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BREVE REFLEXIÓN
Resumen
Dentro del marco político y ciudadano encontramos que han emergido nuevas vías
participativas, ejemplo de ello son las organizaciones civiles. Estas, a su vez, han exigido
nuevas formas de legislación respecto a temáticas puntuales, debido a la existencia de
una gama diversa de intereses y preocupaciones que no encuentran tipos de
representación política adecuadas.
En Chile, es a partir del término de la dictadura y con la reconstrucción en cuanto a
diseño y gestión de políticas públicas que emerge el conocido “tercer sector” o sociedad
civil, el cual ha sobresalido mediante actores políticos relevantes que se enfocan en la
búsqueda y creación de espacios de expresión que evidencian la diversidad sociocultural.
Dentro de dicha búsqueda han encontrado voz las organizaciones que abogan por el
derecho a la expresión de la sexualidad de las denominadas “minorías sexuales”. Bajo
esa lógica es que la reflexión adquiere el título de “tercer sex-tor”, como una analogía de
lo sexual desde una perspectiva crítica dentro de la misma diferencia a la que alude la
categoría “tercer sector”, en donde se vislumbra todo un panorama de acción social que
involucra la marginación y la exclusión, y que en cuanto a sexualidad se refiere, tales
inequidades se acentúan aún más. En ese sentido, me interesa introducir una breve
reflexión sobre cómo dichas organizaciones han logrado una incidencia política a través
de estrategias que abarcan el prestigio social y político.
Palabras clave
Tercer Sex-tor, Minorías Sexuales, Prestigio Social y Político, Tercer sector,
Organizaciones Civiles.
Summary
Within the political and citizen frame we found that new participating routes have emerged,
example of it are the civil organizations. These, as well, have demanded new thematic
forms of legislation with respect to precise, due to the existence of a diverse range of
interests and concerns that do not find adequate political representation suitable.
In Chile, it is from the end of the Dictatorship and with the reconstruction as far as
design and management of public policies that the well-known emerges “third sector” or
civil society, which has excelled by relevant political actors that focuses on search and
creating expression spaces which demonstrate the sociocultural diversity. Within this
search it has found voice organizations who plead for the right to the expression of the
sexuality of the denominated “sexual minorities”. Under this logic is that the reflection
acquires the title of “third sex-tor”, as an analogy of the sexual thing from a critical
perspective within the same difference to which “third sector” alludes to the category,
where it envisions an entire overview of social action that involves the marginalization and
the exclusion, and that as far as sexuality concerns, such inequities are accentuated even
further. In that sense, I am interested to introduce a brief reflection about how these
organizations have achived a political impact through strategies that include social and
political prestige
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Key words
Third Sex-tor, Sexual Minorities, Social and Political Prestige, Third Sector, Civil
Organizations.
EL TERCER SECTOR
Empezaré por definir qué entiendo por Sociedad Civil o Tercer sector. Para el presente
trabajo, y de acuerdo a Gonzalo de la Maza, entenderé sociedad civil como: el espacio
intermedio entre “el estado” y “los hogares”, espacio en el cual se producen múltiples
asociaciones autónomas y voluntarias de individuos, con diferentes objetivos (De la Maza,
2005: 5). Esta idea conlleva la proposición e intervención de orientaciones para la gestión
del estado y también plantea un discurso en el espacio público, ligado a la defensa o
promoción de intereses y aspiraciones particulares en relación a aspectos más generales
de la organización social desde una posición politizada. Desde este punto de vista la
sociedad civil se observa diversa, y en ese sentido no se puede suponer una unidad de
propósitos y proyectos políticos, por el contrario, el campo de la sociedad civil está
permanentemente reorganizándose. Sin embargo, su característica principal será la toma
de acción como “ciudadanía” autónoma del Estado, constituida por formas asociativas y
circulación de propuestas e ideas, que dialogan permanente con el estado, logrando una
influencia mutua.
