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CARLOS BADILLO SOTO

"LA REGION -DE LAS AMARGURAS"

DURANGO, DGO.
''LA REGION DE LAS AMARGURAS"
OBRAS ·DEL MISMO AUTOR:

EL DIOS DESCALZO

LES TOCA MORIR MAÑANA

LOS CANDIDATOS DEL DIA:B LO

LA REGION DE LAS AMARGURAS.


EN AQUEL PUEBLO HABER CONTRAIDO

SILICOSIS ES ESTAR CASCADO. ESTO ES,

TENER LOS PULMONES DESTROZADOS

Y ESCUPIRLOS HASTA MORIR.


EL QUE VENDE LAS MATERIAS

PRIMAS DE SU PATRIA, ESTA

VEN DIEN DO ESTA EN PEDAZOS.


A IVAN HOE; INMENSA ALEGRIA MIA

HOY Y SIEMPRE. OBJ ETO DE MI

LUCHA.
'A-ESOS .HOMB.RES QUE DEJAN SU

VIDA EN LAS ENTRAl\IAS DE LA MINA.


1
La Semana Santa estaba por ven ir. A m uchos les pro­
ducía felicidad su cercanía porque veían el pronto disfrute
de vnas vacaciones muy merecidas. La cúriosa sensación de
ahogo que les producía l a monotonía atormentadora de sus
actividades cotidianas, aminoraba a�te el grato recuerdo de
un descanso. Aquellos q u e pensaban en unas vacaciones en
a lgún puerto o alg una. ciudad diferente, obvio es que te­
nían resuelta su situación económica. Exactamente lo con­
trario ocurría cónmtgo; mi situación económica era m'uy di·
fícil, y prometía ser peor, lejos de soñar en un viaje de
placer, ocupa b a mis energías & encontrar una soluci6n favo­
rable a los problemas monetarios que me aquejaban a gra ·
do ta l de auyentarme el sueño por las noches.

No obstahte m i s carencias, no me quejaba de la su er·


te y Ja fortuna. Era tan afortunado como cua lquier otra per ·
.sana, únicamente que aca baba de empezar en l a vida, co n
propia in iciativa y propio esfuerzo alejado de la tutela p a ·
terna!, lo que me d ificu ltaba las cosas. Porq ue no hay qu�
negar q ue con la ayuda del padre o de la fami lia, · las d1·
ficu ltades po r grandes q ue sean se su pe r a n fácil mente. Pe ­
ro cuando se es sólo en la l ucha, los problemas parecen d u·

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plicarse por obra de ellos mismos.

Justo acababa de terminar los estudios profesionales,


encontrándome en condición de Pasante de Derecho. Ade­
más por esos días . contraje matrimonio, de modo que me
hallaba en la situación crítica de aquel que está casado y
sin trabajo.

Un pasante tiene pocas oportunidades de hacerse de


un buen empleo, y ese era mi problema. Los servicios de
un profesionista no titulado se convierten en algo así como
servicios auxiliares, que no son muy bien remunerados, y
por otra parte está la competencia tan tremenda que se
establece.

Necesitaba encontrar un empleo y cuanto antes mejor.


Desgr-aciadaménte todo esfuerzo que efectuaba para lograr­
lo resultaba en vano. En semejantes condiciones. compren­
día bien que no. podía darme el lujo de elegir empleo a
mi gusto
- ;
La lucha por mi subsistencia comenzaba, y no sólo era
mi lucha propia, era la rucha d.13 todos aquellos que fuimos
condisdpult>s, y que terminábamos nuestra etapa de estu­
diantes para penetrar a otra ciento por ciento mas hosHI,
la cual requería de decisiones firmes y mayor sentido prác­
tico. Bien pronto nos percatábamos que el mundo no era
realmente como lo concebíamos de estudia ntes. Eramos unos
ilusos cuando pensábamos que al t erminar nuestros estudios.
por ese s i mple hecho nos convertiríamos pronto como por
arte de magi a en hombres p rog re sist as envidia de nuestros
,

enemigos y orgullo de los que nos querían. Muy lejos es­


tábamos de imaginar que lo difíciÍ viene cuando se conclu­
ye la Carrera Profesional, que es cuando la vida se tiene
que ganar mediante el empleo dé lps conocimientos adqui­
ridos en las aulas, y especia!mente\de las habilidades inna-
·

tas que se poseen.

Todos mis compañeros trataban de colocarse donde me-

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jor podían, a lgunos se decidían por litigar, litigar al ampa­
ro de a lgún a bogado titulado de cierto renombre q ue los
patrocinara, e jerciendo funciones en sus despachos. Otros
hubo q ue tomaron cam inos a d iversas ci udades de la Re­
pública en busca de horizontes mas benignos. No pocos de
los que nos quedábamos en Durango lograron colocarse
dentro del Gob iern o del Estado, sea ya como funcionarios
menores o como Agentes del Min isterio Púb lico, locales C!
foráneos. A los que eran lo primero se les ap laudía, pero
los que alcanzaban só lo lo segundo no eran dignos de mu­
cho reconocimiento, porque h a blando con franq ueza ser
Agente del Minister io Pú blico no significaba ningún triun­
fo, el cargo de por sí es cruel y ademá. s increíblemente m a l
pagado. Para lograr ser Agente del Ministerio Público no
se requería más q ue h ubiera vacantes, y en aquel enton-
·

ces había vacantes.

No obstante mis consideraciones, fuf en busca de una


Agencia. Para mí en lo particu l a r las cosas no se presenta­
ban tan fáciles. Aún cuando existían plazas · disponibles en
a lgunos pueblos del interior del Estado e incluso una en
la Ciudad, no había oportunidad para mí, debido a cierta
apatía que nos d ispensábamos mutuamente el hombre clave
y yo. O sea, que hasta lo mas fácil se me tornaba tremen­
damente difícil.
En vista de lo sucedido bien pronto pude percatarme
de que si deseaba una pla¡rn de Representante Social, ade­
más de no señalar co n dici one s como lugar y sueldo, debía
forzosamente hacerme "apadrinar", de otra ma nera trans­
curriría mucho tiempo ant.es de que lograra mi objetivo.

Decidido pues, m� ·i!�ti'evisté con una serie de perso­


nas más o menos impo rta n,t�s que pensé podían ayudarme.
El los a su vez hicieron .oír su voz de recomendación más
adelante, hasta que por ,fin uno de esos días fuf l l amado.
Sin pérdida de tiempo me presenté y me e nteraron que l a
Agencia del Ministerio Pú bl ic o del Mun icipio d e l Parián se

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encontraba acéfala desde hacía varias semanas; me l a pro­
ponían, casi seguros de q ue n o la aceptaría, ya q ue d e so­
bra era sabido que la peor de las Agencias era precisa­
mente la de ese Municipio. Muchos hubo q ue l a rechaza­
ron, otros renunciaron a los tres o cuatro días tan p ronto
se e ncara ro n con los o bstácu lo s d e l a región , como es el ca·
lor endemoniado, la lejanía y lo exageradamente caro de
l os satisfactores.

Para entonces lo mío era u n a especie de tonto capri­


cho. Por é l lo y por cierto org u l lo, acepté d e inmediato. En
mi i nterior comprendía la tontería que estaba cometiendo,
mas estaba decidido a continuar adelante en mi propósito,
para demostra rme a mí mismo qu e aunque fuera u n a Agen­
cia del Ministerio Públ ico podía conseguir. Ahora, ahora
que ya pasó todo, me felicito de l o acertado de m i decisió n .
En el Parián a p rendí muchas cosas, más de las que p u d e ha­
ber me imaginado. Con certeza op ino q ue aquél es u n pue­
blo que nadie debe de j a r de conocer a u nque sea por u n a
sóla vez. Ciertamente no e s u n l ug a r parad isíaco, pero es
interesante por el cúmulo· de cosas q ue a l l á suceden. Los
fenómenos socia l es se unen en curiosa con j u gació n . La ri­
queza abunda a ma nos llen as, pe ro también la miseria en
crimi n a l contraste. La i njusticia y la explotación despiadada
a esos seres ignorantes y pobres q ue en conjunto se de­
nominan mineros. Por otra parte, creo q u e en aquel sitio
todos los vicios han sentado sus reales.

E l Municipio se l lama El P a rián, e l mismo nombre tie�


ne el poblado q ue es la Cabecera Muni ci pa l . Mi asiento era
éste. Al pueblo lo conocía ú nicamente por referencias, pues­
to q ue n u nca había estado a l lí . Más no tardé en enterarme
que se encontraba muy a p a rtado de ja Capita l , por entre
la sierra, casi en los límites cor un Estado de la costa . Su
comun icación era sumamente difíc i l , todo movimiento debía
hacerse mediante avión, ya q ue sólo durante dos o tres me­
ses al año cuando la corriente del Río decrecía l legaban ca­
miones provenientes de la costa. Este viaje e ra l a rgo y pe--

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noso, ocho horas de incesante caminar, el río tenía que
badearse por ciento sesenta o ciento setenta veces, lo que
se convertía en a lgo monótono y atormentador.

Ahora que sabía se aproximaba el momento de partir,


reflexion a ba y no me agradaba la idea de alejarme de los
m íos y de los amigos para ir en busca de lo que forzosa­
mente tenía que ser inseguro y poco "costea ble". Sin em­
bargo, d ado que acepté, estaba obl igado a ir a probar suer­
te. N i siquiera lo mísero del sueldo me importaba realmen,
te, sin olvidar q ue debía costearme el transporte en avión
por mi propia cuenta tantas veces como tuviera la necesi­
dad de movilizarme.

La empleada que me expidió el bi l lete de v1a1e, me


hizo saber que como cortesía de la l ínea aérea un coche
vendría a buscarme muy de mañana para transportarme a l
Aeropuerto. Esa tarde estuve atareado con ciertos compro­
misos sociales y hasta i;ntrada la noche torné a casa. No
bien lograba dormir y e· s cuché e l claxón de un coche que
sonaba con impaciencia; vi el reloj ayudado con la vislum­
bre de la ve ntana y descubrí que aún no eran las cuatro
de la madrugada y ya te n ía el coche a m i puerta. Mald ije
a l chofer por lo inoportuno y decidí levantarme y vestirme,
s a l i endo a encaramarme a l auto, sin tener la cort.esfa de con­
testar el saludo del cond uctor debido a que mi enojo no
ami noraba. A é l no le· importó, aceleró el carro y le jos de
to mar rumbo a l Aeropuerto se d i rigió a una de las colon ias
u bicada en el lado contrario. No tardé en da rme cuenta cuá l
era el motivo. Ten ía que recoger a seis o siete pasaj eros o
cua ntos cupieran para traslad ad.os al igual que a mí a l
campo aéreo.

Pensaba en por qué se, nos recogía tan temprano y


descubría que era porque la línea aérea contaba con un
auto ú n ica mente y debía de comenzar con sus viajes desde
m uy temprano para poder darse abasto a l levar a todos los
que conta ban con b i l l etes de avión a d iferentes pueblos de
la sierra. Lamenté no h a ber sido de los ú ltimos que reco-

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gieran, para haber tenido así oportunidad de dormir más
tiempo.

Debido a que el Aeropuerto se encuentra enclavado


en un llano, el viento soplaba con mayor fuerza y provoca­
ba frfo al pegar contra el cuerpo. Me _cubrí con la chamarra
como mejor pude y me senté en la sala de espera, decidido
a aguardar a que ama neciera . Mientras tanto, me entrete­
nía mirando m i imágen que se refle¡aba en las vidrieras del
frente como si fueran espe¡os. Con la luz del a manecer pau­
latinamente se iba notando que en verdad eran simples cris­
tales transparentes.

Amaneció y empezó a hacerse tarde.. Estaba cansado de


esperar por tantas horas sin ninguna necesidad. Al voltear
a mis lados me daba cuenta que otros que esperaban lu­
cían desesperados, uno o dos aprovechaban para dormir en
sus asientos. Poco antes de las ocho hicieron su aparición
una serie de funcio11arios que acudían al aeropuerto sin otra
intención que recibir al Jefe del E¡ecutivo Estatal en su lle­
gada de la ciudad de México. -La mayoría eran mis conoci­
dos y tuve la oportunidad de saludarlos e incluso de depar­
tir con. algunos de ellos mientras bebíamos café. Al rato tu­
ve la oportu nidad de saludar también al Lic. Silerio, a Má­
ximo Gámiz, a Espinosa Ortega, y al mismo Procurador,
quien se dió cuenta por sí mismo de_ mi partida.

Después de que despegó el J�t hacia Los Angeles,


Cal., aproximaron una avioneta que me llamó la atención
por el infernal ruido que sus motores prod ucían. Por lo
desuniforme del ruido, podía uno descubrir que el apa rato
estaba en malas condiciones. Reflexionando en éllo, me com­
padecí de los que tendrían que viajar ·en él. Lo más acer­
tado era que me condoliera de mí mismo, porque era nues­
tro avión, cuando me lo hicieron saber titubié por un mo­
mento en subirme.

Era martes, buen d ía para morir: Mi pesimismo exage·


rado me llevaba a pensar tal cosa. Pero viéndolo bien no

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había por qué temer; así que me instalé en uno de los
asientos de la parte trasera. En mi bolsillo de la camisa
guardaba el nombramiento que me acred i taba como Agente
del Ministerio Público en el Muni c ip i o del Parián Con los
.

dedos lo toqué a través de la ropm y son re í al sa berl o en


su lugar, porque era toda mi identificación.

Si aquella era Semana Santa, lo mas natural es que el


próx imo Sábado fuera Sábado Santo; pero saber tal cosa en
nada alteraba mi ánimo.

Por algún tiempo los motores fue:ron calentados. A con­


tinuación rodamos al extremo de la pista para d espegar. Al
hacerlo, por la aceleración el aparato se cimbraba más de la
normal y las láminas desajustadas golpeteaban foertemente
tornando aún más nervioso . al pasaje. Al principio todo fue
bien, los problemas comenzaron en pleno vuelo al ir cru­
zando la sierra que nos sorprendió un fuerte viento norte
que obligaba al aparato a ir en vaiven. Yo que no estaba
acostumbrado a viajar por ese medio, veía la situación muy
grave, máxime cuando pensaba que el avión era viejo y
en ma la s condiciones.

A poco la situación se tornó dura en verdad, todos los


pasajeros lo comprendíamos, y nos sujetábamos como me­
jor podíamos mediant� el empleo del cinturón. Incluso el
piloto se sabía en ap rietos y encendió la alarma de a bor­
,

do o algo semejante, •que. con las fuertes sacudidas se des­


bocaba sin cont rol acompañada de un ch i l l ido molesto de
,

parte del radio transmisor.'

Al ver que el avjón obligado por el viento se des­


plazaba contra las altas montañas para casi rosarla con sus
alas, el miedo se convertía en terror. Las exclamaciones y
los gritos no se hacían esperar. Una anciana sentada frente
a mí, de plano lloraba conio niña e imploraba a grandes
gritos al Creador por su salvación. Yo también imploraba, y
creo que todos implo�ábamos, hasta el pi loto, que se dedi­
caba a co n trolar la· nave como podía. Nadie mejor que él

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valoraba el peligro; por el esf uerzo q ue efectuaba y por
el nervios ismo q ue lo atacaba sudaba copiosamente, bañan­
do el sudor su piel color amarillo por el susto.

Aq uel l o era demasiado para l a a nciana. Se desmayó,


pero a n tes vomitó sobre mf m a n chándome los pantalones y
los zapatos p r i ncipa lmente. El momento no estaba para re­
procha r nada, ni siquiera pa ra reparar en ta n penoso inci­
dente.

Quizá yo era el más asustado, pero con seguridad pue­


do dec i r q ue era el que menos l o manifestaba; procuraba
no perder la serenidad y me cornportaba d ignamente. Pero
cuán difíc i l me resultaba log rarlo. En esos momentos ta n
críticos me acordaba de muchas cosas, espec i a l mente de m i
fami l i a . Cuando por l a venta na advertía que nos precipitá­
bamos contra los cerros, experimentaba fuerte cosq ui l leo e n
el estómago y casi gritaba como pose ído p o r el demonio.
También yo sudaba de pies a cabeza, pero era un sudor
frío como si estuviera con calor dentro, de un refrigerador.
Yo que ha bía sabido de accidentes aéreos donde los pasa­
jeros resu ltaban horri blemente mutilados o espantosamente
ca lcinados, no estaba dispuesto a morir estrel lado contra las
rocas, por l o q u e adoptaba u n a medida muy extre mista.
Ahora que lo narro me produce risa y n o puedo creer
que en verdad me posesioné d e mi revólver de cañón corto
ca l i bre 38 d ispuesto a dispararme un tiro en la cabeza en
el momento que comprendiera era i n m inente nuestra caída.
Lo· mejor era acabar de un golpe, á sufrir muti l aciones y
dolorosísimas q uemaduras. Aquel los q ue en medio de su
pavor se pudieron percatar del arma, me m i r a ban con una
extrañeza jamás observada por mí, >¡ aseguro q ue ni siquie­
ra tenían tiempo para darse una explicación.

Todo estaba en contra nuestra; por la irresponsabilidad


de la Compañía Aérea, e l aparato iba sobrecargado, en mer­
cancías y en pasajeros. La seg u ridad de· los usuario·s obvio
es q ue en nada l es importaba, en cambio el dinero era su
princi pa l preocupación.

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Yo quería que todo fuera como un. relato de historieta
donde las situaciones mas difíciles se solucionan haciendo
aparecer una inesperada tabla salvadora que sale de la na­
da. Pero nó, no era ni se trataba de ninguna historieta,
era la pura realidad.

Cuando nos creíamos perdidos, como un milagro, el


viento embravecido empezó a calmarse paulatinamente. In­
crédulos mirábamos al través de las ventanillas y nos con­
vencíamos que el aparato tomaba rumbo directo. Conven­
cidos de nuestra fortuna, el nerviosismo nos decrecía. El pi·
loto volteaba hacia atrás a mirarnos, para indicarnos con la
sola expresión de su rostro que todo volvía. a la normali­
dad.

Después de algunos minutos pudimos divisar la pista


de aterrizaje donde debíamo!¡ descender. El 'piloto se des­
vivía por indicárnosla señalando con su dedo, deseoso de
meternos mayores ánimos.

El avión tomó tierra sin dificultad alguna. Tan pronto


sus motores dejaron de funcionar, instintivamente todos los
pasajeros pretendimos salir a la vez atropellándonos ·en
nuestro intento. El aparato lo considerábamos como una
trampa y queríamos salir cuanto antes de ella.
El motor resultó dañado seriamente, de suerte que des­
pués no se podría echar a funcionar de nuevo, requiriendo
de una reparación totat. En cuanto al desagradable percan·
ce que nos ocurrió, una.\ ez que pisamos tierra, el piloto se
esforzaba por dar mil explicaciones como pretendiendo jus­
tificarse, alega
. ndo "que eran cbsas que soHan ocurrir de
cuando en cuando". ' ·

Al sabernos a salvo, el rostro se nos iluminó. A la an·


ciana tuvieron que auxil�arla, lo mismo a otros de los pasa­
jeros para que pudieran abandonar el aparato.
En el campo a esas horas se encontraban gran canti­
dad de personas que irían a es¡ll�rar a, alguien. Lo ocurrido
bien pronto fue sabido por todos· que curiosos solicitaban

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mas deta l les del suceso. Yo veía la manera tan entusiasma­
da como comentaban, sin tener humor de contestarles l o
que preguntaban.

Para dar tiempo a que mi va l i ja apa reciera, me h ice a


la sombra y me i nsta lé en una banqu i l l a recargada a la pa­
red . Desde a hí, podía contemplar todo cuanto ocurría en
torno mío. Aún era de mañana. Aquellos que pensaban sa­
lir de viaje en el avión que nos trajo, se lamentaban que
hubiera resultado averiado, concretándose a dar pasos cor·
tos a su a lrededor. En la pista había otro avión. A poco sus
motores se escucharon funcionar� lo que indicaba q ue des­
pegaría. Efectivamente iba a despegar, para lo cual lo apro­
ximaron a la pl ataforma de los pasa jeros. A los que viaja­
rían les causaba grata sorpresa ver que el avión estaba dis­
puesto a hacer el vuelo, puesto que no era frecuente qué
ese aparato llevara pasaje. Estaba desti nado exclusivamente
para dar servicio a los jefes de la Compañía Minera del lu­
gar.

Poco a poco los viajeros fueron introduciéndose al avión


gustosos de tener la oportunidad de tr.ansladarse a la ciu-
dad. :

El aparato era de veinte plazas, y '"'ando tod as estu·


vieron ocupadas la portezuela fue cerracfa dispuesto a par·
tir. En ese momento se diyisó un Jeep que a toda prisa cru­
zaba la pista. En pocos .momentos �stuvo junto a l avión,
oyéndose el fuerte rechinido de las· 11antas al hacer alto . En
el veh ícu lo, ahora podía verse, viiJjaban además del chofer
dos personas adu ltas y un niño ar parecer hijo de ambos;
por su s imple aspecto fácilmente se podía saber q ue eran
extranjeros. Se hacían acompañar de tres gig antescos Doo·
verman que briosos usmeaban a sus lados, jade and9 incan­
·sablemente.

Med iante una seña que le hicieron al oficinis-ta, éste se


a proximó a toda prisa. Algo. que no pude oír debido a la
distancia le d ijeron. El caso fue que e l hombre a su vez in·

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dicó con la mano al piloto que descendiera del avión. Obe­
deció con prestancia y en el acto recibía instrucciones. En
cumplimiento de ellas penetró nuevamente al aparato y al·
go debió decirles a los pasajeros ya que uno a uno fueron
apareciendo por la entrada dispuestos a abandonarlo.

Al oficinista que pasaba junto a mí, le inquirí por lo


que ocurría, manifestándome apresuradamente que el viaje
para aquellas personas se suspendía, ya que los exrtanjeros
debían salir de urgencia del pueblo.

Entre los frustrados viajeros había una mujer de aspee·


to miserable que vestía de negro y que se cubría la cabeza
con una toalla. Todos se resignaban, menos élla que nervio­
sa pedía la oportunidad de viajar. En sus brazos sostenía
un niño cubierto con una manta raída, y por el tamaño se
adivinaba que no tenía arriba de los t.res años. Cuando se
percató que su petición no sería atendida, sin poderlo evi­
tar echó a llorar desconsoladamente, gritando la transporta­
ran con su hijo, el, cual requería con urgencia de atención
médica por encontrárse,.moribundo víctima de una aguda in­
fección intestinal qt.;e .1� provoqiba deshidratación. Los la­
mentos angustiosos .d_e aquella madre eran escuchados por
todos los que está�mos, condoliéndonos de su . situación.
Como si no efitendieran lo que s.ucedía o como si en
verdad no les importara el llanto de .fa mujer, los extranje­
ros aborda·on el avión seguidos de los· perros. En unos ins·
tantes tomaron altura. ·.
··

7
Ahora que perdía laJ �speranza, la mujer se resignaba
y apretujaba sentimentalmente 'el werpecito, del niño contra
el suyo. Ciertamente el· pequeño requería de atención médi­
ca, la que se le podía prestar únjca·mente en la ciudad. Aún
cuando en el pueblo había· un médico se declaró incompe­
tente alegando que no contaba· con el instrumental adecua­
do. En verdad ápenas tenía lo. mas .ir:idispensable.

Lo sucedido me impresionaba· en cierta forma y me lle­


vaba a hacer algunas reflexio .nes. Ojalá y hubiera podido

29
ayudar a la m u jer, más era imposible prácticamente. Lo del
niño era cuestión de horas, de modo q ue no se podía pen­
sar en q ue h icieran e l vi aje a lomo de mul a . Era a lo más
que se podía a s pirar, y a que no existía carretera . Todo es­
taba s u ped itado pues al az a r , que a l gún avión l legara, pe­
ro no l legó. Ni s iquiera el radio tra nsmisor de l a torre de
con tr ol fue ú t il, y a que nadie ca ptó su llamado de auxil io.
Cuando mi va lija a p areció, la tomé y eché a ca minar
con el la, cruzando l a pista. El pueb lo se m i r a b a cercano, e n
u n a h ondonada, d i sti nguiéndose su g r a n cantidad d e árbo­
les frondosos diseminados en todos los rumbos. Ahora que
atravezaba la p ista, me pe rcataba d e lo corto y pe ligroso
que era, sin s a ber cómo pudimos a terr iz a r con éxito'. i;fec­
tivamente se requería de mucha suerte y de un piloto ex­
per imehtado para p9de r a terrizar con bien. No cua lqu ier
principiante que se aventure a bajar lo logra. Apa rte de
·
lo reducido de la pista, se tiene que ma n i o b r a r por entre las
a ltas monta ña s y d a r vuelta para tomar debidamente el cam-
po.
Sin necesidad de mirar el reloj advertía la h ora que
era. Al pasar de los minutos .volvía mi tranquilidad ordina­
ria, podía entonces percatarme de lo ca,� roso de la maña­
na. El a i re cal ie nte que•·chocaba contra ·mi cu er po me mo­
lestaba, sin que pudiera h acer nada por evitarlo. Viéndolo
bien aquello pa recía un· ho r no. ¿De dónde d iablos sa ldría
ta nto calor? A los poc6s m i n utos me s en t í a ahogar de deses­
peración. Pero no tenía 'mas a l temativa que soportar aq ué­
l lo o lo que vi niera. No podía d a rme contestación cuando
asimismo me preguntaba cómo aqu_ e lla gente pod ía vivir
tan mansamente en lugar ta ' n h i rvi en te. De a lgún truco se
· ·

va ldrían.

La miseria, l a ignorancia y el c a l or es la conjugación


más te r ri bl e que he vi sto. Aquel am biente no se presenta­
ba muy halagador.
Si deseaba l legar al pueblo, no t· e nía mas alternativa

30
·
q u e descender la pequeña coli na. Por entre terreno plano
crecían va riedades diversas de árbole· s fruta les como si se
tratara de h uertas, pero l a verdad es que eran á rboles sil­
vestres. El clima tan cálido era propicio. Re. a l mente l a vege­
tación era exuberant e y llama ba mi at.e nción poderosamen­
te. Había además palmeras y otra clase de arbustos no co­
nocidos por mí pero que después supe se llamaban "ch a l atas"
y "ca michi nes". La característica de estos árboles es q u e son
muy frondosos y coronados de flores de color c h i l l ante.

A fuerza de ven i r caminando con la va l i j a que con el


tiempo me resultaba muy pesada, resop l a ba de cansancio
por boca y na riz, y el cuerpo todo lo sentía pega joso em­
bebido de sudor. Tal situación me malhumoraba y ya en
verd ad e m pezaba a reconsiderar mi tonta determin ación de
i r a .ese pueblo. Nadie me h ubiera adivinado mi senti miento
interior, pero me va loraba en un individuo de demasiada
poca valía, aca bado aún sin h a ber empezado, i núti l, q ue
no había sa bido luchar lo suficiente para encontrar acomo­
do en la sociedad a que pertenecía por h a ber sido en ella
donde me formé ccilrno profesion ista,· sino q ue era expulsa­
d o a un a mbiente mucho más infef(or y m iserable. En me­
d i o de mi egoísmo propio de hombre, no" podía evitar sen­
tir cierto resentimiento y cierta envid ia hacia mis condiscípu­
los al pensar que tt1ían la sufidente energía y decisión que
l es permitía encontrar dig no empl�ó en la ciudad.
Ahí, c a m i na nd o con la matdita va lija en mis m anos,
usando un vestuario i mproplío fbara· el medio, yendo a pie y
sudoroso, me sentía ridículo conmigo, 'mismo; ni dos bolsas
repletas d e oro que en esbs momentos h ubiera reci bido en
rega lo m e h u biesen arrancado u n a sonrisa. Mi humor no
podía ser inas negro. A e l lo contribuiría gra ndemente e i l i n­
tenso c13lor que i ba en a ument� .

.· Aqu e l l a reg ión era muy conocida, precisamente porque


hay una riquísim a mina de oro y p l ata . Dicha mina se en..
centraba enclavada en lo alto de u na gigantesca montañ a
q u e e n grupo s e cerraban en círculo dejando a l centro u n
trecho d e terreno plano mas o menos grande. Desde u n

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princ1p10 lo que más me preocupaba era loc a l izar la boca­
m in a . Desde donde c a m i n a ba podía observ a rla, y me per­
cataba además de la existencia de un grupo de casas con­
tiguas, que no venían a forma r sino el campa mento de los
m i neros , pero q ue al paso d e l tiempo se convirtió en ver­
dadero pueblo. Mas aba jo, por entre l a ladera, .había otro
g r u po de casas mas reducido que el pri mero, tam bién se
trataba de un campamento. Cuando me fijé bien, pude dar­
me cuenta de la existencia de un tercer pueblo enclavado
en la cum bre de l a monta ñ a . Dichos pueblos se formaron
pe nsando en que qu ed aran lo mas cerca n o posible unos del
otro, precisamente próxi mos a su vez a l a boca m i n a .

E l minera l obtenido s e beneficiaba en u n a p l a nta co­


nocida co mo la "Hacienda", la cua l se encl avaba a la m a r­
gen del río . Desde lo alto de la montaña desciende el m i­
nera l por ca n asti l l as mediante un s i stema tel·eférico que lo
t ransp o rta hasta los molinos. Lo s cab les que sostienen estas
canasti l l as en su deslizamiento natura l mente son de acero,
bastante g ruesos y sumamente largos por la d ista ncia exis­
tente. En lo particu l a r nunca ví a lgo semejante, por lo q ue
en a lgo me llamaba la.· atención su funci onamiento, tomán­
dome a lgu nos seg undos para m i rar las c a j a s de hierro avan­
zar de bajada repletas de m i neral para l uego ascender va-
;
cías en interm i n a b l e recorrido.

La "Hacienda" era una construcción g igantesca, de a ltos


.y sólidos muros a base de grandes bloques de p i edra, aseme­
jándose mas a un fortírt. En, lo a lto, por sobre la cornisa se
alargaba una cerca a l parecer electrizada que circunda ba to­
talmente el edificio, cuyo vol ta j e debía ser suficiente para
despachar al otro mundo a c u a l q uier imprudente q u e por
algún motivo metiera una uña. Con c ierto sarcasmo pensaba
en mis adentros q ue cúando de resguardar el oro se trata,
c ualqu i er medida era buena . Lo mismo pensarían los due­

ños de la Empresa.
·
Era cosa natural q u e todo cuanto encontraba a mi paso
me resu ltara n uevo y novedoso hasta cierto punto. En pocos

32
minutos me ví transitando por un puente colgante tendido
a lo ancho del río. Mi caminar balanceaba dicho puente y
al no estar acostumbrado a caminar por tales medios, titu­
beaba y me veía obligado a sostenerme de las barandas
para no caer. Con el tiempo me acostumbré tan bien que
pude haberlo artavesado corriendo y con los ojos venda­
dos.

Ahora que penetraba por una de las calles del pueblo


me percataba con algo de sorpresa que la mayoría de las
casas tenían construcción moderna y hermosa, alg u nas de
dos plantas, circundadas por hermosos prados con árboles,
algunos de éstos frutales, así como de ornato de varieda­
des diversas. La abundancia se reflejaba por todas partes,
como en las colonias residenciales de las grandes ciuda­
des. Lo admirable y lo inesperado es que hubiera aquel es­
plendor en un pueblo tan apartado; me sorprendía por­
que había estado pensando equivocadamente que en aquel
lugar no habría sino casuchas antifuncionales y miserables.
Pero gran desengaño me llevaba.
Toda esta abundancia y buen gusto, por desgracia
únicamente reinaba en u na área corta. A medida que con­
tinuaba avanzando penetraba a un medio mas hostil don­
de el aspecto de 1as viviendas cambiaba radicalmente en
abominable contraste. A priori se podía hacer una exacta
apreciación del medio. Los dirigerites de la Compañía Mi­
nera vivían como reyes a todo lujo en hermosas y con­
fortable·S construcciones, mientras que ·Jos. pobres se re­
producían en la promiscuidad y la miseria ..El contraste entre
amos y siervos no podía pasar desapercibido ni aún para el
más inepto observador.
Tanta flor abundaba en los alrededores que su aroma
en conjunto se percibía molesto, la ropa se impregnaba,
después podía uno olérsela. El más exigente h ubiera re­
creado su vista con tan sólo voltear hacia sus lados y con­
templar la gran cantidad de flores que crecían por entre
los prados. Es uno de los gratos recuerdos que del Parián

33
guardo: Su magnífica floresta.

Al darme cuenta que existía aquel otro ambiente d on·


de rei n aba la pobreza y la insa l u bridad, me desconcertaba
y no podía comprender tales fenómenos socioeconómicos
q u e hacían que l a a b u nd a ncia y la miseria se d ividiera n me­
diante u n a separación casi i m perceptible, cuando la riqueza
y la pobreza son dos mu ndos contrapuestos. Algunas ca­
sas eran de tal condición, q ue p rovocaban lástima. Pero a
sus moradores nada les i m portaba, no c uando se trataba de
seres ignorantes, carentes de toda a mbicióri, víctimas de las
circu nsta ncias y de la voracidad de aquel los lobos q u e lu­
craban con sus fuerzas físicas.

A poco de ir caminando por la ca l l e me encontraba


con i nd ivid uos que sal ían de sus casas y q ue al parecer
eran mi neros, cuya actitud se antojaba mecánica como si
nada ni nadie en este m undo les val iera mas la pena. Se
les podía captar un a i re de med ita bu ndos q ue les entriste­
cía el rostro. Pocos án imos tenían para d a rse el l u jo de ser
opti mi stas. C u a l q u i e r individuo muerto d e hambre que a
diario se' sabe a p l a stado con la bota de la humil lación no
puede ser aleg re por más que lo desee. Máxime cuando
tienen en cuenta que están destinados a morir muy jóvenes,
víctimas de esa enfermedad denom in ada s i l icosis que con­
traen en la mina. E l conocimiento de esa muerte prematu·
ra no los hace desistir de su idea de dedicarse a semejan­
tes l a bores, porque de n o traba jar de todas ma neras la
muerte les sobrevend ría p ronto por el hambre, o por a lg u­
na enfermedad rara prod�cto de ésta, o v íctimas de esos
com plejos propios del pau perrismo. O sea, que esos pobres
diab los no tenían alternativa .

El vestu ario de los mi neros era m uy, c aracterístico,, Cu­


brían sus cabezas con "cachuchas" de gabard i n a color bei­
ge. Invariablemente les aco mpañaba una bolsa �specie de
morral de lana que les pendía del hombro. En•,su interior
l levaban el a l imento q u e ese d ía, consu mirían, si a lg uien
tenía la oportu n idad d e ver en qué consistía se percataba

34
que eso que ellos llaman "el Jonche" no era mas que una
raquítica porción de viles fri joles mal cocidos, con dos o
tres tortillas de maíz remojadas en ellos por la mezcla que
se forma. Ningún cuerpo humano es capaz de soporta r tan­
to des.gaste físico y estar ali mentado de manera tan insufi­
ciente. Em pero aquellos hombres, aquellos mineros podían
lograrlo. Pero un día, tarde que temprano su agotamiento
era tal que ca ían de muerte víctimas de· curiosos temblores
o de una anemia perniciosa imposible de combatir. No obs­
tante lo raqu ítico d e su alimentación, aquellos mineros en
su aspecto eran fuertes y muchas veces musculosos. Para mí
tal cosa sig ue siendo un enigma.
Ahora pues, se comprende el motivo por el cual aque­
llos individuos tienen siempre reflejada en el rostro una
expresión de fastidio e i nd iferencia.
Según el tiempo tra nscurría, la calle se inundaba de
gente. Las señoras salían de sus hogares rumbo a la tienda,
·11evando consigo alguna bolsa de plástico para depositar la
mercancía que comprarían. Algunos niños corrían en juego
en torno mío, sin que les importara el que la hora de asis­
tir a la .escuela llegaba. En fin, aquello era un ir y venir
de personas, siendo testigo de cómo aquel pueblo cobraba
su vida diaria.
Podía haberme olvidado de todo, menos del maldito
calor que me obligaba a vociferar en mi interior. Sin exa­
gerar, éste era tan fuerte como en un baño de vapor. To­
dos los poros de mi piel exudaban e incluso los pies los
sentía tan húmedos como cuando se introduce el pie a al­
gún char.co. N unca antes. me ocurrió tal cosa. Me era nece­
sario aclimatarme,· y cuanto antes mejor.
·
Aun cuando •avanzaba por la sombra el sudor me es­
curría por la frente y me provocaba ardor en los ojos.
Cuánto habría de sufrir durante mi estancia a causa del in­
fernal calot. Afortunadamente se trataba de calor húmedo,
si nó lo más probable habría sido que me obligara a co-

35
rrer despavorido como loco.

No deseaba detenerme a preguntar por dónde debía


tom ar para l lega r a la Presidencia Mun icipa l, l ugar lógico
donde se encontraría la ofic ina del Ministerio Públ ico . No
me era preciso indagar por e l r u m bo porque tenía en cuen­
ta que en un pueblo como aquél cualquier sitio puede en­
contrarse sin necesidad de que se lo muestre n . ;\demás, mi
ánimo no estaba como para detenerme a h a b l a r con a l g uien .

Debo dec i r que aquel los que m e mira ban pasar s e de­
tenían a mirarme sorprendidos sin q ue hicieran lo posible
por disimu lar lo; como si fuera un ser venido de ultratum­
ba. I nd udablemente que en sus adentros se pregu ntaban
sobre mi identid ad. Los visita ntes a ese pueblo no abun­
daban, de modo q u e cua l q uier persona extraña atraía l a
atención.
Para l a tarde de ese d ía sa bía ya varia� cosas del Pa­
rián. En referencia a su conformación q uedaba enterado
q ue ten ía únicamente dos ca l l es l a rgas, retorcidas y muy
accidentadas por estar tendidas por entre l a falda de la
monta ña. Dichas c a l l es carecían de nom bres, denominándo­
se la ca lle de arriba y la ca l l e de aba jo por encontra rse
una más en a lt o por ex igencias del terreno. En a lgu nos tra­
mos existían p ied ras i ncrustadas para facilitar e l tráMsito,
pero casi creo que rendía m a l resu ltado. Por entre los lados
no ha bía aceras, exceptua ndo las ba nquetas de cem�nto
de las casas donde vivían los de la Compañía.
Al pueblo l o circundan a ltas montañas q ue fo rman
u n va l l e estrecho que más que otra cosa se asemeja �n crá­
ter. Los cerros s , o n g iga ntescos y pa recen de conc reto, por
lo lizo y porque no les crece vegetación debido precisamen­
te a los minerales q ue contienen . A veces se llega a l . con­
vencimiento de q ue obstruyen el paso a la luz y tornan obs­
curo el panorama·. Cuando hay nubes, estas actúan como
u n a tapadera, sin permitir q u e el aire se renuevé, y es cuan­
do El Parián se convierte en un infierno; los perros mismos
lo sufren y e n loquecen de calor.

36
En lo que se podía considerar el centro del pueblo e·xis­
tían algunas casas cuyo a specto no era tan mísero, incluso
su arquitectura agradaba. Su estilo no . e ra muy fa m i liar, te­
nían influencia de costa que nacía por su proximidad. Su
construcción era conforme el medio lo• requería, sumamen­
te ventiladas con infinidad de 1 ventan as y puertas. Por lo ge­
neral contaban todas con portales al frente, donde por las
tardes los moradores solían sentarse para· aprovechar la co­
rriente de aire y poder soportar el agobiante calor. Las vi­
viendas en su m ayoría eran a base de adobe, otras de ma·
dera, con techo de dos aguas y de lámina. En estas casas
vivía otra casta que se podría considerar privilegiada y que
la constituían los comerciantes.

Los mineros tenían por vivienda un cuartucho en rui­


nas donde acomodaban como mejor podían la cocina, el co­
medor, las recámaras, el baño. No sé realmente como po­
dían vivir· en semejantes condiciones infrahum · a nas, máxime
cuando sus familias era n numerosas. Tales casuchas no les
pertenecían siquiera, no era n patrimonio de aquellas fami·
lias explotadas que las habita ban hostigados por la zozobra
de u n a muerte prematura para el pater familia por causa
de la silicosis. Les eran prestadas y jamás s e les hacía algún
aco{"ldicionamiento ni ning- u na reparación. Por tal aba ndono
y descuido no era muy difícil que cualquier día se desplo­
mara n. con el consecuente peligro para los que las habita­
ban . Pero .para los mineros cualquier cosá. era buena, según
criterio de los de la Compañía. Qué importaba que ellos vi­
vieran en zahurdas si los amos departían en flamantes re­
sidencias. Además, éstos n u nca con sus propios ojos con­
templaban tal pauperris.mo, puesto que jamás c1 uzaban por
las callejuelas hoya ncuda s con charcos pestilentes, por lo
mismo no era n capaces de condolerse y por mera compa·
sión darles mayor comodidad, al menos elevarles las condi­
ciones a un nivel más digno.

El ecÚficio de la Presidencia Municipal se hallaba con­


tiguo a la plazuela. Se trataba de un edificio sumamente de­
teriorado que guardaba las apariencias por el enjarre y la

37
pintura de las paredes exteriores, cuyo color verde intenso
se desta caba entre todos los de las demás construcciones . A
su frente se extendía un prado donde además de alg u n a s
matas d e maíz, crecían a ltas palmeras que daban d átiles
cuand o era el tiempo, así como naran jos q u e perfu maban
la ca l le con sus aza hares. En l o a lto de la puerta principal
se veía una i nscripción q ue con errores de ortog rafía ten ía
inscrito: Presidencia Municipal, y cuyas letras desuniformes
eran obra de a lgún aprendiz. E1 ed ificio ese tenía su histo­
ria, fu .e primero en tiempos d.= la revo l ución una especie
de cuarte l, posteriormente se convirtió en hotel, hasta trans­
forma rse en oficinas públ icas y en cárcel a la vez, por ser
en su patio interior donde se confinaban a aquel los q ue
transgredían l a s leyes. Por entre aquel l os m u ros ocurrieron
muchas muertes, a a l g unos ·fu s i l aron, a otros asesinaron sim­
plemente. No fa ltaba qu ien di jera que pena ban.

La Presidencia era aqu e l l a , sin neces idad de preguntar


por ella ll egaba por fin después de cruzar los anda mios de
la plaza. Penetré al . e dificio y me encontré q:;>l'.l ,que un en­
rejado de madera cerraba el paso, para delimitar la prisión
con el exterior, pero la verdad es q u e aq uell as· tablas pin­
tadas de café obscuro más que una protección constituían
una ficción, puesto q u e d e antemano es veían inca paces de
contener la furia y fuerza de a lgún preso q ue se decidiera
a fugarse.

Por entre los huecos de los ba rrotes me percaté de la


presencia de un hom bre q ue aguard a ba sentado ante u n
escritorio de madera y q u e n o era otro q ue e l alcaide. Es­
taba de espa ldas hacia m í, no obstante podía darme cuenta
que entrecerraba los ojos dormitando. Aquel ·hombre a juz­
gar por la actitud q ue adoptaba no me parecía ser muy ac­
tivo.
'
le saludé esperando q ue volteara a verme p a ra que
se percatara de mi presencia . Del primer intento fallé por
lo q ue tuve la necesid ad d e hacerlo otra vez. Al convencer­
se q ue en verdad alg uien le habl aba, de un movimiento

38
lento se situó de pie, procediendo de inmediato a l i brar l a
puerta de l pasador para abrirla.

-Pase Licenciado, pase-D ijo atenta mente como si co­


nociera mi identidad, e hizo e l intento de tenderme l a ma­
no en sa l udo sin q ue se decid iera.

A mí me sorprendía q ue se refiriera a mí como si me


conociera de a ntaño.

-¿A todo mundo l l ama usted Licenciado?-Fué m i pre­


gunta.

-Usted es el nuevo Agente d e l Ministerio P ú blico­


Contestó por su parte con tono im preciso.

-¿Es usted adivi no?

-Nó, nó. Usted es el nuevo Agente, del Min isterio Pú-


blico, en el periódico de ayer a pareció que vend ría. El a n­
terior d u ró 0nkarr;iente veintiocho d ías con sus noches, me
refiero al otro Min isterio. Si usted lo desea más tarde le
cuento las' barba ridades que h izo. en tan pocos d ías. Se l a
pasa ba borracho y escandalizaba con s u pistola. Qué bueno
para él que decidió irse, de lo contrario se hubie ra visto
e n d ificu ltades serias. Mire, u n hombre . . .

. Al ver que se h abía decidido por contarme úna l a rga


h i storia q ue a mí en nada me importaba, quise desviarle
l a pl ática preg untándole por la oficina q u e pertenecía a l
Ministerio Públ ico.

La trasa del hom bre que habla ba era vulgar. Sus. as­
cendientes d e b i eron ser indios puros, hered ando algu­
n a s ca racterísticas. Lampiño y muy moreno, rasgos toscos
y horri bles, estatura corta y rechoncho. Sus ralos bigotes se­
mejaban púas de puerco espín por l o grueso. Los labios no­
toriamente abu ltados como si acabara de recibir un fuerte
puñetazo. Pero a é l no parecía importarle en nada su apa­
riencia, s e desenvo lvía sin evidenciar a l gún complejo. La ca­
misa que usaba cuando se h a l laba lavada debía ser blanca,

39
la ataba por la cintura con un nudo.

Me fue preciso inquirirle nuevamente por la Oficina


del Ministerio Público ya que la primera vez pareció no oír­
me .
-¿Oficina?-Reaccionó sorprendido-No hay tal oficina
que yo sepa.

El endemoniado calor hacía que el ambiente pareciera


el interior de una caldera encendida y me provocaba sudor
en cataratas, resbalándome los chorros por entre las sienes
y el cuello y por todos los recobecos del cuerpo. Por más
que trataba de despejarme el rostro no lo lograba del todo,
el ardor en los ojos me restaba visibilidad.
Con eso que me decía yo me extrañaba más que el
individuo.

-¿Qué es eso de que no hay oficina?

-Pues ahí a veces los Agentes hacen su ttrab �jo.

Y con una mano ;� :


cubierta de gruesa c iw de mugre
que más bien po r su aspecto asemejaba una 9Jr.r� de bui­
tre me señaló hacia el fondo del portal. Volví fa vista y pu­
de ver indicios de lo que era una oficina. El mueble que
más se destacaba era un añejo archivero de madera· _cuyo
mal estado era visible a distancia.

-¿Quiére que lo ayude con el vel iz, Licen c iad o . . .

Me ll amo Juan Pereda, y más que· policía soy zapéjtero. Us­


ted sabe que para poder vivir tiene uno q\Je dEidicarse a
muchas cosas. Yo he sido de todo, si le c o n ta� a ... Voy a
hacerle una funda a su pistola ¿Trae pistola/�.'
.

,./ r\'·
Manifestándome poco comunicativo me �nca\'niné a tra­
vés del portal de madera rumbo a donde se me había se­
ñalado. Aparte del archivero estaba un escritorio, más ade­
cuado para un anticuario que para un oficinista, su estado
causaba l ást i m a por lo deteriorado. Además no tenía ni un
sólo cajón, quedando al descubierto l os huecos destinados a

40
e llos. No -tardé e n d arme cuenta q u e no existía n.1 siquiera
papel donde escribir, menos a lguna máquina. Cuando bus­
q u é escrito a lguno relacionado con la oficina, tuve que ad­
mitir que nada había. Bajo unos periódicos antiguos c ubier­
tos de polvo h a l lé el se l lo y un coj inete reseco incapaz de
dar tinta.

Y si en un principio pensé en a lg ú n Secretario o a lgo


parecido que me auxi l i ara en e l desempeño de mis labores,
a hora me convencía de mi g ra n equ ivocación. Nunca esa
Agencia tuvo a a lg· u ien que auxi l i a ra . Yo que hasta enton­
ces no sabía en rea l idad lo que era una Agencia del M i nis­
ter io Públ ico, no podía concebir tanto a bandono y tanta in­
suficiencia.

Si la oficina me des i l ucionaba, la cárcel era e l col mo.


Cosa increíble; no era más que una porquerisa giga nte. Sí,
eso ei::a ,ni más n i .menos. Con montones de basura que des­
ped ían,_�un olor. fétido y q ue revolteaban los cerdos y los
asnos qu, e s�''paseaban por todo el patio a su completo an­
tojo.'El patio.,;tenía d iferentes niveles, no porque fueran pro­
ducto de i'.\J!l-.diseño estético s i n o por l a conformación del
terreno. El ·ambiente tan pesado s e h acía sentir con fuerza
en el portal y aún por fuera de la ca l l e. Ni siqu iera el fuer­
te a rar.na d e l a s flores de l as "cha latas" y los "cam ichines"
q ue par el patio crecían lograban contrarcestar e l mal olor.
La grán "ch a l a ta" que crecía justamente a mitad del lugar
l l amaba· la atención por su aspecto especi a l . No era como
l a s demás/� sus i:,emas parecían g igantescos miem bros hu ma­
nos contra(qos por el dolor . 'r'o no creo en esas cosas pero
sabía que "'}Ychc;>s murieron co lg ados de esas ramas. Quizá
en verd ad su aipecto era resultado de las barbaries q ue ba­
jo su S·o mbré se.,cometieron.
,, !

En' e l patio de l a cárcel, ya lo he d icho, aparte· de los


presos ha bía otra cl ase de huéspedes; me refiero a los puer­
cos, los asnos, l a s g a l l inas que se contoneaban con la más
víl impunidad. Ta n singular prisión, contaba únicamente con
una celda, que no era sino un mísero cuartucho a base d e

41
adobe y madera con techo de l á m i nas mohecidas y perfo­
radas por donde debía escurrirse a chorros el agua en tiem­
pos de l l uvia. En la pared de frente a l porta l h a bía u n a
puerta y una ventan a pequeña a m bas c o n barrotes de h i e­
rro. A l os deten idos se l es encerraba e n ese sitio para q ue
pasaran la noche, a la mañana siguiente se les permitía l a
salida para que caminaran por entre e l patio. E n esa oca­
si6n en q ue l legaba por primer vez a l lugar, aún cuando se
hacía tarde perma necían todavía en el interior, yo podía
verlos a través de la venta n a . Los ind ividuos se arremolina­
ban para poder mirar al exterior y seg uramente para po­
der respi rar oxígeno menos v i c i a d o q ue el existente aden�
tro. Sin lugar a dudas ellos al i g u a l q ue el a lcaide sabían
de mi arri bo, y ser í a por ello que se esforzaban en salu-
darme.
·

Rea l mente espera ban mi llegada con impaciencia, de


alg ú n modo en m i calidad de Agente del Ministerio Público
les sig nifica ba u n a espera nza en s u mísera situaci 6 n, ade­
más de q u e con mis intervenciones ante el Juzgado de· mi
adscripción agil izaría sus procesos . Ta n pronto cajcularon que
me i nstalé en la of icina pidieron al a lcaide que fuera a de­
cirme que deseaban hablar con mig o Sin duda, en el l o el
.

alca ide l l evaba ganancia por que e n aquel sitio n i ngún ser­
vicio por peq ueño que fuera era. gratuito. Los presos se ve­
rían obligados a prorratearse para dar a lgunas monedas a l
hom bre Y n o debió d e ser gran cant�!Jad porque su situa­
.

ción era m ísera, bastaba con verles l a /�p,,ariencia par� con-


vencerse de ello. ._ : -,\:
·

Gustoso acced í a la petición del pol icía1,pár lo que los


individuos se fueron presentando u n o a uno, exponiéndome
su situación. Ni nguno se declaraba inocente, a excepción de
u n hombre de frente ampl ia, moreno, delgado y poco� alto,
de hablar expresivo a ú n en su ignorancia, que me enteraba
su del ito cometido agregando que su condena hab}aJ¡:j.· pur­
gado, quejándose de seguir a u n encerrado. Lo q ué-�fuayor­
mente me agradaba era su s i nceridad y su modo simpático
de expresarse. Este hombre, al pasar de los d ías h a bría de

42
tener estrecha relación conmigo.
En aq uel l a cárcel no todos purgaba n j u stas penas. Un
muchacho pel irrojo de ojos azu les me contó que l levaba
ocho meses internado, y todo porque estaba borracho el dfa
que lo detuvieron. Ocho meses era demas iado tiempo. Para
u n a falta semejante tres días bastaban, pero nadie había
oído al muchacho en su rec la mo. En esa prisión ni siquiera
el J uez o el Presidente Municipal ma ndaba, el ú nico hom­
bre que d isponía a su vol untad era ni mas ni menos el Jefe
de l a Pol icía Municipa l, tristemente fa moso por las arbitra­
riedades que cometía. Lo del muchacho era obra suya. Tanto
se h a bía hecho temer con sus fanfarronerías. que hasta el
mismo Juez l o respetaba . Cuando al guno cumplía su sen­
tencia q ue le era decretada su l ibertad por pa rte del Juez,
no sa l ía, si el Jefe de la Pol icía no quería que sal iera; ejem­
plos semejantes a bundaban.
No obstante que aquel los hombres en su mayoría eran
asesinos, me condolía de su situación. Aquel l ugar no e ra
propio n i para asesinos, las zahurdas nu nca son propias pa­
ro los hombres cualquiera q u e sea su cal idad mora l . Duran­
te mi esta ncia en el pueblo, en todo momento reproché a la
Autoridad Municip a l su despreocupación hacia los deteni­
dos; -
Los p resos no conmovían únicamente en su situación,
sino en su aspecto � �cm a l . Cubrían s u s cuerpos con arapos
y� su piel estaba cu bi erta por u n a grues.a capa de mugre,
porque en aque� lugar no había donde tomar un baño. Sin
.e�,cepción los. individuos eran pobres, carentes de todo bien
fn �erial, d e olra manera no se encontra rían ahí por más
ásésJn;os que fuerá n . N i ngú n rico entró nunca a esa cárcel,
sin frn portar a cua ntos hu biera matado. Algo parecido debe
oeúriip �n muchas cá rce les del mu ndo.
'A;' :.
La com ida con que se les a l i mentaba no era mejor q ue
la que se les serviría a los prisioneros que habita ban los
calabozos de los tiempos medievales. Consistía en u na ra-

43
q u ítica porción de caldo desabrido y negrusco que no con­
ten ía n i nguna verd ura o a lgo semej ante, que en ocasiones
hedía; sopa de pasta, mal racionada, cocida solamente, las
más de l a s veces salada ha sta amargar; dos tortil las y agua
�ara tomar a d iscres ión. Y conste que el a l i mento estaban
obl igados a ganárselo gran jea ndo a la coci nera y a su fa­
mi lia, además de que debían s a l i r por l as cal les a recoger
las inmundicias. Aquel que estaba enfermo o que simple-
mente no tenía deseos de trabajar, no com ía, y nadie pen­
saba en él. En esa cárcel nadie se condolía ni pensaba en
nad ie. El que poseía a lgunos centavos consigo podía i nver�
­
tirios en obtener alguna lata de sardina y comer de �ll a ,
p rocurando hacerse a un rincón para que nadie lo viera.

Pronto supe que la Presidencia Municipal del l ug a r,


otorgaba como subsidio para el a l imento de los presos, a l­
go así como veinticinco pesos diarios, mismos que eran ·• re­
bajados a qu ince por la voracidad del Jefe de l a policía
q u e tenía tratos con la cocinera para que se los h iciera l l e­
g a r, so pena de destitui r l a . Dicha cantidad se había fijado
hacía casi cua renta a ños. Y s i en un pri ncipio resultaba su­
ficiente, ah ora que no lo era nadie se preocvpaba por a u­
menta rla, a ú n cu ando u rgía puesto que los i nd ividuos a a l i­
mentar por lo general sobrepasaban l a docena.

N o me req uería mucho tiempo para empezar a saber


que el Jefe de la Policía era rea l mente muy a rbitrario. No
obstante tend ría que coord inarme con él , de bido a que en
el Parián no había po l icía J udicial que me avxil iara e n mis
funciones. Desde Durango se me acl aró ·que tendría que
hacerme ayudar por la po l icía Mu nicipal.

Sin levantarme del escritorio l lamé a l a lcaide para. p re­


g u ntarle acerca del Jefe, enterándome que acostumbraba
l legar al lugar a l rededor de las once de la mañana, debido
a que inva riablemente a busaba de las copas y se q vedaba
dormido hasta tarde. Así pues, no tuve mayor a lternativa
q ue esperar a que a rr i bara a fin de hablar con él\ ··

44
A eso de l as once llegó et Jefe. No1 venía sólo, lo
acompañaba un joven de algunos diez y seis años a q u ien
sujetaba la, mu ñeca derecha con unos hierros largos a mo­
do de tenazas, obligándolo a caminar. La muñeca estaba a
punto de ser triturad a, el muchacho gritaba de dolor de­
sesperada mente. El que cargaba con él no parecía conmo­
verse en lo más mínimo, permanecía sereno, ta l vez en sus
adentros gustoso de lo que hacía. Tan pronto traspusieron
el enrejado de madera li bró a l pobre muchacho de las pin­
zas e inesperadamente le asestó un fuerte puntapié en las
nalgas que lo obligó a dar traspiés. El joven se recargó en
uno de los pilares del porta l y empezó a l l orar, segura­
mente de dolor y de rabia. El brazo final mente le resu ltó
quebrado. ·

Semejante escena no me agradó en lo más mínimo.


Quise - l evantarme para ir a reprocharle al Policía su con­
ducta,'. pero me decidí mejor por volver a lla mar a l alcaide
a quien le ordené ll amara a l Jefe de l a Policía para que
compareciera ante mí de inmediato. Al momento el al ca ide
volvió para enterarme que decía el Jefe que "fuera yo si
quería verlo".
Ante ·tal actitud, no tuve más remedio que conformar­
me por el momento. De nada me va lía que en mi intimi­
dad maldijera al pol icía, puesto que no me decidía por le­
vantarme y encarármele de una buena vez. Pero fué mejor
que ocurriera de esa manera .
Lo sucedido con el joven me daba claro indicio de la
ferocidad e in ju�ticia del sujeto. Tal parecía que su costum­
bre era lastimar muñecas con sus tenazas en la más com­
p leta impu h idad, sin que h u biera q u ien le reprochara o le
acusara, ni auforidad ni pa rticular.
El. Jefe de la Policía tenía cuentas pendientes con l a
Justicia; con anterioridad hirió a uno, d isparando a mansal­
va por la espa.lda, a legando que lo hizo para evitar que
huyera. Pero no todas sus víctimas eran igua les de man-

45
sas, a lg unos se la sentenciaron. El lo sa bía, y se a n d a ba con
cu"1óaao.

Suficientes moti vos había para que el i nd ividuo fuera


destituido fu lmina ntemente de su cargo, pero. . . pero . . .
era una fiera a quien nadie deseaba encarar.
Lógico en un tipo como él, no se presentó a nte mí a
situarse a mis órdenes como correspondía, o siquiera a sa­
ludarme. Se instaló en el escritorio donde estuviera el a l­
caide y se dedicó a leer un cuaderno de tiras cómicas que
extra jo de uno de los ca jones, o a l menos f i ngiendo que lo
hacía . Para entonces d i s i m u l ada mente trataba de auscular su
persona lidad. Le calcu laba a lgu nos cincu enta años. A lto, de
más de un metro oc henta centímetros de estatura. Corpu­
lento, debido a que dura nte a lgún tiempo trabajó en la mi­
na. Ante brazos fuertes y cubiertos de bel lo grueso. Usaba
gorra texana color gris, enrollada de las a l etillas hacia a rri­
ba, manchada de sudor y polvo y r esumida en la cabeza,
de manera que al mirar hacia e l frente ten ía que hacerlo le­
vantando los ojos de color verde. De piel cobriza semejan­
te a los de l a mayoría q u e viven en ese medi o. Era evi­
dente que el pretensioso i ndividuo se esforzara por vestir
al modo de los Cow Boy, e i ncluso el a j u a r de su arma era
de este estilo, atando e l extremo de la funda con una co­
rrea del muslo derecho.

El pol icía en un tiempo la boró en la mina, ya se d i jo.


Pero para fortuna suya antes de que se convirtiera en un
decrépito cascado, le ofrecieron el puesto de Jefe d e la
Policía . Los mismos d irigentes de la Compañía minera se
encargaron de que fuera nombrado, pensando que ese in­
d ividuo por su bruta l idad que evidenció siendo minero, po­
dría ser el único en gara ntizarles hasta cierto punto sus in­
tereses a menazados por los ladrones de oro. Así l as cosas,
el sujeto recibía dos sue ldos, e l del Municipio y el de la
Compa ñ í a .
Y realmente los de la Empresa no s e equivocaron del
todo, e l Policía atemorizaba a c u a lqu iera y é l lo sabía, d e

46
ahí que en nada le importara estar en bien conmigo.
A poco aparecieron en mi oficina el Presidente Muni­
cipal y el tesorero, q uienes ven ían a saludarme y a brindar­
me la bienvenida. Por algunos momentos d e parti mos amis­
tosamente, agradeciéndoles por mi parte sus atenciones. En
u n paréntes is q u e hice en n uestra plática les pedí qve me
ind icaran un l ugar donde pudiera alojarme. Desde luego me
advertían que rni estancia no sería del todo g rata debido a
las carencias precisamente. Me informaban de u n hotel que
si acaso no daba buen servicio, e ra lo único del pueblo. To­
davía cuando el Presidente y su acompañante se encontra­
'
ban conmigo hizo su arribo el Licenciado que desempeñaba
l
e cargo de J uez de Pri mera I n stancia. Se trataba de u n
hombre que con ocí en m i s tiempos d e estudiante d e Prepa­
ratoria, impartía cátedra a un grupo diferente al que yo per­
tenecía. Pero no obstante nos conocimos y nos dispensá­
ba.m os cierta esti mación. También él me tendió la mano
amigablemente y me deseó feliz estancia.. Cuando se mar­
chó el Alcalde y su colaborador, el J uez, mostrándose bon­
dadoso, me advertía también de las carencias que se sufrían
en el pueblo. Me informaba asi mismo que donde se vivía
mejor era en la l l a mada "Co lonia Extra n jera", pero que de
antemano no me aconsejaba la invitación que de rigor me
harían para q u e fuera a hospedarme en su hotel, puesto
que automáticamente estaría aceptando ser su esbirro y
cómplice en todos sus desmanes e in j usticias. Cuanto el Li­
cenciado me decía lo tomA l1a muy en cuenta, tratando de
darle la razón . Al ver J¡¡ oportunidad de quejarme al J uez
de que el po l icía se mostraba hosco para conmigo, me con­
testó q u e de a.i;uerd o a mi Jerarq uía y Autoridad debía obe­
decer mis m andatos.
-Es un pillo- Decía con cierta preocupación-El no­
venta por ciento de mis prob lemas son por causa suya.
·
Hasta ese momento no me había dado cuenta q ue las
oficinas del J uzgado estaban contiguas a la m ía. El Juez me
invitó a pasar para presentarme al personal, o sea a la Se­
cretaria del Juzgado, la secretaria, y al notificador.

47
Ahora desde su escritorio, el Juez me preg untaba si
deseaba i r person a l mente a insta larme al hotel o si él en­
viaba a a lguna persona para que o btuviera h abitación: y de­
jara mi ma leta. Creí conveniente lo ú ltimo, por lo q ue e n
pocos momentos envió po r el hombre q u e tiempo atrás me
contó h abía purgado su pena, q u i en respondía a l nombre
de José.

José accedió de buen agrado y cargó con mi ma leta. Al


recorda rme de él pregunté a l Juez acerca de su situación
J u rídica.

-Mira muchacho-Me decía-Primero tendría que expii­


carte a lg unas cosas . . . José h a recibido e l beneficio de l a
libertad preparatoria, ciertamente. . . Pero e l caso e s q ué
no ha podido abandonar l a prisión ni el pueblo debido a
q ue el J efe de la Policía no lo desea simp lemente. Entre
ambos ex iste una g ran desaveniencia. No me vayas a pre- ·

gunta r porqué no intervengo yo; bastantes problemas tengo


si n mezclarme en los asu ntos de los demás.

Trataba de comprender al Juez en s u actitud pero no


lo logra ba . Estaba convencido de que debía ser otra su pos­
tura para que d iera c u m p l i m i ento a l mand a m iento legal. ex­
pedido por sus superiores. Pero tendría tiempo d e j uzgar
con m ayor deten i m iento al buen J u ez.

Efectivamente entre José y el po li cía existía gran desa­


veniencia, u od io mejor di cho. Dicha situación n ació u nos
meses atrás q u e la esposa fué a pisitar a José a l a prisión.
Se les ha bía permitido q ue l a noche de su enc uentro coha­
bita ran, para lo cual se les permitió que du rmieran en u n
cua rto abandonado .e xistente e n un costado del patio. Co­
mo no existiera cama o cosa semeja nte, se vieron obligados
a acostarse sobre sus ropas para que no les molestara l o
helado del carcomido piso · d e cemento. Apenas bien comen­
za ban a deci rse frases amorosas y a acariciarse con el ím­
petu q ue proporciona la l e j a n ía y el tiempo transcurrido,
cuando irrumpió bruscamente el Je.fe de la Policía ,seg uido
de dos de sus esbi rros. Sin med i a r pa la bra, estos últimos

48
se le echaron encima a José que perma necía azorado, sin
tener tiempo de explica rse lo que ocurría; lo obligaron a si­
tuarse de pie, sosteniéndole los brazos por detrás de la cin­
tura. Sin pel igro de recibir contestación, el facineroso poli­
cía empezó a golpearlo peligrosa mente con todas l as fuer­
zas, en el estómago principalmente, hasta que José no pudo
mas y perdió el sentido. La emprendió l uego contra la es­
posa a quien también tuvo que gol pear sa lvajemente para
que se dejara seducir. A resultas de este hecho, aún cuan­
do no era Va culpable la esposa, a bandonó el pueblo tan
pronto pudo, avergonzada de lo ocurrido. Desde entonces
su marido no la volvió a ver.
Ahora es fácil comprender el motivo por el cua l am­
bos hombres se od ia ban a muerte mutuam ente. El policía
cu mplía con su palabra cuando había di cho que mientras
fuera Jefe de la Policía José no abandonaría la prisión de­
finitiva mente.
Aún cuando José salía por la ca l le a hacer algún man­
dado, sabía lo difícil que era huír de un pueblo como ese
tan carente de comunicación. Allá, andar por la ca lle era es­
tar confinado.
José sabía que su oportunidad de actuar vendría tarde
que temprano, mi entras se reservaba para propinar el zar­
pazo.
Enterado de l.a situación reinante, pregunté al Juez si
no cometía falta si dispon ía que José dejara la prisión defini­
tivamente.
-, Ñ,ingu na fa lta cometerías, al contrario, harías un bien
-Me contestó- José de Derecho está l i bre, más no de he-
cho. Piénsalo bien antes de que te decidas a actuar. El po­
l icía es un tipo terco y no lo va a permitir con facil idad.
El J uez continuó hablando, ahora sobre José, opinando
que era un hombre bueno, muy servicial que incl uso po­
dría serme úti l si lo tomaba a mi servicio como especie de

49
auxi l iar.
Tan pronto llegó José a enterarme de que logró aloja­
miento para m í, le pedí me acompañara y caminamos rumbo
al . escritorio donde se encontraban el policía y sus hombres,
incluyendo el a lcaide.
-Para si algunos de ustedes tienen inconveniente, ven­
go a, deci rles que José queda libre.
-Abra la puerta para que salga a la calle-Le . dije al
alcaide.
Tanto el alcaide como el policía no reaccionaban con
rapidez, concretándose a mira rme con fijeza. En vista de
ello, tuve yo mismo que abrir el enrejado. Afortunadamente
todo era tan de pronto que el po licía no tenía l a oportuni­
dad de oponerse; vió salir a José sin lograr la idea de decir
algo. Por mi parte, sabía que empezaba a cumplir en mi
cometido como Agente del Ministerio Público. Si las cosas.
se hubieran complicado, lo más seguro es que yo habría
sido la vícti ma, porque dicho con franqueza soy un hom­
bre al que no asiste la virtud de la valentía.
En vista de los sucesos, el policía la tomó contra mí, y
su odio por José creció, mayormente cuando supo de mi
determinación de seguir protegiendo a J osé, a quien pen­
saba habilitar como mi a uxiliar, o al menos mi acompañan­
�e en ese medio tan hostil.
Cuando después de varios meses abandoné definitiva­
mente el pueblo, José tuvo que hacerlo también para no
c;er víctima del odio del arbitrario sujeto. Su razonamiento
estaba de sobra bien fundamentado, Una prueba de ello
es que el policía cobró venganza en un hermano d e J osé
que no la debía ni la temía y que n i siquiera sabía de las
desaveniencias existentes entre ambos, encerrándolo duran­
te algunos días en la prisión, usándolo como carnada para
el hermano. Ni el Juez ni el Pres.idente Municipa l se opu­
sieron a ta l abuso, el primero tal vez por temor, el otro
por Ja tolerancia que tenía para su subalterno.

