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IESE
Universidad de Navarra
Barcelona-Madrid
2-404-021
DPON-11
Nota técnica preparada por el Profesor Pablo Cardona y Pilar García, Investigadora Asociada.
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Estas conclusiones llevaron los estudios sobre liderazgo hacia otros campos de
investigación: se trataba ahora de analizar el comportamiento de los líderes en diversas
situaciones. En este nuevo contexto, las investigaciones más relevantes fueron las de Blake y
Mouton y la teoría de la contingencia de Fiedler. En el primer caso, la teoría distingue varios
estilos de dirección, según el directivo esté más orientado a la tarea o a las personas. La teoría
de la contingencia sugiere que el liderazgo es efectivo cuando el estilo se corresponde con
una situación determinada.
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En este sentido, empresas de muy diversos sectores –IBM, 3M, Black & Decker,
Citybank…– han buscado en los modelos de competencias una herramienta para detectar y
desarrollar el liderazgo entre sus directivos. A principios de los noventa surge el enfoque del
liderazgo basado en competencias, recuperando una tendencia iniciada ya en los años
cincuenta.
Las habilidades («skills») del liderazgo han sido estudiadas de forma directa o
indirecta durante muchos años. Pero fue la publicación del estudio de Robert Katz, «Skills of
an Effective Administrator» (1955), el hecho que marcó un hito en este enfoque. Se trata de
un serio intento por superar las limitaciones de los modelos centrados en descubrir los rasgos
más o menos innatos de los líderes. Katz propone la definición de tres habilidades personales
básicas, de las que depende el liderazgo: habilidades técnicas, humanas y conceptuales.
Además, considera que dichas habilidades no son necesarias en el mismo grado en cada uno
de los niveles jerárquicos, sino que la alta dirección precisa menos habilidades técnicas, por
ejemplo, que los niveles inferiores y mandos intermedios. Según el propio autor, las
habilidades se diferencian claramente de los rasgos innatos: habilidad implica aprendizaje,
mientras que el rasgo se tiene o no se tiene.
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Una de las cuestiones básicas que separan a las teorías sobre liderazgo es la cuestión
de si el líder nace o se hace. Northouse (2003) establece una clara distinción entre los
modelos que definen el liderazgo en términos de rasgos innatos y aquellos que lo definen en
términos de proceso:
Cuadro 1.
Líder Líder
Acción
del líder Liderazgo Interacción
Seguidores Seguidores
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Comprender qué son las competencias es un paso previo e ineludible para diseñar un
modelo de liderazgo basado en competencias que resulte aplicable, útil e integrador. El
concepto de competencias comenzó a utilizarse a principios de los setenta, con los estudios
de McClelland sobre el éxito profesional: el objetivo era demostrar que el éxito profesional
no se puede predecir únicamente con los test de inteligencia. Existen otros factores que
resultan relevantes a la hora de explicar el éxito en el desempeño profesional: esos factores
son las competencias. Woodrufe (1993) define las competencias como aquellos
comportamientos observables que contribuyen al éxito en una tarea o función.
Siguiendo está definición, Cardona y Chinchilla (1999) delimitan aún más el ámbito
de las competencias: son comportamientos observables y habituales. Por ejemplo, tener una
idea no equivale a poseer la competencia de creatividad. Pero tener ideas relevantes y
distintas de modo habitual ante problemas difíciles, puede considerarse como una
competencia. En tanto que observables y habituales, las competencias así definidas son
medibles. Si, además, seleccionamos únicamente aquellos comportamientos observables y
habituales que posibilitan el éxito de un tipo concreto de función –la función directiva–,
habremos definido un subconjunto de competencias: las competencias directivas.
