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Liturgia de las Horas para

sacerdotes, religiosos y laicos


–Yo pensaba que ya había acabado con la Liturgia.

–Compruebo una vez más que gran parte de sus pensamientos, tanto los
teóricos como los prácticos, son falsos.

En los anteriores artículos sobre la Liturgia traté de varios aspectos generales


de ella, y más largamente de le sagrada Eucaristía y de la Adoración
eucarística. Escribo ahora sobre la Liturgia de las Horas, que para la vida del
cristiano puede constituir con la santa Misa un marco de oro permanente.

–La Liturgia de las Horas es así descrita por el Catecismo de la Iglesia


Católica:.

(1174) «El Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos


en la Eucaristía, especialmente en la Asamblea dominical, penetra y
transfigura el tiempo de cada día mediante la celebración de la
Liturgia de las Horas, “el Oficio divino” (cf. Vaticano II, Sacrosanctum
Concilium 83-101). Esta celebración, fiel a las recomendaciones apostólicas
de “orar sin cesar” (1Tes 5,17; Ef 6,18), “está estructurada de tal manera que
la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche” (SC 84). Es
“la oración pública de la Iglesia” (SC 98) en la cual los fieles –clérigos,
religiosos y laicos– ejercen el sacerdocio real de los bautizados. Celebrada
“según la forma aprobada” por la Iglesia, la Liturgia de las Horas
“realmente es la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo;
más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre”
(SC 84).

–Toda la liturgia es oración, como es obvio –la eucaristía, los


sacramentos, las bendiciones–; pero, como hemos visto en la enseñanza del
Vaticano II, hemos de considerar especialmente la liturgia de las Horas
como «la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre» (SC 84).
Himnos, salmos, lecturas, antífonas y responsorios se unen en ella
armoniosamente. Y así, en una catequesis implícita permanente –lex orandi,
lex credendi–, la Iglesia educa a los fieles, para que centren su atención
espiritual en el Señor, en María, los ángeles y los santos, la Iglesia y el mundo.

«Cristo está presente en su Iglesia orante» (Pablo VI, enc. Mysterium


fidei 1965). Y es esta oración, como enseña el Concilio Vaticano II, una de las
modalidades fundamentales de la presencia de Cristo en la Iglesia (LG 7). En
la oración litúrgica la presencia de Cristo que ora es real y activa. Como dice
San Pablo, «nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el mismo
Espíritu aboga por nootros con gemidos inefables» (Rm 8,26). En efecto, es
Cristo quien, desde el Padre, nos comunica el Espíritu, que «habita en la
Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora» (LG 4).

***

–La Iglesia sabe y enseña que la liturgia de las Horas es oración


propia de todo el pueblo de Dios: sacerdotes, religiosos y laicos.
Dice el Catecismo:

(1175)«La Liturgia de las Horas está llamada a ser la oración de


todo el Pueblo de Dios. En ella, Cristo mismo “sigue ejerciendo su función
sacerdotal a través de su Iglesia” (SC 83). Cada uno participa en ella según su
lugar propio en la Iglesia y las circunstancias de su vida: los sacerdotes en
cuanto entregados al ministerio pastoral, porque son llamados a permanecer
asiduos en la oración y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5); los
religiosos y religiosas por el carisma de su vida consagrada (cf. SC 98); todos
los fieles según sus posibilidades: “los pastores de almas deben procurar que
las Horas principales, sobre todo las Vísperas, los domingos y fiestas
solemnes, se celebren en la Iglesia comunitariamente. Se recomienda que
también los laicos recen el Oficio divino, bien con los sacerdotes o reunidos
entre sí, e incluso solos” (SC 100)».

Es oración de sacerdotes y religiosos

. La Iglesia esposa es consciente de que debe permanecer en alabanza y


continua súplica. Por eso estima que éstos deben rezar todos los días las
Horas, aunque sea sin pueblo, «pues la Iglesia los deputa para la liturgia de
las Horas de forma que al menos ellos aseguren de modo constante el
desempeño de lo que es función de toda la comunidad» (Ordenación general
de la LH 28).