50
Algu-nas personas q ue tenían algún co·nfl icto de carác­
ter leg a l , estuvieron a l a espectativa de la l legada del nue·
vo Agente del Ministerio Púb l ico. El nuevo Agente del Mi­
n isterio P ú b l ico era yo, de modo que po r la tarde empeza­
ron a desfi lar numerosas personas a mi oficina ex pon iéndo ­

me sus problemas y sus quejas. La noticia de mi l legada se


esparció con rap idez y siendo aquel un pueblo relativamente
peq ueño no tardó en q ue todo el mundo supiera de mi
arribo.
Doña Andrea era una anciana de a lgunos setenta
años, pero con ánimos de mujer joven, cuyo aspecto se
antojaba m isterioso a simple vista. E l l a era una de las per­
sonas que acudían a verme. La ví desde qu-e apareció cami­
nando por entre el portal; sin proponérmelo me percataba
de su andar tam baleante y de lo encorbado de sus miem­
bros. Vestía u-na túnica café, o a lgo parecido, el caso es
que se trataba de un vestido largo y pardo por lo usado.
Penetró de l leno a lo q ue era mi oficina, sin detenerse a
pensar en que ta l vez no era correcto que se presentara de
esa forma tan poco cortés. Pero u n a mujer ta n intemperati·
va como el la, no se andaba con titu beos de n i ngu n a clase.
Como un soldado que se cuadra a nte sus superiores, l a
anciana s e pl antó ante m í golpeando sus tacones e n el sue­
lo y proc urando ma ntenerse ríg ida fa ltándole ú n icamente
,

el sa ludo a la a l tura del seno fronta l . De momento me im­


presionaba; usa ba lentes de cr ista 1 c l a ro y precisa mente de­
bido al a umento de los vid rios, sus o jos lucían despropor­
cionada mente grandes en re lación con el resto de sus ras­
gos. Parecía un m i ster i oso ser de ciencia ficción. Empezó a
hablar y a cada frase se reía s i n motivo. En un momen'o
n:ie dispa ró gran número de halagos, que a l ser éstos tan
exagerados me l levaban a pensar que la vieja era a d u ladora
como pocas. Por mi parte ningún interés tenla en refutarle
cua nto me decía, por lo que le permitía que continuara ha­
blandq de cuanto quisiera. Antes de entrar de l leno al ne­
gocio que la l l evaba conmigo, me prometió q ue pronto me
iba <1- hacer llegar una canasta repleta de tama les.
..

51
la /a bios,a anciana me expus\ su problem a . Se rete r í a
a u n a casa q u e aseg uraba un h i j o suyo ha bíasela despoj ado.
Pedía e l peor castigo p a ra su vástago. De h a be r pod ido,
desde cuando h u b iera atentado contra su vida, éllo a juzgar
por al ira que evidenciaba y por los terribles insu ltos q ue
vociferaba en contra de é l . Exigía q ue todo lo di cho por
e l l a fuera anotado a manera de acta, p ern no había máqui­
na de escribir n i siq u iera pape l . Me posesioné de un cua­
derno de mi pe rtenencia y e m pecé con lo q ue me ped ía
para no arriesgarme a que volcara sus insu ltos en contra
mía.

Antes d e aba ndonar el l u g a r l a ' mu jer me com u n icó


que el Agente que me presedía ''e ra un " ratero" puesto
q u e tuvo que darle la cantidad de m i l pesos para que le
a rreg l ara e l asunto, s i n q u e lo lograra . "Oj a l á y usted no
sea igua l". D i j o ta l cosa y se marchó.

Las demás personas que espe raba n fuera d e l a oficina


se t u r n a ron para pasar. Por más de u n a ocasión tuve q ue
volver a escribir man uscrito, cosa q ue no era muy de m i
agrado por pensar q u e era técnica i noperante. U n o d e los
visita ntes me l levaba un cuento muy extraño, re lacionado
con u n a cerda q ue devoró a u n a n i ñ a peq u e ñ a cua ndo dor­
m í a . La persona me describ ía el a n i m a l asegurando q ue más
p a recía un jaba l í por lo gra nde de sus co l ITT i l los, que al pa­
searse i mpune por entre las ha bitaciones se le lanzó a la
peq ueña cercen á ndole pri meramente un brazo de un de­
moni aco mordisco. A sus desesperados l l oridos de dolor acu­
d i ó la madre que horrorizada se veía impos i b i l itada de ha­
cer a lgo para proteger a su h i jita; el ani m a l s a l ió hacia l a
ca l l e l l evando entre s u s fauces l o q u e q uedaba d e l a i nfor­
tunada n iñ a . La señora en su desesperación que rayaba e n
locura logró a l f i n q u e soltara a l a peq ueña quien para e n ­
tonces h a b ía sido deborada en su mayor parte.

La mu jer cayó en la inconciencia y hasta la tarde d e


ese mismo d ía vo,lvió e n s í . De a h í en adela nte se adelgazó
a l arma ntemente dec l a rándose le d i a betis en a l to grado, su-

52
friendo agudos ataques. Compungido por lo sucedido, el
padre de la niña fue en busca de su compadre Hermene·
g i ldo a contarle lo ocurrido y para preguntarle que sería lo
conve niente que se hiciera con l a puerca "mañosa". El com­
padre Hermenegildo por su parte reu n i ó a los miembros
mayores de la fam i l i a y del i beraron lo conducente;. como
si se tratara de un juicio a u n a persona, decretaron la muer­
te para la puerca. Mas ésta no sería una muerte común y
corriente, se le daría fin mediapte ga rrotazos. El compadre
mismo se ofreció a acabar con él la, m irá ndose corretearla
por todo el corral prop i n á ndole fuertes golpes en la cabe­
za y el lomo con un grueso leño, hasta lograr que muriera
desquebra jad a . N i nguno de los huesos por pequeñ o qu e
fuera le resu ltó sano. Su carne no fue aprovechada, se en·
terró. En un principio pensaron convertirla en cam itas, pero
una mujer se opuso a legando que la carne estaba impreg­
nada de la carne de la niña. Otra persona opinó que se
a bandonara en el basurero, pero no se aceptó la idea dis­
cutiendo q ue los bu itres no debía n p icotear de su carne y
de la criatura. Así pues que lo mejor fue sepu ltarla como si
se tratara de u n cadáver.

El hombre que me refería tales sucesos me pregu ntaba


si no procedería a hacer una i nvestigación para deslindar
responsabil idades. Al final él mismo se convenció que no
era necesario.

Cuando quedé sólo, q ue reflexionaba en el abandono


tan tremendo en que estaba aquel la oficina, me creí con el
deber consigo mismo de comunicarme con mis superiores
para manifestarles las anomal ías y las insuficiencias que
encontra ba; creía que al enterarse e l los pondrían inmediato
remed io. Así que envié un telegrama exponiéndoles la si­
tuación.

A los pocos d ías recibía un mensaje que contenía bre­


ves pero elocuentes frases: Lo q ue no ha podido remediar­
se en mucho tiempo, no puede remed iarse en un d ía. No
obstante tanta i nsuficiencia, trate de cumplir con su deber.

53
Para su consuelo entérolo que en .situación semejante se
encuentran el resto d e las Ag�_ncias foráneas. Ate ntamente
y signaba uno de mis superiores .

'
..

Ante ésto, no tuve más re medio que conformarme. Soy


un hombre que pronto comprende. Y desde ese momento
me convertí en lo que pudiera llama rse una oficir.ia a m bu­
lante. Compre un fajo de hojas de papel de máquina y las
guardé en uno de los bolsillos del pantalón; lo mismo hice
con el cojinete y el sello. Desde entonces casi no se me vió
más por la oficina. No h u bo asunto que no arreglé en la
plaza, la peluquería o la calle; de ese modo era como si la
oficina del Ministerio Público quedara clausurada, en cuan­
to al local se refiere.

54
2
La l l uvia por aquellas reg iones era abundante. Día tras
día llovía inagotablemente, temiéndose en ocasiones que
las casas se v i n ieran abajo por la excesiva h u med a d . Des­
de la tarde del .otro d ía, las nubes fueron multiplicándose.
Al obscurecer empezó a l l oviznar; a poco fué l l uvia p l en a .
E l agua gol peaba con fuerza los techos d e l á m ina produ­
ciendo un ru ido persistente. Afuera los charcos s e m u l t i p l i­
caba.n con rapidez hasta que formaban corriente.

Mientras tanto, me encontraba recl uíd o en e l cuarto


que mandé a lqui lar conforme la sugerencia del Presidente
Municipal para que me instalara en ese hotel. Ahora me da­
ba cuenta que la dueña no a todo mundo hospedaba, te•
n ía su$ pred i l ecciones y a m i ver, éstas eran extrañas, pero
más extra ña era e l l a , la mu¡er. Dentro de, pronto vendría el
amanecer. No obstante lo agotado q u e estaba permanecía
despierto mirando a mi alrededor en interminable contem­
plación de los objetos, sin q u e me fuera dado conci liar e l
sueño. A través d e l a ventana con tela d e a lambre pene..
traba la luz de un foco .enc lavado en el patio, por lo q u e
lo's objetos podían d i stingu irse m á s o m enos con claridad.

57
Tan pronto m i ra ba hacia la venta na contemplaba las gota s
de agua que rodaban por la m a l l a metálica, agradándome
su movimiento. Al cua rto penetraba persistente el olor a
tierra h ú meda, lo que contribuía a que m i s recuerdos se
avivaran. El sueño se me auyentaba por l a repentina p reo­
cupación que · tenía p0r mi mujer; hubiera preferido mejor
q u e estuviera a mi lado para contarle mis pensamientos,
ahora que estábamos recién casados. En la i ntimidad me
reprochaba mi tonto sentimenta l ismo. No me justificaba por­
que no me h a l l a ba a l otro lado del Pacífico, n i en país d i­
ferente, sino en un lugar si acaso mal comunicado relativa­
mente cercano. · Pero co mprend ía a la vez, que l os senti­
mientos del recién casado son d iferentes a los que tienen
aquel los que han vivido durante muchos a ños con sus mu­
jeres. E l sueño p arecía hac er me ig u a l fa lta que a una pie­
dra, no lograba dormirme, el cerebro lo se nt ía embotado y
cerra ba los ojos concentrándome a más no poder para que
el sueño me v i n iera, sin éxito alg uno. Ca si caía en e l tonto
juego de contar menta lmente ovej as. Por otra parte, el ca­
tre d on d e desc ansaba no ayudaba, a l contrario, me pa recía
in cómodo porque era un simple l ienzo de lona montado �n
madera, sin a l mohada siqu iera. Tratando de mejorar m i si­
tuación, convine en levantarme m ientras m e posesionaba del
pantalón y la camisa para dob larlos y meterlos bajo m i ca­
beza a modo de cojín. No podía pensar en utilizar para e l
mismo fin una cobija porque no había, única mente un par
de sábanas de material muy delgado, una sobre el catre y
la otra sirviéndome de manta . Para mi fortu na, posterior­
mente logré dormitar un poco, repon iéndom e en pa.rte del
cansancio. E l a i recillo helado de la mañana fué la causa d e
que despertara; me i ncorporé de inmed iato y no pude evi­
tar m i r a r por entre l a ventana rumbo a las. montañas. para
contemplar su f loresta empapada de frescura . Ya n o l l ovía,
pero no hacía falta más agua, pues corría y era S\,Jficien­
te. Desde esa mañ an a, las posteriores repetía lo mismo,
mirar por la ventana en busca de tan agradable vista .
. La iglesia era un edi fi ci o a ntiguo de cortas torres que

58
se h a l l a ba contiguo a mi habitación. l�s ca mpanas, tañeron
an uncia ndo misa; por lo sonoro y la .p roximidad su sonido
penetró punza nte a mis oídos. ' Algunas mañanas continua­
ron despertándome hasta que _acabé · por acostumbrarme,
vo lviéndome invul nerabl e a su escánda[o:

A mitad de mañana me dispu� · l')"larcha r rumbo a la


Presidencia Mun icipa l. Cuando iba por ·la ca l le me percaté
de la presencia de un gran nú mero de jovencitos d e ambos
sexos que caminaban a m itad de ca·l le corho �¡ vinieran en
procesión. Estuve pendiente y comprend í .d.e . lo que se tra­
ta ba . Un asno adornado con motivos bl ancos cargaba en su
lomo un pequeño ataúd, que contenía el ' cue rpo de un ni­
ñito, que después s u pe era el del h ijo ·de aque l l a madre
ang ustiada del aeropuerto, que murió aJ atardecer víctima de
la deshidratación q u e padecía. Aque l l a · marcha que veía me
gustaba, n u nca antes contemplé nada parecido·. Las decenas
de vocecil las entonando cánticos me conmovían, lo mismo
su actitud triste por haber perdido para siempre a uno de
sus compa ñeros de juego. Las niñas vestían tod as con veS··
tidos largos y velo color blanco. Los ni ños n o usaban ves­
tuario especial, pero todos, s i n excepción cargaban ramos
de f lores en ambas manos que agitaban en lo alto" La ma­
dre avanzaba atrás del corte jo de pequeños ángeles, l loraba
y trataba de despe jarse los ojos para poder brincar los char­
cos.

Al contemplar a los ninos, va lorizaba en mucho su


grandeza de seres inocentes. N u nca un grupo de pequeños
me conmovió tanto. Agua rdé de pie hasta que no pude
ve r más sus ramos de flores multicolores. Después supe
que los sepe l ios de los n iños se l leva ban a cabo en esa
forma . Cada lugar ten ía su esti lo. En otras regiones se acos­
tumbraba acompañar los con mús ica y detonando "cuetes".

Aquél, no me cabía duda, era el pueblo de los gra n­


des contrastes. Lo sentimental y lo cruel chocaban en es­
truendo. Ahí con igual facili dad se podía l lorar que reír.

59
Al ata rdecer volvió a l l over, incl uso el agua cayó por
tocia l a noche y a ú n por la mañana del día si9uiente. En
lo pa r t ic u l a r me sentía contento de tanta l l uvia, puesto
q ue de esa manera el calor s e auyenta ba.
Una de e s a s mañan·as esperé a que el tempor a l amai­
nara, para poder trasl adarme a la ofici n a . Tan pronto cru­
za ba por la pl azuela con extrañeza me daba cuenta de l a
presencia d e dos soldados q ue pa recían custod iar l a puerta
de la Pres idencia . No era común que esto sucediera; a lgo
e spe ci a l ocurría . Traté de investig ar y a l taneros me corta­
ron e,I paso con los rifles. Como Agente del Ministerio Pú­
bl ico me asistían ciertas facultades para que tratara de d a r­
me cuenta de l o que estaba sucediendo en e l interior del
edificio. Quizá todo era u n a broma .

Antes de que les explicara mi identidad y q u e apro­


vechara para rep roch a r l es su actitud, apareció d e pronto el
P residente Mu n icipal ca'r;,� na ndo aprisa a pasos largos. Tan
pronto me vió me saludó con ciert a gravedad, entendiendo
mi situación, por lo que me pidió que lo acompa ñara, si n
q ue los soldados se atrevieran esta vez a interponerse.
En el interior de la Presidencia , en lo que era el pa­
tio de la pri si ó n había otros soldados que empuñaban su
arma; nos vieron ap a r ec e r, tornándose rígidos para saludar
al P re si de n te Bajo la frondosa "chalata" que crecía a mitad
.

de patio estaba el oficial de mayor rango, acompañado de


tres de sus hombres . Entre el los se veía otro hombre ves­
tido de civ i l , a l parecer muy asustado; y miraba con recelo
hacia sus lados. Su situación se adivinaba; era prisionero
de aque l l os m i l ita res.

Camin amos di rectamente hacia el ofi ci a l cuando estu­


,

vi mo s j u nt o a él aproveché p a ra m i ra r cuidadosamente a l
dete ni do . L a camisa, el panta lón, los zapatos y todo cuanto
·
lo cubrían estaban enbebidos en agua por causas de la l l u­
via, y se g u ía n empapándose porque no deja ba de ll ovizna r.
E l pe lo negro le caía por la cara y casi le cu bría los ojos,

60
más no tenía ánimos siquiera pa.ra despejárselos y poder mi­
rar con cla rid a d . Tend ría algunos cuarenta años, moreno, de
cuerpo desnutrido y muy miserable en su. apariencia. Esta­
ba a punto d e l lorar, su miedo era mayúsculo, yo podía ad­
vertírse lo. Lo peor para el indiv i duo· vino cuando un sol­
dado lanzó a l ai re el extremo de uria soga cruzándola por
entre una rama. El su jeto comprendía que su situación em­
peoraría y desesperado busca ba con sus ojos un rincón don­
de poder guarecerse de l a best i a l idad de aquellos seres.
Pero nada podía hacer por d efenderse, se lo imped ía n . En­
tre dos tuvieron que su jetarlo para logra r introd ucirle el
óvalo de la soga e n el cuel lo. Tan pronto lo lograron, tira­
ron fuertemente hasta que su cuerpo se b á l anceó en el a i re .
E n s u desesperación, pateaba sin gobiern.o rasgando sus
piernas el aire, tratando m ientras con S\Js . ma nos de aflojar
la cuerda que le oprimía la tráquea i mpid iéndole la respira­
ción. Cuando pareció que el ind ivid':'? moriría, que un co­
'
lor a moratado bañaba su cara y que 1 a lengua le crecía col­
g ante hacia afuera, aflojaron la cuerda y el infeliz cayó pe­
S!ldamente al suelo como si fuera un bulto, h i riéndose las
rod i l l a s con las piedra s . Tan pronto volvi6 a tener l ucidez
repitieron la misma operación. En una de las veces que
pudo hacer lo, gritaba:

-Sá lveme señora. Sálveme por sus hi jos.

Tal cosa ped ía a la cocinera que presenciaba aquel lo,


no con g ritos sino con a l a r idos verdaderos. Pero la señora
nada pod ía hacer, concretándose a l lora r también.

Mientras tanto un oficia l se empeñaba en inquirirle


por a lgo que el individuo sabía, pero nada contestaba y si
no contestaba era porque no lo deseaba y además no podía
hace rlo por lo dolorido de la garganta.

Los demás presos que se encontraban por e l patio, al


m ira.r aquel espectáculo, sin que nadie se los ordenara fue­
ron introd uciéndose uno a uno a la celda y desde la ven­
ta na miraban a través de los barrotes con ojos de pavor,

61
temerosos qu izá de suplir a l otro; se antojaban ratones de
laboratorio.

Yo q ue me encontraba presencian d o aquella barbari­


dad, no hacía n::ida. Cu ando me percaté de e l lo, q u ise i n­
terceder pero e,I Presidente Municipa l que a ú n permanecía
a mi lado, se empeñó en dec i rme:

-A veces es mas conveniente fingir que uno no ve ni


oye nada. Podría u no meterse en problemas.

No q uedaba muy convencido de lo q ue trataba de


decirme, pero el caso era q ue no me decidí por intervenir,
no sé si por miedo o por simple prudenci a .

Casi moribundo i ntrod ujeron a l hómbre a l a celda. Aho­


re que había tiempó le exp l icaba al oficial que yo era el
Agente del Ministerio P ú b l ico ele ese, Distrito Judicia l . Mi
intención al entera rlo de{ m i cargo no era para que me ten­
diera la mano, sino para que me proporcionara a l g u n a ex­
pl icación de l o que esta ba ocu rriendo'.

Se trataba de un tipo engreído con ínfu las de grande­


za, q ue toda su vida dentro de la mil icia se la l levó pla­
neando ser cruel para meter m iedo en sus suba lternos. Era
lógico en él pues q u e tratara de s u bestimarme, si n q ue me
contestara nada por lo pronto.

Al fina l se decidió por habl ar, para lo cual se detuvo


en su andar; clavá ndome la m irada, comentó:

-Ad ivino que usted q u iere saber q ué h izo este hombre


para q ue lo tratemos de esa manera. Es el individuo h i jo
de perra mas bajo q u e he conocido en toda mi m a ld ita vi­
d a de andar persiguiendo bri bones; mató a s u esposa y vio­
ló a su propia hija el muy i nfeliz. La n i ñ a es una paralítica,
no obstante abusó de ella.

Me extrañé ante eso q ue o ía, pero más me extrañé a l


reflexionar q u e e n m i carácter d e Agente del Ministerio
Públ ico debía saber aquéllo. Tenía todo el derecho o la obl i-

62
gación como se qu iera deci r, de saber l o ; todos los del itos
que oc urrieran en ese Municipio del Parián e'ra de mi in­
cu mbenci a . De momento no supo a q u ién achacar tan im·
perdon a b l e omisión. Antes de q_ue pud iera· preg u n tarle a l ­
go m ás, el m i l itar se movió · aprisa, sonriente, m u y seguro
de sí m i smo, co m o si l levara prisa. A poco tiempo' abandonó
la Presidencia seg u ido de sus hombres, ord enando previa­
mente que el pobre hom bre fuera recl uído en la ce ld a .

Mientras e l tiempo pasaba, pensab a e n e,I i n d ividuo


martirizado, y deducía que su estado físico forzos.a mente
ten ía q ue ser grave. Por lo me nos tendría roto el cue l l o y
la g a rganta tan cerrada que a d u ras pen as podría l l evar aire
a sus p u l m ories, é l l o si no h a bía m uerto ya en pocos mi­
nutos. De lo contrario, s u resistencia obligada mente tenía
que ser excepciona l . Cualquier otro tipo hu biera fal lecido
en el l ugar m is m o del s u p l icio, � m i edo o de desespera­
ción. Ahora s i es q u e seg u ía con vida, estaría temeroso y
ru m iendo su od io hacia aquel los q u e lo m a l trataron. O ta l
vez esta ría tranq u i lo, da ndo graci a s al Creador que lo de­
jaban con v id a .
Me d i s p use ir a ve rle, para l o cua l tuve q u e enfilar
rumbo al m ísero cuartucho que h acía la s veces de celda. La
p u.erta estaba em parejada, por lo que no me fue d i fíc i l tras­
poner el u mbra l . Adentro no h a b ía nadie que no fuera e l
pobre su jeto, los demás s a l ieron a l p a t i o sin tener l a deci­
sión de presta r l e n i n guna c l ase de a u x i l i o. Se e n contraba
ju nto a una de las pa redes la te ra les te ndido sobre el v i l
s u e l o . M e daba cuenta entonces p o r m í m i s mo que n o exis­
tía u n só l o catre o cosa parecid a . E l l ugar hed ía a porq uería
por las noches cuando esta ban todos j u ntos sería intol era ble.
Las pa redes en u n tiempo estuvieron pi ntad as con cal, ac­
tu a l mente a d u ras penas q u ed a ba ves tig ios de ello, cubri én­
dolas a hora i nf i n idad de letreros obscenos y d i bujos m a l he­
chos de m u jeres desnudas, y de a lgun a s p a rejas haciendo
e l amor. El piso era de cemento burdo s i n estucar, sobre él
se veía n a lgunos ca rtones sobre los cuales dormían los de­
tenidos . En e l m u ro del fondo se veía p i ntado una especie

63
de Sagrado Corazón; en lo que parecía una repisa de made­
ra se apreciaban residuos de veladoras que se consumieron
un día en honor del santo. Ahí adentro no importaba que
no hubiera ningún mueble .ni ningún catre, lo que no se po­
día tolerar era e l olor tan desagradabl e que se percibía, tan
penetrante que de inmediato ponía en desorden el estómago.
El infeliz más parecía un animal herido; gemía y l lora­
ba. Su condición me conmovía de manera muy particular.
Efectuando un esfuerzo para no vomitar, me flexioné para
inquirirle por su estado, percatándome que el cuello lo te­
nía morado y sangrante po r la rasadura de la soga. No obs­
tante se percataba de mi presencia, no reparaba en lo más
mínimo en mi persona, tan sólo me miró un momento de
reojo, cubriéndose los ojos con el antebrazo.
Me parecía obvio preguntarle por su estado; su si­
tuación a si mple vista se apreciaba crítica.
No obstante se me, había dicho que se trataba de un
asesino violador de menores, me preocupaba por él, tenien­
do la plena certeza de que necesitaba con urgencia atención
médica, de otra manera le podrían sobrevenir complicacio­
nes. Necesitaba a l menos un calmante que le permitiera so­
brellevar el torcimiento del cuel l o y las rosaduras que le
dejaban la carne viva. Y además de mucha cura le serviría
saber que en esos momentos críticos alguién trataba de ayu­
darlo.
En el pueblo del Parián no obstante ser re lativamente
pequeño hay líneas de, teléfonos particu lares. Tal adelanto
se debe a la Compañía Minera que1 ve la conveniencia de
poderse comunicar con rapidez de un l ugar a otro. Busqué
en la guía y marqué el número que pertenecía a la espe­
cie de clínica que funcionaba, preguntando por el médico.
Cuando lo tuve al aparato le expliqué que un caso de ur­
gencia requería de su pronta intervención. A su vez me
aseguró q ue trataría de estar a tiempo, y ambos cortamos
la comunicación.

64
No bien transcurrieron , c i nco m i nutos y el tel éfono
tim bró, l a persona q ue contestó me hizo saber que era para
mí la l lamada. Era el medico; me decía q ue le era imposi­
ble acudir, debido a que en su consultorio te n ía u n · caso
.-
de mayor u rgencia según su ver.

-Ya sé de q ue se trata-Agregó con tono indiferente­


Proporciónele a l g ú n ca l mante. Además · esa cl ase de i ndivi­
d uos se me recen éso y más. Mire . . . a ú n cuando no nos co­
nocemos, voy a d a r l e un consejo: Desista de su id e.a de
ayudar a ese hom bre, puede meterse en l íos. Bueno, mi­
re, se lo d i ré c l a ramente: No se meta en l o · q ue no. le im­
porta.

Colgó prontamente no para no oír á lg ú n reproche por


sus pa lab ras, sino porque nada tenía para agreg a r .

S u actitud m e hacía su poner , q ue a lg ú n "superior" le


dió la orden de no interve n i r . D if í c i l de entender pero así
se ría l a situación rea l mente.

Ante tales c i rcunsta ncias me supe i m potente para ha­


cer a l g o en favor de la salud del i n d i viduo. Afortunada­
mente para él, l a cocinera estaba d i spuesta a ayud a r lo, pa­
ra lo cual l a miraba c a m i n a r rumbo a l a celda l l evando en
sus m a nos u n recipiente de a g u a c a l iente que humeaba, así
como unos trozos de te l a sobre su antebrazo. Le asearía las
heridas y l e a p l icaría fomentos.

Me venía a l a mente pensar q ue necesariamente exis­


tirían a l g u nas d i l igencias re lacionadas con el ind ividuo y
su presunto del ito. Debería de haberlas porque según las
leyes sólo se puede detener a alguno con base e n alguna
orden de a p re h ensión gi rada en su contra, otras veces cuan­
do sea sorprendido infrag a nti, debiéndose levantar poste­
riormente las actas correspond ientes. Ded iqué toda mi aten­
ción a busca rlas en mi escritorio, e i ncluso preg unté al al­
caide por e l las, s i n ningún éxito.

Si aquel individuo había cometido l os del itos q ue se

65
le i mputa ba n, debía ser cond�nado, pero ¡uzgado previa­
mente como lo esta blece la ley, .y proteg ido, po1r ésta, que
d ispone q ue nadie será marti rizado por n i ng ú n del ito. Lo
hecho con el hombre a todas l u ces era anticonstitucion a l .

Tal vez el J uez sabía algo de l a s Di l igencias, o al me­


nos podría proporcionar a l g u n a expl icación de lo ocurrido.
Abandoné la Presidencia decidido a entrevistarlo, para lo
cua l tomé en d i rección a su casa . A l a rribar, me encontré
con que el Juez justo acababa de levantarse. Desde que
crucé l a barda que del imita ba la especie de j a rdín con l a
cal le, m e miró acercar, per m a neciendo i nmóvil por u n mo­
mento m ientras me aproximaba. Vestía ú n icamente el pan­
ta ión, descubierto de la cintura hacia arri ba, con u n a toa l l a
roja estam pada a l rededor del cue l lo. A n o ser por mi l l ega­
da, h u biera proced ido a l avarse l a cara en un l avamanos
q u e se veía sobre una s i l l a . Tras de q ue nos s a l uda mos de
mano, le expliq ué el motivo de mi vi sita, sin que Sl'I mos­
trara extrañado en ni nguna forma.

-Es en vano q ue busques, muchacho-Me d i jo con su


ca lma h a bitu a l- N a da por escrito encontrarás. En este pue­
blo ocurren cosas muy "raras" . Cualquiera es martirizado y
nadie hay q ue se oponga . A mí m e toca a lgo de c ul pa, por
mi i mpotencia y falta de decisión. Ya estoy hastiado de to­
do ésto . . . Estoy a p u nto de larga rme a Durango por a lg u­
nas seman as aunque pierda el traba ¡ o; he comprend ido q u e
necesito u n buen descanso. N unca debí aceptar ser Juez en
un poblado como éste. Un día que 1engas el ánimo nias so­
segado, voy a conta rte muchas cosas . . .

Con l o q ue el Juez me decía, por com pleto me conven­


cía que mi obl igación era hacer a lg o para q ua el hombre
quedara en inmediata l i bertad. La cuestión era ahora pedir
consejo a 1 Licenciado.

-Siendo así la situación -Le dDe-Ese hombre debe


queda r en i n med iata l i bertad, no obstante sea un asesino.

El J uez reaccionó azorado, diciéndome:

66
-No has entendido, muchacho . . Ese hombre no es n i n-
g ú n asesino.

-¿Entonces?

-Compréndelo, co'..mprén'de l o por tí · m ismo.

Mientras tal frase pron u nciaba, se encaminó al recipien­


te de agua y empezó a e n j a bonarse la cara·.
-Al lá en mi oficina hablaremos mas tarde- Me d i jo a
modo d e desped ida .

No tuve más remedio q u e acatar s u deseo, abandonan­


do su ha bitación . Apenas ba j a b a la peq ueñ a lom a q ue co­
necta ba con J a c alle pri n ci pa l me percaté de la presencia
,

de un hombre joven parado en la esqu i n a que al pa recer


esperaba por mí. Rea l mente me aguardaba. Mientras son­
reía a mistosamente, se encaminó, tendiéndome la mano en
sa l udo. N ingún interés tenía en esq uiv a r l o por lo que re­
cibió m i m ano. E l tuvo l a in iciativa en hablar.

-Sé q ue usted es el Agente del Ministerio Púb l ico, a l­


gu ien m e lo dij o e n l a pl aza . Esperaba a q u e pasara por
este l u g a r, porque me es m u y importante h a b l a r con us­
ted . Se trata de un asunto m u y delicado. Si cree q ue el si­
ti o es impropio, podemos ir a donde usted i ndiq ue.

-En c u alq uier parte podemos habla r . A q u í, en la pla­


za, donde sea . . . ¿ De q u é se trata ?

Primera mente tengo que decirle q uién soy yo. Me ll a ­

mo L u c i o Casas. Soy m aes tr o norm a l ista . Trabajo en "La Co­


frad ía", un pueblito cercano . . . Vengo a verlo en relación
con u n detenido q ue tra j eron les sold ado s Sé lo sucedido;
.

me pa rece i n j usto q u e pre tendier a n ahorcarlo, má xim e cuan­


.

do no ha hecho nada. Quiero q u e me a y ude a que q uede


en l i bertad, antes. de que lo vayan a matar.

Me a l egraba encontra rme con el maestro. El sa bía del in­


dividuo y por lo mismo estaba en pos i b i l idades de poder
ex p l i c ar rn e lo que suced ía.

67
-Se dice q ue mat6 a su esposa y viol 6 a su h i j a
menor-Le d i je s i n q u e y o mismo estuviera convencido de
e l lo, ún icamente p a ra advertir su reacción.

Al oír mis p a l a bras, e l ma estro se azoró visible mente,


lu ego se son rió.

-Es mentira, ' es menti ra-Aseguró en a lta voz, a hora


con repentino m a l gen io-Usted no debe dej arse engañar.
Ese hombre es i nocente· de todo lo que se le acusa, n unca
ha matado a nad ie; i nc l u so no está casado, n unca lo h a es­
rado, y menos ha tenido u n a h i j a . No debe permitir q ue
lo engañen Licenciado.

Comprendió que no entend ía m u y bien lo que h a blaba.


-Mire. Tengo que e x p l icarle . . . El hombre de que ha­
blamos es m i cuñado; tr a b a j a ba en la mina. Hace pocos d ía s
l e encontraron en su pod e r a l gunas rocas que contenían a l to
porcenta je de oro y p l ata . Los de la Compañía trataron de
sa ber de dónde l a s ha bía obtenido, si las ro baba de la mi­
na o si encontró u n rico filón. Si de l o primero se trataba,
castigarían a mi cuñado para q ue a los d emás sirviera de
lección. Si de lo segu ndo, siendo un fi lón tan rico, l e obli­
garían a decir el sitio en q ue s e h a l l a ba para despojarlo de
�I inmediatamente, a ú n cua ndo se loca l izara en á re a d i fe­
rente a la que comprende el denuncio de é l los. Asegu ro
que no han podido hacerlo h a b l a r; mi cuñado es muy tes­
tarudo.

Antes de que yo pudier a i nterven ir, agregó:

-Le repito q ue h a n tratado de engañarlo . . . Le voy a de­


cir de dónde obtuvo mi cuñ ado esas piedras. Después de
tanto andar buscando por toda la región, fi n a l mente encon­
tró una veta muy · rica. Y a u nq ue lo mata ran, mi cuñado ja­
más d iría dónde está. Cla ro está que é l piensa hacerse rico,
vendiendo su descu brimiento. Cuando toda la v i d a se h a
vivido mi sera b lem ente, que s e está a punto de volverse
poderoso, se prefiere la m uerte antes de dejar escapar l a
oportu n id ad. Defini tiva mente m i cvñado no dirá n ad a .

68
El maestro se expresaba con mucha propiedad, muy
segu ro de sí mismo. Sin titubeo, agregó:
-Póngalo en libertad · y le doy a ca mbio mil quinien­
tos pesos. Los llevo conmigo.
N unca he sido una p;e rsona honrada en grado sumo,
por lo cual su proposición no me asustaba en forma alguna.
-No se trata de dinero-Le aseguré-Si rea lmente las
cosas son como dices, tu cuñado saldrá en libertad muy
pronto; estoy decidido a éllo, desde antes de que hablára­
mos..
Y como nos había mos detenido a mitad de bajada,
eché a caminar indicándole que me siguiera.
-Espere, espere Licenciado-Me; dijo apresurado-Deje
que se fo agradezca.
De antemano sabía que la cosa no iba a ser tan sen­
cilla. Aquel pueblo tenía su dueño, y éste era la Compañía
Minera; muy poderosa económica mente. Para el los un indi­
viduo pobre valía tanto• como un ind io muerto, y nadie ha-
bía que se levantara en su contra. O j a lá y no estuviera yo
cayendo en la tonta situación de il uso, que creía poder
cam biar el mundo.

Cuando estuvo a mi lado, el maestro continuó hablan-


do:

-Aquí ocurren m uchas in j usticias. La compañía es la


causante; desde hace tiempo vengo viendo la mane•ra de
com batirl iil . Lo que le han h ec h o a mi cuñado me ha decidido
J actuar, no me importa que vaya de por medio mi segu­

ridad persona l . Los del pueblo necesitan a alguien que haga


valer sus derechos. La totalidad de los trabajadores están
sometidos a la explotación mas vil. Como hombre y como
maestro tengo la ob ligación de orientarlos y de salir en su
d�fensa. No necesito conta rle cuanto aquí sucede; por pro-

69
pios ojos lo verá. Los trabajadores son tan ignorantes y t a n
muertos de h a m bre, q u e temen hac'er va ler s u s derechos.

El maestro en cierta forma me i m p resionaba . Vestía con


pulcritud, con ropa no m u y fi n a pero moderna. No sobre­
pasaba los vei ntisiete años, a lto y delgado, de piel b l a nca,
ojos verdes, con vestigios de acné en sus m e ¡ i l las, pero di-
s i m u l a ba l as peq ueñas cicatrices cubriéndosel.as con la b a r­
ba espesa q ue se dejaba crecer. Desde u n p r i n c i p i o m e per­
caté sin proponérme l o que· por a l g u n a razón su reloj mar­
ca ba las dos d iez, cuando a ú n era de m a ñ a n a . T a l vez se
le estropearía por a l gú n g o l pe q u e l e dió.

En l a forma como el ma é stro h a b l aba, me hacía pen­


sar que e mpezaba a créerse una especie de redentor. Mien­
tras se expresaba, los ojos le bri l l a b a n po'r cierta furia i n­
terna que experimenta ba . Su fisonomía me record a b a a a l ­
guien d e l a c i u d a d que conocía. A l pasar el tiempo tuve
tiempo y la oportunidad de v a l ora r l o . Se trataba de un hom­
bre con ciertas pretensiones de gen io, pero con h a bi l idad
de hombre ordinario d icho sea con franqueza . Lo más te­
rrible es que él mismo fue a ytosugestionándose de grande­
za. No obstante los defectos que como humano pudiera te­
ner, había rea l izado cierta obra d e beneficio socia l desde
su modesto cargo q u e desempeña ba como maestro. Cual­
qu iera otro menos tolerante, hubiera opinado de Lucio q ue
no estaba en sus c a b ales, más yo le consideraba cierto c ré­
d ito.

Lo que el profesor me decía acerca de la compama,


me l l evaba a reflexion a r más detenidamente sobre l a situa­
ción de su cuñado. Descubría que lo justo era que salie­
ra en l ibertad, y l o haría, bajo mi entera responsabil idad,
sin i mportarme quién s e opusiera. Alguien q ue ordena a lec­
cionar a u n individuo media nte l a f lagefación m i sma, está
decidido a todo. De modo q u e me obstac u lizarían en mis
intenciones de dejar l i bre al hombre, al menos era lo ló­
g ico.

70
El profesor contiuó acompañándome por a l g ú n trecho,
pl aticándome mientras de infi nidad de problemas q ue aque­
jaban a los vecinos. Volvía a repetirme q u e haría a lgo por
remed i a r su crítica situación, empleando a lgunas frases de
contenido eminentemente social ista. Evidentemente era inéx­
perto, y trataba de sorprenderme con citas e·lementales. I n­
cluso hablaba d e Marx, de Marcuse, de Sartre, de filosofía.,
del Opus Dei, d e l os Judíos. . . y de todo se mostraba in­
conforme. Y si bien n u nca he sido un . docto en estas cues­
tiones, deducía lo elementa l de sus conocimientos. Quizá
padecía lo que ciertos jóvenes de la ciudad que se d ej a ban
crecer la barba para a parecer como intelectuales , cuando en
realidad poco entienden d e problemas socia les y políticos, y
que en cambio se entregan a una berborrea exagerada pre­
tendiendo mostrar una persona l idad d istinta a l a real.

Por otra parte, la compañía del maestro no me desa­


gra d a ba, cuando menos tenía con q uien p laticar. Además,
tenía curiosidad por conocerlo mas a fondo.

-En rea l idad no soy casado-Continu aba p laticando­


Le he d icho que el detenido era mi cuñ ado, pero la verdad
es q ue su hermana es mi novia solamente. Pienso casarme
.muy pronto con e l la, aun a sa biendas de· que lo que deven­
go como maestro no nos será suficiente . . . El l a . . . tiene dos
hijos de otro hombre, no obstante la q uiero. ¿Usted se ca­
�aría con u n a mujer que tuviera h i j os de otro hombre? Aun­
q ue yo sé q u e sí, no me conteste. No tiene porque con­
testarme esas pregu ntas. Yo q u i ero a mi novia y pu nto.

Así era e l hombre, form u l a ba preg untas y él mismo


se fas contestaba a n tes 'de que pud ieran decirle a lgo.
Caminamos hasta la Presidencia. Un a vez a h í pasamos
d l a ante oficina del Juez, donde nos sentamos a esperarlo.
Para actuar necesitaba saber su opinión. A su l legada, dió
los buenos d ías, contes tándole todos l os presentes, o sea
sus cola boradores, el maestro y yo. A continuación me pi­
d16 que pasara a su oficina. Lo hice y el profesor quedó

71
sentado aguardando por m i regreso. El Licenciado fué di­
rectamente al asunto, enterándome que en e l pueblo se
cometían m i l a rbitra riedades y q ue l a Ley pocas veces se
respetaba . Me pedía que tom a ra l a s cosas con calma y que
permaneciera ind iferente a nte l a s i n j usticias, que compren­
diera que yo sólo n o podría cam bi a r l o e stablecido a tra­
vés de los años. E l J uez de una vez por tod as me sacaba
de dudas respecto a l cuñado del maestro, a l manifestarme
que no existía fundamento para que permaneciera detenido
y fuera tratado tan bestialmente.

-Casos semejantes ocurren con demasiada frecuencia


-Me decía .-Este hombre es otra vícti m a de la voracidad,
como cu a lqu iera de nosotros pod ría serlo en este pueblo.
Aq uí "e l los" son los que mandan sobre las cosas y sobre
l as personas. O l vida cua nto te d igo, te lo p ido . No q u iero
que después vayas a contar por a h í mis obse,r vaciones.
Deseo permanecer al margen del todo.

El buen J u ez era u n hom bre gordo, de baja estatura,


de cachetes demasiado a b u ltados y le vi braban m i entras
habla ba ; barba cerrada y cana y por lo genera l tardaba tres
o cuatro d ía s en rasura rse, por lo que su piel se veía ates­
tada de pequeños tronconci l los. En un tiempo fue un a l co­
hólico, pero h a bía podido s a l i r ava nte en su propósito d e
correg irse. Las h u e l l a s de t a n m a l a vida a ú n no le desapa­
recían por completo del rostro, l a s ojeras le estaban bolsu­
das y los ojos abotag ados.

-Con vista en lo q ue 111 e dice-Interv i n e-, h a ré q ue


el ind ividuo quede e n l i be,r tad . A ntes q u iero aclararle q u e
no deseo c a m b i a r l a vida de este pueblo y menos co m b a­
tir a nadie. En esta ocasión l o ú n i co que deseo es evitar u n a
i n j usticia a bom i n a b le . . . ¿ N o s e molesta si le pregunto por­
qué u sted no hace nada por poner en orden las cosas?.

Mis pa labras lo sorprend iero n . en cierta forma. Dándose


tiempo, a rg u l ló:

-Mira m uchacho, para cont esta rte pod ría contarte una

72
historia muy· l a rga y triste. En c a m bi o sólo te diré que para
mí ya es tarde, a mi edad n o me es permitido ser de de­
cisiones fuertes y atrabancadas. Cuando pude hacerlo no me
decidí. Además, quién d i ablos me va a agradacer que me
meta en l íos por tratar de remed i a r la situación de indivi­
d uos que ni siquiera conozco. Te d i ré sinceramente q ue yo
estoy aquí no para h a cer j usticia sino para tener de qué
vivir. Sí, s í es cierto. Y no siento vergüenza a l decírtelo.
Mientras ten g a de qué vivir l o de más no me im porta. Con­
fieso q u e soy un tipo resentido con mis semejantes; será
porque nunca nadie movió un dedo para ayudarm e . Al con­
trario, aquel los a q uienes hice un favor trataron siempre
de perjudicarme. P recisamente me encuentro desterrado én
este m isera ble pueblo a causa de las i ntrigas de u no que
se decía m i amigo, mi smo a quien dí la oportu n idad de in·
gresar a.1 poder · J udic i a l cuando yo era mag istrado. Se olvi·
dó de e l lo y de que éra mos compadres, y con tal de os­
tentar l a p laza q ue tenía en Durango, me tendió una ce­
lada y me exhibió como un sinvergüenza sin serlo rea l men­
te. Estoy muy desag radado de los favoi-es que he hec ho.

Mientras h a b l a ba, le advertía cierta d es i l ución y cierta


d isgusto. Con tono diferente de voz, ag regó:

-Tú estás en tie m po de actuar, pero si q u i eres un con­


sejo de mi parte, no te lo recomiendo. El enemigo a ven­
cer es demasiado poderoso. Lo de menos sería que abriera�
la puerta de la prisión p a ra que el su jeto sal iera l i bre; las
consecuencias vendrían despuét.

-Estoy decid id o señor J uez. Al fin y a l cabo si las


cosas se m e comp l ican, me l a rgo a D u rango inmediatamen·
te.
Afortunadamente el maestro aguardaba afuera, si nó
probablemente él siendo t¡;¡n "revoluciona ri o" habría l l ega­
d o a la violencia en su ir\fención por rebatir lo que decía
el Juez.

-Defi n itivamente el ind ividuo en cuestión sa ldrá l i bre,

73
y sólo permanecería aquí por mandato suyo. Pero ya me
'
ha dicho que n o existe nada lega ! contra él.
En ese momento l a s palabras d ichas eran suficientes;
abandoné l a oficina, reun iéndome con el maestro. Resuelto
le pedí que me acompañara, d i rigiéndonos a l a celda. Cuan­
do estuvimos en su interior, el hombre yacía todavía sobre
el suelo, q uejá ndose de los do lores que lo atacaban . . Esta
vez tuvo ánimos de m irarme por u n ' momento y luego a l
m aestro conociéndo lo; d e modo instintivo le sonrió d e in­
mediato y trató de levantar la espa lda apoyándose en el co­
do. El maestro se aproximó a él y le prestó ayuda.
-¿Cómo te sientes?-Le preguntó con preocupación.

El otro tardaba en contestar.


-Ayúdalo a situa rse de pie, maestro-Le dije por mi
parte, o casi , le ordené-Qvizá como op i n a el Juez me es­
to1y metiendo en l íos, pero tu cuñado queda en l i bertad.
Apresúrense a ntes de que las cosas .vayan a compl icarse.
De inmediato comprendieron la seriedad de mis pala­
bras.
Sin agregar más por el momento, los tres. sal imos. E l
maestro ayudaba a caminar a su cu fi ado. E l a lcaide a esas
horas se encontraba sentado a nte e l escritorio cuida ndo l a
'
reja d e madera. Al percatarse d e nuestra presencia,. descon­
certado nos dir igió la m i rada, viéndose obligado a flexio­
nar un poco la cabeza para ttoder ver sobr.e los bordes d e
s u s gafas baratas y m a ltratadas q ue si m á s no recuerd� se
sostenía con u n a liga a lrededor d e ' l a cabeza .
Los demás p¡esos se encontr� ban en lug a res diversos.
Algunos sentados en una banca próx imos a l a lq1lde.
-'-Abra la puerta"-Le ped í sin a lterarme.
Al parecer no oyó .bien, porque no se . movió.
-Que a bras la puerta viejo roñoso-Le g ritó el m aestro
por su' parte, eón gran enojo.

74
Esta vez se levantó de la s i l la · y ·ya de pie, se nos
quedó m i rando con la rn{sma atención .

-No se sorprenda, este hombre va a irse de la pri­


s ión-Volví a hablar-Abra la puerta.

Seguía l lovisnando, del techo ca ían angostos chorros


·

de agua que lograban introd ucirse ba jo el portal, empapan­


do e l piso.

-Yo s ólo recibo órdenes del Jefe de l a Policía, Licen­


, ciado, de nadie más. Perdóneme. Si él me d i ce que lo deje
en l i bertad, obedezco de i nmed i ato. Si no lo han dejado ir,
es porque aún no quieren hacerlo.

Los presos que se estaban d a ndo cuenta de lo que su­


ced ía, permanecían atentos al desarro l lo de los hechos. La
reja no tenía ca ndado, ú n icameote a ldaba, por lo que el
maestro pudo abrirla, echando a su cuñado por delante pa­
ra trasponerl a .

-Usted e s e l responsable d e todo-Anticipaba el alcai­


de-Ya verá cuanc:lp l legue el Jefe, a él lo hic ieron respon­
sable.

Al voltear accidentalmente a mi lado, observé que un


individuo nos contemplaba boqu iabiérto.

-¿Y tú?-Le pregunté sintiendo el i mpulso, sorpren­


d iéndole>!-¿ Qué h iciste para que te tengan encerrado.

No le fué posible reacciQflar de i n medi ato. Cuando le


logrq,tartamudea nfe d i j ? :

-Segt n ésto estoy encerrado por vago. Ya tengo dos


meses y todavía · no me d e j a l i bre el Jefe de la Policía. Re­
!
cuerde que ya hab é con usted de e l lo . . .

-Sal. Quedas é n l i bertad.

Parecía que en esa cárcel las cosas se tenían que de­


cir dos veces P.ara q ue l a s escucharan.

75
-Que salgas, te digo.

Fue entonces cuando el homl::lte se situó de pie.

-De nada sirve que me deje i r, no tengo para el pa­


saje. El Jefe de la Pol icía carg a rá conmigo otra vez, y de
seguro me golpeará por haber aceptado s a l i r de aquí. Us-
ted no conoce a ese hombre.
·

-Te doy para q ue te l a rgues . . .

Sin pensar rea lmente l o q ue hacía, extra je un bil lete


del bol s i l l o y casi se lo aventé. N i tardo ni perezoso el i n­
dividuo se a poderó de él y cruzó el e n rejado casi corriendo.

Al ver q ue era la oportunidad, otro d e los detenidos


me enteró que llevaba tres meses encarcelado por no pagar
una letra de cambio que le .firmó a un hermano del Jefe
por un tocadisco que le vendió. Este también quedó en l i­
bertad. El a' lca ide nunca estuvo más azorado. Más bien es­
taba asustado. El maestro y .el otro hombre iban por la ca­
l le, no habían avanzado mucho, dando tiempo a esperarme.
Cuando les dí a l cance, e l cuña d o del profesor, me d ijo:

-Le agradezco y le reconozco su entereza de dejarme


l i bre. Tomaremos rumbo a l a sierra para dar tiempo a q u e
las cosas se ca lmen. Tengo que decirle que nunca olvido ni
una ofensa ni un favor. Algún d ía, cuando menos lo espe­
re, tendré medios suficientes para beneficiarlo d irectamen�
te.

Por primera vez lo oía ltablar, y me daba cuenta que


se expresaba de manera más o menos correcta, a pesa.r de
su apariencia de hombre m i serable. Estrechó mi mano, mos­
trándose en verdad muy agradecido. Por mi parte, s u s pa­
l abras las escuché con indiferencia, y si acaso intervenía pa­
ra que quedara l i bre, no era porque esperara una recom­
pensa. Tal vez yo pensaba lo mismo q u e el J u ez respecto
a los favores.

El maestro por su parte también me h izo extensivas las

76
g racias, a l a bando mi actitud de "digna y viri l ", según sus
propias pal abras. Aseguraba q ue ahora más que nu nca es­
taba fi rme en su decisión de combatir a la Compañía Mine­
ra, tan pronto volviera de la sierra de dejar a su cuñado en
l ugar seguro para que n o volvieran a aca rrear con é l .

E n medio d e la l luvia menuda desapa recieron pronto


de mi vista,.

77
3
Debía de haber u n a Ley q ue p roteg iera a los v 1 a 1 eros,
estableciendo la obl igación q u e en todo pueblo hubiera
por lo menos u n hotel. E n e l l ug a r donde estaba hospedado
no era un hotel, n i n g u n a ca racterística te nía , ta mpoco se
trataba de una casa de hu éspedes . Por o,tra pa rte, los foras­
teros no a bu n d a ba n , es un l u g a r tan l e j a n o y de tan escasa
"
co m u n i cación que sólo muy de vez e n cuando af l u ía gente
de fuera.

Si bien es ci erto que los pri meros d ías de hospedaje


eran pési mos, pod ían to lerarse. Lo peor venía a lg u nos d ías
más adela nte, qu e tuve que co mpartir la ha bitación con dos
o tres ind ividuos a q u ienes acondicionaron cat�es de lona..

-Si le conviene en esa for ma puede quedarse, y si n6,


la puerta sigue a bierta-Me a nticipó la d ueña s i m p le y l l a­
namente con su hab itu a l tono d e voz. E l l a no era p recisa­
mente u na m u je r a m a bl e y com prensiva .
Ante tan terrible disyu ntiva no tuve más remedio que
aceptar q ued a r me, pues tenía en cuenta l a ca rencia de a lo­
jamiento. De esa manera, no fue d ifícil q ue echara de me-

81
nos a lgunas de mis pertenencias, además que por las no­
ches se tornaba muy molesto dormi r con aquel l a cl ase d e
compañeros. Se trataba de trabajadores q ue n o estaban p re­
cisamente acostumbrados a l baño d iario, n i siquiera cada se­
mana, o sea, q u e el a ire se cargaba de un olor a m a rgo di­
f íc i l de respirar. Sus ronqu idos eran otro problema igual de
serio, roncaban como osos los condenados.
Ahora que l as molestia s se i ba n m u ltipl icando, lo más
cómodo para mí era l a rgarme e n el primer avión que par­
tiera a Durango y presentar mi renuncia. Pero mi carácter
mismo me obligaba a permanecer en el pueblo, asi m ismo que­
ría demostrarme que el Jefe de la Po'licía no podía echarme
.en corrid a . Se trataba además de una especie de enojo que
me l l evaba a desafi ar tanta carencia y tanta incomodi d ad ,
aunado a que me empezaba a interesa r por ese juego don­
de por un lado se desplazaba la a bundancia y el despotis­
mo y por el otro lado la miseria y el sufrimiento.
Siendo nuevo en el pueblo, estaba muy propenso a l
a burrim iento. Pretendiendo encontrar distracción sol ía ir a l a
plazuela, o a l a fuente d e sodas ubicada frente a aqué l l a,
o bien a la peluq u ería de Jesús. Jesús era un hombre muy
popul a r en todo e l pueb l o y puntos circunvecinos. Con se­
guridad puedo decir q u e él fue mi primer amig o en l a re­
g ión . Desde e l primer d ía de mi l legada hicimos migas. Lo
conocí a l i r caminando hacia l a Presidencia Municipa l . En el
i nterior d e la pel uquería se encontraba sentado en la s i l l a de
afeitar tocando una trompe:ta. Desde un pri ncipio lo oí, te­
n iendo la curiosidad por s a be r quién l o hacía. Al pasar fren­
te al esta bleci miento' me detuve momentáneamente m iran­
do hacia adentro a través de una d e sus dos puertas. An­
tes de que me decidiera por entrar, el peluquero se percató
de mi presencia, i ncorporándose de i n mediato para invi­
tarme a pasar. Le agradecí s u atención y accedí de i n media­
to, máxime cuando mi i ntención era encontrar cualquier d is­
tracción. Me pidió q u e me i nsta lara en la que a su j u icio
era la mejor s i l la, y a continuación, adornándose con una
amplia sonrisa, me dijo que se l l amaba Jesús.

82
-Muy bien, Jesús. Sigue tocando.
Mi sol icitud le ag radó, a juzgar por su expresión .
Interpretó "Ojos Españoles", y a ú n cuando su aptitud
no era excepcio n a l me agradó escucharlo. Cuando trató de
platicar conmigo tuve problema en entenderle, ya que de­
bido a u n a enfermedad que según contaba de joven pade­
ció le era imposible a rticu l a r palabras adecuadamente. El
sabía de su torpeza al hablar y pedía d isculpas por e'llo.
iras de que escuché su excusa, le conté de mi gusto por l a
trompeta, lamentándome no dominarla.
Jesús era u n hombre inocente, servicia l, lerdo, noble
en cambio. No sobrepasaba los cincuenta y dos años de
edad, pero no aparentaba más de cuarenta. Yo hubiera ju­
rado que ese hombre no tenía más de cuarenta años. Su as­
pecto inspi rada rápida confianza y l ucía incapaz de come­
ter cua lqu ier acto deg radante. Su estatura era más bien cor­
ta, estómago vo l u m i noso. Rasgos comunes; lo ú nico q ue l l a­
maba la atención eran sus exagerados cachetes, más abul­
tados aún que los del J uez. Gastaba grueso bigote negro.
El que fuera obeso, ten ía su expl icación; pronto pude dar­
me cuenta de s u increíbl e presta ncia y h a b i l idad para i nge­
rir abundantes a l imentos.
Cua ndo volteaba a los l ados, aque l l a peluquería se me
fig u raba u n a iglesia, por la gran ca ntidad de cuadros con
motivos relig iosos. No estaría exagera ndo del todo si d i je­
ra q ue Jesús venera ba a todos lo s sa ntos; casi la tota l idad
,
de el los se encontraban representados en estampas que a
su vez fo rmaban cuadros, m i smos q ue pendían de las pa­
redes. Tras las puertas pod ían m i rarse peq ueñas cruces he­
chas a base de p a l m a . Ahí adentro había adem ás otra cl ase
de adornos, como h i leras de focos de todos los colores cuya
ú nica misión era adornar precisamente seg ú n criterio del ff.
g a ro. Asim ismo, se encontraban a l manaq ues, m uchos de los
cua les iban en desacuerdo con las estampas re ligiosas, por
tratarse de gra bados de m u jeres desnud as. En fin, Jesús era

83
de esa clase de gente que le encontraba uti l idad a las co­
sas más insignificantes. Cualqu ier cosa que l lamara su aten­
ción, fuera almanaque, cuadro, piedra, animal, pasaba a for­
mar parte de su muy personal "galería". En el pueblo na­
die lo criticaba, estaban acostumbrados a su gran excentri­
cidad.
A l tener que irme, antes de salir a la cal l e, e l pelu­
quero me pidió q ue vo l viera pronto. Tomando en cuenta
su invitación continué frecuentándo.l o. Además del entreteni­
miento que me proporcionaba hacerlo, era conveniente para
mí, porque conocía a las personas que llegaban a l lugar
para cortarse el pelo o simp l emente para platicar con Je­
sús. Con frecuencia �I l ol!al se veía concurrido por grupos
de amigos qve se reu n ían a jugar cartas o al dom inó, o
simple mente para charlar. En la pel uquería aquella se co­
mentaban muchas cosas, más de l as que cualquiera debía
saber.
La reunión de tanto muchacho en la peluquería de Je­
sús, traía como consecuencia que las m uchachas no escati­
maran esfuerzo por pasar frente al establecimiento, e inclu­
so varias de el las tenían trato con el fígaro. Sin que Jesús
fuera u na alcahuete, a veces sucedía que ayudaba a los jó­
venes a que conocieran a alguna m uchacha o viceversa.
Con el tiempo, Jesús veía en mí más que a u n amigo
a un protector, según sus propias pa l abras. Al poco fi.empo
logró serme simpático y por tal motivo siempre· me esfor­
zaba por ayudarl o a remediar sus probl emas. Esto·s no eran
graves, un buen hombre como él no podría jamás tener pro­
blemas graves. En cierta ocasión me contó con honda preo­
cupación que la dueña del local donde ten ía instalada la
peluquería le exigía que lo desocu para, sin importar que
iba a corriente en el alquiler. A él por ningún motivo le.
convenía desal ojar el cuarto y por tal me pidió que lo ayu;­
da·ra. La Ley lo protegía, de modo que no había problema.
realmente. Y si no hu biera sido así, de todas maneras la
Ley lo habría protegido, porque yo en mi calidad de auto-

84
ridad me las hubiera ingeni a do para hacerla elástica. le re­
solví la d ificultad y me estuvo muy agradecido. Al pasar
de los d ías continué ayudándolo con deta l les semejantes.
Debido a mi buena d isposición para auxi l i arlo, Jesús me fu.e
d ispensando confianza i l i m itada e incluso, afecto. Siempre
q u e platicábamos, trataba de contarme acerca de lo que era
su vida, de sus temores,, de sus, complejos. Cuando habl a ba
de su vida pasada se entristecía notoriamente. Jesús era tal
y como lo había imaginado': U n hombre con apariencia de
tonto que juzga ba las cosas superficia l mente y que sólo ser­
vía para comer y mal cortar el pelo, pero que en el fondo
juzgaba todo cuanto acontecía con mayor profundidad y se­
riedad .

A veces se quejaba conmigo de que tocio mundo se


burl a ba de su pers,o na.

-Me consideran u n pobre estúpido d e reacciones in­


fanti'les-Agreg·a ba-Tú eres d iferente, me respetas y me to­
mas e n serio. Por éso m e g usta p l aticarte de cómo he vi­
vido. Ahora te d i ré una cosa: Te ha brás fi jado que muchos
de los q u e vienen se d i vierten haciéndome bromas pesadas
q u e no son sino insultos. Creen que no las aquilato porque
soy un retrasado menta l, pero se equ i vocan . Me hartan sus
burlas y en mis adentros los ma ldigo. Mas el los me ven son.
reír. Después de haberlos soportado por tantos años, sería
ahora necio q ue me les revelara. Te d i ré mi secreto: cada
sonrisa m ía a aquel los q ue se burlan d e mí, es una m a ldi­
ción.

Me relató que nació e n u n pueblecil lo cercano sitvado


en lo a lto de la Sierra Madre, q ue su fam i l i a fue acomo­
dada, y q ue constaba d e varios m iembros. A la muerte de
su pad re -de tuberculosis-, sus hermanos mayores toma­
ron ventaj a y se apoderaron de tocios los bienes, deja ndo a
Jesús en el desamparo. El los en cambio, con med ios suficien­
tes para vivir se mudaron a l a ciudad donde se estab lecie­
ron cómoda mente, logrando a lgunos hasta hacer carrera pro­
fesion a l . Uno era Licenciado en Derecho, otro Geólogo y otro

85
más, Médico. Al q ueda r a bandonado sin nad ie q u e velara
por él, un pe6n se condolió de su s i tuaci ó n y l o l levó a
vivir con su fam i l i a , siendo obl igado, a traba j a r si q uería co­
m id a . "N unca saciaba m i h a m bre". Contaba Jesús a ese res­
pecto " Pa rec í a un barri l sin fondo". El q u e a hora sea un coj o
c;uced ió cierto día cuando n i ño. Clara mente recuerdo los he­
-:hos. Fué a n uestro pueblo un h ombre estirando unas m Ú ­
)as q ue en sus lomos cargaban cajas conten iendo mercan­
das. En d ete r mi nado momento que tuvo la necesidad de i n­
trod ucirse a u na de l as casas, a proveché para meter la ma­
:i o en una de l a s cajas y extraje nada menos q ue una por­
•ol a , l u eg o otra y otra, hasta completar cuatro. A l a vez q ue
!emeroso' fel iz, tomé rumbo a l a rroyo d ispuesto a comer de

e l l a s cuanto antes. Tanta era mi endemoniada h a m bre q u e


después de a brir l a s latas de pescado, con una nava j a q u e
ca rga ba, dí cuenta d e l contenido de las cuatro. Sí, e s cier­
to, a unq ue era demasiado, cons u m í -todo hasta que no h u bo
más pa ra comer. Después mi problema era e l olor a pes­
cado q ue me resu ltaba en las manos y l a boca . Si el señor
de la casa do nde vivía me o l í a, sin l u g a r a dudas me obli­
g a r ía a decirle de q ue artes me h a b ía va l ido para comer
d e aq ue l lo , y a l yo contarle que las robé, muy probable­
mente me hubiera prop i n ado una buena pa l iza . Otras pa li­
zas que rec i bí no fueron por tanto. Pero yo me consideraba
muy l isto; al ver las aguas frescas y crista l i n a s • del arroyo,
creía te ner l.a sol uci ó n . Me m etería y nada ría un poco hasta
que el penetra nte aroma m e desapareciera. Sin pensarlo
mucho me desnudé l o mas aprisa q u e me fue pos ible y
c a í dentro del agua. A los pocos m i n utos me sobrevino u n a
congestión terrible que amenazaba matarme. E n v erdad que
estuve a punto de morir, si no de la co ngesti ó n sí de a ho­
gado. Por fortuna p a ra m í, a l gu ien que pasaba por el l ug a r
estuvo en m i a u x i l io. H asta l o s tres d ías recobré el sentido.
E'I cuerpo me estaba todo adol o r ido, princ i p a l mente el es­
tómago de tanto vom itar. Cuando me dí cuenta de que no
podía mover las piern a s y que no podía h a b l ar, me ent ró
pán ico y l loré e n l oquecido. La vista, para col m o, me resul-

86
tó afectad a por lo que . no l og raba d istinguir con claridad.
Nadie, ni yo mismo, cr�ía en aquel entonces que lograría
restab l ecerme. Mientras tanto me a rrastraba por las cal les
mend iga r'ido caridad. Era afortunado de recibir torti l l as du­
ras, de golpe en plena cara. Todavía hoy en día me produ­
ee tristeza record a rme en aquel la situación. Las gentes me
l l a maban med iante señas y golpeando las m anos para ha­
cerme entender. Para todos los q u e vivían en aquel lug a r,
yo era un i nválido muerto de h a m bre incapaz de valerse
por s í mismo. Con los años, fui logrando sostenerme e n
pie, después podía d a r a lg unos pasos sin ayud a . As i m ismo
empezaba a pronunciar a l g unas palabras. El peluq uero del
l u g a r me enseñó el oficio, después hasta aprendí a toca r la
trompeta.

Esas y otras muchas cosas me contaba Jesús. Yo lo es­


cuchaba con atención y q u izá hasta me condo l ía d e é l . Ac­
tua l mente vivía con u n a mujer m ucho mayor q ue él a modo
de amasiato, sólo que seg ún su propio decir desde hacía
más de siete años no cohabitaba con e l l a , sin que la razón
se supiera. Algu nos se mofaban del pel uquero, l la mándolo
Impotente. Otros le decían que era "como los patos porque
le g u staba para r la cola'". Ha bía quien opinaba que todo
e ra c u l p a del cura que le ha bía d icho a Jesús que era pe­
cado tener contacto carna 1 cuando no se era casado. La m u­
i.e r por su parte lo te nía sojuzgado y era e l l a exc lus ivamen­
te q u ie n dictaba órdenes. Debía ser terrible vivir con una
mujer semejante. Era vieja y obesa, d e pelo a pe l m asado y
grandes ojeras negruscas muy h i nchadas; sin d ientes, pero
usaba denta d u ra postiza, m i s m a que por la noche deposi­
taba en e l agua que contenía un vaso de vidrio. Siempre
que e l pe l uq uero se encontraba a batido, recordaba la den­
tadura en e l agua y le sobreve n ía u n ma lestar en e l estó­
ma go. Od ia ba aquel la visión, era como un .estig m a , no po­
día borra r l a de su mente aunque muchas veces se lo pro­
puso. Una mujer así, a c u a l q u iera haría reneg a r y lo con­
verti ría en el ser m ás asexua l . Eso m ismo ocurría con Je­
sús. Nu nca me p l aticó acerca de é l l a , pero pienso que no

87
le tuvo canno y menos la deseó como m u jer. Y si acaso
aceptaba vol u ntariamente vivir con e l la, sería por el senti­
miento de soledad y a bondono que con frecuencia lo asal­
taba, y que no era sino un reflejo del olvido y falta de
atención du ra nte su niñez. Jesús sin duda a lg una sentía ma­
yor afecto por e l viejo perro lanudo de color negro que
siempre lo acompañaba.

A donde q u iera que se d i rigiera, e l perro acompa ñ a ba


a su a mo, y no podía uno imaginarse caminar a l peluq uero
por l a ca l le solo sin el animal, siempre acompañado, como
si fueran un todo, como si uno y el otro fueran el com­
plemento. Entre su m u jer y el perro, si hubiera tenido que
escoger, se ha bría decidido por éste ú ltimo. Y no era un
perro c u alquiera, tenía su historia, aunque una historia de
miseria y tristeza semeja nte a la de s u dueño. Por muchas
ocasiones el peli,Jq uero deseó contarme el origen del a n i m a l
y cómo l legó a s e r suyo, m á s todas las veces se veía obligado
a desistir de su intención d�':iid0 a mi ind iferencia. ¿Qué
d i a blos me iba a importar sa be r de l a vida de un perro de
raza corriente y de horrib l e a pariencia q ue no hacía sino
comer y enroscarse a los pies de su amo? Lo más que supe
del can, fué que lo encontró en un basu rero, moribundo.
Al tener identificación con él debido precisamente a q ue su
situación era semeja nte, Jesús lo recogió y lo curó hasta
resta blecerlo. Tanto cariño le nació por el a n i m a l , que si
a lgo grave le pasara, su amo no lo soporta ría, seguro q ue
l lora r ía y enfermaría de dolo r. Tal vez porq ue era lo ún ico
verdadera mente suyo, y además lo obedecía. Sería por e l lo
que cuando comía que el pe rro lo m i r a ba con fijeza, le
ba j a ba el pl ato y se l o aproxim aba a l hocico a que tam­
bién comiera y así a lternadamente. Las babas q u e a·I reci­
piente ca ían era evidente que n i nguna repu lsión le causa­
ba n . Si Jesús hu biera sabido qu e yo era un tirano con e l
pobre a n i m a l , me hab ría tenido adversión. Yo no pod ía
tolerar su proxim idad y menos que se me recargara en las
piernas y tratara de lamerme las m a nos.
Todas las person as que acudían a la pe luquería sabían

88
el g ra n a fecto que Jesús sentía por el v1e¡o perro. Uno de
esos d ías, no faltarían q uiénes, cµand o fuera m u cho su a bu­
rrimiento, qu izá lo rosea rían con g a so l i n a y le prend erían
foego, para encolerizar a su du eño, o vo lve r l o loco de a n­
g ust i a . Y no era muy remoto que a lg u ien lo hiciera, a lgo
ha bía oído yo acreca de é l lo .

