Sei sulla pagina 1di 3

Un careo con la jefa

Al parecer, Alice agradecía que no llamase a su puerta cada dos por tres para solicitar ayuda;
pero, al mismo tiempo, estaba más que preocupada por la marcha de mi departamento. Yo sabía que
las cosas no podían continuar así mucho tiempo. En consecuencia, le pedí una entrevista.
Le conté que las cosas no marchaban muy bien últimamente; pero que aún no había encontrado
la manera de remediar la situación. Recuerdo que le comenté que estaba tan abrumado de trabajo, que
a veces me parecía estar desempeñando la labor de dos personas, y nunca olvidaré lo que me contestó:
—Pues dígame quién es el otro, porque tendré que despedir a uno de los dos ya que no podemos
permitirnos tanto excedente de plantilla.
Luego me sugirió que quizá debería delegar más en mi personal. Mi contestación fue que el
personal no estaba preparado para asumir más responsabilidades añadidas, y de nuevo la respuesta
fue de las que se recuerdan: —Entonces, ¡la obligación de usted consiste en lograr que estén
preparados! Esta situación me pone muy nerviosa, y como el abuelo de Benjamín Franklin dijo una
vez:

Es desagradable
trabajar para
un jefe nervioso,
sobre todo
cuando tú eres
el que lo pone
nervioso
Entrevista con el Ejecutivo al Minuto

Reflexioné mucho después de mi reunión con Alice, sobre todo, no se me despintaba aquello
del «jefe nervioso». Comprendía que Alice deseaba que yo solucionase la situación por mis propios
medios, seguramente porque ella andaba también muy ocupada con un proyecto importante. Por eso
acudí a los consejos del Ejecutivo al Minuto, que ocupaba un alto cargo en otra compañía y era amigo
de la familia desde hacía mucho tiempo. Todo el mundo le llamaba «el Ejecutivo al Minuto» porque
conseguía grandes resultados de su personal, al parecer en muy poco tiempo y con escaso esfuerzo
por su parte. Cuando nos reunimos para almorzar, sin duda yo llevaba mis preocupaciones pintadas
en el rostro, porque lo primero que él dijo fue:
—¡Hola! Con que no es tan fácil como creías eso de ser jefe, ¿verdad?
—Eso es poco decir —respondí.
Y recordé los viejos tiempos de antes de ser jefe, cuando todo era mucho más fácil porque mis
rendimientos dependían sólo de mi propio esfuerzo. En aquella época, cuantas más horas trabajaba y
más empeño ponía, mayores eran mis resultados.
—A lo que parece, ahora esa fórmula funciona al revés —dije.
Mientras iba entrando en los detalles de mi problema, el Ejecutivo al Minuto se limitó a
escuchar, interrumpiéndome sólo de vez en cuando para hacerme alguna pregunta. Estas preguntas
fueron volviéndose cada vez más concretas según avanzaba la conversación, y por último quiso saber
qué aspecto de mi trabajo me absorbía la mayor parte del tiempo.
Le hablé de la inundación de papeles que mi despacho padecía.
—Es horrible, y va a peor.
A veces tenía la sensación de no hacer otra cosa que revolver papeles, sin adelantar nada en lo
tocante al verdadero trabajo, en espera de ser cumplimentado; yo lo llamaba el triunfo de la técnica
sobre la utilidad.
En esto consistía la paradoja, en que trabajaba más, pero daba conclusión a menos asuntos. Me
parecía que todos los de la compañía me pedían cosas para ayer, cosas que quizá fuesen importantes
para ellos, pero que tenían poco que ver con el trabajo a realizar por mí. Y cuando intentaba dedicarme
a un asunto, inevitablemente me veía interrumpido para atender a otro. Pasaba cada vez más tiempo
en reuniones, o colgado del teléfono. A la hora en que de las interrupciones, ya no me restaba nada
de tiempo para tratar de poner en práctica alguna de mis ideas en orden a mejorar la marcha de mi
propio departamento.

Potrebbero piacerti anche