Sei sulla pagina 1di 10

LOS BONOS

Algunos creen que son los presidentes y los primeros ministros los que ejercen el poder desde los
parlamentos. Pero no es así. En el mundo actual, el poder se encuentra en manos de un grupo de
élite. Se trata de hombres que trabajan en oficinas anónimas. Ellos son los que controlan el
mercado de los bonos.

La mayor agencia de bonos del mundo tiene una cartera de 700000 millones de dólares en valores
de renta fija. Los bonos son la conexión entre la política y el mundo de las altas finanzas. Los
gobiernos siempre gastan más de lo que recaudan con los impuestos. A veces mucho más. Y para
subsanar el desequilibrio, venden bonos y pagan intereses. Pero si el comprador quiere
desprenderse de los bonos, el gobierno no le devuelve el dinero, se venden en el mercado de
valores de renta fija, como la Bolsa de Tokyo.

Tras el ascenso de los bancos, el mercado de bonos fue la siguiente gran revolución de las
finanzas. De este modo, los gobiernos conseguían dinero prestado. El dinero de los bonos pagaron
las guerras que asolaron el norte de Italia hace 600 años, decidió el resultado de la Batalla de
Waterloo, y creó la mayor dinastía financiera del mundo. Aseguró la derrota del sur en la Guerra
de Secesión norteamericana. Y en tiempos modernos, el mercado de bonos propició que naciones
ricas como Argentina, se derrumbaran.

En la actualidad, gobiernos y empresas utilizan los bonos para conseguir préstamos a una escala
inimaginable. En conjunto, hay bonos por valor de 85 millones de dólares. Nuestras fortunas, nos
guste o no, están ligadas al mercado de valores de renta fija. Si este mercado se debilita, nuestras
pensiones se hunden y peligra nuestro bienestar económico. Tras la crisis financiera que comenzó
en 2007, los bonos del gobierno norteamericano han sido un seguro para algunos inversores. Si se
pierde la fe en esos bonos, el mundo se tambalearía.

LA DEPENDENCIA DE LOS BONOS

Aunque nos cueste creerlo, la guerra es la madre de los bonos. Durante gran parte de los siglos XIV
y XV, las ciudades medievales de la Toscana: Florencia, Pisa y Siena combatieron unas contra otras.
Aquellas guerras se lucharon con hombres y también con dinero. La guerra es imposible sin dinero
para pagarla. Y el modo de conseguirlo. La capacidad de financiar la guerra mediante la venta de
bonos fue también un invento del Renacimiento italiano. En lugar de obligar a sus ciudadanos a ir
a la guerra, las ciudades contrataban mercenarios: los "Condoquieros", que con sus ejércitos
anexionaban tierras y riquezas ajenas.
En las décadas de 1360 y 1370 , un condoquiero destacó de entre todos los demás. El pueblo,
agradecido, colocó una imagen suya en la Catedral de Florencia, y aunque resulta difícil de creer,
era inglés. Combatió con tal destreza que los fiorentinos lo llamaron Giovanni Acutus. También le
ofreció un castillo como recompensa por sus servicios. Pero este personaje era un mercenario
dispuesto a combatir por quienfuera que le pagara. Milán, Padua, Pisa, o incluso el Papa. Pero fue
finalmente en Florencia donde se quedó porque era donde estaba el dinero.

El coste de aquellas guerras hizo que las ciudades-estado italianas cayeran en crisis. Los gastos,
inclusos en años de paz, eran el doble de lo que recaudaban con los impuestos. Para pagar los
salarios de mercenarios como éste, Florencia tuvo que asumir el déficit, aumentando la deuda de
la ciudad. Esta deuda era de 50000 florines a principios del siglo XIV, y en 1427 llegó a 5 millones.
Una montaña de deudas. De ahí viene el nombre de Monte Comune.

