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DURANGO, DGO.
''LA REGION DE LAS AMARGURAS"
OBRAS ·DEL MISMO AUTOR:
EL DIOS DESCALZO
LUCHA.
'A-ESOS .HOMB.RES QUE DEJAN SU
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plicarse por obra de ellos mismos.
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jor podían, a lgunos se decidían por litigar, litigar al ampa
ro de a lgún a bogado titulado de cierto renombre q ue los
patrocinara, e jerciendo funciones en sus despachos. Otros
hubo q ue tomaron cam inos a d iversas ci udades de la Re
pública en busca de horizontes mas benignos. No pocos de
los que nos quedábamos en Durango lograron colocarse
dentro del Gob iern o del Estado, sea ya como funcionarios
menores o como Agentes del Min isterio Púb lico, locales C!
foráneos. A los que eran lo primero se les ap laudía, pero
los que alcanzaban só lo lo segundo no eran dignos de mu
cho reconocimiento, porque h a blando con franq ueza ser
Agente del Minister io Pú blico no significaba ningún triun
fo, el cargo de por sí es cruel y ademá. s increíblemente m a l
pagado. Para lograr ser Agente del Ministerio Público no
se requería más q ue h ubiera vacantes, y en aquel enton-
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encontraba acéfala desde hacía varias semanas; me l a pro
ponían, casi seguros de q ue n o la aceptaría, ya q ue d e so
bra era sabido que la peor de las Agencias era precisa
mente la de ese Municipio. Muchos hubo q ue l a rechaza
ron, otros renunciaron a los tres o cuatro días tan p ronto
se e ncara ro n con los o bstácu lo s d e l a región , como es el ca·
lor endemoniado, la lejanía y lo exageradamente caro de
l os satisfactores.
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noso, ocho horas de incesante caminar, el río tenía que
badearse por ciento sesenta o ciento setenta veces, lo que
se convertía en a lgo monótono y atormentador.
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gieran, para haber tenido así oportunidad de dormir más
tiempo.
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había por qué temer; así que me instalé en uno de los
asientos de la parte trasera. En mi bolsillo de la camisa
guardaba el nombramiento que me acred i taba como Agente
del Ministerio Público en el Muni c ip i o del Parián Con los
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valoraba el peligro; por el esf uerzo q ue efectuaba y por
el nervios ismo q ue lo atacaba sudaba copiosamente, bañan
do el sudor su piel color amarillo por el susto.
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Yo quería que todo fuera como un. relato de historieta
donde las situaciones mas difíciles se solucionan haciendo
aparecer una inesperada tabla salvadora que sale de la na
da. Pero nó, no era ni se trataba de ninguna historieta,
era la pura realidad.
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mas deta l les del suceso. Yo veía la manera tan entusiasma
da como comentaban, sin tener humor de contestarles l o
que preguntaban.
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dicó con la mano al piloto que descendiera del avión. Obe
deció con prestancia y en el acto recibía instrucciones. En
cumplimiento de ellas penetró nuevamente al aparato y al·
go debió decirles a los pasajeros ya que uno a uno fueron
apareciendo por la entrada dispuestos a abandonarlo.
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Ahora que perdía laJ �speranza, la mujer se resignaba
y apretujaba sentimentalmente 'el werpecito, del niño contra
el suyo. Ciertamente el· pequeño requería de atención médi
ca, la que se le podía prestar únjca·mente en la ciudad. Aún
cuando en el pueblo había· un médico se declaró incompe
tente alegando que no contaba· con el instrumental adecua
do. En verdad ápenas tenía lo. mas .ir:idispensable.
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ayudar a la m u jer, más era imposible prácticamente. Lo del
niño era cuestión de horas, de modo q ue no se podía pen
sar en q ue h icieran e l vi aje a lomo de mul a . Era a lo más
que se podía a s pirar, y a que no existía carretera . Todo es
taba s u ped itado pues al az a r , que a l gún avión l legara, pe
ro no l legó. Ni s iquiera el radio tra nsmisor de l a torre de
con tr ol fue ú t il, y a que nadie ca ptó su llamado de auxil io.
Cuando mi va lija a p areció, la tomé y eché a ca minar
con el la, cruzando l a pista. El pueb lo se m i r a b a cercano, e n
u n a h ondonada, d i sti nguiéndose su g r a n cantidad d e árbo
les frondosos diseminados en todos los rumbos. Ahora que
atravezaba la p ista, me pe rcataba d e lo corto y pe ligroso
que era, sin s a ber cómo pudimos a terr iz a r con éxito'. i;fec
tivamente se requería de mucha suerte y de un piloto ex
per imehtado para p9de r a terrizar con bien. No cua lqu ier
principiante que se aventure a bajar lo logra. Apa rte de
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lo reducido de la pista, se tiene que ma n i o b r a r por entre las
a ltas monta ña s y d a r vuelta para tomar debidamente el cam-
po.
Sin necesidad de mirar el reloj advertía la h ora que
era. Al pasar de los minutos .volvía mi tranquilidad ordina
ria, podía entonces percatarme de lo ca,� roso de la maña
na. El a i re cal ie nte que•·chocaba contra ·mi cu er po me mo
lestaba, sin que pudiera h acer nada por evitarlo. Viéndolo
bien aquello pa recía un· ho r no. ¿De dónde d iablos sa ldría
ta nto calor? A los poc6s m i n utos me s en t í a ahogar de deses
peración. Pero no tenía 'mas a l temativa que soportar aq ué
l lo o lo que vi niera. No podía d a rme contestación cuando
asimismo me preguntaba cómo aqu_ e lla gente pod ía vivir
tan mansamente en lugar ta ' n h i rvi en te. De a lgún truco se
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va ldrían.
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·
q u e descender la pequeña coli na. Por entre terreno plano
crecían va riedades diversas de árbole· s fruta les como si se
tratara de h uertas, pero l a verdad es que eran á rboles sil
vestres. El clima tan cálido era propicio. Re. a l mente l a vege
tación era exuberant e y llama ba mi at.e nción poderosamen
te. Había además palmeras y otra clase de arbustos no co
nocidos por mí pero que después supe se llamaban "ch a l atas"
y "ca michi nes". La característica de estos árboles es q u e son
muy frondosos y coronados de flores de color c h i l l ante.
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princ1p10 lo que más me preocupaba era loc a l izar la boca
m in a . Desde donde c a m i n a ba podía observ a rla, y me per
cataba además de la existencia de un grupo de casas con
tiguas, que no venían a forma r sino el campa mento de los
m i neros , pero q ue al paso d e l tiempo se convirtió en ver
dadero pueblo. Mas aba jo, por entre l a ladera, .había otro
g r u po de casas mas reducido que el pri mero, tam bién se
trataba de un campamento. Cuando me fijé bien, pude dar
me cuenta de la existencia de un tercer pueblo enclavado
en la cum bre de l a monta ñ a . Dichos pueblos se formaron
pe nsando en que qu ed aran lo mas cerca n o posible unos del
otro, precisamente próxi mos a su vez a l a boca m i n a .
ños de la Empresa.
·
Era cosa natural q u e todo cuanto encontraba a mi paso
me resu ltara n uevo y novedoso hasta cierto punto. En pocos
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minutos me ví transitando por un puente colgante tendido
a lo ancho del río. Mi caminar balanceaba dicho puente y
al no estar acostumbrado a caminar por tales medios, titu
beaba y me veía obligado a sostenerme de las barandas
para no caer. Con el tiempo me acostumbré tan bien que
pude haberlo artavesado corriendo y con los ojos venda
dos.
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guardo: Su magnífica floresta.
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que eso que ellos llaman "el Jonche" no era mas que una
raquítica porción de viles fri joles mal cocidos, con dos o
tres tortillas de maíz remojadas en ellos por la mezcla que
se forma. Ningún cuerpo humano es capaz de soporta r tan
to des.gaste físico y estar ali mentado de manera tan insufi
ciente. Em pero aquellos hombres, aquellos mineros podían
lograrlo. Pero un día, tarde que temprano su agotamiento
era tal que ca ían de muerte víctimas de· curiosos temblores
o de una anemia perniciosa imposible de combatir. No obs
tante lo raqu ítico d e su alimentación, aquellos mineros en
su aspecto eran fuertes y muchas veces musculosos. Para mí
tal cosa sig ue siendo un enigma.
Ahora pues, se comprende el motivo por el cual aque
llos individuos tienen siempre reflejada en el rostro una
expresión de fastidio e i nd iferencia.
Según el tiempo tra nscurría, la calle se inundaba de
gente. Las señoras salían de sus hogares rumbo a la tienda,
·11evando consigo alguna bolsa de plástico para depositar la
mercancía que comprarían. Algunos niños corrían en juego
en torno mío, sin que les importara el que la hora de asis
tir a la .escuela llegaba. En fin, aquello era un ir y venir
de personas, siendo testigo de cómo aquel pueblo cobraba
su vida diaria.
Podía haberme olvidado de todo, menos del maldito
calor que me obligaba a vociferar en mi interior. Sin exa
gerar, éste era tan fuerte como en un baño de vapor. To
dos los poros de mi piel exudaban e incluso los pies los
sentía tan húmedos como cuando se introduce el pie a al
gún char.co. N unca antes. me ocurrió tal cosa. Me era nece
sario aclimatarme,· y cuanto antes mejor.
·
Aun cuando •avanzaba por la sombra el sudor me es
curría por la frente y me provocaba ardor en los ojos.
Cuánto habría de sufrir durante mi estancia a causa del in
fernal calot. Afortunadamente se trataba de calor húmedo,
si nó lo más probable habría sido que me obligara a co-
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rrer despavorido como loco.
Debo dec i r que aquel los que m e mira ban pasar s e de
tenían a mirarme sorprendidos sin q ue hicieran lo posible
por disimu lar lo; como si fuera un ser venido de ultratum
ba. I nd udablemente que en sus adentros se pregu ntaban
sobre mi identid ad. Los visita ntes a ese pueblo no abun
daban, de modo q u e cua l q uier persona extraña atraía l a
atención.
Para l a tarde de ese d ía sa bía ya varia� cosas del Pa
rián. En referencia a su conformación q uedaba enterado
q ue ten ía únicamente dos ca l l es l a rgas, retorcidas y muy
accidentadas por estar tendidas por entre l a falda de la
monta ña. Dichas c a l l es carecían de nom bres, denominándo
se la ca lle de arriba y la ca l l e de aba jo por encontra rse
una más en a lt o por ex igencias del terreno. En a lgu nos tra
mos existían p ied ras i ncrustadas para facilitar e l tráMsito,
pero casi creo que rendía m a l resu ltado. Por entre los lados
no ha bía aceras, exceptua ndo las ba nquetas de cem�nto
de las casas donde vivían los de la Compañía.
Al pueblo l o circundan a ltas montañas q ue fo rman
u n va l l e estrecho que más que otra cosa se asemeja �n crá
ter. Los cerros s , o n g iga ntescos y pa recen de conc reto, por
lo lizo y porque no les crece vegetación debido precisamen
te a los minerales q ue contienen . A veces se llega a l . con
vencimiento de q ue obstruyen el paso a la luz y tornan obs
curo el panorama·. Cuando hay nubes, estas actúan como
u n a tapadera, sin permitir q u e el aire se renuevé, y es cuan
do El Parián se convierte en un infierno; los perros mismos
lo sufren y e n loquecen de calor.
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En lo que se podía considerar el centro del pueblo e·xis
tían algunas casas cuyo a specto no era tan mísero, incluso
su arquitectura agradaba. Su estilo no . e ra muy fa m i liar, te
nían influencia de costa que nacía por su proximidad. Su
construcción era conforme el medio lo• requería, sumamen
te ventiladas con infinidad de 1 ventan as y puertas. Por lo ge
neral contaban todas con portales al frente, donde por las
tardes los moradores solían sentarse para· aprovechar la co
rriente de aire y poder soportar el agobiante calor. Las vi
viendas en su m ayoría eran a base de adobe, otras de ma·
dera, con techo de dos aguas y de lámina. En estas casas
vivía otra casta que se podría considerar privilegiada y que
la constituían los comerciantes.
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pintura de las paredes exteriores, cuyo color verde intenso
se desta caba entre todos los de las demás construcciones . A
su frente se extendía un prado donde además de alg u n a s
matas d e maíz, crecían a ltas palmeras que daban d átiles
cuand o era el tiempo, así como naran jos q u e perfu maban
la ca l le con sus aza hares. En l o a lto de la puerta principal
se veía una i nscripción q ue con errores de ortog rafía ten ía
inscrito: Presidencia Municipal, y cuyas letras desuniformes
eran obra de a lgún aprendiz. E1 ed ificio ese tenía su histo
ria, fu .e primero en tiempos d.= la revo l ución una especie
de cuarte l, posteriormente se convirtió en hotel, hasta trans
forma rse en oficinas públ icas y en cárcel a la vez, por ser
en su patio interior donde se confinaban a aquel los q ue
transgredían l a s leyes. Por entre aquel l os m u ros ocurrieron
muchas muertes, a a l g unos ·fu s i l aron, a otros asesinaron sim
plemente. No fa ltaba qu ien di jera que pena ban.
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lento se situó de pie, procediendo de inmediato a l i brar l a
puerta de l pasador para abrirla.
La trasa del hom bre que habla ba era vulgar. Sus. as
cendientes d e b i eron ser indios puros, hered ando algu
n a s ca racterísticas. Lampiño y muy moreno, rasgos toscos
y horri bles, estatura corta y rechoncho. Sus ralos bigotes se
mejaban púas de puerco espín por l o grueso. Los labios no
toriamente abu ltados como si acabara de recibir un fuerte
puñetazo. Pero a é l no parecía importarle en nada su apa
riencia, s e desenvo lvía sin evidenciar a l gún complejo. La ca
misa que usaba cuando se h a l laba lavada debía ser blanca,
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la ataba por la cintura con un nudo.
,./ r\'·
Manifestándome poco comunicativo me �nca\'niné a tra
vés del portal de madera rumbo a donde se me había se
ñalado. Aparte del archivero estaba un escritorio, más ade
cuado para un anticuario que para un oficinista, su estado
causaba l ást i m a por lo deteriorado. Además no tenía ni un
sólo cajón, quedando al descubierto l os huecos destinados a
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e llos. No -tardé e n d arme cuenta q u e no existía n.1 siquiera
papel donde escribir, menos a lguna máquina. Cuando bus
q u é escrito a lguno relacionado con la oficina, tuve que ad
mitir que nada había. Bajo unos periódicos antiguos c ubier
tos de polvo h a l lé el se l lo y un coj inete reseco incapaz de
dar tinta.
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adobe y madera con techo de l á m i nas mohecidas y perfo
radas por donde debía escurrirse a chorros el agua en tiem
pos de l l uvia. En la pared de frente a l porta l h a bía u n a
puerta y una ventan a pequeña a m bas c o n barrotes de h i e
rro. A l os deten idos se l es encerraba e n ese sitio para q ue
pasaran la noche, a la mañana siguiente se les permitía l a
salida para que caminaran por entre e l patio. E n esa oca
si6n en q ue l legaba por primer vez a l lugar, aún cuando se
hacía tarde perma necían todavía en el interior, yo podía
verlos a través de la venta n a . Los ind ividuos se arremolina
ban para poder mirar al exterior y seg uramente para po
der respi rar oxígeno menos v i c i a d o q ue el existente aden�
tro. Sin lugar a dudas ellos al i g u a l q ue el a lcaide sabían
de mi arri bo, y ser í a por ello que se esforzaban en salu-
darme.
·
alca ide l l evaba ganancia por que e n aquel sitio n i ngún ser
vicio por peq ueño que fuera era. gratuito. Los presos se ve
rían obligados a prorratearse para dar a lgunas monedas a l
hom bre Y n o debió d e ser gran cant�!Jad porque su situa
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tener estrecha relación conmigo.
En aq uel l a cárcel no todos purgaba n j u stas penas. Un
muchacho pel irrojo de ojos azu les me contó que l levaba
ocho meses internado, y todo porque estaba borracho el dfa
que lo detuvieron. Ocho meses era demas iado tiempo. Para
u n a falta semejante tres días bastaban, pero nadie había
oído al muchacho en su rec la mo. En esa prisión ni siquiera
el J uez o el Presidente Municipal ma ndaba, el ú nico hom
bre que d isponía a su vol untad era ni mas ni menos el Jefe
de l a Pol icía Municipa l, tristemente fa moso por las arbitra
riedades que cometía. Lo del muchacho era obra suya. Tanto
se h a bía hecho temer con sus fanfarronerías. que hasta el
mismo Juez l o respetaba . Cuando al guno cumplía su sen
tencia q ue le era decretada su l ibertad por pa rte del Juez,
no sa l ía, si el Jefe de la Pol icía no quería que sal iera; ejem
plos semejantes a bundaban.
No obstante que aquel los hombres en su mayoría eran
asesinos, me condolía de su situación. Aquel l ugar no e ra
propio n i para asesinos, las zahurdas nu nca son propias pa
ro los hombres cualquiera q u e sea su cal idad mora l . Duran
te mi esta ncia en el pueblo, en todo momento reproché a la
Autoridad Municip a l su despreocupación hacia los deteni
dos; -
Los p resos no conmovían únicamente en su situación,
sino en su aspecto � �cm a l . Cubrían s u s cuerpos con arapos
y� su piel estaba cu bi erta por u n a grues.a capa de mugre,
porque en aque� lugar no había donde tomar un baño. Sin
.e�,cepción los. individuos eran pobres, carentes de todo bien
fn �erial, d e olra manera no se encontra rían ahí por más
ásésJn;os que fuerá n . N i ngú n rico entró nunca a esa cárcel,
sin frn portar a cua ntos hu biera matado. Algo parecido debe
oeúriip �n muchas cá rce les del mu ndo.
'A;' :.
La com ida con que se les a l i mentaba no era mejor q ue
la que se les serviría a los prisioneros que habita ban los
calabozos de los tiempos medievales. Consistía en u na ra-
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q u ítica porción de caldo desabrido y negrusco que no con
ten ía n i nguna verd ura o a lgo semej ante, que en ocasiones
hedía; sopa de pasta, mal racionada, cocida solamente, las
más de l a s veces salada ha sta amargar; dos tortil las y agua
�ara tomar a d iscres ión. Y conste que el a l i mento estaban
obl igados a ganárselo gran jea ndo a la coci nera y a su fa
mi lia, además de que debían s a l i r por l as cal les a recoger
las inmundicias. Aquel que estaba enfermo o que simple-
mente no tenía deseos de trabajar, no com ía, y nadie pen
saba en él. En esa cárcel nadie se condolía ni pensaba en
nad ie. El que poseía a lgunos centavos consigo podía i nver�
tirios en obtener alguna lata de sardina y comer de �ll a ,
p rocurando hacerse a un rincón para que nadie lo viera.
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A eso de l as once llegó et Jefe. No1 venía sólo, lo
acompañaba un joven de algunos diez y seis años a q u ien
sujetaba la, mu ñeca derecha con unos hierros largos a mo
do de tenazas, obligándolo a caminar. La muñeca estaba a
punto de ser triturad a, el muchacho gritaba de dolor de
sesperada mente. El que cargaba con él no parecía conmo
verse en lo más mínimo, permanecía sereno, ta l vez en sus
adentros gustoso de lo que hacía. Tan pronto traspusieron
el enrejado de madera li bró a l pobre muchacho de las pin
zas e inesperadamente le asestó un fuerte puntapié en las
nalgas que lo obligó a dar traspiés. El joven se recargó en
uno de los pilares del porta l y empezó a l l orar, segura
mente de dolor y de rabia. El brazo final mente le resu ltó
quebrado. ·
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sas, a lg unos se la sentenciaron. El lo sa bía, y se a n d a ba con
cu"1óaao.
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ahí que en nada le importara estar en bien conmigo.
A poco aparecieron en mi oficina el Presidente Muni
cipal y el tesorero, q uienes ven ían a saludarme y a brindar
me la bienvenida. Por algunos momentos d e parti mos amis
tosamente, agradeciéndoles por mi parte sus atenciones. En
u n paréntes is q u e hice en n uestra plática les pedí qve me
ind icaran un l ugar donde pudiera alojarme. Desde luego me
advertían que rni estancia no sería del todo g rata debido a
las carencias precisamente. Me informaban de u n hotel que
si acaso no daba buen servicio, e ra lo único del pueblo. To
davía cuando el Presidente y su acompañante se encontra
'
ban conmigo hizo su arribo el Licenciado que desempeñaba
l
e cargo de J uez de Pri mera I n stancia. Se trataba de u n
hombre que con ocí en m i s tiempos d e estudiante d e Prepa
ratoria, impartía cátedra a un grupo diferente al que yo per
tenecía. Pero no obstante nos conocimos y nos dispensá
ba.m os cierta esti mación. También él me tendió la mano
amigablemente y me deseó feliz estancia.. Cuando se mar
chó el Alcalde y su colaborador, el J uez, mostrándose bon
dadoso, me advertía también de las carencias que se sufrían
en el pueblo. Me informaba asi mismo que donde se vivía
mejor era en la l l a mada "Co lonia Extra n jera", pero que de
antemano no me aconsejaba la invitación que de rigor me
harían para q u e fuera a hospedarme en su hotel, puesto
que automáticamente estaría aceptando ser su esbirro y
cómplice en todos sus desmanes e in j usticias. Cuanto el Li
cenciado me decía lo tomA l1a muy en cuenta, tratando de
darle la razón . Al ver J¡¡ oportunidad de quejarme al J uez
de que el po l icía se mostraba hosco para conmigo, me con
testó q u e de a.i;uerd o a mi Jerarq uía y Autoridad debía obe
decer mis m andatos.
-Es un pillo- Decía con cierta preocupación-El no
venta por ciento de mis prob lemas son por causa suya.
·
Hasta ese momento no me había dado cuenta q ue las
oficinas del J uzgado estaban contiguas a la m ía. El Juez me
invitó a pasar para presentarme al personal, o sea a la Se
cretaria del Juzgado, la secretaria, y al notificador.
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Ahora desde su escritorio, el Juez me preg untaba si
deseaba i r person a l mente a insta larme al hotel o si él en
viaba a a lguna persona para que o btuviera h abitación: y de
jara mi ma leta. Creí conveniente lo ú ltimo, por lo q ue e n
pocos momentos envió po r el hombre q u e tiempo atrás me
contó h abía purgado su pena, q u i en respondía a l nombre
de José.
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se le echaron encima a José que perma necía azorado, sin
tener tiempo de explica rse lo que ocurría; lo obligaron a si
tuarse de pie, sosteniéndole los brazos por detrás de la cin
tura. Sin pel igro de recibir contestación, el facineroso poli
cía empezó a golpearlo peligrosa mente con todas l as fuer
zas, en el estómago principalmente, hasta que José no pudo
mas y perdió el sentido. La emprendió l uego contra la es
posa a quien también tuvo que gol pear sa lvajemente para
que se dejara seducir. A resultas de este hecho, aún cuan
do no era Va culpable la esposa, a bandonó el pueblo tan
pronto pudo, avergonzada de lo ocurrido. Desde entonces
su marido no la volvió a ver.
Ahora es fácil comprender el motivo por el cua l am
bos hombres se od ia ban a muerte mutuam ente. El policía
cu mplía con su palabra cuando había di cho que mientras
fuera Jefe de la Policía José no abandonaría la prisión de
finitiva mente.
Aún cuando José salía por la ca l le a hacer algún man
dado, sabía lo difícil que era huír de un pueblo como ese
tan carente de comunicación. Allá, andar por la ca lle era es
tar confinado.
José sabía que su oportunidad de actuar vendría tarde
que temprano, mi entras se reservaba para propinar el zar
pazo.
Enterado de l.a situación reinante, pregunté al Juez si
no cometía falta si dispon ía que José dejara la prisión defini
tivamente.
-, Ñ,ingu na fa lta cometerías, al contrario, harías un bien
-Me contestó- José de Derecho está l i bre, más no de he-
cho. Piénsalo bien antes de que te decidas a actuar. El po
l icía es un tipo terco y no lo va a permitir con facil idad.
El J uez continuó hablando, ahora sobre José, opinando
que era un hombre bueno, muy servicial que incl uso po
dría serme úti l si lo tomaba a mi servicio como especie de
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auxi l iar.
Tan pronto llegó José a enterarme de que logró aloja
miento para m í, le pedí me acompañara y caminamos rumbo
al . escritorio donde se encontraban el policía y sus hombres,
incluyendo el a lcaide.
