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Ensayos

La novela folletinesca y Manuel Payno*

José Joaquín Blanco

C on la poesía romántica, los cuadros de cos- México los profusos laberintos parisinos y asi-
tumbres y la novela de folletín se perfila la nue- milar de algún modo los lujos y las emociones
va literatura mexicana a mediados del siglo xix, del Viejo Régimen francés, y hasta de la Edad
aunque todas estas formas tendrán en México Media, en el presente y en el pasado más o me-
una floración más tardía y acaso más duradera nos reciente de México.
que en sus lugares de origen. Alexandre Dumas Así, desde mediados del siglo xix, muchos
y Eugène Sue compartieron ese nicho de tótems narradores, cronistas y dramaturgos locales
para los escritores y lectores mexicanos con ensoñaron la posibilidad de imitar Los miste-
poetas como Victor Hugo o con cronistas cos- rios de París, de Eugène Sue, aplicado a la ciu-
tumbristas como Mesonero Romanos incluso dad de México con ramificaciones a lo largo y
hasta bien entrado el siglo xx. ancho de la república, y lo lograron tardíamen-
En novelas como Astucia, de Luis G. Inclán; te con la novela Los bandidos de Río Frío de
El fistol del diablo y Los bandidos de Río Frío, Manuel Payno, de la misma manera que, por
de Manuel Payno; Monja, casada, virgen y már- ejemplo, los modelos novelísticos de Alexandre
tir y Martín Garatuza, de Vicente Riva Palacio, Dumas fueron seguidos en Astucia, de Luis G.
entre muchas otras, se buscó una novela popular Inclán, como una alegoría de Los tres mosque-
que fuese al mismo tiempo entretenimiento y pe- teros, o que, tal vez, algo de las prisiones de El
dagogía, modernidad y nostalgia, ficción y retra- conde de Montecristo asome en Memorias de un
to de la realidad, imitación de pautas europeas impostor, de Vicente Riva Palacio. De hecho,
y fundación de cierto nacionalismo literario. hay guiños de un misterioso laberinto a través
Muchos autores mexicanos quisieron contar de los siglos y de la varia geografía en otras no-
una versión mexicana de Los tres mosqueteros velas de Riva Palacio, como Monja, casada, vir-
y de Los misterios de París, instaurar en el gen y mártir y Martín Garatuza.
entonces reducido perímetro de la ciudad de El género del folletón, surgido en Europa ha-
cia 1830, ofrecía innumerables promesas para
los escritores, los políticos y los educadores: 1)
* Este trabajo surge de la ponencia presentada en el
Coloquio “Discursos urbanos” (inah/itesm/Instituto Mora),
proponía una literatura popular, con lectores
que tuvo lugar en el Museo Nacional de Antropología, el 3 multitudinarios, como opción a la restrictiva li-
y 4 de noviembre de 2011. teratura antigua, dedicada a elites restringidas;

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2) instituía una literatura útil, que divulgara De hecho, esta suposición de que la ciudad de
asuntos históricos y sociales, e incluso educa- México constituía un mapa anfibio de realidad
ra a las masas iletradas, como soñaba Altamira- y leyenda, pasado y presente, modernidad y re-
no, con sus frescos algo pueriles de grandes sabios antiguos incluso milenarios subsistirá a
contrastes entre la bondad y la maldad, la vir- lo largo de todo el siglo xx y lo encontraremos
tud y el vicio, el triunfo y el fracaso; 3) su formato en páginas de Elena Garro y de Carlos Fuentes,
elástico y gigantesco permitía decirlo absolu- entre otros autores.
