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Es indispensable contextualizarse en la realidad colombiana, realidad en la cual el estado

es un convidado de piedra para territorios en los cuales la única autoridad legítima que ha
llegado en pleno siglo XXI es una impuesta por la ley del más fuerte, y en ese caso, la del
que llega a ocupar el territorio de forma violenta y toma el control por coacción de lo que
ocurre en tal territorio, entonces encontramos que el campesinado del lugar se encuentra en
una dicotomía, como se expresa en uno de los «Cuadernos de trabajo en Gobierno y
Ciencias Políticas» de la universidad Eafit, más específicamente en el que se titula «La
situación del narcotráfico en Colombia ad portas del posacuerdo» el cual dice

«En este contexto, el costo del castigo por parte de la justicia colombiana es mínimo, puesto que la
probabilidad de captura, judicialización y sentencia son presumiblemente muy bajas. En cambio,
dado el dominio territorial de los grupos ilegales, el costo asociado a sus amenazas es posiblemente
muy elevado. Esta situación hace inevitable que la mejor alternativa para un campesino en estos
departamentos se encuentre en el cultivo ilícito. Para estos campesinos, el Estado se hace visible
únicamente mediante la presencia de la fuerza pública. Es decir, ha optado por la alternativa de un
mayor despliegue de fuerzas y otras políticas como la aspersión con glifosato, que se orientan a
incrementar el costo asociado al cultivo de la coca por parte de las comunidades.»

Siendo esto prueba, de que nuestra posición aunque resultado de una investigación de
poca profundidad por ahora, no es una mera suposición, o postura política acerca de una de
las aristas del problema de drogas en Colombia, y consecuentemente posteriores
inconvenientes en la implementación de programas de sustitución voluntaria de cultivos.
Acerca de nuestro tema debemos ahondar sobre la notable diferencia en cuanto a ingresos
percibidos por los campesinos productores, esto como una violación clara al derecho al
mínimo vital, contrastando lo rentable de la producción de cultivos ilícitos y cultivos ilícitos,
este grupo poblacional que se sostiene gracias a lo bondadoso del suelo fértil de nuestro
país en zonas sin estado y no por la acción del mismo, pero de estas bondades solo se
logra sobrevivir, así que para lograr un mínimo de progreso, el factor económico más
rentable de los cultivos de uso ilícito juega un papel determinante para decidir tomar el
camino de la ilegalidad.

«En contraste, según cifras de la Gran Encuesta Integrada de Hogares del Departamento
Administrativo Nacional de Estadísticas, Dane, para el 2014, los hogares dedicados a actividades
agrícolas y pecuarias en zonas rurales del país tienen un ingreso mensual derivado de la producción
de alrededor de $302 mil, neto de gastos. Si se restringe el análisis a los departamentos de Colombia
con mayores extensiones de cultivos de coca, el ingreso neto mensual de los productores
agropecuarios baja a $265 mil. Es decir, el 43% del salario mínimo mensual para el 2014 y el 62% de
lo que podría obtener este hogar si dedicara su tierra a la siembra de coca.»

Ya con estos datos se puede notar que resulta significativa la diferencia de ingresos,
diferencia que determina factores educativos, de salud u otros ámbitos que la familia
campesina debe adelantar.
Es importante también, por último traer una parte de lo acordado entre el Gobierno Nacional
y las FARC-EP, en cuanto al punto cuatro sobre la Solución al Problema de las Drogas
Ilícitas, y los programas de sustitución voluntaria que materializan lo acordado.

«Que este compromiso de sustitución voluntaria de las comunidades es un factor fundamental para el
logro de los objetivos, para lo cual se tendrán en cuenta los principios de integración a la Reforma
Rural Integral, la construcción conjunta, participativa y concertada, el enfoque diferencial de acuerdo
con las condiciones de cada territorio, el respeto y aplicación de los principios y las normas de estado
social de derecho y convivencia ciudadana y la sustitución voluntaria.»

A nuestro parecer el fragmento citado es fuente fundamental de la obligatoriedad de respeto


a los derechos del campesinado por parte del estado históricamente criminalizador, le
otorga también una importante responsabilidad a los cultivadores de acogerse de forma
voluntaria y total al acuerdo de sustitución de cultivos, el cual ellos mismos redactarán, lo
que le otorga a estos programas garantías de cumplimiento obligatorio para las partes
firmantes en ellos, y así, un ambiente propicio para el éxito de estos programas en el marco
de un posconflicto el cual, aunque difícil, tiene vocación de perdurar y ser el nuevo futuro
para Colombia.

Lo que hemos logrado visibilizar es el incumplimiento y la falta de garantías para la


sustitución voluntaria, los problemas de presupuesto del gobierno nacional para cumplir con
lo acordado, y la amenaza latente en la que viven los campesinos por parte de la fuerza
pública - única presencia estatal en los territorios apartados de la Colombia rural- y los
grupos armados ilegales- disidencias casi paramilitares, o guerrillas fuera de los acuerdos-
condiciones nada propicias para el avance en punto cuarto del acuerdo final al que se llegó
en las negociaciones de La Habana entre gobierno colombiano y las Farc - EP, la constante
violación de derechos fundamentales, el terrorismo de estado, la instrumentalización del
campesinado, las paupérrimas condiciones de servicios públicos, la inexistencia de políticas
reales de inclusión al mercado y economía nacional convierten a Tumaco en un polvorín
para la reactivación del conflicto y el problema de cultivos ilícitos, amenazando con llevar de
nuevo al municipio a una época en la que llegó a ser un bastión de la ilegalidad, y la
desaparición casi total del poder estatal.

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