Para saber cuáles son estos comportamientos es preciso determinar, en primer lugar,
en qué consiste la función directiva. Según el modelo antropológico de empresa propuesto
por el profesor Pérez López (1991), la función directiva consiste en diseñar estrategias que
produzcan valor económico, desarrollando las capacidades de los colaboradores y
uniéndolos con la misión de la empresa. De esta definición se derivan tres dimensiones o
talentos propios del directivo:
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De negocio
Interpersonales
Personales
externas
Personales
internas
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Cuadro 2
Dominio de la
organización Dirección de personas Iniciativa Autocrítica
Tesón
Esto significa que ninguna de las dimensiones debe sobrepasar excesivamente a las
demás o, dicho de otra manera, ninguna dimensión debe quedar excesivamente infra-
rrepresentada. Un líder, en tanto que directivo, debe ser capaz de definir estrategias, producir
valor económico para la empresa. También necesita un cierto nivel de competencias
interpersonales para poder comunicar a su gente las tareas a realizar y ayudarles en el logro
de los objetivos. Para todo ello es imprescindible que sepa dirigirse a sí mismo, gestionar sus
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2.- Debe existir un cierto desarrollo de las competencias personales internas. Esta
dimensión representa la posibilidad misma de aprendizaje y mejora: es el grupo de
competencias sobre las que se apoya el ulterior desarrollo de las demás y asegura,
independientemente de cuál sea la dimensión dominante, que el comportamiento del líder se
desarrolla en el marco adecuado de madurez personal y honestidad profesional.
Estas son las condiciones mínimas generales que permiten detectar el grado de
desarrollo del liderazgo en un directivo. A continuación, y a modo de ejemplo, proponemos
el análisis de dos perfiles reales1 de competencias directivas, procedentes de una evaluación
de «feedback» 360º (evaluación realizada por la gente que trabaja alrededor de la persona
evaluada: el jefe, los colegas y los subordinados). Esta valoración es la agregación en
dimensiones de las evaluaciones de las competencias de nuestro directorio, puntuadas de
1 (nivel bajo de la competencia) a 5 (nivel alto).
Perfil 1
Este primer perfil resulta equilibrado: aunque presenta una cierta preponderancia la
dimensión interpersonal, la diferencia con la dimensión menor no es superior a medio punto.
En general, los perfiles desequilibrados superan un punto entre las dimensiones mejor y peor
valoradas. Por otro lado, la dimensión personal interna obtiene una calificación alta. Como
área de mejora habría que considerar las competencias de la dimensión personal externa:
proactividad y gestión personal, pero tampoco son unas competencias poco desarrolladas. Por
tanto, podemos concluir que, desde el punto de vista de competencias, el nivel de liderazgo
de este perfil, aunque mejorable, es suficiente. Veamos ahora otro perfil:
Perfil 2
1 Perfiles obtenidos a partir del programa de evaluación Telémaco 360º, diseñado y comercializado por el
Centro de Competencias Directivas CECAD-IRCO del IESE.
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interna hace más fácil el aprendizaje de las competencias menos desarrolladas. Por eso
podríamos considerar que se trata de un perfil con potencial de liderazgo, que debe centrar su
desarrollo especialmente en la mejora del talento estratégico del directivo: gestión de
recursos, visión de negocio, negociación, etc.
De forma más general, las empresas pueden necesitar una definición específica del
liderazgo en función del sector en que operen. Un estudio realizado por el Centro de
Competencias Directivas (Cardona et al., 2001) muestra cómo las competencias directivas
más valoradas a la hora de contratar directivos varían según su sector. Por ejemplo, las
empresas del sector financiero valoran en primer lugar la integridad, la iniciativa y la
orientación al cliente. Las empresas del sector farmacéutico, por su parte, sitúan como
prioritarias la empatía, la orientación al cliente y el trabajo en equipo. Otro sector, el de la
consultoría, establece como competencias más buscadas la orientación al cliente,
la comunicación y la empatía.
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diagnóstico. Este diagnóstico puede ser más o menos objetivo, pero en todo caso debe ser
profundo y profesional. Si el diagnóstico no es creíble, todo el proceso nace torcido, sino
muerto. Este diagnóstico se estructura muchas veces en forma de cuestionario de
competencias, evaluado en 360º, por el jefe, o por uno mismo (autodiagnóstico). El resultado
de este diagnóstico debe ir acompañado de la elaboración de un plan de mejora adecuado:
que presente retos alcanzables, que sea específico en la definición de las acciones a
emprender y que señale un período de tiempo adecuado para su realización. El diseño de un
plan de mejora de este tipo no es tarea fácil, por lo que, siempre que sea posible, el directivo
debe contar con el asesoramiento de otra persona, que hace el papel de «coach». El «coach»
natural en este proceso es el jefe jerárquico, pero en determinados casos es preferible asignar
al directivo un mentor interno distinto del jefe. Sólo en casos especiales será aconsejable la
ayuda de un «coach» externo (por ejemplo, en el caso del director general).
