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I. Introducción
No hay textos neutrales frente a la Historia. Toda práctica significante 1 se interco-
necta con la logosfera (contexto de los lenguajes en que se mueve, de los que se nutre,
cuyo[s] código[s] transgrede, etc.),2 con la estructura paragramátka del discurso lite-
rario y la intertextuaHdad.1 Los neólogos4 vallejianos irrumpen con fuerza inusitada en
medio de unos códigos poéticos afectados de esclerosis; subvierten toda una retórica
intencional altamente desemiotizada; y hacen de la lengua surreal-vanguardista una
semiosis5 revolucionaria cuyo ideolecto se convierte en una jerga escasamente cabalís-
tica pero de formidable transparencia ideológica. Las dicotomías taxonómicas entre lo
noético (lo conceptual) y lo patético (lo afectivo),6 o entre el momento heroico y el mo-
mento cínico,7 quedan neutralizados en ese lenguaje rupturista, nulamente acomoda-
ticio, polisémico y connotativo, origen de tantas incomprensiones o desvarios críticos.8
Si «la información temática de una obra literaria se encuentra casi siempre condicio-
nada por las líneas de fuerzas históricas e ideológicas que dominan el período en que
se inserta»,9 las relaciones entre el texto y la realidad no son isomórficas, de puro re-
14 S. Yurkievich (1984), p. U.
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los criptogramas colisionen con el sentido denotativo de una realidad poliédrica. La ima-
gen, esta vez, no vela la objetividad histórica sino que la asume y la ahonda desde el
otro lado del espejo. Este lenguaje terminativo prescinde de lo anecdótico. Por comple-
to ajeno a las psicofanías temporalistas schopenhauerianas (el tiempo ya no es una pro-
yección mental), descarta los anacronismos para ritualizar la contemporaneidad (y sus
múltiplos) en cuanto anonadamiento. De la duda escéptica, pasa a la verificación judi-
ciaria con la que sacralizar los mitos de la epopeya del pueblo. La conciencia totalizante
descarta, así, ciertas prácticas de la vanguardia (desde el azar objetivo al automatismo
o la caotización del mundo) al seleccionar una perspectiva mitopoyética con la que apre-
hender una causalidad que no precisa de arquetipos sino de estratos antropológicos en
nada concordes con la poética de lo fúnebre (relación fatal entre el hombre y el va-
lor).15 Razón tecnológica y razón políticaltí confluyen en su afirmación del carácter ra-
cional de la irracionalidad, contaminada, esta última, de la pregnancia apocalíptico-
homüética. En España..., Valiejo elabora sus definiciones hipnóticas como dictados que
se comportan como exhortos por estar codificados según la norma de una sen timen tali-
dad militante. Esta poesía-relato (prosificación de una lírica imprecatoria y tribunicia)
responde a las exigencias de todo discurso iconotrópico.17 Los tropismos vallejianos en
España... participan de la acumulación reiterativa (figuras retóricas de la tautología y
el pleonasmo) al ser la iteración el molde más indicado para que la redundancia marti-
llee sobre toda querencia escapista o decorativista. En lugar de una metafísica del tiem-
po elegiaco,18 Valiejo apuesta por la unidad dialéctica de sujeto y objeto pero sin in-
currir en la mitologización de un Todo-fetiche y, sobre todo, negándose a compartir
la perspectiva de juzgar la cotidianeidad sub specie mortis.19
En España..., los objetos abstractos de identificación (la positividad de estirpe mar-
xista; la moral de clase; la función social del lenguaje en su expresión fático-conativa...)
responden al diseño utópico que, progresivamente, deviene en ética universalista.20 Va-
liejo mitologiza a los actantes de su epopeya por medio de tres mecanismos semánticos
básicos: el éxtasis del recuerdo, el espacio del deseo y la polimorfía en el derrumba-
miento de los valores burgueses.21 El infierno metafísico de su etapa anterior (que lle-
ga hasta Poemas humanos) se extrapola ahora en términos de cataclismo cósmico, vi-
sión escatológica (con visos de un atenuado profetismo milenarista) y dialéctica entre
el Yo (la interioridad) y el Otro (la exterioridad), cuya síntesis culminativa resuelve la
coincidentia oppositorum y el dualismo Yo/Mundo.22
En España..., Valiejo recurre a las figuras totémkas (el cuerpo objetivado como espa-
cialidad del sentimiento de anomia; los objetos metonímicos —corazón, ojo, paisaje,
23
J. C. Rodríguez (1974), p. 25, afirma: «la literatura [.,.] es el producto peculiar de un inconsciente ideo-
lógico segregado desde una matriz histórica, propia de unas relaciones sociales dadas».
* Cfr. W. Benjamín (1982), pp. 125 y 159.
23
Dicha denominación pertenece a Th. Adorno (1983), p. 129.
26
Son palabras de Th. Adorno (1969), p. 106.
27
Cfr. el espléndido análisis del diseño narcisista en Rosolato, G. (1974), pp. 18-34.
28
Para toda cita o referencia al texto, manejamos la edición de Francisco Martínez García (1987), Madrid,
Ed. Castalia.
^Cfr. G. Meo Zilio (1960), especialmente pp. 145-193, donde el autor hace un análisis portentosamente
sugestivo del poema desde una perspectiva spitzeriana. Como afirma en la p. 150, «Cosi l'intenzionalita
ideológica lascia squisitamente ti posto a valori spirituali piü ampi». Complementariamente, cfr. R. Paoli
(1975), pp. 347-372; J. Higgins (1975), pp. 292-294 y pp. 324-330, para quien (p. 292) el poema «se inspi-
ra en las profecías de Isaías»; y M. Gottlieb (1967), p. 197. A. Lora Risco (1965), p. 563, afirma: «Todas
las dimensiones étnicas, políticas, sociales, ideológicas, han sido deliberadamente aniquiladas». A. Ferrari
(1972),' p. 46, por su parte, sostiene: «Elpoeta nos sitúa directamente en el mundo del mito y del mila-
gro, donde "sólo la muerte morirá"». Jean Franco (1984), p. 343 y pp. 346-351, traza una visión en pro-
fundidad sobre el libro, llegando a sostener (p. 343) que en el poema «el supremo crimen de los fascistas
es destruir todo cuanto constituye expresión humana». A. Coyné (1968), p. 309, a su vez, dice que 4a
secuencia central del «Himno a los voluntarios de la República» apunta hacia una palingenesia que desbor-
da cualquier porvenir histórico».
