio aséptico de registrar hechos científicos sin
distorsión alguna. Desde el punto de vista de la contra tradición, esta asunción es
insostenible. Algunos estudios que rebaten desde posiciones distintas la creencia
tradicional de que el lenguaje científico es un transmisor trasparente de hechos
naturales son Knörr-Cetina, Bazerman, Selzer, Martin y Veel (1998) o Halliday y
Martin. En este último, se censura la actitud, arraigada en el pensamiento
occidental, de considerar la lengua de la ciencia como una herramienta, un
instrumento para expresar nuestras ideas sobre la naturaleza de los procesos
físicos y biológicos. Considera que es una concepción bastante pobre del lenguaje,
que además distorsiona la relación entre el lenguaje y otros fenómenos.
En opinión de sus representantes, como se puede observar, es preciso disipar el
mito tradicional de que se trata de una forma neutral de discurso que sirve sólo para
transmitir significado verdadero sin añadir ni sustraer nada. Jacoby, Leech y
Holten argumenta que la voz oficial de la ciencia es «a highly rhetorical enterprise,
serving both as the vehicle for giving meaning to experimental observation and for
persuading the scientific community that those observations are truths». Los
representantes de esta postura consideran que es necesario describirla, saber
sobre sus efectos y cómo los logra. Su propuesta para conseguir estos objetivos —
poder entenderla y descifrarla— resulta, a nuestro juicio, interesante. El enunciado
del que parten es el siguiente: el trabajo científico es el medio a través del cual se
pueden expresar desde lo previsible hasta lo sorprendente. Por ejemplo, según
expone Locke (1997) «todo artículo científico, pese a ser rutinario y convencional,
lleva a cabo su propia pequeña defensa de la novedad, o de lo contrario, no sería
publicable. Ninguna revista científica acepta colaboraciones que, en cierta forma,
no lleven la ciencia más lejos». Esta novedad consustancial al artículo se refleja a
través de la retórica del mismo. Todos los científicos desarrollan y utilizan, como el
mencionado autor afirma e ilustra mediante ejemplos muy relevantes desde el punto
de vista histórico-científico, sus propias retóricas aunque éstas, mayoritariamente,
son irreconocibles tácitamente. No hemos de olvidar que la opinión del científico,
para obtener reconocimiento público, ha de adaptarse a las reglas del juego
impuestas por su propia comunidad. Es por ello que todos deben encontrar fórmulas
que sean aceptables para esa comunidad, deben adoptar la estrategia retórica que
les permita formar parte de la misma. Locke aduce en este sentido:
La mayoría de las veces, cuando los científicos se dan cuenta de que lo que
tienen que decir no violará ninguna de las expectativas de la comunidad, se
contentarán con sus propias versiones de la retórica oficial. A menudo, con todo,
cuando perciban que lo que dicen no está de acuerdo con lo que se esperaba, se
desviarán —deberán hacerlo si su retórica quiere ser eficaz— en cierta medida del
modelo previsto. Sólo muy raramente, cuando los científicos piensan que su trabajo
avanza contra un cuerpo considerable de asunciones firmemente asentadas, se
recurre a una retórica revolucionaria.
Sirvan de ilustración aquí las obras de Galileo o Einstein. Las genialidades
científicas, que son las que de forma más obvia justifican el distanciamiento de la
retórica oficial, son, sin embargo, escasas ya que en mayor o menor medida
implican nuevas formas de entender la realidad y, en consecuencia, plantean un
reto a la comunidad científica.
Por otra parte, según la contra tradición, es erróneo excluir del discurso científico
la dimensión poética del uso lingüístico. Mucha más escritura científica de lo que se
piensa tiene interés como obra literaria. En estudios realizados sobre distintos
tratados ha quedado plasmado que éstos pueden poseer dichas cualidades. La obra
de C. Darwin The Origin of the Species, aunque constituye un ejemplo ideal, es un
buen ejemplo. Concebido como un libro científico, puede afrontarse, como
demuestra Halliday, como un texto poético, en particular la parte final.
Así los científicos se encuentran sometidos al efecto musical del lenguaje y, de
forma más o menos deliberada, hacen uso de la metáfora. Ésta, como señala
Martín-Municio, juega un papel importante en la función creativa de la ciencia, y
también contribuye a entender y explicar mejor las complejidades del mundo real.
Adicionalmente, la ambigüedad, la ironía y la polisemia tampoco tienen por qué
estar vetados en el discurso científico como han demostrado estudiosos de obras
de grandes científicos. Sin embargo, debemos resaltar que el científico, frente al
poeta, por ejemplo, saca provecho de los recursos lingüísticos de diferente manera
y, sobre todo, con diferente propósito. Locke afirma al respecto: «Tanto los
científicos como los poetas disponen de un lenguaje, cuyos recursos son todos
libres de ser empleados, incluyendo su dimensión ingeniosa y ‘poética’».
Eficiencia en la investigación.