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Ed. Ramírez Suaza, P.

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SUSPENSO EN INVIERNO
¿quién es Jesús?

Año 165 a.C.


Jerusalén se viste de fiesta en invierno. Era la última semana de diciembre cuando Judas Macabeo,
un extraordinario caudillo israelita, motiva a todo su pueblo a festejar alegremente.
-¿Festejar qué?-
Preguntarán algunos.
Festejar que han derrotado a sus enemigos, que han logrado purificar el templo y reconstruir las
partes más importantes del culto. Cantaron alabanzas, convocaron ayunos, hicieron oraciones de
penitencia, ofrecieron -de nuevo- sacrificios al Señor. Fue una fiesta santa que duró una semana.

¿Qué victoria celebraban?


¿Cómo así que purificar el templo?
En el año 167 a.C., el rey sirio Antíoco IV fue opresor y perseguidor acérrimo contra el pueblo judío.
Llevaban años en estas condiciones. Pero esta fecha es recordada porque el rey sirio derribó el altar
del templo judío donde ofrecían ofrendas al dios Jehová y construyeron, en su lugar, altares idólatras
sobre los cuales rindieron culto a dioses paganos. Inclusive sacrificaron cerdos, que en la
comprensión judía es una abominación, algo extremadamente repugnante. Obligó a los judíos a dejar
de guardar el sábado, dejar de circuncidar sus hijos, a comer alimentos impuros y autorizó la
prostitución sagrada dentro del templo santo de Jehová.
Los judíos asimilaron estos acontecimientos como “la abominación desoladora”.

Una familia, recordados en la historia como los Macabeos, lideraron una insurrección contra Antíco
IV y con Judas Macabeo al frente lograron la victoria.
Judas Macabeo derribó los altares paganos, demolió los ídolos que los sirios y griegos construyeron
dentro del templo de Jehová. Reconstruyeron mucha parte del santo recinto y restauraron el culto.
En diciembre del año 165 a.C. celebraron el hecho de que pudieron consagrar (dedicar) de nuevo el
templo para, exclusivamente, rendir culto al Dios de Abrahán, Isaac y Jacob.
A partir de entonces, la última semana de diciembre celebraron las fiestas de consagración.
Festejaron que pudieron recuperar el templo, el culto y de nuevo dedicarlos a Dios.

70 años después, en pleno invierno decembrino, Jesús se encontraba en el templo de Jerusalén unido
a centenares de judíos dispuestos a festejar el ​Janucá, ​con lámparas en las calles y en el templo para
conmemorar la liberación que tuvieron de Antíoco IV.
Al parecer, para Jesús fue importante asistir a este festejo. Pero hubo una vez en la que festejando el
Janucá t​ uvo que discutir con algunos judíos que le acosaban por su identidad mesiánica.
Esta fue la pregunta “acosadora”: ​-¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo,
dínoslo con franqueza.-

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Era invierno. El frío abrazó sin compasión los habitantes de Jerusalén, pero la incredulidad había
congelado el alma y los oídos de los incrédulos para no ver ni oír ni experimentar a Dios en
Jesucristo.
Hermosa fue la nieve que cayó con dulzura sobre Palestina ese diciembre, pero aterradora la
incredulidad que cobijó y congeló el alma de muchos habitantes de Jerusalén en tiempos de Jesús.
Había más frío en los corazones humanos que en el corazón de la ciudad: no aceptaron que Jesús es
el Cristo, el Hijo de Dios, el buen Pastor.

La pregunta es tenaz, porque nace desde la terquedad visual y auditiva. Quienes preguntan, viendo
no ven. Oyendo no oyen. -¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo
con franqueza.-
Esto es insólito: ¡judíos pidiendo a Jesús que sea franco!
La franqueza fue una de las cualidades perfectas de Cristo, y de manera especial en el evangelio de
Juan. Su franqueza fue precisamente una sinceridad perturbadora.
Ya Jesús ha expresado con palabras y acciones quién es él. Todo lo que dijo y todo lo que hizo lo
define perfectamente. Pero las gentes viendo no quisieron ver. Oyendo no quisieron oír.

