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Capítulo III

Si catalogamos de surrealista lo ocurrido el lunes con Carolina, la anécdota relativa al martes

sólo merece un adjetivo “inefable”. Fue algo que nadie esperó en ningún momento. Y no me

refiero al día que apareció encarna con la motosierra, sino al día que nuestra reputación se vio

mancillada… Estábamos desprovistos de azúcar y la requeríamos para el desayuno, por lo que la

noche del lunes Lucía aka Chus se quedó despierta para rezar. Y funcionó. Al oír un sonido parecido

al de un helicóptero todos salimos al patio durante la mañana del martes. En efecto, era un

helicóptero con algún tipo de defecto en el motor que necesitaba descargar pero para no caer a

tierra. La mayor sorpresa, sin embargo, no llegó cuando vimos kilos y kilos de azúcar caer del cielo,

sino cuando nos dimos cuenta de que en realidad no era otra sustancia sino cocaína de lo que se

trataba.

—Javi, ayúdame con esto. Yo no puedo sola con tantos sacos

—Voy, Martita. Pero espérate a que me acabe el café. Illo, Samu, ayuda tú a Marta vago de

mierda —reprocha a su amigo mientras estira sus lánguidas piernas en el sofá con una tranquilidad

burguesa.

Samuel, Iria y Marta llevan más de quince sacos de azúcar a la cocina de su bloque y, para

celebrar la dádiva, preparan un ColaCao falso —también comocido como cacao en polvo

Hacendado, más barato— cargadito de azúcar. Delicioso. Yo soy el primero en probarlo y noto un

sabor especialmente agradable.

—Es de primerísima calidad —afirma Domingo pretendiendo hacerse el entendido.

—Tus muertos, tirao —añade Carlos, quien acaba de entrar, intentando dar los buenos días a

Samuel.
—Oye, chicos, me estoy encontrando un poco mal… Creo que me estoy mareando. Veo

lento. ¿Alguien me puede ayudar a sentarme? Coño, si parece que voy colocada.

Ayudamos a Chus a sentarse y, al estirar las piernas, un ruido de ultratumba a una frecuencia

periódicamente oscilante entre los 440Hz y los 523Hz cada tres décimas de segundo penetra mis

oídos. Era Marta riéndose —nada nuevo— con la cara pálida, los labios cianóticos y los ojos

bañados en salmorejo. En ese mismo instante Javi se desmayó y supimos que algo iba mal.

Ese día no comimos. Eran las seis de la tarde y, por un motivo u otro, sólo quedaban ocho

kilos de cocaína. Los desmayados se reanimaron y el desfase tomó su asiento. Sus efectos sacaron

lo más salvaje de nosotros…

Lo que recuerdo con más claridad es a Raquel en la cocina intentando comerse un pavo real

que ella misma había matado con sus propias manos, crudo. Tenía la cabeza del pavo a modo de

sombrero simbólico y rayas de sangre en los mofletes. Hablaba sola en un idioma extraño que

parecía nórdico y daba muchas vueltas alrededor del cadáver del animal.

—Raquelita… ¿estás bien?

—¡¡¡Spis min fitte!!! —responde, por lo que la dejo en paz. No entiendo lo que dice pero

apostaría que hace alusión a sus genitales.

A su lado, en el sofá desnuda, se encontraba Chus. No alcanzaba a comprender lo que estaba

haciendo moviéndose tan extrañamente hasta que vi el huevo musical de Isaías salir de su vagina.

Se estaba masturbando metiéndose el huevo y moviéndolo una vez dentro mientras se lamía sus

propios pezones. Al girarme para subir a mi cuarto la escucho gemir con vigor.

—Ah... Sí... Domingo... Ahógame... Ah... Sigue... Dios...


Cuando me dispongo a subir las escaleras escucho a Chus levantarse del sofá, acercarse al

pavo muerto y correrse encima de él. Hago como si nada hubiera pasado y continúo con mi

camino.

LUEGO SIGO CHAVALES


Con el vaso con cloro preparado para matar a Domingo entro en la puerta y, muy para mi

sorpresa, me encuentro a Carolina dormida en el cuarto de Domingo sin nadie a su alrededor.

No sabía qué hacer. ¿La despertaba? ¿La dejaba dormir? ¿Debería haberme marchado? Sea como

fuere, mereció la pena.