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zarimanianos, como actancias demiúrgicas y cosmogónicas en tomo a las cuales el mundo
(el Mundo) se dilacera en opósitos sólo reconciliables a través de un acto filantrópico
que colisiona con un cierto adanismo primitivista. Aún así, el tono de la invectiva (con-
tra los liberticidas) y del panegírico (fuerzas republicanas) no pierde fuerza. La sentimen-
talización de lo anecdótico requiere de una semántica de contrarios para interiorizar
la exterioridad hasta su hipóstasis terminal (España = Paradigma). El arranque gno-
seológico («no sé verdaderamente / qué hacer, dónde ponerme» .*.«y, otra vez, sin
saber qué hacer, sin nada») preludia (a partir del haz isotópico Saber/No-Saber) distin-
tas oposiciones como forma vicaria del desgarramiento. La ignorancia del poeta opera
como una fuerza ideológica asociada a la hipérbole laudatoria y/o denigratoria por ve-
hicular un sentimiento de admiración que supedita lo individual (lo contemplativo) a la
praxis política de los defensores de la República. Desde esta declaración de principios
queda asegurada la multiplicidad anaforizante de elementos contrastivos u oximoróni-
cos que vienen a reforzar el dualismo subyacente a toda la composición. Los motivemas
de la Autenticidad/Inautenticidad: Legitimidad/Ilegitimidad, etc., están en la base
de esta patografía de la esquizofrenia política. El semantismo opositivo, el conceptis-
mo (juegos de palabras, calambures...) y las simbolizaciones plurívocas (a pesar de que
el contexto está nítidamente perfilado) se textualizan a modo de unidades de sentido
reagrupadas en momentos climáticos. Así, el primer haz contrastivo, paradójico o anto-
nímico («déjame / solo cuadrumano, más acá, mucho más lejos, / al no caber entre
mis manos tu largo rato extático, / quiebro contra tu rapidez de doble filo / mi peque-
nez en traje de grandeza») queda cohesionado por los nudos sémicos que le anteceden
por ser, todos ellos, copartícipes de la idiocia oppositorum: «digo a mi pecho que aca-
be, al bien, que venga, / y quiero desgraciarme» •*• «refluyen mis instintos a sus
sogas» >«humea ante mi tumba la alegría», etc., son algunos de los sintagmas sig-
nificantes de este código de símbolos encadenados que convierten la antítesis y el oxí-
moron en los moldes más indicados para el canto elegiaco. El primer juego opositivo
contiene, en potencia, toda la discursividad sígnica: La neolalia (la funcionalidad neo-
lógica como transgresión del código: «cuatrumano»); el paralelismo contrastivo interno
(de carácter deíctico-locativo, en este caso: «más acá, mucho más lejos») como movi-
miento pendular de un ideolecto que funciona por escansiones arrítmicas (no previs-
tas); la simbiosis de realidades no concordes (concreción/abstracción: lo numerable/lo
indefinido, etc.: «al no caber entre mis manos tu largo rato extático»); la antítesis que
contiene otra antítesis (efecto del espejo infinito: «tu largo rato extático, I quiebro con-
tra tu rapidez de doble filo / mi pequenez en traje de grandeza!»). Asegurada la poli-
valencia de lo rizomático y lo aleatorio, la equivocidad se constituye en eje enucleador
de esa semiótica de los contrarios que se reproducen en todos los estratos de significa-
ción: Como aporía de naturaleza axiológica (Bien vs. Mal: «digo (...) al bien, que ven-
ga»—«quiero desgraciarme»—«¡Voluntarios, por la vida, por los buenos, matad / a la
muerte, matad a los malos»—«soñé que era yo bueno, y era para ver / vuestra sangre,
voluntarios...»—«Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo»), fuerza centrípeta que
imanta, hasta su identificación, la mitología del Yo (el Poeta) y la mitología del Mili-
ciano en términos de lucha de clases («Hacedlo por la libertad de todos, / del explotado
y del explotador»). El adstrato imaginístico veterotestamentario en nada impide el de-
sarrollo de esta genealogía del Bien y del Mal flgurativizados por sobreimposición de
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¡una teología de la sangre («descú brome la frente impersonal hasta tocar / el vaso de
la sangre»), el martirologio del protomártir («tu frontal elevándose a primera potencia
de martirio») y del rito sacrificial en cuanto liturgia de reconciliación sobre la esceno-
grafía del sacrificio de Isaac («Así tu criatura, miliciano, así tu exangüe criatura, / agi-
tada por una piedra inmóvil, I se sacrifica»). En estrecha coordinación con la primera
aporta, un segundo axioma (Amor/ Odio:Luz/Oscuridad:Vida/Muerte) amplifica el me-
canismo de las oposiciones categoreméticas atendiendo a la ley de los conjuntos no se-
¡niejantes. La disyunción se establece por emblematismo, según una heráldica de trazos
conceptuales que, por vía antonomástica, ideologizan superlativamente la lucha de clases
como una guerra de valores excluyentes. Es ahora cuando el Pueblo (compuesto como
una colectividad de héroes anónimos) se transforma en el remitente de un proceso cua-
litativo de carácter metamórfico. Utopía/Contrautopía son dos vectores en tensión so-
bre la abscisa de una dialéctica de contrarios cuya síntesis se proyecta sobre un presente
que responde al modelado de los futuros hipotéticos. Las palabras de Vallejo son ine-
quívocas a pesar de la atmósfera hiperlaudatoria que las rodea: «Todo acto o voz ge-
nial viene del pueblo / y va hacia él, de frente o transmitidos / por incesantes briznas,
por el humo rosado I de amargas contraseñas sin fortuna». Los eslabones frásicos y los
sintagmas subrayados son índices cualificantes (siempre en perspectiva ameliorativa) del
connotador fundamental (Pueblo) por quedar identificado (bajo los auspicios del volun-
tarismo utópico de Vallejo) con la categoría epistémica —materialista de la Totalidad—.
Este lenguaje mitologizante (que en todo momento proyecta la oposición Yo/Nosotros)
recurre a mitemas telúricos o hilozoístas (como la piedra —«déjame, / desde mí piedra
en blanco, / solo»—«así tu exangüe criatura, / agitada por una piedra inmóvil»—, el
humo —«humea ante mi tumba la alegría»—«por el humo rosado / de amargas contra-
señas sin fortuna»—, el fuego —«decae para arriba y por su llama incombustible sube, /
sube hasta los débiles»—«Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo») no sólo como
enfatizadores semánticos sino también como rasgos del expresionismo plástico-visiona-
rio. En esta cadena de identificaciones múltiples, lo moral, lo conceptual-ideológico
y lo sensorial confluyen sobre el catalizador de base (Vida/Muerte) y sus figuraciones
iconotrópicas (Explotados/Explotadores: Proletariado y pequeña burguesía militante/Bur-
guesía). La disposición climática de los lexemas, sintagmas y figuras de connotaciones
fúnebres, sacrificiales o redentoristas («cuando marcha a morir tu corazón, / cuando
marcha a matar con su agonía»—«hasta tocar el vaso de la sangre»—«¡Muerte y pasión
de paz, las populares! / ¡Muerte y pasión guerreras entre olivos»—«tu frontal elevándo-
se a primera potencia de martirio»—«así tu exangüe criatura»—«Proletario que mueres
de universo»—«¡Campesino caído con tu verde follaje por el hombre»—«entornando
con la muerte vuestros ojos»—«a la caída cruel de vuestras bocas»—«fabulosos mendi-
gos de vuestra propia secreción de sangre»—«y era para ver / vuestra sangre, volunta-
rios») alcanza su axis culminativo en el tránsito (nueva transformación dialéctica) de
lo sustantivo (morfológicamente textualizado como un arco que va desde el infinitivo
sustantivado al sustantivo o la forma participial) a lo verbal-dinámico en forma vocativo-
apostrófica desde que el poeta clausura su identificación por pasar a asumir el papel de un
sujeto agente que no sólo padece la Historia sino que también la modifica. Este tránsito
supone, pues, la liquidación del subjetivismo (del Yo como excrecencia parásita tanto del
biografismo cuanto de la crónica social) y la asunción de un protagonismo coral de reso-
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nancias épicas. El que desde ahora la voz del poeta se haga discurso y arenga tribunicios
cobra una importancia capital. Superada la etapa del amor evangélico y del redentoris-
mo filantrópico («tu gana dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición, al
enemigo!»); metabolizado el paréntesis idílico de un futuro potencial en el que fopax
perpetua se contagia de los tópicos de la aetas áurea, el paisaje estilizado y arquetípico,
los números concordes, etc. («Se amarán todos los hombres / y comerán tomados de
las puntas de vuestros pañuelos tristes / y beberán en nombre / de vuestras gargantas
infaustas / Descansarán andando al pie de esta carrera...»); el formulismo y los clichés
de un Cristo taumaturgo («hablarán los mudos, los tullidos andarán! ¡Verán, ya de
regreso, los ciegos / y palpitando escucharán los sordos—», etc.) desemantizados (des-
teologizados) gracias al uso de la ironía que se apropia de esa misma historia: Sólo en-
tonces (cuando la nueva antítesis Teología/Historia se hace funcional) cobra pleno sig-
nificado el orto del verbo regente del texto («Matan): Perdida la inocencia adánica del
buen salvaje que es capaz de «amar, aunque sea a traición, a tu enemigo», ese mismo
proletariado (que responde a la fantasmática idealizante del Puer Natus Est), habiendo
tomado conciencia de la guerra civil como lucha de clases, se lanza a la batalla final
sabiendo que su destino no es un azar sino una necesidad. A partir de ahí, los connota-
dores thanatóforos («arrastraban candado ya los déspotas / y en el candado, sus bacte-
rias muertas...») abren su abanico semántico de resonancias macabras hasta su hipósta-
sis final («¡Sólo la muerte morirá!») como antítesis suprema de las fuerzas que apuestan
por la vida («en España, en Madrid, están llamando / a matar, voluntarios de la vida!»).
