dulzura y resplandores lo habrán de ir arrastrando si colecciono espinas para sostener mis ramas que gotean el azul de lívidos albores
Porque en las noches yazgo solo y sin sentido ya
insomne me estremezco bajo sal de la llovizna ¿sorda cerrazón soy su seseante sequedad o el reclamado calcio para esculpir las flores?
La precipitación se me incorpora en vértebras
y ciega sobre el aire inmensa se sostiene ¿seré pues animal que subterráneo aguarde al huracán rampante en su lecho de fatiga?
Negro roedor lleno de odio y de tristeza es
el que de nacer se niega aún a terminar horroroso despuntar desde el calor de tierra mamífero reposo que a su fin se abisma
Afloren pues montañas árboles y columnas
he de soportar yo a la rauda osamenta si no soporta el vientre de cosas bajo tierra o nos ahogan llantos invisibles que me dicen
No quiero estar tan solo
No quiero a nadie cerca Digo que quiero llorar como las piedras lloran y sufrir su llanto antes del musgo o desgarrar la soledad callada a tientas sobre el borde que divide apenas a la piedra del animal
Cuando el cielo inaccesible y negro se condense
y su brillo sea una estrella ahogada en altamar yo en plena oscuridad sin dirección alguna vegetaré la angustia de la ausencia que me encierra con la dudosa inconsciencia que muestra el mineral en un soñar de pájaros y tres rostros de bruma
Cuántos nombres de mis sueños emanado habrían
Y cuántos combates atorados en las manos ¿Breve animal del subsuelo seguiré esperando al fugitivo propietario de la vida?
Que nadie pida nada
Ya todos se habrán ido Al fin todos aman a la gota sin mirarla la que tiembla al filo de la hoja de la rama hasta caer con la verde falda de la lluvia porque todos… todos hemos de volver al ciclo para sentirnos juntos y juntos ser amados con la rabia del amor que en soledad nos forja en un poblar de nombres la intimidad sin formas
Brota de la piel la sed de más palabras
se apalabran evaporan precipitan raudas sin estrofas y sin rimas sin límite medida ni estructura mas traslúcida huesumbre encendida de coraje hondos alaridos en contra del derrumbe ocre música poniente
Que se formen las llamas para que se apaguen
con nuestras lágrimas que no son gotas sino sólido llover que aún resiste como el caído árbol que del retoño guarda certidumbre o grito sostenido en el umbral de la garganta
Así respiraremos desde nuestras madrigueras
apenas pronunciados por la intimidad de la noche hasta que la ígnea pitonisa ensortijada nos muerda el vientre con el filo de sus aguas
Lluevan las lloviznas caiga sobre mí el estruendo
que entre la fiebre veré como se levantan los vapores y cobrarán formas nuevas para seguir cantando que el ardor de ser es mucho más que las cenizas.