No me e r a d i fíc i l reco rdar lo que Jesús m e d i j o refe­


rente a q u e sus son r isas a aqu e l los i n d iv i d u os q ue le g asta­
ban bromas pesadas no sign ificaban s i no m a l d iciones. Cu­
rioso modo de demostra r sus sentim ientos. U n a ta rde fuí
testigo de cómo el pelu qu ero "sonreía" a un g r u po de jóve­
nes q u e acostumbraban frecuentar el esta b l eci m i ento sin
otro án i m o q u e g ast ar e l tiempo p l atica ndo o juga ndo a l
dominó, o bien bebiendo cerveza o brandy h asta torn arse
.e ufóricos, de modo que sus g r itos retumbaban hasta la ca­
l le. Esa vez, después de haber consu mido a l gunas bote l l as
de vino encont raban con que po dían seg u i r d i v i rtié ndose a
costa de Jesús. A u n o de los a s i stentes se le ocu rría que
podía cortarle e l pelo por lo qu e era obl igado a tom a r s itio
en el s i l ló n . Mientras los demás se lo feste ja ban, el ind ivi­
duo payaseando se posesionó de la máq u i n a y fue cortán­
dole e l pelo a Jesús. Este no ten í a la decisión suficiente que
le perm itiera revelarse, se concretaba a b a j a r l a cabeza y
cerrar los ojos, so n r iéndoles m ie ntras. Entre todos los pre­
sentes sólo yo sa bía e l verdadero sentir del peluq uero; sus
sonrisas no eran otra cosa que m a l d iciones ,y además u n
p roducto de sus frustraciones. D e m a ne r a h u m i l la nte e l tipo
le rapó por a m bos lados de la cabeza, dejando una h i lera
de cabe l lo al centro al modo de los moh icanos. Lejos de
que aq u e l lo me causara a l g u n a d iversión me condolía de
J esús y no podía comprender cómo podía resignarse tan
mansa mente a soportar a semeja ntes i nd ividuos. José que
en esa ocasión me acompañ a b a qu iso i nterve n i r, más no lo
hizo a·1 percata rse que no le a p robaba s u pretensión. Pensa­
ba yo que si a lguno de los dos i nterveníamos empeoraría mos
aún más la situación d e l pobre hombre de Jesús. A resul­
tas de lo sucedido, el pel uq uero se vió en la neces idad de

89
rapa rse co mpletamente . Entonce.s · s í en verdad i m presionaba
su aspecto: B a j o de estatura, obeso, cojo, con una rel ucien­
te gran ca beza afe ita d a , destacá ndosele sus despa rpa j ados
bigotes negro s. Hasta e l perro, su etern o acompañante, pa­
recía no reco nocer a s u amo, y lo m i ra ba como con cierta
h i laridad. Du rante los primeros d ías, el a n i m a l caminó resa­
gado de Jesús, hasta que se . convenció de q ue era él en
verd ad .

Difíc i l mente se pod ía l legar a conocer a u n hombre co­


mo Jesús. Me esforzaba por tratar de com prend erlo y no
lo logra ba p l enamente. Era una persona q ue n i s i q u iera por
i nstinto actuaba en s u defensa . En e.1 caso del t i po que lo
rapó, otro c u a l q u iera reneg a r ía y se defendería como fie­
'
ra de aq�el los que atenta ban contra su i ntegrid ad de hom ­
bre. Aunque juzg á ndol o por otro l ado era m ás d i fíci l per­
manecer manso an te las b u r l as, que reacc i -i n a r viol entamen­
te. Los aconteci m i entos dem0st r ;o h "' n o ue e l mundo a los
ojos de Jesús habría de [J J r : cc : !e m á s d ' fíc i l de lo q u e
en rea l idad era . Se sem e j a b a un conej i l lo de indi as, s i n vo­
l l!l ntad y con nulo i n sti nto de defensa. Se ría por e l l o q ue j a·
más l l egó a tener éx ito en l a vida . Y a hora q ue estaba s ie!"'­
do tarde, menos oportu nidad h a b ía p a ra é l . Para Jesús era
u n tri unfo l l egar a tener unas ti jeras y u n peine n u evos. Su
ambición de ningún modo pod ía pretender cosas mas impór­
tantes. Empero el hombre te nía otro a specto, otra persona­
l idad. No todo en é l era negativo, · era noble como pocos y
su fide l id a d de a m igo era inq uebranta ble. J a más criticaba
a nadie y menos a sus espaldas, y cuando a lg u ien lo hacía,
resuelto lo rec r i m i n a b a . Quizá era esa la ú n ica cosa que lo­
g raba encolerizar lo, el q u e se criticara a l a s personas.

J es ú s tenía su p ropio m u nd o, yo log ré penetrar en él


y l legué a conocerlo. Por otra pa rte, también l l egué a co­
nocer el mundo de los q u e vivía n en aquel pueb lo. En ese
como en todos los demás que e x i sten sobre l a tierra ha­
bía d i versas clases de personas. Las h a bía mediocres, h i pó­
critas, perversas, y q u ienes además padecían de g raves per-
tur bac iones emoc iona les. Otras en cambio eran amab les ,
rectas, buenas. Sin proponérmelo rea l mente poco a poco iba
sa biendo de la vida de aquel las g entes. C l a ro está que por
g raves. que fueran sus i nt i m i d ad es, frente a los demás se
conducían ta n norma les corno c u a l q u iera.

U n ejem p l o de lo que he d icho lo constituía el viejo


comerc i a nte que poseía u n a tienda de aba rrotes antes de
l legar a l a esq u ina. Siempre fue honora b l e ante los ojos de
los demás, hasta que a l p a recer cometió un i mperdonable
e r ror, mostra ndo 1 -, v i lev de � u a l m a i n m u n d a , ca rcomida
por la lepra d e toJos los v i c i o s . Y c i e rta m en te nad ie sospe­
chaba de é l . E l v : e ¡ c t e n d r í a 2 1 '." u n o s sesenta años, pe ro se
conservaba fuerte tocJ ., v í a . ;:. ss-.:e obscura la mañana abría
su esta b leci m ien1o DJ!c VC"r!f'r ciga rros a los m i neros que
partían hacia la i'· · i n a muy · ,� rnadrugada a cubrir e l pri­
mer turno. Ta n te mprano empezaba a atender su negociq
q ue pudo d a r la impresión de q u e no cerraba en toda la
noche. El hombrs c'. ormir� .• G rá a m e nte tres o cuatro horas
cada noche. Y s;n e 11 ' )<3i.JO, le basta ban, porque lucía des­
cansado , manifesta nc!o g ra n d : n a :n ismo en sus mov i mientos.
Con el tiempo, a los m i n e rn s se les h izo costum bre com­
pra r · en esa tienda, s i n i m p o r t a r q u e otros comercios estu­
vieran a biertos " o c •: h c r " s ,. 1 v · e ¡ o ' d es c e nd í a de espa ño­
les, lo que se . - � : v i n a ba por su nombre y su a pa r iencia per­
son a l . Se l l a m : · · 1 nada menos q ue Ped ro Marmo l e j o y del
Tora l , y todo e! m L• r: ·1r !'." él(:'. r r.- 1 a ba e l Don . Mientras no ha­
bía nadie en su : i e r:d ::: , ;: :¡ ! f.;i senta rse e n un banq u i l lo q u e
guardaba tras e l mostrador. Permanecía i n móvi l , i m pávido,
c omo si se con··entrara para est.1 r sin movi miento como ha­
cen los yog u ista s , ::w n q u e r :: �1 1 :-,1 e n t e no se propon ía perma­
necer tan qu ieto, l a suya era una actitud mec á n ica . . Al prin­
cipio todo e l pueblo lo est i m a b a , nadie te n ía queja de é l .
A l contrar io, e r a servic i a l y atento. Y además e ra de esos
viejos q u e a g ra d a r: a la g e n te con su sola a parien c i a . De
joven def;>ió ser muy bien pa rec ido. Tez b lanca, ojos azules,
a bunda nte pe lo castaño cano de las s ienes. No creo que a l ­
guien conociera de s u procedencia, u n d ía ya hacía muchos

91
años, l legó al pueblo sin ninguna pertenencia, al menos no
visible. Al poco tiempo resultó con la tienda de abarrotes.
Muchos t ra t a ron de saber cómo la había logrado y coinci­
dieron en que se ded icó al t ráfic o de oro. Ef e ctiva m e nt e así
fue. Em pezó a comprar minera l a un precio bajísimo, a to·
do,s aquel los traba j ad o res q u e l o h u rt a b a n y q u e no tenían
la oportunidad de escoger mejor comprador por la casi to ­

ta l carencia de e l l os . Menos op o r tuni ga d tenían de ir a la


ciudad a ofrecerlo. En esas c i rcunsta ncias el oro va l ía e l pre­
cio que e l co mpra do r le asignaba. Al fin que a l os tr a ba j a ­
dores más les servía el d i ne ro en efectivo aunque fuera po­
co, a tener a l m a ce n a do el metal como cosa sin v a l or. En un
principio Don Pedro n o se hu biera podido i m a g i n a r que
existiera tan fác i l negocio. Todo era una casual idad o una
suerte. Jesús Busta ma nte fue de los que se percataron de
la l l eg ad a a l pueblo de Don Pedro Marmolejo y del Toral
aque l l a primera vez. Busta ma nte era mi nero y con e l ti em ­

po logró reu n i r con lo que rob aba una buena cantidad de


polvi l lo. Por mucho tiempo es tu v o en espera de poder ven­
dérselo a a lgu ien, pero no se l leg aba el día ni la persona .
Era p ue s paradó¡ ico tener oro y n o existir e n todo e l pueblo
a q u ien venderlo. N adie de los de a h í se interesaban por­
que la m a yoría tenía oro en sus casas. O sea que al no ha­
ber demanda e l valor del oro prácticamente · se n u l ificaba. Al
no poderlo rea l izar, Bustama nte le encontraba una nueva
a p l icación al precioso minera l. Lo sacaba del costa l i l lo de
piel donde lo g ua rd a ba y lo depos itaba dentro de una cha­
rol i l l a , lo to m a b a con la mano y lo d esp olv or eaba compla­
,

ciéndose de su co l o r ama r i l l ento y su g ran b r i l lo, como si


fueran gotas de agua, o mejor a ú n . No pocos d ías con l a
luz de·I s o l se recreó juguetea ndo con e l polvi l lo.· Bustam a n­
te esperó a que la noche l legara, fue entonces en busca de
Don Pedro. N o se le dificu ltó mucho saber dónde paraba,
puesto q ue 'en el pueblo no había muchos alo j a m ientos,
nunca los hubo, o sea q ue tenía que estar con P e p a . Pepa
era una m u jer g a l a nte ven ida a menos, la que en el t r ans ­
curso de su abundante y l i b re vida se x u a l con tr a j o toda s l a s

92
enfermedades venéreas habidas y por h a ber, hasta l leg,ar a
convertirse en una mujer horrenda, terriblemente flaca y
demacrada, ca lva y sin cejas y pestañas a causa de l a sífilis.
Al no ser más codiciada por nadie, ni siquiera por el loco
d e l pueblo, no le quedó más recurso que a lqui lar cuartos
para ganarse l a vid a . Efect ivamente Pedro Marmolejo se a lo­
j a ba en casa de Pepa. Y al primer encuentro con e l l a desis­
tió de su idea de vivir en su casa, pero a l buscar cosa me­
jor se convenció de que no existía otro lugar. Estuvo a pun-
to de irse a vivir a l a ori l l a del río, pero tuvo en cuenta
q u e era tiempo de l lu v i a y no h u b i era sido muy cómodo
acostarse empapado como parar¡ u a . Pensó en algún bode­
gón pero ni siq u iera eso hJb'.a. Ante tales c i rcunstancias
tornó a casa de Pepa . · A l fin que procu raría no verla cada
mañana, ni siquiera cada scn a n a . Su horrenda apariencia
le producía asco.

Bustama nte tocó suaveme nte la puerta de la ha bita­


ción. En ella e xistía un peq ueño a g u j e ro que podía servir
para espiar a q u ien tcca r a Don Pedro no esperaba visita
.

de modo que se ext r a ñ ó . Pensó en e l orificio de la madera


y a proxi mó el ojo abriénd o l o desme s u r a d a m e nte para con­
tem p l a r mejor. For su p a rte B u s t a m a n te pensó lo m ism o y
acercó también e l ojo, sorpi e n c L ¿ ;¡dose a m bos por lo ines­
perado de su a ::Uud . Don Pedro des e a ba tener sus precau­
ciones e inqu irió por la oerso n a . A lgo escondía , por e l lo, se
andaría con tanta des ::: o n f i 1nza. Qu izá cometió un del ito gra­
ve y l l egó a ese pue b l o h uyendo.

Pron to s e dec i d i ó por d a r l e e ! paso a Bustamante,


éste después de : i tubear h izo v i s i b l e e l costa l i l l o y ofreció
e l precioso po l vo .

-Es oro -Di jo con una c a rca j a d a - Ca l cu l o q ue son co­


mo dos ki los. Lo tengo en venta.

Tan pronto oyó la p a l a b ra oro y los oídos de Don Pe­


dro adquirieron mayor sensi bi+idad .

93
-Se lo vendo-Agregó Bustamante-No tiene más que
i nvertir a lgunos b i l letes para que tocio el oro que cargo
sea suyo.
·
En sus adentros Bustamante no esta ba muy convenci·
do de que Don Ped ro no fuera un espía de la Compañía.
Sus sospechas no eran del todo i nfundadas l puesto que
ésta tenía gente a su servicio q ue ejercía toda clase d e
espionaje.
Y como n o le i ba a agradar a Don Pedro escuchar la
p a l a bra oro. T9da su mald ita vida estuvo soñando q ue lo
tenía. Ahora que se lo ofrecían n o podía creer que todo
fuera así de tan senci l lo. Aún sin saber cuánto le pedirían
por él asimismo se prometía ser el nuevo d ueño, a unque
tuviera que arrebatárselo y pegarle con u n a s i l l a o con lo
que tuviera a la mano, o con el puño mismo. Pero mejor
estaría si lograra convencerlo.
Ignorando el verdadero sentir del otro, Bustamante se
situó bajo la luz del foco y desató la boca del pequeño saco
y depositó parte de la areni l l a en la palma de la mano, bri­
l lando como si fueran m inúsculas chispas.
�Me intereso por su oro-Di j o don Pedro procurando
no impacientarse-Póngale precio.
-Son como dos ki los-Repitió e l hombre.
Marmolejo sabía de a ntem a n o q u e no poseía ni u n
sólo centavo, ni siqu iera p a r a cubrir e l a l q ui ler d e l misera­
ble cuartucho q ue habita ba . Por fortu n a la dueña no le exi­
gió el importe por adela ntado. Pero viéndolo bien el d i n e­
ro no siempre era indispensa ble, cuando de hacer negocio
se trata, máxime cuando esté de por med io gente ignora n­
te y muerta de h a m bre. Quedaba el recurso del trueque.
Le ofrecería la pisto l a cal i bre c u a ren ta y cinco, único bien
suyo.
-Le he d icho que me intereso. ¿ Cuánto pide por el
oro ? -'-Habló n uevamente Don Pedro, a hora con mayor· segu­
ridad en sí m ismo.

94
�· " -"Bueno. . . Mire. . . El oro hoy en d ía vale mucho.
Ofréz-eame usted . . .

Arites de rec i bir contestación, ag regó:

-Si esta vez l l egamos a un arreg l o podré seg uirle tra­


yendo.

Marm o lejo y del Toral por un momento lo auscultó


pensativo.

-También yo tengo a lgo que mostrarle.


'
De la cintura extrajo el arma. El otro se sorprendió,
ta l vez pensó que lo amagaría para q u itarle su cargamento.

-No se asuste a m igo, qué pecado debe. Sólo q uiero


enseñársel a . Se la doy a cambio, si no le conviene regré­
sese con su oro.

Bustamante no era hom bre de muchas exigencias.


Pronto l legaron a un acuerdo. Al fin que el minero desde
hacía mucho tiempo añoraba tener una pistol a propia. Ade­
más era mas bonita y de mejor calidad a como ha qía as­
pirado.

El minero se marchó contento con la pistola, Don Pe­


dro pasó la noche entera acaricia ndo l a aren i l l a, deseando
q ue amaneciera cua nto antes para conseg u i r d i nero en efec­
tivo y comprarse un boleto de avión y l a rgarse cua nto antes
a la ciudad a poner en tratos su recién adqui rida val iosa
mercancía.

El pobre de Bustamante por su parte dió evidencia de


no ser muy li sto. Con la pisto l a en su poder fue· menos l is­
to. Un d ía , cuando no había transcurrido mucho tiempo, co­
metió una hor r i ble tontería . Tiempo tuvo para lamenta rlo.
en la sombra de la prisión.

Una vez en la ciudad, Ped ro Marmolejo con fa cil idad


vendió el oro a un joyero obte n iendo jugosa ganancia. Car­
gado de bil letes, más seg uro de sí mismo y con mayor op-

95
timismo tor nó a l Pa rián y se dedicó a a uscultar a los tra­
bajadores en busca de aquel los que s.e ded icaba n al tráfico
de meta l. Con benepl ácito cada vez más creciente se ente­
raba que gran cantidad de el los se ded icaban a h u rtar oro.
Poco a poco fue teniendo contactos, al pasar el tiempo l le­
gó a ser el amo a bsoluto del mercado negro, controlando a
todos los vendedores. Rápidamente Don Pedro se convertía
en un hombre rico; en su prisa por hacerse rico se torna ba
cada vez más ambkioso, más avaro. Los grandes cargamen­
tos que l levaba a la ciudad no le bastaban, se empeñaba
por hacerlos cada vez más cuantiosos. Al pasar de l os años
se supo q lre Don Pedro guardaba los bil letes dentro de un
colchón, o mejor d icho, s u lecho era u n m u l l ido colchón a
base de cientos de bil letes de grande denominación. Un
día las cosas empeoraron. Después de que por largo tiem­
po tocio marchó bien con la compra y venta del rico mi ne­
ral, vino el día en que la Compañía m i nera puso coto a tan
desmed ido hu rto de oro. Don Pedro fue el más afectado con
esa med ida. además, una de esas noches que no le era po­
sible dormir pensando en l a fortun a que había logrado
amasar, se dispuso a i nvestigar la cantidad de bil letes que
engordaban su co l c hó n . Desd ichado de Marmolejo, casi su­
fre un desmayo al percatarse con loca perplejidad q ue hu­
bo intrusos: Las ratas i n m u ndas comieron de su d i nero.
Sintió ta l od io contra los roedores que se jura ba en
esos momentos acaba r a mordidas con tod as el las. Los múl­
tiples trozos de los bil letes seme jaban confeti.
Casi sufrió u n col apso. Tanto esfuerzo en vano. Pero no
estaba del todo perdido. Encontró cierto a l ivio al pensar
que muy proba blemente, los bancos le aceptarían el con­
feti de bi l letes. A du ras penas pudo esperar a que ama­
neciera. Abordó el avión y se trasladó a la ci udad l levando
los mú ltiples pedac i l los en un saco de lona del que no se
separó en ningún momento, adq uiriendo un boleto extra
para que le garantizara el uso del as iento contiguo.
Nadie supo qué arreglos tuvo con el banco pero 611

96
caso es q ue le d ieron cuatrocientos m i l pesos a cambio de
la picadura. Don Pedro veía en aque l l o una lección, y des­
de entonces no volvió a dormir más sobre su di nero, op­
tando por dejarlo mejor metido en la c a j a fuerte del ban­
co. Ma ld itas ratas, oja l á no le h icieran u n agu jero a la caja
y se vo lvieran a comer su d i nero. Ta l ha bía sido su susto,
q ue ese temor por mucho tiempo lo i nvad ió. Sí, por las no­
ches d udaba de que l as ratas no pod ían comer acero . . . ·

Su preocu pación pues, dura nte mucho tiempo fué el


d i nero, olvidá ndose de esa ma nera de cosas muy import¡:in­
tes para u n hombre. Se o lvidaba por e jemplo de busca rse
una m u jer q ue le h iciera comp a ñ ía . E incl uso, no tenía tiem­
po de procura rse am igos . No pocos trataron de hacer mi­
gas con é l , y mayormente cua ndo lo sabían un hombre ri­
co. Lo m ismo suced ía con al gunas mujeres que trataron de
agrad a r l o teniendo la íntima pretensión de convertirse ta r­
de que tem prano en la m u jer de Don Pedro Ma rmolejo y
del Tora l .

Don Pedro padecía de graves trastornos psíqu icos que


a l paso del tiempo se l e agud izaron. Porq ue mientras era
joven, l ucía ser un individuo norma l , incl uso él m i smo no
sospechaba que pud iera tener ciertos desvíos. El caso es
que al paso de los a ños, cuando se hacía vie jo, pensaba
en las mu jeres de u n modo desesperante. Si eso fuera todo
es taba bien . Pero nó, pensaba en las mu jeres pero en las
r:le escasa ed ad, en l as n i ñ as, y mientras más n i ñas eran és­
ra·s parecían agradarle más. Aún al m ismo Don Pedro a l
principio l e costaba tra b a j o admitir su rara predi lección.
Cuando se sentía atraído por a lg lJn a chiq u i l l a , mucho bata­
tal l a ba consigo mismo para borrar d e s u mente el pensamien­
to cuanto mas indigno m a lsano que le sobrevenía . Quizá
todo tenía su origen en su ni ñez, c u a ndo su madre e n l o­
quecida mató al esposo, o sea a su padre, a un hermano y
a u n a hermana. Por poco también mata a Pedro. Ta l vez
hvbiera sido mejor, porque fue creciendo con un temor que
lo ahogaba y que lo l l evaba a tener recelo de las m ujeres.

97
Siendo un v1e¡o, Don· Pedro tenía q ue recurrir a u n a
serie de arti m añas que le permitieran ganarse la confianza
de sus inocentes víctimas. También en cierto modo era im­
prescindi ble g a n a rse la confianza de los padres. De esa ma­
nera, a las n iñas l a s embaucaba con golosinas y toda clase
de chucherías. Don Pedro fina lmente cayó en l a situación
mas abom i n a b l e y mas absu rda que pueda caer hombre al­
g uno. Se enamoró de una cl<1iq u i l l a de diez años. Su am o r
y atracción eran tan fuertes como el que s i e n t e el ser mas
enam,orado. Por las noches l a extrañaba de u n modo per­
sistente.

Al no p o d e r luchar más consigo mismo, gestó una treta


para la ch iq u i l l a de t a l manera que cu ltivó su amistad y
ganó su abso l uta co nfianza y s i mp at í a . Un día d i jo a sus.
padres que pensaba l l evar a la n i ña a una ciudad de i a
costa para internarla en u n Colegio para que estudiara,
ofreciendo desde l u ego ser é l q u i en cubriría todos los gas­
tos . En su próximo viaje consig uió que la n i ña lo acompa�
pañara. Ten iéndola en su poder cometió e l acto mas vergon:
zoso y g r ave que pueda condenar el código pen a l . Suceso
tan bochornoso pronto fue bien conocido en todo el pueblo:
la niña a su regreso contó a sus padres todo lo sucedido.
con lujo de detalles. Por la tarde que la noticia se propagó
la vida de Don Pedro estuvo en peligro. Infinidad de per­
sonas se arremolinaban frente a su negocio esperando q u e
apareciera para descarg a r en él su ira. Al verse acosado,
e l hombre tuvo q u e h u ír por la trastienda venciendo como
pudo los barrotes de una de las ventanas. Se dirigió hacia
la sierra. Lo peor es que iba descalzo, tanto era su m iedo
que no q uiso entretenerse en colocarse los zapatos. Duran­
te tres días no comió nada, y como a d iario llovía e n esa
temporada, estaba empapado como sopa. Finalmente lo pes­
caron en las i nmediaciones d e u n aserradero, a donde se
acercó en busca de a l90 q ue lo a l imentara.

Fue un m i l agro que no lo mataran los que lo apresa­


ron para no tener que cargar con él. Inmediatamente fue

98
transladado a l pueblo s i n que le dieran l a oportu nid ad de
q ue comiera a lgo o bebiera agua. En el pobl ado el áni mo
de las gentes no decrecía aún, por !o que se tuvo que pro­
tege r a Don Pedro .
Fue enca rce lado y se le sig u ió J u icio lega l . Antes de
arreg l a r asu nto tan embarazoso tuvo que gastar muchos mi­
les d e pesos. Sus abogados trataron de a p l icar toda clase
de artim3ñas, se quiso sobornar a la Autoridad mediante
el pago de fuertes cantidades de dinero, gra n número de
abogados de Dura ngo se despl azaron a l pueblo y ni nguno
logró nada por lo pronto. Don Pedro fue condenado a pri­
sión y traído a la ciudad donde fue internado en la Peni­
tenciaría. Durante el tiempo que permaneció recl u ído pen­
saba en no volver jamás a aquel sitio, pero después no pu­
do dar cumpli miento a su deseo, ya que u n a fuerza extraña
lo obligaba a tornar. Antes de decid irse a regresar luchó
m ucho en su fuero i nterno, hasta que fue vencido, deci-
diéndose por encarar aquel los q ue seg uirían recordando el
suceso y que acaso aún ten í a n ánimos para hacerle repro­
ches. Per-0 estaba decidido a soportar lo que fuera con tal
d e volver a l pueb lo. Co n e l d i nero que poseía bien pudo
trasladarse a cua lquier ciudad de la Repú bli ca y vivir como
gran señor, pero en ve rdad era una fuerza extra ña la que
lo dom i n a ba a regresarse.
Fn esos días lo que hacía Don Pedro era levanta rse de­
mas iado temprano, y pe r"":'l ·mecer sentado en un banqui l lo
tras el mostrador. En su mlrada se advertía un raro senti­
miento, no obstante usaba lentes. A mí, trató de expl icarme
lo suced ido pero por lo pronto no se atrevió, p ensa ndo en
que probablemente no estaba enterado del asu nto. Con el
tiempo se volvió bondadoso, a las gentes les condona deu­
das, a _otras obseq u i a medica mentos y les tiende l a mano
para que resuelvan sus problemas económ icos. El sabe q ue
está condenado a vivir sólo, pero no se resig na. Cual uiera
que sepa lo que es vivir solitario se cond uele de é l .

U n o a fuerza de fijarse en él, pod í a · advertirle u n aire


I

99
especial como si se, le reflejaran aün ciertos v1c1os profun­
dos y terribles. Cada mañana y cada tarde que caminaba
rumbo a /a Pres idencia volteaba a mirarlo y lo sa ludaba. A
s u vez, sonriente me correspondía. Su caso, era uno más de
los muchos y variados que existían en e! pueblo. Enumerar­
los o detal larlos requeriría de muchas p a l a bras.

Volviendo a l o otro, todo resu ltaba tal y como el buen


Ju ez lo había pronosticado. La tarde de un jueves que me
encontraba en !a especie de nevería u bicada frente a la pla­
.za, un hombre que pasaba por el lugar y a quien nunca
antes había visto se me aproximó y me enteró presuroso
q u e alguien enviado por la Compañía minera preguntó por
mí al peluqu ero. Se ofreció reg res a r se para d a r i n d i cac i ón
.

de que ahí me encontraba.

Hizo el intento de girarse, pero lo detuve.

-Espere. Déj elo. Oj a l á y n u nca me encuentre n .

E l hombre m e sonrió perple j o sin comprender mi ac­


titud.

-¿Cómo se llama usted? Venga, pase. Le invito un


refresco.

El hombre no esperaba tal atención de mi parte, e in­


cluso yo tampoco supe por q ué lo invi'taba. Tal vez debido
a mi buena disposición de conocer gente. Por la con­
fianza que debí infundiríe, aceptó mi ínvítacíón, teniendo
bien pronto la oportunidad de constatar que aque l hombre
de tranqu i la apariencia, no era nada apocado y m enos ton­
to. Ocupó la silla que me estaba al frente, y era evidente
que no se esforzaba por encontrar qué platicarme. Siendo
él. persona s i m p l e , la Coca Cola que le sirvieron la tomó
de u n a s o l a vez y eructó hor r i b l e mente como caballo can-
·

sado.

Ordené que le s i rvieran otro refresco.

Lo mismo sucedió .
Convine en no sugerirle otro previendo que podría
ser la causa de que se enfermara.

En ese pueblo no cabía d uda, hasta el individuo de


apariencia más senci l l a resultaba i nteresante. A poco de es­
tar j untos me preg untó si aceptaba que é l i nvitara una cer­
veza. De esa ma nera cambiamos .de bebida. Tomé yo tres o
cuatro, é l consumió no menos de doce en otros tantos mi­
nutos. ¿ Dónde le cabría tanto l íqu ido? No se levantó a -ori­
nar una sola vez.

En pocos minutos me contó q u ien era, dónde v1v1a y


en q ué trabajaba. Al ca lor de las cervezas se tornaba me­
l a ncólico, y qu izá tenía razón de estarlo, su situación actual
era triste a decir verdad. En primer l ugar su mujer recién
lo había a bandonado para irse con uno de esos vendedores
a mbulantes que carg a n grandes cajas y comercian en pe­
q ueño que en los pueblos suelen l lamarlos baril leros. Sa­
bía q ue estaban en la Costa, pero no deseaba ir en su bus­
ca, porque tal vez al h a l la rlos los mataría con la pistola
cal i bre 25 que u n día le vendió un compadre. I n c l uso hasta
pensaba en vender el arma para no ir a cometer ningún
delito. Por otra parte, sus borreg as esta ban siendo diezma­
d a s por los perros que pertenecían a los peq ueños agricu l­
tores de a l rededor de su propieda d. Y en cua nto a l a cose­
cha, aunque era un año muy l lovedor, no se le logró nada
por causa de una terrible p!aga que azotó la reg ión . Por todo
é l lo, el hombre creíase el más desdichado de los morta les,
·se9ún lo daba a entender posteriormente. Por momentos ca­
s i l loraba y por otros se torn aba eufórico. Por mi parte lo
observaba cuidadosamente. No tenía más de cincuenta y
cinco años de edad, moreno y de piel curtida por e l so l,
d e mediana estatura y delg ado. Usaba sombrero de paja,
m ismo que lucía n uevo como si recién lo hubiera adq u i ri·
do.
Al no tener a dónde más i r, hubiera continuado escu­
chando sus penas, pero llegó hasta nosotros el enviado de

1 01
la .compañía, que era un muchacho a q uien después supe
le apodaban "El Sordo".
' _¡Oiga Ministerio-Dijo el joven con suma atención­
El Jefe del Departamento del Trabajo de! la Compañía . quie­
re que vaya a verlo. ¿Qué fe d igo? ·

De i nmediato asentí con la ca beza y no le con testé


nada, despidiéndo lo media nte una seña q u e l e hice con J a
mano, de manera poco atenta.

El muchacho desapareció d e nuestra vista, fue entón:.


ces cuando mi acompa ñante, comentó:
'

-Por lo q u e veo, no desea usted nada con ' l a Compa-


.ñía . Otro cua lquiera h u biera ido a e l l os aunque no lo · lla­
maran.

-Se equivoca amigo. I ré a donde la Compañía . . . Tal


vez mas tarde, cuando termine esta cerveza.

-Antes deseo · habl a r le de a lgo. . . Pero nó, esperaré


para otra ocasión . No es tarde para q ue, le diga que me
Hamo Pablo Pérez. No me olvide. Qviero p roponerle algo
referente a unas campanas.

-Unas campanas de oro-Agregó con seriedad p� n­


d iente de la actitud que adoptaba.

Aún cua ndo lo oí perfectamente, no cambié en mi pos­


tu ra.

--Muy bien Pab lo, otro d ía hablamos de las campanas


de oro.

-No lo tome tan a la l igera Min isterio. Por mi padre


Dios que es cierto lo que le d igo. Las campanas eran tres,
muy grandes. Un d ía, no hace mucho, u nos hombres .se ro­
barón una. Pesaba tanto que tuvieron q l;le hacerla pedazos
con una cegueta. Usando m u l as lograron sacar l a por rumbo ·

a la costa .

Si en un principio permanecía excéptico, al ver la se-

1 02
g u ridad con que Pablo h�blaba, dudé por u n momento. Era
lógico q u e eso me sucediera, unas campanas de oro a cual­
q u i era hacen d udar.

Aún cuando Pablo era q u ien invitaba las cervezas, pa­


gué sin consulta rle. Tan pronto me tra jeron e l cambio me
situé de pie y tendí la mano ª Pérez en despedida.
.
Mientras iba por l a c a l le irónico pensa ba en las cam­
panas de oro. Campanas de oro. jOj a l á y fuera cierto!

Debido a q u e no sabía el rum bo donde se encontraba e l


Departamento de Trabajo, m e ví· e n la necesidad d e inqui­
rir por él. No estaba lejos por lo que en pocos minutos
l legué.

Cuando me introdu j e a su interior avisé a la señorita


que atendía en la especie de mostrador acerca de mi iden­
tidad. Parecía que me esperaba y me sa l udó atenta.

-Le ruego esperar un momento. El señor Silverio desea


h a b l a r con usetd .
Dejó por un momento su sitio y pe netró a una ofici na
a su es p a l da cuya puerta pe rmanecía ce rrad a .

El rato que demoró lo a provec hé situándome rumbo a


l a ventisca de un venti l ador colocado al rincón. Siquiera por
un momento encontraba frescu r a . Ahora me convencía de
l a necesidad de hacerme de u n abanico, q u izá ta n pronto
sal iera de esa oficina, me d i ri g i ría a la mueblería a tratar
de obtener un apa rato med i a nte crédito que me otorgaran.

La señorita me h izo saber q ue podía pasar. Ella misma


se encargó de elevar parte de la cubierta del mostrador pa­
ra que lo lograra.
.
Cuando a brí la puerta de la ofici na del ta l señor Sil"
vería, éste se encontraba de pie junto a su escritorio espe­
rando a q ue apareciera.

Tuve un reci bimiento demasiado efusivo.

1 03
-Señor licenciado me causa gran placer tenerlo aquí.
, Pase, pase. Siéntese, siéntese . . . ' '

Y casi me a rrastra a una s i l l a . Ni más ni menos ese


hom bre era de esa c lase de personas que hacen de la adu­
lación una a rma, o que a l menos pretenden . Las pocas fra­
ses que le escuch a ba me basta ban para cata logarlo.

-Puesto que ya s a be q u ién soy, está por demás que


me presente -Agregó.

-Estoy a sus . órdenes señor Si lverio. ¿ En q ué puedo


servirlo?-Dije por mi p a rte.

-Antes deseo charlar un poco con usted . Tengo ha ba­


nos, ¿ F u m a ?

Dec l i né su ofrecimiento y sonrió, procediendo a g u a r­


dar l a c a j a que contenía los ciga rros puros.

Por mi pa rte no tenía ni la menor intención de derro­


char a m a bi lidad con ese hombre. Por lo pronto sus moda­
les no me agrad a ban, y menos su apariencia person a l . Su
estatura era med i a n a y no sobrepasaba los ci ncuenta años .
Piel b l a nca y tersa. Por más que se lo propo n ía , no pod ía
evitar efectua r a lg unos a m a neram ientos.

-Señor Licenciado-Agregó después de un momento de


si lencio, con d u lce voz, casi feminoide, mientras hacía lo
i mpos i b l e por sostener sobre los míos sus o j i l los l l orosos­
Este es un pueblo donde se sufre mucho y se padecen in nu­
merables privaciones. Aún cua ndo lo conocía de oídas úni­
camente, ha log rado serme sim pático. Ante esta situación
estoy di spuesto a ayudarlo p a ra q ue encuentre acomodo . . .
Me refiero a que puedo proporcionarle a lo j a m iento en e l
Hotel de la Compañ í a .

El espera ba a lg ú n comentario d e m i p a rte, pero no


h u b o t a l , a lo c u a l agregó:

-No me parece que le d i ó gusto mi ofrecimiento. Es

1 04
comprensible, no sabe qué le pediré a c a mb io . . . Pero bue­
no, le sugiero q u e antes de tratar este asunto p l atique mos
de otras cosas. Le d i ré que otros Agentes han sido mis ami­
go s. De in mediato nos hemos identificado. Pero ha ha bido
una excepción; con uno tuve u n desave n i miento. Se l l a m a
Rodolfo y creo q u e u ste d lo ha de conocer. Seg'Ú n contaba
es orig ina rio de un pueblo l l am ado Sa ntiago Pap as q u i a ro ,
en e l que por cierto se cuenta abundan las m u j e re s hermo­
sas. En una ocasión fue m i invitado para asistir a l club a un
ba i le que se efec t u a ba con motivo de la celebración d e año
nuevo; bebió más de la cuenta y trató entonces de agred i r­
me. Ese fue su error. La Co mpañía se dirigió d i rectamente
a l señor Gobernador y lo cesaron de in med iato. Usted sa­
be, la Compa ñ ía tiene muchos recursos y mucha influencia.
O sea, q ue todo debe ir en concierto con nosotros. Usted
me entiende.

Por mi p arte no tenía án imo siq u i era de reb a tir l e_ lo que


decía. Sus fanfarronerías no lograban in comoda r me , e l tipo
no valía la pena .

-Con e l tiempo h e l legado a l co nv e nc i mien to que


e n a l g u nos casos aprende más e l que no asiste a la Univ!;!r­
sidad q ue el q u e obtiene títu lo profesiona l . Yo por ejem­
p lo, me considero apto en materia l a bora l . Yo hubiera l le­
gado a ser u n excelente a bogado, tengo facultades. Ahora
por ejemplo le puedo citar cua lquier artícu l o de D erecho
Obrero. Lo mismo de la Constitución Política. Ta l vez si le
h iciera a usted a l g u n a pregunta me fal la ría .
-Con seg uridad que tiene usted razón señor Si lve r io­
Fue ese todo mi comentario.
Al poco rato de escuch arlo estaba h a rto de su charla
p l a g ada de autoh a l agos y de ínfu l a s de g randeza. Su fatui­
dad 11.egó a ta l grado que sin que me im portara saberlo me
co ntó q u e u n a h i j a suya estud iaba en Durango, en u n o d e
l o s colegios d e mon jas, y me pedía opinión acerca d e s i n o
estaría m á s acertado que estudiara en u n o de l o s Colegfos
de la costa.

1 05
-Lo q ue me desagrada de Durango es q u e con fre­
cuencia hay huelgas estud ianti les-Dec ía-Aunque yo s iem­
pre le repito a mi h i ja que no se deje l l eva r por las m a ­
sas. . .
Al ver q ue w pl ática daba vestigios de pro longarse, in­
terrumpí. Me sentía aburrido y además e l calor me ahoga­
ba. Ahí adentro e l ventilador no operaba y azota ba el aire
ca l iente contra e l cuerpo. Si eso no me gu staba, menos e l
ruido persistente q ue m e tornaba nervioso.
-En vista de que desea retirarse, le d i ré a qué obedece
el l l amado que le hice. La Compa ñ ía tiene una especie de
subsidio que otorga a modo de compensación a tod as las
personas que pueden ayudar a resolver · problemas inheren­
tes a su funcionam iento. En su caso, además. de la compen­
sación de q ue le hablo, estamos en la mejor disposición de
proporcionarle al ojamiento como se lo d i j e antes. En el alo­
jam iento se incl uye a l i mentos. Convencido estará que en es­
te misera ble pueb lo no hay ni dónde vivir decentemente.
E l · importe de la compensación asciende a casi mil pesos
mensuales-Dijo ésto de golpe esperando causarme g rata
sorpresa.
Mi desi lución no pudo ser mayor.
-Señor Si lverio, le propongo que dejemos lo de 1.a
compe nsación. Lo del a lojam iento me interesa, tal vez pron­
to acepte.
.
Me levanté de la s i l l a dispuesto a marcharme.
El hombre comprendía q u e no me destel laba. Con la
intención de enmendar l a s cosas, argul l ó :
-Yo qu iero ser su am igo, Licenciado. Le ofrezco hacer
gestiones para ver si puedo dupl ica rle el importe de la com­
pensación. Como usted ha de comprender, necesito consulta r
"a rri ba". En cua nto a l a l ojam iento ya ha dicho que le i ntere­
sa. Permíta me pues q ue envíe a a lg uien que recoja su equi­
paje para que hoy mismo se mude a n u estro hot�I.

1 06
Me acord aba del> J�z que me había d icho me ihvita·
-rían a vivir en su Hotel para forzarme a ser un instrumento
a sy servicio. Debido a tal pensamiento titubeaba.

-Tal vez después acepte. . . Hasta la vista.

1 07
4
Uno de esos d ías a pu nto estuve de hacer u n experi­
mento. El calor endemon iado se co laba persistente por to­
dos los poros de l a piel, el cuerpo se envebía de sudor co­
m o cuando se resb a l a y se cae al a g u a . las ropas se pod ían
escurrir. Algunos usaban pantalón ú n icamente, con el dorso
desnudo sin i mporta rl es en nada la flaccidez de sus carnes
o q ue eran deformes, pero éso ni nada parecido i m portaba
en un medio como aqué l . Los mi neros en cambio, eran
musculosos y dejaban su esp a l d a al viento para soportar lo
c á l ido del ambiente.

Dije que estuve a punto de efectu ar un experi mento.


Un d ía, hacía a l g u nos meses que asistí al ci ne, ví una ci nta
sobre un pueblo en medio del desierto, y tanto subía la
temperatura en el día que el bromista del lugar coció un
huevo con sólo deposita rlo sobre la losa h i rviente d e la
banqueta. Si en un principio me reí incrédulo por l o exa­
gerado, ahora lo em pezaba a dudar. Más bi en d icho, esta­
ba seguro que en aque l l a temperatura h u biera cocido u n
h uevo o los que fueran con sólo desquebraj arlo y deposi­
tarlo sobre las bafdosas. Mucho me hu biera reído al ha ber­
se rea l izado mis sospechas.

111
Ante am biente tan ca l uroso, pocos deseos se tenían de
trabajar. Los comerciantes se sentaban a la sombra en los
frentes de sus establecimientos comerciales, bebiendo cer­
veza fría en grandes cantidades como si ésta se obtuviera
clel mar y nunca se agotara. Las amas de casa se recostaban
plácidamente en las hamacas. Los niños en la escuela dor­
mitaban sobre sus pupitres. En medio de aquel infierno se
me 6curría pensar en los pobres mineros. Cómo sufrirían
con el ca lor. Los túneles y los tiros parecían de por sí cal­
deras, a ú n cuando en el exterior hiciera frío.
En el hotel donde me hal laba hospedado empecé a te­
ner serias dificu ltades con l a ' dueñ a. Ella no era fáci l de
agradar. Muchas veces me lo propuse pero nada conseg uí.
Un mi litar hubiera envid i ado el carácter tan rígido que po­
seía. Jamás sonreía aunque motivo poderoso hubiera. A to­
do mu ndo grita ba y ordena ba con determinación como si
desde toda la vida hubiera estado pensando que lo impor­
tante era imponerse sobre los demás. Su sinceridad consti­
tuía otro peligro; a q uien qu iera q u e fuera decía sus ver­
dades sin reserva de ninguna especie. Confieso que en de­
terminados momentos preferiría mejor no toparme con ella
y le rehuía. Cuando advertía que sus ojos estaban desor­
bitado� y con peq ueñas venil las rojizas, con las aleti l las de
la nariz hacia arriba, presagiaba tempestad. Era entonces
cuando sus g ruñidos resonaban por toda la vieja casona.
No deseo acusarla en falso, pero creo que auyentaba a los
pájaros q ue tenían la necesidad de posarse en las ramas de
los árboles que crecían en el patio. Suerte para ella que no
vivía en la edad media, cuando cierta clase de fanatismo
estaba en su apogeo y cu.ando por otra parte se creía en
las brujas y en las ;p-iat,y rá� poseídas por el demonio. Sin
lugar a dud as, al v&rlá;itan endemoniad.;¡, le hubiera prac­

ticado mas de u n exc:m:J$rnO para alejarle del cuerpo a los
espíritus malos que l a . do(n inaban . . . o quizá, . . . o quizá ,
la hu bieran quemado viv�/acusándola de hija del dia blo.
La mu jer tenía esposo y un hijo var6n . Este era menor

1 12
de o nc e añ os y era la vícti ma; en su cuerpec i l lo tenía las
hue l l as 'del mal genio de su madre. El res u l tad o del cas­
tigo tan tremendo que co n frecuencia reci bía, le tornaba
asustadizo. En su a p ariencia sola, se podía adivinar la c l ase
de vida que l leva ba. No jugaba com o los demás d� su edad,
perma necía siempre c a l l ado, p en sativ o . Su rostro l ucía de­
m ac rado y triste. Sí, a l g o extra ño le suced ía .

Desde la ventana de mi h abitación, a través de la ma­


lla metá l ica solía observarlo en si lencio cuando l l eg a ba de
l a escuela cargando con: los cuadernos bajo el brazo. Antes
de trasponer la puerteci l l a hecha a base de ba rrotes de ma­
dera p a ra introduci rse al patio, qued a ba de pie sobre l a
acera m i en t ras lanzaba s u m irada escud riñadora al interior
de la casa en busca de su madre. Movía sus o j i l los como
cone j i l lo y cuando no advertía la p res encia de el la, su cara
se i l u minaba en una fugaz sonrisa y se decidía entonces
po rpas ar . Por e l contrario, cuando l a madre se encontraba
por ahí, l avando l a ropa en el l ava de ro de cemento o qui­
tando la basura, sus ojos se quedaban fijos y sin a l iento se
repega ba a la pared de modo q ue su presencia no fuera
notada. Por más de una ocasión perma neció dur a nte alguna
hora esperando que la mujer desapareciera. Cuando por fin
penetraba a l patio, tratab a en lo más q u e le era posible no
producir demasiado ruido, caminaba bajo el portal y m ira­
ba preocupado hacia la puerta de tela de alambre q u e da­
ba acceso a l a cocina, po r la q u e solía sal i r la señora
a recibirlo. Cuando ella se percataba de la llegada del
niño, costumbre era q ue lo encontrara a gritos y manazas,
recla m ándole el porqué l legaba tan tarde cuando la ver­
dad estaba en tiempo.

Yo q ue comenzaba a darme 'c.uér'ltl de la clase de vi­


da q u e e l chico llevaba, me co �d
ecla de él, pero nada

efectivo hubiera podido hacer por,' aliviarle 1 a situación.

No obstante que tenía algunos días de parar ahí, el ni­


ño parecía no reparar en mi p resen ci a . U n icamente una vez
me dirigió la mirada pero ni s iq u iera efectuó el intento de

1 13
saludarme, aú n cuando se fijó en mi prese nci a . Las veces
que su padre y yo jug á ba mos cartas:, él la pasa ba sentado
sobre la baja barda de ladrillo q ue· del imitaba el corredor
pri ncipal con 'el j a rd í n . Cruiaba sus brazos y permanecía rí­
gido sin atreverse a cambiar de · rumbo la mfrada. Los g ri­
tos de la madre l l a mándolo para que le ayudara en el a seo,
lo �..trerriecían.

lll n a tarde, creí conveniente hacerle u n obseq uio. Ad­


quirí en la tienda un peq ueño jeep que funcionaba a base
de pi las, con el objeto de hacérselo l legar. Esperé la opor­
tunidad, ésta vino cierta vez q ue volvía de l levar a l i mento
a los cerdos que su madre engordaba para vender cuando
estuvieran cebados. Dicha tarde l loviznaba i nsistentemente,
las paredes de las casas y los á rboles resultaban ,empapa­
dos y el suelo lodoso. El n i ñ o regresaba con el cubo en la
mano. Al pasar j unto a la puerta de mi h abitación, tuve que
hablarl e para que se fijara en mí.

-Acércate. Qui wo hab lar contigo. ¿Cómo te l lamas?

Por un momento me miró con fijeza, permaneciendo


bajo la ll uvi a . Su camisa estaba muy mojada y sus zapatos
cubiertos de lodo. Sin contestar, se decidió por a proxi marse.

-¿Te gustan los juguetes?

-Nó.

-Tengo uno que puede gustarte. Te estás moja ndo,


acércate a la puerta .

Pensando -segura mente. en q ue su m adre se d isgusta­


ría si lo hacía, titubéó un momento.

-Mira . . :-V.. le enseñé el juguete.

Tra � de que lo miró com placido, sonrió.

-Es tuyo, tóma l o. Un n iño � ue vive en l a ciudad de Du­


rango te lo envía.

1 14
-Yo no conozco a nadie de por a l lá-Alegó con voz
reseca.

-Tengo u n hermano menor que posee muchos jugue­


tes. Le p l atiqué de tí y me pidió q u e te trajera éste. ¿Te
g·usta ?
'

-Sí, pero hubiera preferido un. rifle de municione�$ '},


,_i . if:
Sin q u e d i jera gracias y sin q ue h iciera falta desapi;tt'eció
a prisa por el porta l . CUilndo su madre se enteró que era
suyo el artefacto. la emprendió primero contra el chiq u i l lo a
bofetadas exig iéndole le d i jera de dónde lo había obteni·
do, pensando ta l vez que lo robó de l a casa de a lguno
de sus a migos. Más que por hon radez, la mujer obraba así
contra su . h i jo por el eterno re cel o q ue le tenía.

En v i sta de la situación tuye yo que dar la cara para


explicarle todo. Tras de q ue me escuchó dió med i a vuel­
ta y se introd u jo a la cocina para volver al momento con
el fam oso jeep.

-Sátiro. ¿Qué pretende con e l ch ico? Andese con cui·


dado.

Y me tiró con é l , desquebr? jándose en l a pared.

Vieja zorra, con lo q ue me d i jo me avergonzó en mi


interior. Vieja maldita q_ue mente tan sucia l a suya . ·
s.....,. '
Por su parte, el padre de l n i ño, hacía años sufrió u n a
ter r i b l e desgracia. D:e sd& entonces se convirtió e n u n ser
inútil, incapaz d e valerse por sí mism � Varios años atrás,
siendo trabajador en la mina sufrió una· caída morta l en u n
tiro. Muchos todavía se preg unta ban cór/io pudo q ueda r con
vida. Cayó de . u n a r ltura de más de veinticin.co metros, re­
botando por entre las paredes de roca. Ot� humano cua l·
quiera h u biera resultado destrozado, con n u las pos i bi l idades
de vivir. Tan trágico accidente le ocurrió una mañana poco.
a ntes del medio día . Todo fué .ta n rápido q u e ni tiempo tuvo
para d a rse cuenta de la causa del percance. Sólo recordaba

1 15
que pisó sobre unas rocas y que éstas se desmoronaron per­
diendo e l eq u i l i brio y preci pitándose a l pozo. Después d e
ocho días recobró el conocim iento y estaba a ú n con son­
das y tenía la mayor parte del cuerpo enyesado, incluyendo
el cráneo. Después su po, porque le contaron, que fue u na
verd adera gracia e l q u e lo hubieran encontrado a tiempo
entre la mu ltitud de túneles y tiros de la mi na, pero afor­
tunada mente a l guien se percató de lo sucedido y fue a dar
parte. Ayudados con cuerdas, varios hombres bajaro n en su
rescate . Todavía le estaba muy agradecido a Ruperto y lo
estaría mientras viviera, porque gracias a él se d ieron cuen­
ta del suceso. De no haber sido así, tal vez hubieran trans­
currido muchos d ías para q ue notaran su desaparición y
mientras tanto h abría muerto s i nó del golpe, desa ngrado.
Recordaba todavía con claridad aquel primer d ía que re­
cobró el conoci m iento. De momento n o tenía memoria y l e
parecía que había dormido durante a lgunas horas ú n icamen­
te y nó por varios días; se imag i n a ba que estaba siendo víc­
tima de una broma de mal g usto. Pero cua ndo tuvo l ucidez,
fue comprendiendo mejor l as cosas, acordá ndose entonces
de su mujer y de su h ijo y se preocu paba por el los. Sabía
que a lgo andaba mal en sus piernas porque no las sentía,
pero se reconfortaba con las palabras de l médico que le
decía q ue aque l l o era pasajero y que vendrían pronto los
d ías en que recobraría todos sus movi mientos y todas sus
facultades como si no hubiera suced ido nada rea l mente.
Cuando tuvo tiempo de hacerlo, prometió que haría una vi­
sita a la Virgen de Sa n Ju a n de los Lagos si sa naba por com­
p leto. Más los días fueron pasando y no mejoraba. Después
de muchos meses, por fin tuvo que convencerse y aceptar
que quedaría pa ral ítico de por vida.
En el presente, las horas y los d(as los pasaba ba jo el
portB I, recosta cip sobre u n ba jo catre a base de madera y
lona. Desde ese punto dominaba perfecta mente con la vista
parte de la calle pri nc ipal y la p l azue l a . El hombre, como
ún ico pasatiempo so l ía mirar i nca nsablemente hacia a l lá,
gustándose de las parejas tomadas de la mano que pasea-

1 16
ban. Tres años h a bía n pasado ya desde su desgr ac ia, y pa­
recía que con e l tiempo se resignaba ma nsa mente a sobre­
l l evar su i nva li de z. Desde entonces pe rm a necía acostado y
se había olvidado de l a sensación que el ca minar produce.
Pero era mejor así, ol v id a rse o lvid arse de todo y resignar­
,

se, puesto que e ra im pos i b le que volviera a tener movi­


miento en las piernas, j a m á s debía aspira r a el lo, a lo más,
a pasear en una s i l l a de ruedas.

Y era notorio en verdad cómo po dí a soportar con tanto


estoicismo su desgracia que lo postraba en cama de por vi­
da. Nunca una queja se escuchaba de sus l a bios. Por otra
pa rte, en ca mbio sí se q u e j a ba de la com pa ñ ía minera, acu­
sándola con razón de in justa e i ngrata. A su j u i ci o no lo
indemnizaron como se debía , rel ata ba que tan sólo le dieron
tres m i l pesos a cambio de su i nfame i nval idez. Lo engaña­
ron cua ndo l e ofre ci ero n q ue mensua lmente l e otorga rían
una renta que le a l iviaría en buena parte los p ro b l em a s eco­
nóm icos que de seg u ro le sobrevendría n . Pero los meses y
los añ os pa sa ba n y n o recibía ni un sólo centavo . . .
.
Por mi parte, tiempo tenía para hacer buenas migas
con e l hombre i nvál ido. ·Alg unas tardes jugá bamos a las car­
t a s s i n q u e a postásemos nada. El se mostraba g r a n d e m e n
­

te divertido y por lo m ismo yo tam bién me d ivertía. Ade­


más, no tenía muchos sitios a donde acud ir, máxime que
las tardes eran l l uviosas, o por lo contrario, demasiado so­
leadas y ca l ientes, ag regá ndole que a ú n no conocía bien a
la gente de por a l l á .

S i con e l señor y c o n el n mo hacía amistad, l a señora


en cambio continuaba mostrándose hosca para conmigo, y
n i ngún empeño, era evidente, tenía en ser amable.
1

Recuerdo que en el momento q ue me qceptó en el Ho­


tel , me ametralló con ura serie de recomendaciones cuanto
m á s necias absurdas. Como principal recomendación me se­
ñ a l ó q ue nunca, n unca, por n i ngún motivo l leg a r a mas tar­
de de las d iez de la noche.

117
-Y nunca, n u nca, recuérdelo bien-Agregó expulsando
saliva al hablar- debe traer m ujeres. Eso jamás lo toleraré
a a lg uien.

Me h izo saber también que el baño era com u n a l , ésto


es, que ú nicamente había uno pa ra todos los huéspedes, y
que cada vez que me quisiera b a ñ a r pod ía di sponer como
cosa extraord i n a ria de qu ince m i n utos ú n icamente, ya que
el agu¡:¡ l l egaba sola mente durante dos horas al día. Tras de
estas ind icaciones de su parte, me proporcionó e l paso a
un cuartucho h ú m edo y ma lol iente. En un rasgo de bondad
ofreció q ue e l l a mi sma haría mi cama todos los d ías, cosa
q ue no cumplió ni una so la vez mientras estuve a h í . Ni si­
q u iera las sá ba n a s m udaba, por lo cua l dormí dura nte trein­
ta d ía s sobre las mismas, hasta que1 en un cargo de concien­
cia convine en sa l i r al patio y lavarlas yo mi smo.

A l gunos en el pueblo, con su característica simpleza


rumora ban que �I endemoniado ca rácter de la mujer del
hotel se debía a que desde hacía mucho tie mpo no tenía
esposo que la "usara".

Al ver que nada podía contra e l d u ro carácter de la


mu jer, fuí pensando seriamente en la proposición q ue me
hiciera el señor Silverio para q ue m e m u dara al hotel de
la Compañía. Era cuestión de que deseara irme a él para
que lo cons iguiera. Repenti na mente reflexionaba sobre el
asunto y me decidí por aceptar el ofreci m i ento. Cualqu ier
cosa con tal de no estar viviendo más bajo el mismo techo
con esa señora. P lena mente decidido m e posesioné del te­
léfono e informé a l señor Si lverio de m i d eterm inación. El,
como desde u n principio, ofreció q ue un empleado de l a
oficina pasaría a recoger m i equipa je, pero le pedí q u e no
enviara a nadie, ya q ue mi equipa je era m ín imo, un veliz
únicaménte y alg unos l i bros q ue yo mismo podía transpor­
tar sin q ue me c ausara trastorno a lguno.

Al hombre, esposo de la m ujer le conté m i decisión


y en cierto modo se mostró triste a l saber q ue me iba, tal

1 18
vez porq ue pensaba q ue no tendría más con quien jugar a l
conquián. No obstante lo q u e le suced ía, n o se atrevió a de­
tenerme, no quería a rriesgarse a enojar a su esposa. Era
ella la única que tenía voz y voto y los centavos además.

El pobre chico, su h i jo, al a bandonar el lugar, me si­


guió a lo largo de l a bajada tomándome del brazo y ro­
gándome para que me quedara. Estando yo ah í, le garanti­
zaba cierto bienestar y segu ridad, puesto que en muchas
ocasiones impedí que su madre le pegara. Sus ruegos fue­
ron en vano; q uedó de pie sobre la barda, l lorando, vién­
dome partir.

El Juez vivía en una casa contigua al hote l . Por lo mis­


mo, me ví en la necesidad de pasar frente a e l l a . A través
de l a puerta de reja no pude evitar mirar a l Licenciado que
desca nsaba en una s i l l a de lona ba jo un fresco árbol . Al
mirarme cargar la valija com prendió que buscaba nuevo a lo­
jamiento por lo que ni tardo n i perezoso me i n v i tó a pa­
sar, procediendo entonces a of re ce rm e un cua rto que per­
manecía desocupado en esa f i nca q u e h a bi ta b a . Le conté a
dónde me di rigía y ag radeci éndole sus atenciones resuelto
me desped í . Al h ace r l o, le advertí en el rostro c i er to gesto
.

de i n cred u l idad, como s i d i j era . " N o obstante te lo previne,


y a vas con la Compa ñ ía, a serv i r l e de esbirro". Ta l vez te­
ní.;i razón, pero a h o r a. no me i m portaba lo que pensara el
J uez o las demás perso nas. Se trataba d e mi comodiciad.

Mientras ca m i naba por l a ca ll e pe nsaba en e l Juez y


des c ub ría q u e e ra en verdad un buen hombre. Tan bueno
era que le sobraba fa ci l idad para tornarse melancól ico, y
h ab l a ba e n tonces de los l uga res del Estado que recorrió en
su cal ida d de imp ar tidor de J ustic ia , de l di nero que ga nó y
q ue por desg racia despi lfarró en l a borrachera vi l . El que
estuv i e ra fungie ndo como J u ez en el P a r i á n lo consideraba
un casti g o de sus s u periores, pero ya veía cercano el día
en que le da rían su traslado a otro punto· más próximo a
la ci ud ad capita l .

1 19
El hotel de la compa nia, ta l y como lo ha bía estado
imaginando, era decoroso y en el pod ía goza rse de· muchas
comod idades. Cada cuarto contaba con su baño propio don­
de a bundaba el agua todo el d ía . La pieza tenía piso de
mosaico y un espacioso closet y en el centro una mul lida
cama, y sobre todo, existía un aparato de a i re, que era lo
que mayormente me entusiasmaba.

EstaAdo uno en el interior, a través de la ventana se


ofrecía una vista magnífica. Grandes prados se extendía n a
lo largo y las flores abundaban. En el campo de recreo se
contaba con una amplia a l berca y dos canchas de frontenis.

Quizá ahora que contempla ba aquel esplendor me re­


prochaba no haber a cced ido a lojarme cuanto a ntes en aquel
lugar. Aquel lo para el J uez sería demasiado, pero para mí
era justo lo que necesitaba.

Por la tarde, después de q ue ordené la ropa q u e l le­


var a en l a va j i l la, me l ibré de la vestimenta húmeda por l a
l lovizna y m e tiré a l a cama a descansar p lácida mente, q ue­
dándome dormido en escasos min utos.

Poco más adela nte, dentro de mi i nconciencia escuché


a lg u n os golpes suaves y acompasados, desperté y me dis­
puse a atender la puerta. La bata q u e me cubría . la até por
la cintura para q ue los bordes no se separaran. Me causó
::.orpresa saber que q u i en tocaba era nada menos q ue una
1ovencita de agrad able apariencia, que sin proponé rselo
rea lmente m e sonreía cautivadora mente.

La l lovizna la mojaba pero no se quejaba, y ni s i q u i era


pedía e l paso.

-Pase, por favor-La inv ité, teniendo en cuenta que si


n o l o h¡:¡cía q uedaría como paraguas.

De cortos pasos se i ntrodu jo.

-Soy Angé lica. Vengo a ponerme a sus órdenes. Soy


empleada del hotel y se me ha ordenado que le preste a

1 20
usted espec i a l serv1c10. En un l a do d e l buró derecho existe
un timbre, cuanqo me necesite l l ámeme. Buenas tardes.
Sin agreg a r más, abandonó l a h a b itación cerrando a
sus espa ldas. Por mi parte, l a menté que se m a rchara tan
p ronto. H u biera que rido que se quedara más tiempo para
p l atica r con ella o para contempl a rJa simplemente. Era her­
mosa como pocas y a simple vista simpática. Pero ya habría
tiempo de m irarla nueva mente, q u izá a l rato me decidiría
por oprim i r e l botón del . timbre para q u e v i niera con cual­
quier pretexto
Durante esa tarde no a ba ndoné el hote l . Parecía un
niño chiqu ito q ue no a b a ndona su juguete por la novedad.
La l luvia menuda se prolongó por toda l a noche. A la ma­
ñana siguiente apa reció Angél ica, golpeando la p uerta sua­
vemente. Le a brí y sin reparar en m í más que para sa lu­
d a rme se introdujo y se dedicó a hacer la cama, continuan­
do luego con la l impieza de los muebles y e l piso, obligán..
dome a quedar levantado a ú n cuando rea lmente todavía
deseaba seguir tirado en la cama. Nada le dije en observa­
ción, porque nada pude decirle, no se prestó en n ingún mo­
mento. Permaneció siempre indiferente, queda ndo frustrado
además en mi intenc ión de brindarle la mejor de mis son­
risas. Pero ya h a b ría tiempo, ya h a b r í a tiempo.
Ese nuevo día apareció e l sol desde temprano. Opor­
tuna mente dejaba de l l oviznar, de haber conti nuado las ca­
sas se h u bieran venido abajo i rremed i a b l emente. Opti mista
abandoné el hotel dis puesto a visitar mi ofici na en busca
de a lg ú n caso que a meritara mi intervención como Agente
del Min isterio Públ ico, o s i m p lemente para toparme con
a lguien con quien pud iera platica r . El Juez, que a esas ho­
:-as se encontraba ya en su despacho, tenía una desagrada­
ble novedad para contarme.

El Juez decía las cosas de ma nera muy especial; enun­


ciaba las frases pausada mente y ma ntenía fija su m i rada en
el rostro de su interlocutor, y sus ojos ' p a recían los de un
ave en acecho.

121
He d icho que una desagradable novedad porque se
trataba de una anciana que sufrió graves quemaduras que
la tenían con un pie en el sepulcro. Era una pordiosera y el
cuarto que ocupaba se convirtió en brasero.

-Según el médico las quema duras son · g raves-Se em­


peñaba en hacerme s a ber el Licenciado-Ella puede morir.
Con vista en e l lo te sugiero que tomes cartas en el asu nto,
va que según pa rece no fue accidenta l, sino que a l g u i en
prendió fuego a su· ha bitación.

lo que el J uez me decía me parecía acertado. No es­


taba por demás que tratara de investigar los hechos, al fin
y a l cabo que necesitaba entretenerme en a lgo.

No fue d ifíc i l s a be r lo ocurrido. El incendio lo ca usa­


ron un grupo de peq ueños ,;muchaéhos en travesura. la a n­
ciana de que se trata se Háá1aba Pascuala, o a lgo así. Era
miserable, semiciega y achacosa como pocas. Vivía en un
salón de una escuela abandonada, el cual contaba con una
venta na sin vidrios que d a ba hacia l a ca l le . N unca tuvo a
nadie que velara por el la, y por lo mismo mendigaba casa
por casa . Mucho sufriría en su vida. los chicos le apl icaron
un mote ma lsonante que le gritaban sin recato. la vieja
usaba petróleo para cocinar, y debió h a ber a lguno esparci­
do por el suelo, ya que el fuego se origi nó con un petardo
que los muchachos le lanzaron a través de los huecos de
la venta na. El incidente tuvo lugar la noche anterior, cuan­
do seguramente e l l a ya se encontraba acostada . No cabe
d uda que tuvo suerte, un poco mas y muere calci nada.
Cuando estuve en la c l ínica y pasé a u n a de las sa-

las a verla, me condolí de su situación y del aspecto tan


m ísero y compasivo que presentaba. El dolor que experi­
mentaba tenía que ser tremendo, a juzgar por sus lastimo­
sos q ue jidos. Al verla tan indefensa y tan maltratada por
la vida, pensé en una ma nera de ayudarla. De i n mediato
me vino a la mente e l ofrecimiento que me hiciera el señor
Silverio sobre la tan d iscutida compensación que otorgaba

1 22
la Compañía Minera. Esa era u n a buena m anera de ayudar
a la a nciana: hacer que la empresa le d i era d i nero de ma­
nera i n d i recta por m i conducto. Esto es, cobraría yo l a pse udo
compensación y se la haría l legar a la m u jer. Sí, eso m ismq
me d ispuse h acer.

El señor S i l verio se mostró contento con mi vis ita, por­


que según él le daba gusto q u e yo "recapacitara". No d i s­
cutimos m ucho el asunto y quedó establecida la obligación
de e l los de entregar mensualmente cierta cantidad de di ne­
ro, y l a o bl igación de m i pa rte de acepta rla.

De l a oficina del señor Silverio sa l í con la pri mera apor­


tación . Me d i r i g í nuevamente a la c l ín ica en busca de l a
anciana. Al saber de q ue · se tr,eta ba, i ncréd u l a m e m i raba
y l uego a los b i l l etes, cas:i sil) poder habl a r, como si no en­
tendiera aque l l o que yo le ded'á. referente a q u e mensual­
mente le daría . oontidad . i9tt<ll:
Al f i n a l casi" Uoró. · ·

A veces pienso q ue ésto no debo contarlo, para que


no se p i ense q ue .pretendo mostrar u n.a i m agen de si mis­
mo de noble y comprensión, que se sacrifica en su bienes­
tar para ayudar a la gente m iserable. Pero nó, nada de eso.
Soy como cualqu iera, ú n icamente que dadas l as circu n$tan­
cias, e l d i nero de l a Com pañía no rne im porta ba. Por lo
pronto a l menos.

