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UN SACERDOTE
CANDIDATO A DIPUTADO
Reflexiones a las comunidades cristianas sobre
la candidatura a diputado del padre Guido Lebret
Estimados cristianos:
Don Manuel Larraín siempre decía que el Obispo
"no debe hablar para agradar a los hombres sino para
decirles lo que Dios quiere". Inspirado en ese pensa-
miento y como Obispo de la Iglesia, sucesor de los Após-
toles, les escribo esta carta que tiene un tema muy
concreto: la candidatura a diputado del padre Guido
Lebret, sacerdote de Talca, para las próximas elecciones
parlamentarias, levantada por el Mapu.
De antemano deseo expresar que apruebo y ad-
miro su trabajo en el mundo obrero y de la prostitución,
y estoy contento que un sacerdote así se comprometa por
los más pobres y abandonados.
No está en juego ni su trabajo como sacerdote, ni
su persona, ni su labor en el mundo de la emancipación
de la mujer. Es un hombre cristiano y consecuente con
sus ideas.
1. Antecedentes
a) El hecho concreto
Guido Lebret ha aceptado ser candidato por el Ma-
pu en tas próximas elecciones. Lo ha resuelto sin con-
sultar previamente ni a su Obispo, ni al Consejo de sa-
cerdotes, al cual pertenece. Lo ha resuelto porque esti-
ma que es una opción personal y porque su partido po-
lítico se lo ha pedido.
El padre Guido Lebret milita en las filas del Mapu
y simpatiza en líneas generales con el socialismo.
Piensa que en un sistema capitalista jamás será so-
lucionada la compraventa de la mujer para las casas
de prostitución, porque es un fruto de este sistema trans-
formar al hombre o a la mujer en objeto. Cree que lu-
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chanelo por un sistema socialista está en mejores condi-
ciones para tener éxito en su trabajo.
Le he escrito, hemos dialogado cordialmentc, ex-
• presándole mi parecer totalmente opuesto a esta can-
didatura. He consultado al Consejo de sacerdotes de la
diócesis y todos, con excepción de uno —D. Sergio To-
rres—, opinan como yo.
He consultado a los Obispos de Chile, para ser
fiel a los acuerdos de la Iglesia Católica en el último
Sínodo de 1971, y su parecer unánime es que el padre
Guido Lebret no debe ser candidato a parlamentario.
He oído la opinión de muchos cristianos, de reli-
giosas, de otros sacerdotes, y en su inmensa mayoría
opinan igual que los Obispos de Chile y que el Conse-
jo de sacerdotes.
El padre Lebret ha resulto seguir con su candidatura,
por estimar que su postulación política es más importante
que toda esta corriente de pensamiento.
Es un hecho que va más allá de una participación
política partidista en un sindicato o en una municipa-
lidad, pues adquiere un carácter de dimensión nacional.
b) La palabra de los Obispos
Los Obispos han expresado claramente su parecer
en estas materias. Haré referencia sólo a dos documentos.
El año pasado escribí que la neutralidad en mate-
ria política concreta es una ficción o una ilusión y todos,
sacerdotes y cristianos, diciéndolo o no, tenemos nues-
tros pareceres personales, que son legítimos. Y agrega-
ba: "Al sacerdote, por sobre la opción política, se le
pide que sea siempre testigo de la unidad en la comuni-
dad cristiana para que su misión sacerdotal no sea una
verdad ambigua. No puede ser un sectario o fanático
de la política. Es testigo de un solo Absoluto, Dios y el
Evangelio. Un sacerdote no debe olvidar que el com-
promiso político inmediato le corresponde por prioridad
a los laicos" (22 de junio 1971).
Y el Sínodo de los Obispos, celebrado en Roma en
septiembre del año pasado, declaró: "En aquellas cir-
cunstancias en que se presentan legítimamente diversas
opciones políticas, sociales o económicas, los sacerdotes,
como todos los ciudadanos, tienen el derecho a asumir
sus propias opciones, pero como las opciones políticas son
contingentes por naturaleza y no expresan nunca total,
adecuada y perennemente el Evangelio, el sacerdote, tes-
tigo de las cosas futuras, debe mantener cierta distanciu
de cualquier cargo o empeño político".