tamente todo, como un periódico infinito o una Pero no sólo se imaginaba el misterio mexi-
enciclopedia en marcha; 4) su alianza con el pe- cano como el de realidades subterráneas, anti-
riodismo, pues las entregas se harían a través guas mas no desaparecidas, siempre a punto de
sobre todo de grandes periódicos, resolvía súbi- regresar, lo mismo fuerzas prehispánicas que
tamente los antes infranqueables obstáculos de coloniales, sino también el de realidades mora-
financiamiento y distribución. Los folletones les, políticas y sociales disimuladas o escondidas
mexicanos tuvieron gran fortuna sobre todo en a las que los autores debían descifrar, develar y
la segunda mitad del siglo xix. denunciar. Entre ellas, la corrupción del poder
Para México, además, la proposición de un político que nos ofrece en Los bandidos de Río
mapa enigmático, tal como el de Los misterios Frío, la escalofriante trama de una omnipoten-
de París, encauzaba muchas pasiones y preocu- te banda de salteadores dirigidos precisamente
paciones de nuestros autores románticos y libe- desde Palacio Nacional por un político cercano
rales, tales como el subsuelo cultural de la al presidente Santa Anna. Otro de los misterios
ciudad y de la nación, los ruinosos misterios de urgentes era la truculencia, la brutalidad y el
las épocas prehispánica y novohispana, que por oscurantismo del clero y de algunos aristócra-
la misma época, a imitación de algunos narra-
tas y potentados. Asimismo, las escenas de bru-
dores españoles y latinoamericanos como Me-
talidad y expoliaciones de la policía y la
sonero Romanos y Ricardo Palma, recibía el
soldadesca avanzaban tramas rocambolescas
curioso homenaje de un género misceláneo que
tanto para el aparato del folletón como para la
solía llamarse “tradiciones”, o “cuadros de cos-
tumbres”, o bien: leyendas, mitos, cuentos, fá- pequeña escena teatralizada, poetizada o sim-
bulas, y que consistía en acercarse a los datos, plemente recubierta de un halo legendario de
a los perfiles o a las atmósferas del pasado, al las “tradiciones”.
mismo tiempo con la perspectiva imaginaria y El folletín mexicano y su sucedáneo, el melo-
con la documentación histórica. drama, también ofrecía posibilidades a la sed
Estas crónicas algo legendarias o fantasiosas romántica de paisajes locales. Contar y contar
sobre perfiles indígenas o coloniales también calles, plazas, edificios, rincones, caminos, pa-
ocuparon a esos autores de textos breves incluso noramas, viajes. El romanticismo fue la época
antes que el folletón, pero luego coincidieron con del paisaje en la plástica, especialmente en la
éste, de modo que entre la nómina más lograda litografía, esa coetánea tanto del folletón como
de los descifradores de los misterios nacionales de las “tradiciones”. Cantar y contar los paisa-
habría que ubicar en primer término también a jes de la gran ciudad y de la patria. De ahí cier-
un libro de crónicas: México viejo, de Luis Gon- to encabalgamiento con los libros de viajes y de
zález Obregón, o a dos: si se le añade como con- memorias. En cierta medida, todos los folleto-
tinuación la otra recopilación: Las calles de nes son libros de viajes y memorias de sus pro-
México, e incluso a varios de sus discípulos colo- tagonistas. En ocasiones, en Payno por ejemplo,
nialistas como Genaro Estrada y Artemio de Va- su novela entra a saco en sus memorias perso-
lle Arizpe, cuyos relatos histórico-fantásticos del nales y encontramos abundante material idén-
pasado mexicano muchas veces conservan el tico en ambos libros. Curiosamente, por el
formato, la utilería y el vestuario de episodios contrario, Guillermo Prieto cuenta sus Memo-
de novela folletinesca. rias de mis tiempos como un gran folletón bufo

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de las aventuras de su vida. Las memorias de autores a quienes la época convulsa, o las difi-
Prieto ahondan tanto en los misterios de Méxi- cultades de financiamiento y distribución, im-
co como la novela de bandidos de Payno, o el pidieron dejar la sólida obra literaria que
díptico de Vicente Riva Palacio, y como las “tra- ambicionaban. Pues a la manera del teatro, el
diciones mexicanas” de las varias recopilacio- género de folletón casi siempre exigía la com-
nes de Luis González Obregón. plicidad financiera del público. Otros géneros
El siglo xix fue pródigo en libros de viajes, de pueden sobrevivir a un público renuente, o pres-
memorias, de leyendas y de recuerdos. Cierta cindir de él, pero el teatro cierra cuando no hay
