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Resumen
La ciudad de Puebla desde su fundación, ha contado con una gran producción
artística, particularmente en el período novohispano, así como en el siglo XIX,
etapa en la que se focaliza el presente texto; describiendo las características de
los artistas de este período, así como la variedad de géneros cultivados, con-
viviendo aún las obras religiosas protagonistas de periodos anteriores, con el
retrato, bodegones, paisajes y pinturas costumbristas. Se describe la obra de
José Manzo y Jaramillo, Molina de Urac, José Agustín Arrieta, Francisco Mora-
les Van Den Einden, José Luis Rodríguez Alconedo y, Mariano Centurión, en-
tre otros, así como sus aportaciones a la historia del arte de la ciudad. Se hace
mención también, de la influencia ejercida por la creación de la Academia de
Bellas Artes de Puebla; así como de los antecedentes y desarrollo de los géne-
ros pictóricos del bodegón, los paisajes y las llamadas pinturas costumbristas,
amén de las influencias que dieron pie a su instauración.
Abstract
The city of Puebla since its founding, has had a great artistic production,
particularly in the novohispano period as well as in the nineteenth century, a
period in which this text focuses; describing the characteristics of the artists of
this period as well as the variety of genres cultivated, still living together the
religious works, protagonists of earlier periods with portraits, bodegones (still
lifes), landscapes and genre paintings. The work of José Manzo y Jaramillo,
Molina de Urac, Jose Agustín Arrieta, Francisco Morales Van Den Einden, José
Luis Rodríguez Alconedo and Mariano Centurion and their contributions to
the art history of the city is described. Mention is also made of the influence
exerted by the creation of the Academia de Bellas Artes de Puebla; as well as the
history and development of pictorial genres of still life, landscapes and genre
paintings calls, in addition to the influences that led to its establishment.
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Profesora-Investigadora de la Maestría en Estética y Arte (BUAP).
1. Introducción
La historia ha otorgado un lugar privilegiado a la ciudad de Puebla, la cual,
desde que fue fundada en 1531, ha gozado de una férrea salud artística, siendo
sede indiscutible de uno de los principales focos de acción de todo el territorio,
así como receptora de importantes creadores y movimientos, que han marcado
el devenir artístico del resto de la nación. Caracterizada por un amplio y delicio-
so periodo novohispano, que desde el punto de vista artístico supuso una eclo-
sión de manifestaciones que le valieron para que su centro histórico haya sido
distinguido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1987, Pue-
bla sigue manifestando un bagaje cultural rico y destacable desde los albores
del siglo XIX. Si bien es cierto que la ciudad emanaba múltiples construcciones
religiosas anteriores a esta fecha, prolijas de retablos, esculturas, cuadros y de-
más enseres necesarios para el culto, también lo es que los artistas de esta nue-
va era se colaban en el panorama social con una nueva realidad favorecedora,
marcada por su formación artística en la Academia de Bellas Artes, así como la
demanda de obras por parte de una sociedad pudiente. Sin abandonar la face-
ta religiosa, temática recurrente aún en el xix pese a que muchos de los gran-
des ciclos iconográficos de templos e iglesias estaban ya cubiertos, los artistas
deberán seguir abordando estos temas, aunque lo harán desde otro prisma. La
temática religiosa convivirá con otras fuentes recurrentes en este periodo como
la pintura de paisaje, los prolíficos retratos o los bodegones, tan desarrollados
en el foco pictórico poblano.
teriores. El artista del que no se conocen más datos que su nombre y al que se
le atribuyen las pinturas de los retablos principales de dos de las capillas de la
catedral, salió del más absoluto anonimato cuando fuera del recinto se encuen-
tra otra obra rubricada por su pincel. Se trata del retrato de un prelado, que el
pintor resuelve con factura discreta y características seriadas, ubicado en las
estancias privadas de un añoso establecimiento hostal de la ciudad de Puebla,
lo que al menos ayuda a ampliar su poco numerosa producción artística cono-
cida (Fraile, 2009).
Sin embargo, tampoco es la pintura de retrato, precisamente, la que aporta
los resultados más novedosos en la práctica artística de la Puebla decimonóni-
ca, pues el corte seriado y con lineamientos tan restringidos para el uso de un
retrato religioso, aún presente en el periodo, ofrece pocos avances al respecto.
