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"EL SERVICIO AMOROSO Y DESINTERESADO QUE HACEMOS A LOS DEMÁS ES EL CAMINO MÁS
CORTO, MÁS SEGURO Y MÁS GOZOSO QUE CONDUCE A DIOS"
Generalmente y sabiendo que los hechos más importantes de nuestra vida vienen
“programados” y aceptados por nosotros mismos antes de renacer, son pocas las veces
que a lo largo de la vida nos esforzamos consciente y voluntariamente para crear algo
nuevo en nuestra vida. Desde que nacemos, basándonos en todo lo que nos rodea y
según sean las relaciones y experiencias que hayamos tenido, nos habituamos a pensar, a
sentir y a expresarnos de una manera automática y monótona. Esto es crear nuestra
propia “realidad”, y mientras sigamos actuando así crearemos las mismas circunstancias
y pensaremos y sentiremos igual que siempre, condicionándonos a nosotros mismos una
y otra vez por medio de esa repetitiva forma de vivir. Tenemos la mala costumbre de
implicarnos en los problemas y hacerlos más grandes por el hecho de pensar en ellos y de
sentir sus emociones como respuesta. Para dejar este hábito hay que pensar más allá de
las circunstancias de siempre, hay que vivir en una nueva línea de tiempo y, sobretodo, ir
más allá de nuestros habituales sentimientos y emociones; así podremos idealizar un
nuevo Yo.
La forma en que hemos llegado a ser como somos es más o menos así: Si todo lo
que hemos conseguido ser (forma de pensar, de emociones y deseos, hábitos, etc.)
gracias a las experiencias y a las circunstancias que hemos vivido, lo tenemos en el
cerebro a modo de base de datos, significa que ante cualquier estímulo o impacto externo
siempre vamos a responder de la misma manera porque estaremos activando las mismas
redes y agrupaciones de neuronas. Así es que, podríamos decir que lo interno se refleja y
crea lo externo (mismas respuestas y expresiones ante los mismos hechos, problemas y
circunstancias) y lo externo siempre recibirá la misma respuesta de lo guardado en lo
interno impulsándonos a actuar según lo conocido. Por consiguiente, podríamos decir
que son los recuerdos y lo guardado en el cerebro lo que nos “recuerda” que debemos
expresarnos y que debemos actuar de la misma forma. Lo que tenemos en ese
procesador llamado cerebro representa quiénes creemos ser en relación al mundo que
nos rodea, sobre todo porque nos identificamos con él. Es por esto que podríamos
asegurar que en cada momento estamos creando las mismas circunstancias del pasado,
y que cada mañana nuestro cerebro se conecta a su realidad para crear el mismo estado
de conciencia de forma automática.
Sabemos que un hecho externo puede estimular una emoción y ésta, a su vez, un
pensamiento, pero la base de las expresiones y de las actuaciones del hombre es el
pensamiento; por tanto, es la mente la que nos ha creado tal y como creemos ser. Si cada
vez que pensamos seguimos activando automáticamente las mismas células nerviosas,
nada cambiará en nuestra base de datos ni en nuestra personalidad porque estamos
configurando constantemente al cerebro de esa forma. El resultado de todo esto es que
los mismos sentimientos y emociones se han compenetrado tanto con la forma de
pensar que han creado una identidad que rechaza totalmente cualquier cambio que el
hombre quiera hacer.
Cualquier aspirante espiritual sabe que no es fácil cambiar esta identidad y que para
cambiarla debe hacerse desde adentro. Cuando nuestra manera de sentir y de ver lo que
llega a nosotros, se convierte en nuestra manera de pensar, es muy difícil que cambiemos
esos esquemas o “programas” del cerebro. Por tanto, cambiar es pensar de una forma
diferente a la de cómo nos sentimos normalmente, es ir más allá de los sentimientos y
emociones que nos dominan y que hacen que nos comportemos de una forma casi
automática. Generalmente, estamos condicionados por hechos que quedaron
especialmente grabados, un acto que nos acomplejó puede volver a repetirse y
acomplejarnos cada vez más según se presenten otras circunstancias iguales o similares.
Cada vez que se presenta una circunstancia donde nos podamos acomplejarnos, es fácil
que lo hagamos, porque esa experiencia del pasado tiene una gran carga emocional que
hará que se activen en el cerebro las mismas conexiones y secuencias. Esto, a su vez,
consolida más aún esos circuitos de neuronas haciendo que la persona piense igual que
lo hizo en otras ocasiones, originándose así, otra vez, las mismas emociones
relacionadas con el complejo gracias a las sustancias químicas del cerebro y del cuerpo.
Cuando ocurre esto, la mente queda en un segundo plano, como dormida, mientras
que es el cuerpo el que actúa de acuerdo a las emociones memorizadas, es decir, que el
90 % de la mente subconsciente es la que dirige la actividad con sus programas
automáticos respondiendo a cualquier pensamiento casual o estímulo fortuito. Está claro
que si queremos ser conscientes de lo que pensamos y sentimos debemos olvidar todos
esos arquetipos mentales y emocionales automáticos para crear nuevas pautas que
trasformen los circuitos y agrupaciones del cerebro. Basándonos en quiénes queremos
ser, debemos entrenar al cuerpo desde una nueva mente y un nuevo enfoque para que
trabajen al unísono. Cuando una persona lleva años pensando que es de tal o de cual
forma, es como decir que ha creado tantas sustancias químicas sobre ese sentimiento o
esa emoción que los receptores de las células adaptan y procesan cada vez mejor esa
expresión del carácter. Cuando comenzamos a crear un defecto, aún involuntariamente,
puede ser que, al darnos cuenta, nos sintamos molestos con nosotros mismos, (por
ejemplo, ser irascible) pero si no ponemos medios, el cuerpo emocional continuará
creando las sustancias correspondientes a las emociones que, según lo que percibamos
en cualquier momento, sean estimuladas por el pensamiento en el cerebro. Si esto no se
evita, llega un momento en que el cuerpo se adapta tanto que actúa automáticamente
ante cualquier hecho que no esté de acuerdo con el carácter que hemos creado,
manifestando así cada vez más la irascibilidad. Está claro que para cortar radicalmente
esta cadena o secuencia es necesario usar la voluntad y la mente de una forma
consciente, así se dejarán de crear las moléculas emocionales que alimentan a las
células.
Cuando uno crea un mal hábito, vicio o defecto y lo practica tan a menudo que los
sentimientos o las emociones actúan tan automáticamente que parecen el Yo, la mente
se debilita y actúa cada vez menos. Esto significa que cada vez que recordamos
emocionalmente lo que registramos en el pasado, estamos viviendo en ese pasado. Por
eso se dice que el hombre se apega a los deseos y a las emociones y que le cuesta
mucho crear un mejor futuro. Inconscientemente nos hacemos unos adictos de lo
conocido y experimentado (pasado) porque nuestro cuerpo se ha habituado a lo fácil y
cómodo, y por eso mismo no le gusta que le obliguen a expresarse de otra forma. Así es
que, si estamos recordando siempre las mismas emociones (hechos del pasado) es difícil
que originemos causas nuevas.
Francisco Nieto
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