Pero, ¿a quién le pidieron dinero los florentinos? La respuesta es sencilla: a ellos mismos. Fue una
idea revolucionaria que cambiaría la economía para siempre. En lugar de pagar impuestos
directos, los ciudadanos eran obligados a prestar dinero a su propio gobierno. Como
compensación por esos préstamos forzados, recibirían un interés. Estos instrumentos fueron los
bonos originales del gobierno. Lo sorprendente es que si pretendían recuperar el dinero, podían
vender los bonos a otro ciudadano. Eran valores líquidos. Según los datos, Florencia convirtió a sus
ciudadanos en sus mayores inversores. Este recurso marcó el nacimiento del moderno mercado de
bonos. Todo el mundo ganaba. Los bonos salvaron la ciudad de la bancarrota, y los ciudadanos
estaban satisfechos con el cobro de intereses. Podían comprar y vender los bonos en el mercado
según les conviniera. Y el problema de la deuda pública quedó resuelto, por lo que los florentinos
pudieron pasar a ocuparse de otras cosas.

Pero esta brillante idea tenía un inconveniente. Sólo se podían mantener un número determinado
de guerras improductivas. Cuanto mayor era la deuda de las ciudades italianas, más bonos tenían
que emitir. Y cuantos más bonos se emitían, menos atractivos eran para los inversores. Eso fue lo
que ocurrió en Venecia. A principios del siglo XVI, la ciudad había sufrido graves reveses militares,
y el valor de los bonos venecianos se había desplomado.

En su peor momento, entre 1509 y 1529, los bonos del Monte Nuovo veneciano se cambiaban al
10% de su valor nominal. Si se compraban bonos en tiempos de guerra, corría el riesgo de que la
ciudad no devolviera el dinero ni pagara los intereses. Por otra parte, el interés se pagaba en
función del nominal del bono, así que si se compraba al 10% de ese valor, se podía ganar un 50%.
Así funciona el mercado de los bonos, se gana en función del riesgo que se asume. El mercado de
los bonos establece los intereses de toda la economía. Si el Estado paga un 50%, los demás deben
hacer lo mismo.
El mercado de bonos fue inventado para ayudar a pagar las guerras de Italia, pero acabó
estableciendo el tipo de interés para todo el mundo. La carrera por el poder había comenzado. En
los dos siglos siguientes, los bonos dominarían el mundo.

Los Rothchild fueron la dinastía financiera que ayudaron a ganar la Batalla de Waterloo. Uno de los
grandes de esta dinastía fue conocido como el Bonaparte de las finanzas. El emperador del
mercado de bonos del siglo XIX. Es el dueño de la riqueza. Presume de ser el árbitro de la paz y de
la guerra, y de que el crédito de las naciones dependa de su aprobación. Los ministros del Estado
están en su nomina. Este individuo fue Nathan Rothchild, que fue un gran comerciante de bonos, y
fundó la rama londinense del que sería el mayor banco del mundo.

El mercado de bonos hizo inmensamente ricos a los Rothchild. Tan ricos que se permitieron
comprar 41 mansiones por toda Europa. En la actualidad esta familia está representada por Jacob
Rothchild, tataranieto de Nathan. Entre 1810 y 1836 los 5 hijos del padre de Nathan salieron del
Ghetto de Frankfurt, donde crecieron y consiguieron un poder inigualable en las finanzas
internacionales. Nathan fue quien consiguió triunfar en Londres.

La determinación y su ingenio financiero fueron lo que sacaron a Nathan del guetto y lo


convirtieron en el dueño del mercado de bonos londinense. De nuevo había surgido otra
oportunidad financiera gracias a la guerra.

La Batalla de Waterloo fue la culminación a dos décadas de conflictos entre Gran Bretaña y
Francia. Pero fue más que una batalla entre dos ejércitos. Fue una contienda entre dos sistemas
financieros. El francés, basado en el saqueo, y el británico, en la deuda. Para cubrir los costes de la
guerra, el gobierno británico vendió una cantidad de bonos sin precedentes. Según dicen, la
familia Rothchild ganó millones especulando sobre como la Batalla de Waterloo afectaría al precio
de los bonos.