1 23
5
Enfre sueñós. perei'6í l a des.carga de u n a pistola. No tu­
v e tiempo de ti� rme conjeturas acerca de q ué la origina­
' ba, puesto q ue de i n mediato volví a dormi r p l ácidamente.
No bien habían transcurrido a l g u nos minutos y oí una nue­
va descarg a . Pensé enojado en que aquel era un ·pueblo
mezq u i no donde los ba lazos a bundaban más q u e otra cosa .
Pero a lgo me extrañó en el sonido de esta 'nueva andanada.
Y con razón; no eran ba l azos rea lmente, eran fuertes toq ui­
dos e n l a puerra d e mi cua rto.

Eran poco antes de las ocho de la mañana, el sol no


s a l d ría en todo el d ía, por s u puesto que estaba n u b l ado y
además: volvía · a caer l l uvia menud a . e insistente. Endemo­
·
n iado l ug·a r; cuando no l lov (a hacía un calor i nsoporta ble.
E n ambos extremos la gente estaba em papada, fuera ya
por e l agua o por e l sudor.

O!Jien l la ma ba a l a · puerta era nada menos que e l Jefe


·

de la Policía Municip a l . Para e ntonces h a bíamos tenido tiem­


po de cambiar impresiones y no nos agradamos. Ahora que
lo veíl/ aparecer, en n a d a me a le g ra ba , antes bien,

1 27
::reo q u e me sobrevino fuerte disgusto. Antes de q u e se
decidiera a hablar, me m i ró por un momento alzando los
ojos a través del borde d e su gorra sudada que tenía lige­
ramente echada hacia adelante. Por la actitud que adoptaba
me parecía u n fantoche; descansaba las manos en l a cintu­
ra y sonreía con sa rcasmo.

-Andele Licenciado-Dijo burlesco-Aca ban de matar a


Juan Pereda y a Jeróni mo Roch ín. ¿ No cree que debe ir
cuanto a ntes a investigar l o que pasó? Los cadáveres están
frescos todavía . Tal parece que la situación se va a poner
difíc i l para usted; estas muertes acarrearan otras en menos
q ue canta un g a l lo. Lo invito a que se vista pronto y a que
salga a mojarse a la l l uvia . . .

Desgraciado. E l tono de su voz no ·mé agradaba nada,·


era evidente que trataba de fastidian'ne. Pero por el mo­
mento nada le reprochaba, lo mejor éra ignorarlo. R á r i d a­
mente me coloqué la ropa y s a l í rumbo a l l ug a r de los he­
chos. El policía y sus acompañ antes por � su pa rte se mar­
charon desde antes, y me a l egraba de ��lo, su compañía
me resultaba ahogante, principa lmente la Cle l j efe.

Al cruzar por entre u n o de los prados del interior del


. hotel, vi veni r a esa preciosa jovencita l l a mada Angélica,
preparándome a sa ludarla. M.e sentí contento al notar q ue
me m i ró con cierto i nterés y q ue contestó gustosa mi sa l u­
do, ya no como l a s veces a nteriores. I ncluso ·hasta tuvo l a
i n iciativa en d irigirme l a p a l a bra:

-Oí los ba lazos. ¿Sucedió a lgo grave?

-Mataron a dos. . . Creo.

Fue una charla brevísi m a pero por esa vez m e bastó.


continué de prisa rumbo a l a salida.

En torno a los cadáveres l a gente curiosa se agolpaba,


l lenas de morbo y deseosas de auscu ltar a los m uertos para
loca l izarles los impactos. A l verme aparecer, se disgregaron

1 28
para d arme paso. Procedí d e i n mediato a examinar los
cuerpos con el fin de levantar el acta correspondiente. La
cosa no me era fác i l , e n el suelo veía con cierto i ncómodo
u n profundo charco de sa ngre que no tardaría e n correr
mezc l a d a con el agua de la l lovizna q ue a menazaba ya con
forma r corriente. P a recía como si h ubieran degol lado un to­
ro; cuidado tenía e n q u e mis zapatos n o se i mpreg n a ra n .
El jefe y sus hombres s e h a l ! a b a n j u nto a m í, y aquél m e
miraba c o n atención como si esperara con curiosidad lo que
h aría e n semejante situación. Por mi parte sabía que e ra
i m prescindible que u bicara cada u no de los ba lazos que los
cuerpos presentaban, pero el caso era que no tenía deseos
de hacerlo perso n a l mente.

Entre am bos h�h>ía d istancia de dos metros. Era eviden­


te que les d ispifar:o por l a espalda s i n darles tiempo a
b

defenderse. El cáNSr ' usado ten í a que ser 45, a juzgar por
los boqutes q u e � a ntojaban cañonazos. El uno reci bió dos
ba lazos, en la nuta y a mitad de espa lda. El otro, en u n a
meji l l a, e n u n l a c;!b del cuello y en la espa l d a en d i rección
a l corazón. Este fúe tocado y por eso sangró ta nto.

El g rupo de m i rones i ba crec iendo cada vez m á s . Unos


a otros se cuchichea ban, y se murmuraban los nom bres de
los p resuntos matadores.

A uno de los p ol icías ordené que diera vuelta a l os


cadáveres, ésto es que los co locara boca arriba para u bicar
la s a l ida de las ba l a s . Obedeció de in medi ato y sin que le
sobreviniera n i ngún trastorno se flexionó y los g i ró man­
chándose las ma nos de sangre y lodo. Sin que yo se lo pi­
d iera, p rocedió a meterles los dedos en los boquetes para
q u e yo ca lcu lara más o menos el grosor. Al f i n a l , se l i m­
p i ó las m anos en la p a rte ba ja del pantalón.

Al momento q ue e l policía terminó, l a mayoría de las


gentes voltea ban con insistencia hacia lo largo de l a calle
para mirar venir a l padre y a l a madre de uno de los vi c­
·
timados:

1 29
No fa ltó qu ien corriera la voz. "Miren, a l l í viene d o n
Ruperto".

Atrás del señor corría la m u jer, esforzándos e por d arle


a lcance sin que lo lograra. Desesperados s e aproxi maron
a los cuerpos y cuando reconocierom a su h i jo, l a m u j e r gri­
tó ang ustiada y empezó a l lorar desconso ladame nte . El se­
ñor se cu brió los ojos horrorizado. Repuesta en pa rte d e tan
terrible im pres ión, l a m u j e r se flexionó y desespera c ' .:i es­
trecha ba a su h i j o en su regaso, como si no creyera que en
verdad hubiera m uerto. Aq uel l a situación en cierta forma m e
impresionaba y me tor naba a l go mela ncólico. A l go gr ave
i ba a ocurrir al momento, pero m ientras ta nto estaba a j eno.

Sin que nadie notara . s u a rribo, se dejó ver de pronto


u n i n d ividuo mal encarado q ue tra ía negr á s intenciones. Sin
dar tiempo a nada se situó tras el padre del victimado y con
toda sangre fría lo degol ló con u n tra nchete que ca q• J ba .
D e i n mediato s e d i ó a l a f u g a . Todos contempl ábamos ho­
rrorizados cómo el señor caía in erte a un l ado de su h i jo.
la herida fué ta n tremenda q ue por poco l a cabeza se des­
prende. Aquel suceso resultó ser el colmo para la señora;
se azotó desmayada contra un c h a rco. Las personas e mpe­
zaron a ver que aque l l o podía convertirse en una verda­
dera carnicería, por cuestiones de q ue fam i l i a res de a m bos
bandos trataría n de acudir a l lugar a co ntinuar en l a ven­
g a nza interm inable. Temerosas fueron corriendo a buscar
resg uardo. En lo que a m í toca, a l verme sólo, los i m ité y
corrí también, introduciéndome a un taba rete cercan o; co·
mo perico veía a través de l a ventan a .

En poco tiempo fueron l l eg ando cantidad d e fam i l i a res


del viejo, a rmados con pavorosas p isto las, en espera de d i­
visar a a l g ú n contrinca nte para solta rle la carga, sin que im­
portara tener p a rentela retirada con los matadores. El des­
tacamento m i l ita r del lugar se vió en la necesidad de i n­
terven i r, y sólo de esa m a nera l a s cosas a h í q ued aron, a l
menos p o r e: I momento.

1 30
Aqu e l l o que sucedía me l levaba a hacerme u n a pre
g unta muy Intima ¿ Qué motivo era lo suficientemente po­
deroso q u e u n ía a l a s fam i l i as a tomar vengartza en el h i jo
o en el padre o en a m bos? N o les bastaba siquiera term i n a r
c o n u no, necesita ban acabar c o n l a fa m i l i'a toda.

Cuando las cosas estuvieron mas ca l madas, con los da­


tos necesarios · e n m i poder, me enca m i né hacia la Presiden­
cia a confecciona r el acta, dando fé así de los cadáveres y
de las lesiones. Convenía entonces e n q u e aquel med io era
hostil y que por lo m ismo necesitaba de a lguna protección,
o al menos a a l g u i e n q u e me acomp a ñ a ra en e l desempeño
de mis funciones. Los po l icías no se prestaban por lo de l a
enemistad q u e h a b í a entre su jefe y yo, por lo q u e pensé
en José.

Esos días el pueblo estuvo de l uto, y cas i nadie sal ía


a la c a l le temeroi;os de q u e fuera a haber otra matanza, ex­
cepto los m ineros que marchaban a su trabajo como de cos­
tumbre. Los asesi nos se remontaron a la sierra y no se les
volvió a ver más, no m ientras yo segu í al frente de aq u e l l a
Agencia.

Angé l ica empezaba a tenerme confianza . Qué bueno.


Aún sin q ue yo la l l a mara aparecía de pronto en l a entrada
d e l cuarto y me pr�g untaba si a lgo se m e ofrecía. Cuando
l a tarde era muy ca l u rosa, que jadeaba para no ahogarme,
l legaba cargando una ja rra de crista l rep leta de l i monada
con hielos, o bien me l levaba cervezas heladísimas. Cuando
lo pri mero, me servía en u n vaso y aguardaba de pie sin
moverse, observá ndome mientras consu mía su conte n ido.
Una de esas veces, después de q u e me miró las ma nos,
sorpresivamente me preguntó:

-¿Usted es casado verda d ?

-No-Le mentí resuelto�Tu sexto sentido debe estarte


fa l l a ndo.

-Usted es casado, lo sé. ¿ Por qué se q uitó l a argo l l a

1 31
de matrimon io? No desea que nadie sepa que es casado.
SI, eso es.
-Me ,sorprende tu imag inación, Angé l ica. Es muy g ra n-
de.
-En vista de que se está enojando, no hablemos más
de el lo. No importa rea lmente . . . Pero m ire, véase e l dedo
y acepte que la ma rca cla ra lo delata que usaba a lg u n a a r­
gol la.
E l l a tenía razón, ha bía hue l l a del a n i l lo. Ahora q ue me
lo preguntaba no sabía cuá l fue rea l mente e l motivo que
me l levó a quitá rmelo. Tal vez por comod idad. O a lo me­
jor como decía la muchacha para q ue no supieran que era
casado.
La joven me pareció gra ndiosa en su observación, por
lo que esta vez sonreí, lo que le dió ánimos para comentar:
-Debió casarse muy joven.
-Sí.
-¿Tiene hi jos?
-Nó. Aún nó.
-¿Cómo es su esposa, es h�rmosa? Nó, no me lo d i­
ga. Son ya d emasiadas preguntas.
Fue todo lo que habló. Abandonó el cuarto caminando
aprisa como si record a ra a lgo urgente que requería su pre­
sencia en otra parte.
Ciertamente Angélica e ra una mujer sencilla pero a de­
dr verdad hermosa como pocas. Originaria de un pueblo
encl avado en medio de la sierra, y hasta hacía poco tiempo
dejaba de vivir en é l . E l l a no era en cambio poseedora de
g randes conocimientos, los elementa les ú n icamente, pero
cuan graciosa y oportuna era en sus observaciones. No obs­
tante su escasa prepa ración, poseía uria i nteligencia nota­
ble. Y seguro que de haber tenido la oportunidad de cur-

1 32
sar estudios profesionales, habría llegado a brillar en su
ramo.
Las manzanas de Canatlán son muy rojas y hermosas.
La muchacha ni más ni menos parecía u na manzana de Ca­
natlán, muy hermosa y roja de l as meji llas; piel blanca y
acerada, sin que n i r:i guna i m p ureza le afeara el rostro; ca­
bel l o color canela, largo y abundante y notablemente se­
doso. En su frente abu ltada y crecida se le denotaba su in­
teligencia. El belfo contraste de su cara fo hadan sus pro­
fundos ojos azu les. En fin, cada uno de sus rasgos eran an­
gelicales, fas cejas, las pestañas, fa nariz, la boca. Y su cuer­
po, ah, su cuerpo. Alta espigada, pechos macizos, caderas
c urvas. Al verla tan hermosa me preguntaba yo cómo po­
día existir una beldad así en un medio similar. Al parecer
sus ascendientes eran de sangre aria.
Ella debía aprender a lgunas cosas elementales. Por
ejemplo, su vestido debía ser menos largo. Pero ése, y otros
detal les similares vié�Qlo bien eran insign.ificantes.
El d ía siguiente , a man:� cló soleado, con el cielo despe­
jado. A mitad de mañana escuché e l ruido de u n a avioneta
q ue venía procedente de Durango, aprovechando el buen
tiempo de ese d ía.
Hacia los treinta m i n utos de q ue aterrizó el aparato,
Angél ica vino a verme a m i habitación, cargando con u na
pequeña caj a de cartón.
-E·s para usted, le l legó de D Y, rango hace un momen-
to.

Me alegré de verla porque sabía que aquel l a bien po­


d ía ser una oportunidad de platicar con ella. Pretendiendo
ser agradable la invité a pasar, tardando en decidirse.
Cuando finalmente se introdujo, tuve la caja en mis
manos.

-El envío este me tranquiliza-Le comenté sonriente­


Empezaba a creer qué mi esposa me olvidaba.

1 33
De antemano me imaginaba lo que contenía. Sería u n
pastel, d u lces, o a lgo p a recido. M i esposa siempre tenía en
cuenta m i glotoner í a . Pero además, hasta en ese m omento
me acordaba q ue era el an iversario de mi nacim iento, o sea
q ue cu m p l ía los 2 3 años de vida.

-Me estoy volviendo viejo con rapidez, Angélica. Hoy


cumplo vei ntitrés años. Mi espos a , se ha acordado de mí .

-Me conmueve lo que sucede. ¿ Puedo felicitarlo?

Como rayo accedí y nos a brazamos a m i stosamente. Al


tener l a oportunidad le pedí que m e tuteara, a l o q ue es­
tuvo de acuerdo.

-Está bien, Carlos. Acepto tutearte.

No cabía duda que Angélica me sig nificaba una 9rata


compañía. En aquel medio ta n resecd y tan poco favora­
ble, yo req uería de convivir con a lg u ien. Me sentía solo y
empezaba a extrañar la ciudad, y los l ug a res que solía fre­
cuentar para re unirm e con m is a m igos en lugares donde
s e d i sfrutaba de la a l egría y la camaradería. Aparte q ue
en Durango la vida era más pl acentera porque no se su­
frían tantas carencias, y además porq ue estaría más cerca
de mi f am i l i a y d e m i s am igos, y con mayor posi bilidad de
encontrar un buen empleo el d ía qu e menos lo espe raba. Los
d ías l l uviosos o c a l u rosos en aq uel l ugar, los pasaba su m'i·
do en el cuarto del hotel como si fuera un ca l a bozo, s i n á n i­
mos de caminar por l a s ca l les convertidas en arroyuelos y
en loda rme los zapatos. Lo mas que hacía era visitar a Jesús
e l peluq uero, o bien me l l egaba hasta la p lazuela a tomar­
me un refresco. De a ntemano sa bía qu e no a b undaban
aquel los casos que requerían mi intervención, por l o cual a
veces o·l vidaba con fac i l id a d que era el Agente del Min is­
terio Público.

E ra tiempo ya, de irme preoc upa ndo de l a cuestión eco­


nómica . E l sueldo de nómina era i nd i gna mente raq u ítico, m i l
pesos, menos e l descuento d e Ha ci,J'.!9.a . Y s i n embargo, con

1 34
tan poco d i nero tenía que vivir en aquel medio donde los
satisfactores eran increíblemente caros, y además enviar a
mi esposa lo suficiente para su manutención. Algo difícil.
Quizá ya hasta m e empezaba a arrepentir de ser tan es­
pléndido con l o q ue la com pañ í a me otorgaba a modo de
compensación, pero me resu lta ba i m posible dar marcha
atrás en mi decisión de darle e l dinero a l a a ncia n a . Me ha­
bía equivocado al pensar que existían "ciertos negocios" re­
dituables para el Agente del Mi nisterio P ú b l ico. Los ricos
que cometían a lguna fechoría no eran fáci les de pescar.
Y los mineros aparte de que no debía ap rovec harme de e l los,
preferían ir a la cárce l, porque e l lo les convenía debido a
que las fa ltas a su tra bajo esta ban plenamente j ustificadas.

Para sobrevivir, me ví en la penosísima necesidad de


vender una arma de mi propiedad en cerca de mil quinientos
pesos, cantidad q u e deposité en l a ofici n a de Telégrafos pa­
ra que fuera remitida med i ante . un g i ro a Durango. Al mi­
rar la ficha del dinero, el empleado del telégrafo me miró
con deten i--iiento, y tras de sonreír con a lgo de ma l icia, me
comentó:
·

-Oiga Licenciado, ¿no cree que es muy p ronto para


que mande d inero a su casa ? Si alguien lo supiera podría
pens a r m a l de usted. Para mí, que debería despistar un po­
co m á s.

Menudas .pala bras escuc h .J 1Ja. Evidenteme nte pensaba


q ue el di nero era fruto de mis trinq uetes, pero nada más
a lejado de la verdad. A ú n cua ndo me sobrevino un fuerte
enojo, nada le reproché, porque tuve en cuenta que un
h ombre así no merecía ni nguna expl icación . Además que
él y los demás pensaran lo que les diera su mal dita gana.
H a sta el fina l de mi gestión en aquel l ugar, ocurrió
a lgo imprevisto e i nesperado q ue vino a a liviarme en mu­
cho m i situación eco n ómica, mientras tanto me declaraba en
a horro a bsoluto.
·

El tri ple crimen reg�n cometido en a lgo me transtorn6,

1 35
pero a l paso de los d ía s me olvida ba de los deta l l es, guar­
dándolo en mi mente ú nicamente como una experiencia
más. En el futuro, h a b r íari, de cometerse otros homicidios en
los cuales me toéó.. intervenir.

No obstante tanto problema que me aquejaba, e l pu e ­


blo me agrad a ba . Su aspecto en lo genera l era hermoso,
pintoresco y origina l , a l menos a mí me resultaba de esa ·

manera por su i nf luencia de costa.

Ten í a tiempo para percatarme q u e todo el m ovimiento


comercia l se hacía exclusivamente a l Estado de la Costa, s i n
q u e Durango reci biera beneficio a lg uno. No podía saber a
q ué se debía su preferencia, en cuestión de distancia am­
bas eran las m ismas más o menos.

Mientras permanecía en la p l azuel a , no hacía otra co­


sa que observar a la gente. Procedían de ma nera muy es­
peci a l , y si de p l aticar se trataba empleaban a lgunas pala­
bras m a l sonantes a ú n e n l a charla más simple. Toda persona
por respetable que fuera lo hacía, incluyendo a las m uje­
res y a los menores de edad. Al no estar acostumbrado pre­
cisamente a escuchar frases tan subidas de color d ichas con
tanta im punidad, en cierta forma me sentía molesto. Más
con el tiempo logré acostumbra rme, c u m p l iéndose e n m í ese
refrán q u e d ice: A la tierra q u e fuereis has lo que viere i s ,

Claro está q u e n o todo en e l Parián e r a equivocado.


Existían cosas muy d ignas y agradables. Sus m u jeres nada
menos. Había doce n a s de el l as, l a mayoría simpáticas y muy
hermosas, por lo genera l de estatura mediana, q uizás a ltas,
cuerpos gruesos y endiabladamente bien formados, piernas
perfectamente bien modeladas. Sí, definitivamente q u e son
mujeres muy hermosas. Me acuerdo y me seg u i ré acordan­
do de algunas: Bárbara, Chayito, Ludivina, Rebeca, Ogarita,
Ar'ace l i, Teresa, Gloria, Clementina . Y la mismísima An­
. .

gélica.

Además de hermosas, aquellas m ujercitas eran suma­


mente hospita larias. Desde un principio me a l ag a ron con i nvita-

1 36
dones a comer en sus casas, máxime cuando era novedad
en e l l as conocer al n uevo Agente del Mi nisterio Públ ico.

Con agrado me percataba que las jóvenes en su ma­


yoría por cuestiones del medio tenían una voz ahogada, y
por ello solían pronunciar mal a lgunas palabras. Pero tal
cosa· en é l l a s que eran tan agradables lejos de convertirse
en defecto se convertía en encanto. En ocasiones su termi­
nología era diferente y l lama ban los objetos de modo
distinto a como uno los conoce. A un reloj por ejemplo le
decían pulso; a un camión de carga, carro; las monas bichis,
a los desnudos femeninos; plebes, a los ni ños.

Sería realmente por tanta mujer agradable que el pue­


blo me gustaba. Capaces eran de proporcionar al más exi­
gente a legría y d i stracción.

Si l as mujeres abundaban en aquel lugar, no así los


varones, la mayoría abandonaba el pueblo en busca de me­
jores horizontes, y ú nicamente regresaban ¿uando e l otro
medio donde pretendían vivir los derrotaba. Aq uel los jóve­
nes que pertenecían a famil ias de suficientes posi bil idades
económicas, solían estudiar fuera, donde hay educación su­
perior. Sería por éllo que las mujeres estaban deseosas de
hacer miga·s con los forastero·S.

A los pocos días ten ía m uchas amigas, con tan buena


suerte que algunas me hacían algún presente, o me for­
m u l a ban simples invitaciones para visitar su casa. Corto me
resultaba el tiempo para hacer estas am istades.
En determ inados momentos las ca l les lucían desiertas
como si fuera pueblo fantasma, la razón principal era el ca­
lor y que casi todo el mundo trabajaba, hombres o muje­
res o adolescentes, la empresa minera les proporcionaba em­
p leo y creo q ue ten ían déficit de personal. De todos estos
trabajadores los que corren con peor suerte son los mine­
ros porque casi todos mueren rel ativamente jóvenes a causa
de esa mal igna enfermedad denominada sil icosis. Aquellas
gentes que al fin nada saben de terminologías, a los s i lico-

1 37
sos . los llaman simplemente Casca.dos. Un .cascado . signifjca
un candidato a cadáver. S!Js cai:a(:te�ístié::as �n O)\JY }��!�-
les y conmueven con
su sólo aspecto:
Es curioso cómo la n�eS;idai:f_�Í;>,,igap� fr�ba¡��:�· ��e­
a
llos hombres, aún a sabi e ndas dtr, ,q0.e ·m9riría"!
.ióv�n�s.,,- lf
expl icación está en que _ al no ,existir otro .majio . df:'.. yid�, ��­
_
n
taba trabajar en las entrañas. de .J.a mina. �sigoao�.o,��. a . s.v
suerte. QÚé duro les ha brí� <;ie , re$µltar . r�slgnar�e'. �1.t: únko

defecto es que no nacíerob ricos . . qu � á·�: t� 1.an'gys : , ,9 � M �
o?
sentían era menor a la q1-1e les, r,r. .u.c�a . '{e,r: ,�.;�u� fl.�i<>s...Y
a sus esposas hambrientos. �? ��IJel "p�(:)l9 ,;��lo,.
ha y:..P9;
alternativas, ser rico o ser m mero.
El futuro del Pai-!á� s.e c¡yi �9�� :,b;>��0�c�so: ·,§IJ.� .�.�l:>if!'IJ­
·

tes temen los años venideros. Sa � � q,:r� .. tard� , f!l!!'t }E!J"Q lilfª­
no el mineral va a agotarse y tendran - entonces, que em1grá·r
hada rumbos desconocidos. Ojalá: y el mi eral no :sé. agote n
en muchos años. Ese es su rueg:o,_ --, , ·: ·.

Las gentes tienen e.I a n'tece.<;J�9t� ;"diqv.e :�nÓ' �b�cfrriti­


cho tiem po desapareció el. pueb.(o 3te� la ,Pjl�,, S�n J�r{lni iI!Q,
después y s i gu ie ron algunos. otro$ c�.ntro,s p� tn1b¡;i¡q.: llh�.m,i­
na hay que tenerlo en cuenta, es qY,iz� eJ, rj��io'iniis i nd�rfp
i
que ex ste. Afortunada mente p�ra,·aq4ella� tam tii.��. , f'.!leflj�Q­
te unos estudios técnicos que se lévanta rón' 'se lle'g6 al eón-
, venei miento de que el mi n era l no se agotará cen por ;Jo me­
nos trei nta años más. P�ro suponi e ndo que ,Pe e�.. ma:ner;a
. sea, tre·l nt a añ os no es mucho· tiempo;: ¿Y a �a!e inífr !des-
pués? ¿Qué h a rán , ¿ Dónde ;encdntrar�n;:�,,¡efles Fde '. ifami­
lia otra clase de tra ba jo?. Casj n,�nq ún .. p;atrón , .g\J,sta e l a d
gente en fe r mi sa . Ocurrirá uri éxo¿{9� , afro. '.é�Odo . de· cuan<;lp
menos d iez mi l , person s que' a jón : 'vive� · �s
Jos �:·qué �n·
, rancherías de I¡;¡ régióri qUe suqslst.�if 1ghi�Jas: .!a'·.gnpr��P
a
m!pera, ya que la agric4 ltvra y f�·•'S�n,a��.ríél, i,sQ� :� .���-
._ D¡üla_ R___
tic amente , debi c:lc:> p recis a,m.en!ª
� _, ·,·_._ 13_ _iº t.� r_:.i.b_r� rjf�..,·1 9. . G<;_.\ . ­
r �
d
ta o del terreno. _las gentes 5e :Y�n 0Q..l,1�ad��>
•. .•
9�ry
pq� .�_lJp,, ry_n�-
..
mo a sembrar en la�
,
Jaldas _
de )9$ i::�r,1:9�¡. y._ �.IJ: . vr. c;:� rr�. 0l a
cos�ha nunca rinde.
Un pueblo así, q ue vive víctima de las injusticias socia­
les, de la explotación, de las h u m i ll aciones mas viles, de l a
angustia, de l a bandono, pocos ánimos tend�á de superar­
se. Será por éllo q u e tratan de ahogar sus penas en la pa­
rranda eterna .

C l a ro está 'que l a Co mpañía M inera es l a encargada


de propiciar tanto vicio. A e l l a le conviene, para que sus
trabajadores se olviden d e defender sus derechos. Al pue-­
blo circo y vino.

Los a l imentos básicos como la carne y la leche esca�


cean, pero la cerveza abunda en increíbles cantid ades.
Cuando por tierra no se podía, era transportada en avión. Y
si he d icho que todo es desproporc ionad amente c a ro, debo
hacer la excepción de la bebida a lcohól ica, que era muy ba­
rata, si no es que su desca ro l legue a tanto que la van a
reg·a l a r p a ra acaba r de embrutece rlos a todos . Una coca col a
costaba dos pesos, una ce rveza ochenta centavos.

Apa rte de Jesús me agradaba frecuentar al Tesorero


Municipal, cuya principal característica era su buen humor.
Tenía ojos verdes y gustaba a las muj eres. Tanto el Juez co-
. mo yo, reíamos en tardes intf1rminables por o bra de su
magnífico sentido del humor. Su, pasatiempo favorito ade-­
más de las m u jeres, lo constitu ía · el tiro a l blanco. Siempre
que sal ía a practicarlo, me invitaba y aceptaba gustoso. De
esa manera tomábamos a lo l a rgo d e l a rroyo rumbo a la
sierra, hasta donde existía una caída d e agua. Ahí acam­
pába mos, y después de d isparar las armas por docenas de
veces, comíamos o nadábamos.

Para entonces, me convencía q ue el Agente del Minis­


terio Público se convierte en un personaje muy popular. En
todo el pueblo no existe qu ien no lo pueda identificar. Cu­
riosamente lo llaman "Mini", e n abreviatura de Mintsterio.
"El Mini". "Buenos d ías Mini". "Mini, venimos a invitarlo
a. . . ''

En otro aspecto, el Ministerio · Pú b lico es temido el"

1 39
cierto modo. Y será por éso que todo el mundo se esfuerza
en estar bien con él, como si pen saran que un modesto
Agente todo lo puede . Aunque aque l lo es comprensible.
porque en ese pueblo ex iste el a ntecedente de. q ue la ma·
yoría de los Agentes m a ndaban a prisión a cuantos se les
anto�aba, sin importa r fuera i legal.

El pueblo entero recordaba todavía a cierto Agente,


por sus a rbitra riedades precisamente. Su p asatiempo favori·
to era beber y golpear a los presos sin motivo aparente, e
incl uso en una ocasión casi ahorcó a uno de el los, envián·
dolo a l hospita l. Los detenidos desprotegidos a l fin, todo
le to leraban. El Jefe de l a Pol icía Municipal huelga decir
que fue su principa l a l iado. Un día, habiendo subestimado
la influencia del cura de l l ug a r cometió un g rave error a l
ba lacear las torres de l a ig lesia desde e l hotel donde se
hospedaba . Los im pactos quedaron marcados en la pared.
El cura, hombre vol unta rioso y acostum brado a que todo
mundo lo reverenciara y lo m i rara co n respeto, casi sufre u n
co la pso por la i r a q ue l o atacó a l percata rse d e tan grave
desacato. V ino a Dura ngo a quejarse, siendo la consecuen·
cia la destitución fu l m i nante del a rbitrario Agente.

Otras de sus gracias fue que cuando a lg uien l legaba a l


hotel en su busca para q u e atendiera algún asunto d e s u
incumbencia y que tenía q u e l l a ma r en l a puerta d e su ha­
bitación, tenía que hacerlo emp leando a lgún madero y con
el cuerpo proteg ido por la pared para evitar ser el b l a nco
de los d isparos q ue hacía a través de l a puerta. Esto a l pa·
recer lo divertía grandert'lente. Un día por poco mata a uno.

En el pueblo todos estaban a la espectativa de m i


comportam iento. Algunos estarían espera ndo' q ue resu ltaría
semef.a nte o peor al q ue me referí, pero m ientras tanto ca­
l l aban y me observa ban pasar por la c a l l e esg ri miendo en
su cara cierta expresión de desconfianza.

1 40
6
Durante mucho tiempo abundaron los extra n jeros en
aquel l ugar. Vino el día en que p a u l atina mente deja ron e l
pueblo hasta q uedar unos cuantos ún ica mente. · En u n prin­
cipio todos los puestos de i mporatncia d e ntro de la Compa ñ ía
Minera estaban a cargo exclusiva mente de dichos extranje­
ros. Después q ue se vieron en la neces idad de hacer la far­
sa de q u e la Empresa se naciona l izaba, sustituyeron en a lgu­
nos cargos a los extran jeros por mexicanos. Huelga decir
q ue los d i rigentes son en su tota l idad norteamericanos, o
séa aquel los de los cua les depende el fu ncionamiento de la
Mina. Los nacionales ocupan p uestos de segunda l ínea.

Acostumbr<idos a vivir cómodamente, la Colonia Ex­


tra njera fue obra de los norteamericanos q ue en é l la vivie­
ron con sus fam i l ias. Al a bandona r el pueblo, sus casas fue­
ron ocupadas por los que ven ía n a suplirlos.

En la mencionada Colonia se goza de g ra ndes comodi­


d ades. Hay energía eléctrica, agua potable, sala de cine, bo­
l iche, frontones, canchas de .tenis, a l bercas, g randes áreas
verdes. Las casas por lo general cuentan con a i re acondicio­
nado y son espaciosas y cómodas.

1 43
En su magnanimidad, la Com p a ñ ía accedió a dar ener­
g ía eléctrica a l resto del pueblo, así como extenderles una
red· de agua pota ble, pero ambos servicios en otro lugar que
no sea la Co lon i a son pésimos, y no se tiene la seg uridad
de contar con él los, porque a c u a lq uier momento se suspen­
den si.n previo aviso.
Al irse los extran jeros y ser supl idos por mexicanos,
nació un desag radable problema. Si aque l los no ayudaban
a l pueblo y lo explotaban vil mente y lo h u m i l laban, algunos
compatriotas hacen lo prop io, además de que ren iegan de
la gente a la que pertenecen, a islándose completamente, y
ni por accidente conviven social mente con l a clase trabaja­
.p
dora. Su preocu ación constante y su ambición es obtener
la gracia y la sim patía de los di rigentes para que no los
subestimen y 1.es inviten a sus reuniones y a sus fiestas. En
ocasiones que suelen ir por las ca l les del pueblo acompaña­
dos de sus esposas, éstas caminan ufa nas con a i re despóti­
co sin que se di gnen voltear a sus l ados y menos sa l udar a
a lguien.
Dura nte las labores en l a mi na, la situación se agrava. ,
En su desesperación por ganarse l a si mpa,t ía de los extran­
jeros, a lgunos compatriotas d icho sea cori vergüenza, m a l­
tratan al trá bajador y le exigen rend imiento a base de in­
sultos ' hu m i l l antes. Algu nos l legaron a tanto que se atrevie­
ron a golpear a al guno emp leando u n a cuerda o l a cuar­
ta de las mulas. Esos m ismos son los que rotundamente se
han opuesto cuando se ha tratado de mejorar el salario de
los trabajadores, a rgumentando "que no traba j a n lo suficien­
te".
Puede considerarse q ue en e l pueblo hay otra clase de
privi legi ados. Estos son los comerciantes. Aunque las tiendas.
en apariencia pertenecen a particu l a res, son de la Com pa­
ñía Minera, pero los q ue aparecen como dueños l levan buen
porcenta je en las ganancias, lo que les permite vivir digna­
mente y disfrutar de u n a casa cómod a , e incluso envían a
sus hi jos a educarse a otros l ug a res. Los comerciantes, por

1 44
supuesto, simpatizan con los que viven en la Colonia Ex­
tranjera, e i ncluso se esfuerzan en lograr relaciones más es­
trechas, pensando que e l lo los benficia. La clase popu lar,
los trabajadores, nada les importan, los menosprecian y los
explotan med i a nte la venta excesivamente cara de los satis­
factores.
La c asi tota l idad de les t r a b a j adores están confinados
en una área q u e se denom i n a " B a rrio de la Queb r a da . Y "

si bien es cie rto q u e su sala rio es más o menos decoroso,


de nada les v a l e puesto q u e tod as l a s mercancías son ,muy
caras y no l es basta p a r a v i v i r con decoro. Ya se ha dicho que
la Compañía es d ueña d e los comercios, y es dueña del
ci ne, de las m u e b l s r ías, d e los servicios u r b a n ísticos, del
transporte y de todo, d e todo l o q u e tiene vida. E n esas cir·
c u n stanci a s todo lo que pagan al trabajador vuelve pronto
a s u s arcas, y eso d e l sa i a rio a l to se convi e rte en m era fi cci ón
·

Esta ndo uno a l l á es m u y fác i l p erca t a rse q ue la clase


tra b a j adora se encuentra descarriada, sin tener noció n de
lo que s i g n ifica el concepto a g r u p a rse. Son víct im a s de to­
dos, y hasta de e l los mismos. Su mu ndo y su a l iciente son
las tabernas y e l a l coho l . S u d edi cac ión a la parranda es
sorprendente. El d e s p i l fa rro d e s u sa lario aumenta las · ca­
rencias en su hogar, pero no les interesa, nunca hacen na­
da por remed iar la situación .
. Como dato curioso m e n c i o n aré que e l avión que vue la
a Durango cada tercer día, transporta algo así como cincuen­
ta litros de leche para una población de cerca de <;liez m i l .
Dicho a l imento e s exclusivamente para e l gerente d e l a
compañía y sus co laboradoíes im portantes, y pasan años y
años sin q ue las fam i l ias humi ldes l a prueben. <;on a notar
que un litro de leche, si acaso toca la suerte q u e esté en
venta, cuesta ni más n i menos cerca de q u ince pesos, está
d icho todo. Por otra parte, el kilo de carne cuesta sesenta
pesos. El azúcar seis pesos. Los huevos dos cincuenta. Una
barra de hielo de ocho ki los, l a compañía la vende en vein­
te pesos, o sea que a casi tres pesos el kilo, m ientras qu e

1 45
en otros lugares v a l e - a lo más q u i nc e centavos.

Y si en aque l l a región escasea la agricultura y g a na­


dería, como compensación a bunda la fruta más variada. El
clima cálido es propicio. Por plena ca lle se ven á rboles de
mangos, de p l átanos, de g uayabas. La a bundante fruta ayu­
da en suerte en la d ieta de las fam i l ias.

En todo el pueblo existen únicamente dos carnicerías.


N inguno de los d ueños d e los dos esta blecim ientos son im­
pa rcia les cuando de expender l a carne se trata, e l los tienen
sus preferencias, unas preferencias crueles. La ca rne q u e
puede considerarse de buena ca l idad, n o l a venden a cual­
q uiera, únicamente a aquel los que tienen el privi legio de
ha bitar e n la Co lon ia Extra n jera. Los perros q ue estos tienen
en sus casas, como si tuvieran más derecho q ue el pueblo,
repletan sus intestinos de carne blanda y jugosa hasta har­
tarse. En cambio l a s fam i lias humi ldes tienen q u e confor­
marse con un pu ñado de h uesos pesti lentes q u e hacen u n
c a l d o negrusco i m posible d e consumir. L a s q uejas q u e b ro­
tan, nadie l as escucha. Los ladridos d e los perros se oyen
más fuerte.

1 46
7
Los síntomas de los sil icosos son m uy comunes. Los in­
d ividuos comienzan por adelgasa rse a larmantemente y van
apergam i n ándose; el tórax se les estrecha y los hombros se
les deforman ha5ta meter miedo. Una tos cua nto más aguda
eterna los a q u e j a . El escalofrío q ue les sobreviene no les
permite estar quietos por un só lo instante, prod uciéndoles
un frío terrible. Es por ello muy frecuente ver a los sil ico ­
sbs cubiertos con g ruesas mantas bajo el p l eno sol aún en
vera no. En verdad que su situación es desesperante,
" y al
corazón m á s d u ro causan compasión.

Al transcurrir el tiempo no a rticu lan las pa labras ade­


cuadamente y la voz adquiere un tono lastimoso. Debido a l
incesa nte toser l a g a rg a nta s e v a reseca ndo hasta q ue em­
pieza a desg arrarse dolorosa mente . Es entonces cua ndo la
persona se siente rrtbrir de asfixia y siente que los pul mones
le explotan . Por l as noches, cuando se h a l l a n acostados, no
encuentran postura, cambi a n de posición a cada momento,
ora de frente, ora boca aba jo, escuchándose sus respi ros
p rofundos y desesperados.

1 49
Como consecuencia de lo herido d e la g a rganta, la
s a ng re empieza a brotar, mezclá ndose con la sal iva; e l en­
fermo se ve o b l igado a escupirla sino qu iere morir a 11oga­
do. Al paso de los d ías e l sa ngrar es incesante. Por la no­
che lo más cómodo es q u e expulsen l a sangre en a lg ú n• re·
cipiente, cuando ésto sucede tiene .que vacia rse varias ve­
ces. Para a lgunos l a agonía se prolonga hasta que les es im­
posible introd ucir más el a i re a sus pul mones. Pa ra otros,
un d ía que su tos es demasiado fUerte, y q u e la g a rg a nta
acaba de desgarrárseles por completo, les sobreviene una
hemorragia q ue con ningún remedio puede evitarse, mu­
riendo en medio de los graves a l aridos que el infernal su­
frimiento les a rranca .

Y es así, como dece.nas y decenas de cascados van


mu riendo. Por obra' de la naturaleza misma1 aquell'as gen­
tes poco a poco se van h aciendo in munes a estos cuadr os
tan horrendos; es como si tan terrible muerte no log rara
asustarlos más.

La sil i co.s is es la con secuencia del abandono en que es­


tán los mineros. N u nca nadie ha hecho nada por �jorar
sus condiciones de trabajo, a bandonándolos a su suerte. El
Sindicato existente en ni nguna forma · los prote ge. Los agre­
miados ú n icamente son tomados en cuenta para explotarlos.
Cuando u n cascado m uere sus fam i l iares reciben a lgunos
pesos a modo de indemnización, siendo rid ícula la cantidad
q u e se paga a cambio de su vida.

N ada me pc:idía contestar cuando me preguntaba como


era posible que los individuos aque l l os acepta ban trabajar
de mineros cuando de a ntemano sabían que contraerían tan
terri ble mal. Raro es el m inero que sobrepasa los cuarenta
y cinco años de ��ª�· Será por e l l o q'i en .e l Parián hay
pocos hombres v1�1os. : ·" ·

A la sil icosis le antecede la tuberculosis. Esta, es bien


s a bido, es u n m a l muy contagioso, y los hogares de los
mineros se convierten en focos de infección, contagiá ndose

1 50
l os demás miembros. No m iento si digo q ue la m ayoría de
los habitantes de aquel l a regi6n padecen túbercu losis.

Mientras tanto, el mundo contin u a ba su marcha . Yo,


contiouaba fam i l i a rizándome con la gente d e l pueblo. Pau­
latinamente i ba deja ndo de ser para el los un desconocido.
Ahora dejaban de mostrarse recelosos hacia mí, e incluso
procu r a ban mi a mista d .

Asf pues, poco a poco iba encontrando mi acomodo.


con frecuencia recib.ía invitaciones para e m borracharme, otras
veces me inv ita ban simplemente a comer, pero con más in­
sistencia me convidaban a tomar v ino. En ocasiones que no
podía rehusarme aceptaba l i ba r con e l los, pero tan pronto
como la oportunidad se me presentaba me a l e jabá. De otro
modo, e �toy seguro, me h u biera convertido en un bebedor
empedernido a l paso d el tiempo. De t<;>das ma neras me era
impos i b le tomar la m isma c;a ntidad q ue ellos, mi resistencia
era inferior cienfo por ciento. T omaban durante la tarde, por
la noche, y a manecían ingi riendo en cualqu i er. cantina a
puerta cerrad a, eo la mayoría de los casos les amenizaba
a lg u no de los conju ntos musica les; que más que a legrar en
a lguna forma, e mbrutec ían con e l ruidajo de sus canc iones
rancheras a l más cabeza de pied ra.

Verdaderamente · q ue el consumo de vino y la vagan­


cia son a l a rma ntes. Como cosa inesperada en aquel medio,
un maestro rura l que se espantó por esta .situac ión, trató de
a lejar a los tra ba jadores del vicio invitándolos a que practi­
caran a lg ú n deporte. Med ia nte aportaciones que de diver­
sas personas o btuvo, construyó u n a cancha de basquet bol,
y au nq ue su intención nunca rindió todo el fruto deseado,
por las ta rdes se ve ían g rupos de muchachos q ue jugaban
con la pelota. Los d..2 m i ngos hay torneos, en el que toman
.
parte equi pos que 'J1'énen de los pueblos a)edaños. El maes­
tro en parte Juve . éx i·to.

Ante la total carencia d e diversio nes, las fa m i l ias ade­


más de presenciar las competencias deportivas, asisten al ci-

151
ne. Cada tercer d í a d � n función, y no hay q uien se q uede
en casa. Mientras d ura l a proyección l a s ca l les q uedan de·
siertas como por a rte de magia, y así como va n las cosas
el cine pronto se convertirá para, el los en más q ue un gus­
to en u n vicio. La s a l a está siempre l lena, no i m porta que
exh i ban a lguna pe l ícula de corte a ntiguo o de pésima c a l i­
d ad, asisten de modo mecán ico.

La sala c i nematográfica, como todo l o que en el Parián


produce d inero es d e l a Compañ ía , ya se ha dicho. Las ga­
nancias que de a h í se obtienen son jugosas, porque los pre­
cios de admisión son e levados, es mayor q ue el que se co­
bra en la ciudad en un cine de primera. Por otro l ado, e l
encargado de m a n i p u l a r los a p aratos de p royección pierde
el orden de l os rol los y de esa manera ve u no pasar el fi­
nal al principio. Pero nadie se q u e j a n i d ice nada, todo m u n­
do se conforma mansamente.

Teniendo d ías de radicar en el pueblo, estaba en po­


s i b i l idad de conocer a todos sus ha bitantes. Un día, u n hom­
bre me l lamó la atención de manera especia l . Pasaba por
la cal le y con fac i l idad podía d isti ngui rse de los demás. En
verdad que no pude evitar m i ra rlo. Su andar era mesura­
do, como si fuera u n pastor g u i a ndo ovejas. A c u a lq u iera
q ue l e brindara e l sa l udo le correspondía afablemente. Se
trataba n i más n i menos que d e l cura del lugar. Sus hábitos
eran de color bla nco por razones de la orden a q ue per­
tenecía, y además por el endemon iado ca lor. Su sombrero
del m ismo color, de p a l m a . I nd u d a b lemente q ue como fiso­
nomista era excelente, me vió tan sólo una vez y ésta bastó
para q ue después me identificara perfectamente. Tal vez
e l l o se debía a la preocupación q ue tenía de q ue no fuera
a resultar como mi antecesor, o sea aquel que le balaceó
la iglesia.

Este hombre, el párroco, poseía una vasta cu ltura, con


el tiempo me convencí. Dom i n a ba a la perfección no me­
nos de cuatro idiomas apa rte del l atín. Por otro lado, era
un f l a m a nte músico. No en vano estudió en el mejor Con-

1 52
servatorio de Ita l i a . Con la misma h a b i l idad i nterpretaba di­
versos instrumentos, pero espec i a l mente g ustaba de tocar e, I
órgan°' que s.e h a l l a ba en la sacristía. Hasta la ca l le se oía
mús ica de Bach, y a j uzg a r por l a frecuencia con que l a
interpreta ba, Tocata y Fuga e r a su preferida.

El clérigo tendría a lgu nos sesenta años , usaba lentes , y


la verdad es q ue en l a expresión de su rostro denotaba
cierto misterio. En determinado aspecto, podía considera rse
al go así como un cura moderno. Tan pronto se h izo cargo de
la parroquia y ordenó q u itar cuanto Santo ha bía dentro de
la i g l esia, y desde entonces sólo se mira un gran cristo col­
gado sobre e l altar. E l impacto que su med ida causó fue
muy du ro para los creyentes quienes se atrevieron a mos­
trar inconform idad, lo que de nada les sirvió. "El que q u ie­
ra q u e venga a l a iglesia como está . Si no, que se vaya a
seguir en la mald ita borrachera". Les d i jo iracundo en un
sermón.

El clérigo no e ra egoísta ni envidioso. Se echó a cues­


tas la tarea de desempeñ ar una función soc i a l de cierta im­
portancia. Formó grupos tanto de hombre s como de joven­
citas, a q u ienes por las tardes les impartía lecciones de
idiomas y de música . I ncluso l legó a formar un conjunto de
música moderna q ue la mayoría de l a s veees acced ía tocar en
los bai les.

Debido a las med idas tan d rásticas del cura para re­
formar el interior del templo, muchos creyentes se a lejaron,
'y n i siquiera los domingos asistían a mi sa . Al c u ra no le
hacía mella, muy pronto se acostumbró a q u e su sermón
fuera escuchado por escaso n ú mero dE} asi stentes, ancianas
en su mayoría . Pero en ocasiones que n'o podía soportar más
aquel desaire, su enojo se hacía latente y regañ a ba a los
presentes, reproch áneole la asiduidad con que se entrega­
ban a l vicio y a l a s fiestas. Gusta ba de i l ustrar con ejem­
p los, y cierta vez con sarcasmo relató q ue en su tierra
cuando había una fiesta a los i nvitados se les reg a l a ba con
leche de vaca pura y fresca, quejá ndose de que en ese pue-

1 53
blo u n d ía fué invitado a una boda donde le dieron u n a ja­
na pern que hasta q ue consumió su contenido se percató
que contenía vi no. Y vino conten ía incluso �I pastel.

I n dudablemente q ue el párroco como humano poseía


a lgunos defectos, sin embargo era n más notorios . s u s rasgos
d ignos. Cualquiera podía eq u ivocarse con é l . No todo en su
persona era del icade;za, pu lcritud y erud icción. A veces prac­
ticaba u n a vida ordinaria y gusta ba remontarse a l cerro co­
mo v i l ji nete y recorrer los cam inos l l enos de polvo, transi·
tando solo casi siem pre.

Mis incurs iones hacia otros pueblos a lomo de m u l a en


camb io, no era n muy frecuentes. Pero c ierto d ía en q ue ca­
balgaba en com pañía de dos pol icías y de José, nos encon·
tramos a l cura por la montañ a , muy lejos del Parián, a dos
d ías de viaje. El hombre caminab a por el lado contrario a
donde lo hacía mos nosotros, ven ía solo, s i n nadie que l.o
'
acompañ ar a . Al p r i mer momento q u e lo ví, no me conve n ­
cí de que estuviera a h í rea l mente, teniendo l a necesidad
de clavarle la m i r a d a hasta estar seg uro. Me causó entonces
g rata sorpresa su presencia, y no pude menos que condo­
lerme de su aspecto. Su otrora flamante há bito b l a nco, lu­
cía negrusco; los crista les de sus g·a fas estaoan empañados
por el polvo; los l a bios se le mi raban resecos )- partidos por
la sed, e l ca nsancio 1' el sol . Era evidente que fustiga d o por
el sol, se decidió por dedondear la a leti l la de su sombrero
hacia a bajo.

Cuando estuvimos próx imos, e l c lérigo tiró de l a rien­


da para o b l i g a r a su cabalgad u ra a que se detuviera, lo hi­
zo con ta l violencia q u e el animal en a lgo resultó lastimado
del hocico.

-Su presencia por estos l uga res me causa sorpresa,


Padre-Le comenté ama ble.

Su contestación fue muy rápida.

-Creo que soy el que debe estar mas sorprendido con

1 54
su presencia . No es frecuente verlos por el monte. En cam­
bio yo suelo ir con mucha frecuencia . En el nombre de
Dios, ¿qué andan haciendo tan l ejo s del Pari á n ?

A cada u n o de los q l./e íbamos nos d ispensó u n a mi ra­


da aguda y en seguida nos sonrió afablemente.
-Le concedo la razón cuando d ice que poco venimos
por el monte. Por a hora nos d i rigimos a "Ventanas"; ocurrió
un trip le homicidio seg ún sa bemos. Mi presencia como Agen­
te de l Mi nisterio Públ ico es neces a ri.a .
Al escucha rme, pareció que el rostro . del cura se i l umi­
nó . •

-Justamente voy a "Ventanas" a celebrar u n matrimo­


n ! º· Pero por lo que veo tran sit a b a por camino equivocado.
-Efectivamente Padre-I ntervino uno de los policías­
El camino a "Ventanas" queda a sus esp a l das.
-Con esto que me pasa t e n go miedo de un día per­
derme e n e l curato. Espero que estén di spuestos a que los
acompañe, o mejor di cho les pido que .ustedes me acompa­
ñen a mí.
1

- Acompa ñ é mono s mutua mente Padre -Vo lví a h a b l a r


-Véngase. Pero antes d íga nos si necesita a lgo. Ag ua, a lgo.
-Son ustedes los que necesitan mi bend i c ión. Cami-
nemos si no hay in con ven i e nte .
Y echó a trotear, é l por ci e lante . Dura nte un buen rato
ca ba l gamos s u b ien do y r a ¡ a nd o lomas. Los anima les sufrían
l o accidentado del c a m i n o y se rese ntía n por el cansancio.
Pero no ún icamente las bestias se fatiga ba n , nosotros tam­
bién, espec i a l mente yo que además sufría por lo rosado de
las nal gas por lo l a rgo del c a m i no y por falta de costum­
bre de cabalgar. En cua nto al cura, él soportaba mejor l a
jornada, d u rante toda su vida f u e magnífico jinete, l a eq ui­
tación después lo su pe, fue su deporte favorito y su obli­
gación perteneciendo a la a r i st o c raci a . Hacía a ños, estando
en Europa conquistó u n campeonato regiona l .

1 55
Poco más a l l á d e l med iodía, a l l legar a la cumbre de
una de tantas montañas, d istinguimos a lo lejos, e n la hon­
donada, el pueblo de "Ventanas". Se trataba de un pueblo
pequeño, de l o cua l nos convencíamos por e l reducido nú­
mero de casas de adobe y de madera que se observa ban des­
de arri ba. José, que era nuestro g u ía por ser el ú n i co q ue
en verdad conocía l a región, nos hizo saber que aquel era
el poblado. Esta ndo en la cima, me imagin aba que req ue­
ríamos única mente de escasos minutos para arri bar, pero
estaba equivocado porque tuvi mos aún que caminar por más
de una hora. La gente nos esperaba y se interponían e n
nuestro camino sa lud á ndonos a ma bles. Los hombres forma­
ban grupos y caminaban a encontrarnos. Las mu jeres aguar­
d a ban por separado, casi sin moverse, y era notorio q ue
la mayoría vestían de negro, cubriéndose la cabeza con u n
chal d e l mismo color, otras con u n a toa l l a de ma no, como
si estuvieran convencidas que dicha prenda sustituía a la
perfección a las manti l las.

Era evidente que se a legraban de ver a l cura . Le son­


reían y lo acl a m a ban y todo mundo se desvivía en cara­
vanas para con él, como si tuvieran frente a e l los a una
d ivinidad. Al estar próxi mos, todo mundo deseaba besarle
la mano y se go lpeaban unos con otros en s u intento. In­
c l uso no fa ltó al gú n i ngenuo a quien le pa recí que poseía
tipo de cura y que trató de besarme también la mano. En
curiosa situ ación me ví en esos momentos.

Los anima les que nos cargaban l leva ban un cansancio


atroz y esta ban muy sed ientos. Por i nd icaciones del Jefe de
Cuartel se les co ndujo a donde ha bía agua y pastura fres­
ca. A nosotros nos l l evaron a una especie de enramada en
donde nos insta la mos en unas sil las e x istentes. No bien nos
ha bíamos sentado, apa reció u n a mujer que l l oraba, vieja en
su aspecto. Fue di recto a l Padre, y tomándolo de l a mano
tornó su l l a nto más agudo, quejándose de la muerte de sus
dos h i j os. O sea, dos de los tres que mataron.

1 56
Ahora que tenía l a oportunidad de hacerlo, pregunté
al Jefe de Cuarte l cómo h a bían sido las cosas, relatándome
el incidente con lujo de deta l les, advirtiéndome q ue había
creído conveniente no sepultar a los muertos hasta en tanto
no hiciera mi a rribo. Los cuerpos mientras, estaban tendidos
en una de las casas de "enfrente" según me lo hacía saber.
Convine en ir a é l los, a fin de dar fe y de toma r da­
tos para leva nta r el acta correspondiente. Cuando entré a
la pieza donde se h a l l a ban, ma ntuve l a respiración pensan­
do que hederían terrib lemente, más por fortu na el olor que
desped ían no era muy intenso, aún a pesa r de que ten ían
cinco días · de h a ber fa l lecido. Los tres cuerpos estaban ves­
tidos con ropas nuevas, como si fueran a una fiesta, con
p rendas de mezc l i l l a . Aba jo de l a s tarimas donde esta ban
tend idos, me l l amó la atención ver unas bandejas que con­
tenían agua, y q ue al ver de l as gentes ayudaba a la con­
servación de los cadáveres.
Yo hub iera d eseado q ue se encontraran sepultados, pa­
ra evitarme mirar los. Aunque de todas maneras no tuve áni­
mos siquiera de loca liza rles los impactos, confeccionando e'I
acta con datos a p roximados.
A poco de que l legu<§ ap0reció el cura. Le causó sorpre­
sa ver los muertos, viéndose obligado a bajar l a cabeza pa-·
ra poder mirar por el borde ele ws a ntiparras.
-Que Dios bend iga a e:;f._;s desdichados-Exclamó.

A continuación aban.:!onó el lugar i nmediatamente.

Afuera, a la gente q ue estaba a l rededor, les comen-


tó:

-Vine a este pueblo a celebrar un matrimonio y me


encuentro con que hay tres m u e rtos. Por poco y matan a
todo e l pueblo. Pero esta desg racia no impedirá que case
a los novios. Si se encuentran entre ustedes, háganmelo sa­
ber.

1 57
El Jefe de Cuartel tomó la p a l a bra para decir que los
presuntos contrayentes desistieron de su idea d e casa rse
por los aconteci mientos desagradables que ocurrieron y que
enlutaban al pueblo, posterga ndo su en lace para otra oca-
·

sión propicia.

El cura se sorprend i ó al oír tal cosa.

-Nada de éso-Gritó con cierta furia-Vine a celebrar


un matrimonio y lo haré. Y cuanto antes mejor. No se me
ha contestado si se encuentran los novios entre ustedes.

A lgu ien tuvo que ir a hablarles. El novio fue el prime­


ro en a p a recer. Se trataba de un muchacho de a l g u nos vein­
te años de edad, güero y cubierto de pecas q ue denotaba
cierta debil idad corpora l . La novia apareció e n seguida y
era bon ita, morena pero bonita. Sus ojos neg ros y expre­
sivos constituían el mayor atractivo de su persona.

El. cura los s a l udó c uando supo eran l os contrayentes.


A continuación se introd u jo a la pieza donde estaban los
cuerpos mandando q ue lo sigu ieran. A l interior pasa ron to­
dos los que cupieron. Los novios se situaron en un lado de
los catres sobre los q ue descansa ban los cadáveres, mos­
trando ci erto recelo de el los, la joven principa l mente.
Incl uso yo me encontraba adentro, conte m plando con
curiosidad la situación, y a ú n con mayor curiosidad seguía
los movi m ientos del padre.

Nu nca antes asistí a unos funerales y a la celebra­


ción de unos esponsales a la vez. Rodeado de la mayoría
de los ha bitantes del pueblo entre los q ue se contaban an­
cianos, adu ltos y niños, el c lérigo proced ió a impartir la
bendición a los novios y con ¡ u ntamente a los cadáveres.

-Todo cua nto sucede en el mundo es obra de Dios­


Comentó el cura muy convencido-La celebración de un ma­
trimonio y los crímenes q ue se cometen. A ustedes q ue
ahora son marido y mujer _les reitero mi bend ición. Y que
los desdichados q ue a h í yacen la reciban también.

1 58
Tras decir ta l cosa esparció . agua bendita uti l izando la
punta de los dedos.

Tan pronto terminó la tan singular ceremonia, el hom­


bre m a nifestó su deseo de m a rchar cuanto a ntes, a legando
que en otros sitios requerían de su prese nci a . Los ruegos de
las gentes para que permaneciera por más tiempo siquiera
m ientras comía y se reponía del cansancio eran en vano.
I ncluso yo le sugerí que partiéramos a l día siguiente, pero
tampoco mi ruego fue atendido. Envió por su m u l a y l a
montó, tomando hacia l o a lto de la montaña por donde ha­
bíamos l legado.

-Que Dios esté con todos vosotros-Dijo en despedida


.:...Q
. ue el crimen por siempre se ausente de este pueblo.

Pronto desapareció de la vista de todos. Por mi parte


yo no podía más que sorprenderme de las reacciones tan
inesperadas del padre, y en el fondo trataba de justificarlo.

En cuanto a los n uevo� esposos, no hicieron fiesta co­


mo era costumbre cuando había matri monio. Al atardecer
partieron en caba l los hacia un pueblo cercano, en paseo muy
especia!: En viaje de l una de mie l.

R e sp ecto al hecho de sangre, se me enteró q ue dos


fu eron los matadores y que h u yero n haci a la sierra, sin que
hasta esa fecha se supiera s u paradero. Pero tarde que tem­
prano caerían en poder de la autoridad .

Y ya que he hablado de este cura tan s i n g u l ar, no es­


taría por demás que me refiriera a otro de más o menos
las m ismas características en cu anto a criterio y comporta ­

m iento. El encu entro con este hom bre me hacía pensar que
los cu ra s for j a dos a l a moderna estaban de moda en aque­
l l a reg ión .

Andando por a q u e l l a s partes tan lejanas, al sa lir de


"Ventan as",conveni mos en tomar otro ca mino a f i n de to­
car pueblos diferentes para efectuar i nspección y en busca

1 59
de a lgún asunto que requiriera m i intervención. Hacía el me­
d iodía h icimos e l a rribo a un pueblo maderero que por
supuesto estaba encl avado en plena sierra. A esas horas se
ce lebraba un ba i l e al a i re l ibre ba¡o la sombra de unos fron­
dosos pinos. La música tocaba alegre a a lto vo lumen, desde
antes de entrar al pueblo pud i mos escucha rla. Al p a sar fren­
te a los asistentes no fa ltó quien tuvo en cuenta que éramos
forasteros y se si ntió con el d eber "mo ral" de inv ita rnos a
"bebernos una cerveza". El a m biente era a l egre por lo que
aceptamos l a invitación,, además l leváb a mos sed.
Descend imos de los caba l los y los atamos en los pi.nos,
haciéndonos a un costado de la área destinada para ba i la r.
Obvio es que todos a m i a l rededor me resultaban descono­
cidos. Al frente, por el l ad o opuesto, una persona me l l a­
maba la atención . Se trataba de un hombre ¡oven, a lto y
b l a nco, muscu loso y de buen a apariencia. Me · l lamaba l a
atención porq ue vestía u n a especie de tún ica d e paño g rue­
so de color café igual a l de los frai les. Con tan sing ular ves­
timenta contrasta ban •curiosamente sus botas caw boy, a ñe­
¡as y descarapeladas. Al primer momento pensaba q ue se
trataría sin lugar a dudas de un excéntrico, de los que nun­
ca fa ltan y prometen mandas. Pero nó, se trata ba del cura
del l ug a r. Curioso su vestuario, un háb ito, un crvc if ijo col­
g ado al pecho, u n revólver, gafas cl aras y botas vaqueras.
A fuerza de verlo, me fi¡é q ue tenía espec i a l a ptitud
p a ra beber cerveza a grandes ca ntidades. Cuando se per­
cató q ue fo miraba, me saludó con la ca beza y echó a an­
dar para a p rox imárseme .

-Sean bienvenidos-Nos saludó.


-¿Tengo entendido que usted es el Agente del Min is-
terio Públ ico.- Me preg untó al momento.
-Así es, sefi or.
-Dígame una cosa. ¿A qué ge neracion pertenece? Me
refi.e ro en qué a ño terminó sus estudios profesiona les.

1 60
-El año anterior justamente.

-Si es egresado de la Universidad Juárez, conozco en-


tonces a varios d e sus condiscípu los. H a n venido a jugar fut
bol contra nuestro equipo.

Y me enunció el nombre de varios de e l los, los que


efectivamente fueron mis condiscípulos.

-Yo soy el cura del lugar.-Lo dijo para disiparme to­


da duda.

A una persona que servía cerveza, le pidió que nos


l levara.

Al rato d e estar platicando, sentí la necesidad d e de­


cirle:

-Le felicito. Es usted u n hombre si ncero según l o pue­


do constatar . La hipocresía no va con usted. Siendo padre
de la ig·lesia siente deseos de beber y lo hace, siente dé­
seos de l levar arma en la cintura y lo hace. Mientras per­
manezca aquí asistiré a su ig lesia.

-Ah, es lógico que se sorprenda, obedeciendo el lo a


q ue antes no me conocía . La gente de aquí ya está acos­
tumbrad a .

Y real mente a nadie q ue no fuera a nosotros l l amaba


la atención.

-Tengo que deci rle q ue el q ue yo cargue una arma


más que a una excentricidad de mi parte se debe a l a pro­
tección que me bri nda. En mi ca l idad de cura me veo pre·
sado a recorrer la mayor pa rte de l as rancherías y no quie·
ro i rme a encontrar algún d ía con a lgún loco que me des­
conozca . ¡Salud !

Traté de q u e ese hombre fuera amigo mío desde aquel


d ía.

1 61
8
Al pasar de las semanas ya no pod ía decir q ue aquel l a
e r a u n a reg ión tranqu i l a . Los asesi natos de pronto empeza­
ron a abundar, viniéndose en rachas. Por las noches, con fre·
cuenda era buscado para que tuviera conoc i m iento de a lgún
delito. Lo que más m e dol ía era tener q ue levantarme a tan
altas horas de la noche a dar fe de lo ocurrido.

José supl ía a l os pol icías. El me acompañ aba y me au­


x i l iaba en �as i ncursiones que rea l izaba po r el campo. Su
com p a ñ ía me era necesaria porque se trata ba de un hom­
bre servicial y honrado en q u ien podía confiarse. Tan pron ­
to hubo cumpl ido su condena y su intención fue irse a ra­
d icar a uno de los pueblos cercanos en donde su fami l i a
poseía una parcela y a lgunas cabezas de ga nado. S u padre
murió h acia no menos de siete años. E l lo ocurrió una ma­
drugada, de pronto, segú n re lataba José. N adie del pueblo
podía creerlo al otro d ía a l conocerse la noticia, debido a
q u e el padre era a ú n muy joven y de apariencia saludable .
José no estuvo a tiempo para despedirse de él, l legó varias
horas después de que m urió. E l telegrama que reci bió no
fué lo su fi c ien te me nte oportuno, de ma nera que tiempo fal­
tó. Lo que mayormente trastornó a J osé fué saber q ue su

1 65 -
padre mientras moría no cesaba de preguntar por él, agra­
vándose la situación de por sí triste porque no estaba pr"e­
sente su hi jo. Antes de exh a l a r el último al iento p idió a la
madre le trasmitiera a l gunas recomend aciones. Espec ial men­
te le ped ía q ue dejara la vida de trotamu ndo y q ue se de­
d icara a sembrar la parcela para que ayudara a ella, su ma­
dre.

José ten ía además otros atributos, era muy va l iente.


En cierta ocasión con demasiada seriedad me preguntó si el
Jefe de la Pol icía Mun ici p a l era un problema para mí. Me
decía estaba dispuesto a term i n a r con la anómala situación
de una sol a vez, que bastaba con que le diera mi aproba­
ción, y por supuesto la protección q ue pudiera en mi cali­
dad de autoridad . Lo que oía de l ab ios de José me dejaba
perplejo, y con seguridad ta mbién de mi parte le ped í que
olvidara el asunto. Al fín y al cabo q ue el po licía no era
algu ien que val iera tanto, y además lo nuestro no eran si­
no fricciones pasa jeras fácilmente tolerables.

Desde los primeros d ías, José me p l a nteó la necesidad


que tenía de hacerse de a lg u n a pistola que lo ayudara en
su cal idad de policía furtivo. Además me explicó que le era
necesaria porque . l os fam i l iares del individuo q ue mató de­
ambulaban con demasiada frecuencia por el pueblo, y pen­
saba q ue si l legaban a encontrarse frente a frente lo más
probable era q ue brotaría l ío sin i m portar donde se halla­
ran, ni cómo ni a qué horas. Por a lg ú n tiempo creí que lo
adecuado era hiciera oídos sordos a su petición, m ientras
pensaba si era o nó prudente ayudarle. Una mañana apa­
reció muy sonriente por entre los prados del hotel; al apro-
ximarse, con una sonrisa interminable m e enteró q u e había
conseguido una arma, sin que creyera conveniente decirme
cómo la obtuvo y sin que yo se lo inq u i riera . Se trataba de
una "Super", magn ífica en su funcionamiento y hermosa ade­
más. Con e l l a en su poder no dejaba de manifestar mayor
seg uridad y un gozo enorme. El arma para él se constituyó
,en un tesoro, d u rante el d ía la desarmaba, la l impiaba y l a

1 66
aceitaba. Tan pronto tenía la oportunidad de dispararla lo
hacía, para lo cual salía a l campo y practicaba el tiro a l
blanco. f.l\e causaba cierta expectación ver cómo cada n o­
che sin falta cubría la pisto l a con 'U na fra nela para prote­
gerla de la exces iva h u medad de aquel c l i m a . Podía o lvi­
d a rse de cualqu ier cosa, menos d e protegerla .

