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Pero sin querer entrar en esa polémica, consideramos que antes de aludir a las
modalidades e incidencia de la participación política, es preciso dedicar unas
líneas a explicitar qué entendemos por este concepto.
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1.1 CONCEPTO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA
Diferentes autores van a estudiar distintas conductas, tratando con ello de acotar y
delimitar este tipo de actividades. Así, por ejemplo, en el estudio de Verba y Nie
(1972), todas las acciones políticas analizadas comparten la característica de
resultar convencionales. En otros casos, se consideran también como formas de
participación política las actividades realizadas en el seno de la propia comunidad
(Booth y Seligson, 1978). Por su parte, Barnes, Kaase, et al., en su trabajo
transcultural, van a dedicar una atención especial a las formas no institucionales y
violentas de participación.
Otro tema polémico tiene que ver con la inclusión o no dentro del concepto de
participación de aquellas acciones que implican violencia política. Como
expusimos anteriormente, algunos autores limitan el estudio de la acción política a
las formas más ortodoxas y convencionales.
En primer lugar, ese criterio: “se plantea desde una perspectiva del status-quo. Y
esto introduce valoraciones que nada tienen que ver con el enfoque científico del
problema. Si no somos lo suficientemente ingenuos como para considerar que las
etiquetas que adscribimos a determinados fenómenos no influyen en la valoración
de los mismos, estaremos de acuerdo en que la utilización de los términos ilegal,
no institucional, etc., suponen una descalificación o cuando menos una opinión no
demasiado positiva de este tipo de actividades”.
En tercer lugar, y esta es una cuestión que trataremos con más detenimiento en el
próximo apartado, esa clasificación resulta demasiado elemental: “lo que obliga a
que acciones que resultan muy diferentes entre sí, como puede ser el caso de las
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manifestaciones ilegales y la violencia armada, deben compartir una misma
categoría” (Sabucedo, 1989).
En este caso, estaríamos, al igual que en los supuestos anteriores, ante acciones
emprendidas por los sujetos con la finalidad de tener incidencia política. Por tal
motivo, y aunque la naturaleza y finalidad de estas actividades sean
sensiblemente distintas a aquellas realizadas desde una aceptación y asunción
plena del status-quo, es preciso incorporarlas como una modalidad más, si bien
con sus propias particularidades, al repertorio de acciones políticas.
Un cuarto aspecto objeto de debate tiene que ver con la inclusión o no de las
actividades desarrolladas en la comunidad. Para algunos autores esto constituiría
una modalidad de participación política.
Respecto al quinto punto la solución puede ser todavía más sencilla que los casos
anteriores. No parece de gran utilidad, desde el punto de vista de la delimitación
del concepto de participación política, el establecer si una acción es iniciada en
forma voluntaria o si está fomentada y respaldada por las instancias de poder.
Además, la cuestión de la voluntariedad en la realización de una determinada
conducta es un tema cuando menos espinoso si lo planteamos con la suficiente
seriedad y profundidad. Como este no es el momento ni el lugar de debatir
cuestiones tan esencialistas como ¿hasta qué punto el sujeto es autónomo en las
decisiones que adopta?, el tema debe ser resuelto de forma más simple. Desde
esta perspectiva, lo importante es la intención que tengan los sujetos de incidir en
la vida política, al margen de si la intención es o no inducida. Esto es, la cuestión
central a la que debemos atenernos en este momento es si esa actividad se
desarrolla dentro de un contexto claramente político y con la finalidad de influir,
determinar y/o apoyar determinadas decisiones políticas o estructuras de
gobierno. Por tanto, la problemática planteada en este resulta un tanto artificial.
Lo importante, según este autor, sería los actos que se realizan, no la intención
que tuviesen los sujetos ni las consecuencias de los mismos. Las intenciones,
afirma Conge: “pueden explicar por qué la gente participa (sin considerar que es la
participación política) mientras los resultados (sean o no intencionales) explican
las consecuencias de la participación política (de nuevo sin tener en cuenta su
naturaleza)”.
Parece obvio que el tema de las consecuencias de la acción debe tener ser
excluido de cualquier definición que se quiera dar de participación política. Los
resultados de esas actividades no pueden estar determinando su adscripción a la
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participación política. Entre otras razones, porque los efectos de un determinado
acto de participación o movilización política dependen de muy diversos factores
(Sabucedo y Rodríguez, 1990, Sabucedo, 1990ª).
En una línea similar, Stone (1974) elabora una escala para la medición del
compromiso político en el que se alude a actividades muy semejantes a las
propuestas por Campbell et al., y que se sitúan también dentro de esa órbita de
comportamientos estrechamente ligados a la dinámica electoral. Los cinco niveles
de participación que distingue Stone, abarcan desde el votar hasta el desempeño
de algún cargo público.
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Por otra parte, también debemos tener presente que el tipo de actividades
recogidas en ambos estudios eran ligeramente diferentes, con todo lo que ello
supone de distinto enfoque o concepción del tema.
Por las razones apuntadas hasta el momento, parecía necesario contar con una
nueva tipología de las formas de participación política. Por tal motivo, Sabucedo y
Arce (1991) realizaron un estudio tendente a identificar las principales
modalidades de actividad política.
Las respuestas de los sujetos fueron analizadas por medio del escalamiento
multidimensional. Los resultados obtenidos, mostraron la existencia clara de dos
dimensiones. Para una más fácil interpretación de las mismas, se recurrió a la
información brindada por las escalas bipolares. En la dimensión 1 los pesos más
elevados correspondían a las escalas bipolares pacífico-violento (.92), legal-ilegal
(.91) y democrático-antidemocrático (.90). En la dimensión 2, la escala bipolar con
mayor peso fue la de progresista-conservador (.77).
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En el trabajo de Sabucedo, Arce y Rodríguez (1992) con jóvenes gallegos se
planteó una pregunta similar a la anterior, aunque en este caso, se incluían formas
más extremas de acción política.
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