Lo que ocurrió fue muy distinto. Lejos de ganar dinero con la victoria de Wellington, los Rothchild
quedaron casi arruinados. No consiguieron su fortuna gracias a la batalla, sino a pesar de ella. La
venta de bonos permitió que el gobierno británico hiciera una gran caja, pero ni los bonos ni los
billetes le servían a Wellington. Para pagar a sus soldados y a los aliados británicos necesitaba un
valor universalmente aceptado. Nathan Rothchild entregó a Wellington el dinero recaudado en el
mercado de bonos en forma de oro. El éxito de esta operación decidiría la suerte de los imperios
rivales y de toda Europa.
El gobierno británico ordenó a Nathan Rothchild como agente y le encargó que entregara toda la
cantidad de oro y de plata recaudadas a Wellington, cuyo ejército acababan de salir de España y se
dirigían hacia el sur de Francia. La operación se centró en la red de crédito paneuropeo de
Rotchchild y en la habilidad de Nathan para movilizar el oro que Wellington necesitaba para
reclutar a sus tropas.

Manejar tal cantidad de oro en plena guerra llevaba muchos peligros, pero desde el punto de vista
de los Rothchild, las enormes comisiones justificaban el riesgo. Los Rothchild se hicieron
indispensables para la guerra. A pesar de que fueran judíos. Fueron muy efectivos como
financieros de guerra porque disponían de una red bancaria familiar dispuesta a entrar en acción.
Nathan en Londres, y el resto de hermanos entre Frankfurt, París, Amsterdam, y por último su
hermano Solomon, que iba adonde Nathan le asignara.

Si el precio del oro era más alto en París que en Londres, James vendía en París y Nathan
compraba en Londres.

En marzo de 1815, Napoleón regresó a París de su exilio en la Isla de Elba. Estaba decidido a revivir
sus ambiciones imperiales. Inmediatamente, los Rothchild comenzaron a comprar todos las
monedas y lingotes que caían en sus manos. La razón por la que Nathan compró tanto oro era
sencilla. Suponía que, como todas las guerras de Napoleón, ésta sería muy larga. El oro se
apreciaría más con el paso del tiempo. Pero esa previsión fue errónea, y resultó casi fatal.

Una famosa frase de Wellington durante la batalla fue: Ganamos por un margen muy pequeño.
Despúes de un cruel enfrentamiento, la llegada del ejército prusiano resultó decisiva. Para
Wellington fue una victoria gloriosa. Pero no para los Rothchild.

Nathan Rothchild fue el primero en conocer la derrota de Napoleón. Gracias a la rapidez de sus
correos, supo la noticia 48 horas antes que el gobierno británico. Pero, a pesar de ésto, las noticias
de Waterloo no eran buenas para Nathan. Él había apostado por una campaña más larga. Ahora
poseía una pila de valores que nadie quería para pagar una guerra que ya había acabado.

Con la paz , los grandes ejércitos que combatieron contra Napoleón fueron licenciados. Esos
significaba que se acababa el oro para los soldados y que su precio caería después de la guerra.
Nathan tuvo que enfrentarse a duras y crecientes pérdidas. Solo había una salida. Utilizaría el oro
de los Rothchild para hacer una apuesta muy fuerte y muy arriesgada en el mercado de bonos.
en 1815, Nathan realizó grandes compras de valores refiriéndose a los bonos del gobierno
británico. Nathan había apostado por una victoria británica en Waterloo, y haría que los bonos
alcanzaran mucho valor. Nathan empezó a comprar, y a pesar de que el precio continuaba
subiendo, siguió comprando. En contra de la opinión de sus hermanos, se mantuvo firme durante
otro año. Finalmente, en 1817, tras una subida de los bonos del 40%, Nathan empezó a vender.
Sus ganancias equivaldrían a más de 600 millones de euros. Los Rothchild demostraron que los
bonos eran mucho más que un medio para financiar guerras. Podían comprarse y venderse para
provocar muchas ganancias. Y con el dinero, llegó el poder. A mediados del siglo XIX, los Rothchild
eran los dueños del mercado de bonos, y eran muy temidos. Incluso llegaron a ser odiados.

El hecho de que fueron judíos removieron los prejuicios antisemitas. La aparente capacidad de los
Rothchild para prohibir o permitir guerras era lo que más indignaba a la gente. Los Rothchild
necesitaban la guerra. Hicieron sus mejores negocios con ella. Y de no ser por las guerras, los
Estados no habrían tenido que emitir los bonos que los Rothchild compraban y vendían. Pero el
problema de las guerras y de las revoluciones es que un Estador deudor puede no cumplir su
obligación, y eso afecta a los bonos emitidos.