tensión de develar o descifrar misterios, paisa- taquilla, y los periódicos no contratan novelas
jes inéditos, costumbres raras, situaciones ex- por entregas que no se venden. En realidad, in-
trañas aparece en muchos autores de cartas de cluso en casos tan célebres como Payno, Prieto,
viaje, como la marquesa Calderón de la Barca, Riva Palacio y Altamirano, debemos aceptar
cuyo libro La vida en México también admite que en su tiempo fueron algo heterodoxos como
ciertos perfiles literarios de folletón, de tra- novelistas o folletinistas. Sus libros se vendie-
dición, de aventura, cuando traza los recuerdos ron poco, aunque en aquella época una pequeña
que la sociedad mexicana conservaba de algún difusión entre la elite liberal de militares, li-
crimen de la época de Revillagigedo, o de algu- cenciados, burócratas era considerada un gran
nos resplandores y deslices de la Güera Rodrí- estímulo. Cuando vemos la enorme fortuna
guez, o bien de la truculenta identidad de los que lograron en México ciertos géneros perio-
caudillos mexicanos a la manera de Santa dísticos breves, como la crónica periodística,
Anna. No es el libro de la marquesa una novela la semblanza, la leyenda, la “tradición”, el re-
de folletón, pero sí un epistolario por entregas lato de viajes o de recuerdos, y la escasa de gé-
empapado de esa estética pintoresca y bufa, neros de mayor formato, como la novela o el
costumbrista y aventurera. teatro, hay que recordar que sencillamente
No fueron pocos los novelistas, desde el anó- abundaba el público para los primeros y no
nimo Xicoténcatl, hasta las novelizaciones o ale- para los segundos.
gorías legendarias de Eligio Ancona o Irineo Paz, A sus setenta años, poco antes de morir en
que trataron de unir la novela histórica al folle- su idílico San Ángel, Manuel Payno (1820-
tón con resultados muy inciertos. En general, 1894) escribió desde Francia y España, donde
podríamos decir que en México la novela popular ocupaba cargos consulares, uno de los tabicazos
del siglo xix tuvo aceptación sobre todo cuando más queridos de toda la novela mexicana, a so-
predominaban los perfiles cómicos, truculentos licitud de un editor español: Los bandidos de
o melodramáticos, y no tanto cuando buscaban Río Frío (1889-1891), que originalmente apare-
rendir culto alegórico a los “mártires del Aná- ció por entregas. Durante mucho tiempo circuló
huac”, a la Malinche o a Cuauhtémoc. Su difu- en una edición de cinco tomos.
sión fue escasa y su recuerdo en la tradición Es la coronación y el mausoleo mexicanos del
literaria casi invisible. El público solicitaba en- género narrativo del folletín, iniciado en Fran-
tretenimiento más vivo y no tanto ceremonias cia por Alexandre Dumas (1802-1870) y Eugène
estéticas o políticas. Hay que recordar, sin em- Sue (1804-1857), y que trataba de ganar para
bargo, que Antonio Castro Leal encontró sufi- la lectura a las masas semiletradas, con relatos
cientes ensayos narrativos de este tipo, es decir de escritura pretendidamente sencilla y tramas
novelas de tema histórico con cierta propensión sobrecargadas de efectismos para “apasionar y
al folletón, para llenar dos gruesos tomos titula- azorar” todo el tiempo, buscando el suspenso
dos La novela del México Colonial. y el pasmo en cada episodio.
Luis G. Inclán, Payno, Prieto, Riva Palacio, Novelones como El conde de Montecristo y
Altamirano, Cuéllar y González Obregón se- Los misterios de París encumbraron este gé-
rían las estrellas en una nómina abundante de nero durante medio siglo. La mayoría de los

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folletines no lograron sólo ser simples, sino so- Un supuesto corresponsal anónimo, que pu-
bre todo pueriles y reiterativos —así como sus diera parecerse a su amigo Guillermo Prieto
derivados electrónicos: radionovelas, telenove- (1818-1897), le dice al final de la novela: “Todo
las—. Pero algunos se sostuvieron en el gusto en ti se reduce a plática, y lo mismo un discurso
de los lectores, y aun novelistas con ambiciones en el Congreso, que una novela o que una char-
estéticas e intelectuales admitieron algunos de la insustancial en un café. No te ofendas por
sus métodos y efectos: Balzac, Dickens, Victor esto, pero de nada te ha servido leer a los clási-
Hugo, Tolstoi y Dostoyevski. De hecho, casi toda cos[... ] de todo el mundo. Tú has quedado el
la novela moderna, incluso la más estetizante o mismo, sin aprender de nada y sin corregirte de
intelectual, resiente la herencia del folletín. tus defectos[...]”