Desde comienzos del siglo XX, la realidad de la sociedad civil chilena estuvo
fuertemente influida por los fenómenos políticos que sucedían en el país, principalmente
porque el espacio político fue ampliándose hasta convertirse en el campo de negociación
y resolución de los principales intereses de esta sociedad. A pesar de contar con una
tradición de más de cien años, en donde la sociedad civil chilena estuvo fuertemente
vinculada a una dinámica política (De la Maza, 2005), no es sino hasta el término de la
dictadura y con la reconstrucción en cuanto a diseño y gestión de políticas públicas, que
emerge la sociedad civil o también llamado “tercer sector”, el cual acierta un camino
sobresaliente mediante actores políticos relevantes que se enfocan en la búsqueda y
creación de espacios de expresión que evidencien la diversidad sociocultural. Es decir, la
transición de la Dictadura a la Democracia, potenció la emergencia de una nueva
dimensión de acción social instaurada como un espacio de creación dentro del reino de lo
particular, con intereses diversos y desvinculados, pero como parte de la reconstrucción
de la dinamización de las políticas públicas (De la Maza, 2008; Seminario EGD). En un
primer momento el papel de la sociedad civil consistía en ser un espacio mediador entre
el Estado y diversos estratos sociales, por lo tanto, en ella se delegaba la responsabilidad
de establecer comunicación y se daba la posibilidad de externalizar servicios de atención
para problemas particulares. Es claro que la formación de la sociedad civil buscaba la
creación de estrategias de comunicación, no así la transformación mediante proyectos
políticos, pues el proyecto era uno: la inclusión de lo considerado disfuncional (Duhart,
2006). Sin embargo, la naciente idea de red que teje a la sociedad civil, alude ya a una
proliferación de propuestas y producción de políticas públicas (Porras; Espinoza, 1995);
es decir, se establecen vinculaciones entre personas, organismos e instituciones, tanto de
forma política como politizada.
Siguiendo esa lógica, en un segundo momento, durante la década de los 90, la
sociedad civil latinoamericana, incluida la chilena, comienza a tomar fuerza como actor
político relevante y se integra a la discusión sobre el papel que deben interpretar las
nuevas ciudadanías, producto del establecimiento de redes ya consideradas como
políticas propiamente (De la Maza, 2008; Seminario EGD). Es decir, dentro de la unidad
civil, se muestra una reorganización social, en donde se manifiesta una diversidad de
intereses en espera de resoluciones en el campo político.
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En consecuencia, el discurso sobre democratización e institucionalidad comienza a
aglutinar grupos concretos con proyectos políticos distintos y específicos, pero que
encuentran un espacio común a través de la idea de participación ciudadana. Sobre esta
base de emergencia política aparece el denominado “tercer sector”, aquel que más tarde
se intentará despolitizar desde el discurso institucional como una forma de debilitamiento
social.
Al ser reconocido el tercer sector como nueva fuerza social con proyectos políticos
de corte participativo, su presencia se vuelve necesaria y se profundiza su incidencia con
la finalidad de empoderar a diversos actores sociales según las necesidades y demandas
identificadas (De la Maza, 2008; Seminario EGD). Es en ese momento, cuando las
organizaciones de la sociedad civil se articulan de forma colaborativa, creando estrategias
de resolución para problemas particulares e incluso se instituyen redes sólidas de trabajo
participativo con carácter representativo; la comunicación del “tercer sector” para con el
Estado, adquiere un carácter fuertemente político que conlleva a la movilización de capital
social, recursos económicos, sociales y políticos con fines jurídicos (Duhart, 2006).
También, como tercer sector, la sociedad civil se incorpora a la participación del marco
institucional con iniciativas sociales propias a través de la política de la diferencia,
entendida ésta desde una marcada desigualdad de los de arriba (hegemonía) con
intermitencia hacia los de abajo (minorías).
Con la idea de modernidad del siglo XXI, en Chile se produce un cambio en cuanto
a los pactos de gobernabilidad, en donde la integración implica la reactivación de políticas
públicas a través de estrategias participativas y de inclusión de la diferencia desde el
fortalecimiento de la ciudadanía y mediante el diálogo del empoderamiento; por lo regular
la tendencia se focalizó, y aún se centra, en la pobreza, la municipalización y la
privatización de acciones mediante ejecutores privados u organismos internacionales (De
la Maza, 2008; Seminario EGD).