Un d ía que l lovía, sin que yo se lo preg untara, José


empezó a relé ita rme cómo habían sucedido las cosas con
aq uel q ue privó de la vida. Desde l uego comprendía yo que
su afán de enterarme de los sucesos se debía a que desea­
ba que no pensara era él un tipo pe l i g roso por natu­
raleza, en quien no debía confia rse. Hacía casi siete años
q ue 'tuvo lugar tan penoso i ncidente, pocos días después de
q ue vino procedente de la costa a los fu nera les de su pa­
d re. Fue en un bai le, al cual lo invitaron con ins istencia y
aceptó de ma l a g a n a , precisamente porque a ú n no se re­
pon ía de la pena tan honda que le prod ujó el fa l leci miento
de su padre. Dicho ba i l e obedecía a la celebración del d ía
de l Sa n to patrono de la loca l idad, fec ha en que hombres,
mujeres y n iños se reu n ía n para divertirse en grande. El
ba i le se i n ició cuando obscurecía. Cuando fué impos ible d i s­
tinguir por la obscu ridad, se encendieron hog ueras y bra­
seros para i l u m inars e a fa lta de energfa e léctrica. Desde un
principio los m úsicos se esforza ban por tocar a legre, eran
cuatro y además un niño que tocaba el acordeón, y José .
se encantó de que a pesar de su edad lo hacía virtuosa­
mente. Durante un rato José se concretó a observar ún ica­
mente y a sa ludar a sus viejos conocidos. José empezó a
a n i marse en aquel a m biente donde las jóvenes morenas con
vistosos moños en la cabeza y encen d ido carmín le l a nza­
ban ciertas miradas insinuadoras. En ese aspecto él era tí­
mido, y para i nvitar a alguna muchacha necesitaba pri mero
tener en su estómago no menos de med i o l itro de mezca l .

Al rato l l egó su hermano, se s a l ud a ro n y cada cual con­


tinuó d e partiendo con su grupo de amistades. En el mo­
mento en que el hermano ba i laba c1:>n una joven intespes-

1 67
tivamente se les a proximó u n ind ividuo que algo le repro­
chó. Al instante su reacción se tornó viol enta y lo estrujó
del cuel lo, con el consig uiente asombro de la concu rrenci a.
Ambos optaron por s a l i r a reñ i r a la ca l le . Al a bandonar
el lugar fueron seg u idos por varios cur iosos que estaban im­
pacientes por ver acción. Al s a l i r José se enteró q ue varios
ind ividuos golpeaban a su hermano. Uno . de el los cargaba
una pisto l a y con e l l a le d a ba en l a cabeza. La sangre le
c u bría como máscara todo el rostro. I ncansables conti n u a ron
pegándole hasta dejarlo inconsciente, pensa ndo q ue lo ha­
bían matado. Al observar todo aquel lo, José si ntió que l a
sangre l e hervía de cora je y s i n med i r consecuencias se les
l a nzó en ataq ue. Cuando comprendió que estaba perdido,
trasp,uso la barda para h u ír. Tras él brincó u no de l os su­
jetos que cargaba con u n cuch i l lo. Los movim ientos de éste
fueron tan rápidos q ue d i ó a lcance a José y le rasgó la ca­
mi sa en su intento d e h u n d i r l e el puñal por la esp a l d a . E l
perseguido reaccionó de in mediato y g i rando violentamente
descargó un mortal pu ñetazo en la mandíbu l a de su atacan­
te, siendo más efectivo por el impulso a l correr. Lo atu rdió
momentáneamente obligá ndolo a que soltara el cuc h i l lo, el
c u a l cayó al suelo. A l a velocidad del rayo José l o tuvo en
l a palma de su mano. Un tercer sujeto a pareció a su l ad o
amagá ndolo con la pisto l a . Antes de q u e s e decidiera por
dispararla, recibió una honda puña lad a en e l pecho, en se­
guida otra, hasta q u e se desplomó.

José me relataba con d eta l les la escena. "Ya me ma­


taste desgraciado, decía entre borbol lones d e sangre q ue
le salían por la boca y na riz".

Al ver lo ocurrido, los otros a ba ndona ron su i ntento d e


agredi r a José y huyeron por rumbos d iversos.

-¿No creé Licenciado que se trataba de su vida o d e


l a mía? Con si nceridad l e d i ré q ue nunca m e pesó matarlo,
no cuando él se la b.u scó. N unca he dudado de que h a bría
d isparado en contra mía . La prueba de su bruta l idad me l a
dieron con lo q u_e l e hicieron a m i hermano. No está por

1 68
demás que le comente que ese ha sido el único del ito q ue
he cometido, bueno exceptuando también cuando herí a un
individuo q ue en compañía de otros cargaban con una ma­
rrana para robárse la. Era de madrugada y le habían dado
d e comer migajón d e pan embebido en a lcohol para ador­
mece r l a . Yo tendría a lg unos d iez a ños. Accidenta lmente ví
por la ventana que brincaban la cerca, y sin pérdida de
tiempo me posesioné de un 22 y disparé, pegándole a uno
de los tipos aquel los.

Esa tarde mi á n i mo estaba sosegado, por lo mismo te­


nía pred isposición para escuchar los re latos de José. Por el
modo como narraba los sucesos me obligaba a prestarle
atención y comprendía cuál era su verdadero sentimiento y
cuál su verdadera ca l idad moral . Sin lugar a dudas que
era una persona amable y pacífica, pero q ue no d udaba en
actuar cuando de defender a lgo suyo se trataba. Entonces
se volvía una fiera.

José n o era n i ngún sop lón o algo parecido, pero ade­


más de ser mi auxi l i a r me enteraba de todo cuanto en e l
pueblo s e decía. Días a ntes m e enteró que a lguien había
despotricado en contra mía. Se trataba ni más ni menos del
m i l itar aquel q ue ordenó el supl icio del cuñado del maes­
tro. No obstante el tiempo transcurrido no olvidaba que yo
dejé en l i bertad a su vícti m a . A su j u icio, él era el ú n ico
q ue podía d isponer de é l , puesto q ue fue qu ien lo apresó,
y además porque estaba acostum brado que las cosas se h i ­
cieran d e acuerdo a como él lo deseaba. "He de encontrar­
me un d í a a ese ta l licenciado y lo o b l i g a ré a que me res­
ponda como hom bre por lo que hizo" . Ta l cosa había sen­
tenciado el m i l itar con su h a bitual fanfarronería.

Como di cen en los pueblos para ese tiempo estaba


curado de espanto, y por lo mi smo el m i l itar no me preo­
cupaba. Ni siqu iera me acordaba de su fisonomía, quizá si
lo volviera a ver no lo reconoce ría, y menos si estuviera
vestido de civ i l . El mi l itar a decir verdad en determinados
momentos sí podía preocuparme, y era cuando fu maba ma-

1 69
riguana q ue enloquecía y actuaba arbitrariamente. Por ese
tiempo se encontraba a l frente d e un destacamento q ue
andaba en recorrido por la sierra en busca de plantíos d e
amapola y mariguana. En esas incursiones sería cuando se
a bastecía de droga.

Una mañana sorpres ivamente me topé con él. H a bía­


mos ido en grupo por e l .arroyo en plan de cacería. Entre
otros iba el Tesorero M u n icipal y José. Al pasar junto a l a
caída d e a g u a nos percatamos que a lgunos hombres nada­
ban. José inmediata mente los reconoció y me - previno del
m i l itar. Desde hacía tiempo que bebían cerveza, a juzgar
por la gran ca ntidad de latas vacías de Tecate esparcidas so­
bre el césped de l a or i l l a .

N uestra presencia n o pasó desapercibida para aquel los


hombres. El mi l i tar me reconoció en seguida y con fi jeza me
detuvo la mirada por un momento. Como l o esperaba, el
ind i viduo sa l ió del agua y caminó a mi encuentro. Cu ando
estuvo a mi lado se escu rrió e l agua de l a ca ra, y burlesco,
comentó:

-Vean a quién tenemos aquí. Es el que dejó ir al mi­


nero. Ah, ahora l leva pistola, y le luce poco menos q ue es­
tupenda. Creí que sólo a los hombres se les veía bien.

E l tipo engreído me i nsultaba. Daba muestras de e m­


briaguez y su tufo inm undo me pegaba de l leno en l a ca­
ra. Sólo esperaba que me reprochara h a be r dejado l i bre a l
cuñado del maestro. Más n o suced ió tal cosa. E n cambio,
agregó:

-Al ver q ue cargan armas, se me ocurre que pode­


mos competir a l tiro al b l anco. Antes tomémonos una cer­
veza.

Nos invitaba a que bebiéramos. De i n mediato volvió


con unas latas d e cerveza. A cada uno nos d i ó una. Estab a n
poco menos que ca l ientes, a l a temperatura del a g u a , pues
esta ban sumergidas en e l l a buscando en vano su frescura .

1 70
Ninguno tuvo i nconveniente en aceptar la invitación
del m i l itar, yo menos q ue nad ie. Sabía q ue los tipos fan­
farrones n u nca son de peligro.

Antes de que d iéramos cuenta de l a primera ronda,


el m i l itar, fué a sus ropas en busca de su 45. Con e l l a e n
su poder se nos a proximó nuevamente y l e d i ó carro rum­
bo a donde estaba yo, pretend iendo asustarme, o al menos
que yo me moviera para que no apuntara hacia mí, cosa, q ue
no sucedió. José por su parte estaba pendiente de los acon­
teci mientos, sin a le jarse de mí.

El ofic i a l mandó a uno de sus subordinados colocara


una lata vacía sobre' u n peñasco para que le sirviera de
blanco. Al momento las cosas se hicieron de acuerdo lo pe­
d ía.

-Ande l e Licenciado, cálese con l a pistol a. Lo reto a l


tiro a l blanco.

Yo tardaba en contestarle a lgo.

-Las cervezas se nos h a n agotado. Pienso que pode­


mos jugar, d igamos . . . unas ci nco cajas. El que acerte me­
nos tiros, paga. ¿De acuerdo?

Su oferta no me i nteresaba, max 1 me cuando nu nca he


sido buen tirador. De ma nera que me e x pondría a estar en
evide nc i a . Y yo no estaba disp uesto a darle la oportu nidad
de que se burlara .

-¿Tiene miedo?

José esta vez intervino:

-I nvíteme a mí. Yo le apuesto cuanto usted guste.

En esta ocasión fue José q u ien extra jo la Super de en­


tre su ci ntura y le di6 carro apuntando hacia el mi litar. El
i nd ividuo se sorprendió y sintió temor pasa jero de que se
d isparara u n t i ro accide f?!� lmente.

1 71
Con eso que pasaba, las cosas estaban a punto de
agravarse d e un momento a otro. José sabía tal cosa tam­
bién, pero no le importa ba, mostrando gran seguridad en
sí mismo.

-¿Así es que tú competi rás por el Licenciado? Es � e­


jor que él reconozca que no puede conmigo. . . Está bien,
acepto que seas mi contrincante. La apuesta ya está d icha.

Al parecer, el m i l itar dentro de la m i l icia siempre es­


tuvo pensando que era un tirador magnífico, y con esa
creencia hubiera sido capaz de apostar hasta la vida.

Cad a uno disparó siete tiros a otras tantas l atas. La d is­


ta ncia e ra considerable. Como nos encontráramos en el ca­
ñón del aroyo, los disparos se escuchaban sonoros y retum­
ba ban en la lejan ía. José logró pegarle a c i nco latas, vol­
cándolas. El militar d i o a cuatro únicamente.
Aquello era increíble para el su jeto. Tardaba en con­
vencerse que en verdad aquel tipo prieto lo vencía . Al fin
individuo de baja ralea no d isimulaba su enojo, y menos
cuando uno de sus suba lternos lo pisó accidentalmente. Lo
ma ltrató y l o in su ltó h_a sta que quiso. De in med iato envió
a dos de sus hom bres al pueblo por las cajas de cerveza .
-Has ten i do mejor _suerte q ue yo, no mejor habi l idad
-Le reprochó a José-Ahora yo soy qui en te está pid iendo
una oportu n idad. Esta vez va m i pisto la contra la tuya .
A José le pareció bueno el ofreci m iento, por l o que
aceptó sin tardanza. De este nuevo intento que hicieron,
José obtuvo tres tiros y derribó una cuarta lata sin q u e le
d iera rea l mente, sino de rozó n. E l otro acertó tres latas y
no hubo cuarta lata que derribara n i siquiera de soslayo.
-jMald ita sea !-Rug ió a hogá ndose por el cora ¡e-jEs tu­
ya, l lévatela con un demoni o !
Y le l a nzó e l a rma fuertemente a José pegándole e n
el estómago, dándole tiempo apenas de tomarla en l a s ma­
,.
nos.

1 72
Con la vesíc u l a b i l i a r desbordada el militar se hizo a
la ori l l a y de un fuerte impu lso se lanzó a l agua.

Yo por mi parte me a legraba de que José le diera


ta n buena lección. Y comprendía que ahora no solo a m í me
od i a ba, sino también a é l . Cuando emprendimos el regreso,
José es b u r l a ba d e l individuo fatúo y reflexionaba en có­
mo se l a s i ría a arreg l a r para j ustificar ante sus superiores
la pérd ida de su a r m a . Qu izá trata ría de explicar que se
le extravió. Muy cóm ica i ría a ser su situación en esos mo­
mentos. U n m i l itar que pierde su pisto la es corno un tigre
q ue p ierde las uñas porq ue él m ismo se las cpmió. En lo
que respecta a los demás acompañantes todos se abstuvie­
ron de hacer comentarios, espec i a l mente el Tesorero Mu­
nicipa l, quién al pa recer l l evaba cierta amistad con el sujeto.

Por lo pronto, nada · más volví a saber del ind ividuo.


Más al pasar de los d ías me enteré que andaba en un re­
corrido por l a sierra en busca de plantíos de marig uana y
amapola, y estaba involucrado en l a muerte de un civi l. El
Jefe de Cuartel del Pueblo donde ocu rri eron los hechos
vino a verme haciéndose acompañar de algunos de los fa­
m i l i ares del occiso. FI representante de la Autoridad l levaba
consigo un manolo de hojas escritas con u n a letra pésima
ciento por ciento i n i nte l i g i b le que no eran otra cosa que
las ·actas dando fé del cadáver, así como de la identidad
d e éste. Los señores venían desde muy lejos, desde los con­
fines del Municip io; a s i m ._.; J e vista lo adivinaba uno con
sólo ver lo cansado de 1,-,s caba l los. Se vieron en la nece­
sidad de preg untar por mí, hart3 que me encontraron.

-¿Cómo le va ministerio ?-Sal udó el Jefe de Cuarte l­


Hemos batal l ado mucho para dar con usted. Yo soy e l Jefe
de Cuartel de "Cha rcos". Veni mos a avisarle que mataron
a uno. Mire, aquí le traigo las actas.

Y me entregó el ro l lo de hojas.
\'
Traté de leerlas pero no pude descifrar l as.

1 73
-Cuénteme de pa labra l o sucedido-Le solicité con-
vencido de q ue era lo mejor para mí.
·

-Mire Ministerio, antes le diré que estos señores son


fam i l i ares del muerto. El señor es su papá.

Y me lo mostró con la mano.

-Para todos nosotros fué muy curioso el modo como


murió el muchacho. Es por éso que los familiares quisieron
venir persona lmente en su busca para exponerle la situa­
ción.

-A mi hijo l o mataron-I ntervino e l padre-El no se


wicidó.
.
Nos encontrábamos en l a pe luque ría de Jesús. Como
estuviera n de pie, les ofrecí las b a ncas.

-Siéntense y cuéntenme lo suc,ed ido.

-H ace tres d ías q ue tuvieron l ugar los hechos-Em�


zó e l Jefe de Cuarte l . Al atardecer de ese d ía l legaron a l
pueblo un g rupo d e sold ados que a nd a ba n e n recorrido por
la sierra. Fueron a la casa de mi com padre y sol icitaron agua
y alojamiento. El señor papá del muerto es mi compadre,
Licenciado. U n rato después de q ue l legaron mandaron com�
prar a lgunos l itros de mezcal . Cuando lo tuvieron empeza­
ron a beber. Al rato se les ocurrió que hubiera u n baile y
se tuvo que i nvitar a las muchachas del l ugar. E l Jefe de
los soldados en todo momento se portaba a ltanerq con sus
hom bres, y mayormente d u rante el bai l e. Yo le digo a mi
compadre que a n d a ba fumado de mariguana, tenía todos
los síntomas. Además era q u ien bebía mayor cantidad de
mezcal . Como a l as tres de l a mañana se oyó u n ba l azo.
Pronto corrió e l rumor q ue el hijo de mi compadre estaba
muerto. Fuímos rápido a l cuarto donde sucedieron los he­
chos y l')OS encontramos a l muchacho tirado en u n l ad o de
l a cama empapado en sangrr. El militar estaba a su l ado
como asustado y n o quería h abl_ar. A l rato d i jo q u e él igno-

1 74
ra ba lo sucedido, ya q u e l legó a la pieza en el momento
en q ue se oyó el d isparo. C l a ro está que eso es mentira, el
muchacho no te nía motivos para mata rse; fué el m i l itar.
Además e l b a l azo l o ten ía en el costado derecho con sa l i­
da en el pecho. Yo creo que nadie q ue se suicida se d is­
para en ese l u g a r . Lo que ayud a ba a l so ld ado fué q u e el
d isparo se hizo con la pistola del m uerto. En verdad que
no s a bemos qué sucedió, pero de lo que estamos seguros
es q ue el i ndi viduo mató al muchacho.

Ten ía el presentimiento que se trata ba del mismo m i l i­


tar. Pronto estuve seguro de el lo por la descripción suya
q ue me dieron. Siendo un tipo tan fanfarrón y tan a r bitra­
rio no era de dudarse que fuera el causa nte de la muerte.
Y a unque pa rezca i ncreíble, no obstante cu ando a simple
vista era el c u l pab le, no se podía hacer nada por proba rlo.
No c u a ndo no conta ba con el e l emento más i ndispensable,
como era el medio de transporte. Además e l cad áver h a bía
s ido ya i n h u m ado. Por otra pa rte, dada su cal idad de m i l i­
tar me h u biera resu ltado muy d ifíc i l lograr su detención.

Con esta reflexión, tranq u i l icé a los ofendidos, y les


ofrecí que investiga ría a fondo el asu nto, diciéndo les ade­
m á s que enviaría citatorio a l mi l itar tan pronto l l egara a l
pueblo para q ue s e presentara a nte m í a decl arar.

Los f a m i fi a res del muerto desde u n principio r u m i a ba n


s u o d i o contra el m i l itar pero se sa bían i m potentes para rea­
l izar cualquier acto de ven g a nza. De h a berlo pod ido hacer,
seguro que lo matan .

N o muy convencidos d e m i ofrecimien to, por l a tarde


montaron en sus cabal los y desaparecieron por donde ha­
bían l legado.

En cierta forma q uedaba frustrado en mi i ntención de


hacer una investiga�ión. N o la h u biera logrado, ya que
como h e d icho no contaba ni con e l respa ldo más e lemen­
tal, como eran los gastos de trasl ado o simples a u x i l i ares.
N unca el Estado me reconocíai n i n g ú n g a sto que yo hiciera

,1 75
en el desempeño de m i s funciones . De m a nera pues que
íntima mente me supe i m potente y desistí de mi ide a .

E l oficia l no tardó en deja rse ver por el pueblo. Le hi­


ce u n citaría judicial para que com pareciera a nte mí esa mis­
ma mañana, pero lo subestimó y no atendió mi rec lamo.

De ese tipo cua lq u ier cosa podía esperarse. Era de la


más baja estirpe. No pod ía compararse a nadie por su baje­
za, excepto al Jefe de la Policía Mun icipa l, q u ien por cierto
conti n u a ba haciendo de las suyas, con el consentimiento del
Presidente Munici pa l . A este respecto a ú n cua ndo e l Alca lde
me d ispensa ba cierta confianza, nunca pude abord a r l o abier­
tamente para quejarme de su policía. Se las ingen i a ba y
desv i a ba la conversación, haciéndome saber a lo más que
su obligación era res p a l d a r a sus agentes, ya que de otra
ma nera no cumpl irían con su deber por temor a que sus
acciones q uedaran sin efecto.

El mil itar y el po l icía h u bieran formado u n a mancuer­


na i nferna l . Por fort u n a no eran c a m a radas y a penas si se
s a l udaban.

La esta ncia del m i l itar e n e l pueblo era bien sabiqa


por todos, por el escán d a l o q ue a rmaba con la m úsica por
la c a l le y por las desca rgas de su pisto l a . No había a lguien
q ue pudiera someterlo al orden, n i a él n i a sus hombres.
Más que humanos se semejaban fieras. Sa bedores de su
rmpunidad hacían cua nto les venía en gana. Semeja ntes e le­
mentos en mucho degradaban al ejército.

En aquel pueblo tiempo sobraba p a ra m urmurar y ru­


morar acerca de cualquier persona y c u a l qu ier cosa. Todo
m u ndo sabía que las borracheras del ofic i a l y sus secuaces
se convertían en a menaza p a ra la gente pacífica y se pro­
longaban por días, ·hasta q u e · el . cuerpo se les i ntoxicaba
por com p leto, y sólo hasta entonces desistían de tomar, por
obra de la m isma i ntoxicación .

U n a tarde después de beber por dos d ías consecutivos,

1 76
el oficia l decidió visitar el esta b lecimiento del "Chepe ", su
tug urio preferido. "Chepe" era un hombre afable, de a pa·
riencia ord inaria, con profu ndas hue l l as de acné en e l ros­
tro. Su canti na estaba al f i n a l izar la c a l l e de a rriba, bastan·
te cerca d e la Secund a r i a . En ese l u g a r además de beber
se podía jugar al bi l l a r, ha bía dos mesa s . Aunque en e l pue­
blo existían otros l ugares de mejor aspecto, la mayoría, no
sé por q ué razones, preferían el s itio. La razón estribaría
en q ue todo mu ndo estimaba a l du eño, precisamente por­
q ue los toleraba y porque les fia ba cuand o no carg a b a n d i­
nero, a u nque después les hacía l a s cuentas demasiado l ar­
g as. Pero qué les i m portaba, si m ientras pod ían seguir be·
biendo.

A esas horas hacía muc h o ca lor y ha bía bastante con­


currencia . Por e l momento l a rocol a no tocaba, en ca m bio
sí u n conjunto pueblerino q ue a l egraba el rato a un grupo
de borrachos i nstalados al fondo, cerca del "ming itorio". Y
s í que debían esta r muy borrachos porque ni siq uiera to­
m a b a n en cuenta ni me l l a a l g u n a les hacía e l endemoniado
m a l olor que de é l p a rtía . E l m i l itar penetró con confian � á,
segu ido d e sus g ra n des a m igos. Zigzaguea ntes se aposta­
ron a l centro en busca de a l g una mesa q ue pud ieran ocu­
par. N i ng u n a desocupada, pero en nada les importaba. Les
pareció adecuada una de por a h í, y resueltos les pid ieron
a los ocupantes se l as cediera n . Segu ra mente q u e los pa­
rroqu i a nos sabían qu ienes .eran el ofici a l y su pandi l l a, el
caso es que de inmediato les d ieron el l u g a r.

Tan pronto se acomodaron ordenaron mezc a l , mezc a l


hasta ahogarse. E l ofic i a l e r a el m á s borracho de todos. En
determi nado momento· que p a l adeaba un buen trago debió
acord a rse de J osé y de la pisto l a q ue te g anó al tiro al b l a n­
co. Fue ta l su odio repentino que con .e l puño cerrado gol­
peó contra l as bote l l a s y los vasos deposi t ados sobre la me­
sa, haciéndo los añ icos. An imado por el a lco hol, a hora creía·
se el mas certero y no podía concebir cómo resu ltó derro-

.1 77
tado. El era el mejor tirador y tenía que demostrarlo a to·
dos.

-jDesgraciados !-Como loco empezó a gritar situándo­


se de pié-Sé que se burlan de · mí porq ue un hijo de perra
me ganó una pistola. Vie j as chismosas, l uego lo supo todo
el pueblo. Ahora van a ver quién soy yo . . .

Ordenó a uno de sus hom bres se situara d e pie. ,Este


de in mediato obedeció, y se trataba de un ind ividuo joven,
de algunos veintidós años. Era de esa clase de ti pos que
reflejan cierta inocencia en el rostro y que fáci lmente pue­
den ser l levados por u n a vol u ntad más fuerte que la de
e l los. Estaba casi tan tomado como su jefe, y no captaba con
claridad lo que se le ped ía.

Se le ind ic6 fuera hacia la pared y se recargara contra


e l l a . Tambaleante cumpl ió la orden, muy probablemente a ú n
s i n comprender e l . juego d e su Jefe. Este por su parte se
posesionó de una bola de billar y se aproximó a colocar l a
sobre l a ca beza de l otro, q u e s i m á s n o recuerdo l a bo l a
e r a l a número ocho. Se retiró a lgunos pasos y extra jo s 1,1
pistola, situándose en posición d e tirador. En esos momen­
tos a todos los asistentes l l amaba la atención, incluso a los
músicos que suspendierpn su tocar, para estar pendientes a
lo que aquel loco haría .

Claro q ue aque l lo era pretensión de loco, acerta rle a l a


esfera. Eso requería d e u n a aptitud extraordinaria q u e e l mi­
l itar no poseía. Algunos ta n sólo pensaban que no eran si­
no fanfarronerías y que al final se arrepentiría de disparar.

Pero . .. . pero, no sucedió de ese modo. Libró el seguro


del arma, tensó el brazo, contuvo la respiración, entrecerró
e l ojo izq uierdo y ¡disparó !

Los asistentes no tenían tiempo d e asustarse siquiera .


Si el soldado hu biera sido dos o tres centímetros más bajo
e l tiro habría d ado en el bla nco. Pero así, la ba la se le in­
crustó en medio de la frente. El impacto le rebotó la nuca
contra el muro manchándolo de sangre. El desdichado se
desplomó fulminado.

Aquello causaba una impresión muy fuerte, aún para


el que disparó. En esos momentos los efectos del vino re­
trocedían y le permitían tener mayor l ucidez. De inmediato
comprendió la barbaridad cometida. Sin dar tiempo a nada
echó a correr, golpeándose con las persianas de madera a l
salir. Tomó a l o largo de l a ca l le pistola e n mano. Aquellos
que lo veía·n pasar se sorprendían y adivinaban que a lgo
malo sucedía. La noticia no tardó en ser conocida en todo el
pueblo. Incluso yo fuí avisado, presentándome a dar fé del
cadáver en compañía d e José. El asesino se remont6 a la
sierra y no volvió a saberse más de é l .

Libre e l pueblo d e semejante individuo, l a gente expe­


rimentó paz y tranquilidad, máxime cuando el oficial que
suplía al otro era benévolo y resp etuoso, que lejos de per­
judicar a las personas e n su integridad o en sus intereses,
desa rrol l aba vasta actividad de be neficio colectivo, haciendo
gestiones incluso para que el pueblo tuviera una p lanta re­
petidora de televisión.

Un dicho reza que tras la tempestad viene la calma. Pa­


sados los desagradables incidentes,' se disfrutó de un lapso
de tranquilidad, que a mí en lo person a l me permitía co­
nocer más sobre e l pueblo y sobre las costumbres d e sus mo­
radores.

Para entonces estaba convencido que los del itos que


con mayor frecuencia se cometía n , eran nada menos que e l
rapto y e l estupro. Con demas iada frecuencia las jóvenes
eran raptadas. Y ta l parecía que nadie se extra ñaba de el lo.
Eran raros los que se casaban sin antes haberse l levado a
su pareja. Cuando algún muchacho se "robaba" a su novia,
al no haber medios de comunicaci6n, se conformaba con
cambiar de domicilio, ésto sea mudarse a la casa del pa­
riente o del amigo, poseyendo a su . enamorada, con la tole­
rancia e ind iferencia hasta cierto punto de los anfitriones .

. .. 179
Cuando a los padres de la raptada no convenía que su hija
se desposara, daban parte a l a Autoridad y por medio de
é l la exigían la "dote". La "dote" está muy genera l izada en
ese medio; el que acarrea con una mujer tiene q ue pagar
por lo menos dos mil pesos, pero esta cantidad varía seg ún
e l pueblo y la posición económica de la joven. El simple pa­
go de la "dote" subsana la afrenta que la fami lia recibe. Los
individuos a ntes de decidirse por raptar a su muchacha se
previenen con a lgunos centavos con que pagar a modo -de
"indemnización". Cuando la cantidad es cubierta, �
s padres
reciben de buen agrado a su hija ofendida, como si nada le
hubiera ocurrido, o como si nada les i m po rtara su honra .

Pero más bien est o es cuestión del criterio tan especial q ue


tiene la mayoría. Si a lg u ien, pasá ndose de vivo no quiere
pag.ar, es el colmo, eRtonces le hacen la guerra y atentan
contra su vid a .

En aquel medio tan favora ble para el desarro l lo pre­


maturo de la vida, perm ite que las m u jeres de tre ce años
sean g randes y rosaga ntes. A esa edad son ya m ujeres en
toda la extensión de la p a labra. La mayoría de las que son
raptadas no sobrepasan los quince años.

En cual)to a la virg·i nidad, los hombres no son muy


exigentes, pueden tolerar con faci l idad que la mujer ya ha­
ya tenido experiencias sexuales con otro hombre. Lo único
que exigen es que la verdad les sea dicha antes de casar­
se, y si la obtienen, perdonan. Las jóvenes suelen ser bue­
nas madres y buenas esposas.

En aquel medio donde abundaban las cantinuchas y


los hombres ávidos de divertirse, era extraño que no se
percibiera la presencia de n inguna prostituta declarada. Los
hombres para satisfacerse tenían que recurrir a l a s vírge­
nes, de ahí el gran número de raptos. Lo de las prostitutas
tenía su historia, tiempo atrás procedentes de una ciudad
de la costa arribó un grupo de damis!'llas que invadieron el
pueblo, sentando sus rea les por días. Esto traía por con­
secuencia que lo s m ineros se pe r d i er a n a ú n más en el vi-

,1 80
cio, y que brotaran dificultades serias a causa de las mu­
jeres a l d isputárse las:- Con el desenfreno a su alca nce, se
torna ban mayormente irresponsables, faltando a sus activi­
d ades, y con la consecuente merma de su salario.
_
Las mujerzuelas no podían estar mas felices en un
medio como aquél donde lo q u e les sobraba eran clientes,
clientes con di nero. La perversión fue en aumento. Los ma­
ridos no d a ba n el gasto diario y no acudían a dormir a
sus hogares; l a s esposas se a l armaban. Un día cuando pre­
vinieron a) caos, convinieron en unirse todas para grito e n
pecho i r "-5 donde el Presidente Municipal a exigirle l a e rra­
d icación de ta l plaga. Como las discusiones con tanta mu­
jer enojada que tratan de hablar a un mismo tiempo son
muy d ifíci les a ú n para e l mas ducho, el Presidente compren­
dió su desventaja y prometió a l a s señoras poner fin a la
causa de sus preocupaciones, ofreciéndoles la pronta expul­
sión de las suripantas. Fue así como al día sigu iente la po­
licía m unicipa l reunió a cuanta mu jerzuel a h abía l l egado y
las embarcaron en un camión a lquilado especia lmente para
regresarlas a su lugar de origen. Las damas del pueblo que
observaron la s i n g u l a r maniobra, ap la udían gustosas. Las
prostitutas más reacias se negaron a abandonar su ha bita­
ción, pero fueron sacadas derribando la puerta. Desde el
cam ión ma ldecían en coro a los hombres porque no las de­
fendían y a l a s mujeres por su triunfo. Desde entonces no
se ha vuelto a ver un cargamento parecidº.

Ante la carencia de esta cl ase de compañeras, es por


lo que se habrá generalizado el rapto. Hay veces en que
las mismas mad res ori ll an a los novios a que carguen con
. su hija para cobrar la dote.
Una tarde que me e n contraba tirado ,en la cama des­
cansando en v ís peras de concl u i r u n o de los li bros de
d
cuentos e García Márquez, tocaron a mi puerta con cierta
impaciencia; de inmed iato me sobrevino un repentino asal­
to de mal genio por lo inoportun o que me parecían aque­
l las lla madas, porque lo ú nico que yo deseaba y además lo

1 81
necesitaba era dormitar u n poco. Dejé q ue continuaran l la­
ma ndo con l a intención de que se cansaran y desistieran de
su idea. Al ver q u e seg u ían, a hora con mayor fuerza, me
decidí por abrir. A través de la cortina de bambú de l a
ventana me percaté de l a presencia d e una joven señora.

-A sus órdenes-Le d i je al a brir, sin mucha amabi l idad.


Se trataba de una mujer de modesta apariencia, gorda
y con l a cara l lena de l u n a res, y pie l grasosa por la crema.
Después de mirarme con fi jeza por a lgunos momento, ha­
b l ó:

-Desde hace d ías tenía el propósito d e ven ir a verlo.


Me l l amo Cata lina, soy del pueblo. No, no creo que se
acuerde de m í; a ú n cuando nos hemos encontrado por l a
cal le, n o creo que se haya fijado e n mí.

-Tengo un asunto que tratarle agregó-¿Puedo pasar?

Reprimí el impulso de deci rle que no atendía e n mi


habitación ningún asunto relacionado con mi cargo, y me­
nos a esa hora tan inoportuna.

La mujer adivinó mi propósito, por lo q u e apresurada


d i jo:

-Seré rápida. Mire . . . m i re. . . Se trata . . . Cómo le


diré . . .

El abanico e léctrico giraba y a hora me daba cuenta


que le pegaba de l leno en la cara.

Traté de acercarme al apa rato para desviarlo, pero no


lo hice porque l a m ujer se movió.

-O iga Min isterio, un hombre como usted esta ndo sólo


se ha de aburr i r mucho. Yo vengo, yo vE¡ingo precisamen­
te, a ofrecer le compañía. Le h a b l a ré con toda sinceridad. Al
fin y a l cabo que nada importa, todo depe nde del modo
como se vea. De antemano sé que usted es persona q u e

,1 82
no se asusta de nada, po r eso precisamente me he decidido
a ven i r a verlo.
Tras de u n breve pa réntesis, como si ad q ui rie ra mayo­
res ánimos, agregó:

-Tengo una h i j a . Se l l a ma Renata. Es muy linda; su


cuerpo es delgado pero hermoso. En estos días cumplirá
catorce a ños. E l l a me respeta mucho y hace cuanto yo le
ordeno. La he dejado tener novio, pero siempre ha esta do
bien vigilada por m í. Claro está, e l l a es una mujercita que
aún no conoce lo que un hombre puede hacerle a una. Ac·
tualmente atravieso por una situación económica muy d ifíci l,
y necesito d inero urgentemente. Vengo a proponerle que
me preste a lgunos pesos, a ca mbio puede ped ir me lo q ue
quiera . Ya s a be a qué me refiero.

Cualqu ie r cosa esperaba de esa mujer, menos éso. To­


do era tan directo, que por el momento no sabía si me
que ría tomar e l pelo. Cuando q uise hablar no hallé con fa.
cilidad qué decirle.
-No se arrepentiría Ministerio.

Mi pri mer impu lso fue reproc h arle con enojo l a forma
tan vil como me estaba confundiendo. Pero me contuve al
ten er en cuenta sus propias pa la bras referent.es a q ue "al
f in y al cabo nada i mp or ta ". Quizá tenía razón. En la vida
pocas cosas son las que importan, y éstas hay que juzgarlas
con buen crite rio .

-¿Así q ue ése es el asunto que la tr a e conmig.o?


Me mir6 con cierto desconcierto s in contestarme nada.
-Por un momento me preocupé -Le' d i je en broma-
Pensé que se trataba de a lgo g ra ve-En cu a n to a su pro­
posici6n, no me interesa.

Fue todo cuanto le 'i:i ije. Al perca t a rse de mi d etermi­


n ación no se atrevió ·a insistir. D e largos pasos a ba n donó
la habitación.

,183
Lo sucedido me impresionaba en cierta forma, de mo­
do tal que pensé en e l l o du rante el resto de la tarde, sin
poderme explicar cuáles serían real mente l a s causas que l le­
vaban a aque l l a mujer a proceder d e semeja nte manera . In·
dudab lemente que se trataba más q ue de una excéntrica,
de una enferma menta l .

Como s i l o q u e ocurriera fuera poco, d ías adela nte tu·


ve conocimiento de un asunto cuanto más grave denigra nte,
en el q � e los protagon istas principales eran un padre de
fam i l i a y sus tres h i jas. ·

Me encontraba sentado sobre l a banca q ue el peluq ue­


ro sol ía colocar en la acera de su esta b lecimiento, cuando
in esperad amente se presentó a nte m í una mujer joven y
g uapa, de aspecto campesino. Mostraba en su cara y brazos
huel l a s de violencia; al parecer alguien le propinó despia·
dada golpiza, los moretones l e resa ltaban. Prontamente pro­
cedía a contarme lo sucedido. Vivían cerca del pueblo, en
la fa lda de u n a de tantas monta ñas próximas, a lomo de
m u l a se recorría la distancia en cuarenta min utos aproxima­
da mente . . Las jóvenes q uedaron a tem prana edad desa m­
paradas de la madre a causa de su muerte. En la actua l idad
la mayor tendría a lgo a s í como veinte años, las otras diecio­
cho y d iecisiete respectivamente. El padre de e l l a s era un
tipo extraño capaz de provocar cualquier mal, qu ien n o les
toleraba ninguna insignifica ncia. Desde que pudieron hacer:·
lo, l as obl igó a traba j a r e n l a pequeña m i l p a que sembra­
ban, y que cuidaran l a s cabra s y ordeñaran las vacas diaria­
mente a eso de l as cinco de la mañana cuando aún se po­
d ía ver el cielo estrel l ado. A más de ser intolera nte con
e l l as, era un m iserable, incapaz de proporcionarles buena vi­
da a sus hijas. Tiempo atrás edificó otro cuarto que agregó
al ya existente. A l a s muchachas las obligaba a q ue se re­
cogieran temprano, apenas e mpezaba a obscurecer, cerran­
do a continuación la puerta con una g ruesa cadena y u n
candado d e l l ave exageradamente g rande. La única ventan a
a propósito dispuso fuera muy pequeña por donde apenas

1 84
pud iera col arse el a i re, y por l a cual no cupiera nadie en
caso de q u e se deseara sa l i r· de la habitación por otra parte
q u e no fuera la puerta . . Cua ndo tenían l a necesidad de ve­
n i r al pueblo, dos de las muchachas montaban un macho
triste y viejo de pe l am b re ceniza, y en un caba l l o de mejor
a pariencia montaba el señor y la hija restante en las enan­
cas. Toma ba la cal le principa l y a n adie buscaba el s a l udo,
menos lo ofrecía él; continuaba avanzando cu idá n d os e de
que a lg ú n tipo de esos q ue abundan fueran a entusiasmarse
con sus h i jas, chuleá n d o l as . Eso, eso era lo último q u e
h u biera tolerado, que e n su cara lanzaran piropos a sus hi­
jas. E n ese aspecto era a ltamente posesivo y egoísta, como
n unca se vió. Los jóvenes q ue un d ía pensa ron en sus hi­
jas, ten ía n sus reservas, de antem ano sabía n que aq uél era
u n individuo decidido que no se tentaba el corazón para
hacerl e daño a otras personas. En su sól a apariencia, e l hom­
bre mostraba la mezq u indad de su a l ma , principalmente en
los rasgos hoscos y rígidos d e l rostro. Era de estatura regu·
l a r, moreno, con la c a ra m a nchada de paño, ca lvo y cano­
so. Como no acostumbraba sonreír, su boca era dura, rese­
ca, con u n mentón promine nte. Sus dientes parecían los de
un fel i no, angostos y agudos y muy blancos.

Tan pronto ter m i n aban con el asu nto que los traía a l
pueblo, l o abandonaban -s a l iendo por l a m isma ca l le y to·
m ando a lo l argo del río.

Un d ía, después de pensarlo mucho, el individuo deci­


dió que necesitaba una m u j e r que le a l iviara sus íntimas an­
sias. Pero qué desgracia, no había nadie q u e pud iera inte­
resarse e n é l , n i siquiera mujer a q u i en cortejar. Bueno, si
h a bían a lg unas mujeres, sus h i j as. E l tipo dirigió sus ind ig­
nos pensam ientos hacia e l las en forma dese s per a n te y se
.

propuso vivir en amasiato con e l las, q u ién sabe ba jo q ué


razonamientos. Después de trazar p lanes, esperó el momen­
to op o rt u no, l a nzándose al lo gro de sus intenciones. Una
noche que mucho l lovía, como· si se trata r a de otro di l uvio
que e l cie l o se encendía y rugía con los mú lti p l es rel á mpa-

. 1 85
gbs, el nombre se .tra nsladó al cuarto de las jóvenes, abrió
e l ca11,d ado de la puerta y se introdujo.

Las lóvenes dormían tra n q u i l a mente, a jenas a lo qu e


sucedería más tarde. A la que encontró pri mero, la tomó
fuertemente del brazo obligándola a levantarse; s a l ió con
el la, ce rrando nuevamente. La joven recibía aque l lo con sor­
p resa, y ta l vez � nsaba q ue su padre la go l pearía por a l­
gún m a l entencf«dO. Ta n pronto estuvieron en la otra ha bi­
tación, la estruj©- � por el pelo y la obl igó a caer e n la ca m a .
Hecho u n a fiera d e l asciv ia, s e encaramó soqre e l l a . L a mu­
chacha empezaba a comprender y no h a l l a ba manera d e
defenderse. Ahora que se d a ba cuenta de lo q u e ocurría
era demasi ado tarde. La furia con q ue la envestía la obli­
gaba a gritar de dolor. C I individuo no desistió de su pro­
pósito hasta no deshonrar a la jove n . Las he rmanas podían
escuchar perfectamente los al aridos y los ruegos d e auxi l io
de la joven pero esta ban i mpotentes para defenderla; se
arremol inaban j u nto a la puerta, sin poderla abrir.

Consumada la infam ia, condujo a la joven a l a recá­


mara nueva mente, empujándola fuertemente hacia adentro
y volviendo a cerrar emp leando la cadena. La víctima cayó
a l suelo por el impulso, ya no lloraba, sol lozaba hondamen­
te, y mantenía perdida la vista. A poco, l a s tres lloraban a l
unísono, incrédulas de la bestia l idad de s u padre. A l nuevo
día, se rehusaron a a bandonar el cuarto, y esa vez el suje­
to las dejó que se sal ieran con la suya. Al atardecer, la ma­
yor sciiió en busca de a lgo q ue pudieran comer, recluyéndo­
se de i nmediato tan pronto se posesionó de álgunos alimen­
tos.

Al parecer, el abominable su jeto se sentía muy satisfe­


cho con su monstruosidad, a t�I grado l legaban sus bajos
i nstintos, que esa noche pensó .en otra de sus h ijas. Como
sal;:>ía que l a s cosas esa vez k complicarían por el conoci­
miér;ito que ellas tenían de los hechos, bebió un vaso de
metcal y se posesionó de u n o de los trozos de madera con
que se a l imentaba la chimenea, introd uciéndose a la rec:á-

.1 86
mara. Como la pri mera vez, a la fuerza se posesio r nr d�
otra de sus hijas y con e l leño lanzaba golpes a d iest.rp: y
s iniestra para q ue nadie más ·se aprox imara, pegándole$" en
más de una ocasi6n desquebra jándoles casi �os h.uesos. Lo
mismo volvió a ocurrir.

ferible que él cohabitara con sus hi jas a·.



Tres vírgenes, le requirieron tres noches. El erróneo
razonam iento del hom bre lo l levaba a pe a r que era pre­
e un día vinie­
·

ran a lgunos aventureros que sin derechos 'j i n méritos dis­


· ·

pusieran de sus h i ja s. Así las cosas, d u rante •lgunos días vi­


vió c;,on el las en incesto. Al pasa r el tiempo, por modo na­
tural las jóvenes empezaron a acostumbrarse y voluntaria­
mente se sometían a los caprichos del individuo.

Transcurrido un tiempo, por la mañana apareció mon­


tado sobre un caba l lo malpasado un joven ranchero que
radicaba no lejos de ahí. Al conocer a la menor de las mu­
chachas comprendió que ún icamente e l l a podría hacerlo fe­
liz en la vida y comenzó a corte jarla. Cada tercer d ía re­
corría la d ista ncia existente entre su rancho y e l otro· para
estrech a r en sus brazos a la q ue pronto pensaba h a ce r su
esposa.
Durante a lgún tiempo tuvieron suerte, pero l legó la
ocasión e n que su noviazgo fue conocido por e l padre. Al
verlo aparecer, e l joven tuvo en mente hablarle con clari­
dad de sus buenos propósitos para con su hija, pensando
que e l lo en cierta manera alegraría al hombre. Pero resultó
tocio lo contrario; furioso se le dirigió y lo golpeó en l a
boca derribándolo. D e inmediato sacó u n infernal tranchete
d e entre la cintura; a l estar a punto de lanzarse contra el
caído, se detuvo al ver que aquel ya apuntaba una pavo­
rosa cuarenta y cinco contra su cuerpo, mostrando decisión
en su actitud. Por un momento ambos titubearon, y a no
ser porque la muchacha se :inte rpuso entre los dos a lgo gra­
ve hubiera ocu rrido. El joven ' se decidió por desa pa,re<:er
corriendo. La mu jer por su pa rte quedó l lorando h i rl�a
en el suelo.

1 87
Desde esa vez, el muchacho no volvió a verse más.
El padre se ensañó aún más con l a infe l iz muchacha; pro·
piná ndole una golpiza q ue casi le q u itó el sentido. Esta vez.,
la mayor, armada de un ga rrote que exprofeso guardó en·
tre las cobijas de su cama, le descargó un golpe en plena
cabeza q ue lo atontó, aprovechando para a ba ndonar el
cuarto en busca de a ux i l io. Desca lza y sem idesnuda em­
prendió e l camino al pueblo en busca de a lgvien que las
defendiera.

Ahora que la mujer me enteraba de lo suced ido, l lo­


raba con verdadera melancolía. La historia que me conta­
ba, me resu ltaba increíble simplemente. Sin embargo, era
una h istoria verdadera. Desde entonces me enseñé a creer
en muchas cosas.

El individuo fue capturado y llevado al pueblo, Antes


de. ,arribar, los q ue lo custod iaban, asqueados por su fecho­
ría, lo_ golpearon con saña h asta que vomitó sangre. La no­
ticia , �. propagó con rapidez y fue bien conocida por todos;
no-' fa ltar�n los c u?iosos que se transladaron hasta la cárcel
a m irar con curiosidad a la bestia. Dos de las muchachas
tuvieron �!!,e ser hospital-izadas por las múltiples escoriacio­
nes que I� resultaron .

Por mand ato: superior, el ind ividuo fue trasladado a


Durango en l e . avio'neta; pero algo a nd uvo mal, porque a l
poco tiempo l legó la noticia de que se h abía fugado, siendo
éllo verdad. En un hombre como él, no es muy difícil que
esté frag uando venganza contra sus hijas.

En la actu a l idad todo es de esperarse, mayormente en


lugar como aquél que por lo apartado y a bandonado se_ vi­
ve en la ignorancia y en el vicio. Aquellai -gentes no son
las únicas culpables de l a vida miserable q ue lleban, es el
ambiente, las circunsta ncias en que se desarrollan sus acti­
videdes. Son personas que desde n iños tuvieron que matar­
se para lograr m a l comer, sin q ue jamás sean comprendidos
y respetados. Cuando crecen, so'n víctimas de aquellos in-

1 88
d ividuos que por sus mejores condiciones econom1cas se
creen superiores. No obstante, a veces tienen á ni mos de vi­
vir y hasta de reír; pero no por éso son a l eg res. El vino
es su salvación en cierta ma nera, embriag ados se sienten
menos miserables, menos tristes.

El m i nero e n sí, no cuenta con n i n g u n a protecc ión. Las


Autoridades d e l Trabajo por e jemplo poco o nada hacen
por defenderlos. Además son e x p l otados v i l mente median­
te e l pago de cuotas altas que sem ana tras semana les son
exigidas siempre puntua les. Los beneficiados en cambio son
los dirigentes del Sindicato, quienes defienden su posición
aún a costa de su vida. Es muy natur a l que cada a ño los
principa les de d icho Sind icato, resulten desfalcados con mu­
chos miles de pesos, a veces hasta más de un mi l lón . . La
.mayor parte de lo sustra ído lo derroch an en la borrach�ra,
porque hay que decir que los más viciosos e ir respon�a15l�s
son p recisamente aque l l os que tienen puestos d�ntro - � I
Sindicato. El los no obedecen más ley y más derecha ·: : ��
'. el
q ue proporciona el d i nero. A su vez son vigil ados eh cada
paso que dan por la Compa ñ ía Minera, e l contubfrnio exis­
tente es públ ico y yai: fle
noto rio, n i s i q u i era trata n d isimu­
l arlo. Saqen que mientras estén bj.en con la Empr�sa tienen
garantizados sus puestos de zán_ga nos, Porq ue cie rtamente
la Compañía tiene muchos recu rsos , p ara persuad ir o disua­
d i r en su caso. Se cuenta que un día por bbra', de a lg u ien un
l íder sind ica l -qu izá e l ún ico que quiso l uchar por sus com­
pañeros- fue descabezado, exhibiendo su cuerpo por las
ca l les montado en un caba l lo. Sí, si es cierto. La Compañía
ofrece dos alternativas: dinero o . . . U n paseo por las cal les.

Lleg a n a veces al pueblo enviados espec.iales del go­


bierno a enterarse de los problemas que aquejan a la po­
blación, pero éstos no son s i n o vividores que se suman a
los ya existentes. Así cuando se h a b l a de I nspectores de In­
d ustria y Comercio, de Alcoholes, del Trabajo, no los va lo­
ra n sino en farsa ntes que comercian mediante la extorsión.
Cada Inspector o cosa parecida que va por el pueblo, re-
gresa bien comido y con buen dinero en su portafolio raído.
El problema de los altos precios de los satisfactores persis­
te porque la Compañía cal la bocas med iante dádivas, em­ ·

peorándose cada d ía la situación de los trabajadores.

Si se trata de pol ítica, aque lla gente no cree en nada


ni en nadie. Me tocó� estar a l lá justamente d urante l as cam­
pañas para Diputados y Presidente Mun icipa l. P a ra terminar
pronto d i ré que al Diputado de aquel Distrito nadie lo co­
noció porqu� mmca se apareció, ni en campaña ni en j i ra
de tra ba jo. En cambio aunque el Presidente Municipa l no
h izo ni� Ú na campaña, si l o conocían porque é l Presidente
siempre es minero, es un puesto reservado pa�a alguno de
los dirioentes del Sind icato, con el visto bue no de la Em·
presa.

,1 90
Esa primera semana que pasaba en el pueblo era Se­
mana Santa, o Semana Mayor -eomo suelen , l l a marla algu nos.
En muchos lugares se acostumbra q u e l a gente acuda a cier­
tos actos religiosos que se celebra n en tal conmemoreci6n;
en aquel pueblo no era la excepción. Pero tal parecía qv�
no ha bía muchos creyentes que acudieran � la Iglesia, la
fecha transcurría casi desapercibida para l a mayoría, como
si no hubiera qu ién practicara la religión católica. Esta indi­
ferencia preocupaba grandemente al pá rroco del lugar,
quien se veía impotente para lograr que el templo, estuviera
concurrido.
A mí me ocurría lo mismo, me olvidaba que :era Se­
"
mana Santa, y ún ica men te me acordé porque a lguien d ebi6
deeírmelo.

A mi llegada a l pueblo conocí muct}Bs personas, hom-
bres y mujeres, teniendo la oportunidad de conoéér aqemás
a alguie n muy especial; se trataba ni mas ni menos de un
niño de a lg,unos doce años de edad.' D ig o que era muy es­
pecial porque no me acuerdo haber visto en mi vida a• al-

.193
,�uieii · .ta,n. feQ
como· él "iO' era. En todo lo demás era nor­
rná17 éxóepto s u fea ldad. Poseía urr nombre�larguísimo q ue
nú!Jy 'pocos Pod ían a prenderlo de la primera vez. Se l lamaba
·
Jua'n- 'A�dré�. Ruti l io Martos · de Santiago. Cuando supe su
4
fiambre n� pude dej�r · de preguntarme a qué obedecerían
tal'\fos nombres, .éle segúro que tenían su explicación.

. • l?Q(:fía darme co�nta que e l pobre de Juan Andrés. .. . . . ,


·

siempre a'ndaba,..sólo por . las éa�les, como si causara repul­



sión ·a lps' muc chos de su etlad. Por este .motivo habría
de padecer' ni.u clio,

El muchacho era . de a lta estatura, notoriamente angos­


to de 'los hom bros, éadera� desproporcioh adamente grandes.
Al ca m i n � r mecía su espalGla y es.taba encorbado. C.u a lquie­
(a a l v<;!rlo con ven ía ·e¡,· CV1' sus bfazo� eran demasiado lar-
,gos, casi le l leg aban a la rod i l la. Su piel tenía u n color cafe-
5-sc:Ó, clestacá ii d ose le en e l rostro unas horribles manchas
b fsrf>u!¡c a s q ue par�ían despedir polvi l l o "'! que eran -huella
de , 'la.,,,,afleq:iia pern1ciosa que padecía. Nació con· . l a · cabeza
.
..
defectuosai �largada hacia arriba, l�iendo como sí tra jera .
un gorro a ltó'. · Su pelo a b undante, exageradamente abundan-
� te, grueso y e nc r i spad o-, de ci�rto· tono castaño por lo q ue­
mado .de k soL · O jos sal to n es y .redo'ndos, ojeras marcadas,
no,. ob !t ante era un n i ño ,apénas. N ariz grande '1Ue le pala
hacj a é\ bej o. La boca qui zá erm lo más horri ble de tod.o lo
'holrible de s u cuerpo. Los dientes no parecían los de un
humar,io, esta ban fi losos y ·emp.a lmados. Labios· abult�os y
mal formados, de. modo que�aunque lo deseara difrcilhien­
re " poGlía. certar la boca. 1\demás de su fea ldad ' que pare-
'
cía exagerada, era pobre, misera ble, muerto de �arll,bre,

pórqve aún no sabía; buscarse la vida. Andaba sólo, �o tenía


.
a� igos ni hermanos¡ a sus padres hacía q4ién sabe,- Gi;tánto
tiempo que no l�s veía,. desde que lo abandqnaro!}�' � ve-
ces no comía en días .completos, nadie ha bf� <;!V6.:J, _o,re­
ciera n ada. Si así sig1.1ió, lo más prdbable es q�e Jµan' Arr-
dtés Ruti lio . . . moriría' de hambre.
·

1 94
La mañana de ese don\irtgo con q ue fin a l izaba la �­
m a n·a ,Sant• penetré · a una especie de tiendá en b1,1$ca de
a lguna bebida que pwdiera · refrestarme. Me i nstalé en Una
mesa' · bajo el .portal y desde ahf vf .veni r por , la �a l l e a un
g rupo de muchachos que causaban g ran a lboroto'. Grita ban
y se ,mov.ían ag resivos en torno a un n i ño de su misma
edad, que era nada menos que .Juan Andrés Ruti lio, a q uien
golpeaban con l as, manos y se mofaba n · de su fealdad. El
pobre -muchacho se asustaba y no podía ,,defenderse, lo ú n i·
co que efec1'uaba para protegerse era repl egarse contra la
pared. A todos lps observab� con desconcierto y con ex­
presión lastimosa en sus ojos, como si no a lcanzara a com­
prender ,a qué se debía el m a l trató de que era víctima.
Cuando le golpearon 151 ca beza con el puño . cerrado, se es­
cuchó co n;o si hubierá pega o contrá un madero h ueco.

....! Jua n Andrés Rut i Ho no resistió por m ucho tiempo aqué­
llo; empezó a l lorar por lo las1'imado, en esp e ra de a lguien
que lo p roteg iera, pero por el MomEl(ltq era en vano porque
rio había nadie que lo a u x i l i a ra . ·
El grupo de chiquil los a ndaban en recorrido por las
cal les l levando con e l los un "j udas" montado sobre un as­
no. Alguno se le .ocurrió que J uan 'Ar;id rés, podía tambiérl'ir
montado sobre el a ni m a l . Festejando l a idea, entre tres o
cuatro lo treparon s i n permitirle que S$ resistiera, colocán­
dolo tras él monigote y obligá ndo1o a que . l e rodeara la
cintura con los brazos. E l m uchacho em pezó a refr y 'a l lo·
rar¡ a l a vez, y desconcertándose, como si no supiera era
bueno o JTRílo para éj que fuera .so,bre la bestia.
En medio de · una gran alg arabía continuaron avanz�n­
do por m itad de cal le, pasando por juntó a donde yo me
encontraba· sentado. El asno a du ras. penas podía ca""1inar :¡
lo fustigaban con · .un ga rrote .
. El grUpo de mucha � hos se detuvo adela nte bajo un tu·
p_ido �r �ol de gr�esa? ramas. Desde donde yo permanecía
pqdía verlos. A poco me dí cuenta q ue li aron el extremo de
una soga d� cue l l o. del monigote, cruzando la cuerda por

1 95
la rama, con el otro extremo, ataron el cuello de Juan An­
drés. El muchacho se resignaba mansamente a la broma
:;in a lcanzar a comprender lo que le sucedería.

Golpearon al asno para q ue avanzara y tanto Juan An­


drés como el "J udas" q uedaron suspendidos en el a i re ba­
lanceándose. Para e l monigote aquello no era morta l, no
asf para el muchacho q u e estaba a punto de ser a horcado.

Su situación me causaba compasión, empezaba a a mo­


ratarse y pateaba desesperado. De haber podido l lorar l o
h ubiera hecho, pero la soga que le a preta ba l a garganta im­
pedía q ue sal iera de su i nterior cua lq uier sonido.
Al ver que aquello en n inguna forma era una broma,
me levanté presuroso y tomé rumbo al árbol. Sin miramien­
tos me introduje entre el grupo de muchachos y sostuve a
Juan Andrés. Sintió d e inmediato u n gran al ivio y pudo
respirar; por instinto, él mismo como pudo se l i bró del nudo
cayendo en mis brazos .

Los moza l betes me m iraban desconcertados, a lgunos


con cierto miedo, y a ntes de poderles reprochar a lgo fueron
retirándose por rumbos d iversos.
Juan Andrés por· su parte me clavaba la mirada como
tratando de recon ocer en mí a algún a migo. Cuando se re­
puso un poco, echó a caminar sin decir a bsolutamente na·
da.
Si esta vez el muchacho salió con bien, a u nq ue un
poco asustado, no así alg·unos cinco d ías más adelante. N ue­
vamente cayó víctima de las terribles bromas de los chi­
quillos, quienes esta vez o b l igaro n a Juan Andrés a intro ­

ducirse encorbado en la l l anta de un camión, la cual lan­


zaron rodante a lo l a rgo de u na cuesta. La l lanta con An·
d rés di6 tumbos y las piedras y los arbustos golpearon e l
cuerpo del niño; afortunadamente para él sa lió disparado. y
q uedó sembrado por un lado, si n6 ta� vez h ubiera conti­
nuado con la rueda h asta el fondo d e la barranca con el
cien por ciento de probabilidades de haber perecido.

.1 96
El muchacho result6 semi-inconsciente. Un señor de
nombre Rod rigo se d ió cuenta d e lo sucedido y con su cin­
tur6n obl ig6 al grupÓ de muchachos a disgregarse. Crey6
conven iente transladar a Andrés a la c l ínica. Como coinci­
dencia me encontraba yo en la pl aza y los ví cruza r l a . Al
encontrarnos, el hombre me cont6 lo sucedido. El muchacho
me causaba lástima a l ver l o ta n golpeado.

-¿Dónde vives muchacho?-Le preg unté tratando de


ser a m a b l e.

Nada me contestó.

-¿ Dónde es tu casa? ¿Tus papás dónde viven?

-Viven por el río- D i j o esta vez-Hace no sé cuanto


tiempo q ue no los veo. Me· echaron de la casa.

-Me pegaban todos los d ías-Agreg6.

En cierta forma me encontraba azorado de lo que ofa.

-¿Con q u ién vives entonces?

-Vivo solo, en un cuarto a b a ndonado q ue está por la


otra ca l le.

En esos momentos empezaba a comprender a lgunas co­


sas acerca de Andrés. Estaba tota lmente desamparado, sin
nadie que velara por él. Los más de los <eHas no comía.
Después de q ue lo atendieron las enfermeras de la
c l ínica y de que le colocaron g asas, creí conveniente que
por lo pronto Juan Andrés viviera en la cárcel, esto es,
que la señora que daba de comer a los presos I� convidara,
y que por las noches durmiera bajo el porta l. Como andu·
viera descalzo y sus ropas fuera n rotas y sucias., lo l l evé a
la tienda donde le compré dos cambios de ropa a su me­
dida, así como un sombrero. Para la tarde de ese mismo
día el muchacho ya era otro. El pelo se lo cortaron y se
ba ñó. Se veía d i stinto con su ropa y sus tenis n uevos. Al
pasar de lof d ías si a lguien le pr!:!g·untaba si se h a l l a ba a

1 97
gusto viviendo en la cárc e l, nada contestaba, sonreía única­
mente, pero esa sonrisa suya era muy e locuente.

En un principio, la señora encarg ada de hacer la co­


m ida, sentía advers ión por e l muchacho, a q u ien obligaba
que le barriera el patio, le lavara los p latos y fuera a l mo­
lino cargando un g i g a ntesco ba lde repleto de nixta m a l . En
una ocasión lo gol peó con un garrote. El muchacho me lo
d ijo l lorando. Me d isgusté y le previne a la señora que ja­
más lo rep itiera y menos s i n motivo. La mujer entendió
perfecta mente mi deso, de modo ta l que con el tiempo, le­
jos de ma ltratarlo, lo proteg ía y l o cuidaba como a cual­
q u iera de sus hi jos.

Al p9sar de las semanas estuve esperando que apare­


cieran los padres a indagar por su h i jo, pero no ocurría t a l
cosa. Cuando admití q u e no a pa recería n traté de investig a r
,

acerca d e el los y supe que ef�ctivame n te vivían p o r el río.


Se trataba de dos seres mezq u inos que l levaban una vida
l lena de vicios. Ambos bebían mucho, hasta q uedar ahoga­
dos por el a lco hol sobre el v i l suelo. Su- hijo nunca les im­
portó nada, desde que nació le dieron casi nula atención. El
que hu biera logrado crecer fue una especie d e milagro. Tan
pronto tuvo noción de las cosas y lo arrojaron a la ca lle a
que comiera lo que pudiera. Juan Andrés me platicaba co­
sas muy extrañas. Me contaba q ue un d ía que s i ntió curio­
sidad por introducirse a l c_u arto de su madre descubrió algo
que lo l lenó de miedo. El c;uarto estaba o bscuro porque era
de noche. Tan pronto estuvo adentro, escuchó que a lguien
venía. Em pezó a temblar porque sabía que si su madre lo
encontraba e n su cuarto -lo molería a golpes. Otras veces le
pegó bruta lmente por cosas mas insign ificantes. Sin perder
un instante, el muchacho atinó a esconderse dentro-· de u n
viejo ropero de madera agrietada que g_u ardaba l a ropa vie­
ja y raída de su madre. La m u jer penetró a la pieza sin per­
catarse de la presencia de su h i jo. Se aproximó a una es­
pecie de buró que había y encendió cuatro velas q ue est�
ban encajadas en otras tantas botel las.

1 98
Desde el ropero, Juan Andrés podía ver las l uces a
través de las hendiduras de la puerta. A poco capt6 el olor
desagradable de la cera al consumirse. En sus adentros es­
taba mas temeroso que nunca, y rogaba porque a su ma­
dre no se le fuera a ocurrir abrir el ropero. Si lo encontraba
ahí, seguro que lo desmayaría a garrotazos. Por momentos
su miedo era ta l que casi se decidía por sal i r corriendo a
toda prisa, volando para que no fuera a atraparlo. Pero se
detenla al pensar en la gruesa a ldaba de la puerta de la
recámara; en ninguna forma lograría quitarla a tiempo.

Hasta el ropero le l legaba el a l iento a lcohólic� de la ma­


dre. Por entre las rendijas veía que lucía más extraña que
de costumbre. Vio cómo empezó a q u ita rse la ropa hasta
quedar completamente desnuda, mostrando su cuerpo de­
forme, cubierto de espesa capa de grasa. Se recostó sobre
la cama y se untó todo el cuerpo con sebo, que olía muy
mal aún a d istanci a. A conti n uación depositó cada una de
las velas en un ri ncón y comenzó a saltar como loca a mitad
del cuarto, diciendo cosas que el muchacho no comprendía.

La madre d e Juan And rés pues, se deducía, era una


especie de bru j a . La gente m isma la tenía por eso, por bru­
ja. Incl uso había quien creyera ciegamente en que tenía po­
deres para curar ciertos ma les. No pocas veces hacía las
veces d e partera.

Un d ía, cometió un error. Al parecer, una muj�r casada


cuyo esposo se encontraba tra ba jando desde hacía meses
en Jos Estados U n idos, tuvo relaciones extramarita les, que­
dando embarazada. Al da rse cuenta de que lo estaba real­
mente, pensó horrorizad a en su i mprudencia. Inmedi atamen­
te se le vino a la mente la madre de Juan Andrés. Ella po­
dría ayudqrla.

En vista de que podía obtener algún dinero, l a charla·


tana accedió a darle un remed io previo para que abortara.
A continuación l a sometió a una especie de operación , y

1 99
algo deb}ó hacer mal, ya que la mujer murió a consecuencia
de una violenta hemorragia que le sobrevino.

Al percatarse de la barbaridad cometida, la mujer se


supo en apuros. Quie n quiera que mu e re en esas circunstan­
cias, pone en a puros a cualq u iera. A a lguien de su tempe­
ra mento, l o primero que se l e ocurrió fué enterrar el ca­
dáver clandestinamente. Pero no se decidió a l tener en
cuenta que una tercera persona, o sea una comadre de la
muerta, se d ió cuenta del tratam iento que le haría, e inclu­
so había ido recomendada por dicha comadre. No tenía
más remedio pues, que enterar primeramente a su esposo
de lo ocurrido para que él le aconsejara y l e ayudara. El
individuo se mostró colérico por l a estupid ez de su esposa
e iticluso la golpeó.

Cvando la muerte de la mujer fue sabida por todos, la


fa l l id a comadrona se empeñaba en expl ica r que "venía muy
ma la". "Desde un principio aseguré q ue moriría. Lo único
que hice fue tratar de salvarla. Yo no tengo la culpa d e
nada".

Tlln pronto llegó a mis oíos lo ocurrido, me decidí por


actuar. Envíe a José y a un par de policías a que fueran
por la mujer, ignorando aún que se trataba de la madre de
Juan Andrés.

Al momento arribaron con é l l a en calidad de detenida.


Me encontraba sentado en e l escritorio de mi oficina y
esperé a que se aproximara. A l verla ca minar rumbo a mí,
su apariencia no dejó de causarme cierto trastorno. Tendría
algunos cincuenta . años, gorda, cara atestada de lunares,
desa liñada, de modales bruscos. Tan pronto se percató de
mi presencia, me sonrió, indudablemente buscando en esa
sonrisa suavizar un poco la situación suya q ue amenazaba
ser grave. Su pretens ión no podía ser mas absurda, su son­
risa resultó horrible, porque no tenía d ientes, únicamente
los colmillos. La piel del rostro le estaba muy grasosa, sin
saberse si era por a lgún ungüento o por la transpiración.

200
Tras de que le indiqué que podía sentarse en una de
las sillas del frente, le hice saber a qué obedecía su trans­
lado, interrogándola acerca de lo ocurrido. Después de que
por un momento me auscu ltó, dándose tiempo y pretendien­
do h acerme saber que estaba tranquila, comenzó con la his­
toria que narraba a la gente.
A medida que hablaba los n ervios la traicionaban y se
movía incómoda en su asiento, a briendo y cerrando sus pu­
ños por lo nerviosa. Estaba junto a la ventana, y l a luz que
entraba a través de ella al pegarle de l leno en el rostro,
dejábale advertir los horribles cráteres que le cubrían el men­
tón y las meji l las.
Por mi parte estaba muy lejos de pensar que lo que
ella decía era verdad. Bastaba con verla para asegurar que
aquella mujer era capaz de cualquier cosa por terrible que
fuera. Si como tenía la cara tenía el alma, sería la encarna­
ción del mismo diablo.
Era mi deber que lo dicho por la mujer lo anotara, pe·
ro como no había máquina, lo hacía manuscrito.
Mientras el la vo l v í a a irisistirme en su i nocencia, sin
proponérmelo m i ré h a ci a la ventana y a través de los vi­
drios d isti nguí la cara del pequeño duan Andrés que se em­
peñaba en ver al interior. Le dediqué mayor atención y me
dí cuenta que l lora b a . Antes de que pud iera hacerme al­
guna conjetura acerca de l motivo, la mu jer sintiendo curio­
sidad por s a ber lo que atraía mi mi r ada volteó también y
se so rpre nd i ó cuando sus ojos encontraron al muchacho.
Juan Andrés se movió y presuroso buscó la puerta de
la oficina y pe netró; fué di rectamente a la mujer y la a bra­
zó bes á nd o l e l a mej i l la. La m u jer q uedaba inmóvil, sin sa­
ber cómo reaccionar por lo p ron to.