En el cap. 8.48, el evangelista Juan nos narra el acontecimiento en el que Jesús fue interrogado por
unos judíos de maneras indelicadas, le preguntaron: «¿Acaso no tenemos razón al decir que tú eres
samaritano, y que tienes un demonio?» A este cuestionamiento ofensivo Jesús respondió con mucha
franqueza, vv. 58: «De cierto, de cierto les digo: Antes de que Abrahán fuera, yo soy.»
Esta respuesta fue muy sincera y muy diciente. Les habló sin pelos en la lengua que él mismo es
Dios. Pero la franqueza de Jesús les resultó insoportable y lo quisieron apedrear. Repase Jn. 8.59.

En el cap. 9 Jesús sana a un ciego de nacimiento. Esa sanidad comunica contundentemente quién es
él. Hemos creído que el milagro más hermoso en Juan cap. 9 es la sanidad del ciego. Pero creo que
no; el milagro más hermoso en el cap. 9 de Juan es que quienes pueden ver queden ciegos.
Repasemos juntos del cap. 9 el vv. 39: Jesús dijo: «Yo he venido a este mundo para juicio; para que
vean los que no ven, y para que los que ven se queden ciegos.» Luego Jesús se presenta a sí mismo
ante los judíos como el Buen Pastor en el cap. 10. Esto sí que fue escandaloso. Con esta sí que le
sacó la piedra a los judíos. Porque al decir Jesús que él es el Buen Pastor, se está presentando como
el Dios que exalta el Salmo 23. Mire Ud. mismo lo que dijeron los judíos cuando escucharon hablar
así al Galileo: Muchos de ellos decían: «Tiene un demonio, y ha perdido el juicio. ¿Por qué hacerle
caso?» 21 Otros decían: «Estas palabras no son de un endemoniado. ¿Acaso un demonio puede abrir
los ojos de los ciegos?»

Paso seguido, caemos divinamente en el vv. 22 para encontrarnos con el invierno de Jerusalén.
No sólo nos encontramos con un hermoso invierno, nos topamos con un suspenso colectivo. La NVI
traduce así el vv. 24 de Juan 10: ​Entonces lo rodearon los judíos y le preguntaron: -¿Hasta cuándo
vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza.-
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Y con mucha franqueza Jesús responde en los vv. 25-30:


● Yo soy el Hijo de Dios
● Yo soy el Buen Pastor
● Yo soy uno con el Padre

Vamos a permitir que el Espíritu Santo use estos versículos para abrazar en el calor de su gloria
nuestros corazones, que sane los ojos del alma nuestra y nos deleite en la contemplación de Cristo.
Empecemos: ​Jesús es el Hijo de Dios.
Una de las relaciones humanas que en su condición ideal mejor explica la relación de Jesucristo con
Dios es la paternidad. En las líneas del evangelio de Juan es insistente la metáfora, la descripción de
Dios como Padre. No tanto como “Padre nuestro”, sino como Padre de Jesucristo.
En el cap. 10 de Juan se plasmaron varias insistencias en que Dios es el Padre de Jesús.
Ejemplo, en el vv. 25 Jesús explica que todo lo que el Hijo hace, acontece en el nombre del Padre.
En el vv. 29 las ovejas de Jesús llegaron a ser suyas porque Dios el Padre se las dio. En el vv. 30,
Jesús y el Padre uno son. En el vv. 32, el testimonio y poder de Jesús corresponden a Dios el Padre.

Según estos versículos, ¿qué significó que Jesús dijera que Dios es su Padre?
Como Hijo de Dios, Jesús nos hizo presente, palpable a Dios el Padre aquí en la tierra.
Él es la imagen del Dios invisible. Él es Emmanuel: Dios con nosotros.
Como Hijo de Dios representa la humanidad ante el Padre.
Se presentó ante nosotros como Dios y se presentó ante Dios como nosotros.
Hizo las obras de Dios ante nosotros y borró las nuestras delante de él.

Que Jesús se defina a sí mismo como el Hijo de Dios es una interpretación personal del salmo 2
cuando dice en los vv. 7-12:
Yo daré a conocer el decreto que el Señor me ha comunicado: «Tú eres mi hijo. En este día
te he engendrado. 8 Pídeme que te dé las naciones como herencia, y tuyos serán los
confines de la tierra. 9 Someterás a las naciones con cetro de hierro, y las destrozarás como
a vasijas de barro.» 10 Ustedes, los reyes: ¡sean prudentes! Y ustedes, los jueces: ¡admitan
la corrección! 11 Sirvan al Señor con reverencia y ríndanle culto con temor reverente. 12
Ríndanse a los pies de su Hijo, no sea que él se enoje y ustedes perezcan, pues su enojo se
enciende de repente. ¡Bienaventurados son los que en él confían!