A pesar de la movilización de capital social y de la presencia política, la sociedad
civil actual presenta un carácter fragmentado y por ende débil, que le impide articularse
mediante proyectos sociopolíticos permanentes; sin embargo han aparecido nuevos
actores sociales que han reorganizado y reactivado a la sociedad civil mediante una
vinculación de contenido particularmente demandante para con el Estado a modo de
ejercer presión política hacia éste (ejemplos: profesores, estudiantes de universidades
públicas, gremios de la salud, comunidades mapuches, gremios portuarios, gremios del
transporte, y yo agregaría grupos organizados de minorías sexuales) (De la Maza, 2005).
Desde esa posición yo observo la emergencia social marginada de la esfera de lo sexual.
En el proceso antes mencionado también surgen organizaciones relevantes socio-
políticamente hablando, sobre todo aquellas que refieren a una diferencia vulnerada,
marginada y excluida dentro de la misma diferencia, razón por la cual de forma lúdica yo
lo llamo el otro “Tercer Sex-tor” en correspondencia también a su contenido sexual.
En un principio, dicha diversidad fue abordada como un problema social
principalmente desde organismos internacionales; primero aunado a la preocupación de
promocionar la salud sexual con motivo de la propagación del VIH/ SIDA y las infecciones
de transmisión sexual, y después por la preocupación de incorporar cierta tolerancia a la
diferencia de orientaciones y expresiones sexuales a nivel nacional, principalmente
mediante la educación sexual.
En la actualidad, podemos constatar que existen regulaciones y reglamentos
jurídicos que se basan en un modelo heteronormativo (Plummer, 1984): es decir, aquel
que establece naturalizaciones de orden y reproducción social a través de la
heterosexualidad como modelo a seguir. Entre los acuerdos que se toman en la esfera
política y las organizaciones del pujante tercer sex-tor, se conjuga un conocimiento o
saber que pone en juego la interacción de poderes y resistencias, forma nuevo
conocimiento y genera rechazo sobre diversos controles para y desde la misma minoría.
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Dicha resistencia, también se ha visto enfrentada a una lógica de patologización (Nieto,
1996) con respecto a las prácticas sexuales que los individuos puedan experimentar en
relación a las establecidas por el discurso socio- médico y socio-jurídico, lo cual genera
tipos de exclusión social que dan cuenta de una dimensión relacional de privación y
opresión ante la diversidad. Bajo esta perspectiva, este otro sexual además ha sido
enmarcado en la conceptualización de enfermo, lo que conlleva una supuesta
“enfermedad” asociada y derivada de sus diversas orientaciones y expresiones sexuales,
aquellas que rompen el esquema de orientación heterosexual, y dan paso a situaciones
como la homofobia.
Esto ha generado que a nivel discursivo tales prácticas sean observadas desde la
semántica de minorías sexuales (es decir: Lesbianas, Gays, Bisexuales y una larga lista
de Trans).
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debido a que en el país el estudio de diversidad sexual parte desde la negatividad (Dides,
2007), es decir, como minoría sexual posicionándose sobre la idea de diferencia marginal.
En términos estructurales y relacionales se puede decir que se ha creado un
sector, mejor conocido como población marginal, socialmente “enferma”, “desadaptada”,
“excluida”, pero atención, también privada de visibilidad y reconocimiento jurídico, como
es el caso de las minorías sexuales. La realidad de las diversas orientaciones que
adquiere la sexualidad en nuestro país [Chile] dista de concepciones unificadoras que
permitan hacer generalizaciones sobre un supuesto movimiento homosexual o sobre una
comunidad como tal, ya que lo que existe mas bien son distintos grupos (…) que han
centrado sus luchas y reivindicaciones en una población denominada homosexual, gay,
lésbica travesti, transgénero o la incluyente categoría trans (Dides, 2007: 51). En el país,
las denominadas minorías sexuales, como se presenta en la investigación del CLAM
(Dides, 2007), no representa una comunidad, pero sí se podría hablar de un grupo que se
aglutina a partir de la marginación y la exclusión acentuadas por su condición de
diferencia, desigualdad y desventaja a causa de sus orientaciones y expresiones sexuales
características que ya apuntaba De La Maza (2005) en general para el tercer sector.