Cierro la puerta con cautela y me tumbo a su lado. Puedo oler su agradable perfume a Lilium

candidum con un toque de Dermatofagoides pteronyssinus. Siempre usa el mismo perfume del

Mercadona, y me encanta. Podría incluso afirmar que es una de las cosas que más cachondo me

ponen de ella. Mucho más que verle los pechos. ¿Por qué? Porque la esencia de L. candidum evoca

en mí cautivadores recuerdos de mi infancia trabajando en los conos de deyección de Caravaca de

la Cruz.

Es tan cautivadora en su sueño que, gracias a una serie de complejas interacciones psicológicas,

neurales, vasculares y endocrinas, comienzo a notar un aumento de presión sanguinea en la polla.

Se me ha puesto más dura que el brazo de una grúa. Gracias a Jesús, Dios y Cristo, Siervo y Profeta,

Verbo, Hijo del Hombre, Pastor y Pan, Señor y Rey, por darme esta oportunidad.

Aprovecho que está dormida para acercar mi mano a su prominente teta derecha, Margarita.

-Jesús... ¿Me puedes explicar qué haces?

-P... ppp... perdón, solo...

-Tenía una mosca, ¿verdad?

-Sí, eso. Una mosca en... tu mama derecha.

-Y... ¿sabes qué hacen las moscas?

-No...

-Chupar las cacas.


Rápidamente se desviste completamente y se trepa encima de mí, acomodando su enorme culo

sobre mi miembro viril. Nunca ha estado tan duro. Mi bella durmiente comienza entonces a besar

apasionadamente mis vírgenes labios mientras yo me entretengo agarrando sus cachetes y

propiciándoles suaves azotes. Comienza a gemir.

-Jesús... baja... baja...

Como su esclavo, recibo atentamente sus órdenes y procedo a hacerle un cununililingus de esos

que tanto me gusta hacer, no sin antes haber hecho una parada para comerle las tetas. Le doy un

lametón en toda la pipa del coño que la pongo a gemir como una perra. Repito el mismo acto una

y otra vez mientras, con mi dedo pulgar, acaricio solícitamente sus labios vaginales recién

depilados. Cinco minutos después me pide que pare, me agarra con firmeza y se escurre debajo de

mí. Principia una mamada con dos pares de cojones mientras pone su potorro en mi boca para que

siga dándole sexo oral. Sé lo que quiere: un sesenta y nueve. A la vez que la complazco dando lo

mejor de mí, siento su húmeda y cálida lengua abrazar mi glande con pasión. Nunca había sentido

nada similar. Casi me quedo paralizado. Noto como cáda vez se va adentrando más en su garganta.

Está caliente. Mi glande toca su campanilla. La saca y se la vuelve a meter como una colibrí

regurgitando pan para alimentar a sus crías. La atrapa con su mano para sacudirla hacia arriba y

abajo como si de un bote de ketchup Hacendado se tratase. Cada vez lo hace más rápido y mejor.

Tengo ganas de correrme, pero a ella todavía le queda un poco.

-Carolina, bombón. Para por favor, no quiero eyacular aún.

-No. Métemela. Córrete dentro de mí. Hazme hijos. -Me responde mientras me toma de la mano.

Se sitúa encima de mí e introduce mi trabuco en su propia vagina mientras bota vivazmente sobre

mi hercúleo cuerpo. Me llama gritando. Todos se pueden enterar.

-Jesús. Jesús. Jesús. JeSÚS. JESÚUUUUS.


Por mi cabeza pasa un terremoto.

-¡Jesús! ¡¿Me explicas qué cojones haces aquí?!

Me despierto y volteo mi cabeza para hacer un reconocimiento panorámico.

Me había quedado dormido. De nuevo, montando otra escena. Cuando Carolina se desveló, me vió

y se asustó. De inmediato llamó a Celia, quien hizo videollamada con Cynthia y Delia. Ambas

habían llamado a la policía documentando una violación -por haber dormido a dos metros de ella

sin permiso-. Cuando vino el cuerpo policial, le expliqué el malentendido y se marcharon.

Aprovechando su visita, dimos parte de la lluvia de cocaína para que retiraran los paquetes del

cortijo. A cambio, me compensaron con un sobre que contenía diez mil euros. Chatarrilla.

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