-Para si algunos de ustedes tienen inconveniente, ven
go a, deci rles que José queda libre.
-Abra la puerta para que salga a la calle-Le . dije al
alcaide.
Tanto el alcaide como el policía no reaccionaban con
rapidez, concretándose a mira rme con fijeza. En vista de
ello, tuve yo mismo que abrir el enrejado. Afortunadamente
todo era tan de pronto que el po licía no tenía l a oportuni
dad de oponerse; vió salir a José sin lograr la idea de decir
algo. Por mi parte, sabía que empezaba a cumplir en mi
cometido como Agente del Ministerio Público. Si las cosas.
se hubieran complicado, lo más seguro es que yo habría
sido la vícti ma, porque dicho con franqueza soy un hom
bre al que no asiste la virtud de la valentía.
En vista de los sucesos, el policía la tomó contra mí, y
su odio por José creció, mayormente cuando supo de mi
determinación de seguir protegiendo a J osé, a quien pen
saba habilitar como mi a uxiliar, o al menos mi acompañan
�e en ese medio tan hostil.
Cuando después de varios meses abandoné definitiva
mente el pueblo, José tuvo que hacerlo también para no
c;er víctima del odio del arbitrario sujeto. Su razonamiento
estaba de sobra bien fundamentado, Una prueba de ello
es que el policía cobró venganza en un hermano d e J osé
que no la debía ni la temía y que n i siquiera sabía de las
desaveniencias existentes entre ambos, encerrándolo duran
te algunos días en la prisión, usándolo como carnada para
el hermano. Ni el Juez ni el Pres.idente Municipa l se opu
sieron a ta l abuso, el primero tal vez por temor, el otro
por Ja tolerancia que tenía para su subalterno.
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Algu-nas personas q ue tenían algún co·nfl icto de carác
ter leg a l , estuvieron a l a espectativa de la l legada del nue·
vo Agente del Ministerio Púb l ico. El nuevo Agente del Mi
n isterio P ú b l ico era yo, de modo que po r la tarde empeza
ron a desfi lar numerosas personas a mi oficina ex pon iéndo
51
la /a bios,a anciana me expus\ su problem a . Se rete r í a
a u n a casa q u e aseg uraba un h i j o suyo ha bíasela despoj ado.
Pedía e l peor castigo p a ra su vástago. De h a be r pod ido,
desde cuando h u b iera atentado contra su vida, éllo a juzgar
por al ira que evidenciaba y por los terribles insu ltos q ue
vociferaba en contra de é l . Exigía q ue todo lo di cho por
e l l a fuera anotado a manera de acta, p ern no había máqui
na de escribir n i siq u iera pape l . Me posesioné de un cua
derno de mi pe rtenencia y e m pecé con lo q ue me ped ía
para no arriesgarme a que volcara sus insu ltos en contra
mía.
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friendo agudos ataques. Compungido por lo sucedido, el
padre de la niña fue en busca de su compadre Hermene·
g i ldo a contarle lo ocurrido y para preguntarle que sería lo
conve niente que se hiciera con l a puerca "mañosa". El com
padre Hermenegildo por su parte reu n i ó a los miembros
mayores de la fam i l i a y del i beraron lo conducente;. como
si se tratara de un juicio a u n a persona, decretaron la muer
te para la puerca. Mas ésta no sería una muerte común y
corriente, se le daría fin mediapte ga rrotazos. El compadre
mismo se ofreció a acabar con él la, m irá ndose corretearla
por todo el corral prop i n á ndole fuertes golpes en la cabe
za y el lomo con un grueso leño, hasta lograr que muriera
desquebra jad a . N i nguno de los huesos por pequeñ o qu e
fuera le resu ltó sano. Su carne no fue aprovechada, se en·
terró. En un principio pensaron convertirla en cam itas, pero
una mujer se opuso a legando que la carne estaba impreg
nada de la carne de la niña. Otra persona opinó que se
a bandonara en el basurero, pero no se aceptó la idea dis
cutiendo q ue los bu itres no debía n p icotear de su carne y
de la criatura. Así pues que lo mejor fue sepu ltarla como si
se tratara de u n cadáver.
53
Para su consuelo entérolo que en .situación semejante se
encuentran el resto d e las Ag�_ncias foráneas. Ate ntamente
y signaba uno de mis superiores .
'
..
54
2
La l l uvia por aquellas reg iones era abundante. Día tras
día llovía inagotablemente, temiéndose en ocasiones que
las casas se v i n ieran abajo por la excesiva h u med a d . Des
de la tarde del .otro d ía, las nubes fueron multiplicándose.
Al obscurecer empezó a l l oviznar; a poco fué l l uvia p l en a .
E l agua gol peaba con fuerza los techos d e l á m ina produ
ciendo un ru ido persistente. Afuera los charcos s e m u l t i p l i
caba.n con rapidez hasta que formaban corriente.
57
Tan pronto m i ra ba hacia la venta na contemplaba las gota s
de agua que rodaban por la m a l l a metálica, agradándome
su movimiento. Al cua rto penetraba persistente el olor a
tierra h ú meda, lo que contribuía a que m i s recuerdos se
avivaran. El sueño se me auyentaba por l a repentina p reo
cupación que · tenía p0r mi mujer; hubiera preferido mejor
q u e estuviera a mi lado para contarle mis pensamientos,
ahora que estábamos recién casados. En la i ntimidad me
reprochaba mi tonto sentimenta l ismo. No me justificaba por
que no me h a l l a ba a l otro lado del Pacífico, n i en país d i
ferente, sino en un lugar si acaso mal comunicado relativa
mente cercano. · Pero co mprend ía a la vez, que l os senti
mientos del recién casado son d iferentes a los que tienen
aquel los que han vivido durante muchos a ños con sus mu
jeres. E l sueño p arecía hac er me ig u a l fa lta que a una pie
dra, no lograba dormirme, el cerebro lo se nt ía embotado y
cerra ba los ojos concentrándome a más no poder para que
el sueño me v i n iera, sin éxito alg uno. Ca si caía en e l tonto
juego de contar menta lmente ovej as. Por otra parte, el ca
tre d on d e desc ansaba no ayudaba, a l contrario, me pa recía
in cómodo porque era un simple l ienzo de lona montado �n
madera, sin a l mohada siqu iera. Tratando de mejorar m i si
tuación, convine en levantarme m ientras m e posesionaba del
pantalón y la camisa para dob larlos y meterlos bajo m i ca
beza a modo de cojín. No podía pensar en utilizar para e l
mismo fin una cobija porque no había, única mente un par
de sábanas de material muy delgado, una sobre el catre y
la otra sirviéndome de manta . Para mi fortu na, posterior
mente logré dormitar un poco, repon iéndom e en pa.rte del
cansancio. E l a i recillo helado de la mañana fué la causa d e
que despertara; me i ncorporé de inmed iato y no pude evi
tar m i r a r por entre l a ventana rumbo a las. montañas. para
contemplar su f loresta empapada de frescura . Ya n o l l ovía,
pero no hacía falta más agua, pues corría y era S\,Jficien
te. Desde esa mañ an a, las posteriores repetía lo mismo,
mirar por la ventana en busca de tan agradable vista .
. La iglesia era un edi fi ci o a ntiguo de cortas torres que
58
se h a l l a ba contiguo a mi habitación. l�s ca mpanas, tañeron
an uncia ndo misa; por lo sonoro y la .p roximidad su sonido
penetró punza nte a mis oídos. ' Algunas mañanas continua
ron despertándome hasta que _acabé · por acostumbrarme,
vo lviéndome invul nerabl e a su escánda[o:
59
Al ata rdecer volvió a l l over, incl uso el agua cayó por
tocia l a noche y a ú n por la mañana del día si9uiente. En
lo pa r t ic u l a r me sentía contento de tanta l l uvia, puesto
q ue de esa manera el calor s e auyenta ba.
Una de e s a s mañan·as esperé a que el tempor a l amai
nara, para poder trasl adarme a la ofici n a . Tan pronto cru
za ba por la pl azuela con extrañeza me daba cuenta de l a
presencia d e dos soldados q ue pa recían custod iar l a puerta
de la Pres idencia . No era común que esto sucediera; a lgo
e spe ci a l ocurría . Traté de investig ar y a l taneros me corta
ron e,I paso con los rifles. Como Agente del Ministerio Pú
bl ico me asistían ciertas facultades para que tratara de d a r
me cuenta de l o que estaba sucediendo en e l interior del
edificio. Quizá todo era u n a broma .
vi mo s j u nt o a él aproveché p a ra m i ra r cuidadosamente a l
dete ni do . L a camisa, el panta lón, los zapatos y todo cuanto
·
lo cubrían estaban enbebidos en agua por causas de la l l u
via, y se g u ía n empapándose porque no deja ba de ll ovizna r.
E l pe lo negro le caía por la cara y casi le cu bría los ojos,
60
más no tenía ánimos siquiera pa.ra despejárselos y poder mi
rar con cla rid a d . Tend ría algunos cuarenta años, moreno, de
cuerpo desnutrido y muy miserable en su. apariencia. Esta
ba a punto d e l lorar, su miedo era mayúsculo, yo podía ad
vertírse lo. Lo peor para el indiv i duo· vino cuando un sol
dado lanzó a l ai re el extremo de uria soga cruzándola por
entre una rama. El su jeto comprendía que su situación em
peoraría y desesperado busca ba con sus ojos un rincón don
de poder guarecerse de l a best i a l idad de aquellos seres.
Pero nada podía hacer por d efenderse, se lo imped ía n . En
tre dos tuvieron que su jetarlo para logra r introd ucirle el
óvalo de la soga e n el cuel lo. Tan pronto lo lograron, tira
ron fuertemente hasta que su cuerpo se b á l anceó en el a i re .
E n s u desesperación, pateaba sin gobiern.o rasgando sus
piernas el aire, tratando m ientras con S\Js . ma nos de aflojar
la cuerda que le oprimía la tráquea i mpid iéndole la respira
ción. Cuando pareció que el ind ivid':'? moriría, que un co
'
lor a moratado bañaba su cara y que 1 a lengua le crecía col
g ante hacia afuera, aflojaron la cuerda y el infeliz cayó pe
S!ldamente al suelo como si fuera un bulto, h i riéndose las
rod i l l a s con las piedra s . Tan pronto volvi6 a tener l ucidez
repitieron la misma operación. En una de las veces que
pudo hacer lo, gritaba:
61
temerosos qu izá de suplir a l otro; se antojaban ratones de
laboratorio.
62
gación como se qu iera deci r, de saber l o ; todos los del itos
que oc urrieran en ese Municipio del Parián e'ra de mi in
cu mbenci a . De momento no supo a q u ién achacar tan im·
perdon a b l e omisión. Antes de q_ue pud iera· preg u n tarle a l
go m ás, el m i l itar se movió · aprisa, sonriente, m u y seguro
de sí m i smo, co m o si l levara prisa. A poco tiempo' abandonó
la Presidencia seg u ido de sus hombres, ord enando previa
mente que el pobre hom bre fuera recl uído en la ce ld a .
63
de Sagrado Corazón; en lo que parecía una repisa de made
ra se apreciaban residuos de veladoras que se consumieron
un día en honor del santo. Ahí adentro no importaba que
no hubiera ningún mueble .ni ningún catre, lo que no se po
día tolerar era e l olor tan desagradabl e que se percibía, tan
penetrante que de inmediato ponía en desorden el estómago.
El infeliz más parecía un animal herido; gemía y l lora
ba. Su condición me conmovía de manera muy particular.
Efectuando un esfuerzo para no vomitar, me flexioné para
inquirirle por su estado, percatándome que el cuello lo te
nía morado y sangrante po r la rasadura de la soga. No obs
tante se percataba de mi presencia, no reparaba en lo más
mínimo en mi persona, tan sólo me miró un momento de
reojo, cubriéndose los ojos con el antebrazo.
Me parecía obvio preguntarle por su estado; su si
tuación a si mple vista se apreciaba crítica.
No obstante se me, había dicho que se trataba de un
asesino violador de menores, me preocupaba por él, tenien
do la plena certeza de que necesitaba con urgencia atención
médica, de otra manera le podrían sobrevenir complicacio
nes. Necesitaba a l menos un calmante que le permitiera so
brellevar el torcimiento del cuel l o y las rosaduras que le
dejaban la carne viva. Y además de mucha cura le serviría
saber que en esos momentos críticos alguién trataba de ayu
darlo.
En el pueblo del Parián no obstante ser re lativamente
pequeño hay líneas de, teléfonos particu lares. Tal adelanto
se debe a la Compañía Minera que1 ve la conveniencia de
poderse comunicar con rapidez de un l ugar a otro. Busqué
en la guía y marqué el número que pertenecía a la espe
cie de clínica que funcionaba, preguntando por el médico.
Cuando lo tuve al aparato le expliqué que un caso de ur
gencia requería de su pronta intervención. A su vez me
aseguró q ue trataría de estar a tiempo, y ambos cortamos
la comunicación.
64
No bien transcurrieron , c i nco m i nutos y el tel éfono
tim bró, l a persona q ue contestó me hizo saber que era para
mí la l lamada. Era el medico; me decía q ue le era imposi
ble acudir, debido a que en su consultorio te n ía u n · caso
.-
de mayor u rgencia según su ver.
65
le i mputa ba n, debía ser cond�nado, pero ¡uzgado previa
mente como lo esta blece la ley, .y proteg ido, po1r ésta, que
d ispone q ue nadie será marti rizado por n i ng ú n del ito. Lo
hecho con el hombre a todas l u ces era anticonstitucion a l .
66
-No has entendido, muchacho . . Ese hombre no es n i n-
g ú n asesino.
-¿Entonces?
67
-Se dice q ue mat6 a su esposa y viol 6 a su h i j a
menor-Le d i je s i n q u e y o mismo estuviera convencido de
e l lo, ún icamente p a ra advertir su reacción.
68
El maestro se expresaba con mucha propiedad, muy
segu ro de sí mismo. Sin titubeo, agregó:
-Póngalo en libertad · y le doy a ca mbio mil quinien
tos pesos. Los llevo conmigo.
N unca he sido una p;e rsona honrada en grado sumo,
por lo cual su proposición no me asustaba en forma alguna.
-No se trata de dinero-Le aseguré-Si rea lmente las
cosas son como dices, tu cuñado saldrá en libertad muy
pronto; estoy decidido a éllo, desde antes de que hablára
mos..
Y como nos había mos detenido a mitad de bajada,
eché a caminar indicándole que me siguiera.
-Espere, espere Licenciado-Me; dijo apresurado-Deje
que se fo agradezca.
De antemano sabía que la cosa no iba a ser tan sen
cilla. Aquel pueblo tenía su dueño, y éste era la Compañía
Minera; muy poderosa económica mente. Para el los un indi
viduo pobre valía tanto• como un ind io muerto, y nadie ha-
bía que se levantara en su contra. O j a lá y no estuviera yo
cayendo en la tonta situación de il uso, que creía poder
cam biar el mundo.
69
pios ojos lo verá. Los trabajadores son tan ignorantes y t a n
muertos de h a m bre, q u e temen hac'er va ler s u s derechos.
70
El profesor contiuó acompañándome por a l g ú n trecho,
pl aticándome mientras de infi nidad de problemas q ue aque
jaban a los vecinos. Volvía a repetirme q u e haría a lgo por
remed i a r su crítica situación, empleando a lgunas frases de
contenido eminentemente social ista. Evidentemente era inéx
perto, y trataba de sorprenderme con citas e·lementales. I n
cluso hablaba d e Marx, de Marcuse, de Sartre, de filosofía.,
del Opus Dei, d e l os Judíos. . . y de todo se mostraba in
conforme. Y si bien n u nca he sido un . docto en estas cues
tiones, deducía lo elementa l de sus conocimientos. Quizá
padecía lo que ciertos jóvenes de la ciudad que se d ej a ban
crecer la barba para a parecer como intelectuales , cuando en
realidad poco entienden d e problemas socia les y políticos, y
que en cambio se entregan a una berborrea exagerada pre
tendiendo mostrar una persona l idad d istinta a l a real.
71
sentado aguardando por m i regreso. El Licenciado fué di
rectamente al asunto, enterándome que en e l pueblo se
cometían m i l a rbitra riedades y q ue l a Ley pocas veces se
respetaba . Me pedía que tom a ra l a s cosas con calma y que
permaneciera ind iferente a nte l a s i n j usticias, que compren
diera que yo sólo n o podría cam bi a r l o e stablecido a tra
vés de los años. E l J uez de una vez por tod as me sacaba
de dudas respecto a l cuñado del maestro, a l manifestarme
que no existía fundamento para que permaneciera detenido
y fuera tratado tan bestialmente.
-Mira m uchacho, para cont esta rte pod ría contarte una
72
historia muy· l a rga y triste. En c a m bi o sólo te diré que para
mí ya es tarde, a mi edad n o me es permitido ser de de
cisiones fuertes y atrabancadas. Cuando pude hacerlo no me
decidí. Además, quién d i ablos me va a agradacer que me
meta en l íos por tratar de remed i a r la situación de indivi
d uos que ni siquiera conozco. Te d i ré sinceramente q ue yo
estoy aquí no para h a cer j usticia sino para tener de qué
vivir. Sí, s í es cierto. Y no siento vergüenza a l decírtelo.
Mientras ten g a de qué vivir l o de más no me im porta. Con
fieso q u e soy un tipo resentido con mis semejantes; será
porque nunca nadie movió un dedo para ayudarm e . Al con
trario, aquel los a q uienes hice un favor trataron siempre
de perjudicarme. P recisamente me encuentro desterrado én
este m isera ble pueblo a causa de las i ntrigas de u no que
se decía m i amigo, mi smo a quien dí la oportu n idad de in·
gresar a.1 poder · J udic i a l cuando yo era mag istrado. Se olvi·
dó de e l lo y de que éra mos compadres, y con tal de os
tentar l a p laza q ue tenía en Durango, me tendió una ce
lada y me exhibió como un sinvergüenza sin serlo rea l men
te. Estoy muy desag radado de los favoi-es que he hec ho.
73
y sólo permanecería aquí por mandato suyo. Pero ya me
'
ha dicho que n o existe nada lega ! contra él.
En ese momento l a s palabras d ichas eran suficientes;
abandoné l a oficina, reun iéndome con el maestro. Resuelto
le pedí que me acompañara, d i rigiéndonos a l a celda. Cuan
do estuvimos en su interior, el hombre yacía todavía sobre
el suelo, q uejá ndose de los do lores que lo atacaban . . Esta
vez tuvo ánimos de m irarme por u n ' momento y luego a l
m aestro conociéndo lo; d e modo instintivo le sonrió d e in
mediato y trató de levantar la espa lda apoyándose en el co
do. El maestro se aproximó a él y le prestó ayuda.
-¿Cómo te sientes?-Le preguntó con preocupación.
74
Esta vez se levantó de la s i l la · y ·ya de pie, se nos
quedó m i rando con la rn{sma atención .
75
-Que salgas, te digo.
76
g racias, a l a bando mi actitud de "digna y viri l ", según sus
propias pal abras. Aseguraba q ue ahora más que nu nca es
taba fi rme en su decisión de combatir a la Compañía Mine
ra, tan pronto volviera de la sierra de dejar a su cuñado en
l ugar seguro para que n o volvieran a aca rrear con é l .
77
3
Debía de haber u n a Ley q ue p roteg iera a los v 1 a 1 eros,
estableciendo la obl igación q u e en todo pueblo hubiera
por lo menos u n hotel. E n e l l ug a r donde estaba hospedado
no era un hotel, n i n g u n a ca racterística te nía , ta mpoco se
trataba de una casa de hu éspedes . Por o,tra pa rte, los foras
teros no a bu n d a ba n , es un l u g a r tan l e j a n o y de tan escasa
"
co m u n i cación que sólo muy de vez e n cuando af l u ía gente
de fuera.
81
nos a lgunas de mis pertenencias, además que por las no
ches se tornaba muy molesto dormi r con aquel l a cl ase d e
compañeros. Se trataba de trabajadores q ue n o estaban p re
cisamente acostumbrados a l baño d iario, n i siquiera cada se
mana, o sea, q u e el a ire se cargaba de un olor a m a rgo di
f íc i l de respirar. Sus ronqu idos eran otro problema igual de
serio, roncaban como osos los condenados.
Ahora que l as molestia s se i ba n m u ltipl icando, lo más
cómodo para mí era l a rgarme e n el primer avión que par
tiera a Durango y presentar mi renuncia. Pero mi carácter
mismo me obligaba a permanecer en el pueblo, asi m ismo que
ría demostrarme que el Jefe de la Po'licía no podía echarme
.en corrid a . Se trataba además de una especie de enojo que
me l l evaba a desafi ar tanta carencia y tanta incomodi d ad ,
aunado a que me empezaba a interesa r por ese juego don
de por un lado se desplazaba la a bundancia y el despotis
mo y por el otro lado la miseria y el sufrimiento.
Siendo nuevo en el pueblo, estaba muy propenso a l
a burrim iento. Pretendiendo encontrar distracción sol ía ir a l a
plazuela, o a l a fuente d e sodas ubicada frente a aqué l l a,
o bien a la peluq u ería de Jesús. Jesús era un hombre muy
popul a r en todo e l pueb l o y puntos circunvecinos. Con se
guridad puedo decir q u e él fue mi primer amig o en l a re
g ión . Desde e l primer d ía de mi l legada hicimos migas. Lo
conocí a l i r caminando hacia l a Presidencia Municipa l . En el
i nterior d e la pel uquería se encontraba sentado en la s i l l a de
afeitar tocando una trompe:ta. Desde un pri ncipio lo oí, te
n iendo la curiosidad por s a be r quién l o hacía. Al pasar fren
te al esta bleci miento' me detuve momentáneamente m iran
do hacia adentro a través de una d e sus dos puertas. An
tes de que me decidiera por entrar, el peluquero se percató
de mi presencia, i ncorporándose de i n mediato para invi
tarme a pasar. Le agradecí s u atención y accedí de i n media
to, máxime cuando mi i ntención era encontrar cualquier d is
tracción. Me pidió q u e me i nsta lara en la que a su j u icio
era la mejor s i l la, y a continuación, adornándose con una
amplia sonrisa, me dijo que se l l amaba Jesús.
82
-Muy bien, Jesús. Sigue tocando.
Mi sol icitud le ag radó, a juzgar por su expresión .
Interpretó "Ojos Españoles", y a ú n cuando su aptitud
no era excepcio n a l me agradó escucharlo. Cuando trató de
platicar conmigo tuve problema en entenderle, ya que de
bido a u n a enfermedad que según contaba de joven pade
ció le era imposible a rticu l a r palabras adecuadamente. El
sabía de su torpeza al hablar y pedía d isculpas por e'llo.
iras de que escuché su excusa, le conté de mi gusto por l a
trompeta, lamentándome no dominarla.
Jesús era u n hombre inocente, servicia l, lerdo, noble
en cambio. No sobrepasaba los cincuenta y dos años de
edad, pero no aparentaba más de cuarenta. Yo hubiera ju
rado que ese hombre no tenía más de cuarenta años. Su as
pecto inspi rada rápida confianza y l ucía incapaz de come
ter cua lqu ier acto deg radante. Su estatura era más bien cor
ta, estómago vo l u m i noso. Rasgos comunes; lo ú nico q ue l l a
maba la atención eran sus exagerados cachetes, más abul
tados aún que los del J uez. Gastaba grueso bigote negro.
El que fuera obeso, ten ía su expl icación; pronto pude dar
me cuenta de s u increíbl e presta ncia y h a b i l idad para i nge
rir abundantes a l imentos.
Cua ndo volteaba a los l ados, aque l l a peluquería se me
fig u raba u n a iglesia, por la gran ca ntidad de cuadros con
motivos relig iosos. No estaría exagera ndo del todo si d i je
ra q ue Jesús venera ba a todos lo s sa ntos; casi la tota l idad
,
de el los se encontraban representados en estampas que a
su vez fo rmaban cuadros, m i smos q ue pendían de las pa
redes. Tras las puertas pod ían m i rarse peq ueñas cruces he
chas a base de p a l m a . Ahí adentro había adem ás otra cl ase
de adornos, como h i leras de focos de todos los colores cuya
ú nica misión era adornar precisamente seg ú n criterio del ff.
g a ro. Asim ismo, se encontraban a l manaq ues, m uchos de los
cua les iban en desacuerdo con las estampas re ligiosas, por
tratarse de gra bados de m u jeres desnud as. En fin, Jesús era
83
de esa clase de gente que le encontraba uti l idad a las co
sas más insignificantes. Cualqu ier cosa que l lamara su aten
ción, fuera almanaque, cuadro, piedra, animal, pasaba a for
mar parte de su muy personal "galería". En el pueblo na
die lo criticaba, estaban acostumbrados a su gran excentri
cidad.