Existen muchas organizaciones que se incorporan a una historia mayor respecto a
la importancia de nacer como sociedad civil mediadora del Estado, pero tomando
conciencia de que su fuerza se da a través de un reconocimiento social, ligado a su grado
de politización. Bajo esa lógica encontramos organizaciones de gran relevancia, tales
como: Movimiento de Liberación Homosexual (Movilh), Movimiento Unificado de Minorías
Sexuales (MUMS), SIDACCIÔN, Coordinadora Lésbica, Rompiendo el Silencio, Las Otras
Familias y CUDS, por mencionar sólo algunas. Cada una de ellas, además de producir
conocimiento a través de investigaciones sociales, asegura que sus acciones sean
respaldadas por instituciones del estado en diferentes momentos. Tal es el caso del
Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), el SEREMI de Gobierno, SERNAM, entre
otros, quienes están presentes y apoyando cada acción sobre todo de carácter
participativo y de incidencia social. Este hecho considero que es positivo en tanto
posibilita la apertura de espacios para las minorías sexuales y viabiliza que sus
expresiones sean conocidas de forma transversal, de modo que en un plazo de tiempo
también logren ser re-conocidas, legítima y legalmente.
A pesar de las difíciles condiciones y las razones que argumenta el Estado
mediante leyes y códigos, apoyados en discursos médicos patologizantes, el tercer sex-
tor chileno continúa con una labor importante en favor del reconocimiento jurídico. Al
respecto, considero que uno de sus argumentos base para tal hecho, ha sido la
investigación científica social, en tanto sigue una lógica de explicación alejada de ideas
asociadas a patologías médicas y, en cambio, propone una mirada hacia diversas
orientaciones y expresiones distintas a la heterosexualidad y su modelo heteronormativo.
En tanto sociedad civil, las “minorías sexuales” han sabido utilizar una lógica de trabajo
que sigue el camino de la inclusión y la participación de la ciudadanía, lo cual trae consigo
la búsqueda de igualdad de derechos y la libre expresión ante el reclamo de no
discriminación, independiente de una orientación sexual.
Es innegable que gracias a la parcial inclusión de grupos del tercer sextor, ha
habido procesos de reconocimiento político y jurídico sobre identidades sexuales distintas
a las sexualidad hetero, lo que ha ido transformando la visión con respecto a la diversidad
sexual en el ámbito de las relaciones sexo-género (Dides, 2007). Por muy elemental que
pueda resultar tal aseveración, no deja de evidenciar esa intrínseca relación que los
discursos jurídicos han tenido con respecto a la permisibilidad de la experiencia del
cuerpo, mismo que ha sido asociado a una esencia rígida producto de la diferencia
observable entre dos esquemas corporales perceptibles; es decir, lo que se conoce como
hombre o mujer asociado a las categorías de género masculino-femenino (Lamas,1996;
Rubin, 1996). En ese sentido se han establecido esencialismos socioculturales rígidos
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respecto a cómo ser, deber ser y hacer, que transversalizan y restringen al actor social
con relación a sus acciones y comportamientos inclusive sexuales.
Se dice que toda acción es validada o sancionada mediante la legalidad jurídica
que enfatiza una desigualdad de acceso al poder y al saber (Foucault, 2002). Bajo esa
idea y a partir de una revisión de principios de origen considero que existen tres objetivos
básicos en la conformación de las organizaciones del tercer sex-tor:
Por lo tanto, las estrategias utilizadas son precisamente aquellas desde las cuales se
levantan las propias organizaciones. Es decir, no sólo son principios fundadores, sino
estrategias puntuales de inserción social en donde se resalta la importancia del
conocimiento científico como parte de la adquisición de prestigio político y social.
