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pública de la ciudad, cuyos haberes eran muy escasos. El gobierno provincial
llevaba tres meses de atraso en el pago a los maestros en junio de 1915 y
entre cinco y seis meses para fines de ese año, obligándolos a vender sus
sueldos a usureros con una quita del 40%. Lo mismo pasaba con el resto de
los empleados estatales.” (Ibídem, p. 234)
Como ya se ha mencionado peones y jornaleros vitivinícolas “eran
prácticamente invisibles por su marginalidad, aunque el jornalero era un
elemento esencial para la producción” (Ibídem, p. 235) Durante casi tres
décadas los jornales de estos trabajadores se mantuvieron prácticamente
invariables lo que motivó que “en 1918, el gobierno del radical José Néstor
Lencinas, sancionaría la ley 732 imponiendo un salario mínimo de $2,50 diarios
y la jornada laboral de 8 horas para el personal estatal, pero mantenía los $2
para los trabajadores privados, muy lejos de los ingresos en ciertos empleos
calificados.” (Ibídem, p. 236) Sin dejar de destacar los intentos de mejora de los
sectores trabajadores por los gobiernos lencinistas (1918-1922), Martin nos
acota que “si bien es cierto que el régimen lencinista significó algunos avances
para el sector laboral, tales como la ley de higiene y seguridad del trabajo en
los establecimientos industriales, la reglamentación del descanso
hebdomadario, la fijación de salario mínimo para los obreros, entre otros, sería
exagerado asignarle un carácter revolucionario.” (Martín, 1992, p. 143)
En las peores condiciones de precarización y remuneración se encontraban las
mujeres y los niños. El trabajo de menores en Mendoza era una realidad que
no escapaba a ninguna patronal. Las mujeres, especialmente las que se
desempeñaban en el servicio doméstico, eran además descalificadas como
inmorales y vagas. Esta práctica discursiva ideológica de los sectores
dominantes, que puede apreciarse profusamente en los diarios de la época, no
hace más que ratificar que en Mendoza funcionaban los mismos mecanismos
de descalificación y disciplinamiento sobre los sectores populares y
trabajadores que en el resto del país en las primeras décadas del Siglo XX.
Estos sectores populares en constante crecimiento, debido a la importante
afluencia de la corriente inmigratoria, en el marco del desarrollo de la nueva
matriz productiva vitivinícola y el incipiente crecimiento industrial vivían,
además de en condiciones de supervivencia por los bajos salarios, en
condiciones de hacinamiento y habitabilidad que conducían a problemas de
salubridad. “De manera que la temprana preocupación de este higienista (Julio
Lemos) estaba centrada en la misérrima calidad de las viviendas como foco
generador y difusor de enfermedades, que se potenciaba por el muy limitado
servicio de aguas corrientes, lo que obligaba a la población a abastecerse de
las acequias de riego o de pozos que se contaminaban con los resumideros o
letrinas. Este panorama no se modificó sustancialmente en las dos décadas
que siguieron y que abarcan el periodo de estudio (1890-1918). Los salarios
mínimos y las jornadas máximas se mantuvieron; los conventillos y casas
continuaron sobrepoblados y las advertencias de los higienistas se veían
confirmadas con altísimo niveles de morbilidad y mortalidad, general e infantil.”
(Richard-Jorba, 2010, p. 270)
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Como ya se ha dicho, la situación de privación, marginalidad y subsistencia de
los sectores obreros fue atenuada por los gobiernos lencinistas de la primera y
segunda década del siglo XX pero habrá que esperar a la llegada del
peronismo al poder para apreciar un cambio de paradigma en el tratamiento de
la cuestión social en Argentina y Mendoza. “En relación a la estructura social y
económica y específicamente en lo que atañe a la burguesía industrial, es más
correcto afirmar que el Estado correspondiente al régimen lencinista cumplió
las funciones de moderador de los intereses de la burguesía bodeguera,
tendiendo a un equilibrio entre su sector hegemónico y los sectores dominados
al interior (o alrededor de) esa misma burguesía”1 (Martín, 1992, p. 143)
Fuentes
1
MARTIN, op. cit., página 143.