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GUÍA DE

PREVENCIÓN
DE ABUSO
SEXUAL EN
NIÑAS, NIÑOS
Y
ADOLESCENTES

DIRIGIDO A:
CATEQUISTAS
INTRODUCCIÓN

Durante el Simposio Internacional de Catequética celebrado el 14 de julio del


2017en la Universidad Católica Argentina, el Papa Francisco manifestó lo siguiente:
“Gracias catequistas por lo que hacen, pero sobre todo porque caminan con el
Pueblo de Dios. Los animo a que sean alegres mensajeros, custodios del bien y la
belleza que resplandecen en la vida fiel del discípulo misionero".

A la luz de las palabras del Papa, es preciso comprender desde la perspectiva


catequética el tema de abuso sexual en niñas, niños y adolescentes. Es deber de la
Iglesia cooperar ante situaciones de abusos sexuales cometidos por un clérigo, así
como también en casos de abusos cometidos por religiosos, religiosas, laicos y laicas
que trabajan en instituciones eclesiásticas.
Un clérigo que ha abusado sexualmente de un menor de edad puede ser sancionado
a través de dos procesos: el eclesial, por medio del que se puede llegar a aplicar
incluso la dimisión del estado clerical, o el del Estado, por el que se pueden imponer
algunas penas como la privación de libertad en diferentes grados.
La normativa canónica sobre los abusos sexuales (can. 1395 § 2 del CIC) sanciona
tal conducta sólo cuando el delito es cometido por un clérigo (Obispo, sacerdote,
diácono).
No obstante esta limitación, cualquier persona que tenga una función en la Iglesia
puede ser removida del cargo por causas graves (can. 193 § 1). Esto es aplicable a los
laicos que hayan cometido un abuso en el ejercicio de las funciones propias del oficio
eclesiástico.
La ley moral y otras leyes, consideran el abuso sexual como uno de los delitos de
mayor gravedad y ello puede resultar en varias formas de "acción disciplinar”, como
la destitución del cargo o función de esa persona en la Iglesia. Para lograr la unidad
y la armonía de la persona es importante, desde luego, educar y disciplinar sus propias
tendencias caracteriales, intelectuales, emocionales, etc., para favorecer el
crecimiento, y seguir un programa de vida ordenado; es decisivo profundizar y aferrar
que el principio y la fuente de la identidad del catequista, es la persona de Cristo Jesús.

La presente guía brinda ideas claras sobre la problemática del abuso sexual así como
también pretende direccionar el trabajo pastoral del catequista para que la formación
sacramental de sus catequizandos se realice en ambientes seguros bajo los parámetros que
establece para esta vocación el Catecismo de la Iglesia Católica.
Finalmente se sugiere la aplicación de una ruta de acción en el caso de detectar un presunto
caso de abuso sexual dentro de la tarea pastoral.
Como creyentes sabemos que frente a esta realidad debemos buscar un cambio. Por
tanto, motivo a las y los catequistas a buscar el cambio interno antes de pedir el
externo, sabiendo que nuestro servicio impacta a través del ejemplo y no sólo a base
de palabras. Siendo la oración el alimento espiritual del cristiano, te invito querido
/ da catequista a invocar la presencia del Espíritu Santo para que derrame sus dones
en nosotros y podamos con esta herramienta servir de mejor manera a la niñez y la
juventud que nos ha sido confiada.

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¡Oh Espíritu Santo!, llena de nuevo mi alma con la abundancia de tus
dones y frutos. Haz que yo sepa, con el don de Sabiduría, tener este gusto
por las cosas de Dios que me haga apartar de las terrenas.

Que sepa, con el don del Entendimiento, ver con fe viva la importancia y
la belleza de la verdad cristiana.

Que, con el don del Consejo, ponga los medios más conducentes para
santificarme, perseverar y salvarme.

Que el don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la


confesión de la fe y en el camino de la salvación.

Que sepa con el don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el


mal, lo falso de lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del
mundo y del pecado.

Que, con el don de Piedad, ame a Dios como Padre, le sirva con
fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.

Finalmente, que, con el don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y


veneración por los mandamientos de Dios, cuidando de no ofenderle
jamás con el pecado.

Lléname, sobre todo, de tu amor divino; que sea el móvil de toda mi vida
espiritual; que, lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al menos
con mi ejemplo, la belleza de tu doctrina, la bondad de tus preceptos y
la dulzura de tu amor. Amén.

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ÍNDICE DE CONTENIDOS

CAPÍTULO 1
INFANCIA Y ABUSO SEXUAL ............................................ 5
Infancia .......................................................................... 5
Abuso sexual ................................................................. 8

CAPÍTULO 2
CAMINO DE PREVENCIÓN, DIRECTRICES DEL CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA PARA CATEQUISTAS .............. 17
Espiritualidad del Catequista ....................................... 18
Rol del Catequista ...................................................... 20
Formación del Catequista .......................................... 22

CAPÍTULO 3
PAUTAS PARA CREAR UN AMBIENTE SEGURO EN LA
CATEQUESIS ................................................................... 25
La seguridad empieza por el catequista ....................... 25
Catequista sin salud mental, factor de riesgo en la
catequesis ...................................................................... 27
Actitud del catequista frente a una situación de abuso
sexual ............................................................................. 29

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CAPÍTULO 1
INFANCIA Y ABUSO SEXUAL

INFANCIA
A lo largo del tiempo ha ido cambiando la forma en cómo se piensa y en cómo se
trata a los niños. Si bien estas diferentes formas de comprensión no han sido
necesariamente postuladas como teorías, sino sólo como pautas, creencias, refranes,
siempre existieron ideas implícitas que fueron acompañando los diversos períodos
históricos, dando lugar a prácticas y estilos de crianza, con diversas actitudes y
posiciones de los adultos en relación a la niñez (Tenorio, 1999).
Las ideas que originaron los Derechos del Niño (1989) son relativamente recientes.
Es por ello que resulta importante considerar el aporte de disciplinas como la
historia y antropología, ambas pioneras en el estudio trans-cultural y trans-histórico
en lo que concierne a la infancia, niñez y adolescencia en su contexto.
Antes de lo que se podría pensar hoy acerca de la niñez y su desarrollo esperable,
resulta relevante conocer sobre cómo ha sido la situación de la infancia a lo largo de
la historia, lo cual no dejará de sorprendernos.
El infanticidio, por ejemplo, no se consideraba crimen hasta el siglo IV de nuestra
era y no fue perseguido legalmente hasta bien entrado el siglo XV. Cuando comenzó
a ser un delito penado, aumentaron notablemente los “accidentes” en los que
perecían los menores. Esto causó un problema tal que en el imperio austro –
húngaro se hizo una ley que prohibía expresamente compartir cama con menores
de dos años.
En el reino de Prusia, se dictó una ley similar prohibiendo la misma práctica hasta la
edad de cinco años. Estas leyes pretendían limitar el número de muertes por