EN RESUMEN: doctrinalmente la opción política,
por un partido- determinado, del padre Lebret, es legí-
tima. En el terreno abstracto de los principios tiene de-
recho a ella, como otros sacerdotes a otra. Pero además
del aspecto doctrinal hay otro que es pastoral y existen-
cial: la conveniencia o no de que un sacerdote aquí en
Chile y ahora, con esta realidad eclesial y esta situa-
ción concreta, en 1972, acepte postular a un sillón par-
lamentario.
II. Reflexionando sobre estos hechos
El país ha entrado desde hace muchos años en una
peligrosa pendiente de politización que ya va adquirien-
do caracteres dramáticos. Vivimos hoy día una peligrosa
inversión. El poder se ha transformado en meta última:
conquistar y tener el poder es para muchos la única o
casi la única finalidad.
Al poder están condicionadas la justicia, la verdad
y la fraternidad. Vivimos, tal vez sin pensarlo, en un
marcado sectarismo en que sólo se escucha a quien pien-
sa como nosotros. Se da por descontado que "los otros"
no tienen ninguna parte de verdad.
Esta realidad va creando un clima de violencia y de
odio que todos sentimos y sufrimos. Los muertos en el
camino dejan de ser personas, son números que sirven
y se utilizan en la batalla por el poder.
Cada cual se justifica en los errores de los "otros"
para salvar sus propios errores.
Vivimos en la idolatría del poder, que se expresa
en la idolatría de la política. En nombre de los pobres
todos hablan y los contabilizan en su tienda política.
Pero al final los utilizan, y los pobres son, como de
costumbre, los grandes perdedores.
La Iglesia y los cristianos que trabajan en política
también sufren el impacto de esta idolatría y la inver-
sión de los valores que hacen girar todo hacia ia meta
del poder.
Los sacerdotes, cada vez en mayor número, anhelan
este poder y trabajan en política partidista.
Esta razón explica en buena parte la debilidad de
la unión de los cristianos entre sí y el desquiciamiento
del rol de la autoridad en la Iglesia.
Es fácil constatar una creciente atomización de la
Iglesia en pequeños grupos, en que las decisiones se
toman sólo a nivel de la conciencia individual.
En este contexto global aparece una nueva expre-
sión de "clericalismo" más sutil y peligrosa. Como todo
"clericalismo", consigue ahora una disminución del lai-
cado en la lucha por el poder político y hace que los
sacerdotes asuman, con demasiada ligereza, lo que co-
rresponde por prioridad a los laicos.
¿Cuál es el problema de fondo?
Lo dicho muestra aspectos de una situación que tie-
ne carácter mundial y que toca a lo más íntimo de la
vida de todo hombre, sea éste creyente o no.
Más que un problema puramente político, o de au-
toridad, o de una crisis que podríamos situar en la esfera
de lo doctrinal, son todas las dimensiones de la vida las
que han estallado: las que tratan de las relaciones de los
hombres entre sí, y las que se refieren a su intimidad per-
sonal. Asistimos a la turbulencia de un cambio o revolu-
ción integral.
El problema de fondo está en las reales motivacio-
nes de la vida: es decir en torno a quién y a qué se cons-
truye la vida. Desde aquí brotan los problemas y la cri-

sis antes señalados. Se trata de construir la vida per-
sonal y actuar en el mundo como el Señor Jesús lo pro-
pone y la Iglesia lo predica, o seguir por caminos que el
hombre se construye y que nosotros llamamos idolatría.
Nosotros hemos recibido en Jesucristo un camino
para conquistar Ja plenitud de la vida humana. El Men-
saje Evangélico nos ha entregado herramientas para ge-
nerar y construir verdadera vida entre los hombres. Aho-
ra bien, muchos de nosotros por mediocridad, confusión,
falsos anhelos, hemos desdibujado el Evangeiio y hoy
estamos lejos de ser signos de la vida que el Señor nos
prometió.
Es la hora de una profunda reedificación.
III. Mi opinión sobre la candidatura del
Padre Lebret
Algo previo:
Toda institución, humana o divina, del orden que
sea, tiene sus orientaciones y sus jefes —buenos o ma-
los—, muchas veces limitados; pero ninguna organiza-
ción puede mantenerse y crecer en la anarquía, en el
caos, o en la libre y exclusiva determinación de cada
cual.
