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La Luna Oscura de Samael

Leah Jackson

Editora Digital
La Luna Oscura de Samael
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La Luna Oscura de Samael


La orden de Caín 1

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La Luna Oscura de Samael
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© Edición diciembre 2011


Derechos e—books Leah Jackson para Editora Digital
Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso

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Resumen

El ángel Samael fue condenado antes del inicio de los tiempos


por culpa de un amor imposible y de las posibles consecuencias que
podría traer esa relación; hoy en día, se dedica a regentar un
comedor público bajo el nombre ficticio de Sam Donahue como forma
de expiar sus pecados esperando que, al menos, en Navidad, Dios
pueda escucharlo y perdonarlo, pero ¿qué pasará cuando se vea
tentado a sucumbir de nuevo frente a la rencarnación de la mujer que
fue su ruina? ¿Se dejará atrapar o será recompensado para toda la
eternidad?

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Prólogo

Antes del Principio de los Tiempos

Según la historia contada en la Biblia, Dios creó el mundo en seis


días y al séptimo descansó. Creó a Adán y a Eva, los padres de la
humanidad, como soberanos de todo cuanto los rodeaban, a su
imagen y semejanza, pero... ¿qué pasaría si hubiera algo que no
estuviera registrado en la Biblia? ¿Qué ocurriría si hubiera algo que
no se contó?
¿Qué sucedería si la primera mujer de Adán no hubiera sido Eva
como nos cuenta el Sagrado Libro, si no otra?
Lilith. Misteriosa y rebelde, fogosa y llena de pasión, más bella
que los propios ángeles, casi tan alta como Adán pero con unas
espectaculares y sedosas curvas. Toda ella femenina y suave. Con
una piel de la más nívea porcelana y una maravillosa cabellera oscura
de la cual provino su nombre. Sus ojos parecían contener la sabiduría
del mundo. Hermosos. Invitantes. Acogedores. Dorados.
Fue creada junto a Adán para ser su compañera del mismo polvo
y la misma arcilla que él. Para ser su igual.
Al principio, todo fue bien.

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Adán era tan hermoso como ella pero al igual todos los hombres,
era más fuerte, ágil y rápido. Alto y musculoso. El epítome de la
belleza masculina de todos los tiempos. El mejor trabajo de Dios.
Y Adán lo sabía. Conocía perfectamente cuál era su lugar en la
Creación.
Pero con el tiempo, esa visión se distorsionó, haciéndole creer
que él era el único amo. Que sólo él tenía el derecho de decidir lo que
estaba bien de lo que estaba mal. Que todo lo demás estaba por
debajo.
Incluida Lilith.
Las cosas debían hacerse siempre a su manera, comer lo que él
quería, cuando quería y como quería, lo mismo con dormir. Recolectar
las verduras de su pequeño huerto era un trabajo demasiado inferior
a Adán por lo que dejó de hacerlo también. Y en lo que peor se volvió
fue en su trato para con su compañera. Puesto que para él, no era su
igual, no entendía por qué tenía que tratarla así. Ella estaba allí para
ayudarlo. Para servirlo y darle hijos y así continuar con su especie
como Dios había decretado.
Pero Lilith no se sometió. Y cuando descubrió lo que realmente
su esposo pensaba de ella, montó en cólera.
Además, con las palabras “Yo soy la imagen de Elohim (Dios), no
me voy a rebajar a la altura de alguien como tú, que eres
simplemente una de tantas bestias en el campo creadas para
complacerme”, no es que Adán hubiera dejado espacios para dudas.
Desde ese mismo instante, Lilith se alejó del primer ser humano.
Dejó de ser su esposa puesto que no podía permitir que la humillasen
de esa manera a pesar de que Dios le ordenó que retomara su
posición. No lo iba a hacer. Jamás.
Quería que Adán se diera cuenta de que su actitud de