Establecida la ecuación canónica, la anáfora y la enumeración caótica vienen a reforzar
esa visión de lucha armada; anáfora y enumeración que adoptan la disposición parale-
lística pero con la contraposición (término a término) de cada uno de sus formantes
(—A—: «Porque en España matan, otros matan / al niño, a su juguete que se para, /
a la madre Rosenda esplendorosa, / al viejo Adán que hablaba en voz alta con su caba-
llo / y al perro que dormía en la escalera! / Matan al libro, tiran a sus verbos auxilia-
res, / a su indefensa página primera! / Matan el caso exacto de la estatua, / al sabio, a
su bastón, a su colega, / al barbero de al lado (...); / al mendigo que ayer cantaba
enfrente, / a la enfermera que hoy pasó llorando, / al sacerdote a cuestas con la altura
tenaz de sus rodillas...» / / —B—: «¡Voluntarios, / por la vida, por los buenos, matad I
a la muerte, matad a los malos! / Hacedlo por la libertad de todos, / del explotado
y del explotador, / por la paz indolora (...) / y hacedlo, voy diciendo, / por el anal-
fabeto a quien escribo, / por el genio descalzo y su cordero, / por los camaradas caí-
dos, / sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino!»). «Matan» y «Matad» no serían
dos variantes morfológicas de un paradigma verbal sino isótopos antitéticos. Al modo
descriptivo-objetivo (el correspondiente a los fautores de la ilegitimidad fascista) se con-
trapone el modo imperativo-valorativo. El trazado de la España/Anti-España macha-
diana queda perfilado por medio del circunloquio y la elipsis como soportes de la nota-
ción ideológica.
El poema VIII (Aquí, I Ramón Collar) w se apoya en la diseminación anafórica del
deíctico «aquí» para marcar la dicotomía topológica entre un «acá» /«allá» que actúa
como eje isotópico que ofrece un bifrontalismo mínimamente simbólico. La primera
t'Jean Franco (1984), pp. 339-342, subraya la importancia del motivo del libro, comparando al persona-
je con los héroes muertos de Alberti. Para ella, en Vallejo influye el social-cristianismo de Bergantín.
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subsumiendo los distintos significados y significantes de una liturgia por completo aje-
na a toda thanatoforía al supeditar lo necrolátrico y lo fúnebre a la vivencia del júbilo
por la perpetuación del cadáver como símbolo de perennidad. El Libro transgrede el
código de su propia materialidad para contaminarse de una espiritualidad que presu-
pone la existencia como un delito colectivo. El Libro se vegetaliza, se hace maleable,
i florece sobre el cuerpo por ser el emblema de una inmortalidad inmanente, vuelta de
espaldas a la trascendencia. El doble contraste («libro»/«cintura muerta»—«libro»/«ca-
dáver muerto») irá perfilando la estilización del difunto hasta su plena angelización.
El ritmo pendular se apoya en las reiteraciones y anáforas morfosemánticas («Un libro
quedó al borde de su cintura muerta» •«quedó al borde de su manga» / / «Un libro
retoñaba de su cadáver muerto» •«retoñaba del cadáver» *-«un libro / retoño
del cadáver ex abrupto» / / «sudamos todos, el ombligo a cuestas» • «también suda-
ba de tristeza el muerto» —dos veces— y en la multiplicación centrípeta del connota-
dor principal (Libro: 11 veces) hacia el que convergen todas las significaciones por ser
él el que estratifica exponentes y modos («Quedóse el libro y nada más, que no hay /
insectos en la tumba»—«un libro, atrás un libro, arriba un libro»). El canibalismo sa-
cramental (la boca como hiato entre la memoria y el olvido) opera en este caso como
un rito de apropiación, interiorización, ágape nutrífico y comunión simbólica que hace
del Héroe un valor terciado de carisma. La ruptura del sentido lógico («corpórea y aciaga
entró su BOCA en nuestro ALIENTO») y la inversión (el todo por la parte) se incorpo-
ran a la emblemática del pneuma y el omphalos: Boca, aliento, cintura, hombligo,
sudor, pómulo, corazón son sinécdoques metonímkas que espaciaÜzan un vacío, petri-
ficándolo. El cadáver (el muerto) es una representación fantasmática de la imposibilidad
(de lo que no pudo ser). La disgrafía («hombligo»); la proyección neorromántica del
sentimiento hacia lo astral («caminantes las lunas nos seguían») en su desarrollo humani-
zador (prosopopeya); la hipérbole designativa («también sudaba de tristeza el muerto»);
y el latinismo que no coadyuva en nada a la ironización sino que refuerza el expresio-
nismo del cuadro (en su estatismo: «retoñó del cadáver ex abrupto»), son mecanismos
previsibles de una retórica que hace del panegírico visión cualificante. Frente al organi-
cismo vitalista o sensista se alza, resolutivamente, la textura de una materialidad inde-
cible: Cuerpo/Texto (Libro *«Poesía del pómulo morado, entre el decirlo / y el
callarlo, / poesía en la carta moral que acompañara a su corazón») serían los dos ejes
isotópicos que semantizan otras tantas dimensiones del Héroe. El postrer acto perceptivo
(lo sensitivo hipostasiándolo; nótese el énfasis del aditamento verbal: «y un libro, yo
lo vi sentidamente») rubrica el proceso (múltiple) de la metamorfosis: Héroe •ca-
dáver •libro • poesía •carta *HÉROE, vendría a ser la nomenclatura
de una imposible contención.
2.2. La dialéctica del «Ser»/«parecer» y las figuras totémicas
(lobo, muerte, polvo...)
Un poema aparentemente secundario dentro de España... como es «Batallas», " se
revela, en una primera indagación, como una de las composiciones más complejas (y
v Cfr. R, Pao/i (1964), pp. CCXV1I-CCXXI; J. Higgins (1975), pp. 330-333; y M. Gottlieb (1967), pá-
gina 197.
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mejor logradas) de todo el conjunto. Es tal el virtuosismo técnico de Vallejo que la es-
tructura profunda del poema resulta asombrosa. Vallejo aplica, con singular pericia,
la yuxtaposición de anamorfos (discurso narrativo + discurso netamente poético) para
aligerar el simbolismo (epidérmico) que se sintetiza en la metáfora del «Homoprome-
teicus». El poema obedece a las leyes del relato itinerante, a la disposición de las fábu-
las mitologizantes y a la lógica del motivo del Ojo que no sólo ve sino que interpreta.
La narrativización poemática se logra por la estratificación de varios procedimientos:
A, La elección de una imagen elemental (El Lobo) que se disgrega, oculta, desar-
ticula y recompone a tenor de las exigencias de una trama que usa del símbolo para
arquetipíficar lo utópico revestido de prédica moral. Al tratarse de una fábula homilé-
tica, el motivo del Lobo se adapta perfectamente a la naturaleza del relato dinámico
en cuyo desarrollo va cobrando insólitas adyacencias hasta su identificación con el Ojo
del poeta. Ya desde el segundo verso («oigo bajo tu piel el humo del lobo») la incohe-
rencia denotativa («oigo». •«humo»), a pesar de su lastre sinestésko (oído + vista),
es sólo descodificable en el interior de un contexto que opera por términos múltiples
hasta fusionar las esferas animal, objetal y humana. La visión totalizante pretende (y
lo logra sobradamente) sostenerse sobre los aprioris animistas de un transformismo en
cadena que invalida el código antropocéntrico. Pasado-presente y futuro convergen en
una acronía mítica a pesar de que el sustrato utópico quede nítidamente localizado en
la España de la guerra civil. Sobre esta épica de la cotidianeídad (en la que el hombre
es una simple floración de un paisaje apocalíptico pero del que todavía la ilusión ada-
nita no se ha visto desterrada del todo) se sostiene toda una sutilísima semántica con-
ceptual que hace de la antítesis su modo de significación. Todo el poema descansa so-
bre dos motivos textualizados por sus correspondientes índices verba'es, bien de estirpe
ontológica («Ser»/«No ser»), bien de significancia gnoseológica («Cunocer»/«Descono-
cer»), El esquema funcional del haz isotópico (que integra isótopos contrastantes: Pla-
no de la Realidad/Plano de la Idealidad), quedaría como sigue:
HOMBRE DE EXTREMADURA
i}
A. Lora Risco (1965), p. 567, dice que «es fácil hacer resaltar su sentido escatológico, su fuerza expresi-
va, su acento de religiosidad sustanciado*.