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aplastamiento, motivo aducido con frecuencia en casos de infanticidio. Si el hijo no
era deseado y no se le mataba, se le exponía en la puerta de la casa o en alguno de
los basurales para que fuese adoptado por alguien en el mejor de los casos o bien
muriese por abandono. Esto era común y aceptado en la Roma Imperial hasta su
caída.
Una estadística de la ciudad de París del año 1762, da cuenta de 21.000 nacimientos
en dicho año. De estos bebés, 17.000 habían sido enviados al mundo rural para ser
criados allí por madres sustitutas y nodrizas; entre 2.000 y 3.000 bebés fueron a
albergues pagos en los suburbios. Otros 700 eran entregados a una nodriza radicada
dentro de la casa de los padres y sólo 700 eran criados por su propia madre
(Badinter, 2010).
En el año 1874, una mujer norteamericana denunció que Mary Wilson, de 8 años, a
cargo de padres sustitutos, era castigada a diario y dormía en la caseta del perro.
Como la ley prohibía interferir en la autoridad de los padres, sólo a través de la
Sociedad para la Protección de Animales, que sí contemplaba el maltrato animal, se
logró llevar a la cárcel a la madrastra (Diario La Nación, 1995).
La vulnerabilidad infantil como un tema referido a la infancia aparece recién en el
siglo XVIII dando lugar al desarrollo de diversos sistemas pedagógicos y al
establecimiento de espacios comunes donde los niños pudieran asistir. Al mismo
tiempo va desapareciendo gradualmente el aprendizaje de oficios típico hasta ese
momento, para ir instalándose la idea de la escuela generalizada, es decir la escuela
a donde los alumnos asisten para aprender, institución que se consolidará en el siglo
XIX. Cobra importancia en este contexto el grupo de pares y cómo la enseñanza
empieza a estar separada del mundo de la producción.
Desde este punto de vista, puede pensarse que existen una serie de prejuicios que
dificultan acceder al mundo infantil y pensar la niñez de una manera diferente (Alice
Miller, 1985). Entre ellos, cabe destacar:
“EL MITO DE QUE LOS NIÑOS SON FELICES”. POR LO TANTO, LOS NIÑOS NO PUEDEN
ESTAR MAL O DEPRIMIRSE

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La realidad es que la infancia es un mundo tan real como el mundo del adulto, con
sus tristezas y alegrías. No es un mundo ideal. Los niños tienen las mismas
emociones que los adultos, sienten tristeza, miedo, angustia o ansiedad. Los niños sí
se pueden deprimir como tantos estudios sobre el tema lo han demostrado. La
diferencia es que los niños se expresan de modo diferente, no utilizan tanto el
lenguaje verbal sino que se expresan a través del juego, de dibujos o bien a través
del lenguaje pre verbal (gestos, expresiones, miradas).
“EL MITO DE QUE LOS PADRES HACEN CON SUS HIJOS LO MEJOR PARA ELLOS”

Casi siempre los padres intentan hacer con sus hijos lo mejor para ellos, pero no hay
que darlo por supuesto. Los niños como ya se ha descripto, han sido objeto de
abandono y maltrato. Hace relativamente muy poco tiempo que el niño ha pasado
de ser objeto de ley a sujeto de ley.

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Es importante comprender que para que un padre o madre trate mal a sus hijos no
depende tanto de su carácter o de su temperamento como del hecho de que él mismo
recibió malos tratos en su infancia y no fue protegido, ni le dieron lugar a que se
defendiera o se expresara. Las personas que han podido desarrollarse en un entorno
afectuoso y empático, o quienes a pesar de no haberlo tenido, más tarde crearon en
su interior un objeto empático, podrán abrirse más fácilmente al sufrimiento ajeno
sin minimizarlo o negarlo. Podrán comprender el dolor del otro sin tener que
sostener el mito de que en la infancia todo está siempre bien, es decir, el mito de la
infancia feliz (Miller, 1985).
En muchas ocasiones, mantener reprimidos los sufrimientos de la propia infancia
genera falta de empatía. Resulta difícil comprender y compadecerse de los
sentimientos de otra persona, y especialmente los de un niño, si no analizamos una
parte de nuestros propios sufrimientos. Para poder conectarse con el dolor del otro,
debemos primero reconocer nuestras propias heridas y de esta manera poder
intentar ser sanadores de la herida del otro.
Sólo si comprendemos en primer lugar las características y las condiciones de vida
de la sociedad a la que pertenecen tanto los adultos como los niños, y el tipo de
cultura que cada sociedad produce, nos será posible entender el lugar que ocupan
los niños en la familia y en la comunidad. De las condiciones de vida y de la cultura
correspondiente dependerá el número de hijos por familia, las tareas y
responsabilidades exigidas a los niños, el tipo de formación moral y práctica que se
les da, los objetos a sus disposición, el equilibrio o desequilibrio entre juego y
trabajo, su separación o no del mundo de los adultos, la educación de género, la
promoción o no de la escolaridad. Es decir, que no existe un modelo de niño
universal, ni de la relación niño adulto, de la misma manera que históricamente no
ha existido un único sistema de creencias y actitudes frente a los niños, que
supusiera una idea universal de niño. Existen sociedades con diferentes sistemas de
producción y de organización de la vida, con diferentes culturas, que dan lugar a
sistemas de ideas parentales sobre cómo son los niños, cómo se los debe tratar, y
qué esperar de ellos (Tenorio 1999).
Es importante desde esta perspectiva entender cuáles son las ideas de los padres
sobre los niños ya que no se puede descalificar de entrada sus creencias culturales
tradicionales o híbridas, sino que se les debe ayudar a cambiar sus ideas implícitas,
construyendo con ellos nuevos conceptos y prácticas relativos al trato de los niños,
al aprendizaje infantil, la autoridad, y la función del juego y la educación.

ABUSO SEXUAL
El abuso sexual de menores es un abuso a tres niveles: es un abuso sexual, un abuso
de poder y un abuso de confianza.
El abuso sexual de un menor consiste en un contacto sexual entre un adulto y un
menor. Sin embargo, un adolescente de 16 o 17 años también puede abusar
sexualmente de un menor si es cinco años mayor que la víctima. Este acto de

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violencia sexual puede ser con o sin contacto. Un acto sexual "con contacto" se
refiere a cualquier forma de tocar como, por ejemplo, tocar de manera sexual
algunas partes del cuerpo por encima o debajo de la ropa, la masturbación o la
penetración. Un acto sexual "sin contacto" se refiere a un abuso sin tocar al menor,
por ejemplo, forzar a un niño a ver pornografía, el voyeurismo o el exhibicionismo.
Mostrar claramente la intención de abusar debe ser considerado un abuso a todos
los efectos, debido al miedo que esto provoca sobre la víctima. En especial, si el
menor ya ha sido abusado previamente, la amenaza de abuso mediante ciertos
gestos o palabras produce una revictimización.
El abuso sexual es una transgresión a nivel sexual, que golpea a la persona muy
íntimamente en su ser. El cuerpo de una persona va unido a la creación de su
identidad. Tiene su propia sabiduría y genera significado. Obviamente confluyen
elementos personales y culturales en la creación de sentido, pero el cuerpo también
produce significado: uno es mujer o varón, alto o bajo, sano o enfermo. El abuso
sexual perjudica los significados positivos del cuerpo. Las víctimas cuentan que tras
la transgresión se sienten manchadas, sucias, y en consecuencia, se avergüenzan y
se sienten indignas.
En términos legales, el abuso sexual se ha definido como violencia sexual. Esto es
importante porque hace evidente que un abuso por incesto no puede tratarse sólo
dentro de la familia ya que los actos de violencia son objeto del derecho. Las
personas que proceden de forma violenta actúan contra la ley y cometen un delito.
El abuso sexual se trata, efectivamente, de un delito.
El abuso sexual es una violación de los límites físicos de una persona y, por lo tanto,
es siempre un acto de violencia. La violencia no sólo se refiere a la fuerza física, sino
a cualquier acto con poder destructivo. En un acto de violencia, una persona es
lastimada por otra que tiene el poder de hacerlo. El abuso sexual es, por tanto, un
acto de violencia ya que se ocasiona daño a una persona como consecuencia de que
otra utilice su poder de forma destructiva.