A l tener que irme, antes de salir a la cal l e, e l pelu
quero me pidió q ue vo l viera pronto. Tomando en cuenta
su invitación continué frecuentándo.l o. Además del entreteni
miento que me proporcionaba hacerlo, era conveniente para
mí, porque conocía a las personas que llegaban a l lugar
para cortarse el pelo o simp l emente para platicar con Je
sús. Con frecuencia �I l ol!al se veía concurrido por grupos
de amigos qve se reu n ían a jugar cartas o al dom inó, o
simple mente para charlar. En la pel uquería aquella se co
mentaban muchas cosas, más de l as que cualquiera debía
saber.
La reunión de tanto muchacho en la peluquería de Je
sús, traía como consecuencia que las m uchachas no escati
maran esfuerzo por pasar frente al establecimiento, e inclu
so varias de el las tenían trato con el fígaro. Sin que Jesús
fuera u na alcahuete, a veces sucedía que ayudaba a los jó
venes a que conocieran a alguna m uchacha o viceversa.
Con el tiempo, Jesús veía en mí más que a u n amigo
a un protector, según sus propias pa l abras. Al poco fi.empo
logró serme simpático y por tal motivo siempre· me esfor
zaba por ayudarl o a remediar sus probl emas. Esto·s no eran
graves, un buen hombre como él no podría jamás tener pro
blemas graves. En cierta ocasión me contó con honda preo
cupación que la dueña del local donde ten ía instalada la
peluquería le exigía que lo desocu para, sin importar que
iba a corriente en el alquiler. A él por ningún motivo le.
convenía desal ojar el cuarto y por tal me pidió que lo ayu;
da·ra. La Ley lo protegía, de modo que no había problema.
realmente. Y si no hu biera sido así, de todas maneras la
Ley lo habría protegido, porque yo en mi calidad de auto-
84
ridad me las hubiera ingeni a do para hacerla elástica. le re
solví la d ificultad y me estuvo muy agradecido. Al pasar
de los d ías continué ayudándolo con deta l les semejantes.
Debido a mi buena d isposición para auxi l i arlo, Jesús me fu.e
d ispensando confianza i l i m itada e incluso, afecto. Siempre
q u e platicábamos, trataba de contarme acerca de lo que era
su vida, de sus temores,, de sus, complejos. Cuando habl a ba
de su vida pasada se entristecía notoriamente. Jesús era tal
y como lo había imaginado': U n hombre con apariencia de
tonto que juzga ba las cosas superficia l mente y que sólo ser
vía para comer y mal cortar el pelo, pero que en el fondo
juzgaba todo cuanto acontecía con mayor profundidad y se
riedad .
85
más, Médico. Al q ueda r a bandonado sin nad ie q u e velara
por él, un pe6n se condolió de su s i tuaci ó n y l o l levó a
vivir con su fam i l i a , siendo obl igado, a traba j a r si q uería co
m id a . "N unca saciaba m i h a m bre". Contaba Jesús a ese res
pecto " Pa rec í a un barri l sin fondo". El q u e a hora sea un coj o
c;uced ió cierto día cuando n i ño. Clara mente recuerdo los he
-:hos. Fué a n uestro pueblo un h ombre estirando unas m Ú
)as q ue en sus lomos cargaban cajas conten iendo mercan
das. En d ete r mi nado momento que tuvo la necesidad de i n
trod ucirse a u na de l as casas, a proveché para meter la ma
:i o en una de l a s cajas y extraje nada menos q ue una por
•ol a , l u eg o otra y otra, hasta completar cuatro. A l a vez q ue
!emeroso' fel iz, tomé rumbo a l a rroyo d ispuesto a comer de
86
tó afectad a por lo que . no l og raba d istinguir con claridad.
Nadie, ni yo mismo, cr�ía en aquel entonces que lograría
restab l ecerme. Mientras tanto me a rrastraba por las cal les
mend iga r'ido caridad. Era afortunado de recibir torti l l as du
ras, de golpe en plena cara. Todavía hoy en día me produ
ee tristeza record a rme en aquel la situación. Las gentes me
l l a maban med iante señas y golpeando las m anos para ha
cerme entender. Para todos los q u e vivían en aquel lug a r,
yo era un i nválido muerto de h a m bre incapaz de valerse
por s í mismo. Con los años, fui logrando sostenerme e n
pie, después podía d a r a lg unos pasos sin ayud a . As i m ismo
empezaba a pronunciar a l g unas palabras. El peluq uero del
l u g a r me enseñó el oficio, después hasta aprendí a toca r la
trompeta.
87
le tuvo canno y menos la deseó como m u jer. Y si acaso
aceptaba vol u ntariamente vivir con e l la, sería por el senti
miento de soledad y a bondono que con frecuencia lo asal
taba, y que no era sino un reflejo del olvido y falta de
atención du ra nte su niñez. Jesús sin duda a lg una sentía ma
yor afecto por e l viejo perro lanudo de color negro que
siempre lo acompañaba.
88
el g ra n a fecto que Jesús sentía por el v1e¡o perro. Uno de
esos d ías, no faltarían q uiénes, cµand o fuera m u cho su a bu
rrimiento, qu izá lo rosea rían con g a so l i n a y le prend erían
foego, para encolerizar a su du eño, o vo lve r l o loco de a n
g ust i a . Y no era muy remoto que a lg u ien lo hiciera, a lgo
ha bía oído yo acreca de é l lo .
89
rapa rse co mpletamente . Entonce.s · s í en verdad i m presionaba
su aspecto: B a j o de estatura, obeso, cojo, con una rel ucien
te gran ca beza afe ita d a , destacá ndosele sus despa rpa j ados
bigotes negro s. Hasta e l perro, su etern o acompañante, pa
recía no reco nocer a s u amo, y lo m i ra ba como con cierta
h i laridad. Du rante los primeros d ías, el a n i m a l caminó resa
gado de Jesús, hasta que se . convenció de q ue era él en
verd ad .
91
años, l legó al pueblo sin ninguna pertenencia, al menos no
visible. Al poco tiempo resultó con la tienda de abarrotes.
Muchos t ra t a ron de saber cómo la había logrado y coinci
dieron en que se ded icó al t ráfic o de oro. Ef e ctiva m e nt e así
fue. Em pezó a comprar minera l a un precio bajísimo, a to·
do,s aquel los traba j ad o res q u e l o h u rt a b a n y q u e no tenían
la oportunidad de escoger mejor comprador por la casi to
92
enfermedades venéreas habidas y por h a ber, hasta l leg,ar a
convertirse en una mujer horrenda, terriblemente flaca y
demacrada, ca lva y sin cejas y pestañas a causa de l a sífilis.
Al no ser más codiciada por nadie, ni siquiera por el loco
d e l pueblo, no le quedó más recurso que a lqui lar cuartos
para ganarse l a vid a . Efect ivamente Pedro Marmolejo se a lo
j a ba en casa de Pepa. Y al primer encuentro con e l l a desis
tió de su idea de vivir en su casa, pero a l buscar cosa me
jor se convenció de que no existía otro lugar. Estuvo a pun-
to de irse a vivir a l a ori l l a del río, pero tuvo en cuenta
q u e era tiempo de l lu v i a y no h u b i era sido muy cómodo
acostarse empapado como parar¡ u a . Pensó en algún bode
gón pero ni siq u iera eso hJb'.a. Ante tales c i rcunstancias
tornó a casa de Pepa . · A l fin que procu raría no verla cada
mañana, ni siquiera cada scn a n a . Su horrenda apariencia
le producía asco.
93
-Se lo vendo-Agregó Bustamante-No tiene más que
i nvertir a lgunos b i l letes para que tocio el oro que cargo
sea suyo.
·
En sus adentros Bustamante no esta ba muy convenci·
do de que Don Ped ro no fuera un espía de la Compañía.
Sus sospechas no eran del todo i nfundadas l puesto que
ésta tenía gente a su servicio q ue ejercía toda clase d e
espionaje.
Y como n o le i ba a agradar a Don Pedro escuchar la
p a l a bra oro. T9da su mald ita vida estuvo soñando q ue lo
tenía. Ahora que se lo ofrecían n o podía creer que todo
fuera así de tan senci l lo. Aún sin saber cuánto le pedirían
por él asimismo se prometía ser el nuevo d ueño, a unque
tuviera que arrebatárselo y pegarle con u n a s i l l a o con lo
que tuviera a la mano, o con el puño mismo. Pero mejor
estaría si lograra convencerlo.
Ignorando el verdadero sentir del otro, Bustamante se
situó bajo la luz del foco y desató la boca del pequeño saco
y depositó parte de la areni l l a en la palma de la mano, bri
l lando como si fueran m inúsculas chispas.
�Me intereso por su oro-Di j o don Pedro procurando
no impacientarse-Póngale precio.
-Son como dos ki los-Repitió e l hombre.
Marmolejo sabía de a ntem a n o q u e no poseía ni u n
sólo centavo, ni siqu iera p a r a cubrir e l a l q ui ler d e l misera
ble cuartucho q ue habita ba . Por fortu n a la dueña no le exi
gió el importe por adela ntado. Pero viéndolo bien el d i n e
ro no siempre era indispensa ble, cuando de hacer negocio
se trata, máxime cuando esté de por med io gente ignora n
te y muerta de h a m bre. Quedaba el recurso del trueque.
Le ofrecería la pisto l a cal i bre c u a ren ta y cinco, único bien
suyo.
-Le he d icho que me intereso. ¿ Cuánto pide por el
oro ? -'-Habló n uevamente Don Pedro, a hora con mayor· segu
ridad en sí m ismo.
94
�· " -"Bueno. . . Mire. . . El oro hoy en d ía vale mucho.
Ofréz-eame usted . . .
95
timismo tor nó a l Pa rián y se dedicó a a uscultar a los tra
bajadores en busca de aquel los que s.e ded icaba n al tráfico
de meta l. Con benepl ácito cada vez más creciente se ente
raba que gran cantidad de el los se ded icaban a h u rtar oro.
Poco a poco fue teniendo contactos, al pasar el tiempo l le
gó a ser el amo a bsoluto del mercado negro, controlando a
todos los vendedores. Rápidamente Don Pedro se convertía
en un hombre rico; en su prisa por hacerse rico se torna ba
cada vez más ambkioso, más avaro. Los grandes cargamen
tos que l levaba a la ciudad no le bastaban, se empeñaba
por hacerlos cada vez más cuantiosos. Al pasar de l os años
se supo q lre Don Pedro guardaba los bil letes dentro de un
colchón, o mejor d icho, s u lecho era u n m u l l ido colchón a
base de cientos de bil letes de grande denominación. Un
día las cosas empeoraron. Después de que por largo tiem
po tocio marchó bien con la compra y venta del rico mi ne
ral, vino el día en que la Compañía m i nera puso coto a tan
desmed ido hu rto de oro. Don Pedro fue el más afectado con
esa med ida. además, una de esas noches que no le era po
sible dormir pensando en l a fortun a que había logrado
amasar, se dispuso a i nvestigar la cantidad de bil letes que
engordaban su co l c hó n . Desd ichado de Marmolejo, casi su
fre un desmayo al percatarse con loca perplejidad q ue hu
bo intrusos: Las ratas i n m u ndas comieron de su d i nero.
Sintió ta l od io contra los roedores que se jura ba en
esos momentos acaba r a mordidas con tod as el las. Los múl
tiples trozos de los bil letes seme jaban confeti.
Casi sufrió u n col apso. Tanto esfuerzo en vano. Pero no
estaba del todo perdido. Encontró cierto a l ivio al pensar
que muy proba blemente, los bancos le aceptarían el con
feti de bi l letes. A du ras penas pudo esperar a que ama
neciera. Abordó el avión y se trasladó a la ci udad l levando
los mú ltiples pedac i l los en un saco de lona del que no se
separó en ningún momento, adq uiriendo un boleto extra
para que le garantizara el uso del as iento contiguo.
Nadie supo qué arreglos tuvo con el banco pero 611
96
caso es q ue le d ieron cuatrocientos m i l pesos a cambio de
la picadura. Don Pedro veía en aque l l o una lección, y des
de entonces no volvió a dormir más sobre su di nero, op
tando por dejarlo mejor metido en la c a j a fuerte del ban
co. Ma ld itas ratas, oja l á no le h icieran u n agu jero a la caja
y se vo lvieran a comer su d i nero. Ta l ha bía sido su susto,
q ue ese temor por mucho tiempo lo i nvad ió. Sí, por las no
ches d udaba de que l as ratas no pod ían comer acero . . . ·
97
Siendo un v1e¡o, Don· Pedro tenía q ue recurrir a u n a
serie de arti m añas que le permitieran ganarse la confianza
de sus inocentes víctimas. También en cierto modo era im
prescindi ble g a n a rse la confianza de los padres. De esa ma
nera, a las n iñas l a s embaucaba con golosinas y toda clase
de chucherías. Don Pedro fina lmente cayó en l a situación
mas abom i n a b l e y mas absu rda que pueda caer hombre al
g uno. Se enamoró de una cl<1iq u i l l a de diez años. Su am o r
y atracción eran tan fuertes como el que s i e n t e el ser mas
enam,orado. Por las noches l a extrañaba de u n modo per
sistente.
98
transladado a l pueblo s i n que le dieran l a oportu nid ad de
q ue comiera a lgo o bebiera agua. En el pobl ado el áni mo
de las gentes no decrecía aún, por !o que se tuvo que pro
tege r a Don Pedro .
Fue enca rce lado y se le sig u ió J u icio lega l . Antes de
arreg l a r asu nto tan embarazoso tuvo que gastar muchos mi
les d e pesos. Sus abogados trataron de a p l icar toda clase
de artim3ñas, se quiso sobornar a la Autoridad mediante
el pago de fuertes cantidades de dinero, gra n número de
abogados de Dura ngo se despl azaron a l pueblo y ni nguno
logró nada por lo pronto. Don Pedro fue condenado a pri
sión y traído a la ciudad donde fue internado en la Peni
tenciaría. Durante el tiempo que permaneció recl u ído pen
saba en no volver jamás a aquel sitio, pero después no pu
do dar cumpli miento a su deseo, ya que u n a fuerza extraña
lo obligaba a tornar. Antes de decid irse a regresar luchó
m ucho en su fuero i nterno, hasta que fue vencido, deci-
diéndose por encarar aquel los q ue seg uirían recordando el
suceso y que acaso aún ten í a n ánimos para hacerle repro
ches. Per-0 estaba decidido a soportar lo que fuera con tal
d e volver a l pueb lo. Co n e l d i nero que poseía bien pudo
trasladarse a cua lquier ciudad de la Repú bli ca y vivir como
gran señor, pero en ve rdad era una fuerza extra ña la que
lo dom i n a ba a regresarse.
Fn esos días lo que hacía Don Pedro era levanta rse de
mas iado temprano, y pe r"":'l ·mecer sentado en un banqui l lo
tras el mostrador. En su mlrada se advertía un raro senti
miento, no obstante usaba lentes. A mí, trató de expl icarme
lo suced ido pero por lo pronto no se atrevió, p ensa ndo en
que probablemente no estaba enterado del asu nto. Con el
tiempo se volvió bondadoso, a las gentes les condona deu
das, a _otras obseq u i a medica mentos y les tiende l a mano
para que resuelvan sus problemas económ icos. El sabe q ue
está condenado a vivir sólo, pero no se resig na. Cual uiera
que sepa lo que es vivir solitario se cond uele de é l .
99
especial como si se, le reflejaran aün ciertos v1c1os profun
dos y terribles. Cada mañana y cada tarde que caminaba
rumbo a /a Pres idencia volteaba a mirarlo y lo sa ludaba. A
s u vez, sonriente me correspondía. Su caso, era uno más de
los muchos y variados que existían en e! pueblo. Enumerar
los o detal larlos requeriría de muchas p a l a bras.
sado.
Lo mismo sucedió .
Convine en no sugerirle otro previendo que podría
ser la causa de que se enfermara.
1 01
la .compañía, que era un muchacho a q uien después supe
le apodaban "El Sordo".
' _¡Oiga Ministerio-Dijo el joven con suma atención
El Jefe del Departamento del Trabajo de! la Compañía . quie
re que vaya a verlo. ¿Qué fe d igo? ·
a la costa .
1 02
g u ridad con que Pablo h�blaba, dudé por u n momento. Era
lógico q u e eso me sucediera, unas campanas de oro a cual
q u i era hacen d udar.
1 03
-Señor licenciado me causa gran placer tenerlo aquí.
, Pase, pase. Siéntese, siéntese . . . ' '
1 04
comprensible, no sabe qué le pediré a c a mb io . . . Pero bue
no, le sugiero q u e antes de tratar este asunto p l atique mos
de otras cosas. Le d i ré que otros Agentes han sido mis ami
go s. De in mediato nos hemos identificado. Pero ha ha bido
una excepción; con uno tuve u n desave n i miento. Se l l a m a
Rodolfo y creo q u e u ste d lo ha de conocer. Seg'Ú n contaba
es orig ina rio de un pueblo l l am ado Sa ntiago Pap as q u i a ro ,
en e l que por cierto se cuenta abundan las m u j e re s hermo
sas. En una ocasión fue m i invitado para asistir a l club a un
ba i le que se efec t u a ba con motivo de la celebración d e año
nuevo; bebió más de la cuenta y trató entonces de agred i r
me. Ese fue su error. La Co mpañía se dirigió d i rectamente
a l señor Gobernador y lo cesaron de in med iato. Usted sa
be, la Compa ñ ía tiene muchos recursos y mucha influencia.
O sea, q ue todo debe ir en concierto con nosotros. Usted
me entiende.
1 05
-Lo q ue me desagrada de Durango es q u e con fre
cuencia hay huelgas estud ianti les-Dec ía-Aunque yo s iem
pre le repito a mi h i ja que no se deje l l eva r por las m a
sas. . .
Al ver q ue w pl ática daba vestigios de pro longarse, in
terrumpí. Me sentía aburrido y además e l calor me ahoga
ba. Ahí adentro e l ventilador no operaba y azota ba el aire
ca l iente contra e l cuerpo. Si eso no me gu staba, menos e l
ruido persistente q ue m e tornaba nervioso.
-En vista de que desea retirarse, le d i ré a qué obedece
el l l amado que le hice. La Compa ñ ía tiene una especie de
subsidio que otorga a modo de compensación a tod as las
personas que pueden ayudar a resolver · problemas inheren
tes a su funcionam iento. En su caso, además. de la compen
sación de q ue le hablo, estamos en la mejor disposición de
proporcionarle al ojamiento como se lo d i j e antes. En el alo
jam iento se incl uye a l i mentos. Convencido estará que en es
te misera ble pueb lo no hay ni dónde vivir decentemente.
E l · importe de la compensación asciende a casi mil pesos
mensuales-Dijo ésto de golpe esperando causarme g rata
sorpresa.
Mi desi lución no pudo ser mayor.
-Señor Si lverio, le propongo que dejemos lo de 1.a
compe nsación. Lo del a lojam iento me interesa, tal vez pron
to acepte.
.
Me levanté de la s i l l a dispuesto a marcharme.
El hombre comprendía q u e no me destel laba. Con la
intención de enmendar l a s cosas, argul l ó :
-Yo qu iero ser su am igo, Licenciado. Le ofrezco hacer
gestiones para ver si puedo dupl ica rle el importe de la com
pensación. Como usted ha de comprender, necesito consulta r
"a rri ba". En cua nto a l a l ojam iento ya ha dicho que le i ntere
sa. Permíta me pues q ue envíe a a lg uien que recoja su equi
paje para que hoy mismo se mude a n u estro hot�I.
1 06
Me acord aba del> J�z que me había d icho me ihvita·
-rían a vivir en su Hotel para forzarme a ser un instrumento
a sy servicio. Debido a tal pensamiento titubeaba.
1 07
4
Uno de esos d ías a pu nto estuve de hacer u n experi
mento. El calor endemon iado se co laba persistente por to
dos los poros de l a piel, el cuerpo se envebía de sudor co
m o cuando se resb a l a y se cae al a g u a . las ropas se pod ían
escurrir. Algunos usaban pantalón ú n icamente, con el dorso
desnudo sin i mporta rl es en nada la flaccidez de sus carnes
o q ue eran deformes, pero éso ni nada parecido i m portaba
en un medio como aqué l . Los mi neros en cambio, eran
musculosos y dejaban su esp a l d a al viento para soportar lo
c á l ido del ambiente.
111
Ante am biente tan ca l uroso, pocos deseos se tenían de
trabajar. Los comerciantes se sentaban a la sombra en los
frentes de sus establecimientos comerciales, bebiendo cer
veza fría en grandes cantidades como si ésta se obtuviera
clel mar y nunca se agotara. Las amas de casa se recostaban
plácidamente en las hamacas. Los niños en la escuela dor
mitaban sobre sus pupitres. En medio de aquel infierno se
me 6curría pensar en los pobres mineros. Cómo sufrirían
con el ca lor. Los túneles y los tiros parecían de por sí cal
deras, a ú n cuando en el exterior hiciera frío.
En el hotel donde me hal laba hospedado empecé a te
ner serias dificu ltades con l a ' dueñ a. Ella no era fáci l de
agradar. Muchas veces me lo propuse pero nada conseg uí.
Un mi litar hubiera envid i ado el carácter tan rígido que po
seía. Jamás sonreía aunque motivo poderoso hubiera. A to
do mu ndo grita ba y ordena ba con determinación como si
desde toda la vida hubiera estado pensando que lo impor
tante era imponerse sobre los demás. Su sinceridad consti
tuía otro peligro; a q uien qu iera q u e fuera decía sus ver
dades sin reserva de ninguna especie. Confieso que en de
terminados momentos preferiría mejor no toparme con ella
y le rehuía. Cuando advertía que sus ojos estaban desor
bitado� y con peq ueñas venil las rojizas, con las aleti l las de
la nariz hacia arriba, presagiaba tempestad. Era entonces
cuando sus g ruñidos resonaban por toda la vieja casona.
No deseo acusarla en falso, pero creo que auyentaba a los
pájaros q ue tenían la necesidad de posarse en las ramas de
los árboles que crecían en el patio. Suerte para ella que no
vivía en la edad media, cuando cierta clase de fanatismo
estaba en su apogeo y cu.ando por otra parte se creía en
las brujas y en las ;p-iat,y rá� poseídas por el demonio. Sin
lugar a dud as, al v&rlá;itan endemoniad.;¡, le hubiera prac
�
ticado mas de u n exc:m:J$rnO para alejarle del cuerpo a los
espíritus malos que l a . do(n inaban . . . o quizá, . . . o quizá ,
la hu bieran quemado viv�/acusándola de hija del dia blo.
La mu jer tenía esposo y un hijo var6n . Este era menor
1 12
de o nc e añ os y era la vícti ma; en su cuerpec i l lo tenía las
hue l l as 'del mal genio de su madre. El res u l tad o del cas
tigo tan tremendo que co n frecuencia reci bía, le tornaba
asustadizo. En su a p ariencia sola, se podía adivinar la c l ase
de vida que l leva ba. No jugaba com o los demás d� su edad,
perma necía siempre c a l l ado, p en sativ o . Su rostro l ucía de
m ac rado y triste. Sí, a l g o extra ño le suced ía .
1 13
saludarme, aú n cuando se fijó en mi prese nci a . Las veces
que su padre y yo jug á ba mos cartas:, él la pasa ba sentado
sobre la baja barda de ladrillo q ue· del imitaba el corredor
pri ncipal con 'el j a rd í n . Cruiaba sus brazos y permanecía rí
gido sin atreverse a cambiar de · rumbo la mfrada. Los g ri
tos de la madre l l a mándolo para que le ayudara en el a seo,
lo �..trerriecían.
-Nó.
1 14
-Yo no conozco a nadie de por a l lá-Alegó con voz
reseca.