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esa misma materialidad: «Padre polvo que subes del fuego» *«Padre polvo, biznie-
to del humo» * «Padre polvo que creces en palmas» *• «Padre polvo, compuesto
de hierro» *i«Padre polvo que escoltan los átomos»); elementos espiritualizantes pero
de semasia ametafísica, meramente referencial, en un contexto alucinatorio travestido
de irracionalidad («padre polvo que asciendes del alma» *«padre polvo que estás
en los cielos»); nomenclaturas morales de raíz existencial o social («padre polvo en que
acaban los justos» •«padre polvo, terror de la nada» *«padre polvo, sandalia
del paria»); marcas históricas sobre las que la cronotopía se difumina al tratarse, más que
de clasificadores, de referencias tópicas («Padre polvo que subes de España» •«pa-
dre polvo que avientan los bárbaros» *• «padre polvo, sudario del pueblo» »«padre
polvo que vas al futuro»). Padre Polvo usurpa la función ético-teológica de la «Natura
naturans» (más que en el sentido averroísta —Comm. adDe Coelo, I, 1— en el que
le dio Spinoza —Etica—, entendiéndola como Sustancia infinita): El «polvo» (la mate-
ria en perpetua transformación) se sustancializa hasta hacerse plurisigno. Los verbos di-
námicos (que son los predominantes por tratarse de un perpetuum mobile: «subes»-
«asriendes»-«creces»-«marchas»-«vas», etc.) son los conectores morfosemánticos de una
serie de complementos dependientes del motivo central (la Materia divinizada, en len-
guaje cuasi sálmico). Los tercetos de versos decasílabos y rima alterna (consonante-aso-
nante) se disponen paralelísticamente para imprimir a la composición un ritmo de marcha
fúnebre. La redundancia estructural y la fórmula canónica («PADRE POLVO» >DIOS
TE SALVE» •PADRE POLVO»), con su aparente monotonía, son las que mejor
se adaptan al tono sacramental de esta meditación deudora del Eclesiastés (y de su tema
principal, el tópico del vanitas vanitatum). La disposición aforístico-recitativa recuerda
asimismo la del Qobélet por su trasfondo sapiencial teñido de un tremendismo muy
próximo al del pesimismo gnómico de Teognis que el libro reelabora. En realidad, no
resultaría disparatado establecer sutiles correspondencias entre ese Polvo limiar (nutrí-
fico y fúnebre) y la preeminencia de la tierra en el Eclesiastés («Una generación se va
y otra generación viene, pero la tierra siempre permanece» —Eclesiastés, 1-4—; «todo
procede del polvo y todo retorna al polvo» —Eclesiastés, 3-20). La anécdota histórica
(contemplación de las ruinas de Durango) no se distorsiona en ningún momento sino
que es subsumida por el alegorismo vicario de un Ojo que descubre resonancias tutela-
res allí donde no existe paisaje reconocible. La radiografía del desastre se tiñe de una
trascendentalidad profética y no simplemente admonitoria y execratoria. De la reali-
dad vivida, la cólera se remonta a los arcanos de ese polvo omnicomprensivo que, entre
armónicos de blasfemia, resuena en el silencio, en el umbral mismo de la asignificativi-
dad. La aparente contradicción queda resuelta a la luz de una lógica yuxtapositiva que
hace del símbolo signo de testimonio y protesta. La asepsia de las construcciones alego-
rizantes deja paso a la fertilidad de un código que rastrea significados allí donde se
presupone que la muerte (otra sinonimia de Polvo) es la negación de ese mismo códi-
go. El Ojo y la Voz se alian para ultimar la patografía del holocausto. Los incisos y tira-
das apostrófico-vocativos (con la monosemia del cliché «Dios te salve» y sus múltiples
variantes textuales de tipo desiderativo, hipotético o conminativo: «libere y corone»—«te
calce y te dé un trono», etc.), confieren gran plasticidad al segmento (gracias a la an-
tropomorfia, gracias a la prosopopeya vivificante: «revista de pecho»—«te dé forma de
hombre») o difuminan la tragicidad por emblematismo más o menos arquetípico (la
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angelización —«te dé das-»— y la teoforía pagana —«te ciña de dioses»—). Los nudos
culminativos (el más importante de los cuales es el del penúltimo terceto, axis de la
identificación entre lo metafísico —«Padre nuestro»— y lo histórico —«padre polvo
español»—) perfilan un boceto único de la imaginería de la catástrofe, no en términos
físicos (lo que acarrearía una inevitable semejanza con la peor poesía neorromántica)
sino por presuposiciones, sugerencias, brochazos impresionistas-expresionistas (la escato-
logía de esa Nada como epifenómeno del Mal: «padre polvo, terror de la nada»—«Dios
te salve del mal pata siempre»), el uso de la prosopografía y la etopeya para una abs-
tracción (gran hallazgo de Valle jo) como cuadro de una nueva desposesión.
M Cfr.y. Higgins (1975), pp- 333-334; J. Vélez y A. Merino (1984), pp. 128-133, para su contextualiza-
ción histórico-biográfica; X. Abril (1958), p. 163; M. Gottlieb (1967), p. 197. J. Franco (1984), pp. 344-345,
dice: «Lo escrito por Pedro no es un mero error sino una referencia directa a su condición de explotado*
(P- 344).
381
punto que la misma queda bloqueada por la necesidad de vida. Eros/Thánatos se con-
vierte en la dualidad dialécticamente contrapunteada. Sólo desde esta perspectiva es
admisible la representación ceremonial del propio entierro (y la subsiguiente resurrec-
ción): Pedro Rojas ha muerto porque no ha muerto; mejor todavía: Como arquetipo
que es, la triple atribución («.besó su catafalco ensangrentado» > «.lloró por España»
^«.volvió a escribir con el dedo en el aire») es el preámbulo para un remate en el
que se sintetizan todos los significados por la vía del contraste, la antítesis y la paradoja
(«Su cadáver estaba lleno de mundo»). A partir del atributo glorificante («dedo gran-
de»), extraído de la iconografía del Pantocrator, la adjetivación panegírica realza (por
sobredimensión) la figura del actante. En tal sentido, el acto de la escritura aberrante
(e imposible: «Solía escribir con su dedo grande en el aire») es el síntoma de una disar-
monía denominativa que funciona a muy distintos niveles con la intercesión de diver-
sas sinécdoques escriturarias («Solía escribir» >«dedo grande» *-«Papel de vien-
to» *> «.Pluma de carne» *• «aire escrito»— * «Volvió a escribir»). Si el nombre
teóforo (Pedro) contrasta con su extracción humilde, los atributos antiheroicos («pa-
dre»-«hombre»-«marido»-«ferroviario») quedan magnificados por la reiteración de la aná-
fora y de su término tutor («HOMBRE»): Pedro Rojas se absolutiza, transformándose
en esquema, paradigma, arquetipo. A ello contribuye la imagen visionaria («¡lo han
matado al pie de su dedo grande!») donde la parte es mayor que el todo. Una segunda
constelación de atributos antiheroicos («comer»-«asear»-«pintar»-«vivir») culmina en la
apoteosis del Héroe («en representación de todo el mundo»). El platonismo del alma
en el mundo contrasta, finalmente, con uno de los sintagmas regentes («sorprendiéron-
le en su cuerpo un gran cuerpo»): La temática escolástica del alma/cuerpo se resuelve
ahora monísticamente porque a la metafísica espiritualista se encabalga la metafísica
materialista-atomista de la ousía.
(«raudo»/«lentísimo»
«visible»
. «orden»/«desorden»
«invisible»
se prolonga a lo largo del poema como una variante sobre la motivema de la integra-
ción/transgresión («Y su orden digestivo sosteníase/ y el desorden de su alma, atrás,
en balde». Esquemáticamente:
( «orden»/«digestivo»
«sosteníase»
¡ «desorden»/«de su alma»
«en balde» ) .
que, a su vez, se sustenta en polarizaciones antitéticas (lo corpóreo/lo anímico) que
no son otra cosa que expansiones de la isotopía generante, asimismo formalizable anti-
téticamente ("Inautenticidad"/ "Autenticidad": "Muerte"/ "Vida": «Le dejaron y oye-
ron, y es entonces/ que el cadáver/ casi vivió en secreto, en un instante»). La imagine-
ría escatológica-feísta (el Cadáver Viviente) cubre un vacío de espacios lacunarios y pre-
suposiciones que atentan contra el signo para significar perifrástica e hiperbáticamente.
El discurso se fracciona en unos grafos que metabolizan las denotaciones por tratarse
de escansiones arrítmicas. Las tiradas bimembradas («Y su orden digestivo [...]/ y el
desorden de su alma»-«más le auscultaron mentalmente [...]/ llorándole al oído») y
trimembradas («Le gritaron su número [...]»-«Le gritaron su amor [...]»-«Le gritaron
su bala») establecen unos paralelismos también antitéticos para magnificar la indigen-
cia material (que no moral) de ese cadáver que, por enésima vez, es la representación
de la anomia. La ruptura del equilibrio vendría a ser la marca aureática de la inmola-
383
ción. La disposición climática ascendente de los atributos («número» *«amor» »
«ha/a») colisiona con la correlación de semas de privación y negatividad («peda-
zos» *«más le valiera» *«también muerta»). Término a término, las correspon-
dencias quedan subsumidas por la regencia de lo violento y lo homicida. El último de
los paralelismos («mas le auscultaron mentalmente; ¡y fechas!/llorándolo al oído ¡y tam-
bién fechash) es el eje culmínativo del proceso de nadificación. Las nomenclaturas (nú-
meros, fechas), los emblematismos objétales (balas) y los rasgos intimistas (amor, vida)
confluyen todos sobre el holocausto de la despronominalización.