El Salmo 2 fue interpretado por los apóstoles en clave de Jesús, por ejemplo cuando S. Pablo predicó
en Antioquía dijo: “Dios la ha cumplido en sus hijos, es decir, en nosotros, al resucitar a Jesús. Así
está escrito en el salmo segundo, que dice: -Tú eres mi hijo. Hoy te he engendrado.-”(Hch 13.33).
El autor de Hebreos, de quien no conocemos su nombre, dijo en el cap. 5 vv. 5: “Tampoco Cristo se
glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino que ese honor se lo dio el que le dijo: «Tú eres
mi Hijo, Yo te he engendrado hoy.»”

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Reiteradamente escuchamos que nos es urgencia poner la mirada en Cristo. Y eso es verdad.
Debemos mirar a Cristo tal cual es él. No podemos imaginarnos un cristo a nuestros antojos ni con
nuestras modificaciones. Las teologías neopentecostales y posmodernas tienen “photoshop”, una
aplicación mental y espiritual para modificar el verdadero rostro de Cristo, amañarlo para complacer
multitudes.
Nuestra mirada al Cristo verbalizado en las Escrituras debe ser libre de todo “photoshop teológico”,
reconocerlo como lo que es: el Hijo de Dios.
Algunos podrán preguntarse, saber que Jesús es el hijo de Dios ¿de qué me sirve?
Te sirve para con libertad creer en él. Creer en sus palabras y en su poder.
Sirve para que con sinceridad y libertad te arrojes a sus brazos a fin de ser perdonado y salvo.
Te sirve para que Dios en él cumpla todo lo que nos ha prometido.
Sirve para que lo adores con libertad, en espíritu y en verdad.

Jesús es el Buen Pastor


En el cap. 10 entre los vv. 1-18 Jesús pronunció su extraordinario discurso en el que se autodefinió
como el Buen Pastor. Haberse presentado así ante los judíos equivalió a autoproclamarse Dios
Jehová, porque en el AT el único que es “Buen Pastor” es Jehová. Escuchar semejante cosa resultó
escandalosa. Inaceptable.
¿El hijo de María es Dios?
¿El carpintero de Nazaret el Buen Pastor? ¡Eso jamás!

Hay una pregunta que nos tenemos que hacer. Es esta: ¿por qué los judíos no creyeron que Jesús es
el “Buen Pastor”? La respuesta nos deja en “una sola baldosa”, la encontramos en el vv. 26: “Si
ustedes no creen, es porque no son de mis ovejas.” Y por favor, comparemos esta pronunciación de
Jesús con el primer vv. del Salmo 1 que dice, “El Señor es mi pastor”. Los judíos que no creen en
Jesús no pueden orar el Salmo 23. No pueden decir: “El Señor es mi pastor” pues ellos no son ovejas
del Señor.

Las ovejas de Dios oyen la voz de Jesús.


No cuestionan sus mandamientos. No hacen juicios a su Palabra. Obedecen de buena voluntad. No
desafían sus decretos con tenaz rebeldía. ¡Oyen su voz!
Las ovejas de Dios son conocidas por su Pastor Jesucristo. Es decir, tienen cercanía, comunión,
diálogo con él. Somos ovejas que hablan y oyen. Hablan con el Buen Pastor y escuchan al Buen
Pastor. Y además, caminamos por la orientación que nos da su voz.

Vivimos en la generación más bullosa de todos los tiempos. Somos la generación que más ruido
hace. Son muchas voces sonando a la misma vez. Y muchos cristianos se están confundiendo, están
siguiendo otras voces que no son la voz del Buen Pastor. Algunos están siguiendo la voz que les
profetiza al oído. La voz de los Mira. Otros siguen las voces que “apapachan” nuestras avaricias: la
voz de la prosperidad, que dice que todos los cristianos tienen que ser ricos. Otros siguen las voces
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de “pare de sufrir”. Y la excusa de muchos es esta: es que esa iglesia queda más cerquita de mi casa.
Escúchame hermano mío: no vamos a una iglesia porque esté más cerca de nuestro domicilio; vamos
a la iglesia que esté más cerca de la biblia y del autor de la biblia.
Ponga atención, que algunas iglesias cerca a su casa, también te ponen más cerca del infierno.