1 15
que pisó sobre unas rocas y que éstas se desmoronaron per
diendo e l eq u i l i brio y preci pitándose a l pozo. Después d e
ocho días recobró el conocim iento y estaba a ú n con son
das y tenía la mayor parte del cuerpo enyesado, incluyendo
el cráneo. Después su po, porque le contaron, que fue u na
verd adera gracia e l q u e lo hubieran encontrado a tiempo
entre la mu ltitud de túneles y tiros de la mi na, pero afor
tunada mente a l guien se percató de lo sucedido y fue a dar
parte. Ayudados con cuerdas, varios hombres bajaro n en su
rescate . Todavía le estaba muy agradecido a Ruperto y lo
estaría mientras viviera, porque gracias a él se d ieron cuen
ta del suceso. De no haber sido así, tal vez hubieran trans
currido muchos d ías para q ue notaran su desaparición y
mientras tanto h abría muerto s i nó del golpe, desa ngrado.
Recordaba todavía con claridad aquel primer d ía que re
cobró el conoci m iento. De momento n o tenía memoria y l e
parecía que había dormido durante a lgunas horas ú n icamen
te y nó por varios días; se imag i n a ba que estaba siendo víc
tima de una broma de mal g usto. Pero cua ndo tuvo l ucidez,
fue comprendiendo mejor l as cosas, acordá ndose entonces
de su mujer y de su h ijo y se preocu paba por el los. Sabía
que a lgo andaba mal en sus piernas porque no las sentía,
pero se reconfortaba con las palabras de l médico que le
decía q ue aque l l o era pasajero y que vendrían pronto los
d ías en que recobraría todos sus movi mientos y todas sus
facultades como si no hubiera suced ido nada rea l mente.
Cuando tuvo tiempo de hacerlo, prometió que haría una vi
sita a la Virgen de Sa n Ju a n de los Lagos si sa naba por com
p leto. Más los días fueron pasando y no mejoraba. Después
de muchos meses, por fin tuvo que convencerse y aceptar
que quedaría pa ral ítico de por vida.
En el presente, las horas y los d(as los pasaba ba jo el
portB I, recosta cip sobre u n ba jo catre a base de madera y
lona. Desde ese punto dominaba perfecta mente con la vista
parte de la calle pri nc ipal y la p l azue l a . El hombre, como
ún ico pasatiempo so l ía mirar i nca nsablemente hacia a l lá,
gustándose de las parejas tomadas de la mano que pasea-
1 16
ban. Tres años h a bía n pasado ya desde su desgr ac ia, y pa
recía que con e l tiempo se resignaba ma nsa mente a sobre
l l evar su i nva li de z. Desde entonces pe rm a necía acostado y
se había olvidado de l a sensación que el ca minar produce.
Pero era mejor así, ol v id a rse o lvid arse de todo y resignar
,
117
-Y nunca, n u nca, recuérdelo bien-Agregó expulsando
saliva al hablar- debe traer m ujeres. Eso jamás lo toleraré
a a lg uien.
1 18
vez porq ue pensaba q ue no tendría más con quien jugar a l
conquián. No obstante lo q u e le suced ía, n o se atrevió a de
tenerme, no quería a rriesgarse a enojar a su esposa. Era
ella la única que tenía voz y voto y los centavos además.
1 19
El hotel de la compa nia, ta l y como lo ha bía estado
imaginando, era decoroso y en el pod ía goza rse de· muchas
comod idades. Cada cuarto contaba con su baño propio don
de a bundaba el agua todo el d ía . La pieza tenía piso de
mosaico y un espacioso closet y en el centro una mul lida
cama, y sobre todo, existía un aparato de a i re, que era lo
que mayormente me entusiasmaba.
1 20
usted espec i a l serv1c10. En un l a do d e l buró derecho existe
un timbre, cuanqo me necesite l l ámeme. Buenas tardes.
Sin agreg a r más, abandonó l a h a b itación cerrando a
sus espa ldas. Por mi parte, l a menté que se m a rchara tan
p ronto. H u biera que rido que se quedara más tiempo para
p l atica r con ella o para contempl a rJa simplemente. Era her
mosa como pocas y a simple vista simpática. Pero ya habría
tiempo de m irarla nueva mente, q u izá a l rato me decidiría
por oprim i r e l botón del . timbre para q u e v i niera con cual
quier pretexto
Durante esa tarde no a ba ndoné el hote l . Parecía un
niño chiqu ito q ue no a b a ndona su juguete por la novedad.
La l luvia menuda se prolongó por toda l a noche. A la ma
ñana siguiente apa reció Angél ica, golpeando la p uerta sua
vemente. Le a brí y sin reparar en m í más que para sa lu
d a rme se introdujo y se dedicó a hacer la cama, continuan
do luego con la l impieza de los muebles y e l piso, obligán..
dome a quedar levantado a ú n cuando rea lmente todavía
deseaba seguir tirado en la cama. Nada le dije en observa
ción, porque nada pude decirle, no se prestó en n ingún mo
mento. Permaneció siempre indiferente, queda ndo frustrado
además en mi intenc ión de brindarle la mejor de mis son
risas. Pero ya h a b ría tiempo, ya h a b r í a tiempo.
Ese nuevo día apareció e l sol desde temprano. Opor
tuna mente dejaba de l l oviznar, de haber conti nuado las ca
sas se h u bieran venido abajo i rremed i a b l emente. Opti mista
abandoné el hotel dis puesto a visitar mi ofici na en busca
de a lg ú n caso que a meritara mi intervención como Agente
del Min isterio Públ ico, o s i m p lemente para toparme con
a lguien con quien pud iera platica r . El Juez, que a esas ho
:-as se encontraba ya en su despacho, tenía una desagrada
ble novedad para contarme.
121
He d icho que una desagradable novedad porque se
trataba de una anciana que sufrió graves quemaduras que
la tenían con un pie en el sepulcro. Era una pordiosera y el
cuarto que ocupaba se convirtió en brasero.
1 22
la Compañía Minera. Esa era u n a buena m anera de ayudar
a la a nciana: hacer que la empresa le d i era d i nero de ma
nera i n d i recta por m i conducto. Esto es, cobraría yo l a pse udo
compensación y se la haría l legar a la m u jer. Sí, eso m ismq
me d ispuse h acer.
1 23
5
Enfre sueñós. perei'6í l a des.carga de u n a pistola. No tu
v e tiempo de ti� rme conjeturas acerca de q ué la origina
' ba, puesto q ue de i n mediato volví a dormi r p l ácidamente.
No bien habían transcurrido a l g u nos minutos y oí una nue
va descarg a . Pensé enojado en que aquel era un ·pueblo
mezq u i no donde los ba lazos a bundaban más q u e otra cosa .
Pero a lgo me extrañó en el sonido de esta 'nueva andanada.
Y con razón; no eran ba l azos rea lmente, eran fuertes toq ui
dos e n l a puerra d e mi cua rto.
1 27
::reo q u e me sobrevino fuerte disgusto. Antes de q u e se
decidiera a hablar, me m i ró por un momento alzando los
ojos a través del borde d e su gorra sudada que tenía lige
ramente echada hacia adelante. Por la actitud que adoptaba
me parecía u n fantoche; descansaba las manos en l a cintu
ra y sonreía con sa rcasmo.
1 28
para d arme paso. Procedí d e i n mediato a examinar los
cuerpos con el fin de levantar el acta correspondiente. La
cosa no me era fác i l , e n el suelo veía con cierto i ncómodo
u n profundo charco de sa ngre que no tardaría e n correr
mezc l a d a con el agua de la l lovizna q ue a menazaba ya con
forma r corriente. P a recía como si h ubieran degol lado un to
ro; cuidado tenía e n q u e mis zapatos n o se i mpreg n a ra n .
El jefe y sus hombres s e h a l ! a b a n j u nto a m í, y aquél m e
miraba c o n atención como si esperara con curiosidad lo que
h aría e n semejante situación. Por mi parte sabía que e ra
i m prescindible que u bicara cada u no de los ba lazos que los
cuerpos presentaban, pero el caso era que no tenía deseos
de hacerlo perso n a l mente.
1 29
No fa ltó qu ien corriera la voz. "Miren, a l l í viene d o n
Ruperto".
1 30
Aqu e l l o que sucedía me l levaba a hacerme u n a pre
g unta muy Intima ¿ Qué motivo era lo suficientemente po
deroso q u e u n ía a l a s fam i l i as a tomar vengartza en el h i jo
o en el padre o en a m bos? N o les bastaba siquiera term i n a r
c o n u no, necesita ban acabar c o n l a fa m i l i'a toda.
1 31
de matrimon io? No desea que nadie sepa que es casado.
SI, eso es.
-Me ,sorprende tu imag inación, Angé l ica. Es muy g ra n-
de.
-En vista de que se está enojando, no hablemos más
de el lo. No importa rea lmente . . . Pero m ire, véase e l dedo
y acepte que la ma rca cla ra lo delata que usaba a lg u n a a r
gol la.
E l l a tenía razón, ha bía hue l l a del a n i l lo. Ahora q ue me
lo preguntaba no sabía cuá l fue rea l mente e l motivo que
me l levó a quitá rmelo. Tal vez por comod idad. O a lo me
jor como decía la muchacha para q ue no supieran que era
casado.
La joven me pareció gra ndiosa en su observación, por
lo que esta vez sonreí, lo que le dió ánimos para comentar:
-Debió casarse muy joven.
-Sí.
-¿Tiene hi jos?
-Nó. Aún nó.
-¿Cómo es su esposa, es h�rmosa? Nó, no me lo d i
ga. Son ya d emasiadas preguntas.
Fue todo lo que habló. Abandonó el cuarto caminando
aprisa como si record a ra a lgo urgente que requería su pre
sencia en otra parte.
Ciertamente Angélica e ra una mujer sencilla pero a de
dr verdad hermosa como pocas. Originaria de un pueblo
encl avado en medio de la sierra, y hasta hacía poco tiempo
dejaba de vivir en é l . E l l a no era en cambio poseedora de
g randes conocimientos, los elementa les ú n icamente, pero
cuan graciosa y oportuna era en sus observaciones. No obs
tante su escasa prepa ración, poseía uria i nteligencia nota
ble. Y seguro que de haber tenido la oportunidad de cur-
1 32
sar estudios profesionales, habría llegado a brillar en su
ramo.
Las manzanas de Canatlán son muy rojas y hermosas.
La muchacha ni más ni menos parecía u na manzana de Ca
natlán, muy hermosa y roja de l as meji llas; piel blanca y
acerada, sin que n i r:i guna i m p ureza le afeara el rostro; ca
bel l o color canela, largo y abundante y notablemente se
doso. En su frente abu ltada y crecida se le denotaba su in
teligencia. El belfo contraste de su cara fo hadan sus pro
fundos ojos azu les. En fin, cada uno de sus rasgos eran an
gelicales, fas cejas, las pestañas, fa nariz, la boca. Y su cuer
po, ah, su cuerpo. Alta espigada, pechos macizos, caderas
c urvas. Al verla tan hermosa me preguntaba yo cómo po
día existir una beldad así en un medio similar. Al parecer
sus ascendientes eran de sangre aria.
Ella debía aprender a lgunas cosas elementales. Por
ejemplo, su vestido debía ser menos largo. Pero ése, y otros
detal les similares vié�Qlo bien eran insign.ificantes.
El d ía siguiente , a man:� cló soleado, con el cielo despe
jado. A mitad de mañana escuché e l ruido de u n a avioneta
q ue venía procedente de Durango, aprovechando el buen
tiempo de ese d ía.
Hacia los treinta m i n utos de q ue aterrizó el aparato,
Angél ica vino a verme a m i habitación, cargando con u na
pequeña caj a de cartón.
-E·s para usted, le l legó de D Y, rango hace un momen-
to.
1 33
De antemano me imaginaba lo que contenía. Sería u n
pastel, d u lces, o a lgo p a recido. M i esposa siempre tenía en
cuenta m i glotoner í a . Pero además, hasta en ese m omento
me acordaba q ue era el an iversario de mi nacim iento, o sea
q ue cu m p l ía los 2 3 años de vida.
1 34
tan poco d i nero tenía que vivir en aquel medio donde los
satisfactores eran increíblemente caros, y además enviar a
mi esposa lo suficiente para su manutención. Algo difícil.
Quizá ya hasta m e empezaba a arrepentir de ser tan es
pléndido con l o q ue la com pañ í a me otorgaba a modo de
compensación, pero me resu lta ba i m posible dar marcha
atrás en mi decisión de darle e l dinero a l a a ncia n a . Me ha
bía equivocado al pensar que existían "ciertos negocios" re
dituables para el Agente del Mi nisterio P ú b l ico. Los ricos
que cometían a lguna fechoría no eran fáci les de pescar.
Y los mineros aparte de que no debía ap rovec harme de e l los,
preferían ir a la cárce l, porque e l lo les convenía debido a
que las fa ltas a su tra bajo esta ban plenamente j ustificadas.
1 35
pero a l paso de los d ía s me olvida ba de los deta l l es, guar
dándolo en mi mente ú nicamente como una experiencia
más. En el futuro, h a b r íari, de cometerse otros homicidios en
los cuales me toéó.. intervenir.
gélica.
1 36
dones a comer en sus casas, máxime cuando era novedad
en e l l as conocer al n uevo Agente del Mi nisterio Públ ico.
1 37
sos . los llaman simplemente Casca.dos. Un .cascado . signifjca
un candidato a cadáver. S!Js cai:a(:te�ístié::as �n O)\JY }��!�-
les y conmueven con
su sólo aspecto:
Es curioso cómo la n�eS;idai:f_�Í;>,,igap� fr�ba¡��:�· ��e
a
llos hombres, aún a sabi e ndas dtr, ,q0.e ·m9riría"!
.ióv�n�s.,,- lf
expl icación está en que _ al no ,existir otro .majio . df:'.. yid�, ��
_
n
taba trabajar en las entrañas. de .J.a mina. �sigoao�.o,��. a . s.v
suerte. QÚé duro les ha brí� <;ie , re$µltar . r�slgnar�e'. �1.t: únko
�
defecto es que no nacíerob ricos . . qu � á·�: t� 1.an'gys : , ,9 � M �
o?
sentían era menor a la q1-1e les, r,r. .u.c�a . '{e,r: ,�.;�u� fl.�i<>s...Y
a sus esposas hambrientos. �? ��IJel "p�(:)l9 ,;��lo,.
ha y:..P9;
alternativas, ser rico o ser m mero.
El futuro del Pai-!á� s.e c¡yi �9�� :,b;>��0�c�so: ·,§IJ.� .�.�l:>if!'IJ
·
tes temen los años venideros. Sa � � q,:r� .. tard� , f!l!!'t }E!J"Q lilfª
no el mineral va a agotarse y tendran - entonces, que em1grá·r
hada rumbos desconocidos. Ojalá: y el mi eral no :sé. agote n
en muchos años. Ese es su rueg:o,_ --, , ·: ·.
1 39
cierto modo. Y será por éso que todo el mundo se esfuerza
en estar bien con él, como si pen saran que un modesto
Agente todo lo puede . Aunque aque l lo es comprensible.
porque en ese pueblo ex iste el a ntecedente de. q ue la ma·
yoría de los Agentes m a ndaban a prisión a cuantos se les
anto�aba, sin importa r fuera i legal.
1 40
6
Durante mucho tiempo abundaron los extra n jeros en
aquel l ugar. Vino el día en que p a u l atina mente deja ron e l
pueblo hasta q uedar unos cuantos ún ica mente. · En u n prin
cipio todos los puestos de i mporatncia d e ntro de la Compa ñ ía
Minera estaban a cargo exclusiva mente de dichos extranje
ros. Después q ue se vieron en la neces idad de hacer la far
sa de q u e la Empresa se naciona l izaba, sustituyeron en a lgu
nos cargos a los extran jeros por mexicanos. Huelga decir
q ue los d i rigentes son en su tota l idad norteamericanos, o
séa aquel los de los cua les depende el fu ncionamiento de la
Mina. Los nacionales ocupan p uestos de segunda l ínea.
1 43
En su magnanimidad, la Com p a ñ ía accedió a dar ener
g ía eléctrica a l resto del pueblo, así como extenderles una
red· de agua pota ble, pero ambos servicios en otro lugar que
no sea la Co lon i a son pésimos, y no se tiene la seg uridad
de contar con él los, porque a c u a lq uier momento se suspen
den si.n previo aviso.
Al irse los extran jeros y ser supl idos por mexicanos,
nació un desag radable problema. Si aque l los no ayudaban
a l pueblo y lo explotaban vil mente y lo h u m i l laban, algunos
compatriotas hacen lo prop io, además de que ren iegan de
la gente a la que pertenecen, a islándose completamente, y
ni por accidente conviven social mente con l a clase trabaja
.p
dora. Su preocu ación constante y su ambición es obtener
la gracia y la sim patía de los di rigentes para que no los
subestimen y 1.es inviten a sus reuniones y a sus fiestas. En
ocasiones que suelen ir por las ca l les del pueblo acompaña
dos de sus esposas, éstas caminan ufa nas con a i re despóti
co sin que se di gnen voltear a sus l ados y menos sa l udar a
a lguien.
Dura nte las labores en l a mi na, la situación se agrava. ,
En su desesperación por ganarse l a si mpa,t ía de los extran
jeros, a lgunos compatriotas d icho sea cori vergüenza, m a l
tratan al trá bajador y le exigen rend imiento a base de in
sultos ' hu m i l l antes. Algu nos l legaron a tanto que se atrevie
ron a golpear a al guno emp leando u n a cuerda o l a cuar
ta de las mulas. Esos m ismos son los que rotundamente se
han opuesto cuando se ha tratado de mejorar el salario de
los trabajadores, a rgumentando "que no traba j a n lo suficien
te".
Puede considerarse q ue en e l pueblo hay otra clase de
privi legi ados. Estos son los comerciantes. Aunque las tiendas.
en apariencia pertenecen a particu l a res, son de la Com pa
ñía Minera, pero los q ue aparecen como dueños l levan buen
porcenta je en las ganancias, lo que les permite vivir digna
mente y disfrutar de u n a casa cómod a , e incluso envían a
sus hi jos a educarse a otros l ug a res. Los comerciantes, por
1 44
supuesto, simpatizan con los que viven en la Colonia Ex
tranjera, e i ncluso se esfuerzan en lograr relaciones más es
trechas, pensando que e l lo los benficia. La clase popu lar,
los trabajadores, nada les importan, los menosprecian y los
explotan med i a nte la venta excesivamente cara de los satis
factores.
La c asi tota l idad de les t r a b a j adores están confinados
en una área q u e se denom i n a " B a rrio de la Queb r a da . Y "
1 45
en otros lugares v a l e - a lo más q u i nc e centavos.
1 46
7
Los síntomas de los sil icosos son m uy comunes. Los in
d ividuos comienzan por adelgasa rse a larmantemente y van
apergam i n ándose; el tórax se les estrecha y los hombros se
les deforman ha5ta meter miedo. Una tos cua nto más aguda
eterna los a q u e j a . El escalofrío q ue les sobreviene no les
permite estar quietos por un só lo instante, prod uciéndoles
un frío terrible. Es por ello muy frecuente ver a los sil ico
sbs cubiertos con g ruesas mantas bajo el p l eno sol aún en
vera no. En verdad que su situación es desesperante,
" y al
corazón m á s d u ro causan compasión.
1 49
Como consecuencia de lo herido d e la g a rganta, la
s a ng re empieza a brotar, mezclá ndose con la sal iva; e l en
fermo se ve o b l igado a escupirla sino qu iere morir a 11oga
do. Al paso de los d ías e l sa ngrar es incesante. Por la no
che lo más cómodo es q u e expulsen l a sangre en a lg ú n• re·
cipiente, cuando ésto sucede tiene .que vacia rse varias ve
ces. Para a lgunos l a agonía se prolonga hasta que les es im
posible introd ucir más el a i re a sus pul mones. Pa ra otros,
un d ía que su tos es demasiado fUerte, y q u e la g a rg a nta
acaba de desgarrárseles por completo, les sobreviene una
hemorragia q ue con ningún remedio puede evitarse, mu
riendo en medio de los graves a l aridos que el infernal su
frimiento les a rranca .
1 50
l os demás miembros. No m iento si digo q ue la m ayoría de
los habitantes de aquel l a regi6n padecen túbercu losis.
151
ne. Cada tercer d í a d � n función, y no hay q uien se q uede
en casa. Mientras d ura l a proyección l a s ca l les q uedan de·
siertas como por a rte de magia, y así como va n las cosas
el cine pronto se convertirá para, el los en más q ue un gus
to en u n vicio. La s a l a está siempre l lena, no i m porta que
exh i ban a lguna pe l ícula de corte a ntiguo o de pésima c a l i
d ad, asisten de modo mecán ico.
1 52
servatorio de Ita l i a . Con la misma h a b i l idad i nterpretaba di
versos instrumentos, pero espec i a l mente g ustaba de tocar e, I
órgan°' que s.e h a l l a ba en la sacristía. Hasta la ca l le se oía
mús ica de Bach, y a j uzg a r por l a frecuencia con que l a
interpreta ba, Tocata y Fuga e r a su preferida.
Debido a las med idas tan d rásticas del cura para re
formar el interior del templo, muchos creyentes se a lejaron,
'y n i siquiera los domingos asistían a mi sa . Al c u ra no le
hacía mella, muy pronto se acostumbró a q u e su sermón
fuera escuchado por escaso n ú mero dE} asi stentes, ancianas
en su mayoría . Pero en ocasiones que n'o podía soportar más
aquel desaire, su enojo se hacía latente y regañ a ba a los
presentes, reproch áneole la asiduidad con que se entrega
ban a l vicio y a l a s fiestas. Gusta ba de i l ustrar con ejem
p los, y cierta vez con sarcasmo relató q ue en su tierra
cuando había una fiesta a los i nvitados se les reg a l a ba con
leche de vaca pura y fresca, quejá ndose de que en ese pue-
1 53
blo u n d ía fué invitado a una boda donde le dieron u n a ja
na pern que hasta q ue consumió su contenido se percató
que contenía vi no. Y vino conten ía incluso �I pastel.
1 54
su presencia . No es frecuente verlos por el monte. En cam
bio yo suelo ir con mucha frecuencia . En el nombre de
Dios, ¿qué andan haciendo tan l ejo s del Pari á n ?
1 55
Poco más a l l á d e l med iodía, a l l legar a la cumbre de
una de tantas montañas, d istinguimos a lo lejos, e n la hon
donada, el pueblo de "Ventanas". Se trataba de un pueblo
pequeño, de l o cua l nos convencíamos por e l reducido nú
mero de casas de adobe y de madera que se observa ban des
de arri ba. José, que era nuestro g u ía por ser el ú n i co q ue
en verdad conocía l a región, nos hizo saber que aquel era
el poblado. Esta ndo en la cima, me imagin aba que req ue
ríamos única mente de escasos minutos para arri bar, pero
estaba equivocado porque tuvi mos aún que caminar por más
de una hora. La gente nos esperaba y se interponían e n
nuestro camino sa lud á ndonos a ma bles. Los hombres forma
ban grupos y caminaban a encontrarnos. Las mu jeres aguar
d a ban por separado, casi sin moverse, y era notorio q ue
la mayoría vestían de negro, cubriéndose la cabeza con u n
chal d e l mismo color, otras con u n a toa l l a de ma no, como
si estuvieran convencidas que dicha prenda sustituía a la
perfección a las manti l las.
1 56
Ahora que tenía l a oportunidad de hacerlo, pregunté
al Jefe de Cuarte l cómo h a bían sido las cosas, relatándome
el incidente con lujo de deta l les, advirtiéndome q ue había
creído conveniente no sepultar a los muertos hasta en tanto
no hiciera mi a rribo. Los cuerpos mientras, estaban tendidos
en una de las casas de "enfrente" según me lo hacía saber.
Convine en ir a é l los, a fin de dar fe y de toma r da
tos para leva nta r el acta correspondiente. Cuando entré a
la pieza donde se h a l l a ban, ma ntuve l a respiración pensan
do que hederían terrib lemente, más por fortu na el olor que
desped ían no era muy intenso, aún a pesa r de que ten ían
cinco días · de h a ber fa l lecido. Los tres cuerpos estaban ves
tidos con ropas nuevas, como si fueran a una fiesta, con
p rendas de mezc l i l l a . Aba jo de l a s tarimas donde esta ban
tend idos, me l l amó la atención ver unas bandejas que con
tenían agua, y q ue al ver de l as gentes ayudaba a la con
servación de los cadáveres.