EL ABUSO SEXUAL ES UN ABUSO DE PODER

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Como ‘poder‘ entendemos la habilidad de determinar o influenciar el
comportamiento de otra persona, incluso sus pensamientos y sentimientos. El poder
no es necesariamente algo negativo. En cambio, en el abuso sexual si lo es porque el
adulto abusa de su poder para dominar al menor u obtener una gratificación sexual
en contra de su voluntad. El adulto utiliza la autoridad para manipular o forzar al
menor a condescender en los actos sexuales, los cuales no está en grado de
comprender plenamente o de aceptar libremente. El adulto es más alto, más grande,
más maduro y/o tiene una superioridad en el plano intelectual que le facilita obtener
lo que desea. Este desequilibrio de poder es un criterio clave para definir el abuso
sexual. Otro elemento es que el poder se usa de forma inadmisible, ya que no se
reconoce la dignidad humana de la vícima. La víctima, de hecho, depende por lo
general del abusador, de ahí que no le quede otra alternativa que someterse. El
abuso de poder hace que las víctimas se sientan completamente impotentes y que a
menudo porten consigo esa sensación durante mucho tiempo.
Aparte de tener un poder similar al de padres o maestros, los sacerdotes tienen
además un poder ‘sacro‘, lo que complica todavía más las consecuencias del abuso
ya que la dimensión espiritual se ve comprometida a un nivel más profundo. Los
sacerdotes tienen el poder de ejercer el ministerio sacramental – la Eucaristía y la
confesión – y se cree que están más cerca de Dios que las personas no ordenadas. Se
suelen considerar los representantes de Cristo en la tierra. En consecuencia, si ellos
comenten un abuso, la fe y la espiritualidad se ven profundamente afectadas.

EL ABUSO SEXUAL ES UN ABUSO DE CONFIANZA

En términos generales, el abuso sexual lo cometen personas a las que la víctima


conoce y en quienes confía. El abuso intrafamiliar es con diferencia la forma de
abuso sexual más común. Muchas víctimas son abusadas por alguien de su propia

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casa. Esto lo hace más difícil, puesto que no tienen un lugar donde esconderse. El
hogar se vuelve el lugar más peligroso del mundo para ellas.
Otros son abusados por figuras de autoridad como profesores, encargados de
grupos juveniles o entrenadores deportivos. Todos ellos entran en el círculo de
personas de confianza y por ello los padres les dejan a sus hijos de buena fe. Sin
embargo, esta confianza se ve traicionada.
Las cosas se vuelven más complejas cuando el abusador es un sacerdote, puesto que
debería ser la persona de confianza por excelencia. Cuando el párroco muestra una
mayor atención por un niño, los padres se sienten honrados y dejan confiadamente
a su hijo con él. De ahí que no sólo el menor, sino también otros miembros de la
familia, se sientan traicionados por el abuso.
Un segundo tipo de abuso de confianza puede ocurrir cuando un menor denuncia el
abuso, pero no se le cree. El niño abusado hablará del abuso solamente con quien
tiene confianza o en quien piensa que puede confiar o que lo creerá. Si tras la
denuncia sólo percibe incredulidad, su confianza se ve traicionada de nuevo. La
traición puede causar un fuerte estrés emocional y hacer que la víctima se vuelva
muy reacia a confiar en otras personas en el futuro.

DEFINICIÓN DE NIÑO, ADOLESCENTE, PERSONA VULNERABLE Y MENOR

Habrá notado que, al hablar de las víctimas de abuso sexual, utilizamos tres términos
diversos: abuso sexual de niños, abuso sexual de menores y abuso sexual de
personas vulnerables. Se define ‘niño‘ como aquel dentro del periodo que va desde
el nacimiento hasta el crecimiento pleno. El crecimiento no se refiere sólo al aspecto
biológico, sino también a la madurez psicológica y ética. Los adultos son capaces de
tomar decisiones informadas y son responsables de sus acciones. Están en grado de
cuidarse y de afrontar los desafíos de la vida. En cambio, los niños dependen de los
adultos responsables de cuidar de ellos. De hecho, los adultos los alimentan y los
visten, los protegen, les enseñan modales y deciden —consultándoles o no— a qué
escuela irán o en qué emplearán el tiempo.
Pero, ¿dónde se establece el límite? ¿Cuándo se hace adulta la persona? A nivel
psicológico y ético, depende en parte del desarrollo personal del individuo. Sin
embargo, cada país debe definir legalmente el paso a la edad adulta o a la llamada
‘edad de la madurez‘. En muchos lugares, una persona es legalmente adulta a los 18
años. En Derecho Canónico, la ley de la Iglesia católica, se define como ‘niño‘ a una
persona menor de 18 años. Desde una perspectiva psicológica, es necesario
distinguir entre ‘niño‘ y ‘adolescente‘. Los adolescentes son vulnerables al abuso de
una forma distinta que los niños. La adolescencia se considera una transición entre
la niñez y la edad adulta y va aproximadamente de los 13 a los 18 años. Es un tiempo
en el que se producen muchos cambios a nivel biológico, sexual, espiritual y
psicológico. Un ‘menor‘ es un niño o adolescente de menos de 18 años, pero también
una persona con discapacidades cognitivas. Aunque tenga 18 años, puede que no sea
capaz de tomar decisiones informadas sobre aspectos importantes y que, por ello,

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no se le pueda considerar plenamente responsable de sus elecciones y actos.
Depende de otros para tener una vida cotidiana. En estudios y documentos
internacionales la noción de ‘vulnerabilidad‘ se suele utilizar en el sentido más
amplio: ser fácilmente herido o dañado física, mental, espiritual o psicológicamente.
La edad, la discapacidad, la pobreza o el riesgo de abuso hacen que las personas
vulnerables no puedan cuidar de sí mismas o protegerse contra el daño o la
explotación. Las personas bajo cuidados médicos o terapéuticos también suelen
entrar en la definición de vulnerables. No obstante, nosotros utilizamos el término
de ‘personas vulnerables‘ en el sentido de personas mayores de 18 años con
desórdenes mentales o cognitivos (según el código de Derecho Canónico canon 99:
quien carece habitualmente de uso de razón). La noción de adulto vulnerable incluye
también a los ancianos con demencia.
Para los objetivos de este programa, consideramos a los menores en el sentido
global del término. Es decir, abarcando a los niños, adolescentes y adultos
vulnerables en la medida en que sean cognitiva y mentalmente discapacitados.

LA NOCIÓN DE CONSENTIMIENTO INFORMADO Y SUS IMPLICACIONES


El consentimiento informado significa que una persona con una madurez suficiente
entra en una relación de tipo sexual intencional y conscientemente. La edad de
consentimiento para una relación sexual varia de un país a otro y va de los 15 y a los
18 años (Haugaard, 2000). Es muy importante subrayar que, en el caso de los
menores, dar el consentimiento no equivale a ausencia de abuso. La mayoría de
países han establecido que incluso si el menor da el consentimiento para una
relación sexual, tal consentimiento no es válido si la relación no es con otro menor
de la misma edad. Esto se debe a la falta de plena madurez (Abel, Becker, &
Cunningham-Rathner, 1984; Finkelhor, 1979). Antes se asumía que un menor de 18
años (o de 21 en algunos países) no está en grado de dar un consentimiento para
una relación sexual. Posteriormente, se pusó en cuestión ese punto. En algunos
países, la edad para el consentimiento a la actividad sexual se redujo gravemente
hasta los 14 años. Agunos de los argumentos para reducir la edad se refieren al
hecho de que un menor podría tener la capacidad de dar un consentimiento
informado antes de los 18 años y que estas decisiones pueden ser racionales y libres
(Abel et al., 1984). Además, el debate sobre el consentimiento es recurrente y
particularmente difícil de discernir, especialmente en casos en los que no hay
coerción, como afirman Abel et al. (1984):
“La mayoría de edad implica que, a cierta edad, un individuo ha adquirido la
inteligencia, el raciocinio y las habilidades para entender y tener una cierta
experiencia de la vida para tomar decisiones en el mejor de sus beneficios. El
concepto de consentimiento variable implica que bajo ciertas condiciones un niño
puede, si ha satisfecho los requisitos necesarios, ser capaz de dar el consentimiento
antes de alcanzar la mayoría de edad. Cuando un adulto utiliza la fuerza o las
amenazas para provocar la conformidad del menor con la actividad sexual, está
claro que no ha habido consentimiento. No queda tan claro cuando el adulto y el niño
participan en actividades sexuales en las que la coerción no es manifiesta.”