Para 1891 casi todos los compañeros de Pay- En efecto, la locuacidad incontenible de Pay-
no, su época misma, estaban más que muertos, no no se arredra ante las exageraciones burdas
y también el tipo de novela en que creyeron: el y el trato chusco, casi esperpéntico, de algunos
folletín romántico, que fue el oportuno reino so- de sus episodios; ni ante la prosa sentimental
berano de Vicente Riva Palacio (y su celebrado más azucarada y trillada en los pasajes líricos
“realismo mágico” novohispano de Martín Gara- y melodramáticos. En 1891 sigue en la situa-
tuza, Memorias de un impostor; Monja, casada, ción folletinesca de 1859. Folletín y crónica,
virgen y mártir, etcétera), y que Antonio Castro teatralidad y realidad se entrelazan: asesinatos
Leal, en el prólogo de Los bandidos de Río Frío hoooorribles y encendiiiiidos amoríos; coinci-
(Porrúa), declara extinto desde los años setenta dencias descabelladas, crímenes, batallas, asal-
del siglo xix. Ya se leía en todo el mundo a Tols- tos, descuartizamientos, epidemias, naufragios;
toi y a Turguenev; a Flaubert, los Goncourt y maldades inauditas, filantropías prodigiosas;
Zola; a Stevenson y a Henry James. Y los nuevos vertiginosas vueltas de la fortuna de un puñado
novelistas mexicanos —Delgado, Rabasa— bus- de personajes pintorescos, que se extravían y
caban un realismo más riguroso, crítico y atem- reencuentran a cada paso en sus episodios con
perado, dirigido por exigencias estéticas precisas. cierta artificialidad teatral que permite todo
El viejo Payno mostró ante todo una gran tipo de avatares a su elenco de protagonistas.
lealtad literaria consigo mismo y con su gene- Toda una variedad de mestizos, criollos y es-
ración. No hizo caso de modas, escuelas ni cro- pañoles; indios norteños (comanches) y mesoa-
nologías. Acaso ni siquiera las entendió (habla mericanos, asimilados a la civilización
del “naturalismo” como de un mero realismo española o macehuales silvestres de etnias ig-
truculento). No se sintió aludido por los flauber- notas; arrieros, capataces o administradores y
tianos y demás críticos de la novela-fárrago. In- magnates; militares, diplomáticos, rebeldes al-
corregible, prediluviano lector de “el buen borotadores con fines de robo o contrabando; di-
Sterne”, Sue, Dumas y Dickens, entre otros ído- vas de ópera, catrines adoradores de las divas
los, escribió el tremendo novelón a su antigua de la ópera; tahúres, ministros, gobernadores,
manera, en la línea de sus novelas previas El políticos logreros, abarroteros, rateros y beatas.
fistol del diablo (1859) y El hombre de la situa- Una frutera bellísima e inteligente, medio
ción (1861) —treinta años antes de Los bandidos cacica; una familia de rancherillos que preten-
de Río Frío—; es decir a saltos y tropezones, con de descender de Moctezuma II y reclamar del
sermones, discursos didácticos y melodramas y nuevo gobierno independiente todo el vasto im-
terrores embrolladísimos, “astracanescos” y algo perio de aquél, sin excluir a los ínclitos volcanes;
ridículos, reiterativos y digresivos, como solía un conde colérico y un marqués manirroto;
hacerse antes de que los genios europeos de la muchos puesteros, pepenadores, chaluperos,
novela de la segunda mitad del siglo xix hubie- trajineros, hierberas milagreras, artesanos, ato-
ran puesto orden en el género y publicado mo- leros, leguleyos, jueces, rancheros, criadas. Un
delos inexpugnables. amorío secreto entre una condesita y un mili-

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tar, con casi dos décadas de aventuras rocam- de viento que venía de cuando en cuando de
bolescas de su ilegítimo vástago extraviado las cañadas de la montaña.