A mediados del siglo XIX, los Rothchild traficaban con valores y mantenían una extensa cartera de
bonos de su propio gobierno. Tenían más que perder con los conflictos. Los Rothchild decidieron el
resultado de las guerras napoleónicas apoyando financieramente a Gran Bretaña. Y decidieron el
resultado de la Guerra de Secesión manteniéndose al margen. De nuevo, los dueños del mercado
de bonos arbitraron el destino de la guerra.

50 años después de la Batalla de Waterloo, y al otro lado del mundo, otra guerra sería decidida
por el mercado de bonos. Pero esta vez serían los vencidos quienes harían una gran apuesta. Y
perderían.

Según la idea original, el punto de inflexión de la Guerra de Secesión norteamericana se produjo


en junio de 1863. Dos años después del inicio del conflicto. Fue cuando las fuerzas de la Unión
tomaron Jackson, capital de Mississippi, y forzaron al ejército Confederado a retirarse al oeste.
Rodeados y con los cañones de la Unión bombardeando sus posiciones, los sureños resistieron un
mes, pero finalmente tuvieron que deponer las armas. Mississippi cayó en manos del Norte, el Sur
quedó dividido en dos.

Sin embargo este no fue el factor decisivo de la derrota del sur. El auténtico punto de inflexión se
había producido antes. Y la causa fue financiera: el Puerto de Nueva Orleans, que era el principal
punto de exportación del sur: el algodón. El sur necesitaba controlar el comercio del algodón. Era
el componente esencial de un ambicioso proyecto para utilizar el mercado de bonos con fines
bélicos.
Ocurrió como en las ciudades-estado italianas. el Tesoro de la Confederación recaudó fondos al
principio de la guerra vendiéndolos a sus propios ciudadanos. Sin embargo, el capital disponible en
el sur era limitado. Para sobrevivir, la Confederación se dirigió a Europa. Esperaban que la mayor
dinastía financiera del mundo les ayudara a derrotar el norte. Igual que había ayudado a
Wellingron a derrotar a Napoleón.

Inicialmente la Confederación tenía indicios para ser optimista. En Nueva York, el agente de los
Rothchild simpatizaba con ellos y se opuso al líder del norte, Abraham Lincoln, en las elecciones
presidenciales celebradas anteriormente. Sin embargo, los Rothchild tenían sus dudas. Ayudar al
gobierno británico para derrotar a Napoleón era una cosa, pero comprar bonos de un grupo de
esclavistas sureños, parecía muy arriesgado. Los Rothchild decidieron permanecer al margen.

A pesar de esta contrariedad, el gobierno del sur escondía un as en la manga. Su estrategia se


basaba en el algodón. La idea de los Estados del Sur era utilizar el algodón como garantía para sus
bonos, lo que animaría a los inversores, pues si no les pagaban los intereses, podrían quedarse con
el algodón. Así, los agentes sureños comenzaron a vender bonos en los centros financieros
europeos.

La Confederación trató de vender bonos convencionales en centros financieros europeos como


Amsterdam, pero los inversores desconfiaron. Sin embargo, cuando una firma francesa ofreció
bonos respaldados con algodón, lo vieron de otro modo. Estos bonos podían cambiarse por
algodón al precio de antes de la guerra. Aquellos bonos de algodón formaban la base de la
estrategia sureña. Si además podían restringir el suministro de algodón, su valor y el de los bonos
aumentaría mucho. Y los confederados utilizaron este producto para chantajear al país más
poderoso del mundo: Gran Bretaña.

En la década de 1860, el Puerto de Liverpool recibía todas las importaciones de algodón. La


industria textil era el soporte de la economía británica. Y más del 80% del algodón provenía de los
EEUU del Sur. Los sureños creyeron que podrían poner a Gran Bretaña de su parte, y para
aumentar la presión, embargaron todos los envíos de algodón a Liverpool.

