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“España cae un total de cuatro puestos en la clasificación global del Foro Económico

Mundial”

“Su puntuación se ha visto reducida por el descenso de oportunidades y la


participación económica de las mujeres”1

Este es el titular de un periódico español tras conocer los resultados que arroja el
Informe de la Global Gender Gap Report 20162 (Informe sobre la brecha global de
género) expuesto por el Foro Económico Mundial (WEF). Nuestra situación laboral,
como mujeres españolas no sólo no evoluciona sino que además, involuciona. En su
lucha por la igualdad de géneros, nuestro país, es decir, nosotros mismos, hemos
perdido cuatro puestos respecto al mismo informe del año anterior.

Pero realmente, estos datos no son más que una muestra de cómo somos como sociedad,
de nuestra cultura mantenida año tras año en busca de no tener que esforzarnos en
cambiar, aunque la forma de cómo nos regimos, no tenga lógica alguna. Ese
precisamente va a ser el tema que encierra este estado de la cuestión. Cómo hemos
llegado a este tipo de sociedad patriarcal y cómo ha mermado esta clasificación los
derechos laborales de las mujeres y por ende, sus sueldos.

El primer paso será exponer qué es una sociedad patriarcal y cómo se forma, utilizando
como criterios explicativos cómo se desarrollan en nuestra sociedad las personas según
su sexo, además de aplicar la exposición de la división de puestos de trabajo que se hace
socialmente en el patriarcado.

Apoyada en textos de diferentes autoras de corriente feminista, pretendo estudiar qué


entendemos por trabajo y por empleo, dos conceptos que investigaré desde la
perspectiva de las mujeres. La explicación de este “abuso” de pensamiento feminista es
simple: el resto de la historia la han escrito hombres.

1
http://www.elmundo.es/economia/2017/03/05/58b956ebe5fdea615f8b45f5.html
2
http://reports.weforum.org/global-gender-gap-report-2016/

1
Tras finalizar con el conocimiento del concepto de género, y de división del trabajo,
intento concluir con la situación en la que nos encontramos, el “techo de cristal” en el
que estamos inversas.

El patriarcado, entre diferentes acepciones que podemos encontrar en el


diccionario de la rae3, se define como “Organización social primitiva en que la
autoridad es ejercida por un varón jefe de cada familia, extendiéndose este poder a los
parientes aun lejanos de un mismo linaje”. En resumidas cuentas, una organización
social donde el poder solo pasa de mano en mano masculina, y la mujer entonces queda
subordinada al hombre. Mucho se ha hablado sobre este tema, sobre todo de boca de
autoras consideradas feministas como pueden ser Celia Amorós, Gerda Lerner o Kate
Millet. En su mayoría justifican que esta subordinación se apoya en los elementos
biológicos que diferencian a los hombres de las mujeres y bien visto, debe ser dado que
estas características que difieren de un sexo a otro son incambiables, dado su carácter
biológico, al igual que el tipo de sociedad predominante en el mundo.

Esta clasificación del valor de un género respecto del otro, se aplica también en el
contexto laboral, de forma que esta sociedad patriarcal diferencia las tareas en función
del sexo, otorgando además diferente valor al trabajo realizado por unos y por otras.
Como resultado, el reconocimiento social en la inmensa mayoría de las ocasiones es
superior para los hombres que para las mujeres, y por ende, extendiéndose tal idea a los
diferentes ámbitos de la vida, concluye en un trato desigual y discriminatorio de la
mujer.

Las repercusiones sociales del patriarcado son claras: da lugar a una sociedad
jerarquizada donde los puestos laborales de mayor reconocimiento son obtenidos por los
hombres, mientras las mujeres suelen ser las que ocupen puestos subordinados a los de
ellos. A este respecto, Castell4 (1999) expone:

“el patriarcado, para ejercer autoridad debe dominar toda la organización de la


sociedad, de la producción y el consumo a la política, el derecho y la cultura”

3
http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=patriarcado
4
Castells, M. (1999). La era de la Información. Economía, sociedad y cultura. Vol.2: El poder de la
identidad. Madrid. Editorial: Alianza.