desde bebé. Un ebanista terriblemente crimi-
nal, como para competir con los Endemoniados Un desfile judicial:
de Dostoyevski. Criadas enterradas vivas en
cofres llenos de onzas de plata y millonarios ca- Al indio enmascarado lo sacaron arras-
talépticos que parecen resucitar cuando cae y trando por los pies... Al salir del agujero
revienta su ataúd durante el entierro. Un va- tropezó la cabeza[...] con una piedra y se le
liente periódico que sabe corromperse todo el rasgó más la herida profunda que le había
tiempo por todos lados; la soldadesca de la leva hecho Pantaleona en el cuello. Siguieron
y hasta las fieras y alimañas de la naturaleza tirándolo de los pies, y la cabeza mons-
salvaje. truosa iba dando saltos al chocar con las
Es un cronista-titiretero, al mismo tiempo dis- piedras redondas de la calle. Así llegaron
paratado y convincente, de infernales tiraderos hasta donde estaban las escaleras [de
de basura, apestosas acequias, canales y lagos palo, que servían de camillas]. Lo amarra-
atareados y peligrosos, comilonas folklóricas su- ron en una de ellas por los pies y por el pe-
culentísimas; tianguis y ferias regionales (San cho y lo recargaron contra la pared del
Juan de los Lagos) más elaborados que el propio patio. La cabeza, chorreando sangre toda-
caos. Motines callejeros, caídas de ministerios, vía, colgaba y pendía de un pedazo de pe-
rebeliones; pleitos en cantinas; recauderías, hos- llejo. En seguida sacaron al remero [otro
picios, pasillos y antesalas gubernamentales, cadáver] con los retazos de cachetes y de
cárceles, tribunales y comisarías; charrerías y nariz colgándole, y empapado en agua
balacera. Asesinos devotísimos y curas expertos sangrienta, lo colocaron y lo amarraron de
en escopetazos. la misma manera en la otra escalera y lo
Los bandidos de Río Frío ofrece duelos de oli- arrimaron a la pared junto al otro muer-
garcas fanfarrones de capa y espada y plebeyos to[...] ¡Tápenlos bien donde se debe y amá-
ladrones con caretas de cartón, como de teatro rrenlos fuerte, no se vayan a voltear en el
de la legua; heroínas delirantes de ópera, calca- camino; tengan cuidado con la cabeza del
das de la Lucia de Lammermoor: desmelenadas indio, que ya se le cae y es necesario que
y aullantes, corriendo hacia ninguna parte en- llegue entero al juzgado![...] Delante, un
tre los bosques en sus “arias de locura”; redes piquete de soldados; en seguida, las dos
de espías y contra-espías desde la esquina del escaleras con los muertos[... ] Así camina-
mendigo hasta el dorado despacho presidencial ron por la Santísima, Santa Inés, la Mone-
de Palacio. da y costado de Palacio. El cadáver del
Así ajusticia la tropa a algunos bandidos: remero iba dejando un rastro de agua san-
guinolenta e infecta que chorreaba, que
Los soldados afanosos, riendo y contentos, atraía a los perros callejeros que entraban
como si se hubiesen sacado la lotería, pa- y salían por entre la gente y las filas de los
saron unas reatas al cuello de aquellos ca- soldados, y que iban olfateando y se reti-
dáveres con los ojos todavía abiertos y raban a poco, como con un visible disgusto,
vidriosos, y brotándoles sangre por una haciendo gestos y levantando las narices
parte y por otra, los arrastraron hasta el para que les entrase el aire y disipase los
pie de los oyameles, echaron en los brazos miasmas que habían respirado. La ca-
[ramas] más gruesos las reatas, tiraron beza [del primero] tanto colgaba de un
del otro lado de ellos e izaron los cadáveres lado como de otro, siguiendo el movimiento
flexibles y descoyuntados, que se balan- y compás del menudo trote de los que car-
ceaban y movían las piernas con el chiflón gaban la escalera; al fin, en uno de esos

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meneos lúgubres y amenazadores que velas y relatos siempre encuentra la manera de