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Por lo tanto, podemos observar que la noción de consentimiento es más que una
cuestión legal. Es también una cuestión ética de la que debe ocuparse la sociedad en
su conjunto. Abel et al. (1984), continuando con el trabajo de Finkelhor (1979),
consideran cuatro elementos principales que hacen imposible que un niño dé el
consentimiento para una relación sexual con un adulto:
“El consentimiento informado presenta cuatro problemas principales: (1) que el
niño comprenda sobre qué da su consentimiento, (2) que el niño sea consciente de
las conductas sexuales aceptadas en su comunidad, (3) que el menor reconozca las
posibles consecuencias de su decisión y (4) que el menor y el adulto estén en
igualdad de poder de forma que ningún tipo de coerción pueda influenciar la
decisión del niño.” (Traducción propia, p. 94).
Estos cuatro elementos permiten evaluar si la relación sexual con un niño es inmoral
o intrínsecamente mala y, por lo tanto, abusiva. Un niño, incluso si se ha desarrollado
de forma precoz, no tendrá nunca una comprensión sobre la sexualidad igual a la de
un adulto y, por tanto, su consentimiento es imposible. Además, como un niño no
puede comprender todas las implicaciones de los estándares morales establecidos
en su sociedad, el consentimiento es imposible. Al no ser capaz de sopesar las
consecuencias del propio consentimiento a una relación sexual, el consentimiento
es imposible. Y por ultimo, como siempre habrá un desequilibrio de poder entre el
niño y el adulto, el consentimiento es imposible. Teniendo en cuenta lo anterior, el
consentimiento de un menor a una relación sexual con una persona adulta debe ser
siempre considerado como imposible.

NATURALEZA Y CATEGORÍAS DE ACTOS ABUSIVOS


El abuso sexual de un menor es una realidad multidimensional y va, como se ha
dicho con antelación, desde el abuso sexual sin contacto al abuso sexual con contacto
(Finkelhor, 1986). Sin embargo, es importante recordar también que la violencia
sexual es parte de la violencia y del maltrato que muchos menores todavía padecen
en el mundo actual (Manly, 2005). La violencia abarca cualquier forma de violencia
doméstica como la negligencia, el matrato, el castigo físico, el acoso o la violencia
psicológica. También es parte de formas de violencia hacia los menores más
sistémicas como la pobreza, la guerra, la esclavitud, la explotación sexual o la cultura
de abuso (Efraine, 2004; Jewkes, 2004; Richter, Dawes, & Higson-Smith, 2004;
Richter & Higson-Smith, 2004).
En este programa el abuso sexual de menores será afrontado tanto desde una
dimensión individual como sistémica. Ahora nos concentraremos en el nivel
individual del abuso sexual de menores y, en consecuencia, sobre los actos de los
abusadores.
Una acción se considera un acto de abuso sexual cuando la intención y objetivo es la
excitación y satisfacción sexual de quien comete el abuso. Puede consistir en ejercer
el acto sobre el menor u obligarlo a ejercer el acto sobre el abusador o sobre otra
persona o víctima. Finkelhor divide estos actos en actos con o sin contacto. Nosotros
añadimos a éstos también los actos con o sin penetración u otras formas de parafilia.

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a) Actos sin contacto: esta primera categoría de actos sexualmente abusivos puede
ser difícil de identificar puesto que no se da un contacto físico. Sin embargo, como
ya se ha visto, es esencial determinar si la intención de la persona que desarrolla el
acto es alcanzar la excitación y la satisfacción sexual. Por ello, los actos sexualmente
abusivos sin contacto incluyen el exhibicionismo, el voyerismo, el fetichismo o la
pornografía infantil.
b) Actos con contacto pero sin penetración: esta segunda categoría de actos
sexualmente abusivos incluyen aquellos que implican un contacto físico entre la
víctima y el abusador, pero sin una penetración sexual. Son actos como frotarse,
palpar, abusar en el ámbito del cuidado, la masturbación, el cunnilingus o el
annilingus.
c) Actos con contacto y penetración: esta tercera categoría de actos sexualmente
abusivos se refiere a un acto con contacto que incluye una penetración del cuerpo
de otra persona. Dicha penetración puede ser oral, vaginal o anal. Puede ser parcial
o total, terminar en orgasmo o no, realizarse con el pene, con otra parte del cuerpo
o con un objeto. Estos actos incluyen la felación, la penetración sexual o la sodomía.
d) Otras formas de actos sexuales abusivos: existen otras formas de abuso sexual
que son consideradas abuso cuando se realizan sobre un menor como las prácticas
sadomasoquistas, los juegos de simulación o el travestismo, el uso de pornografía,
la producción de pornografía infantil o juvenil y la explotación de un niño a través
de la prostitución sexual.

MEDIOS PARA EL CONTROL


Para abusar de su víctima, el abusador sexual necesita asegurar el control sobre el
menor, lo que puede conseguir a través de diferentes medios. A continuación, se
indican los más comunes, pero la lista no es exhaustiva:
a) La autoridad: el abusador ejerce una forma de autoridad sobre el menor y tiene
control sobre el mismo, como uno de los padres, en caso de incesto (padre, madre,
hermanos, hermanas, abuelos, tíos, primos, padrastros, madrastras, padres
adoptivos, padrinos, madrinas) (Maddock & Larson, 1995). La autoridad también se
puede ejercer por delegación de una función educativa, como en el caso de un
maestro de escuela, un entrenador deportivo, un profesor de música, un animador
de un campamento de verano, un educador, un chófer de transporte escolar, un
ministro del culto o un agente de pastoral. O bien al desarrollar un trabajo en el
ámbito del cuidado como es el caso de los médicos de familia, doctores, trabajadores
sociales, psicólogos o psiquiatras (Gonsiorek, 1995). Se subraya que en el caso de
abuso sexual infantil, en virtud de la naturaleza misma del ser adulto, ello suele
bastar para obtener el control dado el desequilibrio de poder entre el cuerpo del
niño y del adulto. El ser adulto confiere una forma de poder natural sobre el niño.
Además, debido a la estructura patriarcal de muchas sociedades, los adultos varones
encarnan una especie de figura de autoridad "natural" que les otorga un mayor
poder sobre los menores (Shooter, 2012).

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b) La explotación de la fragilidad o debilidad: se da cuando una persona tiene
una forma de autoridad, conocimiento, posición o posesión que puede aprovechar
para obtener favores sexuales de un menor. Por ejemplo, el responsable de un
dispensario farmacéutico de una misión puede pedir favores sexuales a un menor
que viene para obtener una medicina para su madre. El menor no tiene dinero y la
persona que dirige la farmacia solicita un favor sexual a cambio de la medicina. Esto
es una explotación de la fragilidad del niño y de su pobreza (Richter et al., 2004). O
también, piénsese en el caso de una persona que asiste a un menor incapacitado y
se aprovecha de su discapacidad para obtener un placer sexual. El uso de alcohol y
drogas es asimismo un tipo de explotación con el fin de obtener control sobre un
menor.
c) Las amenazas, violencia, coacción y chantaje: la persona que abusa de un
menor puede ejercer diferentes formas de presión para imponer su poder a nivel
psicológico, físico o incluso espiritual. Puede hacerlo amenazando al menor con
sufrir graves consecuencias en caso de negarse a obedecer. Por ejemplo, un padre
amenaza a su hijo con matar o herir a su madre, un hermano, su animal favorito o al
propio niño. El abusador puede también utilizar violencia y coacción física para
ejercer el abuso, como tapar la boca del menor con una mano o hacerle daño para
que se sienta indefenso. Un sacerdote, por ejemplo, puede amenazar al niño con un
castigo o maldición divina en caso de negativa.
d) El ‘grooming’ y la seducción: quien quiere abusar de un menor lo seducirá, lo
tratará de forma amable, le dará privilegios, regalos o atenciones particulares. Por
ejemplo, hará que el niño se sienta especial: « ¡papá tiene una hijita especial!» o «tú
no eres como el otro». El abusador está aisla a la víctima al hacerla sentir especial y
diferente al resto, lo que le facilita cometer el abuso. Esta situación de privilegio hace
que se sienta obligada a aceptar.
e) La sorpresa: un abusador puede utilizar el factor sorpresa para abusar, por
ejemplo si durante un juego hace algo de improviso que provoca que el menor se
sienta incómodo. Por ejemplo, un padre que juega a la lucha con su hijo y durante el
combate le toca los genitales.

