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Quiero decir también que puede parecer difícil buscar paralelismos con
nuestra situación actual aunque podremos ver que aunque decimos que
la persona creyente “no es de este mundo”, en tanto que vive en el
mundo no puede rehuir del conflicto político. Pero quizá sí debería poder
ejercer la ciudadanía política con huella cristiana.
Mucho antes de que los cañones fueran disparados sobre Fort Sumter,
la guerra civil ya había estallado en las iglesias de los Estados Unidos.
Tres de las denominaciones protestantes más grandes del país se
rasgaron por la cuestión de la esclavitud o por problemas relacionados.
Los líderes de las iglesias del Sur comenzaron a desarrollar una fuerte
defensa bíblica de la esclavitud. Atacaron a los abolicionistas del Norte
por su “racionalismo e infidelidad” (a las Escrituras) y por tener un
“espíritu entrometido”.
Los burócratas de la Iglesia
intentaron mantener la esclavitud fuera del debate y mantener la paz
con el silencio. Pero ocho años después, las tres grandes
denominaciones (Metodistas, Presbiterianos y Bautistas) se habían
dividido. De ello el historiador Sydney E. Ahlstrom escribe que,
“personas honorables, éticas y temerosas de Dios … habían en ambas
partes” [sic].
¿Qué consecuencias supusieron las divisiones?
El famoso senador de Kentucky, Henry Clay, declaró que las divisiones
de la iglesia eran “la principal fuente de peligro para nuestro país”.
Antes del 1844, la Iglesia Metodista era la organización más grande del
país (sin incluir al Gobierno Federal). Cuando se dividió, se cortó el gran
lazo que adhería al Norte con el Sur. De hecho, según el historiador
C.C. Goen, el 94 por ciento de las iglesias del norte pertenecían a
una de las tres grandes iglesias que se rompieron. Repentinamente,
en un sentido religioso, el Sur comenzó su deriva fuera de la Unión.
Civil War Times Illustrated, explica que las divisiones de la iglesia
“ayudaban a romper la delicada Unión de Estados Unidos en dos partes:
… Al cortar los lazos religiosos entre el Norte y el Sur, el cisma reforzó
la fuerte inclinación del Sur hacia la secesión de la Unión. El cisma
también ayudó a producir una ruptura en los partidos políticos
nacionales, que se dividieron en facciones … Y la destrucción de los
partidos provocó la ruptura de la propia Unión “.
Algunos datos:
Leídos, pues, los datos que nos ofrecía el Christianity Today, ¿qué
podemos decir?
Hay unos datos claves que nos ayudarán a interpretar estos eventos del
s. XIX, y creo que son los siguientes:
Claro, nadie desea los conflictos, menos aún las divisiones, pero la
historia nos enseña que por mucho que la institución, para protegerse,
quiera imponer el silencio y la prudencia, cuando el conflicto está
servido llegará más tarde o más temprano. La misma experiencia vivió
la iglesia con la cuestión de la mujer, del divorcio y más recientemente
con la cuestión de la homosexualidad.
Conclusiones
¿Y qué tiene que decir la iglesia ante estas situaciones? ¿Debe callar
porque no es su ámbito natural? ¿Acaso no es nuestro ámbito la
justicia? ¿Debe callar por miedo a ofender, a perder miembros?
¿Debemos tener miedo y luchar únicamente para nuestra auto-
conservación? ¿O debe radicalizarse y tirar adelante sin esperar a
nadie, o peor, excluyendo de facto las diferentes voces que se puedan
producir dentro de nuestro seno?
No son más cuestiones fáciles. Pero lo que está claro, es que, de los
conflictos nunca nos podremos esconder, pues ellos vendrán a por
nosotros.
[1] http://www.christianitytoday.com/history/issues/issue-33/broken-
churches-broken-nation.html