También la abstracción dentro de una abstracción se alimenta de un orden de sinco-
paciones crecientes (more dialéctico) en «Masa»36. La ley de la semejanza y de la con-
vergencia establece un in crescendo numérico en disposición climática («un hom-
bre» *«dos» *«veinte, cien, mil, quinientos mil» •«millones de indivi-
duos» * «todos los hombres de la tierra») para que la hipérbole distienda su semán-
tica de absolutizaciones como un modo eufemístico de enaltecer, gracias al panegírico,
la etopeya del cadáver anónimo. El sentido resolutivo («Al fin de la batalla») enmarca
la cronía de una historia ínsita en una cotidianeidad que pierde su categoría de orden
para sustancializarse como dies mirabüis por la confluencia de la parte en el Todo y
del Todo en la Nada. El inciso aclarativo («y muerto el combatiente») es una redundan-
cia al servirse el pleonasmo de la tautología; gracias a ello, lo obvio y lo banal se extra-
pola hacia el mito. El sesgo utópico de la toma de conciencia universal es la cifra del
hombre rebelde (muy distinto al arquetipo zaratustriano de Nietzsche o al de los nihi-
listas) que transfiere todo peso mesiánico hacia un futuro hipotético eternizado. La pro-
funda aceleración del ritmo poemático (verbos de aspecto terminativo, bien inceptivos,
bien de naturaleza fundamentalmente dinámica, cuya intrasitividad se ve neutralizada
por un sustrato simbólico: «vino»-«ácercaron»-«Acudieron»-«roderaron»-«rodea-
ron» >«incorporóse lentamente») parte en dos ejes antitéticos la estructura se-
mántica, que descansa sobre la polaridad "Dinamicidad"/ "Estatismo" («Pero el ca-
dáver ¡ay! siguió muriendo»), "Vida"/"Muerte". El aspecto progresivo-durativo del
verbo que rige el estribillo («siguió muriendo») se comporta como una construcción pe-
rifrástica ralentizadora, en contraste con la constelación de verbos dinámicos. El segun-
do contraste significativo ("Muerte"/"Vida") aparece textualizado por un campo de
semas positivizadores («¡te amo tanto!» >-«¡Vuelve a la vida!»-—*«Tanto amor y
no poder nada contra la muerte!») que en la coda se fusiona en una unidad de sentido
totalizante. La "Voz" («le di/'o»-«repitiéndole»-«clamando»-«con un ruego común») se
sobrepone tanto al destino cuanto a la fatalidad, venciendo alegóricamente al trance
mortuorio para postular un nuevo orden que desconozca la truculencia de los,impon-
derables. El rito de la confraternización universal («Le rodearon millones de indivi-
duos» «-«Entonces, todos los hombres de la tierra/ le rodearon») presupone la trans-
gresión de todo límite físico («les vio el cadáver triste, emocionado») para inaugurar
*> Cfr. N. Salomón (1967), p. 126; A. Escobar (1981), pp. 39-40; R. Paoli (1964), p. CCXXII; L. Mon-
guió (1932), pp. 133-134; M. Gottlieb (1967), p. 198. ParaJ. Ai. Oviedo (1974), p. 7, el antecedente del
poema está en estas palabras de Vallejo de 1929 (Contra el secreto profesional, tima, Mosca Azul Editores,
1973, p. 69): «Si a la hora de la muerte de un hombre, se reuniese la piedad de todos los hombres para
no dejarle morir, ese hombre no moriría*.
384
la pervívencia de una moral de clase que no ignora el discurso de la historia sino que
lo asume irrevocablemente. El Cadáver Viviente no es un símbolo: Es una representa-
ción fantasmática (autohipnótica) de lo que pudo haber sido y no fue. La función teúrgíco-
redentorista de un Cristo que resucita a los muertos (paradigma de Lázaro) ha sido pre-
terida en beneficio del Mito que hace de la reciprocidad un valor no manumitible. Frente
al absoluto patetismo del cuerpo yacente («Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo*) resal-
ta ahora (triunfal, apoteósicamente) la inceptividad de ese verbo-signo medularmente
traspasado de ecos adventicios e incoactivos: «Siguió muriendo» vs. «echóse a andar»
signan, en su confrontación, la fórmula de la Historia-Mito.
MODALIDADES ATRIBUTIVAS
Al ser Gijón una ciudad utópica, reclama tanto la pincelada expresionista como la efu-
sión sentimental, quintaesenciada por la única exclamación (de naturaleza interjectivo-
apostrófka) del poema («muchísimas Españas ¡ay! Gijón».): La función fático-conativa
(y la remora emotiva) hacen del signo poético un signo político. Sólo a partir de la visión
panegírica de un Gijón taraceado por el heroísmo alcanzan justificación los metaforismos
386
metamórficos («el viento cambia de aire» »«el terreno (cambia), de filo» »«de ni-
vel (cambia) el fusil republicano»). Esta especie de animismo objetal-cosista (o natural)
vivifica el contexto de la tragedia al quedar hipersentimentalizado (aunque sin rondar
la sensiblería gesticulante): El concepto cede terreno a un onirismo que hace de las equi-
valencias una lógica no canónica pero sí concorde con el motivema que genera el texto
(Gijón como metonimia de una España en armas). Frente a la dinamización implícita
en tal metamórfica, surge la ontología del ser histórico en su inmovilidad sustancial («Cam-
bia» 11 «Varios días España está española» »«el mundo está español hasta la muer-
te»). El pleonasmo, en un caso («España española»), y la hipérbole, en otro («el mundo
está español») convienen al visionarismo de Vallejo. En esta perspectiva de la irreaüza-
ción de lo real, surgen otros fenómenos como los de las imágenes zoosémicas (bestializa-
ción de lo abstracto para hacerlo copartícipe del drama ibérico y citadino: «Varios días
el cielo,/ éste, el del día, el de la pata enorme»), la vivificación de lo objetal («Varios
días ha muerto aquí el disparo»), el travestismo por términos equipolentes (cuerpo = es-
píritu: «ha muerto el cuerpo en su papel de espíritu») o el retruécano sobre un apunte
de naturaleza espiritualista (toma de conciencia) acoplado al tema de la solidaridad co-
mo un destino («el alma es ya nuestra alma, compañeros»). Los distintos conectores apos-
tróficos («compañeros»-«camaradas») son toques de arrebato ante la presencia del Mal que,
al quedar humanizado (según el estereotipo de las iconografías satánicas: «Varios días
el mal/ moviliza sus órbitas, se abstiene,/ paraliza sus ojos escuchándolos»), superlativi-
za el heroísmo de los milicianos anónimos, mitológicamente agigantados.
«Invierno en la batalla de Teruel»37 incurre en idéntica mecánica mitologizante. Es-
tratégicamente situados en la prótasis («¡Cae agua de revólveres lavados!» —Verso 1),
la apódosis («¡Abajo mi cadáver!» —Verso 33) y en el meridiano del poema («Y horrí-
sona es la guerra, soliviante,/ lo pone a uno largo, ojoso;/ da tumba la guerra, da caer,/
da dar un salto extraño de antropoide!» —Versos 18-21), los indicios exclamativos ac-
túan como epifonemas definitorios, como síntesis léxico-semánticos de la narratividad
épica: «Revólveres» *«guerra» * «cadáver» son los tres isótopos que dirigen el tro-
pismo de la apocalipsis. La irracionalidad de la violencia armada trasciende el plano
de la anécdota (la batalla de Teruel) para catapultarla hacia la consideración metafísica
del Mal históricamente contextualizado. La transgresión de una lógica demostrativa viene
preludiada (y condicionada) por la acumulación de flashes impresionistas-expresionistas
para llenar de contenido el tremendismo de un cuadro en el que prevalece el cínetismo
a pesar de la presencia de elementos retardadores del ritmo. Las bimembraciones («cae»:
«caer», «nos espera»: «nos espera», «va»: «va»), trimembraciones («es»: «es»: «es», «preci-
samente»: «precisamente»: «precisamente», «rama»: «rama»: «rama», «tú lo»: «tú lo»:
«tú lo»), tetramembraciones («agua»: «agua»: «agua»: «agua», «da»: «da»: «da»: «dar»)
y pentamembraciones («así»: «así»: «así»: «así»: «así») confluyen hacia la estereofonía
y la polisemia de los catalizadores que semantizan el poema en todas direcciones:
«Muerte»-«sangre»-«fuego»-«guerra» *• «cadáver» conforman un campo semántico re-
glamentado por el espectro del ideologema del arraigo /desarraigo en cuanto pulsiones
individuales condicionadas no por el azar sino por la historia y la lucha de clases. Los
37 A. Ferrari (1972), pp. 335-336, afirma que el poema se sustenta en un juego de palabras y en el doble
sentido de la palabra planta (vegetal e instalación industrial).