Yo hub iera d eseado q ue se encontraran sepultados, pa
ra evitarme mirar los. Aunque de todas maneras no tuve áni
mos siquiera de loca liza rles los impactos, confeccionando e'I
acta con datos a p roximados.
A poco de que l legu<§ ap0reció el cura. Le causó sorpre
sa ver los muertos, viéndose obligado a bajar l a cabeza pa-·
ra poder mirar por el borde ele ws a ntiparras.
-Que Dios bend iga a e:;f._;s desdichados-Exclamó.
1 57
El Jefe de Cuartel tomó la p a l a bra para decir que los
presuntos contrayentes desistieron de su idea d e casa rse
por los aconteci mientos desagradables que ocurrieron y que
enlutaban al pueblo, posterga ndo su en lace para otra oca-
·
sión propicia.
1 58
Tras decir ta l cosa esparció . agua bendita uti l izando la
punta de los dedos.
m iento. El encu entro con este hom bre me hacía pensar que
los cu ra s for j a dos a l a moderna estaban de moda en aque
l l a reg ión .
1 59
de a lgún asunto que requiriera m i intervención. Hacía el me
d iodía h icimos e l a rribo a un pueblo maderero que por
supuesto estaba encl avado en plena sierra. A esas horas se
ce lebraba un ba i l e al a i re l ibre ba¡o la sombra de unos fron
dosos pinos. La música tocaba alegre a a lto vo lumen, desde
antes de entrar al pueblo pud i mos escucha rla. Al p a sar fren
te a los asistentes no fa ltó quien tuvo en cuenta que éramos
forasteros y se si ntió con el d eber "mo ral" de inv ita rnos a
"bebernos una cerveza". El a m biente era a l egre por lo que
aceptamos l a invitación,, además l leváb a mos sed.
Descend imos de los caba l los y los atamos en los pi.nos,
haciéndonos a un costado de la área destinada para ba i la r.
Obvio es que todos a m i a l rededor me resultaban descono
cidos. Al frente, por el l ad o opuesto, una persona me l l a
maba la atención . Se trataba de un hombre ¡oven, a lto y
b l a nco, muscu loso y de buen a apariencia. Me · l lamaba l a
atención porq ue vestía u n a especie de tún ica d e paño g rue
so de color café igual a l de los frai les. Con tan sing ular ves
timenta contrasta ban •curiosamente sus botas caw boy, a ñe
¡as y descarapeladas. Al primer momento pensaba q ue se
trataría sin lugar a dudas de un excéntrico, de los que nun
ca fa ltan y prometen mandas. Pero nó, se trata ba del cura
del l ug a r. Curioso su vestuario, un háb ito, un crvc if ijo col
g ado al pecho, u n revólver, gafas cl aras y botas vaqueras.
A fuerza de verlo, me fi¡é q ue tenía espec i a l a ptitud
p a ra beber cerveza a grandes ca ntidades. Cuando se per
cató q ue fo miraba, me saludó con la ca beza y echó a an
dar para a p rox imárseme .
1 60
-El año anterior justamente.
1 61
8
Al pasar de las semanas ya no pod ía decir q ue aquel l a
e r a u n a reg ión tranqu i l a . Los asesi natos de pronto empeza
ron a abundar, viniéndose en rachas. Por las noches, con fre·
cuenda era buscado para que tuviera conoc i m iento de a lgún
delito. Lo que más m e dol ía era tener q ue levantarme a tan
altas horas de la noche a dar fe de lo ocurrido.
1 65 -
padre mientras moría no cesaba de preguntar por él, agra
vándose la situación de por sí triste porque no estaba pr"e
sente su hi jo. Antes de exh a l a r el último al iento p idió a la
madre le trasmitiera a l gunas recomend aciones. Espec ial men
te le ped ía q ue dejara la vida de trotamu ndo y q ue se de
d icara a sembrar la parcela para que ayudara a ella, su ma
dre.
1 66
aceitaba. Tan pronto tenía la oportunidad de dispararla lo
hacía, para lo cual salía a l campo y practicaba el tiro a l
blanco. f.l\e causaba cierta expectación ver cómo cada n o
che sin falta cubría la pisto l a con 'U na fra nela para prote
gerla de la exces iva h u medad de aquel c l i m a . Podía o lvi
d a rse de cualqu ier cosa, menos d e protegerla .
1 67
tivamente se les a proximó u n ind ividuo que algo le repro
chó. Al instante su reacción se tornó viol enta y lo estrujó
del cuel lo, con el consig uiente asombro de la concu rrenci a.
Ambos optaron por s a l i r a reñ i r a la ca l le . Al a bandonar
el lugar fueron seg u idos por varios cur iosos que estaban im
pacientes por ver acción. Al s a l i r José se enteró q ue varios
ind ividuos golpeaban a su hermano. Uno . de el los cargaba
una pisto l a y con e l l a le d a ba en l a cabeza. La sangre le
c u bría como máscara todo el rostro. I ncansables conti n u a ron
pegándole hasta dejarlo inconsciente, pensa ndo q ue lo ha
bían matado. Al observar todo aquel lo, José si ntió que l a
sangre l e hervía de cora je y s i n med i r consecuencias se les
l a nzó en ataq ue. Cuando comprendió que estaba perdido,
trasp,uso la barda para h u ír. Tras él brincó u no de l os su
jetos que cargaba con u n cuch i l lo. Los movim ientos de éste
fueron tan rápidos q ue d i ó a lcance a José y le rasgó la ca
mi sa en su intento d e h u n d i r l e el puñal por la esp a l d a . E l
perseguido reaccionó de in mediato y g i rando violentamente
descargó un mortal pu ñetazo en la mandíbu l a de su atacan
te, siendo más efectivo por el impulso a l correr. Lo atu rdió
momentáneamente obligá ndolo a que soltara el cuc h i l lo, el
c u a l cayó al suelo. A l a velocidad del rayo José l o tuvo en
l a palma de su mano. Un tercer sujeto a pareció a su l ad o
amagá ndolo con la pisto l a . Antes de q u e s e decidiera por
dispararla, recibió una honda puña lad a en e l pecho, en se
guida otra, hasta q u e se desplomó.
1 68
demás que le comente que ese ha sido el único del ito q ue
he cometido, bueno exceptuando también cuando herí a un
individuo q ue en compañía de otros cargaban con una ma
rrana para robárse la. Era de madrugada y le habían dado
d e comer migajón d e pan embebido en a lcohol para ador
mece r l a . Yo tendría a lg unos d iez a ños. Accidenta lmente ví
por la ventana que brincaban la cerca, y sin pérdida de
tiempo me posesioné de un 22 y disparé, pegándole a uno
de los tipos aquel los.
1 69
riguana q ue enloquecía y actuaba arbitrariamente. Por ese
tiempo se encontraba a l frente d e un destacamento q ue
andaba en recorrido por la sierra en busca de plantíos d e
amapola y mariguana. En esas incursiones sería cuando se
a bastecía de droga.
1 70
Ninguno tuvo i nconveniente en aceptar la invitación
del m i l itar, yo menos q ue nad ie. Sabía q ue los tipos fan
farrones n u nca son de peligro.
-¿Tiene miedo?
1 71
Con eso que pasaba, las cosas estaban a punto de
agravarse d e un momento a otro. José sabía tal cosa tam
bién, pero no le importa ba, mostrando gran seguridad en
sí mismo.
1 72
Con la vesíc u l a b i l i a r desbordada el militar se hizo a
la ori l l a y de un fuerte impu lso se lanzó a l agua.
Y me entregó el ro l lo de hojas.
\'
Traté de leerlas pero no pude descifrar l as.
1 73
-Cuénteme de pa labra l o sucedido-Le solicité con-
vencido de q ue era lo mejor para mí.
·
1 74
ra ba lo sucedido, ya q u e l legó a la pieza en el momento
en q ue se oyó el d isparo. C l a ro está que eso es mentira, el
muchacho no te nía motivos para mata rse; fué el m i l itar.
Además e l b a l azo l o ten ía en el costado derecho con sa l i
da en el pecho. Yo creo que nadie q ue se suicida se d is
para en ese l u g a r . Lo que ayud a ba a l so ld ado fué q u e el
d isparo se hizo con la pistola del m uerto. En verdad que
no s a bemos qué sucedió, pero de lo que estamos seguros
es q ue el i ndi viduo mató al muchacho.
,1 75
en el desempeño de m i s funciones . De m a nera pues que
íntima mente me supe i m potente y desistí de mi ide a .
1 76
el oficia l decidió visitar el esta b lecimiento del "Chepe ", su
tug urio preferido. "Chepe" era un hombre afable, de a pa·
riencia ord inaria, con profu ndas hue l l as de acné en e l ros
tro. Su canti na estaba al f i n a l izar la c a l l e de a rriba, bastan·
te cerca d e la Secund a r i a . En ese l u g a r además de beber
se podía jugar al bi l l a r, ha bía dos mesa s . Aunque en e l pue
blo existían otros l ugares de mejor aspecto, la mayoría, no
sé por q ué razones, preferían el s itio. La razón estribaría
en q ue todo mu ndo estimaba a l du eño, precisamente por
q ue los toleraba y porque les fia ba cuand o no carg a b a n d i
nero, a u nque después les hacía l a s cuentas demasiado l ar
g as. Pero qué les i m portaba, si m ientras pod ían seguir be·
biendo.
.1 77
tado. El era el mejor tirador y tenía que demostrarlo a to·
dos.
. .. 179
Cuando a los padres de la raptada no convenía que su hija
se desposara, daban parte a l a Autoridad y por medio de
é l la exigían la "dote". La "dote" está muy genera l izada en
ese medio; el que acarrea con una mujer tiene q ue pagar
por lo menos dos mil pesos, pero esta cantidad varía seg ún
e l pueblo y la posición económica de la joven. El simple pa
go de la "dote" subsana la afrenta que la fami lia recibe. Los
individuos a ntes de decidirse por raptar a su muchacha se
previenen con a lgunos centavos con que pagar a modo -de
"indemnización". Cuando la cantidad es cubierta, �
s padres
reciben de buen agrado a su hija ofendida, como si nada le
hubiera ocurrido, o como si nada les i m po rtara su honra .
,1 80
cio, y que brotaran dificultades serias a causa de las mu
jeres a l d isputárse las:- Con el desenfreno a su alca nce, se
torna ban mayormente irresponsables, faltando a sus activi
d ades, y con la consecuente merma de su salario.
_
Las mujerzuelas no podían estar mas felices en un
medio como aquél donde lo q u e les sobraba eran clientes,
clientes con di nero. La perversión fue en aumento. Los ma
ridos no d a ba n el gasto diario y no acudían a dormir a
sus hogares; l a s esposas se a l armaban. Un día cuando pre
vinieron a) caos, convinieron en unirse todas para grito e n
pecho i r "-5 donde el Presidente Municipal a exigirle l a e rra
d icación de ta l plaga. Como las discusiones con tanta mu
jer enojada que tratan de hablar a un mismo tiempo son
muy d ifíci les a ú n para e l mas ducho, el Presidente compren
dió su desventaja y prometió a l a s señoras poner fin a la
causa de sus preocupaciones, ofreciéndoles la pronta expul
sión de las suripantas. Fue así como al día sigu iente la po
licía m unicipa l reunió a cuanta mu jerzuel a h abía l l egado y
las embarcaron en un camión a lquilado especia lmente para
regresarlas a su lugar de origen. Las damas del pueblo que
observaron la s i n g u l a r maniobra, ap la udían gustosas. Las
prostitutas más reacias se negaron a abandonar su ha bita
ción, pero fueron sacadas derribando la puerta. Desde el
cam ión ma ldecían en coro a los hombres porque no las de
fendían y a l a s mujeres por su triunfo. Desde entonces no
se ha vuelto a ver un cargamento parecidº.
1 81
necesitaba era dormitar u n poco. Dejé q ue continuaran l la
ma ndo con l a intención de que se cansaran y desistieran de
su idea. Al ver q u e seg u ían, a hora con mayor fuerza, me
decidí por abrir. A través de la cortina de bambú de l a
ventana me percaté de l a presencia d e una joven señora.
,1 82
no se asusta de nada, po r eso precisamente me he decidido
a ven i r a verlo.
Tras de u n breve pa réntesis, como si ad q ui rie ra mayo
res ánimos, agregó:
Mi pri mer impu lso fue reproc h arle con enojo l a forma
tan vil como me estaba confundiendo. Pero me contuve al
ten er en cuenta sus propias pa la bras referent.es a q ue "al
f in y al cabo nada i mp or ta ". Quizá tenía razón. En la vida
pocas cosas son las que importan, y éstas hay que juzgarlas
con buen crite rio .
,183
Lo sucedido me impresionaba en cierta forma, de mo
do tal que pensé en e l l o du rante el resto de la tarde, sin
poderme explicar cuáles serían real mente l a s causas que l le
vaban a aque l l a mujer a proceder d e semeja nte manera . In·
dudab lemente que se trataba más q ue de una excéntrica,
de una enferma menta l .
1 84
pud iera col arse el a i re, y por l a cual no cupiera nadie en
caso de q u e se deseara sa l i r· de la habitación por otra parte
q u e no fuera la puerta . . Cua ndo tenían l a necesidad de ve
n i r al pueblo, dos de las muchachas montaban un macho
triste y viejo de pe l am b re ceniza, y en un caba l l o de mejor
a pariencia montaba el señor y la hija restante en las enan
cas. Toma ba la cal le principa l y a n adie buscaba el s a l udo,
menos lo ofrecía él; continuaba avanzando cu idá n d os e de
que a lg ú n tipo de esos q ue abundan fueran a entusiasmarse
con sus h i jas, chuleá n d o l as . Eso, eso era lo último q u e
h u biera tolerado, que e n su cara lanzaran piropos a sus hi
jas. E n ese aspecto era a ltamente posesivo y egoísta, como
n unca se vió. Los jóvenes q ue un d ía pensa ron en sus hi
jas, ten ía n sus reservas, de antem ano sabía n que aq uél era
u n individuo decidido que no se tentaba el corazón para
hacerl e daño a otras personas. En su sól a apariencia, e l hom
bre mostraba la mezq u indad de su a l ma , principalmente en
los rasgos hoscos y rígidos d e l rostro. Era de estatura regu·
l a r, moreno, con la c a ra m a nchada de paño, ca lvo y cano
so. Como no acostumbraba sonreír, su boca era dura, rese
ca, con u n mentón promine nte. Sus dientes parecían los de
un fel i no, angostos y agudos y muy blancos.
Tan pronto ter m i n aban con el asu nto que los traía a l
pueblo, l o abandonaban -s a l iendo por l a m isma ca l le y to·
m ando a lo l argo del río.
. 1 85
gbs, el nombre se .tra nsladó al cuarto de las jóvenes, abrió
e l ca11,d ado de la puerta y se introdujo.
.1 86
mara. Como la pri mera vez, a la fuerza se posesio r nr d�
otra de sus hijas y con e l leño lanzaba golpes a d iest.rp: y
s iniestra para q ue nadie más ·se aprox imara, pegándole$" en
más de una ocasi6n desquebra jándoles casi �os h.uesos. Lo
mismo volvió a ocurrir.
1 87
Desde esa vez, el muchacho no volvió a verse más.
El padre se ensañó aún más con l a infe l iz muchacha; pro·
piná ndole una golpiza q ue casi le q u itó el sentido. Esta vez.,
la mayor, armada de un ga rrote que exprofeso guardó en·
tre las cobijas de su cama, le descargó un golpe en plena
cabeza q ue lo atontó, aprovechando para a ba ndonar el
cuarto en busca de a ux i l io. Desca lza y sem idesnuda em
prendió e l camino al pueblo en busca de a lgvien que las
defendiera.
1 88
d ividuos que por sus mejores condiciones econom1cas se
creen superiores. No obstante, a veces tienen á ni mos de vi
vir y hasta de reír; pero no por éso son a l eg res. El vino
es su salvación en cierta ma nera, embriag ados se sienten
menos miserables, menos tristes.
,1 90
Esa primera semana que pasaba en el pueblo era Se
mana Santa, o Semana Mayor -eomo suelen , l l a marla algu nos.
En muchos lugares se acostumbra q u e l a gente acuda a cier
tos actos religiosos que se celebra n en tal conmemoreci6n;
en aquel pueblo no era la excepción. Pero tal parecía qv�
no ha bía muchos creyentes que acudieran � la Iglesia, la
fecha transcurría casi desapercibida para l a mayoría, como
si no hubiera qu ién practicara la religión católica. Esta indi
ferencia preocupaba grandemente al pá rroco del lugar,
quien se veía impotente para lograr que el templo, estuviera
concurrido.
A mí me ocurría lo mismo, me olvidaba que :era Se
"
mana Santa, y ún ica men te me acordé porque a lguien d ebi6
deeírmelo.
�
A mi llegada a l pueblo conocí muct}Bs personas, hom-
bres y mujeres, teniendo la oportunidad de conoéér aqemás
a alguie n muy especial; se trataba ni mas ni menos de un
niño de a lg,unos doce años de edad.' D ig o que era muy es
pecial porque no me acuerdo haber visto en mi vida a• al-
.193
,�uieii · .ta,n. feQ
como· él "iO' era. En todo lo demás era nor
rná17 éxóepto s u fea ldad. Poseía urr nombre�larguísimo q ue
nú!Jy 'pocos Pod ían a prenderlo de la primera vez. Se l lamaba
·
Jua'n- 'A�dré�. Ruti l io Martos · de Santiago. Cuando supe su
4
fiambre n� pude dej�r · de preguntarme a qué obedecerían
tal'\fos nombres, .éle segúro que tenían su explicación.
1 94
La mañana de ese don\irtgo con q ue fin a l izaba la �
m a n·a ,Sant• penetré · a una especie de tiendá en b1,1$ca de
a lguna bebida que pwdiera · refrestarme. Me i nstalé en Una
mesa' · bajo el .portal y desde ahf vf .veni r por , la �a l l e a un
g rupo de muchachos que causaban g ran a lboroto'. Grita ban
y se ,mov.ían ag resivos en torno a un n i ño de su misma
edad, que era nada menos que .Juan Andrés Ruti lio, a q uien
golpeaban con l as, manos y se mofaba n · de su fealdad. El
pobre -muchacho se asustaba y no podía ,,defenderse, lo ú n i·
co que efec1'uaba para protegerse era repl egarse contra la
pared. A todos lps observab� con desconcierto y con ex
presión lastimosa en sus ojos, como si no a lcanzara a com
prender ,a qué se debía el m a l trató de que era víctima.
Cuando le golpearon 151 ca beza con el puño . cerrado, se es
cuchó co n;o si hubierá pega o contrá un madero h ueco.
�
....! Jua n Andrés Rut i Ho no resistió por m ucho tiempo aqué
llo; empezó a l lorar por lo las1'imado, en esp e ra de a lguien
que lo p roteg iera, pero por el MomEl(ltq era en vano porque
rio había nadie que lo a u x i l i a ra . ·
El grupo de chiquil los a ndaban en recorrido por las
cal les l levando con e l los un "j udas" montado sobre un as
no. Alguno se le .ocurrió que J uan 'Ar;id rés, podía tambiérl'ir
montado sobre el a ni m a l . Festejando l a idea, entre tres o
cuatro lo treparon s i n permitirle que S$ resistiera, colocán
dolo tras él monigote y obligá ndo1o a que . l e rodeara la
cintura con los brazos. E l m uchacho em pezó a refr y 'a l lo·
rar¡ a l a vez, y desconcertándose, como si no supiera era
bueno o JTRílo para éj que fuera .so,bre la bestia.
En medio de · una gran alg arabía continuaron avanz�n
do por m itad de cal le, pasando por juntó a donde yo me
encontraba· sentado. El asno a du ras. penas podía ca""1inar :¡
lo fustigaban con · .un ga rrote .
. El grUpo de mucha � hos se detuvo adela nte bajo un tu·
p_ido �r �ol de gr�esa? ramas. Desde donde yo permanecía
pqdía verlos. A poco me dí cuenta q ue li aron el extremo de
una soga d� cue l l o. del monigote, cruzando la cuerda por
1 95
la rama, con el otro extremo, ataron el cuello de Juan An
drés. El muchacho se resignaba mansamente a la broma
:;in a lcanzar a comprender lo que le sucedería.
.1 96
El muchacho result6 semi-inconsciente. Un señor de
nombre Rod rigo se d ió cuenta d e lo sucedido y con su cin
tur6n obl ig6 al grupÓ de muchachos a disgregarse. Crey6
conven iente transladar a Andrés a la c l ínica. Como coinci
dencia me encontraba yo en la pl aza y los ví cruza r l a . Al
encontrarnos, el hombre me cont6 lo sucedido. El muchacho
me causaba lástima a l ver l o ta n golpeado.
Nada me contestó.
1 97
gusto viviendo en la cárc e l, nada contestaba, sonreía única
mente, pero esa sonrisa suya era muy e locuente.
1 98
Desde el ropero, Juan Andrés podía ver las l uces a
través de las hendiduras de la puerta. A poco capt6 el olor
desagradable de la cera al consumirse. En sus adentros es
taba mas temeroso que nunca, y rogaba porque a su ma
dre no se le fuera a ocurrir abrir el ropero. Si lo encontraba
ahí, seguro que lo desmayaría a garrotazos. Por momentos
su miedo era ta l que casi se decidía por sal i r corriendo a
toda prisa, volando para que no fuera a atraparlo. Pero se
detenla al pensar en la gruesa a ldaba de la puerta de la
recámara; en ninguna forma lograría quitarla a tiempo.
1 99
algo deb}ó hacer mal, ya que la mujer murió a consecuencia
de una violenta hemorragia que le sobrevino.
200
Tras de que le indiqué que podía sentarse en una de
las sillas del frente, le hice saber a qué obedecía su trans
lado, interrogándola acerca de lo ocurrido. Después de que
por un momento me auscu ltó, dándose tiempo y pretendien
do h acerme saber que estaba tranquila, comenzó con la his
toria que narraba a la gente.
A medida que hablaba los n ervios la traicionaban y se
movía incómoda en su asiento, a briendo y cerrando sus pu
ños por lo nerviosa. Estaba junto a la ventana, y l a luz que
entraba a través de ella al pegarle de l leno en el rostro,
dejábale advertir los horribles cráteres que le cubrían el men
tón y las meji l las.
Por mi parte estaba muy lejos de pensar que lo que
ella decía era verdad. Bastaba con verla para asegurar que
aquella mujer era capaz de cualquier cosa por terrible que
fuera. Si como tenía la cara tenía el alma, sería la encarna
ción del mismo diablo.
Era mi deber que lo dicho por la mujer lo anotara, pe·
ro como no había máquina, lo hacía manuscrito.
Mientras el la vo l v í a a irisistirme en su i nocencia, sin
proponérmelo m i ré h a ci a la ventana y a través de los vi
drios d isti nguí la cara del pequeño duan Andrés que se em
peñaba en ver al interior. Le dediqué mayor atención y me
dí cuenta que l lora b a . Antes de que pud iera hacerme al
guna conjetura acerca de l motivo, la mu jer sintiendo curio
sidad por s a ber lo que atraía mi mi r ada volteó también y
se so rpre nd i ó cuando sus ojos encontraron al muchacho.
Juan Andrés se movió y presuroso buscó la puerta de
la oficina y pe netró; fué di rectamente a la mujer y la a bra
zó bes á nd o l e l a mej i l la. La m u jer q uedaba inmóvil, sin sa
ber cómo reaccionar por lo p ron to.
201
-Además de lo q ue se le acusa, ha cometido usted
otro del ito al abandonar a su hijo.
Ta l cosa le avisé con seriedad.
Sopesó mis pala bras y presurosa contestó:
-Yo no puedo ma ntenerlo, Licenciado. El ya está en
edad de poderse buscar la vida. Yo a duras penas tengo
para vivir.
Resuelta se li bró del abrazo que su hijo le daba.
-Nada de l loriqueos, muchacho. Anda, vete a jugar
por el patio.
Su h i jo comprendió y se movió hacia la salida. La mu-
1er no daba indicios de condolerse de la tristeza que em
bargaba al muchacho. Juan Andrés se sumió en sus pen
samientos sin saber cóm� n i su madre lo quería.