2
Además, como mencioné anteriormente, este sistema social patriarca ha estado presente
en la historia del hombre mucho tiempo, y es precisamente esta característica de rasgo
histórico de nuestra sociedad, lo que lo sigue manteniendo en el tiempo. Astelarra5
(2005) concluye “es a través de un trabajo continuado de imposición simbólica como
se establecen y mantienen las identidades diferenciales y jerarquizadas”

Hemos visto que en la sociedad en la que vivimos, el mundo laboral de alguna forma se
distribuye según una cuestión de género. Pero, ¿qué son los géneros y que implica
socialmente la pertenencia a uno o a otro?

El concepto de género aparece gracias a investigadoras feministas inglesas entre los 60


y los 70. Hasta que no se empezó a manejar este concepto, la consideración de hombre o
mujer era otorgada a las personas en función de sus atributos biológicos, y sin ninguna
otra consideración se marcaban las diferencias. Según Cobo (2000)6:

“a lo largo de la historia todas las sociedades se han construido a partir de las


diferencias anatómicas entre los sexos. Convirtiendo esta diferencia en desigualdad
social y política”

Por tanto, lo que buscaban estas investigadoras era una revolución social con su nuevo
concepto. Ansiaban transmitir a los demás que las características propias del sexo
femenino no eran sólo las biológicas, sino también otras que habían ido interiorizando a
lo largo de la historia, tanto de modo personal como social, y que esto supone que
habría que marcar una diferencia entre lo que se debe entender por sexo y el significado
del concepto género. Las defensoras de este pensamiento, se han esforzado en explicar
cómo cualquier orden entre los diferentes sexos no tiene por qué ser así de forma
natural, pues realmente parece establecido por aquellas personas que tienen un
entendimiento determinado de lo que es la diferencia sexual y extrapolan esta acepción
a una organización social determinada, pudiendo influir esta ordenación en la no
equidad en cuanto a oportunidades para mujer y hombres.

El género parece ser asignado desde el momento de nuestro nacimiento, y en ocasiones,


desde que un feto se está gestando, si se logra reconocer el sexo antes del parto. A partir
de esta identificación, las formas de pensar, de sentir, de relacionarnos, así como el rol

5
Astelarra, J. (2005). Veinte años de políticas de igualdad. Madrid. Editorial: Cátedra
6
Cobo, R. (2000). Género. Leído en mayo de 2017 desde:
http://portales.te.gob.mx/genero/sites/default/files/G%C3%A9nero%20Rosa%20Cobo_0.pdf

3
que vamos a desarrollar en diferentes aspectos de la vida quedan bastante marcados. La
misma respuesta ante determinadas situaciones, no tienen el mismo barómetro si el
sujeto observado es de sexo masculino o femenino. El hecho de que un hombre y una
mujer puedan llorar, incluso por la misma causa, no es interpretado del mismo modo si
el “llorón o llorona” es de un sexo u otro. Por tanto, podríamos decir que el alcance de
esta diferente consideración se manifiesta en cualquier ámbito de la vida, al margen de
que este sea privado y/o personal, o social. En este último contexto, el social, es en el
que se asignan las capacidades de cada sexo y su consiguiente desarrollo en la sociedad.