Los que han recibido esta misión de la Iglesia, «deberán recitarlas


diariamente en su integridad y, en cuanto sea posible, en los momentos
del día que de veras corresponden. Ante todo darán la importancia que le
es debida a las Horas que vienen a constituir el núcleo de esta liturgia, es
decir, los Laudes de la mañana y las Vísperas; y se guardarán de
omitirlas si no es por causa grave» (29). En cuanto a los religiosos y
miembros de Institutos de perfección que no están obligados a ese rezo,
«se les ruega encarecidamente que se reúnan bien sea entre si o con el
pueblo para celebrar esta liturgia o una parte de la misma» (26). O que
recen a solas las Horas, cuando lo anterior no es posible o conveniente.

Es oración de laicos

. También los cristianos seglares, por su condición sacerdotal, y por ser las
Horas «fuente de piedad y alimento de la oración personal» (SC 90) son
llamados por la Iglesia al rezo de las Horas, oración que durante muchos
siglos fue la principal de los laicos piadosos. El Vaticano II, en una decisión
de inmenso valor histórico, recuperó la tradicional oración de las Horas para
los seglares. Así lo ordenó claramente, como acabamos de ver: «se
recomienda que los laicos recen el Oficio divino o con los sacerdotes o
reunidos entre si, e incluso solos» (SC 100).
Pablo VI enseñó que «de acuerdo con las directrices conciliares, la
liturgia de las Horas incluye justamente el núcleo familiar entre los
grupos a que mejor se adapta la celebración en común del Oficio divino:
“conviene que la familia, en cuanto santuario doméstico de la Iglesia, no
sólo ore en común, sino que además lo haga recitando también
oportunamente algunas partes de la liturgia de las Horas, a fin de unirse
más estrechamente a la Iglesia” (Vat. II, Apostolicam actuositatem 27).
No debe quedar sin intentar nada para que esta clara indicación halle en
las familias cristianas una creciente y gozosa aplicación» (exh. apost.
Marialis cultus 1974, 53; cf. Musicam sacram 1967, 39-40;const. apost.
Laudis canticum 1970; Ordenación general de la LH 1971, 20-33, 270;
Directorium de pastorali ministerio episcoporum 1973, 86). De hecho,
son cada vez más en la Iglesia católica los fieles y los grupos que rezan
las Horas, continuando así una tradición que, como veremos, tiene su
origen en los Apóstoles. Es éste uno de los frutos del Concilio más
preciosos.

Benedicto XVI, dirigiéndose a los fieles en una catequesis de los miércoles


(16-XI-2011), recomendaba, como también lo hacen los documentos ya
citados, el rezo individual de las Horas. «Quisiera ahora renovaros a
todos la invitación a rezar más con los salmos, acostumbrándonos quizá
a utilizar la Liturgia de las Horas de la Iglesia, los Laudes de la mañana,
las Víspera de la tarde, las Completas antes de ir a dormir. Nuestra
relación con Dios no podrá sino ser enriquecida en el camino cotidiano
hacia Él, cumplido con mayor alegría y confianza».

***

–Ha de reconocerse a la Liturgia de las Horas la principalidad que


le es propia entre las muchas formas de la oración cristiana. Es
evidente que, de hecho, por limitaciones personales o circunstanciales,
muchos fieles no tendrán normalmente acceso a la Liturgia de las Horas, sino
que su vida de oración irá normalmente por otras formas. Pero también es
cierto que, si la Iglesia considera la sagrada Liturgia como «la fuente y la
cumbre» de toda la vida cristiana personal y comunitaria (SC 10), debemos
considerar también que la oración litúrgica es la fuente y la cumbre de toda
oración privada. Éste es un principio que se ha de aplicarse concretamente a
la Liturgia de las Horas.