Ojalá y pueda meterla toda su vida a la cárcel. Pen-
saba convencido.
·
202
10
En mi calidad de Agente del Ministerio Público, estaba
obligado a darme cuenta de cuanto delito ocurriera en mi
Distrito Judicia l . En cada caso intervenía según mi criterio,
procurando siempre ser justo. Estaba más incl inado a ayu
dar a las personas que a hundirlas. Muchos que cometían
del itos graves trataban de sobornarme. Yo permanecía se
reno y trataba de ayudarles lo más que podía.
205
dentas familias. Poco más a rriba está el que se puedé' c� .
siderar el campamento mayor, y en él justamente n� el
túnel principal de l a mina . .Et campamento restante est.á en•
. .
206
� A pocos pasos haci a el i nterior de la bocami na, desde
h 8"e mucho tiempo fue eregido por los m ineros una espe
cie qe a ltar donde se encuentran depositados va rios santos
de su devoci6n. Eternamente arden veladoras que llevan
aquel los que se han creído favorecidos en sus ruegos. Pue
den verse igualmente epístolas enmarcadas en vid.río en las
que los fervorosos creyentes dan las gracias públ icamente
al santo de su veneración por el m ilagro que les dispensó.
Los innumerables adornos de papel de china de todos co
lores, le dan viveza a l l ugar.
�07
tino como sopas, incómodos por la h u medad y d eseando
c u anto a ntes ropa seca.
208
hada el herido. Yo quedé a l go sorprendido sin saber qué
decir por l o pronto.
209
Era increíble cómo en tan pocos minutos cundía tal
pánico y reinaba el desorden, escuchándose un sinnúmero
de gritos ensordecedores. El espectáculo no dejaba de im
presionar, la gente corría cargando a sus hijos menores
que l loraban, l levando en la otra mano algún bulto de ropa
'o algún mueble.
210
bia la vida de muchas de aque l las gentes. Continúan en l a
juerga, decididos a que l a muerte los sorprenda tirados en
la cal l e víctimas d e a lguna congestión.
21 1
Si las cosas en aquellos centros de poblaci6n andaba
mal, peor era en el medio rura l . En mis correrías, pod ía ·
212
11
A eso de las doce del día cuando el calor se convertía
en cosa seria, tomaba l a determinación de vestir traje de
ba ño y tirarme a l a al berca del hotel; nadaba por horas
gustoso de poder librarme a u nque fuera temporal mente del
persistente calor. Norma l mente había otros bañistas, y se
trataba de los hi jos e hijas de· los Jefes de l a Compañía Mi
nera. Por ningún motivo pued o decir que me resultaba di
fícil tener trato con é l los, antes b ien, congeniábamos inme
diatamente, especi a l mente con las jovencitas. La proximidad
.con ta nta mu jercita metidas en bonitos bikinis permitía que .
las horas me pasaran más agradables a ú n . Cuando no pla
ticaba con el las me entretenía admirándolas cruzar los pra
dos ·o lanzarse a l agua e·n· clavado.
215
por l o m ismo, nos tratába mos como si nos conoc1eramos de
mucho t i e m po atrás. No peco de prete nsioso s i digo que
la m u c h a c h a es ta ba s iem pre en bu sca de c h a r l a r conm igo.
Después de comer q u e m e rec l u ía en mi ha b itación para
desc a n s a r , ven i a para ofrecerme fruta o s i m p l emente a pre
g u n t a r m e si a lgo se m e ofrec ía, permaneci e ndo más t i e m po
q u e e l n ecesa r i o . Por m i pa rte tr a 1 a b a de ser a m a b l e con
e l l a y le ag radecía s u s atenciones, p i d iéndo le se i nsta la ra
en a lguna de las s i l la s . N o o bstante su buen a d isposición
para conmigo, en n in g ú n momento 1 rataba de aprovechar
m e de tal s ituacón. Me cond ucía norma l ment e frente a e l l a ,
s i n tratar d e abusar en n i n g u n a Forma. Me agra d a ba ver
que c ua ndo era mi turno e n h a b l a r, invariablemente me man
ten í a fija la m i rada y p restaba d e m a s i a d a atención a m i s
pa labras, asintie 1do o nega ndo c o n l a ca beza med iante p e
q u eños movi m i entos.
P a ra ese t i e m po a l g u ien me enteró que a n d a ba en mi
busca a q ue l hombre con el que, p l atica ra. aqu e l l a pcas ión
e n que m e enco n t r a ba en l a fuente de · sodas. Me· refiero a
a q u e l q u e m e contó de la existen.t i a de' u n as c a m palí'as d e
oro ce rca d e ahí. Por mi p a r t e , ri o me acordaba de sG 'flso
nomíp, ni s i q u iera de su nombre. Pero d e spués a'l g u i en me
hizo s a ber q ue su nom bre era ·Pablo Pérez. Por' Cierto, . se
trataba de un ind ividuo a m pViamente conocid o ·en el 'pue
blo, q ue a todo m u ndo sa l ud a ba y e n tua lquier casa ·como
s i fuera la suya propia se introducía a comer frijoles con
torti l l a . Muchos lo ten í a n por un borracho, u n borracho' ' ei+i
pedernido; y efectivamente tomaba con demasiada' frecuen
c i a hasta que su cuerpo se a lcohofiza ba ·por cómp feto y que
no l e era ya dado rec i b i r u n a gota de vino. ·cue ndo tal cosa
sucedía q uedaba t i r a d o como cualqu ier "objetó; 'en -'·fa
ca l le , en la p l a za, o simplemente �n la c a n ti n q f.�gunos
.
.2 M
te a los cantineros, quienes le ofrecían condonar su adeudo
a cam bio de que no volviera a pisar su establecimiento. Pe
ro vano ofrecimiento el de el los, porque a mañana, tarde y
ncche se hacía visible Pablo Pérez. Si sólo fuera éso estaba
bien, pero el caso es que era un ind ividuo necio por natu
raleza que le complacía bromear con la cl ientela, insu ltarlos,
gritar, cantar y ba ilar. Muchos se fastidiaban con su proce
der, pero nada pod ían hacer contra Pérez que a todas l uces
lucía ser un hombre inofensivo. Algu nos que no fueron tan
tolerantes y tan comprensivos, al no poderlo soportar más,
le propinaron serias golpizas, otros se conformaban con ha
cerlo echar de la cantin a.
217
masiado arriba actuaba en él com o un disfraz; los mismos
de su fam i l ia batal l a rí a n para reconocerlo.
-Creo que s í .
218
una revolución. Resulta que se presentó en el pueblo u n
misterioso individuo proveniente d e la costa que cargaba
baratijas en unas cajas de cartón. Es indudable que sabía
J o de las campanas de oro. A los dos o tres días, valiéndo
se no sé de qué trucos, escogió la mayor y la convirtió e n
cuatro pedazos con u n a segueta, cargó con los trozos e n
otras tantas mulas. En, l a actua l idad e s e hombre e s muy ri
co, vive como príncipe, tiene hoteles y supermercados e n
a lgunas ciudades d e l a costa; jamás volvió para a c á a ú n
cuando e n u n principio se p rometi ó ven ir por l a s d emás.
No hubo q uién no lo m a l d i jera y jurara matarlo s i volvía a
aparecer. Hu bo otro hombre que quiso a poderarse de las
campanas restantes. Este hom bre fue u n cura que q u iso en
gañar a las gentes diciéndoles que debía de disponer de
esas campanas para construirles nueva I g lesia. Su so l a pro
,posición enojó a todos, y por lo mismo encontró g ra n re
�istencia, desistiendo de su propósito. El que las campanas
�an de oro es muy facti ble, tomando en cuenta que fue
ron construidas en tiempo en que las ·cosas de la Ig lesia se
.tomaban inuy en ser i o por todos, y además h a bía mucho
oro. En aquel entonces los trabajador.es se robaba n gran
�antidad, y gustosos darían p a rte para q ue se construyeran
,las campanas . . . Su sonido es muy fuerte y muy hermoso,
principalmente es muy fuerte, se oye hasta el pueblo de
"La Chalata", o sea quince ki l ómetros a la redonda. Cuando
escucha uno su sonido es c u a ndo se convence de que son
'
de oro.
219
sucedió 6 al menos eso se contaba. El caso es que algo o
a lguien hizo desistir de su idea a d icho Agente ya que n u n-·
para lograrlo.
220
tras m ismos si es cierto lo de las campanas. Quiero decir
para q u e usted se deseng añe. Yo desde ahora lo estoy.
-Si éso es todo cua nto requeri mos, creo estoy d is
puesto a acompaña rte, pero no m a ñ a n a precisa mente, sino
otro d ía, cuando disponga de mayor tiempo.
22 1
sici6n de hacerlo "al terce r dfa". Al escucharme, guard6 un
corto si lencio, y con cierta g ravedad, argulló:
-'fo-
-Yo-Repitió-Yo, si tuviera di nero.
No cabía d uda que Pablo Pé�ez era lad ino como po-
cos.
222
Ahora compren d ía perfectamente lo q�e Pablo desea
ba en verdad. Anda ba en busca de dinero fácil que pud ie
ra gastar e n la cantina.
-No lo tome así, Licenciado. Mire, me conformo con
que usted me ayude a conseg uirlos prestados, y yo me en
cargo del mezca l . .
-Mil pesos es bastante d i nero; pensarás emborrachar
,a toda la humanidad.
-Es que yo también necesito u nos centavi llos. Usted
sa be, tengo que ir a a l tienda a pag a r estos trapos nuevos
.q u e traigo puestos. Consígame e l dinero con Don Pedro. Yo
,los pago tengamos o nó éxito.
Me sentía r i d ículo ante aque l l a situación. Estaba sien
do engañado por u n individuo de menor preparación q ue
l a m ía ·que pensaba en d a r mezca l a un pueblo. Aunque
viéndolo bien no era del todo descabel l ada la idea. Yo co
noda historias donde se obtuvieron grandes log ros con e l
empleo d e l vino. Además, P a b l o l o d ijo, quería e l dinero
en c a l idad de préstamo, y si nó lo pagara lo metería a la
cárcel "haciendo uso de mis facu ltades como Agente del
Mi nisterio Público".
, Aunque p a ra entonces yo tenía suficiente di nero para
disponer de ta l ca ntidad, acced í en conseg uirlo con don Pe
dro. Así tendré la oportunidad, me decía, de saber la cl ase
de hombre que es en rea lidad.
Pablo se marchó con una gran son risa en sus labios.
Yo q uedaba pensando en que después de todo abundaban
aquel los q ue relataban con toda seriedad y todo convenci
miento lo de la existencia de las tales ca mpanas de oro.
No obstante, para no a rriesgarme a ponerme en evidencia,
a nadie contaría de mis propósitos. Me reconfortaba así mis
mo al tener en cuenta que otros perd ían mayores cantida
des en una mesa de juego en forma más estú pida a la que
yp me disponía a probar suerte.
Esa noche, temprano me recl uí a mi habitación. En un
principio tuve en n:iente asistir a l d n e a ver una pelícu l a de
223
corte norteamericano, pero no me decidí porque de pronto
creí haberla visto con anterioridad, y además porque me
sentía a lgo fatigado. La s a l a estaba próx i m a al hotel y por
�llo mismo c l a ra mente se escuchaban los d i álogos de los ac
tores y los fondos musica les. Cuando me proponía oírlos,
los captaba c l a ramente.
La invité a pasar.
224
-f.k he decidido por ir a ese pueblo a i nvestigar si es
cierto cuanto se dice . . . ¿Conoces a Pablo Pérez?
Le contesté afirmativamente.
_
-f.k da m iedo acordarme de lo q ue me d i jo después . . .
Me di jo, me d i j o q u e quería casarse con m igo, y que por lo
mis'r\10 desea'ba que yo le permitiera frecuentarme. Sí, eso
� d ijo. ¿ Qu é opinas?
225
-Que tiene buen gusto-Le dije casi en broma.
Angélica esbozó una sonrisa.
-Mejor 'así.
226
Vivimos sólos. El pobrecito es ya muy viejo. Tengo un her
mano pero hace muchos años que se fué de nuestro lado y
jamás lo hemos vuelto a ver. Radica en la ciudad de Méxi
co. ¿Conoces México?
-Mucha gente lo conoce.
-¿Vendrás a mi casa si te lo pido?
-Por supuesto-Le d ije francamente sonriente.
,-No sé por qué siento la necesidad de que conozcas
a mi padre.
Le ofrecí ir uno de esos d ías, tan pronto volviéramos
de nuestra incursión. Al saberlo, Angélica se marchó gusto
sa, quedando yo de pie ba jo el portal m i rándola marchar.
En verdad era muy hermosa; como pocas.
El día sigu iente lo pasé ind iferente ante la idea de
Jiacer el viaje, ni siquiera por el di nero que conseg uí pres
tado a Pablo. Por otra parte, nada preconcebido tenía so
bre las campanas, aún cuando éstas resu ltaran de oro. Sería
u n estúpido si ya con la ca beza cal iente me estuviera esfor
zando por buscar la idea de cómo podernoslas l leva r en be
neficio particular. Qu izá ún ica mente me conformaría con
contemplarlas y pa lparlas, encontrando en ello justa retri
bución a mis esfuerzos. Pocos serán los hombres que han
contemplado unas campanas de oro.
227
campanas de oro. Sólo me fa ltaba pretender buscar el be
l locino de oro. De todo éso ni siquiera se podía hacer u n
.relato o u n a historieta, porque senci l lamente n o tenía fun
damento. Sin embargo dispuesto estaba ya a em barcarme
.en ta n sing u l a r aventura y nada sería tan poderoso que me
·
actitud d e contemplación.
228
Por un momento se m i ró con atención, y con cierta
,gravedad, a rgu l ló :
Y se sonrió.
Ese era el ta l Pab lo, dotado de agudo ingen i o . Angé
lica se d ió a la tarea de servirle el desayu no y tuvo qu e
coci nar doble dós is porque una fue in suficie nte para el ape
tito de Pérez.
229
te. Siempre consideré un arte pasar por el puente, precisa
mente por el vaiven que se producía al caminar. Era por
é l lo que en cierta manera me asombraba de ver cómo a l
gunos arrieros lo lograban montados en bestias, mismas que
tuvieron que acostumbrarse hasta que l o arisco les desapa
reciera.
230
daba, a .su al rededor se encontraban especies de nichos que
a l bergaban a diversos santos. De todo ésto aún podían ver
se claros . ind icios. En un bloque de cantera incrustado en e l
frontispicio podía aún leerse l a fecha d e s u construcci6n, es
crito en español antiguo. A pocos metros de dicha iglesia
se encontraban las rui nas de lo que fué la Hacienda de be
neficio, muy grandiosa y funciona l , podía advertirse tal co
sa por lo que de e l l a quedaba. Indudablemente que se re
q uiri6 de mucho conocimiento técnico para lograr erigir tal
a l a rde de ingeniería. A los versados en la técnica, hoy en
d ía les sorprenden las instalaciones y e l método que se usa
ba en aquel entonces para beneficiar los metales.
231
fa l i l los repletos de monedas de oro. Hablando con fran
queza p ienso que me empezaba a dominar una ambición re
primida y secreta. N o obstante e n mi consciente, no me ani
maba ningún propósito . . Reca pacité de mi avaricia y seguí
cabalgando con la barbi l l a clavada en medio de los omó
platos. Un buite que accidental mente pasó sobre nosotros,
me hizo pensar si acaso yo no pertenecía a la m isma es
pecie.
232
Entre tocia aque l l a gente se encontraba el cura del pue
blo del Parián. Cuando estuvimos al alcance nos saludamos
d e ma no; aprovechando el momento para reprocha rm e por
que no había ido a visitarlo aún cuando se lo ofrecí tiempo
atrás cuando andábamos de excursión por las mo n ta ñas q u e ·
233
acept6 la invitación y empezó a comer. Yo agradecí sus aten
ciones y les h ice saber que deseaba ú n icamente a lgo d e
beber. Bien pronto me trajeron u n a cerveza ca l i ente, o "al
tiempo" como se d ice a l l á .
234
A los muy jóvenes no les era dado tomar y solo se
conform a ba n con observar de cerca a t a nt a persona reuni
da. A nadie pasaba d es a p ercibid o un deta l le: tocio m undo
vestía ropa nueva, en su m ayoría p a ntalón y chaqueta de
gabardina azul marino. Era costum bre de ellos que en los
d ía s festivos estrenaban.
Ahora más que n u nca e m pezaba a sospechar de la fal
sedad de Pablo. Hasta ahora me p reguntaba asimismo si
en verdad Pérez no se h abría podido enterar por sí mismo
.a lo l a rgo de sus visitas si las campa nas eran o nó de oro.
Su a m istad con toda s aque l l a s gentes me h acía pe n s a r en
que o p ortuni d a d le ha bría sobrado. ¿ H a brá inventado el
cuento ú n icame nte para d isfrutar de pocos p esos y l levar
mezca l a sus a mig os en c u m p l i m iento a a lg ú n ofrecimiento
que les hiciera ? Me preg untaba ta l co s a co n ins i ste nci a.
Pablo no era un hombre que poseyera mucha volun
tad. Tomaba, y con prontitud se volvía borracho. Su buen
humor crecía y por momentos s us risas eran las ú nicas q ue
se escuchaban .
235
dí cargar una cegueta para emplearla en las campanas. Re
conocía que n inguna necesidad tenía no obstante fueran de
oro. A lo más que me atreví fue a frotar con una de las
.llaves que cargaba, y el polvi llo resultante lo junté en la
palma de la mano, sin importarme ya si a lguien me obser
vaba. Dicho polvi l lo a simple vista lucía muy fino y vistoso;
despidiendo agradable bri l lo, que pa recía oro. Si estas cam
panas son de oro, me decía, a me'nos tendré la dicha de
haberlas contemplado.
Satisfecho porque tenía conmigo lo que iba buscando,
torné al porta l donde se hallaba Pablo y sus am igos, no sin
a ntes haber dado un recorrido por entre el atrio admiran
do la diversidades de imágenes en sus respectivos nichos.
Incluso me introd uje al templo para contemplar el a ltar tan
bel lamente labrado.
Al enterarse Pablo de q ue tenía conmigo lo que bus
cábamos, su estado de á nimo no cambió, como si repenti
namente hubiera renunciado a la farsa. Se concretó ú nica
mente a pedirme que esperara por él un momento más pa
ra emprender el regreso.
Antes de sa lir del pueblo, Pablo me condujo a lo q ue
antiguamente habían sido una especie de calabozos. Por los
muros aún pendían gruesos e ignominiosos gril letes, los só
tanos estaban semi-inundados por el agua q ue se filtraba
del río. Cuánto debieron padecer los condenados por l a s ca
denas y l a humedad.
236
No obstante lo sucedid o en n ing ún momento sentía cora¡e
contra é l, no cuando en el fondo desconfiaba de la existe n
cia de las campanas de oro, y si acepté acompañarlo fue
por una especie de curiosidad. Por otra parte, el dinero que
obtuvo, aunque en verdad era poca cantidad, tenía que pa
garlo si yo así se lo exigiera . Pero tal vez lo dejaría que
se sa liera con la suya, en pago a su constancia y a su agu
do ingenio.
Respecto a las campanas, m uchos siguieron creyendo
que eran de oro. Yo ya no lo creí, si n6 la gente tal vez
d iría: Una vez existieron unas campanas de oro. . .
.
237
12
Con la solicitud de Pa blo Pérez para que le consiguiera
el d inero con Don Pedro, me di6 la oportunidad de cono
cer a este hombre más de cerca. En u n p r i ncipio pensé que
no podría tener el ánimo suficiente· que me permitiera for
mularle el prést am o, simple y senci ll amente por la pen.a que
sentía . Pero al advertirle una actitud pacífica y hasta afec
tiva hacia mi persona, l e dije lo del di nero, haciéndole l a
aclaración que yo no era sino interm ed iario de Pablo Pérez.
Conforme lo estaba esperando, de inmedi ato accedi6 a fa.
cil itar la cantidad solicitada. Quizá sacaría los bi l letes de
den.tro de su colch6n, eso sí continuaba siendo el m ismo
viejo avaro de antaño. Más parecía que el tiempo le acon
sejaba confia r más en los bancos. ·El hom bre en cierta for·
ma se mostr6 complacido de q u e le so lici ta ra el préstamo; e l
rostro se le iluminó porq ue ha d e haber pensado que en
esa forma yo contra ía cierta deuda moral con él, y por lo
mismo estaríamos en camino de hacer buena amistad. El
deseaba éso, siempre que pasaba por la calle me sa l u daba
'(X)n gran ct>r-9i a l i dad� y en ocasiones me llamaba para pre·
9untarm$ acer� de cómo me había ido en e l pueblo y si
24 1
no req uería nada de lo q ue él pudiera ayudarme. Don Pe
dro en aquel ambi ente necesitaba a migos con quién poder
platicar de cosas diferentes a la m i nería, además porque en
un pueblo es un triunfo para cua lquiera poder convivir con
el cura, el méd ico y el Ministerio Públ ico.
Oída mi solicitud, Don Pedro pidió permiso de ir a l a
trastienda, regresando a l momento con u n grueso fa jo d e
bil letes. U n a vez junto a mí, contó mil pesos, y a l entregár
melos me preguntó con sinceridad si nó requería más. Por
rni parte le aseguré que era suficiente y volví a recalcarle
que me daba pena esa clase de molestias q ue le causaba.
Quizá mejor hubiera sido di sponer de propio dinero, esto
es, del pago de mi mensualidad. Pero era una ficción mía
al pensar q ue Pablo no me engañaría a mí propiamente en
el supuesto de que las campanas resu ltaran de bronce.
Cuando le manifesté al tendero que me retiraba, me
pidió que aguardara un momento, m ientras se dedicó a
atender a a l guna s señoras que en esos instantes entraron a
la tiend a .
Solos él y yo, volvió a dirigirse a mí.
243
-No es necesario que te presentes, Maestro. Te re
cuerdo perfectamente bien. Cuéntame, cómo te ha ido.
Sonrió, y contestó:
244
reas propias de mi cargo. Las invitaciones recibidas me
parecían demasiadas. Primero ir de visita a aquel pueblo,
l uego a ver al padre de Angélica, en seguida lo de don
Pedro y ahora la invitación del maestro. Si así seguían las
cosas l o más conveniente sería que renunciara a mi puesto
para poderme dedicar con toda l ibertad a l cumplimiento
de los compromisos soci ales. Pensaba en e l l o irónico.
El maestro por su parte no cesaba de platicar.
-Al denunciar la mina mi cuñado tuvo serias dificul
tades. La Compañía a toda costa quería evitarlo para apro
piársela, alegando que está dentro del área que compren
de el denuncio de e llos. Gastaron mucho dinero tratando
de sobornar gentes, pero afortunadamente para nosotros,
sin éxito. ·En esta ocasión mi cuñado no quiso venir a l
pueblo, porque piensa que aún no es prudente que lo
haga. La Empresa nunca se va a conformar con que mina
tan rica se les escape de las manos. Ahora que todo está
a favor de mi cuñado, han hecho exp loraciones y han
descubierto con horror que se trata de un yacimiento de
oro y plata muy rico. Su voracidad no los dejará tranqui
los y lucharán para apropiársela de un modo o de otro.
Pero aseguro que esta vez fracasa rán.
El maestro hacía h i ncapié en que l a Compañía era
muy voraz y muy in justa.
-Tú, como es natura l , aún no has ten ido ti.empo de
saber cómo marchan las cosas rea lmente. Cuando se en
tera uno, no puede comprender cómo es posible que exis
ta tanta arbitrariedad.
� puso el ejemplo de l o que hadan con esos po
bres diablos que i ban al río en cal idad de gambucinos. a
a provechar las aren i llas auríferas que resu ltaban del lava
do del metal, a q uienes hombres montados en cabal los pe
g aban con látigos para hacerlos desistir de su idea.
Con lo que el maestro me platicaba, yo pensaba de
245
él que en el fondo seguía p rocu p ándo se por ta les fenó
menos sociales. Me p a rec ía sincero cuando la mentaba el
modo tan despiadado como eran explotados aq uel los, tra
ba jadores, q u ienes eran i ncapaces de tener la energía y l a
decisión necesaria para reve l a rse p o r e s a expfotación tan
vil de q ue eran objeto por parte de aquel los extran jeros.