Ahora que veía a ambos, comprendía que el mucha­


cho era hijo de e l l a . Ahora ya podría hallar explicación en
por qué Juan Andrés era tan feo.

201
-Además de lo q ue se le acusa, ha cometido usted
otro del ito al abandonar a su hijo.
Ta l cosa le avisé con seriedad.
Sopesó mis pala bras y presurosa contestó:
-Yo no puedo ma ntenerlo, Licenciado. El ya está en
edad de poderse buscar la vida. Yo a duras penas tengo
para vivir.
Resuelta se li bró del abrazo que su hijo le daba.
-Nada de l loriqueos, muchacho. Anda, vete a jugar
por el patio.
Su h i jo comprendió y se movió hacia la salida. La mu-
1er no daba indicios de condolerse de la tristeza que em­
bargaba al muchacho. Juan Andrés se sumió en sus pen­
samientos sin saber cóm� n i su madre lo quería.
Ojalá y pueda meterla toda su vida a la cárcel. Pen-
saba convencido.
·

El muchacho continuó viviendo en la Pr.esidencia Mu­


nicipal, a expensas mías. Durante el tiempo que continué
en el pueblo estuvo temiendo el día en que partiera. ¿Quién
lo iba a proteger entonces?
A la madre se le siguió juicio y se le condenó en jus·
ticia, purga ndo su pena.

202
10
En mi calidad de Agente del Ministerio Público, estaba
obligado a darme cuenta de cuanto delito ocurriera en mi
Distrito Judicia l . En cada caso intervenía según mi criterio,
procurando siempre ser justo. Estaba más incl inado a ayu­
dar a las personas que a hundirlas. Muchos que cometían
del itos graves trataban de sobornarme. Yo permanecía se­
reno y trataba de ayudarles lo más que podía.

Dura nte todo el tiempo la vida en aquel pueblo se­


guía siendo la m isma. Los mineros continuaban entregándo­
se al vicio, y su situación era lo ún ico que cambiaba porque
cada d ía se volvía más d ifícil, buscando el al ivio de las in·
justicias de que eran víctimas en el a lcohol.

. Ya he dicho que el Parián se encuentra en LJna hondo­


nada, sobre la ori lla de un r ío, rodeado de a ltís imas mon­
tañas. Desde aba j o pueden d ivisa rse muy en lo alto tres po·
blados muy cercanos unos de otros. A mitad de fa lda a pro­
ximadamente se encuentra uno que se podría decir está
construido vertica l mente por razones del terreno, más que
un poblado es un campamento; daba cabida a algunas dos-

205
dentas familias. Poco más a rriba está el que se puedé' c� .
siderar el campamento mayor, y en él justamente n� el
túnel principal de l a mina . .Et campamento restante est.á en•
. .

clavado en la cúmbre de la montaña y su ascensión es · muy


penosa porque es imposible que suba a lgún vehículo a _mo­
tor. A veces las mismas bestias se resisten a ascender. Sin
exagerar, es tan a lta esta montaña que cuando se ,va su­
biendo los oídos empiezan a ch i l lar y a lgunos q ue pade­
cen del corazón sienten problema por el cambio tan brusco
de a ltura. En esa reg ión l l ueve mucho durante �I año, y
casi siempre la neblina envuelve el campamento de la cum­
bre; por obra de la h u medad la vegetación es muy a bundan­
te y pa rece aq ue l lo una se lva impenetrable.
,
Todos estos poblados estarán carentes de muchas obra$
y de 111 uchos servicios, pero lo que si abunda son las ta­
bernas, los bi l l a res y las m a l l lamadas "loncherfas" que no
son sirio cantin uchas insalu bres muy frecuentadas por cier­
ta c l ase de mineros .
Los tres pueblos a l bergarán a a lgunos tres o cual#)
m i l habitantes. En e l Parián viven a l rededor de cuatro ri\tlf
y con los que radican en los pueblos a leda ñ os suman a ?ff..· . .

ximadamente' diez m i l habitantes en la región.


N o escapa a l a atención d e ningún visitante ver l a ma.:
nera como está vigilada la bocamina por varios soldados
que a todas horas se mantienen a lertas, blandiendo en sus
manos magníficos M-1 6, comprados con dinero del pueblo.
Parece q u e constantemente temen que a lguno vaya a ex­
traer oro cl andestinamente del interior de l a mina.
Algo que aún no he comprendido es pot qué e l Ejérci­
to que fue creado exclusivamente para . que desempeñara
la sagrada misión de salvaguardar la paz, la tranquil idad y
el bienestar del pueblo, se vuelca contra él, sometiéndose
a la dirección de los ricos extranjeros para ir en contra del.
minero. Vaya que algunos de los soldados al sentirse pro­
tegidos fustigan a l trabajador, r;p-áxime· cuandp se sienten
seguros por sus flamantes rifles.

206
� A pocos pasos haci a el i nterior de la bocami na, desde
h 8"e mucho tiempo fue eregido por los m ineros una espe­
cie qe a ltar donde se encuentran depositados va rios santos
de su devoci6n. Eternamente arden veladoras que llevan
aquel los que se han creído favorecidos en sus ruegos. Pue­
den verse igualmente epístolas enmarcadas en vid.río en las
que los fervorosos creyentes dan las gracias públ icamente
al santo de su veneración por el m ilagro que les dispensó.
Los innumerables adornos de papel de china de todos co­
lores, le dan viveza a l l ugar.

Más que una costumbre, ha llegado a ser obligación


que cada minero que transite por frente a l a ltar se l ibre de
su tocado, y se persigne, no pocos efectúa n ad emás a lguna
·
genuflexión.

El ascenso en camión a l pueblo de la bocamina es muy


penoso. El camino sube casi en perfecta espira l, y es muy
angosto y resbaladizo. Si un vehículo que sube encuentra
otro de bajada, debe retroceder cualquiera hasta donde ha­
ya a lgún recodo, de otra manera les es imposible pasar.
Los derrumbes se suscitan con demasiada frecuencia con·
virtiéndose éstos en grave pe ligro p a ra los mineros. Los ve­
hículos empleados para transportar a los traba jadores son
camiones, cuyas pl ataformas son acondicionadas previamen­
te, colocándoles largas ti ras de madera a modo de asientos.
I nva riablemente los cubre un resistente toldo de madera
que protege a los mi neros de las · innumerables pied reci l las
que resva lan a l hacer el ascenso. Cuando las piedras son
mayores, el toldo de nada vale.

En l o particu l a r me desagradaba l a idea de tener que


subir la montaña hasta el pueblo de la cumbre. Sin e mbar­
go, era mi deber hacerlo cuando ocurría a lgún delito. Al no
estar acostumbrado a esa clase de ejercicio, al subi r la cues­
ta resop l a ba por boca y na riz y sentía las piernas duras sin
que los · múscu los me .obedecieran. Como si se tratara de
a lguna coincidencia siempre que iba hacia la cumbre una
l luvia torrenci a l nos sp rprendía, y l legábamos a nuestro des-

�07
tino como sopas, incómodos por la h u medad y d eseando
c u anto a ntes ropa seca.

Escasos d ías antes d e mi a rribo a l pueblo , ocurrió un


desastroso accidente a l despe ñ a rse un camión proveniente
de la bocamina. En dicho veh ícu l o viaja ban tres pe rsonas en
l a ca b i n a . Al tratar de sa lvar una curva , el conductor perdió
el contro l y resba ló hacia el ba rranco, despeñándose. El ca·
mión dió una serie d e tremendas volteretas dejando sem­
brados a sus ocupa ntes por entre las rocas. En su mortal
recorrido descendió hasta otra parte del camino con ta n
mala suerte que logró peg arle a otro camión que en esos
momentos pasaba cargado de cerveza . Afortunadamente que
los ocupantes de este ú l t i m o camión única mente resultaron
con he � idas leves, pero en cam bio los da ños materia l es fue­
ron cua ntiosos. Por su pa rte el primer veh ícul o resultó inu­
ti l iza ble y fue a detenerse en la hondonada muy cerca del
río. Hoy en día aún puede verse el montón de fierros re­
torcidos y enmohecidos.

Este accidente a rrojó dos muertos, y fue un verd adero


m i l ag ro que el tercer ocupa nte se salvara, máxime cuando
resu ltó con la mayor parte de s us huesos rotos. Los otros
que no corrieron con igual su é rte, dejaron d iseminados sus
miembros por entre la fa lda de la montaña.
.
El conductor quedó con vida . El fue el responsable del
accidente por su imprudencia a l manejar en completo esta­
do de ebriedad.

De este accidente conoció el Agente del Ministerio Pú­


blico que me anteced ía. Pero inexplicablemente renunció a l
cargo e n esos días, levantando las actas d e l a s primeras in­
vestigaciones. En esas c i rcunstanc i as pues me tocaba a mí
seguir ade l ante con la i nve st ig ació n relativa. Cuando fuí a l
hospital a ver al chofer m e confesó que ya ha bía a rreglado
todo con el otro "min isterio". "Me pidió dos mil pesos. U n i- ·

camente pude consegui rle m i l quinientos y acépt6 mandar ·

por un ropero que tengo en la casa". Menuda cohfesión me

208
hada el herido. Yo quedé a l go sorprendido sin saber qué
decir por l o pronto.

Poco antes de mi l legada ocurrió otro suceso de ma­


yores proporciones. La gente aún no se olvidaba, y pasará n
aún muchos años para que olviden. E l trágico incidente tu­
vo lugar en el pueblo enclavado en la cumbre de la mon­
taña. Dicho poblado se erigió sobre terreno no muy firme
debido a los mú ltiples túneles y tiros de l a mina que con­
virtieron esa parte del cerro en una especie de colmena.
Era la noche de u n día festivo. La mayoría de los vecinos
descanzaba ya en sus hogares, excepto los muchos briagos
que continuaron en la celebración bebiendo a lcohol en las
cantinuchas y las fondas. De pronto ocu rrió a l go extra ño.
la tierra crujió horriblemente. Muchos pensaron que se tra­
taba de una pesadi l l a , otros dieron mayor crédito a sus oí­
dos y despertaron sobresaltados tratando de adivinar cuá l
sería e l motivo q ue daba origen a aquel l o . Antes de que
pudieran hacerse a lguna cop jetura, la tierra volvió a crujir
aún con mayor intensidad y se formaron grietas. Esta vez,
convencidos de qve a lgo grave iba a ocurrir abandonaron
sus camas dispuestos a investigar lo que sucedía. Pronto
en las calles había un gran número de gentes que se pre­
g u ntab a n unas a otros qué estaba pasando. A los briagos
mismos por un rato los efectos del a lcohol se les cortaban
repentina mente por el miedo y tenían l ucidez. Seriamente
pensaban entonces en ir con sus fa m i l i a s a darse cuenta
de su bienestar.

E l desorden empezó a cundir y h u bo discusiones. Unos


se inclinaban por evacuar el pueblo. Otros opinaban que la
cosa no era tan· grave. Por las dudas algu nas familias deci­
d ieron extraer de sus hogares las cosas de mayor valor y
echaron a caminar por la ca lle en busca de lugar seguro.

El Jefe de Cua rtel del lugar hizo su aparición oportu­


namente y estuvo de acuerdo en que el lugar fuera aban­
donado inmediatamente, logrando convencer a a lgunos de
los más obstinados.

209
Era increíble cómo en tan pocos minutos cundía tal
pánico y reinaba el desorden, escuchándose un sinnúmero
de gritos ensordecedores. El espectáculo no dejaba de im­
presionar, la gente corría cargando a sus hijos menores
que l loraban, l levando en la otra mano algún bulto de ropa
'o algún mueble.

Los rezos no se hicieron esperar; imploraban en voz


a lta como si estuvieran convencido� que aquél era el fin del
mundo. En esos críticos momentos había q uienes tenían
tiempo de reprocharse su indiferencia hacia las cosas sagra­
das, estando temerosos del castigo q ue se avecinaba. .En
tal es situaciones era cuando prometían mandas. Al tercer
temblor no hubo incrédu los q ue se arriesgaran a q uedarse,
corrían más veloces que cualq uiera de los otros, como co·
nejos asustados. En esos momentos nadie reparaba en si iba
o n6 desnudo.

Desafortunad a mente fue demasiado tarde para a lgu­


·

nos, en medio de aterrador estruendo las casas se desplo­


maron y se h u ndieron en la tierra. Hombres, m ujeres y ni­
ños, .sig uieron a l a g ra n mole, sin que ninguno de los deu­
dos aspirara ja más a volver a· encontrar sus cuerpos.

Cua n d o h u bo una poca de calma q ue pudieron darse


a lguna exp l icación, convinieron en q ue todo era debido a
lo hueco de la montaña por l a gran cantidad de túneles y
ti ros cavados a través de el la en la e x plotación del oro y
la pl ata.
De todo aquel lo no q uedó piedra sobre piedra. Habi­
taciones, árboles y todo cuanto h 9 bía desa parecieron sepul­
tados por tonel adas y toneladas de rocas. La autoridad dis­
puso que a los damn ificados se les diera asilo en los ho­
gares de los otros pueblos. Al cabo de .pocos días pensaron
en reconstruír sus casas en un lugar que consideraron se­
guro. Pero éso está dudoso. La tierra a veces vuelve a cru­
jir por las noches.

Ni ésta, ni ninguna otra desgracia mayor o menor, cam-

210
bia la vida de muchas de aque l las gentes. Continúan en l a
juerga, decididos a que l a muerte los sorprenda tirados en
la cal l e víctimas d e a lguna congestión.

Ante tanta afición por el alcohol de parte de los m i­


neros, las tabernas van m u ltiplicándose y no pueden darse
a basto los expendedores en e l consumo de la cerveza . Mu­
chas d e aquel l a s sórd idas tabernas no cerraban ni de noche
ni d e d ía.
Debido a l a fa lta d e comunicación, la cerveza es trans­
portada en camiones a través d e l río, en la época en que
puede transitarse, de esta manera se g u a rda en bodegas
por largos meses y a veces por más de un año. Esto, auna­
do al terrible calor de la región trae por consecuencia que
. e n el fondo de los envases se vaya formando un sed imento
que vue l ve la bebida aún más amarga, a grado tal que un
borracho ama nece a la mañana sigu iente con síntom as de
intoxicación.
La Compañía tiene interés e n que sus "mucha chos" se
diviertan. Pero n o por éso to leran las fa ltas. o l l egadas tar­
des al trabajo. Tres fa ltas inj �stificadas a la semana y el tra­
bajador es despedido fulmina ntemente, sin que valgan pos­
teriores rec lamaciones y esas cosas. Ante ta n te rri ble ame­
naza, aquel los que por la noche abusaron d e l vino, están
obligados a suspender su parranda para tomar rumbo a l tra­
bajo. Así las cosas, no es raro ver que por la mañana van
zigzagueantes a su trabajo, demacrados hasta dar cuidado y
con los ojos enrojecidos. Los resultados no se dejan espe­
rar, los accidentes de trabajo abund a n .
E l q ue haya tanto vicio entre l o s trabajadores se debe
en gran parte a la Compañ ía, que desea dar a sus servido­
res diversión, pan y vino, para que se olviden de defender
lo q u e legíti ma mente les corresponde. Tanto i nterés le dis­
pensan a éstos que por obra suya la cerveza es sumamente
barata. Mientras una Coca Co la a lca nza e l precio de_ dos
pesos, un frasco o un bote de cerveza cuesta únicamente
ochenta centavos.

21 1
Si las cosas en aquellos centros de poblaci6n andaba
mal, peor era en el medio rura l . En mis correrías, pod ía ·

darme cuenta por mí mismo q ue había quiénes vivían aún


e n cuevas, o en chozas miserables. Los moradores aseme­
jába nse bestias, hombres harapientos, huid izos, refl ejando
en su cuerpo lo raq u ítico de su a l i mentación, sin que el
avance d e l a p retendida civil ización les importara un comi­
no. Un día tal vez, les sea dado veni r a la ciudad a cono­
cer la televisión, los a utos, el teléfono y esas cosas. Mien­
tras tanto continúan con su ind iferencia y su temor.

Ante la presencia de aiguien q u e vaya de la ciudad se


cohiben con mucha faci lidad, y a todo mundo dan el grado
de profesionista. Si u no va con un ma letín, le l l aman mé­
dico; si con un casco, ingeniero; si con u n l i bro, maestro.

212
11
A eso de las doce del día cuando el calor se convertía
en cosa seria, tomaba l a determinación de vestir traje de
ba ño y tirarme a l a al berca del hotel; nadaba por horas
gustoso de poder librarme a u nque fuera temporal mente del
persistente calor. Norma l mente había otros bañistas, y se
trataba de los hi jos e hijas de· los Jefes de l a Compañía Mi­
nera. Por ningún motivo pued o decir que me resultaba di­
fícil tener trato con é l los, antes b ien, congeniábamos inme­
diatamente, especi a l mente con las jovencitas. La proximidad
.con ta nta mu jercita metidas en bonitos bikinis permitía que .
las horas me pasaran más agradables a ú n . Cuando no pla­
ticaba con el las me entretenía admirándolas cruzar los pra­
dos ·o lanzarse a l agua e·n· clavado.

Esa era una de las comodidades de que se podía dis­


frutar en el Hotel, la al berca. Además, existían canchas para
diversos deportes, como tenis, frontenis, basquet bol, que
.

mucho ayudaban a combatir el ted io.

En cuanto a Angélica, n uestra a mi stad iba en rá p ido au­


�nto. Ahora nos teníamos pl&na confianza uno al otro y

215
por l o m ismo, nos tratába mos como si nos conoc1eramos de
mucho t i e m po atrás. No peco de prete nsioso s i digo que
la m u c h a c h a es ta ba s iem pre en bu sca de c h a r l a r conm igo.
Después de comer q u e m e rec l u ía en mi ha b itación para
desc a n s a r , ven i a para ofrecerme fruta o s i m p l emente a pre­
g u n t a r m e si a lgo se m e ofrec ía, permaneci e ndo más t i e m po
q u e e l n ecesa r i o . Por m i pa rte tr a 1 a b a de ser a m a b l e con
e l l a y le ag radecía s u s atenciones, p i d iéndo le se i nsta la ra
en a lguna de las s i l la s . N o o bstante su buen a d isposición
para conmigo, en n in g ú n momento 1 rataba de aprovechar­
m e de tal s ituacón. Me cond ucía norma l ment e frente a e l l a ,
s i n tratar d e abusar en n i n g u n a Forma. Me agra d a ba ver
que c ua ndo era mi turno e n h a b l a r, invariablemente me man­
ten í a fija la m i rada y p restaba d e m a s i a d a atención a m i s
pa labras, asintie 1do o nega ndo c o n l a ca beza med iante p e­
q u eños movi m i entos.
P a ra ese t i e m po a l g u ien me enteró que a n d a ba en mi
busca a q ue l hombre con el que, p l atica ra. aqu e l l a pcas ión
e n que m e enco n t r a ba en l a fuente de · sodas. Me· refiero a
a q u e l q u e m e contó de la existen.t i a de' u n as c a m palí'as d e
oro ce rca d e ahí. Por mi p a r t e , ri o me acordaba de sG 'flso­
nomíp, ni s i q u iera de su nombre. Pero d e spués a'l g u i en me
hizo s a ber q ue su nom bre era ·Pablo Pérez. Por' Cierto, . se
trataba de un ind ividuo a m pViamente conocid o ·en el 'pue­
blo, q ue a todo m u ndo sa l ud a ba y e n tua lquier casa ·como
s i fuera la suya propia se introducía a comer frijoles con
torti l l a . Muchos lo ten í a n por un borracho, u n borracho' ' ei+i­
pedernido; y efectivamente tomaba con demasiada' frecuen­
c i a hasta que su cuerpo se a lcohofiza ba ·por cómp feto y que
no l e era ya dado rec i b i r u n a gota de vino. ·cue ndo tal cosa
sucedía q uedaba t i r a d o como cualqu ier "objetó; 'en -'·fa
ca l le , en la p l a za, o simplemente �n la c a n ti n q f.�gunos
.

que se compadecían de él, y q ue ·pem¡aban que s u ·�stapo


era grave ayudaban para transJadarlo · a la c l ínica, donde
por cie rto no era muy bien r ec i b i d o seguramente de�idq a
la frecuencia con q ue ten ía n que atenderlo. ' r'a r á ' embria­
g a rse í nvertía tocio cua nto poseía de d'iner.o, y aún más, mu­
cho más, porq ue n o h a.bía a quien · fld 1;debiera, 'aspeci:almen-

.2 M
te a los cantineros, quienes le ofrecían condonar su adeudo
a cam bio de que no volviera a pisar su establecimiento. Pe­
ro vano ofrecimiento el de el los, porque a mañana, tarde y
ncche se hacía visible Pablo Pérez. Si sólo fuera éso estaba
bien, pero el caso es que era un ind ividuo necio por natu­
raleza que le complacía bromear con la cl ientela, insu ltarlos,
gritar, cantar y ba ilar. Muchos se fastidiaban con su proce­
der, pero nada pod ían hacer contra Pérez que a todas l uces
lucía ser un hombre inofensivo. Algu nos que no fueron tan
tolerantes y tan comprensivos, al no poderlo soportar más,
le propinaron serias golpizas, otros se conformaban con ha­
cerlo echar de la cantin a.

Pablo creía poseer un método infa l i ble para obtener di­


nero, éste consistía en que cuando pagaba a lguna cerveza
q ue el canti nero se distraía atendiendo a los demás, cuando
le hacía entrega de la feria, se sorprendía de lo que recibía
y mostraba inconformidad, asegurando que su bil lete era
d e mayor denominación, y que pot lo tanto debía recibir
mayor cambio. Algunas veces tendría éxito, pero no s iem­
pre. Poco tiempo bastó para que nadie le creyera.

Con semejantes antecedentes, Pa blo no me interesaba,


ni tampoco sus campanas de oro. Oja l á y nunca me encon­
trara. De antema no' sabía yo que su in sistencia en verme
obedecía a lo de las campanas.

Pablo era persistente como pocos; no transcurrió mucho


tiempo para q ue diera conmigo. En esos momentos me én­
contraba sentado en la banq u i l l a que, Jesús el peluquero
. insta laba en la acera de afuera de su esta b lecim iento. Pa­
blo se encontraba adentro cortándose el pel o, de lo cua l no
me percaté cuando me adentré un poco a salud a r a l pe lu­
quero. Cuando le term i n a r,on el a rregl o, s a l ió y se apostó
en un lado mío, sonriéndose. A continuación se sentó en
la misma banca, pidiéndome con u n a seña de la mano le
hiciera sitio. Ahora que lo veía me acordaba que era Pablo .
Pérez; su aparienc ia d istaba mucho de ser la de, la otra vez;
.su pelo cortado rapo de los costados y el c;orte de atrás de-

217
masiado arriba actuaba en él com o un disfraz; los mismos
de su fam i l ia batal l a rí a n para reconocerlo.

-Buen día m inisterio -Empezó aún sonriente- Tenía


tiempo buscándolo. Llegué a creer que se encontraba en la
ciudad de Durango. Acuérdese de mí, estuve hablando con
usted en otra oca s ió n, a l l á frente a la p l aza, ¿me recuerd a ?

-Creo que sí.

-Eso es bueno. Soy P a blo Pérez. Estuvimos platicando


sobre a l guna s cosas. Yo le hice hincapié en unas campanas
de oro .
. .¿ Recuerd a ?

-Creo que s í .

-Mi intención es rean udar esa plática, ¿ acepta?

No es peró mi contestaci6n, aunque ninguna h u biera


habido de mi pa rte.
-Le contaba de la existencia de unas campan as de
oro-Continuó muy seguro de sí mismo-Pues bien Mi niste•
rio , a l lá esperan, en un pueblo cercano a éste. Actu a lmente
se encuentra semi-abandonado, y fue fun d ado por los es­
pa ño l es hace muchos años, probablemente trescientos años.
En aquel los tiempos ahí se encontraba la explotación del oro
y la plata. Aquello era algo muy rico, algo inmenso. Llegó
a formarse un pueblo muy grande, con muchos edificios
muy bonitos. Hoy en día puede verse aún en pie la iglesia,
es una construcción gigantesca y tiene dos torres muy bien
labradas. Las campanas de oro en un principio se encontra­
ban en dichas torres como es natural, sólo que al paso del
tiempo sus ligaduras se p ud r ie ron y se vin ieron aba jo al
atrio, con tan buena suerte que no sufrieron daño por lo
arenoso del suelo. las gentes convin ieron en no intentar
subirlas nuevamente, sino que acordaron dejarlas por el atrio
en una peqveña construcción que para eso hicieron. Todos
los d e l puebl_o qu ieren mucho las campanas, porque saben
que son de oro, y además es como si las con s ide ra ra n co­
mo un símbolo. En una ocasión estuvo a punto � armarse

218
una revolución. Resulta que se presentó en el pueblo u n
misterioso individuo proveniente d e la costa que cargaba
baratijas en unas cajas de cartón. Es indudable que sabía
J o de las campanas de oro. A los dos o tres días, valiéndo­
se no sé de qué trucos, escogió la mayor y la convirtió e n
cuatro pedazos con u n a segueta, cargó con los trozos e n
otras tantas mulas. En, l a actua l idad e s e hombre e s muy ri­
co, vive como príncipe, tiene hoteles y supermercados e n
a lgunas ciudades d e l a costa; jamás volvió para a c á a ú n
cuando e n u n principio se p rometi ó ven ir por l a s d emás.
No hubo q uién no lo m a l d i jera y jurara matarlo s i volvía a
aparecer. Hu bo otro hombre que quiso a poderarse de las
campanas restantes. Este hom bre fue u n cura que q u iso en­
gañar a las gentes diciéndoles que debía de disponer de
esas campanas para construirles nueva I g lesia. Su so l a pro­
,posición enojó a todos, y por lo mismo encontró g ra n re­
�istencia, desistiendo de su propósito. El que las campanas
�an de oro es muy facti ble, tomando en cuenta que fue­
ron construidas en tiempo en que las ·cosas de la Ig lesia se
.tomaban inuy en ser i o por todos, y además h a bía mucho
oro. En aquel entonces los trabajador.es se robaba n gran
�antidad, y gustosos darían p a rte para q ue se construyeran
,las campanas . . . Su sonido es muy fuerte y muy hermoso,
principalmente es muy fuerte, se oye hasta el pueblo de
"La Chalata", o sea quince ki l ómetros a la redonda. Cuando
escucha uno su sonido es c u a ndo se convence de que son
'
de oro.

Lo q ue este hombre me · decía acerca de la existencia


de esas campanas en muchas ocasiones lo había escuchado.
�fectivamente, g ran cantidad de personas aseguraban l a
.existencia de dichas campanas, e incluso me narraba n có­
mo aquel hombre cargó con u n a de éllas. Existía u n a his­
toria mas reciente relacionada con u n o de los Agentes del
Ministerio P'ú bl ico que me precedieron, quien trató de apo­
derarse de el las, seguro de que eran de oro. Previamen­
te se posesionó de un trozo que l e s i rvió de muestra y lo
l'tizo a n a lizar, descu briendo aturdido q ue eran de oro. Eso

219
sucedió 6 al menos eso se contaba. El caso es que algo o
a lguien hizo desistir de su idea a d icho Agente ya que n u n-·

ca volvi6 a reparar en e l l as.

En lo que a mí respecta, me resistía a creer en tales.


relatos, porque no soy la cl ase de hombre q ue cree con fa­
cil idad en campanas de oro. Pero a decir verdad, había
momentos e n que casi me convencía · a l reflexionar en las
p a l a bras de Pablo Pérez cuando decía q ue era muy "facti­
ble, tomando en cuenta q u e fueron construidas en tiempo
en que las cosas de la I g lesia eran tomadas muy en serio
por todos, y además ha bía mucho oro".
Fuera cualquiera cosa, cua nto me decía Pablo no me
i n m uta ba en lo mas mínimo. Le daba tiempo a que h a b l a ra
de cuanto qu isiera. Así pues, continuó:
-Hoy no estoy borracho Ministerio. A propósito lo ha­
go para que usted no piense que son "cosas de borracho".
Es cierto cuanto le d igo, créame.
-¿Y qué es . lo que propones, Pablo? Estoy d ispuesto
.a escucharte.

-Yo soy como usted Licenciado, jamás me atrevería a


flacer n ada indebido. Lo ú n ico que quiero es que se con­
venza de que las ca mpanas son de oro. Debe ser muy bo­
n ito para cua l q u iera desengañ arse por sí mismo que en de­
term in ado l u g a r ex isten u n a s campanas de oro. Eso parece
cosa de cuentos.

Continuó h a b l a ndo, tratando de hacerme creer q ue é l


e r a u n hombre honrado, in capaz d e poseer malsanas i nten­
ciones. Por mi pa rte, imaginaba a dónde quería l lega r Pa­
blo. Pretendía i nteresarme para sacar ganancia de pa rte mía.
Sólo me resta ba saber cuál era el p l a n q ue se había trazado ·

para lograrlo.

Al saberme dispuesto a escucha r lo, P a b l o Pérez fue


directamente al asunto:

-Mi pro pasición es que vayamos a investigar por noso-

220
tras m ismos si es cierto lo de las campanas. Quiero decir
para q u e usted se deseng añe. Yo desde ahora lo estoy.

Pablo decía l a s cosas con ta l seriedad que era capaz


de hacer dudar a cua lquiera . A l ver que reflexionaba, agre­
gó:

-Ma ñana mismo podremos emprender el via je, a l fin


que nada perderíamos. Al contrario g anaría usted la opor·
tunidad de divertirse por el monte. E inclusive d isfrutaría
conociendo las ruinas que existen en el pueblo. Todavía aún
puede verse l a construcción de lo que fue una gran
p l a nta beneficiadora de meta l . Existe además l a cárcel con
$ U S ca l a bozos y aún con cadenas y gri l letes pendidos de

sus paredes. Aq uel fue un pueblo · bastante grande. La mina


que se explotaba era más rica que la actu a l que se explota
.aqu í en e l Pariá n . En cua nto a lo de la m i n a , todo mu ndo
piensa que aquel los españoles en tiempos de la g uerra de
.Independencia la aterraron, y lo hic ieron tan bién .que hoy
en d ía n a d i e ha podido encontra rla todavía, no obstante
que ha ha bido muchos que la han buscado, en su mayoría
,norteamericanos.

, -Tienes razón al decir qL1e d isfrutarla contemplando


el campo, y conociendo las ruinas. Has hecho que el viaje
me i nterese. ¿Qué se requiere para rea l izarlo?

-Nada.-Contestó n i tardo ni perezoso-Nada. . Sólo


m u l a s para montar. Pero yo tengo, así q1Je el problema desa­
parece.

-Si éso es todo cua nto requeri mos, creo estoy d is­
puesto a acompaña rte, pero no m a ñ a n a precisa mente, sino
otro d ía, cuando disponga de mayor tiempo.

Pablo se mostra ba renuente, proponiéndome que si no


p,odía a l día sigu iente, fuéramos a l tercer día . "De otra ma­
nera a lo mejor es muy tarde", decía .

Ante tan persuasivos argumentos, le mostré mi dispo-

22 1
sici6n de hacerlo "al terce r dfa". Al escucharme, guard6 un
corto si lencio, y con cierta g ravedad, argulló:

-Hay una cosa que debemos tener en cuenta. . . Para


i:on ven cern os de que las campanas son de oro, es nece sa ­
rio que nos acerquemos a él las a cortarles a lgún trozo para
que sea anal izado. El problema será aproxi_m arnos. Los d�I
pueblo son muy celosos en cuidarlas y de · todo el mundo
sospec h a n . Debemos pues pensar en algún p l a n . . . Mi �e,
creo q u e estamos de suerte. Pasado mañana como coinci­
dencia ce l ebran las fiestas del Santo Patrono d e l Poblado; se
hace gran fiesta, se org a n izan bai les y ba nquetes y todo el
mundo se divirte. Nos puede por e l l o resultar todo mas fá­
cil, me refiero a que con mayor faci l idad podremos acer­
carnos a l a s campanas, c.o nfund idos entre tanta gente. Para
g a ra ntizarnos un mayor éxito sería conveniente q ue pensá­
ranos en la conven iencia de comprar a lgo de mezca l q ue
l.es ofreceríamos, de preferencia a los hombres. Su alegria
sería tanta que nosotros podríamos lograr lo nuestro. ¿Qué
o p in a ?

-¿Quién va a pagar e l mezca l ?

-'fo-
-Yo-Repitió-Yo, si tuviera di nero.

No cabía d uda que Pablo Pé�ez era lad ino como po-
cos.

-Pero no lo tienes Pablo. Estoy a punto de desistir


acompaña rte.

-No, no Min isterio. Con poco d inero nos !;>asta. Mil


pesos son más q ue suficientes.

-Debes ser muy rico para pensar que m i l pesos es po­


co dinero. Para mí e s u n a fortu na, máxime cuando se tra ta
de emplearlos en algo que no es retribuible y con escas a s1
prob a bilid ades de éxito. Búscate a otro que te preste mil
.pesos.

222
Ahora compren d ía perfectamente lo q�e Pablo desea­
ba en verdad. Anda ba en busca de dinero fácil que pud ie­
ra gastar e n la cantina.
-No lo tome así, Licenciado. Mire, me conformo con
que usted me ayude a conseg uirlos prestados, y yo me en­
cargo del mezca l . .
-Mil pesos es bastante d i nero; pensarás emborrachar
,a toda la humanidad.
-Es que yo también necesito u nos centavi llos. Usted
sa be, tengo que ir a a l tienda a pag a r estos trapos nuevos
.q u e traigo puestos. Consígame e l dinero con Don Pedro. Yo
,los pago tengamos o nó éxito.
Me sentía r i d ículo ante aque l l a situación. Estaba sien­
do engañado por u n individuo de menor preparación q ue
l a m ía ·que pensaba en d a r mezca l a un pueblo. Aunque
viéndolo bien no era del todo descabel l ada la idea. Yo co­
noda historias donde se obtuvieron grandes log ros con e l
empleo d e l vino. Además, P a b l o l o d ijo, quería e l dinero
en c a l idad de préstamo, y si nó lo pagara lo metería a la
cárcel "haciendo uso de mis facu ltades como Agente del
Mi nisterio Público".
, Aunque p a ra entonces yo tenía suficiente di nero para
disponer de ta l ca ntidad, acced í en conseg uirlo con don Pe­
dro. Así tendré la oportunidad, me decía, de saber la cl ase
de hombre que es en rea lidad.
Pablo se marchó con una gran son risa en sus labios.
Yo q uedaba pensando en que después de todo abundaban
aquel los q ue relataban con toda seriedad y todo convenci­
miento lo de la existencia de las tales ca mpanas de oro.
No obstante, para no a rriesgarme a ponerme en evidencia,
a nadie contaría de mis propósitos. Me reconfortaba así mis­
mo al tener en cuenta que otros perd ían mayores cantida­
des en una mesa de juego en forma más estú pida a la que
yp me disponía a probar suerte.
Esa noche, temprano me recl uí a mi habitación. En un
principio tuve en n:iente asistir a l d n e a ver una pelícu l a de

223
corte norteamericano, pero no me decidí porque de pronto
creí haberla visto con anterioridad, y además porque me
sentía a lgo fatigado. La s a l a estaba próx i m a al hotel y por
�llo mismo c l a ra mente se escuchaban los d i álogos de los ac­
tores y los fondos musica les. Cuando me proponía oírlos,
los captaba c l a ramente.

Ang é l i ca casi siempre asistía al c ine, pero esa vez pra­


firió no hacerlo. Cuando e ntré al comedor con el objeto de
tomar merienda, me recibió gustosa y me l levó un vaso de
leche fresca, sentándose frente a mí, muy sonriente. Empe­
zó a pl aticarme de cosas d iversas.
A l poco rato le m a n ifesté mi deseo de retirarme, d i ri-

g iéndome a m i ha bitació n . Antes de q ue la función de cine


terminara, Angél ica tocó a m i puerta.

-Quise ven i r a preguntarte si no se te ofrece nada­


Me d i jo cuando abrí la puerta-Estoy d a ndo tiempo a q ue
salgan del cine para no tener q ue i rme sólo a casa.

La invité a pasar.

Era normal que e l l a permaneciera e n mi cuarto, por lo


�ual aceptó d e i n mediato s i n detenerse a reflexionar si es­
taría o nó bien que l o hiciera.

-Hace calor- Comentó y con la mano hizo el i ntento


de produci rse a i re en el rostro.

Ambos nos i nsta l a mos en l a s s i l l a s de bejuco, buscan·


do el fresco q ue el a pa rato producía.

-Qué bueno q ue has venido, Angé l ica -Le decía por


mi pa rte- Deseaba preguntarte a lgo. Es sobre u na5 campa­
nas que se d ice son de oro. ¿Qué sa bes tú de é l l o?

-Todo mundo d ice que en un pueblo cercano existen


dos campanas g i g antescas q ue son de oro. Segú n se d i ce;
están en una iglesia a ba ndonada. Un d ía u n i nd ividuo se
robó una y cargó con el l a en pedazos en mu lM.

224
-f.k he decidido por ir a ese pueblo a i nvestigar si es
cierto cuanto se dice . . . ¿Conoces a Pablo Pérez?

-Sí. Todo mundo lo conoce.


-¿Qué opinas de é l ?

-La m u j er se l e fué con otro.

-El y yo vamos a hacer _ juntos el viaje.

-¿Qué necesidad tienes d e saber si las campanas son


p nó de oro?

-Tal vez me las robe. Nó, no lo creas. Es broma.

-También yo tengo a lgo que preguntarte. ¿Conoces a


Don Pedro Marmolejo? El hombre que tiene una tienda por
J a ca l l e de arriba.

Le contesté afirmativamente.

-¿En todo caso qué opinas de é l ?

Por u n momento pensé lo q u e debía contestarle.

-Creo q u e es un hombre algo extra ño. Pero no se por


q u é, estoy convencido que en el fondo es bueno.

-Hoy que fuí a s u tienda me dijo a lgo que me des­


.concertó. "Eres u n a m u jer que mucho me agrada, Angé l ica.
La necesidad m e obliga a decírtelo". Ta l cosa me dijo y se
sonrió de manera muy especia l . Hasta entonces comprend ía
porque siempre que iba a comprarle a lgo se empeñaba en
que yo lo aceptara como regalo.

Por u n corto rato dejó de hablar. Antes de que yo pu­


diera comentarle a lgo a l respecto, de im proviso d i jo:

_
-f.k da m iedo acordarme de lo q ue me d i jo después . . .
Me di jo, me d i j o q u e quería casarse con m igo, y que por lo
mis'r\10 desea'ba que yo le permitiera frecuentarme. Sí, eso
� d ijo. ¿ Qu é opinas?

225
-Que tiene buen gusto-Le dije casi en broma.
Angélica esbozó una sonrisa.

-¿.Es muy viejo verdad ?-Preguntó convencida.

-No lo ha de ser tanto si desea casarse contigo.

-Además es muy sombrío y extraño.

-Podrá tener muchos defectos, pero en cambio he oído


que tiene mucho dinero.

-Todo lo sucedido me causa confusión. Nunca a ntes


nadie me dijo que deseaba casarse conmigo. Por supuesto
que no tomé en serio sus palabras. . Es más, te pido que

volvamos a la conversación anterior. ·El pueblo donde están


las campanas es cercano, no obstante se debe ir a lomo de
mula.

Comprendí pronto que Angélica en verdad deseaba no


hablar más sobre Don Pedro, por lo cua l me apresté a con­
.testarle:

-Pasado mañana partiremos, me supongo que muy


,temprano. Efectivamente emplearemos m ulas.

-Si yo pudiera ir, aceptarías que fuera con ustedes?


-N6.

-De todas maneras no creo que pudiera.

-Mejor 'así.

No es que sea un pretencioso, pero Angélica se mos­


traba contenta de poder hablar conmigo. Pero éllo no bas­
taba para que yo pensara que estaba interesada en m í en
al guna forma. lo que sucedía es que simplemente en mi
veía un prospecto de buen amigo. Al menos asf era por lo
pronto.

-Deseo que conozcas a mi :,.te.·


deseaba i nvitarte a n�stra casa·: ·
' Desde · e1 otro dfa
es relojero de oficio.

226
Vivimos sólos. El pobrecito es ya muy viejo. Tengo un her­
mano pero hace muchos años que se fué de nuestro lado y
jamás lo hemos vuelto a ver. Radica en la ciudad de Méxi­
co. ¿Conoces México?
-Mucha gente lo conoce.
-¿Vendrás a mi casa si te lo pido?
-Por supuesto-Le d ije francamente sonriente.
,-No sé por qué siento la necesidad de que conozcas
a mi padre.
Le ofrecí ir uno de esos d ías, tan pronto volviéramos
de nuestra incursión. Al saberlo, Angélica se marchó gusto­
sa, quedando yo de pie ba jo el portal m i rándola marchar.
En verdad era muy hermosa; como pocas.
El día sigu iente lo pasé ind iferente ante la idea de
Jiacer el viaje, ni siquiera por el di nero que conseg uí pres­
tado a Pablo. Por otra parte, nada preconcebido tenía so­
bre las campanas, aún cuando éstas resu ltaran de oro. Sería
u n estúpido si ya con la ca beza cal iente me estuviera esfor­
zando por buscar la idea de cómo podernoslas l leva r en be­
neficio particular. Qu izá ún ica mente me conformaría con
contemplarlas y pa lparlas, encontrando en ello justa retri­
bución a mis esfuerzos. Pocos serán los hombres que han
contemplado unas campanas de oro.

Sólo una cosa era objetivamente cierta: Pablo Pérez. Y


si bien no era una institución de dónde se pud ieran obte­
ner muchas cosas de provecho, a l menos en lo particu lar
me r,esultaba especialmente sagaz, además qu e se conducía
con una seguridad tan grande que cua lq u ier político o cua l­
q u ier banq uero envidiaría. Me convencía de que aquel hom­
bre no era solamente el borracho timorato y lad ino que los
demás cFeían, tenía otros defectos y otros valores.
La ml:idrugada d � � ía que partiríamos me desperté,
acusándome casi en vci: 'aha de ser un cursi buscador de
·

227
campanas de oro. Sólo me fa ltaba pretender buscar el be­
l locino de oro. De todo éso ni siquiera se podía hacer u n
.relato o u n a historieta, porque senci l lamente n o tenía fun­
damento. Sin embargo dispuesto estaba ya a em barcarme
.en ta n sing u l a r aventura y nada sería tan poderoso que me
·

hiciera desistir de la idea.

En vista de que a ú n era demasiado temprano, volví a


dormirme con la confianza de q ue Angé l ica tocaría a mi
puerta para despertarme, según lo ha bíamos convenido .

Cuando estuvo a l l am arme, e l d ía comenzaba y por


lo mismo se distinguía con cla ridad. Angé l ica volvía en esos
momentos a man ifestarme q ue de pode rlo hacer e l l a nos
acompa ñ a ría. Lo enunciaba de un modo tan si ncero y agra­
dable, que su actitud me maravi l l ó. A continuación la jo­
ven me co mun icó su sorpresa de que Pablo se encontrara
,ahí casi desde la med i a noche.

-No cabe duda que ese Pablo Pérez es t.m hombre de


, acción .-Comentó.
Angél ica me prodigaba cuidados muy especiales, co­
mo por e iemplo se aferró a que desayu n a ra antes de par­
tir. Ante ta n grata insistencia convine en pasar al comedor,
sin tener la gentileza de invitar a P a b l o a que lo hiciera
ta mbién. Más ello no fué motivo para que no se presentara
casi al instante. Cuando penetró al comedor, yo empezaba
a dar cuenta d e lo que Angélica me preparaba . Sa ludé a
Pablo con un movimiento de cabeza, sin tener tiempo de
invitarlo a sentarse, puesto q ue él lo hizo por propia i n i­
ciativa, instalándose pesadamente como si a rribara de u n
viaje de cien mi llas a pie; cruzó l o s brazos y adoptó. u n a
·

actitud d e contemplación.

Poco más adelante empezó a sonreírse sin motivo apa­


rente.

-¿Qué es lo q ue te causa risa, Pablo?-Le pregunté in­


trigado.

228
Por un momento se m i ró con atención, y con cierta
,gravedad, a rgu l ló :

-Soy un hom bre, que s a be aguantar el h a mbre. Desde


hace tres d ías que n o como.

Y se sonrió.
Ese era el ta l Pab lo, dotado de agudo ingen i o . Angé­
lica se d ió a la tarea de servirle el desayu no y tuvo qu e
coci nar doble dós is porque una fue in suficie nte para el ape­
tito de Pérez.

Tan pronto te rminamos, pedí a Pa blo sa l iéramos cuan­


to a ntes. Angélica estuvo muy contenta en la despedida, de­
jando su mano e n la mía más tiempo que el necesario. Una
vez por la ca lle montamos las mulas y to ma mos a lo largo.
A esas horas de la mañana los m i l l a res de flores despedían
un olor tal que parecía un gas anestésico, precisamente por
lo intenso; adormecía sí, pero agradaba. I nexpl icab lemente
en esos momentos pensaba con i nsiste n c i a en Angélica . .El la
era una florecita, y a eso obedecería mi recuerdo.

En Pab lo el olor actuaba en modo d iferente. Lo hizo


,estornudar. Después de q u e con un pañuelo que extrajo del
,bo ls i l lo de atrás del pantalón se l i bró de la secreción nasa l ,

m a n ifestó é l temor d e enfermar de cata rro, pero como no


era hombre q ue fác i l mente se dejaba vencer por l a s circuns·
1ta ncias, de entre sus ropas sacó una botel l a repleta de mez­

cal. Le d i o un descom u n a l trago que lo obligó por segunda


vez a tose r. En ve nga nza, espo leó con furia su bestia .

Además de las m u l a s que montábamos, venía una ter­


cera, la cual Pablo estiraba con una sog a . Dicho animal car­
gaba con sendos ba rriles rep letos del mezcal . q ue Pérez des­
'
tinaba a las gentes del pueblo al q ue nos dirig íamos con
e l objeto de "facil itar nuestro proyecto".

Cruzamos el río y m a n i festé gozo a l no tener que


,atravesar por e l puente colga nt e . No había l lovido mucho
ú ltimamente y por l o mis1110 l a corriente n o era muy fuer-

229
te. Siempre consideré un arte pasar por el puente, precisa­
mente por el vaiven que se producía al caminar. Era por
é l lo que en cierta manera me asombraba de ver cómo a l­
gunos arrieros lo lograban montados en bestias, mismas que
tuvieron que acostumbrarse hasta que l o arisco les desapa­
reciera.

Aquella región ciertamente era muy a partada . El terre­


no accidentado, a base de hondonadas, cañones, veredas y
picos a ltísimos. Para l legar desde la ciudad de Durango se
necesitaban muchos días, siempre que no hubiera avión y
q ue fuera a lomo de bestia. Pero ni la lejanía ni ningún
otro obstácu lo fueron capaces de detener a los ambiciosos
españoles de hace c uatrocientos años, todavía hoy en día no
alcanzo a comprender cómo fue ·que aquellos hombres pu­
dieron encontrar minas tan ricas en oro y plata. Quizá los
indios mismos les l levaron muestras, o bien por los braza­
letes y otras joyas dedujeron la existencia de ta n rico ya­
cimiento. Pudo suceder también que el h a l l azgo fue fruto
de arduas exploraciones, o de la suerte excl usivamente. E l
caso e s q u e desde fi nes d e l sig l o XVI I, l o s hispanos em­
pezaron a explotar tan ricos filones.
Las exploraciones fueron en etapas. La primera precisa­
mente en el pueblo donde ahora nos d irigíamos. Este en un
tiempo fue muy próspero, actu a lmente era una especie de
pueblo fantasma, donde a bundaban las ruinas de casas y
edificios que en otros tiempos debieron ser bel l os y
esplendorosos. Las tapias amenazaban con venirse abajo, si
nó con las aguas de ese año, sí con las del año entrante.
Indudablemente que aquel l ugar tuvo un gran n ú mero de
habitantes, más de cuarenta mil según contaban los que sa­
bían. Además de todas las casas q ue hacían falta sa cons­
truyeron grandes templos, teatros, palenques. Una de las
Iglesias fue gigantesca, de puro estilo barroco. Dicha cons­
trucción por lo grande precisamente destacaba entre las de-
- más'. Sus muros desafiaban la intemperie y aún se conser­
vaban de pie, advirtiéndose resistentes, Como sucede casi
siempre con las iglesias, un atrio de gran . tamaño la circun-

230
daba, a .su al rededor se encontraban especies de nichos que
a l bergaban a diversos santos. De todo ésto aún podían ver­
se claros . ind icios. En un bloque de cantera incrustado en e l
frontispicio podía aún leerse l a fecha d e s u construcci6n, es­
crito en español antiguo. A pocos metros de dicha iglesia
se encontraban las rui nas de lo que fué la Hacienda de be­
neficio, muy grandiosa y funciona l , podía advertirse tal co­
sa por lo que de e l l a quedaba. Indudablemente que se re­
q uiri6 de mucho conocimiento técnico para lograr erigir tal
a l a rde de ingeniería. A los versados en la técnica, hoy en
d ía les sorprenden las instalaciones y e l método que se usa­
ba en aquel entonces para beneficiar los metales.

las pocas fa milias que continuaban radicando en el


pueblo se mantenían de l pastoreo y de la muy escasa agri­
cultura. Con bastante frecuencia se dedican a la exploración,
o en busca de la mina tan rica que en la antigüedad se ex­
plotaba y que a decir de muchos permanece oculta, aterra­
da. Además de los que viven en el lugar, otros se de dican
a la busca de dicha mina aterrada, en su mayoría se trata
de norteamericanos.

la afirmación de q ue existe una mina riqu ísima oculta,


pa rte de la firme base de la existencia de pueblo tan g ran­
de, y semejantes molinos; ambas cosas dem uestran que ef
oro debi6 abundar en cantidades exageradas, ta nto como
en la mina del Parián. Algunos no tan crédu los se esfuerzan
en opinar q ue si el m i neral realmente se halla ba en g ran­
des cantidades, éste debió ser sacado de diversos puntos de
expl otaci6n, y no porque existiera un sólo yacimiento tan
rico, negando la existencia de la mina aterrada.

Desde que divisé el pueblo y la iglesia en medio de


él, ag uce la vista procurando fuera tan aguda como la de
los halcones para a lcanzar a distingu i r las tan famosas cam­
panas de oro. No cabía duda que me autosugestionaba de
su existencia. Mi mente mezquina por momentos me enga­
ñaba y casi creía percibir ensordecedores tañidos que pro­
ducían un sonido semeñante a l que producen miles de cos-

231
fa l i l los repletos de monedas de oro. Hablando con fran­
queza p ienso que me empezaba a dominar una ambición re­
primida y secreta. N o obstante e n mi consciente, no me ani­
maba ningún propósito . . Reca pacité de mi avaricia y seguí
cabalgando con la barbi l l a clavada en medio de los omó­
platos. Un buite que accidental mente pasó sobre nosotros,
me hizo pensar si acaso yo no pertenecía a la m isma es­
pecie.

Aquella mañana, la fiesta estaba en grande. Desde el


amanecer dió principio como todos los años, en homenaje
al Santo del l ugar. Tuve la curiosidad por saber qué Santo
se veneraba y descvbrí que se trataba de uno que jamás me
hubiera imag inado existiera en e l calendario. San Homóbono,
o a lgo parecido. El caso es que el revuelo estaba en g ran­
de desde muy de mañana, advi rtiéndose el entusiasmo y el
fervo·r religioso de toda s aquellas gentes. La que parecía la
ca lle principal, estaba materialmente inundada por decenas
de personas q ue an imosas charlaban entre sí, otros prefe­
rían cami nar incesantemente de un l ado hacia otro. En una
fiesta semeja nte los "cuetes" no podían faltar, sus detona­
ciones se escuchan a cada segundo, perdiéndose su estruen­
do en la lejan ía.

Para llegar al pueblo, en determi nados momentos nos


vimos obligados a avanzar por veredas tendidas a lo largo
del río muy por e n alto de la montaña. Las bestias que nos
cargaban caminaban no sin cierto recelo, intuyendo el pe­
ligro de un resba lón.

Lo portentoso y lo tanto esperado aconteció momen­


tos mas adelante de nuestro arribo. Antes de que siquiera
tuviéramos tiempo de desmontar, las campanas tañeron.

Su e$ta l lido metálico fué grand ioso, ensordecedor, con


razón se decía que eran de oro. Su sonido tan potente de­
bía oírse hasta la costa . Era un estruendo muy pecul iar, o
a l menos a mí me parecía, a m í que empezaba a . o bsesio­
narme q ue eran de oro.

232
Entre tocia aque l l a gente se encontraba el cura del pue­
blo del Parián. Cuando estuvimos al alcance nos saludamos
d e ma no; aprovechando el momento para reprocha rm e por­
que no había ido a visitarlo aún cuando se lo ofrecí tiempo
atrás cuando andábamos de excursión por las mo n ta ñas q u e ·

n uestros acompañantes y yo nos lo encontramos. Le son­


reí y le aseguré que pronto me tendría en su curato para
pedirle que tocara el órgano de la manera tan maravil losa
como podía hacerlo. Natural mente q ue su esta ncia ahí ese
día obedecía a la misa y a l rosa rio q ue ofició obscura fa
mañana en honor del Patrono. Concluído su deber se dis­
ponía a reg resa r según nos lo dejaba entrever.

Como Pablo Pérez no era precisamente un hombre re­


servado, man ifestó gozo de que el c u ra se marchara cua nto
antes. "De otro modo las cosas se pueden complicar". Co­
mentó sarcástico .

Al pa recer, Pablo era por demás conocido en el lugar,


saludaba a d iestra y sin iestra y n o pocos l e ofrecían un
abrazo de bie nv en ida. Ahora caminá bamos estirando nues­
tras cabalgaduras; fuim o s a detenernos a l a refresca nte som­
bra de una frondosa "ch a l ata" que crecía casi en e l centro
de un so lar, que en otro tiempo bien pudo ser especie de
p lazuela. Afortunada mente encontrábamos aq uella sombra, al
sol a fuerza de calentar nos resultaba molesto, y el ca lor se
volvía insoportable. Nos dirigimos frente a lo que semeja­
ba una pequeña tienda de abarrotes, donde el dueño des­
pachaba a través de una ventana que d a ba hacia la calle.
En un lado se veía un porta l; bajo é l permanecían sentados
ante una mesa un grupo de hombres que se empe ñaban
en sa l ud a r a Pablo. Se aproximó y les ofreció la mano, muy
gustoso de encontrarse entre ellos. Fuí presentado y me aco­
g ieron con la m isma efusividad, solicitándonos que nos sen­
táramos con é l los. Según se veía se d isponían a consumir
unas portola s que ya estaban abiertas sobre las mesas, acom­
pañadas · de g a l letas de sal, y Pepsi Col a . Ese era un ban­
quete, precisamente en ese d ía de San Homóbono. Pablo

233
acept6 la invitación y empezó a comer. Yo agradecí sus aten­
ciones y les h ice saber que deseaba ú n icamente a lgo d e
beber. Bien pronto me trajeron u n a cerveza ca l i ente, o "al
tiempo" como se d ice a l l á .

Habíamos l legado a buen punto, la Ig lesia estaba cer­


cana, a l fin a l izar la cal le. El objetivo de m i m i rada era d i­
cha Ig lesia. Desistí de mi idea de tratar de encontrar con
la vista las campanas en las torres, a l recordarme q u e éstas
se h a l laban por entre el atrio al caerse. Desvíe la mirada y
ví cientos de tiras de pape l i l los de colores en adorno tendi­
dos a lo ancho de la ca lle, los contemplé por u n momento
y al cam biar la mirada me topé con una pequeña torre i m­
provisada en la q u e ha bía dos ca mpanas, dos campanas grue­
sas y a ltas.
Durante ese tiempo estaba pensando que dichas cam­
panas si eran de oro tenían que bri l lar, aún a d istancia. Sin
embargo aquellas no resp la ndecían . O j a l á y no fuera m a l
indicio.
Pablo por su parte se percató que tenía localizadas l as
campanas y me sonrió. A continuación d irigió la palabra a
los demás y les invitó a q ue probaran "un sabroso mezcal
q u e les l levaba en regalo". N o sé si el ofrecimiento les
extrañaría o nó, el caso es que ·aceptaron g ustosos, fel ici­
tando a Pablo por su buena d isposición. Inmediatamente se
puso m a no a la obra y las barricas fueron l levadas bajo e l
portal . Muy ceremonioso Pablo procedió a abrir u n a d e e l l as
y virtió a lgo de l íquido en un j umate, dándole un trago y
gustándolo entrecerrando los ojos, sabedor de que exage­
raba . A continuación ofreció a los demás para q u e lo pro­
baran.
Pocos minutos bastaban para que aque l l o empezara a
convertirse e n mitote. Los demás hombres empezaban <'!. l le­
gar atra ídos por l a s invitaciones. Incluso participaban seño­
ras y a ncianas, quienes además de estar en buena disposi­
ción para beber mezcal, fumaban con complacencia sus in­
separables Faros.

234
A los muy jóvenes no les era dado tomar y solo se
conform a ba n con observar de cerca a t a nt a persona reuni­
da. A nadie pasaba d es a p ercibid o un deta l le: tocio m undo
vestía ropa nueva, en su m ayoría p a ntalón y chaqueta de
gabardina azul marino. Era costum bre de ellos que en los
d ía s festivos estrenaban.
Ahora más que n u nca e m pezaba a sospechar de la fal­
sedad de Pablo. Hasta ahora me p reguntaba asimismo si
en verdad Pérez no se h abría podido enterar por sí mismo
.a lo l a rgo de sus visitas si las campa nas eran o nó de oro.
Su a m istad con toda s aque l l a s gentes me h acía pe n s a r en
que o p ortuni d a d le ha bría sobrado. ¿ H a brá inventado el
cuento ú n icame nte para d isfrutar de pocos p esos y l levar
mezca l a sus a mig os en c u m p l i m iento a a lg ú n ofrecimiento
que les hiciera ? Me preg untaba ta l co s a co n ins i ste nci a.
Pablo no era un hombre que poseyera mucha volun­
tad. Tomaba, y con prontitud se volvía borracho. Su buen
humor crecía y por momentos s us risas eran las ú nicas q ue
se escuchaban .

A l ver q u e pod í a hacerlo, discretamente me levanté de


mi l ugar dis p ue sto a tomar rumbo al atrio, l levando entre
mis ropas la sierra q ue por sugerencia de Pérez conseguí,
y q ue e mp lear ía para cortar u n trozo a alguna de las cam·
panas. Había pocos hombres que pu d iera n vigilarme, Pablo
los tenía entretenidos con l a bebida. Cuando estuve junto a
l as campanas una aguda sensación me sobrevino. Por un
m om e nto me dediqué a escud riñarlas y desc ub r ía que efec­
tivamente eran muy a ntig uas, tend rían mas de trescientos
años. En l a parte superior podía vérseles una inscri pción,
misma que no pude leer debido a que no me concentraba
en el las para no l lamar l a atención, a lcanzando a d i sti ng ui r­
les una especie de s í m bo lo , u n a cruz con doble línea hori­
zontal .
Ahora, a r· encontrarme en aque l l a situación, m e costa­
ba trabajo acéptar cómo había sido tan m ezquino que acce-

235
dí cargar una cegueta para emplearla en las campanas. Re­
conocía que n inguna necesidad tenía no obstante fueran de
oro. A lo más que me atreví fue a frotar con una de las
.llaves que cargaba, y el polvi llo resultante lo junté en la
palma de la mano, sin importarme ya si a lguien me obser­
vaba. Dicho polvi l lo a simple vista lucía muy fino y vistoso;
despidiendo agradable bri l lo, que pa recía oro. Si estas cam­
panas son de oro, me decía, a me'nos tendré la dicha de
haberlas contemplado.
Satisfecho porque tenía conmigo lo que iba buscando,
torné al porta l donde se hallaba Pablo y sus am igos, no sin
a ntes haber dado un recorrido por entre el atrio admiran­
do la diversidades de imágenes en sus respectivos nichos.
Incluso me introd uje al templo para contemplar el a ltar tan
bel lamente labrado.
Al enterarse Pablo de q ue tenía conmigo lo que bus­
cábamos, su estado de á nimo no cambió, como si repenti­
namente hubiera renunciado a la farsa. Se concretó ú nica­
mente a pedirme que esperara por él un momento más pa­
ra emprender el regreso.
Antes de sa lir del pueblo, Pablo me condujo a lo q ue
antiguamente habían sido una especie de calabozos. Por los
muros aún pendían gruesos e ignominiosos gril letes, los só­
tanos estaban semi-inundados por el agua q ue se filtraba
del río. Cuánto debieron padecer los condenados por l a s ca­
denas y l a humedad.

En seguida, fuimos a visitar lo que quedaba de la an- ·

tigua Hacienda de Beneficio. Y efectivamente, descubría que


fue construída con una técnica incomparable, a juzgar por
los mú ltiples sistemas que se aplicaban en el lavado y se­
lección del metal .
Pocos días m e bastaron para saber que Pablo Pérez era
el hombre más ladino de la tierra. Hasta tarde me daba
cuenta de su treta . Ahora comprendía que lo q ue él desea­
ba era l levar bebida a sus amigos a costa de los incautos.

236
No obstante lo sucedid o en n ing ún momento sentía cora¡e
contra é l, no cuando en el fondo desconfiaba de la existe n­
cia de las campanas de oro, y si acepté acompañarlo fue
por una especie de curiosidad. Por otra parte, el dinero que
obtuvo, aunque en verdad era poca cantidad, tenía que pa­
garlo si yo así se lo exigiera . Pero tal vez lo dejaría que
se sa liera con la suya, en pago a su constancia y a su agu­
do ingenio.
Respecto a las campanas, m uchos siguieron creyendo
que eran de oro. Yo ya no lo creí, si n6 la gente tal vez
d iría: Una vez existieron unas campanas de oro. . .
.

237
12
Con la solicitud de Pa blo Pérez para que le consiguiera
el d inero con Don Pedro, me di6 la oportunidad de cono­
cer a este hombre más de cerca. En u n p r i ncipio pensé que
no podría tener el ánimo suficiente· que me permitiera for­
mularle el prést am o, simple y senci ll amente por la pen.a que
sentía . Pero al advertirle una actitud pacífica y hasta afec­
tiva hacia mi persona, l e dije lo del di nero, haciéndole l a
aclaración que yo no era sino interm ed iario de Pablo Pérez.
Conforme lo estaba esperando, de inmedi ato accedi6 a fa.
cil itar la cantidad solicitada. Quizá sacaría los bi l letes de
den.tro de su colch6n, eso sí continuaba siendo el m ismo
viejo avaro de antaño. Más parecía que el tiempo le acon­
sejaba confia r más en los bancos. ·El hom bre en cierta for·
ma se mostr6 complacido de q u e le so lici ta ra el préstamo; e l
rostro se le iluminó porq ue ha d e haber pensado que en
esa forma yo contra ía cierta deuda moral con él, y por lo
mismo estaríamos en camino de hacer buena amistad. El
deseaba éso, siempre que pasaba por la calle me sa l u daba
'(X)n gran ct>r-9i a l i dad� y en ocasiones me llamaba para pre·
9untarm$ acer� de cómo me había ido en e l pueblo y si

24 1
no req uería nada de lo q ue él pudiera ayudarme. Don Pe­
dro en aquel ambi ente necesitaba a migos con quién poder
platicar de cosas diferentes a la m i nería, además porque en
un pueblo es un triunfo para cua lquiera poder convivir con
el cura, el méd ico y el Ministerio Públ ico.
Oída mi solicitud, Don Pedro pidió permiso de ir a l a
trastienda, regresando a l momento con u n grueso fa jo d e
bil letes. U n a vez junto a mí, contó mil pesos, y a l entregár­
melos me preguntó con sinceridad si nó requería más. Por
rni parte le aseguré que era suficiente y volví a recalcarle
que me daba pena esa clase de molestias q ue le causaba.
Quizá mejor hubiera sido di sponer de propio dinero, esto
es, del pago de mi mensualidad. Pero era una ficción mía
al pensar q ue Pablo no me engañaría a mí propiamente en
el supuesto de que las campanas resu ltaran de bronce.
Cuando le manifesté al tendero que me retiraba, me
pidió que aguardara un momento, m ientras se dedicó a
atender a a l guna s señoras que en esos instantes entraron a
la tiend a .
Solos él y yo, volvió a dirigirse a mí.

-Le he pedido q ue se q ued e porque he pensado en


hacerle una invitación. Se trata de que comamos o cenemos
j u ntos
.

Antes de q ue le diera mi contestación, con otro tono


de voz agregó:

-Hay a lgo que quiero pl atica r con usted. Tengo e l pre·


sentimiento de que me ha estado imaginando en forma muy
diferente a como en verdad soy. Casi aseguro que � su­
cede. Tal c:osa la digo con base en que siempre q ue pasa
por mi tienda voltea apenas a mirarme y notq que "<? és
muy efusivo en su sal udo.
Me resultaba extraño saber cómo le daba iinportarii:ia
a peqweños detal les. No obstante, quise refutarle lo d,i,Cho.
242
-La mayoría del pueblo opinan lo q ue usted, y no
conforme con ello a todo forastero imbu l len en la mente
los m ismos conceptos. Tanto tiempo ha trascurrido, que creo
que me he acostumbrado a las habladurías. Soy tolerante
porque pienso que la gente tiene que vivi r de éso, del chis­
me. Sin embargo, q u iero decirle que la invitación q ue le he
formu l a d o no es para convencerlo de que no son ciertos
los rumores. Deseo más bien, hablar con usted acerca de
una persona con la cual sé mantiene buenas relaciones . . .

Se trata además d e ped irle u na especie de orientación y en


cierto modo ayuda. ¿Qué me dice, acepta m i invitación?

No sé que bases tendría don Pedro para estar inseguro


de que acepta ría, cuando por mi parte suelo rechazar muy
pocas invitaciones.

Acordamos q u e a m itad de semana estaría a cenar


con é l . A continuación nos desped imos y por la calle fuf
pensando a qué se refería con eso de q ue se trataba de
ped i rme u n a especie de orientación. . . Sabía que yo no
era el ind icado para dar consejos mucho menos a un viejo
como él. Pero pronto sabría de lo q ue se trataba.

El viaje recién emprendido me dej6 maltrecho y con


las nalgas rosadas, como de niño pequeño; en ninguna
otra ocasión resulté tan Jastimado, sin q ue importara el
que ya me estaba acostumbrando a fuerza de tanto mon­
tar en m is viajes frecuentes.

Al día siguiente de la excursión lleg6 hasta mí un in­


dividuo que hu biera a postado había visto con anteriori­
dad. Y cómo nó, se trataba de Lu c io Casas, el profesor
norm a l ista, q ue anteriormente me v isi tó para lo de su
cuñado.

Para estar segu ro de q ue lo reconocía, el propio maes­


tro me recqrdó de los sucesos ocurridos .

Pronto me vino a la mente la condición de su cuñado


cuand o estapa siendo flagelado.

243
-No es necesario que te presentes, Maestro. Te re­
cuerdo perfectamente bien. Cuéntame, cómo te ha ido.
Sonrió, y contestó:

-Esta vez no se trata de d arte ninguna molestia. Se


trata más bien de una invitación que vengo a hacerte. Mi
prometida y yo q ueremos que nos acompañes a com er,
ella tiene especia l interés en conocerte. Incl uso hasta tene­
mos en mente pedirte q ue seas nuestro padrino de bodas.
El maestro mucho cambiaba en su apariencia perso­
nal, y por fin se había rasurado las barbas, conduciéndo­
se ahora con mayor sentido común.