Según Suárez (2004)7 “la socialización es el proceso por el cual los seres humanos
vamos aprendiendo una serie de comportamientos, de hábitos, de actitudes, de pautas o
normas, que tienen repercusión directa en nuestro desarrollo como personas, y cuya
finalidad es adaptarnos a la sociedad en la que vivimos”

Y combinando la idea de Suárez con el concepto de género, Victoria Sau (1986)8


escribió: “la socialización de género influye en esta construcción identitaria desde dos
vertientes. Una individual y otra colectiva. La colectiva implica la adaptación de los
individuos a las exigencias culturales de la sociedad en la que se nace, mientras que la
individual hace referencia al modo en que cada persona, a pesar de la igualación que
supone haber nacido hombre o mujer, acepta o rechaza, transforma o se adapta a las
condiciones sociales que esto conlleva”

Parece claro que en el propio proceso de socialización se produce la asignación de


diferentes desempeños en función del género del individuo que socializa. Teresa Torns9
(1999) comenta como cada rol asignado conlleva la asociación de determinados
requisitos y conductas, y que además estos serán juzgados socialmente clasificándolos
en adecuados o inadecuados. Por tanto, se realiza una fijación de una determinada
conducta, además de crearse una serie de “mecanismos de control” para impedir que la
forma de comportarse de cada género no abandone la senda marcada. De este modo, lo
propio de los hombres es la producción, mientras las mujeres deben dedicarse a la
reproducción. La asignación de valores a cada género no creo sea negativa, el error
radica en que los roles asignados a la mujer son peores que los asignados al sexo

7
Suárez, M. (2004). Las mujeres adultas ante los procesos de re-inserción laboral. Sevilla. Documento
editado por la Diputación Provincial de Sevilla.
8
Sau, V. (1986). Ser mujer: el fin de una imagen tradicional. Barcelona. Editorial: Icaria.
9
Torns, T. (1999). Las asalariadas: un mercado con género. Descargado desde
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=979656. Abril 2017.

4
masculino, o al menos restan derechos. Esta falta de equidad no resulta extraña si
históricamente son los hombres los encargados del reparto de estos roles. Es a partir de
esta desigual asignación que las mujeres son reconocidas positivamente en cuanto a su
tarea de “cuidadoras” y no en cuanto a su inmersión en la vida económicamente
productiva.

El principio de la socialización del individuo comienza en la familia, donde se


encuentran los modelos a imitar y compartir. Seguidamente está la escuela. A este
respecto, diferentes autores se han manifestado comentando cómo el material educativo
que se usa en los colegios contienen rasgos sexistas (Garreta, N. y Careaga, P. 1987)10.
Otros autores han hablado de las diferentes actitudes que tienen los docentes en cuanto
están tratando con niños o con niñas (Moreno 1986)11. Estos dos rasgos, parecen estar
ligados a la elección laboral por la que terminarán optando unos y otras. De hecho,
según lo leído, ellos eligen generalmente, aquellos trabajos que mayor reconocimiento
social y mejor retribución conllevan.

Otros autores como Santana12 (2002) amplían el número de agentes socializadores: “el
desarrollo de cada persona se ve influido por la familia, la escuela, los medios de
comunicación y la publicidad, la religión, las amistades y el grupo de iguales”

Una vez explicado cómo la asignación de roles de género deja en un papel de


inferioridad al sexo femenino, creo que es simple entender cómo construimos lo que
conocemos como estereotipos o lo que es lo mismo, simplificaciones de la realidad
aceptadas por los grupos sociales. Estos estereotipos pueden ser sexistas si se atribuye a
cada sexo una diferenciación convertida en comparación, transformándose en este caso
en prejuicios sobre un determinado género. Los estereotipos y prejuicios sexistas más
usuales relacionados con el mundo laboral son aquellos que están atañidos a “la
segregación ocupacional y la empleabilidad, los conceptos de trabajo y de carrera
profesional, la autoeficiencia y las expectativas de éxito, así como con el

10
Garreta, N. y Careaga, P. (1987). Modelos masculino y femenino en los textos de EGB. Publicación del
Ministerio de Cultura. Madrid pág. 9-19
11
Moreno, A. (1986) Cómo se enseña a ser niña. El sexismo en la escuela. Barcelona. Editorial: Icaria.
12
Santana, L. E. (2002). Mujeres, igualdad de oportunidades y transición sociolaboral. Revista de
Educación nº 327. Descargado en abril 2017 desde https://www.mecd.gob.es/dctm/revista-de-
educacion/articulos327/re3271110520.pdf?documentId=0901e72b812598b2