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superioridad no le iba reportar nada con ella. Pero él no cambió si no


que su actitud arrogante y déspota fue a peor.
Finalmente, Lilith, temiéndolo, le pidió a Dios que le enviara a
uno de sus ángeles para que la protegieran. Utilizó su verdadero
nombre; algo que no estaba permitido hacer ya que los nombres
contienen las cualidades del que lo posee y por lo cual, sus propias
características; pero le fue perdonado al ver que sólo había perdido
momentáneamente el control.
El ángel que fue enviado en su auxilio fue Samael, el Ángel de la
Fuerza.
En cuanto Lilith posó los ojos en Samael ya no hubo nadie más.
Adán, literalmente, dejó de existir. Y el ángel era todo un sueño.
Hermoso, no de la misma forma que el primer humano, pero lo era
tanto por fuera como por dentro. La trataba con el mayor de los
respetos. La hacía sonreír cuando estaba triste. La protegía pero sin
ser una carga para su independencia. No le exigía que lo sirviera ni
pretendía que transformara todo su ser sólo por él.
Y la forma en que trataba a Seriàh, la hija que había engendrado
con Adán antes de que cambiara, era la de un verdadero padre
entregado.
No fue de extrañar que cayera rendidamente enamorada de él.
Por su lado, Samael intentó guardar las distancias pues sabía
que Lilith, su Luna Negra, no estaba destinada a él. Aun así, muy
profundamente en su interior, empezó a desear que las cosas fueran
diferentes. Sobre todo cuando veía a Adán maltratarla verbalmente
escudándose en la pobre excusa de ser el amo y señor del Paraíso.
Cuando la tensión se volvió insoportable, decidió que antes de
traicionar a Dios yaciendo con la mujer de otro hombre, primero
hablaría con su hermano Luzbel, el ángel más hermoso y querido de

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todos, la Luz del Señor, para que intercediera en su lugar.


Pero Dios estaba ciego a los defectos que, obviamente, tenía
Adán y prohibió que Samael se quedara con Lilith un segundo más.
Luzbel se enfrentó a Dios pensando que su decisión era errónea.
Y esa fue la verdadera discusión que abrió la brecha entre el
Señor y el ángel más favorecido de todos.
Elohim no podía permitir que Lilith y Samael estuvieran juntos
porque no podía asumir el riesgo de que engendraran hijos. Estos
serían demasiado poderosos. Estarían por encima de sus hermanos
humanos y podrían someterlos a las peores desgracias usando la
misma naturaleza en su favor. Podrían llegar a convertirse en dioses
entre ellos.
Luzbel le pidió a Dios que tuviera confianza en los hijos que
podrían albergar Samael y Lilith pero el Señor contestó que los
humanos podían corromperse muy fácilmente y que por ello, los
Nephilim, también podrían.
Finalmente, la discusión entre el ángel y el Señor llegó a un
punto en el que ambos se dijeron e hicieron cosas en el calor del
momento que más tarde lamentarían pero que no podrían retractar.
Luzbel convocó a la revolución a sus pares haciéndoles ver que entre
Lilith y Samael no había nada malo, que era el amor más puro de
todos.
Se formaron dos facciones, una lideradas por Luzbel, llamándose
ya Lucifer, y la otra por el arcángel San Miguel.
La guerra fratricida se extendió durante una eternidad y antes de
que finalizara, se había llevado a un buen número de víctimas.
Luego, como bien narra la Biblia, Lucifer y sus seguidores (entre
ellos Lilith y Samael) fueron expulsados del cielo a la Tierra creando
tal destrucción al caer, que aquel hermoso paraje quedó

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absolutamente devastado.
Dios lloró amargamente gotas de sangre por cada una de las
víctimas de las cuales nació un nuevo jardín al que llamó Edén.
Extrajo a Adán de entre las ruinas y lo llevó allí, borrándole la
memoria.
Cuando Lilith despertó en aquel inhóspito paraje, su primer
pensamiento fue para Samael. Sabiendo que el ángel era inmortal,
buscó a su pequeña. Su hija Seriàh. No creía que el Señor se la
hubiera llevado así que la buscó, la buscó y la buscó hasta que sólo la
impulsaba la desesperación a continuar y cuando finalmente la
encontró, el grito que profirió rasgó el angustioso silencio que la
rodeaba.
Su preciosa niñita había muerto.
Sola en medio de la destrucción.
Y con ella, Lilith languideció y expiró de pena dejando a Samael
esperándola por toda la eternidad.

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