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El documento resume el Evangelio de Lucas 9,18-22, que describe cuando Jesús pregunta a sus discípulos cómo la gente lo describe y Pedro lo reconoce como el Mesías de Dios. Luego analiza por qué Lucas omite una sección del Evangelio de Marcos, concluyendo que Lucas intenta limitar el ministerio de Jesús a Galilea.
El documento resume el Evangelio de Lucas 9,18-22, que describe cuando Jesús pregunta a sus discípulos cómo la gente lo describe y Pedro lo reconoce como el Mesías de Dios. Luego analiza por qué Lucas omite una sección del Evangelio de Marcos, concluyendo que Lucas intenta limitar el ministerio de Jesús a Galilea.
El documento resume el Evangelio de Lucas 9,18-22, que describe cuando Jesús pregunta a sus discípulos cómo la gente lo describe y Pedro lo reconoce como el Mesías de Dios. Luego analiza por qué Lucas omite una sección del Evangelio de Marcos, concluyendo que Lucas intenta limitar el ministerio de Jesús a Galilea.
discípulos, a tomar partido acerca de las opiniones que
circulan sobre la personalidad de Jesús: ¿Qué dice la gente de Él? ¿Qué decimos nosotros? ¿Qué dices tú? Recordando que una cosa es lo que nosotros pensamos de Él y otra cosa es lo que Él es en realidad. Ojalá que el diálogo continuo con el Señor nos lleve a descubrir su amor infinito, manifestado en su muerte y resurrección; su entrega total y a sentirnos invitados a proseguir este camino. Ojalá nos enamorásemos de Él y de sus opciones Evangelio según san Lucas 9,18-22 Vamos a estudiar hoy, en primer lugar, la declaración de Pedro (Lucas 9,18-21: “Una vez, cuando Jesús estaba orando solo en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Juan Bautista, pero otros dicen que Elías, y otros que un profeta de los antiguos, que ha vuelto a la vida». Entonces él les preguntó. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías de Dios». Pero Jesús les prohibió terminantemente decírselo a nadie”). En el Evangelio según Lucas, inmediatamente después del episodio de la multiplicación de los panes (Lucas 9,10-17: “Cuando los apóstoles regresaron, le contaron cuanto habían hecho. Y él, tomándolos consigo, se retiró aparte, hacia una ciudad llamada Betsaida. Pero las gentes lo supieron, y le siguieron; y él, acogiéndolas, les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado.» Él les dijo: «Dadles vosotros de comer.» Pero ellos respondieron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.» Pues había como 5.000 hombres. Él dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta.» Lo hicieron así, e hicieron acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos”), viene la declaración de Pedro, en la que el apóstol reconoce a Jesús como el Mesías de Dios (Lucas 9,18-21: “Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado.» Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios.» Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie”). Mientras que el relato de la multiplicación de los panes tiene su paralelismo en Marcos 6,30-44 (“Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. Era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «El lugar está deshabitado y ya es hora avanzada. Despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de comer.» Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.» Ellos le dicen: «¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» Él les dice: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.» Después de haberse cerciorado, le dicen: «Cinco, y dos peces.» Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba. Y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. También repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron. Y recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces. Los que comieron los panes fueron 5.000 hombres”), el pasaje de la declaración de Pedro está en Marcos 8,27-30 (“Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.» Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.» Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él”) Lucas suprime toda una sección de Marcos (Marcos 6,45-8,26), es la llamada «omisión mayor». Los episodios que siguen a la declaración de Pedro muestran que, de aquí en adelante, Lucas reproduce la secuencia narrativa de Marcos ¿Por qué omite Lucas todo ese material intermedio de la redacción de Marcos? Las soluciones a esta pregunta se pueden sintetizar así a) Lucas experimentó una necesidad perentoria de abreviar el texto de Marcos, a causa de sus inserciones particulares (H. Schurmann). Desde luego, es posible que sea así, pero la razón no parece excesivamente convincente, ya que el propio Lucas conserva - en otras partes de su Evangelio - muchos materiales de esta sección de Marcos. b) Lucas omite todo un conjunto narrativo de Marcos, que empieza y termina en Betsaida, es decir, fuera de Galilea (véase Marcos 6,45: “Inmediatamente obligó a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente”; 8,22: “Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque”); sería una especie de omisión por «ὁμοιοτέλευτον» (En retórica, el homeotéleuton, también llamado similidesinencia, es una de las figuras de repetición que consiste en la igualdad o semejanza de los sonidos finales de palabras que cierran enunciados consecutivos. Se trata, por decirlo de alguna manera, de la rima en la prosa. W. E. Bundy). Pero esta explicación tiene un fundamento muy débil. En realidad, Lucas sustituye la indicación geográfica de Marcos: «lugar apartado» (Marcos 6,32: “Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario”), precisamente por «Betsaida» (Lucas 9,10: “Cuando los apóstoles regresaron, le contaron cuanto habían hecho. Y él, tomándolos consigo, se retiró aparte, hacia una ciudad llamada Betsaida”); además, suprime la mención de «Cesárea de Filipo» como localización geográfica de la declaración de Pedro (véase Lucas 9,18: "Y aconteció que estando Él aparte orando, estaban con Él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?"). c) Si es verdad, como ya hemos apuntado, que la sección narrativa de Marcos 6,30-8,26 consta de dos series de episodios prácticamente paralelos (Marcos 6,30-7,37, y Marcos 8,1-26), que comienzan con una multiplicación de panes y peces, se podría explicar la omisión lucana de esos materiales de Marcos por la tendencia propia de Lucas a evitar toda clase de «duplicados». Pero tampoco esta explicación llega a ser plenamente satisfactoria, porque en esa sección de Marcos hay ciertos pasajes que carecen de todo paralelismo en la redacción de Lucas. d) En esta parte de su Evangelio, Lucas pretende, a toda costa, limitar el ministerio de Jesús únicamente a Galilea; por eso omite todos los pasajes de Marcos en los que Jesús sale del territorio para dirigirse a Fenicia, concretamente a las regiones de Tiro y Sidón. Ese dato es fundamental para su perspectiva geográfica. Por consiguiente, la llamada «omisión mayor» se explicaría por razones de composición personal de Lucas. Y por eso es tan importante la indicación de Lucas 8,1 (“Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce”) y la invitación de Jesús en Lucas 8,22 (“Sucedió que cierto día subió a una barca con sus discípulos, y les dijo: «Pasemos a la otra orilla del lago.» Y se hicieron a la mar”); según la concepción de Lucas, «la otra orilla del lago» no significa algo distinto de la región específica de Galilea. Aunque jamás se refiere al lago con la denominación «mar de Galilea» (véase Juan 6,1: “Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades”), la redacción de Lucas lo considera parte integrante de la región. Las razones que hayan podido impulsar a omitir esos materiales de Marcos no son tan importantes como la propia configuración de esta parte de su Evangelio, que resulta precisamente de esa omisión. Por eso, y por la inserción del viaje a Jerusalén, en Lucas 9,51 ("Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén") la función de este capítulo (Lucas 9) es decisiva. Sin solución de continuidad, la declaración de Pedro se anuda no sólo con la multiplicación de los panes y de los peces, sino incluso con la pregunta de Herodes, en Lucas 9,9 ("Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?» Y buscaba verle"). Las correspondencias entre la declaración de Pedro y la multiplicación de los panes quedan perfectamente indicadas en Juan 6,1-15: “Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente.» Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.» Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.» Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo”; 6,66-69: “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios»” (R. E. Brown). Pero aquellas habladurías de la gente, que le habían llegado a Herodes (véase Lucas 9,7-8: "Se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado"), toman cuerpo explícitamente en las propias palabras de los discípulos; el paralelismo es evidente. La precisa localización geográfica de la declaración de Pedro no parece interesarle a Lucas; su interés se centra en hacer ver que la respuesta a la cuestión que plantea el propio Jesús es, en realidad, una respuesta a la gran pregunta que se había planteado Herodes. El terreno está preparado para que, en la contestación, resuene categóricamente un significativo título cristológico. También hay que prestar atención no sólo a los recortes de índole geográfica, al comienzo del episodio, sino a la omisión subsiguiente de la enérgica reconvención de Pedro y de la réplica, no menos incisiva, del propio Jesús (véase Marcos 8,32b-33: “Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres»”). De este modo, la declaración de Pedro no marca el punto culminante del Evangelio según Lucas, como lo es, en el segundo Evangelio, el texto de Marcos 8,29 ("Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo»"); tampoco es un episodio clave para la constitución de la Iglesia, como en Mateo 16,16-19: “Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos»”. La principal función de esta escena consiste en proporcionar una respuesta decisiva a la gran pregunta de Herodes. En las narraciones de la infancia se ha presentado ya a Jesús en su condición de «Mesías» (Lucas 2,11: "Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor»); de modo que al lector cristiano del Evangelio según Lucas no tendría por qué resultarle nueva la aparición de ese título. Lo que pasa es que, en las narraciones introductorias, el título tiene un carácter retrospectivo, es decir, hay que interpretarlo a la luz de la narración evangélica propiamente dicha. Precisamente en este episodio es donde tomamos un contacto directo con los orígenes de la tradición, en la que empieza a configurarse la idea de la condición «mesiánica» de Jesús. El título ha salido ya en Lucas 4,41 ("De muchos salían demonios, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías"), pero no como designación expresa, sino en un comentario fugaz del propio evangelista. Jesús reacciona a la solemne declaración de Pedro con una prohibición rotunda (versículo 20-21: "Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie"): durante el ministerio público de Jesús, los discípulos no deberán decir a nadie que él es «el Mesías». Esa firmeza de Jesús sirve, por otra parte, de preparación para ulteriores correctivos de la mentalidad de los suyos (versículos 22-27: "Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.» Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles. Pues de verdad os digo que hay algunos, entre los aquí presentes, que no gustarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios»"; 44-45: "«Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.» Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto"). Curiosamente, en Lucas 8,28 ("Al ver a Jesús, comenzó a gritar, cayó a sus pies y dijo con voz potente: «¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? Te ruego que no me atormentes»") Jesús no impone a los demonios esa prohibición (Lucas 4,41: "De muchos salían demonios, gritando: « ¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías"); sin duda, en la mentalidad del evangelista el lector debía suponer que se trataba de un diálogo entre el taumaturgo y su oponente. Conviene notar que las circunstancias concretas en las que se produce la declaración de Pedro son una pregunta de Jesús, y una pregunta doble: por una parte, lo que piensa la gente, y por otra, lo que creen sus seguidores. Así es como la declaración de Pedro adquiere su profundo significado cristológico en la narración evangélica de Lucas. Jesús es verdaderamente «el Mesías»; pero esa condición personal implica necesariamente sufrimiento, reprobación e incluso muerte, aunque todo terminará en resurrección «al tercer día» (Lucas 9,22: "Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día»"). En el Evangelio según Marcos, la declaración de Pedro tiene una función decisiva, sobre todo por su relación con el llamado «secreto mesiánico». En opinión de H. Conzelmann, Lucas transforma el tema del «secreto mesiánico» en un equívoco, que da lugar a una concepción errónea de la pasión. Así se deduce de su omisión de la réplica de Pedro (Marcos 8,32: "y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo") y de que los destinatarios de la exhortación de Jesús (Lucas 9,23-27: "Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles. Pues de verdad os digo que hay algunos, entre los aquí presentes, que no gustarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios»") sean «todos» (versículo 23: "Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame»"), es decir, la gente que contempló su gloria en el prodigio de la multiplicación; mientras que el mandato de guardar secreto (Lucas 9,21: "Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie") se basa en la necesidad ineludible de la pasión. «Se suprime la vehemente réplica de Pedro y se sustituye por otra temática diversa: el secreto de la pasión» (H. Conzelmann). La argumentación carece de fundamento, ya que aquí no se trata de una concepción errónea de la pasión. Más adelante se dirá - eso sí - que los discípulos no entendieron el segundo anuncio de la pasión (Lucas 9,45: "Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto"); pero eso no equivale a una sustitución de temáticas, que pondría de manifiesto la incomprensión de Lucas. Desde los tiempos de W. Wrede (1901), la historicidad de la declaración de Pedro ha sido tema de debate. Unos cuantos años después, R. Bultmann propuso su teoría sobre el origen de Marcos 8,27-33 ("Y salió Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Y ellos respondieron: Juan Bautista; y otros, Elías; y otros, Alguno de los profetas. Entonces él les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Y respondiendo Pedro, le dice: Tú eres el Cristo. Y les apercibió que no hablasen de él a ninguno. Y comenzó a enseñarles, que convenía que el Hijo del hombre padeciese mucho, y ser reprobado de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Y claramente decía esta palabra. Entonces Pedro le tomó, y le comenzó a reprender. Y él, volviéndose y mirando a sus discípulos, riñó a Pedro, diciendo: Apártate de mí, Satanás; porque no sabes las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres"): no se debe a un hecho histórico que hubiera tenido en Cesárea de Filipo, sino que nace de la fe de la comunidad primitiva; la fe de Pedro en la condición mesiánica de Jesús brotó de su experiencia de la resurrección. Por su parte, E. Dinkler ha defendido acérrimamente la historicidad no sólo de la propia declaración de Pedro (Marcos 8,29b: "Y respondiendo Pedro, le dice: Tú eres el Cristo"), sino también de la increpación de Jesús, que llama a Pedro: «¡Satanás!» (Marcos 8,33b: "Apártate de mí, Satanás; porque no sabes las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres"), y eso como elementos de tradición prepascual. Lo cierto parece ser que el pasaje de Marcos, tal como ha llegado hasta nosotros, se debe, en gran parte, al trabajo redaccional del evangelista. Ahora bien: difícilmente se habría transmitido una palabra de Jesús, como su increpación a Pedro, si no hubiera sido originaria del propio Jesús histórico; por otra parte, esa reconvención parece una respuesta muy apropiada a la declaración «mesiánica» de Pedro. Por consiguiente, lo más lógico es atribuir ambos elementos a la tradición prepascual. No es éste el sitio más adecuado para profundizar en esta clase de análisis del texto de Marcos, sobre todo porque Lucas suprime esta parte del episodio. Pero ese puñado de consideraciones bastará para darnos una mayor comprensión del proceso redaccional al que Lucas ha sometido los pocos elementos que ha conservado de su fuente («Marcos»). Para concluir, no estaría mal decir una palabra sobre el proceso de desarrollo que experimentó ese título desde la propia declaración de Pedro, hasta que llegó a cristalizar en el sentido plenamente cristiano del título: Χριστός («Cristo»). Naturalmente, en el estadio I de la tradición, es decir, en la declaración histórica de Pedro, el título no encierra la plenitud de significado de la fe cristiana; eso no pudo ser más que consecuencia de la resurrección. Si Pedro reconoció a Jesús como «el Mesías de Dios» - naturalmente, en el sentido judío, como explicaremos en la «nota» exegética a Lucas 9,20 ("Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios»") -, el