5
establecimiento de metas y la construcción del proyecto vital/profesional de hombres y
mujeres” (Blanco, 2013)13

Kaufmann (2007)14 plantea cómo los valores socialmente atribuidos como positivos a
las mujeres, le restan valor a estas en cuanto a su desarrollo profesional se refiere. Sin
embargo, en el caso de los hombres, se les reconoce desde la motivación por la
realización de su trabajo, hasta la consecución de metas profesionales. Esta diferencia
en la valoración social de roles, va en detrimento de la mujer y produce “segregación
sexual”.

El último concepto, y no por eso menos importante, que me gustaría tratar en este
escrito es el de división sexual del trabajo, entendiendo esta fragmentación como “el
reparto social de tareas en función del sexo” (Amorós, 2006)15. De este modo, en la
línea marcada esta expresión recoge cómo la mujer, por su capacidad de gestar, se ve
relegada a la categoría de cuidadora y reproductora, limitando así su derecho de acceder
a un trabajo remunerado, convirtiéndola en dependiente económicamente del sexo
masculino, que serán los encargados de aportar a la familia los recursos monetarios para
su mantenimiento. Según las palabras de Teresa Rendón16 (2003), “aproximadamente
la mitad de las mujeres adultas del mundo se dedica de manera exclusiva a la
producción de bienes y servicios para el consumo familiar; o lo que es lo mismo, el
trabajo doméstico”

En nuestro país, la historia no es diferente. A partir de la década de los 60, se empiezan


a originar cambios en el modelo sociocultural: se produce un descenso de la tasa de
fecundidad, la incorporación de las mujeres a la educación superior es significativa, y la
clase media comienza a participar en el mercado laboral. En este contexto, los cuidados
a las familias quedan desatendidos, porque en ningún caso se produce un equilibrio. Es
decir, una mayor participación de la mujer en la educación y en el mercado laboral no
lleva consigo que el hombre comparta “sus obligaciones” domésticas. De este modo,
como ya comenté anteriormente, el cuidado familiar se convierte en un doble trabajo

13
Blanco, M.M. (2013) Mujer, Formación y Empleo. Madrid. Tesis doctoral descargada en abril 2017
desde http://eprints.ucm.es/22387/1/T34656.pdf
14
Kaufmann, A.E. (2007) Mujeres: transición hacia la alta dirección. Editorial: Centro de Investigaciones
Sociológicas.
15
Amorós, C. (2006) Diez palabras clave sobre mujer. Editorial: Verbo Divino.
16
Rendón, T. (2003). Género, desarrollo y cooperación al desarrollo. Revista Atlántica de Economía.
Descargado en mayo 2017 desde
http://www.unagaliciamoderna.com/eawp/eawp.asp?qsa=ES&qsb=1&qsc=9&qsd=21

6
para las mujeres, y si en algún caso se produce la contratación de otra persona para
continuar con estos cuidados, su sexo suele ser femenino. Por tanto, de nuevo parece
claro que los problemas que encuentran las mujeres en el mercado laboral, tienen un
marcado carácter sexista.

Autores como Hartmann o Carrasco establecen una relación entre una sociedad basada
en el patriarcado y el sistema económico capitalista en el que nos vemos inmersos. La
práctica de este sistema nos contiene en una sociedad en la que se ofrece un mayor valor
a un determinado conjunto de bienes. Aprecia lo material, todo aquello con lo que se
pueda “negociar” y repercuta en los individuos con una corriente monetaria. El dinero
establece la importancia de lo tangible; aquello que no tiene un precio, tampoco tiene
ningún tipo de valor. Por tanto, la capacidad reproductiva y la dedicación al cuidado
familiar no están valoradas socialmente. Además, generalizando, en nuestra sociedad
parece tenemos agrupado el desempeño de un trabajo remunerado a la tenencia de
sabiduría y destreza, y por tanto, cuando hablamos de las amas de casa, tendemos
inconscientemente a pensar en un escalón inferior, del mismo modo que asociamos
mayor o menor “poder” social a determinados trabajos, otorgándole así un valor
diferente, justificando de este modo que determinados desempeños sean más
remunerados que otros. Legalmente, y no sólo por parte de la administración pública,
aquellos trabajos que poseen personas con mayor grado en sus estudios, son
correspondidos con un salario superior. Difiero con esta regla. Creo que se deberían
premiar más los desempeños y menos la “sabiduría”. Pero eso sería otro debate y se sale
del tema que nos ocupa.