-Quiero hablarte de mi cuñado -Continuó-Me pidió


que te saludara. Si aceptas la i nvitación q ue te hago él
estará a sa ludarte personalmente. No olvida, ni olvidará
nunca lo que hiciste por él. las cosas para mi cuñado han
cambiado, está a punto de convertirse en un hombre muy
rico. la mina que encontró tal parece que se la van a
C::omprar unos g·ri ngos. Todo es cuestión de tiempo.

Y como nos encontráramos en un l ugar no muy propio


para hablar, me pidió que le aceptara una cerveza. En un
lugar tan cal iente co mo aq uél , tomar cerveza bien fría era
una necesidad q ue e l cuerpo recl amaba a todas horas. Me
satisfizo la idea y decidimos i r a meternos a la cantina del
"Chepe". "El Chepe" ta n pronto nos vio se volcó en
atenciones, conmigo, e n especia l; nos instaló en lo que a
su juicio era la mejor mesa y nos h izo, l levar la primera
tanda de cervezas semi congeladas, así como algunos en­
tremeses. El p r op ietar io permaneció por a lgún rato en
nuestra mesa participando en nuestra charla. Al levantar·
se nos anticipó q ue tod o cua nto consumiéra mos sería por
cuenta de l a casa. Tanta fue su obstinación que no tuV"i­
mos más remed io que aceptar, dándole las gracias de al'I- '
teman o.

Mientras bebía cerveza, tenía tiempo para ·�nsar que


me estaba entrengando más a l a vida soci a l q� a las ta-

244
reas propias de mi cargo. Las invitaciones recibidas me
parecían demasiadas. Primero ir de visita a aquel pueblo,
l uego a ver al padre de Angélica, en seguida lo de don
Pedro y ahora la invitación del maestro. Si así seguían las
cosas l o más conveniente sería que renunciara a mi puesto
para poderme dedicar con toda l ibertad a l cumplimiento
de los compromisos soci ales. Pensaba en e l l o irónico.
El maestro por su parte no cesaba de platicar.
-Al denunciar la mina mi cuñado tuvo serias dificul­
tades. La Compañía a toda costa quería evitarlo para apro­
piársela, alegando que está dentro del área que compren­
de el denuncio de e llos. Gastaron mucho dinero tratando
de sobornar gentes, pero afortunadamente para nosotros,
sin éxito. ·En esta ocasión mi cuñado no quiso venir a l
pueblo, porque piensa que aún no es prudente que lo
haga. La Empresa nunca se va a conformar con que mina
tan rica se les escape de las manos. Ahora que todo está
a favor de mi cuñado, han hecho exp loraciones y han
descubierto con horror que se trata de un yacimiento de
oro y plata muy rico. Su voracidad no los dejará tranqui­
los y lucharán para apropiársela de un modo o de otro.
Pero aseguro que esta vez fracasa rán.
El maestro hacía h i ncapié en que l a Compañía era
muy voraz y muy in justa.
-Tú, como es natura l , aún no has ten ido ti.empo de
saber cómo marchan las cosas rea lmente. Cuando se en­
tera uno, no puede comprender cómo es posible que exis­
ta tanta arbitrariedad.
� puso el ejemplo de l o que hadan con esos po­
bres diablos que i ban al río en cal idad de gambucinos. a
a provechar las aren i llas auríferas que resu ltaban del lava­
do del metal, a q uienes hombres montados en cabal los pe­
g aban con látigos para hacerlos desistir de su idea.
Con lo que el maestro me platicaba, yo pensaba de

245
él que en el fondo seguía p rocu p ándo se por ta les fenó­
menos sociales. Me p a rec ía sincero cuando la mentaba el
modo tan despiadado como eran explotados aq uel los, tra­
ba jadores, q u ienes eran i ncapaces de tener la energía y l a
decisión necesaria para reve l a rse p o r e s a expfotación tan
vil de q ue eran objeto por parte de aquel los extran jeros.
El maestro no perdía la esperanza de a l g ú n día poder com�
Datirlos y d e estar en defensa de l os m i n eros . El mismo
sabía q u e sus pretensiones eran en p r in ci pio desea bel la­
das, pr i me ro porq u e no, tenía n i ng ú n plan funda menta l,
,

luego porque todos los pisoteados a fuerzas de ser las


víctimas eran incrédulos por na t u r a lez a y por ú ltimo, la
,

Compañ ía tenía a su s e rvi c io recursos ilim i tad os . En lo que


a mí respecta, no · m e as istían ánimos siquiera de seña­
larle a mi aco mp a ñ a nte a lgunos pu ntos. Oja l á y él hubi.era
sabido que para com batir un m a l semejante, no s e reque­
rla sino una fuerza i g u a l de poderosa. De otra manera, el
éxito no es nada seguro.

Una vez ahí, acordamos q ue a l d ía siguiente sería la


comida a la cua l me invitaba, tendríamos por l o mismo
q ue hacer un re co r ri d o a lomo de m u l a hasta l legar a su
pueblo de residenc i a . El ascenso lo ha ríamos en camió n
hasta el pueblo que se ha l l aba enclavado en la bocami na,
y da da la fa lta de comun icación tendría mos que continuar
e n bestia.

Al otro d ía, temprano, nos reun im os e l maestro y yo.


En esos momentos a p a reció José como no era raro que lo
h i c ie ra. Me saludó y m e pre_g u ntó si no se me ofrecía na­
da. Al verlo, pensé en q u e é l nos podría acompañar. Cuan­
do le consulté a l maestro, n o tuvo n i ng ú n inconveniente,
accediedo José de esa manera.
Tuvimos que apresurarnos para l og rar a l canzar el ca­
mión que subía con los trabajadores. Mientras viajábamos,
el maestro volvía a insistir en sus observaciones.
-Mira, por curiosidad fíjate lo que ' l levan los traba­
jadores en su morral para a l i mentarse.

246
Lo más q ue pude descubrir en une bolsa de lona, fue­
ron dos torti l l as duras y la parte superior de una Coca
Cofa.
-No sé cómo no se desmayan en el tra bajo-agrega­
ba, no sin razón.
Al arribar a fo a lto, donde abandonamos el camión
traté de paga r al chofer su servicio, pero rehusó acep­
tar un sólo centavo de mi parte. "Otra vez será", dijo ter­
minante para demostrarme su a mistad.
En esos momentos se escuchó el agudo silvido de
vapor que an u nci aba el com ienzo de la jornada de traba­
jo. Los trabajadores q ue se resagaban apresuraron el paso
para estar a tiempo. A los pocos m i nutos pasaron l ista, se
posesionaron de sus lámpara s de carburo, º' de p i l as y
echaron a cam i na r al interior del túnel. Al principio se
captan los olores d e los diferentes gases q ue produce la
mina, '8redom inando e l azufre o a lgo pa recido. Al rato,
por fortuna, se pierde la facultad de captar los aromas, y
l o que en verdad emp ieza a transtornar es e l ta lar, ese
maldito calor q u e sofoca . Sólo después de un rato de
estar en la caldera el cuerpo va venciéndose por obra su­
ya. Si en el exterior e l calor mata, a l lá no tiene compara­
ción. Los de nuevo ing reso a veces se ven precisados a dar
marcha atrás, pero son convencidos por sus compañeros a.
segu ir adel ante. Cualquiera que en ca l idad de trabajador
se e ncuentre ahí adentro, se siente m iserable, olvidado,
vfctima del mu ndo. Ahí tanto es su coraje y su sufri mien­
to que m a ld icen a l a Compañía, pero sólo ahí . . . afuera
se olvidan. Sus padecimientos pueden ser el motivo del
por qué sienten la necesidad de embrutecerse con el vino.

A med ida que el calor va tornándose insoportable,


los ojos empiezan arder de ma nera terrible; la ropa no
se aguanta, lo que trae por consecuencia q ue muchos de
los m i neros prefieran semi desnudarse para desempeñar su
tarea. La garganta poco a poco va resecándose. A tanto de

247
desafiar aquél lo, el cuerpo se va venciendo sobrevi niendo
lo que algunos definen como "el segundo a i re".
'
Al poco rato la i ncomodidad aumenta debido a l en­
sordecedor ruidajo de las perforadorás y las otras máqui•
nas. Las piedrecil las traicioneras que se i ncrustan en los
ojos o en cualquier pa rte del cuerpo empiezan a sa ltar.
El pol vi l lo resultante vuelve aque l lo el infierno. Es en ta­
les circunsta ncias donde van volviéndose silicosos, o casca­
dos. los óxidos se acu m u l a n en los pul mones de los tra­
bajadores hasta que m uy pronto l lega: el día en que mue­
ren.

los accidentes de traba jo· abundan, aunque la mayor


de las veces prefieren no hacerlo del conocimiento de la
dutoridad competente, o sea, del Agente del Min isterio
Públ ico. Según l a s estadísticas, en cuatro• años h a n ocurrido
treinta muertes, o sea casi uno por mes. Los accidentes "le­
ves" a bundan aún más, deja ndo al trabajador mutilado o
loco.

Dentro del túnel las horas se hacen i nterminables, se


pregunta por la hora y apenas han transcurrido u n os cuan­
tos minutos. Sin e mbargo, se debe continuar soportando
aquello, de ahí depende que se tenga para mal comer y
para beber; sí para beber sobre todo.

la sirena anunciando la salid a a veces es puntua l . Pa­


ra entonces los traba jadores están a punto. de deshidratar­
se. Pero a l saber que es hora de sal i r de tan terrible cas­
tigo, les sobreviene e l ánimo, y esbosan a lguna sonrisa,
otros más optim istas silvan a lguna tonadi l l a .

Previamente el maestro había conseg uido dos m u las


para el viaje. Nos dirigimos al lugar donde aguard aban y
emprendimos el recorrido .i nmediatamente. J osé tuvo · que
compartir l a c a ba lgadura del maestro, que era de mayor
fortaleza q ue la m ía.

Aún era muy de mañana pero el S"pl ya calentaba. Al


.

248
rato nos vimos descendiendo la montaña por el l ado de
atrás. Desde lo a lto podía distingu-irse e l pueb l o situado
en la hondon ada. En apariencia era poca la d istancia exis­
tente, pero en real idad quedaba bastante retirado, a l me­
nos yendo por la vereda. Desde donde nos encontrá ba­
mos, se podían conte m p l a r los techos de los ci entos de
casas q u e otrora formaron un pueblo próspero. Al berga ría
di.cho pueblo no menos d e veinte m i l habitantes, que vi­
vían exc l usivamente de la mina de oro y p lata que se ex­
p l otaba.
El . primer pu nto de explotación se hizo én e l pueblo
de "Las Ca mpanas de Oro", al agotarse el metal se buscó
un n u evo yacimiento y se encontró en el l ugar a donde
ahora nos dirig íamos. Cua ndo a su vez se agotó, se di6
con el Parián. Este nuevo núcleo de población tarde q ue
temprano está también condenado a d esaparecer, como
ocurrió con los otros.

El poblado a l q u e íbamos,· l legó a tener todas las


'
características de una gra n ciudad. Existían servicios urba­
nos muy eficientes, escuelas, hospitales, plazas. Las ca l les
bastante a m p l i as, estaban cubiertas por baldosas. Un pue­
blo como ése, donde l o que a bundaba e ra el oro, fue pro­
picio para que se fundaran teatros de carnava l , donde se
presenta ban los mejores a rtistas de l a ciudad de México
y a ú n del extranjero. I ncl uso a l guna vez vin ieron famo­
sos artistas de ,Francia. Se dice q ue estas caravanas cobra­
ban un verdadero d ineral y además el costo del via je.
Cerca de la plaza . se erigió un gran pa lenqu e capaz de
d a r cabida a por lo menos a tres m i l espectadores. Las ca­
sas en genera l, estaban construidas con buen gusto y sin
escatimaciones. Muchas de e l l as e ran verdaderos pa l a ce­
tes, con sus patios, jard ines y terrazas. Ahora, ahora que­
da ban atrás aquel los años de bonanza y d i versión. Las ca­
l les l ucían so l itarias, g rises, sombrías. y de manera. curiosa
entristecían e l a l ma ; parecía u n pueblo fantasma. Los po­
cos ha bitantes q u e aún qued a b a n, eran huidizos y casi
nunca se les ve.íti deambula r por las ca l les. Se- mantenían

249
de la caza, agricultura y de l a todavía más escasa gana­
dería. Y si uno se pregu ntaba a qué obedecía su tezón de
seguir radicando ahí, no podía darse contestación acerta­
da, porq ue muy d ifíci l es saber los motivos que ori l lan a
los hum anos a vivir en l a soledad, y en la añoranza de
viejos tiempos.
Mientras descendía mos, sentía la neces idad de bajar­
me de la mula para avanzar a pie. Lo rosado no me ce­
día y me resu ltaba molesto cabalgar por tanto rato.
Cuando d imos fin a l descenso, nos moríamos de sed,
de sed y de ca lor, yo al menos. El maestro y José camina­
ban adelante y cuando l legaron a u nos manantia les h icie­
ron a l to, apeándose de su caba lg adura. El agua de dichos
manantiales era tibia y crista lina. Sin tardanza me flexioné
hasta tocar la superficie del agua con mi cara, bebiendo d i­
rectamente. Tuve la precaución de que m i caba lgadura hi"
dera otro tanto, porque el pobre animal empezaba a re­
soplar de , agotamiento. Mis acompañantes hicieron lo pro­
pio.
No conforme co n haber tomado agua, les man ifesté
mis deseos de nada r por u n rato, sin que les advirtiera
a el los mucho ánimo de compartir mi idea. Ba¡o la som­
bra de un árbol me desnudé y me l a ncé al agua t i bia, sin­
tiendo gran com placencia. Finalmente el maestro y José se
decid ieron por meterse también, desvistiéndose pero c9n­
serva ndo puesta la trusa. Ahora que repara ba en su pudor,
adivinaba que en su interior esta rían criticando mi falta
tota l de ese sentim iento. Pero a mí q ué diablos me iba a
importar lo que pensara n de m í en ese aspecto. Antes
bien, era yo q u ien los criticaba y los acusaba de poseer
costumbres demasiado "refinadas". Al term inar de nadar,
noté que se escurrieron como liebres por entre los arbu�­
tos, para li brarse de la trusa h ú meda sin q ue les mirara
las nalgas cuando en nada me importaba hacerlo.

Curiosa costum bre imperaba en aquel la reg ión. En

250
otras partes es la cosa más natural que todos los del mis•
mo se>.Co se desnuden, sin que nadie repare ni en la des­
nudez propia ni en l a ajena.

El precio de tan exagerado pudor, fué que el maestro


y José continuaron el camino sin ca lzones, lo que en ver­
dad era vergonzos.o . Yo pensaba en e l lo y no podía evi­
tar reírme, no sin e l consecuente azoro de parte de am­
bos que no lograban saber el motivo que· me forzaba. a
hacerlo.

Al retirarnos de los manantia les, los elogié por lo


maravi l loso q ue me parecían y me prometía volver muy
pron_to, no importaba que estuvieran tan retirados de el
Parián.

Cerca de ahf, nos encontramos con la existencia de


una gran construcción q u e tenía todas las características de
una tumba. Efectivamente se trataba de una tumba. Al sa­
berlo, era cuando se necesitaba una expl icación de por qué
se erigió en ta l lugar.

Había una historia curiosa en torno a l a construcción.


Al parecer descansaban los restos no solo de algún humano,
sino de un caballo. Tanto el Maestro como José conocían
el relato y se aprestaron a contármelo.

La tumba databa del siglo pasado, pero prometía con­


tinuar existiendo por muchos siglos más, precisamente por
lo macizo de su hechura y por sus crecidas dimensiones.

Si a lguien quien qu iera que sea ordena una tumba pa­


ra su cabal lo, o está loco o q u iere mucho a l animal. Lo úl­
timo sucedía con aquel espa ñol de nombre Diego de Eche­
garay, que sufrió lo indecible a la muerte de su fiel a m i­
go. Contábase que padeció terriblemente al principio, sin
resignarse a tan grande pérdida, y a punto estuvo de suici­
darse. El cariño tan crecido que sentía por el caballo, nació
precisamente porque le salvó l a vida al venir a l pueblo a
dar cuenta de que su amo yacía tirado por entre los �rbus-

251
tos con el cráneo destrozado a machetazos por obra de unos
fascinerosos que pretendieron matarlo para robarle el oro
que�ca rgaba consigo. Lo ú ltimo lo lograron, más no privar
de la vida a Don Diego de Echegaray. El caba l lo mismo con­
dujo a a lgunos vecinos al l ugar exacto donde su amo �
h a l laba inconsciente, mori bundo, con la masa encefá lica a
la vista de los buitres. De esa acción nacía pues el i ntenso
amor que le profesaba al cabal lo. Fué por el lo que a su
muerte, l loró amargamente su pérdida. Cuando la construc­
ción de l a lá pida terminó, mandó que sobre la loza inscri­
bieran con letras muy visibles, lo siguiente: Aquí yace l o
q u e fué e jemplo d e lealtad y amor para s u amo. Me hizo
d udar d e q ue fuéramos los hombres los mejores seres sobre
la tierra. Y desde e n ton ces, siempre lamenté que mi caba­
l lo no hu biera sido h u mano, o que yo que soy humano, n o
hubiera sido caba l lo. Otoño de 1 806.

Curioso epitafio; no obsta nte las letras estaban algo borro­


sas por acción del tiempo, pod ían leerse con c l a ridad. La
historia no term inó ahí, sino que Echegaray dispuso que a
su muerte fuera sep u l tado en la tu mba de su entra ñable
amigo, habiéndose dado cumplimiento a su voluntad.

Poco más a l l á del mediodía, cuando el ca lor a menaza­


ba ahogarnos, penetramos por una de las ca lles abandona­
das y po lvosas del pueblo. D u rante todo. el trech o que re­
corrimos para l legar a él, me recordaba de tan si ngular epi­
tafio, grabándomelo en la mente.
Efectivamente aquél era un pueblo fantasma. Las mu­
las mismas experimentaban un sentim iento extraño, como si
estuvieran temerosas de algo o alguien; avanzaban recelo­
sas, volteando con insistencia hacia sus lados. Mue.has · de
aquellas construcciones, estaban intactas. Algunas puertas y
ventanas obligadas por el viento golpeaban contra las pa­
redes. Nos vimos en la necesidad de recorrer un largo tre­
cho hasta encontrarnos con e l primer vecino; se trataba qe
un anciano que nos vio l legar, s i n que reparara demasiado
en nosotros y sin q ue contestara el s a l udo que le brindé.

'.252
Más adelante vimos a otro señor acompañado de dos chi­
q u i l l os, que pronto desapareci eron de nuestro á ngulo vi­
sua l.

De todo cua nto a h í q uedaba, nadie recl amaba ninguna


propied ad, las grandes casas estaban a merced de aquél que
deseara h a bitar las. Al l á los .e dificios nada v a l ían, siendo q u i­
zá el ú n ico l ugar del mundo donde tal cosa ocurría. Si a
mí me h ubiera interesado, me ha bría podido adueñar de
u n a manzana completa de hermosas casas, quizá de dos, o
de tres o de cuantas fueran. Pensa r en el lo, me trastornaba
y l amentaba que se tratara de un pueblo abandonado.

Al conti nuar nuestro cami no, penetramos a lo que dEf


bió ser l a ca l le principa l , aún quedaban c l a ros indicios de
u n o de los teatros de burlesq ue d e mayor prestig io, conti­
nua mos caminando y nos encontramos con el pal anq ue, l a
p l aza, l a iglesia, e l hospita l . Dejaba que m i imag in ación vo­
l a ra y creía ver u n a escena de aque l los tiempos de derroche
y esplendor. En mi pensamiento las gentes pasaban por mi
l ado en grupos nu merosos. Oía el gol petear de las herra­
duras d e los cabal los sobre las ba ldosas, el bull icio propio
de la gente que transita, las risas de los ricos, el rod ar de
los l ujosos carruajes, en fin, todo lo que tenía lugar en
aquella época . Me causaba cierto transtorno volver a la rea­
l idad y tener en cuenta que ahora aqué l lo no era sinp u n
l ugar olvidado. Aquel las gentes debieron d e lamentar mu-
- cho tener que a ba ndonar sus magníficas construcciones en
busca de otro lugar mas propicio para su subsistencia.

La casa donde vivían l a prometida del maestro y l a


familia d e ésta, s i n lugar a dudas era l a más grande y
hermosa de cuantas había. Ocupaba una ma nzana comple­
'
ta. Era una gigantesca construcción colonial d e dos pisos. Al
l legar frente a e l l a y que supe que a h í nos aguardaban q u ise
contemplar por u n momento el frontispicio de c antera be­
l l�mente la brad a, con una cruz a l centro. El portón princi­
p-!:11 se a lzaba descom u n a l, de madera maciza con incrusta­
ciones de hierro, el cual se fo rmaba de dos ho j as, que a

253
su vez tenf an puerta más peq ueña, de modo que para en­
trar y sa lir de la casona no era menester abrir las inmensas
hojas.
·

Tanto la prometida de Lucio, como su cu � ado y los ni­


ños nos esperaban en la puerta. Nos saludaban con gran
simpatía, gustosos de que h u biesemos l legado. E l maestro
se aproximó a la señora y le besó en la mejilla, procedien­
do a presentarme.

La mujer me tendió la mano y con cierto rubor en l as


mejil las, aseguraba:

-Es usted muy bien recibido en esta casa. Me l lamo


Sabina, le pido por favor que me considere su amiga. Mi­
re, este n i ño y la niña son mis h i jos. ,Ellos también lo esti­
man . . . Le debemos un servicio que con nada del mundo
podremos pag arle. . .

Señaló a sus hi jos y me sonrieron.

El cuñado del maestro, esperaba su turno para hablar.


Al principio no lo reconocía , porque ahora su apariencia
d istaba mucho de ser la de aquel la ocasión. La visión que
de é l tenía era la de un hombre desa l i ñ ado, débil y en­
fermiso, q ue mucho sufría. En el presente este hombre lu­
cía fuerte, macizo, vestido con pu lcritud y ropa fina; de pe­
lo cortado a la moderna y mejil las bien rasuradas. Incluso ·
se podría decir de él que era d istinguido y bien parecido.

Tras de q ue estrechó mi mano, me a brazó fuertemente.

-Gracias Licenciado, g racias-Me decía mientras tanto.

Por mi parte, no estaba muy agradecido de su acti-


tud, lo consideraba un exagerado.

Me d ieron el paso a la finca, José veníii a mi lado y


también miraba a sus lados, gustándose seguramente de lo
que había. Directamente fui mos a parar junto a una larga
mesa cubierta de a lbo mantel que debieron confeccionar con

;254
demasiado cuidado y refinado buen gusto. La loza estaba
dispuesta para servir la comida. El hambre que sentíamos
nos obligó a comer pronto. La bebida que nos ofrecieron en
especial me gustó mucho. No era otra cosa que sumo de
alfalfa, agua y azúcar. N unca hu biera podido imaginarlo si
n6 me lo dicen.

De sobremesa empezamos a pl aticar de temas varia·


dos. Sabina, entre otras cosas, me decía:

-Le solicitamos que sea nuestro padrino de bodas. Nos


casaremos muy pronto. Tiene que aceptar.

-Por supuesto q ue acepto, Sabina. Estoy desde ahora


d ispuesto al d ía q ue señalen.

Ante la mesa estaban los hijos de Sabina y me gusta·


ba ver que Lucio se l levaba bien con ellos aún cua ndo eran
de otro hombre. Muy conveniente para el maestro q ue tal
cosa sucediera. ,

El d ía de la boda se señaló y volví a repetirles q ue me


complacería ser su padrino. El cuñado, a su turno, habló:

-Mire min isterio, no soy persona que pronto olvida los


favores. Un d ía, pronto, le demostraré mi agradec imiento y
mi afecto.

Por más que me empeñaba en hacerle saber que no


tenía ning una ,deuda materi al ni moral para conmigo, él i n"
sistía.

-Min isterio, -Me hizo sa ber mas adelante�La mina la


tengo en tratos con unos gri ngo � , ya se lo d iría Lucio. Me
refiero a l a mina que descu brí. Me voy a hacer muy rico,
todos nos vamos a hacer muy ricos. Recibiré muchos pesos
por e l l a . Sólo falta que los documentos estén l istos a la fir·
ma. Cuando reciba el pago, nos iremos lejos. No soporto
más esta reg ión. Usted Min isterio, me ayudará a convencer
a Lucio de que debernos irnos. El q uiere seguir aquí d iz-

,255
que para ayudar a los trabajadores para q ue sepan cuáles
son sus derechos y sepan defenderlos.

La voz de lucio se escuchaba en desacuerdo, m aldi·


ciendo a la Compa ñ ía . El era esa clase de h om bres que ja­
más salen en desbandada del lugar donde h a n echado raí­
ces.

El maestro a poco se vió pl aticándonos de su infancia,


de su familia, de los sufrim ientos que tuvo que sortear pa­
ra poder estud iar en la Escuela Normal Rural, hasta logra r
recibi rse de maestro. Según contaba, fue l íder en la escuela
y d irigió un movim iento estudiantil para exig i r del Gobierno
se les diera mayor subsidio, para mejorar las condiciones
imperantes. El maestro se mostraba contento a l recordar q ue
ha bían tenido éxito en la l ucha . Qu izá estos antecedentes,
era n los que lo l levaban a senti rse redentor de la clase opri­
mida.

Por m i pa rte, yo p l aticaba de lo grande y hermosa que


aquella casa me parecía. Al centro se veía un patio g ig a n­
tesco, .con una i nmensa fuente que e n la actua l idad no fun­
cionaba, pero que en l a antigüedad debió ser una ma ravi­
l l a más. Había no menos de cincuenta h abitaciones en am­
bas p lantas, además u n sótan o q ue en otros tiempos servi­
ría de masmorra. Desde donde estábamos podía d istinguirse
la ca lzada que conducía el agua del consumo.

-Si te gusta l a casa te la regala mos-Me decía el maes­


tro co n
u n a natura lidad exagerada. A mí me resultaban
cruelmente paradógicas s u s palabras.

le sonreí ú nicamente y l a menté h asta el cansancio lo


inútil que me resultaría. Poseer u n edificio a h í, era como
poseer un tesoro en lo mas profundo del mar. Era a l g o que
a la vez que existía no existía, por lo imposible de disfru­
tar.

Poco antes de que el sol se ocultara, emprendimos el


regreso. Lo hacíamos temprano para que la obscuridad de

:256
l a noche no nos sorprendiera atravesando por tan angostas
vered as. Pensaba ya en mi regreso, el pr6ximo d ía quin­
ce, fecha en q ue se celebraría la boda .
El maestro n o s acompañaba y pensaba q uedarse e n e l
Parián por dos o tres días . mientras recog ía mat.e rial esco·
lar q u e le fue enviado desde la ciudad. Una vez en nues­
tro destino, le hice saber al maestro q ue pod íamos compar­
tir la misma ha bitación, pero reseco contestó:
-Jamás les daré a esos malditos exp lotadores la satisfac­
ción de que digan que he vivido a sus expensas. Prefiero
insta larme en cualquier otro l ado.
Ví que no era prudente insistir, por lo que Lucio y Jo·
sé desaparecieron prontamente de mi vista a lo largo de l a
calle.
Aún cuando era de noche, Angél ica aguardaba m i re­
g reso. Desde la entrada del comedor me sonrió y vino a
mi encuentro.
-¿Ca nsado?
-Moribundo. No he podido acostumbrarme a montar.
-¿Tienes hambre, d eseas q u e te prepare algo?
Le hice saber que no tenía apetito pero que en cam­
bio me moría de sed. Accedió desde luego a llevarme be­
bida fría. A continuación, comentó:
-Te l legó un teleg rama, lo coloqué sobre tu buró.
Mientras ella penetra ba al comedor, me encaminé a mi
habitación, deseoso de librarme cuanto antes de l a molesta
gorra y la pesada pistola que car9aba. El polvo del camino
pod ía sentirlo en la garganta.

El teleg ram a era de mi familia, de mi esposa exacta·


mente, reprochándome mi l arga ausencia de l a ciudad. Al
ver e l n:iensaje, comprendía que en verdad tenía mucho

257
tiempo de no hacer v1a1e. Tal cosa era imperdonable, de
pronto lo aceptaba. Ahora que reparaba con mayor deteni­
miento en mi ausentismo, me s<>brevino aguda mela ncolía
q ue me l levó a tomar la decisión de abordar el avión de
la madrugada.
Angélica apareció pronto. Al ver el mensaje a bierto so­
bre la cama con cierta preocupación me preguntó si a lgo
grave ocurría. Mi meditabunda actitud, seguramente la in­
trigaba.
-No es nada serio Angélica. Al contrario, son buenas
nuevas. Me saludan y me piden que vaya a Durango. • .

He decidido treparme al avión de la madrugada.

Angélica sonrió convencida. Me sirvió la bebida que


me l levara y continuamos platicando cordialmente. Entre
otras cosas le. recomendaba que dijera a l maestro y a José
de mi partida. La muchacha me pidió a su vez que permi­
tiera que me acompañara al pequeño aeropuerto, a lo q ue
no pude negarme porque no existía en verdad motivo para
hacerlo.
La noche me pa reció que transcurrió más pronto que
de costumbre. Angél ica l legó a mi habitación a despertar­
me, pero ya lo estaba y aguardaba vestido listo a partir.
Una vez en el Aeropuerto, la muchacha esperó hasta
que el aparato despegó. A la desped ida se mostró senti­
menta 1 y me estrechó con afecto la mano. Yo comprendía
q ue era tiempo de reflexionar sobre élla y dejar estableci­
do hacia dónde nos conduciría nuestra amistad. Pensaba. en
si acaso no estaría alentando los sentimientos suyos en . i r
más a l l á de lo q u e pod ía n ir, tomando e n cuenta mi situa..
ci6n personal. Ella en cierto modo era una muchacha fácil­
mente impresionable, que se moldeaba sin dificultad. P,OI"
otra pa rte, me sentía hal agado por l a ami�tad que me dis­
pensaba tan preciosa mujercita. Quizá cuando reg.resara de
la ciudad le traería un rega lo.

258
Durante dos dí as permanecí en la capital d e l Estado,
tiempo relativamente corto para poder d isfrutar de la com­
pañía de la fam i l ia. Hubiera deseado estar más tiempo, pe ­
ro a la vez deseaba volver cua nto antes a lo que era mi
trabajo. Reconfortado en mi espíritu y contento de haber vi­
·

sitado a los míos, torné a l Pariá n . En esta ocasión tenía un


recibimiento cuando ·más inesperado g rato, me espe·raban
nada menos q ue Angél ica, el Maestro y José, así como Je­
sús el peluquero que se h a bía transl adado al campo con
paso ta m bala nte y resop lando por boca y nariz, seguido del
perro su eterno acompañante. Ante las efusivas m uestras
de afecto que me otorgaban, no pude más que co nmover ­

me, agradeciéndoles su buena d i sposición pa ra conm igo.


Cam inando en grupo atraves a mos la pista de aterrizaje
y emprendimos el camino rumbo al pueblo tomando por la
vereda, charlando a n i mosamente.

Ese día a l as doce, se efec tuar ía una ceremonia pú­


bl ica en reconocimiento a los mé ri tos de un extranjero de
nombre John Goods, que por l a rgos veinte años laboró en
l a Compañía Minera, y f i nal mente marchaba a su país de
origen. Los emp l eados de éo nfia nza de la Empresa, los co­
merc i a ntes y algunos otros, eran de la i dea de re conoce r
,

públ i ca mente los atributos del ind ividuo rubio, pa ra l o cua l


pensaron en dicha ceremon i a . Esta se e fectuaría en la can­
cha de basquet bol, lug a r apropiado por lo g rande y des­
pejado; en el l ug a r, esperaban concentrar a u n gran nú-
·

mero de vecinos.

De lo anterior me enter6 el maestro tan pronto hubo


la oportunidad . ,

El maes tro tenía razón en c uanto a la invitación. Tan


pronto me hice visible en l a oficina y un pol icía me entre­
gó un sobre que la contenía, e incluso se me anunciaba
qu� formaría pa rte del presíd ium. Si previamente no hu­
bi�a hablado con Lucio q u izá hu biese menosprec iado la in­
vitaci6n porque yo n o estaba en aquel pueblo para formar
parte de u n cortejo de adu ladores. Ahora pensaba en que

259
era conveniente que asistiera. Ta l vez el maestro tenía ra­
zón a l dec i r q ue así sería "testigo de tan desp iadada far­
sa,".
Ese día se suspendieron las cl ases de l a Escuela y d el
Colegio. Un iformados, todos los a l umnos fueron l levados en
masa al acto. Las clases no con facilidad se suspendían, pe­
ro tratándose de la Compañía la cosa era diferente. Algu­
nos esta blecimientos comercia les dieron su anuencia para
q ue el personal asistiera también. Las fa mil i as de, los tra·
bajadores m i neros fueron inv itadas y algunas asistía n . To­
d a s aquellas personas reunid as, obvio es que estaban pres­
tas a apl audir todo cuanto vieran u oyeran .
En el extremo de l a cancha, fas mesas q ue colocaron
en hi lera fueron cubiertas por un 1 ienzo de paño. A los . in·
vitados especiales nos colocaron frente a ella. A mí me pi­
dieron que me , insta lara ju nto al Presidente Mun icipa l . Co·
mo es natura l, e l e xtran j e ro se hal laba en aquel conglome.­
rado y fui mos presentados.
Como si se tratara de una ceremonia de carácter cívi­
co, tocó una banda de guerra y posteriorm e nte anunciaron
fa intervención al m icrófon o de un individuo que al pare­
cer desempeñaba u n puesto de reg u l a r importancia d entro'
de la Compa ñía . .Dicho individuo resaltaría l a s grandes ac·
ciones de John Goods. Se situó de pie dando muestras de
nerviosismo como si fuera u n acusado a nte un gran jurado.
Extra jo a lgunas hojas de papel escritas, las desdo bló y co­
menzó a leerl as, temblando de las m a nos mientras lo ha­
cía . Cuanto decía, no era sino una sarta de sala merías para
John Goods. Entre otras frases g ritaba en el micrófono "que
aquel pueblo era como u n a fam i l i a que siempre lo había
considerado y fo segu iría conside rando como un pad re, por­
que al igual que un padre para con sus hijos, cuidó a to­
dos en' el pueblo, los p rotegió, fes dió a brigo y fes pro­
porcionó comida". Con , su partida, este pueblo ·qued a des­
consolado, sumido e n una honda tristeza y una Q'ran incel'·
tidumbre porque no sabremos s i e l poblado sin usted vol-

�60
verá a ser lo m ismo q u e antes. A todos l os visitantes con­
taremos d e su persona, d e sus acciones; les diremos los
mú ltip les beneficios que desinteresadamente prodigó a to­
do,s nosotros, a los q u e fuimos sus com pañeros de trabajo,
sus amigos, sus cola boradores. Los mineros a quienes tanto
protegió y tanta consideración les d ispensó, me han pedido
con todo interés, que a su nombre, "le bendiga a usted y
a su fa m i l ia, y que le asegure q ue n uestro respeto y ad­
m i ración estará i m perecedero en nuestra mente y ,e n nues-
·

tra alma". . .

Después de vei nte a ños de perma necer en la región,


John Goods l legó a conocer perfectamente el español. Es­
cuchaba con atención cuanto decía n . Y ahora, yo lo nota­
ba, estaba a lgo mel ancó l ico.

A continuación l a s · a utoridades le otorgaron una me­


d a l la de oro, por cierto muy vistosa, así corno un perg a m i no
expedido por e l H. Ayuntamiento del l ugar. Los apl ausos
no cesaban, era evidente q u e todo mundo deseaba estar en
bien con los hombres de l a Compañía Minera.

John Goods tomó el micrófono para agradecer e l ho­


nor que le dispensaban. Lo que d i jo lo recuerdo perfecta­
mente:

Señoras, señores: Cuando mis h i jos crezcan, voy a ha­


blarles de este pueblo hermoso de ustedes gente sénci l l a y
a mable, les sugeriré que vengan, desde donde q u iera q ue
nos ha llemos, q u e vengan nuevamente a este lugar, para
agradecer les los g ratos años que su padre pas6 entre us­
tedes. Ahora q u e me encuentro tan conmovido, lamento que
n o siempre correspondimos de manera impeca ble a la ama­
bi l idad de los trab a jadores, a los q ue en más de una oca­
sión tuvimos q u e apl icarles m a no d u ra en bien de la Com­
_ pa ñ ía y de e l los m ismos. Pero a hora les tie·ndo m i mano
·de a m igo y les pido que a l yo m a rcharme,. me recuerden
como un amigo. Gracias a todos, m uchas g racias, por tan
inmerecido honor . .

261
Y si las personas ahí reunidas habían estado aplau­
d iendo, ahora con lo que Goods decía aquello parecía una
plaza de toros por e l entusiasmo.

Existía el a ntecedente de que el tal Goods fue un em­


pedernido enemigo de los m ineros, una especie de negre­
ro, un explotador, un a busivo con sus m u j eres a q u ienes
l l a m a ba "indias" en tono despreciativo, pero que en cam­
bio se acostaba con el l a s . En más de una ocasi6n a lguien
que resultó l a víctima, pensó en matarlo, mas nunca tuvo
la decisi6n suficiente. Era pues parad6gico q u e ahora se
le estuviera rindiendo p l e itesía y se le agradecieran todas
sus acciones:

Desde un principio tuve la precauci6n de localizar a l


profesor; aguardaba m u y atento a cuanto ocurría bajo l a
sombra de una "cha l ata" q u e crecía e n un costado d e l a
cancha. N o e r a necesario ser un a d i vi n o p a r a saber q ue
estaba molesto con tanta sal amería y tanta hipocrecía, ma­
yormente cua ndo detestaba por natura leza a los extranje­
ros, porque estába convencido de q ue éstos venían siem­
pre en ca l idad de conq uistadores, a pisotear a los paisanos,
y a hacer de el los observaciones como si fuesen poco me­
nos que irracion a les. � El temperamento del maestro no po­
día tolerar aqué l l o .

.Inesperadamente, Lucio c a minó hasta el aparato de so­


nido y se apoderó del m ic rófono, comenzando a h a b l a r. Los
que sabían que no estaba prevista ninguna intervención del
Maestro, sentían cierto temor porque estaban convencidos de
que a l g o grave i ba a ocurrir. Lo peor para e l l os es q ue
se sabían i mpotentes p a ra bacer a lgo. . Así pues, fue di­
ciendo:

Muchas veces he intervenido con mis pal abras ante


grupos numerosos de personas a q u ienes he tratado de ha­
blar con la verdad, y e l los en cambio me han escuchado
con paciencia y toleranci a . Ahora, no pude dejar de pasar
esta oportunidad de tomar el m icr6fono y d i rigirme a us-

262
tecles, aún cuando no .se me ha hecho n inguna invitación
previa para que lo haga. Pero hay veces que es necesario
inv itarse uno m ismo, mayormente cuando de hablar de la
verdad se trata. Todo cua nto se ha d icho en esta ocasión,
no es sino una s a rta de hipocrecías de bufones cargados de
antipatía, de od io y de desprecio hacia la clase trabajado­
ra, y de demasiado afecto para los opresores a quien sir­
ven; la poca va l ía de hombres de estos bufones los obliga
a ser adul adores y arrastrarse como repti les de traición pa­
ra ensalzar los vicios de los explotadores, con el ún ico afán
de pretender ganarse su simpatía y g a rantizarse por más
tiempo la permanencia en e l sitio que ocupan dentro de la
Compañía Minera. Es hora, este día, de que se hable con
la verdad, que deje de oc ultarse por más tiempo la rea l idad
en q ue vive este 'pueblo misera ble formado en su inmensa
mayoría por ustedes mineros. No puedo comprender como
es que se ensalza a este extra n jero que no ha hecho otra
cosa, q ue ve jar a los m ineros y a sus mu jeres. A este ex­
tranjero q u e es un engra naje dentro, de la maquina ria de
explotación que funciona dura nte día y noche, enriq uecien­
do desmedidamente a sus d ueños y empobreciendo cada
vez más a l atajo de bestias de carga q ue dejan su vida en
las entrañas de la mina, y q ue sin ,emba rgo no merecen si­
q u iera una m uerte tranquila, sino que son con su m i dos · por
la terrible silicosis, hasta convertirse en tadáveres que ate­
rran a sus mismos h i jos por su aspecto. A l os que han in­
tervenido en el micrófono antes que yo, los acuso de trai­
ción, los acuso ante ustedes pueblo de jugar con sus sufri­
m ientos y entreg a r en charola de plata su orgullo y su dig­
nidad y todo lo q ue de bueno poseen como hombres. En
verdad que es duro comprender cómo se puede ensalzar a
aquél que ha venido a apoderarse de lo que nos pertene­
ce, al q ue ha venido a obligarnos a trabajar con el látigo
en la mano, al que ha venido a traernos vicios y comple­
jos, al que carga con nuestra riqueza, al que pretende es­
fablecer d iferencias entre los que son rubios y nosotros que
somos muertos de hambre y déb i l es. N i siquiera un hato

263
de bestias obedece con tanta prestancia a su amo. . Ahora
que de hablar de la verdad se trata, no . puedo menos que
conminarlos a que se unan y todos a l unísono l uchemos
porque les sean reconocidos sus derechos. Es urgente que
se les otorgue mayor salario, meior t r ato, el trato q ue me­
recen los seres humanos, que se les asignen jornadas de
ocho horas, y se le,s proporcione, el séptimo d ía de descan­
so. Podría pasa rme todo el d ía diciéndoles a qué tienen de­
recho. Necesitan que el transporte a la mina sea g ratuito
para ustedes, que se les brinden los servicios públ icos mas
ind ispensables, como son escuelas, hospitales, servicios de
agua y .energía eléctrica . Es desgarrador ver c6mo toda la
gente honrada de este pueblo está siendo víctima de mons­
truosas maniobras de parte de la Em presa. Precisa mente la
venta desmedida de cerveza y vino es una treta para em­
brutecer a los tra baj adores y hacerlos olvidar sus derechos.
Desde este mome nto, asimismo me hago l a promesa de
orientarlos, hasta lograr condiciones más favorables a su mí·
sera existencia. Y proclamo también con voz en cuello que
las represa lias no medran mi ánimo, no cuando lo justo y
lo humano es tenderle la mano a l desvalido . . .
A lgo más agregaba con ánimo encendido que lo obli­
gaba a g ritar casi hasta enronquecer. Los que e n un prin·
ci pio estuvieron desconcertados de lo que haría el maestro,
ahora simplemente pa l idecían incrédulos de que ese hom­
bre joven fuera capaz de hablar · con tanta prestancia contra
la Compañ ía. Los extran jeros todos se encontraban estupe·
factos, sin que, lograran disi m u l a r su desconcierto y su eno­
jo. Entre los asistentes había timo ratos y asustadiz.o s, pero
también quienes comprendían a l maestro otorgándole l a
razón, y aplaudiéndole, a·unque con tim idez.
A mí en lo personal, el maestro me parecía un im·
prudente porque pensaba que se desbocaba i noportu namen­
te. Al hablar así públ icamente contra la Empresa, segura·
mente estaba colocá ndose la soga al cuel lo él m i�mo
Las represalias no se hicieron aguardar. Muy pronto

264
dieron evidencias de que les interesaba poner un hasta aquf
a las intenciones del maestro, en prevención de que fu.era
a encender los án imos de la clase trabajadora, máxime cvan­
do los mismos d irigentes sabían que los explotaban de ma­
nera vil. No ha bía por q ué tomar riesgos con un hombre
como e l maestro. Era necesario q u e a lguien le d iera un es·
carm iento, al principio algo considerado pero si reincidía
entonces se le aplicaría toda la mano dura. A ese hombre
se debía enseñarle que hay cosas que no deben decirse y
menos en público.

Nadie sabe como suced i6, � ro el caso es q ue pronto


se vieron a cuatro ind ividuos indagar por el maestro.

A fuerza de buscarlo, se encontraron con el maestro


cuando éste cruzaba uno de los cal lejones. Tan pronto lo
vieron, s i n mediar palabra se le echaron encima, sorpren­
d iéndolo. Lo golpearon brutal mente, a ta l grado, que lo de­
jaron tirado a mitad de ca lle arrojando sangre por los oídos
y nariz.

Inmediatamente después de lo sucedido, fueron a bus­


carme para enterarme. En compañía de José me hice al lu­
g a r d e los hechos y con tristeza me enteré personalmente
del deplorable estado físico del maestro. A simple vista se
daba uno cuenta de su gravedad, estaba moribundo, quizá
con fractura de cráneo. Al no h a ber lugar más donde con­
d ucirlo, ordené fuera transladado a l a cl ínica, con el incon­
veniente de que ésta pertenecía a la Empresa, y ta l como
previne no fue muy del agrado del méd ico atender al maes­
tro. De alguna manera e l médico estaba ya enterado de los,
sucesos. La noticia bien pronto corrió de boca en boca . No
era difícil deducir q uiénes eran los culpables.

Mi intervención ante el g a leno fue determinante, pre­


vin iéndole q u e si el estado de Lucio se complicaba sería
exclusivamente debido a su negligencia, y por ta l se haría
acreedor a ciertas sanciones de tipo legal. No tuvo pu.es
más remed io que acceder a q ue lo depositáramos sobre la ·

265
mesilla de operaciones. Al momento le diagnosticó fractu­
ras múltiples, asf como conmoción cerebra l . Ant.e la grave­
dad del caso, convino en operar inmediata mente. El proble­
ma era que la cHnica esa carecía de lo elemental tanto en
lo que respecta ba a person al como a l instwmenta l . No
obstante había que hacer alguna lucha. Acompañ ado de
tres enfermeras prácticas, el médico se encerró durante tres
largas horas en la m a l l lamada sala de op.e raciones. Al fi.
nal apareci6 en l a puerta q u itándose el sudor con el ante­
brazo y de mala gana, exclamó:

-Hemos hecho cuanto hemos podido. Por ahora está


bien, más tarde no respondo de nada. Su estado puede
complicarse.

No dio tiempo a más. Se cruzó por el pasi l lo y se in­


trodujo a lo que al pa recer era su consultorio, cerrando la
puerta tras de si. Casi al instante escuché sonar las. campa­
nas del teléfono y deduje que el doctor esta ba haciendo una
llamada. Estaría deseoso de enterar a a lguién del herido.
Al pobre Lucio se le transportó en cami lla h asta una
sala grande donde h abía a lgunos convalecientes. Se le re­
costó en uno de los catres.

Cuando las enfermeras se marcharon, me le a proxi­


mé y traté de investigar sus reacciones, pero pronto me
convencí que estaba mas inconsciente que antes, no se
movía en lo absoluto y su pecho dejaba escapar un soni·
do ahogado como si tuviera sobre sus pulmones un peso
de muchos kilos. Hasta entrada l a noche permanecí a su
lado, sentado en una silla que coloqué junto a su catre,
pensando en todo momento en las intenciones del maes­
tro y en lo grato que me empezaba a parecer como ami­
go, incluso hasta sentía estimación por él, y por lo mismo
l amentaba su estado. Antes de marcharme a dormir, espe­
ré que las enfermeras volvieran. Cuando lo hicieron, les
insulté con palabras malsona ntes acusándolas de su indi­
ferencia y del poco c u idado q ue según me daba cuenta le
d ispensaban al maestro. Les gruñía que si a lgo se com-

2ó6
pl icaba las metería a la cárcel irremisiblemente. Sorpren­
dí a 1 as pobres muchachas, y en cierta forma se mostraron
asustadas y prometieron dedicarle especial cuidado a l e n­
camado. Asimismo las comisioné para que si el maestro
fal l ecía esa noche, me lo hicieran saber a la hora que
fuera.

Esa noche la pasé intranquilo, pensando en la suerte


del maestro y pensando también e n lo pelig roso q ue po­
día ser mezcla rse en asuntos a jenos.
Afortunadamente, no recibí ningún aviso desagradable,
por lo que a mitad de mañana me presenté nuevamente
en la c l ínica con fa esperanza de q ue el p rofesor hubiera
recobrado el conocimiento.

Si en un principio estuve pensando en una mejoría,


me causó honda tristeza constatar que continuaba e n su
inconciencia, en los u m brales de l a muerte. Era mantenido
con suero y a base de sondas. La cabeza la tenía cu bierta
en su total idad con una venda, lo mismo el pecho. Al pa­
recer resultó con huesos fracturados de la caja toráxica. Los
puntapiés y demás golpes fueron certeros.

Durante a lgunos minutos me senté. Al rato a pareció


el médico con su bata bl a nca, al parecer con mejor dispo­
sición que en la noche, incluso hasta me saludó con a lgo
de a m a bilidad y auscultó por a lgún tiempo al paciente,
mostrándose al fin a l optim ista de· su mejoría . Lo im por;
ta nte según decía e l doctor era que volviera en sí, pero
según me explicaba, se daban casos en que tardaban días
y semanas para q ue el conocimiento les tornara.

Los d ías que vinieron me presentaba en la cl ínica,


con la esperanza de encontrar con lucidez al maestro, pero
no ocurría ta l cosa; no· hablaba ni respondía a mis pregun­
tas, se quejaba únicamente como si tuviera fuertes dolores
internos. Se m e comunicaba de parte del personal que iba
en lenta pero franca mejoría; para principio de cuentas de·
jaba de sangra r, además abandonaba la crisis aguda por
la que a l. princ1p10 atraves6, y si bien su estado era su­
m amente delicado, dentro de su gravedad habfa mejoría.

Antes que yo, alguien debi6 avisar de los sucesos a


la prometida del maestro, por lo que transcurridos dos d fas
se present6 ante mí, angustiada, l lorando mientras me pre­
g untaba de la veracidad de los sucesos. Sabina se hacía
acompañar de su pequeño hijo, y cuando le hice saber lo
grave de Lucio, se asust6 y su llanto se tornó aún más in·
tenso. Personalmente l a acompañé a la clínica. Tan pron­
to estuvo próxima a l maestro, se flexionó y trató de to­
marlo por las m a nos.
Días mas adelante supe que e l profesor volvía en sí,
experimentando gran gusto, y traté d e que me entendiera
algunas palabras. No obstante volvía a tener lucidez, pa·
recía no recorda r con claridad lo sucedido, además que no
reconocía a los que está bamos a su a lrededor, ni siquiera
a Sabina su prometid a ; nos veía de reojo, con cierto re·

celo, como si en alguna forma le metiéramos miedo. La mu­


jer le habl a ba por su nombre y l e tomaba de las manos,
pero no recibía ninguna contestación; es proba ble que de
haberlo pod ido decir, hubiera exigido quedarse sólo.
Cuando menos lo esperaba me llegó la noticia de q u e
e l maestro a bandonó la c a m a , pero nó p o r prescripci6n
médica, sino q u e huyó. La situación era delicada porqu e
a ú n estaba q uebrantada su salud. La tarde acaba ba cuan·
do escapó, yo lo supe anocheciendo. Alarmado en cierto
modo, me presenté de inmediato a l hospital y se m e hi·
cieron saber los detal les, así como que el enfermo i ba des­
calzo y en ropas de dorm ir.
El médico temía una hemorragia interna, diciéndome
la conveniencia q u e existía de que fuera loca lizado cuanto
a ntes a fin de que fuera encamado. No faltó quién por l a
ca lle diera ind icios de que el maestro tomó por e l río.
Con estos informes, nos decidimos ir tras é l . Al pa·
recer el maestro iba falto de sus . facultades mentales. Oja·
lá y las cosas no se complicaran para él.

268
Durante un tiempo tratamos de darle a lcance, siguién·
dolo por entre el río. Ca minaba demasiado aprisa, como
si lo i mpu lsara una fuerza sobre h umana. Pudi mo,s más
adelante d ivisar que tomaba hacia el monte, sin q ue abor­
dara l a s veredas, sino que se empeña ba en subir por los
acanti l ados, como si fuera un autómata.

Las cosas n o fueron bien para Lucio, algo g'rave le


ocurrió. A los tres d ías unos ¡inetes que montaban mulas
y que venían de rumbo a la sierra, contaron a la g.ente que
se encontraron tirado a u n hombre sin vida, a un d ía de
,:;amino. El rumor creció y l legó a mis oídos. Prontamente
fuí en busca de los viajeros y les interrogué en busca de
mayores datos, convenciéndome por las señas que me pr�
porcionaban que se trataba del maestro efectiva mente. A
una insistencia m ía se me dió el l ugar exacto del hal laz­
go. José sabía del lugar por lo que no creí muy necesario
obligar los para q ue nos cond u jeran. A esas m isr:o.as horas,
partimos en yeg uas, José, un policía y yo, rem<>i.tándonos
a la sierra.

Después de caminar por doce horas sin descansar más


q ue l o indispensable, arribamos al l ugar. No tuvimos que
buscar mucho, pudimos ver el cuerpo por entre unos a r·
bustos. Estaba boca abajo, con los brazos encogidos a l a
a ltura de l a cabeza, las piernas a biertas e n compás. Sus
ojos entrecerrados l ucían gelati nosos, como los de los pes­
cados, dentro de su boca abierta revoloteaban horribles
moscardones verduscos, que se espantaron con nuestra pre­
sencia. Aún cuando l a s ugestión me l l evaba a pensar que
hedía, me convencí que n o era así. Sin lugar a dudas se
debía en gran parte a l frío que se deja ba sentir y que nos
obligaba a vestir chamarras.

Normalmente en estos casos, era mi obligaci6n cer·


dorarme de que los suj�tos estaban s i n vida, pero con el
maestro no tenía ni que cerciorarme, a simple vista se
veía que estába tan müerto como una persona que vivió
h ao" doscientos años. Si nceramente que aque l lo me apeo

269
sadumbraba, y lo lamentaba por el maestro y por su pro­
metida. Mucho iría a padecer cuando se convenciera que
era cierto lo que los caminantes dijeron . Ordené a José y
al policía que treparan el cadáver sobre uno de los ani­
males y que lo cu brieran con la ma nta que exprofeso car­
gamos. Al caer l a tarde emprendimos el regreso, los po­
cos tralJseÚ ntes que nos miraban se sorprendían de que
l levára mos un muerto sobre una mula, más nada decían
ni nada nos preguntaban, porque no les dábamos tiem po.
Refle�ionando un poco sobre el suceso, comprendía
yo q ue el maestro, fue demasiado temera rio y que ha bía
actuado en destiempo. Ese era el precio que pagaba a sus
pretensiones de ayudar a aquel las víctimas, de la voraci­
dad humana. Ni él mismo hu biera pensado que fuera tan
pelig roso desafiar a la Empresa. Había pues que andarse
con cuidado, al menos aqué l l os q ue como yo teníamos cier­
ta re lación con é l la . Desde ese momento reca pacitaba y
me repetía que no debía jamás cometer ninguna impru­
dencia, no en la forma que la cometió el maestro. Al fin
y a l cabo que sería en vano, las cosas seguirían su ritmo.
Después de que lo han seguido por cientos de años, seria
necio cambia r lo de un golpe.
La felpa que el maestro recibió, fue la causa indirecta
de su muerte. En la loca carrera su cuerpo resultó despe­
dazado por las espinas y las piedras filosas. Cuando le
hice la revisión para levantar el acta correspondiente, me
causó temor mirarle sus pies despedazados, con trozos col­
gantes de carne. Debió golpearse en la cabeza al caer por­
que en la frente se le destacaba un moretón.
Traté de abrir una investigación respecto a los gol­
peadores, pero fue en vano, nadie tuvo la valentía de
hacerme saber su identidad, no ten iende> pues más reme­
d io que archivar e l caso, con la esperanza de que las co­
sas se esclarecieran en u n futuro · pr·óximo.

270
13
la muerte del maestro consternó a mucha gente. Fue­
ron del dominio públ ico las circunstancias en que murió.
La clase trabajadora fue la q ue más comentó el desagra­
dable suceso. Pero todo no fue sino un sentimiento pasa­
jero que al poco tiempo desapareció para dar cabida a l a
indiferencia y a l olvido.

los de la Compañía Minera tenían por costumbre pro­


hibir el acceso a toda persona ajena a las instal aciones de
l a fundidora, así como a los túneles y tiros de la mina.
Nadie que fuera extraño traspasaba tan impugnabl� ba­
rreras que se esta blecían, excepto los que tenían autoriza­
ción expresa de parte del gerente o algún otro emplado
de importa ncia. Ni siquiera a mí en ca l idad de Agente del
Ministerio Público me era permitido penetrar a sus i nsta­
laciones no obstante tenía e l derecho y la obligación de
hacerlo para conocer las circunstancias en que ocurrían ta·
les o cua les accidentes en los que iba de por medio la
seguridad de los trabajadores. Se daba e l caso que cuando
alguno se desbarra ncaba, o que le explotaba la dinamita,
que moría n, lo transportaban en cam i l la y posteriormente
me en teraban , cuando lo legal era que tomara conocimien­
to en el lugar mi smo de los hechos .

. Me decidí por hacer valer mis atribuciones y resuelto

273
exiguí que en todos los casos se me avisará antes de pre>'
ceder a recoger a los accidentados, además de que era lo
acertado, estaría en posibilidades de conocer personalmen­
te la m i na, y especia lmente la Hacienda de beneficio, que
era lo que mayormente me interesaba.

Se me h izo ver que únicamente los altos dirigentes de


la Compañía eran los competentes para ordenar se me per­
mitiera el acceso, fuera o nó para conocer de accidentes.
Cosa por demás absurda, pero que era cumplida a l pie
de la letra. Cuando comprendí que no tenía a lternativa,
me decidí a ir a entrevistarme con el gerente para hacer­
le ver las anom a l ías existentes. Me encontré con que el
mencionado gerente era un extranjero joven, de algunos
treinta y ocho años de edad, bastante alto, rubio y bien
parecido, que siempre, fuera de d ía o de noche, usaba
unos lentes de vidrios verdes como si pad ecieran sus ojos
alguna enfermedad c,r6nica. Me reci bió con buen agrado,
e incl uso me cont6 de a lgunas cosas relacionadas con su
cargo, preguntándome además si me encontraba a gusto
con el servicio que se me brindiba en el hotel. Tras de- un
momento de cha rlar, le hice saber el motivo de mi visita.
Al terminar, sonrió y estuvo de acuerdo conmigo en que
me permitieran la entrada a todas las insta laciones de la
Empresa, para lo cual me ofreció gfrar inmediatamente ·ins­
trucciones.

No transcurri6 mucho tiempo y fuí enterado de que


un trabajador sufrió quemaduras de consideraciones en to­
do e l cuerpo mientras trabajaba en la planta beneficiado­
ra. Creí ver ahora la oportunidad de introducirme a dicho
sitio para curiosear. Esa vez no se me cerró el paso, al
contrario, se me recibió con amabil idad e incluso se comi­
sionó a un trabajador para que me condujera a través de
l os pasil l os hasta el lugar del accidente.

Al hombre de las quemaduras se le terminaba de


aplicar los primeros auxil ios, y lo que en un principio se
creyó grave, eran quemaduras que no ponían en peligro

274
la vida. Eso me a legró, porque e l traba jador caminó con
propio pie rumbo a la c l ínica, teniendo así la oportunidad
de fisgonear. Lo q ue veía me agradaba y hasta me sor·
prendía. El mol ino q u e desquebrajaba e l mineral funcio­
naba y dejaba esca par un ensordecedor ruidajo al triturar
l a s piedras, y por obra de su propio funciona m iento. Junto
a l molino se veían las mesas sepa radoras, el agua que se
usaba para e l proceso encharcaba e l suelo, viéndose uno
en la necesidad de brincar las pequeñas corrientes que se
formaban. En un lado se encontra ban los hornos, y esta·
ban separados he rmética mente de la otra área. Lógicamen­
te que adentro se esta rían cociendo de ca lor. A través de
u n a puertecil l a con vidrio refractario pude ver a alg unos
trabaj adores que la bora ban en el interior usando trajes es­
pecia les para las a ltas temperatu ras. Todo lo que contem­
p l a ba era nuevo para m í, me faltaba solamente local izar
los l ingotes de oro y p lata . A la persona que me acom·
pañ a ba le inquirí sobre dichos l i ngotes, preguntándole si
era posible que los viera . Me hizo s a ber que se guardaban
en un compartimiento espec i a l a l cua l no se tenía l ibre
acceso, n i aún para e l los. Sin embargo, a l ver mi interés,
me pidió que lo siguiera para ind icarme el l ugar, el cua l
estaba protegido por unas gruesas rej i l las de acero. A m i
vista aparecieron decenas de lingotes formando p i las. Yo
esperaba q ue tendrían e l color ca racterístico del oro, pero
eran más bien g ri ses, debido a la a ma lgama de p lata, eso
me lo exp licó mi acompañante, quien además me hizo sa·

ber que cada barra tenía un peso aproximado de treinta


y seis kilogramos, con una proporción del doce por ciento
de oro y el resto de plata.
Gracias a la cooperación de m i acompañante, traspa·
sa mos el enrejado y tuve la tentación de levantar un l ingo­
te con mis manos, percatándome que en la parte superior
tenían inscritas a lgunas letras, así como lo que parecía un
n úmero de serie. Calc)l lé que no había menos de quinien·
tos l ingotes acomodados en pilas de veintiocho cada una.
Cinco minutos me fueron suficientes para saciar mi cu·

- .275
riosidad. Abandoné el lugar maravillado de mirar tanta ri­
queza. Abundancia digna de l a cueva de Alibabá. Lo visto
me llevaba a reflexionar que una mina de oro y plata es
el negocio rnas fabuloso que existe. Proporciona poder ili­
mitado e increíbles satisfacciones.
La Em presa poco tiempo atrás ha bía cambiado su raz6n so-;
cial castellanizándola para hacer creer que se nacional iza­
ba, cuando la verdad es que seguía y seguirá pertenecien­
do a extranjeros. Es tanta la util idad que se obtiene, que
una vez un periodista decía que era suficiente para solu­
cionar el problema educacional en México. Tal observaci6n
debe aproximarse mucho a la verdad.
Y cómo no va a ser esa mina un negocio fabuloso, si
en trechos el oro rinde a razón de tres kilos por tonelada.
A ello hay que agregar que diariamente se procesan un
promed io de quinientas toneladas de meta l . Dicho en otras
palabras, hay d ías en que se obtienen mil quinientos ki los
de oro, de oro puro. Fabuloso. Increíble. No e n vano l a
Mina del Parián es u n a de l a s más ricas del mundo.
A ú ltimas fechas la empresa sufraga los gastos de ex­
cavación de un túnel principal en e l que han de desembo­
car todos los núneles y ti ros, a fin de faci litar la extrac­
ci6n del meta l. Dicho túnel tendrá una long itud de cuatro
kilómetros, es tan a lto y ancho que caben dos camiones a
la vez, su costo sobrepasara los cuarenta millones de pe­
sos según se dice. Su construcción durará alrededor de cua­
tro años. Conforme se adelanta en la apertura, se van des­
cubriendo vetas riquísimas, que dejan estupefactos a los
ge61ogos.
Cada tercer d ía los l ingotes son transportados por
avión hacia la costa. Cuando no .es tem porada de lluvias
que el río está a bajo nivel, el oro y la plata son transla­
dados en camiones especia les, extremando las precaucio­
nes, ésto es, haciéndose custod iar por elementos del Ejér­
cito y de más de media docena de los l l amados "confiden-

'27 6
cia les", como así se les conoce a los trabajadores no sin­
dicalizados.

La paga de la total idad de los trabajadores es llevada


cada sábado desde una de las ciudades de la costa . Se trata
d e una considerable cantidad de dinero, en bi lletes de ba­
ja y mediana denominación. Transcurridos algunos días, a l
arribar e l avión, uno d e los ind ividuos que custod iaba e l
d inero imprudentemente s e aproximó demasiado a una de
las hé l ices con tan m a l a suerte q ue le ce rcenó el brazo iz­
q uierdo, esparciendo chorros d e sangre. El resto de sus
acompañantes se sorprendieron de accidente tan horrible y
de inmed iato se dispusieron a prestarle ayuda.

El d inero era llevado en una caja de lámina; el su­


jeto q u e cargaba con é l l a mecánica mente la depositó en
el suelo y presuroso acudió a p restar su ayuda a l compa­
ñero. En cuestión de segundos, para no dar tiempo a que
se desangrara, lo subieron en un Jeep· y presurosos enfila­
ron rumbo al pueblo. Todo transcurría ta n rápida mente,
que había confusión. Como si se tratara de una broma,
dejaron el dinero o lvidado en plena pista. Algu ien que
sabía lo qúe aquel vel iz conte n ía, de inmediato se apode­
ró de él con ánimos de hacerlo desaparecer.

Esa misma mañana escuché l levar el avión. A poco


tiempo fueron en mi busca de pa rte de la Compañía para
enterarme muy preocupados que el dinero de la raya se
había extraviado, sospechando se trataba de un robo. Se­
gún aseg uraban era casi un m i l lón de pesos. Cumpl iendo
con mi deber, de inmediato nos transladamos al lugar de
los hechos. Lo único que de momento encontramos fueron
las grandes manchas de sangre. Los q u e me acompañaban
me urgían desesperados a que detuviera a todos los que
en esos momentos se encontraban en el campo aéreo. Su
petición era inútil, puesto que no acced ía a é l la por éreer­
la injusta. En cambio d í órdenes de que se buscara por los
a lrededores para encontrar alguna pista.

�77
Ese día como era costumbre había en el aeropuerto
gran cantidad de personas entre hombres, mujeres y ni·
ños. Entre todos ellos no encontrábamos a simple vista a
ningún sospechoso, 'menos algún rastro de la caja metáli­
ca. Por momentos yo dudaba de que fuera cierto que al·
guien se había apoderado de e l l a . En caso de que así hu·
biera sido, sin duda que se trataría de a lguien que era de
grandes decisiones.
Las doce del día vin ieron y el calor arreci6. Con una
cerve.za e� la mano continuamos la búsqueda. Convenci­
dos de que en el campo nada íbamos a encontrar, nos de­
cidimos por abandonar nuestras pesquizas en ese lugar. En
el momento que nos dirigíamos al Jeep que nos servía de
transporte, José que en esa ocasi6n me acompañaba, apre­
suró el paso hasta darme alcance y casi en el oído �
di jo:

-Oiga Ministerio. . . ¿A qué no cree una cosa?

-De qué se trata . Dime.


-El dinero está escondido. Yo sé dónde.
Me detuve bruscamente en mi andar y le lancé una
mirada de incredulidad, reprimiendo m i impulso de acu­
sarlo de bromista inoportuno.
-¿D6nde está?
-Voltee su vista hacia la derecha Ministerio.

Obedecí de inmediato y de momento n o ví nada, a


no ser el hangar.
-Ve aquél tambo grande? . . . Está en su interior.
Muy apresurado agregó:
-Pero espérese Ministerio, no diga nada. Son muchos
pesos. Haga que los demás lo acompañen a otro lugar,
·

mientras yo cargo con ellos.


A José se le había despertado muy pronto la ambi­
ción, a grado ta l de que deseaba apoderarse del dinero.

278
En ningún caso resultaría muy difícil puesto que la espe­
ranza de encontrarlo ahí se había pe rdido, estando con·
vencidos todos de que él o los l adrones i rían camino a la
sierra, cuando en real idad se h a l l a ba entre los que que­
d a ban en el campo, esperando a que desapareciéramos
para l levar a cabo la segunda parte de su plan.
Resuelto me encaré a José.
-Has cometido un error. No debiste decirme d6nde
está el di nero. Todo en mí me ob liga a i ndicar d6nde se
encuentra.
José trat6 de agregar a lgo, pe ro por su desespera­
ción todo q uedó en un tarta mudeo.
Los enviados por la Companía se encontra ban i nsta la­
dos ya en l a caja del Jeep, listos a partir. Con la mayor
natura l idad, les di je:
-Memos buscado por todas partes sin éxito. Creo que
nos falta únicamente registrar en aq uel tambo. Que a lguien
vaya a hacerlo.
Nadie dio trazas de moverse, por lo cual a uno de
los hombres le dije directamente que fuera a i n speccionar.
Esta vez mi petición fue atend ida. Tan pronto asom6
su cabeza al interior, volvió a erigirse con el rostro i l umi­
nado, y como poseído del demonio grit6 l leno de. sorpre­
sa para que nos diéramos cuenta de q ue encontraba la
caja.
A todo e l m undo i nvadió u n repentino entusiasmo, a
excepción de José que d i rig ía su m i rada hacia otro lado,
apretando los d ientes, con e l rostro desencajado. En parte
comprendía su enojo, y trataba d e no reprocharle nada
para no agravar l a situación. Antes bien, trate de calmar­
lo, diciéndole que la recompensa q u e la Compañía de se­
guro otorgaría sería ínteg ra para él. Pero en vano espe­
ramos porque no hubo tal recompensa, ni siquiera las gra­
cias nos fueron dadas.