asustaban y hacían retirar del balcón a las ensartar coloridamente hechos de su tiempo y
niñas curiosas que salían al escuchar el fragmentos extensos de sus propias Memorias
rumor insólito de la calle, la cabeza se des- (cnca). Por otra parte, el supuesto correspon-
prendió del último pellejo que la sostenía sal tan parecido a Prieto, así como Luis Gonzá-
y rodó por el suelo con una especie de vio- lez Obregón (en su prólogo de 1928) y José
lencia y de rabia, como si todavía tuviera Lorenzo Cossío trataron de identificar a las
vida y quisiese vengarse de Pantaleona. personas en que se inspiraban algunos perso-
Enfrente al baluarte de Palacio se detuvo najes de Los bandidos de Río Frío. Aunque
la procesión [...] La cabeza[...] fue perse- Payno permite todas las libertades a su imagi-
guida en su fuga, agarrada por los cabellos nación guasona, siempre de algún modo repor-
erizos y cerdosos, colocada sobre la barriga tea: de suerte que tenemos un archivo en parte
del cuerpo con unos cordeles que le arre- real y en parte mágico.
bataron a uno de los cargadores que esta- Y tal vez debamos a esa magia, a esas bro-
ban en la esquina[...], etcétera. mas y exageraciones, a su tendencia de sobre-
cargar incluso lo macabro y lo chusco, el que se
Una novela fundamentalmente regionalista tomen tan de buena gana descripciones del Mé-
(aunque con notas de pie de página para los lec- xico de su tiempo que —semejantes en los datos
tores españoles) y periodística: asienta en el cur- básicos— hemos olvidado en los libros más so-
so del relato que su principal interés no es ella brios de otros autores, incluso en otras obras
misma, su historia, sino sólo rescatar al filo de menos desmesuradas del propio Payno.
la pluma, según buenamente vengan a la men- La magia funcionó. A pesar de que durante
te del autor, a tiempo o a destiempo, cuadros de el siglo xx predominó una crítica severa a las
costumbres que supone casi desaparecidas, pro- facilidades discursivas e imaginativas del xix,
pias de principios de ese siglo xix mexicano, en y de que tanto los tradicionalistas como los van-
los que campea el espíritu del periodista raudo guardistas abominaron de la “escritura fácil” o
y polémico, exagerado y sensacionalista, senti- charlatana y de las tramas chuscas, simplonas
mental y sermoneador, efusivo de opiniones so- o teatrales, muchas generaciones de lectores,
bre todo tipo de disciplinas y asuntos. estudiosos e incluso novelistas modernos (Ma-
Pero a la vez con la gracia de un conversador riano Azuela) han perdonado de inmediato, casi
probado que termina por ganarse con todo tipo ni siquiera las han tomado en cuenta, las múl-
de trucos al auditorio. Su modo de narrar, en tiples ofensas literarias y novelísticas del terco
opinión de Guillermo Prieto: “zurcía una leyen- autor démodé, folletinesco a destiempo, de lec-
da fantástica, y llena de sal, de un estornudo, tura tan fatigosa y a ratos exasperante. Se que-
del alarido de un comanche o del suspiro de una dan con el populoso panorama —crónica,
monja desesperada”. Desde luego, tal magia no fantasía y farsa a la vez— de la vida popular de
puede operar de manera continuada a lo largo las primeras décadas del México independiente:
de dos mil cuartillas a vuela pluma y se llena de de su memorioso archivo mágico, teatralizado,
paja, repeticiones, chistes, comentarios digresi- casi carnavalesco, con fondo lamentable o ma-
vos. Acaso ni el propio autor tuvo siempre cla- cabro pero en un estilo frecuentemente jocoso.
ras la extensión ni la arquitectura de su obra, El mamotreto “ilegible”, “descabellado”, “eter-
y se limitaba a enviar a su editor buenamente no”, ha recibido una estimación escolar y popu-
capítulo tras capítulo, a fin de que se fueran pu- lar sin interrupciones, como ha ocurrido
blicando y vendiendo por entregas. Temía no también con algunas novelas de Riva Palacio.