Explicado cómo la sociedad no gestiona debidamente el valor de los trabajos sin


contraprestación monetaria, realizados en la mayoría de las ocasiones por las mujeres,
también atribuimos unas características mejores a la labor realizada por ellos que por
ellas. La capacidad de “llevar el dinero a casa” se asocia a la racionalidad, la
inteligencia, la adquisición previa de formación sobre ciertas competencias propias de
un trabajo pagado. Todo esto no es necesario si hablamos de las labores propias de una
casa. Al igual que no se da importancia a su labor, tampoco la tienen las destrezas,
conocimientos y habilidades varias que son necesarias para encargarse de todas las
labores domésticas. Ocurre entonces que “los que mandan” que en su inmensa mayoría
son hombres, alimentan esta idea.

7
Mi conclusión básica, y más chocante personalmente, es aceptar que nos
encontramos en una sociedad patriarcal, heredada durante muchísimas generaciones.
Los datos indican que “vamos para atrás” en cuanto al reconocimiento del doble papel,
que en su mayoría, juegan las mujeres en nuestra sociedad. Leyendo y leyendo, encontré
unas palabras escritas en un estudio realizado en 2008 bajo el nombre “Análisis de la
presencia de las mujeres en los puestos directivos de las empresas madrileñas”17.

“"Un obstáculo sumamente real en la práctica para que las mujeres alcancen puestos
de alto nivel es la responsabilidad que llevan sobre sus hombros de cuidar de sus hijos
y de realizar las tareas de sus hogares. El trabajo profesional -y especialmente el
directivo- se caracteriza a menudo por las largas horas que hay que dedicarle para
conseguir reconocimiento y eventuales ascensos. Las políticas y estructuras de
promoción en las empresas están pensadas con frecuencia para destacar el periodo
comprendido entre los 30 y los 40 años de edad como el más importante para el
desarrollo de una carrera. Pero estos años son precisamente los que exigen una
dedicación más intensiva al cuidado de los hijos. Así, las mujeres que quieren tener a la
vez una familia y una carrera han de hacer auténticos malabarismos con pesadas
responsabilidades en ambas esferas. La cosa es más sutil aún porque, incluso las
mujeres que no tienen responsabilidades familiares son vistas como madres
potenciales, con el resultado de que a menudo se presta menos atención a las
inversiones requeridas para ofrecerles formación y oportunidades de progresar en sus
carreras que la que se les brinda a los hombres que desempeñan su mismo trabajo, lo
cual reduce sus oportunidades de ascender más adelante a los puestos más altos."

Tras la explicación de las páginas anteriores, estas palabras recogen en qué punto nos
encontramos. Los datos son abrumadores: las oportunidades de las mujeres no se
acercan a la de los hombres, y mucho menos, si estas se tratan de la obtención de
puestos en los que se reconozca su valía social y profesionalmente. Por ejemplificar, en
2015 sólo había una rectora en todas las universidades públicas españolas. Además, los
más reconocidos organismos públicos dedicados a la investigación, como pueden ser el

17
Rocío, A., Escot, L., Fernández, J.A., Mateos, R. Análisis de la presencia de las mujeres en los puestos
directivos de las empresas madrileñas. Consejo Económico y Social. Comunidad de Madrid. Descargado
en mayo de 2017 desde https://www.ucm.es/data/cont/docs/85-2014-01-20-
Albert,%20escot,%20Fern%C3%A1ndez%20Cornejo,%20Mateos%202008%20presencia%20mujeres%20
puestos%20directivos.pdf