problema consiste en determinar cómo fue desarrollándose ese título, hasta adquirir todas las connotaciones cristianas de la denominación «Cristo» e incluso a convertirse en nombre propio del personaje: «Jesucristo». Una vez más, E. Dinkler ofrece una sugerencia interesante. No cabe duda que Jesús corrigió el título que acababa de darle Pedro; pues bien, ¿cómo llegó a ser aceptado por la comunidad cristiana? Según Dinkler, el eslabón fundamental de todo este proceso es el rótulo que presidía la cruz de Jesús: «El rey de los judíos» (Marcos 15,26: "Y la inscripción de la acusación contra Él decía: El rey de los judíos"; Mateo 27,37: "Y pusieron sobre su cabeza la acusación contra Él, que decía: Este es Jesús, el rey de los judíos"; Lucas 23,38: "Y había también sobre Él un título escrito con letras griegas, y latinas, y hebreas: Éste es el rey de los judíos"; Juan 19,19: "Pilato también escribió un letrero y lo puso sobre la cruz. Y estaba escrito: Jesús el nazareno, el rey de los judíos"; a pesar de que en ninguna de las recensiones tiene idéntica formulación). Por tratarse de una inscripción romana - y, por consiguiente, cargada de desprecio hacia los judíos -, difícilmente se puede poner en duda su historicidad. Si hubiera sido inventada por los cristianos, éstos habrían usado el título Χριστός («Cristo»), ya que es inconcebible que la primera comunidad cristiana hubiera llamado a su Señor «el rey de los judíos». Para el cristianismo naciente, el personaje que murió en una cruz fue resucitado por Dios y «constituido Señor y Mesías» (Hechos 2,36: "Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías»"). En otras palabras: el titulus de la cruz, formulado por el gobernador romano, fue el punto de partida para que en el Nuevo Testamento se aplicase a Jesús ese título por excelencia: Χριστός («Cristo»). De hecho, ya en las primeras cartas de Pablo es muy frecuente el uso de la denominación Χριστός («Cristo») como nombre propio de Jesús. Una versión, considerablemente modificada, de este mismo episodio se encuentra en el Evangelio según Tomás (Evangelio Tomás 13). La pregunta que se atribuye a Jesús en ese texto deja bien clara la infinidad de posibles manipulaciones a que se presta Lucas 9,18 ("Y aconteció que estando Él aparte orando, estaban con Él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?"), que, en lo que tiene de pregunta - sobre todo en la formulación paralela de Marcos (Marcos 8,27: "Salió Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo; y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?") -, se considera frecuentemente como secundaria, dentro de la tradición de los evangelios canónicos. Reproducimos el texto del escrito copto: «Jesús dijo a sus discípulos: - Comparadme con algunas personalidades y decidme a quién me parezco. Simón Pedro le dijo: - Te pareces a un ángel, por tu honradez. Mateo le dijo: - Te pareces a un filósofo, por tu sabiduría. Tomás le dijo: - Maestro, mis labios son incapaces de expresar a quién te pareces. Jesús replicó: - Yo no soy tu Maestro; pues has bebido, hasta embriagarte, de la fuente burbujeante que yo he preparado». A continuación, Jesús toma aparte a Tomás y le dice tres cosas, que sus compañeros tratan de averiguar; pero él se niega a comunicárselas. Naturalmente, tratándose del personaje que da nombre a la narración - Evangelio según Tomás -, es éste, y no Pedro, el que recibe la reprimenda de Jesús; aunque, al final, también recibe determinadas instrucciones del Maestro) UNA VEZ, CUANDO JESÚS ESTABA ORANDO (Vuelve la construcción narrativa Καὶ ἐγένετο («Y sucedió»), seguido de la oración temporal ἐν τῷ con infinitivo εἶναι (estar) y de verbo en indicativo συνῆσαν (estaba con) sin la conjunción καὶ (y). El códice D sustituye el sujeto del infinitivo αὐτὸν («él», es decir, Jesús), en singular, por el plural αὐτοὺς («ellos»), incluyendo también a los discípulos; pero la variante es decididamente secundaria. No sólo por la construcción narrativa que acabamos de mencionar, sino también por la presentación de Jesús en oración, podemos deducir que la primera parte de este versículo introductorio se debe al trabajo redaccional de Lucas. La indicación de que Jesús «estaba orando» da un relieve particular a este momento, en el que va a producirse no sólo la declaración de Pedro, sino —lo que es más importante – la propia «declaración» de Jesús sobre su destino (versículo 22: "Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día»"). En el Evangelio según Lucas, la mención explícita de la «oración» suele introducir algún relato particularmente significativo. Los escritos de Lucas dan una extraordinaria importancia a la comunicación con Dios, como clima en el que se desarrolla la vida cristiana. La oración no sólo ocupa un puesto privilegiado en su narración evangélica, donde la figura de Jesús orante cobra un relieve mucho mayor que en los demás evangelistas, sino que continúa en la vida de la comunidad cristiana, como se describe en el libro de los Hechos. La presentación de Jesús orando es un dato importante para el discípulo, porque una de las actitudes fundamentales del seguimiento de Jesús es precisamente la continua comunicación con Dios. En el pasaje correspondiente de Marcos (Marcos 8,27: "Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?»") no se menciona ese detalle; Jesús plantea la cuestión de su personalidad, mientras el grupo va «de camino» - o «por el camino» - y concretamente con una localización precisa: «Cesárea de Filipo» (la moderna Banyas, situada al nordeste del lago de Genesaret). En el relato de Lucas desaparece toda indicación geográfica; el lector tiene la impresión de que el episodio tiene lugar en algún sitio indeterminado de Galilea, posiblemente en las proximidades de Betsaida. La próxima indicación geográfica, en el Evangelio según Lucas, no vendrá hasta que comience el relato del viaje de Jesús a Jerusalén (Lucas 9,51: "Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén") SOLO (No es fácil dar una traducción literal de esta expresión griega: κατὰ μόνας (solo, a solas, ya que el adjetivo μόνας, está en acusativo plural femenino y exigiría, de por sí, la presencia del correspondiente sustantivo). Pero la frase es típicamente griega, tanto en el período clásico como en la literatura helenística. Se emplea con sentido adverbial para expresar la idea de «separación», «soledad», «aislamiento». Como elemento de toda la frase introductoria, la «soledad» de Jesús crea un problema con lo que viene a continuación: «en presencia de sus discípulos»; si estaba en compañía de los discípulos, ¿cómo es que se dice que estaba orando «solo»? Tal vez la redacción de Lucas tolere esta incongruencia en aras de su verdadero interés, que consiste en subrayar este momento con el motivo que ha llevado a Jesús a la oración; eso es lo que le ha inducido a presentar a Jesús «solo») EN PRESENCIA DE SUS DISCÍPULOS (La lectura más fidedigna es aquí: συνῆσαν αὐτῷ («estaba con ellos»). En cambio, el códice Vaticano lee: συνῆντησαν αὐτῷ («le salieron al encuentro», «se le acercaron»). Hay que inclinarse por considerar esta variante como secundaria, es decir, obra de algún copista ilustrado que quiso eliminar la discordancia con la indicación precedente) LES PREGUNTÓ: ¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO? (La redacción de Lucas ha sustituido el término ἄνθρωποι («hombres») de Marcos (Marcos 8,27: "Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?»") por ὄχλοι («la gente»). Sin embargo, Lucas emplea el pronombre de primera persona: «Yo», lo mismo que Marcos; en cambio, Mateo sustituye el pronombre personal por la expresión «el Hijo de hombre» (Mateo 16,13: "Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?"), probablemente por influjo de la declaración de Jesús que viene después de la respuesta de Pedro (Marcos 8,31: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días") ELLOS RESPONDIERON: «UNOS, QUE JUAN EL BAUTISTA; OTROS, QUE ELÍAS; OTROS, QUE UN PROFETA DE LOS ANTIGUOS HABÍA RESUCITADO» (Sobre, las tres figuras proféticas que aparecen aquí, recordemos lo comentado en Lucas 9,7-8 ("Se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado"). La gente, incluso Herodes, consideraba a Jesús como Juan redivivo. En cuanto, a Elías, J. Schneider defiende que en los evangelios sinópticos «hay muchas expresiones de la convicción popular de que la llegada del Mesías tenía que estar precedida por el retorno de Elías», y como ilustración de esa idea cita este pasaje de Lucas (Lucas 7,17-20: "El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina. Juan fue informado de todo esto por sus discípulos y, llamando a