Todo lo contrario sucede con el retrato de tipo civil, en donde se aprecian al-
gunos avances notorios en ciertas obras de renombre que los autores poblanos
produjeron en este tiempo. No obstante, será a través de otros registros donde
veamos de una forma más clara los gustos de la época, así como el avance y la
apertura de los artistas locales hacia otras corrientes. La pintura que relata las
anécdotas vividas por el ciudadano, por ejemplo, puede adentrarnos perfecta-
mente en estas nuevas inclinaciones que ahora se tornan necesarias en el ima-
ginario de los artistas. El conocido Cuadro de costumbres tiene por ello, un gran
desarrollo en estos momentos.
Entendemos por costumbrismo, un género que desde luego no sólo se aplica
al arte pictórico, sino que también ocupa inquietudes entre autores dedicados a
otras disciplinas, como el caso de los literatos entre quienes gozó, por cierto, de
gran aceptación en este periodo. El género costumbrista desarrolla en esencia la
representación de lo propio y característico de cada región o país. De esta for-
ma, mientras la literatura se deshace por narrar con detalle las costumbres arrai-
gadas en cada pueblo, la pintura hace lo mismo, tratando con mimo los lugares,
las vestimentas típicas, las artesanías, así como los alimentos y platillos, entre
otras expresiones, que hacen único a cada lugar. Las características que propone
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Soy de la opinión que los famosos cuadros de castas, puestos en boga desde media-
dos del siglo XVIII, pueden ser considerados como un antecedente de los cuadros
de costumbres, pues aparte de mostrar las distintas etnias, ofrecen escenas vera-
ces de las formas de existencia que llevaban, desde las vestimentas que portaban,
corporaciones y trabajos, las diversiones a que se entregaban, entre ellas la música,
hasta los alimentos y frutas que consumían (Moyssen, 1993).
típicamente mexicanas habían nacido y, con ellos, toda una variante de artistas
nacionales que manejaban el género con destreza.
Este tipo de obras fueron bien acogidas por la sociedad del momento, pues
los cuadros de costumbres manejan la veracidad más absoluta en las facciones
de los personajes, lo que en algunos casos nos hace pensar en la posibilidad de
que fueran realizados a partir de modelos reales. Autores como Agustín Arrie-
ta, por ejemplo, se nutren de una gran variedad de personajes que constante-
mente protagonizan sus escenas: desde la mítica china poblana hasta el aguador,
pasando por el gendarme, el chinaco, los ancianos, la borracha, el mendigo, la
agualojera o el caballero, entre otros. Personajes, todos ellos, que se presentan
en actitudes totalmente cotidianas por lo que es frecuente encontrarlos en el
mercado o la cocina, así como en las pulquerías, espacios populares en la Pue-
bla de antaño propicios para la tertulia y el encuentro entre los vecinos.
En muchas de estas escenas, de las que el citado Arrieta es un gran espe-
cialista, es habitual la repetición de ciertos elementos comunes, y también lo es
la reiteración de los mismos personajes en diferentes cuadros, como si de una
historieta continuada se tratara. Así lo manifiesta Arrieta en sus obras China y
dos locos y Claco de risa, o también en los cuadros Escena popular de mercado, La
sorpresa (1850) y El requiebro, donde de nuevo acude a este recurso. En su Inte-
rior de una pulquería (Figura 4) el poblano hace un guiño a la pintura barroca
española situando una reproducción de Los borrachos de Velázquez en la parte
superior, una pintura muy apropiada que, con cierta ironía, nos recuerda los
motivos alegres de quienes visitan el lugar. A tenor de esta temática gozosa y
divertida vemos como el autor introduce algunos elementos con el mimo y el
cuidado propio del que introduce un cuadro dentro de otro. Se trata de los en-
seres de la vida cotidiana, la minuciosidad con la que el artista elabora estas
partes del lienzo nos hablan de su alta cualidad en el oficio y obedecen al de-
sarrollo de un género, en el que el pintor poblano se desenvolvió mejor que
ningún otro y que a continuación describiremos con mayor amplitud pues, en
efecto, el cuadro de comedor o bodegón, es otra de las vertientes temáticas más
atractiva entre los pintores de la Puebla del xix.