279
14
En n inguna forma estaba ajeno yo .a l tráfico de oro y
del robo q u e hacían a la Compañía de ese metal Sabía.

de buenas fuentes que no pocos trabajadores "de confian­


za" estaban amafiados para sustraer buenas cantidades de
minera l, m ismo que vendían en ,e l mercado negro. Las ga­
nancias q ue se obtenían eran cuantiosas ci e rtamente, dado
que ha bía múltip les compradores que al querer ser los fa­
vorecidos con la venta, ofrecía n precios altos de compra.
Muchos de los que se ded icaban a la compra esta ban ri­
cos, y cada vez se hacían más. Comenzaron como Don Pe­
dro Marmolejo, sin un centavo, pero cargados de astuci a.

A todo desconocido que l lega al pueblo, le cuentan


la historia de un chino que l legó caminando por e l monte
por no tener para paga rse el transporte, e l cual se dedicó
a la compra de oro, teniendo tanto éxito en su empresa
q ue al poco tiempo incluso insta ló su propio mo lino y su
propi a fundidora casera . Al pasar el tiempo que se sintió
más o menos poderoso hablando económicamente, se atre ­

vió a hacer las compras no en si lenci o, sino que a viva voz


solicitaba el precioso mineral La Compañía para entonces
.

1283
sabía lo q ue estaba sucediendo, pero en n i ng u n a m a nera
pod ían evitar q u e conti n uaran robándole el oro por más
vig i l a nc i a que destacaban en la p lanta. Pensaron entonces
ir d irectamente contra el chino, para lo cua l esperaron por
una buena oportunidad en que pudieran culparlo. Esta
l legó cuando el comprador tuvo que transportar dos camie>-
nes repletos d e aren i l l as ricas en oro rumbo a a l g u n a ciu­
d a d donde se la comprarían a buen precio. Los de la Com­
p a ñ ía pensándose muy astutos, por med io de la Ley detu­
vieron los camiones. El chino fue a j u icio y se defendió
con destreza, a lega n d o q ue· si rea lmente l a Empresa a le­
gaba que tal areni l la era de su propiedad, q u e seña l a ra en­
tonces el porcenta je de oro y plata por tone lada q ue con­
tenía. Creyendo que aque l lo era senci l lo, l os de la Com­
pañ ía ind icaron con presta ncia d icho porcenta je, pero re­
su ltó q ue se eq u ivocaban, precisa mente porque el compra­
dor previniéndose de una situación semejante a d u l teró el
ca rgamento mezc l á ndole una cantidad ad icion a l de oro.
H uelga decir que el pleito lo ganó el chi no.

Pocos d ías antes recibí a un i nd ividuo que i ba a bus­


carme con el ú n ico propósito de enterarme de q u e cono­
cía la identidad de· todos aque l los su jetos que se dedicaban
al robo del oro. A l princi pio· su actitud me desconcertaba,
y a ú n más al pensar q u e n i n g ú n beneficio recibía por con­
fesarlo. Tuve una expl icación ,cu a nd o me dí cuenta q ue per­
tenecía a l m ismo grupo pero q ue fue exc l u ído por s us com­
pa ñeros por cierto error de partición q ue cometió. En ven­
ganza deseaba descubri rlos para lo c u a l fue a verme. Des­
de el principio le presté atención a sus p a l a bras, descu­
biendo que yo conocía a m uchos de los que me señ a l �­
ba.

El individuo me refirió incl uso cómo y de q ué ma­


nera se efectuaba el apodera miento del orb, así como la
cantidad aproximada mens u a l traducida en Cli nero q ue se
obtenía. En verdad q ue se trataba de muchos pesos. El su.. '

,284
jeto me proporcionó el nombre del cabecilla principal con
la espera nza de que yo lo l lamara a cuentas.
Al fin y al cabo a usted le conviene de todas ma­
neras- M.e decía- Puede ganarse la recompensa que l a
Compañía ofrece, o bien el d i nero q u e e l los l e ofrezcan
por no ser descubiertos.
No ocultaba el resentimiento que tenía hacia los que
fueron sus compañeros.
Comprendía que mi deber como Agente del Ministe­
riio Pú bl ico, e ra investiga r aquel lo, independ ientemente de
q ue pensara en recibir a lguna compensación o algo pa re­
cido. Precisamente esa era m i obligación, atender todas las
quejas y denuncias. Al d ía sigu iente envié con José un ci­
tario al que seg ú n se me indic6 era el principal invol ucra­
do, pidiéndole que ese mismo d ía compareciera ante mí a
las s i ete de la tarde, considerando que era hora adecuada
dado q u e el individuo s a l ía del trabajo a las seis de la
·

tarde.
El citado era el ú n ico d e los seña lados que no cono­
cía, por lo cual, al verlo aparecer en mi oficina me produjo
cierto asombro. Había estado pensando q ue se trataba de
alguien de buena a pariencia, inte l igente y de cierta presen­
tación persona l , capaz de poder coord inar a sus compañe­
ros de atraco, pero era comp l eta mente d i ferente. Tendría a l­
gunos trei nta y cinco a ños, de baja estatu ra, muy moreno,
pelo negro y lacio, estómago m uy g rasoso que le caía hacia
abajo por lo volum inoso, me jillas atestadas de, acné, dien­
tes blancos pero cubiertos de residuos de comida. Incluso
su vo7 parecía la de un hombre tonto.
Tan pronto estuvo frente a la puerta de mi oficina¡ tocó
con suavidad para que me percatara de su presencia, pre­
gu ntándome enseg uid a si podía pasar.
-C6mo· nó, pase usted-Le d i je.
-Son ' fas siete de l a tarde. Yo soy la persona que es-
�r�. A · sus órdenes.

:285
Me miraba con gran seguridad en sí mismo, como si
supiera _ lo que eso vale.

-Lo felicito, es usted muy puntua l . Siéntese por favor.

Sin decir nada se in sta ló en una de las s i l l a s colocadas


al frent.e d e m i escritorio. Sus o¡os me los d i ri g ía con fi¡eza ,
esperando que hablara nuevamente.

-Convi ne mandarlo l l amar porqu e deseaba hablar con


usted . Se trata . . . ¿cómo le d i ré? . . . Se trata de un ne·
gocio embarazoso h asta cierto punto. Usted sa be, en un pue.
blo tan peq ueño como éste las cosas se saben pronto. Es en
relación con la Compañía Mi nera . .
.

Procuraba ser caute l oso en mis pa l a bras, observando


mientras las reacciones de mi oyente.
-
Sí es en relación con la Compañía Minera . Desde el
,

primer d ía de mi a r r i bo, me dí cuenta cómo andan las CO·


sas entre la Empresa y los tra ba¡adores q u e laboran en l a
"Hacienda". Se trata exactamente d e q u e s é de muy buenas
fuentes que un grupo de tra b a ¡ a d ores de confianza se de·
d ican a extraer indebidamente oro de la plan.ta . Como us­
ted lo comprenderá, es mi ob.l igación investigar . . Usted
.

es seña lado como el princi p a l responsab l e .


Aguardó con calma hasta q u e terminara de h a b l a r . N a ­
d a de cua nto l e d i j e 'lo in mutó en n i n g u n a form a . Su con·
testación fu.e muy diferente a la que yo esperaba.

-Apuesto que se sorpren d erá de lo que voy a decirle ,

Licenciado. No niego nada de lo q ue ha dicho, al contrario.


Para q ue esté más seguro sepa que es cierto que un grupo
de trabaj adores nos robamos el oro. Somos va rios, se supo­
ne que yo soy e l jefe y por lo mismo ind ico cuándo y có ·
mo y q u é cantidad debemos sustraer. Asimismo soy el que
busca comprador . y le pone precio. Por cierto, últimamente
nos ha ido bien .

Ahora a él le tocaba observarme pa_ra darse cuenta de


mi estado de á nimo.
··"·
-Con la misma franqueza voy a decirle lo siguiente.
Indudablemente que usted es m uy inexperto, a juzgar por
el modo tan insensato como se deduce en sus acciones. En
otras ocasiones lo había visto pasar por la cal le y no sé
por q ué me ha caído bien desde el principio, por e l l o mis­
mo, seré tolerante y le daré un consejo: Desista de su idea
de pretender descubrir cosas que pueden convertirse en un
peligro. No se le vaya a ocurrir la bri l lante idea de descu­
brirnos ante la Compañía, su seguridad personal estaría ame­
nazada. Tenga en cuenta que se trata de intereses muy fuer­
tes. El oro precisamente durante toda la vida ha sido la cau­
sa de muchas desavenencias y de muchos asesinatos. Por
otra parte l e diré que los mis mos de la Compañía saben
perfectamente q u iénes somos los que nos robamos el oro, y
no dicen ni h acen nada porque están colud idos con noso­
tros. ¿Entiende? O lvídese pues del asunto Ministerio. La
persona q ue le vino con ·el chisme está mal intencionada, lo
q uiere meter en problemas. Yo sé quién fué. Ojalá y nin­
guno de mis compañeros se entere, porque el los son me­
nos tolerantes que yo. No sé si a usted le tocó conocer de
un caso en que mataron a un hombre por la s ierra sin sa­
berse cómo ni qu iénes fueron o por q ué motivos. Yo sé todo
lo relacionado a esa muerte, por ello le acons e jo que se
olvide. ¿O acaso pretendía que le d iéramos d i nero para ca­
l larlo?

La seguridad del individuo y Ja franqueza, con que se


conducía, me desconcertaban, y me dejaban sin saber qué
más agregar.

Aq uél fue un encuentro agrad able hasta cierto punto,


de donde resultó una mutua camaradería. Con el tiempo el
hombre aquél me invitó a que le bautizara a un niño, y
de esa manera nos hicimos compadres, olvidándome para
siempre de lo q ue hacía en compañía de otros.

Mi vida en el pueblo continuaba siendo nueva e ines­


perada para m í. Para entonces conocía a casi todas las per­
sonas y sabía la ubicación de todos los lugares importantes.

�87
Continuaba frecuentando a Jesús el peluquero con quien
sol ía platicar en las tardes calurosas que no tenfa ocupación.
Algunos muchachos jóvenes se hacían m is amigos, especial­
mente los que formaban el conjunto musica l. Me resultaba
agradable escucharlos ensayar y en más de una vez acudl
a e l los para escucharlos de cerca.

Era costumbre que cuando pasaba por las cal les salu·
dara a Don Pedro Marmolejo. Ese d ía me acordé de mi ofre·
cimiento de cenar con é l . Esperé que anocheciera, y cuando
tal cosa sucedió me encaminé rumbo a l establecimiento co·
mercia l de don Pedro.

Don Pedro estaba como si fuese a ir a un baile. Un


poco más y se viste de etiqueta . Se enfundaba en un traje
obscuro a rayas y una camisa blanca azulosa con el cuello
a lmidonado. Daba l a impresión de que esa costumbre de
vestirse antes de la cena la había adqu irido de niño a l vi·
vir en e l seno de una fam i l ia rica y refinada. Casi hasta me
asa ltó el temor de ir vestido impropio para la ocasión. De
cua lquier manera estreché gustoso la mano q ue don Pedro
me tendía. Después de que intercambiamos a lgunas frases
de bienvenida me pidió q ue pasáramos a la especie de tras­
tienda. El lugar lucía muy en orden y el piso de ladri l lo re­
cién regado por lo cual se podía percibir un ambiente hú­
medo con fragancia de tierra mojada. Al centro estaba la
mesa dispuesta para dos comensales. En un lado se veía
una parrilla de gas, en otro lado la cama, un baúl, un gran
ropero, así como algu nos objetos de adorno.

-Si ht>biera un resta urant en el pueblo tal vez lo ha·


bría invitado a ir a él -Decía Don Pedro a modo de discul­
pa- Pero como no lo hay, tenemos q ue conformarnos con · ···

estar aquf.

Don Pedro era un hom bre de múltiples facetas, de mo­


do ta l que incluso sabía cocinar.

Tan pronto me instalé en una silla, se discu lpó mien·


tras procedía a cerrar las puertas de la tienda . Cuando es-

288
tuvo de regreso sirvió dos tazas de café, me ofreció una
y se posesionó de la restante sentándose en la s i l l a coloca­
da frente a la m ía .

-Espero que l e resulte agradable la . visita q u e m e ha­


ce -Decía . mientras sorbía de la taza- Creí que se ha bía ol­
vidado de nuestro compromiso de cenar juntos. Pero qué
bueno que estamos reunidos.

-Agradezco su hospita lidad Don Pedro.


Mientras dábamos cuenta del café platicábamos de co­
sas intracendentes. El comerciante era un gran conversador,
hablaba con certeza, en voz baja pero audible, sin atrope­
llarse. El a diferencia de la mayoría del pueblo era instruido,
y según contaba estudió en una Universidad del Sur del
País, sin que le hubiera sido posible terminar una carrera
profesional, aún cuando estuvo muy cerca de lograrlo.

Tan pronto vió la oportu nidad de hacerlo, se levantó y


sirvió la cena. A medida que comíamos volvía mos a inter­
cambiar frases. De pronto se vió habla ndo de vn hecho
que para él era por demás emba razoso.

-La gente de este pueblo es cruel -Decía con serie­


dad- Muchas veces habla sin funda mento. Me han l l egado
a creer una especie de monstruo, éso lo digo por lo que
de mí se cuenta. Me refiero precisa mente a lo que sucedió
con la n iña aquel la, usted ha de saber.

Por mi parte me concretaba a gvardar silencio y a es­


cucharlo con atención.

-Cierta mente estuve a punto de cometer un grave error.


Confieso que fuí inhumano, bestial con la pobre chiq u i l la.
Ahora lo acepto plenamente y me atormento por haber obra­
do como lo hice. Si el tiempo pudiera retroceder enmenda­
ría mi falta. Obré dominado por los múltiples complejos
que en aquel entonces padecía. El error cometido lo pagué
caro. Hoy en día, gracias a D i os puedo decir que todo es
,

diferente, llevo una vida honesta y rta nquila. Bueno, tran-

289
q u i l a no lo es tanto, porq ue le confiaré que me atormenta
mi soledad, entre más viejo me voy haciendo mas voy te­
miendo la soled a d . Será por eso que estoy muy arrepenti­
do de mi soltería. Debí haberme casado cuando · joven. No
debería h a ber hombres solteros en el mundo, l a natura leza
misma no debía permitir l o . . En este pueblo hay una jo­
.

vencita que a m í me parece muy especi a l, usted l a cono­


ce. Me refiero a Angélica. Pues bien, mi intención a l i nvi­
tarlo es para comenta rle a lgunas cosas acerca de é l la . Se
trata simplemente d e que me agrada la muchacha. Se lo d i­
ré claramente, e l l a me gusta e incluso creo que le tengo a l­
go de cariño. Mi problema es q ue le soy indiferente, u n
viejo como y o no le interesa. Sin e m ba rgo, s é que usted
p uede ayudarme debido a la amistad que los une. Su ayu­
d a consistiría en q ue l a aconsejara y le sug iriera la conve­
n iencia de que e l l a se fij ara en un hombre como yo. Pero
no piense éso q u e está pensando, no se trata de q ue haga
e l papel de alca huete o algo parecido. Se trata simplemen­
te de que ayude a un amigo. No sé si deba decírcel o tan
de golpe, pero yo estoy d i spuesto a casarme con Angélica.
E l l a rec i biría a cambio todo lo q ue poseo y como y o no he
de durar mucho, después podría rehacer s u vida como me­
jor le placiera. Yo estoy en condiciones de darle buena vi­
da, hablando económicamente. Tengo ahorros en a lg u nos
bancos. Usted me ha inspirado confianza Licenciado y por
lo mismo le cuento todo ésto. Si Angélica aceptara cas a rse
conmigo sería a utomáticamente d ueña de todo cuanto po­
seo, máxime q u e no tengo n i ng ú n otro fam i l iar.

Contin uaba h a b l c mdo y a med ida q ue lo escuchaba me


convencía que en verdad le tenía cariño a Angélica. Debía
d e sufrir amarga mente la ind iferencia de la jovencita, yo lo
compadecía.
Don Pedro casi no probó nada del g uisado que se sir­
vió, yo en cam bio estuve a p u nto de l evantarme yo mismo
a servirme segunda dós i s . Por esa vez f u í poco comunica­
tivo, sin asentirle o refuta r l e lo que me sol icitaba . Por otra
parte pensaba en Angél ica y de ninguna ma nera me gus-

290
taba la idea de aconsejarla para que se casara. Ojalá y nun·
ca fuera a someter la im prudencia de hacerlo.

Hasta tarde estuvimos platicando. Tod avía cuando me


despedí, Don Pedro volvió a solicitar mi ayuda, quedando
intra nqu i l o por la actitud que adopte de no contesta rle na·
da en defin itivo.

La mañana del d ía siguiente desperté pensando en An·


gé l ica. La noche me había dado tiempo de pensar con ma·
yor c laridad, aceptando ahor a q ue después de todo la pro·
posición de Don Pedro era conveniente para élla, mayor·
mente cuando en . un pueblo como ése la muchacha no po·
dfa aspirar a nada que val iera la pena. A lo más podría
contraer matrimon io con a lg ú n minero borracho destinad o a
morir joven por causa de la maldita sil icosis, o bien ser des·
virg inada por a lguno de los manda mases de la Compañía,
cosa aún peor. La fortuna de Don Pedro, sabido estaba por
todos, era cuantiosa. Angél ica podría darse vida de reina
con tanta rique·za. Ahora que reflexionaba sobre él lo, me
decidía por aconsejarla, pero sin sabe r todavía de qué ma­
nera le iría a hablar del asunto para no herir su sensibil i­
dad, y aún más, para no ir a ofender sus buenos sen·
timientos que sabía ten ía hacia mí, que hablando con fran·
q ueza se trataba de cari ño, de un cariño espe cia l , por el
sentimenta lismo como se le presentaba .

Como de costumbre, Angé lica no tardó en l legar a


mi habitación con el objeto d e ponerla en orden. Para esas
horas me ha bía bañado y me encontraba vestido con ropa
d e cal le sentado en una de las s i l las de bejuco. Tan pronto
entró y me sonrió angelicalmente.

-Me complace ver que a maneciste muy contenta- Le


comenté a manera de sal udo-Estaba pensando en tí preci·
samente.

-Deseas ir al comedor a desayu nar o prefieres que te


traiga aquí.

291
-Ante$ de contestarte deseo que platiquemos. Siltnta­
te. . Anoche fuí a cenar con Don Pedro Marmolejo. la pa­
.

samos alegres, platicando de cosas diversas. Recuerdo aho­


ra que en un momento dado se vi6 hablando de tí.
-¿De mf?

-Sí. De tí.
-¿Qué decía?

-¿Alguna vez has tenido novio, Angél ica ?

-Nó.

-En la vida de toda mujer l lega el momento en que


es una necesidad tener a a lguien que las q u iera y las pro­
teja. Tó por ejemplo estás en edad de contar con a lg1Jien
que en verdad pueda corresponderte. .
.

-Yo as í soy feliz -Ni.e interrumpió para decir tal co­


sa- Yo no deseo nada a cambio.

Los bel los ojos de Angélica despedían fulgor y se tor­


naba melancólica.
-Tengo en mente darte un consejo Angélica. En ver·
dad que necesitas d e un hombre que te proteja y te qui•
ra, no i mporta qué edad tenga ese hombre, si a cambio tie­
ne bastantes medios económicos para garantizarte una vida
holgada y colmada de atenciones. Se trata de Don Pedro
Marmolejo; está entusiasmado por tí, él mismo me lo ha
dicho. Además de muchas comodidades materiales él podría
darte felicidad, ¿Por qué nó?
Mi diplomacia estaba fal lando. Aón cuando pensaba
q ue estaba siendo cauteloso en el hablar, resultaba que mis
palabras herlan dolorosamente a Angélica a grado tal que
sol lozaba.
Por el momento ni siquiera podía hablar, el llanto se
se encendieron y pronto se hume·
lo impedía . Sus mej i l las
decieron de lágrimas. Su situación me conmovía.

292
-No lo tomes a mal, Angélica -Le decía mientras tan­
to, acariciando su pelo- Lamento haber sido tan brusco con
mis pal a bras. Sólo deseo tu bienestar.

Con esto que agregaba el sentimental ismo de la joven


se avivaba y recarg aba su ca beza en mi hombro.

-Estoy muy triste. Me estás lastimand o mucho, no te


ima9inas cuánto. Tú, precisamente tú, no debes ni siquiera
insinuarme nada de esas cosas. El hombre que quie ro t ú
sabes q u ién es. Yo no soportaría a otro que no fuera él.

Y me mira ba de manera muy especial con sus precio·


sos ojos azules inu ndados de lágri mas.
--Cuando una mujer quiere a u n hombre, le ofrece tocio
cua nto tiene, aunque de antemano sepa que nada va a re­
cibir a cambio. Yo te convenceré de ésto que te digo. Mi·
ra . . . véme . . . véme. . .

Con delicadeza se iba desa brochando la blvsa de l ino,


hasta que se l i bró de el l a , continuó luego con e l sostén has­
ta que echó al aire dos grandísimos capul los bla ncos y ma­
cizos, cuyos centros se advertían color esmera lda, mismos a
los que jamás m a nos a jenas palparon ni la bios besaron.

Yo estaba aturdido ante lo que sucedía, no encontraba


la manera adecuada de conducirme. Aquél lo era para mí un
d i lema, el que la muchacha se me ofreciera de esa mane­
ra, un d ilema que resolví de la mejor manera que pude. . .

Yo estaba convencido que Angélica l loraba por mí, i n­


c luso l loró al otro día que fué a verme para que la acom­
pañara a la visita que ofrecí le haría a su padre. Lo curio­
so es que l loraba sin motivo aparente, como s i l lorar le pro­
d u jera felicidad. Endemoniada muchacha, por lo que a m i
respecta, c a d a día le i ba h a l l ando mayor atractivo, pero fa l­
taba tiempo para que fuera a perder la ca beza por el l a .

A l ata rdecer cruza mos l a ca l le , rumbo a f a casa de su


padre. Mientras caminaba a mi l ado se mostraba contenta

293
y sal udaba a la gente sonriente. En las bocaca l les recibía
con beneplácito mi atención de tomarla del brazo para cru·
zarla. Su padre vivía al finalizar la ca lle por entre una es­
pecie de cal lejón. Cuando llegamos que penetramos, el se­
ñor perma necía sentado ante u n pequeño mostrador de re·
lojero, trabajando en u n r e l o j A n g élica penetró sonriente,
.

estirándome por el brazo. Al percatarse de nuestra presen·


cia, el señor se l i b ró del anteojo de joyero que tenía colo­
cado en el ojo izqu ierdo. Sonriente contestó nuestro salu·
,

do. Ahora que veía al señor comprendía por qué Angélica


era tan hermosa. Su padre aún cua ndo era un anciano, lucía
de buena apariencia e i nd icaba que en su juventud debió
ser un hom bre sumamente bien parec i do. A l to, esbelto, ojos
azules y pelo claro.
-Pasa hijita- Dijo bondadosamente, situá ndose de pie,
con cierta dificultad por su edad- Gue pase tu amigo; que
se siente y ofrécel e a l g o de beber.
An gé l ica me· pidió pasara a la sala, acomodándonos en
butacas.
-Angélica me ha hablado de usted, jovencito. EsperOi
que la pase contento en ésta su casa.
Angélica se ha bía levantado para l levarnos a lgo de be­
ber.
-No tardes hija: tráenos a lgo de beber-Le gritó el se­
ñor con algo de impaciencia.
-Todo mundo lleva el riesgo de deshidratarse con es­
te endemoniado calor-Me comentó a m í.
Con la misma simpleza, agregó.
-Dele amistad a mi h i ja , Licenciado. El la lo esti m a mu­
ch o . . .

Mientras é l hablaba, involuntaria mente yo dirigía mi


vista hacia una especie de banco de carpintero en cuya su­
perficie había algunas tablas a medio cepillar.

294
-Sé io q ue estás mirando muchacho. -Di j o esta vez
tuteándome.- Espero que creas lo que te voy a decir. Es­
toy construyendo un ataúd, mi propio ataúd. ¿Lo compren­
des? Dentro de unos días estará terminado. Lo forraré de
franela gris. Siempre he considerado a la muerte como la
cosa más natura l . Todos morimos tarde que temprano, por
qué, pues, olvidarnos de la m uerte? Yo deseo estar pre­
parado para no causar molestias a mi h i j a . Me siento en­
fermo y cansado y sé que pronto voy a morir. Es por e l lo
pues que estoy confeccionando mi propio féretro.

Confieso q ue al principio me confudía lo que oí, pero


a la vez comprendía que el señor tenía razón al decir que
la muerte es lo más natural y q ue tarde que temprano mo­
riremos. ¿ Por q ué pues asustarnos de e l l a ? Se debe espe­
rarla y recibirla con toda frialdad. Librándonos del temor es
una buena manera para no sufrir tanto.

-Me da usted una buena lección. Tal vez yo construya


también mi propio ataúd.
Angélica l levó cerveza fría. Cuando r,ios sirvió se sentó
con nosotros.

-Tengo curiosidad por saber lo que rea lmente suce­


d ió con el maestro que murió en la sierra-Me preguntaba
el señor, interesado- Usted ha de saber la verdad. Cuén­
teme cómo sucedieron las cosas. Por ahí se d ice que la Com­
pañía Minera fue la culpable de todo.

-Sí, éso se dice. Pero lo mejor es no afirmar nada. Le


diré que el maestro y yo éramos buenos amigos. Lamentara
siempre lo q ue le pasó.

-A juzgar por el modo como suced ieron las cosas,


puede deducirse que la Compañía fue la cul pable. En va­
rias ocasiones ha dado muestras de lo que es capaz. Yo soy
franco a l hablar, no me importaría siquiera que usted fue­
ra partidario de la Empresa.

295
El señor me seña laba detal les que hablaban de la mez­
quinidad de la Compañía, mostrándose disgustado y acu­
sando a los trabajadores mismos de ser en gran parte los.
culpables de todo lo que ocurría, por la manera como se
humillan ante los dirigentes. El señor era bondadoso, pero
en el fondo era enérgico e intolerante. Sin lugar a dudas su
habil idad para charla r era mucha, lo hacía de modo agra•
dable, y me entretenía con sólo escucharlo.

-¿No le ha contado Angélica que tiene un hermano?


¿No le has platicado Angélica?

-Creo que nunca tuve la oportunidad de hacerlo, pa­


d re-Contestó ella con seriedad.

-Nunca nos hemos acostumbrado a su separación. Hoy


en día es un pol ítico muy i mportante, desempeña un puesto
de primera categoría. Aunque nada recibimos de él, no me
importa haberme esforzado tanto en formarlo. Desde que
era niño traté de inculcarle l as virtudes que debe poseer
todo hombre. Desde hace más de diecisiete años que no
nos escribe ni viene a visitarnos, se ha olvidado que tiene
padre y hermana. Debe existir una razón muy poderosa pa­
ra que se comporte de tal manera. Digo éso porque él no
es de los que al lograr un título profesional y un buen em­
pleo se envanezcan . . .

Después de"' que me marché, con curiosidad traté de i n­


vestigar sobre el hermano de Angélica y descubrí que rea l­
mente era a lguien muy importante en política. A una ·co­
misión del pueblo que fué a verlo para plantearle algunos
problemas, les ofreció conforme lo solicitaban, instarles una
planta receptora de televisión, y a la fecha algunos técnico&
se encontraban efectuando los estudios.

En lo q ue al padre de Angélica respecta, me formé bue­


na opinión de él. Tan pronto podía iba a ·visitarlo, de esa
manera era testigo de có,mo cada d ía aventajaba en la con_.
fección de su ataúd. Ojalá y no lo fuera a terminar pronto.

296
15
Mi Distrito Judicial a barcaba todo el Municipio. Aquél
es uno de los más grandes del Estado. Dentro de sus lími­
tes hay sierr� y des i erto, terren o montañoso y . terreno pla­
no a pto para la ag r i cu l t u ra . En el Municipio se encontraban
numersos centros de pobl ación, muchos de e l los de impor­
tancia por el número de ha bita ntes., o porque eran de pro­
d u cci ón .

En mi Distri to Judicial, me empezaba a convencer, abun­


daban los robos y los hechos de sangre. Poco a poco me
iba acostumbrando a ambiente tan tenso, a g rado tal que
con facilidad podía soportar m i ra r un cuerpo perforado a
balazos o el cuerpo de un trabajador despedazado porque
cayó por los tiros de la mina.

Una madrugada de esas, ocurrió un nuevo hecho de


sangre. En el Parián n o hay g a l los, n unca ha h abid o, por
éso no cantabart· esa maña na. Tres ji netes a parecieron de
pronto por el lado sur del pueblo, venían de muy lejos, de
rumbo la costa, montaban briosos caba l los, las p i s ad a s de
los an i ma le s retumbaban en el empedrado de la cal le, es-

299
cuchándose más fuerte su estruendo en medio de la quie­
tud reinante. Continuaron avanzando hasta tomar l a arteria
principa l, ajenos a las miradas curiosas de los pocos traba­
jadores que a esas horas marchaban a su emple o para re­
unirse e n el lugar d e costumbre para que el camión los tras­
portara a Ja mina.
El aspecto de los tres visitantes se antojaba misterio.o
so, avanza ba n uno a l lado del otro. Su vestimenta resultaba
un tanto impropia para el cál ido cl ima que se sentía duran­
te todo el día y toda la noche; usaban de esas prendas de­
nominadas jorongos, confeccionados de lana. Rumbo a la
costa no hace ca lor, d e manera que no se podía adivinar el
por q ué se a brigaban de esa manera; seguramente con la
intención de ocu lta r su identidad. Sus sombreros eran grandes,
de pa lma y a leti l l a ancha, resumidos en l a cabeza, con bar- .
biquejo, escondiendo el rostro hasta donde les era posible.
Muchos que después atestiguaron, aseguraban que usaban
bigote tupido y grande al estilo Za pata . Su mirada era tor­
va, de asesinos.
¿Qué querían aquel los extraños, quiénes eran? La gen­
te se lo preg untaba sin poder darse contestación, pero con
la certeza de que al go grave ocurriría más tarde. El pueblo
tenía pocos visita ntes y menos de esa clase.

El sol no daba muestras de salir todavía, no porq ue es­


tuviera nu blado sino porque comenza ba la mad rug'ada. Los
ext-r años miraban con fijeza y se ma ntenían rígidos sobre
sus ca ba lgaduras, sin que voltearan hacia sus lados, e igno­
rando a aquel los que se encontra ban . Su si lencio y la rigidez
era q uizá lo que mayormente l lamaba la atención.
No obstante se suponía venían de lejos, no daban r:nues­
tras de cansa ncio, lo mismo ocurría con sus corcéles que se
apreci a ban briosos. Por entr.e la parte postferior de las mon­
turas, asomaban las cul atas de sus rifles.
Seg uramente que conocían el pueblo, s a bía n · qué rum-

300
bo llevar. No se detuvieron sino hasta que arribaron a la
cárcel municipa l .

Manteniendo la misma calma, descendieron de los ca­


ballos, como si a nduvieran de simple paseo. Tras de que
ataron las riendas de los anima les, subieron los escaloneSI
que llevaban al edificio, escuchándose el tintinear de las es­
puelas. Debido a que era de mañana, la puerta se h a llaba
cerrada. Uno de los sujetos tocó con fuerza sobre una de
las hojas. A n u eva insistencia de su parte, el postigo fue
abierto desde el interior. Tras l a tela de alambre se notaba
la cara del alcaide, que aún estaba amodorrado como sl,
acabara de l legar de un baile. Tras de que les echó una·
ojeada a los ind ividuos y supo que eran tres, s i n mucha des­
confianza pensó q ue eran judiciales.

-Sf, somos pol i cías Le contestaron a


- su pregunta­
Abre Ja puerta. Traemos un preso.

El alcaide no m i r a ba un c u a rto hombre que pudiera ser


un prisi.onero, per o no había por qué de sco nf i ar , se daba
el caso de que l legan en la madrugada con a lg ú n detenido.

. .El hombre l i bró l a puerta del a l badón y les permitió


la entrada. Tan pronto se vieron e n el interior, uno de ellos:
echó mano de s u arma, desenfu n d a ndo u na 45, misma que
clavó en el estómago del a lcaide. Ta n de pronto e ra aqué·
l lo, q u e el amenazado no a lcanzaba a comprender el signi­
ficado de lo que estaba ocurriendo, de lo ún ico q ue estaba
seguro es que te n í a miedo, aque l l a pistola en su estóma g o
se lo producía.

-Las l l av es de l a celd a-le g r itó e l mismo hombre es­


parci én do le s a l iva por e l rostro-Pronto.

Debido a stJ. reper'ltino m iedo el a lcaide no podfa reac­


cionar con rapidez.

-Las l laves, pronto. Por ú ltima vez.

301
-En el escritorio, en el cajón del escritorio-Atinó a
decir esta vez.
Los dos hombres restantes se encaminaron al mueble
y abrieron el primer cajón encontrando un manojo de l la·
ves.
En la celda estaba n encerrados siete hombres por di­
versos delitos, uno por homicidio, otro por robo, los res­
tantes por del itos simples. Al ser tan de mañana, ninguno
se encontraba levantado todavía.
Como si a lgo presintiera, uno de los presos estaba
nervioso, con l a vista fija en el techo, esperando o(r algún
otro ruido. Casi a l instante oyó el sonido q ue la llave pro­
dujo a l ser enclavada en l a cerradura de l a puerta de la
celda. Se ci mbró nervioso, seguro ahora de que algo gra­
ve le sucedería, era como si desde hacía mucho tiempo es­
tuviera esperando el arribo de g ente peligrosa para él.
Los tres sujetos penetraron a l cuarto, uno tras otro. El
escándalo que sus espuelas producían despertaron a todos,
aún a los de sueño pesado, q uienes se i ncorporaban de un
sólo movimie nto, sin poc;ler ocultar el miedo que les so­
brevenía.
Los desconocidos desenvainaron desde afuera sus pis·
tolas. Uno gritando preguntó:
-¿Rodrigo Soto? ¿Quién es Rodrigo Soto?
Y tomó del cuello al preso mas próximo.
-¿ Eres tú Rod rigo Soto ?
Y como el desdichado hombre titubeara en contestar,
e l gatillo fue oprimido escuchándose una detonación . aho­
gada por la cerca nía del disparo, una bala se incrustó .. 'has­
ta muy adentro del pecho del inforh.mado.
El herido cayó a l suelo golpeándose fuertemente con·
tra e l piso. Murió casi instantánea mente.

302
Con lo que sucedía, el horror de los demás crecía , s in
que supieran qué hacer.

El mismo individuo zarandeó a otro preso del cuel lo.

-¿ Rodrigo Soto?

Por fortuna para él, atinó a contestar con ra pidez. No


desea ba por ning ú n mot!vo que le sucediera lo que al
otro.

-A. . . aquél-Rugió titubeante.

Y señaló a un hombre q ue trataba de arri nconarse


contra l a pared como si tratara de derribarla para escapar.
Aquél era en verdad Rodrigo Soto, el mismo q ue estaba
presintiend o el arribo de los visitantes.

El resto de los detenidos se hicieron a los lados abrien­


do brecha.

Rodrigo Soto sabía lo que le esperaba, sudaba y tem...


biaba, y con ojos l lenos de muerte mira ba a los su jetos
que se le aproximaba n . Sabía que tenía la parca encima.

Uno, dos. . . cinco disparos. E l cua rto que servía de


celda retum bó. Todos los d ispa r o s d ieron en el blanco, en
el cuerpo de Rodrigo; la sa ngre brotó como cascada, im·
preg nando la pared. Murió instantáneamente, antes de que
C<Jyera al piso.

. Con el ruido que los balazos producían, un briago


tjue dormía junto al escritorio del a lca ide, despertó incor­
porándose sobre su manta tend ida en el suelo. lnopo rtu ­

. n amente despertaba, una bal a penetró en su frente.

Como si nada hubiera ocurrido, los asesinos abando­


naron la prisión. Con la m isma calma de un principio sa­
l ieron del pueblo. Nadie supo por lo pronto quiénes eran
aquellos tres lobos. Desde hacía mucho tiempo no había

lobos en el valle.

303
Los cadáveres crearon problema debido a que no ha­
bía fa m i liares y por el lo mismo nadie se hada cargo de
e l l os para el entierro. Dadas, las c ircunstancias el Ayunta­
m iento debía absorver todos los gastos, pe ro el Alcalde no
estaba de acuerdo a l egando q ue nada tenía de malo que
fueran enterrados envueltos únicamente en una sábana. Al ·
final aceptó pag ar unos féretros hechos d e madera brusca
sin cepi l l ar.

Para entonces hicimos uso del radio del Aeropuerto


para com un icarnos con otra estación cercana. Con esta me­
. d ida log ramos algo d e éxito, se nos comun ic6 que fu.eron
detenidos tres hombres sospechosos que al parecer pro­
ven ía n del Pa rián.

Las detonaciones dieron indicación de que a lgo grave


ocu rría . Yo no las. escuché pe ro tan pronto fueron a ente­
rarme me vestí y s a l í aprisa de m i habitación a i nvestigar
lo sucedido. Tres muertos eran muchos muertos. Lamenté
lo sucedido, ordenando se levantaran los cadáveres. Fue­
ron colocados cada uno sobre una banca de las que esta­
ban bajo del p o rta l . Al poco rato hizo su a p a r ici6n una
patru l l a m i litar que venía a ponerse a m is órdenes. Al to­
m a r en cuenta q ue los asesinos no l levaban mucha djstan­
cia de venta ja, pa rtieron tras e l los. Al med io día regresa­
ron, lamentándose de no habe r tenido éxito.

Lo conducente pues, era que nos transladáramos a l


luga r, para l o cual pensamos en una avioneta que nos pu­
diera l levar en viaje especial, pero no pudimos conseguir­
la sino hasta q ue l legó una proveniente de la ciudad de
Durango. A eso de las trece hora:;, desafiando las corrien­
tes de aire que se comenzaba n a formar, despegamos, l le­
gando a nuestro destino veinte minutos más tarde.

Tan pronto tomamos tierra, nos enca minamos a ver


al Jefe de la Judicial de ese Sector, encontrándonos con
una desagradable noticia . Los asesinos no estaban ya en po­
der de e l los. Según decían, tratando de engañarnos, los

304
dejaron ir al comprender que eran inocentes puesto que no
había pruebas contra ellos. Desde luego com prendíamos
cuál era la rea lidad. Poco después n uestras sospechas se
confirmaron al saber que compraron al Jefe y a sus hom­
bres con treinta mil pesos.
Entendía desde luego que de nada serviría recriminar
a los policías, máxime cuando pertenecían a otro Estado. Dis­
gustados nos desped imos de e l los, en lo particu lar lamen­
tándome tener que volver a pagar de mi s bolsil los el vuelo
especial de la avioneta que nos transladó.

De regreso en el pueblo, al poco tiempo me olvidé


de tan desagradables sucesos. Mientras tanto los días conti­
nuaban su marcha. Pero como si fuera poco lo que suce­
d iera tiempo atrás, el Parián volvió a estremecerse con otra
noticia siniestra.

El día amaneció como de costumbre, con nublados y


calor . intenso. Los mineros se levantaron como de ordinario
d i spuestos a marchar a su trabajo.

Aún cuando eran decenas los trabajadores que esta­


ban dispuestos a partir hacia la m ina esa mañana, ocupa­
remos nuestra atención en tres de ellos únicamente.

Uno se l lamaba Wenceslao, vivía a l finalizar la calle


principal, tenía esposa y tres hijos. El hombre desempe­
ñaba en la mina el trabaj o de perforista. No era viejo,
más bien joven, aunque algo taimado. Se clasificaba como
un hombre bueno, con todo el mundo estaba en paz, bue­
no casi con todo el mundo, porque había un hombre que
le ten ía rencor. Este .hombre un día que se encontraba bo­
rracho provocó a Wenceslao y a cambio recibió un nava­
jazo a la altura del pecho, alcanzándole a perjudicar un
pulmón. Todavía después de que sanó, el rencor del he­
rido nunca disminuyó, jurando siempre que se vengaría.
También este era trabajador de la mina.

Otro de los hombres recién se ha bía casado con una

305
muchacha de un puebio cercano. Este e ra ma s joven aún,
d e algunos trei nta años; desempeñaba el cargo de ayudan­
te de perforista y por coi ncidencia era a u x i l iar de Wen­
cesl a o precisamente. Dada su j uventud y vigor, su com­
portamiento no era todo lo bueno q ue se pud iera desear,
gustaba de beber y pelear. Se l l amaba Silvia, Si lvio Bre-­
ceda . Reñía cuantas veces le era posible, atenido a su gran
fuerza física, por l o cual, tenía a l g u nos enemigos. Princi­
palmente a dos hermanos a q uienes un d ía mató a u n
tercero, q uedando el suceso en e l o lvido a parente mente,
pero la verdad es que sólo esperaban una oportunidad pa­
ra cobrárse la.

El tercer hombre hacía poco había l legado en avión


procedente de Múzq uiz, Coah., era soltero y e n el pueblo
nadie le deseaba n i n g ú n mal ni ningún bien puesto q ue
a penas lo conoc ía n . Se le desig naba con e l mote d e "El
Chato", y desempeñaba el modesto trabajo d e u n simple
peó n . El a su vez formaba g rupo con l os ya mencionados.

Cuando se encontraron en el sitio donde aguardaba


el camión, se buscaron el s a l udo y cada quien se instaló
en su l u g a r sobre la p lataforma del vehículo. Tan pronto
l legaron a la bocam ina, el ingeniero encargado d e comisio­
nar los trabajadores, l es ordenó continuaran en la perfo­
ración del tiro q u e com u n icaría con e l túnel principal. Tras
de q ue se proveyeron d e las herramientas necesarias, mar­
charon a cumplir con su encomienda.

Del n ivel s u perior al fondo del tiro existía una aJtura


de cinco metros aproximadamente, por lo cual se vie,ron
en la necesidad de ba j a r la máquina perforadora ayuda­
dos con cu-erdas. Otro tanto h icieron e l los, manejando los
explosivos con una precaución tremenda.

Las entrañas de l a montaña son de roca m uy dura,


casi parecen de mármol . E l traqueteo de la máquina en­
sordecía a grado tal que parecía que los oídos sangrarían
por lo l astimado. Los hom bres desempeña ban su actividad

306
sin pronuncia r p a l a bra, sabían que si platicaban todo era
en vano porque nada se escucha b a .

Después d e u n tiempo d e traba¡ar, los orificios estu­


vieron listos para los barrenos. Seg ún su técnica, convinie­
ron en que con cinco que fueran detonados eran suficien­
tes para lograr conectar el tiro con el túnel . Tuvieron las
precauciones de cost u m bre, ésto sea, se asegu·raban de
que los explosivos quedaran bien a justados dentro de los
boquetes para mayor efect ividad de los m ismos. Esa vez
pensaron en u sa r u n buen trozo de cañuela para que a l
encenderla les diera tiempo suficiente d e trep ar por la
cuerda antes de q u e la dina mita explota r a .
Aquel era u n trabajo a l q u e estaban por demás acos­
tumbrados, de modo que sabían cómo se hacían las co­
sas.

Wenceslao p reguntó s i todos estaban listos, proced ien­


do a encender las mechas. Los cinco metros del fondo a
la parte superior no era un g r a n trecho, fáci lmente se es­
calaba n ayudados con l a cuerd a .

Silvia s e a s i ó de l a soga dis puesto a subir, pero con


horror se percató q ue a lgo andaba m a l . La cuerda no res­
pondió a l tirón y se vino a b a j o como si a lgu ien la h u biera
cortado de l a pa rte a lta. Incrédulos se d ieron pronto cuen­
ta de lo que ocurría, tratando cada uno de darse una ex·
p l icación. Pero no era el momento p a ra reflexiones, no
c uando las cañuelas se estaban consu miendo. Desesperados
trataban de trepar por las pa redes pero no lograban s u b i r
mucho porque eran p l a na s como un m u ro d e concreto. E n
medio del terror q u e los invadía, a lcanzaron a d istinguir a
través d e l borde la l uceci l l a del casco de a lguien que esta­
.ba i nmóv i l conte m p l ando con interés lo que abajo ocurría.
Creyendo que aquel l a persona misteriosa los podría ayu­
dar, a gritos le pidieron tomara e l extremo de la soga, pe·
ro continuaba igual de inmóvi l . Mientras tanto el tiempo
iba transcurriendo con una rapidez aterradora. Ahora más
parecían fieras en una jaula q u e si mples hombres.

307
Lo más fác i l era que se pensara en desprender las ca­
ñuelas, pero no se pod ía lograr debido a que estaban bien
a¡ustadas y explotarían con cualquier intento de extracción
debido al fu lmi nante colocado en el extremo .

El hombre de arriba se movió por fin, p e ro para ale·


jarse, porque sabía que aquello pronto iba a explotar.

El estruendo que se escuchó fue tan intenso que pareció


cimbrar toda la montaña. Cuando todo pasó, los que esca­
laron el tiro tuvieron fuerte i mpresión al m i rar los trozos
de carne humana adheridos a las paredes.

¿Qvién era aquél desconocido? Nadie supo dar ex­


pl icación a l respecto. Nadie supo q uién fue, sólo él mismo.

Con esa nueva desgracia que ocurría todo mundo' es­


taba atemorizado, hasta yo mismo. No obstante , en mi ca­
lidad de Ministerio Públ ico, tenía que interven ir para levan­
tar las actas respectivas y desl indar responsa bilidades.

308
16 . . . y último
El Ayunta mienot del l ugar hizo el anuncio de la pró­
xima visita que ha ría el Gobernador del Estado en jira de
traba¡o por esa región y principal mente para inaugurar la
Escuela· Secundaria que el CAPFCE construyó en tan apa r·
tado lugar. Se consideraba una suerte que e l Mandata rio
estuviera dispuesto a hacer la visita, hacía varios sexenios
que ningún Gobernador visitaba esos l ugares.

El Alcalde se tornó nervios o con la noticia, porqu e


según confesaba no sabía como u ltimar los detal les relacio­
nados con la recepción, además de que temía que a lguién
fuera a ponerfo en m a l por ciertas arbitrariedades que co­
metía en e l desempeño de sus funciones. Por otra parte
lo q ue más lo asustaba, era el hecho de que tendría que
h a blar en públ ico, cosa que le resu ltaba imposible porq u e
nu nca l o había tratado y pensaba que ta l hazaña sólo les
estaba permitida a. u nos pocos.

Obvio es q ue el Alcalde no era un hombre de pol í­


tica, no cuando cosas tan desapercibidas lo volvía n teme•
roso. Por mi parte, me creí con e l deber moral de decir a l

31 1
Presidente a lgo que le calmara los nervios. Al final de
mis pa labras se convencía de que realmente la situación
no era tan grave. Incluso hasta se resignaba a aprender de
memoria el discurso, y si no lo lograba, lo leería entonces,
no sabiéndose cuál de los dos modos era el más conve­
niente porque mal sabía leer.

Al percatarse de mi buena disposici6n de ayudarle,


el Alcalde me so licitó fuera el orador oficial en dicha oca­
sión, a lo q ue acepté de muy bu,en agrado, aún cuando sé
que m i habilidad no es m uy g ra nde.

Durante los días previos a la l legada, el pueblo se


transformaba, los frentes. de las casas se pintaban de cal,
los basureros de la vía pública desaparecían, lo mismo las
charcas nauseabund as, los árboles de la p laza eran poda­
dos y rep intados en su tronco; en fin, se veía actividad.
Todo ello para causar buena impresión a l il ustre visitante.

Por las tardes, a través de un aparato de sonido ins­


ta lado en el kiosco, se invitaba al pueblo a que acudiera
a dar la bienvenida al Ejecutivo Estata l . El Alcalde ordenó

la confección de g ran cantidad de banderolas para que se


distribuyeran entre la gente, así como adornos de papel de
china que serían colocados a lo ancho de la ca lle.

El día del a rribo, mu ltitud de p ersonas abandonaron


sus casas desde muy temprano para ir al aeropuerto a es­
perar el avión que conduciría al visitante y a sus acom-.
p añantes. Es seguro que al Alca lde no durmió durante la
noche de preocupaci6n. Al día sigu iente apa reció en el cam•
po casi al amanecer para darse cuenta personalm ente de
cómo andaban los preparativos de la recepción. Algunas
horas más tarde que acudí a la pista, tuve oportunidad de
saludarlo y me sorprendió su vesti menta, todo hubiera es­
perado pero no que usara un traje negro a rayas blancas
y zapatos blancos, una corbata roja estampada y un som­
brero de esti lo antiguo, el cua l despedía olor a alcanfor.
Entre todos los presentes era el único vestido con traje.

312
Cualquiera sabía que al rato le causaría serio problema,
debido al endemoniado calor.

A través del radio receptor de la torre de control se


hizo saber que dentro de qu ince minutos el aparato ate­
rrizaría . Justamente a los doce minutos lo vimos aparece r
en el cielo que perdía a ltura. Volteaba a ver a l Presidente

y lo advertía pá l ido, con los labios moraduscos, y cerrando


con fuerza los puños de las manos por obra de su ner­
viosismo.

Tan pronto tomaron la pista que pararon los motores,


la portezuela fue abierta y .quien p r imero apareció fue e l
Gobernador qu ien se mostraba muy contento de la visita
que efectuaba. El Ejecutivo vestía g u aya bera blanca y ª'
verlo, me acordaba del Alcalde metido en su traje negro
¡que a esas horas lo estaría ya ahogando.

La comisión de recepción nos adelantamos algunos. pa­


sos para estrechar la mano del visitante. En lo que a m í
toca, era viejo conocido suy o desde m i s tiempos de estu·
diante y fác i l mente podía identificarme. Cuando mi turno
de sal uda r l o l l egó, se sorprendió de ve rme en aquel pue­
blo ignorando aún que desempeñ aba el cargo de Agente
,

d e l Min isterio Públ ico. Además de tenderme la mano me


dió un abrazo y me ofreció que des pu é s hablaríamos so­
bre m i situación actu a l . Tra s el Gobernador, f u eron apare·
ciendo caras de personas conocidas que eran cola boradores
suyos, estando presente su Secretaria Particular a quien des­
d e hacía tiempo le g u a rdaba a precio
.

Entre la comisión de recepción se encontraban ade·


más los dirigentes de la Empresa Minera, qu ienes se des·
vivían por darle la bienvenida al recién llegado. Algunos
d e los extra n jeros te nían dificultad con el e spa ñ ol, pero
el Gob<irnador emp l eba el ing lés para comprenderse .

Aún cuando se le ofrecía un vehículo, el Mandatarid


prefirió emprender el recorrido a p ie, echando a andar

313
con paso firme. Tras nosotros avanza ban g ran cantidad de
personas que manifestaban su alegría a gritos, primera•
mente por la vis i ta q ue el Gobernador hacía y por el áni­
mo que l a música les producía. Todos lo,s conjuntos mu­
sicales del' pueblo fueron contratados, y tocaban con ver­
dadero entusiasmo cami nando entre la gente.
La Escuela Secundaria q ue se inaugurar ía se h a l la ba
ju nto al río; por lo m i s m o tuvimos que cruza r por el puente
colgante y fue ta l la cantidad de personas que deseaba
hacerlo a al vez que se te mió q ue los cables se reventa ran.
Se torn aron precauciones para q ue las personas atravesaran
de pocas en pocas.
Debido a la c a m i nata y a l fu erte sol, todos sudábamos.
El pobre Presidente Mu n i c i p a l en vano trata ba de limpiarse
el sudor con el p a ñ u e lo . El Go bernador lo tornaba por el
br az o, y l ucí a a l a vez q ue muy o rgul loso por ta l distin­
ción, coh i bido.
Todo esta b a prepa rado para la ceremonia que se lle­
varía a efe.etc en el patio princ ipa l de la Secundaria. Des­
pués de que todo el mundo se instaló en sus respectivos
sitios, se anunció la intervención del Alcalde ante el mi­
crófono. Al oír su nombre casi cerró los ojos por el impac­
to interno que debió causarle. Se situó de pie aflojándose
el nudo de la corbata en un movimiento mecánico. Como
podía, empezó a pronunciar una serie de frases que leía
en hojas escritas a máquina, y a punto estuvo de no sa­
ber la continuación debido a que se le confundieron mo­
mentáneamente. . Al fina l de su a locución todos los ahf
reunidos a plaudimos. ,El Gobernador lo a brazó en felicita­
ción. Ahora el Alcalde lucía más sereno, como si le hubie·
ran quitado de encima una tonelada de peso.
Yo era el siguiente en el micrófono. Mi intervención
no a todo el mundo gustó, menos a l Gerente de la Em­
presa Minera y a los demás dirigentes que me escuchaba n
con demasiada atención. Formaban pa rte del Presídiu m y

314
me miraba n con extrañeza sin estar convencidos de lo qu e
iba a acontecer.

Aque l lo para mí era una oportu nid ad . Me acordaba·


de los cientos de fami lias misera b les explotadas vi lmente,
de todas sus c a ren ci as y p enal idad e s para g a n a rse la vida.
,Empecé por denunciar la carencia de los satisfactores y lo
!'.=aro que estaban, la falta d e transporte, de agua, de ener­
g ía eléctrica, de medicamentos, de servicios públ icos que
la Empresa por Ley estaba obl igada a propo rciona r , l as hu•
,m i l l aciones que sufrían los trabajadores, y en fin, todo lo
¡malo q u e en e l lugar pasaba. Mis pal abras entusiasmaban
al pueblo y aplaudían jubi losos.

1EI extranjero que desempeñaba el puesto de Geren•


·te, no podía d isimular su p reocupa c ión ante lo que estaba
ocurriendo, y cuando trataba de lograrlo me miraba con
una fi jeza que denotaba resentimiento. A lo mejor estaba
yo yendo por el mismo camino del pobre maestro.

Mis denuncias no fueron en vano. Cuando el Gober•


'nador tomó la palabra se refirió a todo lo que expuse,
ofreciendo que para terminar con el a lto costo de l a s mer­
_cancías, se instalaría lo mas pronto posible una ti e nda
Conasupo, se dotaría d e agua potable a l pueb lo, inter..
vendría ante la Compañía para q u e el transporte fuese
Jnás barato. Ofreció además la construcción d e una clínica
ry de una Escuela Primaria. Lo que más a legró al pueblo,
:fue saber la noticia de que próxima mente se contaría con
carretera, que · r os trabajos se hal laban muy adela ntados, a
icuarenta kilómetros de ahí.

Se proced ió conforme a l programa, la Escuela fue


·inaugurada simból icamente cortá ndose un listón por parte
del Mandatario. A contin uación se emprendió un recorrido
'ª pie por el pueblo· para que el Gobe rnador se enterara

por sí m ismo de las carencias. El a lcalde evitó que fuéra­


mos a la antigua Escue la, ahora abandonada, p a ra q ue
nadie se diera cuenta que uno de los s a lones estaba re-

315
pleto del material con que se construyó l a Secundaria, y
t¡ue emplearía para erigir su casa.
Después de un modesto ágape, el Gobernador reci­
bió a d iferentes comisiones que le expusieron toda clase
de problemas. A m itad de tarde expresó la necesidad d e
regresar. Fue conducido a l aeropuerto nuevamente e n me­
dio de una muchedumbre que lo aclamaba porque con­
fiaba en él como gobernante .
Cuando el avión despegó, busqué a l Presidente Mu­
n icipa l para fe licita rlo por lo bien que resultó todo. Mis
p a l a bras las reci bió con agrado y me invitó a que trepara
a l camión pro piedad del Ayuntamiento para que nos trans­
l adara a l pueblo.
De antemano sabía que mi intervención de a lgún mo­
do iba a repercutir con la Compañía. Trataba de saber quéi
clase de repres a l ias se tomarían contra m í, sin lograr adi­
;v inarlo por lo pronto. Pero no ta rdé mucho en saberlo. Al
l l egar al hotel, divisé sobre la acera de l a banq ueta algu�
.nos objetos que identifiqué como de mi pertenencia . Se
trataba de una caja de ca rtón donde guardaba los códigos,
y una valija con ropa. Sobre la caja se halla ba mi sombre­
iro y sobre la maleta mi pisto l a . Comprendía lo que aque­
l lo significaba; me echaban fuera por "bocón". Desafortu­
nada mente el camión se había marchado, por lo que me
ví en la necesidad de posesionarme d e mis pertenencias
y echar a caminar a lo l a rgo de la cal le en busca de .n uevo
aloja miento. De momento pensaba en irme a refugiar a
mi ofici na, en e l la podía buscarme sitio por lo pronto. Pe­
ro luego pensé en la señora que proporcionaba de comer
a José, quien en una ocasión se m a nifestó a mis órdenes
en cuestión de a lojamiento. Convencido de que era lo acle-o
cuado, tomé rumbo al domici lio de la señora . Tal como lo
esperaba, me recibió de buen ag rado, procediendo de in­
mediato a introd ucir mis cosas a u n a habitación que aun•
que red ucid a muy bien venti lada, que además lucía per•
fectamente bien aseada .

316
Se debió saber de mi nuevo alojamiento, porque a l
a nochecer no había luz en la casa d e la señora, según se
,advertía la cortaron por ind icaciones de "ciertas personas".
la dueña de la casa que no entendía aquel juego, se que­
jaba de que su casa era la ú n ica que no tenía servicio de
energ ía eléctrica, mandando revisar los fusi bles, pensando
que se trataba de e l los. Al f i n a l se resignó y pensó en
que al d ía sigu iente i r ía a queja rse al Gerente de la Ofi·
dna de Electricidad.

Por m i parte convine en explicarle l a situación. Aún


cuando estaba esperando que me despediría, fue todo lo
contrario, me respaldó y me ofreció ayuda , proliferando mil
insu ltos contra la Co mpañía.

-De hoy en adelante nos a lumbraremos con velas­


'Dijo decidida.

Al d ía siguiente se percató que n o corría agua por


las tu berías, pero también estuvo d ispuesta a soporta rlo.

Confieso que yo no estaba muy tranqui lo, m ayormen­


te cuando pensaba en fo sucedido a l maestro. Era tiempo
pues, de pensar en mi regreso a la ciudad. Era lo conve­
niente, a h í ya no tenía más qué hacer, aq uél era un pue­
blo propicio para redentores, pero yo no era ningún re•
dentor. Además, hasta cierto p unto operaba con pérdidaS'
económ icas porq ue el sueldo no me bastaba, máxime q ue
muchas veces tenía que pagar g astos extras. Ahora con las
represa l i a s de l a Compa ñ ía, la s ituación se convertía fran�
camente desfavorable para m í.

Por la tarde envié a José a buscar a Angelica para


]que le indicara mis deseos de verl a . Le contaría de mi de­
términación de- m a rchar. El d ía se tenía que l lega r tarde
que tei:nprano.

Angélica l legó al a n ochecer, nos acompañó a cenar


e n l a cocina de la señora, a l u mbrados con velas. Al final,
ta nto la señora y su hija como José, s a l ieron, dejándonos

317
s61os, lo que aprovechamos para platicar con mayor con­
fianza. Sin rodeos hice del conocimiento de Angélica mi
decisión. Ta l como lo había estado esperando, se tornó tris­
te, pero sin embargo comprendía la situación en que esta­
ba. Después de que continua mos habl ando, con a lgo de
temor me hizo saber que la salud de su padrn repenti na­
mente se quebrantaba, contándome que con a nterioridad
sufrió dos síncopes cardíacos, por lo cual temía que su
padre mu riera de esta tercera vez. Habló incluso de Don
Ped ro Marmolejo y del Tora l .
-He reflexionado sobre este hombre. Ahora s e m e
ocurre pensar q u e él puede ser la solución a l o que se
avecina. ¿D ime si te desi luciono al h a bl a rte co mo lo · ha­
,

go? Este es precisamente el momento en que debemos ha­


blarnos con la verdad . Tú te vas, yo me q uedo, de modo
que hab lemos con si nceridad . . . Sería ridículo de mi par-
te el só lo pensar q u e podría marcharme contigo. .
C l a ro q ue era ridícu lo, y más q ue éso. El la lo sabía.
-Has ten ido razón cuando dij iste que las m u jeres · ne­
cesitamos de a lguien que nos proteja .
Seg ú n lo constataba, Angél ica era m u jer de fi rmes de.­
cisiones, al menos esas muestras daba . Su decisión dió por
resultado q ue Don Ped ro Marmolejo contara con su amis­
tad, una am istad q ue con rap idez se acrecenta ba. De todo
e l l o Don Pedro me d a ba las · ·. gracias.
Ahora más que nu nca estaba dispuesto a tornar a la
ciudad. Las cosas sufrían una transformación violenta. Des­
pués de lo sucedido en contra de la Compañía, el A lcalde
se mostraba hosco para conmigo. Fáci l mente podía dedu­
cirse que reci bió sugerencias de hacerme la vida difíci l .
E n parte l o disc u l pa ba, porq ue sabía q u e s u vid a estaba
a h í, y por lo rnismo debía de p rotegerse cóm o m e jor pu·
diera.
El temor de Angélica resultó fundamentado. Su pa·
dre murió e n la madrugada pasados dos d ías. La joven en·

318
vió a una persona a q ue me fo hiciera saber. Me d ispuse
ir a su casa a ofrecerle mi ayuda, ordenand o previamente
a José l levara una corona de f lores.

Al encontrarnos, Angélica soltó el l l a nto muy compun•


g ida, yo me conmovía de su pesar tan grande y trataba
de reanimarla. A esas horas Don Pedro se encontraba tam­
bién, sentado en un lado, muy meditabundo, como si le
pudiera tanto como a la muchacha. Al verme me saludó
discreta mente con u n movimiento de cabeza.

Por la tarde el cortejo fúnebre partió rumbo a la igle­


sia para la ceremoni a luctuosa . Al terminar, cuatro hom­
bres lo cargaron con rumbo al panteón. El ataúd me l la­
maba la atención y recordaba que era el mismo q ue el pa­
dre de Angélica con profunda sabiduría confeccionaba.
Ahora que lo veía forrado d e franela gris, pensaba en si
no sería acertado q u e todos los hombres nos h iciéramos
nuestro propio ataúd, como una demostración de que sa­
bemos que nuestra vida tiene u n fin.

Angélica no tenía más famil iares en el pueblo, pero


sí muchos conocidos. Casi todos los ha bita nte s del l ugar
acompañaron a su pa dre a su ú ltima morada. Don Pedro
avanzaba a l lado de Angélica en el recorrido y yo cami­
naba a la izquierda de e l la.

Después d e esa ocasión, volví a ver a Angél ica q u ien


me pidió prolongara mi estancia. Al principio n o se de­
cidía a decirme el motivo pero a l fin a l me confió que Don
Pedro le pedía que se casara con é l .

-Quizá m e decida -Decía pensativa- Quiero q u e s i


e s o ocurre, t ú seas nuestro padrino de bodas.

Al oír decir tal cosa traté de no sorprenderme. I ncluso


le d í án imos no sin honda tristeza interna .

Pasados dos días, p o r l a tarde estaba muy nublad o.


Angélica fue a verme para com u n icarm e que se casaba.

319
ta fecha fué fijada quince días después, fecha corta fijada ·

por ella pensando que yo debía partir.

El momento tan esperado se llegó. La ceremonia r�


l ig iosa fue senc illa, e l templo estuvo repleto, primero por­
que era dom ingo y algunas personas acostumbraban ir a
misa y luego porque la pareja era muy conocida. MuchOSl
fueron con buena intención, otros a criticar como siempre
suceden en esos casos. Debe decirse que hubo quiénes­
censuraban acremente a Angélica por su determinación de
casa rse con Don Pedro, el hombre que . tenía sobre sí el
estigma de ser u n sátiro. Pero al final todos se acostum­
brarían a verlos.

Después de que la ceremonia concluyó que salimos al


atrio, fuí el primero en darle a la pareja el abrazo de la
buena suerte. En esos momentos Angélica sollozó y no
pudo evitar estrecharme. Don Pedro lo advirtió pero nada
d i jo, comprendía todo con verdadera grandeza, como así
me lo demostró con su abrazo afectuoso.

Al otro d ía abandonaron el pueblo en viaje de luna


de miel. Casi nos tocó viajar a la ciudad en el mismo avión,
só lo que tuve que esperar hasta el otro día por cuestiones
de mi cargo. Para ese entonces, José había ultimado todos
sus asuntos pendientes, porque también se largaba. Se
marchaba a la costa. Pensaba que si permanecía · en el pue­
blo, al yo irme las dificultades con el Jefe de la Policía
Municipal no se harían esperar, de modo que lo mejor era
ausentarse.

El día de mi partida me acompañaron al campo el


propio José, Jesús el peluquero acompañado de su perrol
fuguetón que lo tenía dominado. Si Angélica hubiera es­
tado también me habría acompañado, pero no estaba. Eran
todos, no necesitaba que nadie mas fuera a despedirme.

En la especie d� sala de espera del campo aéreo, nos


instalamos en u na mesa a beber café. A poco rato ví apa-

320
recer en la puerta a un hombre que se adentró en dir.ec­
ción a mí. Cuando estuvo próximo me habló amigablemen­
te por mi nombre y extendió los brazos para darme un
abrazo. Al reconocerlo, me situé de pie para correspon­
derlo.

Se trata ba del cuñado del maestro, costaba tra ba jo re­


conocerlo ahora, vestía pulcramente, de buen gusto, pren­
d as finas, e incluso usaba gafas de cristal claro y un corte
de pelo más adecuado a su fisonomía, como si alguien le
hubiera dicho que necesitaba esas transformaciones para
adquirir mayor persona l idad. I ndudablemente que su situa­
ción económica me¡oraba grandemente.

-Sé lo q ue piensas Licenciado. Sí, sí me ha ido bien.


Ahora no solamente se puede decir q ue soy hombre rico,
debe agregá rsele el "muy", porque eso es lo que soy en
verdad, un hombre muy rico. Vendí la mina a gran pre­
cio. Soy rico, soy poderoso, ya no temo ven ir a este pue­
blo, puedo comprar a mucha gente que me proteja.

-Me a legro por tu buena suerte.


-Supe que abandonas defi n i t ivamente el pueblo . An-
tes quise verte. . . ¿ Recuerdas que un día, hace meses,
cuando me ayudaste en la cárcel te dije que yo nunca ol­
vido ni una ofensa n i u n favor, y que cuando menos lo
esperaras tendría medios para beneficiarte? ¿Lo recuer­
das? . . . Pues bien, aquí me tienes, pid i énd ote que acep­
tes este presente.

. Extrajo de la bolsa de su cazadora un peq ueño re-


galo envuelto en papel estaño.

-Recíbelo, te lo obseq uio con todo agradecimiento.

Le tendí la mano y me lo depositó.

En esos momentos a n u nciaro n por el a ltavoz que mi


avión i ba a partir rumbo a Durango. Era el momento pues,
de despedirme de m is amigos a quienes les estreché en

32 1
a brazo sincero, confiados de q ue a lgún día volveríamos a_
encontrarnos. A l hombre del regalo al darle el abrazo de
despedida volví a agrad acerle su atención .
,
A casi doce meses de haber l legado partía de regré;;
so. Me producía tristeza y , sabía . que siempre, siempr�
m ientras v i viera me acord aría de ese pueblo tan original
y de sus h a bitantes. Al ir volando, m i raba a través de· la
venta n i l l a para brinda rle a l a reg ión u n ú ltimo a diós E l
.

·obseq u i o recibido lo deposité sobre e l asiento contiguo sin


q ue le dispensara mucha atención. Cuando arribamos at:
aeropuerto de l a ciudad de D u rango .me acordé de é l y
lo abrí. Casi sufro un - desmayo al saber su contenido;. me
ví en la necesidad de frotarme los ojos para cerciorarme
de que no eran visiones.

Adjunto tenía una nota: Al a m igo con agradecimien-


to.

Sí, era nada menos un obsequ i o consistente en d iez


mil Dól l a res en billetes de a cien muy nuevos y hermosos.

'F N

322
Esta Edición consta de 2,000
ejemplares. Se i m primieron
en I mprenta Rivera, Juárez
1 0 1 -B Sur de Durango, Dgo .

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