LAS CONSECUENCIAS SOBRE LA VÍCTIMA: FÍSICAS, PSICOLÓGICAS, SOCIALES Y


ESPIRITUALES
Si bien estos aspectos se tratarán de forma más extensa en las próximas unidades
de aprendizaje, ahora que estamos definiendo los términos es importante señalar
que el abuso sexual de un menor tiene un impacto sobre el niño a distintos niveles
(Oddone Paolucci et al., 2001).
a) Consecuencias físicas: se refieren al cuerpo de la persona, su fisiología e
integridad. El abuso sexual de los menores, especialmente en edad precoz, puede
tener consecuencias terribles sobre el cuerpo del niño y llevar a enfermedades
crónicas, enfermedades venéreas, esterilidad, daños en los genitales y en la zona
anal, etc. El abuso sexual infantil se ha relacionado también con problemas de abuso

15
de sustancias, obesidad y otros desórdenes alimentarios (Gustafson & Sarwer, 2004;
Rohdea et al., 2008) – e, incluso, a algunas formas de cáncer (Klein, 2003).
b) Consecuencias psicológicas: se refieren a la salud mental de la persona. La
dimensión traumática del abuso sexual afecta a la persona a diversos niveles de la
salud mental, daña su relación consigo mismo y con los demás, provocando
desempoderamiento, inseguridad, baja autoestima, pensamientos y tentativas de
suicidio y muchas otras formas de trastornos de ansiedad y dificultades (Briere &
Elliott, 2003).
c) Consecuencias a nivel emocional: forma asimismo parte de la salud mental de
la persona, pero se refiere en particular a la percepción, integración y relación de la
víctima con el mundo. El abuso puede generar una confusión emocional. Por
ejemplo, puede causar una gran tristeza, llevar a una profunda desesperación o a un
sentido permanente de inadecuación y no pertenencia a este mundo, o a tener miedo
constante de los demás. Estas son emociones fuertes que se entrecruzan con los
sentimientos y que pueden conducir a una persona a la depresión, trastornos de
ansiedad y otras psicopatologías.
d) Consecuencias sociales: dadas las consecuencias psicológicas y físicas del abuso
sexual, una persona puede tener dificultades a la hora de relacionarse con los demás,
con la persona amada, las parejas sexuales e incluso los compañeros de trabajo o los
empleadores (Davis & Petretic-Jackson, 2000).
e) Consecuencias espirituales: habiendo experimentado impotencia, una persona
se puede sentir distante de sus recursos espirituales, especialmente cuando el abuso
es perpetrado por una figura de autoridad y, en particular, una figura religiosa de
autoridad (Crisp, 2007; McLaughlin, 1994; Shooter, 2012). Esto tiene un grave
efecto sobre el sentido de pertenencia y el empoderamiento del niño. La víctima
puede perder la confianza en la bondad del mundo, en Dios, y ser incapaz de
imaginar su propio futuro, lo cual es una dimensión importante de la experiencia
espiritual y religiosa (escatología).

16
CAPÍTULO 2
CAMINO DE PREVENCIÓN, DIRECTRICES DEL
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA PARA
CATEQUISTAS

En el largo camino evangelizador que la Iglesia ha recorrido, los catequistas han


tenido siempre un papel de primera importancia. Como justamente afirma la
Encíclica Redemptoris Missio, ellos son "insustituibles evangelizadores y
propagadores de la fe y de la Iglesia (AG 17).
Dado su rol en la Iglesia es necesario que el catequista tenga una profunda
espiritualidad, es decir, que viva en el Espíritu que le ayude a renovarse
continuamente en su identidad específica.

ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA

17
La necesidad de una espiritualidad propia del catequista se deriva de su vocación y
misión. Por eso, la espiritualidad del catequista entraña, con nueva y especial
exigencia, una llamada a la santidad. La feliz expresión del Sumo Pontífice Juan Pablo
II: "el verdadero misionero es el santo" puede aplicarse ciertamente al catequista.
Como todo fiel, el catequista "está llamado a la santidad y a la misión", es decir, a
realizar su propia vocación "con el fervor de los santos".
La espiritualidad del catequista está ligada estrechamente a su condición de
"cristiano" y de "laico", hecho partícipe, en su propia medida, del oficio profético,
sacerdotal y real de Cristo. La condición propia del laico es secular, con el "deber
específico, cada uno según su propia condición, de animar y perfeccionar el orden
temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en
la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas
seculares".
Cuando el catequista está casado, la vida matrimonial forma parte de su
espiritualidad. Como afirma justamente el Papa: "Los catequistas casados tienen la
obligación de testimoniar con coherencia el valor cristiano del matrimonio, viviendo
el sacramento en plena fidelidad y educando con responsabilidad a sus hijos". Esta
espiritualidad correspondiente al matrimonio puede tener un impacto favorable y
característico en la misma actividad del catequista, y este tratará de asociar a la
esposa y a los hijos en su servicio, de manera que toda la familia llegue a ser una
célula de irradiación apostólica.
La espiritualidad del catequista está vinculada también a su vocación apostólica y,
por consiguiente, se expresa en algunas actitudes determinantes que son: la
apertura a la Palabra, es decir, a Dios, a la Iglesia y por consiguiente, al mundo; la
autenticidad de vida; el celo misionero y el espíritu mariano.
- Apertura a Dios Uno y Trino, que está presente en lo más íntimo de la persona y
da un sentido a toda su vida: convicciones, criterios, escala de valores, decisiones,
relaciones, comportamientos, etc. El catequista debe dejarse atraer a la esfera del
Padre que comunica la Palabra; de Cristo, Verbo Encarnado, que pronuncia todas y
solo las Palabras que oye al Padre (cf. Jn 8,26; 12,49); del Espíritu Santo que ilumina
la mente para hacer comprender toda la Palabra y caldea el corazón para amarla y
ponerla fielmente en práctica (Cf. Jn 16,12-14).
- Apertura a la Iglesia, de la cual el catequista es miembro vivo que contribuye a
construirla y por la cual es enviado. A la Iglesia ha sido encomendada la Palabra para
que la conserve fielmente, profundice en ella con la asistencia del Espíritu Santo y la
proclame a todos los hombres.
Esta Iglesia, como Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, exige del catequista un
sentido profundo de pertenencia y de responsabilidad por ser miembro vivo y activo
de ella; como sacramento universal de salvación, ella le pide que se empeñe en vivir
su misterio y gracia multiforme para enriquecerse con ellos y llegar a ser signo
visible en la comunidad de los hermanos. El servicio del catequista no es nunca un
acto individual o aislado, sino siempre profundamente eclesial.