dos de ellos, los envió a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Cuando se presentaron ante él, le dijeron: «Juan el Bautista nos envía a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"»"). El mensajero al que se hace alusión en Malaquías 3,1 ("Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Ángel de la alianza que ustedes desean. Ya viene, dice el Señor de los ejércitos") se identifica, más adelante (Malaquías 3,23: "Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible"), con Elías, que será enviado «antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible». La temática de Elías redivivo depende de un acontecimiento narrado en el segundo libro de los Reyes (2 Reyes 2,11: «Mientras ellos (Elías y Elíseo) seguían conversando por el camino, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino»). La separación no se produce por la muerte y consiguiente sepultura, sino porque Elías es arrebatado al cielo, de donde se esperaba que habría de regresar. La redacción de Lucas presenta a Jesús como «un» profeta redivivo, mientras que Marcos dice concretamente «un profeta comparable a los antiguos» (Marcos 6,15) La identificación con un profeta determinado queda en suspenso. Ahora bien, como se acaba de mencionar a Elías, se podría pensar en una referencia al «profeta como Moisés», pero esto no es, ni mucho menos, seguro. Otra de las figuras cuya aparición se esperaba, por aquel entonces, era Jeremías (Mateo 16,14. "Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; pero otros, Jeremías o uno de los profetas"; 2 Macabeos 2,1-7: "Consta en los archivos que el profeta Jeremías ordenó a los deportados que tomaran fuego, como ya se ha indicado, y que el profeta, después de entregarles la Ley, les mandó que no olvidaran los preceptos del Señor, ni se desviaran al ver los ídolos de oro y plata y la pompa que los rodeaba. Entre otras recomendaciones similares, los exhortaba una y otra vea a que no apartaran la Ley de sus corazones. Se decía en el escrito cómo el profeta, advertido por un oráculo, mandó llevar con él la Carpa y el Arca, y cómo partió hacia la montaña donde Moisés había subido para contemplar la herencia de Dios. Al llegar, Jeremías encontró una caverna: allí introdujo la Carpa, el Arca y el altar del incienso y clausuró la entrada. Algunos de sus acompañantes volvieron para poner señales en el camino, pero no pudieron encontrarlo. Y cuando Jeremías se enteró de esto, los reprendió, diciéndoles: «Ese lugar quedará ignorado hasta que Dios tenga misericordia de su pueblo y lo reúna"; 15,13-16: "Luego apareció también un personaje que se destacaba por sus cabellos blancos y su prestancia, revestido de una dignidad soberana y majestuosa. Entonces Onías tomó la palabra y dijo: «Este es Jeremías, el profeta de Dios, que ama a sus hermanos, y ora sin cesar por su pueblo y por la Ciudad santa». Después Jeremías extendió su mano derecha y entregó a Judas una espada de oro, diciendo mientras se la daba: «Recibe esta espada santa como un don de Dios: con ella destruirás a tus enemigos»". La imagen de Jesús, entre el pueblo, es la de un «profeta» y no precisamente la de una figura «mesiánica». Eso sirve de contraluz a la declaración de Pedro. Conviene recordar, a este propósito, las indicaciones del cuarto Evangelio sobre la reacción de la gente ante el prodigio de la multiplicación de los panes: aclaman a Jesús como «el Profeta que tenía que venir al mundo», y quieren «proclamarle Rey» (Juan 6,14-15: "Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo». Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña") LES DIJO: «Y VOSOTROS, ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?» (En vez de hacer algún comentario sobre esa diversidad de reacciones, Jesús plantea directamente a sus propios discípulos la gran cuestión de su identidad. La pregunta supone, indirectamente, que considerar a Jesús como «profeta» no es el enfoque más adecuado de la cuestión) PEDRO LE CONTESTÓ (En la obra de Lucas, el nombre de Pedro adquiere una gran diversidad de variantes. Por ejemplo, el jefe de los apóstoles aparece como Σίμων (Simón), por ejemplo, en Lucas 5,3-5 ("Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes». Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes»"); simplemente como Πέτρος (Pedro), por ejemplo, en Lucas 9, 32-33: "Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «¡Maestro!, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Él no sabía lo que decía"; y es la forma más frecuente en el libro de los Hechos de los Apóstoles, hasta un total de cincuenta y seis veces; el nombre compuesto Σίμων Πέτρος (Simón Pedro) sólo aparece en Lucas 5,8: "Al ver esto, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús, diciendo: ¡Apártate de mí, Señor, pues soy hombre pecador!" , pero la forma Σίμωνα ὃν καὶ ὠνόμασεν Πέτρον («Simón, llamado Pedro») se emplea en Lucas 6,14 ("Simón, a quien también llamó Pedro, y Andrés su hermano; Santiago y Juan; Felipe y Bartolomé"); Hechos 10,5: "Envía ahora algunos hombres a Jope en busca de Simón, llamado Pedro"; 10,18: "Golpearon y preguntaron si se hospedaba allí Simón, llamado Pedro"; 10,32: "Manda a buscar a Simón, llamado Pedro, que está en Jope, a la orilla del mar, en la casa de Simón el curtidor"; 11,13: "Este nos contó en qué forma se le había aparecido un ángel, diciéndole: Envía a alguien a Jope, a buscar a Simón, llamado Pedro". Lucas no utiliza jamás el nombre arameo Κηφᾶς (roca, Juan 1,42: "Entonces lo trajo a Jesús. Jesús mirándolo, dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan; tú serás llamado Cefas (que quiere decir: Pedro)". Igual que en Marcos 8,29 ("Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo»"), Pedro aparece como el portavoz de «los discípulos» (véase versículo 18: "Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: « ¿Quién dice la gente que soy yo?»") EL MESÍAS DE DIOS (También se podría traducir: «El Cristo de Dios», si se quisiera subrayar la orientación del Evangelio según Lucas a destinatarios paganos – mejor dicho, a pagano-cristianos - que no habrían podido comprender fácilmente el término מָ ִׁשיח («Mesías»). El título Mesías ya había aparecido en Lucas 2,11, dado al Niño recién nacido por el Ángel de Dios, que es el mismo Dios: "Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Cristo, el Señor", y aparecerá al final del discurso de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2,36: "Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo"). El genitivo τοῦ Θεοῦ («de Dios») es una adición de Lucas a la más escueta formulación de Marcos: ὁ Χριστός («El Cristo», Marcos 8,29: "Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo»"). No se puede decir, sin más, que esa adición de Lucas esté relacionada con la fórmula de Mateo: «El Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16,16: " Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente"). La frase de Mateo es, en realidad, una combinación de dos declaraciones de Pedro: una, proveniente de la redacción de Marcos (ὁ Χριστός, el Cristo), y otra, derivada de una tradición anterior al propio Mateo, en la que se contaban algunas apariciones del Resucitado (ὁ Υἱὸς τοῦ Θεοῦ τοῦ ζῶντος, «el Hijo del Dios vivo»). Mateo combina esas dos declaraciones y les añade los versículos 17-19: "Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo»". El genitivo adicional de la formulación de Lucas hace referencia a una especial relación entre Jesús-Mesías y el Padre. La construcción, en sí, no es nueva en Lucas; ya la encontramos al principio, en Lucas 2,26 ("y le había revelado que no moriría antes de ver al Χριστὸν Κυρίου, Cristo del Señor"), y la volveremos a encontrar en Lucas 23,35 ("Y el pueblo estaba allí mirando; y aun los gobernantes se mofaban de Él, diciendo: A otros salvó; que se salve a sí mismo si este es ὁ Χριστὸς τοῦ Θεοῦ, el Cristo de Dios, su Escogido") y en Hechos 3,18 ("Pero Dios ha cumplido así lo que anunció de antemano por boca de todos los profetas: que τὸν Χριστὸν αὐτοῦ, su Cristo debería padecer"). Como posibles influjos sobre la formulación de Lucas se podrían aducir: el texto de Marcos 14,61 (“Pero él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?»”): «el Hijo de Dios bendito», o el trasfondo veterotestamentario de textos como Salmo 2,2: "Los reyes de la tierra se sublevan, y los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Ungido"; 2 Samuel 23,1: "Y estas las palabras de David, las postreras: «Fiel David, hijo de Jesé, y fiel varón a quien levantó el Señor, el ungido del Dios de Jacob; y autor de apacibles salmos de Israel" (LXX). En cualquier caso, la relación especial que Jesús tiene con el Padre no le va a