Durante un tiempo la estrategia tuvo éxito. Los precios del algodón se dispararon. Y lo mismo
ocurrió con el valor de los bonos, garantizados por el algodón confederado. El embargo de
algodón devastó la economía británica. Las fábricas tuvieron que despedir a sus empleados. Y al
final la producción se interrumpió en 1862. La mitad la mano de obra fue despedida. Regiones de
UK muy dedicadas al sector textil se vieron muy mermadas. A esta situación desesperante se la
llamó la Hambruna del Algodón.
Gran Bretaña pasaba un mal momento mientras el algodón confederado cotizaba al alza. Pero la
capacidad del sur para controlar el mercado de los bonos dependía de un factor fundamental. Si el
sur no pagaba los intereses, los inversores debían de estar seguros que podrían llevarse el
algodón. Por eso la caída de Nueva Orleans en 1862 fue el auténtico punto de inflexión de la
Guerra de Secesión norteamericana. El puerto principal de la Confederación cayó en manos de la
Unión. Y los inversores que quisieran llevarse su algodón tenían que burlar el bloqueo naval de la
Unión.

Los sureños se habían excedido. Dejaron de exportar algodón y después no pudieron retomar el
negocio. En 1863, las fábricas textiles de Lancashire encontraron nuevos suministradores de
algodón en China, Egipto y la India. Los inversores perdieron intereses en los bonos del sur
repaldados por el algodón. Fue catastrófico para la economía confederada.

Con su mercado de bonos arruinado, y tan sólo dos préstamos extranjeros, la Confederación tuvo
que imprimir dólares de papel para costear la guerra. En total se emitieron 1700 millones de
dólares. El Norte también imprimió papel-moneda, pero al final de la guerra estos dólares valían
más que los dólares del sur. Y cuando el dinero comenzó cada vez a comprar menos cosas, la
inflación se disparó en el sur. En 1865, el precio de algunos productos se había multiplicado por
90. El Sur había hecho todo lo posible por manipular el mercado de bonos, pero había perdido. No
sería la única vez en la historia que un intento similar generaría una ruinosa inflación.

En la actualidad, el mercado global de bonos es mayor que todo el conjunto del mercado de
acciones. Y sigue siendo un mercado que aún puede poner o quitar gobiernos.

Cuando en el mercado de bonos se compra o se vende, no sólo se está influyendo en los mercados
financieros y en la política, influye también en el valor de nuestros fondos de pensiones y en los
intereses que pagamos. Sólo existe una cosa a la que los mercados de bonos les tiene miedo: la
inflación. El peligro de la inflación es que desestabiliza el interés fijo de los bonos.

Si la inflación sube un 10%, y el interés fijo es del 5%, eso significa que el propietario de los bonos
pierde un 5% con la inflación. Por eso, al primer atisbo de una inflación fuerte cae el valor de los
bonos, y en algunos casos esa caída es sostenida.

Para comprobar lo mal que pueden ir las cosas cuando llega la inflación, solo hay que repasar la
historia de Argentina. Muchos argentinos opinan que el declive de su economía empezó en 1946,
cuando el General Perón recién elegido presidente visitó el banco central de Buenos Aires. Perón
se quedó sorprendido: "Hay tanto oro que apenas se puede andar por los pasillos". El mismo
nombre de Argentina indica que es el país de la plata.

Antes solo había dos almacenes Harrods en el mundo. Uno en Londres y otro en Buenos Aires. El
último se inauguró en 1912, lo que nos puede hacer recordar que Argentina fue un país muy rico.
Su renta per cápita en aquel entonces era sólo un 18% inferior a la de EEUU. Los inversores que
compraban bonos argentinos confiaban en que el país sería tan poderoso como EEUU.

Desde entonces, la historia de Argentina es un ejemplo de cómo los recursos y el talento pueden
ser inútiles sin un buen manejo de las finanzas.

Se han producido muchas crisis financieras en la historia de Argentina, pero la que sacudió al país
en 1989 fue la peor de todas. Consistió en 3 etapas que condujeron a un infierno económico. En la
primera etapa, el gobierno gasta más de lo que recauda con los impuestos. Esto normalmente se
debe a una guerra; en Argentina fueron dos guerras: una Guerra Civil en los años 70, y la otra la de
las Malvinas contra Inglaterra en 1982. En 1989 el sistema económico argentino estaba a punto de
estallar.

En 1989 la inflación alcanzó un 10%...mensual. El gobierno ordenó el cierre de los bancos,


mientras trataba de bajar los intereses para impedir que se hundiera la moneda nacional. No
tuvieron suerte. En solo un mes la moneda cayó un 140% respecto al dolar. Al mismo tiempo, el
Banco Mundial dejó de conceder préstamos a Argentina. Su gobierno no había podido eliminar la
causa de la inflación: el déficit del sector público.