Todos ustedes pertenecen a una familia y a una o
más instituciones y saben que se requiere en ellas un
mínimum de autoridad y respeto.
En la Iglesia, los Obispos han sido colocados por
el Señor para orientar y hacer crecer la comunidad cris-
tiana.
La autoridad del Obispo es un servicio y, gracias a
Dios, este servicio del obispo es muy frágil y muy débil.
Es frágil y es débil porque no está basado en el poder,
no puede estar basado en el temor o la imposición. Toda
la autoridad de un Obispo descansa en elementos frá-
giles, en la fe, en el amor. Son realidades frágiles, pero
fuertes para quien tiene fe y para quien busca vivir en el
amor.
Pensando en la cuenta que he de rendir a Dios al
final de mi vida, he llegado a la conclusión que debo
insistir a Guido Lebret para que no acepte la candida-
tura a diputado; es el resultado, según me parece, del
análisis de los hechos, de las orientaciones de la Iglesia
y de las reflexiones que siguen:
a) Existe un clima de pasión política tal, hoy en
Chile, que tanto los hombres de gobierno como de la
oposición buscan partidarios que les den adhesión abso-
luta a sus ideas, clasifican a todos y piensan, equivoca-
damente, que quien no participa plenamente en la lucha
ni acepta a fardo cerrado sus planteamientos, es un trai-
dor. Nunca como hoy se le exige a un candidato estar
comprometido absolutamente. Y esto, que de por sí es
difícil para un cristiano, con mayor razón lo será para
un sacerdote. Nunca podrá presentarse como "aséptico"
o inofensivo; no se hará distinción entre la función sacer-
dotal y la política, y por lo mismo esto afectará su mi-
sión sacerdotal; casi necesariamente el político suplanta-
rá al sacerdote.
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b) Y todo esto viene de algo más fundamental:
Los seres humanos somos distintos, pero tenemos
una igualdad fundamental. Con cualidades diferentes, es-
tamos al servicio de una misma vocación: construir la
vida en el amor, la médula del mensaje de Jesús.
Hay caminos y llamados diferentes para vivir la
vocación fundamental, y por eso Cristo nos dice que
"en la casa del Padre hay muchas moradas".
—La vocación sacerdotal hace que alguien elija su
servicio a los hombres haciendo resaltar de un modo
especial los procedimientos del Evangelio y en una imita-
ción más íntima de Cristo, que lo lleva a usar los mismos
medios que El usó; el Señor sirvió más a las personas
que a las estructuras, y para ello sus medios fueron po-
bres: la cruz, la verdad, la humildad, la sencillez, la mi-
sericordia, la universalidad, más que nada en el amor
entendido y vivido en forma gratuita.
No se trata, como alguien podría entenderlo, de que
el ideal del sacerdote sea el de ser un ente abstracto, "es-
piritual", elevado por encima de todos, que no se man-
cha las manos con nada sucio. Ya esa concepción del
sacerdote pasó a ser sólo un recuerdo del pasado.
El sacerdote es un hombre normal, interesado por
los problemas de su país, seguramente con opciones po-
líticas personales, sufriendo las inquietudes y tristezas de
todos. Es un hombre encarnado en la vida, con los pies
en la tierra que conoce los verdaderos problemas.
—La vocación política también es vocación de amor
y de servicio, pero se orienta principalmente más al ser-
vicio de las estructuras que de l;ts personas. Así entonces,
se fija más en los cambios externos, para lo cual nece-
sita autoridad.
La verdadera autoridad se basa en el amor; pero
es escasa la autoridad verdadera, y con demasiada fre-
cuencia la autoridad se degenera y se identifica con algo
distinto: EL PODER. Jesucristo tenia autoridad, tenía
la fuerza del amor, pero nunca quiso ni tuvo el poder.
(Es indispensable una reflexión más profunda sobre
el tema del poder, que puede abarcar la totalidad de sus
aspectos. Sería muy iluminadora para hoy, y puede pres-
tarnos muchos servicios. Pero al menos hay que esbozar
algunas ideas).
El poder da capacidad de imponer a los hombres
lo que no quieren, en virtud de una necesidad de orden.