18
El sentido de apertura al mundo caracteriza la espiritualidad del catequista en virtud
de la "caridad apostólica", la misma de Jesús, Buen Pastor, que vino para "reunir en
uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). El catequista ha de ser,
pues, el hombre de la caridad que se acerca a los hermanos para anunciarles que Dios
los ama y los salva, junto con toda la familia de los hombres.
La tarea del catequista compromete toda su persona. Ha de aparecer evidente que
que el catequista, antes de anunciar la Palabra, la hace suya y la vive. "El mundo exige
evangelizadores que hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan
familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible".
Lo que el catequista propone no ha de ser una ciencia meramente humana, ni
tampoco la suma de sus opiniones personales, sino el contenido de la fe de la Iglesia,
única en todo el mundo, que él ya vive, que ha experimentado y de la cual es testigo.
De aquí surge la necesidad de coherencia y autenticidad de vida en el catequista.
Antes de hacer catequesis, debe ser catequista. (La verdad de su vida es la nota
cualificante de su misión! (Qué disonancia habría si el catequista no viviera lo que
propone, y si hablara de un Dios que ha estudiado pero que le es poco familiar! El
catequista debe aplicarse a sí mismo lo que el evangelista Marcos dice con referencia
a la vocación de los apóstoles: "Instituyó Doce para que estuvieran con él, y para
enviarlos a predicar" (cf. Mc 3,14-15).
La autenticidad de vida se expresa a través de la oración, la experiencia de Dios, la
fidelidad a la acción del Espíritu Santo. Ello implica una intensidad y un orden
interior y exterior, aunque adaptándose a las distintas situaciones personales y
familiares de cada uno. Se puede objetar que el catequista, en cuanto laico, vive en
una realidad que no le permite estructurarse la vida espiritual como si fuera un
consagrado y que, por consiguiente, debe contentarse con un tono más modesto. En
todas las situaciones de la vida, tanto en el trabajo como en el ministerio, es posible,
para todos, sacerdotes, religiosos y laicos, alcanzar una elevada comunión con Dios
y un ritmo de oración ordenada y verdadera; no sólo esto, sino también crearse
espacios de silencio para entrar más profundamente en la contemplación del
Invisible. Cuanto más verdadera e intensa sea su vida espiritual, tanto más evidente
será su testimonio y más eficaz su actividad.
El catequista deberá ser, pues, el sembrador de la alegría y de la esperanza pascual,
que son dones del Espíritu. En efecto "El don más precioso que la Iglesia puede
ofrecer al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el de formar cristianos firmes
en lo esencial y humildemente felices en su fe".
Además, el catequista ha de procurar mantener la convicción interior del pastor que
"va tras la oveja descarriada hasta que la encuentra" (Lc 15.4); o de la mujer que
"busca con cuidado la dracma perdida hasta que la encuentra" (Lc 15,8). Es una
convicción que engendra celo apostólico: "Me he hecho todo a todos para salvar a
toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio" (1Co 9,22-23; cf. 2Co
12,15); "(ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16). Estos apremios
interiores de Pablo podrán ayudar al catequista a acrecentar en sí mismo el celo
como corresponde a su vocación especial, y también a su voluntad de responder a

19
ella y le impulsarán a colaborar activamente en el anuncio de Cristo y en la
construcción y al crecimiento de la comunidad eclesial.

PERFIL DEL CATEQUISTA

El servicio del Catequista se ofrece a toda clase de personas, sea cual fuere la
categoría a la que pertenecen: jóvenes y adultos, hombres y mujeres, estudiantes y
trabajadores, sanos y enfermos, católicos, hermanos separados y no bautizados. Sin
embargo, no es lo mismo ser catequista de catecúmenos que se preparan a recibir el
bautismo, o responsable de una aldea de cristianos con el cometido de seguir las
distintas actividades pastorales, o ser Catequista encargado de enseñar el catecismo
en las escuelas, o preparar a los sacramentos, o serlo en un barrio de ciudad o en la
zona rural.
Por lo tanto, concretamente, todo catequista deberá promover el conocimiento y la
comunión entre los miembros de la comunidad, cuidar de las personas que le han sido
confiadas, y tratar de comprender sus necesidades particulares para poder las ayudar.
Desde este punto de vista, los catequistas se distinguen por tareas propias y por
preparación específica.
Esta situación, de hecho, sugiere que el catequista pueda conocer de antemano su
destino, y que se le introduzca a la categoría de personas a las que ha de servir.

20
En el vasto campo apostólico, el catequista está llamado a prestar especial cuidado
a los enfermos y ancianos, por su fragilidad física y psíquica que exige especial
solidaridad y asistencia.
Es tarea, preeminente de los laicos, llevar los valores del Evangelio al campo
económico, social y político. El catequista tiene una importante tarea propia y
característica en el sector de la promoción humana, del desarrollo y defensa de la
justicia. Al vivir en un mismo contexto social con los hermanos, es capaz de
comprender, interpretar y resolver las situaciones y los problemas a la luz del
Evangelio. Ha de saber, pues, estar en contacto con la gente, estimularla a tomar
conciencia de la realidad en que vive para mejorarla y, cuando sea necesario, ha de
tener el valor de hablar en nombre de los más débiles para defender sus derechos.
Por lo que se refiere a la acción, cuando es necesario realizar iniciativas de ayuda, el
catequista deberá actuar siempre con la comunidad, en un programa de conjunto,
bajo la guía de los Pastores.
En el ambiente donde realiza su actividad, el catequista ha de hacer lo posible por
establecer relaciones amistosas con los responsables de las otras confesiones, de
acuerdo con los Pastores y, si fuere necesario, en representación suya; ha de evitar que
se fomenten inútiles polémicas y concurrencia; debe ayudar a los fieles a vivir en
armonía y respeto con los cristianos no católicos, realizando plenamente y sin ningún
complejo, su identidad católica; y promueva el esfuerzo común de todos los que creen
en Dios, para ser "constructores de paz".
También en este punto conviene tener en cuenta las siguientes indicaciones
generales, con el fin de lograr un comportamiento homogéneo en todas las zonas de
misión, respetando las necesarias e inevitables diferencias.
- Algunos criterios se refieren a la persona del catequista: por principio absoluto
previo, como se acepte nunca a nadie que no tenga motivaciones serias, o que
solicite ser catequista porque no ha podido encontrar otra ocupación más honrosa
y rentable. En sentido positivo, los criterios deberán contemplar: la fe del candidato,
que se manifiesta en su piedad y en el estilo de vida diaria; su amor a la Iglesia y la
comunión con los Pastores; el espíritu apostólico y la apertura misionera; su amor a
los hermanos, con propensión al servicio generoso; su preparación intelectual
básica; buena reputación en la comunidad, y que tenga todas las potencialidades
humanas, morales y técnicas relacionadas con las funciones peculiares de un
catequista, como el dinamismo, la capacidad de buenas relaciones, etc.
- Otros criterios se refieren al acto de la selección: tratándose de un servicio eclesial,
la decisión incumbe al Pastor, generalmente al párroco. La comunidad se verá
implicada, necesariamente, en cuanto debe indicar y valorar el candidato. El Obispo,
a quien el párroco presentará los candidatos, también participará personalmente o
mediante su delegado, al menos en un momento sucesivo, para confirmar con su
autoridad la elección y, sucesivamente, para conferir la misión oficial.
- Existen criterios especiales de aceptación en centros o escuelas para catequistas:
además de los criterios generales que valen para todos, cada centro establece sus
propios criterios de aceptación de acuerdo con las características del centro mismo,

21
especialmente en lo referente a la preparación escolar básica que se exige, las
condiciones de participación, los programas de formación, etc.
Estas indicaciones generales deben especificarse concretamente in loco, sin omitir
ninguno de los campos indicados, precisándolos y completándolos, en base a lo que
requiere y permite cada situación.