Sin futuros préstamos del Banco Mundial a la vista, el gobierno trato de financiar su déficit
vendiendo bonos a sus ciudadanos. Pero los inversores sabían que el valor de los bonos sería
barrido en cuestión de días por culpa de la inflación. Al gobierno se le acababan las alternativas.

Así, un día un supermercado anunció por megafonía que sus precios aumentarían un 30% desde
ese mismo momento. Los compradores furiosos volcaron los carros de la compra. Las tiendas se
quedaron sin mercancías. No había dinero para reponer las existencias. Se llegaban a cambiar los
precios hasta 3 o 4 veces al día.

Cuando los precios de los bonos se desplomaron, se sospechó que las reservas del Banco Central
se habían agotado. Sin préstamos exteriores y sin nadie que comprara los bonos, el gobierno sólo
podía hacer una cosa: obligar al Banco Central a emitir más dinero. Pero tampoco funcionó.
Argentina quedó finalmente quedándose sin dinero. El presidente del Banco Central dijo que se
debía a un problema físico. La Casa de la Moneda no tenía papel para imprimir los nuevos billetes.
Y los inversores estaban en huelga. Sin embargo, cuanto más rápido trabajaban las imprentas,
menos valía el dinero. Los billetes llevaban cada vez más ceros. El precio del café llegó a subir
hasta un 50% en tan solo una semana. Los ganaderos dejaron de llevar sus reses al mercado. El
precio de una vaca era igual al de 3 pares de zapatos. La inflación finalmente llegó a alcanzar en
Argentina el 100% mensual. Un crecimiento anual del 12000%.

La indignación popular desembocó en actos violentos y saqueos. Antes nunca faltaba un filete en
la mesa. Y ahora miles de personas acudían a los comedores de caridad.

Resulta evidente quien sale perdiendo en casos de hiperinflación. La rápida subida de precios
hunde a todos aquellos que dependen de un sueldo fijo. Académicos y funcionarios, cuyos
salarios son también fijos; pensionistas y, sobre todo, propietarios de bonos, dependen de los
intereses de su inversión. Buenos Aires está llena de tiendas de anticuarios. Las joyas y objetos de
valor fueron vendidas por las familias de nivel medio que se quedaron sin dinero.

En la década de 1920, el gran economista John Mayard Keynes predijo la eutanasia de los bonos.
Anticipó que la inflación acabaría comiéndose los valores en papel de familias como los Rothchild.
Cuando la inflación barrió el planeta en los años 70, se demostró que Keynes tenía razón.

En nuestros días, hemos visto una milagrosa resurrección de los bonos. Ha vuelto el mercado de
bonos aterrorizando a los funcionarios americanos que tratan de conseguir un rescate financiero
masivo, vendiendo miles de millones de dólares en bonos recién impresos. La clave de este
resurgir ha sido el aumento de los compradores de bonos.

Esto nos lleva de nuevo a Italia. Donde nació el mercado de bonos hace 600 años. Italia es una de
los países de Europa con mayor índice de envejecimiento de la población. En una sociedad así,
existe una demanda creciente de valores de renta fija como los bonos. Pero también existe una
gran miedo a que la inflación se coma el valor real de las pensiones y los ahorros. Los bancos
centrales sospechan que ser blandos con la inflación, influye mucho en el mercado de bonos. Las
tesorerías emplearán miles de millones para rescatar bancos arruinados por la actual caída del
crédito. Pero no será fácil salvar el precio del dinero vendiendo más bonos.

En la moderna Europa, como en la Italia del Renacimiento, se ha alcanzado un equilibrio entre el


nivel político y el riesgo financiero. Como siempre, parece que el mercado de bonos es quien
gobierna el mundo.
Pero, ¿qué ocurriría si en lugar de prestar a los gobiernos, preferimos emplear nuestro dinero en
comprar acciones de empresas? ¿sería arriesgado? ¿se obtendrían beneficios?

https://plus.google.com/117327454347755003102/posts/2HMy7ZGSH93

Potrebbero piacerti anche