387
desequilibrios, incoherencias, rupturas, y anomalías de sentido (las redundancias, en
redes asociativo-paradigmáticas: «agua»: «lavados» —con implicaciones oximorónicas y
contrastivas (lo blando I lo duro —«agua» I «revólveres»; gracia metálica» I del «agua»—,•
lo artificial/lo natural—«construidas yerbas»); las antítesis en construcciones sinest ési-
cas que se apoyan en bisemias y metáforas lumínico-cromáticas («tarde nocturna de Ara-
gón»); las ironizaciones contra una sociedad preindustrial y sus formas de petrificación
(«legumbres ardientes» — «las plantas industriales» — «la rama serena de la química»
— «la rama de explosivos en un pelo» — «la rama de automóviles en frecuencia y adio-
ses»), etc., eran una sub o sobrerrealidad lastrada por los estigmas de lo auténtico /lo
inauténtico: Lo artificioso, lo estéril, lo inorgánico, etc., serían formas de una vaciedad
que enmascara su poder de destrucción (el eufemismo económico como eufemismo po-
lítico) o contaminan los aspectos más nobles de la vida (uno de los cuales es la muerte).
Los elementos genesíacos (agua, sangre, fuego) pierden su magia originaria para trans-
formarse en agentes de la mixtificación. Los paralelismos correlativos en antítesis («así
el agua, al contrario de la sangre, es de agua/, así el fuego, al revés de la ceniza, alisa
sus rumiantes ateridos») ponen de manifiesto los desquiciamientos de un mundo re-
gentado por Thánatos. La inversión se hace disyunción ontológica entre ' 'Ser' 7 ' 'Pare-
cer' ' que invalida la sentimentalidad de la interrogación (no retórica) por desplazamiento
de la esfera humana (implícita en la pregunta: «¿Quién va, bajo la nieve?» a la esfera
de la abstracción, hipostasiada en su anhelo de ejemplaridad» («va la vida coleando,
con su segunda soga»). El triple aditamento adverbial («precisamente») delimita un
ámbito que abarca lo definitorio-conceptual (regido por el verbo ' 'Ser'': «es la gracia
(...)» — «es la rama (...)») y lo descriptivo (regido por el verbo dinámico por antono-
masia "Ir": «va» la vida coleando»). Consolidado el hiato entre apariencia y realidad,
lo superlativo («¡Y horrísona es la guerra»), lo cacofónico (el tartamudeo fónico-silábico
como signo exponencial del absurdo), lo aleatorio, lo sinsemántico («da tumba la gue-
rra, da caer, / da dar un salto extraño de antropoide!») y las correspondencias entre el
emblematismo antropo/zoosémico («salto extraño de antropoide»/ «Tú lo hueles»), no
constituyen vivencias irreconciliables sino el precipitado de una instantánea donde lo
macabro traspasa la cotidianeidad para arruinarla. El hombre-alimaña (la depredación
como sambenito penitencial) y el hombre-chivo-emisario representan las dos facetas de
una humanidad dividida no sólo a nivel ideológico sino incluso a nivel existencial. La
visión no es la de las truculencias romanticoides (en las que el sujeto identifica lo racio-
nal con lo real y lo real con lo racional) sino la profética, que caracteriza a las contrauto-
pías modernas (donde el Yo = el Otro, en la línea de los Novalis, Rimbaud, Hólder-
lin o Baudelaire). La escisión entre consciente/inconsciente, vigilia/sueño, lo alucinatorio-
visionario/lo real, etc., se transparenta ahora a través de distintas polarizaciones. Los
sentidos (olfato, vista, oído) han dejado de ser auxiliares de la memoria o de la visión
objetiva para degradarse en esclusas de lo fantasmagórico y de la experimentación del
límite. He aquí los versos clave en tal sentido: «Tú lo hueles, compañero, perfectamen-
te,/ al pisar/ por distracción tu brazo entre cadáveres;/ tú lo ves pues tocaste tus testí-
culos, poniéndote rojísimo;/ tú lo oyes en tu boca de soldado natural». Una vez más
se produce la quiebra entre el órgano y su función, síntoma de la suprema deshumani-
zación («brazo» ^testículo» *«boca», donde «boca» pierde su uso natural para
apropiarse de la función del oído: «tú lo oyes en tu boca de soldado natural»). La desar-
388
tículación del mecano conlleva, simultáneamente, otras dos operaciones: La objetiva-
ción de lo fantasmagórico, sustancia de la alucinación («nos espera tu sombra apercibi-
da,/ nos espera tu sombra acuartelada») y la identificación ideológica con la heráldica
del descuartizamiento («Por eso, al referirme a esta agonía,/ alejóme de mí gritando
fuerte:/ ¡Abajo mi cadáver! ...Y sollozo»): La voz del poeta y el martirologio del mili-
ciano (sin señas de identidad, como siempre) se aunan en la protesta por un orden injusto.
•** A. Coyné (1968), pp. 306-307, dice que la historia misma «no llegue a disfrazar una complejidad ma-
yor, lo expresa no sólo el "adiós a los tristes obispos bolcheviques", sino todo el poema Cuídate, España,
de tu propia España» (p. 306).
389
versos bi/trimembrados (con o sin encabalgamiento) y esticomitias (que son las domi-
nantes) ralentiza al máximo el ritmo, con lo que la estructura poemática es toda ella
un desarrollo pormenorizado de unos cuantos motivos básicos. Sobre el inevitable pro-
saísmo, destaca alguna imagen expresionista que remite al símbolo del canibalismo moral
y cainita («¡Cuídate del que come tus cadáveres, / del que devora muertos a los vivos!»).
Para Vallejo (que denuncia la usurpación de la Historia por el Mito), el peligro anida
entre los republicanos y su sentimentalismo idolátrico (que sataniza o diviniza) como
posibilidad de ser incapaces de superar las contradicciones. Tras la execración, se adivi-
na el deseo vallejiano de autentificar el dolor como signo de los tiempos. Tal vez se
deba a esta pulsión moral la dinamización de los cinco últimos versos, no sólo por tra-
tarse de esticomitias de cuerpo morfofónico reducido sino porque en ellos se localizan
(agrupados estratégica y climáticamente) los connotadores principales del poema («hé-
roes»-«muerto»-«República»-«futuro»).
La fórmula canónica si... entonces (forma desiderativa de una estructura en hipérba-
ton) recubre, en España, aparta de mí este cá/izi9, un espacio escénico que se expan-
de en derredor de distintos tópicos, todos ellos sobredimensionados por el apostrofe
conmiserativo que se tiñe de tintes mitologizantes (España como destinataria de un dis-
curso que hace del diálogo implícito un monólogo trágico). El escalonamiento de voca-
tivos (7 veces), sabiamente situados en lugares estratégicos, responde a un diseño coral
que potencia, vía afectiva, la impresión de climaterio. El poema se apoya en un doble
contraste: Mundo Adulto/Mundo Infantil: Gigantismo (España, mítica y geográfica-
mente considerada)/Pequenez (la indeterminación de los destinatarios del monólogo
genera una nueva realidad oposkiva: Lo individualizado y único (España)/Lo múltiple
y diverso (los niños). Pero sobre lo que realmente se interesa Vallejo es sobre la equi-
funcionalidad de dos mitologías que se superponen: La Mitología-Infantil se ve afecta-
da de lleno por el tragicismo que emerge de la Mitología-Política de una España alegori-
zada como prueba cualificante. El que Vallejo seleccione, en primer lugar, una conste-
lación de connotadores educacionales y/o escolares responde a las necesidades de un
proceso explícito de simbolización primaria: El destino de España aparece subordinado
a la irrupción de la heteronomía y del desorden en el ámbito privilegiado de lo escolar.