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pues aun cuando el bodegón no era un género oficial aceptado dentro del ámbito
académico, sí respondía a las necesidades y gustos de las clases acomodadas . . .,
porque era de buen gusto y porque servía además para ostentar las riquezas de sus
hogares y la exuberancia de sus mesas . . . en cambio tuvieron poca demanda sus
cuadros costumbristas . . . las personas con poder adquisitivo estarían difícilmen-
te interesadas en decorar sus hogares con la representación de personajes a los que
todos los días se les podía encontrar en las calles (Vicente, 2010).
blanos del periodo a considerar, quienes consiguen, pese a todo, modificar tí-
midamente estas imágenes mediante la inclusión de algunos elementos, como
ricas alfombras bajo sus pies, zapatos especialmente galanos o joyas suntuosas
que enriquecen al personaje y vienen a sustituir el tradicional escudo de origen
nobiliario, tan presente en épocas anteriores y que, por ser un elemento tan es-
trechamente vinculado con la Corona Española, cuando llega la Independencia
mexicana desaparece por completo de este tipo de composiciones.
El desarrollo del retrato de corte social será el que más novedades presen-
te dentro de la pintura decimonónica poblana y no sólo por la múltiple capaci-
dad de interpretación del personaje, ya no tan sujeto a reglas ni a iconografías
tan definidas como en el caso del retrato religioso, sino porque algunos de los
artistas que más sobresalen con el género indagan en la elaboración de otras
técnicas artísticas con las que ofrecen resultados verdaderamente interesantes.
En cuanto a nombres propios debemos reconocer el meritorio trabajo que rea-
liza en este género la figura de José Luis Rodríguez Alconedo, el artista poblano
que nace 1762 y del que en fechas recientes se han celebrado los 200 años de su
muerte, acaecida el 1 de marzo de 1815. Se trata de un artista singular, de espíri-
tu rebelde y convicciones políticas que lo llevaron a participar en la guerra de In-
dependencia. Como bien apunta Toussaint, la obra de Alconedo no es abundante
en número, pero sus trabajos son notorios, sobre todo en este registro temático
abocado al retrato. A su quehacer se deben dos extraordinarios cuadros atesora-
dos en el Museo Universitario Casa de la Muñecos de la BUAP. Así, esta institu-
ción custodia lo mejor del trabajo de Alconedo. Se trata del retrato que hace a la
salmantina Doña Teresa Hernández Moro, y que el pintor firma en 1810 y su pro-
pio Autorretrato, fechado posteriormente, en 1811; ambos trabajos, sobre todo el
primero, vinculados a las experiencia vividas en su paso por España.
Parece bastante seguro que el artista poblano era un gran admirador de los
trabajos del pintor francés François Boucher (1703-1770), el gran maestro de
la técnica del pastel, siendo durante su estancia en España cuando el poblano
aprendió el manejo de dicha técnica (De la Maza, 1940). Ésta era hasta entonces
una técnica desconocida en territorios de ultramar y el buen aprendizaje de la
misma, le permitió trabajarla con resultados tan extraordinarios como los que
se aprecian en el mencionado retrato de Doña Teresa Hernández Moro, posible-
mente, lo mejor de su pincel. Firmado por el pintor en la ciudad de Cádiz, en
esta obra se desprende, según considera el propio Toussaint, una innegable in-
fluencia de Francisco de Goya sobre el artista poblano:
Aunque Alconedo no haya sido su discípulo, la influencia del artista español es vi-
sible, si no por la técnica, que aquí nada importa, por el concepto artístico, por el
realismo, por la explotación despiadada de la humanidad en su fase grotesca. El
retrato nos revela una conciencia adiposa y los adornos y las joyas realzan el carác-
ter (Toussaint, 1990).
Así mismo, Francisco de la Maza se refiere a esta obra en los siguientes tér-
minos:
Es una dama entrada en carnes y en años, cuyo gesto recuerda los retratos de Goya.
“la sensualidad adiposa de la dama –dice Toussaint– subrayada por la cínica sonri-
sa nos lleva al arte cruel y maravilloso de Goya cuando reproduce admirablemen-
te los horribles monigotes que formaban la familia de Carlos IV”. Está vestida de
blanco, con un escote desmesurado y sostiene negligentemente en la mano un aba-
nico cerrado. Lleva en la cabeza un ramo pequeño de flores y en las orejas y el cue-
llo luce perlas enormes . . . (De la Maza, 1940).
une ese realismo, un poco brutal, con la suavidad con que inician su obra los pin-
tores del siglo XIX . . . la técnica, el pastel, se ha doblegado humildemente bajo la
mano del artista: ha obtenido efectos que nunca antes aparecen en nuestra pintura
. . . está pintado con una técnica minuciosa, perfecta, a la vez que con fervor y una
espontaneidad tales que nos entregan al artista completamente, con toda su inquie-
ta espiritualidad (Toussaint, 1990).