8
CSIC u otros como el Instituto de Salud Carlos III, no están dirigidos ni presididos por
mujeres en ningún caso. En el campo de la ciencia, la mujer se encuentra con lo que
actualmente es llamado “techo de cristal”18, es decir, el conjunto de limitaciones que
encuentran las mujeres en su vida profesional para acceder a puestos de responsabilidad.
La denominación “de cristal” es aplicado por la supuesta invisibilidad de estas barreras.
No me parece muy adecuado. Las barreras están, y con mayor o menor medida, todos
podemos vislumbrarlas. Otra cuestión es que tanto hombres como mujeres estemos
dispuestos a luchar por un cambio. Por parte de las mujeres, el primer paso sería
reconocer que en esta sociedad nos encontramos con inferioridad de derechos, y que no
estamos en el lugar que nos merecemos, sino que más bien, nos han colocado en un
lugar y necesitamos de la ayuda del sexo “opuesto” para estar en el mismo que los
hombres. Creo que ese “techo de cristal” debe destruirse desde la unión de ambos sexos
y no desde la competencia. Solo así, podremos acercarnos a la equidad en cuanto a las
oportunidades.

REFERENCIAS

http://www.elmundo.es/economia/2017/03/05/58b956ebe5fdea615f8b45f5.html

http://reports.weforum.org/global-gender-gap-report-2016/

Castells, M. (1999). La era de la Información. Economía, sociedad y cultura. Vol.2: El poder de


la identidad. Madrid. Editorial: Alianza.

Astelarra, J. (2005). Veinte años de políticas de igualdad. Madrid. Editorial: Cátedra

Suárez, M. (2004). Las mujeres adultas ante los procesos de re-inserción laboral. Sevilla.
Documento editado por la Diputación Provincial de Sevilla.

Sau, V. (1986). Ser mujer: el fin de una imagen tradicional. Barcelona. Editorial: Icaria.

18
https://academic.oup.com/sf/article-abstract/80/2/655/2234418/The-Glass-Ceiling-Effect

9
Torns, T. (1999). Las asalariadas: un mercado con género. Descargado desde
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=979656

Garreta, N. y Careaga, P. (1987). Modelos masculino y femenino en los textos de EGB.


Publicación del Ministerio de Cultura. Madrid pág. 9-19

Moreno, A. (1986) Cómo se enseña a ser niña. El sexismo en la escuela. Barcelona. Editorial:
Icaria.

Santana, L. E. (2002). Mujeres, igualdad de oportunidades y transición sociolaboral.

Blanco, M.M. (2013) Mujer, Formación y Empleo. Madrid. Tesis doctoral descargada en abril
2017 desde http://eprints.ucm.es/22387/1/T34656.pdf

Revista de Educación nº 327. Descargado en abril 2017 desde


https://www.mecd.gob.es/dctm/revista-de-
educacion/articulos327/re3271110520.pdf?documentId=0901e72b812598b2

Kaufmann, A.E. (2007) Mujeres: transición hacia la alta dirección. Editorial: Centro de
Investigaciones Sociológicas.

Amorós, C. (2006) Diez palabras clave sobre mujer. Editorial: Verbo Divino.

Rendón, T. (2003). Género, desarrollo y cooperación al desarrollo. Revista Atlántica de


Economía. Descargado en mayo 2017 desde
http://www.unagaliciamoderna.com/eawp/eawp.asp?qsa=ES&qsb=1&qsc=9&qsd=21

https://academic.oup.com/sf/article-abstract/80/2/655/2234418/The-Glass-Ceiling-Effect

http://www.antimilitaristas.org/IMG/pdf/la_creacion_del_patriarcado_-_gerda_lerner-2.pdf

https://ldiazvi.webs.ull.es/pstro.pdf

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