Escuela (lugar de la racionalidad, la ilustración...): España sería, entonces, los dos po-
los de la alegorización. Los términos-satélite de este Universo amenazado por la disgre-
gación extraen su significatividad de la confluencia entre exterioridad/interioridad, frente
a la que pervive la radical maldad de la barbarie. La plegaria vallejiana apunta al centro
mismo de una mitología objetal, gestual, emblemática, etc. La proliferación (y, lo que
es más notorio, la acumulación en contados versos) de referentes escolares encabalga
lo trágico (la realidad política de una España al borde del exterminio) a lo lúdico (mun-
do infantil) para inocular en éste último la ponzoña de la disarmonía; de ahí que el
elemento visionario y alucinatorio irrumpa con la fuerza de un cataclismo. Los semas
de negatividad (y privación), como metáfora de la antropofagia y la castración, minus-
valoran su realidad asimismo contaminada (aterrorizada) por la inminencia del holo'
causto. Algunos ejemplos: «qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!» — «os dio la altura»
III. Conclusiones
La poesía de Vaílejo es fáustica en cuanto que supone una toma de postura en contra
de la mentira de la representación y la trivialización hiperestésica. El poeta dice lo que
piensa (más de lo que siente) con el auxilio del gesto mímico:40 La celebración del re-
conocimiento supone el destierro de la ironía porque todo arte revolucionario (y el de
Vallejo lo es sobremanera) «no es un comportamiento inconsciente, sino una sensación
consciente (...), la técnica de la manipulación afectiva en relación con la realidad».41
Vallejo entra en contacto no con lo demónico sino con lo demoníaco en su vertiente
irracional para ofrecernos una construcción dialéctica que supere las antinomias de todo
proceso mecanicista: Síntesis y antítesis no se hacen absolutos (lo que implicaría la in-
validación de la dialexis) sino que son deudoras de la tesis de la irrupción de un mal
histórico en el mundo. En ningún momento el desequilibrio entre realidad/irrealidad
se traduce en la equiparación de la realidad con la posibilidad. La catacresis y la parce-
lación metonímica no desembocan en el concepto platonizante de la apariencia ni tan
siquiera en la atomización de la experiencia del Sujeto cognoscente; antes bien, Sujeto
y Objeto suman su estupor hasta hacerse índices abstractos de una vivencia que tras-
ciende la memoria como horma restauradora del orden-del-mundo. Aislado el peligro
supremo (la ideología apologética de una totalidad no-consciente),42 Vallejo decide ali-
4
$ Cfr. M. Merleau-Ponty (1975), para la terminología que aquí utilizamos.
44
.Adorno, Th. (1971), p. 33.
4}
Vélez, J. y Merino, A. (1984) (II), p. 26, quienes rechazan el presunto influjo de Nietzsche en Vallejo.
46
Tal es la tesis de Vélez, J. y Merino, A. (1984) (II), p. 124: «Es el pueblo mismo a quien reivindica
y pronuncia».
47
Así lo afirma Concha Méndez (1978), p. 124: «En España, aparta de mí este cáliz se nombran medidas
matemáticas: onzas de sangre, metros de agua, gramos del poso de la muerte*.
48
X. Abril (1958), p. 47, acierta cuando afirma que «Vallejo se prolonga casi siempre en los protagonis-
tas de su obra». En el mismo sentido opina Jorge de Lellis (1960), p. 84: «cuando lanza el poema no lo
deshace en alegóricas metáforas sino que es toda su voz la que pregunta, exclama, grita, quema*. De ahí
la confrontación que la crítica hace de Neruda {España en el corazón)^ Vallejo, apostando mayoritariamen-
te por elsegundo y acusando de frialdad y distanciamiento al primero. Cfr., en tal sentido, X. Abril (1958),
p. 175; M. Gottlieb (1978), p. 154.
49
J. M. Oviedo (enero 1980), p. 8, quien añade más adelante: «El mito de la redención se realiza en la
promesa de otro evangelio, el marxista» (p. 10). En palabras de N. Martínez Díaz (enero-febrero 1979),
p. 25: «Al contemplar la dolorosa coyuntura histórica peninsular probablemente advertía —o intuía— el
desarrollo, en territorio español, de un ensayo general que preparaba esa pesadilla apocalíptica que, más
tarde, viviría toda la humanidad». Respecto a las manipulaciones ideológicas de Georgette de Vallejo y
Larrea (quien mixtifica el marxismo vallejiano desde la óptica de su recristianización teológica), cfr. A Coyné
(enero 1980), pp. 19-22; A. Escobar (1981), p. 29; A. Romualdo (marzo-abril 1966), pp. 39-42.
,0
Las palabras que R, Paoli (enero-febrero 1979), p. 8, dedica a Poemas humanos son perfectamente apli-
cables a España...: «Marxismo, materialismo, comunismo, no son en Vallejo predicados superpuestos a una
poética que siga colocándose en un marco burgués sensual, sino que encuentran una traducción adecuada
y consecuente en el nivel estrictamente artístico». Palabras plenamente coincidentes con las de V. Puentes
(enero-febrero 1979), p. 11: «En la poesía vallejiana de su última etapa, el Homo Natura evoluciona al
Homo Historia, pero éste siempre mantiene su inexorable arraigamiento humano en la naturaleza, mante-
niendo su propia dinámica en las relaciones sociales dadas y creando su propia dimensión material»; y A. Es-
cobar (1981), p. 33: «este proceso de asimilación del pensamiento marxista se inviste en el discurso poético
de Vallejo como Sustancia ideológica y no como retórica política*. El propio Vallejo hace gala de una gran
394
di más cuenta de lo poco que puede un hombre individualmente».51 Dilacerado en-
tre Utopía /Contrautopía, Vallejo hace del signo lingüístico una forma óptima de ex-
piación. La síntesis dialéctica de los contrarios (yo/mundo, historia /metafísica, pasa-
do/presente...) oblitera el fetiche de la presunta autonomía del lenguaje poético por
inmersión (verdaderamente catártica) en una identidad negativa. En Vallejo, la dialéc-
tica es la conciencia consecuente de la diferencia52 porque tras la contemplación de la
Muerte (el motivo ideológico y experiencial de la Thanatoforía) aflora el canto a la Vida
(también con mayúsculas) como alcahueta de la Historia.53 La remitologización de la
imaginería y la heráldica bíblicas cumple una función correferencial al condicionar el
sustrato cultural cristiano al adstrato marxista y al superestrato humanista. En Vallejo
la prosopografía y la ekfrasis actúan litóticamente: La bisemia del signo es producto
de una semántica connotativa que hace de los significantes marcas intencionales. El verbo
vallejiano se hace copartícipe de la surrealidad porque toda poética de los disiecta mem-
bra transforma la negatividad en una positividad enraizada en una praxis que va más
allá de la mera testimonialización. El referente de su producción estética se hace me-
diación ideológica (no como deformación sino como reflejo mediatizado).54 La relación
epistemológica con una realidad fragmentada se formaliza deícticamente como una se-
miosis de la coherencia investida de incoherencia denotativa: La modelización textual
se presenta como un sintagma finito sobre un continuum histórico entendido como
lucidez cuando dice: «Como hombre, puedo simpatizar y trabajar por la Revolución, pero, como artista,
no está en manos de nadie ni en las mías propias el controlar los alcances políticos que puedan ocultarse
en mis poemas*, Mundial, 21 de septiembre de 1928. Ahora en César Vallejo (1966), p. 77, y apud N. Mar-
tínez Díaz (enero-febrero 1979).
51
Carta a J. Larrea, enj. Larrea (1973), p. 108, citada por V. Fuentes (marzo 1976), p. 17, quien dice:
*Desde el Cántico Espiritual no contamos en la poesía de lengua castellana con una canción como ésta que
canta el poeta peruano a la epopeya del pueblo español en armas*: Para las posturas enfrentadas acerca
del libro de Vallejo, cfr. A. Escobar (1973), A. Ferrari (1972), y J. Franco (1984). Para V. Parías (1981),
p. 126, en Vallejo «faltaba todavía la tematización explícitamente dialéctica y materialista del fenómeno
histórico», que es lo que cumple España... También R. Paoli (1981), p. 29, se refiere a la superación de
la etapa individualista: «El modelo antropológico expuesto por Vallejo es, en términos ideales, el mismo
de Mariátegui: El hombre socialista contrapuesto al hombre individualista».