El maestro no perdía la esperanza de a l g ú n día poder com�
Datirlos y d e estar en defensa de l os m i n eros . El mismo
sabía q u e sus pretensiones eran en p r in ci pio desea bel la
das, pr i me ro porq u e no, tenía n i ng ú n plan funda menta l,
,
246
Lo más q ue pude descubrir en une bolsa de lona, fue
ron dos torti l l as duras y la parte superior de una Coca
Cofa.
-No sé cómo no se desmayan en el tra bajo-agrega
ba, no sin razón.
Al arribar a fo a lto, donde abandonamos el camión
traté de paga r al chofer su servicio, pero rehusó acep
tar un sólo centavo de mi parte. "Otra vez será", dijo ter
minante para demostrarme su a mistad.
En esos momentos se escuchó el agudo silvido de
vapor que an u nci aba el com ienzo de la jornada de traba
jo. Los trabajadores q ue se resagaban apresuraron el paso
para estar a tiempo. A los pocos m i nutos pasaron l ista, se
posesionaron de sus lámpara s de carburo, º' de p i l as y
echaron a cam i na r al interior del túnel. Al principio se
captan los olores d e los diferentes gases q ue produce la
mina, '8redom inando e l azufre o a lgo pa recido. Al rato,
por fortuna, se pierde la facultad de captar los aromas, y
l o que en verdad emp ieza a transtornar es e l ta lar, ese
maldito calor q u e sofoca . Sólo después de un rato de
estar en la caldera el cuerpo va venciéndose por obra su
ya. Si en el exterior e l calor mata, a l lá no tiene compara
ción. Los de nuevo ing reso a veces se ven precisados a dar
marcha atrás, pero son convencidos por sus compañeros a.
segu ir adel ante. Cualquiera que en ca l idad de trabajador
se e ncuentre ahí adentro, se siente m iserable, olvidado,
vfctima del mu ndo. Ahí tanto es su coraje y su sufri mien
to que m a ld icen a l a Compañía, pero sólo ahí . . . afuera
se olvidan. Sus padecimientos pueden ser el motivo del
por qué sienten la necesidad de embrutecerse con el vino.
247
desafiar aquél lo, el cuerpo se va venciendo sobrevi niendo
lo que algunos definen como "el segundo a i re".
'
Al poco rato la i ncomodidad aumenta debido a l en
sordecedor ruidajo de las perforadorás y las otras máqui•
nas. Las piedrecil las traicioneras que se i ncrustan en los
ojos o en cualquier pa rte del cuerpo empiezan a sa ltar.
El pol vi l lo resultante vuelve aque l lo el infierno. Es en ta
les circunsta ncias donde van volviéndose silicosos, o casca
dos. los óxidos se acu m u l a n en los pul mones de los tra
bajadores hasta que m uy pronto l lega: el día en que mue
ren.
248
rato nos vimos descendiendo la montaña por el l ado de
atrás. Desde lo a lto podía distingu-irse e l pueb l o situado
en la hondon ada. En apariencia era poca la d istancia exis
tente, pero en real idad quedaba bastante retirado, a l me
nos yendo por la vereda. Desde donde nos encontrá ba
mos, se podían conte m p l a r los techos de los ci entos de
casas q u e otrora formaron un pueblo próspero. Al berga ría
di.cho pueblo no menos d e veinte m i l habitantes, que vi
vían exc l usivamente de la mina de oro y p lata que se ex
p l otaba.
El . primer pu nto de explotación se hizo én e l pueblo
de "Las Ca mpanas de Oro", al agotarse el metal se buscó
un n u evo yacimiento y se encontró en el l ugar a donde
ahora nos dirig íamos. Cua ndo a su vez se agotó, se di6
con el Parián. Este nuevo núcleo de población tarde q ue
temprano está también condenado a d esaparecer, como
ocurrió con los otros.
249
de la caza, agricultura y de l a todavía más escasa gana
dería. Y si uno se pregu ntaba a qué obedecía su tezón de
seguir radicando ahí, no podía darse contestación acerta
da, porq ue muy d ifíci l es saber los motivos que ori l lan a
los hum anos a vivir en l a soledad, y en la añoranza de
viejos tiempos.
Mientras descendía mos, sentía la neces idad de bajar
me de la mula para avanzar a pie. Lo rosado no me ce
día y me resu ltaba molesto cabalgar por tanto rato.
Cuando d imos fin a l descenso, nos moríamos de sed,
de sed y de ca lor, yo al menos. El maestro y José camina
ban adelante y cuando l legaron a u nos manantia les h icie
ron a l to, apeándose de su caba lg adura. El agua de dichos
manantiales era tibia y crista lina. Sin tardanza me flexioné
hasta tocar la superficie del agua con mi cara, bebiendo d i
rectamente. Tuve la precaución de que m i caba lgadura hi"
dera otro tanto, porque el pobre animal empezaba a re
soplar de , agotamiento. Mis acompañantes hicieron lo pro
pio.
No conforme co n haber tomado agua, les man ifesté
mis deseos de nada r por u n rato, sin que les advirtiera
a el los mucho ánimo de compartir mi idea. Ba¡o la som
bra de un árbol me desnudé y me l a ncé al agua t i bia, sin
tiendo gran com placencia. Finalmente el maestro y José se
decid ieron por meterse también, desvistiéndose pero c9n
serva ndo puesta la trusa. Ahora que repara ba en su pudor,
adivinaba que en su interior esta rían criticando mi falta
tota l de ese sentim iento. Pero a mí q ué diablos me iba a
importar lo que pensara n de m í en ese aspecto. Antes
bien, era yo q u ien los criticaba y los acusaba de poseer
costumbres demasiado "refinadas". Al term inar de nadar,
noté que se escurrieron como liebres por entre los arbu�
tos, para li brarse de la trusa h ú meda sin q ue les mirara
las nalgas cuando en nada me importaba hacerlo.
250
otras partes es la cosa más natural que todos los del mis•
mo se>.Co se desnuden, sin que nadie repare ni en la des
nudez propia ni en l a ajena.
251
tos con el cráneo destrozado a machetazos por obra de unos
fascinerosos que pretendieron matarlo para robarle el oro
que�ca rgaba consigo. Lo ú ltimo lo lograron, más no privar
de la vida a Don Diego de Echegaray. El caba l lo mismo con
dujo a a lgunos vecinos al l ugar exacto donde su amo �
h a l laba inconsciente, mori bundo, con la masa encefá lica a
la vista de los buitres. De esa acción nacía pues el i ntenso
amor que le profesaba al cabal lo. Fué por el lo que a su
muerte, l loró amargamente su pérdida. Cuando la construc
ción de l a lá pida terminó, mandó que sobre la loza inscri
bieran con letras muy visibles, lo siguiente: Aquí yace l o
q u e fué e jemplo d e lealtad y amor para s u amo. Me hizo
d udar d e q ue fuéramos los hombres los mejores seres sobre
la tierra. Y desde e n ton ces, siempre lamenté que mi caba
l lo no hu biera sido h u mano, o que yo que soy humano, n o
hubiera sido caba l lo. Otoño de 1 806.
'.252
Más adelante vimos a otro señor acompañado de dos chi
q u i l l os, que pronto desapareci eron de nuestro á ngulo vi
sua l.
253
su vez tenf an puerta más peq ueña, de modo que para en
trar y sa lir de la casona no era menester abrir las inmensas
hojas.
·
;254
demasiado cuidado y refinado buen gusto. La loza estaba
dispuesta para servir la comida. El hambre que sentíamos
nos obligó a comer pronto. La bebida que nos ofrecieron en
especial me gustó mucho. No era otra cosa que sumo de
alfalfa, agua y azúcar. N unca hu biera podido imaginarlo si
n6 me lo dicen.
,255
que para ayudar a los trabajadores para q ue sepan cuáles
son sus derechos y sepan defenderlos.
:256
l a noche no nos sorprendiera atravesando por tan angostas
vered as. Pensaba ya en mi regreso, el pr6ximo d ía quin
ce, fecha en q ue se celebraría la boda .
El maestro n o s acompañaba y pensaba q uedarse e n e l
Parián por dos o tres días . mientras recog ía mat.e rial esco·
lar q u e le fue enviado desde la ciudad. Una vez en nues
tro destino, le hice saber al maestro q ue pod íamos compar
tir la misma ha bitación, pero reseco contestó:
-Jamás les daré a esos malditos exp lotadores la satisfac
ción de que digan que he vivido a sus expensas. Prefiero
insta larme en cualquier otro l ado.
Ví que no era prudente insistir, por lo que Lucio y Jo·
sé desaparecieron prontamente de mi vista a lo largo de l a
calle.
Aún cuando era de noche, Angél ica aguardaba m i re
g reso. Desde la entrada del comedor me sonrió y vino a
mi encuentro.
-¿Ca nsado?
-Moribundo. No he podido acostumbrarme a montar.
-¿Tienes hambre, d eseas q u e te prepare algo?
Le hice saber que no tenía apetito pero que en cam
bio me moría de sed. Accedió desde luego a llevarme be
bida fría. A continuación, comentó:
-Te l legó un teleg rama, lo coloqué sobre tu buró.
Mientras ella penetra ba al comedor, me encaminé a mi
habitación, deseoso de librarme cuanto antes de l a molesta
gorra y la pesada pistola que car9aba. El polvo del camino
pod ía sentirlo en la garganta.
257
tiempo de no hacer v1a1e. Tal cosa era imperdonable, de
pronto lo aceptaba. Ahora que reparaba con mayor deteni
miento en mi ausentismo, me s<>brevino aguda mela ncolía
q ue me l levó a tomar la decisión de abordar el avión de
la madrugada.
Angélica apareció pronto. Al ver el mensaje a bierto so
bre la cama con cierta preocupación me preguntó si a lgo
grave ocurría. Mi meditabunda actitud, seguramente la in
trigaba.
-No es nada serio Angélica. Al contrario, son buenas
nuevas. Me saludan y me piden que vaya a Durango. • .
258
Durante dos dí as permanecí en la capital d e l Estado,
tiempo relativamente corto para poder d isfrutar de la com
pañía de la fam i l ia. Hubiera deseado estar más tiempo, pe
ro a la vez deseaba volver cua nto antes a lo que era mi
trabajo. Reconfortado en mi espíritu y contento de haber vi
·
mero de vecinos.
259
era conveniente que asistiera. Ta l vez el maestro tenía ra
zón a l dec i r q ue así sería "testigo de tan desp iadada far
sa,".
Ese día se suspendieron las cl ases de l a Escuela y d el
Colegio. Un iformados, todos los a l umnos fueron l levados en
masa al acto. Las clases no con facilidad se suspendían, pe
ro tratándose de la Compañía la cosa era diferente. Algu
nos esta blecimientos comercia les dieron su anuencia para
q ue el personal asistiera también. Las fa mil i as de, los tra·
bajadores m i neros fueron inv itadas y algunas asistía n . To
d a s aquellas personas reunid as, obvio es que estaban pres
tas a apl audir todo cuanto vieran u oyeran .
En el extremo de l a cancha, fas mesas q ue colocaron
en hi lera fueron cubiertas por un 1 ienzo de paño. A los . in·
vitados especiales nos colocaron frente a ella. A mí me pi
dieron que me , insta lara ju nto al Presidente Mun icipa l . Co·
mo es natura l, e l e xtran j e ro se hal laba en aquel conglome.
rado y fui mos presentados.
Como si se tratara de una ceremonia de carácter cívi
co, tocó una banda de guerra y posteriorm e nte anunciaron
fa intervención al m icrófon o de un individuo que al pare
cer desempeñaba u n puesto de reg u l a r importancia d entro'
de la Compa ñía . .Dicho individuo resaltaría l a s grandes ac·
ciones de John Goods. Se situó de pie dando muestras de
nerviosismo como si fuera u n acusado a nte un gran jurado.
Extra jo a lgunas hojas de papel escritas, las desdo bló y co
menzó a leerl as, temblando de las m a nos mientras lo ha
cía . Cuanto decía, no era sino una sarta de sala merías para
John Goods. Entre otras frases g ritaba en el micrófono "que
aquel pueblo era como u n a fam i l i a que siempre lo había
considerado y fo segu iría conside rando como un pad re, por
que al igual que un padre para con sus hijos, cuidó a to
dos en' el pueblo, los p rotegió, fes dió a brigo y fes pro
porcionó comida". Con , su partida, este pueblo ·qued a des
consolado, sumido e n una honda tristeza y una Q'ran incel'·
tidumbre porque no sabremos s i e l poblado sin usted vol-
�60
verá a ser lo m ismo q u e antes. A todos l os visitantes con
taremos d e su persona, d e sus acciones; les diremos los
mú ltip les beneficios que desinteresadamente prodigó a to
do,s nosotros, a los q u e fuimos sus com pañeros de trabajo,
sus amigos, sus cola boradores. Los mineros a quienes tanto
protegió y tanta consideración les d ispensó, me han pedido
con todo interés, que a su nombre, "le bendiga a usted y
a su fa m i l ia, y que le asegure q ue n uestro respeto y ad
m i ración estará i m perecedero en nuestra mente y ,e n nues-
·
tra alma". . .
261
Y si las personas ahí reunidas habían estado aplau
d iendo, ahora con lo que Goods decía aquello parecía una
plaza de toros por e l entusiasmo.
262
tecles, aún cuando no .se me ha hecho n inguna invitación
previa para que lo haga. Pero hay veces que es necesario
inv itarse uno m ismo, mayormente cuando de hablar de la
verdad se trata. Todo cua nto se ha d icho en esta ocasión,
no es sino una s a rta de hipocrecías de bufones cargados de
antipatía, de od io y de desprecio hacia la clase trabajado
ra, y de demasiado afecto para los opresores a quien sir
ven; la poca va l ía de hombres de estos bufones los obliga
a ser adul adores y arrastrarse como repti les de traición pa
ra ensalzar los vicios de los explotadores, con el ún ico afán
de pretender ganarse su simpatía y g a rantizarse por más
tiempo la permanencia en e l sitio que ocupan dentro de la
Compañía Minera. Es hora, este día, de que se hable con
la verdad, que deje de oc ultarse por más tiempo la rea l idad
en q ue vive este 'pueblo misera ble formado en su inmensa
mayoría por ustedes mineros. No puedo comprender como
es que se ensalza a este extra n jero que no ha hecho otra
cosa, q ue ve jar a los m ineros y a sus mu jeres. A este ex
tranjero q u e es un engra naje dentro, de la maquina ria de
explotación que funciona dura nte día y noche, enriq uecien
do desmedidamente a sus d ueños y empobreciendo cada
vez más a l atajo de bestias de carga q ue dejan su vida en
las entrañas de la mina, y q ue sin ,emba rgo no merecen si
q u iera una m uerte tranquila, sino que son con su m i dos · por
la terrible silicosis, hasta convertirse en tadáveres que ate
rran a sus mismos h i jos por su aspecto. A l os que han in
tervenido en el micrófono antes que yo, los acuso de trai
ción, los acuso ante ustedes pueblo de jugar con sus sufri
m ientos y entreg a r en charola de plata su orgullo y su dig
nidad y todo lo q ue de bueno poseen como hombres. En
verdad que es duro comprender cómo se puede ensalzar a
aquél que ha venido a apoderarse de lo que nos pertene
ce, al q ue ha venido a obligarnos a trabajar con el látigo
en la mano, al que ha venido a traernos vicios y comple
jos, al que carga con nuestra riqueza, al que pretende es
fablecer d iferencias entre los que son rubios y nosotros que
somos muertos de hambre y déb i l es. N i siquiera un hato
263
de bestias obedece con tanta prestancia a su amo. . Ahora
que de hablar de la verdad se trata, no . puedo menos que
conminarlos a que se unan y todos a l unísono l uchemos
porque les sean reconocidos sus derechos. Es urgente que
se les otorgue mayor salario, meior t r ato, el trato q ue me
recen los seres humanos, que se les asignen jornadas de
ocho horas, y se le,s proporcione, el séptimo d ía de descan
so. Podría pasa rme todo el d ía diciéndoles a qué tienen de
recho. Necesitan que el transporte a la mina sea g ratuito
para ustedes, que se les brinden los servicios públ icos mas
ind ispensables, como son escuelas, hospitales, servicios de
agua y .energía eléctrica . Es desgarrador ver c6mo toda la
gente honrada de este pueblo está siendo víctima de mons
truosas maniobras de parte de la Em presa. Precisa mente la
venta desmedida de cerveza y vino es una treta para em
brutecer a los tra baj adores y hacerlos olvidar sus derechos.
Desde este mome nto, asimismo me hago l a promesa de
orientarlos, hasta lograr condiciones más favorables a su mí·
sera existencia. Y proclamo también con voz en cuello que
las represa lias no medran mi ánimo, no cuando lo justo y
lo humano es tenderle la mano a l desvalido . . .
A lgo más agregaba con ánimo encendido que lo obli
gaba a g ritar casi hasta enronquecer. Los que e n un prin·
ci pio estuvieron desconcertados de lo que haría el maestro,
ahora simplemente pa l idecían incrédulos de que ese hom
bre joven fuera capaz de hablar · con tanta prestancia contra
la Compañ ía. Los extran jeros todos se encontraban estupe·
factos, sin que, lograran disi m u l a r su desconcierto y su eno
jo. Entre los asistentes había timo ratos y asustadiz.o s, pero
también quienes comprendían a l maestro otorgándole l a
razón, y aplaudiéndole, a·unque con tim idez.
A mí en lo personal, el maestro me parecía un im·
prudente porque pensaba que se desbocaba i noportu namen
te. Al hablar así públ icamente contra la Empresa, segura·
mente estaba colocá ndose la soga al cuel lo él m i�mo
Las represalias no se hicieron aguardar. Muy pronto
264
dieron evidencias de que les interesaba poner un hasta aquf
a las intenciones del maestro, en prevención de que fu.era
a encender los án imos de la clase trabajadora, máxime cvan
do los mismos d irigentes sabían que los explotaban de ma
nera vil. No ha bía por q ué tomar riesgos con un hombre
como e l maestro. Era necesario q u e a lguien le d iera un es·
carm iento, al principio algo considerado pero si reincidía
entonces se le aplicaría toda la mano dura. A ese hombre
se debía enseñarle que hay cosas que no deben decirse y
menos en público.
265
mesilla de operaciones. Al momento le diagnosticó fractu
ras múltiples, asf como conmoción cerebra l . Ant.e la grave
dad del caso, convino en operar inmediata mente. El proble
ma era que la cHnica esa carecía de lo elemental tanto en
lo que respecta ba a person al como a l instwmenta l . No
obstante había que hacer alguna lucha. Acompañ ado de
tres enfermeras prácticas, el médico se encerró durante tres
largas horas en la m a l l lamada sala de op.e raciones. Al fi.
nal apareci6 en l a puerta q u itándose el sudor con el ante
brazo y de mala gana, exclamó:
2ó6
pl icaba las metería a la cárcel irremisiblemente. Sorpren
dí a 1 as pobres muchachas, y en cierta forma se mostraron
asustadas y prometieron dedicarle especial cuidado a l e n
camado. Asimismo las comisioné para que si el maestro
fal l ecía esa noche, me lo hicieran saber a la hora que
fuera.
268
Durante un tiempo tratamos de darle a lcance, siguién·
dolo por entre el río. Ca minaba demasiado aprisa, como
si lo i mpu lsara una fuerza sobre h umana. Pudi mo,s más
adelante d ivisar que tomaba hacia el monte, sin q ue abor
dara l a s veredas, sino que se empeña ba en subir por los
acanti l ados, como si fuera un autómata.
269
sadumbraba, y lo lamentaba por el maestro y por su pro
metida. Mucho iría a padecer cuando se convenciera que
era cierto lo que los caminantes dijeron . Ordené a José y
al policía que treparan el cadáver sobre uno de los ani
males y que lo cu brieran con la ma nta que exprofeso car
gamos. Al caer l a tarde emprendimos el regreso, los po
cos tralJseÚ ntes que nos miraban se sorprendían de que
l levára mos un muerto sobre una mula, más nada decían
ni nada nos preguntaban, porque no les dábamos tiem po.
Refle�ionando un poco sobre el suceso, comprendía
yo q ue el maestro, fue demasiado temera rio y que ha bía
actuado en destiempo. Ese era el precio que pagaba a sus
pretensiones de ayudar a aquel las víctimas, de la voraci
dad humana. Ni él mismo hu biera pensado que fuera tan
pelig roso desafiar a la Empresa. Había pues que andarse
con cuidado, al menos aqué l l os q ue como yo teníamos cier
ta re lación con é l la . Desde ese momento reca pacitaba y
me repetía que no debía jamás cometer ninguna impru
dencia, no en la forma que la cometió el maestro. Al fin
y a l cabo que sería en vano, las cosas seguirían su ritmo.
Después de que lo han seguido por cientos de años, seria
necio cambia r lo de un golpe.
La felpa que el maestro recibió, fue la causa indirecta
de su muerte. En la loca carrera su cuerpo resultó despe
dazado por las espinas y las piedras filosas. Cuando le
hice la revisión para levantar el acta correspondiente, me
causó temor mirarle sus pies despedazados, con trozos col
gantes de carne. Debió golpearse en la cabeza al caer por
que en la frente se le destacaba un moretón.
Traté de abrir una investigación respecto a los gol
peadores, pero fue en vano, nadie tuvo la valentía de
hacerme saber su identidad, no ten iende> pues más reme
d io que archivar e l caso, con la esperanza de que las co
sas se esclarecieran en u n futuro · pr·óximo.
270
13
la muerte del maestro consternó a mucha gente. Fue
ron del dominio públ ico las circunstancias en que murió.
La clase trabajadora fue la q ue más comentó el desagra
dable suceso. Pero todo no fue sino un sentimiento pasa
jero que al poco tiempo desapareció para dar cabida a l a
indiferencia y a l olvido.
273
exiguí que en todos los casos se me avisará antes de pre>'
ceder a recoger a los accidentados, además de que era lo
acertado, estaría en posibilidades de conocer personalmen
te la m i na, y especia lmente la Hacienda de beneficio, que
era lo que mayormente me interesaba.
274
la vida. Eso me a legró, porque e l traba jador caminó con
propio pie rumbo a la c l ínica, teniendo así la oportunidad
de fisgonear. Lo q ue veía me agradaba y hasta me sor·
prendía. El mol ino q u e desquebrajaba e l mineral funcio
naba y dejaba esca par un ensordecedor ruidajo al triturar
l a s piedras, y por obra de su propio funciona m iento. Junto
a l molino se veían las mesas sepa radoras, el agua que se
usaba para e l proceso encharcaba e l suelo, viéndose uno
en la necesidad de brincar las pequeñas corrientes que se
formaban. En un lado se encontra ban los hornos, y esta·
ban separados he rmética mente de la otra área. Lógicamen
te que adentro se esta rían cociendo de ca lor. A través de
u n a puertecil l a con vidrio refractario pude ver a alg unos
trabaj adores que la bora ban en el interior usando trajes es
pecia les para las a ltas temperatu ras. Todo lo que contem
p l a ba era nuevo para m í, me faltaba solamente local izar
los l ingotes de oro y p lata . A la persona que me acom·
pañ a ba le inquirí sobre dichos l i ngotes, preguntándole si
era posible que los viera . Me hizo s a ber que se guardaban
en un compartimiento espec i a l a l cua l no se tenía l ibre
acceso, n i aún para e l los. Sin embargo, a l ver mi interés,
me pidió que lo siguiera para ind icarme el l ugar, el cua l
estaba protegido por unas gruesas rej i l las de acero. A m i
vista aparecieron decenas de lingotes formando p i las. Yo
esperaba q ue tendrían e l color ca racterístico del oro, pero
eran más bien g ri ses, debido a la a ma lgama de p lata, eso
me lo exp licó mi acompañante, quien además me hizo sa·
- .275
riosidad. Abandoné el lugar maravillado de mirar tanta ri
queza. Abundancia digna de l a cueva de Alibabá. Lo visto
me llevaba a reflexionar que una mina de oro y plata es
el negocio rnas fabuloso que existe. Proporciona poder ili
mitado e increíbles satisfacciones.
La Em presa poco tiempo atrás ha bía cambiado su raz6n so-;
cial castellanizándola para hacer creer que se nacional iza
ba, cuando la verdad es que seguía y seguirá pertenecien
do a extranjeros. Es tanta la util idad que se obtiene, que
una vez un periodista decía que era suficiente para solu
cionar el problema educacional en México. Tal observaci6n
debe aproximarse mucho a la verdad.