FORMACIÓN DEL CATEQUISTA

Para que las comunidades eclesiales puedan contar con catequistas suficientes e
idóneos, además de una elección atenta, es indispensable proporcionar una
preparación de calidad.
El Magisterio de la Iglesia reclama continuamente y con convicción, la necesidad de
la preparación del catequista, porque cualquier actividad apostólica "que no se
apoye en personas verdaderamente formadas, está condenada al fracaso".
Es útil señalar que los documentos del Magisterio requieren para el catequista en
una formación global y especifica. Global, es decir, que abarque todas las
dimensiones de su personalidad, sin descuidar ninguna. Específica, es decir
ordenada al servicio peculiar que ha de llevar a cabo: anunciar la Palabra a los
distantes y a los cercanos, guiar a la comunidad, animar y, cuando sea necesario,
presidir el encuentro de oración, asistir a los hermanos en las diversas necesidades
espirituales y materiales. Todo esto lo confirmó el Papa Juan Pablo II: "Cuidar con
especial solicitud la calidad significa, pues, procurar con preferencia una formación
básica adecuada y una actualización constante. Se trata de una labor fundamental
para asegurar a la misión de la Iglesia, personal calificado, programas completos y

22
estructuras adecuadas, abrazando todas las dimensiones de la formación, de la
humana a la espiritual, doctrinal, apostólica y profesional".
Se trata, pues, de una formación exigente para el interesado y comprometedora para
los que deben cooperar en su realización. La CEP la confía como tarea de máxima
importancia hoy, al cuidado especial de los Ordinarios.
Unidad y armonía en la personalidad del catequista. Para realizar su vocación, los
catequistas - como todo fiel laico - "han de ser formados para vivir aquella unidad
con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de
la sociedad humana". No pueden existir niveles paralelos y diferentes en la vida del
catequista: el espiritual, con sus valores y exigencias; el secular con sus distintas
manifestaciones, y el apostólico con sus compromisos, etc.
Para lograr la unidad y la armonía de la persona es importante, desde luego, educar y
disciplinar sus propias tendencias caracteriales, intelectuales, emocionales, etc., para
favorecer el crecimiento, y seguir un programa de vida ordenado; es decisivo
profundizar y aferrar que el principio y la fuente de la identidad del catequista, es la
persona de Cristo Jesús.
El objeto esencial y primordial de la catequesis, como es bien sabido, es la persona
de Jesús de Nazareth, "Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14),
"el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Todo el "misterio de Cristo" (Ef 3,4),
"escondido desde siglos y generaciones" (Col 1,26), es el que debe ser revelado. Por
tanto, la preocupación del catequista deberá ser, precisamente, la de trasmitir, a
través de su enseñanza y comportamiento, la doctrina y la vida de Jesús. El ser y
actuar del catequista dependen, inseparablemente, del ser y el actuar de Cristo. La
unidad y la armonía del catequista se deben leer desde esa perspectiva
cristocéntrica y han de construirse en base a una "familiaridad profunda con Cristo
y con el Padre", en el Espíritu. Nunca se insistirá bastante en este punto, si se quiere
renovar la figura del catequista en este momento decisivo para la misión de la
Iglesia.
Desde la elección, es importante poner cuidado en que el candidato posea un
mínimo de cualidades humanas básicas, y muestre aptitud para un crecimiento
progresivo. El objetivo, en este ámbito, es que el catequista sea una persona
humanamente madura e idónea para una tarea responsable y comunitaria.
Por tanto, se deben tener en cuenta algunos aspectos determinados. Ante todo, la
esfera propiamente humana, con todo lo que ella implica: equilibro psico-físico,
buena salud, responsabilidad, honradez, dinamismo; ética profesional y familiar;
espíritu de sacrificio, de fortaleza, de perseverancia, etc. Además, la idoneidad para
desempeñar las funciones de catequista: facilidad de relaciones humanas, de diálogo
con las diversas creencias religiosas y con la propia cultura; idoneidad de
comunicación, disposición para colaborar; función de guía; serenidad de juicio;
comprensión y realismo; capacidad para consolar y de hacer recobrar la esperanza,
etc. En fin, algunas dotes características para afrontar situaciones o ambientes
particulares: ser artífices de paz; idóneos para el compromiso de promoción, de
desarrollo, de animación socio-cultural; sensibles a los problemas de la justicia, de
la salud, etc.

23
Estas cualidades humanas, educadas con una sana pedagogía, forman una
personalidad madura y completa, ideal para un catequista.
- Participación en la Eucaristía con regularidad y, donde es posible, cada día,
sosteniéndose con el "pan de vida" (Jn 6,34), para formar "un solo cuerpo" con los
hermanos (cf. 1Cor 10,17) y ofreciéndose a sí mismo al Padre, junto con el cuerpo y
la sangre del Señor.
- Liturgia vivida en sus distintas dimensiones, para crecer como persona y para
ayudar la comunidad.
- Rezo de una parte de la Liturgia de las Horas especialmente de Laudes y de
Vísperas, para unirse a la alabanza que la Iglesia ofrece al Padre "desde que sale el
sol hasta el ocaso" (Sal 113,3).
- Meditación diaria, especialmente sobre la Palabra de Dios, en actitud de
contemplación y de respuesta personal. Como la experiencia lo demuestra, la
meditación regular, así como la lectio divina, hecha también por los laicos, pone
orden en la vida y asegura un armonioso crecimiento espiritual.
- Oración personal, que alimente la comunión con Dios durante las ocupaciones
diarias, prestando especial atención a la piedad mariana.
- Frecuencia del Sacramento de la Penitencia para la purificación interior y el fervor
del espíritu.
- Participación en retiros espirituales, para la renovación personal y comunitaria.
- Merecen especial atención algunos temas que dan a la preparación intelectual del
catequista un mayor arraigo y actualización, como: la inculturación del Cristianismo
en una cultura determinada; la promoción humana y de la justicia en una especial
situación socio-económica; el conocimiento de la historia del país, de las prácticas
religiosas, del idioma, de los problemas y necesidades del ambiente al que ha sido
destinado el catequista.
- A estas indicaciones hay que añadir una exhortación a procurar los medios
necesarios para la formación intelectual de los catequistas. Entre éstos están, en
primer lugar, las escuelas de catequesis: y se revelan también muy eficaces los
cursos breves promovidos en las diócesis o en las parroquias, la instrucción
individual impartida por un sacerdote o un catequista experto; además, la
utilización de material didáctico. Es bueno que se dé importancia, en la formación
intelectual, a metodologías variadas y sencillas como las lecciones escolares, el
trabajo en grupo, el análisis de casos prácticos, las investigaciones y el estudio
individual.
Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el estudio para llegar a ser como
una lámpara que ilumina el camino de los hermanos (cf. Mt 5, 14-16). Para ello, debe
ser el primero en sentirse gozoso de su fe y de su esperanza (cf. Flp 3,1; Rm 12,12);
teniendo el sano criterio de proponer sólo los contenidos sólidos de la doctrina
eclesial en fidelidad al Magisterio; sin permitirse nunca perturbar las conciencias,
sobre todo de los jóvenes, con teorías "más propias para suscitar problemas inútiles
que para secundar el plan de Dios, fundado en la fe" (1Tm 1,4).

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En fin de cuentas, es deber del catequista unir en su persona la dimensión intelectual
y la espiritual. Ya que existe un único Maestro, el catequista debe de ser consciente
de que sólo el Señor Jesús enseña, mientras que él lo hace "en la medida en que es
su portavoz, permitiendo que Cristo enseñe por su boca".
La dimensión pastoral de la formación se refiere al ejercicio de la triple función:
profética, sacerdotal y real del laico bautizado. Por eso hay que iniciar al catequista
en su tarea: anuncio del Evangelio, catequesis, ayuda a los hermanos para que vivan
su fe y rindan culto a Dios, y presten los servicios pastorales en la comunidad.
En particular se asegure a los catequistas la preparación pastoral sacramental, de
manera que puedan ayudar a los fieles a comprender mejor el sentido religioso de
los signos y acercarse con confianza a estas fuentes perennes de vida sobrenatural.

CAPÍTULO 3

PAUTAS PARA CREAR UN AMBIENTE


SEGURO EN LA CATEQUESIS
LA SEGURIDAD EMPIEZA POR EL
CATEQUISTA

Sabemos que el valor es un bien pero que aún el bien debe estar jerarquizado, puesto que
hay valores que tienen más preponderancia que otros. Un catequista que estima más el arte
que la fe, se inclinará por el primero, en detrimento de la segunda. Por tanto, el catequista
debe trabajar tanto en la cantidad como en la calidad de valores, sin perder de vista su
jerarquía. Si el catequista se esfuerza en la adquisición de valores, será una mejor persona
que preserve la seguridad de sus catequizandos a todo nivel. A continuación se mencionan
tres factores para crear un ambiente seguro y libre de abuso sexual en la catequesis.