impedir afrontar el sufrimiento, la reprobación e incluso la muerte. En cuanto a la declaración de Pedro, como tal y en las circunstancias históricas en que se pronunció, hay que entenderla como una manifestación de lo que él pensaba de Jesús en aquel momento. El término Χριστὸς (Cristo, Mesías) tenía que tener el significado normal en el judaísmo contemporáneo; o sea, el «ungido» que se esperaba, el agente salvífico que Dios había de enviar como rey o como libertador del pueblo, según la tradición davídica. Debería ser una figura como «el Mesías de Israel» que esperaba la comunidad de Qumrán, o como «el rey de los siglos», que vendría de Judá. En la mentalidad de Lucas, el título Χριστός («Cristo») va decididamente en esta línea, como aparece en el texto de Lucas 2,11: "Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Cristo, el Señor». En otras palabras: Pedro, que ha oído a Jesús predicando la buena noticia del Reino, que ha visto cómo ha curado a los enfermos, que ha experimentado la fascinación de sus prodigios, reconoce a Jesús como «el ungido», el enviado de Dios, con la misión de «restaurar el reino para Israel» (Hechos 1,6: "Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»"; Lucas 2,26: "y le había revelado que no moriría antes de ver al Cristo del Señor""; 4,41: "De muchos salían demonios, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Cristo"). En el Evangelio según Juan, y en contraste con la tradición sinóptica, Pedro proclama en su declaración: «nosotros ya creemos y sabemos que eres el Santo de Dios» (Juan 6,69), pero no dice nada de Χριστός («Cristo»). Ahora bien: este último título Μεσσίας (Mesías, Cristo) aparece en otros pasajes de Juan - concretamente traducido por Χριστός («Cristo», Juan 1,41: "Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo"; 4,25: "La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo»") -, mientras que «Santo de Dios» no se vuelve a aplicar a Jesús en todo el cuarto Evangelio. Por consiguiente, no se puede considerar el título «Santo de Dios» como más auténtico, o como más cercano a la realidad histórica, que el título habitual en los sinópticos, a pesar de su semejanza con Marcos 1,24: "«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios»") JESÚS LES PROHIBIÓ TERMINANTEMENTE (La traducción literal sería: «Pero él, increpándoles, les mandó...». El verbo παρήγγελλειν («mandar», «ordenar») ya ha salido anteriormente, en Lucas 5,14: "Y Él le mandó que no se lo dijera a nadie. Pero anda- le dijo-, muéstrate al sacerdote y da una ofrenda por tu purificación según lo ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio"; 8,29: "Porque Él mandaba al espíritu inmundo que saliera del hombre, pues muchas veces se había apoderado de él, y estaba atado con cadenas y grillos y bajo guardia; a pesar de todo rompía las ataduras y era impelido por el demonio a los desiertos"; 8,56: "Y sus padres estaban asombrados; pero Él les encargó que no dijeran a nadie lo que había sucedido". En nuestro texto, Lucas antepone al «mandato» el participio aoristo de ἐπιτιμᾶν (increpar, reñir, reprender, imponer la medida justa, censurar; sobre este último verbo, ver Lucas 4,35: "Jesús entonces lo reprendió, diciendo: ¡Cállate y sal de él! Y después que el demonio lo derribó en medio de ellos, salió de él sin hacerle ningún daño"; 4,39: "E inclinándose sobre ella, reprendió la fiebre, y la fiebre la dejó; y al instante ella se levantó y les servía"; 4,41: "También de muchos salían demonios, gritando y diciendo: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Pero, reprendiéndolos, no les permitía hablar, porque sabían que Él era el Cristo"; 8,24: "Y llegándose a Él, le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Y Él, levantándose, reprendió al viento y a las olas embravecidas, y cesaron y sobrevino la calma"). La prohibición vale para el período del ministerio público de Jesús. Después de la resurrección, el propio Jesús va a dar a sus discípulos el encargo de proclamar, como testigos, que él es el Cristo crucificado y resucitado, Lucas 24,46-48: "y añadió: «Así está escrito: el Cristo debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto"; Hechos 2,36: "Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo»"; 3,18: "Pero Dios ha cumplido así lo que anunció de antemano por boca de todos los profetas: que su Cristo debería padecer"; 4,26: "Los reyes de la tierra se rebelaron y los príncipes se aliaron contra el Señor y contra su Ungido"; 10,39-43: "Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre»") DECÍRSELO A NADIE (Jesús no niega que él es el «ungido» de Dios; lo único que hace es prohibir terminantemente a sus discípulos que empleen ese lenguaje, con referencia a su persona, por las connotaciones políticas del término. Inmediatamente después, en el versículo 22: "Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día»", el propio Jesús añadirá nuevas precisiones. Lucas toma de Marcos esa imposición de silencio. Mientras que, en el segundo Evangelio, esa intimación pertenece al «secreto mesiánico», en Lucas sirve de trampolín para el primer anuncio de la pasión, como el evangelista lo encontró en su fuente («Marcos»). Vamos ahora a estudiar el primer anuncio de la Pasión (Lucas 9,22: “Entonces dijo: «El Hijo de hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y doctores de la ley, y ser ejecutado; pero tiene que resucitar al tercer día»”). Lucas sigue fielmente la redacción de Marcos, al poner el primer anuncio de la pasión inmediatamente después de la declaración de Pedro, en la que el apóstol reconoce a Jesús como «el Mesías de Dios» (Lucas 9,22: “Entonces dijo: «El Hijo de hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y doctores de la ley, y ser ejecutado; pero tiene que resucitar al tercer día»”). La sucesión de ambos pasajes es tan inmediata, que el anuncio, desde el punto de vista gramatical, forma parte de la frase con la que termina el episodio anterior; en realidad, Lucas no hace más que añadir un participio (εἰπὼν, «diciendo»), que depende del verbo precedente: παρήγγειλεν («mandó»; en este caso: «prohibió»). Esto significa que, al suprimir la frase introductoria de Marcos: «Y empezó a instruirles» (Marcos 8,31a), Lucas une la declaración de Pedro y el anuncio de la pasión con unos vínculos formales mucho más estrechos que los de su propia fuente («Marcos»). Aquí tratamos por separado ambos episodios no sólo por los problemas específicos de interpretación que plantea cada pasaje, sino también porque Lucas ha suprimido la escena siguiente de la confrontación entre Jesús y Pedro. Por otra parte, conviene tratarlos bajo distinto epígrafe, porque el anuncio de la pasión tiene sus relaciones particulares con los demás anuncios del mismo género. Acabamos de señalar, casi de pasada, el hecho de que la redacción de Lucas omite el incidente de la violenta reacción de Pedro y la respectiva reconvención de Jesús (Marcos 8,32-33: “Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres»”). La omisión se debe, indudablemente, al carácter de esa confrontación, en la que Pedro sale bastante malparado. A lo largo de su narración evangélica, Lucas omite deliberadamente - en la medida de lo posible - todo lo que puede resultar ofensivo para la figura de Pedro e incluso para los apóstoles en general. En las respectivas «notas» exegéticas comentaremos otras modificaciones menores, en las que se aprecia el proceso de reelaboración de Lucas sobre el texto de Marcos. El episodio precedente constituía, en la presentación de Lucas, una respuesta a la gran pregunta de Herodes (véase Lucas 9,9: "Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?» Y buscaba verle"). Ahora, al omitir la reacción de Pedro y la subsiguiente reconvención de Jesús (Marcos 8,32- 33: “Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres»”), Lucas se centra en las solemnes palabras de este último, que, en realidad, son otra respuesta - en este caso, la del mismo protagonista - al interrogante planteado por el tetrarca. De momento no hay reacción de los discípulos a la declaración de Jesús, y los versículos siguientes (versículos 23-27: "Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles. Pues de verdad os digo que hay algunos, entre los aquí presentes, que no gustarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios»") son, a su modo, una nueva respuesta a la pregunta fundamental. La reacción de los discípulos quedará consignada más adelante (Lucas 9,45: "Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto"); pero no como disconformidad con el enunciado destino de Jesús, sino como simple incomprensión, como falta de inteligencia; de modo que «hasta tenían miedo de preguntarle qué quería decir» con aquellas palabras. La redacción lucana de esta aseveración de Jesús, en la que el mismo protagonista anuncia su futuro destino, reproduce, casi a la letra, el texto de Marcos 8,31: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días"; lo único que cambia es la precisión temporal: Marcos dice: μετὰ τρεῖς ἡμέρας («después de tres días»); Lucas, en cambio: τῇ τρίτῃ ἡμέρᾳ («al tercer día»). Esta declaración de Jesús es el primero de los tres anuncios formales de su pasión y resurrección, tal como los presenta el Evangelio según Lucas; los otros dos se encuentran en Lucas 9,43b-45: “Estando todos maravillados por todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.» Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto”; 18,31-34: “Tomando consigo a los Doce, les dijo: «Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán, y al tercer día resucitará.» Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía”. La especial vinculación mutua de estos tres asertos brota de su presencia en la llamada «triple tradición» y del carácter peculiar de su contenido; sólo en estos tres casos Jesús habla directa y pormenorizadamente de su futuro destino. Sin embargo, por su temática, entroncan con una larga serie de afirmaciones en las que Jesús hace referencia a su muerte. Usando la terminología de H. Schürmann (y de V. Howard), hablaremos de referencias «veladas»: Lucas 5,33-35: “Ellos le dijeron: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben.» Jesús les dijo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días»”; 11,29-32: “Habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás”; 13,31-35: “En aquel mismo momento se acercaron algunos fariseos, y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte.» Y él les dijo: «Id a decir a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»”; 20,9-18: “Se puso a decir al pueblo esta parábola: «Un hombre plantó una viña y la arrendó a unos labradores, y se ausentó por mucho tiempo. A su debido tiempo, envió un siervo a los labradores, para que le diesen parte del fruto de la viña. Pero los labradores, después de golpearle, le despacharon con las manos vacías. Volvió a enviar otro siervo, pero ellos, después de golpearle e insultarle, le despacharon con las manos vacías. Tornó a enviar un tercero, pero ellos, después de herirle, le echaron. Dijo, pues, el dueño de la viña: “¿Qué haré? Voy a enviar a mi hijo querido; tal vez le respeten.” Pero los labradores, al verle, se dijeron entre sí: “Este es el heredero; matémosle, para que la herencia sea nuestra.” Y, echándole fuera de la viña, le mataron. «¿Qué hará, pues, con ellos el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a estos labradores, y entregará la viña a otros.» Al oír esto, dijeron: «De ninguna manera.» Pero él clavando en ellos la mirada, dijo: «Pues, ¿qué es lo que está escrito: La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido? Todo el que caiga sobre esta piedra, se destrozará, y a aquel sobre quien ella caiga, le aplastará»” (con eventuales paralelismos en los otros dos sinópticos). A los textos citados podríamos añadir un tercer grupo de referencias, en las que Jesús alude al carácter salvífico de su propia muerte: Lucas 22,19-20: “Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros”; 22,28: “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas” (véase Marcos 10,45: “que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”). Un último grupo de alusiones podría concretarse en los siguientes textos: Lucas 12,50: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!” (proveniente de «L»); 17,25: "Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación" (composición propia de Lucas, como resonancia de 9,22: “Entonces dijo: «El Hijo de hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y doctores de la ley, y ser ejecutado; pero tiene que resucitar al tercer día»”); 22,22: “Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado!»” (véase Marcos 14,21: “Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!»”); 24,7: "diciendo que el Hijo del Hombre debía ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, y al tercer día resucitar" (composición propia de Lucas, en la que se resumen todos los anuncios hechos a lo largo de su narración evangélica). Vamos a centrarnos ahora en el primero de esos cuatro grupos, que se conoce comúnmente como «predicciones de la pasión». El versículo que comentamos (Lucas 9,22: “Entonces dijo: «El Hijo de hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y doctores de la ley, y ser ejecutado; pero tiene que resucitar al tercer día»”) constituye precisamente la primera de esas «predicciones» en la narración evangélica de Lucas. A partir, sobre todo, de las investigaciones de R. Bultmann, es relativamente frecuente negar a estos pasajes toda clase de valor histórico, por considerarlos como «predicciones después del acontecimiento» (vaticinia ex eventu). Se trata, según los críticos, de creaciones de la comunidad primitiva, imposibles de atribuir al Jesús histórico durante el período de su ministerio público; se aplica aquí el criterio - hoy ampliamente reconocido - de la «disparidad» o «asincronismo» (véase E. Kásemann). Cuando se observa que, en el Evangelio según Marcos, los tres anuncios vienen casi seguidos (Marcos 8,31: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días"; 9,31: “porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará»”; 10,32-34: “Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará»”), y todos en la segunda parte del evangelio, con una función de ir revelando progresivamente el «secreto mesiánico», y concretamente en número de «tres», con el alto valor simbólico de ese número, lo más lógico es suponer que todo obedece a un calculado artificio de indiscutible índole literaria. Cierto que hay variaciones en cada uno de los pasajes, pero también hay elementos que se superponen; por ejemplo, los tres anuncios mencionan ὁ υἱός τοῦ ἀνθρώπου («Hijo de hombre»), emplean el verbo ἀποκτείνω («matar», «ejecutar») y coinciden en la expresión μετὰ τρεῖς ἡμέρας ἀναστῆναι («resucitar a los tres días», «después de tres días»); por otra parte, en dos de los anuncios se usa el verbo παραδίδωμι (entregar») y se hace mención de ἀρχιερεῖς καὶ γραμματεῖς («sumos sacerdotes» y «doctores de la ley»). Todos los esfuerzos por descubrir la formulación más primitiva de estos anuncios han resultado fallidos. Sin embargo, hay que reconocer que en el tercer anuncio se detectan huellas evidentes del relato propiamente dicho de la pasión (Marcos 14-15). Por consiguiente, es muy difícil negar una cierta manipulación literaria por parte de los evangelistas, y es lógico, ya que las narraciones evangélicas se escriben con una visión retrospectiva de los acontecimientos. Pero admitir una elaboración literaria de los materiales no implica necesariamente la negación absoluta de su valor histórico, en cuanto vaticinia ex eventu, y menos aún incluye en esa valoración negativa a los otros tres grupos de textos en los que, según la tradición sinóptica, Jesús hace una referencia, más o menos velada, a su propia muerte. Sería excesivamente radical afirmar, como hace R. Bultmann, que «no podemos saber absolutamente nada sobre la comprensión que el propio Jesús tuvo de su muerte». Es muy posible que la tradición anterior a Marcos, al contemplar retrospectivamente el ministerio de Jesús en Galilea, hubiera atribuido a ciertas palabras del Maestro un significado más profundo que el que tuvieron en su momento histórico, e incluso es comprensible que se hubieran interpretado esas afirmaciones en un sentido salvífico, que supone ya todo un proceso de elaboración teológica. Si se analizan, en sí y por sí mismos, los diversos grupos de textos en los que Jesús hace referencia a su muerte, hay que contar, al menos, con ciertos datos de tradición verdaderamente históricos. Es decir, la comunidad tuvo que conservar determinadas palabras de Jesús que manifestaban cómo él, poco a poco, iba dándose cuenta de que sus crecientes enfrentamientos con las autoridades judías contemporáneas tenían que desembocar, previsiblemente, en una situación crítica, que podría llevarle incluso a una muerte violenta. Le bastaba mirar a su alrededor: Juan Bautista acababa de ser asesinado, y, según sus conocimientos, algunos profetas habían corrido la misma suerte (Isaías: Ascensión de Isaías 5,1-2: "A causa, pues, de estas visiones se irritó Beliar contra Isaías, moró en el corazón de Manasés y lo aserró con una sierra de madera. Mientras Isaías era aserrado, Belkira estaba acusándolo y todos los falsos profetas estaban riéndose y regocijándose a causa de Isaías, pues