Y cómo no va a ser esa mina un negocio fabuloso, si
en trechos el oro rinde a razón de tres kilos por tonelada.
A ello hay que agregar que diariamente se procesan un
promed io de quinientas toneladas de meta l . Dicho en otras
palabras, hay d ías en que se obtienen mil quinientos ki los
de oro, de oro puro. Fabuloso. Increíble. No e n vano l a
Mina del Parián es u n a de l a s más ricas del mundo.
A ú ltimas fechas la empresa sufraga los gastos de ex
cavación de un túnel principal en e l que han de desembo
car todos los núneles y ti ros, a fin de faci litar la extrac
ci6n del meta l. Dicho túnel tendrá una long itud de cuatro
kilómetros, es tan a lto y ancho que caben dos camiones a
la vez, su costo sobrepasara los cuarenta millones de pe
sos según se dice. Su construcción durará alrededor de cua
tro años. Conforme se adelanta en la apertura, se van des
cubriendo vetas riquísimas, que dejan estupefactos a los
ge61ogos.
Cada tercer d ía los l ingotes son transportados por
avión hacia la costa. Cuando no .es tem porada de lluvias
que el río está a bajo nivel, el oro y la plata son transla
dados en camiones especia les, extremando las precaucio
nes, ésto es, haciéndose custod iar por elementos del Ejér
cito y de más de media docena de los l l amados "confiden-
'27 6
cia les", como así se les conoce a los trabajadores no sin
dicalizados.
�77
Ese día como era costumbre había en el aeropuerto
gran cantidad de personas entre hombres, mujeres y ni·
ños. Entre todos ellos no encontrábamos a simple vista a
ningún sospechoso, 'menos algún rastro de la caja metáli
ca. Por momentos yo dudaba de que fuera cierto que al·
guien se había apoderado de e l l a . En caso de que así hu·
biera sido, sin duda que se trataría de a lguien que era de
grandes decisiones.
Las doce del día vin ieron y el calor arreci6. Con una
cerve.za e� la mano continuamos la búsqueda. Convenci
dos de que en el campo nada íbamos a encontrar, nos de
cidimos por abandonar nuestras pesquizas en ese lugar. En
el momento que nos dirigíamos al Jeep que nos servía de
transporte, José que en esa ocasi6n me acompañaba, apre
suró el paso hasta darme alcance y casi en el oído �
di jo:
278
En ningún caso resultaría muy difícil puesto que la espe
ranza de encontrarlo ahí se había pe rdido, estando con·
vencidos todos de que él o los l adrones i rían camino a la
sierra, cuando en real idad se h a l l a ba entre los que que
d a ban en el campo, esperando a que desapareciéramos
para l levar a cabo la segunda parte de su plan.
Resuelto me encaré a José.
-Has cometido un error. No debiste decirme d6nde
está el di nero. Todo en mí me ob liga a i ndicar d6nde se
encuentra.
José trat6 de agregar a lgo, pe ro por su desespera
ción todo q uedó en un tarta mudeo.
Los enviados por la Companía se encontra ban i nsta la
dos ya en l a caja del Jeep, listos a partir. Con la mayor
natura l idad, les di je:
-Memos buscado por todas partes sin éxito. Creo que
nos falta únicamente registrar en aq uel tambo. Que a lguien
vaya a hacerlo.
Nadie dio trazas de moverse, por lo cual a uno de
los hombres le dije directamente que fuera a i n speccionar.
Esta vez mi petición fue atend ida. Tan pronto asom6
su cabeza al interior, volvió a erigirse con el rostro i l umi
nado, y como poseído del demonio grit6 l leno de. sorpre
sa para que nos diéramos cuenta de q ue encontraba la
caja.
A todo e l m undo i nvadió u n repentino entusiasmo, a
excepción de José que d i rig ía su m i rada hacia otro lado,
apretando los d ientes, con e l rostro desencajado. En parte
comprendía su enojo, y trataba d e no reprocharle nada
para no agravar l a situación. Antes bien, trate de calmar
lo, diciéndole que la recompensa q u e la Compañía de se
guro otorgaría sería ínteg ra para él. Pero en vano espe
ramos porque no hubo tal recompensa, ni siquiera las gra
cias nos fueron dadas.
279
14
En n inguna forma estaba ajeno yo .a l tráfico de oro y
del robo q u e hacían a la Compañía de ese metal Sabía.
1283
sabía lo q ue estaba sucediendo, pero en n i ng u n a m a nera
pod ían evitar q u e conti n uaran robándole el oro por más
vig i l a nc i a que destacaban en la p lanta. Pensaron entonces
ir d irectamente contra el chino, para lo cua l esperaron por
una buena oportunidad en que pudieran culparlo. Esta
l legó cuando el comprador tuvo que transportar dos camie>-
nes repletos d e aren i l l as ricas en oro rumbo a a l g u n a ciu
d a d donde se la comprarían a buen precio. Los de la Com
p a ñ ía pensándose muy astutos, por med io de la Ley detu
vieron los camiones. El chino fue a j u icio y se defendió
con destreza, a lega n d o q ue· si rea lmente l a Empresa a le
gaba que tal areni l la era de su propiedad, q u e seña l a ra en
tonces el porcenta je de oro y plata por tone lada q ue con
tenía. Creyendo que aque l lo era senci l lo, l os de la Com
pañ ía ind icaron con presta ncia d icho porcenta je, pero re
su ltó q ue se eq u ivocaban, precisa mente porque el compra
dor previniéndose de una situación semejante a d u l teró el
ca rgamento mezc l á ndole una cantidad ad icion a l de oro.
H uelga decir que el pleito lo ganó el chi no.
,284
jeto me proporcionó el nombre del cabecilla principal con
la espera nza de que yo lo l lamara a cuentas.
Al fin y al cabo a usted le conviene de todas ma
neras- M.e decía- Puede ganarse la recompensa que l a
Compañía ofrece, o bien el d i nero q u e e l los l e ofrezcan
por no ser descubiertos.
No ocultaba el resentimiento que tenía hacia los que
fueron sus compañeros.
Comprendía que mi deber como Agente del Ministe
riio Pú bl ico, e ra investiga r aquel lo, independ ientemente de
q ue pensara en recibir a lguna compensación o algo pa re
cido. Precisamente esa era m i obligación, atender todas las
quejas y denuncias. Al d ía sigu iente envié con José un ci
tario al que seg ú n se me indic6 era el principal invol ucra
do, pidiéndole que ese mismo d ía compareciera ante mí a
las s i ete de la tarde, considerando que era hora adecuada
dado q u e el individuo s a l ía del trabajo a las seis de la
·
tarde.
El citado era el ú n ico d e los seña lados que no cono
cía, por lo cual, al verlo aparecer en mi oficina me produjo
cierto asombro. Había estado pensando q ue se trataba de
alguien de buena a pariencia, inte l igente y de cierta presen
tación persona l , capaz de poder coord inar a sus compañe
ros de atraco, pero era comp l eta mente d i ferente. Tendría a l
gunos trei nta y cinco a ños, de baja estatu ra, muy moreno,
pelo negro y lacio, estómago m uy g rasoso que le caía hacia
abajo por lo volum inoso, me jillas atestadas de, acné, dien
tes blancos pero cubiertos de residuos de comida. Incluso
su vo7 parecía la de un hombre tonto.
Tan pronto estuvo frente a la puerta de mi oficina¡ tocó
con suavidad para que me percatara de su presencia, pre
gu ntándome enseg uid a si podía pasar.
-C6mo· nó, pase usted-Le d i je.
-Son ' fas siete de l a tarde. Yo soy la persona que es-
�r�. A · sus órdenes.
:285
Me miraba con gran seguridad en sí mismo, como si
supiera _ lo que eso vale.
�87
Continuaba frecuentando a Jesús el peluquero con quien
sol ía platicar en las tardes calurosas que no tenfa ocupación.
Algunos muchachos jóvenes se hacían m is amigos, especial
mente los que formaban el conjunto musica l. Me resultaba
agradable escucharlos ensayar y en más de una vez acudl
a e l los para escucharlos de cerca.
Era costumbre que cuando pasaba por las cal les salu·
dara a Don Pedro Marmolejo. Ese d ía me acordé de mi ofre·
cimiento de cenar con é l . Esperé que anocheciera, y cuando
tal cosa sucedió me encaminé rumbo a l establecimiento co·
mercia l de don Pedro.
estar aquf.
288
tuvo de regreso sirvió dos tazas de café, me ofreció una
y se posesionó de la restante sentándose en la s i l l a coloca
da frente a la m ía .
289
q u i l a no lo es tanto, porq ue le confiaré que me atormenta
mi soledad, entre más viejo me voy haciendo mas voy te
miendo la soled a d . Será por eso que estoy muy arrepenti
do de mi soltería. Debí haberme casado cuando · joven. No
debería h a ber hombres solteros en el mundo, l a natura leza
misma no debía permitir l o . . En este pueblo hay una jo
.
290
taba la idea de aconsejarla para que se casara. Ojalá y nun·
ca fuera a someter la im prudencia de hacerlo.
291
-Ante$ de contestarte deseo que platiquemos. Siltnta
te. . Anoche fuí a cenar con Don Pedro Marmolejo. la pa
.
-Sí. De tí.
-¿Qué decía?
-Nó.
292
-No lo tomes a mal, Angélica -Le decía mientras tan
to, acariciando su pelo- Lamento haber sido tan brusco con
mis pal a bras. Sólo deseo tu bienestar.
293
y sal udaba a la gente sonriente. En las bocaca l les recibía
con beneplácito mi atención de tomarla del brazo para cru·
zarla. Su padre vivía al finalizar la ca lle por entre una es
pecie de cal lejón. Cuando llegamos que penetramos, el se
ñor perma necía sentado ante u n pequeño mostrador de re·
lojero, trabajando en u n r e l o j A n g élica penetró sonriente,
.
294
-Sé io q ue estás mirando muchacho. -Di j o esta vez
tuteándome.- Espero que creas lo que te voy a decir. Es
toy construyendo un ataúd, mi propio ataúd. ¿Lo compren
des? Dentro de unos días estará terminado. Lo forraré de
franela gris. Siempre he considerado a la muerte como la
cosa más natura l . Todos morimos tarde que temprano, por
qué, pues, olvidarnos de la m uerte? Yo deseo estar pre
parado para no causar molestias a mi h i j a . Me siento en
fermo y cansado y sé que pronto voy a morir. Es por e l lo
pues que estoy confeccionando mi propio féretro.
295
El señor me seña laba detal les que hablaban de la mez
quinidad de la Compañía, mostrándose disgustado y acu
sando a los trabajadores mismos de ser en gran parte los.
culpables de todo lo que ocurría, por la manera como se
humillan ante los dirigentes. El señor era bondadoso, pero
en el fondo era enérgico e intolerante. Sin lugar a dudas su
habil idad para charla r era mucha, lo hacía de modo agra•
dable, y me entretenía con sólo escucharlo.
296
15
Mi Distrito Judicial a barcaba todo el Municipio. Aquél
es uno de los más grandes del Estado. Dentro de sus lími
tes hay sierr� y des i erto, terren o montañoso y . terreno pla
no a pto para la ag r i cu l t u ra . En el Municipio se encontraban
numersos centros de pobl ación, muchos de e l los de impor
tancia por el número de ha bita ntes., o porque eran de pro
d u cci ón .
299
cuchándose más fuerte su estruendo en medio de la quie
tud reinante. Continuaron avanzando hasta tomar l a arteria
principa l, ajenos a las miradas curiosas de los pocos traba
jadores que a esas horas marchaban a su emple o para re
unirse e n el lugar d e costumbre para que el camión los tras
portara a Ja mina.
El aspecto de los tres visitantes se antojaba misterio.o
so, avanza ba n uno a l lado del otro. Su vestimenta resultaba
un tanto impropia para el cál ido cl ima que se sentía duran
te todo el día y toda la noche; usaban de esas prendas de
nominadas jorongos, confeccionados de lana. Rumbo a la
costa no hace ca lor, d e manera que no se podía adivinar el
por q ué se a brigaban de esa manera; seguramente con la
intención de ocu lta r su identidad. Sus sombreros eran grandes,
de pa lma y a leti l l a ancha, resumidos en l a cabeza, con bar- .
biquejo, escondiendo el rostro hasta donde les era posible.
Muchos que después atestiguaron, aseguraban que usaban
bigote tupido y grande al estilo Za pata . Su mirada era tor
va, de asesinos.
¿Qué querían aquel los extraños, quiénes eran? La gen
te se lo preg untaba sin poder darse contestación, pero con
la certeza de que al go grave ocurriría más tarde. El pueblo
tenía pocos visita ntes y menos de esa clase.
300
bo llevar. No se detuvieron sino hasta que arribaron a la
cárcel municipa l .
301
-En el escritorio, en el cajón del escritorio-Atinó a
decir esta vez.
Los dos hombres restantes se encaminaron al mueble
y abrieron el primer cajón encontrando un manojo de l la·
ves.
En la celda estaba n encerrados siete hombres por di
versos delitos, uno por homicidio, otro por robo, los res
tantes por del itos simples. Al ser tan de mañana, ninguno
se encontraba levantado todavía.
Como si a lgo presintiera, uno de los presos estaba
nervioso, con l a vista fija en el techo, esperando o(r algún
otro ruido. Casi a l instante oyó el sonido q ue la llave pro
dujo a l ser enclavada en l a cerradura de l a puerta de la
celda. Se ci mbró nervioso, seguro ahora de que algo gra
ve le sucedería, era como si desde hacía mucho tiempo es
tuviera esperando el arribo de g ente peligrosa para él.
Los tres sujetos penetraron a l cuarto, uno tras otro. El
escándalo que sus espuelas producían despertaron a todos,
aún a los de sueño pesado, q uienes se i ncorporaban de un
sólo movimie nto, sin poc;ler ocultar el miedo que les so
brevenía.
Los desconocidos desenvainaron desde afuera sus pis·
tolas. Uno gritando preguntó:
-¿Rodrigo Soto? ¿Quién es Rodrigo Soto?
Y tomó del cuello al preso mas próximo.
-¿ Eres tú Rod rigo Soto ?
Y como el desdichado hombre titubeara en contestar,
e l gatillo fue oprimido escuchándose una detonación . aho
gada por la cerca nía del disparo, una bala se incrustó .. 'has
ta muy adentro del pecho del inforh.mado.
El herido cayó a l suelo golpeándose fuertemente con·
tra e l piso. Murió casi instantánea mente.
302
Con lo que sucedía, el horror de los demás crecía , s in
que supieran qué hacer.
-¿ Rodrigo Soto?
lobos en el valle.
303
Los cadáveres crearon problema debido a que no ha
bía fa m i liares y por el lo mismo nadie se hada cargo de
e l l os para el entierro. Dadas, las c ircunstancias el Ayunta
m iento debía absorver todos los gastos, pe ro el Alcalde no
estaba de acuerdo a l egando q ue nada tenía de malo que
fueran enterrados envueltos únicamente en una sábana. Al ·
final aceptó pag ar unos féretros hechos d e madera brusca
sin cepi l l ar.
304
dejaron ir al comprender que eran inocentes puesto que no
había pruebas contra ellos. Desde luego com prendíamos
cuál era la rea lidad. Poco después n uestras sospechas se
confirmaron al saber que compraron al Jefe y a sus hom
bres con treinta mil pesos.
Entendía desde luego que de nada serviría recriminar
a los policías, máxime cuando pertenecían a otro Estado. Dis
gustados nos desped imos de e l los, en lo particu lar lamen
tándome tener que volver a pagar de mi s bolsil los el vuelo
especial de la avioneta que nos transladó.
305
muchacha de un puebio cercano. Este e ra ma s joven aún,
d e algunos trei nta años; desempeñaba el cargo de ayudan
te de perforista y por coi ncidencia era a u x i l iar de Wen
cesl a o precisamente. Dada su j uventud y vigor, su com
portamiento no era todo lo bueno q ue se pud iera desear,
gustaba de beber y pelear. Se l l amaba Silvia, Si lvio Bre-
ceda . Reñía cuantas veces le era posible, atenido a su gran
fuerza física, por l o cual, tenía a l g u nos enemigos. Princi
palmente a dos hermanos a q uienes un d ía mató a u n
tercero, q uedando el suceso en e l o lvido a parente mente,
pero la verdad es que sólo esperaban una oportunidad pa
ra cobrárse la.
306
sin pronuncia r p a l a bra, sabían que si platicaban todo era
en vano porque nada se escucha b a .
307
Lo más fác i l era que se pensara en desprender las ca
ñuelas, pero no se pod ía lograr debido a que estaban bien
a¡ustadas y explotarían con cualquier intento de extracción
debido al fu lmi nante colocado en el extremo .
308
16 . . . y último
El Ayunta mienot del l ugar hizo el anuncio de la pró
xima visita que ha ría el Gobernador del Estado en jira de
traba¡o por esa región y principal mente para inaugurar la
Escuela· Secundaria que el CAPFCE construyó en tan apa r·
tado lugar. Se consideraba una suerte que e l Mandata rio
estuviera dispuesto a hacer la visita, hacía varios sexenios
que ningún Gobernador visitaba esos l ugares.
31 1
Presidente a lgo que le calmara los nervios. Al final de
mis pa labras se convencía de que realmente la situación
no era tan grave. Incluso hasta se resignaba a aprender de
memoria el discurso, y si no lo lograba, lo leería entonces,
no sabiéndose cuál de los dos modos era el más conve
niente porque mal sabía leer.
312
Cualquiera sabía que al rato le causaría serio problema,
debido al endemoniado calor.
313
con paso firme. Tras nosotros avanza ban g ran cantidad de
personas que manifestaban su alegría a gritos, primera•
mente por la vis i ta q ue el Gobernador hacía y por el áni
mo que l a música les producía. Todos lo,s conjuntos mu
sicales del' pueblo fueron contratados, y tocaban con ver
dadero entusiasmo cami nando entre la gente.
La Escuela Secundaria q ue se inaugurar ía se h a l la ba
ju nto al río; por lo m i s m o tuvimos que cruza r por el puente
colgante y fue ta l la cantidad de personas que deseaba
hacerlo a al vez que se te mió q ue los cables se reventa ran.
Se torn aron precauciones para q ue las personas atravesaran
de pocas en pocas.
Debido a la c a m i nata y a l fu erte sol, todos sudábamos.
El pobre Presidente Mu n i c i p a l en vano trata ba de limpiarse
el sudor con el p a ñ u e lo . El Go bernador lo tornaba por el
br az o, y l ucí a a l a vez q ue muy o rgul loso por ta l distin
ción, coh i bido.
Todo esta b a prepa rado para la ceremonia que se lle
varía a efe.etc en el patio princ ipa l de la Secundaria. Des
pués de que todo el mundo se instaló en sus respectivos
sitios, se anunció la intervención del Alcalde ante el mi
crófono. Al oír su nombre casi cerró los ojos por el impac
to interno que debió causarle. Se situó de pie aflojándose
el nudo de la corbata en un movimiento mecánico. Como
podía, empezó a pronunciar una serie de frases que leía
en hojas escritas a máquina, y a punto estuvo de no sa
ber la continuación debido a que se le confundieron mo
mentáneamente. . Al fina l de su a locución todos los ahf
reunidos a plaudimos. ,El Gobernador lo a brazó en felicita
ción. Ahora el Alcalde lucía más sereno, como si le hubie·
ran quitado de encima una tonelada de peso.
Yo era el siguiente en el micrófono. Mi intervención
no a todo el mundo gustó, menos a l Gerente de la Em
presa Minera y a los demás dirigentes que me escuchaba n
con demasiada atención. Formaban pa rte del Presídiu m y
314
me miraba n con extrañeza sin estar convencidos de lo qu e
iba a acontecer.
315
pleto del material con que se construyó l a Secundaria, y
t¡ue emplearía para erigir su casa.
Después de un modesto ágape, el Gobernador reci
bió a d iferentes comisiones que le expusieron toda clase
de problemas. A m itad de tarde expresó la necesidad d e
regresar. Fue conducido a l aeropuerto nuevamente e n me
dio de una muchedumbre que lo aclamaba porque con
fiaba en él como gobernante .
Cuando el avión despegó, busqué a l Presidente Mu
n icipa l para fe licita rlo por lo bien que resultó todo. Mis
p a l a bras las reci bió con agrado y me invitó a que trepara
a l camión pro piedad del Ayuntamiento para que nos trans
l adara a l pueblo.
De antemano sabía que mi intervención de a lgún mo
do iba a repercutir con la Compañía. Trataba de saber quéi
clase de repres a l ias se tomarían contra m í, sin lograr adi
;v inarlo por lo pronto. Pero no ta rdé mucho en saberlo. Al
l l egar al hotel, divisé sobre la acera de l a banq ueta algu�
.nos objetos que identifiqué como de mi pertenencia . Se
trataba de una caja de ca rtón donde guardaba los códigos,
y una valija con ropa. Sobre la caja se halla ba mi sombre
iro y sobre la maleta mi pisto l a . Comprendía lo que aque
l lo significaba; me echaban fuera por "bocón". Desafortu
nada mente el camión se había marchado, por lo que me
ví en la necesidad de posesionarme d e mis pertenencias
y echar a caminar a lo l a rgo de la cal le en busca de .n uevo
aloja miento. De momento pensaba en irme a refugiar a
mi ofici na, en e l la podía buscarme sitio por lo pronto. Pe
ro luego pensé en la señora que proporcionaba de comer
a José, quien en una ocasión se m a nifestó a mis órdenes
en cuestión de a lojamiento. Convencido de que era lo acle-o
cuado, tomé rumbo al domici lio de la señora . Tal como lo
esperaba, me recibió de buen ag rado, procediendo de in
mediato a introd ucir mis cosas a u n a habitación que aun•
que red ucid a muy bien venti lada, que además lucía per•
fectamente bien aseada .
316
Se debió saber de mi nuevo alojamiento, porque a l
a nochecer no había luz en la casa d e la señora, según se
,advertía la cortaron por ind icaciones de "ciertas personas".
la dueña de la casa que no entendía aquel juego, se que
jaba de que su casa era la ú n ica que no tenía servicio de
energ ía eléctrica, mandando revisar los fusi bles, pensando
que se trataba de e l los. Al f i n a l se resignó y pensó en
que al d ía sigu iente i r ía a queja rse al Gerente de la Ofi·
dna de Electricidad.
317
s61os, lo que aprovechamos para platicar con mayor con
fianza. Sin rodeos hice del conocimiento de Angélica mi
decisión. Ta l como lo había estado esperando, se tornó tris
te, pero sin embargo comprendía la situación en que esta
ba. Después de que continua mos habl ando, con a lgo de
temor me hizo saber que la salud de su padrn repenti na
mente se quebrantaba, contándome que con a nterioridad
sufrió dos síncopes cardíacos, por lo cual temía que su
padre mu riera de esta tercera vez. Habló incluso de Don
Ped ro Marmolejo y del Tora l .
-He reflexionado sobre este hombre. Ahora s e m e
ocurre pensar q u e él puede ser la solución a l o que se
avecina. ¿D ime si te desi luciono al h a bl a rte co mo lo · ha
,
318
vió a una persona a q ue me fo hiciera saber. Me d ispuse
ir a su casa a ofrecerle mi ayuda, ordenand o previamente
a José l levara una corona de f lores.
319
ta fecha fué fijada quince días después, fecha corta fijada ·
320
recer en la puerta a un hombre que se adentró en dir.ec
ción a mí. Cuando estuvo próximo me habló amigablemen
te por mi nombre y extendió los brazos para darme un
abrazo. Al reconocerlo, me situé de pie para correspon
derlo.
32 1
a brazo sincero, confiados de q ue a lgún día volveríamos a_
encontrarnos. A l hombre del regalo al darle el abrazo de
despedida volví a agrad acerle su atención .
,
A casi doce meses de haber l legado partía de regré;;
so. Me producía tristeza y , sabía . que siempre, siempr�
m ientras v i viera me acord aría de ese pueblo tan original
y de sus h a bitantes. Al ir volando, m i raba a través de· la
venta n i l l a para brinda rle a l a reg ión u n ú ltimo a diós E l
.
'F N
322
Esta Edición consta de 2,000
ejemplares. Se i m primieron
en I mprenta Rivera, Juárez
1 0 1 -B Sur de Durango, Dgo .