vivir lo suficiente para terminarla. Por caduco y desmesurado que resulte el siste-
No falta quien lo haya definido como un es- ma del folletín, les permitió a ambos un desplie-
critor-archivo (Alejandro Villaseñor): en sus no- gue de la materia narrativa y un registro de la

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realidad social —incluso del habla y las costum- cente, lírica locuacidad erótica ante ciertas he-
bres— mayores que otros géneros novelísticos roínas (Casilda, Cecilia, Lucecilla). El folletín
más prudentes y circunspectos. Se diría que el se proponía excitar eróticamente al lector me-
propio exceso folletinesco, en su libertinaje tea- diante la reiteración infinita y directa de sus
tral, en su desbocada facilidad expresiva, en su exuberancias; acaso el novelista juzgó que aho-
cúmulo de licencias, protege y preserva de algu- rrarse algo de sus encendidos piropos tan reite-
na manera la esencia social e histórica que estos rados iría en detrimento de la historia. La
dos novelistas atraparon en sus redes artificio- economía, la oportunidad y la perspectiva de los
sas. Hay que añadir su célebre habilidad como recursos narrativos serían una lección de auto-
conversadores. Por lo demás, no es casual que res posteriores.
ambos novelistas, y especialmente el viejo Pay- Novela “naturalista, humorística, de costum-
no de Los bandidos del Río Frío, hubiesen sido bres, de crímenes y de horrores”. Así la quería,
protagonistas de sus tiempos y conociesen su país como cuarenta años antes; además, sin “pasar
al detalle: el folletín les permitió desbordar, los límites de la moral y de las conveniencias so-
pero a borbotones, su conocimiento abundante ciales, y que sin temor podrá ser leída aún por
y auténtico de la antigua sociedad mexicana. las personas más comedidas y timoratas” —ase-
Así, no es fortuito, para señalar uno entre gura a fin de no limitar su mercado popular,
muchos asuntos, que precisamente el exmi- aunque en realidad no se autocensura demasia-
nistro de Hacienda Payno narre tan convin- do: insinúa socarronamente cuanto le viene en
centemente cómo se falsificaba la moneda, se gana, especialmente en cuestiones eróticas (in-
introducía el contrabando; se fabricaban joyas cluso alguna fantasía necrofílica con mención
nuevas con las piedras preciosas desmontadas del Marqués de Sade y todo). De hecho, resulta
de joyas antiguas robadas; cómo se lavaba di- un poco voyeur en ciertos episodios de baño o
nero, se defraudaba en los casinos, se filtraba cuando quedan desnudas las damas asaltadas.
la información sobre la circulación o el escondi- El afortunado título no lo escogió Payno. Él
te de las riquezas. O bien cómo ciertos hacen- pretendía algo más general: las “Cosas de otro
dados astutos (Escandón, los Peña) preferían tiempo”, que sugiere el supuesto corresponsal
entenderse amistosamente con bandidos “hon- anónimo, un “largo estudio de las costumbres
rados” a que los protegiera bárbara y catastró- mexicanas”, como dice él mismo. Quería ofrecer
ficamente el “buen gobierno”. no una mera sucesión de asaltos a diligencias,
Sobre el talento propiamente novelístico —la casonas y haciendas, sino todo un cajón de sas-
invención de personajes, tramas y episodios; el tre del pasado santanista. El editor encontró
discurso narrativo— predomina en Payno el ge- más comercial la referencia a los temidos ban-
nio periodístico de la crónica y la caricatura (de didos de Río Frío, a quienes, de hecho, no vemos
Daumier o Iriarte a ciertas prefiguraciones entrar en acción sino ya que ha transcurrido
de Posada). Ciertas convenciones del folletín una tercera parte del intimidatorio novelón “in-
tuvieron que imponerse: por ahí aparece un acabable”, como lo califica el propio autor.