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tipo de reconocimiento que se hace a partir de la pluralidad y mediante coordinaciones
entre diversos sistemas, no en vano menciona el paso de la perversidad impuesta vía
la semántica del sistema religioso y la ciencia médica a la diversidad del sistema
científico social, y de la hipocresía del sistema moral por reminiscencia religiosa a la
semántica del reconocimiento legal. En consecuencia, considero que la investigación
social ha sido fundamental para que las organizaciones de la sociedad civil realicen
acciones concretas. Es decir, la investigación social y la transmisión del conocimiento
han afectado el saber social dentro de los grupos organizados y no organizados de las
minorías sexuales.
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también por las demandas específicas de las políticas públicas. Por su parte, tanto los
centros académicos independientes como los organismos no gubernamentales han
perdido progresivamente un papel claro en este campo. Este escenario plantea la
posibilidad de que organizaciones o movimientos de la sociedad civil puedan asumir e
incorporar una agenda. No veo que las condiciones se encuentren dadas sin la acción
y protagonismo de organizaciones, grupos o personas con una ciudadanía activa que
incorporen la esfera de la intimidad como asunto público y político (Entrevista CLAM a
Gabriel Guajardo, 2008). Con esta frase Guajardo nos da mucho material para
reflexionar el trabajo participatio de las organizaciones del tercer sextor en relación a
su búsqueda constante de prestigio. Ahora ellas, con sedes tangibles, impulsan la
propia investigación, ya no sólo se sirven de ella, sino que influencian el campo
investigativo dentro de las ciencias sociales, son problemas pensados fuera de la
academia, y como tal, los investigadores sociales deberíamos replantearnos cómo se
está construyendo el propio conocimiento y discurso “científico”: Bajo esa lógica
encontramos otras organizaciones de gran relevancia, tales como: Movimiento
Unificado de Minorías Sexuales (MUMS), SIDACCIÔN, Coordinadora Lésbica,
Rompiendo el Silencio, Las Otras Familias y CUDS, junto con un listado largo de
organizaciones.
Consideraciones finales
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3. Encuentro que existe una fuerte triangulación estratégica entre conocimiento como
producto de investigaciones sociales, política y organizaciones de la sociedad civil, que
establece tácticas políticas, en donde la sola presencia de organizaciones sociales
pareciera formar parte de una estrategia que garantiza la aprobación y el cumplimiento de
derechos. Esto es viable gracias a la politización del “tercer sector” y a la adquisición de
prestigio por parte de organizaciones desde las aún denominadas minorías sexuales.
4.- Sin embargo, también considero que la discusión dentro de las mismas organizaciones
y grupos vulnerados, aún requiere de un lenguaje integrador que vacune a la lógica de
patologización impuesta por el discurso médico y político, con la cura de la idea sobre
Diversidad. Es decir, considero que hablar de “minoría”, aún sitúa a este sector en un
mundo en donde la marginación y la exclusión se han incardinado y se han hecho
propios. Sin duda que su adscripción y su propio posicionamiento tiene que ver con la
realidad que se vive de manera cotidiana en cuanto a vejaciones, discriminación y
privación de acceso a garantías y respaldos socio-jurídicos; sin embargo, considero que
auto-reflexionarse o auto-pensarse desde la idea de “Diversidad” con soporte en un
discurso político sobre igualdad, contribuiría a atenuar la mirada como minorías objeto de
exclusión y marginación, y a situarlas como equivalentes a una sexualidad heterosexual
ligada a una heteronormatividad. Es decir, hacerse equivalentes en discursos desde la
igualdad, no desde la minoría, ya que finalmente la diversidad somos todos.
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Bibliografía
Dides, Claudia (Coord.) (2007), Chile. Panorama de sexualidad y derechos humanos, Río
de Janeiro- Brasil, Centro Latinoamericano de Sexualidad y Derechos humanos (CLAM).
Porras, José; Espinoza, Vicente, (1995), Redes. Enfoques y aplicaciones del Análisis de
Redes Sociales, Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Rubin, Gayle, (1996), “El tráfico de mujeres: Notas sobre la economía política del sexo”
en Marta Lamas (comp.), El género. Una construcción cultural de la diferencia sexual,
México, Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG)/ Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM), pp. 265-302.
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