Belkira y el demonio Metembuco se burlaban de él. E Isaías no lloró ni gritó mientras lo aserraban, sino que hablaba por su boca el Espíritu Santo, hasta que fue partido en dos. Esto hizo Beliar a Isaías por mano de Belkira y Manasés, pues estaba Semeyel sobremanera enojado con aquel desde los días de Ezequías, rey de Judá, a causa de las visiones que había tenido acerca del Amado, y también de la ruina de Semeyel que había visto por mediación del Señor cuando aún reinaba Ezequías, su padre. Así obró Manasés según la voluntad de Satanás"; Urías: Jeremías 26,20-23: "Hubo además otro hombre que profetizaba en nombre del Señor: Urías, hijo de Semaías, de Quiriat Iearím. El profetizó contra esta ciudad y contra este país en los mismos términos que Jeremías. El rey Joaquím, todos sus guardias y los jefes oyeron sus palabras, y el rey intentó darle muerte. Al enterarse, Urías sintió temor y huyó a Egipto. Pero el rey Joaquím envió a Egipto a Elnatán acompañado de algunos hombres. Ellos sacaron a Urías de Egipto y lo llevaron ante el rey Joaquím, que lo hizo matar con la espada y arrojó su cadáver a la fosa común"; Azarías: 2 Crónicas 24,20-21: "El espíritu de Dios revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Iehoiadá, y este se presentó delante del pueblo y les dijo: «Así habla Dios: ¿Por qué quebrantan los mandamientos del Señor? Así no conseguirán nada. ¡Por haber abandonado al Señor, él los abandonará a ustedes!». Ellos se confabularon contra él, y por orden del rey lo apedrearon en el atrio de la Casa del Señor"; véase, además, Lucas 11,49-51: "Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos. Así se pedirá cuanta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto"; 13,34: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste!"). Dispersos por toda la tradición sinóptica hay muchos retazos de diversos dichos de Jesús que apuntan en esa dirección. No es imposible que esos datos de la tradición anterior a Marcos hubieran llegado a formularse como «predicciones» explícitas para intentar superar, de esta manera, el gravísimo escándalo de la cruz. Pero, al mismo tiempo, no es evidente que Marcos fuera el primero en darles esa formulación concreta. Lo que sí es plausible es que fuera el propio Marcos el que los dispuso en tríada y los vinculó a la manifestación gradual del «secreto mesiánico». Y, finalmente, de la redacción de Marcos pasó el triple anuncio a Mateo y a Lucas. Aunque la función principal de este versículo es dar su perspectiva correcta a la declaración de Pedro, el anuncio implica, a su vez, una respuesta a la pregunta de Herodes en Lucas 9,9 ("Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?» Y buscaba verle"). Pero, por otra parte, prepara el comienzo del viaje de Jesús a Jerusalén; en Lucas 9,51: ("Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén"), Jesús se encamina irrevocablemente a la ciudad de su destino. Jesús sabe que su destino de muerte es voluntad del Padre; ni siquiera una declaración como la de Pedro, que le reconoce como «ungido de Dios» e instrumento de su salvación, puede borrar de su horizonte - y precisamente a este punto de la narración evangélica - la perspectiva trágica de su muerte. Pedro - y los demás discípulos - tienen que conocer lo que les espera) ENTONCES DIJO (Literalmente: «diciendo». El participio aoristo εἰπὼν (dijo) depende de παρήγγειλεν (mandó), verbo principal de la frase con la que termina el episodio anterior (Lucas 9,2l: "Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie"). La aseveración de Jesús añade un correctivo a la declaración de Pedro y matiza la imposición de guardar silencio) EL HIJO DE HOMBRE (La frase está tomada de Marcos 8,31: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días". Esta expresión se refiere al propio Jesús y, concretamente, a su pasión (sentido que no aparece en «Q»). En Marcos 8,31: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días" no se presupone la identidad entre los títulos Χριστός («Cristo») y ὁ υἱός τοῦ ἀνθρώπου («El Hijo de hombre»). El origen veterotestamentario de ambos apelativos es totalmente diferente, y no hay que confundirlos ni hablar de «Hijo de hombre» como un título de carácter «mesiánico». En este versículo de Lucas - como, por otra parte, en Marcos - se usa como correctivo de una designación mesiánica, precisamente la que suena en labios de Pedro. Es más, en Mateo 16,20 ("Entonces ordenó a los discípulos que a nadie dijeran que Él era el Cristo") se sustituye el título ὁ υἱός τοῦ ἀνθρώπου («El Hijo de hombre») por el pronombre personal αὐτός («él»): «prohibió terminantemente a sus discípulos decir a nadie que él era el Cristo») TIENE QUE PADECER MUCHO (También esta frase está tomada de Marcos 8,31 ("Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y después de tres días resucitar"). El verbo impersonal Δεῖ («tiene que», «es necesario») cuadra perfectamente dentro de uno de los esquemas interpretativos más importantes de la obra de Lucas, donde se insiste en la «necesidad» de que Jesús lleve plenamente a cabo el plan salvífico del Padre. La tradición sinóptica ha conjugado aquí los dos temas: «Hijo de hombre» y «sufrimiento». La tradición veterotestamentaria desconoce absolutamente la figura de un Hijo de hombre marcado por el sufrimiento, aunque muchas veces se ha querido relacionar esta noción con el cuarto cántico del «Siervo», en el segundo Isaías (Isaías 52,13-53,12: "Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. ¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? Él creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables"). No se puede negar, evidentemente, que la obra de Lucas hace diversas alusiones a este pasaje veterotestamentario (22,37: "Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí"; Hechos 3,13: "El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilatos, cuando este había resuelto ponerlo en libertad"; 8,32-35: "El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era el siguiente: "Como oveja fue llevado al matadero; y como cordero que no se queja ante el que lo esquila, así él no abrió la boca. En su humillación, le fue negada la justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia, ya que su vida es arrancada de la tierra?" El etíope preguntó a Felipe: «Dime, por favor, ¿de quién dice esto el Profeta? ¿De sí mismo o de algún otro?». Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús"). Pero es muy discutible hasta qué punto se puede relacionar la idea de un «Hijo de hombre marcado por el sufrimiento» con la presentación del «Siervo» en el mencionado cántico de Isaías. Por otro lado, hay que subrayar que en este pasaje (Lucas 9,22: "Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día»"; Marcos 8, 31: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y después de tres días resucitar"), no se asocia el «sufrimiento» con el «Cristo»; aparte de que no disponemos de datos suficientes para afirmar que, en el judaísmo de la época de Jesús, existiera ya una relación entre los cánticos del Siervo (Isaías II) y la figura del Mesías. Al «Siervo» de Isaías 52,13 ("Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande") se le llama Mesías en el Tárgum de Isaías; pero la fecha de ese tárgum no se puede fijar antes del siglo v d. C. Véase también Lucas 17,25: "Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación") SER RECHAZADO (La idea es de «reprobación» por parte de las autoridades, como se dice inmediatamente. En Lucas 17,25 ("Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación") se dice: «ser rechazado por esta generación») POR LOS ANCIANOS, SUMOS SACERDOTES Y ESCRIBAS (Se recogen en esta enumeración los tres grupos que constituían el Consejo Supremo del judaísmo de entonces. Es la primera vez que aparecen en la obra de Lucas las tres categorías de dirigentes; ver Lucas 20,1: "Un día en que Jesús enseñaba al pueblo en el Templo y anunciaba la Buena Noticia, se le acercaron los sumos sacerdotes y los escribas con los ancianos"; 22,52: "Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: «¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos?"; Hechos 4,5: "Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas"; 23,14: "Fueron al encuentro de los sumos sacerdotes y los ancianos, y les dijeron: Nosotros nos hemos comprometido bajo juramento a no probar nada antes de haber matado a Pablo"; 25,15: "durante mi estadía en Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos de los judíos, presentaron quejas pidiendo su condena". La enumeración está tomada de Marcos 8, 31: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y después de tres días resucitar". La preposición que emplea Lucas para expresar