Las ovejas de Jesús, por seguir su voz, reciben la vida eterna. Una manera linda de hacer referencia a
la salvación. Las ovejas de Jesús tienen vida eterna. Tienen sus pecados perdonados. Sus pasados en
el olvido de Dios. Su futuro asegurado en la gloria eterna.
Además, las ovejas de Jesús están protegidas en su mano poderosa. ¿Quién podrá arrebatarle una
oveja a Jesús? ¡Nada ni nadie!
Ahora te pregunto: ¿eres oveja de Jesús?
¿Escuchas la voz del Buen Pastor y la obedeces?

Finalmente, ​Jesús es uno con el Padre.


El vv. 30 de Juan 10 dice, “El Padre y yo somos uno.”
El mismo evangelio, un poquito más adelante: cap. 14.8-11 dice,
8 Felipe le dijo: «Señor, muéstranos el Padre. Con eso nos basta.» 9 Jesús le dijo: «Hace ya
tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y tú, Felipe, no me has conocido? El que me ha visto a
mí, ha visto al Padre; ¿cómo entonces dices: “Muéstranos al Padre”? 10 ¿No crees que yo
estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les hablo, no las hablo por
mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en mí, es quien hace las obras. 11 Créanme que
yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí; de otra manera, créanme por las obras
mismas.

Jesús es la imagen del Dios invisible. Jesús es Dios. Escúchame bien, ¡Jesús es Dios!
Dios es un misterio extraordinario, que aquí y ahora no podemos comprender. Escapa de nuestro ser.
Nos sobrepasa. Dios es uno. Así lo afirma el AT y el NT. Dice Deuteronomio 6.4: “Oye, Israel: el
Señor nuestro Dios, el Señor es uno.” Y dice Efesios 4.4-6: “Así como ustedes fueron llamados a una
sola esperanza, hay también un cuerpo y un Espíritu, 5 un Señor, una fe, un bautismo, 6 y un Dios y
Padre de todos, el cual está por encima de todos, actúa por medio de todos, y está en todos.”

Si hay un sólo Dios, ¿cómo entender a Jesucristo?


Jesucristo es Dios humanizado. Es misterio divino es esa realidad que nos supera, que tratamos de
entender como Dios. “Uno” en las Escrituras no ha de entenderse en clave de Baldor (matemáticas
occidentales), sino en clave de misterio: Adán y Eva no eran dos, fueron una sola carne. En Cristo,
aún siendo muchos somos uno en Cristo. En fin. En la gloria futura, seremos uno en él.
Cuando la Biblia dice que Dios es “uno” no tiene un significado exclusivamente matemático, es más
trascendente: Dios es único. Y ese carácter que une al Padre y al Hijo en un sólo Dios lo hace único.
La unidad entre Padre, Hijo y Espíritu Santo es tan perfecta, que la hace única. Este misterio es único
y hace de Dios un sólo, único Dios.

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Otra pregunta importante para esta ocasión puede ser: ¿de qué me sirve saber que Jesucristo y Dios
el Padre son uno? Mi querido hermano, de mucho. Entender a Dios implica conocerlo. Conocerlo
implica deleite, realización humana. Quien conoce a Dios se alegra en él. Se sacia en él y vive en él,
por él y para él. Quien conoce a Dios trasciende, es decir, lleva su vida más allá de lo básico, de lo
superficial, de lo común.
Entender que Dios es uno con el Padre, es abrirse al milagro de ser adoptado por el mismo Padre
como hijo por la obra de Jesucristo.
Entender que Dios es uno con el Padre, es otorgarse el privilegio de vivir a plenitud cristiana.
Entender que Dios es uno con el Padre, nos es útil para orar. Porque todo lo que oramos lo hacemos
al Padre en el nombre de Jesús, y él nos lo da.

Conclusiones
● Jesús se presentó ante nosotros como Dios y se presentó ante Dios como nosotros.
Hizo las obras de Dios ante nosotros y borró las nuestras delante de él.
● Las ovejas de Dios oyen la voz de Jesús.
No cuestionan sus mandamientos. No hacen juicios a su Palabra. Obedecen de buena
voluntad. No desafían sus decretos con tenaz rebeldía. ¡Oyen su voz!
● Entender a Dios implica conocerlo. Conocerlo implica deleite, realización humana. Quien
conoce a Dios se alegra en él. Se sacia en él y vive en él, por él y para él.

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