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Principios
En la toma de decisiones, el buen catequista no debe dejarse guiar por emociones, impulsos
o por gustos, sino por principios que son leyes que van a conducir sus actividades.
Hábitos
Los hábitos facilitan y realzan la labor del catequista. Buenos hábitos de orden, de aseo tanto
personales como en los materiales que usa y el espacio que ocupa; no se diga el hábito de la
puntualidad y de la responsabilidad. Estos hábitos que saltan a la vista estimulan de manera
sensible al educando por imitación.
Trato Social
El trato social en el catequista es básico. Deberá atender a quienes lo rodean, con gentileza,
con educación, con una cordialidad solícita. Su trato debe ser a la vez que agradable y
respetuoso, edificante y abierto. ¿Qué dirían los alumnos que oyen hablar a su catequista de
la dulzura de Jesús, si el educador se muestra, agrio, cortante, sombrío? ¿Cómo entender el
amor de Dios, si el catequista que lo está promulgando se muestra, impaciente, irónico y
pierde el control a cada paso? El catequista debe reflejar la alegría de saberse amado de Dios
y hacérselo sentir a sus educandos.

CATEQUISTA SIN SALUD MENTAL, FACTOR


DE RIESGO EN LA CATEQUESIS

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Detectar la existencia de conflictos no resueltos en la vida del catequista permite
prevenir la posibilidad de que sea el futuro abusador de los niños, niñas y
adolescentes que tiene a su cargo.
A continuación se presentan 12 rasgos comunes en los violadores, es preciso que el
catequista los analice y a manera de test pueda afirmar o no la necesidad de una
ayuda psicológica si se presentan estos síntomas.
1. No necesariamente tienen una personalidad extraña
No es la norma de que un posible violador deje fuerte evidencia de qué lo es debido
a su forma de ser huraña, a veces pasa, pero no es lo más común. En la gr4an mayoría
de las ocasiones, las agresiones sexuales son ejecutadas por sujetos que parecen
“normales” y que tiene relaciones afectivas comunes y una vida normal. Muchos de
ellos tienen incluso una pareja e hijos incluso, una vida muy convencional.
2. Tiene que ver con PODER, no con sexo
El objetivo real de una violación NO ES OBTENER gratificación sexual. La gran
mayoría de las personas que cometen una violación se sienten atraídas a la idea de
ejercer dominio, de obligar a que otras personas hagan algo en contra de su voluntad
y obedezcan al interés del agresor.
3. Sus víctimas tienden a ser las que consideran más débiles
Aunque no todas las veces su elección es la que ellos creen y su víctima resulta ser
más fuerte de lo que suponen; por lo general, quienes cometen agresiones sexuales
buscan personas que consideran físicamente más débiles que ellos o de las que
conocen puntos débiles de los que pueden sacar provecho y así tener poder sobre
ella.
4. Sentimientos de inferioridad y frustración
Puede que aunque no lo demuestren en su diario vivir, pero por lo general son
personas que tienen un elevado sentimiento de frustración e inferioridad. Pueden
parecer prepotentes y con fuertes deseos de imponerse y dominar a los demás, esos
deseos en algunas personas puede llegar a desencadenar una agresión sexual.
5. Poco empáticos
Por lo general el agresor sexual no puede, no le importa o elige no pensar en qué
supone la violación para la víctima, y es común que considere que la satisfacción de
su deseo de poder y sometimiento merece el sufrimiento de su víctima.
Esto se ve ratificado cuando en algunos casos, los violadores afirman que la víctima
deseaba mantener relaciones o que en fondo disfrutó de la situación.
6. No se anticipan a las consecuencias
Se ha observado que muchos agresores sexuales jamás proyectaron las
consecuencias que traería su acto. Esto refleja cierta dificultad a la hora de anticipar
las consecuencias de sus propios actos, sean éstas para sí mismos o para los demás.

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7. Posibles antecedentes de abusos o aprendizaje de una sexualidad coercitiva
Es posible que quien en su infancia haya sido víctima de abuso o testigos de abusos
hacia miembros de su familia. Esto provoca que puedan llegar a identificar la fuerza
como un modo normal de actuar, y que aunque sepan que socialmente está mal visto
puedan sentir el impulso de acometer el acto.
8. Creen que tienen derecho a cometer la agresión
En un buen número de casos, los agresores creen que tienen el derecho de cometer
las violaciones, esto pasa muchas veces por razones culturales. Con esto, se sabe que
las agresiones sexuales son más frecuentes en regiones donde se cree en la
superioridad del hombre ante la mujer, o que creen que sus necesidades están por
encima de las de ellas.
9. No es una discapacidad mental
Es probable encontrar que algunos trastornos de personalidad como el antisocial
pueden propiciar un acto de este tipo, además es cierto que se pueden haber casos
de violaciones cometidas por personas que estaban en estados psicóticos, maníacos
o perpetrados por alguien con discapacidad intelectual. Sin embargo, por lo general
los agresores sexuales son capaces de juzgar correctamente la situación y saben qué
están haciendo.
10. En su mayoría son plenamente imputables
Debido a que saben que lo que hacen no está nada bien, pues tienen plena conciencia
de sus actos, por lo general los violadores son judicialmente imputables, es decir,
capaces de hacerse responsables de su proceder.
11. Evaden responsabilidad
Una característica común en muchos casos en los que no se presenta una
enfermedad mental, es el intento de evadir su responsabilidad en el acto. Por ello
llegan a justificar su conducta con el uso de sustancias o pretender sufrir una
psicopatología para evadir el castigo.
12. Culpan a la víctima
Aunque parezca absurdo, es habitual que culpen a la víctima de sus actos, como si
ella lo hubiera provocado o seducido, como quien dice: “ella me incitó a hacerlo”; así
pretenden evitar el castigo.

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ACTITUD DEL CATEQUISTA, FRENTE A UNA
SITUACIÓN DE ABUSO SEXUAL

Dado el caso de que se presentara una situación de abuso sexual, el o la catequista puede
aplicar la ruta que UNICEF establece, esto permitirá dar una respuesta oportuna y evitar la
omisión.

1. Difunda los protocolos al interior del aula y enseñe a los catequizandos que el abuso
sexual no se tolera en la catequesis, que deben rechazar cualquier tipo de abuso y
que si esto ocurre lo deben informar inmediatamente.

2. Si sospecha de un caso de abuso sexual, active el protocolo. Recuerde que el abuso


sexual es un delito. La denuncia puede ser presentada por cualquier persona o
institución. Usted lo puede hacer directamente en la Fiscalía. Se sugiere seguir la
secuencia establecida por el Ministerio de Educación.

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Algunas condiciones que también se sugieren son:
Procurar que la Parroquia tome como prioritario prevenir el abuso sexual al interior de sus
campos pastorales. Debe quedar claro que no se tolera el abuso sexual y que un acto de este
tipo tiene consecuencias eclesiales y penales, porque es un delito.
La catequesis debe contar con instancias y-o profesionales que brinden apoyo y contención
emocional a catequizandos, como por ejemplo los Departamento de Consejería Estudiantil
– DECE en las Instituciones Educativas.
Se deben analizar perfiles psicológicos de los catequistas que sirven en la Parroquia.
Se debe fomentar la prevención, por ejemplo a través de educación sexual con un abordaje
de derechos y de acuerdo a la edad, y trabajar desde que los niños son pequeños. Los niños
deben saber que nadie puede tocarlos en sus partes íntimas y que sí alguien lo hace, lo deben
decir a una persona de confianza, puesto que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo.
Procurar que los espacios (baños, canchas) e infraestructura (iluminación) de la escuela
generen seguridad, privacidad pero también modos de supervisión.

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