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Este es uno de los textos que más se ha utilizado para justificar la posición de que las mujeres deben
subordinarse a los hombres en todo sentido. Sin embargo, un análisis detallado puede mostrar una
realidad algo diferente en cuanto a la interpretación de este texto.
Hay dos versículos que son claves para comprender esta porción bíblica, el 21 y el 32.
El versículo 21 habla de sometimiento mutuo “unos a otros” y por tanto, sienta las bases para la
comprensión de los versículos posteriores, no es uno de los dos quien debe someterse, sino ambos.
El versículo 32 habla de la trascendencia de los anteriores y al señalar “grande es este misterio”, indica
que su comprensión no puede ser lineal ni mucho menos sencilla, como muchos han establecido. ¿Por
qué lo llama Pablo un misterio? ¿Cuál es ese misterio?
Para muchos teólogos, comprender este pasaje comienza por determinar qué significa ser “cabeza”. La
práctica habitual es la de tomar un diccionario, escoger una de las acepciones y defender su aplicación
en este texto. ¿El resultado? Cada quien ve lo que desea ver, pero, ¿dijo Dios dos cosas contradictorias
en el mismo texto?
Lo primero que debemos tener en cuenta es que al establecer una comparación, como en todo símil, los
elementos que se comparan no se equiparan en su totalidad. Por ejemplo, si alguien dijera “Tus dientes
son como perlas”, nadie asumiría que quiere decir que los dientes de esa persona pueden hallarse en una
ostra en el medio del mar, que pueden venderse en el mercado, o que pueden ensartarse para hacer un
collar. Se comprendería fácilmente, que solo se refiere a su color y su brillo. De la misma manera, cuando
el versículo 23 dice “porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia”,
no está diciendo que el hombre es Dios para la mujer, lo cual, por demás, constituiría un acto de idolatría.
¿Qué aspectos de Cristo está señalando entonces el pasaje? Para muchos, se trata de la autoridad de
Jesús, pero el propio versículo 23 concluye diciendo “él es su Salvador”. Los versículos 25 al 29
enfatizan en el amor de Cristo por la iglesia “amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia”
(25), “los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos” (28), “El que ama a su mujer,
a sí mismo se ama” (28), y en el supremo servicio brindado por Jesús a su iglesia “se entregó a sí mismo
por ella” (25), “para santificarla” (26), “a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no
tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (27), “Porque nadie
aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia” (29).
Todos estos son indicios de que la comprensión del pasaje pasa por entender el misterio al cual Pablo
hace referencia que no es otro que el misterio de la piedad. El inmenso amor de Dios por su creación es
incomprensible para el ser humano. No lo merecemos, y aun así lo recibimos. Podemos rechazarlo, pero
aun así Cristo tomó nuestra impiedad para que nosotros recibiéramos su gloria… y los esposos han sido
llamados a relacionarse con sus esposas de una manera tal que refleje este amor, servicio y sustento que
de manera constante ofrece Jesús a su iglesia, es decir, a quienes le han aceptado como su Señor y
Salvador.
Incluso quienes consideran que el pasaje se refiere a la autoridad de Jesús sobre su iglesia, obvian la
enseñanza que Él mismo dio con su vida al haberse humillado (Filipenses 2.5-8) y lo que dijo a sus
discípulos mientras pugnaban por ocupar el mayor lugar en el reino de los cielos “Hubo también entre
ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se
enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así
vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve.”(Lucas
22.24-26)
Utilizar este pasaje para afirmar que la mujer debe cumplir ciegamente cualquier capricho de su esposo
es rebajar la sublime gracia de Dios al autoritarismo de los reyes y dirigentes terrenales.
También es importante recordar que el hecho de que Dios pida al hombre que ame a su esposa, no
significa que esta no deba ser respetada también “¡Alábenla ante todo el pueblo! ¡Denle crédito por todo
lo que ha hecho!” (DHH -Proverbios 31.31-). Asimismo, el hombre también merece ser amado
“Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía; has apresado mi corazón con uno de tus ojos” (Cantares
4.9).
Vale señalar que el mandato de Dios en este caso es que cada uno se someta voluntariamente, no que le
imponga al otro ese sometimiento. En ocasiones, intentando imponer respeto, los hombres olvidan que
Dios los ha llamado a amar. Por su parte las mujeres, en nombre del amor, a veces faltan el respeto a sus
esposos. Nuestro Señor y Creador Cristo Jesús nos llama a servirnos mutuamente, dándole mayor
importancia a lo que valora el otro.
Otro aspecto importante a tener en cuenta es que ni esta porción bíblica ni ninguna otra afirman que esta
relación vaya más allá de la relación matrimonial, es decir, el marido es cabeza de su mujer, no de todas
las mujeres y la esposa debe someterse a él, no a todos los hombres. De ahí que la idea de que las mujeres
no deben ocupar puestos de autoridad dentro de la iglesia o la sociedad no se sustenta en la palabra de
Dios, sino en prácticas culturales y tradiciones humanas.
Que Dios nos capacite para representarlo dignamente ante el mundo, mostrando su amor, su gracia y su
redención con nuestras propias vidas.