presidente idealizado (nada menos que Santa Payno se demora en personajes de casi dos
Anna, pues se trata de representar la Autori- décadas que de alguna manera terminarán en
dad Suprema de la Nación), o un viejo Juez In- bandidos o tuvieron relación con ellos, obsedido
corruptible y Angélico (don Pedro Martín de por su gran tema circular: la persecución y el
Olañeta), ya que de otro modo nadie desataría castigo oficiales del crimen suelen ser adminis-
los nudos espeluznantes de los Malditos. trados por los propios criminales. Cuando pare-
Sabemos que Payno no juzgaba tan mani- ce que la justicia “ahora sí” funciona, sólo se
quea ni tan mesiánicamente los embrollos de trata de un montaje de farsa macabra (con ajus-
sus tiempos, pero el género folletinesco exigía ticiados inocentes, azarosos) para disfrazar con
tales convenciones de tramoya; así como la ino- mayor eficacia la delincuencia organizada des-

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de las cúpulas. No ha perdido actualidad el ar- prácticamente desgarrada y enfangada en la pi-


gumento central, tomado de la nota roja más caresca, la truhanería, la indigencia y el llama-
sonada de 1839: la más temida banda de crimi- do de las cavernas (v. gr.: sacrificios humanos
nales del país en esa época, apoderada de los de bebés a la Virgen de Guadalupe) habla mu-
montes boscosos de Río Frío (y en realidad de cho del país real que surgió de las guerras de
buena parte de la nación), desde dónde cómo- Independencia. Esa sociedad harapienta, pul-
damente asaltaba las diligencias del principal quera y cuchillera, jalonada por la barbarie y la
camino del país (México-Puebla-Veracruz), es- superstición, el horror y el desmadre, que tra-
taba astuta y documentadamente dirigida des- taron de civilizar desde cero los liberales, así
de el propio Palacio Nacional por un coronel fuesen los liberales heterodoxos, “tibios” o “trai-
muy bien situado en los altos mandos del régi- dores” (como se llegó a acusar a Payno durante
men de Santa Anna: Juan Yáñez, a quien Pay- las guerras de la Reforma y el Imperio): “esa es-
no hace llamar Relumbrón —y quien por cierto pecie de barbarie que todos toleran y a la que se
aparece de pronto en Panzacola, por Chimalis- acostumbran los mismos individuos a quienes
tac, como recurso emergente de prestidigitador, daña” (prólogo). Un México delirante, sanguina-
hasta el último tercio de la novela, para reani- rio y cómico, en el fondo inmune a los cambios
mar la trama extenuada. históricos o ideológicos, que anticipa muy clara-
De hecho, este cripto-bandido oficial o presi- mente los paisajes y personajes de las revolu-
dencial obsesionó a toda la generación de Payno ciones y revueltas del siglo xx (Guzmán, Azuela,
y dio lugar a una variada bibliografía; ya cuaren- Rulfo; las películas del Indio Fernández...)
ta años antes de Los bandidos de Río Frío, en Manuel Payno temía que el desarrollo porfi-
1851, Pantaleón Tovar lo había trabajado en Iro- riano y los ferrocarriles hubiesen modificado tan-
nías de la vida —título que por cierto Payno re- to el panorama, como para ya no reconocerlo:
toma, como un guiño, en uno de sus capítulos—; “Tenemos que repetir a cada momento que Mé-
según testimonio de Altamirano, también Tovar xico, en un periodo de diez años [1880-1890], ha
buscaba que la trama sólo fuese un pretexto cambiado de una manera tal que el mismo autor
para pasearse por el bullicioso laberinto popular de esta obra, ausente hace años, si regresase
de México a la manera de Los misterios de París. creería que era otra nación distinta”. En realidad
Estorba un tanto al armatoste folletinesco, el lector mexicano actual lo reconoce no pocas ve-
tan populoso y extravagante que le conviene al ces al detalle, aun o sobre todo en el melodrama
lector ir tomando nota, al margen, de los datos y el esperpento, y hasta con guiños familiares y
de los principales personajes y enredos, pues risillas nerviosas —qué pena pero qué risa—;
todo se revuelve a cada capítulo. Pero la pers- y hasta se siente convocado a la nostalgia por la
pectiva desoladora de una sociedad entera “patria espeluznante” que dijera López Velarde.

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