Resulta extraordinario poder contar con dos ejemplares de los mejores re-
tratos del momento, creados por un pintor poblano, en una misma sede mu-
seística, custodiados por la universidad.
En el mismo Museo Universitario de la BUAP nos encontramos con otro
interesante autor poblano cuya producción ha ingresado recientemente en sus
salas. Se trata del pintor Mariano Centurión (1879-1914), un artista del último
cuarto del XIX que nos anuncia el cambio de siglo con una serie de obras que
aún indagan en los géneros desarrollados con ahínco a lo largo de toda la cen-
turia. De este modo, a través de sus 25 pinturas conocemos las inquietudes
plásticas de quien, aún bien avanzado el siglo XIX, mantiene el interés por la
pintura religiosa, los cuadros de comedor o bodegones, así como la pintura de
retrato. El oficio de Centurión marca una amplia preocupación por la capta-
ción de la luz a través de la atmósfera en sus pinturas, especialmente presen-
te en su pintura de paisaje. Es precisamente este género, el paisaje, una de las
vertientes pictóricas más desarrolladas a lo largo de todo el periodo. En el caso
de México, donde dicha temática se perfila como una de las grandes claves de
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identidad nacional, los perfiles urbanos, pero sobre todo los rurales, forman
parte de la vida cotidiana de los artistas y, a menudo, tiñen con su omnipresen-
cia la minuciosidad que requieren las pinturas costumbristas, en las que no en
pocas ocasiones se presenta a estos personajes típicos en escenarios paisajísti-
cos de gran atractivo.
Si bien las pequeñas tablas que trabaja Centurión no escenifican los volca-
nes ni las extensiones más características del paisaje mexicano, se centran con
esmero en paisajes de sabor rural, casi íntimo, donde callejuelas tranquilas hi-
lan una sucesión de casas discretas de diversos colores, que se amoldan a los
caprichos sinuosos de las calles (Figura 7). Parajes rurales que dialogan con es-
cenas de bosques, en la que la frondosidad de los árboles sirve para la penetra-
ción de una luz que se proyecta con interés sobre el suelo, generando juegos
de sombras que dinamizan la profundidad de los espacios. Es por ello más que
evidente que aún a finales del siglo XIX, las inquietudes de los pintores pobla-
nos, siguen inclinándose a ciertas pautas establecidas con anterioridad, igual-
mente válidas aún bien entrado el siglo XX.
4 .Conclusiones
A través de este pequeño estudio hemos pretendido describir cómo las nuevas
corrientes estéticas hacen su incursión en la escuela poblana de pintura en una
centuria, la del xix, que estaba empezando a florecer a distintos y novedosos
géneros, escuelas y tendencias. Un repaso que incluye a varios de los artistas
destacados del periodo y que reflexiona sobre una sociedad que, sin abando-
nar las estéticas artísticas que conocía a plenitud, se entusiasma con agrado
ante la llegada de otras propuestas. De este modo, asistimos a la reconfirma-
ción de géneros como el retrato en su amplia vertiente social, con resultados
gratamente sorprendentes; la riqueza del paisaje y las pinturas de costumbres,
o el esplendor con el que se asiste a un cuadro de comedor, con el que el pin-
tor nos deleita a través de la vida cotidiana de los poblanos, mostrándonos sus
objetos de uso cotidiano y sus gustos culinarios. Se trata de una época que nos
sigue despertando el interés por conocer un momento de la historia del arte
en esta ciudad, en la que no dejamos de sorprendernos ante avances tan noto-
rios e importantes, como el que supone el hallazgo de nuevos artistas, como
R E F E R E N C I A S
Moyssén, X. (1993). Manuel Serrano: un pintor costumbrista del siglo XIX. Anales del
Instituto de Investigaciones Estéticas, XVI(64). Recuperado de http://www.analesiie.
unam.mx/pdf/64_67-74.pdf
Toussaint, M. (1990). La pintura colonial en México (Moyssén, X., Ed.). México: UNAM,
Instituto de Investigaciones Estéticas.
Vicente Colmenares, C. (2010). Arte e identidad. La pintura poblana del siglo XIX (Colec-
ción Bicentenario. Puebla: de la Independencia a la Revolución Mexicana). Puebla:
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.