í2
Cfr., para esta dirección ideológica, Th. Adorno (1984), p. 13. G. Siebenmann (1984), p. 547, por
su parte, atina en su afirmación: «En las poesías de España, aparta de mí este cáliz [...] obtuvo Vallejo
el logro más espectacular en cuanto a la desestabilización del lenguaje*. También S. Salinas (1987), p. 77,
se refiere a ese afán de totalidad (como Picasso con su Guernica). En palabras deR. Paoli (1964), pp. CCIV-
CCV: «E l'apporto spiritualistico, ispanico, aduna adesione materialistica [...] É l'ispanizzazione del mate-
rialismo storico e della rivoluzione marxista». Cfr., asimismo, J. Franco (1984), p. 358: «Si Vallejo quiso
aceptar una poética "realista" fue por considerar que el espíritu colectivo de los milicianos españoles repre-
sentaba un salto cualitativo más allá del individualismo*.
*} Así lo sostiene, entre otros, L. Monguió (1975), p. 375: «Importa recalcar este sentido de triunfo sobre
la muerte que Vallejo expresa en su poesía de la guerra española». G. Sucre (1975), p. 433: «Es [...] el
primer libro de Vallejo realmente abierto al mundo»; y G. Sucre (1985), p. 137: «Es evidente que Vallejo
no está proponiendo ninguna trascendencia, sino una inmanencia: no consagrar a Dios sino al hombre».
54
Cfr., para la teoría del reflejo, P. Macherey (1974), pp. 17-18. Como dice Félix Grande (1986), pági-
nas 17-18: «Sin su dolor bestial de presidiario, lo más probable es que Paco Yunke, El Tungsteno y, en
medida más honda, España, aparta de mí este cáliz, no contuvieran ese alarido de piedad en que consiste
la verdadera nostalgia de justicia*. En idéntico sentido se manifiesta K. McDuffie (1985), p. 100: «In the
Spanish Civil War, as EsAC crearly reveáis, Vallejo hoped to achieve heaven on earth, the true socialist
society, through the sacrifice ofthe Republic fighters»; y A. Sicard (1973), p. 76: «La douleur revét, chez
Vallejo, son caractéreparadoxal, au lieu de provoquer un repli du sujet sur lui-méme, au lieu de l'enclore
dans son univers personnel, elle cree l'ouverture sur le monde. Elle est expérience de l'objectivité».
395
causalidad. Vallejo comparte, con K. Marx, la concepción de la Historia en términos
de diacronía " porque, para ambos, el lenguaje es la conciencia práctica y el ser social,
el que determina la conciencia. La saturación vallejiana se arquetipifica como una ne-
cesidad de ceder su elocuencia al dolor. Frente a la ratio burguesa, Vallejo postula la
transgresión del orden desde esa misma necesidad que hace perentorios todos los arti-
lugios de la inocencia. En tal sentido, propone una ontología del ser histórico desde
el presupuesto de una pluralidad que supere la univocidad. Elpo/tsenso de Vallejo es
de tal omnicomprensividad que hace de la partícidad la regla de su reescritura. Tras-
puesta la angustia como pretendido existencial, no tropieza en el jeribeque de la claus-
trofobia sino que instituye un lugar de interpretación tensionado por la diferencia es-
pecífica: Víctimas y victimarios, paleofascismo y revolución, necrolatría y vértigo de la
quimera, son instancias protagónicas de una mitopoiesis que no reconoce más horma
que la de una temporalidad no aristotélica: «Inútil es decir que cuando la conducta
pública del intelectual contiene, a la vez que el gesto, vivido y viviente, de protesta
y combate, un grado máximo de irradiación ideológica, el caso alcanza los caracteres
de un verdadero arquetipo de lo que debe ser el hombre de pensamiento».56 La pér-
dida de la inocencia del ideolecto vallejiano es un modo de traducir lo implícito en
explícito al hacer de lo oracular la ley interna de su discurso, y no un convencionalismo
más. La manipulación estilística del hecho histórico desecha todo ruido semántico. El
compromiso político de Vallejo no pudo ser más rotundo: «El literato de puerta cerrada
no sabe nada de la vida (...) Producto típico de la sociedad burguesa su existencia es
una afloración histórica de intereses e injusticias, sucesivas y heredadas, hacia una célu-
la estéril y neutra de museo»." Bajo la opresión del ímpetu utopista, la realidad his-
tórica de España se hace hipóstasis de lo metahistórico:58 La exaltación hagiográfica y
H Cff. K. Marx (1976), p. 47: «Tan pronto como se expone este proceso activo de vida, la historia deja
de ser una colección de hechos muertos, como lo es para los empiristas, todavía abstractos, o una acción
imaginaria de sujetos imaginarios, como para los idealistas*. Las palabras de J. Higgins (197}), p. 324,
son coincidentes: «Para Vallejo la guerra es más que un acontecimiento histórico y más que una lucha con-
tra el fascismo: es un símbolo y ún episodio de la lucha del hombre por crear una nueva sociedad universal,
y la República es el símbolo de esa sociedad en el proceso de nacen. La opinión de]. M. Valverde (1938),
p. 27 (España... es un «libro escrito en nuestra guerra española, totalmente exento de ideología»), es insos-
tenible. No acabamos de entender como S. Yurkievich (1958), p. 67, puede llegar a afirmar que «es el
libro menor de Vallejo* y que «no supera la circunstancia que lo generó».
í6
C. Vallejo, «Las grandes lecciones culturales de la guerra española», Repertorio Americano, n. ° 796 (27
de marzo de 1937), apud Vélez, J. y Merino, A. (1984), p. 87. Es decir: «La historia se vive y se siente
vivir». César Vallejo (1973), p. 17. A la luz de estas palabras, la tesis metafísico-espiritualista de A. Lora
Risco (1965), p. 569 y passim, raya en el despropósito: «Vallejo no se inspiró en nada, sino que descubrió,
en medio del fuego y del polvo españoles, los símbolos catalizadores de su profunda experiencia de poeta*.
M. Gottlieb (1967), p. 192: «Para Vallejo [..] la guerra no le arranca de su ensimismamiento egocéntrico»;
y E. T. Villanueva (1951), p. 70: «España es un "canto de amor a la humanidad crucificada"», se alinean
en la misma orientación ideológica.
i7
C. Vallejo, «Literatura de puerta cerrada», Variedades (26 de mayo de 1928), apud TV. Salomón (1967),
quien habla del carácter «engagé dans l'Histoire qui se nouait tragiquement en 1937» (p. 103). A. Ferrari
(1972), p. 46, afirma que «en los últimos años Vallejo busca una solución en la revolución social*. R. Bareiro-
Saguier (1973), p. 13, nota que «Para Vallejo —como para Mariátegui— en el comunismo existe, en cierta
forma, una vuelta a la comunidad indígena».
í8
Asilo sostiene A. Ferrari (1983), p- 88: «Cuando Vallejo piensa la Revolución Socialista, la piensa de
una manera apocalíptica, fuera del tiempo». Para una postura contraria, cfr. A. Sicard (1973), p- 89, para
quien los poemas de Vallejo «son el resultado de una profundización de la experiencia personal de Vallejo,
que le permite elevarlo hasta lo histórico, descubrir una dialéctica al nivel histórico». Como nota], Franco
396
el improperio denigratorio; la semántica de los contrarios; el aparte escénico y los mo-
nólogos trágicos, son formas vicarias de ese modo de representación que estipula una
reglamentación para someter al anacoluto: Enfrentado a una experiencia difícilmente
verbalizable, el neólogos vallejiano se comporta como una desgarradura imposible de
cauterizar59 porque no hay escritores inocentes ni textos neutrales ante la Historia.
(1984), p, 337, en elpoemario «España se convierte en un nuevo Logos que inscripto para todos los tiempos
en la historia de la raza humana, marca un cambio en el concepto mismo de humanidad*.
*9J. Franco (1984), p. 333, dice: «Para Vallejo [...], la guerra y el espíritu implicaban una nueva poética
y un lenguaje distinto brotado del cuerpo social». Asimismo, A. Ferrari (1972), p. 277: «Desde los primeros
poemas de Los heraldos negros (1916) a los últimos de Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz
(1937) hay una indudable evolución del lenguaje poético*. Coincidimos plenamente con la afirmación de
A. Coyné (1968), p. 305: «el lenguaje poético [...] absorbe el lenguaje simplemente político*. En palabras
de G. Meo Zilio (1960), pp. 13-14: «lo sgomento di essere e di esistere, lo stupore angosciato di fronte
al mole che dilaga, l'accorata speranza di un^ bene messianico, il dolore dell'umanita, l'agonia del mondo
(«... voluntario que mueres de universo*. E un canto di morte (e di vita insieme) quale non si era mai
dato nelle lettere ispaniche».
39'
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Julio Calviño