Y no temamos que en las Horas litúrgicas el conjunto de palabras y de signos


nos vele a Dios, privándonos de aquella oración mística suprema en la que
ya cesan las palabras y la captación de los sentidos (cf. San Juan de la Cruz,
2Subida 12,5-6; 15,2-5; 3Subida 35-44; Santa Teresa, Camino Perfección
31,2-3). Tengamos en cuenta que no siempre lo que sucede en el camino de la
oración privada puede trasladarse sin más a la oración litúrgica. Por el
contrario, así como Santa Teresa defiende que la sagrada humanidad de
Cristo, aun siendo criatura, no impide –como algunos pseudomísticos
decían–, la más alta contemplación de Dios, sino que es camino real para
llegar a ella (Vida 22); así hay que insistir aquí en que la consciente, activa y
plena participación en la liturgia, concretamente en la Liturgia de las Horas,
con la devota atención a sus palabras y signos sagrados, no impide la más
pura contemplación de la Trinidad, sino que es camino real para llegar a ella.

Cuántas veces apreciamos que en la vida de los santos se da una


profunda unidad entre la vida litúrgica y la vida de oración privada. En
Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, las más altas gracias místicas de
oración coinciden muchas veces con la comunión eucarística o con las
grandes fiestas litúrgicas (Vida 28,8; 33,14; 38,9-11; 7Moradas 2,1;
Cuentas conciencia 6,1; 12,1-2; 13,10; 14;22,1; 25; 36,1; 43; etc.). No
temamos, pues, como digo, que la liturgia nos vele a Dios, ya que es ella
precisamente en esta vida la que más plenamente nos revela y comunica
el misterio de Dios.

***

–No es fácil en tiempos de predominio horizontal secularista


hablar de la oración litúrgica, pues ésta eleva su vuelo orientándose por
la primacía absoluta de la alabanza a Dios y de la acción de gracias. Pero
por eso mismo es más que nunca necesaria la espiritualidad
litúrgica, siempre centrada en el centro, en Dios nuestro Señor. Como dice
San Pedro, citando Éxodo 19,6, el pueblo cristiano, ante todo y sobre todo, es
un «linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido
para proclamar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable» (1Pe 2,9). Al que no le interese proclamar individual y
comunitariamente la gloria de Dios en medio de un mundo que lo olvida o lo
niega, que no se apunte a ser cristiano.

La Liturgia, por otra parte, no se olvida nunca del hombre, frecuentemente


estimula la caridad fraterna y siempre está pidiendo al Señor por las
necesidades materiales y espirituales de personas, familias y naciones. Y
tampoco la espiritualidad litúrgica privilegia nunca la oración en detrimento
de la acción, sino que une armoniosamente el ora et labora, como en la
respiración del hombre se alternan, sin contraponerse, la aspiración y la
expiración.

La Liturgia de la Iglesia es teocéntrica, evidentemente. En contra del


antropocentrismo predominante en nuestro tiempo, también en gran parte de
los cristianos, tiene siempre presente la palabra de Cristo, que enseña el amor
a Dios como «el más grande y el primer mandamiento» (Mt 22,38). Es el
mandamiento primero el que tiene que informar y orientar todos los demás
mandamientos –también el segundo, semejante a él–, pues, por ejemplo, si
diera a los pobres mi fortuna, «no teniendo caridad, nada me aprovecha»
(13,3).

En fin, lo que el horizontalismo antropocéntrico ignora, niega y destruye, lo


afirma, lo reconstruye y levanta el teocentrismo continuo de la oración
litúrgica, concretamente de la Liturgia de las Horas: «ya comáis, ya bebáis o
ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1Cor 10,31).
El rezo de las Horas, extendiendo la Eucaristía a las diversas horas de todo el
día, realiza lo que pedimos en la Misa: que el Espíritu Santo «nos transforme
en ofrenda permanente» (Pleg. euc. III).

José María Iraburu, sacerdote

Post post.– Mini-curiosidad. Viviendo en Chile, al comienzo de mi vida


sacerdotal, publiqué mi segundo libro, precisamente sobre la Liturgia de las
Horas: La oración pública de la Iglesia (PPC, Col. de pastoral aplicada,
Madrid 1967, 110 pgs.).

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