El poder da capacidad de oponerse a una aspiración
a la libertad, y el Evangelio es un llamado a la libertad,
no amparado por la fuerza. El poder capacita incluso
para oponerse a la justicia: y aún, mantener injusticias
para lograr algo de justicia. Y por eso mancha y ensu-
cia las manos porque atenta contra ta justicia y la li-
bertad de los hombres. Entonces corrompe y lleva al
"juego" o a la "combinación", en el sentido peyorativo
de la palabra. La ambición por la conquista y el ejer-
cicio del poder hace entrar en un juego de rivalidades y
conflictos personales. En estas condiciones, el poder hace
entrar en el juego de la corrupción. ¿No es éste un mal
que corroe profundamente a Chile?
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Conviene insistir: autoridad no es lo mismo que
poder. Por eso, un cristiano debe honestamente buscar
la autoridad, y trabajar en política partidista hoy día es
un deber. Es una forma de mostrar cómo la autoridad,
en un sentido evangélico, es eficaz para realizar el bien
común. Pero al mismo tiempo debe tener en cuenta los
riesgos del poder. El sacerdote, hombre cristiano, tiene
limitaciones: debe reconocer que aparece como el re-
presentante visible de Jesucristo para todos, y que difí-
cilmente se comprenderán las razones que justifiquen
su liderazgo político partidista. Para el sacerdote la si-
iu:\ción se le plantea como un dilema: o elige su sacer-
docio, o elige el camino del liderazgo político, con el
riesgo que implica el poder.
El sacerdote no ha sido llamado ni formado para
trabajar en planes de política partidista. La política
es una ciencia y una técnica; no es sano ni prudente
entrar en ella sin preparación.
Aún más, la presentación de Guido Lebrel como
candidato a diputado plantea los siguientes interrogantes:
o quiere competir para ayudar electoramente a su par-
tido, o bien para ser elegido y ejercer su mandato: en
el primer caso se capitaliza su prestigio de sacerdote,
como una fuerza de presión ilegítima; y en el segundo
caso, sus capacidades serán absorbidas por lo político.
Así hay dos opiniones que se presentan, y que se
ven incompatibles. Por lo demás, la larga experiencia de
la Iglesia muestra que en el caso de sacerdotes que han
entrado en la lucha política, el sacerdocio ha pasado a
segundo plano.
c) Las circunstancias presentes de Chile exigen a
los cristianos, y especialmente a los sacerdotes, el ser
muy lúcidos y fíeles al estilo de vida y de acción que
nos muestra Cristo en el Evangelio. El servicio a los
más postergados y débiles difícilmente se va a mejorar
entrando al terreno de la violencia partidista, riesgo
obligado para quien ingrese, desde cualquier sector, a
la lucha política. El Evangelio plantea un camino no
violento, distinto a la pasividad. Este camino exige li-
bertad, apertura, coraje, imaginación, creatividad, y una
entrega total a Cristo y su Iglesia.
En cierta ocasión, el presidente Kubitschek quería
dar la alcaldía de la ciudad de Brasilia, recién fundada,
al conocido Obispo Don Helder Cámara. A ese ofre-
cimiento é! contestó: "Sr. Presidente, ahora como Obis-
po hablo con usted como un igual habla a un igual; sien-
do alcalde de Brasilia, tendría que hablarle como un
subordinado habla a su superior". La sabiduría cristiana
de esta reflexión, que Don Helder encontraba válida en
Brasil, no lo es para Chile también hoy?
d) En conclusión: debo ser claro. No apruebo, y
claramente expreso mi disconformidad, con esta candi-
datura parlamentaria; pero tampoco quiero condenar al
padre Lebret.
Recuerdo a Monseñor Larraín: "No me ungieron
las manos, el día que fui consagrado Obispo, para con-
denar, sino para bendecir".
Pido a los cristianos que dejen esta actitud al jui-
cio del Señor, y pienso en lo dicho por Gamaliel en un
episodio que nos cuentan los Hechos de los Apóstoles:
"Si fuese cosa de hombres, este plan o esta obra se di-
solverá; pero si es cosa de Dios, no lograréis disolverlos;
y no vayáis a encontraros con que estáis en lucha contra
Dios". (Hechos 5, 38-39).
Ruego a las comunidades cristianas de Talca estu-
diar, rezar y hacerme llegar su parecer. He escrito en
conciencia lo que pienso; estoy dispuesto a oír y re-
visas mis posiciones.
Talca, 12 de septiembre de 1972.
Carlos González C.
Obispo de Talca