La modificación de los hábitos (erradicación y/o incorporación) resulta una tarea por
lo general dura y lenta: se trata de comportamientos que, como su propia definición indica,
son habituales y, en ocasiones, casi inconscientes. Si no existe una decidida motivación a
cambiar y a mejorar, modificar el estilo propio de actuar puede resultar imposible. Pero no lo
es con la adecuada motivación y apoyo estructurado: la estrategia de formación y desarrollo
de competencias tiene su propia metodología.
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Por ello, todo directivo debería ser capaz de ser «coach» de sus colaboradores. Este
tipo de «coaching» –«coaching» directivo– es una de las cuatro características del líder
transformador (Bass y Avolio, 1994): de hecho, podemos afirmar que no existe verdadero
liderazgo sin cierta capacidad de «coaching». La tarea del directivo como «coach» debe
seguir algunas pautas:
Aptitudes Actitudes
Habilidad para establecer metas exigentes Pasión por el desarrollo de los demás
pero alcanzables y progresivas
Disciplina Ejemplaridad
Finalmente, un campo muy importante de desarrollo del liderazgo (y, por tanto,
también de «coaching») es el desarrollo de las fortalezas. El que una competencia o una
dimensión estén altamente desarrolladas, no significa que ya no sea necesaria una mejora
ulterior. De hecho, explotar las fortalezas es uno de los puntos más importantes del desarrollo
del liderazgo. Entre otras cosas, puede ser más efectivo el esfuerzo por mejorar aún más
aquello que ya se domina que el esfuerzo por mejorar un aspecto menos fuerte pero muy
arraigado. Aunque es imprescindible luchar por no tener una competencia muy baja, a veces
es mejor reconocer que en ciertos aspectos hace falta un liderazgo complementario. Por
ejemplo, hay líderes más visionarios pero poco organizados, mientras que hay otros que son
muy organizados pero menos visionarios. El éxito puede depender, en esos casos, de
conseguir complementar las fortalezas de esos dos líderes.
Perfiles de liderazgo
El desarrollo del liderazgo pasa, en primer lugar, por el aprendizaje necesario para
alcanzar las condiciones mínimas señaladas anteriormente: equilibrio entre las diferentes
dimensiones y desarrollo mínimo de la dimensión personal interna. Pero, a partir de estos
mínimos, el líder no deja de desarrollarse y crecer profesional y personalmente. Además,
como hemos visto, un líder puede tener ciertas carencias; por ejemplo, puede ocurrir que su
dimensión personal sea más débil que la dimensión estratégica. De hecho, no es razonable
pretender que todos los líderes hayan de alcanzar el mismo perfil de competencias básico:
siempre habrá unas dimensiones que predominan sobre otras. Ello no es necesariamente
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malo, sino todo lo contrario. Da a los distintos directivos una variedad que enriquece el
conjunto de la organización. Podemos hablar así de diferentes perfiles de liderazgo. En
nuestro modelo, aparecen diez perfiles de liderazgo, según las valoraciones de las distintas
dimensiones. En el Anexo 1 presentamos las definiciones básicas de estos perfiles.
Los perfiles de liderazgo son de gran ayuda a la hora de entender mejor el propio
comportamiento, pues presentan una tendencia general que da unidad a los comportamientos
concretos. Además, ayudan también a comprender las actuaciones de los demás (jefes,
colegas, subordinados, etc.) y, lo que es aún más importante, permiten comprender mejor las
posibles formas de colaboración y cooperación eficaz entre uno mismo y los demás. Por
ejemplo, si un directivo con perfil estratega tiene como jefe a una persona con perfil
reflexivo, comprenderá mucho mejor sus puntos de vista y sus decisiones a la luz de la
consideración de estos perfiles. Y podrá adaptarse mejor a su estilo de dirección, lo que dará
lugar a una relación interpersonal más efectiva.
Conclusión
• La dimensión de negocio
• La dimensión interpersonal
• La dimensión personal
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Anexo
Perfiles de liderazgo
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Bibliografía
Cardona, P. y M.N. Chinchilla (1999), nota técnica FHN-320, «Evaluación y desarrollo de las
competencias directivas», IESE.
Cardona, P., M.N. Chinchilla y P. García (2001), «Las competencias directivas más
valoradas», IESE, OP nº 01/4.
Mumford, M.D. et al. (1991), «Leadership Skills: Conclusions and future directions»,
Leadership Quarterly, 11 (1), págs. 155-170.