el sujeto agente es ἀπὸ (literalmente: «de», «desde») y no ὑπὸ («por»), como lo hace frecuentemente a lo largo de toda su obra; véase Lucas 1,26: "Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret". Otro fenómeno de composición gramatical, en Lucas, es el empleo de un único artículo para las tres categorías, lo que les da mayor cohesión que en Marcos. En la redacción de Mateo (Mateo 16,21: "Desde entonces Jesucristo comenzó a declarar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas de parte de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día"), la frase preposicional se refiere a πολλὰ παθεῖν («padecer mucho»); con lo que el sentido de la preposición ἀπὸ (literalmente: «de», «desde») expresa no directamente la causa, sino la procedencia de ese sufrimiento: «a manos de». Sobre el término πρεσβύτερος («ancianos», véase Lucas 7,3: "Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor". En la obra de Lucas, en general, ἀρχιερεύς (sumo sacerdote) significa «sumo sacerdote», es decir, el jefe de los sacerdotes que se turnaban en el servicio litúrgico del templo, el presidente del Consejo Supremo y la primera autoridad religiosa del judaísmo (Lucas 3,2: "durante el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto"; 22,50: "Y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha"; 22,54: "Habiéndole arrestado, se lo llevaron y le condujeron a la casa del sumo sacerdote; mas Pedro le seguía de lejos"; Hechos 4,6: "estaban allí el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan y Alejandro, y todos los que eran del linaje de los sumos sacerdotes"; 5,17: "Pero levantándose el sumo sacerdote, y todos los que estaban con él (es decir, la secta de los saduceos), se llenaron de celo", etc.). El uso del plural (ἀρχιερέων, sumos sacerdotes) no implica una referencia a los que anteriormente habían ejercido el sumo sacerdocio, en cuanto tal, sino que la denominación «sumos sacerdotes» designa a los descendientes de familias sacerdotales, y que eran miembros del Consejo Supremo. Tenían en sus manos el control del culto, la conservación del tesoro del templo y la vigilancia sobre la disciplina sacerdotal. A ese grupo pertenecían también el «comisario del templo» (Hechos 4,1: "Mientras ellos hablaban al pueblo, se les echaron encima los sacerdotes, el capitán de la guardia del templo, y los saduceos"), los jefes de los diversos turnos semanales, los responsables del servicio litúrgico diario y los supervisores del templo. A propósito de los γραμματεύς («escribas»), véase Lucas 5,21: "Entonces los escribas y fariseos comenzaron a discurrir, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?"; 6,7: "Y los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si sanaba en el día de reposo, a fin de encontrar de qué acusarle"; 11,53: "Cuando salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarle en gran manera, y a interrogarle minuciosamente sobre muchas cosas". El historiador Flavio Josefo, refiriéndose a las autoridades del pueblo judío, establece igualmente una distinción triple: jefes, sumos sacerdotes y Consejo. En otras ocasiones, Flavio Josefo modifica ligeramente esa tríada: jefes, sumos sacerdotes y «fariseos eruditos», equivalentes, según parece, a los «doctores de la ley». Pero, al parecer, Flavio Josefo desconoce la tríada mencionada en los evangelios sinópticos) SER EJECUTADO (No se dice explícitamente quiénes - o quién - van a ser los responsables directos de la ejecución de Jesús. Ver Hechos 2,23: "a éste, entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios, clavasteis en una cruz por manos de impíos y le matasteis"; 2,36: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo"; 3,15: "y disteis muerte al Autor de la vida, al que Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos"; etc.) Y RESUCITAR (Literalmente: ἐγερθῆναι («ser levantado», «ser resucitado»). Un ejemplo más de «pasiva teológica». Lucas emplea aquí el verbo ἐγείρειν (levantar) igual que Mateo (Mateo 16, 21 ("Desde entonces Jesucristo comenzó a declarar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas de parte de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día") y en contraposición a Marcos, que utiliza el intransitivo ἀναστῆναι («ponerse en pie», «resucitar»). El verbo ἐγείρειν (levantar) se emplea aquí en el mismo sentido que en Lucas 7,14: "Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo: Joven, a ti te digo: ¡Levántate!"; 7,22: "Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, decid a Juan lo que habéis visto y oído; cómo los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es predicado el evangelio"; 9,7: "Se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos"; véase Lucas 7,6: "El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros, y: Dios ha visitado a su pueblo". La serie de cuatro infinitivos (παθεῖν, padecer; ἀποδοκιμασθῆναι, ser rechazado; ἀποκτανθῆναι, ser ejecutado; ἐγερθῆναι, resucitar ), dependientes de Δεῖ («tiene que», «es necesario»), culmina en la resurrección. El destino de sufrimiento, reprobación y muerte no termina en un estrepitoso fracaso, sino en perspectiva de victoria) AL TERCER DÍA (La expresión τῇ τρίτῃ ἡμέρᾳ (al tercer día) aparece también en otros pasajes de la misma obra: Lucas 13,32 (sin expresa mención del «día»: "Y Él les dijo: Id, y decid a aquella zorra: He aquí, echo fuera demonios y hago sanidades hoy y mañana, y al tercer día seré consumado"); 18,33: "y después de azotarle, le matarán, y al tercer día resucitará"; 24,7: "diciendo que el Hijo del Hombre debía ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, y al tercer día resucitar"; 24,21: "Pero nosotros esperábamos que Él era el que había de redimir a Israel, y además de todo esto, hoy es el tercer día que estas cosas acontecieron"; 24,46: "y les dijo: Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día"; Hechos 10,40: "A éste Dios le resucitó al tercer día e hizo que se manifestara". Al emplear aquí esta fórmula, se desvía de Marcos 8,31 ("Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y después de tres días resucitar") - que dice: μετὰ τρεῖς ἡμέρας («después de tres días») - y coincide con Mateo 16, 21 ("Desde entonces Jesucristo comenzó a declarar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas de parte de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día"). No podemos saber con seguridad por qué Lucas ha introducido ese cambio. De hecho, en las narraciones de la infancia ha empleado la frase μετὰ ἡμέρας τρεῖς (Lucas 2,46: "Y aconteció que después de tres días le hallaron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas"); además, Hechos 25,1: "Festo, entonces, tres días después de haber llegado a la provincia, subió a Jerusalén desde Cesarea"; 28,17: "Y aconteció que tres días después Pablo convocó a los principales de los judíos, y cuando se reunieron, les dijo: Hermanos, sin haber hecho yo nada contra nuestro pueblo ni contra las tradiciones de nuestros padres, desde Jerusalén fui entregado preso en manos de los romanos", y, aunque con un ligero cambio - μῆνας, = «meses»), en lugar de ἡμέρας («días») -, en Hechos 28,11: "Después de tres meses, nos hicimos a la vela en una nave alejandrina que había invernado en la isla, y que tenía por insignia a los Hermanos Gemelos". ¿Se puede atribuir a sensibilidad lingüística, ya que la expresión «después de tres días», tomada en su sentido estricto, querría decir: «al cuarto día»? Por ahí va la interpretación de N. Walker, que remite al texto de Oseas 6,2: «En dos días nos hará revivir, al tercer día nos restablecerá», donde la expresión «en dos días» (- «después de dos días») se usa en paralelismo con «al tercer día». Pero, aparte de que la interpretación de N. Walker se basa en la cronología de la Semana Santa, establecida por A. Jaubert, la explicación no resulta convincente. Flavio Josefo usa las dos expresiones griegas como sinónimas. Lo más probable es que la locución «al tercer día» se hubiera ido consolidando en la tradición presinóptica, como fórmula griega para datar la resurrección de Jesús. De hecho, la encontramos ya en 1 Corintios 15,4 ("que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras"), donde se reproduce un fragmento del kerigma anterior a Pablo. Por consiguiente, lo más lógico es que Mateo y Lucas, independientemente entre sí, hayan modificado la expresión de Marcos. Y lo mismo se puede decir a propósito del verbo ἐγείρειν (levantar, concretamente: ἐγερθῆναι, resucitar). Sin embargo, J. Kloppenborg considera las formulaciones de Mateo y Lucas como una alusión a Oseas 6,2: "Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia "; es posible, pero no se puede afirmar con seguridad)